Carrillo Ureta, Gonzalo. «La Única Voz Por Donde Los Yndios Pueden Hablar». Estrategias de La...

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«La única voz por donde los yndios pueden hablar»: estrategias de la elite indígena de Lima en torno al nombramiento de procuradores y defensores indios (1720-1770) Gonzalo Carrillo Ureta Universidad Complutense de Madrid Introducción En las sociedades de Antiguo Régimen —incluida entre ellas la sociedad virreinal peruana—, 1 el ejercicio del poder y la autoridad no estaban centralizados en el rey y sus representantes, los funcionarios de la monarquía. La hegemonía que alcanzó el poder real en la Edad Moderna no implicó la desaparición de otros actores sociales de índole corporativo —ciudades, villas, gremios, comunidades religiosas, etc.—, que mantuvieron el goce de privilegios, costumbres y un alto margen de autogobierno (sus iura). Más allá de que en el imaginario político el reino era concebido como un cuerpo unitario en el cual el rey fungía de cabeza, este no se comportaba como una unidad en la cual sus miembros hubieran fundido su identidad particular en la del todo, sino que lo hacía bajo la forma de un agregado de corporaciones (república de repúblicas) que se reconocían mutuamente y se vinculaban mediante lazos recíprocos de lealtad, 2 a la par 1 Considero pertinente definir a las sociedades indianas como de Antiguo Régimen en la medida de que el conjunto de las instituciones monárquicas, corporativas y estamentales dentro de las cuales se desempeñaba el quehacer social presentaba efectivamente rasgos muy similares a los de las sociedades europeas contemporáneas, sin querer negar con ello el hecho de que la conquista hispana de los Andes produjera una jerarquía étnica que se combinó y complejizó con la jerarquía estamental tradicional. A este planteamiento remite una producción historiográfica relativamente reciente y fecunda, generalmente referida a la sociedad novohispana, pero cuyas conclusiones son perfectamente extrapolables al virreinato peruano. Ver al respecto Guerra, François-Xavier y Annick Lempérière (eds.). Los espacios públicos en Iberoamérica. Ambigüedades y problemas. Siglos XVIII-XIX. México: Fondo de Cultura Económica, 1998, especialmente los artículos de Guerra, «De la política antigua a la política moderna. La revolución de la soberanía», pp. 109-139, Lempérière, «República y publicidad a finales del Antiguo Régimen (Nueva España)», pp. 54-79, y Schaub, Jean-Frédéric. «El pasado republicano del espacio público», pp. 27-53. Ver también la clásica obra de Guerra, François-Xavier. México. Del Antiguo Régimen a la Revolución. México: Fondo de Cultura Económica, 1988; y Lempérière, Annick. «La “cuestión colonial”». Nuevo Mundo Mundos Nuevos. 4 (2004), puesto en línea el 8 de febrero de 2005 y disponible en http://nuevomundo.revues.org/document437.html. Sobre este último artículo, se ha generado en la propia revista en línea un interesante debate entre diversos autores sobre la pertinencia de la etiqueta de colonial para la América hispana previa a la independencia. 2 Agüero, Alejandro. «Ciudad y poder político en el Antiguo Régimen. La tradición castellana». Cuadernos de Historia. 15 (2005), p. 134. 1

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  • La nica voz por donde los yndios pueden hablar: estrategias

    de la elite indgena de Lima en torno al nombramiento de

    procuradores y defensores indios (1720-1770)

    Gonzalo Carrillo Ureta

    Universidad Complutense de Madrid

    Introduccin

    En las sociedades de Antiguo Rgimen incluida entre ellas la sociedad virreinal

    peruana,1 el ejercicio del poder y la autoridad no estaban centralizados en el rey y sus

    representantes, los funcionarios de la monarqua. La hegemona que alcanz el poder

    real en la Edad Moderna no implic la desaparicin de otros actores sociales de ndole

    corporativo ciudades, villas, gremios, comunidades religiosas, etc., que

    mantuvieron el goce de privilegios, costumbres y un alto margen de autogobierno (sus

    iura). Ms all de que en el imaginario poltico el reino era concebido como un cuerpo

    unitario en el cual el rey funga de cabeza, este no se comportaba como una unidad en la

    cual sus miembros hubieran fundido su identidad particular en la del todo, sino que lo

    haca bajo la forma de un agregado de corporaciones (repblica de repblicas) que se

    reconocan mutuamente y se vinculaban mediante lazos recprocos de lealtad,2 a la par

    1 Considero pertinente definir a las sociedades indianas como de Antiguo Rgimen en la medida de que el conjunto de las instituciones monrquicas, corporativas y estamentales dentro de las cuales se desempeaba el quehacer social presentaba efectivamente rasgos muy similares a los de las sociedades europeas contemporneas, sin querer negar con ello el hecho de que la conquista hispana de los Andes produjera una jerarqua tnica que se combin y complejiz con la jerarqua estamental tradicional. A este planteamiento remite una produccin historiogrfica relativamente reciente y fecunda, generalmente referida a la sociedad novohispana, pero cuyas conclusiones son perfectamente extrapolables al virreinato peruano. Ver al respecto Guerra, Franois-Xavier y Annick Lemprire (eds.). Los espacios pblicos en Iberoamrica. Ambigedades y problemas. Siglos XVIII-XIX. Mxico: Fondo de Cultura Econmica, 1998, especialmente los artculos de Guerra, De la poltica antigua a la poltica moderna. La revolucin de la soberana, pp. 109-139, Lemprire, Repblica y publicidad a finales del Antiguo Rgimen (Nueva Espaa), pp. 54-79, y Schaub, Jean-Frdric. El pasado republicano del espacio pblico, pp. 27-53. Ver tambin la clsica obra de Guerra, Franois-Xavier. Mxico. Del Antiguo Rgimen a la Revolucin. Mxico: Fondo de Cultura Econmica, 1988; y Lemprire, Annick. La cuestin colonial. Nuevo Mundo Mundos Nuevos. 4 (2004), puesto en lnea el 8 de febrero de 2005 y disponible en http://nuevomundo.revues.org/document437.html. Sobre este ltimo artculo, se ha generado en la propia revista en lnea un interesante debate entre diversos autores sobre la pertinencia de la etiqueta de colonial para la Amrica hispana previa a la independencia.2 Agero, Alejandro. Ciudad y poder poltico en el Antiguo Rgimen. La tradicin castellana. Cuadernos de Historia. 15 (2005), p. 134.

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  • que competan unos con otros y buscaban el favor real para aumentar sus prerrogativas

    y privilegios.

    El pensamiento jurdico medieval consideraba apelando a una imagen

    organicista de la sociedad que cada uno de estos sujetos o cuerpos, en tanto rganos

    del cuerpo de la repblica, tena funciones especficas e irreductibles, cuyo adecuado

    desempeo exiga dotarlos de la necesaria autonoma. Dicha idea de autonoma

    funcional iba ligada a la de autogobierno o jurisdiccin, que implicaba que cada cuerpo

    deba poder darse leyes y estatutos, nombrar magistrados propios y tener la capacidad

    de regular y juzgar sus conflictos internos.3 Se consideraba natural, por tanto, que cada

    cuerpo poltico tuviera autoridades que lo gobernaran y representaran. Frente a este

    entramado de poderes corporativos, el rey esgrima como principal atributo de su poder

    el ejercicio de la justicia, entendida como el mantenimiento de la jurisdiccin

    (iurisdictio literalmente, decir el derecho) de cada uno de los cuerpos polticos que

    conformaban la repblica, regulando las relaciones entre estos y dndole a cada cual lo

    que le corresponda, respetando y haciendo respetar sus estatutos y privilegios.4

    Esta capacidad de autogestin corporativa le fue seriamente restringida a la

    poblacin indgena americana asimilada al imperio espaol. La monarqua de los

    Austrias desarroll en las Indias un modelo jurdico y administrativo que ubicaba a los

    espaoles y a los pobladores autctonos en dos esferas separadas, la Repblica de

    espaoles y la Repblica de indios, cada una con autoridades, fueros y en teora

    espacios de residencia distintos. Dentro de la Repblica de indios, las autoridades

    peninsulares englobaron a individuos de distintas etnias y grupos sociales prehispnicos,

    que no se reconocan necesariamente como vinculados entre s. Aunque en los aos

    iniciales de la conquista americana la categora de indio tena un significado bastante

    ambiguo, ya que no denotaba otra cosa que ser el otro conquistado por los europeos,

    poco a poco se carg de sentido en la medida que la Corona, mediante la elaboracin y

    aplicacin de leyes especficas para los indios, construy en torno a dicho trmino un

    amplio repertorio de obligaciones y hbitos sociales como tributar, servir en la mita,

    3 Hespanha, Antonio M. Vsperas del Leviatn. Instituciones y poder poltico (Portugal, siglo XVII). Madrid: Taurus, 1989, p. 236.4 Pedro Prez Herrero seala que si bien el rey basaba su poder en su calidad de mximo administrador de la justicia, esta funcin no debe entenderse de manera estricta como la capacidad de hacer cumplir las leyes a rajatabla, sino ms bien como la potestad del monarca de distribuir discrecionalmente el perdn y la clemencia a los infractores, marcando las diferencias entre individuos y cuerpos. La gestin discrecional de las desigualdades colocaba al rey en el centro de un complejo juego de reciprocidades, dentro del cual creca su poder de intermediacin. Prez Herrero, Pedro. La Amrica Colonial (1492-1763). Poltica y sociedad. Madrid: Editorial Sntesis, 2002, pp. 144-146.

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  • vivir en reducciones o ser sujetos de catequesis aplicables a los diversos pueblos

    prehispnicos. El denominador indio pas as a convertirse, de un indicador de otredad

    frente a los espaoles, en un estatuto jurdico personal.

    La constitucin jurdica de una Repblica de indios no conllev, sin embargo, la

    creacin de mecanismos de representacin de carcter corporativo que englobaran a

    todos sus miembros. A estos los una solo el compartir un estatuto jurdico comn un

    privilegio general, en palabras de Antonio M. Hespanha, pero no conformaban un

    cuerpo autoorganizado, adems de carecer de rganos de representacin conjunta.5 Si

    nos ceimos a la nocin de repblica como comunidad perfecta, idealmente

    autosuficiente en el plano espiritual y material,6 la Repblica de indios constitua una

    comunidad embrionaria, ya que el sistema colonial le negaba la posibilidad de satisfacer

    por s misma las funciones del culto cristiano o de autorrepresentacin jurdica al

    reducir a sus miembros a una condicin de minora de edad espiritual por ser

    cristianos nuevos y legal por carecer de polica.7 Las entidades colectivas

    indgenas con personalidad jurdica real y cierta capacidad de autogobierno quedaban

    circunscritas a la esfera local, al mbito de los pueblos de indios con sus caciques y

    cabildos, autoridades estas con limitado poder de gestin, subordinadas como estaban a

    tutores ajenos a su nacin: corregidores, protectores y curas doctrineros. La propia

    monarqua espaola, en su inters por convertirse en el epicentro de las relaciones de

    poder de la Repblica de indios, puso en prctica mecanismos de redistribucin

    territorial poltica de reducciones y creacin de los pueblos de indios y

    reestructuracin poltica creacin de cabildos de indios, nuevos curacas advenedizos

    que debilitaron las lealtades intercomunitarias y las estructuras polticas

    suprarregionales de origen prehispnico. Ello se tradujo en la consolidacin de las

    identidades y vnculos locales como primordial espacio de sociabilidad poltica

    indgena, facilitando la construccin de vnculos de vasallaje directo de la Corona con

    cada una de las comunidades indgenas.8

    5 Hespanha, Vsperas del Leviatn, p. 255.6 Lemprire, Repblica y publicidad a finales del Antiguo Rgimen, p. 56.7 Bartolom Clavero relaciona esta situacin de incapacidad con la asignacin a la poblacin indgena de lo que l denomina estatus de etnia, resultante de la acumulacin sobre los indios de tres estados preexistentes, como eran los de rstico, persona miserable y menor. Clavero, Bartolom. Derecho indgena y cultura constitucional en Amrica. Mxico: Siglo XXI, 1994, pp. 11 y ss.8 Prez Herrero, La Amrica Colonial, pp. 291-292.

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  • Es en este contexto de casi total ausencia de instancias de representacin

    colectiva para la Repblica de indios fuera del mbito local9 que nos interesa analizar

    las largas gestiones realizadas por la elite indgena de Lima durante casi cinco dcadas

    (de 1720 a 1770), en las que, asumiendo en su discurso la representacin de la Nacin

    de los naturales del Per, busc obtener de la Corona importantes honores y prebendas,

    como el ingreso de sus miembros a las rdenes religiosas, su ordenacin sacerdotal o

    de inters central para este estudio el nombramiento de procuradores indgenas.

    Pretendo demostrar que, con sus demandas especficas por tener procuradores de su

    nacin, estos indios principales, avecindados en la capital virreinal, persiguieron y

    hasta cierto punto consiguieron el doble objetivo de adquirir un mayor margen de

    autogobierno para la Repblica de indios y fortalecer su prestigio social y encumbrarse

    como la sanior pars de dicho estamento.

    Asimismo, el estudio de la actuacin poltica de estos dirigentes debe ayudar a

    explicar la integracin activa de las elites indgenas en los mecanismos y relaciones de

    poder en la sociedad colonial peruana. En general, las estrategias no violentas de

    negociacin poltica indgena han sido abordadas solo recientemente,10 opacadas por el

    inters historiogrfico por expresiones polticas ms espectaculares y con mucha

    mayor huella documental, como las rebeliones coloniales. Incluso la gestin de

    privilegios que aqu tratar se desarroll a la sombra de la rebelin de Juan Santos

    Atahualpa, as como de la conspiracin de indios de Lima y la ulterior rebelin de

    Huarochir de 1750, que generaron entre las autoridades coloniales una gran

    9 Si bien los veinticuatro electores del alfrez real de los incas del Cuzco se preciaban de ser los primus inter pares de la Repblica de indios, en tanto descendientes de los legtimos soberanos del Tahuantinsuyo, el carcter exclusivo y excluyente de los privilegios que defendan, restringidos a los nobles incas de las ocho parroquias del Cuzco, probablemente los hizo poco receptivos a encabezar alianzas polticas de mayor alcance. De ello dan muestra los pleitos que mantuvieron con indios nobles de los ayllus caaris y chachapoyas de la parroquia de Santa Ana, por pretender estos aspirar al alferazgo real de los incas. Amado Gonzales, Donato. El alfrez real de los incas: resistencia, cambios y continuidad de la identidad indgena. En Decoster, Jean-Jacques (comp.). Incas e indios cristianos. Elites indgenas e identidades cristianas en los Andes coloniales. Cuzco: Centro de Estudios Regionales Andinos Bartolom de Las Casas, Instituto Francs de Estudios Andinos, Asociacin Kuraka, 2002, pp. 221-249. Son tambin conocidas sus disputas con Jos Gabriel Condorcanqui, Tpac Amaru. Ver al respecto Cahill, David. Nobleza, identidad y rebelin: los incas nobles del Cuzco frente a Tpac Amaru (1778-1782). Histrica. XXVII/1 (2003), pp. 9-49.10 Es destacable la lista de estudios sobre las estrategias de negociacin y de construccin de identidad de la elite indgena cuzquea, en especial las diversas publicaciones de Carolynn Dean y David Cahill, as como la reciente obra de Garrett, David T. Shadows of empire. The Indian Nobility of Cusco, 1750-1782. Cambridge: Cambridge University Press, 2005. A estos aportes hay que sumar algunas recientes e importantes investigaciones sobre los intentos de autonoma indgena dentro de la estructura eclesial colonial, especialmente el estudio de Estenssoro, Juan Carlos. Del paganismo a la santidad: la incorporacin de los indios del Per al catolicismo, 1532-1750. Lima: Instituto Francs de Estudios Andinos, Pontificia Universidad Catlica del Per, Instituto Riva-Agero, 2003, as como varios interesantes artculos contenidos en Decoster (comp.), Incas e indios cristianos.

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  • desconfianza hacia la poblacin indgena de la capital. Sin embargo, pese a que las

    rebeliones, revueltas y asonadas indgenas fueron numerosas, solan ser la forma ltima

    y ms desesperada de negociacin de las tensiones y problemas inherentes al sistema

    colonial, y no constituan la norma de la cotidianeidad de las relaciones polticas en el

    mundo indiano. Desde esta perspectiva, pretendo inscribir este artculo en la lnea de los

    estudios que inciden en las estrategias de negociacin y acomodo y no solo de

    resistencia que pusieron en prctica las elites indgenas frente a los nuevos patrones

    sociales, religiosos, polticos y econmicos implantados tras la conquista.

    Mi anlisis se centra, en primer lugar, en aclarar los mecanismos por medio de

    los cuales este pequeo grupo de indios urbanos occidentalizados, supuestamente

    segregados de sus comunidades de origen y, sobre todo, carentes de una autoridad de

    origen prehispnico se legitim como representante de un mundo indgena

    fundamentalmente rural. En segunda instancia, abordo las estrategias, discursos y

    prcticas simblicas profundamente enraizadas en la cultura poltica del Antiguo

    Rgimen que los indios principales de Lima emplearon para negociar su relacin

    contractual con la Corona. En este sentido, buena parte del estudio se estructura en

    torno al anlisis de su participacin en las festividades con motivo de las

    proclamaciones de sucesivos monarcas de la dinasta borbnica: Luis I en 1725,

    Fernando VI en 1747 y Carlos III en 1760. A partir de las festividades en honor de Luis

    I, en un contexto en que la casa de Borbn trataba de legitimar simblicamente su

    derecho a reinar, los lderes indgenas de Lima consiguieron hacerse de un espacio de

    actuacin autnoma y diferenciada dentro de las fiestas y desfiles que se desarrollaban

    en los das siguientes a la ceremonia de la jura real. La adquisicin por los indios de este

    novedoso espacio de expresin tuvo gran importancia como medio para reforzar sus

    pretensiones ante la Corona, ms an si consideramos que, en las sociedades de Antiguo

    Rgimen, las ceremonias pblicas eran la ocasin propicia que corporaciones e

    instituciones de relevancia social aprovechaban para mediante el ejercicio de

    derechos de precedencia, prerrogativas en el vestir y todo el arsenal simblico que

    pudieran esgrimir ganar prestigio y consideracin ante los dems. Con ello,

    reafirmaban su identidad institucional y su posicin en un entramado social y poltico

    profundamente jerarquizado. Las fiestas de proclamacin de un nuevo monarca

    suponan adems un espacio particularmente privilegiado para tal autopresentacin, en

    la medida que en ellas se renovaban los votos de amor y fidelidad al nuevo soberano,

    cspide del complejo engranaje de obtencin de mercedes y privilegios.

    5

  • Repblicos indios en una ciudad espaola. Legitimidad local y solidaridades

    interregionales

    La ciudad de Lima no solo naci sin contar con un ncleo de poblacin autctona, sino

    que se erigi en desmedro de esta. El emplazamiento de la nueva urbe en el valle bajo

    del ro Rmac en 1535 oblig a la pronta reubicacin de los indgenas de los pequeos

    seoros de la zona en el vecino poblado de la Magdalena, a fin de poder usufructuar sus

    tierras.11 Y aunque desde poca temprana afluyeron indios forasteros a la nueva capital

    virreinal, la presencia en ella de residentes indgenas estables no fue aceptada

    plenamente por sus autoridades hasta bien entrado el siglo XVII, en consonancia con

    una legislacin indiana que prescriba lugares separados de residencia para la Repblica

    de indios y la Repblica de espaoles. As, el que una reducida poblacin de indios se

    hubiera afincado dentro de los lmites de la ciudad ya durante el siglo XVI llev a que

    en 1571 el virrey Toledo fundara en su periferia una reduccin bautizada como

    Santiago del Cercado en donde reubicarlos, con lo cual se mantena la separacin

    habitacional de indios y espaoles.12 Con todo, a fines del propio siglo XVI y a lo largo

    de todo el XVII, la continua llegada a la capital virreinal de indios provenientes de otras

    regiones, que se quedaban en ella luego de realizar la mita, o que simplemente buscaban

    evadirse del pago del tributo en sus comunidades de origen, desbord las restricciones

    espaciales del pueblo del Cercado, haciendo imposible la separacin efectiva entre las

    dos repblicas. Finalmente, el propio crecimiento de Lima y la edificacin de sus

    murallas a fines del siglo XVII terminaron absorbiendo a la reduccin de indios dentro

    del casco urbano, y, aunque esta mantuvo cabildo y autoridades propias, en la prctica

    se convirti en un barrio de la ciudad.

    11 Con la fundacin de la ciudad de Los Reyes, el curaca de Lima, Taulichusco, y su gente fueron desplazados de sus antiguas posesiones hacia el paraje conocido como Chuntay, en las inmediaciones de lo que sera posteriormente el solar de la iglesia de San Sebastin. En tiempos del marqus de Caete, y ante el crecimiento de la ciudad, se decidi reubicarlos nuevamente para poder usufructuar sus campos. Se fund entonces el poblado de Santa Mara de la Magdalena, en donde se reunieron, junto con los indgenas del seoro de Lima, a los habitantes de los curacazgos vecinos de Maranga, Guatca, Amancaes y Guala. Rostworowski, Mara. Seoros indgenas de Lima y Canta. Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 1978, pp. 76-77.12 Este pueblo, rodeado por un muro alto de ah el apelativo de Cercado, cuyas tres puertas eran cerradas todas las noches, acogera tambin a los indios de encomienda que llegaban a Lima para cumplir con el servicio de la mita. El 25 de julio de 1571 es la fecha oficial de la fundacin ordenada por Toledo, aunque la ereccin y poblamiento del lugar haba sido iniciada hacia 1568 por el licenciado Lope Garca de Castro. Ver al respecto Crdenas Ayaipoma, Mario. El pueblo de Santiago. Un Ghetto en Lima Virreynal. Boletn del Instituto Francs de Estudios Andinos. IX/3-4 (1980), pp. 19-48.

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  • Junto con una mayora de indios del comn o plebeyos, lentamente se fue

    estableciendo en Lima una cantidad significativa de indgenas nobles de muy diversa

    procedencia tnica, aunque, al parecer, con predominancia de la cercanas comunidades

    serranas de los corregimientos de Huarochir, Canta y Yauyos, y, sobre todo, de los

    cacicazgos de la costa norte peruana. Algunos eran curacas o aspirantes al cargo, que

    iban a la ciudad a presentar recursos ante la Real Audiencia y que, por diversos motivos,

    se terminaban quedando en ella. Otros muchos eran indios principales que carecan de

    cargos en sus comunidades de origen, debido en gran parte a los cambios introducidos

    por la Corona en los sistemas tradicionales de acceso al gobierno comunitario andino.

    Con la implantacin de mecanismos hasta entonces desconocidos, como la sucesin

    patrilineal y el mayorazgo en la herencia de los ttulos cacicales, gran parte de la familia

    extendida de los curacas, tradicionalmente con opcin al mando, vio limitado su acceso

    a los recursos y privilegios correspondientes al gobierno indgena. Este panorama se

    complic an ms con la llegada de indios advenedizos al cargo de curaca, en

    connivencia con personajes influyentes como los encomenderos y corregidores. Muchos

    hijos segundones de curacas se trasladaron entonces a centros urbanos como Lima para

    encontrar nuevos medios de vida, generalmente como maestros artesanos. La fundacin,

    en 1616, del Colegio del Prncipe en el pueblo del Cercado, destinado a la educacin de

    los hijos de caciques, termin consolidando a la capital virreinal como polo de atraccin

    de una elite indgena que, aunque fue poco importante en trminos de poder econmico

    basta compararla con las ricas familias de nobles indgenas cuzqueos o con los

    curacas de los Andes centrales, result significativa por su gran capacidad de agencia

    poltica, ya que pudo hacerse or gracias a su posicin cercana a los altos crculos del

    poder virreinal.

    Si bien es difcil situar temporalmente la aparicin de una elite indgena con

    capacidad de gestin en el escenario poltico limeo, esta asoma como un grupo

    relativamente consolidado ya entre fines del siglo XVII e inicios del XVIII. Su posicin

    de autoridad entre los naturales de la capital virreinal se fundamentaba en las

    posibilidades de representacin que ofrecan las formas de organizacin corporativa

    propias de la cultura occidental urbana cabildo, gremios, cofradas, milicias

    reproducidas por los indios. En la cultura poltica del Antiguo Rgimen, se reconoca

    como natural que cuerpos sociales de este tipo tuvieran autoridades que los gobernaran

    y representaran hacia el exterior, y se entenda tambin como natural que dicha

    representacin recayera en los miembros principales del grupo. Como seala Franois-

    7

  • Xavier Guerra, an en el siglo XVIII el trmino representacin conservaba como una

    de sus acepciones la nocin de personificacin implcita de un grupo en sus miembros

    ms ilustres, lo cual explica que en muchas corporaciones los procedimientos electivos

    para designar a sus autoridades prescindieran de candidaturas y campaas electorales,

    ya que se trataba de designar a los individuos evidentemente ms dignos.13 A tal lgica

    remiten, en el caso de los indios de Lima, prcticas como la empleada en el cabildo de

    naturales del Cercado, en donde la eleccin de alcaldes y regidores quedaba en manos

    de las autoridades salientes y sola restringirse a los miembros prominentes del

    acaudalado gremio de sederos y botoneros; o en las cofradas de indios, en donde la

    eleccin de los mayordomos se cea al limitado crculo de los hermanos veinticuatros,

    designacin que reciban los miembros fundadores o asimilados a esta condicin que

    contaban con voz y voto en los cabildos de la cofrada. Dichos usos reflejan un acceso a

    los cargos de autoridad indgena restringido a aquellos individuos estimados

    precisamente como ms dignos, estimacin en la que debi influir, sin lugar a dudas,

    tanto la calidad de noble como la capacidad econmica esta ltima no como valor en

    s, sino como medio que posibilitaba el gasto suntuario y la pompa acordes con un

    estatus distinguido.

    Junto con este monopolio de los cargos rectores de las corporaciones indgenas

    urbanas, muchos de estos nobles forasteros fortalecieron su posicin de prestigio

    emparentndose con las familias dirigentes tradicionales de los alrededores de la ciudad

    Surco, Magdalena, Miraflores, Lurigancho, Pachacmac, Ate, etc., que, aunque

    haban sufrido un considerable deterioro en su poder y riqueza debido al drstico

    descenso poblacional de sus cacicazgos y a la prdida de tierras, mantenan cierta

    influencia gracias a su responsabilidad en el cobro de los tributos. Por ejemplo, el

    lambayecano Joseph Antonio Mino Llulli Xecfunchumpi, hijo natural del curaca de

    Mrrope y Jayanca,14 contrajo matrimonio en la dcada de 1720 con Martina del

    Sacramento Chillquin, del tronco de los caciques de Amancaes, en Lima. Este enlace

    debi tener importancia estratgica, ya que, aunque los indgenas de Amancaes haban

    sido subsumidos con los otros grupos de la zona en el pueblo de la Magdalena, al

    parecer, en el siglo XVIII, todava podan ser diferenciados en las listas de tributarios y

    13 Franois-Xavier Guerra toma la definicin de representacin del Diccionario de Autoridades (1737): significa tambin autoridad, dignidad, character [sic] [carcter o caracter de caracterstica?. R: Es carcter, pero no va acentuado en el diccionaio de autoridades, tampoco lo acenta Guerra. No estoy seguro], o recomendacin de la persona. Guerra, De la poltica antigua a la poltica moderna, p. 121.14 Archivo General de la Nacin (en adelante AGN), notario Francisco Roldn, protocolo n. 928 (1743-1744), ff. 167-167v.

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  • sus caciques mantenan cierto control sobre tierras comunales.15 Gracias a su

    matrimonio, Mino Llulli qued bien posicionado y ocup, en la dcada de 1730, el

    puesto de secretario del cabildo de naturales del pueblo de la Magdalena.16 Caso ms

    notable es el del tambin norteo don Domingo Chayguac, curaca de Trujillo,17 quien,

    por la misma poca, se afinc en la capital virreinal, casndose con la noble indgena

    Urbana Casamusa, descendiente de uno de los principales linajes del valle de Lima. La

    familia Casamusa ostentaba el curacazgo de la Magdalena,18 y, en virtud de este enlace,

    don Domingo accedi al cargo de procurador del comn de dicho pueblo.

    A su calidad de autoridad indgena local, la elite limea trat de aunar una

    representacin geogrfica y social mucho ms extensa. Tras la conquista hispnica de

    los Andes, aunque algunas estructuras de poder regional subsistieron, las grandes redes

    polticas incaicas desaparecieron. Con la creacin de la Ciudad de Los Reyes y la

    centralizacin en ella de las mximas instancias de la autoridad virreinal, el Cuzco la

    vieja capital del Tahuantinsuyo se convirti en una urbe de importancia secundaria, y

    la antigua nobleza incaica afincada en ella devino en una elite perifrica, con intereses y

    conexiones tan solo de mbito regional, e incapaz de aglutinar en torno a ella a la

    diversidad de etnias andinas con las que haban mantenido vnculos de reciprocidad. En

    este contexto, y en la medida que Lima albergaba a la corte virreinal y a la nica Real

    Audiencia bajoperuana19 instancias ante las cuales concurran curacas de muy diversa

    procedencia para presentar quejas, memoriales y peticiones de toda ndole, su

    posicin como nuevo centro poltico la convirti en un espacio clave de contacto e

    interrelacin de dirigentes indgenas y, por ende, en un mbito propicio para que

    aparecieran pretendientes a representar no solo a la poblacin indgena de la ciudad,

    sino a toda la Nacin de los naturales del Per.

    Este intento de representacin se vio favorecido por el hecho de que muchos de

    los indios nobles residentes en la Ciudad de Los Reyes no haban perdido su conexin 15 Rostworowski, Seoros indgenas de Lima y Canta, pp. 97-100.16 AGN, notario Francisco Roldn, protocolo n. 925 (1734-1742), f. 13v.17 Rostworowski, Mara. Curacas y sucesiones. Costa norte. En Obras completas. Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 2005, t. IV, p. 243. 18 El proceso de unificacin de los curacazgos del valle de Lima se produjo lentamente durante los siglos XVI y XVII. Don Pedro Santilln aparece como curaca de la Magdalena en 1584, teniendo como esposa a Feliciana Casamusa Casapayn, posible heredera de los curacas Caxapaxa. Santiago Casamusa, su hijo, lo suceder, tomando por esposa a Pascuala Charnn Guacay Chayavilca, ltima heredera de los curacas de Maranga y Guatica: Habindose extinguido con el transcurso de los tiempos aquellas proles como igualmente los pueblos de Huatica y Maranga ha quedado el goze de ellos en los Casamusas. AGN, Derecho Indgena, c. 500, f. 69v. Tomado de Rostworowski, Seoros indgenas de Lima y Canta, pp. 87-88. 19 Recin en 1787, y como consecuencia de la gran rebelin de Tpac Amaru, se creara la Real Audiencia del Cuzco.

    9

  • con las elites de sus localidades de origen, lo cual favoreci que en torno a su reducido

    ncleo dirigente se pudiera aglutinar una amplia red de intereses. En un claro ejemplo

    de estrategia de gestin familiar, el hijo mayor de don Domingo Chayhuac, Antonio

    Chayguac Casamusa, hered de su padre el curacazgo de Trujillo, y, al igual que aquel,

    se avecind en Lima. En esta ciudad, Antonio se dedic a defender los intereses

    familiares, a la par que estudiaba jurisprudencia con el deseo de recibirse como abogado

    de la Real Audiencia y, de ser posible cosa que nunca logr, pasar a Espaa a

    presentar los mritos de su linaje.20 Mientras tanto, Francisco Solano Chayguac

    Casamusa, su hermano, actuaba en su nombre como gobernador del curacazgo de

    Trujillo. Posteriormente, sucedi a Antonio en el cargo, al fallecer este en 1765.

    Repitiendo la pauta familiar de forjar vnculos con otras elites indgenas su padre,

    Domingo Chayguac, se haba casado con la noble limea Urbana Casamusa,

    Francisco Solano se cas con una india noble de Cajamarca, doa Juana Cspedes Tito

    Yupanqui.

    Otro testimonio de estas extensas redes de intereses lo constituyen los

    abundantes poderes que les eran girados a los indios principales limeos por curacas de

    diversas latitudes. As, en 1739, el maestro sillero Sebastin Yanapucar Poma recibi

    de su to don Pedro Gonzlez, gobernador y cacique principal de la provincia de

    Huarochir, un poder general para cobranzas particulares o generadas por los tributos de

    los indios a su cargo que se encontraran residiendo en Lima.21 Dicho poder facilitaba al

    curaca serrano no tener que desplazarse constantemente hasta la capital en busca de

    aquellos tributarios que trataban de evadir sus obligaciones convirtindose en forasteros.

    En otros casos, aunque no es posible descubrir lazos familiares o de paisanaje

    entre otorgantes y beneficiarios de los poderes, sin duda se recurri a la capacidad de

    gestin de los miembros de la elite indgena capitalina debido a su posicin cultural

    privilegiada, ya que no era infrecuente que poseyeran no solo conocimientos legales,

    sino incluso de lectura y escritura mnimos que escapaban a las posibilidades de la

    mayora de los individuos no solo indios de la poca. La posesin de estas

    20 Antonio Chayguac tuvo una destacada participacin en la actuacin pblica de la elite indgena de Lima. En 1747, fungi de comisario y procurador de la fiesta de los naturales en honor de la coronacin de Fernando VI, gozando del privilegio de asistir al virrey Manso de Velasco durante las representaciones en qualidad de intrprete, como uno de los principales directores de la fiesta. Annimo. El da de Lima. Proclamacin real, Que de el Nombre Augusto de el Supremo Seor D. Fernando el VI. Rey Cathlico de las Espaas y Emperador de las Indias. N.S.Q.D.G. Hizo la muy Noble y muy Leal Ciudad de los Reyes Lima. Lima, 1748, p. 263. 21 AGN, notario Francisco Roldn, protocolo n. 925 (1734-1742), Registro 1 de naturales de 1739, f. 184v.

    10

  • herramientas culturales sola estar ligada al desempeo de cargos en corporaciones

    indgenas urbanas, que exigan experiencia en el manejo de pleitos y papeles. Un caso

    ejemplar, en este sentido, es el de Rodrigo Gago Quillay, quien, entre las dcadas de

    1720 y 1750, desempe con asiduidad los cargos de procurador y mayordomo de la

    prestigiosa cofrada de indios de Nuestra Seora de Copacabana. En 1744, Gago recibi

    un poder general para pleitos, cobros de deudas y herencias de parte de don Ascensio

    Guaynacaxa Cndor Romero, cacique principal del ayllu Antas Orejones Aucos; don

    Pablo Guaynacaxa Cndor Romero, cacique principal del repartimiento y ayllu de

    Cocha y Ancara; y don Joseph Guacre, gobernador del pueblo y ayllu de Lurinsaya,

    todos en la provincia de Huanta.22 Ese mismo ao, el maestre de campo don Joseph

    Caldern, cacique principal del repartimiento de Tarma, otorg otro poder a Gago, que

    inclua la potestad de cobrar los tributos a los indios del repartimiento que se hallaran en

    Lima, y lo facultaba para presentar ante el Superior Gobierno, en su nombre y en el del

    comn de los indios del repartimiento, las provisiones de fbrica de las iglesias del

    repartimiento con el fin de conseguir su financiacin.23

    El caso de Rodrigo Gago no era excepcional. Un poder en similares trminos le

    fue otorgado, en 1744, a Sebastin Antipara por entonces tambin mayordomo de la

    cofrada de indios de Copacabana24 por parte de don Agustn de Carguaray, cacique

    principal y gobernador de la provincia de Cajamarca.25 Y un ao antes, Antonio Cabo

    Yupanqui, uno de los indios posteriormente implicados en la conspiracin de Lima de

    1750 y a la sazn maestro mayor del gremio de silleros de la ciudad, recibi un poder

    general para pleitos de don Lorenzo Copaja y Ninaja, cacique principal del lejano

    pueblo sureo de Tarata, en el corregimiento de Arica.26 El ya mencionado Sebastin

    Yanapucar Poma era tambin mayordomo, en este caso de la cofrada de San Joaqun,

    en la parroquia de Santa Ana, habitada por gran cantidad de indios de Huarochir, lo que

    le facilitaba el acceso y control sobre los tributarios de su to avecindados en Lima.

    22 AGN, notario Francisco Roldn, protocolo n. 925 (1734-1742), Registro 2 de escripturas de naturales deste ao de 1744, ff. 317-318v.23 Ib., f. 323.24 AGN, notario Francisco Roldn, protocolo n. 928 (1743-1744), f. 196.25 Ib., f. 236v. 26 AGN, notario Francisco Roldn, protocolo n. 925 (1734-1742), Rexistro 2 de 1743 de yndios, ff. 82-82v. Muy probablemente, el poder otorgado por don Lorenzo Copaja se inscribe en el largo y controvertido pleito que desde inicios del siglo XVIII enfrentaba a miembros de las familias Copaja y Ticona-Ninaja por los derechos sucesorios del cacicazgo de Tarata. Ver al respecto Hidalgo Lehuede, Jorge y Nelson Castro Flores. El liderazgo tnico en Atacama, Altos de Arica, Tacna y Tarata (Siglo XVIII). Chungar. 36, suplemento especial (2004), pp. 799-811. Ver tambin Cneo-Vidal, Rmulo. Historia de los Cacicazgos Hereditarios del sur del Per. En Obras Completas. Lima: Grfica Morsom, 1977, t. I.

    11

  • La existencia de amplias redes de representacin tejidas en torno a los miembros

    de la elite indgena de Lima no debe entenderse como prueba de que se hubiera forjado

    una identidad india homognea en el virreinato. Ms que a un sentimiento colectivo,

    dichas vinculaciones remiten a una estrategia de accin. Como seala Pedro Prez

    Herrero, los nativos americanos eran indios en su relacin con el imperio espaol, pero,

    al mismo tiempo, mantenan sus diferentes identidades locales, reforzadas con la

    relacin directa entre cada comunidad de vasallos y el monarca hispano.27 As pues, la

    estrategia de diversas elites indgenas de presentarse ante el rey en nombre de la

    Repblica de indios se puso en prctica coyunturalmente al reclamar privilegios e

    intereses que se reconocan como compartidos en el marco de un tambin compartido

    estatuto jurdico. Esto no implicaba, sin embargo, la renuncia a actuar de forma

    individual o unos contra otros al tratarse del acceso a privilegios particulares.

    La mayora de edad de la Repblica de indios en debate. Las fiestas de naturales de

    1723 y 1725

    Como ya se ha sealado, la ordenacin jurdica colonial colocaba a la Repblica de

    indios en una situacin de minora de edad legal, en la cual la incapacidad de

    autogestin alcanzaba no solo a los indios del comn, sino tambin a sus elites. Dentro

    del sistema procesal, esta minora de edad se traduca en la intermediacin tutelar

    ejercida por defensores y procuradores espaoles en cualquier accin jurdica

    emprendida por los indios, tanto a ttulo comunal como individual. De manera que,

    aunque los miembros de la Repblica de indios tenan el privilegio de poder acceder a

    todas y cualesquiera instancias judiciales para presentar sus causas, lo hacan siempre de

    manera indirecta, representados por terceros ajenos a su nacin.

    Sin embargo, desde fines del siglo XVII, la nobleza indgena andina comenz a

    invocar de manera continua la reconsideracin de esta situacin. Gracias a las gestiones

    del presbtero mestizo Juan Nez Vela en la corte de Madrid, la Repblica de indios se

    vio favorecida, en 1697, por una real cdula expedida por Carlos II conocida como la

    cdula de los honores en la que se reconoca a los indios y mestizos descendientes de

    caciques la calidad de nobles en su raza, con todas las preeminencias y honores, as en

    lo eclesistico como en lo secular, que se acostumbra conferir a los nobles hijosdalgo de

    Castilla, y, en consecuencia, ordenaba a los virreyes, audiencias, obispos y dems

    27 Prez Herrero, La Amrica Colonial, pp. 296-297.

    12

  • autoridades que los indios fueran ordenados sacerdotes, admitidos en las rdenes

    religiosas, educados en los colegios y promovidos segn su mrito y capacidad a las

    dignidades eclesisticas y oficios pblicos en igualdad con los espaoles.28 Esta

    concesin real, adems de equiparar a la nobleza indgena con la espaola, abra a sus

    miembros una puerta a la representacin oficial de su Repblica. Sin embargo, ms de

    un cuarto de siglo despus de su recepcin, la cdula no haba tenido an una aplicacin

    efectiva, por lo que la elite indgena limea esperaba hacer valer los privilegios en ella

    contenidos de la mano de la nueva dinasta reinante, la casa de Borbn.

    Muy pronto, se dara la ocasin para demostrar la fidelidad de la nacin de

    naturales ante sus nuevos gobernantes. Fenecida la Guerra de Sucesin espaola y tras

    el conflictivo relevo dinstico que sigui a la muerte de Carlos II ltimo monarca

    Habsburgo y dispensador de la cdula de los honores, en 1723 y 1725 se oficiaron las

    nupcias y posterior proclamacin de Luis I, tras la abdicacin de su padre Felipe V. La

    intrascendencia poltica del reinado del primer Borbn genuinamente espaol Luis

    falleci siete meses despus de su investidura, lo que oblig a Felipe V a volver al

    gobierno contrast con la profunda importancia simblica que envolvi su ascenso al

    trono. Ambas efemrides fueron celebradas por la nueva casa gobernante como signos

    visibles de su consolidacin en la posesin de la corona espaola,29 y, en tal sentido, se

    oficiaron grandes ceremonias a lo largo y ancho del imperio en las que los funcionarios

    reales trataron de conseguir de las elites locales el reconocimiento del legtimo derecho

    a reinar del flamante monarca, tejiendo en torno a su figura una vasta red de fidelidades

    individuales, corporativas e institucionales que teniendo presente el reciente conflicto

    sucesorio inclinara definitivamente la balanza de alianzas y clientelas polticas en

    favor de la casa de Borbn.30

    La predominancia de los intereses de la Corona no debe hacer pensar, sin

    embargo, que las expectativas locales secundarias desde la perspectiva monrquica

    no condicionaran el desarrollo y los discursos de las celebraciones reales en cada urbe y 28 Konetzke, Richard. Coleccin de Documentos para la Historia de la Formacin Social de Hispanoamrica. 1493-1810. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Cientficas, 1962, vol. III, t. 1, pp. 66-69. Juan Carlos Estenssoro sostiene que esta resolucin tan favorable hacia los indios habra sido propiciada por la buena acogida del monarca al proceso de canonizacin del indio Nicols de Aylln, que entre fines del siglo XVII e inicios del XVIII fue promovido por la elite indgena limea. Del paganismo a la santidad, pp. 496-498, 513.29 Rodrguez Garrido, Jos Antonio. Lo que no ha de poder expresar la voz. Poesa y emblemtica en el arco triunfal de Pedro de Peralta para la proclamacin en Lima de Luis I (1724). En Zafra, Rafael y Jos Javier Azanza. Emblemata urea. La Emblemtica en el Arte y la Literatura del Siglo de Oro. Madrid: AKAL, 2000, p. 354. 30 De la Flor, Fernando R. Atenas castellana. Ensayos sobre cultura simblica y fiestas en la Salamanca del Antiguo Rgimen. Salamanca: Junta de Castilla y Len, 1989, p. 134.

    13

  • regin. Las ceremonias y fiestas del Antiguo Rgimen constituan espacios apropiados

    para mostrar y consolidar, mediante el protocolo, el estatus social alcanzado o

    pretendido por los distintos actores corporativos,31 y, en tal sentido, las fiestas reales

    de 1723 y 1725 fueron aprovechadas por los dirigentes indgenas de Lima para plasmar

    pblicamente su visin del estatus de la Repblica de indios dentro de la jerarqua social

    colonial, as como de la naturaleza de su relacin de vasallaje con la Corona.

    Sintonizando con el inters borbnico por conseguir reconocimientos a su sucesin

    dinstica, la elite indgena limea eligi escenificar en ambas festividades unas

    mascaradas o desfiles de los reyes incas con sus squitos e indumentarias al estilo de los

    triunfos del Renacimiento europeo,32 en que los soberanos prehispnicos representados

    aclamaron como nuevo inca al monarca Borbn, a la par que fortalecan el estatus de

    nobleza para la elite indgena colonial como descendiente de unos incas rehabilitados.

    As, en 1723, los incas que desfilaron le dedicaron al heredero del grande inca espaol,

    y al hijo del ms augusto Sol, el mayor homenaje de su jbilo, mientras que, en 1725,

    las comitivas de los incas cerraron su participacin en la mascarada acercndose en

    orden a la galera del virrey para, despus de algn breve poema, pronunciar la

    exclamacin: Viva el gran ynca don Luis Primero.33

    El recurso de la elite indgena de Lima de emparentar en una lnea dinstica

    ininterrumpida a los incas y a los soberanos espaoles no resultaba del todo novedoso.

    Dicho discurso ya haba sido enunciado de manera exitosa por el presbtero Nez Vela

    en uno de los memoriales que dirigiera a Carlos II, en el que le daba el ttulo de inca del

    31 Para Franois-Xavier Guerra, la importancia concedida por los actores corporativos a los conflictos de prelacin recurrentes en las ceremonias del Antiguo Rgimen manifiesta en el registro simblico esta constante competencia por acrecentar privilegios y redefinir o mantener las jerarquas sociales. De la poltica antigua a la poltica moderna, p. 117. En esta lnea, Rodrguez Garrido seala que al discurso de fidelidad exigido por la Corona, las elites criollas americanas superpusieron permanentemente una demanda por recomponer su relacin con esta. Dicha negociacin se reproduca tambin en el mbito simblico, encontrando un espacio privilegiado en las fiestas pblicas. As, en las celebraciones reales de 1725, la elite criolla peruana trat de redefinir su posicin en el orden imperial, objeto al que se ci el arco efmero mandado a erigir por el prominente criollo limeo Jos de Santa Cruz y Gallardo, segundo conde de San Juan de Lurigancho, en el que se expresaba un doble discurso: por un lado, el papel destacado del virreinato peruano en el sostn econmico de la Corona, y, por otro, la importancia de la nobleza local para el equilibrio poltico del imperio. Lo que no ha de poder expresar la voz, pp. 354-357.32 Perissat, Karine. Los incas representados (Lima, siglo XVIII). Revista de Indias. LX/220 (2000), p. 624.33 Peralta Barnuevo, Pedro de. Jbilos de Lima y Fiestas Reales, que hizo esta muy Noble y Leal Ciudad, Capital y Emporio de la Amrica Austral, en celebracin de los augustos Casamientos del Serenssimo Seor Don Luis Fernando, Prncipe de las Asturias, N. Seor, con la Serenssima Seora Princessa de Orleans. Lima: Imprenta de la Calle de Palacio, 1723, sin foliacin; Fernndez de Castro y Bocngel, Gernimo. Elisio Peruano. Lima: Francisco Sobrino, 1725, sin foliacin.

    14

  • Per y enumeraba a los monarcas prehispnicos que lo haban precedido.34 El discurso

    dinstico de Nez Vela haba servido tambin como fuente de inspiracin para el

    grabado del jesuita Alonso de la Cueva en el que se representaba de manera continua los

    retratos de los monarcas incas y espaoles, y cuyo programa iconogrfico se vio

    reproducido a su vez en diversos cuadros y grabados. Incluso, un gran lienzo con esta

    temtica era conservado por los indios de Lima en la sala capitular de la cofrada de

    Copacabana, en la iglesia del mismo nombre que haban erigido en el barrio de San

    Lzaro, lugar en donde regularmente se reuna el cabildo de indios del Cercado.35

    Esta argumentacin encerraba, sin embargo, una contradiccin, la cual poda

    resultar problemtica para quienes pretendan reivindicar una herencia poltica de los

    incas tanto para la Corona espaola como para la nobleza indgena colonial: la paradoja

    de sostener un discurso que proclamaba la legitimidad poltica de los incas a la vez que

    asuma su destitucin con la conquista, sin negar con ello la legitimidad que de tal

    conquista se derivaba para la corona espaola. El problema era, pues, el de mantener la

    legitimidad de los incas sin anular al mismo tiempo la validez de los justos ttulos

    tradicionalmente exhibidos por los reyes espaoles. Este escollo se salv mediante un

    ejercicio de reinterpretacin de la historia en el que se postulaba que el emperador

    Carlos V no haba sido el primer monarca legtimo del Per suponiendo que basara su

    soberana sobre el derecho de conquista, sino el decimoquinto soberano de un reino

    cuya corona no haba conquistado, sino heredado. Al efecto, se argumentaba que

    Huscar, el ltimo inca legtimo, no haba dejado descendiente varn, mientras que

    Atahualpa, catalogado como el vencido, era acusado de usurpador, con lo que se

    facilitaba el traslado del imperio a una nueva dinasta.36

    Si Nez Vela integr a los monarcas de la casa de Habsburgo en una secuencia

    dinstica que comenzaba con Manco Cpac y terminaba con su destinatario, Carlos II,

    en las fiestas de naturales de Lima se extendi de manera conveniente esta lnea

    sucesoria, incluyendo en ella a los reyes de la flamante casa gobernante: Felipe V y Luis 34 Buntix, Gustavo y Luis Eduardo Wuffarden. Incas y reyes espaoles en la pintura colonial peruana: la estela de Garcilaso. Mrgenes. Encuentro y debate. IV/8 (1991), pp. 164-168; Estenssoro, Del paganismo a la santidad, pp. 499-500.35 Nuez Vela haba recomendado a los curacas de Lima que hicieran un cuadro en donde, bajo la efigie de nuestro poderosssimo inga D. Carlos II augustssimo emperador de la Amrica, figuraran los nombres de los inquisidores que apoyaron su gestin ante la Corona para que los indios pudieran ocupar cargos en el Santo Oficio. Buntix y Wuffarden, Incas y reyes espaoles en la pintura colonial peruana, pp. 165-166. Tambin resultan claros los vnculos entre el discurso expresado en las fiestas de naturales de Lima de 1723 y 1725 y las concepciones polticas de Nuez Vela, si nos atenemos a la afirmacin de Estenssoro de que, a su vuelta de Espaa, el clrigo mestizo ocup el puesto de capelln de la iglesia y beaterio de Copacabana. Del paganismo a la santidad, p. 497.36 Estenssoro, Del paganismo a la santidad, pp. 499-500.

    15

  • I. De esta manera, los indios nobles de Lima no solo legitimaban a los nuevos

    monarcas, ligndolos a un pasado ms antiguo y glorioso que el de la conquista de

    Pizarro, sino que, al autoproclamarse coherederos de la memoria de los incas, tambin

    se legitimaban a s mismos, trayendo a colacin los viejos vnculos de vasallaje y

    privilegios de origen prehispnico, que renovaban simblicamente con el flamante inca

    espaol durante el desfile de sus predecesores incaicos. Resultaba este un medio

    efectivo para mostrar simblicamente que, a la vez que buenos vasallos que declaraban

    pblicamente su fidelidad, los dirigentes indgenas eran nobles en su raza, y que el

    reconocimiento a su nobleza estaba justificado por una versin del pasado escenificada

    en las mascaradas incas, de la que hacan copartcipes e interesados valedores a los

    nuevos monarcas borbones.

    No se puede saber con certeza qu efecto tuvo la puesta en escena de esta

    reformulacin del pasado en el nimo de las autoridades peninsulares, aunque es

    probable que el estamento indgena saliera de las celebraciones reales con una imagen

    fortalecida. En tal sentido, las fiestas de naturales de 1723 y 1725 habran servido de

    adecuado teln de fondo para las gestiones que en ese momento llevaba a cabo en la

    corte madrilea don Vicente Mora Chimo, curaca principal del repartimiento de

    Chicama. Este haba logrado pasar a la pennsula en 1721 con la autorizacin del

    prncipe de Santo Buono, virrey del Per como apoderado de los pueblos de Santiago

    de Cao, San Esteban, Chcope y Santa Mara Magdalena de Cao para denunciar los

    abusos del corregidor y visitador de tierras Pedro Ignacio de Alzamora. Ya en Madrid, y

    premunido de poderes de varios curacas andinos que lo acreditaban como procurador

    general de los naturales del Per, Mora Chimo consigui que se expidiera una

    disposicin fechada el 28 de febrero de 1725 en la que el rey reiteraba los trminos

    de la cdula de los honores de 1697 y mandaba que se le diera efectivo cumplimiento,

    tal como ya se haba hecho en el virreinato de Nueva Espaa.37 Conocedores de la

    llegada al Per de esta cdula favorable a sus intereses, los indios principales de Lima

    presentaron un memorial al virrey Jos de Armendriz, marqus de Castelfuerte,

    solicitndole que abiendo por presentada la dicha real sdula se sirba de mandar que se

    guarde cumpla y execute segn y como en ella se contiene y que en su conformidad se

    publique por bando por las calles acostumbradas con toda la solemnidad que pide la

    materia, de suerte que se haga manifiesto su conthenido saliendo en paseo con los

    37 Archivo Histrico Nacional (Madrid) (en adelante AHN), Consejo de Indias, leg. 20.161, c. 4, ff. 7-7v.

    16

  • casiques y cabos principales.38 En los primeros meses de 1726, Castelfuerte daba

    noticia al rey de la promulgacin de dicha cdula.

    Como desarrollo lgico de los contenidos de la cdula de los honores en el

    campo jurdico, en 1732, la elite indgena de Lima otorg nuevos poderes a Vicente

    Mora Chimo para que gestionara ante la Corona la concesin a los indios del privilegio

    de tener procuradores de su nacin. Estas diligencias fueron continuadas el ao

    siguiente por Pedro Nieto de Vargas, apoderado del cabildo de naturales de Lima en

    Madrid. En un memorial impreso dirigido al rey, Nieto de Vargas seal que el

    principal defecto que el virrey Toledo haba encontrado en los indios para negarles tener

    defensores y procuradores de su nacin, su falta de polica, que los converta en

    personas rudas, y brbaras, difciles de reducir a la sociedad de las gentes, era una

    condicin largamente superada. Abundaban ya en la nacin de naturales sujetos

    aplicados a la jurisprudencia, y dems facultades, y ciencias, e instruidos en sus leyes

    municipales, costumbres, y prcticas de aquellos juzgados, los que se hacan

    merecedores de representar a la poblacin indgena, ms an cuando la labor de los

    defensores y procuradores espaoles estaba en entredicho.39 Adems, tras el

    fallecimiento de Jos Mara de Estela y Melchor de Carbajal, procuradores generales de

    naturales ante la Audiencia de Lima, los dirigentes indgenas de la ciudad se lamentaban

    de que los nuevos beneficiarios de tales cargos nombrados durante el mandato del virrey

    Castelfuerte fueran al mismo tiempo procuradores del nmero en la Audiencia, de

    manera que ya no los atendan en exclusiva, sino tambin a clientes espaoles, lo que

    conllevaba una duplicidad de intereses, con la cual los indios se vean perjudicados.40

    Nieto de Vargas daba cuenta de esta situacin en su memorial: Son oficios [los de

    defensores y procuradores de indios] que solo conservan el nombre, y no el exercicio:

    realidad que fcilmente comprobar Vuestra Magestad si manda reconocer en las

    oficinas del Consejo las quexas, recursos, o apelaciones introducidas por los referidos

    defensores.41

    Las gestiones de Mora Chimo y Nieto de Vargas en la corte no tuvieron, sin

    embargo, una buena acogida por parte del virrey Castelfuerte. Como precedente directo

    38 Ib., f. 1v. Las cursivas son mas. 39 Nieto de Vargas, Pedro. Por Don [Pedro Nieto de Vargas], Diputado de los Indios del Reyno del Per, reiterando la splica hecha a S.M. en 1732, de nombrar Defensores generales y particulares para los Indios del Per y dos Procuradores en cada Audiencia para la defensa de sus pleitos y causas. Madrid, c.1733, ff. 4-4v.40AGN, Derecho Indgena, leg. 18, c. 311, El cabildo de naturales de Lima contra los procuradores espaoles de indios, 1762-1777, f. 9. 41 Nieto de Vargas, Por Don [Pedro Nieto de Vargas], Diputado de los Indios, f. 3v.

    17

  • de la peticin de poder nombrar procuradores indgenas, en 1730, los indios de Lima

    haban denunciado ante el Consejo de Indias, mediante el propio Nieto de Vargas, a don

    Pedro de la Concha y Roldn, protector general de naturales de la Audiencia de Lima,

    acusndolo de favorecer con su inaccin a su padre, el marqus de Casa Concha, dueo

    de varias haciendas servidas por indgenas, cuyos reclamos de justicia eran desodos

    debido a la parcialidad del protector. El marqus de Casa Concha, adems de oidor

    decano de la Audiencia, era amigo ntimo y consejero de Castelfuerte, por lo que las

    acciones legales emprendidas contra su hijo no debieron ser del agrado del virrey,

    mxime cuando el Consejo de Indias, tras dos consultas en 1734 y 1735, dio la razn a

    los denunciantes y orden la destitucin del protector. Esta orden llegara al virrey en

    1735, cuando Pedro de la Concha ya haba fallecido, y Castelfuerte tuvo que

    comunicrsela al padre y a la viuda del depuesto funcionario, hecho que caus gran

    conmocin dada la reputacin de los afectados.42

    Es muy posible que como trasfondo inmediato de la denuncia a Pedro de la

    Concha y de la peticin de nombrar procuradores indgenas se hallara, a su vez, la

    preocupacin por atajar con valedores eficaces los perniciosos repartos con que los

    corregidores cargaban a la poblacin indgena, y que Castelfuerte estaba tratando de

    legalizar. El virrey consideraba que el reparto era solo gravoso en la medida que se

    distribuyeran mercancas intiles o que mediara violencia en el trato o en el pago,

    situacin que se solucionara con su regulacin, hacindolo provechoso a la poblacin

    indgena y, en ltima instancia, tambin a la Corona, la que se beneficiara con el cobro

    de alcabalas por dicho comercio. En ltima instancia, achacaba los abusos en el reparto

    a la necesidad que tenan los corregidores de resarcirse por el alto precio que pagaban

    por el cargo en la pennsula, ofreciendo como solucin la posibilidad de que su

    designacin quedara bajo control virreinal y se realizara de forma gratuita.43 Tal postura

    alarm a los lderes indgenas en la medida que Castelfuerte haba favorecido a varios

    de sus familiares y criados con puestos de corregidores, hacindose de la vista gorda

    cuando estos retenan los montos de los tributos a cuenta de los repartos.44

    42 Moreno Cebrin, Alfredo. El virreinato del marqus de Castelfuerte, 1724-1736. El primer intento borbnico por reformar el Per. Madrid: Catriel, 2000, pp. 264-265.43 Ib., pp. 280-282; OPhelan Godoy, Scarlett. Un siglo de rebeliones anticoloniales. Per y Bolivia, 1700-1783. Cuzco: Centro de Estudios Regionales Andinos Bartolom de Las Casas, 1988, p. 63. 44 Esta situacin ya haba originado mltiples denuncias de las autoridades tnicas en contra de los corregidores y, en especial, en contra de varios familiares del virrey, lo que lleg a odos de la Corona mediante el procurador Mora Chimo. Especial resonancia tuvo la denuncia interpuesta por don Jos Choquehuanca, curaca de Azngaro, en contra de su corregidor, Leandro Ruiz y Urquiza, criado de Castelfuerte, quien haba embargado los bienes del lder indgena para asegurar el pago del reparto. Incapaz de conseguir justicia en instancias locales, Choquehuanca se traslad a Lima para continuar con

    18

  • En este contexto, y sin esperar una respuesta de la pennsula a la peticin de

    nombrar procuradores de su nacin, en octubre de 1734, la elite indgena de Lima, junto

    con curacas de una amplia procedencia geogrfica, organizaron un frente comn para

    propulsar a uno de sus miembros como apoderado general de la Repblica de indios.45

    Los firmantes que se presentaban ampliamente como representantes de todos los

    dichos sujetos que componen los tres gremios [de la nacin de naturales], militar,

    casiques y governadores y maestros maiores de los mencionados oficios46 hicieron

    recaer dicha representacin en Valentn Mino Llulli Xecfunchumpi, indio natural del

    valle de Lambayeque, que, como otros muchos indios principales, se haba trasladado a

    la Ciudad de Los Reyes para solicitar ante la Real Audiencia el reconocimiento de su

    ascendencia noble.47 Mino Llulli era por entonces mayordomo de dos importantes

    cofradas indgenas de Lima: la de Nuestra Seora de Copacabana y la de Nuestra

    Seora de Loreto, en la parroquia de Santa Ana. Adems, en 1725, haba intervenido en

    la fiesta de naturales de Lima en honor de la coronacin de Luis I personificando a

    Tunupa, embaxador e intrprete de los Incas, papel por el cual le correspondi

    explicar ante el virrey Castelfuerte los pormenores de la actuacin festiva indgena.48 El

    poder otorgado a Mino Lulli lo facultaba para intervenir en defensa de los pueblos,

    provincias, gremios y particulares firmantes, con cargo de informar a sus representados,

    sus alegatos ante la Audiencia, pero fue encarcelado durante nueve meses por orden del virrey. Moreno Cebrin, El virreinato del marqus de Castelfuerte, pp. 282-283.45 AGN, notario Francisco Roldn, protocolo n. 925 (1734-1742), ff. 2-3v. Entre los otorgantes, figuraban, adems de los oficiales de milicias y los maestros mayores de los gremios indgenas de la ciudad, los siguientes curacas: don Pascual de Casamusa, cacique de Magdalena, Guatica y Maranga; el maestre de campo don Marcos Chiguantopa Coronilla Ynga, gobernador del marquesado de Oropesa y Paucartambo; don Juan Santos Quispe Lloclla, cacique y segunda persona del repartimiento de Huarochir; don Pedro Gonzales Florencia, cacique principal y gobernador de la provincia de Huaylas; don Roque Acha de Morales, cacique principal de Hatun Huaylas; don Francisco Games Guama Copa (o Guamn Cpac), cacique principal de San Ildefonso de Caraz; don Pedro Alvino, cacique principal del Pueblo de Masn de Huaylas; y don Pedro Bautista Mora Chimo, cacique principal del pueblo de San Salvador de Mansiche y hermano de Vicente Mora Chimo. 46 Ib., f. 2.47 De ello da constancia la relacin de la fiesta de naturales de 1747: Don Valentn de la Rosa Mino-Llulli, que tiene executoriada en este Superior Govierno su descendencia de los primeros caziques, y pobladores del pueblo de Lambayeque del corregimiento de Saa. El da de Lima, pp. 254-255. 48 En su calidad de embajador de los Incas, Mino Llulli se adelant al resto de la mascarada y, puesto frente a la galera que ocupaba el virrey, espres en breve, y conceptuoso poema su nombre, y su embaxada que se redujo a tomar el beneplcito de Su Exc. para que saliesen a solemnizar la regia aclamacin, los emperadores incas en seal del rendido vasallage que le prestavan. Al efecto, extrajo de sus ropajes un quipu de seda anudado que funga de carta credencial de lo expresado, imitando el modo de caracterizar o escrivir sus expresiones los antiguos vasallos de aquellos grandes monarchas [...] que corresponde a enumeracin o quenta. Fernndez de Castro, Elisio Peruano, sin foliacin. En esta fiesta, Mino Llulli agregaba a su nombre el apelativo Falempiciam, que aluda al ltimo gobernador libre del norte, y que, en la dinasta Chim, aparece como cacique gentil contemporneo de Huscar. Rostworowski, Curacas y sucesiones, p. 253.

    19

  • as como remitir instrucciones al procurador general Mora Chimo, coordinando con l

    sus acciones ante las autoridades en Madrid.

    Entendindola probablemente como un desafo a su autoridad, la respuesta del

    virrey a esta demostracin de autonoma poltica indgena fue contundente. Luego de

    consultar con el fiscal de la Audiencia, orden anular el poder conferido a Valentn

    Mino Llulli, advirtindole a este que no se entrometa con los indios en ajenziarles

    ningn serbisio ni representacin que agan ni tendr intervensin alguna con ellos con

    ningn pretexto pena de seis aos de destierro a la isla de la Piedra.49 El hostigamiento

    a Mino Llulli no qued ah: a fines de 1734, era cesado de su puesto de mayordomo de

    la cofrada de Copacabana y expulsado de la misma por orden del arzobispo Francisco

    Antonio Escandn, acusado de haberse reelegido en dicho cargo. Quizs por escapar de

    este ambiente poco propicio, Mino Llulli se traslad temporalmente al alejado poblado

    serrano de Santa Ana de Huarochir, en donde actu como escribano del cabildo

    indgena local. En 1737, ya bajo el gobierno del virrey Villagarca, reapareci en Lima,

    tambin como escribano de cabildo.50 Finalmente, Felipe V expidi el 10 de julio de

    1735 una real cdula favoreciendo a la Repblica de indios en su pretensin de tener

    procuradores propios de su nacin, aunque, extraamente, la cdula se extravi en la

    Secretara de Cmara del virrey. Las disposiciones en ella contempladas se aplicaran

    recin en la dcada de 1760, cuando en un nuevo contexto poltico que analizar ms

    adelante los indios de Lima retomaron sus negociaciones con la Corona.51

    El ltimo desfile de los incas en Lima (1747)

    En 1747, se present una nueva ocasin para que la Ciudad de los Reyes diera muestras

    de devocin y fidelidad a la Corona. Tras el fallecimiento de Felipe V, ascendi al trono

    espaol Fernando VI, y, como en otras ocasiones, se orden que se festejara el hecho

    dinstico. Sin embargo, la situacin econmica de Lima era muy crtica en ese

    momento, ya que solo un ao antes, el 28 de octubre de 1746, un terremoto haba

    asolado la ciudad, y el maremoto subsiguiente haba arrasado totalmente el vecino

    puerto y fortaleza del Callao, cobrando ambos desastres alrededor de 12 mil vidas.52

    Frente a esta situacin, se hicieron or autorizadas voces que pedan recortar los gastos 49 AGN, notario Francisco Roldn, protocolo n. 925 (1734-1742), f. 2.50 Harth-Terr, Emilio. Negros e indios. Un estamento social ignorado del Per colonial. Lima: Editorial Juan Meja Baca, 1973, pp. 165, 168. 51AGN, Derecho Indgena, leg. 18, c. 311, El cabildo de naturales de Lima contra los procuradores espaoles de indios, 1762-1777, f. 8v.

    20

  • festivos en aras de recuperar con presteza la prosperidad perdida.53 Inclinndose el

    entonces virrey Jos Manso de Velasco por esta opinin, encarg al oidor Pedro Bravo

    y Castilla que coordinara con el cabildo de la ciudad la ejecucin de las fiestas.

    Decidieron estos que lo ms adecuado era limitarse a escenificar tres obras de teatro en

    el palacio virreinal, a cargo de los gremios espaoles, optando por suprimir las

    tradicionales fiestas taurinas, argumentando, desde una postura ilustrada, que producan

    un estado de nimo que excitado en los nobles es generosidad, [mientras] es en el

    vulgo ozada. No deban, pues, alentar conductas errneas en el pueblo, ya que

    quanto menos se intereze su ignorancia, ser ms proporcionado un culto, que ha

    obtenido la razn. La plebe debera contentarse con las alegras que producirn las

    fiestas de los naturales, [con las que] tiene bastante premio su conocida lealtad, para lo

    que permiten la ocasin, y la estrechez del tiempo.54

    En estas circunstancias, ausente de la escena pblica cualquier otro evento que le

    restara protagonismo, la fiesta de naturales de 1747 se presentaba como una tribuna

    inmejorable para expresar las reivindicaciones de la Repblica de indios. Sin embargo,

    la situacin poltica de la elite indgena de Lima era mucho menos halagea que la de

    la dcada de 1720. A pesar de que la cdula de los honores no haba tenido todo el

    efecto deseado pese a su confirmacin en 1725, y que la orden real de nombrar

    procuradores indgenas haba cado en el olvido, sus preocupaciones presentes no se

    dirigan ya a reclamar el cumplimiento de los privilegios prometidos por la Corona, sino

    a despejar las dudas sobre su fidelidad que la reciente y geogrficamente prxima

    rebelin del indio Juan Santos Atahualpa haba sembrado entre las autoridades

    coloniales. A diferencia de otras revueltas y asonadas indgenas que por su magnitud y

    lejana no haban tenido mayor impacto en la opinin de la alta burocracia capitalina, la

    rebelin encabezada por Juan Santos Atahualpa (quien tom el ttulo de Apu-Inca) fue

    percibida como una seria amenaza al dominio espaol en los cercanos corregimientos de 52 Campbell, Leon G. The Military and Society in Colonial Peru. 1750-1810. Filadelfia: The American Philosophical Society, 1978, p. 13.53 Las opiniones respecto de la manera ms apropiada de celebrar las fiestas reales no fueron unnimes. El cabildo secular de la ciudad era partidario de oficiarlas con la pompa y gastos de costumbre para no contrariar los deseos del monarca, mientras que el cabildo eclesistico objetaba que, de realizarse, se interrumpiran los actos sagrados de compuncin previstos para el mes de octubre en conmemoracin del terremoto y maremoto recientes. Era de pblica opinin que estos sucesos se deban al castigo divino, y el estado clerical estaba aprovechndolos para realizar una total reforma de las costumbres. La Real Audiencia, en la persona de su fiscal, consider lgica la peticin del cabildo catedralicio, en la medida de que era el rey de reyes el primero al que se deba fidelidad cosa que comprendera el monarca terrestre. Adems, las fiestas podran impedir la pronta reconstruccin de la ciudad, obra que deba ser considerada como verdadera muestra de fidelidad a su soberano. El fiscal seal que, en ltima instancia, era el virrey el intrprete ms adecuado de los deseos de la Corona. El da de Lima, pp. 254-255.54 Ib., p. 255.

    21

  • Tarma y Jauja, en la sierra central, y, por extensin, a la seguridad del propio centro

    neurlgico del virreinato, la Ciudad de Los Reyes.

    Juan Santos haba logrado organizar un conglomerado multitnico de indios

    serranos y selvticos que, desde sus bases en la selva alta central, en la frontera oriental

    del virreinato, mantuvo en jaque durante una dcada (1742-1752) a las fuerzas regulares

    y milicianas que contra l mandaron las autoridades de Lima, a la par que se granjeaba

    las simpatas de la poblacin indgena de la sierra central. Autotitulado descendiente del

    ajusticiado inca Atahualpa, Juan Santos inici su rebelin en mayo de 1742,

    proclamando que era el nuevo inca rey que llegaba para reclamar su reino y sus

    vasallos. Declaraba haber sido enviado por Dios para ordenar el mundo, al cual dividira

    en tres reinos independientes: Espaa para los espaoles, frica para los africanos y

    Amrica para sus hijos los indios y mestizos. Esta transformacin se iniciara en la

    selva, extendindose a la sierra y culminando con la coronacin de Juan Santos en

    Lima.55 Los planes del rebelde debieron de tener eco en la capital virreinal, si nos

    atenemos a una carta al rey escrita desde Cartagena de Indias el 15 de febrero de 1746

    de la que no se ha conservado el remitente, en la cual se sealaba que Juan Santos

    a escrito al virrey de Lima dicindole desocupasen aquel reyno todos los espaoles, como la ciudad en que havita, que si no pasaran a ella con cien mil hombres y entraran a fuego y sangre no dndoles ms tiempo que ocho messes, y que si no lo executaban con toda brevedad pasara a hazerlo con que estn asombrados en aquella ciudad, y ms que se allan no mui distantes pues no ay ms de quarenta, o sesenta leguas.56

    La intranquilidad existente en la ciudad tambin debi de aumentar tras el

    fracaso de la importante expedicin de 850 hombres enviada en 1746 por el nuevo

    virrey Jos Manso de Velasco, conde de Superunda, contra el rebelde,57 y tras la casi

    ntegra destruccin de la guarnicin del Callao el ms importante contingente militar

    del virreinato por el maremoto que acompa al terremoto de ese mismo ao.

    55 Stern, Steve J. La era de la insurreccin andina, 1742-1782. En Stern, Steve J. (ed.). Resistencia, rebelin y conciencia campesina en los Andes. Siglos XVIII al XX. Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 1990, pp. 60-61. 56 Aada la carta que aseguran barios que pasan de 600 mil hombres digo yndios los que se han levantado pues ay diferentes castas hasta unos que nunca se an visto que tienen barbas mui largas cosa mui impropia, que no e visto yndios que las tengan. AHN, Diversos, 28, doc. 12, Carta annima en que se da noticias sobre la insurreccin del Per, ff. 1-1v. 57 Stern, La era de la insurreccin andina, p. 61. Ya haban fracasado otras dos expediciones, enviadas en 1742 y 1743 por el virrey Villagarca.

    22

  • Este ambiente de desconfianza hacia el sector indgena imperante en la sociedad

    colonial termin influyendo a la hora de que los indios de Lima planificaron su

    participacin en las fiestas reales de 1747. Como sucediera en las fiestas de 1723 y

    1725, eligieron representar una mascarada de los incas, aunque notoriamente trataron de

    aclarar aquellos aspectos de la escenificacin que pudieran reportar significados

    ambiguos. Sobre todo se hizo bastante menos patente el intento por identificar al

    soberano espaol con el inca, frmula tan caracterstica de las dos mascaradas

    anteriores. No era oportuno tratar de proclamar inca al rey espaol cuando semejante

    ttulo era esgrimido por un rebelde Juan Santos que amenazaba sus dominios. Tan

    solo se permiti esa digresin el autor annimo de la relacin de las fiestas, quien

    presentaba la mascarada inca como una representacin [...] de sus antiguos conocidos

    reyes, que triumphantes de rendidos venan en magnfica pompa a sacrificar sus coronas

    al Inca de dos mundos, a quien reconocan por dueo.58

    Los incas y sus squitos, en cambio, se guardaron de emitir expresiones

    similares, o al menos esa impresin se desprende del escueto detalle que da de su

    participacin la relacin de las fiestas. En el texto festivo, solo se registra la actuacin

    destacada de dos participantes indgenas: don Joseph Cayo-Topa, intrprete general de

    los naturales del reino, y el cuzqueo don Phelipe Huamn-Navarro, ministro del

    Tribunal de la Santa Cruzada del Cuzco. Intencionadamente o no, el hecho de que

    ambos personajes tuvieran un contacto privilegiado con las altas esferas del gobierno

    colonial debi de resultar muy beneficioso a objeto de despejar cualquier duda sobre la

    lealtad de la nacin de naturales. A Cayo-Topa le correspondi abrir el desfile de los

    incas representando a Tunupa, embajador de los incas, en cuyo papel se present ante la

    tribuna del virrey para exponerle los pormenores del acto. Por su parte, Huamn-

    Navarro interpret al primer inca, Manco Cpac, y siendo el ltimo soberano en

    desfilar, fue el encargado de proclamar la fidelidad al monarca. La comitiva de Manco

    Cpac portaba una tarja con la siguiente aclamacin: Viva el cathlico monarcha don

    Fernando el Sexto, rey de Espaa y emperador de las Indias, y al acercarse a la galera

    del virrey, Huamn-Navarro expres su nombre entre gloriosos aplausos de S. M. y

    alabanzas de Su Exa. que contena un breve discreto poema, cuya conclusin fue con un

    VIVA EL REY enriquezer de monedas el ayre.59 Con estas cuidadosas manifestaciones

    58 El da de Lima, p. 239. Las cursivas son del original.59 Ib., pp. 259-260.

    23

  • pblicas, la elite indgena de Lima evitaba repetir asociaciones osadas que pudieran

    relacionarla con el proyecto poltico rebelde.

    La mesura en el contenido de sus manifestaciones festivas no implic, sin

    embargo, que los lderes indgenas renunciaran a representarse como incas y que, como

    sus descendientes, reclamaran su derecho a ser reconocidos como nobles. En tal lnea,

    se mueve justamente la comedia que encargaron al mercedario Francisco del Castillo

    dramaturgo y poeta satrico conocido como El Ciego de la Merced, titulada La

    conquista del Per.60 En ella, se confrontaba pblicamente el episodio doloroso de la

    conquista, apelando a los tpicos de la historia providencialista: los orculos

    prehispnicos anticiparon la llegada del nuevo Dios, la verdadera religin la creencia

    en el Dios nico creador se habra impuesto sobre el paganismo ya en tiempos de

    Huayna Cpac, y la verdadera conquista espiritual y no material tuvo lugar cuando

    la cruz enarbolada por Pedro de Candia al desembarcar en Tumbes hizo el milagro de

    amansar a dos bestias que lanzaron contra l para despedazarlo, y los indios, admirados,

    adoraron el smbolo cristiano.61

    Esta ltima escena tiene su origen en una narracin hecha por Garcilaso en la

    segunda parte de sus Comentarios Reales. En aquella, el escritor mestizo asociaba el

    asombro de los indios ante el poder de la cruz portada por Candia con la adoracin que

    a partir de entonces estos profesaron a una cruz de jaspe cristalino que conservaban en

    el Cuzco desde antes de la llegada espaola, dizindole que pues hava tantos siglos

    que la tenan en veneracin, aunque no en la que ella meresca, porque no havan sabido

    sus grandes virtudes, tuviesse por bien de librarles de aquellas nuevas gentes que a su

    tierra ivan, como hava librado [a] aquel hombre de los animales fieros que le

    echaron.62 Para Garcilaso, esta adoracin era prueba de que los proprios gentiles

    idlatras, antes de predicrseles la fe catlica, dieron a la cruz, y en ella a toda la

    religin cristiana, la possesin de s mismos y de todo su Imperio. Dicha prueba

    reforzaba la profeca hecha por Huayna Cpac y recogida por el cronista mestizo

    de que a su muerte llegaran los espaoles y el Santo Evangelio a su imperio.63

    Finalmente, en un acto de economa simblica, Atahualpa era nuevamente condenado

    60 Esta comedia, a la que no he tenido acceso, se encuentra en forma manuscrita en la Biblioteca Nacional del Per (Lima). Sobre su contenido, me remito a Estenssoro, Del paganismo a la santidad, pp. 503-504. 61 Ib., p. 503. 62 Garcilaso de la Vega, el Inca. Historia General del Per (Segunda parte de los Comentarios Reales de los Incas). Buenos Aires: Emec Editores, 1944, t. I, p. 86.63 Ib., t. I, pp. 86-87.

    24

  • en la comedia como un tirano dspota y sanguinario derrocado por el monarca

    espaol.64 Sin insistir, por tanto, en la identidad del rey como inca, se reiteraba

    convenientemente que los incas no haban sido monarcas ilegtimos, y que, en ltima

    instancia, el nico ilegtimo haba sido Atahualpa, el usurpador del cual se reclamaba

    heredero el rebelde Juan Santos.

    La comedia era precedida por una loa del propio Francisco del Castillo en la que

    no solo se insista en la condicin noble de la elite indgena, sino incluso en su paridad

    de rango social con la nobleza espaola. En la loa, siguiendo el esquema literario

    tradicional de una discordia que termina en consenso, Europa, que no conoce a la

    Nacin Peruana, se pregunta sobre la legitimidad de esta para participar en los festejos

    de Fernando VI. El Amor y la Nobleza salen en su defensa, demostrando a Europa que,

    al haberse unido en sucesivos matrimonios desde el siglo XVI se sacan a colacin

    conocidos matrimonios entre nobles, como el de Beatriz Clara Coya, hija de Sayri

    Tpac, con Martn de Loyola, sobrino de San Ignacio de Loyola, ella y la Nacin

    Peruana comparten el mismo rango social, habiendo fusionado sus sangres al punto de

    que ninguna distincin y discriminacin era posible.65

    La conspiracin de Lima, la rebelin de Huarochir y el fin de las mascaradas

    incas

    Los acontecimientos que se sucederan en los tres aos siguientes a la fiesta de naturales

    de 1747 mostraran que los recelos de las autoridades virreinales hacia la elite indgena

    no eran del todo infundados. Poco despus de realizada la fiesta de naturales, y

    aprovechando la presencia en Lima de aquellos curacas que se haban desplazado a ella

    debido a las celebraciones regias, el cabildo de indios del Cercado realiz una serie de

    reuniones con el fin de discutir la manera de reclamar a la Corona la aplicacin de los

    privilegios concedidos en 1697. De estas juntas, surgi la decisin de imprimir de

    manera clandestina un memorial conocido con el nombre de Representacin verdadera

    y exclamacin rendida, escrito probablemente por el franciscano Antonio Garro.66 El

    64 Estenssoro, Del paganismo a la santidad, p. 504.65 Ib., pp. 506-507.66 El ttulo completo de este conocido documento es Representacin verdadera y exclamacin rendida que toda la nacin india hace a la Magestad del Seor Rey de las Espaas y Emperador de las Indias, el Seor don Fernando VI pidiendo los atienda y remedie, sacndolos del afrontoso oprobio y vituperio en que estn de doscientos aos. Ver la edicin moderna del memorial en Bernales Ballesteros, Jorge. Fray Calixto de San Jos Tupac Inca, Procurador de indios y la Exclamacin reivindicacionista de 1750. Historia y Cultura. 3 (1969), pp. 5-35.

    25

  • memorial en cuestin que debi de imprimirse en los primeros meses de 1749 era

    un manifiesto de agravios dirigido al rey, al final del cual se proponan once medidas

    para remediar la situacin de los indios. Entre ellas, junto con los tradicionales pedidos

    de abolicin de las mitas y servicios personales, o la solicitud de que los indios que

    tuvieran los mritos necesarios fueran premiados con las dignidades eclesisticas,

    destacaban los requerimientos que incidan en la necesidad de autonoma en el gobierno

    de la Repblica de indios. En este sentido, se solicitaba que el fiscal protector de

    naturales y al menos dos procuradores de la Audiencia fueran indios que protexan a su

    nacin. Llevando ms lejos su desarrollo argumental, el autor del memorial peda que,

    a semejanza de los otrora vasallos napolitanos, sicilianos, milaneses, flamencos y

    portugueses de la Corona espaola, los indios tuvieran exclusivamente jueces y

    corregidores de su nacin sujetos solo al rey y a los virreyes en lo temporal, y a los

    obispos en lo espiritual. Se culminaba el memorial con una propuesta atrevida: que el

    rey creara un tribunal independiente del virrey y de las audiencias, compuesto de

    individuos desapasionados del afecto espaol (que es la parte adversa y poderosa),

    encargado de implementar las leyes favorables a la poblacin indgena.67

    Francisco Manchualu Zeballos, indio noble de Coln que haba sido comisario

    de la fiesta de los naturales de 1747, corri con los gastos de la publicacin del

    memorial,68 y fue comisionado por el cabildo del Cercado y los curacas presentes en las

    reuniones para llevar el impreso y otros documentos a la corte de Madrid. Se le otorg

    para ello un poder de representacin que lo sealaba como diputado general nombrado

    por el comn, casiques y principales de yndios de la Ciudad de los Reyes, y corthe del

    Per. Parti rumbo a Buenos Aires, desde donde pretendi embarcar hacia la

    pennsula, pero sus planes se vieron frustrados por las autoridades del puerto, que no le

    permitieron seguir con el viaje.69 Decidi entonces volver a Lima, y, al pasar por el

    pueblo de Santiago de Cotagaita, se encontr con fray Calixto de San Jos Tpac Inca,

    el clebre donado mestizo de la orden de San Francisco, quien, premunido de un 67 Ib., pp. 33-34.68 Zeballos debi de ser uno de los indios ms hondamente implicados en las reuniones de 1748, si consideramos sus comentarios sobre su papel en la impresin de la Representacin verdadera: Y bolbiendo yo a mis cuidados slo con la esperansa de la esclamacin que lleb el ermano Calisto pues tantos pasos [sic] como me a costado asta ponerlo en el estado en que oy se alla pues aviendo tantos yndios de tanto lustre en esta ciudad no tubieron nimo para darlo a la estampa asta aver llegado a mis manos como testifica el dho. hermano Calistro [sic] que oy se alla en la corte. AHN, Consejo de Indias, leg. 20161, c. 52, doc. 27, f. 51v.69 Zeballos atribuy la imposibilidad de su partida a la mala disposicin de su compaero de viaje y protector, el R. P. Manuel de Antecha, de la Orden de los Padres Agonizantes, quien desisti de ayudarlo a pasar tras haber recibido siniestros ymformes de que la ida de Zeballos sera muy perjudicial para los espaoles. AHN, Consejo de Indias, leg. 20161, c. 52, doc. 26, f. 50.

    26

  • ejemplar de la Representacin verdadera y acompaado por el franciscano fray Isidoro

    Cala, tambin trataba de cruzar a Espaa para entregarle el memorial indgena al rey.

    Zeballos le entregara a fray Calixto algunos de los documentos que portaba, y enterado

    tiempo despus del xito de su viaje, desistira de sus nuevos planes de pasar a la

    pennsula por Panam.

    Poco tiempo despus del regreso de Zeballos a Lima, la elite indgena de la

    ciudad se enfrent a una situacin harto complicada para sus intereses. En los primeros

    meses de 1750, algunos indios remisos a continuar por la va de negociacin con la

    Corona fraguaron un complot para hacerse con el control de la capital y acabar con los

    espaoles que residan en ella. Conceban llevar a cabo la revuelta el da de San Miguel

    (29 de septiembre), en que pretendan taer las campanas de las iglesias a altas horas de

    la noche llamando a incendio, rompiendo simultneamente las acequias que rodeaban a

    la ciudad, de manera que esta se inundara y, en medio del pnico y desconcierto que se

    extendera entre la multitud, dar muerte a los espaoles. Planeaban entonces coronar al

    indio chunchn (Juan Santos Atahualpa) por rey.70 La conspiracin fue abortada en

    junio de ese ao gracias a oportunas delaciones, y se detuvo a por lo menos doce indios

    implicados, ocho de los cuales fueron ejecutados. Al mes siguiente, estall una revuelta

    en Huarochir contra el corregidor don Juan Joseph de Orrantia y su cuado, el teniente

    general don Francisco Araujo, que fueron asesinados junto con otros 14 espaoles que

    los acompaaban. La rebelin fue finalmente sofocada por el marqus de Monterrico,

    siendo rpidamente capturados sus principales cabecillas. Varios fueron arcabuceados

    apenas capturados, mientras que otros fueron ahorcados en Lima y los dems,

    desterrados o indultados.71

    La conspiracin y posterior rebelin tuvieron duras consecuencias para las

    pretensiones de expresin y autonoma poltica de los indios de Lima. Algunos de los

    principales inculpados haban tenido un papel destacado en la mascarada inca de 1747,

    tal como lo recordaba el virrey Manso de Velasco en 1756: tres de los que hicieron

    aquella figura fueron cabezas las ms altivas del levantamiento, y al tiempo de poner las

    reales insignias, manifest alguno con sus lgrimas el dolor que ocultaba el corazn, lo

    que se observ como natural ternura, y el tiempo descubri que era un despecho cuyos

    70 OPhelan Godoy, Un siglo de rebeliones anticoloniales, pp. 112-113.71 Navarro, Jos Mara. Una denuncia proftica desde el Per a mediados del siglo XVIII. El Planctus indorum christianorum in America peruntina. Lima: Pontificia Universidad Catlica del Per, 2001, pp. 24-25.

    27

  • efectos le fueron tan infaustos.72 Uno de estos inculpados era Francisco Ximnez Inga,

    natural de Huarochir, a quien Scarlett OPhelan seala como el probable nexo entre la

    frustrada conspiracin de Lima y la posterior rebelin de Huarochir, ya que habra

    comprometido a su cuado, el cacique de Lahuaytambo, Andrs de Borja Puipilibia, y a

    su familia en el levantamiento. Ximnez Inga haba representado a Inca Roca en la

    mascarada de 1747. El otro inculpado identificado como participante en las fiestas

    reales de 1747 es Pedro de los Santos, natural de Lambayeque, quien haba desfilado

    junto con su esposa representando al Gran Chimo y a su coya, y