Carles Rodrigo Alfonso. Una Aproximación Histórica a La Serranía

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Una aproximación histórica a la Serranía Carles Rodrigo Alfonso Breve reflexión inicial El objetivo de esta ponencia es aproximar a los asistentes a la evolución histórica de un territorio y su repercusión en el patrimonio material y el paisaje del mismo como manifestación de las tendencias culturales y procesos desarrollados en el tiempo. Se plantea como un recorrido a lo largo del tiempo a través de sus principales referentes. Una de las principales cuestiones abordadas es la transformación experimentada en la organización del territorio, la evolución de los principales elementos a considerar, mientras se aborda, asimismo, el patrimonio e incluso el paisaje relacionado con la Serranía en cada momento. Como geógrafo la cuestión preliminar básica es la delimitación del territorio que se aborda, que en este caso corresponde a lo que generalmente se considera la comarca de la Serranía. Como resulta habitual en mí caso, a falta de una comarcalización oficial que avale una delimitación territorial, aludo a la Serranía con la inclusión de Alcublas, Gestalgar, Bugarra y Pedralba, cuestionada desde algunos ámbitos, que considero la más oportuna, con la exclusión ya más asentada de Chera y Sinarcas por su creciente vinculación a la comarca de Requena-Utiel. Otra cuestión previa relevante es la denominación del territorio y en ese punto, también ante la inexistencia de un nombre con reconocimiento oficial, mantengo el nombre de la Serranía, apelativo que puede completarse como Serranía del Turia como opción más conveniente de diferenciación en relación a otras serranías españolas. Esta denominación me parece más precisa y correcta que la de “los 1

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1ª JORNADA PATRIMONIO HISTÓRICO-CULTURAL DE LA SERRANÍA El pasado 2 de octubre tuvo lugar en la sede de la Mancomunidad Alto Turia (Tuéjar) la Iª Jornada sobre Patrimonio Histórico-Cultural de La Serranía, que contó con la presencia de los dos presidentes de las dos mancomunidades existentes en la comarca, los alcaldes de Tuéjar y Sot de Chera, concejales de Alcublas y de Sot de Chera, técnicos de ayuntamientos y diversos representantes de asociaciones culturales y cívicas de la comarca. La Jornada se articuló en tres ponencias. La primera de ellas, fue presentada por Carles Rodrigo Alfonso (geógrafo) con el título Una aproximación histórica a La Serranía, dentro de la cual y a partir de una reflexión inicial sobre la organización del territorio y la denominación del mismo que de manera consensuada parece que debería ser SERRANÍA DEL TURIA, trató de la articulación de nuestra geografía alrededor del río Turia y de las vías de comunicación históricas y modernas, para pasar a ofrecernos una visión de nuestra comarca a lo largo del tiempo y la división del territorio tras la conquista cristiana y su devenir en el tiempo, pasando por la edad moderna y hasta la edad contemporánea, para finalizar con una visión del siglo XX, una época en que nuestra comarca ha propiciado “la expansión de establecimientos pro-ductores de energía, en la línea de la tradicional vocación serrana como área proveedora de materias primas y combustibles”. La segunda ponencia corrió a cargo de Xavier Delgado (geógrafo), que con el título La presencia morisca en La Serranía: población y territorio, nos ofreció una panorámica general sobre la presencia de los mudéjares en nuestro territorio, cómo se integraron en la sociedad cristiana hasta su expulsión, el hábitat particular que crearon (tanto en un entorno urbano en barrios separados de los cristianos como en los establecimientos dispersos en los montes), sus labores agrícolas a través de los cultivos tanto de secano como de regadío y también ganaderas (sobre todo de ovejas y cabras, pero también de pavos y gallinas), de sus formas comerciales y de su productos artesanales (del esparto y la alfarería). La tercera ponencia, titulada La riqueza de nuestro patrimonio inmaterial, fue dirigida por nuestro paisano comarcano José Tomás Varea, maestro de Tuéjar e Investigador Cultural, que nos ofreció una visión amplia y pormenorizada del patrimonio inmaterial serrano, a través de una aproximación a la legislación sobre Patrimonio y una clasificación del patrimonio inmaterial: tradiciones y expresiones orales, donde destacó el libro de 1959 de Vicente Llatas Burgos El habla del Villar del Arzobispo y su comarca, así como la toponimia y la tradición oral serrana, con su hito más relevante en los libros de Vicente Cortés El Tío Paragüero; las artes del espectáculo, donde puso énfasis en el Carnaval de El Villar y los Entramoros de Aras de los Olmos y Tuéjar; los usos sociales, rituales y festivos: con las hogueras de San Antón en casi todos los pueblos serranos (aunque destaca Chelva por su valor añadido del Festival de Narrativa Oral), la bajada de la Virgen de la Consolación de Alpuente, la singularidad de La Mojiganga de Titaguas y las Rodás de la bandera de Aras de los Olmos y Tuéjar; la Enramá de Chulilla, las Cruces de Chulilla, las Aleluyas de Chelva y las Cortesías de Titaguas, para acabar con un apartado especial dedicado a la música y bailes tradicionales (mención especial para el grupo Ajevo de Villar del Arzobispo y su recopilación de temas comarcales), los mayos de Chulilla y de Tuéjar, los toques de campanas y el último apartado, dedicado a los juegos y deportes tradicionales; el conocimiento y uso de la Naturaleza y el Universo, donde destacó el papel de la artesanía (esparto, alfarería…), la gastronomía, las construcciones efímeras, la agricultura tradicional y la etnobotánica. P

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Una aproximación histórica a la SerraníaCarles Rodrigo Alfonso

Breve reflexión inicial

El objetivo de esta ponencia es aproximar a los asistentes a la evolución histórica de un

territorio y su repercusión en el patrimonio material y el paisaje del mismo como manifestación

de las tendencias culturales y procesos desarrollados en el tiempo. Se plantea como un

recorrido a lo largo del tiempo a través de sus principales referentes.

Una de las principales cuestiones abordadas es la transformación experimentada en la

organización del territorio, la evolución de los principales elementos a considerar, mientras se

aborda, asimismo, el patrimonio e incluso el paisaje relacionado con la Serranía en cada

momento.

Como geógrafo la cuestión preliminar básica es la delimitación del territorio que se aborda,

que en este caso corresponde a lo que generalmente se considera la comarca de la Serranía.

Como resulta habitual en mí caso, a falta de una comarcalización oficial que avale una

delimitación territorial, aludo a la Serranía con la inclusión de Alcublas, Gestalgar, Bugarra y

Pedralba, cuestionada desde algunos ámbitos, que considero la más oportuna, con la exclusión

ya más asentada de Chera y Sinarcas por su creciente vinculación a la comarca de Requena-

Utiel.

Otra cuestión previa relevante es la denominación del territorio y en ese punto, también ante

la inexistencia de un nombre con reconocimiento oficial, mantengo el nombre de la Serranía,

apelativo que puede completarse como Serranía del Turia como opción más conveniente de

diferenciación en relación a otras serranías españolas. Esta denominación me parece más

precisa y correcta que la de “los Serranos”, que aún se utiliza frecuentemente, en mi opinión

incorrectamente.

Con el fin de sistematizar la exposición se ha optado por el modelo clásico de

compartimentar la historia en periodos ajustados a las etapas tradicionalmente definidas, lo que

además permite una mejor difusión a un público diverso. Asimismo, con la finalidad de centrar

la cuestión en la etapa que ha dejado una impronta más directa en la configuración humana del

territorio, en su organización territorial, paisaje, patrimonio, etc., este recorrido histórico se ha

centrado histórico en el último milenio, tomando como referencia inicial el año mil, sin por ello

negar la evidente huella de anteriores.

Como paso previo a ese recorrido por la evolución histórica de la Serranía he incluido un

apartado inicial de presentación del territorio que se desarrolla a continuación.

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Unas pinceladas sobre el territorio

La Serranía forma parte del área de transición entre el litoral y el interior peninsular. Se

extiende por el escalón intermedio que enlaza ambos ámbitos, en este caso con el factor

añadido de la repercusión por su ubicación en la periferia del extenso macizo montañoso que

es el Sistema Ibérico.

El Turia es un elemento clave del territorio, que otorga un carácter unitario al mismo, al

coincidir la Serranía con una parte de su cuenca, pese a que históricamente no ha ejercido de

eje vertebrador. La comarca se adapta a la cuenca media del río, al que vierten las aguas

superficiales de los distintos municipios. El Turia junto con sus afluentes principales el Chelva o

Tuéjar y el Reatillo, así como una compleja red de cursos de circulación temporal, barrancos y

grandes ramblas como las del extremo oriental, surcan el territorio.

A grandes rasgos el relieve muestra al norte una alineación montañosa, parte de la dorsal

que desde Javalambre desciende hasta el mar. Al sur se halla otro bloque montañoso que

desde las sierras conquenses se extiende hasta la sierra de Chiva para suavemente

prolongarse como cerros y finalizar en Els Carasols, en l’Horta. En estos macizos serranos

destacan algunos altiplanos como los de Alpuente y Alcublas, al norte, o el de Villar de Tejas y

corredores como los de Benagéber-Sot al sur, en este último caso con la pronunciada fosa

transversal surcada por el Reatillo. Al centro se abre un espacio abrupto, de compleja orografía,

resultante de la denudación erosiva sobre materiales geológicos de variada naturaleza, surcado

por el curso del Turia y el valle del Tuéjar o Chelva. Al este, resalta la mayor suavidad del

relieve, en la transición al llano, en el Llano del Villar y el valle del Turia aguas abajo de

Gestalgar, en la periferia de la llanura litoral de Valencia.

Las sierras septentrionales y meridionales actúan como barreras respecto a las vecinas

comarcas del Alto Palancia, situada al norte y con grandes similitudes geográficas con la

Serranía, y Requena-Utiel, el extenso altiplano situado al sur. Hacia el oeste la compleja

orografía limita notablemente el contacto con las vecinas tierras castellanas y aragonesas, con

barreras como el Turia o su afluente el Arcos, una configuración muy distinta de la existente a

levante, hacia donde se abre la comarca.

El resultado de lo descrito es un predominio de la montaña, de ahí la denominación la

Serranía. Esta circunstancia junto con un clima mediterráneo aunque con rasgos

continentalizantes crecientes hacia poniente, ha limitado los aprovechamientos agrícolas y con

ellos el hábitat humano frente a la tradicional relevancia del espacio forestal y de actividades

como la ganadería, a diferencia de las tierras situadas al este.

La configuración orográfica también ha resultado decisiva en la accesibilidad y en el

desarrollo de las vías de comunicación, estas últimas limitadas por la evolución

socioeconómica y demográfica del área. Históricamente la Serranía ha sido considerada un

territorio de paso secundario entre el litoral y el interior peninsular en relación con las mayores

aptitudes del Alto Palancia, al norte, y el altiplano de Requena-Utiel al sur, el primero hacia

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Aragón y el segundo hacia Castilla, mientras ha estado limitada la comunicación de norte a sur.

La finalización de las carreteras de Zaragoza por el Alto Palancia y de Madrid por Requena-

Utiel en el siglo XIX acentuaron esta situación. Pese a ello cabe considerar la repercusión de

dos históricos caminos principales como son el de Valencia a Medinaceli al norte (por Andilla,

La Yesa y Alpuente) o el de Valencia a Madrid por Cuenca (por Losa, Domeño, Calles, Chelva

y Tuéjar), junto a otros secundarios, además de vías pecuarias como las que enlazan con

Aragón por el norte, la que recorre el valle del Tuéjar o Chelva o la que discurre por la dorsal

montañosa meridional. En este contexto cabe tener en consideración la importancia que tuvo el

Turia como vía de transporte en relación con las maderadas.

Los pueblos de la Serranía se han asentado en los mejores enclaves de cultivo, en

emplazamientos con presencia de agua y junto al trazado de los principales caminos. Las

localidades más relevantes en el pasado se ubicaron en emplazamientos de naturaleza

defensiva, algunos de gran entidad como Alpuente, Andilla, Tuéjar, Chelva, Domeño o Chulilla,

mientras las de más reciente creación o desarrollo se asentaron en lugares próximos a las

tierras de cultivo y más protegidos de riesgos naturales que de los efectos de conflictos

humanos como Aras, Titaguas, La Yesa, Higueruelas, Bugarra, Losa, etc. Junto a estos

pueblos destaca una amplia red de aldeas y de viviendas en disperso asociadas a los

numerosos enclaves agrícolas de un terreno montañoso y de compleja accesibilidad como

éste. El siglo XX introduce una variación notable en el modelo histórico de poblamiento debido

a la implantación de los embalses y el consiguiente abandono de Benagéber, Domeño,

Loriguilla y otros asentamientos menores de las riberas del Turia.

Finalmente, cabe tener en consideración una cuestión fundamental como es la gran

diversidad del territorio serrano. La compleja configuración orográfica, la variable altitud, los

notables matices climáticos, la distinta aptitud agronómica del territorio, la distancia a los

centros territoriales como Valencia, etc., da lugar a una gran diversidad de modelos de hábitat,

gestión territorial y actividades económicas. En la Serranía existen varias subcomarcas bien

diferenciadas, con características propias, lo que se acentúa por una cierta desarticulación

territorial acrecentada por la compleja accesibilidad. En ocasiones resulta complejo hablar o

escribir sobre una característica concreta de la Serranía. Al fin y al cabo tan serrano es un

paisaje de plantaciones de cítricos y hortalizas próximo a la autovía en el Llano del Villar como

otro de cereal, viñedo y almendro sobre pequeños bancales en las tierras de riguroso clima de

Aras de los Olmos.

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Una visión de la Serranía a lo largo del tiempo

El periodo musulmán .

Ya durante el periodo musulmán la Serranía integró una entidad territorial autónoma,

junto con el Rincón de Ademuz y algunos otros pueblos, a lo largo de varias décadas del

siglo XIII, en el reino de taifas de Alpuente. Sea ésta la primera ocasión en que se produjo

esta situación o la confirmación* de una situación anterior lo cierto es que representa un

antecedente a tener en consideración.

Tras la desaparición de los reinos de taifas la Serranía permaneció vinculada al reino

musulmán de Valencia y muy directamente a su último rey Abu Zayd. Esto supuso el

mantenimiento de la vinculación con la ciudad de Valencia como centro de referencia, tal

como había sucedido con anterioridad al breve periodo de los citados reinos. Esta

vinculación directa a Valencia se mantuvo con posterioridad y hasta la actualidad, a través

de los siglos, en sucesivas divisiones territoriales de nivel inferior al reino como

gobernaciones o provincias. La Serranía ha mantenido una estrecha relación con Llíria,

ciudad más próxima y en el camino de Valencia, así como una vinculación con la comarca

del Camp de Turia, pero la dependencia de Valencia ha sido una constante histórica.

Durante al menos la última etapa musulmana el territorio estaba organizado en distritos

en torno a un castillo o hisn, al que se vinculaban los asentamientos de población

circundantes y las tierras adscritas a éstos. Estos husn (plural de hisn) eran centros

defensivos, administrativos y de gestión territorial, incluida la recaudación de tributos. En

esa etapa destacaba Alpuente, por entonces una madina o ciudad de cierta consideración

en el contexto de una extensa área, pero también Benacacira, la actual Chelva; y otras

localidades como Tuéjar, Benagéber, Domeño, Calles, Loriguilla, Chulilla, Andilla, Pedralba,

Gestalgar, Sot o Benaduf, algunas de estas últimas junto con diversos despoblados actuales

tan solo alquerías, en realidad pequeñas aldeas.

De este periodo subsiste la red caminera principal, los caminos de Aragón y Castilla, así

como los castillos que jalonaban su trazado o sus proximidades como los de Andilla,

Domeño, Chelva, Tuéjar, El Poyo, Alpuente, Chulilla o los de otras vías secundarias como

los de Sot, Gestalgar o la Torre del Cortijo de Aras de los Olmos. Buena parte de la red

defensiva medieval y viaria comarcal, así como de los principales asentamientos de

población tiene su base en esta etapa.

Pese a las transformaciones posteriores experimentadas, notables en muchos casos

como en Alpuente o en Andilla, la impronta urbana del periodo musulmán es manifiesta en

cascos urbanos como Benacacira en Chelva, Calles, Chulilla, Tuéjar, Gestalgar o Sot por

citar algunos donde es más perceptible en el urbanismo de su centro histórico.

Durante el periodo musulmán la economía comarcal, a semejanza de otras comarcas

valencianas, tuvo uno de sus pilares en la agricultura. Se centró especialmente en el cultivo

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intensivo de los enclaves de huerta frente al carácter secundario de los secanos e incluso

de la ganadería y la explotación forestal en un momento en el que el monte ocupaba la

mayor parte del territorio. La población se concentró especialmente en torno a estos

enclaves privilegiados por la disponibilidad de tierra fértil y agua. De este modo se consolidó

el modelo de poblamiento y se configuró una compleja red de riego ampliada a lo largo de

los siglos posteriores. Su huella es perceptible en sistemas de riego como el del río Chelva

o Tuéjar y obras hidráulicas como la Acequia Mayor de Chelva o los restos del azud de

Calicanto en Alpuente.

La Edad Media tras la conquista cristiana (siglos XIII-XV)

La conquista cristiana supuso una ruptura respecto a la situación anterior cuya primera

manifestación fue una reorganización territorial. En el proceso de adjudicación de los

territorios ocupados a quienes habían participado o colaborado en la conquista la Serranía,

impulsado por Jaume I, la comarca experimentó una división de los antiguos distritos

administrativos y su asignación a nuevos gestores. A grandes rasgos, el territorio serrano

fue asignado a tres bloques de titulares diferenciados para su gestión y explotación.

Inicialmente una parte del territorio permaneció bajo la titularidad directa de la corona como

realengo mientras el resto se entregó a diversos señores, como señoríos. Poco después

uno de los señoríos pasó a manos del obispado de Valencia, de modo que se introdujo lo

que se conoce como un señorío eclesiástico. Los habitantes de la Serranía pasaron a

depender en lo administrativo, incluida la tributación, y en parte de lo judicial de familias

nobles, eclesiásticos o del propio rey a través de sus administradores en el realengo. La

consecuencia de esto fue la diferenciación en las relaciones entre señor y vasallo según el

caso y su consiguiente incidencia en el desarrollo.

En algunos casos esta adscripción inicial se mantuvo inmutable a lo largo del tiempo, sin

experimentar variaciones de límites o de titularidad territorial, pero en otros hubo variaciones

en ambas cuestiones. La existencia de estos últimos casos dificulta la exposición de la

situación, más si cabe al considerar la permanencia de los señoríos hasta su desaparición

en el primer tercio del siglo XIX. En cualquier caso y de forma sintética el territorio de la

Serranía quedó compartimentado de la siguiente forma:

1. Un territorio de realengo, el área vinculada a la fortaleza de Alpuente, que

debió corresponder al antiguo ámbito musulmán de su hisn, integrado por los

actuales municipios de Alpuente, Aras de los Olmos, Titaguas y La Yesa. Este

extenso Término General de Alpuente se vinculó directamente a la corona en

relación con su relevancia anterior, su importancia estratégica, su situación en

la frontera y la riqueza agraria del extenso altiplano de la Serranía Alta. Los

residentes en esta área tenían una dependencia directa del rey como señor

territorial a diferencia de los señoríos laicos y eclesiásticos, lo que le reportaba

algunas ventajas.

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2. Diversos señoríos laicos caracterizados por la evolución temporal de los

mismos y en algunos casos la complejidad. Destaca el territorio donado a los

Fernández de Azagra, por matrimonio posterior posesión de la familia de D.

Jaime de Jérica, desde 1390 Vizcondado de Chelva. Desde el siglo XVII y junto

al Condado de Sinarcas perteneció a los Duques de Villahermosa, una de las

principales familias nobiliarias valencianas. Comprendía Tuéjar, Chelva,

Benagéber, Calles, Domeño, Loriguilla y lo que sería posteriormente el

municipio de Higueruelas. La permanencia del poder central de este extenso

señorío en Chelva permitió consolidar a esta localidad del centro de la

comarca. Por su parte Andilla, el que debió ser el antiguo distrito musulmán del

hisn de Andilla, se mantuvo íntegro según ha descrito algún estudioso como un

“fósil territorial”, en manos de sucesivas familias, la última de ellas y durante

siglos los Garcés de Marcilla. Sot de Chera y Chera formaron parte de un

señorío antes de integrar junto con Gestalgar una baronía. Finalmente, la

baronía de Pedralba, con Bugarra, perteneció a varios señores hasta pasar por

vínculo matrimonial al Ducado de Villahermosa, coincidente en la titularidad del

señorío con el Vizcondado de Chelva.

3. Dos señoríos eclesiásticos representados de diferente naturaleza. Destaca

como la Baronía de Chulilla, sobre los actuales municipios de Chulilla, Losa del

Obispo y Villar del Arzobispo, pasó tras unas vicisitudes previas a la Diócesis

de Valencia. Ésta trasladó su centro territorial a la nueva población de Villar de

Benaduf, en detrimento de la plaza fuerte de Chulilla por su mejor ubicación

económica y de accesibilidad al valorar más estas condiciones que las

defensivas. La estrecha relación que los prelados mantuvieron con El Villar

contribuyó a consolidar con el tiempo el carácter central de esta localidad.

Diferente es el carácter de Alcublas, inicialmente también lugar de señorío laico

que a comienzos del siglo XV y junto a la vecina Altura, pasó a depender de la

Cartuja de Vall de Cristo. En este caso la titularidad correspondía a una cartuja

y además ubicada fuera de la comarca, en el vecino Alto Palancia.

A otra escala la reorganización en lo eclesiástico tuvo su repercusión en primer lugar a

través de la progresiva creación de parroquias aunque sobretodo en relación con la

integración en distintas diócesis, en una etapa histórica en que esto resultaba relevante.

Destaca el hecho de que una parte de la comarca pasó a depender de la Diócesis de

Valencia, como se ha mantenido hasta la actualidad con las parroquias de Pedralba,

Bugarra, Gestalgar, Sot de Chera, Chulilla, Losa del Obispo y Villar del Arzobispo, aunque la

mayoría de ellas se adscribieron a la Diócesis de Albarracín-Segorbe. Esta última,

supuestamente heredera de la diócesis de la antigua Segóbriga, se integró en una primera

etapa en la Archidiócesis de Toledo y posteriormente pasó a la de Zaragoza. Finalmente ya

como Diócesis de Segorbe tras la segregación de la de Albarracín en 1581 pasó a la

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Archidiócesis de Valencia. Fue relevante esta relación directa secular con la ciudad de

Segorbe, donde se realizaba el nombramiento de los párrocos, personas importantes en la

vida de los pueblos, de donde procedían actuaciones o inversiones, como sucedió, por citar

un ejemplo, con la puesta en marcha de un plan de escolarización por el obispo Cano a

finales del siglo XVIII.

Los intereses señoriales y la excusa de las sucesivas revueltas impulsaron la expulsión

de la población mudéjar en un proceso prolongado en el tiempo. Sucesivamente los

mudéjares fueron expulsados de Chulilla, Andilla, Alpuente o del centro de Chelva, desde

donde se desplazaron a su barrio extramuros del Arrabal, siendo sustituidos por población

cristiana, procedente de las localidades vecinas o de Aragón. De este modo la población

mudéjar al final de este periodo, en el siglo XV, había experimentado un proceso de

renovación y se hallaba concentrada en el Vizcondado de Chelva, el valle del Turia aguas

abajo de Gestalgar y en Sot de Chera.

La reordenación del territorio tras la conquista se manifestó en la fundación o

remodelación de algunos de los pueblos, con su evidente urbanismo de nueva planta, como

sucedió con Villar de Benaduf, Alcublas y La Yesa. En el caso de Chelva, en proceso de

expansión demográfica, se evidenció en el progresivo desarrollo de los barrios de el Tinte,

las Ollerías, la Pesquera, la Peirería y las Moreras, ampliación de los musulmanes ya

existentes de Benacacira, Azoque y Petrosa, así como la consolidación de la morería en el

Arrabal.

Como toda época expansiva y de reorganización espacial en estos siglos se multiplicó

las roturaciones de tierras, centradas en los valles y áreas más aptas, así como la

ampliación o mejora de sistemas de regadío preexistentes y la adecuación de otros nuevos.

En buena medida el paisaje de algunas de las principales huertas comarcales se remonta a

esta época. Asimismo, la repercusión de las transformaciones del periodo queda de

manifiesto a nivel patrimonial en algunas construcciones de la época que han pervivido

como los arcos ojivales de la primitiva iglesia, parte del ayuntamiento, la portada y torre de

la actual iglesia arciprestal así como el acueducto de Los Arcos en Alpuente; una parte de la

estructura original de la iglesia parroquial de Andilla o de las ermitas de la Virgen del Loreto

de Chelva.

La Edad Moderna (siglos XV-XVIII)

A lo largo de estos siglos se produjeron cambios en la titularidad de los señoríos pero

éstos han sido parcialmente expuestos anteriormente y sin gran relevancia en lo territorial.

En todo caso destaca la vinculación del Vizcondado de Chelva al Ducado de Villahermosa

en el siglo XVII, lo que vinculó estas tierras a una poderosa familia nobiliaria de ámbito

nacional.

Durante el siglo XV y comienzos del XVII la problemática morisca fue una de las

cuestiones más relevantes en la Serranía. Tras las Germanías, la confirmación del

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obligatorio bautismo forzoso en 1525 dio lugar la conversión de los mudéjares en cristianos

nuevos, popularmente conocidos como moriscos, inicio de un intento de asimilación, como

se expone en una ponencia posterior, que culminó con la expulsión de España en 1609. A lo

largo del siglo XVII la población morisca se incrementó notablemente por el propio

crecimiento natural y la llegada de moriscos expulsados del Reino de Granada, lo que

acentuó la focalización de los distintos pueblos y las posibilidades de conflictividad con la

comunidad cristiana. Los intentos de evangelización se plasmaron en diversas medidas, una

de ellas la creación de parroquias en lugares de moriscos, como las de Calles o Benagéber,

o de cristianos viejos como Titaguas, embrión de una futura autonomía municipal. En este

contexto destaca el proceso de segregación municipal de La Yesa, antigua aldea de

Alpuente que consigue la categoría de villa en 1587.

Mientras el siglo XVI y tras el grave conflicto de las Germanías fue un periodo de

expansión agraria, de extensión de las tierras de cultivo, de incremento de la producción

agropecuaria y artesanal, la expulsión de los moriscos acentuó la crisis del XVII. Los efectos

de la expulsión fueron patentes directamente durante décadas, mientras la llegada de

inmigrantes, en buena parte residentes en la propia comarca, cubrían el hueco dejado por

los moriscos expulsados del Vizcondado de Chelva y las baronías de Sot de Chera-

Gestalgar y Pedralba. Con la renovación poblacional los titulares de estos señoríos

aprovecharon para endurecer las condiciones a sus vasallos. No fue hasta las décadas

finales de la centuria cuando comienza a percibirse una nueva fase positiva de desarrollo.

Entre los elementos del patrimonio mueble representativos de esa época se hallan la

iglesia parroquial de Aras de los Olmos, la iglesia parroquial de Titaguas, o la ermita de san

Juan en Ahillas, Chelva, del XVI; la ermita del Santo Cristo de Aras, las iglesias parroquiales

de Calles, Chulilla y Tuéjar, la iglesia arciprestal y las ermitas de la Virgen de Montserrat y

de la Virgen de los Desamparados en Chelva, así como diversas casonas y viviendas

populares principalmente de Alpuente y sus aldeas, de Aras y de Chelva; lavaderos en

Alpuente y La Yesa, el antiguo ayuntamiento de Chelva, etc.

La Edad Contemporánea (siglos XVIII-XX)

La Guerra de Sucesión tuvo consecuencias directas en la Serranía, tanto económicas

como por el fallecimiento de vecinos en los frentes de batalla o en los enfrentamientos que

tuvieron lugar a lo largo y ancho de la comarca, la Serranía participó de la acelerada

expansión demográfica y económica de los dos últimos tercios del siglo XVIII. Este

acelerado crecimiento fue consecuencia de la roturación de nuevas tierras, la más intensa

explotación de algunas de las cultivadas, los elevados precios del cereal, etc. Este

crecimiento se manifestó en la expansión de los pueblos, la consolidación de muchos de los

núcleos que con anterioridad únicamente eran aldeas o caseríos como sucedió en los

términos de Alpuente, Benagéber o con el propio Higueruelas. La roturación de tierras

marginales dio lugar a la aparición de masías en espacios susceptibles de cultivo de las

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zonas más recónditas de la comarca, como sucedió en el término de Chelva o a lo largo del

valle del Turia en Tuéjar, un proceso acrecentado durante el siglo XIX.

La expansión agraria y demográfica fue acompañada de la difusión de establecimientos

fabriles, principalmente molinos; aguardienterías debido al notable aumento internacional de

la demanda de aguardiente; fábricas textiles como la de Puerto en Chelva, pero también

caleras, tejerías, aljezares, etc.

En el marco de esta etapa expansiva se desarrolló un proceso de progresiva autonomía

de localidades y en algunos casos de segregación, previa realización de los pagos

correspondientes a la administración, como sucedió con Aras de los Olmos en 1728,

Titaguas en 1729, Losa del Obispo en 1795 e Higueruelas en 1825. El crecimiento

experimentado en esta centuria por estas antiguas aldeas y las facilidades concedidas por

la Corona facilitaron el proceso. De este modo se contribuyó a definir el mapa de los

actuales municipios comarcales.

Todo este proceso fue acompañado de la construcción o reconstrucción de edificios

monumentales como las iglesias parroquiales de Gestalgar, Pedralba, Corcolilla, El Collado

o la de Sot de Chera, ésta a caballo del XIX; las ermitas de la Purísima y de santa Bárbara

de Alpuente, esta última sobre otra anterior del XIV o la Hospedería de santa Catalina de

Aras. La intervención en arquitectura popular se manifestó en una renovación parcial de la

vivienda, con numerosas muestras de la época, en algunas localidades abundantes como

en Titaguas, y otras construcciones como molinos.

El siglo XIX se inició con un periodo de crisis en todos los ámbitos acentuada por la

Guerra de Independencia y que se prolonga a lo largo del primer tercio de la centuria. Con

posterioridad se reinicia una fase expansiva aunque más ralentizada que en el siglo XVIII.

Aumentó la población, los pueblos se expandieron y nuevos habitantes se instalaron

dispersos por el territorio, un proceso paralelo a la roturación de nuevas tierras, secanos

fundamentalmente y algunos pequeños regadíos. Las desamortizaciones tuvieron una

relevancia capital en este proceso, en ocasiones supusieron una auténtica revolución, a

través del cambio de titularidad de fincas y la transformación de muchas de éstas de monte

en tierras de cultivo. Propietarios comarcales y foráneos sin vinculación con los antiguos

señores accedieron a la titularidad de fincas. La configuración del paisaje comarcal de unas

décadas atrás quedó definido en buena medida en esa centuria que culminó con la máxima

ocupación agraria.

La desaparición de los vínculos señoriales dio paso al creciente papel de los municipios

a través de los ayuntamientos. En este sentido el XIX fue el siglo de la demarcación de los

límites municipales, de la implicación de los ayuntamientos en la gestión de los terrenos

públicos, de nuevas regulaciones de usos, de ejecución de obras públicas, etc.

Los periodos bélicos como la Guerra de Independencia y sobre todo las Guerras

Carlistas repercutieron en el territorio, sometido al tránsito continuado de columnas militares

de ambos bandos, a exacciones diversas o al efecto de combates, que tuvo su máximo

exponente en la destrucción completa de la villa de Alpuente y de parte de sus aldeas

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durante la primera de dichos conflictos. Las guerras carlistas dejaron su huella en los

fuertes fusileros habilitados en los antiguos castillos de Alpuente, El Poyo, Castro, Chulilla o

Domeño.

La roturación masiva de tierras fue acompañada de procesos como el acceso a la

propiedad de los montes del Duque de Villahermosa, origen de muchos de los actuales

montes públicos, por parte de los pueblos del Vizcondado de Chelva. En un proceso que se

prolongó medio siglo, con fases de intensa oposición entre los pueblos y sus vecinos y los

titulares del ducado, el antiguo monte señorial, extenso y proveedor de diversas materias

primas, complemento imprescindible para muchas economías familiares, fue adquirido en

1865 por los ayuntamientos de Sinarcas, Tuéjar, Benagéber, Chelva, Calles, Domeño,

Loriguilla e Higueruelas mediante el pago de una elevada cantidad de dinero.

A lo largo de la centuria la búsqueda de tierras de cultivo y pastos allá donde fuera

posible, impulsada por la conocida hambre de tierra de una sociedad agraria, dio lugar a

una dispersión de la población en un modelo de hábitat disperso muy difundido. Buena

parte de los pequeños bancales existentes en las más empinadas y pedregosas laderas de

los montes son el resultado del ingente trabajo de estos años, con su momento álgido a

caballo entre los siglos XIX y XX, cuando no se dudaba en trabajar lo necesario con tal de

disponer aunque fuera de unos palmos de pobre tierra de cultivo allá donde se pudiera

conseguir. En paralelo, los pueblos experimentaron otra fase de expansión urbana en

nuevos barrios como sucedió en Chelva, Villar o Pedralba. El aumento de población y de

producción cerealista junto con la mayor liberalización de la implantación de ingenios

hidráulicos y otros establecimientos transformadores dio lugar al incremento del número de

molinos harineros.

En el proceso de desarrollo urbano y de polarización territorial de la Serranía resultó

decisiva la creación de los partidos judiciales en 1836, cuyas sedes comarcales fueron Villar

desde ese año y Chelva desde 1842 al sustituir a Alpuente, la villa designada inicialmente.

Estas localidades experimentaron los beneficios directos que esta designación suponía en

prestigio, instalación de profesionales, flujos desde otros pueblos, desarrollo del comercio

por estos desplazamientos de población, en una espiral que se retroalimentó. La

coincidencia de esta elección con dos pueblos que contaban con los dos mercados más

populosos contribuyó a acrecentar sus efectos.

Para la economía comarcal resultó decisiva la expansión vinícola, extensiva a todo el

territorio valenciano, que se experimentó en las décadas de 1870 y 1880, consecuencia

directa de la incidencia de la plaga de la filoxera en buena parte de los viñedos franceses y

españoles que ocasionó un aumento de demanda y de precios. El viñedo se expandió por la

Serranía y dejó su huella, aún parcialmente perceptible, en el paisaje vitivinícola y en las

agrupaciones de bodegas de la zona oriental, con su máximo exponente en asentamientos

como Vanacloig en Chulilla o Bodegas de Artaj y Pardanchinos en Andilla, y en general en

la multiplicación de los cubos por pueblos y aldeas. La difusión de la filoxera por la comarca

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en la segunda década del siglo XX afectó notablemente aunque en buena parte se registró

una recuperación posterior.

La prolongada construcción de la carretera de Ademuz hasta Chelva, con conexiones

decisivas como de acceso a El Villar, tras la mejora de las de Teruel y Madrid, contribuyó a

mejorar las comunicaciones comarcales y junto a aquellas a impulsar el retroceso de las

rutas históricas para desplazamientos de largo recorrido. Surgieron nuevos establecimientos

de atención a los viajeros, con agrupaciones de posadas en los nudos de distribución como

Chelva y El Villar. Por el contrario la situación no se hizo extensiva al ferrocarril, el medio de

transporte que pese a las gestiones para impulsar una línea de Llíria a Chelva no se llevó a

cabo. Por el contrario destaca como la llegada del ferrocarril a Llíria en 1888 promovió el

contacto con esta ciudad como nudo de transporte entre el litoral y el interior.

Entre el patrimonio resultante de esta época de cambios merece la pena destacar el

nuevo ayuntamiento de Chelva, que preside su plaza reordenada en aquella época, las

reconstruidas iglesias parroquiales de Alpuente y La Yesa pero sobretodo numerosas

muestras de viviendas populares y de construcciones de uso público como lavaderos

cubiertos o fabriles como molinos, cuya relación resultaría extensa.

El siglo XX

A comienzos del siglo XX, La Serranía alcanzó la mayor población de su historia con

treinta y siete mil residentes censados en 1910, lo que coincidió con la máxima dispersión

de habitantes sobre el territorio. Por entonces las viviendas de los pueblos estaban

ocupadas mientras había familias habitando en masías y casetas de los últimos rincones

montañosos. La crisis de la sociedad tradicional como consecuencia de las transforma-

ciones socioeconómicas inducidas por la expansión del capitalismo y la difusión de la

revolución industrial originó la primera gran corriente migratoria entre 1910 y 1930. Ésta fue

especialmente intensa en la década de 1920 cuando miles de habitantes emigraron,

principalmente hacia Cataluña y otras comarcas valencianas, con Barcelona y en menor

grado Valencia como principales destinos, donde a la expansión industrial y comercial se

sumó la realización de grandes obras públicas. La corriente migratoria afectó especialmente

a pueblos como Alcublas o Chelva en un incesante abandono de residentes. Le sucedió una

fase intermedia durante la República, la guerra y la larga y difícil postguerra, en que a

semejanza del resto de España ante la falta de oportunidades en otros lugares se

estancaron los movimientos migratorios.

La apertura de la emigración al extranjero pero sobretodo el acelerado crecimiento

económico desde la segunda mitad de los años cincuenta dio lugar a una segunda corriente

muy intensa. Durante los años sesenta, setenta e incluso ochenta la población comarcal

disminuyó aceleradamente y se deshabitaron algunas aldeas y numerosas masías. La

consecuencia de todo ello fue entre otras transformaciones demográficas el incremento del

envejecimiento medio de los residentes. Desde los años noventa como consecuencia de un

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ligero incremento de las oportunidades laborales y la mejora de los servicios la población

comarcal en su conjunto permanece relativamente estancada en torno a los dieciséis mil

habitantes. Este estancamiento conjunto no oculta una creciente polarización en su

distribución territorial, patente en la actividad económica, con crecientes desigualdades

entre las zonas oriental y occidental de la Serranía.

Como es bien conocido, la atracción de las áreas urbanas, industriales o turísticas, con

su oferta laboral y de servicios, su mejor dotación de infraestructuras, fue la causa de la

salida de muchas serranas y serranos. La infradotación de servicios, el nivel inferior de

rentas, la búsqueda de mejores puestos de trabajo, el pesimismo creciente asociado, la

descapitalización, etc., en un complejo combinado, impulsaron a la gente a abandonar sus

pueblos. Los que se quedaron, en el contexto de la crisis del sector agrario y la sociedad

tradicional, fueron testigos del retroceso de la ocupación en la agricultura. La consolidación

de la ganadería intensiva en algunas localidades para atender la demanda creciente, la

inversión en repoblaciones forestales, el empleo en la construcción o en los servicios

incentivada por el retorno de emigrantes o el desarrollo del veraneo, fueron factores

determinantes para la permanencia de población en la comarca. En algunos municipios un

cierto desarrollo industrial ofreció alternativas durante años o décadas como sucedió con el

sector textil en Chelva o la industria del mueble y la carpintería en Higueruelas. Mención

específica merece la evolución de la actividad extractiva, la minería, que aunque relevante

con anterioridad experimentó un auge en relación con la demanda externa de materia prima

desde los años cincuenta, de modo que pueblos como El Villar, Higueruelas o Losa

alcanzaron un notorio nivel de especialización.

Con el tiempo la ganadería intensiva ralentizó su evolución, desapareció el sector textil,

la industria del mueble inició una decadencia de la que no se ha recuperado y tras una fase

anterior de crisis minera como la padecida en Sot de Chera en la década de 1950 en los

últimos años la minería ha retrocedido notablemente en su conjunto. Frente a ello la

construcción y los servicios, impulsados por una creciente actividad turística y sobretodo de

segunda residencia o el incremento de la prestación de servicios públicos, han contribuido a

una diversificación que incluye algunas pequeñas empresas industriales, pero que no

constituyen suficiente alternativa frente a la crisis de otras actividades presentes.

El siglo XX ha sido el de la expansión de establecimientos productores de energía, en la

línea de la tradicional vocación serrana como área proveedora de materias primas y

combustibles. Al papel tradicional de territorio abastecedor de madera, leña o recursos

geológicos, se unió la obtención de energía eléctrica a pequeña o mediana escala y

posteriormente de agua para el riego y el abastecimiento humano. Ya en el tránsito al siglo

XXI se ha registrado otra fase de transformación representada por la masiva implantación

de aerogeneradores para la obtención de energía eólica, con su impacto en el territorio y su

repercusión en las arcas públicas de algunos municipios.

Hubo proyectos fallidos de embalses en Artaj, Arquela o San Vicente, mientras otros de

envergadura fueron ejecutados como los de Reatillo, Benagéber y Loriguilla, que tuvieron

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una gran repercusión territorial. La ejecución de algunas de estas obras públicas originó la

ocupación de grandes extensiones de terreno, el incremento de las dificultades de

accesibilidad en otras y el despoblamiento de pueblos como Benagéber, Domeño o

Loriguilla, así como de diversas aldeas y un cierto número de viviendas aisladas.

Junto a estas grandes infraestructuras hidráulicas el siglo XX fue la etapa de expansión

de otras obras públicas decisivas para el territorio como han sido las carreteras. Los

cambios se han sucedido desde la expansión de las carreteras durante el primer tercio del

siglo, con repercusión en el urbanismo de la mayoría de los pueblos con las nuevas

travesías como sucedió en Aras, Titaguas, Chelva o Alcublas, por citar unos ejemplos, hasta

la reciente renovación de muchas vías locales o sobretodo de la CV-35, la espina dorsal de

las comunicaciones serranas. También es patente esta transformación en la apertura de

cientos de kilómetros de caminos agrícolas o pistas forestales que permiten un acceso más

o menos sencillo a los últimos rincones de la comarca. En general, la accesibilidad serrana

pese a las deficiencias ha experimentado una auténtica revolución a lo largo de décadas.

Las transformaciones demográficas y económicas se han manifestado con intensidad en

la ocupación del territorio y el paisaje serrano. Los cambios agrarios y la transformación del

paisaje son bien patentes en el retroceso de las áreas cultivadas, el abandono de huertas

tradicionales frente al crecimiento de los nuevos regadíos en la zona oriental, la acelerada y

continuada expansión del bosque ante la disminución de la actividad agrícola, de la

ganadería extensiva y de los aprovechamientos forestales.

Las últimas décadas del siglo XX y estos primeros años del XXI han sido la etapa de la

integración de la Serranía en un ámbito territorial superior a todos los niveles. Las mejoras

en la accesibilidad hacia el litoral, la expansión hacia el interior del crecimiento del Área

Metropolitana de Valencia, en paralelo a una cierta descohesión interna de la Serranía, ha

favorecido la estrecha vinculación con las tierras situadas al este. Esta circunstancia es bien

patente en los flujos de movilidad de vehículos, la masiva y continuada afluencia de

veraneantes con repercusión en la vida local a todos los niveles, la relación de las empresas

locales con mercados más allá de los límites serranos, la vinculación en la prestación de

determinados servicios, etc. Esta integración se ha visto favorecida por la creciente

valorización de lo rural, del patrimonio y el paisaje comarcal que incita a los oriundos a

mantener vínculos con sus pueblos de origen y a residentes de otras comarcas a veranear o

acudir como turistas a la Serranía. Los cambios son patentes también en la renovación de la

imagen de los pueblos, la expansión urbana de los mismos o la simultánea rehabilitación o

desaparición de elementos patrimoniales.

La supresión de los dos partidos judiciales comarcales, pese a que esta división

administrativa no tiene la relevancia que tenía en el siglo XIX, ha contribuido a la

descohesión territorial comarcal, a disminuir los flujos entre pueblos, y por el contrario a

consolidar la dependencia de localidades extracomarcales.

En contraste con épocas pasadas destaca como a excepción de Benagéber ha

disminuido la vinculación con otras comarcas vecinas como Requena-Utiel, tradicionalmente

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escasa, o el Alto Palancia, en este caso un proceso acelerado tras la nueva delimitación de

las diócesis que supuso el paso de todas las parroquias serranas a la de Valencia en 1960.

Esta circunstancia supuso la alteración de un vínculo existente desde el siglo XIII.

Se ha mantenido en buena medida el contacto con la vecina Camp de Túria por su

situación intermedia hacia el litoral pero también matizada durante los últimos años por la

difusión del automóvil y la conversión en autovía de la CV-35 hasta Casinos, favoreciendo el

desplazamiento directo hasta Valencia. Únicamente la integración de la comarca en el

partido judicial de Llíria y otras cuestiones como la prevista inauguración del hospital de esta

ciudad permite vislumbrar el mantenimiento del contacto con la misma.

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