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CAPÍTULO I. Precedentes Históricos

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CAPÍTULO I.

Precedentes Históricos

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Manuel Velasco Suárez

•humanista, científico, mensajero de la paz•

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el escenario y los actores

Su lugar de origen

San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, re­conocida en los años recientes como “el más mágico de los pueblos mágicos de México”, está asentada en un valle que los hablantes de tzotzil y tzeltal llamaron en épocas remotas Jo’bel, “lugar del zacate grande” o “donde abunda el zacate”. En tiempos de la expansión de los señoríos de la altiplanicie mexicana su nombre se adaptó al náhuatl Hueyzacatlan, que es una traducción del que tenía en las anti­guas lenguas mayas de la región.

A la llegada de los conquistadores europeos en 1528, Diego de Mazariegos, capitán oriundo de Ciudad Real, provin­cia de España, fundó ahí la Villa Real de Chiapa y trasladó a ella el gobierno que operaba en Chiapa de los indios (actual Chiapa de Corzo). El asentamiento, por oposición, fue desde entonces conocido como Chiapa de los españoles y, renom­brado en varias ocasiones durante el pe­riodo virreinal, se llamó sucesivamente Villa Viciosa, Villa de San Cristóbal de los Llanos y Ciudad Real de Chiapa.

Rodeada por numerosas poblacio­nes indígenas, la Ciudad Real fue un reducto donde se instalaron familias

llegadas de ultramar y sus descendien­tes, propicio para el florecimiento de sus actividades productivas y de las institu­ciones públicas representativas del sis­tema sociopolítico que imperó desde el siglo xvi hasta el siglo xix en el actual territorio de México y en gran parte del continente americano. En ella, por ejem­plo, se fundaron el primer obispado de Chiapas en 1543, que estuvo a cargo del fraile dominico Bartolomé de Las Casas; una alcaldía mayor en 1577, cuyo primer titular fue Juan de Meza, y una intenden­cia en 1786, perteneciente entonces al reino de Guatemala.

Después de la Independencia de México, Chiapas se incorporó al nacien­te país. La capital de esta provincia dejó de llamarse Ciudad Real y en 1829 adop­tó el nombre de Ciudad de San Cristóbal, pero en 1848 se le volvió a cambiar por San Cristóbal de Las Casas. En 1934 se re­dujo a Ciudad Las Casas y, finalmente, en 1943, se le restituyó el que conserva hasta nuestros días, epónimo de su primer obis­po: San Cristóbal de Las Casas.

Durante el siglo xix San Cristóbal de Las Casas y Tuxtla Gutiérrez alterna­ron varias veces la categoría de capital de Chiapas. El cambio definitivo ocurrió en 1892 cuando, por disposición del entonces gobernador José Emilio Raba­sa Estebanell, los poderes estatales se instalaron en la ciudad donde residen hasta la actualidad.

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Quiosco del parque central Dr. Manuel Velasco Suárez de la ciudad de San Cristóbal de Las Casas, Chiapas. Fotografía: Manuel Munguía Castillo.

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A principios del siglo xx, poco antes del nacimiento de Manuel Velasco Suá­rez, varios terratenientes, apoyados por indígenas de la región, emprendieron un movimiento que pretendía restituir a San Cristóbal su antigua condición de capital, pero fracasaron.

Recién extinguido el régimen porfi­rista, en plena Revolución, que por cierto adquirió características muy especiales en Chiapas, se eliminaron las jefaturas políticas y en 1915, cuando Velasco Suá­rez cursaba apenas su primer año de vida, se creó el municipio de San Cristóbal.

En la cabecera municipal pasó su in­fancia e hizo sus primeros estudios, como se detallará más adelante. Volvió a ella y a la región con frecuencia durante toda su vida y, en una actitud que a simple vista contras­taría con su ascendencia familiar, siempre manifestó interés por mejorar las condicio­nes de vida de las comunidades indígenas.

Lo anterior se corroboró en 1974 cuando, en su calidad de gobernador del estado de Chiapas, auspició el Primer Sim­posio Internacional de Lascasistas —rea­lizado precisamente en San Cristóbal—, donde se revaloró la obra de Fray Barto­lomé de Las Casas en Hispanoamérica a la luz de los problemas contemporáneos de justicia social, casi 20 años antes de que el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (ezln) apareciera en la misma ciudad con su proclama en favor de los pueblos originarios.

Sus ancestros más remotos

Rastreando la historia familiar de nuestro personaje encontramos antecesores su­yos desde mediados del virreinato. Entre ellos, Francisco Ortés de Velasco, patriar­ca de una familia perteneciente a la cla­se que, desde Ciudad Real, imperaba en la región, explotaba la tierra, comerciaba, gobernaba y tenía a su servicio a miem­bros de otras clases, entre ellos muchos indígenas. Terratenientes, finqueros, fun­cionarios gubernamentales, beneficiarios de la encomienda, mujeres y hombres de su tiempo cuyo descendiente, Manuel Ve­lasco Suárez —científico y humanista que por circunstancias especiales de la histo­ria también incursionó en la política—, siempre recordó con gratitud y orgullo como forjadores de las generaciones que, como la de él, pusieron al servicio de los demás el conocimiento, la solidaridad y el espíritu de paz que lo alentó y lo llevó a recibir importantes reconocimientos na­cionales e internacionales.

Arquetipo humano

De esa combinación de entornos y actores sociales surgió el hombre que atestiguó prácticamente completo el devenir del si­glo xx, desde la perspectiva del estudiante, del profesional de la medicina, del cientí­fico innovador, del padre de familia, del servidor público, y del pacifista.

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Esa diversidad de cualidades con­centradas en un individuo ha motivado la creación de instituciones, la produc­ción de innumerables obras, reflexiones y trabajos que citaremos a lo largo de este libro, ya que rescatan su herencia y dan testimonio de su paso por el mundo.

El maestro Jorge Paniagua Herrera, cronista titular vitalicio de San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, por ejemplo, defi­nió en tiempos recientes de la siguiente manera al doctor Manuel Velasco Suárez, durante un homenaje que le hicieron con motivo del aniversario 482 de la funda­ción de la ciudad que lo vio nacer:

Arquetipo humano, con características

holísticas de diversas disciplinas cientí­

ficas y filosóficas, hoy es brújula inelu­

dible que orienta, ubica y hace trascen­

der a seres e instituciones que opten por

abrevar en su legado. Éste norma, viable

y múltiple, de una invariable existencia

al servicio de sus semejantes.

Que las emergentes generaciones

lo hagan redivivo en las habilidades,

destrezas, hábitos, aptitudes, actitudes,

capacidades, conocimientos de sus

propias personalidades y que sepan es­

tructurar en bien de su propio sentido

e identidad, pero siempre en beneficio

de los otros; a la manera de como hoy

preconiza Guillermo Hurtado: Esta­

mos por entrar en un momento de la

historia humana en el que tendremos

que tomar decisiones colectivas impor­

tantes en relación con el alcance y el

impacto de la biotecnología. Es mi con­

vicción que estas decisiones deberán

tomarse de manera democrática, in­

cluso si esto supone el riesgo de tomar

decisiones equivocadas. La labor de los

científicos y de los filósofos en esta co­

yuntura no es la de actuar como ilumi­

nados que le dicten a la sociedad lo que

es bueno o malo en estos asuntos, sino

la de ayudarla para que ella misma tome

sus propias decisiones. La labor de los

científicos consiste en explicar a la so­

ciedad con toda claridad cuáles son las

consecuencias en esclarecer los con­

ceptos utilizados en la discusión públi­

ca, en afinar los argumentos que tienen

lugar en ella e interpretar los ideales y

aspiraciones que mueven a las perso­

nas para transformar sus vidas. Para

reflexionar mejor sobre estos aspectos

tenemos que pasar (responsablemente

en el propio proceso, como lo intuye­

ra el Dr. Manuel Velasco Suárez) de

la bioética a lo biopolítica; es decir, al

estudio científico y filosófico de cómo

organizar a la sociedad de acuerdo con

las nuevas biotecnologías.1

1 Ponencia “Ciencias de la vida y filosofía. Nueva oportunidad de diálogo en el siglo xxi. En memo­ria del Dr. Manuel Velasco Suárez”, de Jorge Pani­agua Herrera, presentada en la Sesión Extraordi­naria y Solemne de Cabildo, Sala de Cabildo Jesús G. Ruiz Blanco, miércoles 31 de marzo del 2010, 482 aniversario de la fundación de San Cristóbal de Las Casas, Chiapas.

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Pensador visionario y progresista

Quienes han escrito sobre la vida de este médico chiapaneco coinciden en desta­car la postura de vanguardia que siempre manifestó en los diferentes ámbitos de su desempeño personal, profesional y públi­co. Así lo constatan las siguientes notas biográficas escritas por el comunicador Agustín López Cuevas, cronista de la Uni­versidad Autónoma de Chiapas (unach):

Durante su vida, el doctor Velasco Suá­

rez gozó del reconocimiento mundial

por sus logros en la medicina y en la or­

ganización de asociaciones de servicios

de salud, cursos y simposios internacio­

nales. En la Organización Mundial de

la Salud (oms) participó como experto

asesor, fue miembro de la Federación

Mundial de Sociedades Neuroquirúr­

gicas y de otras academias de cirugía y

neurología en las Américas y Europa.

Presidió más de 100 congresos médicos

y simposios internacionales y en 1994

organizó y fue elegido presidente del

Congreso Internacional de Bioética en

México. Promovió la idea de la Bioética

como la piedra angular de la práctica de

la atención de la salud.

El doctor Velasco Suárez era un

pensador visionario y progresista, pro­

pulsor de ideas innovadoras y acciones

preventivas para enfrentar los desafíos

en el campo de la salud pública. Su vida

estuvo dedicada a impulsar el avance de

la neurociencia en México y en el mun­

do. Su creatividad y enfoque abierto

caracterizaron su labor como miembro

de la Organización de Médicos Contra

la Guerra Nuclear, la cual recibió el Pre­

mio Nobel de la Paz en 1985.

Velasco Suárez fue un hombre ex­

celente cuya obra dio prestigio no sólo

a Chiapas, sino a México. Cincuenta

años de vida académica fecunda trasmi­

tiendo sus conocimientos, enseñando

a muchas generaciones. Destacó en el

ámbito profesional y como maestro de

las ciencias médicas. Sobresalió en sus

deberes ciudadanos y sirvió a la socie­

dad en múltiples tareas. Luchador social

incansable, amante de la humanidad y

de la paz mundial.2

He ahí algunas premisas, un breve adelanto apenas de la vida de Manuel Ve­lasco Suárez, materia básica de este libro que se nutre con las valiosas aportaciones de familiares, amigos, antiguos colabora­dores, discípulos y personas que lo cono­cieron y que fueron testigos de los traba­jos y las horas que dedicó a las diversas pasiones que lo motivaron.

2 López Cuevas, Agustín, “Semblanza de Manuel Velasco Suárez”, en Apuntes para una biografía, obra inédita.

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CAPÍTULO II.

INICIO del siglo XX.nace el personaje

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chiapas y México, agitados

Ocaso del porfiriato

La familia más cercana de Manuel Velasco Suárez se fue conformando en un momento de crisis y convulsiones: comenzaba el siglo xx y diversos alzamientos, protestas, ex­presiones de inconformidad y escaramuzas armadas presagiaban el final del régimen que encabezó Porfirio Díaz a nivel nacional. Algunos historiadores, sobre todo locales, como Marco Antonio Orozco Zuarth, Fer­nán Pavía Farrera y Miguel Ángel Muñoz Luna,3 aseguran que la Revolución Mexica­na no llegó a Chiapas. Pero a la luz de sus propias investigaciones y de narraciones de personas que vivieron en aquella época —testimonios incorporados en esos mis­mos trabajos— podemos matizar diciendo que, en todo caso, el movimiento adquirió características muy especiales en la entidad, tal como ocurrió en cada región del país.

Por ejemplo, de 1901 a 1914, año en que nació nuestro personaje, hubo más de 30 cambios en la gubernatura chiapane­ca. Jefes militares nombrados todavía por el general Díaz ejercieron junto con ese cargo la titularidad del Ejecutivo estatal.

3 Entrevistados por el autor para los fines de esta investigación.

Algunos fungieron en varias ocasiones, y hubo por lo menos un gobierno afín a Francisco I. Madero, en el que —evoca­ba Velasco Suárez— colaboró su padre, el licenciado José Manuel Velasco Balboa. Además, dos tíos suyos fueron diputados al Congreso Constituyente de 1916­1917:

Cuánta ilusión me hago al recordar mi in­

fancia, tan diferente y sin castigos, tan se­

gura a pesar de las mil vicisitudes que nos

tocó vivir en la Revolución y sus traicio­

nes, con el honroso antecedente del licen­

ciado Juan Manuel Velasco Balboa, mi pa­

dre, como Secretario General del primer

Gobierno Maderista en Chiapas; mis tíos

Enrique y Daniel, Constituyentes en Que­

rétaro (1917); las consecuencias de los

asesinatos de Zapata (1919) y del Presi­

dente Carranza; la persecución religiosa y

el asesinato de Obregón (1928) […]. Todo

se comentaba en casa a la luz de las can­

delas, mientras mi padre exigía garantías

para su pueblo […]. Así estará también

en la memoria de mis hermanas Carmen,

Alicia, María y Elvira que hoy felizmente

me acompañan […]. Cuánto hubiera dado

por contar ahora con aquel varón Abo­

gado y buen Juez que fue mi padre, con

la dulce y virtuosísima mujer que fue mi

madre Doña María Suárez […].4

4 Velasco Suárez, Manuel, “Concepción, acción y destino”, en Jesús Rodríguez Carbajal y Alfonso Escobar (comps.), Homenaje al doctor y profesor Manuel M. Velasco Suárez, México, D. F.: Editorial Progreso, 1989, pp. 752­753.

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La Revolución

Pese a su lejanía de los puntos geográficos donde se inició, aparte de los frecuentes cambios de gobernador en los primeros lustros del siglo xx, la Revolución Mexica­na tuvo otras repercusiones en la tierra de Manuel Velasco Suárez, cuyo nacimiento y primeros años de vida transcurrieron entre vaivenes políticos, intervenciones desde el centro de la República y pugnas internas. Fue el caso de sus coterráneos que, agraviados por el traslado de los po­deres estatales de San Cristóbal a Tuxtla Gutiérrez en la última década del siglo xix, consideraron oportuno el momento y las circunstancias para tratar de recupe­rar la sede gubernamental.

Como ya dijimos antes, hubo por lo menos un régimen de filiación maderis­ta, pero los cabecillas de otras facciones también enviaron personeros a Chiapas, donde además, surgieron alzamientos re­gionales —como el llamado movimiento mapachista— que finalmente se identifi­caban con una u otra corriente beligeran­te del contexto nacional. El historiador Luis Enrique Pérez Mota reseña así parte de este periodo de la vida de San Cristó­bal de Las Casas en particular y de Chia­pas en general:

El movimiento armado de 1910 tuvo

para Chiapas tres momentos importan­

tes: la lucha denodada por la sede de los

poderes locales entre sancristobalenses

y tuxtlecos, la intervención del carran­

cismo a partir de 1914 y la resistencia y

rebelión de los mapaches.

Nuestra entidad, como todas en

aquellos años, padecía de los estragos

sociales que el porfirismo heredaba.

La alta concentración del ingreso y

la riqueza evidenciaba la causa de esa

sociedad descabelladamente injusta.

El estado corría con la misma o peor

suerte que aquellos que veían crecer el

antirreeleccionismo.

Don Miguel Albores Castellanos con

seguridad fue el principal promotor del

maderismo en Chiapas. Le secundaron,

signados los Tratados de Ciudad Juárez,

Lindoro Castellanos y Nicolás Macías en

Ocosingo y Villaflores. El primero, con

una actividad de proselitismo mucho más

empeñosa que los segundos. Otros chia­

panecos se mostrarían como maderistas

militantes en el período que comprende

el golpe de Victoriano Huerta.

Chiapas no carecía de argumentos

para ganar la calle. Tenía entonces in­

quietudes diferentes:

A la renuncia de Porfirio Díaz, la

clase política fue cediendo lugar a la em­

bestida maderista. En Chiapas, Ramón

Rabasa, quien gobernaba aún en 1911,

se vio obligado por las circunstancias

a hacer lo propio el 27 de mayo de ese

año. Cabe señalar que no se manifesta­

ron grupos organizados que difundieran

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tácitamente los propósitos del Plan de

San Luis. El propio Albores Castellanos

no encontró las respuestas que buscaba

en los distintos círculos locales.5

A la renuncia de Rabasa, el congreso local designó gobernador interino a Ma­nuel Trejo, pero su nombramiento generó tal inconformidad que Juan Félix Zepeda, Jesús Martínez Rojas, Alfredo Aguilar, Arturo Aguilar y Enrique Zepeda solici­taron al presidente Francisco León de la Barra que lo destituyera e instalara en el cargo a Eusebio Salazar y Madrid u otro gobernador interino, aunque no fuera chiapaneco. Esa propuesta tampoco fue bien recibida y sólo prolongó la pugna por el Ejecutivo local.

Cuando llegó a la presidencia de la República, Francisco I. Madero alentó a los chiapanecos radicados en la capi­tal del país, quienes representaban “las aspiraciones e intereses generales de Chiapas”, para que desde allá convoca­ran candidatos que pudieran gobernar en forma interina la entidad sureña. De esa “elección” salió victorioso Flavio Guillén. En segundo lugar quedó Euse­bio Salazar y Madrid quien, apoyado por los sancristobalenses, no aceptó el triun­fo del primero.

5 Pérez Mota, Luis Enrique, Chiapas: Notas para una historia reciente, Tuxtla Gutiérrez: Universi­dad Autónoma de Chiapas, Instituto Chiapaneco de Cultura y H. Congreso del Estado, 1994, pp. 9­10.

La legislatura chiapaneca descono­ció los acuerdos tomados en la Ciudad de México y nombró gobernador interino a Reynaldo Gordillo León, lo que provocó ya no sólo una protesta, sino un levan­tamiento armado contra las “proclivi­dades tuxtlecas” del recién designado y que proclamaba gobernador provisional a Manuel Pineda.

No obstante el pronunciamiento, Gordi­

llo León ocupó el cargo el 4 de julio. Ade­

más de tener un homólogo, tendría una

nueva figura: el jefe de las armas de este

levantamiento, Juan Espinosa Torres.

Conociendo el tipo de movimien­

to que se exhibía, el propio gobernador

promovió la organización de los “Hijos

de Tuxtla”, batallón voluntario, que logró

presupuesto del Congreso Local y apoyo

expedito de tuxtlecos de buena paga.

Empero, ¿cuál era el motivo de

este enfrentamiento? ¿Qué mantenía el

estado de animadversión? ¿Se trataba

de un asunto antirreeleccionista? ¿Por

qué si el propio Madero había interve­

nido todavía no se llegaba a un acuer­

do, si las propias partes participaron en

el proceso que les interesaba? ¿Había

algo más? ¿Alguna explicación de fon­

do? ¿Qué llevó al propio Gordillo León

a renunciar siete días después de su

toma de posesión?6

6 Ibid., p. 14.

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Con la Iglesia topamos…

Como era de esperarse, los jerarcas del clero católico también estaban al tanto de los sucesos e interesados en su solución, así fuera sólo por “apagar la conflagración” que podía provocar el pueblo enfurecido. En seguida, una muestra de su interven­ción durante el conflicto que nos ocupa:

En una carta fechada el 29 de junio de

1911, el obispo de San Cristóbal de Las

Casas, Francisco Orozco Jiménez, se re­

fería a este asunto particular:

Al llegar aquí de regreso de mi visi­

ta de Salto de Agua hace tres días, me he

encontrado la situación de esta población

envuelta en una excitación terrible, que

puede compararse a una conflagración

general que va tomando cada día mayor

incremento, debido a la cuestión de la

traslación de poderes, que les preocupa,

como móvil de todos sus actos, a grandes

y pequeños, sin que se pueda de ninguna

manera apagar. Como se trata del pueblo,

a quien se ha comparado a una fiera, com­

prenderá que en semejantes casos no va­

len consejos ni amonestaciones ni nada.

¿A qué traslación de poderes se re­

fiere? Aquella que el gobernador Emilio

Rabasa reinstituyera en 1892. La lucha

por la sede de los poderes locales ya era

añeja. Joaquín Miguel Gutiérrez decidió

el primer cambio en diciembre de 1833.

Liberal de militancia y tuxtleco de origen.

Más tarde, el defensor de la batalla

del 21 de octubre de 1863, Ángel Albi­

no Corzo, restableciéndose, tan pronto

pudo realizarse, en la antigua Ciudad

Real. Sin embargo, José Gabriel Esquin­

ca hizo lo mismo en febrero de 1864,

hasta que José Pantaleón Domínguez

insistió en devolver la sede a San Cris­

tóbal, no sin antes haber hecho estación

por algún tiempo en Chiapas de Corzo.

Cada cambio de residencia ocasio­

nó un desaguisado. No era para menos.

San Cristóbal de Las Casas había sido

capital de la Provincia de Chiapas des­

de su fundación. Su registro: marzo de

1528. Ninguna explicación por liberal

que pareciese se justificaba para los san­

cristobalenses. Ese era el momento para

aflorar el descontento de 1892. La situa­

ción del país era propicia. El maderismo

enarbolaba principios que bien podrían

ajustarse a la demanda sediciosa […].7

Los indígenas en la reyerta

Otro sector que comprensiblemente par­ticipó o fue obligado a participar en las lu­chas regionales de Chiapas en tiempos de la Revolución fue el de los indígenas, que si bien tuvieron algunos líderes visibles, intervinieron, como muchas otras tropas, desde el anonimato masivo en una lucha que al final no les acarreó beneficios:

7 Ibid., pp. 14­15.

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Las fuerzas lascasenses, convencidas de

su lucha política, comienzan a realizar

sus operaciones militares. Estas se ba­

san, fundamentalmente, en la movili­

zación indígena de los altos de Chiapas.

Al frente de estos recios contingentes

se hallaba Jacinto Pérez Chixtot, El Pa­

jarito, quien pudo comandar los regi­

mientos tzotziles de San Juan Chamula,

Zinacantán, San Andrés (Larráinzar) y

Huixtán.

En aquellos años, muchos qui­

sieron ver este protagonismo político

como una guerra de castas. La lucha se

manifestaba “contra los chamulas”, y no

versus los sancristobalenses. Estos con­

formaron sus propios batallones, Juárez

y Las Casas, a través de los cuales pu­

dieron ocupar las primeras plazas sin

encontrar resistencia. La inmediata fue

Ixtapa. Le siguieron Chicoasén, Copai­

nalá, Tecpatán, Chiapilla, San Bartolo

(hoy Venustiano Carranza) y La Con­

cordia, entre los más significativos.

¿A quienes enfrentaba El Pajari­

to? ¿Sabía realmente el líder tzotzil por

qué luchaban sus congéneres? ¿Creía

acaso en la justicia agraria de los alza­

dos? ¿Lo motivaba el proceso comicial?

¿Tendría algún estímulo especial por

parte de los Pineda, Torres o Zebadúa?

¿Habría alguna idea, consejo o manda­

to especial de Francisco Orozco y Jimé­

nez, obispo de Chiapas?8

8 Ibid., p. 20.

El centro, siempre influyente…

Como ha sido común en la vida política de México, los acontecimientos y los per­sonajes relacionados con el poder centra­lizado gravitaban en tierras chiapanecas, de modo que Madero, protagonista de la lucha por el Ejecutivo federal en ese mo­mento, movió o trató de mover piezas para establecer condiciones propicias a sus pretensiones en el estado sureño:

Empero, no era exclusivamente el eje­

cutivo chiapaneco el único preocupado,

también lo era el candidato Francisco I.

Madero [que] buscaba en esos momen­

tos llegar a los comicios presidenciales

sin altisonantes armados; pero más aún

le interesaba disminuir sustancialmente

el “asunto Chiapas”, que ya había tras­

pasado las fronteras locales. El proble­

ma se veía agravado al renunciar Robelo

Argüello el 19 de septiembre. Inmedia­

tamente, la Legislatura estatal designa­

ba como nuevo gobernador interino a

Querido Moheno; en ese entonces dipu­

tado federal por Chiapas.

Madero trató de persuadir a Espi­

nosa Torres de la personalidad del nuevo

ejecutivo local. No pudo hacerlo. Como

tampoco pudo tomar posesión el propio

Moheno, pese a sus elocuentes interven­

ciones tanto en los medios de comunica­

ción, como en el recinto de Donceles.9

9 Ibid., pp. 21­22.

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A los alzados de San Cristóbal se iban uniendo rebeldes de otras partes, como Chiapa de Corzo, por lo que el Ejecutivo y el Legislativo locales pidieron al sena­do de la República que autorizara el envío de tropas federales a apaciguar el estado. Al frente del destacamento militar llegó Eduardo Paz Contreras, a quien se sumó Francisco A. Figueroa, que mantenía el resguardo de la entidad. Con ese refuer­zo, las fuerzas lascasenses fueron neutra­lizadas en pocos días. Terminó la lucha armada por el momento y comenzó una fase de negociación que, posteriormente, daría paso a la contienda electoral.

Todo quedó como antes…

Los bandos de cada región se mantuvie­ron activos, y aunque hubo diferendos por los resultados electorales, las aguas volvieron poco a poco a su cauce y la situación entre tuxtlecos y sancristoba­lenses, en términos generales, permane­ció como estaba antes del levantamiento:

Efectivamente, tras una prórroga, el

proceso comicial para elegir goberna­

dor constitucional del estado se lleva­

ría a cabo el 5 de noviembre, la tanda

primaria; y para el 20 del mismo mes,

la secundaria. Los partidos pronto se

reorganizaron y formaron sus bloques

muy definidos. Por San Cristóbal de

Las Casas se reestructuró el Centro

Directivo de la Libertad del Sufragio

en Chiapas.

Los tuxtlecos se aglutinaron en

torno al Club “Joaquín Miguel Gutié­

rrez”. Hubo uno más, el Club Democrá­

tico de Comitán, que se resistió a la invi­

tación lascasense de hacer alianza en las

próximas elecciones [en las que triun­

fó] Reynaldo Gordillo León [quien]

gobernaría durante el cuadrienio que

comprendería del 16 de diciembre de

1911 al 30 de noviembre de 1915. A

partir de su toma de posesión, podría

abrirse un nuevo capítulo para Chiapas.

Sin embargo, poco después, debido a

la tensión electoral, dejaría su encargo

por decisión presidencial para recibir

el nombramiento de ministro plenipo­

tenciario de México en la vecina Guate­

mala. Por lo demás, la entidad práctica­

mente terminaba el primer episodio de

su revolución. Como había principiado,

su muy particular lucha intestina con­

cluía en 1911.10

10 Ibid., pp. 29­31.

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La familia más próxima

El día de los Santos Inocentes (28 de di­ciembre) del año en que las fuerzas cons­titucionalistas se habían instalado en Chiapas (1914) nació Manuel M. Velasco Suárez. Aludimos al santoral católico por­que la familia del niño llegado al mundo en esa fecha era reconocida por profesar fervorosamente esa fe religiosa. Él mismo se distinguió siempre por su acendrado apego al humanismo cristiano y, no obs­tante haber nacido en tiempos marcados por la violencia —o quizá por eso—, emer­gió desde su terruño para convertirse en reconocido médico y científico, servidor público probo y hombre de paz.

Su padre, el jurisconsulto José Manuel Velasco Balboa, fue funcionario público, juez y catedrático de la prestigiada escuela formadora de abogados de San Cristóbal de Las Casas, y su madre, la señora María Suárez Solórzano, fue una profesora que, aparte de la crianza de sus hijos y del cui­dado de su hogar, se ocupaba de labores altruistas y tocaba el piano. Manuel siem­pre mantuvo estrecha relación con sus hermanas Carmen, Alicia, María y Elvira, quienes lo apoyaron en la realización de obras altruistas en su lugar de origen.

María Suárez. Imagen tomada del libro: García Aguilar, María del Carmen, Manuel Velasco Suárez: del gabinete científico al despacho político, Tuxtla Gutiérrez: Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Chiapas, Polyforum Mesoamericano, 2000, p. 20.

José Manuel Velasco Balboa. Imagen tomada del libro: García Aguilar, María del Carmen, op. cit., p. 20.

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•humanista, científico, mensajero de La paz•

El carrancismo

Poco antes del nacimiento de Manuel Ve­lasco Suárez, su tierra natal fue ocupada por el general Jesús Agustín Castro, en­viado de Venustiano Carranza, quien a la sazón era el líder principal de la Revolu­ción Mexicana, que había entrado en la fase conocida como periodo del constitu­cionalismo, dada la pretensión del Barón de Cuatro Ciénegas de darle al país una nueva ley fundamental.

Al principio, varios grupos empobre­cidos de Chiapas abrigaron la esperanza de que el régimen carrancista los emanci­paría de la dominación de terratenientes, finqueros y patrones, pero los excesos y latrocinios perpetrados por las milicias enviadas desde el centro del país desalen­taron a la población trabajadora y fueron pretexto para que los opositores a esa in­tervención militar y política organizaran un movimiento para tratar de acabar con el carrancismo en el estado.

El Gobierno local impuesto por Carranza emitió, entre otras, la Ley de Obreros o Liberación de Mozos, la cual establecía mejores condiciones labora­les para los trabajadores, y la Ley contra el Agio, que regulaba los préstamos, los empeños y las hipotecas, medios por los cuales las clases acaudaladas mantenían sometidos a sus sirvientes, y puso en vi­gor las normas sobre tenencia de la tierra expedidas por el entonces presidente de la

República en Veracruz, cuando instaló ahí provisionalmente la residencia del Ejecu­tivo (Ley Agraria del 6 de enero de 1915).

El movimiento mapachista

Grupos chiapanecos acaudalados vieron amenazados sus intereses con esas dispo­siciones legales y, aprovechando el descon­tento general contra el vandalismo de las fuerzas carrancistas, organizaron el movi­miento armado mapachista. El ejército de Los Mapaches —llamado así porque basa­ba sus acciones en una especie de guerra de guerrillas, con sigilo parecido al de esos animales de monte y, obligados por su con­dición de combatientes, también robaban frutos de las milpas— estaba formado por civiles conservadores y era auspiciado por las familias ricas del estado.

El acuerdo que fundó el movimiento mapachista se llamó Acta de Canguí, que fue suscrita el 2 de diciembre de 1914. Su líder visible era Tiburcio Fernández Ruiz, a quien respaldaban los hermanos Sóstenes y Gregorio Ruiz, así como Ven­turino, Fausto y Berzabé Ruiz. Levanta­miento local que postulaba la defensa de la soberanía de Chiapas, el mapachis­mo, sin embargo, tenía filiación villista y combatió contra las huestes carran­cistas desde 1914 hasta 1920. Instalado en la presidencia de la República Álvaro Obregón, ya retirado Villa en Canutillo y recién asesinado Zapata, los mapachistas

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deponen las armas y firman un acuerdo en pro de la paz pública.

Las consecuencias de ese movimien­to, a juicio de los estudiosos de la historia chiapaneca fueron, junto con la salida de los constitucionalistas (en realidad derro­tados por Obregón), la destrucción de la escasa infraestructura del estado, mayor empobrecimiento de los milicianos que se sumaron a la rebelión y la llegada al Gobierno local de antiguos partidarios del mapachismo, en un territorio donde prevalecían las condiciones de vida here­dadas del porfiriato.

Ninguno de los bandos que estuvieron en pugna durante la revolución, concluyen los cronistas e historiadores consultados, ni las corrientes derivadas de ellos actuan­tes en nuestros días han resuelto los recla­mos históricos de mejores condiciones de vida para los habitantes de Chiapas.

Los grupos derivados del movimien­to mapachista, parapetados en plantea­mientos favorables a la soberanía local, que se ufanan de sus valores regionales, de su origen y tradiciones, promueven hasta la fecha el mantenimiento —a ve­ces exacerbación— de un sistema casi co­lonial, contrario a la repartición equitativa de beneficios entre todos los segmentos de la población. Y los gobiernos derivados de la Revolución tampoco han atinado a reducir las desigualdades que prevalecen en Chiapas.

Infancia en San Cristóbal

Mientras todo eso sucedía, la familia de Manuel Velasco Suárez resistía los emba­tes y la zozobra de la inestabilidad, y el niño iba creciendo en el solar chiapaneco, siempre recordado. Los progenitores, con base en su fe católica, inculcaron en el niño Manuel la jerarquización de los valo­res espirituales sobre los bienes tempora­les y materiales. Respaldaron su tempra­no interés por la biología y lo apoyaron para estudiarla con respeto para todas las manifestaciones de la vida.

Frecuentemente, Manuel hacía refe­rencia a sus primeros años, a la herencia familiar, a la conformación de valores des­de el seno del hogar y a la influencia del entorno donde pasó sus primeros años:

Somos como las plantas, el producto de

la simiente y el medio. Heredamos me­

canismos muy generales para resolver

problemas, pero también podríamos es­

tar dotados de tendencias innatas o venir

equipados con sólo claves que por accio­

nes específicas individuales puedan ace­

lerar el desarrollo mental en direcciones

concretas […]. La primera herencia, si ya

fue enriquecida por la cultura, fácilmen­

te favorece la repetición de conductas

y modo de ser familiar y muchas veces

invitan a incursionar en mundos imagi­

narios o gustar del aprendizaje y de la fi­

losofía; no obstante, con la dotación de

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•humanista, científico, mensajero de La paz•

“claves­estímulos” de orden pragmático

y realista se busca concretar la acción

en el dominio del mundo social, invo­

lucrándose en el conocimiento de las

cosas y las motivaciones personales y

de grupo. Así, la voluntad participativa

puede encontrar caminos en la literatu­

ra, la tecnología, el comercio, la ciencia,

la tecnología, el comercio, los negocios,

el servicio público y la política.

Yo no escapé de este determinismo

y he recorrido varios caminos, como los

debo a mi bienaventuranza original, pero

tal vez ni Piaget podría explicarse cómo,

en un jardín de niños de San Cristóbal de

Las Casas, se inició mi competencia para

el pensamiento abstracto y luego las pre­

ferencias para mi actividad manual […]

tendría que inventar algún medio para

medir las tendencias biológicas que ni se

heredan solas, ni son extrañas a la cultu­

ra […] y aún así, tendría que pensar en la

relativa constricción del medio donde se

inició mi desarrollo.11

En momentos menos convulsos para la región vendrían los tiempos de ir a la escuela.

11 Velasco Suárez, Manuel, Caminos y preferencias, núm. 3, Tuxtla Gutiérrez: Instituto de Ciencias y Artes de Chiapas (icach), 1988, p. 157.

El joven Manuel entre sus padres, don José Manuel y doña María, y con sus hermanas María, Carmela y Alicia. Imagen tomada del libro: García Aguilar, María del Carmen, op. cit., p. 21.

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Manuel Velasco Suárez durante su estancia en el jardín de niños. Imagen tomada del libro: García Aguilar, María del Carmen, op. cit., p. 23.

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•humanista, científico, mensajero de La paz•

“claves­estímulos” de orden pragmático

y realista se busca concretar la acción

en el dominio del mundo social, invo­

lucrándose en el conocimiento de las

cosas y las motivaciones personales y

de grupo. Así, la voluntad participativa

puede encontrar caminos en la literatu­

ra, la tecnología, el comercio, la ciencia,

la tecnología, el comercio, los negocios,

el servicio público y la política.

Yo no escapé de este determinismo

y he recorrido varios caminos, como los

debo a mi bienaventuranza original, pero

tal vez ni Piaget podría explicarse cómo,

en un jardín de niños de San Cristóbal de

Las Casas, se inició mi competencia para

el pensamiento abstracto y luego las pre­

ferencias para mi actividad manual […]

tendría que inventar algún medio para

medir las tendencias biológicas que ni se

heredan solas, ni son extrañas a la cultu­

ra […] y aún así, tendría que pensar en la

relativa constricción del medio donde se

inició mi desarrollo.11

En momentos menos convulsos para la región vendrían los tiempos de ir a la escuela.

11 Velasco Suárez, Manuel, Caminos y preferencias, núm. 3, Tuxtla Gutiérrez: Instituto de Ciencias y Artes de Chiapas (icach), 1988, p. 157.

El joven Manuel entre sus padres, don José Manuel y doña María, y con sus hermanas María, Carmela y Alicia. Imagen tomada del libro: García Aguilar, María del Carmen, op. cit., p. 21.