Caracterización y perspectivas de las agriculturas periféricas

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Caracterización y perspectivas de las agriculturas periféricas Eric Léonard y Eric Mollard El Colegio de Michoacán-ORSTOM* Los años 50 y 60 fueron para la agricultura del país un período de brutales cambios técnicos y de modernización ca- racterizados por el término general de Revolución Verde. De deficitario en productos agrícolas básicos, el país pasó a ser excedentario y exportador por cierto tiempo. Los servi- cios de investigación y de asistencia técnico-económica di - fundieron el modelo a los demás sectores nacionales. Pero fuera de las áreas de riego, los fracasos fueron grandes a pe- sar de la tenacidad que aún se manifiesta en tentativas frus- tradas y costosas de transferencia tecnológica. Ya nada podía ser como antes para la agricultura tradi- cional de temporal. El surgimiento de la Revolución Verde, el desarrollo de una infraestructura de comunicaciones y de mercados y su impacto económico modificaron todos los ele- mentos nacionales anteriores. Las agriculturas temporaleras se volvieron periféricas, ya que su dinamismo dependía fuer- temente de las agriculturas beneficiarías de la Revolución Verde. Esto rompió la lógica de la agricultura de temporal y fue preciso instrumentar un proceso renovado de desarro- llo rural. Desde luego la noción de periferia se encuentra defini- da históricamente y está estrechamente vinculada con la de centro dinamizador, ya sea económico o político. Las regio- * Instituto Francés de Investigación Científica en Cooperación.

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Caracterización y perspectivas de las agriculturas periféricas

Eric Léonard y Eric Mollard El Colegio de Michoacán-ORSTOM*

Los años 50 y 60 fueron para la agricultura del país un período de brutales cambios técnicos y de modernización ca­racterizados por el término general de Revolución Verde. De deficitario en productos agrícolas básicos, el país pasó a ser excedentario y exportador por cierto tiempo. Los servi­cios de investigación y de asistencia técnico-económica di­fundieron el modelo a los demás sectores nacionales. Pero fuera de las áreas de riego, los fracasos fueron grandes a pe­sar de la tenacidad que aún se manifiesta en tentativas frus­tradas y costosas de transferencia tecnológica.

Ya nada podía ser como antes para la agricultura tradi­cional de temporal. El surgimiento de la Revolución Verde, el desarrollo de una infraestructura de comunicaciones y de mercados y su impacto económico modificaron todos los ele­mentos nacionales anteriores. Las agriculturas temporaleras se volvieron periféricas, ya que su dinamismo dependía fuer­temente de las agriculturas beneficiarías de la Revolución Verde. Esto rompió la lógica de la agricultura de temporal y fue preciso instrumentar un proceso renovado de desarro­llo rural.

Desde luego la noción de periferia se encuentra defini­da históricamente y está estrechamente vinculada con la de centro dinamizador, ya sea económico o político. Las regio-

* Instituto Francés de Investigación Científica en Cooperación.

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nes agropecuarias que rodeaban los centros mineros de la Nueva España conocieron un auge que terminó con el de­sarrollo de las comunicaciones. La integración regional y la extensión de las zonas de riego las relegaron a la periferia del desarrollo económico del país. De manera inversa, el aporte de agua en las zonas baldías del norte o en las tierras calientes las convirtió en regiones motrices. Pero mientras en tiempos pasados tal sujeción era coyuntural, la mundia- lización de los intercambios y el carácter discriminatorio y definitivo del tipo de desarrollo adoptado amenaza con vol­ver irreversible la “periferización” de regiones enteras y sec­tores completos de la población: la Revolución Verde no sólo tuvo un impacto técnico sino también económico, social y político.

A raíz del balance de la Revolución Verde, fue impres­cindible analizar la situación general en las zonas de riego y de temporal, y evaluar el posible ensanchamiento de la zan­ja entre ambas zonas: intensificación técnica y concentración de factores de producción de un lado y reestructuración re­gional y extensificación del otro lado. En este marco, las di­ficultades de mecanización y el éxodo (facilitado por el bajo costo de vida urbano) pueden acarrear una baja de la pro­ducción. Al atañer a una población y una superficie agríco­las mayoritarias, ¿no lleva ésto a la sencilla anulación de lo adquirido durante la Revolución Verde, en lo social y lo económico?

Esta nota constituye una etapa de investigación. Se basa en la experiencia de los autores, quienes tratan de precisar una problemática general y volverla coherente. Es más un ensayo que una tesis apoyada en datos. Algunas hipótesis, por ser hipótesis, seguramente son discutibles, y abren el de­bate. El centro-occidente es la base de nuestras reflexiones; en él, la Revolución Verde es bastante antigua para eviden­ciar las tendencias y las agriculturas periféricas se encuen­tran bastante diversificadas para estudiar la pluralidad de las respuestas.

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Después de una revisión de las condiciones y consecuen­cias de la Revolución Verde y de las agriculturas periféricas (primer y segundo apartado), profundizaremos en dos te­mas. Trataremos de desenredar la madeja de una totalidad difícil de resolver sectorialmente. La migración está estruc­turalmente relacionada con las diferentes agriculturas: es un indicador valioso en esta complejidad movediza. También seleccionamos el tema de la ganaderización, de tanto interés nacional que a veces se ha olvidado la necesidad de compro­bar en el campo sus diferentes determinantes. La ganaderi­zación puede revestir uno de los aspectos de la extensifi- cación, la cual parece dibujarse entre varias agriculturas periféricas.

I. La revolución verde

El desarrollo de la agricultura en México en los años de gran expansión económica mundial (1956-1975) siguió dos ejes privilegiados, modelos y prioridades para las políticas agro­pecuarias nacionales: extensión de la superficie cultivada mediante la irrigación intensiva y difusión de paquetes tec­nológicos (mecanización, semillas mejoradas, fertilizantes y agroquímicos).

1. Políticas de desarrollo y opción tecnológica

En el ámbito nacional, los años 50 y 60 correspondieron a políticas de grandes inversiones para el agro. Estas se enfo­caron hacia la agroexportación y el financiamiento del desa­rrollo urbano-industrial gracias a excedentes liberados por la agricultura. Para cumplir con este objetivo se concentra­ron los esfuerzos y los recursos hacia regiones y sectores so­ciales de mayor potencial de desarrollo, es decir regiones fértiles donde resultaba fácil establecer infraestructura de comunicación y riego, y redes de comercialización y abaste­cimiento cuando no existían aún. En suma, las políticas de

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desarrollo se enfocaron hacia los distritos de riego ya anti­guos (Bajío Guanajuatense y parte del Michoacano) y la apertura de nuevos distritos: en los años 50 y 60 se crearon y fomentaron grandes comisiones encargadas del desarrollo de cuencas hidrológicas completas (Comisión del Tepalcate- pec, del Balsas, del Río del Fuerte, para mencionar a las más exitosas en el centro-occidente -Barkin y King, 1970-). Con el riego, era posible contar con una agricultura productiva y generadora de bienes de exportación y capitales. Las in­versiones que no prometieron la misma productividad fue­ron postergadas y las agriculturas de temporal hasta la fe­cha no han recibido lo que les es necesario, a pesar de encontrarse ahí las densidades de población más altas del país.

El ampliar las superficies de riego fue sin duda alguna la mejor herramienta de esas políticas. México fue el primer país en beneficiarse de la investigación fundamental del equipo de N.E. Borlaug, apoyado por la fundación Rocke­feller desde 1944, y luego de los trabajos del Centro Inter­nacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT) a par­tir de 1966.

Desde entonces los métodos desarrollados ahí han oca­sionado la formación de generaciones de agrónomos. Estos métodos se asientan en la teoría de difusión del progreso y del cambio técnico en medio campesino; en campos experi­mentales se seleccionan variedades mejoradas y se elaboran técnicas óptimas de uso de insumos para su desarrollo.

Con estos conceptos, se busca una generalidad máxima de los alcances científicos y una mayor difusión. Esto impli­ca olvidar particularismos locales como climas y suelos, y considerarlos como suficientes en cantidad (agua) y calidad (suelos). La solución al desarrollo agrícola ha sido pues la se­lección de material vegetal, la cual se hace con base en una mayor capacidad fotosintética: se tiende a borrar los carac­teres específicos del fotoperiodismo de las variedades crio­llas, a fin de favorecer una difusión máxima de los alcances.

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Otros ejes de selección tratan de encontrar variedades de ci­clo corto, para dar lugar a varios ciclos en un mismo año. Para aprovechar mejor la capacidad fotosintética de las plan­tas hacia la producción de grano en lugar de tallo y para fa­vorecer una mayor resistencia a las intemperies, se seleccio­nan variedades enanas o de tallo corto (reducción de las pajas). En el caso del maíz, se trató también de incrementar el contenido energético del grano, en perjuicio de su valor protéico, nada despreciable en las variedades criollas. Las mazorcas así seleccionadas son sensiblemente más grandes, pero sobresalen de las hojas y son más vulnerables a los ata­ques del gorgojo: requieren entonces condiciones de alma­cenamiento mejoradas.

Para alcanzar esas metas y hasta una fecha reciente, la investigación se ha ubicado deliberadamente en condiciones experimentales óptimas para la producción, tanto en los re­cursos naturales (suelos profundos y de textura favorable, parcelas planas y homogéneas, riego) como en los insumos (sin limitación de capital, fertilización, tratamientos quími­cos contra arvenses y plagas) y en el trabajo (mecanizado). Con la misma lógica, se seleccionan las variedades en parce­las donde no hay competencia con cultivos asociados, como suele ser el caso en el campo (la asociación más clásica es: maíz-calabaza-frijol).

Tales opciones garantizan la selección de variedades de muy alto potencial y fuertes rendimientos, siempre que se disponga de las buenas condiciones y de un paquete tec­nológico relativamente sofisticado y costoso. Implica por parte del campesino una inversión importante y una toma de riesgo en nada despreciable.

Apoyaron esta estrategia los bancos, tanto públicos como privados, así como inversionistas nacionales y extranjeros (brokers) (Rama y Vigorito, 1979). Promovieron líneas de crédito para la adquisición de costosos paquetes tecnológi­cos como tractores, agroquímicos y semillas. Las políticas agropecuarias se han orientado hacia la agroexportación y

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han agregado a las variedades seleccionadas, inicialmente el trigo y el maíz, cultivos como el algodón, el sorgo, la soya y las hortalizas. Debido al desarrollo de la gran agricultura de riego, los frutos de la Revolución Verde fueron benéficos en toda la nación: durante 20 años, la producción agrícola se incrementó a un ritmo de 4.5% anual y de 2.8% en relación al número de activos agrícolas. El excedente comercial de productos agrícolas creció en un 6.5% promedio (1940- 1960) y representó el 50% del total de las exportaciones (Linck, 1988).

Paralelamente se satisfacía la demanda interna de pro­ductos agrícolas. Pero a partir de los años 60, el abasteci­miento de los mercados urbanos se basó en una política de bajos precios de garantía para todos los granos básicos. Esta política desalentadora para la producción de granos básicos contribuyó a definir sectores de producción más dinámicos y costeables. La agricultura de riego aprovechó sus ventajas en cuanto a infraestructura y productividad y movilizó los capitales hacia mercados dinámicos: el algodón invadió la comarca lagunera y la región de Apatzingán, las frutas y hor­talizas las regiones de Zamora, Irapuato y las tierras calien­tes, la soya todo el noroeste del país. A raíz de estas tenden­cias, las estrategias gubernamentales tuvieron que volverse hacia el sector maicero y la agricultura de temporal, sin cues­tionar el patrón tecnológico propuesto.

La ganadería sigue siendo un eje privilegiado de la es- pecialización. Ahí también, la selección genética y la intro­ducción de razas de propósito finalizado (Hereford, Angus, y sobre todo cebú para carne, Holstein para producción le­chera, Large White y Landrace en la cría de puercos) así co­mo también la utilización de alimentos balanceados concen­trados constituyen medios para una intensificación. En todo el centro del país -Bajío y cuenca de México principalmen­te-, la cercanía de las urbes permite el desarrollo de granjas avícolas y porcícolas, de corrales de engorda de ganado y de cuencas lecheras. Las Huastecas se afirman como la prime­

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ra región de engorda de bovinos del país. El fomento y el auge de la ganadería intensiva dinamizan a su vez todo el sector de la producción forrajera (alfalfa) y de alimentos ba­lanceados (sorgo, soya), que se vuelve uno de los más dinámi­cos y costeables del agro.

A fines de los años 60 se precisa la regionalización del cambio tecnológico y de la especialización económica. Las agriculturas de temporal, penalizadas por las carencias de inversiones tanto públicas como privadas, no disponen de los medios necesarios para competir en esos mercados con las agriculturas de riego.

2. Condiciones de éxito y desarrollo desigual

El supuesto de la Revolución Verde era intervenir sobre el círculo “vicioso” del desarrollo, en una de sus componentes, para transformarlo en una espiral “virtuosa”.

ITINERARIO TECNICO <- tradicional

XPRODUCCION---------------

débil

Tal transformación se puede llevar a cabo actuando so­bre los precios agrícolas (subvenciones, impuestos, crédi­tos...),© bien modificando el itinerario técnico, es decir in­tensificando, cuando el recurso tierra queda limitado. Las políticas federales privilegiaron la segunda opción.

Para la economía campesina, y en el marco de las opcio­nes tecnológicas de la Revolución Verde que ya menciona­mos, el riego fue un elemento disparador ya que permitió aumentar de inmediato rendimiento y número de ciclos anuales y disminuir la variabilidad (y al mismo tiempo el ries­go) de la producción. Estos aumentos, aunque muy localiza­dos, engendraron enormes ganancias individuales y un de­

-INVERSIONdébil rdébil

-> RIQUEZA

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sarrollo rápido con mecanización y modernización global del proceso de producción, así como la búsqueda de las ac­tividades más costeables, acorde a las ventajas y especificida­des locales o regionales.

En este aspecto, cabe mencionar los efectos contrastan­tes de las inversiones exógenas y de sus finalidades. Cuando en los años 60 en el Bajío Guanajuatense se daba una diver­sificación hacia la producción forrajera, la ganadería inten­siva para el mercado nacional y la producción de hortalizas, el desempeño del Estado favoreció a los que tenían acceso a la tierra y al agua, y permitió un desarrollo relativamente equilibrado. En la cuenca del Tepalcatepec en cambio, den­tro del marco de una especialización agroexportadora hacia el algodón y las hortalizas, una política crediticia pública me­nos alentadora propició la introducción de capitales priva­dos y extranjeros y el acaparamiento de los recursos produc­tivos, incluso las tierras ejidales (Restrepo y Sánchez, 1969).

De todas maneras, los procesos de desarrollo vinculados al cambio tecnológico, aun en condiciones de riego, distan mucho de ser igualitarios y de tener mucha regulación. Si­guiendo las quiebras y las fragmentaciones por herencia, las necesidades de capitales son tales que los beneficiarios se res­tringen como piel de zapa. Al aumentar la proletarización, los salarios pueden quedar bajos, aún más si la tecnificación se hace en el sentido del aumento de la productividad del trabajo. Operan entonces, la mecanización de manera selec­tiva, aprovechando los nuevos capitalistas esta ventaja, y la competencia opera dentro de estas zonas privilegiadas, in­duciendo ganancias de competitividad forzada, especiali­zando regiones y terruños y debilitando a los agricultores mal preparados.

Entre regiones, las ventajas comparativas (recursos y mercados) generan competencia desigual, sobre todo si la producción considerada es fuerte consumidora de capitales. Los cultivos de exportación constituyen la mejor ilustración de este planteamiento; como fue el caso con el algodón, el

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aumento de los costos de explotación y la reducción de las utilidades en los cultivos de hortalizas (melón, pepino y sandía) fomentaron el traslado de los inversionistas privados de la cuenca del Tepalcatepec hacia otras tierras vírgenes, dejando suelos agotados y llenos de plagas, con perspectivas reducidas para los productores. En este sentido, la movili­dad del capital comercial representa a la vez una oportuni­dad y un mayor riesgo para las regiones de excesiva espe- cialización, pero la agudeza de la competencia nacional e internacional en los mercados más dinámicos no deja alter­nativa.

Ahora bien, cabe preguntarse también sobre la capaci­dad de difusión y de extensión de la Revolución Verde. Es­ta encontró en los perímetros de riego las condiciones pri­vilegiadas para su desarrollo pero la ampliación de las superficies sembradas mediante la gran irrigación encuentra desde hace unos 20 años dificultades y costos de realización crecientes a medida que van escaseando las condiciones más favorables. Hoy en día, la ampliación de las áreas de riego se hace principalmente a través de la perforación de pozos pro­fundos (hasta 200 metros) a muy elevado costo, y se realiza cada vez menos debido a la reducción de los créditos y al agotamiento de los mantos freáticos. ¿Cuáles serán, enton­ces, para la pequeña agricultura de temporal -en situación de competencia desventajosa por sus estructuras y baja pro­ductividad- las oportunidades de beneficiarse o de apro­piarse los procesos de modernización e intensificación que se han dado en los distritos de riego?

II. Las agriculturas periféricas

1. La pequeña agricultura de temporal

Por lo general, las siembras tienen lugar cuando empiezan las lluvias, aprovechando la agricultura de temporal los 4 o

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5 meses de lluvias anuales. Ya que la variabilidad de los ren­dimientos depende de las precipitaciones, las prácticas de cultivo tratan más de minimizar la variabilidad de produc­ción que de maximizar el rendimiento (y entonces el riesgo): densidad débil de siembra, variedades criollas tolerantes, elección de tierras arcillosas de valle (poco productivas en años húmedos) y de ladera (improductiva en años secos), etc... El incremento de la densidad de siembra y el esparci­do de abono aumentan las necesidades de agua, y si estas prácticas permiten excelentes cosechas en años húmedos, los agricultores no pueden asegurar la reproducción de su sis­tema después de un año más seco, aunque esto ocurra una vez cada cinco años.

Aparte de unas excepciones localizadas, la agricultura de temporal era mayoritaria antes de la Revolución Verde. Los precios seguían los azares climáticos. Una escasa competiti- vidad diferencial gravaba las agriculturas. El surgimiento de la Revolución Verde, aunque localizado, fue el que modificó las perspectivas de las agriculturas de temporal: directamen­te, con la modificación del entorno económico de las agri­culturas periféricas inmediatas; indirectamente, a causa de una competítividad desigual y de precios que quedan estan­cados. La dinámica social inclusive se vió perturbada dentro de las zonas periféricas.

¿Puede uno sorprenderse si dentro de la pequeña agri­cultura de temporal las políticas de desarrollo acumulan fra­casos de transferencia técnica ? Por lo menos dos razones in­validan el proceso. La primera podría resumirse en las “sinergias” (relaciones de complementariedad) dentro de las explotaciones: en cuanto más débil es la riqueza inicial, el productor se preocupa más por mejorar y combinar los re­cursos disponibles, a veces durante generaciones. Así, apro­vecha los rastrojos para unos animales, que fertilizan las me­jores parcelas además de proporcionar el tiro necesario. Año tras año, trata de disminuir los riesgos (escalonamiento de las cosechas, asociación de cultivos, diversificación de los re­

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cursos -doble actividad, actividad pecuaria-...). Estas inno­vaciones le dan una coherencia particular al proceso de pro­ducción, que constituye el primer apremio del desarrollo exógeno. El maíz mejorado no pudo implantarse bien en es­tas zonas ya que, si a decir verdad incrementa fuertemente la producción de granos: 1) incrementa el riesgo de mala co­secha (híbridos más frágiles frente al clima y a las plagas) y 2) sobre todo disminuye la cantidad de rastrojos, y conse­cuentemente el número de animales. Lo que el campesino gana por un lado, lo pierde por otro.

Aquella coherencia puede ser apremiante como en las zonas indígenas -Meseta Tarasca por ejemplo-: 1) las siem­bras se hacen dos meses antes de las primeras lluvias, y se aprovecha toda la gestión del agua del suelo durante la es­tación seca Esto permite sembrar maíz de ciclo largo y com­pensar la productividad débil de las tierras frías ; 2) esta co­herencia técnica se ha desarrollado paralelamente al sistema comunitario (gestión de las tierras y faenas). Alas coheren­cias campesinas se opone la del modelo desarrollista que si­gue enfocándose en técnicas ajenas y sectoriales. Una sola de las modificaciones preconizadas tendría importantes con­secuencias en las interrelaciones del sistema agropecuario.

Un segundo punto que debe tomar en cuenta un pro­grama de desarrollo exógeno es el de los diferentes umbra­les de acumulación. En efecto, los primeros incrementos de producción, cualquiera que sea su origen, se emplean antes que todo para el mejoramiento de la vivienda y la escolari- zación de los niños. Después, las pequeñas unidades de producción tratan de diversificar sus actividades, de preca­verse de riesgos y de asegurar un capital de jubilación com­prando animales por ejemplo, congelando así parte de la acumulación.

Luego de esto, “la agricultura puede invertir en la agri­cultura” y asegurar un auto-desarrollo (si no hay desviación por falta relativa de redituabilidad frente a otros sectores). Es un fenómeno de larga duración, en el cual el Estado tie-

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de la extracción del aceite, para el engorde de los animales, al añadirles maíz. Como consecuencia de la Revolución Ver­de, estas fábricas partieron hacia el Bajío o hacia las áreas de riego de Sonora y Sinaloa donde la calidad, la productividad y los precios eran más atractivos (el ajonjolí fue desplazado por otras oleaginosas como la soya). La región de Huétamo no sólo se vió obligada a abandonar el ajonjolí, también dejó las actividades de engorda de animales, ya que los costos de transporte para los alimentos del ganado se volvieron pro­hibitivos. Hoy en día, Huétamo tan sólo produce crías que venden en parte en el Bajío, ya que allí disponen del sorgo, de la pasta y de los rastrojos necesarios para el engorde.

No sólo se desvaneció su reciente especialización sino que también se limitó considerablemente su campo de posi­bilidades. Sin lugar a dudas, Huétamo no es sino un ejem­plo de integración forzada, y sus becerros van a inflar la ofer­ta de todas las regiones periféricas que habrán tenido la misma suerte. Las regiones más desfavorecidas en recursos, comunicación, organización de la producción, están orilla­das a perder toda iniciativa con el éxodo, la reestructuración social y hasta la extensificación.

Estas tendencias proyectadas podrían tener consecuen­cias fatales para la producción y para las sociedades en cues­tión si no intervinieran mecanismos de resistencia o medi­das políticas. La alternativa propuesta por el Estado o por los bancos queda demasiado vinculada con el modelo que forjó el éxito de la Revolución Verde y demasiado distante de los objetivos campesinos: fórmula de abono inadaptada a los riesgos de cultivos de temporal, variedad híbrida sen­sible a la sequía y a las plagas, paja corta que dificulta las acti­vidades ganaderas, polinización cerrada, etc... Esta última exige la compra anual de semillas; para soslayarse del ries­go de la pérdida de la semilla, los agricultores siembran tar­de, haciendo que los ciclos propuestos sean inadecuados pa­ra las prácticas campesinas (Arreóla). Por su lado, la investigación agronómica no ha analizado suficientemente

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una acumulación lenta (aparte de algunas excepciones de adaptación de material tradicional) o valorizando recursos de escasa productividad, como son los agostaderos (que constituyen la mayor parte de las superficies de Michoacán). Por suerte, existen lo que los sociólogos llaman desviaciones de innovaciones, y estas últimas están adaptadas a los apre­mios citados y tienen otros fines que los previstos por el de­sarrollo (abono en otros cultivos, adaptación de la legislación agraria...).

La alternativa de la investigación y del desarrollo es de cerrar el proceso:

Investigación en estación experimental---- > Desarrollo-----> Campesinado

con una retroacción:

Campesinado «------ ■ ■ ■ ---- --------> Investigación experimental

La falta de interés de los extensionistas por agriculturas que no reaccionan, la degradación del precio Je los granos básicos (relacionada con los precios internacionales, la pro­ducción importante de las áreas de riego y claro está de las políticas de abasto barato de las ciudades), la fuga de las es­casas industrias hacia zonas con utilidades más importantes y la nueva división de las especializaciones regionales, todo se conjuga para llevar al campesino hacia una menor capa­cidad de adaptación, y paradójicamente hacia un mayor “tradicionalismo”. ¿Cuál puede ser su comportamiento en tales condiciones, en particular, no existe la eventualidad de una vuelta hacia prácticas más antiguas o agriculturas me­nos integradas a su región?

3. Consecuencias sociales

Sin embargo, la historia no se repite. Con los flujos resultan­tes de la Revolución Verde, es necesario analizar las nuevas condiciones en que evolucionan las pequeñas agriculturas

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3. Consecuencias sociales

Sin embargo, la historia no se repite. Con los flujos resultan­tes de la Revolución Verde, es necesario analizar las nuevas condiciones en que evolucionan las pequeñas agriculturas periféricas. Al disminuir su campo de posibilidades al mis­mo tiempo que su capacidad de acumulación-adaptación, no les queda más que cultivos no rentables y despreciados por las zonas irrigadas, o el empleo de mano de obra afuera de la unidad de producción.

Al incrementarse la diferencia entre Revolución Verde y agriculturas periféricas, los jóvenes no querrán quedarse en la explotación agrícola de sus padres. Podemos conside­rar por lo menos dos mecanismos de resistencia que atrasan y hasta cierto punto impiden la reestructuración social y el éxodo. La generación de más edad se quedará hasta el final de sus días en la explotación, en la que, por falta de suceso­res, se ensimismará. El segundo mecanismo es el de la do­ble-actividad y en particular la migración internacional tan importante en el centro-occidente, que inyecta dólares en pequeñas explotaciones y permite así su sobrevivencia.

El futuro de la doble-actividad debe ser problematizado, ya que ésta puede implicar tanto la renta o la venta y la rees­tructuración del acceso a la tierra como la permanencia de la familia en la explotación acorde a inyecciones de capital. La alternativa consiste entonces en el mantenimiento y la re­producción estrictos de las bases técnicas del sistema de pro­ducción o en la compra de equipo y la especialización (como en muchas granjas en el mundo, la tendencia es hacia la com­pra de equipo en demasía). Esta opción podría tener lugar en un entorno propicio -por ejemplo mercados seguros-, y llevaría a maximizar la productividad del trabajo. Podría ser la especialización hacia la pequeña ganadería lechera, o una especialización en la venta de forrajes a granjas lecheras, fenómeno que acentuaría la geografía de las especializacio-

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nes regionales. De todas formas, implicaría el abandono de los granos básicos.

Estos dos mecanismos de resistencia ocultan dinámicas en curso, y hasta pueden pararlas. Toda encuesta que trate de estimar las tendencias regionales no debe omitirlas: estra­tegias familiares de los campesinos de edad y de las familias de migrantes, los mejores testigos de las estrategias a largo plazo de los actuales migrantes. Estos mecanismos compiten tanto dentro de la Revolución Verde como dentro de las agriculturas periféricas. Más antiguas y con rentas costosas de tierra (relacionadas con el recurso, pero también con la oferta de capitales urbanos), las zonas irrigadas podrían pre­sentar una reestructuración más evolucionada.

4. Una subordinación regionalizada

El impacto de la Revolución Verde es diferente según los re­cursos de la agricultura periférica, la acumulación que ahí se dio previamente, las diferentes formas de organización productiva... Podemos pensar que su impacto favorable podrá tener lugar en los márgenes periféricos inmediatos (unas decenas de kilómetros), mientras que su impacto ne­gativo (productividad y precios desfavorables, fuga de capi­tales) no tendrá geografía y abarcará todas las agriculturas.

Las zonas nacidas de la Revolución Verde, sin duda per­mitieron la creación de nuevos mercados, de empleos agríco­las y tienen un papel “motor”, llevando consigo a las zonas periféricas. Es probable que algunas zonas pudieran apro­vechar este impacto, diversificándose (sorgo, huerta de tem­poral) y ocasionando flujos de mano de obra, jornaleros, “re­gando” de dinero la región de origen.

No obstante, es indudable que los créditos actuales cuen­tan con las agriculturas más solventes (es decir de riego), li­mitando su impacto en las zonas periféricas. Por otra parte, la diferencia de productividad entre riego y temporal, rela­cionada con alzas en la producción y estancamiento de los

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precios, puede llevar consigo dificultades para modernizar, imposibilidad de obtener ganancias y el abandono de los cul­tivos.

Según la historia más o menos antigua hacia la moderni­zación y la integración comercial, las zonas periféricas esta­rán más o menos armadas para contestar este desafío. Su campo de posibilidad será más o menos restringido, lle­vándolos: 1) hacia especializaciones de más riesgo o menor valor agregado (cría de lechones, de becerros...), ocasional­mente una vuelta hacia normas tradicionales y 2) hacia una reestructuración social en que los principales perdedores serán los que habrán intentado una reconversión, sin lograr­la. Esta reestructuración tiene como consecuencia una ex- tensificación posible, que podría ser la “ganaderización” (merma del capital productivo por hectárea, maximización de la productividad del trabajo, baja de la productividad del terreno).

Tal como lo demostraron algunos trabajos históricos (Postel-Vinay), la mecanización no es un fenómeno ineluc­table y la escasez (y el costo) de la mano de obra es la que sir­ve de incentivo. Sin embargo, hay que distinguir entre dos formas de mecanización: la que genera ganancias de pro­ductividad por hectárea, como es el barbecho (mejoramien­to biofísico de las condiciones de explotación del suelo), la siembra (para aprovechar las fechas más propicias), o la que impide cuellos de botella fatales para la producción por un lado y, por otra parte la mecanización que permite la única disminución de los tiempos laborales (escarda, cosecha), es decir la que únicamente aumenta la productividad del tra­bajo. Sin embargo, podemos suponer que las agriculturas periféricas van a seguir conformando una fuente importan­te de mano de obra barata. En tales condiciones, la ausencia total de mecanización debe considerarse más como el refle­jo de la racionalidad capitalista y no como una especificidad de lo campesino. También resulta falso considerar una agri­cultura completamente mecanizada como un indicador de

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capitalismo o de mayor eficiencia. Imaginemos por un mo­mento una agricultura pluri-activa totalmente mecanizada: obtendrá seguramente una productividad de la tierra análo­ga a la de una agricultura capitalista semi-mecanizada, pero una menor productividad del capital invertido, siempre y cuando los salarios sean bajos.

Para concluir este capítulo, podemos pensar en las ven­tajas comparativas en las regiones periféricas. No es seguro que ahí las especializaciones vigentes sean perennes y regio­nes con tradición de industria quesera podrían ser afecta­das. Al contrario, las regiones con una situación particular (piloncillo artesanal -Cochet y alii—) realmente no pueden tener rivales. Esto autoriza las siguientes esperanzas: la Re­volución Verde tiene sus propios límites, que son las zonas de riego. La acumulación previa en las regiones periféricas especializadas les proporciona los medios para una adapta­ción; la calidad de la producción y la organización de los pro­ductores que de ahí resultan conforman el nuevo desafío que la Revolución Verde da a las agriculturas periféricas. Po­demos pensar que la saturación de los mercados de la Revo­lución Verde tendrá que intervenir más o menos rápi­damente. Podría permitir un interés renovado de las agro-industrias por las zonas periféricas, menos remunera- doras, pero poseedoras de una impresionante fuente de pro­ductividad. Sin embargo, en los países periféricos, resulta difícil asegurar la permanencia de los capitales y evitar su fu­ga-

III. La migración en el contexto agrícola

Parece válido considerar la migración internacional y su de­sarrollo con respecto a los mecanismos de marginación económica y de reestructuración que se acaban de evocar. El movimiento hacia los Estados Unidos sólo representa una de las formas de migración y es, incluso, una forma de plu- ri-actividad. En el Centro-occidente, reviste mucha impor-

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tanda en todos los sistemas de producción agropecuarios (excepto en las tenencias irrigadas más grandes); esto, por­que desde hace más de cien años, el dólar ha presentado un atractivo más rentable que la agricultura o que la migración urbana. La ilustración podría ser la siguiente: en la pequeña irrigación de las tierras calientes de Michoacán, algunos agricultores migran durante el temporal; reservan su tierra para un ciclo único de cultivos, durante la estación seca.

Para recalcar causas y consecuencias de las estrategias agropecuarias, la migración hacia Estados Unidos puede ser un indicador interesante. Un gran número de autores hicie­ron hincapié en que el análisis de las estrategias familiares permitiría entender este fenómeno (Roberts). Además, si la decisión final de migrar es individual, depende primero de las reservas o estímulos de la familia, ocasionalmente dentro de redes comunitarias. Este indicador es de sumo interés pa­ra profundizar nuestra problemática, ya que representa una estrategia alternativa “deslocalizada” (sin base geográfica) y que reúne numerosos elementos de los funcionamientos, apremios y dinámicas agrícolas.

Muchos libros tratan de los aspectos económicos, socia­les, culturales y políticos del fenómeno migratorio. Basándo­se en la teoría del diferencial de renta entre ambos países, la metodología se enfoca en el individuo-migrante. Por lo tan­to, es difícil exponer los ajustamientos estructurales del di­ferencial geográfico o sociológico y el por qué algunos gru­pos intentan partir, tienen éxito y se instalan más fácilmente que los demás. Ya subrayaron la importancia de la historia y de las redes de cooperación. La metodología relativa al in- dividuo-migrante no logra explicar las causas de salida, las condiciones de residencia y las de regreso, ya que olvida a la familia y a los migrantes precedentes.

Referente a esto, el análisis de las causas de la migración tropieza en dos obstáculos mayores: 1) el empirismo opera una clasificación a priori del migrante, a veces de su familia (Masey y alii p.e), en base a la duración, la frecuencia y la re­

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gularidad de las estancias en los E.U.A. Veremos que así se omiten variables más pertinentes como son: distinción entre el padre y el hijo, estructura de explotación, fase de la mi­gración... En este sentido, cruzar una tipología de sistemas productivos agrícolas con una de migrantes resultaría inte­resante. 2) Con la encuesta del migrante actual, es posible contestar muchas preguntas, pero toma en cuenta de mane­ra insatisfactoria el impacto de la migración en los sectores productivos. Así, encontramos en algunos libros que la in­versión agrícola generada por la migración es insignificante; este tipo de encuestas no toma en cuenta la inversión diferi­da de los migrantes precedentes, fincados en forma defini­tiva en su terruño, y mucho más numerosos que los migran­tes actuales. Algunas entrevistas comprueban fácilmente el fuerte impacto del dólar en la compra de tierras agrícolas, de animales y de herramienta, mientras que los migrantes actuales invierten preferentemente en una casa y en lo sun­tuario o si no, ahorran.

Son necesarios dos enfoques: el uno trata de entender cómo se integra la migración dentro de las estrategias fami­liares, y el otro si los dólares pueden ayudar al despegue agrícola individual y plantearse como mecanismo de rees­tructuración regional.

1. Componentes estructurales de la migración

a. Abundan los casos de migrantes sin mañana, que no lo­graron adaptarse en los Estados Unidos, por falta de cono­cimientos y de conocidos. Regresan al país frustrados para siempre. Un caso contrario es el de un padre de familia eji- datario acomodado que desea pagarle estudios de computa­ción a su hijo en México; el viaje del hijo al Norte, antes de empezar su carrera, es como una “iniciación” y el regreso o la permanencia dependerá de su suerte allá. Ambas ilustra­ciones permiten pensar que existen migraciones más o me­

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nos necesarias, cuando se combinan necesidad y azar de in­serción.

Citemos ahora a este jefe de explotación quien, una vez realizados los sembrados, se va por algunos meses y deja su explotación en manos de algunos peones... Es una manera de afianzar las redes, de ganar algunos dólares que ayudan a la compra de alguna máquina... Azar y necesidad ya no ex­plican el comportamiento de migrantes experimentados. Es necesario situar al migrante dentro de una de las dos fases de migración: la segunda depende de los primeros éxitos, recurrentes, del conocimiento que se ha adquirido y de la ausencia de riesgo.

b. Azar y necesidad son dos nociones preliminares, úti­les para caracterizar y clasificar a los migrantes de la prime­ra fase, según su sistema de producción-expulsión agrícola. Es evidente que tal necesidad no tiene la misma agudeza en el caso de un minifundio en condiciones de temporal, que genera ingresos demasiado bajos como para permitir a una familia ubicarse por encima del umbral de acumulación, y en el caso de una familia acomodada para la cual la migra­ción constituye una posibilidad suplementaria de acumula­ción.

Una pequeña estructura productiva de agricultura pe­riférica genera pocos ingresos, que no compensa el trabajo de las mujeres en las zonas de riego; implica la migración del padre de familia, con tal de que encuentre un trabajo segu­ro en los Estados Unidos. El candidato a la migración acep­tará menos riesgo al ser más apremiantes sus necesidades. Esta estrategia de sobrevivencia produce pocos migrantes, no sólo por el costo del pasaje (en general más de 500 dóla­res en el sur de Michoacán, además de que por ser poco sol­ventes, se ubican afuera de las redes de usura), sino también por el riesgo al que se exponen; un fracaso puede resultar fatal para la explotación familiar. Estos escasos migrantes mandan regularmente giros para mantener a su familia y es­te dinero en pocas ocasiones se destina a inversiones produc­

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tivas: el nivel de los giros es más débil si la inversión inicial en la migración no permitió conseguir un empleo remu- nerador; estos migrantes tienen con frecuencia que trabajar en el campo en los estados fronterizos, donde los servicios de migración son más activos y represivos.

Opuestamente, en la escala de las estructuras producti­vas y de los ingresos, el padre de familia migra a pesar de ser débil la necesidad, que en este caso también se combina con la minimización del riesgo de fracaso. Esto puede suceder con la invitación de un compadre que le asegura un buen trabajo remunerado. El nivel del flujo financiero que regre­sa a la unidad de producción puede definir una estrategia de acumulación-expansión mediante la migración.

Entre estos dos casos extremos, el problema se vuelve más complejo principalmente para los hijos, ya que su nece­sidad de partir depende de su porvenir en la comunidad. Aceptan más riesgos ya que no tienen familia propia (o es muy pequeña) y porque se benefician del apoyo financiero familiar, de importancia variable. Al riesgo aceptado (no existe obligatoriamente una red de conocidos) le correspon­den por supuesto tasas de éxito más bajas. En estas condi­ciones, los primeros viajes son decisivos: si son exitosos son recurrentes y ayudan a formar cada vez más a un migrante definitivo o a un residente; por el contrario, los fracasos ini­ciales, económicos y psicológicos, sea que sucedan al pasar la frontera, al buscar una habitación y un trabajo o de regre­so para el país (con los aduaneros), adquieren importancia según el grado de motivación del joven, su garantía finan­ciera y el afianzamiento moral de la familia, según acepte o no los riesgos de un segundo viaje.

Estos casos intermedios combinan necesidades y riesgos variables, dependen de la seguridad de la instalación agríco­la y de eventuales redes de migrantes accesibles a los padres de familia, y hasta de la obtención de un pasaporte, cuando uno de los parientes tiene una cuenta bancaria.

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En las tierras calientes, la concentración de tierras ejida- les es fuerte, y los hijos disponen de un derecho que asegu­ra su regreso a casa, aunque exista el apremio del compar­timiento de la tierra con su padre y sus hermanos. En el Bajío y en la mayoría de los casos, los hijos de ejidatarios no tie­nen ningún porvenir en la comunidad paterna. La salida ha­cia otros rumbos es muy necesaria entonces para los herma­nos. Aveces, el heredero es el que ha sido menos afortunado en sus viajes, mientras que otro consigue con qué comprar un derecho ejidal. En cuanto a los demás hermanos, pue­den instalarse... en cualquier otro lugar. Por lo general, nin­guno de ellos tiene proyectos individuales explícitos a largo plazo y la suerte de uno depende de la suerte de los demás. Alguno de ellos, más tarde, sabe si se puede instalar en la co­munidad; aunque su casa ya está construida ahí, tiene que conformar un capital a base de tierra y de animales; este aho­rro permite su instalación más tarde y afianza el poder de la familia dentro de la comunidad.

La partida de un joven tiene repercusiones en el consu­mo y en la fuerza de trabajo familiar, ya que la familia admi­nistra las actividades agrícolas en función de las demás acti­vidades. No todos los hermanos salen en el mismo momento: uno de ellos se queda con el padre para asegurar el funcio­namiento de la explotación. En un primer tiempo, la mayor parte de los dólares de los hijos se ahorran (para preparar una boda) y pocos se destinan a la familia paterna.

c. En el paso de migrante principiante al de migrante ex­perimentado, interviene el apremio del estatuto agrícola. El ejidatario, a diferencia del propietario, puede perder sus de­rechos si no cultiva sus parcelas. De hecho, este fenómeno se tempera con la periodización de la migración: en una primera fase, el migrante parte sólo y su familia trabaja las tierras. Unicamente en casos exitosos llama a su familia a su lado. Entonces no necesita su derecho a corto plazo. Desgra­ciadamente, su casa ya se encuentra construida en el pueblo y tendrá la tentación de volver por más tiempo e invertir. Es

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uno de los casos en que la legislación agraria contribuye a si­tuar al ejidatario a la periferia de las agriculturas periféricas. Esto porque por definición jurídica, el ejidatario no puede acumular dinero desde el exterior y por lo tanto endeuda así su capacidad de adaptación.

La migración regular es una estrategia individual que permiten los contactos en los Estados Unidos, la posible le­galización y eventualmente el habla inglesa. Dependiendo de los recursos y del estatuto agrícola, la familia sigue al mi­grante. Los residentes muy rara vez tratan de instalarse de­finitivamente en los Estados Unidos, ya que la nostalgia por su país es tan grande como las dificultades económicas y so­ciales para su integración.

En términos agrícolas, cabe la aplicación del círculo “vi­cioso” del desarrollo de las actividades agropecuarias, con la condición de adaptarlo a los objetivos a largo plazo del mi­grante. Este prepara su regreso al pueblo, y a menudo de­sea trabajar la tierra. Es asombroso ver a esos antiguos mi­grantes volver a las “tradiciones agrícolas”, y empujar el arado cuando es necesario, después de haber estado veinte años en los Estados Unidos. Los primeros dólares sirven pa­ra la construcción de una casa bonita y para casarse. Luego ahorran para asegurar su “jubilación”. Este es el primer um­bral de acumulación, pero se sitúa más alto, por supuesto, que el de los verdaderos agricultores. Después, si lo permi­te la familia extendida que se ha quedado en el pueblo, ca­pitaliza comprando animales; esta inversión provee un po­co de dinero, pero sobre todo refuerza el poder de la familia dentro del ejido, por el control de los agostaderos colectivos. En los mejores casos, compran tierra (los precios suben mu­cho con los migrantes), herramientas, empezando así con la mecanización.

La migración presenta una diversidad sorprendente tan­to por sus causas como por sus consecuencias en la agricul­tura. La estructuración del fenómeno necesita tomar en cuenta las fases de migración, y dentro de éstas, los concep­

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tos de necesidad, de azar, de objetivos (individuales y fami­liares) de más o menos largo plazo. Parece que la migración se manifiesta como un fenómeno de resistencia. Por lo tan­to, sería interesante saber si sigue el sentido de las especiali- zaciones vigentes (integración regional, equipo) o si, al contrario, perturba las dinámicas regionales; y también si fa­vorece la intensividad (la familia se queda en pocas tierras) o la extensividad por la reestructuración social (renta de tie­rras, éxodo).

2. Reestructuración regional o resistencia

El impacto de la migración en la agricultura puede desarro­llarse en tres niveles: la innovación individual, la comunidad y la región. El primero se comentó en lo que precede. Re­cordemos que la población con doble-actividad es fuente de innovaciones, a pesar de su marginación de parte de las ins­tituciones corporativas. Su alejamiento relativo de la agricul­tura exige la adaptación de sus prácticas agrícolas (poca dis­ponibilidad de mano de obra), y autoriza riesgos más importantes, debido a su base financiera. Además, la inno­vación puntual ya puesta a prueba puede emprender un proceso de aumento progresivo y multiplicar así el impacto técnico de una modesta inversión económica.

Insistiremos más aquí en las escalas comunitarias y re­gionales.La migración regular y periódica se impone en la mayor parte de los casos como un elemento estructural pa­ra los sistemas de producción. Contribuye por su naturale­za a perpetuar la lógica de disminución de los riesgos en la producción y, a mayor plazo, permite el ajuste productivo y la perspectiva del .porvenir de los hijos. La disminución de los riesgos comprende el aumento de la variedad de recur­sos, y la generación de numerarios que permiten una regu­lación táctica (más agilidad en el funcionamiento anual) y el mejoramiento de las condiciones de producción.

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Además de las motivaciones económicas y de porvenir, la ideología de la migración es un factor poderoso que da in­centivo a la partida. Se puede tener por seguro que el azar en los Estados Unidos permitió y permitirá excepcionales saltos de una clase social a otra, pero de todas formas, a la migración no se le puede considerar como un regulador so­cial, como lo veremos en lo que sigue. Sin embargo, los éxi­tos sirven para justificar un mito que se apoya en la exhibi­ción y la cultura traídas por los migrantes de regreso a su país. Cualesquiera que sean las motivaciones económicas, el mito motiva la búsqueda de suerte en el norte.

Subrayamos la importancia de las redes: éstas son las de coyotes o, al contrario, las fuertes relaciones entre la comu­nidad de origen y la que vive en Stockton o Dallas. La pri­mera opción es muy costosa; sería accesible a los que tienen más dinero pero tiene el defecto de restringir las oportuni­dades de éxito al pasar la frontera así como el campo de los posibles en cuanto a empleos. Esta selectividad de la migra­ción genera a la vez disparidades en las posibilidades de acu­mulación. Si permite en forma innegable que muchas uni­dades de producción se mantengan más allá del umbral de reproducción económica, la migración enriquecedora que­da fuera del alcance de los estratos más bajos de la pobla­ción, genera desigualdades y hace más profunda la zanja que separa a los pequeños productores de los sectores acomoda­dos. Aquí, la migración es indudablemente un mecanismo que mantiene a muchas unidades de producción debajo del umbral de reproducción.

Por otro lado, la migración representa una posibilidad de incorporación en el proceso de acumulación, con el sal­do de una concentración de los recursos productivos que se encuentran, desde luego, en manos de los sectores más aco­modados de la zona periférica.

Desde la época de la reforma agraria, se ha observado una contracción del número de familias (algunas de ellas ex­tendidas) dentro de los ejidos, lo que ha permitido contro­

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lar la mayoría de las superficies. En estas condiciones, viene a agregarse uno de los elementos de la migración a los pro­cesos de diferenciación social. Las familias dirigentes no tie­nen ningún problema para su representación en las reunio­nes ejidales o para defender sus derechos territoriales, por más que el padre y el hijo se encuentren en los Estados Uni­dos. Los pequeños productores no poseen esta inercia so­cial, y una salida para Estados Unidos puede implicar la pérdida de su derecho ejidal en una de las depuraciones que se realizan regularmente. Podemos entonces preguntarnos ahora si la migración ha sido un elemento influyente en la contracción de los poderes dentro de los ejidos.

Para terminar con este panorama dentro de la comuni­dad ejidal, ¿no encontramos aquí una paradoja? Por un la­do, el migrante se beneficia de la cooperación colectiva, por lo menos en un principio; por otro lado, constituye un de­sastre para la organización colectiva. En efecto, es posible pensar que el migrante se ha vuelto individualista, tanto por su partida y el contacto con una sociedad que preconiza el éxito individual como por limitaciones diferentes en cuanto a su manera de producir dentro de la comunidad. Podemos preguntarnos entonces si la migración no es responsable del aflojamiento de las relaciones productivas dentro de las co­munidades, que pueden ser más o menos fuertes. Una consecuencia sería la fragilización de las comunidades pe­riféricas, en un momento en que una organización de pro­ductores sería preponderante (venta de productos o mate­rial colectivo).

Contrariamente a los empleos urbanos que se crearon en Europa durante la revolución industrial, la migración se vincula mucho más con la agricultura (por las inversiones productivas); mantiene estable a la población rural de nu­merosas localidades pequeñas (excluyendo la cabecera mu­nicipal); permite la salida definitiva de los hijos que la tierra no puede mantener. Sin embargo, es probable que la par­tida definitiva (de los más pobres pero también de las fami-

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lias que tuvieron éxito en los Estados Unidos) implique una nueva estructuración social, junto con la resistencia de otras familias que invierten en la agricultura, tanto en grandes co­mo en pequeñas superficies. Uno debe de analizar las dinámicas regionales a través de estos dos procesos contra­dictorios, ya que el entorno o la acumulación anterior pue­den favorecer el uno en detrimento del otro. Este marco de inestabilidad no favorece el establecimiento de una especia- lización ni el refuerzo de un mercado. Es otra fuente de de­bilidad de las zonas periféricas.

IV. Hacia la extensiñcación

1. Los papeles del ganado

La ganaderización se ha vuelto de interés nacional, y la cau­sa principal es sin lugar a dudas el bloqueo y, en los últimos años, la reducción de rentabilidad en la producción de gra­nos básicos. De hecho, existen varios procesos que no se re­lacionan obligatoriamente con un determinismo común y que permiten además la intervención de los papeles pasados y presentes del ganado en las diferentes regiones del país, eventualmente en los diferentes sistemas de producción. Históricamente, tanto dentro del ejido como en sus relacio­nes con la pequeña propiedad, la ganadería ha desem­peñado un papel relevante en la economía y en los fenóme­nos de diferenciación social. El control que ejercía en los agostaderos colectivos y en los esquilmos indivisos así como en la fuerza de tracción permitía limitar y condicionar el ac­ceso a la tierra a los más desprovistos; esto permitió la emer­gencia de una oligarquía ejidal o, localmente el manteni­miento de la dominación del ex-hacendado. La revolución técnica y económica descrita en la primera parte del artícu­lo pudo, según las circunstancias, modificar o reforzar esta función dentro de la comunidad campesina.

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En el Bajío irrigado, el fácil acceso a alimentos con­centrados ha permitido el establecimiento de una nueva ac­tividad ganadera, basada en la engorda final de bovinos cuando su capacidad de engorda no se ha aprovechado com­pletamente. Esto concierne dos clases de establecimientos: granjas que atienden a miles de animales y explotaciones agrícolas que con una inversión mínima valorizan su cose­cha de sorgo al comprar unas decenas de animales flacos (en el momento de la cosecha) que engordan en tres meses. Aun­que no sean animales con un potencial de engorde muy fuer­te (cruzados), las granjas de engorda se benefician de un po­tencial diferido del que no se saca provecho en las zonas periféricas,debido a los pocos recursos.

Las actividades de cría no son simples fases de un pro­ceso ineluctable que implicaría su acaparamiento, una vez más, por las zonas irrigadas. En el norte del país, la calidad de la carne (que se exporta) tiene que presentar a la vez me­joramiento genético y alimentación de calidad (E. Camou, comunicación personal). El mercado interior al contrario, si­gue aceptando animales cruzados, accesibles para las gana­derías periféricas y en las cuales vacas y becerros pueden contentarse con los pocos recursos (agostaderos y rastrojos). Ninguna unidad de la zona irrigada puede producir tan fácilmente este tipo de animales.

La Revolución Verde ocasionó ventajas comparativas, y encauzó en particular las de las zonas periféricas. La es­pecialización lechera alrededor de las ciudades medianas lo demuestra, ya que antes se abastecían mucho más lejos, y hasta les podía faltar leche. Una vez que se inició la es­pecialización en zonas de riego, se pudo consolidar con la creación de plantas pasteurizadoras privadas o cooperativas, y con cierta integración de las explotaciones (venta de forra­jes, por ejemplo). Si en la organización de productores no existen malversaciones, malos consejos de gestión o si la búsqueda de calidad permite crear una renta, la zona de dis­tribución puede entonces rebasar fácilmente el mercado ur-

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baño original, y hasta competir con zonas periféricas mal preparadas.

La especialización en quesos existe en zona periférica, y se relaciona con una antigua organización productiva, en Cotija por ejemplo (Baisnée); su porvenir depende de la pro­tección del mercado, ya sea por una organización producti­va sin fallas o por el mejoramiento de la producción y de la transformación (posible si hay acumulación anterior) o por la búsqueda de calidad, con marca original de fábrica. Se tra­ta de una carrera contra el tiempo. La especialización en pro­ducción de lácteos permite frecuentemente una utilización intensiva de la mano de obra familiar -incluyendo la mano de obra femenina- (Cochet y alii, La vía lechera...) y del es­pacio productivo. Sin embargo, queda fuertemente subordi­nada a la existencia de una pequeña irrigación, que asegu­ra una base forrajera permanente y la de un mercado cercano. Raramente se encuentran reunidas estas dos con­diciones en el caso de las agriculturas periféricas como para permitir la emergencia de una especialización. La ganaderi- zación tiende entonces a tomar un aspecto completamente distinto.

Actualmente en las zonas periféricas, la ganaderización se presenta bajo dos formas principales y una de ellas con­cierne al pequeño engorde o la pequeña producción de le­che. Con la Reforma Agraria desaparecieron muchos anima­les, fenómeno que se agravó con el “rifle sanitario” de 1948. La mayoría de las familias volvieron a comprar animales, co­mo un capital de seguridad poco costoso ya que los alimen­taban en los agostaderos colectivos y con los rastrojos, y podían así abastecer en carne a un mercado nacional en ple­na expansión. Pero este dinamismo se vió rápidamente blo­queado por la saturación de los pocos recursos. En el Bajío periférico, no parece haber sido importante el desplaza­miento de las zonas de cultivo por la ganadería. Claro está que se tomaron algunas disposiciones para mejorar la ali­mentación de los animales (con segundo ciclo de legumino­

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sas por ejemplo), pero el ganado sigue desempeñando un papel secundario. Esta dinámica difusa se refuerza con la presencia de los migrantes, ya que con el ganado implantan un capital diferido y preparan su regreso ulterior a la tierra. El ganado no gasta ni los recursos de la tierra ni mucho tra­bajo familiar. En estas condiciones de desarrollo limitado y de rol secundario, y con el objetivo de una capitalización de seguridad diferida, la extensificación del manejo de anima­les no puede ser rebasada con programas de desarrollo que, más o menos implícitamente buscan su intensificación (inse­minación artificial p. e). Sólo las granjas lecheras especiali­zadas, y no las de consumo familiar, desplazaron sus cultivos para asegurar una alimentación de buena calidad durante todo el año; este desplazamiento implica una racionalización del uso de los recursos tradicionales, los agostaderos y los rastrojos. Sin embargo, ya vimos que tal oportunidad que­da siendo una excepción en el caso de la agricultura periféri­ca.

La segunda cara de la ganaderización en zonas periféri­cas es, sin duda alguna, la cría extensiva. Ya vimos cuál es el interés de la ganadería en zonas irrigadas por esta integra­ción supraregional; en este caso, la renta se asegura con la condición de diferir la valorización del potencial animal en el tiempo, en la geografía y por supuesto, en lo social.

2. Extensificación

Esta tendencia pesada seguramente sirve de telón de foro para las agriculturas periféricas; se encuentra más adelanta­da en las zonas de poca competitividad y de difícil acceso (poca acumulación previa, mecanismos de resistencia re­cientes, falta de acceso a los mercados implantados por las zonas de riego). Es el caso típico de Huétamo o del Bajío dis­tal (Zacapu, Acámbaro, p.e).

Por falta de competitividad, los precios de venta se es­tancan (y esto se agrava mucho más con las políticas vigen­

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tes) mientras que los precios de insumos crecen. La rentabi­lidad de los cultivos sólo puede compensarse con estructu­ras más grandes, ya que no hay capacidad de adaptación, en un entorno deteriorado -menos en la periferia próxima-, ni ventaja comparativa, ni acumulación anterior. Las “rentas” de maíz o de ganadería extensiva marginan a numerosas pe­queñas explotaciones cuya descapitalización vuelve las prác­ticas rígidas, con un regreso posible hacia la tradición y más probablemente con la búsqueda de ingresos del exterior. Según los diferentes mecanismos de resistencia, la nueva es­tructuración social tendrá un impacto más o menos impor­tante. Es concebible que una geografía de las zonas perifé­ricas sea compleja, con sus núcleos de dinamismo o de sujeción, todo arrastrado por una corriente de extensifica­ción.

Dependiendo del control previo de los recursos produc­tivos, de la toma de poder por un número cada vez más re­ducido de familias y apoyados por políticas como la del plan ganadero del sur (Michoacán), los ejidatarios acomodados extienden sus prerrogativas hacia la esfera productiva. El maíz se cultiva principalmente para el ganado; en los mejo­res años, los excedentes se venden o hay venta dentro de la región de parte de las explotaciones mecanizadas. El auto- consumo sigue vigente, pero queda muy lejos dentro de la jerarquía de las funciones del maíz, paradójicamente, es po­sible que resulte más costoso producir maíz que comprarlo, ya que se beneficia de subvenciones para el consumo.

El fracaso de los programas de crédito para la compra de material en común ha afianzado el desarrollo desigual. Como no se puede incrementar la productividad del maíz, se busca incrementar la del trabajo: para eso disminuye la mano de obra, se mecaniza el conjunto de las prácticas y se trabaja en tierras más grandes. Como en el caso del sureste michoacano, a partir de cierto umbral la extensificación pa­rece acelerarse naturalmente: el éxodo implica un enrare­cimiento de la mano de obra y encarece los salarios; esto,

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junto con la menor necesidad relacionada con la extensifi- cación, implica una disminución de la oferta y, consigo, el éxodo.

Además, las condiciones de la extensificación acarrean una menor necesidad de capitales, y desembocan en la si­guiente paradoja: la riqueza de una agricultura no implica obligatoriamente un auto-desarrollo. El dinero que provie­ne de la migración, de las compañías transnacionales o de la ganadería de cría se invierte fuera de la agricultura, y enri­quece las ciudades alrededor, les asegura un desarrollo extraordinario, aunque estén rodeadas por una agricultura extensiva. Además, esta extensificación se adapta a las estra­tegias absentistas (en las ciudades) o de migración de los agri­cultores. Encontramos por un lado una situación de éxodo voluntario (hijos escolarizados) y por otro lado la del éxodo impuesto a los peones y medieros sin empleo.

El mecanismo ya citado es extremo ya que varios facto­res se combinan para acelerar el éxodo, la nueva estructu­ración social y la extensificación. Es la última etapa antes del abandono, el último paso para que aún exista un poco de competitividad. En Europa la Revolución Industrial pro­vocó un éxodo que culminó con la modernización masiva de los años 40; numerosas regiones fueron consagradas como santuarios de la agricultura, y viven actualmente de los pia­dosos dones del Estado: la noción de periferia no tiene fron­teras.

El precio del maíz sin duda apoyó fuertemente a las dinámicas supeditadas, quitándoles cualquier capacidad de adaptación a las agriculturas periféricas. En toda la nación, el balance actual puede calcular una pérdida importante en los beneficios logrados por la Revolución Verde. Además de que no se toma muy en serio a las organizaciones de produc­tores, y que la adaptación de la investigación y del desarro­llo está muy atrasada, las facilidades que podrían otorgarse a las industrias que amplíen el campo de las posibilidades periféricas y el incremento del precio del maíz es sin duda

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el elemento clave ya que modernización e intensificación, posibles paliativos del precio, están ya superados. Es una for­ma de incrementar la capitalización necesaria a toda adap­tación. La nueva estructuración social se encuentra suficien­temente adelantada para haber disminuido los umbrales de acumulación, pero no deberían esperar demasiado, antes de que el viento de la extensificación se lleve todas las posibili­dades.

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