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CAPÍTULO 18. LITERATURA DEL PRIMER TERCIO DEL SIGLO XX
18.1. Introducción
La literatura española del primer tercio del siglo XX vive una nueva Edad de Oro
gracias a cuatro movimientos literarios progresivos: el Modernismo (corriente estética
de carácter romántico y antirrealista introducida en España por Rubén Darío), la
Generación del 98 (movimiento idealista influido en sus orígenes por el Modernismo),
el Novecentismo (corriente artística asociada a las vanguardias de comienzos del siglo
XX) y la Generación del 27 (caracterizada por una estética que busca la belleza
mediante la contención de los sentimientos).
18.2. Modernismo
El arte y el pensamiento españoles experimentan una profunda renovación a finales
del siglo XIX. En literatura, la oposición a la estética realista y naturalista da lugar a
una corriente con rasgos neorrománticos, como el culto a la imaginación y la
expresión de los sentimientos de rebeldía y melancolía. Los artistas de principios del
siglo XX ya no pretenden reflejar la realidad, sino crear otra más atractiva o exponer
su propia intimidad. La recuperación de la subjetividad en la expresión literaria, unida
al deseo de alcanzar la perfección formal, es la base de un nuevo movimiento
conocido como Modernismo, cuyo máximo representante en el ámbito de las letras
hispánicas es el poeta nicaragüense Rubén Darío. El género literario preferido para la
expresión de la estética modernista es la lírica (poesía y teatro).
Cronológicamente, este nuevo movimiento literario —que tuvo su origen en
Hispanoamérica— se extiende desde la decada de 1880 hasta el comienzo de la
Primera Guerra Mundial (1914). En sus orígenes, el Modernismo surgió bajo la
influencia de dos corrientes poéticas francesas: el Parnasianismo (movimiento opuesto
al Romanticismo que propugnaba una poesía despersonalizada alrededor de temas
clásicos y exóticos) y el Simbolismo (reacción literaria contra el Realismo y el
Naturalismo personificada en autores como Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud y
Paul Verlaine, que tratan de expresar los misterios ocultos del mundo mediante un
lenguaje simbólico, aunque alejado del perfeccionismo formal del Parnasianismo).
La estética modernista, que llegó a España en 1892 de la mano de Rubén Darío y se
instaló definitivamente gracias a sus Prosas profanas (1896), se caracteriza por un
deseo de reflejar la armonía y perfección de un mundo idealizado, distinto del mundo
real. Los modernistas españoles buscan esta belleza sensorial en lugares lejanos y
exóticos, como la Antigüedad clásica, la Edad Media y el Renacimiento, escenarios en
los que aparecen princesas y héroes legendarios. Dos elementos recurrentes en la
poesía modernista son el cisne (símbolo de la elegancia aristocrática) y el color azul
(símbolo de la libertad). El poeta idealiza a la mujer y el amor e identifica su mundo
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interior con el paisaje, que refleja su propio estado de ánimo. El lenguaje poético
modernista es cuidadosamente escogido para producir efectos de musicalidad y color,
con abundancia de recursos fonéticos (onomatopeyas, aliteraciones), figuras literarias
(metáforas, sinestesias), palabras exóticas (neologismos, cultismos), adjetivación
ornamental y versos clásicos (alejandrinos, eneasílabos).
Algunos de los autores más representativos del Modernismo de principios del siglo XX
son los poetas Manuel Reina Montilla (1856-1905), Salvador Rueda (1857-1933),
Ricardo Gil (1858-1908), Manuel Machado (1874-1947), Tomás Morales (1884-1921)
y Alberto Álvarez de Cienfuegos (1885-1957), así como los dramaturgos Francisco
Villaespesa (1877-1936), Eduardo Marquina (1879-1946), Gregorio Martínez Sierra
(1881-1947) y Luis Fernández Ardavín (1892-1962). Algunos escritores estéticamente
encuadrados dentro de la Generación del 98, como Valle-Inclán, Jacinto Benavente y
Antonio Machado, cultivaron el Modernismo en sus comienzos literarios, al igual que
otros de los posteriores Novecentismo (Juan Ramón Jiménez) y Generación del 27
(Agustín de Foxá).
El malagueño Salvador Rueda (1857-1933) está considerado el
precursor del Modernismo en España y uno de los poetas más
brillantes de este movimiento literario. Sus composiciones
poéticas se caracterizan por la armonía rítmica y el colorido.
Algunas de sus obras más representativas son Renglones cortos (1880), Noventa estrofas (1883), En tropel (1892), Fuente de salud (1906), Lenguas de fuego (1908) y El milagro de América
(1929). Rueda también cultivó novelas y relatos costumbristas
de ambiente andaluz, como El gusano de luz (1889).
El dramaturgo catalán Eduardo Marquina (1879-1946) es autor
de un teatro modernista de tono poético y corte
neorromántico. Algunas de sus obras más representativas son
los drama históricos Las hijas del Cid (1908) y En Flandes se ha puesto el sol (1910) y el drama rural La ermita, la fuente y el río (1927). Marquina es recordado igualmente por ser el
autor de la primera letra oficial que tuvo la ―Marcha Real‖
(himno nacional español), por encargo de Alfonso XIII.
Salvador Rueda
Eduardo Marquina
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El dramaturgo madrileño Gregorio Martínez Sierra (1881-
1947) contribuyó a renovar la técnica escenográfica española
mediante la promoción (como artista y empresario) de un
teatro modernista de tono poético. Su obra más conocida,
Canción de cuna (1911), está cargada de un sentimentalismo
que raya casi en la cursilería. El resto de la producción
dramática de Martínez Sierra —compuesta en colaboración
con su esposa, María Lejárraga— se empalaga también de
sensiblería, con comedias como La sombra del padre (1909),
Lirio entre espinas (1911), Mamá (1913), Los pastores (1913),
El reino de Dios (1916) y Don Juan de España (1921).
18.3. Generación del 98
A comienzos del siglo XX, el Modernismo procedente de Hispanoamérica coexiste en
España con la denominada Generación del 98, un grupo de escritores que se vieron
profundamente afectados por la crisis sociopolítica y moral que supuso la pérdida en
1898 de las últimas colonias españolas (Puerto Rico, Cuba, Filipinas y Guam). Sin
embargo, mientras que los modernistas tratan de evadirse de la realidad del momento
mediante la búsqueda poética de un mundo idealizado y sensual, los escritores de la
Generación del 98 reflejan temas de la actualidad española con un estilo más sobrio y
un léxico sencillo y claro, con empleo frecuente de arcaísmos para dar mayor
sensación de autenticidad y espíritu popular a sus obras. A diferencia del Modernismo,
los géneros literarios preferidos por los autores noventaiochistas son la novela y el
ensayo.
Frente al materialismo de la sociedad, los escritores de la Generación del 98 muestran
un idealismo exaltado que les lleva a amar una España distinta de la que contemplan,
en la que Castilla actúa como núcleo aglutinador y el Imperio Español del siglo XVI
representa la verdadera esencia histórica del país. Formalmente, rompen con la
tradición literaria anterior y crean nuevas formas (como la ―nivola‖ de Unamuno o el
―esperpento‖ de Valle-Inclán). Los escritores de la Generación del 98 muestran un
profundo pesimismo y una actitud crítica ante la sociedad que les toca vivir, lo que les
acerca a postulados románticos como la subjetividad y el inconformismo.
Los miembros fundadores de la Generación del 98 fueron el novelista Pío Baroja
(1872-1956), el novelista y ensayista Azorín (1873-1967) y el periodista Ramiro de
Maeztu (1875-1936), que se dieron a conocer a través de un manifiesto conjunto
publicado en 1901 en el que ofrecían una propuesta regeneracionista ante la
decadencia económica y social de España. Con anterioridad, el filósofo Ángel Ganivet
(1865-1898) había ayudado a establecer las bases literarias de este grupo mediante
escritos en los que mostraba su angustia y pesimismo ante la progresiva decadencia de
G. Martínez Sierra
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España (crisis espiritual que le condujo al suicidio tras la pérdida de las colonias
españolas en 1898). Posteriormente, la nómina de escritores de la Generación del 98 se
vio incrementada con novelistas como Miguel de Unamuno (1864-1936) y Felipe
Trigo (1864-1916), poetas como Antonio Machado (1875-1939) y Enrique de Mesa
(1878-1929), dramaturgos como Ramón María del Valle-Inclán (1866-1936), Jacinto
Benavente (1866-1954), los hermanos Álvarez Quintero —Serafín (1871-1938) y
Joaquín (1873-1944)—, Carlos Arniches (1866-1943) y Pedro Muñoz Seca (1879-1936)
y filólogos como Ramón Menéndez Pidal (1869-1968).
Ramiro de Maeztu (1875-1936), periodista y miembro fundador
de la Generación del 98, se distancia de la visión idílica
castellana propia de este grupo literario en favor de la
industralización de España, llevada a cabo por hombres de
negocio. Su obra más famosa, Hacia otra España (1899), es una
recopilación de artículos periodísticos en los que Maeztu analiza
las causas de la decadencia española, critica la guerra de Cuba y
asocia el progreso a una prensa eficaz, una burocracia ágil y un
desarrollo industrial uniforme en todo el país. Otras
recopilaciones posteriores de artículos son La crisis del humanismo (1919) —crítica radical a la modernidad desde
planteamientos teológicos y contrarrevolucionarios— y Defensa de la Hispanidad
(1934) —en la que Maeztu rechaza la República y lleva a cabo una exaltación del
tradicionalismo católico y el socialismo. Entre sus ensayos literarios destacan Don Quijote, don Juan y la Celestina (1926) y La brevedad de la vida en la poesía lírica española (1935). Su militancia política de derechas condujo a su fusilamiento por
fuerzas republicanas al comienzo de la Guerra Civil española.
Felipe Trigo (1864-1916) fue un atípico novelista de la
Generación del 98, ya que compaginó su labor creativa con su
trabajo como médico rural. Su primera novela, Las ingenuas (1901), en la que relata sus peripecias en la guerra de Filipinas,
se convirtió en un éxito de ventas en España y América. A
través de una serie de relatos cortos de contenido erótico, como
La sed de amar (1903) y Del frío al fuego (1906), Trigo critica la
hipocresía y los prejuicios de la sociedad española. En su
siguiente novela de éxito, El médico rural (1912), refleja la
miseria y la ignorancia en la que viven los campesinos
extremeños. Jarrapellejos (1914), la obra más conocida de Trigo, constituye una
denuncia de los males del caciquismo en la sociedad española de la Restauración. En
pleno apogeo de su popularidad, Trigo se suició en 1916 por motivos poco claros.
Ramiro de Maeztu
Felipe Trigo
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18.4. El teatro a comienzos del siglo XX
Dos vertientes bien diferenciadas dominan la escena teatral española durante el
primer tercio del siglo XX: por un lado, un teatro comercial de gran aceptación que
conserva rasgos del Realismo y del Romanticismo decimonónicos. Sus personajes
actúan sin sorprender ni escandalizar al público. Es un teatro plagado de tópicos
humanos, en el que cada cual sabe el lugar que ocupa. Dentro de esta tendencia se
inscriben el teatro poético (inspirado en el drama romántico histórico), la comedia burguesa (de estilo elegante, lenguaje natural y con una ligera intención crítica) y el
teatro costumbrista (que retrata las clases populares de forma cómica y sin ahondar en
la problemática social). Los principales representantes de este nuevo teatro comercial
son Eduardo Marquina (teatro poético), Jacinto Benavente, Carlos Arniches (autores
ambos de destacadas comedias burguesas) y los hermanos Álvarez Quintero (teatro
costumbrista). La otra gran variedad dramática que surge en el primer tercio del siglo
XX es un teatro renovador (personificado en Valle-Inclán), cuya estética novedosa y
rebeldía contra las convenciones sociales sentará las bases del moderno teatro español.
Carlos Arniches (1866-1943) fue un prolífico autor de comedias
y sainetes de estilo popular, ambientados en el Madrid de
principios del siglo XX. Su lenguaje teatral, impregnado de
humor, refleja el habla castiza madrileña, con su característico
estilo redicho y sílabas entrecortadas. Al igual que el resto de
autores de la Generación del 98, Arniches mostró en sus obras
inquietudes sociales y regeneracionistas que expresó mediante
un subgénero teatral nuevo, la ―tragedia grotesca‖, que combina
humor y situaciones dramáticas; a este género pertenecen dos de
sus obras más conocidas: La señorita de Trevélez (1916) —ataque a la juventud
burguesa, ociosa y desocupada, insensible a los sentimientos de los demás— y Es mi hombre (1921) —crítica del machismo imperante en la época. Otras obras destacadas
de Arniches son los sainetes líricos El santo de la Isidra (1898) y El amigo Melquiades (1914), las comedias La venganza de la Petra (1917) y Los caciques (1920) y la tragedia
grotesca ¡Que viene mi marido! (1918).
Carlos Arniches
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Los dramaturgos Serafín Álvarez Quintero (1871-1938) y
Joaquín Álvarez Quintero (1873-1944) —popularmente
conocidos como los hermanos Álvarez Quintero, por el hecho de publicar sus obras de
forma conjunta— gozaron de gran popularidad en el primer tercio del siglo XX,
gracias sobre todo a sus comedias costumbristas andaluzas. Serafín y Joaquín son
autores de más de doscientas comedias, sainetes y zarzuelas, obras en las que la
bondad y la ternura representan los valores supremos. Al tratarse de un teatro popular
y pintoresco, las pretensiones artísticas de sus obras son más limitadas que en el resto
de autores de la Generación del 98, aunque en ellas abunda el ingenio, la frescura y los
diálogos ágiles. Dentro de la producción dramática de los hermanos Álvarez Quintero
destacan las comedias costumbristas El ojito derecho (1897), Las flores (1901), El genio alegre (1906), Las de Caín (1908), Puebla de las mujeres (1912) y Mariquilla Terremoto (1930), el drama rural Malvaloca (1912) —su obra de mayor éxito—, los
sainetes El patio (1901) y Mañana de sol (1905), la zarzuela La reina mora (1903) y las
comedias El genio alegre (1906) y Amores y amoríos (1908).
Pedro Muñoz Seca (1879-1936), dramaturgo de la Generación
del 98, es el mejor representante de la parodia, subgénero teatral
que ofrece una visión cómica y satírica del drama clásico.
Muñoz Seca fue el creador de un tipo de teatro paródico
conocido como astracán, farsa chabacana que se propone hacer
reír al espectador a toda costa mediante situaciones disparatadas
y juegos de palabras. A este nuevo género teatral pertenece su
comedia más conocida, La venganza de don Mendo (1918), que
ofrece una visión cómica y satírica del drama histórico
modernista, el teatro romántico y las comedias de honor del
Siglo de Oro mediante la tergiversación de elementos clásicos como el amor y el
honor a través del anacronismo que supone combinar personajes y situaciones
medievales con la moral utilitaria de comienzos del siglo XX. Otras ―astracanadas‖
representativas de este autor son El verdugo de Sevilla (1916), Los extremeños se tocan (1926) y Anacleto se divorcia (1932). Genio y figura, Muñoz Seca mantuvo su
característico sentido del humor incluso delante del pelotón de fusilamiento que
acabó con su vida al inicio de la Guerra Civil española, al que dirigió estas palabras:
―Podéis quitarme la hacienda, mis tierras, mi riqueza, incluso podéis quitarme, como
vais a hacer, la vida, pero hay una cosa que no me podéis quitar… y es el miedo que
tengo‖.
La venganza de don Mendo, uno de los mayores éxitos del teatro español moderno, es
la astracanada más conocida de Muñoz Seca. El siguiente pasaje, en el que don Mendo
describe el conocido juego de naipes de las siete y media en una conversación
supuestamente amorosa con Magdalena, ilustra el humor paródico de la obra:
Serafín y Joaquín
Álvarez Quintero
Pedro Muñoz Seca
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MENDO.– Es que tu inocencia ignora
que a más de una hora, señora,
las siete media es un juego.
MAGDALENA.– ¿Un juego?
MENDO.– Y un juego vil
que no hay que jugarlo a ciegas,
pues juegas cien veces, mil,
y de las mil, ves febril
que o te pasas o no llegas.
Y el no llegar da dolor,
pues indica que mal tasas
y eres del otro deudor.
Mas ¡ay de ti si te pasas!
¡Si te pasas es peor!
MAGDALENA.– ¿Y tú... don Mendo?
MENDO.– ¡Serena
escúchame, Magdalena,
porque no fui yo... no fui!
Fue el maldito cariñena
que se apoderó de mí.
Entre un vaso y otro vaso
el Barón las cartas dio;
yo vi un cinco, y dije «paso»,
el Marqués creyó otro el caso,
pidió carta... y se pasó.
El Barón dijo «plantado»;
el corazón me dio un brinco;
descubrió el naipe tapado
y era un seis, el mío era un cinco;
el Barón había ganado.
Otra y otra vez jugué,
pero nada conseguí,
quince veces me pasé,
y una vez que me planté
volví mi naipe... y perdí.
Ya mi peculio en un brete
al fin me da Vedia un siete;
le pido naipe al de Vedia,
y Vedia me pone una media
sobre el mugriento tapete.
Mas otro siete él tenía
y también naipe pidió...
y negra suerte la mía,
que siete y media cantó
y me ganó en la porfía...
Mil dineros se llevó,
¡por vida de Satanás!
La venganza de don Mendo (Jornada 1)
18.5. Jacinto Benavente
Jacinto Benavente y Martínez (Madrid, 1866 - Galapagar, 1954)
fue uno de los dramaturgos más prolíficos y populares de la
primera mitad del siglo XX, lo que le valió para obtener el
Premio Nobel de Literatura 1922. Por el carácter
regeneracionista de sus obras, Benavente se adscribe al
movimiento literario de la Generación del 98. Su producción
teatral, que abarca todos los géneros dramáticos populares en la
época (tragedia, comedia, drama y sainete), se inicia con Teatro fantástico (1892), obra modernista que no tuvo una gran acogida
de crítica y público debido a su estilo tan novedoso y
radicalmente diferente de la estética dominante en el escena española de finales del
siglo XIX: el drama neorromántico. Con el inicio del siglo XX, sin embargo, el éxito le
llega a Benavente de la mano de La noche del sábado (1903), Rosas de otoño (1905) y,
especialmente, Los intereses creados (1907), obra maestra del autor en la que los
personajes, tomados de la Comedia del Arte italiana, reflejan estereotipos sociales. Se
trata de un nuevo teatro burgués, costumbrista, realista y de gran profundidad
psicológica, que surge como reacción ante el melodramatismo desorbitado del teatro
neorromántico anterior. Con Señora ama (1908) y La malquerida (1913), Benavente se
interna en el subgénero del drama rural. Otras obras posteriores incluyen La ciudad
Jacinto Benavente
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alegre y confiada (1916) —continuación de Los intereses creados—, Pepa Doncel (1928) y La infanzona (1945).
El siguiente fragmento de Los intereses creados, correspondiente al final de la obra,
ilustra la crítica hacia la falsa moral burguesa a través de la frase que resume el
contenido de esta comedia: ―mejor que crear afectos es crear intereses‖:
LEANDRO: ¿Quieres dejarme, Crispín? No será sin tristeza de mi parte.
CRISPÍN: No la tengáis, que ya de nada puedo serviros y conmigo dejáis la piel del hombre viejo...
¿Qué os dije, señor? Que entre todos habían de salvarnos... Creedlo. Para salir adelante con todo,
mejor que crear afectos es crear intereses...
LEANDRO: Te engañas, que sin el amor de Silvia nunca me hubiera salvado.
CRISPÍN: ¿Y es poco interés ese amor? Yo di siempre su parte al ideal y conté con él siempre. Y
ahora acabó la farsa.
SILVIA: [Al público] Y en ella visteis, como en las farsas de la vida, que a estos muñecos, como a
los humanos, muévenlos cordelillos groseros, que son los intereses, las pasioncillas, los engaños y
todas las miserias de su condición: tiran unos de sus pies y los llevan a tristes andanzas; tiran otros
de sus manos, que trabajan con pena, luchan con rabia, hurtan con astucia, matan con vilencia.
Pero entre todos ellos, desciende a veces del cielo al corazón un hilo sutil, como tejido con luz del
sol y con luz de luna: el hilo del amor, que a los humanos, como a esos muñecos que semejan
humanos, les hace parecer divinos, y trae a nuestra frente resplandores de aurora, y pone alas en
nuestro corazón y nos dice que no todo es farsa en la farsa, que hay algo divino en nuestra vida
que es verdad y es eterno, y no puede acabar cuando la farsa acaba.
Los intereses creados (Acto segundo, escena IX)
18.6. Ramón del Valle-Inclán
Ramón María del Valle-Inclán (Villanueva de Arosa, 1866 -
Santiago de Compostela, 1936), dramaturgo, novelista y poeta
de la Generación del 98, es una de las figuras más destacadas
de la literatura española del siglo XX. Pese a que cultivó
distintos géneros literarios, fue en el teatro donde Valle-Inclán
destacó especialmente, gracias a una de sus creaciones
dramáticas más revolucionarias, el esperpento, que supuso una
profunda renovación del teatro español, tanto por su
contenido crítico como por su lenguaje descarnado, irónico y
de gran crudeza. Por su histrionismo, fecunda imaginación y
terrible mordacidad, Valle-Inclán se ganó fama entre sus
coetáneos de persona excéntrica y novelística, y se erigió en la figura típica de la
bohemia madrileña de principios del siglo XX.
Durante su estancia en Madrid, Valle-Inclán se aproxima al Modernismo en tertulias
literarias celebradas en cafés de la capital. En 1899, en una de ellas, mantuvo una
fuerte discusión con un periodista, a resultas de la cual perdió su brazo izquierdo.
Posteriormente, se introduce en ambientes bohemios de la Generación del 98, que
marcará la mayor parte de su carrera literaria. Como escritor noventaiochista
Valle-Inclán
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comprometido con la regeneración de España, Valle-Inclán comienza a mostrar
inquietudes políticas y sociales que se reflejan no sólo en su vida (oposición a la
dictadura de Primo de Rivera y apoyo a la República), sino también en su obra
literaria (en la que somete la situación social de la época a un tratamiento estético
propio, según sus intenciones idealizadoras o burlescas).
En su primera etapa literaria, Valle-Inclán cultiva el género narrativo de estilo
modernista. A esta época pertenecen sus Sonatas, el ejemplo más destacado de prosa
modernista en la literatura española: se trata de una colección de cuatro relatos —
Sonata de otoño (1902), Sonata de estío (1903), Sonata de primavera (1904) y Sonata de invierno (1905)— que reflejan, con una nostalgia sensitiva típica del Modernismo,
distintas aventuras amorosas de un personaje ficticio de carácter autobiográfico, el
marqués de Bradomín, a lo largo de su vida. Entre las obras modernistas posteriores de
Valle-Inclán destacan Flor de santidad (1904), la serie de novelas La Guerra Carlista
(1908-1909) y Jardín umbrío (1920). Con Tirano Banderas (1926), novela que narra la
caída del ficticio dictador sudamericano Santos Banderas, Valle-Inclán se despega del
Modernismo e introduce el esperpento en su obra narrativa, que continuará con la
serie de novelas titulada El ruedo ibérico —iniciada en 1927 con La corte de los milagros—, en las que ofrece una visión esperpéntica de la España del siglo XIX.
El género literario en el que Valle-Inclán destacó especialmente es el teatro, gracias a
la gran cantidad de obras compuestas y a la inmortalización del subgénero dramático
del esperpento, que busca reflejar el aspecto cómico en lo trágico de la vida. A
diferencia de las comedias realistas y costumbristas de corte burgués de Jacinto
Benavente y los hermanos Álvarez Quintero, de gran popularidad en los escenarios
españoles de principios del siglo XX, el teatro valleinclanesco es, en consonancia con
el estilo de la Generación del 98, transgresor y revolucionario. Su primera obra
dramática, Cenizas (1899), de escasa fuerza dramática y heredera de la tradición
teatral decimonónica, sirvió sin embargo para financiar, con la recaudación de su
estreno, la adquisición de un brazo ortopédico para el autor (tras el incidente en el
café de Madrid). Posteriormente, Valle-Inclán se lanza de lleno a la producción de
obras teatrales de carácter transgresor y estilo inimitable, que se pueden dividir en
cinco grandes periodos:
1) Ciclo modernista. Durante esta etapa, Valle-Inclán se muestra preocupado por la
estética y el simbolismo de sus piezas dramáticas, entre las que destacan El marqués de Bradomín (1906), El yermo de las almas (1908) y Voces de gesta (1911).
2) Ciclo mítico. Valle-Inclán recrea un mundo mítico y atemporal ambientado en su
Galicia natal, en el que la irracionalidad, la violencia, la lujuria y la muerte rigen el
destino de los protagonistas. A este período pertenecen la trilogía de las denominadas
por el propio autor ―comedias bárbaras‖ —Águila de blasón (1907), Romance de lobos
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(1908) y Cara de Plata (1923)— y Divinas palabras (1920) —tragicomedia culminante
del ciclo mítico, con una estética muy cercana al esperpento.
3) Ciclo de la farsa. Agrupa una serie de comedias protagonizadas por marionetas de
feria en las que se mezclan lo sentimental y lo grotesco, que anuncian la llegada del
esperpento al teatro valleinclanesco. Entre estas obras destacan especialmente La marquesa Rosalinda (1912) —farsa sentimental y grotesca protagonizada por
personajes de la Comedia del Arte— y Farsa y licencia de la Reina castiza (1920).
4) Ciclo esperpéntico. Mediante el esperpento, Valle-Inclán se propone deformar y
distorsionar el mundo para descubrir la imagen real que se oculta tras las apariencias.
Para conseguirlo, emplea la parodia como elemento con el que cosificar a las personas
hasta convertirlas en simples marionetas, al tiempo que humaniza los objetos y
animales para conseguir un efecto complementario. A este ciclo pertenece la obra
maestra de Valle-Inclán, Luces de bohemia (1920) —que refleja la última noche del
poeta modernista Alejandro Sawa (amigo de Valle-Inclán), retratado como un ciego y
visionario bajo el nombre simbólico de Max Estrella—, y Martes de carnaval (1930) —
trilogía dramática compuesta por Los cuernos de don Friolera (1925), Las galas del difunto (1926) y La hija del capitán (1927).
5) Ciclo final. En su última etapa teatral, Valle-Inclán lleva a cabo una combinación
extrema de su propuesta dramática anterior, con personajes esperpénticos
deshumanizados y elementos irracionales. A este ciclo pertenece el Retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte (1927), formado por cinco piezas dramáticas: El embrujado (1912), La rosa de papel (1924), La cabeza del Bautista (1924), Ligazón
(1926) y Sacrilegio (1927).
Comparada con su producción dramática y narrativa, la poesía de Valle-Inclán pasa
casi inadvertida. La práctica totalidad de su obra poética está reunida en Claves líricas (1930). Sus composiciones evolucionan desde la estética y artificiosidad modernista de
Aromas de leyenda (1907) hasta un pesimismo noventaiochesco en El pasajero (1920),
pasando por la obra maestra de la poesía valleinclanesca, La pipa de kif (1919), en
donde el esperpento deforma los elementos modernistas hasta lo grotesco.
El siguiente fragmento de Luces de bohemia, drama iniciador del esperpento
valleinclanesco, muestra, a través de la agónica, grotesca y delirante muerte de Max
Estrella, la descripción y características de este subgénero dramático con referencias a
otros estilos y autores literarios:
MAX: Como te has convertido en buey, no podía reconocerte. Échame el aliento, ilustre buey del
pesebre belenita. ¡Muge, Latino! Tú eres el cabestro, y si muges vendrá el Buey Apis. Lo
torearemos.
DON LATINO: Me estás asustando. Debías dejar esa broma.
MAX: Los ultraístas son unos farsantes. El esperpentismo lo ha inventado Goya. Los héroes
clásicos han ido a pasearse en el callejón del Gato.
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DON LATINO: ¡Estás completamente curda!
MAX: Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento. El sentido trágico
de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada.
DON LATINO: ¡Miau! ¡Te estás contagiando!
MAX: España es una deformación grotesca de la civilización europea.
DON LATINO: ¡Pudiera! Yo me inhibo.
MAX: Las imágenes más bellas en un espejo cóncavo son absurdas.
DON LATINO: Conforme. Pero a mí me divierte mirarme en los espejos de la calle del Gato.
MAX: Y a mí. La deformación deja de serlo cuando está sujeta a una matemática perfecta. Mi
estética actual es transformar con matemática de espejo cóncavo las normas clásicas.
DON LATINO: ¿Y dónde está el espejo?
MAX: En el fondo del vaso.
DON LATINO: ¡Eres genial! ¡Me quito el cráneo!
MAX: Latino, deformemos la expresión en el mismo espejo que nos deforma las caras y toda la
vida miserable de España.
DON LATINO: Nos mudaremos al callejón del Gato.
MAX: Vamos a ver qué palacio está desalquilado. Arrímame a la pared. ¡Sacúdeme!
DON LATINO: No tuerzas la boca.
MAX: Es nervioso. ¡Ni me entero!
DON LATINO: ¡Te traes una guasa!
MAX: Préstame tu carrik.
DON LATINO: ¡Mira cómo me he quedado de un aire!
MAX: No me siento las manos y me duelen las uñas. ¡Estoy muy malo!
DON LATINO: Quieres conmoverme, para luego tomarme la coleta.
MAX: Idiota, llévame a la puerta de mi casa y déjame morir en paz.
Luces de bohemia (escena XII)
18.7. Miguel de Unamuno
Miguel de Unamuno y Jugo (Bilbao, 1864 - Salamanca, 1936),
uno de los escritores más ilustrados de la Generación del 98,
cultivó todos los géneros literarios con singular maestría
(narrativa, poesía, teatro), aunque se distinguió
particularmente como novelista y ensayista. En sus obras,
Unamuno refleja sus inquietudes religiosas, filosóficas y
políticas a través de un vitalismo angustioso y agónico, en
consonancia con la crisis espiritual que rodeaba a los escritores
de la Generación del 98. Su simpatía por el socialismo le llevó
a protagonizar un incidente en 1936 que resultaría fatal para
su destino: con motivo de la apertura del curso académico de
la Universidad de Salamanca, de la que era rector, Unamuno
mantuvo una discusión dialéctica con el general falangista Millán-Astray, a raíz de la
cual pronunció su famosa frase ―Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero
no convenceréis, porque para convencer hay que persuadir‖. Tras ser destituido como
rector de la universidad por el mismo Franco, fue puesto bajo arresto domiciliario y
murió poco después.
Unamuno se dio a conocer como novelista con Paz en la guerra (1897), que describe el
cerco de Bilbao durante la Tercera Guerra Carlista. Amor y pedagogía (1902)
Miguel de Unamuno
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
12
representa una crítica del positivismo y la enseñanza moderna. El espejo de la muerte
(1913) es una colección de cuentos en los que el escritor bilbaíno muestra su maestría
narrativa. Con Niebla (1914), Unamuno inaugura el género experimental de la
―nivola‖, novela que goza de ciertas libertades narrativas (como la ausencia de un
narrador omnisciente) y ofrece un escaso desarrollo psicológico de los personajes (en
contraposición a la novela realista del siglo XIX); los personajes de Niebla, por ejemplo,
conversan con el autor y le reclaman su libertad. Posteriormente, Unamuno escribiría
otras dos ―nivolas‖: Abel Sánchez (1917) —que plantea la dicotomía entre ciencia y
arte mediante el tema bíblico de Caín y Abel— y La tía Tula (1920) —cuyo tema
principal es el amor materno de carácter espiritual. Una de sus últimas novelas, San Manuel Bueno, Mártir (1931), narra la historia de un párroco que duda de su fe,
dentro de un marco simbólico de religión y espiritualidad.
En la colección de ensayos filosóficos titulada En torno al casticismo (1895), Unamuno
trata de capturar la esencia del espíritu español. Vida de don Quijote y Sancho (1905),
el mejor de sus libros de ensayo, es un comentario subjetivo y apasionado de la obra
maestra de Cervantes en el tercer centenario de su publicación; a partir de las
actitudes de estos dos personajes durante sus aventuras, Unamuno reflexiona sobre la
conducta humana en general. En Del sentimiento trágico de la vida (1912), recopila
una serie de ensayos religiosos y filosóficos que muestran el conflicto entre razón y fe,
lógica y vida, inteligencia y sentimiento; la imposibilidad de reconciliar estos
extremos configura ―el sentimiento trágico de la vida‖, algo que distingue a los
españoles del resto de pueblos europeos. En La agonía del cristianismo (1931),
Unamuno presenta el cristianismo como una ―agonía‖ o lucha constante, debido a la
contradicción existencial inherente a la fe.
Dentro de la producción lírica de Unamuno destacan Poesías (1907), Rosario de sonetos líricos (1911) y, especialmente, El Cristo de Velázquez (1920), obra cumbre de
la poesía de Unamuno, en la que evoca a los cristos españoles en búsqueda de la
mística nacional.
El teatro de Unamuno tuvo menos aceptación que su producción narrativa y poética
debido al hecho de que su densidad de ideas filosóficas no cuadra bien con la necesaria
fluidez escénica. Sus obras dramáticas muestran los conflictos y pasiones interiores
que afectan al ser humano despojados de todo artificio. Algunas de las más
representativas son La esfinge (1898), La venda (1899), Fedra (1918), Sombras de sueño (1930), El otro (1932) y Medea (1933).
El siguiente fragmento de la ―nivola‖ Niebla refleja el enfrentamiento personal entre
el protagonista, Augusto Pérez, y el propio Miguel de Unamuno, a raíz de que el
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
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primero decida consultar al autor acerca de su destino y éste resuelva matar al
personaje (cosa que, efectivamente, ocurrirá más adelante):
—No hay Dios que valga. ¡Te morirás!
—Es que yo quiero vivir, don Miguel, quiero vivir, quiero vivir...
—¿No pensabas matarte?
—¡Oh, si es por eso, yo le juro, señor de Unamuno, que no me mataré, que no me quitaré esta vida
que Dios o usted me han dado; se lo juro... Ahora que usted quiere matarme quiero yo vivir, vivir,
vivir...
—¡Vaya una vida! —exclamé.
—Sí, la que sea. Quiero vivir, aunque vuelva a ser burlado, aunque otra Eugenia y otro Mauricio
me desgarren el corazón. Quiero vivir, vivir, vivir...
—No puede ser ya... no puede ser...
—Quiero vivir, vivir... y ser yo, yo, yo...
—Pero si tú no eres sino lo que yo quiera...
—¡Quiero ser yo, ser yo!, ¡quiero vivir! —y le lloraba la voz.
—No puede ser... no puede ser...
—Mire usted, don Miguel, por sus hijos, por su mujer, por lo que más quiera... Mire que usted no
será usted... que se morirá.
Cayó a mis pies de hinojos, suplicante y exclamando:
—¡Don Miguel, por Dios, quiero vivir, quiero ser yo!
—¡No puede ser, pobre Augusto —le dije cogiéndole una mano y levantándole—, no puede ser!
Lo tengo ya escrito y es irrevocable; no puedes vivir más. No sé qué hacer ya de ti. Dios, cuando
no sabe qué hacer de nosotros, nos mata. Y no se me olvida que pasó por tu mente la idea de
matarme...
—Pero si yo, don Miguel...
—No importa; sé lo que me digo. Y me temo que, en efecto, si no te mato pronto acabes por
matarme tú.
—Pero ¿no quedamos en que...?
—No puede ser, Augusto, no puede ser. Ha llegado tu hora. Está ya escrito y no puedo volverme
atrás. Te morirás. Para lo que ha de valerte ya la vida...
—Pero... por Dios...
—No hay pero ni Dios que valgan. ¡Vete!
—¿Conque no, eh? —me dijo—, ¿conque no? No quiere usted dejarme ser yo, salir de la niebla,
vivir, vivir, vivir, verme, oírme, tocarme, sentirme, dolerme, serme: ¿conque no lo quiere?,
¿conque he de morir ente de ficción? Pues bien, mi señor creador don Miguel, ¡también usted se
morirá, también usted, y se volverá a la nada de que salió...! ¡Dios dejará de soñarle! ¡Se morirá
usted, sí, se morirá, aunque no lo quiera; se morirá usted y se morirán todos los que lean mi
historia, todos, todos, todos sin quedar uno! ¡Entes de ficción como yo; lo mismo que yo! Se
morirán todos, todos, todos. Os lo digo yo, Augusto Pérez, ente ficticio como vosotros, nivolesco
lo mismo que vosotros. Porque usted, mi creador, mi don Miguel, no es usted más que otro ente
nivolesco, y entes nivolescos sus lectores, lo mismo que yo, que Augusto Pérez, que su víctima...
—¿Víctima? —exclamé.
—¡Víctima, sí! ¡Crearme para dejarme morir!, ¡usted también se morirá! El que crea se crea y el
que se crea se muere. ¡Morirá usted, don Miguel, morirá usted, y morirán todos los que me
piensen! ¡A morir, pues!
Este supremo esfuerzo de pasión de vida, de ansia de inmortalidad, le dejó extenuado al pobre
Augusto.
Y le empujé a la puerta, por la que salió cabizbajo. Luego se tanteó como si dudase ya de su propia
existencia. Yo me enjugué una lágrima furtiva.
Niebla (cap. XXXI)
18.8. Pío Baroja
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
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Pío Baroja y Nessi (San Sebastián, 1872 - Madrid, 1956),
miembro fundador de la Generación del 98, es uno de los
grandes novelistas españoles del siglo XX, tanto por la
cantidad como por la calidad de su producción literaria. Pese a
su lenguaje aparentemente descuidado e influido por su
idioma materno (vasco), contribuyó a hacer del español una
lengua más fluida y conversacional, más próxima a la realidad
y alejada de la retórica acartonada de finales del siglo XIX.
Baroja cultivó preferentemente el género narrativo (novela y
relato), aunque también se acercó al ensayo. En consonancia
con el sentir literario de la Generación del 98, su obra está
marcada por el escepticismo y el pesimismo: el mundo carece de sentido y el ser
humano es incapaz de ofrecer soluciones para cambiarlo.
Al igual que otros novelistas de su época, Baroja defendía el concepto de ―novela
abierta‖, un continuo fluir de episodios dispersos sin un plan argumental previo, sin
principio ni fin, relacionados únicamente por la presencia de un personaje central
(casi siempre un inadaptado que se opone a la sociedad en la que vive y que acaba
sometido por el sistema). Para Baroja, el narrador no debe ser omnisciente, ya que eso
limita la libertad de los personajes que intervienen en la historia, sino un mero
observador objetivo de la realidad. Considera que una novela debe estar formada por
la acumulación arbitraria de sucesos, y que en ella caben todos los demás géneros
literarios. Algunas de sus obras más conocidas, como La busca, Zalacaín el aventurero,
El árbol de la ciencia y Las inquietudes de Shanti Andía, se incluyen entre las mejores
novelas españolas del siglo XX.
El propio Baroja agrupó su producción novelística en trilogías (en ocasiones de forma
un tanto arbitraria y sin demasiados elementos en común). La que le dio a conocer
como novelista, Tierra vasca, está compuesta por La casa de Aizgorri (1900), El mayorazgo de Labraz (1903) y Zalacaín el aventurero (1909). Paralelamente, inicia
una nueva trilogía titulada La lucha por la vida, formada por La busca (1904), Mala hierba (1904) y Aurora roja (1905), que muestran distintos episodios en la vida del
protagonista, Manuel Alcázar. Otras trilogías de Baroja son La vida fantástica (1901-
1906), El pasado (1905-1907), La raza (1908-1911), Las ciudades (1910-1920), El mar
(1911-1930), Agonías de nuestro tiempo (1926-1942), La selva oscura (1932) y La juventud perdida (1934-1936). En Memorias de un hombre de acción (1913-1935),
novela histórica en torno a la figura de un antepasado suyo (Eugenio de Aviraneta),
Baroja refleja los acontecimientos más importantes de la historia española del siglo
XIX. En su última etapa literaria, publica una serie de ―novelas sueltas‖ (que no
acabaron de formar trilogías por motivos de edad y de censura política), entre las que
destacan Susana y los cazadores de moscas (1938), Laura o la soledad sin remedio
Pío Baroja
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
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(1939), El caballero de Erlaiz (1943), El hotel del Cisne (1946) y El cantor vagabundo
(1950).
Una de las novelas más destacadas de Baroja es Las inquietudes de Shanti Andía (1911),
—incluida en la trilogía El mar—. autobiografía ficticia del propio autor a través de las
extraordinarias aventuras marítimas del protagonista, Santiago Andía. Sin embargo, la
novela más representativa de su estilo noventaiochista, escéptico y existencialista, es
El árbol de la ciencia (1911) —incluida en la trilogía La raza—, obra de carácter
filosófico en la que el autor plantea la desorientación existencial del hombre
inadaptado y acorralado por el enfrentamiento dialéctico entre el ―árbol de la vida‖
(que conduce al placer y la vitalidad) y el ―árbol de la ciencia‖ (que lleva al
aniquilamiento del individuo). A través de las experiencias vitales de Andrés Hurtado,
un estudiante de Medicina en el Madrid de finales del siglo XIX, Baroja refleja sus
propios recuerdos de juventud. El siguiente fragmento de esta novela, un diálogo entre
Andrés (Baroja joven) y su tío Iturrioz (Baroja maduro), ilustra la dicotomía ―vida-
ciencia‖:
—Ya la ciencia para vosotros —dijo Iturrioz— no es una institución con un fin humano, ya es
algo más; la habéis convertido en ídolo.
—Hay la esperanza de que la verdad, aun la que hoy es inútil, pueda ser útil mañana —replicó
Andrés.
—¡Bah! ¡Utopía! ¿Tú crees que vamos a aprovechar las verdades astronómicas alguna vez?
—¿Alguna vez? Las hemos aprovechado ya.
—¿En qué?
—En el concepto del mundo.
—Está bien; pero yo hablaba de un aprovechamiento práctico, inmediato. Yo en el fondo estoy
convencido de que la verdad en bloque es mala para la vida. Esa anomalía de la naturaleza que se
llama la vida necesita estar basada en el capricho, quizá en la mentira.
—En eso estoy conforme —dijo Andrés—. La voluntad, el deseo de vivir, es tan fuerte en el
animal como en el hombre. En el hombre es mayor la comprensión. A más comprender,
corresponde menos desear. Esto es lógico, y además se comprueba en la realidad. La apetencia por
conocer se despierta en los individuos que aparecen al final de una evolución, cuando el instinto
de vivir languidece. El hombre, cuya necesidad es conocer, es como la mariposa que rompe la
crisálida para morir. El individuo sano, vivo, fuerte, no ve las cosas como son, porque no le
conviene. Está dentro de una alucinación. Don Quijote, a quien Cervantes quiso dar un sentido
negativo, es un símbolo de la afirmación de la vida. Don Quijote vive más que todas las personas
cuerdas que le rodean, vive más y con más intensidad que los otros. El individuo o el pueblo que
quiere vivir se envuelve en nubes como los antiguos dioses cuando se aparecían a los mortales. El
instinto vital necesita de la ficción para afirmarse. La ciencia entonces, el instinto de crítica, el
instinto de averiguación, debe encontrar una verdad: la cantidad de mentira que es necesaria para
la vida. ¿Se ríe usted?
—Sí, me río, porque eso que tú expones con palabras del día, está dicho nada menos que en la
Biblia.
—¡Bah!
—Sí, en el Génesis. Tú habrás leído que en el centro del paraíso había dos árboles, el árbol de la
vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal. El árbol de la vida era inmenso, frondoso, y, según
algunos santos padres, daba la inmortalidad. El árbol de la ciencia no se dice cómo era;
probablemente sería mezquino y triste. ¿Y tú sabes lo que le dijo Dios a Adán?
—No recuerdo; la verdad.
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
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—Pues al tenerle a Adán delante, le dijo: Puedes comer todos los frutos del jardín; pero cuidado
con el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, porque el día que tú comas su fruto morirás
de muerte. Y Dios, seguramente, añadió: Comed del árbol de la vida, sed bestias, sed cerdos, sed
egoístas, revolcaos por el suelo alegremente; pero no comáis del árbol de la ciencia, porque ese
fruto agrio os dará una tendencia a mejorar que os destruirá. ¿No es un consejo admirable?
—Sí, es un consejo digno de un accionista del Banco —repuso Andrés.
El árbol de la ciencia (Cuarta parte, capítulo III)
18.9. Azorín
José Martínez Ruiz (Monóvar, 1873 - Madrid, 1967) —más
conocido por su pseudónimo artístico de ―Azorín‖— es uno de
los más representativos novelistas y ensayistas de la
Generación del 98, ya que todas las características de este
movimiento literario coinciden en su persona y en su obra:
afán regeneracionista, sobriedad artística y casticismo. Los dos
temas dominantes en su producción literaria son la eternidad
y la continuidad; para Azorín, el tiempo fluye de forma cíclica,
de manera que ―vivir es volver a ver‖ (de ahí su obsesión por
revivir la tradición literaria española como forma de lograr la
regeneración del país). Su estilo narrativo se caracteriza por la sencillez, la claridad y
la precisión, con un lenguaje popular y oraciones cortas y simples (con preferencia por
la yuxtaposición en lugar de la subordinación oracional). Frente a los neologismos
introducidos por los modernistas, Azorín enriqueció la lengua española con gran
cantidad de arcaísmos.
Azorín cultivó la novela a lo largo de cuatro etapas: en un primer periodo de su
producción narrativa, muestra preferencia por los elementos autobiográficos y las
impresiones suscitadas por el paisaje; a esta etapa corresponde la trilogía novelística La voluntad (1902), Antonio Azorín (1903) y Las confesiones de un pequeño filósofo
(1904), cuyo protagonista, Antonio Azorín —del que el autor tomaría posteriormente
su pseudónimo—, es un personaje de ficción con el que el novelista se identifica para
reflejar sus propias experiencias y pensamientos. En un segundo periodo, Azorín
abandona el elemento autobiográfico aunque continúa expresando sus propias
inquietudes acerca del tiempo y el destino, como en Don Juan (1922) y Doña Inés (1925), novelas en las que el mito literario de don Juan Tenorio aparece convertido al
cristianismo. La tercera etapa en la producción novelística de Azorín, a la que
pertenecen Félix Vargas (1928), Superrealismo (1929) y Pueblo (1930), está marcada
por el vanguardismo y el drama existencial. En la última etapa literaria del autor, tras
la obligada pausa de la Guerra Civil española, Azorín retoma su producción narrativa
con novelas ascéticas de renuncia piadosa al mundo y aceptación del destino, como El escritor (1942), El enfermo (1943) y La isla sin aurora (1944).
Azorín
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
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Además de novelas, Azorín cultivó dos tipos de ensayos: sociales —en los que
profundiza en la tradición cultural española, como en las colecciones tituladas Los pueblos (1905) y Castilla (1912)— y literarios —en los que lleva a cabo una
reinterpretación impresionista de los clásicos españoles, como en La ruta de don Quijote (1905), Clásicos y modernos (1913) y Al margen de los clásicos (1915). En los
años finales de su carrera literaria, durante las décadas de 1950 y 1960, Azorín se
dedicó a recopilar artículos periodísticos publicados anteriormente en ―La
Vanguardia‖ y ―ABC‖.
La novela más famosa de Azorín, La voluntad, refleja la abulia y el fracaso de un
hombre inteligente —aunque inseguro y excesivamente reflexivo— en una sociedad
vulgar, visión noventaiochista de una España negra y triste sumida en una profunda
crisis espiritual. A lo largo de la obra, el protagonista recorre un itinerario psicológico
de progresivo desengaño religioso, filosófico, científico, político y literario que le
genera una tensión casi insoportable. El siguiente fragmento muestra la personalidad
indecisa de Antonio Azorín (reflejo de la sociedad española para los escritores de la
Generación del 98):
Al fin, Azorín se decide a marcharse de Madrid. ¿Dónde va? Geográficamente, Azorín sabe dónde
encamina sus pasos; pero en cuanto a la orientación intelectual y ética su desconcierto es mayor
cada día. Azorín es casi un símbolo; sus perplejidades, sus ansias, sus desconsuelos bien pueden
representar toda una generación sin voluntad, sin energía, indecisa, irresoluta, una generación que
no tiene ni la audacia de la generación romántica, ni la fe de afirmar de la generación naturalista.
Tal vez esta disgregación de ideales sea un bien; acaso para una síntesis futura, más o menos
próxima, sea preciso este feroz análisis de todo.
La voluntad (cap. XI)
18.10. Antonio Machado
Antonio Machado Ruiz (Sevilla, 1875 - Colliure, 1939) es
uno de los poetas en lengua castellana más universales.
Aunque se trata de uno de los miembros más destacados de
la Generación del 98, en sus comienzos literarios se vio
influido por el Modernismo (como se evidencia en su
primera obra, Soledades), debido a la profunda amistad que
le unía con Rubén Darío. Posteriormente, Machado fue
rebajando progresivamente su estilo modernista para
dedicarse a explorar su intimidad, aunque con un lenguaje
simbolista (como en Soledades, galerías y otros poemas). Con su gran obra de madurez, Campos de Castilla, el poeta
sevillano se aleja definitivamente del Modernismo y
muestra el castellanismo característico de los escritores de la
Generación del 98. Pese a su carrera profesional como escritor y periodista, Machado
mostró durante toda su vida una gran preocupación por la trayectoria social y política
Antonio Machado
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
18
de España. Durante la Guerra Civil, tomó partido por la causa republicana, lo que le
supuso morir en el exilio.
La obra poética de Machado se inicia con Soledades (1903) que, pese a su simbolismo
modernista, preludia ya el estilo literario y personal del poeta. Con Soledades, galerías y otros poemas (1907), versión ampliada del anterior poemario, Machado expresa un
mayor intimismo en sus creaciones líricas. La ciudad de Soria, en la que el poeta vivió
y conoció a su futura esposa, Leonor Izquierdo, le sirvió de inspiración para la
creación de su obra cumbre: Campos de Castilla (1912). En esta colección de poemas
de temática variada, Machado expresa el espíritu nacionalista de la Generación del 98
mediante la exaltación de las tierras castellanas y sus gentes, al tiempo que ofrece
reflexiones acerca del sentido de la vida. Con su último poemario, Nuevas canciones (1924), Machado recupera el tono nostálgico de sus comienzos literarios. En
colaboración con su hermano Manuel, escribió varias obras de teatro, entre las que
destacan los dramas históricos Desdichas de la fortuna o Julianillo Valcárcel (1926),
Juan de Mañara (1927), Las adelfas (1928) y La duquesa de Benamejí (1932), y la
comedia costumbrista La Lola se va a los puertos (1929). Juan de Mairena (1936),
colección de ensayos publicados en diferentes periódicos de Madrid acerca de la
sociedad, la cultura y la política, descubre a un Antonio Machado que es también un
excelente prosista, con una gran variedad de estilos.
Para Machado, la poesía es la expresión íntima del sentimiento personal del poeta, por
lo que rechaza la estética del Modernismo, ya que la musicalidad y la perfección
formal no sirven para comunicar la intimidad del espíritu. Tres de sus poemas más
representativos, pertenecientes a cada una de sus etapas literarias ―modernista
(Soledades), regionalista (Campos de Castilla) e intimista (Nuevas canciones)―
ilustran el estilo y el lenguaje lírico de Machado (simbolista, sobrio y reflexivo,
respectivamente):
Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!,
que una fontana fluía
dentro de mi corazón.
Di, ¿por qué acequia escondida,
agua, vienes hasta mí,
manantial de nueva vida
de donde nunca bebí?
Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!,
que una colmena tenía
dentro de mi corazón;
y las doradas abejas
iban fabricando en él,
con las amarguras viejas,
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
19
blanca cera y dulce miel.
Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!,
que un ardiente sol lucía
dentro de mi corazón.
Era ardiente porque daba
calores de rojo hogar,
y era sol porque alumbraba
y porque hacía llorar.
Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!,
que era Dios lo que tenía
dentro de mi corazón.
Soledades (LIX)
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Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.
¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.
Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.
Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas, de alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
―A un olmo seco‖, en Campos de Castilla (XIX)
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― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
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Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.
―Proverbios y cantares‖ (XXIX), en Nuevas canciones
18.11. Novecentismo
El Novecentismo es un movimiento literario asociado a las vanguardias artísticas de
comienzos del siglo XX que agrupa a una serie de escritores situados entre la
Generación del 98 y la Generación del 27. Debido a que alcanzaron su madurez
literaria coincidiendo con el inicio de la Primera Guerra Mundial, se conocen también
como Generación de 1914.
En sus inicios, el Novecentismo surge como una doble reacción ante el Modernismo
(corriente literaria que considera caduca y decadente) y la Generación del 98 (cuyo
pesimismo vital, sobriedad estilística y regionalismo rechaza por su falta de
intelectualidad). En consonancia con las vanguardias europeas de principios del siglo
XX, este nuevo movimiento literario huye de lo vulgar y monótono en busca de
soluciones imaginativas. Los escritores novecentistas se caracterizan en conjunto por
su vanguardismo artístico y social —lo que les llevó a escribir una literatura elitista
destinada a las minorías—, su gran formación intelectual —muchos de ellos
compaginaron su labor literaria con otros campos de conocimiento, como la ciencia, la
política, la historia o la lingüística—, su europeísmo —frente al nacionalismo de la
Generación del 98— y su obsesión por la perfección formal de sus obras —lo que les
lleva a renovar el lenguaje y los géneros literarios tradicionales. Los dos géneros
literarios preferidos por los escritores novecentistas son el ensayo (terreno en el que
destaca por encima de todos el filósofo Ortega y Gasset) y el artículo periodístico.
Algunos de los autores más importantes pertenecientes al Novecentismo son los
ensayistas Eugenio d’Ors (1881-1954), José Ortega y Gasset (1883-1955), Salvador de
Madariaga (1886-1978) y José Bergamín (1895-1983), los novelistas Concha Espina
(1869-1955), Gabriel Miró (1879-1930) y Benjamín Jarnés (1888-1949), el dramaturgo
Jacinto Grau (1877-1958), los poetas Juan Ramón Jiménez (1881-1958) y Ramón de
Basterra (1888-1928), el ensayista, novelista y poeta Ramón Pérez de Ayala (1880-
1962), el periodista, ensayista y novelista Ramón Gómez de la Serna (1888-1963), el
historiador y ensayista Claudio Sánchez-Albornoz (1893-1984), el filólogo y ensayista
Américo Castro (1885-1972), el político y ensayista Manuel Azaña (1880-1940) y el
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
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científico y ensayista Gregorio Marañón (1887-1960). Algunos escritores de la
Generación del 27, como León Felipe, cultivaron una estética novecentista en sus
comienzos literarios.
Gabriel Miró (1879-1930), novelista adscrito al Novecentismo,
refleja en sus obras la melancolía y la introversión que
caracterizaron su vida. El estilo narrativo de Miró destaca por su
intenso misticismo (que no llega a ser religioso) y las detalladas
descripciones poéticas de paisajes y recuerdos lejanos (más
importantes que la propia trama y los personajes). Entre sus
novelas más destacadas figuran Las cerezas del cementerio (1910),
Nuestro padre San Daniel (1921), Niño y grande (1922), El obispo leproso (1926) y Años y leguas (1928). Muchas de ellas se
desarrollan en Oleza, trasunto de Orihuela, símbolo de la represión social, la
intolerancia y el oscurantismo religioso que Miró observaba a su alrededor.
Ramón Pérez de Ayala (1880-1962), ensayista, novelista y poeta
perteneciente al Novecentismo, muestra en sus obras un talante
nihilista y pesimista heredado de la Generación del 98, que
expresa mediante el sarcasmo, la burla y el humor. Por la
originalidad de su narrativa, Pérez de Ayala está considerado
como uno de los novelistas más destacados de la literatura
española de la primera mitad del siglo XX. En su producción
literaria se distingue una etapa modernista —en la que se
incluyen los libros de poemas La paz del sendero (1904), El sendero innumerable (1916) y El sendero andante (1921)— y una
etapa intelectual o filosófica, de influencia novecentista —formada por las novelas
Tinieblas en las cumbres (1907), A.M.D.G. (1910), Belarmino y Apolonio (1921) y
Tigre Juan (1926), así como la colección de ensayos titulada Las máscaras (1917-1919).
Dos de las novelas más populares de Pérez de Ayala son A.M.D.G., en la que critica el
sistema educativo de las instituciones religiosas, y Tigre Juan, reflejo de la bipolaridad
realidad-apariencia personificada en un don Juan misógino y afeminado.
Gabriel Miró
R. Pérez de Ayala
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
22
Ramón Gómez de la Serna (1888-1963), periodista, ensayista y
novelista de estilo vanguardista e inclasificable por su
originalidad artística (aunque tradicionalmente adscrito al
Novecentismo), ha pasado a la posteridad por ser el inventor del
género literario conocido como greguería, aforismo o frase
breve que expresa un pensamiento ingenioso a través de la
fórmula ―humor + metáfora = greguería‖ (por ejemplo, ―los ceros
son los huevos de los que salieron las demás cifras‖ o ―la
ametralladora suena a máquina de escribir de la muerte‖). En sus
obras, de carácter nihilista, Gómez de la Serna responde con una
extravagancia casi esperpéntica ante la sociedad caótica y carente de valores que le
tocó vivir. Entre su vastísima producción literaria, de más de un centenar de libros,
destacan la novela El caballero del hongo gris (1928), la farsa teatral Los medios seres (1929), la colección de ensayos titulada Ismos (1931), la autobiografía Automoribundia
(1948) y Total de greguerías (1955).
18.12. José Ortega y Gasset
José Ortega y Gasset (Madrid, 1883 - Madrid, 1955) es uno de
los más destacados filósofos y ensayistas españoles de la
primera mitad del siglo XX. Su pensamiento, plasmado en
numerosos ensayos, ejerció una gran influencia en varias
generaciones de intelectuales españoles y europeos. Ortega y
Gasset es el principal representante del Novecentismo en
España, corriente literaria adscrita a las vanguardias artísticas
y sociales surgidas tras la Primera Guerra Mundial, que sirvió
de transición entre el pesimismo de la Generación del 98 y el
excesivo esteticismo de la Generación del 27.
Los dos elementos que configuran el pensamiento filosófico de Ortega y Gasset son el
perspectivismo —según el cual las distintas concepciones del mundo dependen del
punto de vista y las circunstancias de los individuos— y la razón vital —intento de
superación de la razón pura y la razón práctica de idealistas y racionalistas. En esta
tesitura, la verdad surge de la yuxtaposición de visiones parciales, en la que es
fundamental el constante diálogo entre el hombre y la vida que se manifiesta a su
alrededor, especialmente en el universo de las artes.
Algunos de los ensayos más destacados de Ortega y Gasset son Meditaciones del Quijote (1914) —obra filosófica en la que enuncia su famosa frase ―yo soy yo y mi
circunstancia‖—, España invertebrada (1921) —ensayo político en el que analiza la
crisis de la España de su tiempo—, La deshumanización del arte (1925) —ensayo
literario en el que Ortega y Gasset critica el excesivo hermetismo y elitismo de la
R. Gómez de la Serna
José Ortega y Gasset
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
23
Generación del 27— y su obra más conocida, la colección de ensayos titulados La rebelión de las masas (1930). En ella, Ortega y Gasset analiza diversos fenómenos
sociales del momento, como la llegada de las masas al poder social y las
aglomeraciones de gente, y a partir de estos hechos describe la idea de lo que él llama
―hombre-masa‖, individuo medio que encuentra en sí mismo una sensación de
dominio y triunfo que le invita a afirmarse tal cual es, moral e intelectualmente. La
característica principal del ―hombre-masa‖ consiste en que, sintiéndose vulgar,
proclama el derecho a la vulgaridad y se niega a reconocer instancias superiores a él.
Este individuo cree que con lo que sabe ya tiene más que suficiente y no alberga la
más mínima curiosidad por ampliar sus conocimientos. El ―hombre-masa‖ es el
hombre cuya vida carece de proyectos y ambiciones, incapaz de otro esfuerzo que el
estrictamente impuesto como reacción a una necesidad externa.
En el siguiente fragmento de La rebelión de las masas, Ortega y Gasset expone su
teoría sobre la irrupción de la clase obrera en la vida social europea, así como la
diferencia entre ―masa‖ y ―minoría‖:
Sorprenderse, extrañarse, es comenzar a entender. Es el deporte y el lujo específico del intelectual.
Por eso su gesto gremial consiste en mirar al mundo con los ojos dilatados por la extrañeza. Todo
en el mundo es extraño y es maravilloso para unas pupilas bien abiertas. Esto, maravillarse, es la
delicia vedada al futbolista, y que, en cambio, lleva al intelectual por el mundo en perpetua
embriaguez de visionario. Su atributo son los ojos en pasmo. Por eso los antiguos dieron a
Minerva la lechuza, el pájaro con los ojos siempre deslumbrados.
La aglomeración, el lleno, no era antes frecuente. ¿Por qué lo es ahora?
Los componentes de esas muchedumbres no han surgido de la nada. Aproximadamente, el mismo
número de personas existía hace quince años. Después de la guerra parecería natural que ese
número fuese menor. Aquí topamos, sin embargo, con la primera nota importante. Los individuos
que integran estas muchedumbres preexistían, pero no como muchedumbre. Repartidos por el
mundo en pequeños grupos, o solitarios, llevaban una vida, por lo visto, divergente, disociada,
distante. Cada cual —individuo o pequeño grupo— ocupaba un sitio, tal vez el suyo, en el campo,
en la aldea, en la villa, en el barrio de la gran ciudad.
Ahora, de pronto, aparecen bajo la especie de aglomeración, y nuestros ojos ven dondequiera
muchedumbres. ¿Dondequiera? No, no; precisamente en los lugares mejores, creación
relativamente refinada de la cultura humana, reservados antes a grupos menores, en definitiva, a
minorías.
La muchedumbre, de pronto, se ha hecho visible, se ha instalado en los lugares preferentes de la
sociedad. Antes, si existía, pasaba inadvertida, ocupaba el fondo del escenario social; ahora se ha
adelantado a las baterías, es ella el personaje principal. Ya no hay protagonistas: sólo hay coro.
El concepto de muchedumbre es cuantitativo y visual. Traduzcámoslo, sin alterarlo, a la
terminología sociológica. Entonces hallamos la idea de masa social. La sociedad es siempre una
unidad dinámica de dos factores: minorías y masas. Las minorías son individuos o grupos de
individuos especialmente cualificados. La masa es el conjunto de personas no especialmente
cualificadas. No se entienda, pues, por masas, sólo ni principalmente ―las masas obreras‖. Masa es
el ―hombre medio‖. De este modo se convierte lo que era meramente cantidad —la
muchedumbre— en una determinación cualitativa: es la cualidad común, es lo mostrenco social,
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
24
es el hombre en cuanto no se diferencia de otros hombres, sino que repite en sí un tipo genérico.
¿Qué hemos ganado con esta conversión de la cantidad a la cualidad? Muy sencillo: por medio de
ésta comprendemos la génesis de aquélla. Es evidente, hasta perogrullesco, que la formación
normal de una muchedumbre implica la coincidencia de deseos, de ideas, de modo de ser, en los
individuos que la integran. Se dirá que es lo que acontece con todo grupo social, por selecto que
pretenda ser.
La rebelión de las masas (Primera parte, ―El hecho de las aglomeraciones‖)
18.13. Juan Ramón Jiménez
Juan Ramón Jiménez Mantecón (Moguer, 1881 – San Juan
de Puerto Rico, 1958), ganador del Premio Nobel de
Literatura en 1956, es uno de los grandes poetas españoles
de la primera mitad del siglo XX. Pese a sus comienzos
modernistas, fue uno de los principales impulsores de la
vanguardia literaria del Novecentismo e influyó
poderosamente en la posterior Generación del 27. Juan
Ramón Jiménez concibe la poesía como una fuente de
conocimiento, un medio para captar la esencia de la realidad
a través de la belleza, que es inasible y está por encima de la
forma poética. Su producción literaria se agrupa en tres
grandes periodos (definidos por el propio poeta):
1) Etapa sensitiva (1898-1916). La sensibilidad del poeta se trasluce a través del
intimismo lírico y la perfección formal del Modernismo. En su poesía predomina un
tono melancólico y el deseo de describir una belleza eterna. Pertenecen a esta etapa
Rimas (1902), Arias tristes (1903), Jardines lejanos (1904), Elegías (1909), La soledad sonora (1911), Pastorales (1911), Laberinto (1913), Platero y yo (1914) y Estío (1916).
El siguiente fragmento, correspondiente al conocido comienzo de la obra más famosa
de Juan Ramón Jiménez, Platero y yo (narración lírica que recrea poéticamente la vida
y muerte del burro Platero), ilustra el estilo sensitivo del poeta, con descripciones
simbólicas y coloristas:
Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva
huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.
Lo dejo suelto y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las
florecillas rosas, celestes y gualdas... Lo llamo dulcemente: ―¿Platero?‖, y viene a mí con un
trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal...
Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar; los
higos morados, con su cristalina gotita de miel...
Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña...; pero fuerte y seco por dentro, como de
piedra... Cuando paso sobre él, los domingos, por las últimas callejas del pueblo, los hombres del
campo, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo:
— Tien’ asero...
Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo.
Platero y yo (1914)
Juan Ramón Jiménez
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
25
2) Etapa intelectual (1917-1936). El poeta se aleja del tono nostálgico e idealizador del
Modernismo en busca de una realidad intelectualizada más concreta, en consonancia
con los nuevos cánones del Novecentismo. El mar, como símbolo de la vida y la
eternidad, se convierte en uno de los principales motivos poéticos de sus obras. Dentro
de esta periodo destacan Diario de un poeta recién casado (1917), Primera antología poética (1917), Eternidades (1918), Piedra y cielo (1919), Segunda antología poética
(1922), Poesía (1923) y Belleza (1923). El siguiente poema, incluido en Eternidades, ejemplifica el deseo de Juan Ramón Jiménez de alcanzar un conocimiento
comunicable a través de la poesía para poder compartirlo (en él, la ―inspiración‖ y la
expresión sugerente del Modernismo han sido sustituidas por la ―inteligencia‖ y la
exactitud en la palabra):
¡Inteligencia, dame
el nombre exacto de las cosas!
Que mi palabra sea
la cosa misma,
creada por mi alma nuevamente.
Que por mí vayan todos
los que no las conocen, a las cosas;
que por mí vayan todos
los que ya las olvidan, a las cosas;
que por mí vayan todos
los mismos que las aman, a las cosas;
¡Inteligencia, dame
el nombre exacto, y tuyo,
y suyo y mío, de las cosas!
Eternidades (1918)
3) Etapa suficiente o verdadera (1937-1958). Tras el estallido de la Guerra Civil
española en 1936, Juan Ramón Jiménez, que apoyó decididamente la causa
republicana, se ve obligado a exiliarse en América (Cuba, Puerto Rico y Estados
Unidos) junto con su mujer, Zenobia Camprubí. Durante este periodo, el poeta
continúa su incansable búsqueda lírica de la belleza y la perfección, aunque con la
certidumbre de haber encontrado finalmente un destino que es a su vez causa y fin de
la belleza eterna: Dios. Tras un largo periodo de silencio, producto de la tristeza que le
causa la guerra en España, Juan Ramón Jiménez reanuda su actividad literaria en una
nueva etapa ―mística‖ de su poesía, con obras como Espacio (1941), Tiempo (1941), En el otro costado (1942), La estación total (1946), Animal de fondo (1948), Dios deseado y deseante (1949) y Tercera antología poética (1957). El siguiente fragmento de
Espacio, una de las obras culminantes de la lírica española del siglo XX, ilustra (bajo la
novedosa forma poética del verso libre mayor) la respuesta final de Juan Ramón
Jiménez a la búsqueda de lo desconocido que caracteriza toda su obra anterior: el
poeta logra superar su contingencia espacial mediante una conciencia infinita que le
lleva a equipararse con los dioses:
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
26
Los dioses no tuvieron más sustancia
que la que tengo yo. Yo tengo, como ellos,
la sustancia de todo lo vivido
y de todo lo por vivir. No soy presente sólo,
sino fuga raudal de cabo a fin. Y lo que veo
a un lado y otro, en esta fuga,
rosas, restos de alas, sombra y luz,
es sólo mío,
recuerdo y ansia míos, presentimiento, olvido.
¿Quién sabe más que yo, quién,
qué hombre o qué dios, puede,
ha podido, podrá decirme a mí
qué es mi vida y mi muerte, qué no es?
Si hay quien lo sabe,
yo lo sé más que ése, y si lo ignora,
más que ése lo ignoro.
Lucha entre este saber y este ignorar
es mi vida, su vida, y es la vida. Pasan vientos
como pájaros, pájaros igual que flores,
flores soles y lunas, lunas soles
como yo, como almas, como cuerpos,
cuerpos como la muerte y la resurrección,
como dioses. Y soy un dios
sin espada, sin nada
de lo que hacen los hombres con su ciencia;
sólo con lo que es producto de lo vivo,
lo que se cambia todo; sí, de fuego
o de luz, luz. ¿Por qué comemos y bebemos
otra cosa que luz o fuego? Como yo he nacido
en el sol y del sol he venido aquí a la sombra,
¿soy del sol, como el sol alumbro? y mi nostalgia,
como la de la luna, es haber sido sol
y reflejarlo sólo ahora.
Espacio (1941)
Una característica llamativa del estilo poético de Juan Ramón Jiménez es su idea de
que hay que escribir como se habla, por lo que mostraba preferencia ortográfica por la
―j‖ en lugar de la ―g‖ delante de ―e, i‖ (como en su ―Antolojía poética‖), ―s‖ en lugar de
―x‖ (como en ―espresar‖) y ―s‖, ―t‖ en lugar de los grupos consonánticos ―ns‖ y ―pt‖,
respectivamente (como en ―trasparencia‖, ―setiembre‖). Juan Ramón Jiménez era un
perfecto dominador del lenguaje y, al igual que experimentó con nuevas formas
métricas —como la narración lírica, que supone un acercamiento de la poesía a la
prosa y la lengua hablada, en su deseo de escribir para las minorías—, creó
neologismos por composición (―rosafuego‖, ―cuerpialma‖) y derivación (―ultracielo‖,
―deseante‖, ―frutecer‖).
18.14. Generación del 27
En 1927, con motivo del tercer centenario de la muerte de Góngora, un grupo de
poetas se reunió en el Ateneo de Sevilla para homenajear al gran culteranista cordobés,
proscrito para la crítica literaria del siglo XIX por su excesivo oscurantismo formal.
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
27
Los jóvenes escritores que se dieron a conocer en el panorama cultural tras su
participación en este certamen poético se agrupan bajo la etiqueta conjunta de
Generación del 27 (que representa una promoción de poetas de edad similar, más que
una verdadera ―generación‖ homogénea de escritores con un estilo afín, como la
anterior Generación del 98).
Pese a la variedad de estilos literarios cultivados por los autores de la Generación del
27 (neopopularismo, surrealismo, poesía pura, existencialismo), una característica
común que define su obra es la tendencia al equilibrio entre polos opuestos
(sentimentalismo-intelectualidad, romanticismo-clasicismo, universalidad-casticismo,
tradición-vanguardia), la represión de los sentimientos puros y el culto a la belleza
estética, lo que encuentra su mejor vehículo de expresión en la metáfora. Por otro lado,
todos ellos fueron grandes admiradores de la obra poética de Juan Ramón Jiménez.
Algunos de los autores más importantes que integran este grupo en su etapa inicial son
los poetas Pedro Salinas, Jorge Guillén, Gerardo Diego, Vicente Aleixandre, Emilio
Prados, Luis Cernuda, Rafael Alberti y Manuel Altolaguirre, el poeta y dramaturgo
Federico García Lorca y el poeta y filólogo Dámaso Alonso. Posteriormente, y debido
a su amistad con los anteriores miembros fundadores, se agruparon también dentro de
la Generación del 27 otros escritores de difícil adscripción, como los poetas León
Felipe (1884-1968), José Moreno Villa (1887-1955), Juan Larrea (1895-1980), José
María Quiroga Plá (1902-1955), José María Hinojosa (1904-1936) y Miguel Hernández
(1910-1942), el novelista Francisco Ayala (1906-2009), el dramaturgo Alejandro
Casona (1903-1965), los dramaturgos y novelistas Enrique Jardiel Poncela (1901-1952)
y José López Rubio (1903-1996), el dramaturgo y periodista Antonio de Lara ―Tono‖
(1896-1978), el novelista y poeta Agustín de Foxá (1906-1959), el dramaturgo y
director de cine Edgar Neville (1899-1967) y el polígrafo —novelista, dramaturgo,
ensayista y poeta— Max Aub (1903-1972).
Pedro Salinas (1891-1951) es uno de los grandes poetas del
amor de la Generación del 27. Influido por Juan Ramón
Jiménez, cultiva una poesía pura que intenta desentrañar la
verdadera esencia de las cosas. En una primera etapa poética,
Salinas muestra una influencia ultraísta, con obras como
Presagios (1923), Seguro azar (1929) y Fábula y signo (1931).
Posteriormente, el poeta se concentra en su propio mundo
interior y en el optimismo del sentimiento amoroso para
elaborar las obra central de su producción poética: la trilogía
formada por La voz a ti debida (1933), Razón de amor (1936) y
Largo lamento (1938). No obstante, tras el estallido de la
Guerra Civil española y su posterior exilio en Estados Unidos, Salinas añade un tono
Pedro Salinas
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
28
existencialista a su poesía, que se refleja en El contemplado (1946), Todo más claro
(1949) y su obra póstuma Confianza (1955). El siguiente fragmento de la obra más
conocida de Salinas, La voz a ti debida (extenso poema cuyo título está tomado de la
égloga III de Garcilaso de la Vega), ilustra el tono optimista con que el enamorado
(―yo‖) trata de descubrir junto a la amada (―tú‖) la esencia del amor:
Para vivir no quiero
495 islas, palacios, torres.
¡Qué alegría más alta:
vivir en los pronombres!
Quítate ya los trajes,
las señas, los retratos;
500 yo no te quiero así,
disfrazada de otra,
hija siempre de algo.
Te quiero pura, libre,
irreductible: tú.
505 Se que cuando te llame
entre todas las gentes
del mundo,
sólo tú serás tú.
Y cuando me preguntes
510 quién es el que te llama,
el que te quiere suya,
enterraré los nombres,
los rótulos, la historia.
lré rompiendo todo
515 lo que encima me echaron
desde antes de nacer.
Y vuelto ya al anónimo
eterno del desnudo,
de la piedra, del mundo,
520 te diré:
―Yo te quiero, soy yo‖.
La voz a ti debida (fragmento 14)
Jorge Guillén (1893-1984) es, al igual que su amigo Pedro
Salinas, el poeta del optimismo de la Generación del 27. Su
poesía pura refleja la alegría de vivir del hombre, el goce vital
ante el avance inexorable del tiempo y la inseguridad que
producen el caos y el azar. Guillén utiliza un lenguaje muy
elaborado que busca expresar la esencia de las cosas de forma
concisa, por lo que en su poesía abundan los sustantivos y
escasean los verbos. Su producción poética está integrada por
cinco libros: Cántico (1928) ―la obra más famosa de Guillén y
una de las más importantes creaciones líricas en español del
siglo XX―, Clamor (1950), Homenaje (1967), Aire Nuestro
(1968)―antología que agrupa los tres anteriores―, Y otros poemas (1973) y Final
Jorge Guillén
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
29
(1982). El poema titulado ―Más allá‖, incluido en Cántico, ilustra el descubrimiento
del poeta del ―amanecer‖ o esencia enigmática de las cosas y la alegría que le produce
sentirse vivo:
(El alma vuelve al cuerpo,
se dirige a los ojos
y choca.) —¡Luz! Me invade
todo mi ser. ¡Asombro!
Intacto aún, enorme,
rodea el tiempo. Ruidos
irrumpen. ¡Cómo saltan
sobre los amarillos
todavía no agudos
de un sol hecho ternura
de rayo alboreado
para estancia difusa,
mientras van presentándose
todas las consistencias
que al disponerse en cosas
me limitan, me centran!
¿Hubo un caos? Muy lejos
de su origen, me brinda
por entre hervor de luz
frescura en chispas. ¡Día!
Una seguridad
se extiende, cunde, manda.
El esplendor aploma
la insinuada mañana.
Y la mañana pesa.
Vibra sobre mis ojos,
que volverán a ver
lo extraordinario: todo.
Todo está concentrado
por siglos de raíz
dentro de este minuto,
eterno y para mí.
Y sobre los instantes
que pasan de continuo
voy salvando el presente,
eternidad en vilo.
Corre la sangre, corre
con fatal avidez.
A ciegas acumulo
destino: quiero ser.
Ser, nada más. Y basta.
Es la absoluta dicha.
¡Con la esencia en silencio
tanto se identifica!
¡Al azar de las suertes
únicas de un tropel
surgir entre los siglos,
alzarse con el ser,
y a la fuerza fundirse
con la sonoridad
más tenaz: sí, sí, sí,
la palabra del mar!
Todo me comunica,
vencedor, hecho mundo,
su brío para ser
de veras real, en triunfo.
Soy, más, estoy. Respiro.
Lo profundo es el aire.
La realidad me inventa,
soy su leyenda. ¡Salve!
Cántico (I)
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
30
Gerardo Diego (1896-1987), destacado poeta de la Generación
del 27, desarrolló su poesía en torno a dos vertientes paralelas:
una tradicional ―a la que pertenecen Soria (1923), Versos humanos (1925) y Alondra de verdad (1941)― y otra
vanguardista ―con obras creacionistas como Imagen (1922) y
Manual de espumas (1924). En 1932 publicó su famosa
antología Poesía española, que dio a conocer a los principales
autores de su época. A diferencia de la mayoría de sus
compañeros de la Generación del 27, Gerardo Diego tomó
partido por el bando nacional durante la Guerra Civil española,
por lo que no necesitó exiliarse del país y pudo continuar su
producción literaria. El soneto titulado ―El ciprés de Silos‖, incluido en su poemario
Versos humanos, ilustra el deseo de ascenso y superación del poeta hacia un plano
espiritual superior al contemplar el ciprés que preside el claustro del Monasterio de
Silos y que también se eleva majestuoso hacia el cielo:
Enhiesto surtidor de sombra y sueño
que acongojas el cielo con tu lanza.
Chorro que a las estrellas casi alcanza
devanado a sí mismo en loco empeño.
Mástil de soledad, prodigio isleño,
flecha de fe, saeta de esperanza.
Hoy llegó a ti, riberas del Arlanza,
peregrina al azar, mi alma sin dueño.
Cuando te vi señero, dulce, firme,
qué ansiedades sentí de diluirme
y ascender como tú, vuelto en cristales,
como tú, negra torre de arduos filos,
ejemplo de delirios verticales,
mudo ciprés en el fervor de Silos.
Versos humanos (1925)
Vicente Aleixandre (1898-1984), Premio Nobel de Literatura
en 1977, es uno de los poetas fundadores de la Generación del
27 y está considerado como el principal representante de la
poesía surrealista en España. Aleixandre inicia su producción
poética con Ámbito (1928), obra juvenil aún bajo la influencia
de la poesía pura de Juan Ramón Jiménez y Jorge Guillén. Sus
tres siguientes poemarios ―Espadas como labios (1932), La destrucción o el amor (1935) y Pasión de la tierra (1935)― se
enmarcan dentro del surrealismo que irrumpe con fuerza en la
literatura española durante la década de 1930, a medida que
Gerardo Diego
Vicente Aleixandre
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
31
declina el ultraísmo anterior, y que busca expresar las imágenes y sus relaciones
mediante metáforas, tal y como se muestran en el mundo de los sueños. Para el poeta
surrealista, el amor es una fuerza vital ingobernable que destruye las convenciones
sociales que limitan al ser humano. Con Sombra del Paraíso (1944), Aleixandre
inaugura la corriente poética de posguerra, que dará pasó a la poesía social de las
décadas de 1950 y 1960 con Historia del corazón (1954) y En un vasto dominio (1962).
Otras obras posteriores del poeta incluyen Poemas de la consumación (1968) y
Diálogos del conocimiento (1974). El poema de verso libre titulado ―Se querían‖,
incluido en La destrucción o el amor, ilustra la fusión del amor con el universo que
caracteriza la poesía surrealista de Aleixandre:
Se querían.
Sufrían por la luz, labios azules en la madrugada,
labios saliendo de la noche dura,
labios partidos, sangre, ¿sangre dónde?
Se querían en un lecho navío, mitad noche, mitad luz.
Se querían como las flores a las espinas hondas,
a esa amorosa gema del amarillo nuevo,
cuando los rostros giran melancólicamente,
giralunas que brillan recibiendo aquel beso.
Se querían de noche, cuando los perros hondos
laten bajo la tierra y los valles se estiran
como lomos arcaicos que se sienten repasados:
caricia, seda, mano, luna que llega y toca.
Se querían de amor entre la madrugada,
entre las duras piedras cerradas de la noche,
duras como los cuerpos helados por las horas,
duras como los besos de diente a diente solo.
Se querían de día, playa que va creciendo,
ondas que por los pies acarician los muslos,
cuerpos que se levantan de la tierra y flotando...
Se querían de día, sobre el mar, bajo el cielo.
Mediodía perfecto, se querían tan íntimos,
mar altísimo y joven, intimidad extensa,
soledad de lo vivo, horizontes remotos
ligados como cuerpos en soledad cantando.
Amando. Se querían como la luna lúcida,
como ese mar redondo que se aplica a ese rostro,
dulce eclipse de agua, mejilla oscurecida,
donde los peces rojos van y vienen sin música.
Día, noche, ponientes, madrugadas, espacios,
ondas nuevas, antiguas, fugitivas, perpetuas,
mar o tierra, navío, lecho, pluma, cristal,
metal, música, labio, silencio, vegetal,
mundo, quietud, su forma. Se querían, sabedlo.
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
32
―Se querían‖, en La destrucción o el amor (1935)
Luis Cernuda (1902-1963), poeta de la Generación del 27,
expresa en sus obras (de carácter autobiográfico en su mayor
parte) el choque entre el deseo y la realidad, con el único
consuelo del recuerdo romántico de un placer momentáneo e
intemporal. Su primer poemario destacado es Égloga, elegía, oda (1928), de estilo clásico, al que sigue Un río, un amor
(1929), de tono surrealista. Con Los placeres prohibidos (1931),
Donde habite el olvido (1934) e Invocaciones (1935), Cernuda
logra expresar su rebeldía social, su imagen de ―poeta maldito‖
y su condición homosexual. En 1936 publica la primera edición
de La Realidad y el Deseo, título genérico de su producción
poética en el que irá reuniendo su obra lírica posterior. En Las nubes (1943), Cernuda
refleja su dolor tras el exilio de España a consecuencia de la Guerra Civil. Como quien espera el alba (1947), Vivir sin estar viviendo (1949), Con las horas contadas (1956) y
Desolación de la Quimera (1962) marcan el paso del exilio en Estados Unidos a su
nueva patria en México, en donde vivirá hasta el fin de sus días. El poema titulado
―Donde habite el olvido‖ (incluido en la obra homónima de 1934) ilustra el tono
intimista y pesimista de Cernuda ante el dolor que le produce el desengaño amoroso:
Donde habite el olvido,
en los vastos jardines sin aurora;
donde yo solo sea
memoria de una piedra sepultada entre ortigas
sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.
Donde mi nombre deje
al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
donde el deseo no exista.
En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
no esconda como acero
en mi pecho su ala,
sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.
Allá donde termine ese afán que exige un dueño a imagen suya,
sometiendo a otra vida su vida,
sin más horizonte que otros ojos frente a frente.
Donde penas y dichas no sean más que nombres,
cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
disuelto en niebla, ausencia,
ausencia leve como carne de niño.
Allá, allá lejos;
donde habite el olvido.
Luis Cernuda
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
33
Donde habite el olvido (1934)
Rafael Alberti (1902-1999), poeta de la Generación del 27,
funde en su obra lo popular y lo culto, lo tradicional y lo
vanguardista. Su primer poemario, Marinero en tierra (1925),
de carácter neopopularista, constituye una evocación de un
paraíso perdido que Alberti identifica con el Cádiz de su
infancia. Los posteriores El alba de alhelí (1927) y Cal y canto
(1929) representan un giro del poeta hacia un culteranismo
gongorino de corte vanguardista. Producto de una profunda
crisis espiritual, Alberti escribe la obra maestra de su
producción lírica, Sobre los ángeles (1929), con la que se
interna en la poesía surrealista. La inminencia de la Guerra
Civil española dará paso a una etapa en la que predomina la literatura comprometida,
como en El poeta en la calle (1937). Ya en el exilio, Alberti muestra en su poesía la
nostalgia de España, con obras como Entre el clavel y la espada (1941), Pleamar (1944),
Retornos de lo vivo lejano (1952) y Baladas y canciones del Paraná (1953). Otras obras
posteriores son Abierto a todas horas (1964), Roma, peligro para caminantes (1968) y
Canciones para Altair (1989). Aparte de la poesía, Alberti cultivó también el drama,
con piezas como El hombre deshabitado (1931), De un momento a otro (1942), El adefesio (1944) o Noche de guerra en el Museo del Prado (1956). El poema titulado
―Se equivocó la paloma‖, incluido en Entre el clavel y la espada, ilustra la etapa
nostálgica de Alberti en el exilio y admite una doble interpretación (fruto de la
dualidad simbólica ―amor-paz‖ de la paloma): el amor es capaz de errar y el bando
comunista que apoyaba Albertí es derrotado en la Guerra Civil:
Se equivocó la paloma,
se equivocaba.
Por ir al norte fue al sur,
creyó que el trigo era el agua.
Creyó que el mar era el cielo
que la noche la mañana.
Que las estrellas rocío,
que la calor la nevada.
Que tu falda era tu blusa,
que tu corazón su casa.
(Ella se durmió en la orilla,
tú en la cumbre de una rama.)
Entre el clavel y la espada (1941)
Rafael Alberti
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
34
El novelista y dramaturgo Max Aub (1903-1972) publicó casi
toda su obra literaria desde el exilio, al que se vio obligado tras
la Guerra Civil española. Como narrador, sobresale
especialmente la serie de seis novelas-reportaje sobre el
conflicto español titulada El laberinto mágico, formada por
Campo cerrado (1943), Campo de sangre (1945), Campo abierto (1951), Campo del Moro (1963), Campo francés (1965)
y Campo de los almendros (1968). Otras dos novelas
destacadas son Las buenas intenciones (1954) y La calle de Valverde (1961). Como dramaturgo, Aub se inició con obras
de teatro vanguardistas como Espejo de avaricia (1927) y
Narciso (1928), y continuó con comedias satíricas ―Jácara del avaro (1935)―, dramas
comprometidos ―Pedro López García (1936)― y obras de teatro mayor ―La vida conyugal (1942), San Juan (1943), Morir por cerrar los ojos (1944), El rapto de Europa
(1946), Cara y cruz (1946), De algún tiempo a esta parte (1949), No (1952).
Otros autores destacados de la Generación del 27 son los siguientes: los poetas León
Felipe (1884-1968) ―creador de una poesía grandilocuente y profética influida por
autores como Walt Whitman, como se refleja en Ganarás la luz (1943)―, Emilio
Prados (1899-1962) ―autor de un dramático poema de amor, Cuerpo perseguido
(1946)― y Manuel Altolaguirre (1905-1959) ―cuya poesía espiritual e intimista
anterior al estallido de la Guerra Civil se recoge en Las islas invitadas (1936); el
filólogo y crítico literario Dámaso Alonso (1898-1990) ―poeta de posguerra cuya obra
más importante, Hijos de la ira (1944), presenta una visión desgarrada y sombría de la
condición humana―; el dramaturgo y novelista Enrique Jardiel Poncela (1901-
1952) ―gran renovador del teatro y la narrativa de la primera mitad del siglo XX con
un humorismo que raya en lo inverosímil y lo absurdo, como en la novela Amor se escribe sin hache (1928) y las comedias Cuatro corazones con freno y marcha atrás
(1936), Un marido de ida y vuelta (1939) y Eloísa está debajo de un almendro (1940)―;
el dramaturgo Alejandro Casona (1903-1965) ―autor de un teatro simbolista y
poético, como en La dama del alba (1944)―; el novelista Francisco Ayala (1906-
2009) ―vanguardista en su colección de relatos El boxeador y un ángel (1929); el
novelista y poeta Agustín de Foxá (1906-1959) ―autor de una de las grandes novelas
sobre la Guerra Civil española: Madrid, de Corte a checa (1938)―; el dramaturgo
Rafael Dieste (1899-1981) ―autor de obras de teatro en gallego y en español que
revitalizaron el teatro de guiñol durante las décadas de 1920 y 1930, como Juan de Luz
(1929), Rojo farol amante (1933) y Quebranto de doña Luparia y otras farsas (1934).
18.15. Federico García Lorca
Max Aub
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
35
Federico García Lorca (Fuente Vaqueros, 1898 - Alfacar,
1936), poeta y dramaturgo de la Generación del 27, es uno
de los escritores más influyentes de la literatura española del
siglo XX. Tras una intensa carrera literaria, su temprana
muerte por fusilamiento en los primeros días de la Guerra
Civil española contribuyó a mitificar su figura. En la obra de
Lorca se aúnan lo popular y lo culto, lo tradicional y lo
vanguardista. La poesía y el teatro lorquianos giran en torno
al tema central de la frustración, causada por motivos como
la muerte, el amor, el tiempo, la esterilidad y las fuerzas
telúricas y expresada mediante un rico universo simbólico
(la luna, el caballo y el color verde suelen simbolizar la muerte, mientras que el agua,
la sangre y el color blanco representan la vida). Los protagonistas de sus obras son casi
siempre seres marginados (gitanos, mujeres, niños, homosexuales…) que viven en
soledad dentro de una sociedad opresiva basada en los convencionalismos y que tienen
un destino trágico. La metáfora es parte fundamental del estilo lorquiano.
La producción literaria de Lorca se divide en dos grupos:
1) Poesía. Tras sus primeras composiciones juveniles, la carrera literaria de Lorca se
inicia con Libro de poemas (1921), obra de corte modernista que refleja un amor sin
esperanza, abocado a la tristeza. A esta primera etapa juvenil le sigue otra de carácter
neopopularista, marcada por el redescubrimiento erudito de cancioneros y
romanceros; a este periodo literario pertenecen Poema del cante jondo (1921),
Canciones (1927) y Romancero gitano (1928); este último, una de las obras más
representativas de la lírica lorquiana, está compuesto por dieciocho romances que
reflejan el tema de la muerte y la incompatibilidad moral del mundo gitano dentro de
la sociedad burguesa. En una segunda etapa literaria, de carácter surrealista, Lorca
escribe Poeta en Nueva York (1930) ―visión desolada de la metrópoli norteamericana,
en la que civilización y naturaleza humana resultan incompatibles―, Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías (1935) ―elegía emocionada del famoso torero
sevillano, afín a la Generación del 27―, Seis poemas gallegos (1935) ―homenaje de
Lorca al paisaje y la lengua de Galicia― y Diván del Tamarit (1940) ―libro de poemas
de atmósfera oriental que refleja la frustración del sentimiento amoroso. En 1984,
fueron publicados a título póstumo unos Sonetos del amor oscuro, en los que Lorca
hace referencia al amor homosexual.
El ―Romance sonámbulo‖, incluido dentro del Romancero gitano, ilustra el estilo
literario de Lorca mediante la mezcla de elementos populares, cultos y simbólicos para
reflejar la historia de amor frustrado entre el soldado que vuelve de la batalla (el
Federico García Lorca
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
36
gitano que huye de la Guardia Civil) y la joven que le espera ―sonámbula‖ y
finalmente se suicida, desesperada por su ausencia:
Verde que te quiero verde,
verde viento, verdes ramas.
El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña.
Con la sombra en la cintura
ella sueña en su baranda,
verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Verde que te quiero verde.
Bajo la luna gitana,
las cosas la están mirando
y ella no puede mirarlas.
Verde que te quiero verde.
Grandes estrellas de escarcha
vienen con el pez de sombra
que abre el camino del alba.
La higuera frota su viento
con la lija de sus ramas,
y el monte, el gato garduño,
eriza sus pitas agrias.
Pero ¿quién vendrá? ¿Y por dónde...?
Ella sigue en su baranda,
verde carne, pelo verde,
soñando en la mar amarga.
― Compadre, quiero cambiar
mi caballo por su casa,
mi montura por su espejo,
mi cuchillo por su manta.
Compadre, vengo sangrando,
desde los puertos de Cabra.
― Si yo pudiera, mocito,
este trato se cerraba.
Pero yo ya no soy yo.
ni mi casa es ya mi casa.
― Compadre, quiero morir
decentemente en mi cama.
De acero, si puede ser,
con las sábanas de holanda.
¿No ves la herida que tengo
desde el pecho a la garganta?
― Trescientas rosas morenas
lleva tu pechera blanca.
Tu sangre rezuma y huele
alrededor de tu faja.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
― Dejadme subir al menos
hasta las altas barandas;
¡dejadme subir!, dejadme,
hasta las verdes barandas.
Barandales de la luna
por donde retumba el agua.
Ya suben los dos compadres
hacia las altas barandas.
Dejando un rastro de sangre.
Dejando un rastro de lágrimas.
Temblando en los tejados
farolillos de hojalata.
Mil panderos de cristal
herían la madrugada.
Verde que te quiero verde,
verde viento, verde ramas.
Los dos compadres subieron.
El largo viento dejaba
en la boca un raro gusto
de hiel, de menta y de albahaca.
¡Compadre! ¿Dónde está, dime,
dónde está tu niña amarga?
¡Cuántas veces te esperó!
¿Cuántas veces te esperara?,
cara fresca, negro pelo,
en esta verde baranda!
Sobre el rostro del aljibe
se mecía la gitana.
Verde carne, pelo verde,
con los ojos de fría plata.
Un carámbano de luna
la sostiene sobre el agua.
La noche se puso íntima
como una pequeña plaza.
Guardias civiles, borrachos
en la puerta golpeaban.
Verde que te quiero verde.
Verde viento, verdes ramas.
El barco sobre la mar.
Y el caballo en la montaña.
―Romance sonámbulo‖ (en Romancero gitano)
2) Teatro. Los dramas lorquianos, que comparten la misma simbología poética que su
obra lírica, representan uno de los puntos culminantes de la literatura española del
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
37
siglo XX. La producción dramática de Lorca se agrupa en cuatro subgéneros: farsas,
comedias ―irrepresentables‖ (según la denominación del propio autor), tragedias y
dramas. Tras el rotundo fracaso de su primera obra juvenil de carácter simbolista, El maleficio de la mariposa (1920), y el gran éxito del drama histórico de carácter
romántico Mariana Pineda (1927), Lorca inicia su primera etapa teatral con una serie
de farsas en las que refleja temas como el costumbrismo y el amor, entre las que
destacan La zapatera prodigiosa (1930) y Amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín (1933), así como las farsas de títeres Tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita (1922) y Retablillo de don Cristóbal (1930). De forma paralela, compone dos
comedias ―irrepresentables‖ de estilo surrealista y hermético, El público (1930) y Así que pasen cinco años (1930), que indagan en el ser humano y sus sentimientos. Por
influencia de los dramas rurales de Lope de Vega y Calderón de la Barca, Lorca escribe
dos de sus obras teatrales más representativas, las tragedias Bodas de sangre (1933) y
Yerma (1934), en las que conjuga mito y realidad. En su última etapa, los problemas
humanos y sociales de la época le llevan a escribir dramas, entre los que destacan
Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores (1935) y La casa de Bernarda Alba
(1936).
La casa de Bernarda Alba, drama que gira en torno a la represión de la mujer y la
intolerancia religiosa, representa una de las cumbres del teatro lorquiano. A la muerte
de su marido, Bernarda se encierra en su casa con sus hijas para vivir los próximos
años en el más riguroso luto. La tensión estalla cuando las jóvenes se enamoran del
novio de la mayor, aunque sólo la más pequeña se atreve a tener relaciones con él.
Cuando Bernarda se entera, refuerza su despotismo y finge haber matado al novio. La
hija pequeña se ahorca y su muerte sepulta en vida a todas las mujeres de la casa. El
siguiente fragmento de este drama refleja la actitud inflexible de Bernarda ante sus
convecinas y sus hijas y la tragedia que para éstas supone su condición de mujeres en
este ambiente de intransigencia:
Bernarda: (A Magdalena, que inicia el llanto) Chist. (Golpea con el bastón) (Salen todas) (A las
que se han ido) ¡Andar a vuestras cuevas a criticar todo lo que habéis visto! Ojalá tardéis muchos
años en pasar el arco de mi puerta.
La Poncia: No tendrás queja ninguna. Ha venido todo el pueblo.
Bernarda: Sí, para llenar mi casa con el sudor de sus refajos y el veneno de sus lenguas.
Amelia: ¡Madre, no hable usted así!
Bernarda: Es así como se tiene que hablar en este maldito pueblo sin río, pueblo de pozos, donde
siempre se bebe el agua con el miedo de que esté envenenada.
La Poncia: ¡Cómo han puesto la solería!
Bernarda: Igual que si hubiera pasado por ella una manada de cabras. (La Poncia limpia el suelo)
Niña, dame un abanico.
Amelia: Tome usted. (Le da un abanico redondo con flores rojas y verdes)
Bernarda: (Arrojando el abanico al suelo) ¿Es éste el abanico que se da a una viuda? Dame uno
negro y aprende a respetar el luto de tu padre.
Martirio: Tome usted el mío.
Bernarda: ¿Y tú?
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
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Martirio: Yo no tengo calor.
Bernarda: Pues busca otro, que te hará falta. En ocho años que dure el luto no ha de entrar en esta
casa el viento de la calle. Haceros cuenta que hemos tapiado con ladrillos puertas y ventanas. Así
pasó en casa de mi padre y en casa de mi abuelo. Mientras, podéis empezar a bordaros el ajuar. En
el arca tengo veinte piezas de hilo con el que podréis cortar sábanas y embozos. Magdalena puede
bordarlas.
Magdalena: Lo mismo me da.
Adela: (Agria) Si no queréis bordarlas irán sin bordados. Así las tuyas lucirán más.
Magdalena: Ni las mías ni las vuestras. Sé que yo no me voy a casar. Prefiero llevar sacos al
molino. Todo menos estar sentada días y días dentro de esta sala oscura.
Bernarda: Eso tiene ser mujer.
Magdalena: Malditas sean las mujeres.
Bernarda: Aquí se hace lo que yo mando. Ya no puedes ir con el cuento a tu padre. Hilo y aguja
para las hembras. Látigo y mula para el varón. Eso tiene la gente que nace con posibles.
La casa de Bernarda Alba (Acto primero)
18.16. Bodas de sangre
La tragedia en verso y prosa Bodas de sangre (escrita originalmente en 1931,
representada en 1933 y publicada en 1935) está considerada como una de las obras
teatrales más brillantes de Lorca, en la que el autor conjuga todo su universo poético
(frustración amorosa, marginación, simbolismo, muerte). Está basada en un hecho real
ocurrido en Níjar (Almería) en 1928: el rapto de una novia en el día de su boda por un
antiguo amante y la posterior venganza del novio, que se salda con la muerte de los
dos hombres. En Bodas de sangre, Lorca introduce elementos de la tragedia griega
(coros cantores) y los dramas de honor clásicos (desenlace sangriento). El tema central
de la obra es el amor frustrado, debido al triángulo amoroso formado por Leonardo, la
Novia y el Novio. Alrededor de él, Lorca presenta otros subtemas, como la muerte, la
infidelidad, la honra, las convenciones sociales, el destino y las fuerzas telúricas (la
Naturaleza es parte importante de la historia, ya que influye en los sentimientos de los
personajes).
El rasgo más característico de Bodas de sangre es su marcado simbolismo, que hace
que incluso la Luna y la Muerte aparezcan representadas como personajes de la obra
(un leñador de cara blanca y una mendiga descalza, respectivamente, personificación
ambos de la muerte). Otros elementos simbólicos importantes son el caballo (pasión
desenfrenada que conduce a la muerte), la navaja (muerte) y el azahar (pureza
femenina).
El argumento de Bodas de sangre es el siguiente: mientras el Novio planea su boda, la
Madre recuerda la tragedia familiar en la que su esposo y su hijo mayor murieron en
una reyerta con una familia rival. Al enterarse de que la Novia de su hijo había sido
novia de Leonardo, miembro de la otra familia, la Madre presiente que la tragedia
puede volver a repetirse, aunque para entonces el Novio ya ha hecho los preparativos
de su boda. La esposa de Leonardo (prima de la futura Novia) sospecha que su marido
le es infiel, y desconfía más aún de él cuando ve que se torna violento al recibir la
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
39
noticia de la boda. La Madre del Novio acude a casa de la Novia y comunica a su Padre
el deseo de casar a sus hijos, a lo que éste accede. Mientras, la Novia se sobresalta al oír
el ruido de un caballo, y desde una ventana descubre que se trata de Leonardo. La
mañana de la boda, Leonardo revela a la Novia la pasión que siente por ella. Tras
celebrarse las nupcias, y en medio de la felicidad de familiares e invitados, la Novia se
muestra preocupada. Cuando el Novio acude a su casa para comenzar el baile,
descubre que ha desaparecido. Tras buscarla por todas partes, la mujer de Leonardo les
informa de que ella y su marido han huido a lomos de un caballo hacia el bosque. De
inmediato el Novio emprende su persecución, mientras la Madre maldice a la familia
de la Novia y a la de Leonardo. En el bosque, la Luna, una Mendiga y un coro de
Leñadores presagian la tragedia que se avecina. Ante la proximidad de la muerte,
Leonardo y la Novia se refuerzan en su mutuo amor. El destino trágico se cumple y el
Novio y Leonardo mueren tras un duelo de navajas, mientras el color rojo cubre cielo
y tierra. Al anochecer, la Novia se presenta arrepentida en casa de su suegra para
recibir su castigo, pero la Madre, sacudida por la tragedia, pierde la fuerza de la ira y
sólo puede lamentar en silencio la muerte de su hijo.
El siguiente fragmento, correspondiente al inicio de Bodas de sangre, ilustra el
enfrentamiento entre el amor y la libertad (por un lado) y el poder y la violencia (por
otro), a través de un amargo diálogo entre la Madre y su hijo, en el que ésta presiente
que las armas serán el desencadenante de la tragedia final:
Novio: (Entrando) Madre.
Madre: ¿Que?
Novio: Me voy.
Madre: ¿Adónde?
Novio: A la viña. (Va a salir)
Madre: Espera.
Novio: ¿Quieres algo?
Madre: Hijo, el almuerzo.
Novio: Déjalo. Comeré uvas. Dame la navaja.
Madre: ¿Para qué?
Novio: (Riendo) Para cortarlas.
Madre: (Entre dientes y buscándola) La navaja, la navaja... Malditas sean todas y el bribón que
las inventó.
Novio: Vamos a otro asunto.
Madre: Y las escopetas, y las pistolas, y el cuchillo más pequeño, y hasta las azadas y los bieldos
de la era.
Novio: Bueno.
Madre: Todo lo que puede cortar el cuerpo de un hombre. Un hombre hermoso, con su flor en la
boca, que sale a las viñas o va a sus olivos propios, porque son de él, heredados...
Novio: (Bajando la cabeza) Calle usted.
Madre: ... y ese hombre no vuelve. O si vuelve es para ponerle una palma encima o un plato de
sal gorda para que no se hinche. No sé cómo te atreves a llevar una navaja en tu cuerpo, ni cómo
yo dejo a la serpiente dentro del arcón.
Novio: ¿Está bueno ya?
Madre: Cien años que yo viviera no hablaría de otra cosa. Primero, tu padre, que me olía a clavel
y lo disfruté tres años escasos. Luego, tu hermano. ¿Y es justo y puede ser que una cosa pequeña
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
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como una pistola o una navaja pueda acabar con un hombre, que es un toro? No callaría nunca.
Pasan los meses y la desesperación me pica en los ojos y hasta en las puntas del pelo.
Novio: (Fuerte) ¿Vamos a acabar?
Madre: No. No vamos a acabar. ¿Me puede alguien traer a tu padre y a tu hermano? Y luego, el
presidio. ¿Qué es el presidio? ¡Allí comen, allí fuman, allí tocan los instrumentos! Mis muertos
llenos de hierba, sin hablar, hechos polvo; dos hombres que eran dos geranios... Los matadores, en
presidio, frescos, viendo los montes...
Novio: ¿Es que quiere usted que los mate?
Madre: No... Si hablo, es porque... ¿Cómo no voy a hablar viéndote salir por esa puerta? Es que
no me gusta que lleves navaja. Es que.... que no quisiera que salieras al campo.
Novio: (Riendo) ¡Vamos!
Madre: Que me gustaría que fueras una mujer. No te irías al arroyo ahora y bordaríamos las dos
cenefas y perritos de lana.
Novio: (Coge de un brazo a la madre y ríe) Madre, ¿y si yo la llevara conmigo a las viñas?
Madre: ¿Qué hace en las viñas una vieja? ¿Me ibas a meter debajo de los pámpanos?
Novio: (Levantándola en sus brazos) Vieja, revieja, requetevieja.
Madre: Tu padre sí que me llevaba. Eso es buena casta. Sangre. Tu abuelo dejó a un hijo en cada
esquina. Eso me gusta. Los hombres, hombres, el trigo, trigo.
Bodas de sangre (Acto primero, cuadro primero)
Resumen
La literatura española del primer tercio del siglo XX vive una nueva Edad de Oro
gracias a cuatro movimientos literarios progresivos: 1) Modernismo (1880-1914),
corriente estética de carácter romántico y antirrealista introducida en España por
Rubén Darío; 2) Generación del 98 (1898-1914), movimiento idealista, influido en sus
orígenes por el Modernismo, que surgió a raíz de la crisis social y espiritual en España
tras el ―desastre de 1898‖; 3) Novecentismo (1914-1927), corriente artística asociada a
las vanguardias de comienzos del siglo XX, que se popularizaron tras la Primera
Guerra Mundial; 4) Generación del 27 (1927-1939), movimiento literario
caracterizado por una estética que busca la belleza mediante la contención de los
sentimientos, surgido en 1927 a raíz de un certamen poético con motivo del 300
aniversario de la muerte de Luis de Góngora.
El Modernismo surge como reacción frente el Realismo y el Naturalismo de finales del
siglo XIX, bajo la influencia conjunta de dos movimientos literarios franceses:
Parnasianismo (perfeccionismo formal) y Simbolismo (lenguaje simbólico). Presenta
rasgos neorrománticos, como el culto a la imaginación y la expresión de los
sentimientos de rebeldía y melancolía, y se caracteriza por la subjetividad y la
búsqueda de la perfección formal en un mundo idealizado mediante la combinación
de música y colores. El género literario preferido para la expresión de la estética
modernista es la lírica (poesía y teatro). Los principales representantes del
Modernismo en España, introducido por Rubén Darío, son el poeta Salvador Rueda y
los dramaturgos Eduardo Marquina y Gregorio Martínez Sierra.
La Generación del 98 es un grupo de escritores que se vieron profundamente afectados
por la crisis sociopolítica y moral que supuso la pérdida en 1898 de las últimas colonias
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
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españolas (Puerto Rico, Cuba, Filipinas y Guam). A diferencia del Modernismo, con el
que convivió, este movimiento literario no busca evadirse a mundos idealizados, sino
reflejar la realidad española con un estilo sobrio y sencillo. Los noventaiochistas
muestran un profundo pesimismo y una actitud crítica ante la sociedad que les toca
vivir, y buscan recuperar la grandeza de España (con Castilla como núcleo casticista
unificador) mediante un espíritu regeneracionista. Los géneros literarios preferidos
por los autores noventaiochistas son la novela y el ensayo. Los principales
representantes de la Generación del 98 son los novelistas Miguel de Unamuno, Pío
Baroja y Azorín, los dramaturgos Ramón del Valle-Inclán, Jacinto Benavente y Pedro
Muñoz Seca y el poeta Antonio Machado.
El Novecentismo es un movimiento literario asociado a las vanguardias artísticas
surgidas tras la Primera Guerra Mundial, que agrupa a una serie de escritores situados
entre la Generación del 98 y la Generación del 27. En sus inicios, el Novecentismo
surge como una doble reacción frente al Modernismo (corriente literaria que
considera caduca y decadente) y la Generación del 98 (cuyo pesimismo vital,
sobriedad estilística y regionalismo rechaza por su falta de intelectualidad). Los
escritores novecentistas crean una literatura elitista, intelectual, cosmopolita y de gran
perfección formal. Los géneros literarios preferidos por los autores novecentistas son
el ensayo y el artículo. Los principales representantes del Novecentismo son el poeta
Juan Ramón Jiménez, el filósofo José Ortega y Gasset, el novelista Gabriel Miró y el
polígrafo Ramón Gómez de la Serna.
La Generación del 27 es un movimiento literario promovido por una serie de jóvenes
poetas que participaron en un homenaje a Luis de Góngora en 1927, con motivo del
300 aniversario de su muerte. Todos ellos se vieron muy influidos en sus inicios por la
obra poética de Juan Ramón Jiménez. Pese a la variedad de estilos literarios cultivados
por los autores de la Generación del 27, sus obras se caracterizan por el equilibrio
entre polos opuestos (popular-culto, tradición-vanguardia, sentimentalismo-
intelectualidad), la represión de los sentimientos puros y el culto a la belleza estética.
Los principales representantes de la Generación del 27 son el poeta y dramaturgo
Federico García Lorca, los poetas Pedro Salinas, Jorge Guillén, Gerardo Diego, Vicente
Aleixandre, Luis Cernuda, Rafael Alberti, León Felipe y Dámaso Alonso, el
dramaturgo Enrique Jardiel Poncela y el novelista Francisco Ayala.
Apéndice bibliográfico
La busca (1904) [Pío Baroja] El hombre que lucha en ―La busca‖ se halla en situación absoluta y permanente de desamparo social, producto de la
ciudad misma.
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
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Vida de don Quijote y Sancho (1905) [Miguel de Unamuno] Con motivo del tercer centenario de la publicación de la obra cumbre de Cervantes, Unamuno escribe este ensayo
inspirado por el ―Quijote‖ en el que expone sus ideales casticistas: considera el quijotismo como la filosofía esencial
del pueblo español y exalta la fe basada en la fuerza de voluntad y no en el poder de la razón. En su exégesis del
―Quijote‖, Unamuno no considera la obra cervantina una ficción literaria, sino la expresión de una filosofía vital.
Niebla (1914) [Miguel de Unamuno] ―Niebla‖ es una obra precursora de la novela experimental europea de la década de los veinte. Esta ―nivola‖ (como
la subtituló el propio Unamuno) tiene como protagonista a Augusto Pérez, un personaje de ficción que fracasa en
su intento de alcanzar una existencia plena e independiente de su creador.
La tía Tula (1920) [Miguel de Unamuno] ―La Tía Tula‖ es una novela de amor, pero de un amor tierno y casto.
Divinas palabras (1920) [Ramón del Valle-Inclán] ―Divinas palabras‖ representa el comienzo del puro esperpento teatral valleinclanesco, género literario mezcla de
sarcasmo y crítica social que constituye una visión deformada de la realidad. El crudo realismo de los esperpentos
hace que estas obras tragicómicas muevan a la vez a la risa y al llanto.
Luces de bohemia (1920) [Ramón del Valle-Inclán] El tema valleinclanesco del esperpento se sitúa esta vez en el Madrid de principios de siglo, reflejo de una España
caduca y caricaturesca. ―Luces de bohemia‖ es una sátira social que arremete contra todo y contra todos, y para ello
Valle-Inclán se sirve de un léxico de gran riqueza, reflejo del habla de la calle.
Martes de carnaval (1930) [Ramón del Valle-Inclán] Bajo este título recoge Valle-Inclán tres de sus esperpentos teatrales —―Los cuernos de don Friolera‖ (1925), ―Las
galas del difunto‖ (1926) y ―La hija del capitán‖ (1927)—, resultado de reflejar los héroes clásicos en espejos
cóncavos (que deforman la realidad y producen una nueva visión de ésta).
Los intereses creados (1907) [Jacinto Benavente] Esta obra constituye el desarrollo dramático de la idea que le da título: la clave del éxito social es la creación de
intereses. Frente a éstos, aparece el mundo de los ideales, que se muestra como irrealizable en la sociedad moderna.
Los personajes de la obra (Polichinela, Colombina, Arlequín...) están basados en la ―Commedia dell'Arte‖ italiana,
aunque su carácter no es cómico sino melancólico.
Señora ama (1908) [Jacinto Benavente] Drama rural que plantea en toda su crudeza el problema de la lucha de sentimientos. Benavente presenta la historia
de una casada que soporta la infidelidad de su marido refugiándose en el secreto orgullo de que él termina siempre
por volver a casa, ya que no hay más mujer en su vida que ella.
La malquerida (1913) [Jacinto Benavente] Drama rural de Benavente en el que se entrecruza el amor pasional de uno de los personajes hacia su hijastra con la
terrible duda de la esposa y madre que, habiendo descubierto que su marido es el asesino del novio de su hija, no
sabe si permitir su castigo o perdonarle; un final trágico (la muerte de la chica a manos del incestuoso padre) viene
a resolver la tensión dramática.
La venganza de don Mendo (1918) [Pedro Muñoz Seca]
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
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―La venganza de don Mendo‖ es una de las obras más populares y representadas de la historia del teatro español.
Esta pieza constituye una parodia burlesca del teatro romántico e histórico de finales del siglo pasado (sobre todo
de las comedias de enredo de Echegaray, llenas de amores desdichados, crímenes pasionales, situaciones
disparatadas y ripios). También se burla Muñoz Seca de los dramas de honor calderonianos, para lo cual toma del
teatro barroco una serie de personajes teatrales tipificados: el galán atrevido, el gracioso, la casada infiel, el padre
vengativo de su honra, el marido cornudo dispuesto a lavar con sangre su honor, etc.
El espectador (1916-1928) [José Ortega y Gasset] Ortega y Gasset es sin duda el filósofo español más universal. ―El espectador‖ se mueve desde su torre como un
vigía al acecho de temas de actualidad, los analiza en profundidad en busca de la verdad subyacente y acaba por
componer un ensayo riguroso.
Antología poética [Antonio Machado] Machado fue uno de los más jóvenes escritores de la Generación del 98. Su poesía arranca básicamente del
movimiento modernista, del que toma elementos como el romanticismo y el simbolismo; en concreto, los símbolos
son imágenes físicas que sugieren algo no perceptible físicamente: una idea, un sentimiento, una angustia, etc. (―el
paisaje es un estado de ánimo‖). En ―Soledades‖ (1903), los temas principales son el tiempo, el fluir de la vida
humana y la muerte. En ―Campos de Castilla‖ (1912), Machado lleva a cabo una interpretación de la geografía
soriana en sintonía con su propia alma, tras el dolor que le produjo la muerte de su esposa Leonor.
Segunda antología poética (1898-1918) (1922) [Juan Ramón Jiménez] Puede considerarse a Juan Ramón Jiménez como el padre de la Generación del 27. En una primera etapa de su
producción poética, huye de los tonos tristes y melancólicos y muestra una especial preferencia por la
personificación de los elementos naturales. En una etapa más tardía, su poesía se vuelve intimista y reflexiva.
Niño y grande (1922) [Gabriel Miró] ―Niño y grande‖ es una novela en la que Miró hace una especie de autobiografía de su infancia y su despertar al
sexo. En ella, critica especialmente el sistema educativo de los jesuitas.
El obispo leproso (1926) [Gabriel Miró] La obra se desarrolla en Oleza, una ciudad de provincias imaginaria trasunto de Orihuela. Los habitantes de este
lugar viven envueltos en un ambiente de tradicionalismo y religiosidad de carácter hipócrita, lo que les impide ser
felices. Se establecen una serie de relaciones amor-odio entre los distintos personajes, aunque la única relación de
verdadero amor existente entre dos de ellos acaba siendo destrozada por la maledicencia y la intolerancia públicas
(alegoría de la expulsión del hombre del Paraíso).
Mariana Pineda (1927) [Federico García Lorca] Esta obra supone el primer gran éxito teatral de Lorca. En ella, aborda dos de los temas más recurrentes en toda su
producción dramática: la libertad y el amor. El héroe lorquiano vuelve a ser una mujer, que frente a una sociedad
dominada por la razón esgrime estas dos armas, aunque al final se vuelven contra ella y conducen a su muerte.
Mariana Pineda fue un personaje histórico que participó en insurrecciones liberales y fue ejecutada en 1831; al
recibir la sentencia de muerte por garrote vil, pronuncia aquella famosa frase: ―tengo el cuello muy corto para ser
ajusticiada‖.
Romancero gitano (1928) [Federico García Lorca] Colección de romances en los que Lorca funde Andalucía, lo gitano y el cante jondo. Como en el resto de sus
composiciones, en ellos son recurrentes los temas del amor y la muerte, representados mediante diversos elementos
simbólicos.
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
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La zapatera prodigiosa (1930) [Federico García Lorca] ―La zapatera prodigiosa‖ es una especie de drama musical que trata el tema clásico de la relación matrimonial entre
un viejo y una joven.
Bodas de sangre (1933) [Federico García Lorca] Lorca se inspiró en un crimen real ocurrido en una comunidad gitana de Níjar (Almería) para componer esta
tragedia, que combina el tema del ―fatum‖ del teatro griego con el del honor y la honra del teatro calderoniano. El
amor aparece retratado como una pasión oscura imposible de controlar que vence la razón y la voluntad del
individuo. La imposibilidad de escapar a esta fuerza telúrica y misteriosa acaba en tragedia y muerte.
Yerma (1934) [Federico García Lorca] Se trata de una tragedia con un solo tema, el de la mujer estéril. Yerma trata de mantener vivo su sueño imposible
de engendrar un hijo, aunque su lucha resulta vana dado el destino trágico que la domina. Como en todas las
tragedias de Lorca, los elementos simbólicos son constantes.
La casa de Bernarda Alba (1936) [Federico García Lorca] Drama teatral que refleja el tema de la represión sexual y la hipocresía: Adela es la encarnación de la libertad y el
amor, que mueren bajo el peso de la sociedad (personificada en Bernarda, la madre castradora).
Obra poética (antología) [Jorge Guillén] Guillén englobó toda su producción poética bajo un solo título, ―Cántico‖, aunque con distintas etapas (la última en
1950). Su poesía es un acercamiento hacia el enigma que las cosas le plantean, descripción de su esencia interior
descubierta a través de la observación detenida, y posterior alegría por su consecución.
María de Molina (tres veces reina) (1936) [Mercedes Gaibrois de Ballesteros] Biografía de esta ejemplar y heroica mujer, hija de Alfonso X el Sabio. Fue capaz de conservar la corona de Castilla
en un período turbulento de la historia de España, plagado de guerras civiles y bajo la ocupación musulmana.
Gaibrois de Ballesteros recoge sus datos biográficos de distintas crónicas y archivos medievales.
Eloísa está debajo de un almendro (1940) [Enrique Jardiel Poncela] Esta pieza teatral cómica tuvo una entusiasta acogida por parte del público y la crítica de la época.
CAPÍTULO 19. LITERATURA DE POSGUERRA
19.1. Generación del 36
El estallido de la Guerra Civil española (1936-1939), que interrumpió la normalidad
social en el país, no impidió que siguiera desarrollándose una producción literaria
continuada en España, gracias a una serie de autores agrupados bajo la etiqueta de
Generación del 36 (o Primera Generación de Posguerra), cuyas obras reflejan en
mayor o menor medida las consecuencias del conflicto bélico. Estos escritores,
demasiado jóvenes para pertenecer a la anterior Generación del 27, desarrollaron su
producción literaria entre la Guerra civil española y el periodo de posguerra (1936-
1950). Pese a sus diferentes estilos, todos tienen en común el hecho de sufrir las
penurias del conflicto civil, publicar sus obras en las mismas revistas y periódicos e
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
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integrarse en el movimiento existencialista iniciado en España por Ortega y Gasset y
Unamuno. A consecuencia de la guerra, se dividieron en dos bandos (vencedores y
vencidos), aunque ambos coincidieron en su deseo de ―rehumanizar‖ la literatura tras
el frío esteticismo vanguardista.
Los principales representantes de la Generación del 36 son los poetas José María
Pemán (1897-1981), Leopoldo Panero (1909-1962), Miguel Hernández (1910-1942),
Luis Rosales (1910-1992), Gabriel Celaya (1911-1991), Dionisio Ridruejo (1912-1975)
y Blas de Otero (1916-1979), los novelistas Gonzalo Torrente Ballester (1910-1999),
Camilo José Cela (1916-2002), Miguel Delibes (1920-2010) y Carmen Laforet (1921-
2004), los dramaturgos Antonio Buero Vallejo (1916-2000), Alfonso Sastre (1926), el
dramaturgo y periodista Miguel Mihura (1905-1977) y los ensayistas María Zambrano
(1904-1991), José Ferrater Mora (1912-1991) y Julián Marías (1914-2005).
Dentro de los poetas de la Generación del 36, Gabriel Celaya (1911-1991) evoluciona
en su poesía desde una búsqueda de lo desconocido, afín a la Generación del 27, —
como en Marea de silencio (1935)—, hasta la problemática existencialista y la defensa
enérgica de la justicia social —como en Cantos iberos (1955). Blas de Otero (1916-
1979) es, junto con Celaya, la figura más representativa de la poesía social y
comprometida de posguerra, como demuestra en su mejor obra, Ángel fieramente humano (1950). Luis Rosales (1910-1992) es autor de una poesía de gran sencillez
expresiva y equilibro vital, que se refleja en su obra maestra, La casa encendida (1949).
Dionisio Ridruejo (1912-1975), poeta afín al movimiento falangista —intervino en la
composición del himno ―Cara al sol‖—, se inscribe dentro de la corriente lírica
clasicista, de influencia garcilasiana, que domina en la poesía de posguerra de la
Generación del 36, como evidencia en su poemario Primer libro de amor (1939).
Leopoldo Panero (1909-1962) exalta en su poesía el amor conyugal y la fe en Dios
como formas de superar la angustia existencial, como en Escrito a cada instante (1949).
José María Pemán (1897-1981), representante de la poesía de los vencedores, ofrece
una extraña mezcla de épica política en su Poema de la Bestia y el Ángel (1938) y una
reacción frente al laicismo de la Segunda República con su drama El divino impaciente (1933). José María Souvirón (1904-1973) demuestra en su poesía la
angustia y la melancolía características de los poetas de la Generación del 36, como en
Señal de vida (1948). Luis Felipe Vivanco (1907-1975) es el creador de una poesía
religiosa y trascendente, como en Continuación de la vida (1949). José Luis Hidalgo
(1919-1947) es autor de algunos de los hitos de la poesía existencialista de posguerra,
como Raíz (1944) y Los muertos (1947). Juan Eduardo Cirlot (1916-1973) es autor de
una poesía simbolista y surrealista, como en Elegía sumeria (1949). Pablo García Baena
(1923) combina en su poesía sensualidad y religión, como en Rumor oculto (1946).
Miguel Labordeta (1921-1969) expresa en sus poemas el desamor, teñido de
surrealismo y desgarro existencialista, como en Sumido 25 (1948). Carlos Bousoño
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
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(1923) es un poeta de transición entre la Generación del 36 y la Generación del 50,
con poemarios como Subida al amor (1945), Primavera de la muerte (1946) y Hacia otra luz (1952).
Gonzalo Torrente Ballester (1910-1999), uno de los más
destacados novelistas de la Generación del 36, ofrece en sus
obras un planteamiento realista desde una óptica irónica que
evoluciona desde el ámbito social —como en su primera
novela, Javier Mariño (1943), su obra maestra, la trilogía Los gozos y las sombras (1957-1962) y Off-side (1969)— hasta lo
fantástico —como en Don Juan (1963), su conocida La saga/fuga de J. B. (1972) y Fragmentos de apocalipsis (1977).
Posteriormente, ha publicado otras destacadas obras de
ficción, como la parodia de las novelas de espías Quizá nos lleve el viento al infinito (1984), la novela de posguerra
Filomeno, a mi pesar (1988) y la novela histórica Crónica del rey pasmado (1989). Torrente Ballester es autor también de destacados ensayos y
artículos periodísticos.
El siguiente fragmento de Los gozos y las sombras, correspondiente al libro II de la
trilogía titulado Donde da la vuelta el aire (1960), ilustra el diálogo entre Carlos Deza
y don Baldomero durante el funeral de doña Mariana, en el que éste revela su
resentimiento secreto hacia el cacique del pueblo, Cayetano, que ha seducido a su
mujer como un simple juego:
—¿Por qué no cree usted que sufro, don Carlos? Necesito que lo crea, se lo aseguro. Usted es la
única persona del pueblo que merece mi confianza.
—Yo creo simplemente que exagera.
—Sufro mucho, don Carlos. Me atormento. Tengo que hacerme una gran violencia para salir a la
calle como si nada. Tenía usted razón cuando me dijo que lo de mi mujer no lo sabía nadie. Si lo
supieran, ya me habría enterado. Pero, aun así, me da vergüenza. Soy un juez implacable de mí
mismo.
Se aflojó la cintura y, sin dar explicaciones, se sirvió él mismo coñac y lo bebió. Carraspeó luego
fuertemente.
—Buen coñac, sí, señor. La Vieja no se privaba de nada. ¿Quiere usted creer que no deseo que
Dios la haya perdonado? Pues tampoco deseo que perdone a mi mujer.
—No mienta.
—¡No miento, se lo juro por mis muertos! Lucía tiene que ser castigada, si hay justicia. Y como
yo no puedo hacerlo…
Se detuvo de pronto, y la cara se le oscureció.
—No puedo castigarla, pero puedo fingir que la castigo. ¿Me entiende?
—No.
—Esta noche, en el Casino, casualmente, tuve ocasión de decir que sí, que moriría pronto, pero no
de su tuberculosis… Lo dejé caer, así, como si nada. Y otro día insinuaré otra cosa… Poco a poco
haré creer a la gente que la estoy envenenando con arsénico, con la complicidad de la criada, que
está con ella. Sin decirlo, pero dándolo a entender para que la gente lo sospeche.
Gonzalo Torrente Ballester
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
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—¡Don Baldomero!
Carlos rió estrepitosamente.
—¿Por qué hace usted esas tonterías?
—Tengo mis razones, mis graves razones. Lo he pensado mucho, don Carlos, y estoy decidido. Y
también castigaré a Cayetano. En secreto, ¿comprende? La fórmula, ya la conoce usted: a secreto
agravio, secreta venganza.
Se levantó y adoptó un aire solemne. Le flaqueaban las piernas y se arrimó a la pared, pero no
perdió la compostura. Empezó a hablar; su mano, tajante, subrayaba las palabras.
—Escuche lo que le digo. Esta mañana escribí un anónimo a Cayetano. Le amenazaba con las
penas del infierno. Mañana le escribiré otro. Un anónimo cada día. Ya sé que se reirá al principio,
pero acabará por no reírse. Aunque se trate de mi venganza personal, quiero que Cayetano llegue a
temer la venganza de todo el pueblo. ¿Lo imagina usted, don Carlos? La venganza de tantos
padres y maridos ultrajados, de tantas doncellas deshonradas… Un levantamiento general del
pueblo contra el tirano, como en Fuenteovejuna.
Dejó la mano en el aire, suspensa, y luego trazó con ella una lenta señal interrogante.
—¿No le parece, don Carlos, que eso no hay quien lo soporte? Si a mí me sucediera, acabaría por
arrojarme a la mar.
La mano se cerró bruscamente, y el puño golpeó el espacio.
—Pues eso hará Cayetano. Si no, al tiempo.
Los gozos y las sombras II: Donde da la vuelta el aire (cap. IV)
Carmen Laforet (1921-2004), novelista tardía de la
Generación del 36, fue la pionera de la literatura femenina
de posguerra. Con su primera novela, Nada (1944) —obra
que combina el existencialismo de los años 40 con el
tremendismo, mediante el relato de una joven estudiante de
Barcelona que sufre la asfixiante atmósfera de una familia de
clase media plagada de manías—, Laforet alcanzó el
reconocimiento literario. A esta novela siguieron otras en
las que la protagonista es igualmente una adolescente
enfrentada a la problemática familiar: La isla y los demonios (1952) y La mujer nueva (1955). En La insolación (1963), en
la que el protagonista es en esta ocasión un chico, abunda en el tema de las
inquietudes adolescentes.
El siguiente fragmento de Nada muestra la primera experiencia amorosa por parte de
la joven protagonista, Andrea, y cómo todos sus ideales acerca del amor son destruidos
por una realidad vulgar con elementos tremendistas:
Un poco después, de espaldas al mar, veíamos toda la ciudad imponente debajo de nosotros.
Gerardo estaba erguido mirándola.
—¡Barcelona! Tan soberbia y tan rica y sin embargo, ¡qué dura llega a ser la vida ahí! —dijo
pensativo.
Me lo decía como una confesión y me sentí súbitamente conmovida […]. Puse, en un gesto
impulsivo, mi mano sobre la suya y él me la estrechó comunicándome su calor. En aquel momento
tuve ganas de llorar, sin saber por qué. Él me besó el cabello.
Súbitamente me quedé rígida, aunque seguíamos unidos. Yo era neciamente ingenua en aquel
tiempo —a pesar de mi pretendido cinismo— en estas cuestiones. Nunca me había besado un
hombre y tenía la seguridad de que el primero que lo hiciera sería escogido por mí entre todos.
Carmen Laforet
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
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Gerardo apenas había rozado mi cabello. Me pareció que era una consecuencia de aquella emoción
que habíamos sentido juntos y que no podía hacer el ridículo de rechazarle, indignada. En aquel
momento me volvió a besar con suavidad. Tuve la sensación absurda de que me corrían sombras
por la cara como en un crepúsculo y el corazón me empezó a latir furiosamente, en una estúpida
indecisión, como si tuviera la obligación de soportar aquellas caricias. Me parecía que a él le
sucedía algo extraordinario, que súbitamente se había enamorado de mí. Porque entonces era lo
suficientemente atontada para no darme cuenta que aquél era uno de los infinitos hombres que
nacen sólo para sementales y junto a una mujer no entienden otra actitud que ésta. Su cerebro y su
corazón no llegan a más. Gerardo súbitamente me atrajo hacia él y me besó en la boca.
Sobresaltada le di un empujón, y me subió una oleada de asco por la saliva y el calor de sus labios
gordos. Le empujé con todas mis fuerzas y eché a correr. Él me siguió. Me encontró un poco
temblorosa, tratando de reflexionar. Se me ocurrió pensar que quizás habría tomado mi apretón de
manos como una prueba de amor.
—Perdóname, Gerardo —le dije con la mayor ingenuidad—, pero ¿sabes?..., es que yo no te
quiero. No estoy enamorada de ti.
Y me quedé aliviada de haberle explicado todo satisfactoriamente.
Él me cogió del brazo como quien recobra algo suyo y me miró de una manera tan grosera y
despectiva que me dejó helada.
Luego, en el tranvía que tomamos para la vuelta, me fue dando paternales consejos sobre mi
conducta en lo sucesivo y sobre la conveniencia de no andar suelta y loca y de no salir sola con los
muchachos. Casi me pareció estar oyendo a tía Angustias.
Le prometí que no volvería a salir con él y se quedó un poco aturdido.
—No, peque, no, conmigo es distinto. Ya ves que te aconsejo bien... Yo soy tu mejor amigo.
Estaba muy satisfecho de sí mismo.
Nada (Segunda parte)
Antonio Buero Vallejo (1916-2000) es uno de los más
destacados dramaturgos de la Primera Generación de
Posguerra. En consonancia con los tiempos, el teatro de
Buero Vallejo rompe con la desenfadada comedia burguesa
de Benavente e instaura el drama realista (o social), que
refleja la tragedia del individuo abocado a un mundo
angustioso y desesperante. Su renovador teatro de crítica
social analiza detalladamente la sociedad española de
posguerra, con todas sus injusticias, mentiras y violencias, a
través de un simbolismo dramático capaz de burlar la
omnipresente censura franquista. En su primera obra teatral,
Historia de una escalera (1949), Buero Vallejo simboliza, a través de las vivencias de
una casa de vecinos, distintas actitudes sociales de la España de posguerra: el triunfo
frente al fracaso, la actividad frente a la pasividad, la sinceridad frente a la
hipocresía… En la ardiente oscuridad (1950) es otra comedia de crítica social en la que,
mediante la ceguera del protagonista, Buero Vallejo refleja las limitaciones humanas
para afrontar una realidad que no puede disfrazarse. Otras destacadas obras dentro de
su carrera dramática son Hoy es fiesta (1956), Las cartas boca abajo (1957), Un soñador para un pueblo (1958), Las Meninas (1960), El concierto de San Ovidio (1962), El tragaluz (1967), La doble historia del Doctor Valmy (1968) y Misión al pueblo desierto
(1999).
Antonio Buero Vallejo
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
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La siguiente escena de Historia de una escalera, la obra más representativa de la
primera etapa teatral de Buero Vallejo, describe los sueños y frustraciones de los dos
jóvenes protagonistas, Fernando y Carmina, cuyo máximo deseo es huir de las
estrecheces físicas y morales de la vecindad en la que viven; sin embargo, como ilustra
la referencia al ―cuento de la lechera‖ con el que concluye la escena, sus sueños
fracasarán (al igual que ocurrirá años más tarde con sus dos hijos, en un ciclo
determinista del que los vecinos de la escalera son incapaces de huir):
FERNANDO.– No, no. Te lo suplico. No te marches. Es preciso que me oigas... y que me creas.
Ven. (La lleva al primer peldaño.) Como entonces.
(Con un ligero forcejeo la obliga a sentarse contra la pared y se sienta a su lado. Le
quita la lechera y la deja junto a él. Le coge una mano.)
CARMINA.– ¡Si nos ven!
FERNANDO.– ¡Qué nos importa! Carmina, por favor, créeme. No puedo vivir sin ti. Estoy
desesperado. Me ahoga la ordinariez que nos rodea. Necesito que me quieras y que me consueles.
Si no me ayudas, no podré salir adelante.
CARMINA.– ¿Por qué no se lo pides a Elvira?
(Pausa. Él la mira, excitado y alegre.)
FERNANDO.– ¡Me quieres! ¡Lo sabía! ¡Tenías que quererme! (Le levanta la cabeza. Ella sonríe
involuntariamente.) ¡Carmina, mi Carmina!
(Va a besarla, pero ella le detiene.)
CARMINA.– ¿Y Elvira?
FERNANDO.– ¡La detesto! Quiere cazarme con su dinero. ¡No la puedo ver!
CARMINA.– (Con una risita.) ¡Yo tampoco!
(Ríen, felices.)
FERNANDO.– Ahora tendría que preguntarte yo: ¿Y Urbano?
CARMINA.– ¡Es un buen chico! ¡Yo estoy loca por él! (Fernando se enfurruña.) ¡Tonto!
FERNANDO.– (Abrazándola por el talle.) Carmina, desde mañana voy a trabajar de firme por ti.
Quiero salir de esta pobreza, de este sucio ambiente. Salir y sacarte a ti. Dejar para siempre los
chismorreos, las broncas entre vecinos... Acabar con la angustia del dinero escaso, de los favores
que abochornan como una bofetada, de los padres que nos abruman con su torpeza y su cariño
servil, irracional...
CARMINA.– (Reprensiva.) ¡Fernando!
FERNANDO.– Sí. Acabar con todo esto. ¡Ayúdame tú! Escucha: voy a estudiar mucho, ¿sabes?
Mucho. Primero me haré delineante. ¡Eso es fácil! En un año... Como para entonces ya ganaré
bastante, estudiaré para aparejador. Tres años. Dentro de cuatro años seré un aparejador solicitado
por todos los arquitectos. Ganaré mucho dinero. Por entonces tú serás ya mi mujercita, y
viviremos en otro barrio, en un pisito limpio y tranquilo. Yo seguiré estudiando. ¿Quién sabe?
Puede que entonces me haga ingeniero. Y como una cosa no es incompatible con la otra, publicaré
un libro de poesías, un libro que tendrá mucho éxito...
CARMINA.– (Que le ha escuchado extasiada.) ¡Qué felices seremos!
FERNANDO.– ¡Carmina!
(Se inclina para besarla y da un golpe con el pie a la lechera, que se derrama
estrepitosamente. Temblorosos, se levantan los dos y miran, asombrados, la gran
mancha en el suelo.)
Historia de una escalera (acto I)
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
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Miguel Mihura (1905-1977) ―quien, pese a pertenecer
cronológicamente a la Generación del 27, desarrolló su carrera
como dramaturgo durante el periodo de posguerra― está
considerado el más importante autor del teatro del absurdo en
la literatura española del siglo XX. Desde la revista cómica
fundada por él mismo en 1941, La Codorniz, Mihura y otros
escritores de la literatura de humor de posguerra dieron rienda
suelta a su crítica social y política. Con Tres sombreros de copa
(obra escrita en 1932, aunque estrenada en 1952), Mihura
revitaliza el teatro humorístico español con elementos de
marcada originalidad, como un lenguaje dramático plagado de
dobles sentidos y situaciones absurdas. Ni pobre ni rico, sino todo lo contrario (1943), comedia que Mihura escribió a medias con Antonio de Lara
―Tono‖, representa una de las cumbres del teatro cómico español contemporáneo.
Igualmente en colaboración ―en este caso con el humorista Álvaro de Laiglesia― es
la farsa El caso de la mujer asesinadita (1946). Por la misma senda del teatro cómico y
satírico continúan otras obras de Mihura como El caso de la señora estupenda (1953),
A media luz los tres (1953), El caso del señor vestido de violeta (1954), Carlota (1957),
Maribel y la extraña familia (1959), La bella Dorotea (1963) y Ninette y un señor de Murcia (1964).
El siguiente fragmento de Tres sombreros de copa ilustra las concepciones antagónicas
de la vida de los dos protagonistas: el convencionalismo social y la rutina de Dionisio
(símbolo de la burguesía provinciana, hipócrita y frívola) frente a la libertad e
imaginación de Paula (representante de la farándula y la alegría):
PAULA. Siéntese aquí..., conmigo...
DIONISIO. (Sentándose a su lado.) Bueno.
PAULA. Es preciso que nosotros seamos buenos amigos... ¡Si supiese usted lo contenta que estoy
desde que le conozco...! Me encontraba tan sola... ¡Usted no es como los demás! Yo, con los
demás, a veces tengo miedo. Con usted, no. La gente es mala..., los compañeros del Music-Hall no
son como debieran ser... Los caballeros de fuera del Music-Hall tampoco son como debieran ser
los caballeros... (Dionisio, distraído, coge la carraca que se quedó por allí y empieza a tocarla,
muy entretenido.) Y, sin embargo, hay que vivir con la gente, porque si no una no podría beber
nunca champaña, ni llevar lindas pulseras en los brazos... ¡Y el champaña es hermoso... y las
pulseras llenan siempre los brazos de alegría!... Además es necesario divertirse... Es muy triste
estar sola... Las muchachas como yo se mueren de tristeza en las habitaciones de estos hoteles... Es
preciso que usted y yo seamos buenos amigos... ¿Quieres que nos hablemos de tú...?
DIONISIO. Bueno. Pero un ratito nada más...
PAULA. No. Siempre. Nos hablaremos de tú ¡siempre! Es mejor... Lo malo..., lo malo es que tú
no seguirás con nosotros cuando terminemos de trabajar aquí... Y cada uno nos iremos por nuestro
lado... Es imbécil esto de tener que separarnos tan pronto, ¿verdad...? A no ser que tú necesitaras
una partenaire para tu número... ¡Oh! ¡Así podríamos estar más tiempo juntos...! Yo aprendería a
hacer malabares, ¿no? ¡A jugar también con tres sombreros de copa!
(A Dionisio se le ha descompuesto su carraca. Ya no suena. Por este motivo, él se pone triste.)
DIONISIO. Se ha descompuesto...
Miguel Mihura
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
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PAULA. (Cogiendo la carraca y arreglándola.) Es así. (Y se la vuelve a dar a Dionisio, que sigue
tocándola, tan divertido.) ¡Es una lástima que tú no necesites una partenaire para tu número!
¡Pero no importa! Estos días los pasaremos muy bien, ¿sabes...? Mira... Mañana saldremos de
paseo. Iremos a la playa..., junto al mar... ¡Los dos solos! Como dos chicos pequeños, ¿sabes? ¡Tú
no eres como los demás caballeros! ¡Hasta la noche no hay función! ¡Tenemos toda la tarde para
nosotros! Compraremos cangrejos... ¿Tú sabes mondar bien las patas de los cangrejos? Yo sí. Yo
te enseñaré..., los comeremos allí, sobre la arena... Con el mar enfrente. ¿Te gusta a ti jugar con la
arena? ¡Es maravilloso! Yo sé hacer castillitos y un puente con su ojo en el centro por donde pasa
el agua... ¡Y sé hacer un volcán! Se meten papeles dentro y se queman, ¡y sale humo...! ¿Tú no
sabes hacer volcanes?
DIONISIO. (Ya ha dejado la carraca y se va animando poco a poco.) Sí.
PAULA. ¿Y castillos?
DIONISIO. Sí.
PAULA. (De pronto.) Novia no tendrás tú, ¿verdad...?
DIONISIO. No; novia, no.
PAULA. ¡No debes tener novia! ¿Para qué quieres tener novia? Es mejor que tengas sólo una
amiga buena, como yo... Se pasa mejor... Yo no quiero tener novio... porque yo no me quiero casar.
¡Casarse es ridículo! ¡Tan tiesos! ¡Tan pálidos! ¡Tan bobos! Qué risa, ¿verdad...? ¿Tú piensas
casarte alguna vez?
DIONISIO. Regular.
Tres sombreros de copa (acto II)
Alfonso Sastre (1926), dramaturgo comprometido con la
situación social de la España de posguerra, es autor de un
teatro de estética existencialista, cargado de contenidos
políticos, consignas revolucionarias y profundas reflexiones
sobre la libertad y la opresión. En este sentido, Sastre es
(junto con Buero Vallejo) el autor teatral que con mayor
contundencia se opuso al drama burgués, intrascendente y
comercial, tan popular en España antes de la Guerra Civil.
Con su primer gran éxito, Escuadra hacia la muerte (1953)
—ambientada en una sociedad distópica del futuro—, Sastre
recrea la tragedia del individuo condenado en vida por sus
propios actos. Otras obras de crítica social son El pan de todos (1953), La mordaza
(1954), Tierra roja (1954), Muerte en el barrio (1955), Guillermo Tell tiene los ojos tristes (1955), La cornada (1960), La sangre y la ceniza (1965), La taberna fantástica
(1966) y Crónicas romanas (1968).
Otros destacados dramaturgos de la posguerra son Juan Ignacio Luca de Tena (1897-
1975) —que alcanzó el éxito con la farsa ¿Quién soy yo? (1935), a la que seguirían las
obras de alta comedia (inspiradas en el teatro de Jacinto Benavente) Dos mujeres de a nueve (1949), Don José, Pepe y Pepito (1952) y ¿Dónde vas, Alfonso XII? (1957)—,
Edgar Neville (1899-1967) —que se dio a conocer como dramaturgo con Margarita y los hombres (1934) y alcanzó fama con la comedia El baile (1952)—, Juan José Alonso
Millán (1936) —autor de una comedia fácil que iniciaría el género cinematográfico
conocido como ―landismo‖, con obras como Las señoras primero (1959) y El cianuro,
Alfonso Sastre
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
52
¿solo o con leche? (1963)—, Joaquín Calvo Sotelo (1905-1993) —autor de un teatro
que critica el materialismo y las miserias de la mediocre sociedad burguesa surgida tras
el franquismo, como La vida inmóvil (1939), Tánger (1945), La cárcel infinita (1945),
La visita que no tocó el timbre (1949), Criminal de guerra (1951), El jefe (1953), La muralla (1954), La ciudad sin Dios (1957) y Dinero (1961)—, Medardo Fraile (1925-
2013) —uno de los principales conductores del teatro experimental de posguerra
conocido como ―Arte Nuevo‖, al que contribuyó con obras como El hermano (1948),
aunque posteriormente abandonaría la escena para dedicarse a la narrativa y
convertirse en uno de los principales escritores de cuentos españoles de la segunda
mitad del siglo XX, con colecciones de relatos breves como Cuentos con algún amor
(1954), A la luz cambian las cosas (1959), Cuentos de verdad (1964) y Descubridor de nada y otros cuentos (1970)—, José López Rubio (1903-1996) —representante del
teatro de los vencedores, con la comedia burguesa Celos del aire (1950)—, José
Antonio Giménez-Arnau (1912-1985) —autor de Murió hace quince años (1952)—,
Víctor Ruiz Iriarte (1912-1982) —autor de la exitosa comedia burguesa El landó de seis caballos (1950)—, Marcial Suárez (1918-1996) —quien presenta la inmoralidad de
los vencedores de la Guerra Civil en Las monedas de Heliogábalo (1965)— y José
Gordón Paso (1923-1983) —sobrino de Alfonso Paso, que ayudó a impulsar el ―Arte
Nuevo‖ de posguerra con montajes de obras como La casa de Bernarda Alba.
Frente al auge de la poesía y el teatro durante el periodo de posguerra, la narrativa
española experimenta un relativo estancamiento en la década de 1940. Con la
excepción de Torrente Ballester, Cela, Delibes y Laforet, los autores de novelas
durante este decenio son pocos y de calidad desigual (en gran parte, debido a las trabas
editoriales impuestas por la censura franquista). Entre ellos, los más destacables son
Juan Antonio Zunzunegui (1900-1982) —con obras como El chiplichandle (1940),
¡Ay... estos hijos! (1943), El barco de la muerte (1945), La quiebra (1947), La úlcera
(1949), Las ratas del barco (1950) y su mejor novela, La vida como es (1954)—, Arturo
Barea (1897-1957) —autor de la colección de cuentos Valor y miedo (1938), escritos
durante la Guerra Civil, y la famosa trilogía de novelas La forja de un rebelde (1941-
1944), escritas originalmente en inglés desde su exilio en Londres—, Darío Fernández
Flórez (1909-1977) —autor de la novela tremendista de enorme éxito Lola, espejo oscuro (1950), acerca de la vida de una prostituta—, Manuel Andújar (1913-1994) —
autor de Cristal herido (1945) y la trilogía Vísperas, formada por las novelas Llanura
(1947), El vencido (1949) y El destino de Lázaro (1959), que reflejan los años
anteriores a la Guerra Civil en distintos lugares de España—, Pedro de Lorenzo (1917-
2000) —autor de La quinta soledad (1943), La sal perdida (1947) y Una conciencia de alquiler (1952)—, José María Alfaro (1906-1994) —que refleja la Guerra Civil desde el
punto de vista de los vencedores en Leoncio Pancorbo (1942)—, Paulino Masip (1899-
1963) —autor de la novela autobiográfica El diario de Hamlet García (1944)—, Pedro
García Suárez (1919-2002) —autor de Legión 1936 (1945)—, Rafael García Serrano
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
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(1917-1988) —autor de la vanguardista La fiel infantería (1943) y la novela bélica
Plaza del Castillo (1951)—, Ignacio Agustí (1913-1974) —autor de Los surcos (1942) y
la saga de novelas La ceniza fue árbol (1943-1972), en la que destaca la primera de
ellas, Mariona Rebull (1943)—, Rosa Chacel (1898-1994) —autora de Teresa (1941),
Memorias de Leticia Valle (1945) y la tardía Barrio de Maravillas (1976)—, Eulalia
Galvarriato (1904-1997) —autora de Cinco sombras (1947)—, Manuel Sánchez
Camargo (1911-1967) —autor de la novela tremendista Nosotros los muertos (1948)—,
Sebastián Juan Arbó (1902-1984) —autor de Sobre las piedras grises (1949) y Martín de Caretas (1955)—, José Suárez Carreño (1915-2002) —autor de Las últimas horas
(1949), una de las novelas precursoras del realismo social de la década de 1950— y
Elena Quiroga (1921-1995) —autora de Viento del norte (1951).
19.2. Miguel Hernández
Miguel Hernández Gilabert (Orihuela, 1910 - Alicante,
1942), uno de los poetas más representativos de la
Generación del 36, ha sido comparado en ocasiones con
Federico García Lorca, ya que, al igual que el escritor
granadino, murió en la plenitud de su vida, como un mártir
de la Guerra Civil. Miguel Hernández se dio a conocer en
círculos literarios con Perito en lunas (1933), libro de
poemas vanguardista en el que se refleja la influencia de
Góngora. Más tarde compondría el poeta su obra maestra, El rayo que no cesa (1936), conjunto de sonetos de influencia
renacentista y barroca que giran en torno a los temas que
Miguel Hernández conoció de primera mano: el amor, la
muerte, la guerra y la injusticia. Viento del pueblo (1937), compuesto durante la
Guerra Civil, contiene una poesía militante y propagandística a favor del bando
republicano. Con El hombre acecha (1938), el poeta refleja el lado más humano y
cruel del conflicto. En Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941), colección
de poemas breves completados en la cárcel donde murió, Miguel Hernández muestra
su naturaleza más lírica e íntima y refleja los tres temas comunes a toda su poesía: el
amor (como la unión de muerte y vida), la vida (amor y muerte) y la muerte (vida y
amor): Llegó con tres heridas:
la del amor,
la de la muerte,
la de la vida.
Con tres heridas viene:
la de la vida,
la del amor,
la de la muerte.
Con tres heridas yo:
Miguel Hernández
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
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la de la vida,
la de la muerte,
la del amor.
El siguiente soneto, incluido en El rayo que no cesa, ilustra el frustrado sentimiento
amoroso del poeta en un mundo que impide la plenitud de los deseos:
Tengo estos huesos hechos a las penas
y a las cavilaciones estas sienes:
pena que vas, cavilación que vienes
como el mar de la playa a las arenas.
Como el mar de la playa a las arenas,
voy en este naufragio de vaivenes,
por una noche oscura de sartenes
redondas, pobres, tristes y morenas.
Nadie me salvará de este naufragio
si no es tu amor, la tabla que procuro,
si no es tu voz, el norte que pretendo.
Eludiendo por eso el mal presagio
de que ni en ti siquiera habré seguro,
voy entre pena y pena sonriendo.
El rayo que no cesa (soneto 10)
Aunque fundamentalmente conocido por su producción poética, Miguel Hernández es
también autor de varias obras teatrales, como Quién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras (1934) —auto sacramental calderoniano que representa la caída del
hombre y su posterior perdón por parte de Dios—, El torero más valiente (1934), Los hijos de la piedra (1935) —giro hacia el teatro social—, El labrador de más aire (1937)
—su obra más conocida, que recrea los dramas rurales del teatro de Lope y
Calderón— y Pastor de la muerte (1937) —obra de propaganda política para animar a
los soldados republicanos.
19.3. Camilo José Cela
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
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Camilo José de Cela y Trulock (Iria Flavia, 1916 - Madrid,
2002), ganador del Premio Nobel de Literatura en 1989, es
—pese a sus frecuentes excentricidades, que han llevado a
considerarlo en ocasiones como ―el Dalí de la literatura‖—
uno de los grandes novelistas españoles de la literatura de
posguerra (también conocida como ―Generación del 36‖).
Aunque cultivó casi todos los géneros literarios, Cela
destacó con indiscutible singularidad en la novela, el cuento
y el ensayo. Con su primera obra, La familia de Pascual Duarte (1942) —novela que inaugura el género del
tremendismo y que supuso todo un revulsivo dentro del
desolador panorama de la narrativa española de posguerra—
obtuvo un éxito inmediato; desde entonces, Cela ha logrado
cautivar a generaciones de lectores con una prosa fascinante de profusión verbal
inigualable (incluido un léxico escatológico), con novelas tan destacadas como La colmena (1951) —novela precursora del realismo social que ofrece un amplio
panorama del Madrid de los primeros años de la posguerra—, La catira (1955) —
recreación de la naturaleza y el lenguaje venezolanos—, San Camilo, 1936 (1969) —
delirante descripción del comienzo de la Guerra Civil mediante un monólogo interior
continuo—, Oficio de tinieblas 5 (1973) —colección de aforismos de estilo gnómico—,
Mazurca para dos muertos (1983) —nuevamente ambientada en la Guerra Civil y sus
atrocidades— y su última novela, Madera de boj (1999). Por otro lado, los libros de
viaje por distintas tierras españolas —entre los que destacan Viaje a la Alcarria (1948)
y Del Miño al Bidasoa (1952)— dieron a Cela cierta fama de hombre andariego y
amante de la buena vida.
El siguiente fragmento de La colmena ilustra la prosa característica de Cela, con su
inconfundible mezcla de fluidez narrativa y elementos escatológicos:
Martin Marco se para ante los escaparates de una tienda de lavabos que hay en la Calle de Sagasta.
La tienda luce como una joyería o como la peluquería de un gran hotel, y los lavabos parecen
lavabos del otro mundo, lavabos del Paraíso, con sus grifos relucientes, sus lozas tersas y sus
nítidos, purísimos espejos. Hay lavabos blancos, lavabos verdes, rosa, amarillos, violeta, negros;
lavabos de todos los colores. ¡También es ocurrencia! Hay baños que lucen hermosos como
pulseras de brillantes, bidets con un cuadro de mandos como el de un automóvil, lujosos retretes
de dos tapas y de ventrudas, elegantes cisternas bajas donde seguraramente se puede apoyar el
codo, se pueden incluso colocar algunos libros bien seleccionados, encuadernados con belleza:
Hölderlin, Keats, Valéry, para los casos en que el estreñimiento precisa de compañía; Rubén,
Mallarmé, sobre todo Mallarmé, para las descomposiciones de vientre. ¡Que porquería!
Martin Marco sonríe, como perdonándose, y se aparta del escaparate.
La vida —piensa— es todo. Con lo que unos se gastan para hacer sus necesidades a gusto, otros
tendríamos para comer un año. ¡Está bueno! Las guerras deberían hacerse para que haya menos
gentes que hagan sus necesidades a gusto y pueda comer el resto un poco mejor. Lo malo es que,
cualquiera sabe por qué, los intelectuales seguimos comiendo mal y haciendo nuestras cosas en los
Cafés. ¡Vaya por Dios!
Camilo José Cela
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
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A Martín Marco le preocupa el problema social. No tiene ideas muy claras sobre nada, pero le
preocupa el problema social.
Eso de que haya pobres y ricos —dice a veces— está mal; es mejor que seamos todos iguales, ni
muy pobres ni muy ricos, todos un término medio. A la Humanidad hay que reformarla. Debería
nombrarse una comisión de sabios que se encargase de modificar la Humanidad. Al principio se
ocuparían de pequeñas cosas, enseñar el sistema métrico decimal a la gente, por ejemplo, y
después, cuando se fuesen calentando, empezarían con las cosas más importantes y podrían hasta
ordenar que se tirasen abajo las ciudades para hacerlas otra vez, todas iguales, con las calles bien
rectas y calefacción en todas las casas. Resultaría un poco caro, pero en los bancos tiene que haber
cuartos de sobra.
La colmena (cap. 2)
19.4. Miguel Delibes
Miguel Delibes Setién (Valladolid, 1920 - Valladolid, 2010),
novelista tardío de la Generación del 36, refleja en sus obras
algunos aspectos fundamentales de su vida, como su
humanismo cristiano y su pertenencia a la burguesía
acomodada de provincias (con sus vicios e injusticias sociales).
Sus novelas recrean casi siempre los ambientes rurales de
Castilla en los que se crió, y en ellas Delibes muestra un gran
dominio de distintos registros del lenguaje para caracterizar a
sus personajes. Otros dos aspectos destacados de sus obras son
las detalladas descripciones y el profundo análisis psicológico.
Con su primera novela, La sombra del ciprés es alargada
(1947), Delibes alcanzó un reconocimiento inmediato como gran novelista. A este
título siguieron otros como El camino (1950), Mi idolatrado hijo Sisí (1953), Diario de un cazador (1955), La hoja roja (1959), Las ratas (1962), Cinco horas con Mario (1966)
—su obra más conocida, extenso monólogo puesto en boca de una mujer que acaba de
quedarse viuda y habla con su esposo muerto—, El disputado voto del señor Cayo
(1978) —novela en la que Delibes crítica el progreso consumista y defiende los valores
culturales de un mundo rural condenado a desaparecer—, Los santos inocentes (1981)
—reflejo de la degradación de una familia de campesinos explotada por los caciques de
la Extremadura rural— y El hereje (1998).
El siguiente pasaje de Cinco horas con Mario, correspondiente al comienzo del
extenso monólogo interior de Menchu ante el cadáver de su difunto marido, ilustra el
denso y desordenado fluir de pensamientos de esta fórmula narrativa:
Casa y hacienda, herencia son de los padres, pero una mujer prudente es don de Yavé y en lo que a
ti concierne, cariño, supongo que estarás satisfecho, que motivos no te faltan, que aquí, para ínter
nos, la vida no te ha tratado tan mal, tú dirás, una mujer sólo para ti, de no mal ver, que con cuatro
pesetas ha hecho milagros, no se encuentra a la vuelta de la esquina, desengáñate. Y ahora que
empiezan las complicaciones, zas, adiós muy buenas, como la primera noche, ¿recuerdas?, te vas y
me dejas sola tirando del carro. Y no es que me queje, entiéndelo bien, que peor están otras, mira
Miguel Delibes
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
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Transi, imagínate con tres criaturas, pero me da rabia, la verdad, que te vayas sin reparar en mis
desvelos, sin una palabra de agradecimiento, como si todo esto fuese normal y corriente. Los
hombres una vez que os echan las bendiciones a descansar, un seguro de fidelidad, como yo digo,
claro que eso para vosotros no rige, os largáis de parranda cuando os apetece y sanseacabó, que las
mujeres, de sobras lo sabes, somos unas románticas y unas tontas. Y no es que yo vaya a decir
ahora que tú hayas sido una cabeza loca, cariño, sólo faltaría, que no quiero ser injusta, pero
tampoco pondría una mano en el fuego, ya ves. ¿Desconfianza? Llámalo como quieras, pero lo
cierto es que los que presumís de justos sois de cuidado, que el año de la playa bien se te iban las
vistillas, querido, que yo recuerdo la pobre mamá, que en paz descanse, con aquel ojo clínico que
se gastaba, que yo no he visto cosa igual, el mejor hombre debería estar atado, a ver. Mira Encarna,
tu cuñada es, ya lo sé, pero desde que murió Elviro ella andaba tras de ti, eso no hay quien me lo
saque de la cabeza. Encarna tiene unas ideas muy particulares sobre los deberes de los demás,
cariño, y ella se piensa que el hermano menor está obligado a ocupar el puesto del hermano mayor
y cosas por el estilo, que aquí, sin que salga de entre nosotros, te diré que, de novios, cada vez que
íbamos al cine y la oía cuchichear contigo en la penumbra me llevaban los demonios.
Cinco horas con Mario (capítulo I)
19.5. Generación del 50
Bajo esta denominación genérica se agrupan un conjunto de escritores españoles que
iniciaron su carrera literaria en la década de 1950, una vez superadas las secuelas
físicas y psicológicas que la Guerra Civil produjo en la anterior Generación del 36. Al
igual que esta última, la Generación del 50 está formada por una serie de autores
comprometidos socialmente, que se atreven a denunciar las injusticias y las miserias
de la sociedad aprovechando una cierta apertura del régimen franquista.
Los poetas de la Generación del 50, de origen burgués en su mayor parte, consideran
la poesía como un instrumento de conocimiento (frente a los ―poetas sociales‖ de la
generación anterior, para los que se trataba de un simple instrumento de
comunicación). Algunos de los más destacados compositores de este grupo son Gloria
Fuertes (1917-1998), Ángel González (1925-2008), Alfonso Costafreda (1926-1974),
José Manuel Caballero Bonald (1926), Carlos Barral (1928-1989), José Agustín
Goytisolo (1928-1999), Jaime Gil de Biedma (1929-1990), Antonio Gamoneda (1931),
Francisco Brines (1932), Claudio Rodríguez (1934-1999) y Carlos Sahagún (1938).
A mitad de camino entre la Generación del 36 y la Generación del
50 se encuentra el poeta José Hierro (1922-2002), considerado
como una de las voces más representativas de la poesía social de
posguerra. Su obra lírica —no muy extensa pero sí muy intensa—
reflexiona sobre la pura existencia del hombre con un verso
profundo y un lenguaje sencillo. El primer poemario de Hierro,
Tierra sin nosotros (1947), refleja su visión desolada de un país
destruido por la Guerra Civil. En su siguiente obra, Con las piedras, con el viento (1950), el poeta muestra la frustración de la
experiencia amorosa. Otros libros de poemas destacados de José
José Hierro
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
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Hierro son Quinta del 42 (1953), Libro de las alucinaciones (1964) y Cuaderno de Nueva York (1998).
La novela, poco cultivada durante la primera mitad del siglo XX, experimenta un gran
impulso a partir de 1945 gracias a la corriente estética conocida como ―tremendismo‖,
que exagera la expresión de los aspectos más crudos de la vida real. Hacia 1955, sin
embargo, los escritores de la Generación del 50 ofrecen en sus novelas una visión
deliberadamente objetiva de la vida española, con un deseo de reforma social: es el
llamado realismo social, cuyos autores más destacados son Ramón J. Sender (1901-
1982), Luis Martín-Santos (1924-1964), Ignacio Aldecoa (1925-1969), Carmen Martín
Gaite (1925-2000), Ana María Matute (1925), Jesús Fernández Santos (1926-1988),
Rafael Sánchez Ferlosio (1927), Jesús López Pacheco (1930-1997), Juan Goytisolo
(1931) y Juan Marsé (1933). A diferencia del protagonista individual de las novelas
tremendistas, las obras del realismo social presentan protagonistas colectivos. Tres
elementos recurrentes en estas novelas son la Guerra Civil —que todos sus autores
vivieron durante la infancia—, la presencia de niños y adolescentes como personajes
principales y el empleo preferente del diálogo en sustitución de la narración subjetiva.
Las novelas más representativas del realismo social de la década de 1950 son Los bravos (1954), de Jesús Fernández Santos, El Jarama (1955), de Rafael Sánchez Ferlosio,
Central eléctrica (1958), de Jesús López Pacheco, y Tiempo de silencio (1962), de Luis
Martín-Santos —novela esta última que liquida el ciclo del realismo social y abre una
nueva etapa novelística en la década de 1960.
Aunque por edad debería pertenecer a la Generación del 27,
el prolífico novelista Ramón J. Sender (1901-1982) se dio a
conocer —desde el exilio— como uno de los autores más
destacados del realismo social de posguerra. Su obra analiza
con crudeza la realidad social desde una óptica
revolucionaria. Su primera novela, Imán (1930), crónica
denunciadora de la Guerra de Marruecos, es una de las obras
más acabadas de Sender. Otras novelas destacadas del autor
son Mr. Witt en el cantón (1935), El lugar de un hombre
(1939), Epitalamio del prieto Trinidad (1942), Crónica del alba (1942-1966) ―monumental autobiografía de Sender formada por nueve
novelas―, El verdugo afable (1952), Réquiem por un campesino español (1960) ―su
obra más conocida―, La tesis de Nancy (1962), La aventura equinoccial de Lope de Aguirre (1964) y En la vida de Ignacio Morel (1969).
Ramón J. Sender
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
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Ana María Matute (1925), una de las novelistas más
singulares de la Generación del 50, contribuyó con sus obras
de posguerra a denunciar las consecuencias de la Guerra
Civil española para tratar de cambiar la realidad social. A
través de la mirada infantil o adolescente de sus
protagonistas, Matute muestra un distanciamiento afectivo
entre realidad y entendimiento. Su primera novela, Pequeño teatro (escrita en 1943 y publicada en 1954), es un reflejo de
las secuelas que la Guerra Civil dejó en su juventud. Otras
obras destacadas de Matute son Fiesta al noroeste (1953),
Los hijos muertos (1958), Los mercaderes (1959-1969) —
trilogía formada por Primera memoria (1959), Los soldados lloran de noche (1964) y La trampa (1969)— y Olvidado rey Gudú (1996).
Juan Marsé (1933) muestra en sus novelas —ambientadas en
su mayor parte en su Barcelona natal— el enfrentamiento
entre clases sociales y la degradación moral y social de la
posguerra. Marsé inicia su carrera como novelista con
Encerrados con un solo juguete (1960), en la que cultiva
técnicas narrativas del realismo crítico de la década de 1950,
aunque alcanzaría la fama literaria gracias a Últimas tardes con Teresa (1966), una historia de amor entre una joven burguesa
catalana (Teresa) y un charnego barriobajero (Manolo el
―Pijoaparte‖) que sirve de trasfondo a una formidable sátira de
la sociedad española de los años 50. Otras novelas posteriores
de Marsé son La oscura historia de la prima Montse (1970), Si te dicen que caí (1973), La muchacha de las bragas de oro (1978), Ronda del Guinardó
(1984), El amante bilingüe (1990) y El embrujo de Shanghai (1993).
El siguiente fragmento de Últimas tardes con Teresa introduce el personaje del
―Pijoaparte‖, símbolo de la juventud y el descaro que lucha por salir adelante en una
sociedad burguesa llena de prejuicios y convencionalismos:
Hay apodos que ilustran no solamente una manera de vivir, sino también la naturaleza social del
mundo en que uno vive.
La noche del 23 de junio de 1956, verbena de San Juan, el llamado Pijoaparte surgió de las
sombras de su barrio vestido con un flamante traje de verano color canela; bajó caminando por la
carretera del Carmelo hasta la plaza Sanllehy, saltó sobre la primera motocicleta que vio
estacionada y que ofrecía ciertas garantías de impunidad (no para robarla, esta vez, sino
simplemente para servirse de ella y abandonarla cuando ya no la necesitara) y se lanzó a toda
velocidad por las calles hacia Montjuich. Su intención, esa noche, era ir al Pueblo Español, a cuya
verbena acudían extranjeras, pero a mitad de camino cambió repentinamente de idea y se dirigió
hacia la barriada de San Gervasio. Con el motor en ralentí, respirando la fragante noche de junio
cargada de vagas promesas, recorrió las calles desiertas, flanqueadas de verjas y jardines, hasta
Ana María Matute
Juan Marsé
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
60
que decidió abandonar la motocicleta y fumar un cigarrillo recostado en el guardabarros de un
formidable coche sport parado frente a una torre. En el metal rutilante se reflejó su rostro
melancólico y adusto, de mirada grave, de piel cetrina, sobre un firmamento de luces deslizantes,
mientras la suave música de un fox acariciaba su imaginación: frente a él, en un jardín particular
adornado con farolillos y guirnaldas de papel, se celebraba una verbena.
La festividad de la noche, su afán y su trajín alegres eran poco propicios al sobresalto, y menos en
aquel barrio; pero un grupo de elegantes parejas que acertó a pasar junto al joven no pudo reprimir
ese ligero malestar que a veces provoca un elemento cualquiera de desorden, difícil de discernir: lo
que llamaba la atención en el muchacho era la belleza grave de sus facciones meridionales y cierta
inquietante inmovilidad que guardaba una extraña relación ―un sospechoso desequilibrio, por
mejor decir― con el maravilloso automóvil. Pero apenas pudieron captar más. Dotados de
finísimo olfato, sensibles al más sutil desacuerdo material, no supieron ver en aquella hermosa
frente la mórbida impasibilidad que precede a las decisiones extremas, ni en los ojos como
estrellas furiosas esa vaga veladura indicadora de atormentadoras reflexiones, que podrían incluso
llegar a la justificación moral del crimen. El color oliváceo de sus manos, que al encender el
segundo cigarrillo temblaron imperceptiblemente, era como un estigma. Y en los negros cabellos
peinados hacia atrás había algo, además del natural atractivo, que fijaba las miradas femeninas con
un leve escalofrío: había un esfuerzo secreto e inútil, una esperanza mil veces frustrada pero
todavía intacta: era uno de esos peinados laboriosos donde uno encuentra los elementos
inconfundibles de la cotidiana lucha contra la miseria y el olvido, esa feroz coquetería de los
grandes solitarios y de los ambiciosos superiores.
Últimas tardes con Teresa (capítulo 1)
Rafael Sánchez Ferlosio (1927) es uno de los narradores más
destacados del realismo social de la posguerra española. Su
primera novela, Industrias y andanzas de Alfanhuí (1951),
refleja el descubrimiento del mundo por parte de un niño
que va despertando a la dura realidad del momento. Con El Jarama (1955), Sánchez Ferlosio se integra definitivamente
en la corriente del realismo social: a través de la descripción
objetiva de una excursión de dieciséis horas de unos jóvenes
madrileños al río Jarama, el autor explora el lenguaje
coloquial mediante diálogos aparentemente intrascendentes,
pasatiempos anodinos, actitudes y atuendo de un grupo de jóvenes que representan a
la generación de posguerra. Tras los relatos Y el corazón caliente (1961) y Dientes, pólvora, febrero (1961), Sánchez Ferlosio se aleja del género narrativo durante un
largo periodo de tiempo para dedicarse a los ensayos, entre los que destacan Personas y animales en una fiesta de bautizo (1966) y Las semanas del jardín (1974). Su última
novela destacada es El retorno de Yarfoz (1986).
El siguiente fragmento de El Jarama ilustra el lenguaje juvenil y las conversaciones
intrascendentes de los protagonistas durante su excursión, como elementos
identificadores del realismo social en el que se integra la novela:
El sol arriba se embebía en las copas de los árboles, trasluciendo el follaje multiverde. Guiñaba de
ultrametálicos destellos en las rendijas de las hojas y hería diagonalmente el ámbito del soto, en
saetas de polvo encendido, que tocaban el suelo y entrelucían en la sombra, como escamas de luz.
Moteaba de redondos lunares, monedas de oro, las espaldas de Alicia y de Mely, la camisa de
Rafael Sánchez Ferlosio
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
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Miguel y andaba rebrillando por el centro del corro en los vidrios, los cubiertos de alpaca, el
aluminio de las tarteras, la cacerola roja, la jarra de sangría, todo allí encima de blancas,
cuadrazules servilletas, extendidas sobre el polvo.
—¡El Santos, cómo le da! ¡Vaya un saque que tiene el sujeto! Qué forma de meter.
—Hay que hacer por la vida, chico. Pues tú tampoco te portas malamente.
—Ni la mitad que tú. Tú es que no paras, te empleas a fondo.
—Se disfruta de verlo comer —dijo Carmen.
—¿Ah, sí? Mira ésta, ¿te has dado cuenta el detalle? Y que disfruta viéndolo comer. Eso se llama
una novia, ¿ves tú?
—Ya lo creo. Luego éste igual no la sabe apreciar. Eso seguro.
—Pues no se encuentra todos los días una muchacha así. Desde luego es un choyo. Tiene más
suerte de la que se merece.
—Pues se merece eso y mucho más, ya está —protestó Carmen—. Tampoco me lo hagáis ahora
de menos por ensalzarme a mí. Pobrecito mío.
—¡Huyuyuy!, ¡cómo está la cosa! —se reía Sebastián—. ¿No te lo digo?
Todos miraban riendo hacia Santos y Carmen. Dijo Santos:
—¡Bueno, hombre!, ¿qué os pasa ahora? ¿Me la vais a quitar? —Echaba el brazo por los hombros
de Carmen y la apretaba contra su costado, afectando codicia, mientras con la otra mano cogía un
tenedor y amenazaba, sonriendo:
—¡El que se arrime...!
—Sí, sí, mucho teatro ahora —dijo Sebas—; luego la das cada plantón que le desgasta los vivos a
las esquinas, la pobre muchacha, esperando.
—¡Si será infundios! Eso es incierto.
—Pues que lo diga ella misma, a ver si no.
—¡Te tiro...! —amagaba Santos levantando en la mano una lata de sardinas.
—¡Menos!
—Chss, chss, a ver eso un segundo... —cortó Miguel—. Esa latita.
—¿Ésta?
—Sí, ésa; ¡verás tú...!
—Ahí te va.
Santos lanzó la lata y Miguel la blocó en el aire y la miraba:
—¡Pero no me mates! —exclamó—. Lo que me suponía. ¡Sardinas! ¡Tiene sardinas el tío y se
calla como un zorro! ¡No te creas que no tiene delito! —miraba cabeceando hacia los lados.
—¡Sardinas tiene! —dijo Fernando—. ¡Qué tío ladrón! ¡Para qué las guardabas? ¿Para postre?
—Hombre, yo qué sabía. Yo las dejaba con vistas a la merienda.
—¡Amos, calla! Que traías una lata de sardinas y te has hecho el loco. Con lo bárbaras que están
de aperitivo. Y además en aceite que vienen. ¡Eso tiene penalty, chico, callarse en un caso así!
¡Penalty!
El Jarama (1955)
Ignacio Aldecoa (1925-1969), uno de los novelistas más
representativos del realismo social de la década de 1950, es
autor de una obra corta pero intensa. Su técnica narrativa se
caracteriza por el detallismo descriptivo y una gran
perfección estética. Los protagonistas de las novelas sociales
de Aldecoa son trabajadores de distintos sectores y
personajes marginados (vagabundos y niños). En El fulgor y la sangre (1954), Aldecoa explora la realidad de España a
través de cinco mujeres casadas con guardias civiles. Gran Sol (1957) es una novela-reportaje que, lejos de aspiraciones
poéticas, se limita a describir la rutina diaria de unos
Ignacio Aldecoa
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
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pescadores. Aldecoa es también autor de destacados cuentos, que se hallan recogidos
en colecciones como Vísperas de silencio (1955), El corazón y otros frutos amargos
(1959), Caballo de pica (1961) o Arqueología (1961).
Juan Goytisolo (1931), destacado narrador del realismo
social de la década de 1950, refleja en sus obras su rechazo
de la España oficial del franquismo y su distanciamiento
emocional hacia sus personajes, seres marginados y
derrotados. En su primera novela, Juegos de manos (1954),
Goytisolo muestra la crueldad de un grupo de jóvenes de la
alta burguesía madrileña en una fría sociedad franquista.
Con Duelo en el paraíso (1955), el autor traslada la violencia
irracional al mundo infantil de una aldea catalana. Otras
novelas destacadas de Goytisolo, siempre dentro de la crítica
social del momento, son El circo (1957), la trilogía Álvaro Mendiola —formada por Señas de identidad (1966), Reivindicación del conde don Julián (1970) y Juan sin Tierra (1975)—, Makbara (1980) y El sitio de los sitios (1995).
Carmen Martín Gaite (1925-2000) se dio a conocer como
novelista del realismo social con Entre visillos (1957), que
refleja el desencanto de una joven de clase media ante la
anodina vida provinciana. Posteriormente, la escritora
evolucionó desde la novela social a planteamientos más
pesimistas y desesperanzados sobre la soledad humana,
basados en sus propios conflictos personajes, como Ritmo lento (1963), Retahílas (1974), El cuarto de atrás (1978) o
Nubosidad variable (1992). Martín Gaite es también autora de
brillantes cuentos —que se hallan recogidos en colecciones
como El balneario (1957) o Las ataduras (1959)— y amenos
ensayos —como su tesis doctoral Usos amorosos del dieciocho en España (1973).
Juan Goytisolo
Carmen Martín Gaite
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
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Luis Martín-Santos (1924-1964) es autor de una de las novelas
españolas más importantes y revolucionarias del siglo XX:
Tiempo de silencio (1962). Con ella, Martín-Santos cierra el ciclo del realismo social
de la década de 1950 e inicia la renovación de la novela española en la década de 1960,
con nuevas técnicas narrativas como el empleo de la segunda persona y el monólogo
interior. Tiempo de destrucción (1975), continuación de la novela anterior, quedó
inconclusa debido a la trágica muerte del autor en accidente de automóvil. El
siguiente fragmento de Tiempo de silencio ilustra la novedosa técnica del narrador
desdoblado, que parece estar hablando consigo mismo:
Ahora vivo más. La vida de fuera está suspendida con todas sus cosas tontas. Han quedado fuera.
La vida desnuda. El tiempo, sólo el tiempo llena este vacío de las cosas tontas y de las personas
tontas. Todo tiene que resbalar, resbala sobre mí, no sufro, no sufro nada absolutamente.
Cualquiera pensará que estaré sufriendo. Pero yo no sufro. Existo, vivo. El tiempo pasa, me llena,
voy en el tiempo, nunca he vivido el tiempo de mi vida que pasa como ahora que estoy quieto
mirando a un punto de la pared, el ojo negro de la sirena que me mira. Sólo aquí, qué bien, me
parece que estoy encima de todo. No me puede pasar nada. Yo soy el que paso. Vivo. Vivo. Fuera
de tantas preocupaciones, fuera del dinero que tenía que ganar, fuera de la mujer con la que me
tenía que casar, fuera de la clientela que tenía que conquistar, fuera de los amigos que me tenían
que estimar, fuera del placer que tenía que perseguir, fuera del alcohol que tenía que beber. Si
estuvieras así. Mantente ahí. Ahí tienes que estar. Tengo que estar aquí, en esta altura, viendo
cómo estoy solo, pero así, en lo alto, mejor que antes, más tranquilo, mucho más tranquilo. No
caigas. No tengo que caer. Estoy así bien, tranquilo, no me puede pasar nada, porque lo más que
me puede pasar es seguir así, estando donde quiero estar, tranquilo, viendo todo, tranquilo, estoy
bien, estoy bien, estoy muy bien así, no tengo nada más que desear.
Tiempo de silencio (1962)
Jesús Fernández Santos (1926-1988) es uno de los iniciadores de la novela social
española de la década de 1950 con Los bravos (1954), que retrata el caciquismo, la
abulia y la ignorancia de la España rural durante el régimen franquista. En la hoguera
(1957) se integra igualmente dentro de la corriente del realismo crítico. Otras novelas
destacadas de Fernández Santos son El hombre de los santos (1969), Libro de las memorias de las cosas (1971), Extramuros (1978) y Los jinetes del alba (1984).
Jesús López Pacheco (1930-1997) es el creador de otra de las novelas cumbre del
realismo social: Central eléctrica (1958). En esta obra, que narra los esfuerzos para
llevar la electricidad a una aldea cuyos habitantes viven al margen de la ley, la
brutalidad y el pesimismo se funden con escenas líricas y descripciones minuciosas de
paisajes. Con posterioridad, López Pacheco continuó su crítica social con novelas
como La hoja de parra (1973).
Tomás Salvador (1921-1984), polifacético novelista que conoció su momento de
máximo esplendor en la década de 1950, coincidiendo con el auge de la novela realista,
cultivó durante su carrera literaria diversos géneros narrativos, como la novela corta
—Cuerda de presos (1953)—, la novela de ciencia ficción —La nave (1958)—, la
Luis Martín-Santos
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
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novela histórica —El arzobispo pirata (1982)— y la novela policial —Camello para un viaje (1984).
José María Gironella (1917-2003) es autor de una exitosa tetralogía de novelas sobre la
Guerra Civil formada por Los cipreses creen en Dios (1953), Un millón de muertos (1961), Ha estallado la paz (1966) y Los hombres lloran solos (1986). Al margen de esta
saga, Gironella ha escrito otras destacadas novelas como Un hombre (1946),
Condenados a vivir (1971) y Cita en el cementerio (1983).
Otros destacados novelistas de la Generación del 50 son Luis Romero (1916-2009) —
uno de los autores más representativos de la posguerra, que se dio a conocer con la
novela La noria (1951), precursora del realismo social de la década de 1950, a la que
siguió El cacique (1963)—, Alejandro Núñez Alonso (1905-1982) —novelista que se
dio a conocer con La gota de mercurio (1954) y triunfó con dos ciclos de novelas
históricas: la pentalogía de Benasur de Judea (1956-1961) y la tetralogía de Semíramis
(1965-1974)—, Antonio Ferres (1924) —continuador del género de la novela social
con La piqueta (1959) y Caminando por las Hurdes (1960), obra esta última escrita en
colaboración con Armando López Salinas—, Francisco García Pavón (1919-1989) —
autor de una famosa serie de novelas policiales protagonizadas por Plinio, jefe de
policía de Tomelloso, además de colecciones de relatos breves como Cuentos republicanos (1961) y Los liberales (1965)—, Armando López Salinas (1925) —autor
de la novela social La mina (1959) y la anteriormente mencionada Caminando por las Hurdes, en colaboración con Antonio Ferres—, Fernando Morán (1926) —autor de la
novela social También se muere el mar (1958)—, Mercedes Rodoreda (1908-1983) —
autora de La plaza del diamante (1962), novela originariamente escrita en catalán que
convirtió en un clásico de la literatura de posguerra—, José María Sánchez-Silva
(1911-2002) —que debe su popularidad a Marcelino pan y vino (1953)—, Rafael
Sánchez Mazas (1894-1966) —autor de La vida nueva de Pedrito de Andía (1952), que
refleja las memorias de un colegial durante la dictadura de Primo de Rivera— y
Vintilă Horia (1915-1992) —escritor rumano que publicó poesías y novelas en español,
entre estas últimas Dios ha nacido en el exilio (1960), producto de su experiencia
traumática como escritor exiliado y proscrito.
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
65
Dentro del teatro de las décadas de 1950 y 1960, destaca la
figura de Alfonso Paso (1926-1978) que, pese a iniciarse
como dramaturgo con obras de denuncia social como Los pobrecitos (1957), finalmente se plegó a los gustos de la clase
media y se especializó en un teatro comercial de evasión y
entretenimiento, con comedias tan exitosas como El cielo dentro de casa (1957), Usted puede ser un asesino (1958),
Aurelia y sus hombres (1961), Las que tienen que servir
(1962), El canto de la cigarra (1963), Enseñar a un sinvergüenza (1967) y ¡Cómo está el servicio! (1968). Pese a
la polémica que le rodeó tras este cambio de tendencia
teatral (especialmente con el dramaturgo socialmente
comprometido Alfonso Sastre), Paso se convirtió en el autor dramático de mayor
repercusión en España durante la década de 1960, hasta el punto de que durante
varios meses de 1968 hasta siete de sus obras se representaban al mismo tiempo en
siete teatros distintos de Madrid, con sesiones de tarde y noche, con el cartel de ―No
hay localidades‖ en todas ellas. Alfonso Paso fue también el primer dramaturgo
español que estrenó en Broadway (su comedia El canto de la cigarra se representó en
1963 en el ANTA Theatre con el título The Song of the Cicada).
Lauro Olmo (1922-1994) fue un dramaturgo comprometido
con el realismo social de las décadas de 1950 y 1960. Su mayor
éxito teatral, La camisa (1962), refleja la realidad española del
momento a través de los ojos de unos obreros que habitan en
las chabolas sin esperanza ni trabajo. Otras obras destacadas de
este autor son El perchero (1953), La pechuga de la sardina
(1963), El cuerpo (1966), English Spoken (1968), El cuarto poder (1969), Historia de un pechicidio (1974) y Pablo Iglesias (1984). Otros dramaturgos reseñables dentro de la corriente
del realismo social son Carlos Muñiz (1927-1994) —autor del
drama El tintero (1961) y Tragicomedia del Serenísimo Príncipe don Carlos (1978)—, Jaime Salom (1925-2013) —
continuador del naturalismo decimonónico con obras como El mensaje (1955), Juegos de invierno (1964) y La casa de las chivas (1968)—, José María Rodríguez Méndez
(1925-2009) —autor de la antibelicista Vagones de madera (1958), a la que seguirían
El milagro del pan y de los peces (1959), Los inocentes de la Moncloa (1961) y Bodas que fueron famosas del Pingajo y la Fandanga (1965)—, José Martín Recuerda (1926-
2007) —creador de una profusa producción dramática de herencia lorquiana, con
obras como El teatrito de don Ramón (1959), Las salvajes en Puente San Gil (1963),
Las arrecogías del beaterio de Santa María Egipciaca (1970), El engañao (1974),
Caballos desbocaos (1978) y Las reinas del Paralelo (1991)—, Ricardo Rodríguez
Alfonso Paso
Lauro Olmo
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
66
Buded (1928) —autor de La madriguera (1960) y Un hombre duerme (1960)—,
Alfredo Mañas (1924-2001) —autor de La historia de los Tarantos (1962) y Ramón Gil
Novales (1928) —autor que pasó del realismo de La Hoya (1966) al esperpento de
Guadaña al resucitado (1969).
19.6. Generación de 1968
El boom de autores hispanoamericanos durante las décadas de 1960 y 1970, que por
un lado parece eclipsar a los jóvenes escritores españoles, sirve al mismo tiempo para
introducir nuevas técnicas narrativas. Tiempo de silencio (1962), de Luis Martín-
Santos, es la novela que señala el fin del realismo social de la Generación del 50 y
marca el inicio de la Generación de 1968 —o Novísimos, en el caso de los poetas—,
formada por escritores que comienzan a publicar sus obras alrededor de esta fecha y
que rompen con los cánones literarios anteriores. Durante la década de 1960, los
principales autores de esta generación se agrupan en torno a dos grandes núcleos:
Madrid (Juan Benet, Francisco Umbral, José María Guelbenzu, Leopoldo María
Panero) y Barcelona (Manuel Vázquez Montalbán, Eduardo Mendoza, Ana María
Moix, Pere Gimferrer, Félix de Azúa, Carlos Rojas). En el decenio siguiente, sin
embargo, este grupo literario se verá incrementando con autores de otras regiones
españolas como Andalucía (Francisco Ayala, Luis Berenguer, Alfonso Grosso,
Aquilino Duque, José Manuel Caballero Bonald, Manuel García Viñó), Canarias (Juan
Cruz Ruiz, Juan José Armas Marcelo), Castilla y León (Luis Mateo Díez), Castilla-La
Mancha (Antonio Martínez Sarrión), Valencia (Vicente Molina Foix, Guillermo
Carnero), Murcia (José María Álvarez) o Cantabria (Álvaro Pombo).
Juan Benet (1927-1993), uno de los más influyentes narradores
españoles de la segunda mitad del siglo XX, se dio a conocer
como novelista con Volverás a Región (1967), obra en la que
denuncia el atraso, la violencia y el egoísmo que condicionan las
relaciones humanas. En su siguiente novela, Una meditación
(1970), Benet experimenta nuevas técnicas narrativas (como la
escritura continua sin separación de párrafos mediante puntos y
aparte). Otras obras posteriores que ayudaron a reforzar la fama
de Benet como destacado novelista son Una tumba (1971), Un viaje de invierno (1972), En el Estado (1977), Saúl ante Samuel (1980), El aire de un crimen (1980), En la penumbra (1989) y El caballero de Sajonia (1991).
Juan Benet
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
67
Manuel Vázquez Montalbán (1939-2003) novelista, poeta y
periodista de la Generación de 1968, está considerado como
uno de los referentes literarios de los últimos años del
franquismo y la transición española. Con Recordando a Dardé
(1969), Vázquez Montalbán se interna en el mundo de la
narrativa. Yo maté a Kennedy (1972) da inicio una serie de
novelas policiacas protagonizadas por el detective Pepe
Carvalho y ambientadas en el contexto histórico en que
fueron escritas, que le darían una gran fama internacional
como escritor de novela negra; entre ellas destacan Tatuaje
(1974), La soledad del manager (1977), Los mares del sur
(1979), Asesinato en el Comité Central (1981), Los pájaros de Bangkok (1983), El balneario (1986), El delantero centro fue asesinado al atardecer (1988) y El hombre de mi vida (2000). Siempre preocupado por la situación política y social de España,
Vázquez Montalbán escribe novelas como El pianista (1985), Galíndez (1991),
Autobiografía del general Franco (1992) y El estrangulador (1994), así como una serie
de cuentos que recopila en Pigmalión y otros relatos (1987). Como miembro del grupo
de los ―Novísimos‖, inicia su andadura como poeta con Una educación sentimental (1967); posteriormente, continúa desarrollando una producción lírica caracterizada
por su gran delicadeza y atención a la experiencia social, como en Movimientos sin éxito (1969).
El siguiente fragmento de Los mares del sur, una de las novelas policiacas más
representativas de la ―saga Carvalho‖, ilustra el estilo tan característico del famoso
detective creado por Vázquez Montalbán, en el que la profesionalidad investigadora y
la vulgaridad se mezclan de forma aparentemente contradictoria para dar lugar a un
personaje complejo:
Viladecans llevaba alfiler de corbata de oro y gemelos de platino. Por impecable lo era hasta la
calvicie, convertida en agostado y pulimentado lecho de río, encajonado entre dos riberas pobladas
de pelo canoso recortado por el mejor peluquero de la ciudad y probablemente del hemisferio, a
juzgar por el cuidado con que una y otra vez la mano del abogado repasaba la consistencia de la
maleza superviviente, mientras una lengua pequeñita subrayaba el saboreo recorriendo los labios
casi cerrados.
—¿Ha oído usted hablar de Stuart Pedrell?
—Me suena.
—Le puede sonar por muchas cosas. Es una familia notable. La madre era una destacada
concertista, aunque se retiró después de casarse y sólo tocó el piano públicamente en obras
benéficas. El padre fue un importante industrial de origen escocés, famoso antes de la guerra. Cada
hijo es una personalidad. Usted puede haber oído hablar del publicitario, del bioquímico, de la
pedagoga o del constructor.
—Probablemente.
—Yo quiero hablarle del constructor.
Dejó ante Carvalho una serie de cartulinas donde estaban enganchadas gacetillas recortadas de los
periódicos:
M. Vázquez Montalbán
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
68
«El cuerpo de un desconocido aparece en un descampado de la Trinidad». «Ha sido identificado
como el de Carlos Stuart Pedrell.» «Se había despedido de su familia hace un año pretextando un
viaje a Polinesia.»
—¿Pretextando? ¿Necesitaba pretextar?
—Ya sabe usted lo que es el lenguaje periodístico. La impropiedad personificada.
Trató Carvalho mentalmente de personificar la impropiedad sin conseguirlo, pero ya Viladecans
resumía la situación juntando las manos, repasadas por la mejor manicura del bloque capitalista.
—El asunto fue así. Mi amigo, íntimo amigo, nos conocíamos desde que estudiamos juntos en los
jesuitas, pasó una época de crisis. Algunos hombres, sobre todo hombres tan sensibles como
Carlos, soportan mal el paso de los cuarenta, de los cuarenta y cinco y, ¡ay!, la cercanía de los
cincuenta. Sólo así se explica que durante meses y meses rumiara la idea de dejarlo todo e irse a
cualquier isla de la Polinesia. De pronto se aceleró el proyecto. Lo dejó todo atado, desde el punto
de vista del negocio, y desapareció. Todos supusimos que había marchado hacia Bali o Tahití o las
Hawai, qué sé yo, y desde luego supusimos que sería una crisis pasajera. Pasaron los meses, hubo
que hacer frente a una situación que parecía irremediable, hasta el punto que la señora Stuart
Pedrell es hoy la que lleva los negocios y, finalmente, en enero esta noticia: el cuerpo de Stuart
Pedrell aparece en un descampado de la Trinidad, apuñalado, y hoy sabemos con certeza que
nunca llegó a la Polinesia. No sabemos dónde estuvo, qué hizo durante todo ese tiempo, y hay que
saberlo.
—Recuerdo el caso. No se encontró al asesino. ¿También quieren al asesino?
—Bueno. Si sale el asesino, pues venga el asesino. Pero lo que nos interesa es saber qué hizo
durante ese año. Comprenda que hay muchos intereses en juego.
Por el dictáfono le dijeron que la señora Stuart Pedrell había llegado. Casi sin transición se abrió la
puerta y entró en el despacho una mujer de cuarenta y cinco años que hizo daño en el pecho a
Carvalho. Entró sin mirarle e impuso su madura esbeltez como si fuera la única presencia digna de
atención. Las presentaciones de Viladecans sólo sirvieron para que la mujer morena, de facciones
grandes y en el comienzo de la maceración, acentuara la distancia hacia Carvalho. Un «encantada»
fugaz fue todo lo que le mereció el detective, y Carvalho le respondió mirándole obsesivamente
los senos hasta que ella se vio obligada a palparse el busto, en busca de alguna posible
indiscreción en la indumentaria.
Los mares del sur (1979)
Francisco Umbral (1932-2007) —cuyo verdadero nombre era
Francisco Pérez Martínez— es uno de los escritores más
fecundos y originales de la Generación de 1968, pese a que su
altivez y excentricidad personales le ganaran no pocas polémicas
y enemistades. Umbral se dio a conocer con novelas como
Tamouré (1965) y Balada de gamberros (1965), aunque un
hecho luctuoso en su vida —el fallecimiento de su hijo de seis
años ―Pincho‖ por leucemia— le condujo a una crisis espiritual
que le llevó a componer la obra maestra de su carrera literaria:
el libro de prosa poética y ensayos Mortal y rosa (1975), en el
que lleva a cabo una reflexión sobre el fracaso de la existencia y
el esfuerzo humano. Posteriormente, Umbral publicaría novelas tan destacadas como
Las ninfas (1975), La noche que llegué al Café Gijón (1977), Los helechos arborescentes (1980), A la sombra de las muchachas rojas (1981) —obra a mitad de
camino entre la ficción y el periodismo que comenta la Transición Española—,
Trilogía de Madrid (1984), El día que violé a Alma Mahler (1988), La leyenda del César visionario (1992), Las palabras de la tribu (1994) y La forja de un ladrón (1997).
Francisco Umbral
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
69
Eduardo Mendoza (1943) es autor de una de las novelas
fundamentales para entender la transición democrática española:
La verdad sobre el caso Savolta (1975), obra publicada poco
antes de morir Franco que narra el panorama de las luchas
sindicales de principios del siglo XX en Barcelona. Con esta
novela, Mendoza orienta la nueva narrativa de la Democracia
entre la recreación histórica y la intriga policiaca, fórmula que
continúa aplicando en El misterio de la cripta embrujada (1979)
y El laberinto de las aceitunas (1982). La ciudad de los prodigios (1986), considerada la obra cumbre de Mendoza, presenta
digresiones históricas sobre Barcelona y se enmarca en la tradición clásica española,
con elementos picarescos y narración lineal y omnisciente. Posteriormente, Mendoza
se especializa en novelas de estilo narrativo sencillo y directo, como Sin noticias de Gurb (1991) —novela publicada por entregas en el diario ―El País‖—, El año del diluvio (1992), Una comedia ligera (1996), La aventura del tocador de señoras (2001) y
Riña de gatos. Madrid 1936 (2010).
El siguiente fragmento de La verdad sobre el caso Savolta ilustra la gran habilidad de
Eduardo Mendoza para construir un relato homogéneo a partir de la crónica novelada
de la realidad:
Lepprince era listo y, sobre todo, hábil: pronto se granjeó la confianza de Savolta, cuya salud se
deterioraba a pasos agigantados. Es posible incluso que el magnate, inconscientemente, se dejara
impresionar por la elegancia, maneras y apostura del francés, en quien veía, quizá, un sucesor
idóneo de su imperio comercial y de su estirpe, pues, como ya es sabido, Savolta sólo tenía una
hija y en edad de merecer. Así fue cómo Lepprince se convirtió en el valido de Savolta y obtuvo
sobre los asuntos de la empresa un poder ilimitado. De haberse conformado con seguir la corriente
de los acontecimientos, Lepprince se habría casado con la hija de Savolta y en su momento habría
heredado la empresa de su suegro. Pero Lepprince no podía esperar: su ambición era desmedida y
el tiempo, su enemigo; tenía que actuar rápidamente si no quería que por azar se descubriera la
superchería de su falsa personalidad y se truncara su carrera. La guerra europea le proporcionó la
oportunidad que buscaba. Se puso en contacto con un espía alemán, llamado Víctor Pratz, y
concertó con los Imperios Centrales un envío regular de armas que aquéllos le pagarían
directamente a él, a Lepprince, a través de Pratz. Ni Savolta ni ningún otro miembro de la empresa
debían enterarse del negocio; las armas saldrían clandestinamente de los almacenes y los envíos se
harían a través de una ruta fija y una cadena de contrabandistas previamente apalabrados. La
posición privilegiada de Lepprince dentro de la empresa le permitía llevar a cabo las sustracciones
con un mínimo de riesgo. Seguramente Lepprince confiaba en amasar una pequeña fortuna para el
caso de que su verdadera personalidad y calaña se vieran descubiertas y sus planes a más largo
plazo dieran en tierra.
El negocio marchaba viento en popa, pero los problemas surgían puntuales e indefectibles. Los
obreros estaban quejosos: se veían obligados a trabajar en ínfimas condiciones un número muy
elevado de horas a fin de producir el ingente volumen de armamento que los acuerdos secretos de
Lepprince exigían sin que sus emolumentos experimentaran el alza correspondiente. En suma:
querían trabajar menos o cobrar más. Hubo conatos de huelga que, en circunstancias normales, no
habrían revestido gravedad, pues Nicolás Claudedeu, que desempeñaba el cargo de jefe de
personal con una energía que le había valido el sobrenombre de ―El Hombre de la Mano de
Eduardo Mendoza
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
70
Hierro‖, sabía cómo zanjar semejantes situaciones. Pero Lepprince no podía permitir que
Claudedeu interviniera, porque una investigación habría puesto al descubierto sus actividades
irregulares. Asesorado por Cortabanyes y por Víctor Pratz, decidió adelantarse al «Hombre de la
Mano de Hierro» y contrató a dos matones que sembraron el terror entre los líderes obreristas.
La verdad sobre el caso Savolta (1975)
Francisco Ayala (1906-2009), veterano novelista que participó
en la Generación del 27 con las colecciones de relatos
vanguardistas El boxeador y un ángel (1929) y Cazador en el alba (1930), continuó escribiendo durante su exilio americano
—Los usurpadores (1949), La cabeza del cordero (1949),
Muertes de perro (1958), El fondo del vaso (1962)— hasta que
se reintegra a la vida literaria española a finales de la década
de 1960 para inscribirse en la llamada ―Generación de 1968‖,
con obras como el libro de relatos El jardín de las delicias (1971), al que siguieron otros como De triunfos y penas (1982)
y El jardín de las malicias (1988). En su producción narrativa, Ayala conjuga una gran
lucidez crítica con la ironía y la preocupación moral producto de su distanciamiento
como escritor.
José Manuel Caballero Bonald (1926), novelista, ensayista y
poeta andaluz, se dio a conocer artísticamente con el libro de
poemas Las adivinaciones (1952) —obra perteneciente a la
Generación del 50— y su posterior antología poética Vivir para contarlo (1969), aunque fue durante la década de 1960 cuando
se convirtió en uno de los más destacados representantes de la
―nueva narrativa andaluza‖ —grupo de escritores familiarmente
conocidos como los ―narraluces‖— con novelas como Dos días de setiembre (1961), Ágata ojo de gato (1974), Toda la noche oyeron pasar pájaros (1981) y En la casa del padre (1988). Caballero Bonald es autor
también de destacados ensayos —Narrativa cubana de la Revolución (1968), Luces y sombras del flamenco (1975), Luis de Góngora: poesía (1982), Sevilla en tiempos de Cervantes (1992) y un libro de memorias —La novela de la memoria (2010).
Francisco Ayala
Caballero Bonald
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
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Luis Mateo Díez (1942), tras unos efímeros comienzos poéticos,
pasó a centrarse exclusivamente en la ficción narrativa, en la
que se inició con su libro de cuentos Memorial de hierbas (1973), al que seguirían una
serie de novelas a mitad de camino entre los recuerdos personales, la reflexión literaria,
el ensayo y la ficción: Las estaciones provinciales (1982), La fuente de la edad (1986)
—la obra más conocida de Mateo Díez, que recrea el enfrentamiento entre realidad e
imaginación por tierras de su León natal—, Las horas completas (1990), Camino de perdición (1995), El paraíso de los mortales (1998), La ruina del cielo (1999) y
Fantasmas del invierno (2004).
Álvaro Pombo (1939) se dio a conocer como poeta con
Protocolos (1973) y Variaciones (1977), aunque posteriormente
se especializó en el género narrativo, con libros de cuentos
como Relatos sobre la falta de sustancia (1977) —en los que
refleja el tema de la homosexualidad. Pombo alcanzó el pleno
reconocimiento literario con su primera novela, El héroe de las mansardas de Mansard (1983), obra en la que se revela como un
gran dominador del monólogo interior y el lenguaje coloquial.
En su producción posterior, indaga el conocimiento de la
realidad y la identidad propia, como en El metro de platino iridiado (1990), Donde las mujeres (1996), Contra natura (2005), La fortuna de Matilda Turpin (2006) y El temblor del héroe (2012).
Vicente Molina Foix (1949) se introdujo en el mundo de la narración con la colección
de relatos titulada Museo provincial de los horrores (1970), a la que siguieron novelas
tan destacadas como Busto (1973), La comunión de los atletas (1979), Los padres viudos (1983), La quincena soviética (1988), La misa de Baroja (1995), El vampiro de la calle México (2002) y El abrecartas (2007).
José María Guelbenzu (1944) se dio a conocer con El mercurio (1967), aunque más
recientemente ha alcanzado gran popularidad como autor de una serie de novelas
policiacas protagonizadas por la juez de instrucción Mariana de Marco: No acosen al asesino (2001), La muerte viene de lejos (2004), El cadáver arrepentido (2007), Un asesinato piadoso (2008), El hermano pequeño (2010) y Muerte en primera clase
(2012).
Luis Goytisolo (1935), al igual que su hermano Juan, se inició en el realismo social con
novelas como Las afueras (1958) y Las mismas palabras (1963), aunque su obra cumbre
es la tetralogía Antagonía —formada por Recuento (1973), Los verdes de mayo hasta el mar (1976), La cólera de Aquiles (1979) y Teoría del conocimiento (1981).
Luis Mateo Díez
Álvaro Pombo
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
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Posteriormente, Luis Goytisolo ha escrito novelas tan destacadas como Estela del fuego que se aleja (1984) y Estatua con palomas (1992).
Luis Berenguer (1923-1979), escritor de gran riqueza verbal e imaginativa, alcanzó
notoriedad literaria con El mundo de Juan Lobón (1966), novela a la que siguieron
Marea escorada (1969), Leña verde (1972), Sotavento (1973) y La noche de Catalina virgen (1976).
Alfonso Grosso (1928-1995) es un escritor sevillano que, pese a iniciarse como
novelista en el realismo social de la década de 1950 con La zanja (1961), se dio a
conocer con Inés Just Coming (1968) —serie de monólogos sobre la Revolución
cubana— y se estableció como una referencia de la nueva narrativa andaluza con las
novelas experimentales Guarnición de silla (1970) y Florido mayo (1973), a las que
siguieron La buena muerte (1976), Los invitados (1979), El correo de Estambul (1980),
Otoño indio (1983) y El aborto de María (1985).
Aquilino Duque (1931) es también un destacado miembro del grupo literario de los
―narraluces‖, con novelas como Los consulados del Más Allá (1966), La rueda de fuego
(1971) y El mono azul (1973).
El tinerfeño Juan Cruz Ruiz (1948) inició su carrera como novelista con Crónica de la Nada hecha pedazos (1972), y al mismo tiempo que se dedicó a labores periodísticas
continuó escribiendo destacadas novelas, como El sueño de Oslo (1988).
Otros novelistas destacados de la Generación de 1968 son Ángel María de Lera (1912-
1984) —autor de Las últimas banderas (1967), primera novela de posguerra que trató
la Guerra Civil española desde el punto de vista republicano—, Carlos Rojas (1928) —
con obras tan destacadas como Auto de Fe (1968) y las novelas biográficas Azaña
(1973), Memorias inéditas de José Antonio (1977) y El Ingenioso hidalgo y poeta Federico García Lorca asciende a los infiernos (1980)—, Luis de Castresana (1925-
1986) —autor de El otro árbol de Guernica (1967), conmovedor alegato contra la
Guerra Civil española—, Juan Antonio Gaya Nuño (1913-1976) —autor de Historia del cautivo (1966), que combina novela e historia—, Jorge Cela (1932) —hermano de
Camilo José Cela y autor de la novela experimental Inventario base (1969)—, Álvaro
Cunqueiro (1911-1981) —autor de las novelas históricas Las mocedades de Ulises (1960) y Un hombre que se parecía a Orestes (1969)—, Jesús Torbado (1943) —autor
de Las conspiraciones (1966)—, Gonzalo Suárez (1934) —autor de las novelas
surrealistas De cuerpo presente (1963) y Rocabruno bate a Ditirambo (1966)—, Juan
Marichal (1922-2010) —destacado ensayista tinerfeño, con obras como La voluntad de estilo (1957), en la que refleja la esencia de lo español a través de sus escritores, y El nuevo pensamiento político español (1966)—, Helio Carpintero (1939) —autor del
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
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ensayo Cinco aventuras españolas (1967)—, Héctor Vázquez-Azpiri (1931) —autor de
Fauna (1967)—, Daniel Sueiro (1931-1986) —autor de Corte de corteza (1969)—,
Carlos Trías (1946-2007) —autor de El juego del lagarto (1972)—, José Leyva (1938)
—autor de las revolucionarias novelas Leitmotiv (1972) y Heautontimorumenos (1973)—, Ramón Nieto (1934) —autor de La fiebre (1960), La señorita (1974) y Los monjes (1984)—, Marta Portal (1930) —autora de A tientas y a ciegas (1966)— y
Agustín García Calvo (1926-2012) —autor de los ensayos Lalia, ensayos de estudio lingüístico de la sociedad (1973) y Cartas de negocios de José Requejo (1974), además
de los dramas históricos Feniz o la manceba de su padre (1976) y Baraja del Rey don Pedro (1999).
Dentro del grupo de los poetas ―Novísimos‖ de la Generación de 1968, destacan Pere
Gimferrer (1945) —principal representante de este grupo, autor de una original poesía
de reminiscencias modernistas con Mensaje del Tetrarca (1963), Arde el mar (1966),
La muerte en Beverly Hills (1968) y Extraña fruta y otros poemas (1969)—, Ana María
Moix (1947) —que se dio a conocer como poetisa con Baladas del dulce Jim (1969),
Call me stone (1969) y No time for flowers (1971), aunque también es autora de
novelas como Walter, ¿por qué te fuiste? (1973)—, Leopoldo María Panero (1948) —
que se inició en la poesía con Por el camino de Swan (1968), obra de una gran
profundidad lírica, aunque posteriormente alcanzó fama de ―poeta maldito‖ debido a
sus continuos ingresos en centros psiquiátricos, como evidencia en sus Poemas del manicomio de Mondragón (1987)—, Guillermo Carnero (1947) —que se inició en el
mundo de la poesía con Dibujo de la muerte (1967) y alcanzó fama como poeta gracias
a Verano inglés (1999) y Fuente de Médicis (2006)—, José María Álvarez (1942) —
poeta renovador y culturalista, con obras como Museo de cera (1974) y Los decorados del olvido (2003)—, Félix de Azúa (1944) —autor de una poesía fría y hermética,
como en Cepo para nutria (1968) y Lengua de cal (1972), y una novela autobiográfica,
Historia de un idiota contada por él mismo (1986)— y Antonio Martínez Sarrión
(1939) —poeta revolucionario que adopta las nuevas tendencias vanguardistas de la
Generación de 1968, como en Teatro de operaciones (1967) y Pautas para conjurados (1970).
El teatro de la Generación de 1968, alejado del realismo social y los cauces comerciales
y convencionales, experimenta con nuevas fórmulas dramáticas (vanguardismo,
absurdo, underground, ―cámara negra‖ o pobreza de decorados…) en busca de formas
de expresión más innovadoras, pese a sufrir la constante censura franquista. En los
primeros años de la década de 1970 se desarrolla el llamado ―Nuevo Teatro Español‖,
heredero remoto del teatro de vanguardia de comienzos del siglo XX, que se difunde a
través de revistas como ―Pipirijaina‖ o ―Primer Acto‖ y que no siempre llega a los
escenarios (muchas de estas obras se estrenaron años más tarde de su publicación).
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
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La figura más destacada dentro del Nuevo Teatro Español es
Francisco Nieva (1924), quien divide su producción dramática
en dos grandes grupos: por un lado, un ―teatro furioso‖, drama
de pasiones turbulentas próximo a la tragedia, al que
pertenecen obras como Es bueno no tener cabeza (1971), Pelo de tormenta (1972), La carroza de plomo candente (1972), El combate de Ópalos y Tasia (1972), El buscón (1972), El fandango asombroso (1973), Coronada y el toro (1974),
Nosferatu (1975) y La paz (1977); por otro lado, un ―teatro de
farsa y calamidad‖, parodia de la comedia convencional,
compuesto por obras como El maravilloso catarro de Lord Bashaville (1971), Funeral y Pasacalle (1971), Tórtolas,
crepúsculo y... telón (1972), El rayo colgado (1975), El paño de injurias (1975), El baile de los ardientes (1975), Delirio del amor hostil (1978), El corazón acelerado (1979),
Malditas sean Coronada y sus hijas (1980), La señora Tártara (1980), Las aventuras de Tirante el Blanco (1987) y Los españoles bajo tierra (1988).
Otros autores destacados de este nuevo teatro independiente son José Ruibal (1925-
1999) —autor de obras breves como La secretaria (1968), El Supergerente (1968) y Los ojos (1968) y otras más extensas como El hombre y la mosca (1968) y La máquina de pedir (1969)—, Luis Riaza (1925) —autor de Los muñecos (1968), Las jaulas (1970), El desván de los machos y el sótano de las hembras (1974) y El palacio de los monos (1977)—, Miguel Romero Esteo (1930) —autor de Pizzicato irrisorio y gran pavana de lechuzos (1961), Pontifical (1966), Paraphernalia de la olla podrida, la misericordia y la mucha consolación (1971), Fiestas gordas del vino y el tocino (1973) y Tartessos (1983)—, Manuel Martínez Mediero (1938) —creador de un teatro simbólico y
humorista, como en El último gallinero (1968), Las hermanas de Búfalo Bill (1971), El automóvil (1973) y El bebé furioso (1974)—, Ángel García Pintado (1940) —autor de
Laxante para todos (1973)—, Alberto Miralles (1940-2004) —autor de un teatro
desmitificador y crítico, como El trino del diablo (1981) y La fiesta de los locos (1984)—, José María Bellido (1922-1992) —autor de un teatro alegórico-crítico
abierto a las tendencias vanguardistas, como Los relojes de cera (1967) y Milagro en Londres (1972)— y Antonio Martínez Ballesteros (1929) —cuyas obras atacan y
desenmascaran la corrupción de la sociedad de posguerra, como Orestiada 39 (1960),
El camaleón (1967), Farsas contemporáneas (1969) y Volverán banderas victoriosas (1977).
19.7. Literatura de la democracia
La muerte de Franco y la instauración de la democracia en España a finales de la
década de 1970 suponen el fin de la literatura experimental de posguerra y el
surgimiento de una serie de subgéneros narrativos que hasta entonces se habían
Francisco Nieva
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
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considerado menores: novela negra, histórica, erótica, rosa, psicológica, de memorias,
etc. Esta nueva narrativa, que ya había empezado a ser cultivada por algunos de los
autores de la Generación de 1968, recibe entonces las aportaciones de escritores que se
expresan en un nuevo marco de libertad, entre los que destacan Fernando Arrabal,
Jorge Semprún, Alonso Zamora Vicente, José Luis Castillo-Puche, Raúl Guerra
Garrido, Miguel Espinosa, Juan García Hortelano, Antonio Prieto y Germán Sánchez
Espeso.
El novelista, dramaturgo y poeta Fernando Arrabal (1932), pese
a la calidad de su obra literaria, es recordado especialmente por
su carácter excéntrico y provocador, como cuando en 1989 se
presentó completamente borracho al programa de tertulias ―El
mundo por montera‖, presentado por Fernando Sánchez Dragó,
que aquel día trataba el tema del mileniarismo. Arrabal se
introdujo en el mundo de la narración con Baal Babilonia (1959),
en la que sublima sus demonios personales. Durante la dictadura
franquista, fue uno de los pocos intelectuales que se atrevió a
enfrentarse abiertamente al Régimen, como demuestra en su
Carta al General Franco (1971), publicada en vida del dictador. Con La torre herida por el rayo (1983), original novela centrada en el mundo del ajedrez, Arrabal alcanzó
fama como gran narrador, reconocimiento que tuvo su continuación en La virgen roja
(1986), La hija de King Kong (1988), La extravagante cruzada de un castrado enamorado (1990), El mono (1994) y Ceremonia por un teniente abandonado (1998).
Como dramaturgo, Arrabal es el creador de un teatro innovador, revolucionario y en
ocasiones polémico en el que, bajo el caos aparente, laten inquietudes políticas,
religiosas o humanas de verdadera trascendencia; algunas de las obras más destacadas
dentro de su extensa producción dramática son Picnic (1952), El triciclo (1953), El arquitecto y el emperador de Asiria (1966), El laberinto (1967), La torre de Babel (Oye, Patria, mi aflicción) (1976), Tormentos y delicias de la carne (1983), Breviario de amor de un halterófilo (1987), La travesía del Imperio (1988), Róbame un billoncito (1990)
y La carga de los centauros (1990). Arrabal es también autor de un volumen de
poemas titulado Arrabalesques (1994) y ensayos originales como La dudosa luz del día
(1994), Carta al rey de España (1995) y Un esclavo llamado Cervantes (1996).
El siguiente fragmento de La torre herida por el rayo, una de las mejores novelas de
Arrabal en la que el autor mezcla su pasión por este juego con la religión y la historia,
ilustra el antagonismo profesional y personal entre los dos protagonistas (Elías Tarsis y
Marc Amary) bajo el marco del campeonato del mundo de ajedrez y una intriga
política:
Fernando Arrabal
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
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Elías Tarsis no levanta la mirada, gracias a ello sus ojos no chocan con los del «robot implacable»
que tiene frente a él. Si lo hiciera no podría reprimir el impulso de arrojar a su cara empedrada el
tablero y las piezas de ajedrez.
—Huele a asesino que apesta. Llevo ya dos meses soportando este tufo. Es un criminal…, podría
probarlo.
Claro que podría demostrarlo, pero ¿quién le escucharía? ¿A quién le interesaría verificar las
pruebas indiscutibles —según él— que ha acumulado durante un año? En realidad, ambiciona,
más que acusar y condenar a Marc Amary, vengarse de él. Por culpa de esta máquina inexorable,
de este autómata de sangre y vileza, ha sufrido la pena más negra. Cuando la recuerda siente como
si una ampolla de mercurio incandescente se paseara de su corazón a su cerebro y de su cerebro a
su corazón. Comprende que tiene que sosegarse si quiere ganar el desafío ajedrecístico comenzado
hace ya dos meses: tiene que conducir su inteligencia a través de los meandros de la acción pero
sin que la sed de venganza le desoriente.
Marc Amary, para todos, árbitros, espectadores y miembros de la federación, no es el «robot de
sangre y huesos» que pinta Tarsis, sino la imagen misma de la serenidad. Y de la Ciencia con C
mayúscula. Probablemente podría asegurar, como Leonardo da Vinci, que el pájaro es un
instrumento funcionando según las leyes matemáticas.
Tras el extraño y sensacional secuestro del ministro soviético de Asuntos Exteriores, Igor
Isvoschikov, a su paso por París, la curiosidad de la prensa por el campeonato del mundo de
ajedrez ha disminuido; sin embargo, el interés de los ajedrecistas, ahora que se vislumbra el
desenlace, alcanza su cenit. Para ellos, nada hay más hermoso que lo verdadero. El teatro del
Centro Beaubourg, marco del duelo, continúa abarrotándose ante cada partida, pero los
espectadores ahora sólo se reclutan entre los aficionados más ardientes, aquéllos para quienes las
cinco horas (¡tan breves!) que suelen durar cada una de las sesiones son instantes en los que
adivinan el perfume del asombro y el destello de la insolación, insolación que reciben como el
maná del desierto. Los mirones que invadieron la sala los primeros días seguramente ahora
prefieren seguir las pasmosas aventuras que van concibiendo y destilando con tino y parsimonia
los raptores del dignatario soviético. Terroristas, por cierto, que hacen gala de tanta pericia
epistolar como talento dramático. Un «Comité Communiste International» secuestrando a un
dirigente del Kremlin es un estreno que no puede dejar indiferente al gran teatro del mundo.
La torre herida por el rayo (1983)
Jorge Semprún (1923-2011), escritor, político y guionista de cine,
refleja en sus novelas aspectos de su propia vida, como en la
novela-reportaje El largo viaje (1963)—en la que rememora el
espantoso trayecto en tren que lo llevaría al campo de
concentración alemán de Buchenwald—, Autobiografía de Federico Sánchez (1977) —en la que describe su expulsión del
Partido Comunista— o Viviré con su nombre, morirá con el mío
(2001) —en la que narra un episodio de su estancia en
Buchenwald. Hasta 2003, Semprún escribió todas sus novelas
originalmente en francés, producto de su intensa relación con el
país galo (fue un héroe de la Resistencia durante la ocupación nazi de Francia). Su
constante preocupación política le llevó a ser nombrado Ministro de Cultura durante
el Gobierno socialista de Felipe González (1988-1991), y su marcada vocación
europeísta aparece reflejada en una recopilación de artículos, conferencias y discursos
titulada Pensar en Europa (2006).
Jorge Semprún
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
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El canario Juan José Armas Marcelo (1946) obtuvo el reconocimiento literario con su
primera novela, El camaleón sobre la alfombra (1974), a la que seguirían otras tan
destacadas como Estado de coma (1976), Calima (1978), Las naves quemadas (1982), El árbol del bien y del mal (1985), Los dioses de sí mismos (1989), Madrid, Distrito Federal (1994), Cuando éramos los mejores (1997) y Así en La Habana como en el cielo (1998).
El filólogo y novelista Alonso Zamora Vicente (1916-2006), pese a cultivar
especialmente los estudios lingüísticos, ha contribuido a la narrativa contemporánea
española con novelas tan destacadas como Mesa, sobremesa (1980) —relato complejo e
innovativo que refleja diferentes puntos de vista acerca de un mismo personaje— y
Vegas bajas (1987).
José Luis Castillo-Puche (1919-2004), pese a iniciarse en el mundo de la narración
durante la posguerra, con novelas como Con la muerte al hombro (1954) y El vengador (1956), alcanzó el reconocimiento literario a finales de la década de 1970,
con novelas existencialistas como El libro de las visiones y apariciones (1977), El amargo sabor de la retama (1979), Los murciélagos no son pájaros (1980) y Conocerás el poso de la nada (1982).
Raúl Guerra Garrido (1935) es autor de Lectura insólita del capital (1976), novela que
se adentra en el espinoso tema del secuestro de un industrial vasco por parte de un
grupo terrorista. Posteriormente, escribió otras obras destacadas como La mar es mala mujer (1987), la novela negra Tantos inocentes (1996) y Quien sueña novela (2010).
Miguel Espinosa (1926-1982), aunque poco conocido para el público general, fue un
destacado e innovador novelista, autor de obras como Escuela de mandarines (1974)
—reflejo de la decadente sociedad franquista, en la que dominan el poder, el dinero y
la corrupción de los ―mandarines‖— y La fea burguesía (1980) —crítica despiadada de
la burguesía española del franquismo.
Juan García Hortelano (1928-1992) se dio a conocer como narrador durante el periodo
del realismo social con Nuevas amistades (1959) y Tormenta de verano (1961), y
posteriormente cultivó la novela burguesa con El gran momento de Mary Tribune
(1972), aunque el reconocimiento literario le llegaría gracias a la novela paródica
Gramática parda (1982), obra a la que seguiría la colección de relatos Los archivos secretos (1988).
Antonio Prieto (1930) se dio a conocer en el mundo literario con Tres pisadas de hombre (1955) —novela de una gran fuerza expresiva y trama cautivadora—, a la que
siguieron otras obras de carácter intelectual y simbólico como Secretum (1972), Carta
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
78
sin tiempo (1975), El embajador (1988), La desatada historia del caballero Palmaverde
(1991), La plaza de la memoria (1995), Isla blanca (1997), Una y todas las guerras (2006) y La cabra de Diógenes (2011).
Germán Sánchez Espeso (1940) —tras su inicial Experimento en génesis (1967),
considerada la primera novela experimental española— es autor de una serie de
novelas que destacan por su gran sentido del humor y sus sólidas tramas, como
demuestra en Síntomas de éxodo (1976), De entre los números (1978), Narciso (1979),
En las alas de las mariposas (1985), New York Shitty (2004) y El corazón del sapo
(2007).
José María Vaz de Soto (1938) es autor de novelas tan destacadas como El infierno y la brisa (1971), El precursor (1975), la colección de relatos En esta ciudad (1990),
Despeñaperros (1988) y Perros ahorcados (2000).
El nuevo teatro independiente surgido tras la llegada de la democracia a España
potencia el elemento coreográfico, plástico, mímico o musical tanto o más que el
literario, lo que disminuye la presencia del autor tradicional. Se trata de un ―teatro de
calle‖, alejado de los escenarios convencionales. Compañías teatrales como ―TEI‖
(Teatro Experimental Independiente), ―Tábano‖ o ―Castañuela 70‖ ejemplifican esta
tendencia. En Cataluña, Albert Boadella (1943) funda en 1962 Els Joglars, grupo
teatral que en sus orígenes mostraba un componente político o nacionalista, como se
evidencia en La torna (1977) —obra en la que se critica la justicia y la pena de
muerte—, aunque posteriormente se centro en la sátira, como en Ubú president (1995)
—parodia de Jordi Pujol— o Daaalí (1999). Otros destacados grupos independientes
catalanes son Els Comediants (1971) —autores de un teatro vanguardista y creativo,
con obras como Catacroc (1973), Ceremonia inaugural y pasacalles (1975), Sol, solet (1978), Anthología (1996) y El sol d'Orient (1999)—, Dagoll Dagom (1974) —
compañía especializada en el género de la comedia musical que combina espectáculos
propios, como Antaviana (1978), con adaptaciones de dramaturgos tradicionales, como
Mar y Cel (1988)—, La Fura dels Baus (1979) —exponente del teatro urbano que
busca la integración del público en espacios abiertos, con obras como Accions (1984),
Suz/o/Suz (1985), Tier Mon (1988), Noun (1990), MTM (1994) y Manes (1996)— y La
Cubana (1980) —representante igualmente de un teatro colectivo de la calle, con
obras como Cómeme el coco, negro (1989) y Cegada de amor (1994).
19.8. Literatura de los ochenta y los noventa
Durante las décadas de 1980 y 1990, muchos escritores compaginan su actividad
literaria con la docencia y la publicación de artículos y ensayos periodísticos. Dentro
de la novela existe una gran variedad de estilos, aunque algunos rasgos literarios
comunes a esta generación de autores son el subjetivismo en la observación de la
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
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realidad, la presencia de paisajes urbanos y la búsqueda de un lector cómplice capaz de
descodificar la intertextualidad propuesta en las obras narrativas (referencias y citas de
otros libros sin necesidad de mencionar el autor).
El escritor y periodista Arturo Pérez-Reverte (1951) está
considerado como uno de los autores más influyentes de la
narrativa española contemporánea. Con su segunda novela, El maestro de esgrima (1988), alcanzó un reconocimiento público
inmediato. La tabla de Flandes (1990), un nuevo éxito editorial
de Pérez-Reverte, es una sorprendente novela policiaca
alrededor del mundo del ajedrez que mezcla historia e intriga.
Otras novelas posteriores que contribuyeron a consolidar su
fama como narrador son El club Dumas (1993), Territorio comanche (1994) —fruto de su experiencia como corresponsal
de guerra por medio mundo—, La piel del tambor (1995), El capitán Alatriste (1996) —novela histórica de aventuras que daría inicio a una exitosa
saga protagonizada por Diego Alatriste y Tenorio, un soldado veterano de los tercios
de Flandes que malvive en el Madrid del siglo XVII—, La carta esférica (2000), Cabo Trafalgar (2005), El asedio (2010) y El francotirador paciente (2013).
En el siguiente fragmento de El maestro de esgrima, Pérez-Reverte emplea la
descripción y el diálogo como elementos narrativos para contraponer las
personalidades de Jaime Astarloa (el maestro de esgrima, que representa el ideal
caballeresco y la honestidad) y su pupilo Luis de Ayala (aristócrata ocioso y hedonista):
Mucho más tarde, cuando Jaime Astarloa quiso reunir los fragmentos dispersos de la tragedia e
intentó recordar cómo había empezado todo, la primera imagen que le vino a la memoria fue la del
marqués. Y aquella galería abierta sobre los jardines del Retiro, con los primeros calores del
verano entrando a raudales por las ventanas, empujados por una luz tan cruda que obligaba a
entornar los ojos cuando hería la guarda bruñida de los floretes.
El marqués no estaba en forma; sus resoplidos recordaban los de un fuelle roto, y bajo el peto se
veía la camisa empapada en sudor. Sin duda expiaba así algún exceso nocturno de la víspera, pero
Jaime Astarloa se abstuvo, según su costumbre, de hacer comentarios inoportunos. La vida
privada de sus clientes no era asunto suyo. Se limitó a parar en tercia una pésima estocada que
habría hecho ruborizar a un aprendiz, y se tiró luego a fondo. El flexible acero italiano se curvó al
aplicar un recio botonazo sobre el pecho de su adversario.
—Tocado, Excelencia.
Luis de Ayala-Velate y Vallespín, marqués de los Alumbres, ahogó una castiza maldición
mientras se arrancaba, furioso, la careta que le protegía el rostro. Estaba congestionado, rojo por el
calor y el esfuerzo. Gruesas gotas de sudor le corrían desde el nacimiento del pelo, empapándole
las cejas y el mostacho.
—Maldita sea mi estampa, don Jaime —había un punto de humillación en la voz del aristócrata—.
¿Cómo lo consigue? Es la tercera vez en menos de un cuarto de hora que me hace morder el polvo.
Jaime Astarloa se encogió de hombros con la apropiada modestia. Cuando se quitó la careta, en la
comisura de su boca se dibujaba una suave sonrisa, bajo el bigote salpicado de hebras blancas.
—Hoy no es su mejor día, Excelencia.
Arturo Pérez-Reverte
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
80
Luis de Ayala soltó una jovial carcajada y se puso a recorrer a grandes pasos la galería adornada
con valiosos tapices flamencos y panoplias de antiguas espadas, floretes y sables. Tenía el cabello
abundante y crespo, lo que le daba cierto parecido con la melena de un león. Todo en él era vital,
exuberante: grande y fornido de cuerpo, recio vozarrón, propenso al gesto ampuloso, a los
arrebatos de pasión y de alegre camaradería. A sus cuarenta años, soltero, apuesto y —según
afirmaban— poseedor de notable fortuna, jugador e impenitente mujeriego, el marqués de los
Alumbres era el prototipo del aristócrata calavera en que tan pródiga se mostró la España del XIX:
no había leído un libro en su vida, pero podía recitar de memoria la genealogía de cualquier
caballo famoso en los hipódromos de Londres, París o Viena. En cuanto a mujeres, los escándalos
con que de vez en cuando obsequiaba a la sociedad madrileña constituían la comidilla de los
salones, siempre ávidos de novedad y murmuraciones. Llevaba los cuarenta como nadie, y la sola
mención de su nombre bastaba para evocar, entre las damas, románticos lances y pasiones
tempestuosas.
El maestro de esgrima (capítulo primero)
El jienense Antonio Muñoz Molina (1956) es una de la grandes
personalidades de la narrativa española contemporánea. Se dio a
conocer en círculos literarios con las colecciones de artículos
periodísticos El Robinson urbano (1984) y Diario del Nautilus (1985) antes de publicar su primera novela, Beatus ille (1986),
con la que dio inicio a una fructífera carrera novelística: tras su
siguiente obra, la novela policiaca El invierno en Lisboa (1987),
Muñoz Molina obtuvo el reconocimiento literario que
necesitaba para aparcar temporalmente su carrera periodística y
dedicarse por completo a la narrativa. Entre sus obras más
destacadas figuran la colección de relatos Las otras vidas (1988),
Beltenebros (1989), la novela autobiográfica El jinete polaco (1991), la novela
humorística de folletín Los misterios de Madrid (1992), Ardor guerrero (1995), la
novela corta El dueño del secreto (1994), Plenilunio (1997), Carlota Fainberg (1999),
Sefarad (2001), la colección de artículos Ventanas de Manhattan (2004), El viento de la Luna (2006) y La noche de los tiempos (2009).
El madrileño Javier Marías (1951) es uno de los principales de
narrativa española contemporáneo, con reconocimiento
nacional e internacional. Se dio a conocer como narrador con
dos novelas tempranas de inspiración norteamericana, Los dominios del lobo (1971) y Travesía del horizonte (1972). Otras
novelas destacadas de Marías son El monarca del tiempo (1978),
El siglo (1983), El hombre sentimental (1986), Todas las almas (1989), la colección de relatos cortos Mientras ellas duermen
(1990), Corazón tan blanco (1992) —obra que mezcla novela y
ensayo y que supuso la consagración definitiva de Javier Marías como escritor—,
Mañana en la batalla piensa en mí (1994), Negra espalda del tiempo (1998), Tu rostro mañana (2002) y Los enamoramientos (2011).
A. Muñoz Molina
Javier Marías
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
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Antonio Gala (1936) comenzó su carrera literaria como poeta —
Enemigo íntimo (1959)— y dramaturgo —Los verdes campos del Edén (1963), Anillos para una dama (1973), Petra regalada
(1980)—, aunque alcanzó la fama durante la década de 1990
gracias a un grupo de novelas cuyo denominador común es el
análisis de las inclinaciones eróticas de los personajes femeninos
mediante un lenguaje altamente poético: El manuscrito carmesí (1990) —su obra más conocida, novela histórica sobre el fin del
reino de Granada—, La pasión turca (1993), Más allá del jardín
(1995), La regla de tres (1996), Las afueras de Dios (1999) y El imposible olvido (2001).
Recientemente, Gala ha retomado la novela histórica con El pedestal de las estatuas
(2007). Como periodista, es recordado por una serie de artículos dedicados a su perro,
Troylo, publicados en ―El País‖ entre 1979 y 1980, recopilados bajo el título de Charlas con Troylo (1981).
Terenci Moix (1942-2003) se inició en el mundo de la narrativa
con un tipo de literatura de carácter comercial basada en la
novela histórica —La torre de los vicios capitales (1968)— y la
novela negra —El día que murió Marilyn (1969). Sin embargo,
el reconocimiento literario le llegó en la década de 1980 gracias
a dos novelas históricas basadas en el antiguo Egipto: No digas que fue un sueño (1986) y El sueño de Alejandría (1988). En sus
memorias, recogidas en la trilogía titulada El peso de la paja —
formada por El cine de los sábados (1990), El hijo de Peter Pan
(1993) y Extraño en el paraíso (1998)—, Moix declara abiertamente su condición de
homosexual, que le sirvió para ser uno de los principales valedores de la literatura gay
en España.
El siguiente fragmento de No digas que fue un sueño, novela que combina historia y
ficción para presentar los últimos días del antiguo Egipto amenazado por el
imperialismo de la todapoderosa Roma, ilustra el dolor de la emperatriz egipcia
Cleopatra al verse abandonada por el general romano Marco Antonio:
Y cuando los esclavos que esparcían los perfumes descansaban un instante, la nube artificial se
diluía. Y en medio de una breve pausa, semejante a un amanecer, surgían como un consuelo las
familiares aguas del Nilo y, surcándolas, una soberbia proa en forma de papiro. Y sobre las estrías
rosicler que el avance abría en la corriente, emergía la embarcación de Cleopatra Séptima.
¡Navegaba hacia la matriz de Egipto, la suprema majestad de Alejandría!
Entonces descubrieron los campesinos que la famosa embarcación iba de luto. Negras eran las
velas, negra la cubierta, enteramente negros los mascarones y hasta los regios estandartes. ¿No
anunciaba todo ello algún lúgubre prodigio? Hasta ayer fue una nave suntuosa, más brillante aún
que todo el oro de las minas del Sinaí, más deslumbrante que todos los colores de las columnas del
Antonio Gala
Terenci Moix
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
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templo de Amón. Fue igual que un cofre repleto de riquezas y hoy era urna para restos de difuntos.
Surcó los mares hasta la misma Roma, y hoy parecía un cuervo viejo que sólo aspirase a morir en
la ignota soledad de los desiertos.
¿Qué orden pronunciada en la lejana Alejandría destruyó el donaire de aquella galera,
disimulándolo bajo un disfraz tan negro como la nube que aplastaba los azules del Nilo?
Había sido un grito de Cleopatra. Lo pronunció con los brazos en alto cual si invocase a todas las
diosas de la venganza, fuesen griegas o egipcias:
—¡Muerte sobre mi amor ingrato! Que pongan luto a mi galera como pusieron oro cuando fui a su
encuentro. Los tesoros de Egipto deslumbraron su codicia. Que el luto de Egipto sepulte para
siempre su recuerdo. Luto en mi nave, ministros. Luto en los cielos.
Y en el propio Nilo, luto.
Y todo fueron crespones y llevaron brazales los soldados y negras túnicas las damas de la que
había sido la más amena entre las cortes. Y como un remate a la apariencia mortuoria de la galera,
negro quedó también el solemne baldaquino, custodio a su vez del trono que ocupaba la reina para
contemplar el lento transcurrir de las orillas, en navegaciones más felices.
Pero en aquel trono enlutado sólo quedaba un pañuelo azul que olvidó Cleopatra. Y éste era el
emblema de su ausencia irremplazable.
Al descubrirlo, un personaje de noble aspecto que contemplaba a los campesinos desde la cubierta
exclamó:
—Sigue sin aparecer. Se nos esconde. Y hace ya tres jornadas que zarpamos de Alejandría.
No digas que fue un sueño (Libro primero: ―Serpiente del Nilo‖)
La obra literaria del novelista y poeta Julio Llamazares (1955) se
caracteriza en su conjunto por el intimismo, la precisión
lingüística y el detallismo descriptivo. Pese a que se inicia en el
mundo de la literatura con las colecciones de poemas La lentitud de los bueyes (1979) y Memoria de la nieve (1982) —con las que
pretende rescatar la memoria colectiva, ancestral y mítica del
norte de España—, la notoriedad literaria le llegaría a
Llamazares de la mano de la ficción narrativa, género en el que
se estrena con la novela Luna de lobos (1985), una historia
centrada en los años posteriores a la Guerra Civil española que
tiene a un grupo de soldados republicanos como protagonistas.
Su siguiente novela, La lluvia amarilla (1988), es el monólogo del último habitante de
Ainielle, un pueblo abandonado del Pirineo aragonés, que rememora a través del fluir
de la ―lluvia amarilla‖ de las hojas de otoño la existencia de otros habitantes del pueblo
que lo abandonaron o murieron. En Escenas del cine mudo (1994), Llamazares refleja
su niñez a través de los recuerdos de infancia del narrador en una remota aldea minera
leonesa. Otras obras destacadas de este autor son el libro de viajes El río del olvido
(1990), el libro de relatos En mitad de ninguna parte (1995) y la novela El cielo de Madrid (2005).
Julio Llamazares
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
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Fernando Savater (1947), filósofo y novelista, destaca en el
campo del ensayo —con obras tan vitalistas e iconoclastas como
Criaturas del aire (1979), Instrucciones para olvidar el Quijote
(1985), El contenido de la felicidad (1986), Ética para Amador
(1991), Política para Amador (1992) y Las preguntas de la vida
(1999)— y el artículo periodístico —en el que Savater
demuestra su estilo agudo, incisivo e irónico. Entre sus novelas
más destacadas se encuentran Caronte aguarda (1981), El dialecto de la vida (1985), El jardín de las dudas (1993), El gran
laberinto (2005), La hermandad de la buena suerte (2008) y Los invitados de la princesa (2012).
Juan José Millás (1946) se dio a conocer como novelista con Cerbero son las sombras (1975), Visión del ahogado (1977) y El jardín vacío (1981), aunque la fama literaria le
llegaría con la novela policiaca Papel mojado (1983). Otras obras posteriores en las que
Millás demuestra sus dotes narrativas son El desorden de tu nombre (1987) —con la
que hace una incursión en la novela fantástica—, La soledad era esto (1990), Tonto, muerto, bastardo e invisible (1995), El orden alfabético (1998), No mires debajo de la cama (1999), Laura y Julio (2006) y El mundo (2007).
J. J. Benítez (1946) —firma habitual de Juan José Benítez, periodista conocido por sus
trabajos de investigación sobre ufología— destaca dentro del ámbito literario por su
popular saga de novelas fantásticas Caballo de Troya, que narran episodios en la vida
de Jesús de Nazaret a través del relato de un viajero del tiempo procedente del siglo
XX. La serie se inicia con Caballo de Troya 1: Jerusalén (1984) y tiene su epílogo en El día del relámpago (2013).
Jesús Ferrero (1952) se adentra en el mundo de la narrativa con una de las novelas más
revolucionarias y sorprendentes de la nueva literatura democrática en España: Belver Yin (1981), relato de intriga ambientado en la misteriosa China. Otras obras
posteriores, de temática igualmente exótica e histórica, son Opium (1986), Lady Pepa
(1988), Débora Blenn (1988), El efecto Doppler (1990), El último banquete (1997),
Juanelo o el hombre nuevo (2000), Las trece rosas (2003) y El hijo de Brian Jones (2012). Ferrero ha escrito también teatro —Las siete ciudades del Cíbola (1999)— y
poesía —Las noches rojas (2003).
Luis Landero (1948) alcanzó el reconocimiento literario con su primera novela, Juegos de la edad tardía (1989), feliz combinación de sentido del humor y sorpresa
argumental. Su siguiente novela, la dramática Caballeros de Fortuna (1994), confirmó
a Landero como uno de los grandes narradores de la literatura española
contemporánea, fama que se vio refrendada posteriormente con novelas como El
Fernando Savater
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
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mágico aprendiz (1998), Entre líneas: el cuento o la vida (2000) —narración a medio
camino entre el ensayo y la autobiografía— y El guitarrista (2002).
Alejandro Gándara (1957) se dio a conocer como novelista con La media distancia
(1984). Tras publicar la novela experimental El final del cielo (1990), Gándara alcanzó
el reconocimiento literario con Ciegas esperanzas (1992). Otras obras destacadas de
este autor son el ensayo Las primeras palabras de la creación (1998) y las novelas
Últimas noticias de nuestro mundo (2001) y Un amor pequeño (2004).
Rosa Montero (1951), periodista y escritora, se adentra en el mundo de la ficción
narrativa con Crónica del desamor (1979) y La función Delta (1981), aunque el éxito
literario le llegaría con la novela negra Te trataré como a una reina (1983). Otras
destacadas novelas de Rosa Montero son La hija del caníbal (1997), La loca de la casa
(2003) e Historia del Rey Transparente (2005).
Juan Madrid (1947) es uno de los más destacados autores de novela negra y policiaca
de la literatura española contemporánea, como demuestra con títulos como Un beso de amigo (1980), Las apariencias no engañan (1982), Nada que hacer (1984), Días contados (1993), Cuartos oscuros (1993) y Los hombres mojados no temen la lluvia
(2013). Madrid es también autor de guiones de cine —como los de la conocida serie
policial de televisión Brigada Central, basada en una serie de novelas publicadas entre
1989 y 1990— y obras que combinan el ensayo y el reportaje periodístico —como La mano negra (1998).
Almudena Grandes (1960) saltó a la popularidad literaria con su novela erótica Las edades de Lulú (1989), a la que siguieron Te llamaré Viernes (1991), Malena es un nombre de tango (1994), la colección de relatos Modelos de mujer (1996), Atlas de geografía humana (1998), Los aires difíciles (2002) e Inés y la alegría (2010).
Esther Tusquets (1936-2012) se inicia en el ámbito narrativo con la trilogía de novelas
El mismo mar de todos los veranos (1978), El amor es un juego solitario (1979) y
Varada tras el último naufragio (1980), en las que denuncia la frustrada y reprimida
burguesía catalana. Posteriormente, Tusquets confirmó sus grandes dotes como
narradora con la novela de carácter autobiográfico Para no volver (1985), la colección
de relatos La niña lunática y otros cuentos (1996) y la novela de temática homosexual
Con la miel en los labios (1997).
Enrique Vila-Matas (1948) se inició en el mundo de la narración con Impostura (1984),
aunque la novela que le daría a conocer sería Historia abreviada de la literatura portátil (1985), mezcla de ensayo y ficción. Otras narraciones posteriores incluyen
Una casa para siempre (1988), Suicidios ejemplares (1991), El viaje vertical (1999),
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Bartleby y compañía (2001), El mal de Montano (2002) —la mejor novela de Vila-
Matas—, Doctor Pasavento (2005) y Dublinesca (2010).
José Luis Sampedro (1917-2013) alcanzó la fama como novelista en la década de 1980
con Octubre, cctubre (1981), La sonrisa etrusca (1985) —su novela más conocida— y
La vieja sirena (1990). Posteriormente, Sampedro publicaría otras destacadas novelas,
como Real Sitio (1993) y El amante lesbiano (2000).
Manuel Vicent (1936) alcanzó el reconocimiento literario con su primera novela,
Pascua y naranjas (1966), a la que siguieron otras tan destacadas como Balada de Caín
(1987), el libro de memorias Tranvía a la Malvarrosa (1994) y Son de mar (1999).
Fernando Sánchez Dragó (1936) alcanzó la popularidad literaria gracias a Gárgoris y Habidis (1978), una polémica historia mítica de España, a la que siguieron novelas de
éxito como El camino del corazón (1990), La prueba del laberinto (1992), El Sendero de la Mano Izquierda (2002) y Muertes paralelas (2006).
Andrés Berlanga (1941) publicó su primera novela, Pólvora mojada (1972), antes de
escribir su obra más conocida, La gaznápira (1984), crítica de la dictadura franquista
ambientada en el ya desaparecido pueblo aragonés de Monchel.
Luis Carandell (1929-2002), periodista y escritor, escribió obras llenas de sentido del
humor, como Celtiberia Show (1998) y La familia cortés. Manual de la vieja urbanidad
(2001).
José Antonio Gabriel y Galán (1940-1993) se adentró en el género narrativo en las
postrimerías del franquismo con Punto de referencia (1970), novela a las que siguieron
otras como La memoria cautiva (1981), A salto de mata (1981), El bobo ilustrado
(1986), la novela infantil La grandeza de Tito (1988) y Muchos años después (1991).
Eduardo Haro Tecglen (1924-2005), periodista y ensayista, es autor de innumerables
artículos periodísticos y varios libros de memorias, como El niño republicano (1996),
Hijo del siglo (1998) y El refugio (1999).
El filólogo Fernando Lázaro Carreter (1923-2004) defendió el buen uso de la lengua
española en multitud de ensayos y artículos, recogidos muchos de ellos en su obra
clásica El dardo en la palabra (1997).
Josefina Aldecoa (1926-2011), esposa de Ignacio Aldecoa —de quien adoptó el
apellido tras su muerte como nombre literario—, es autora de novelas como Los niños de la guerra (1983), La enredadera (1984), Porque éramos jóvenes (1986), El vergel
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
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(1988), Historia de una maestra (1990), Mujeres de negro (1994), La fuerza del destino
(1997), El enigma (2002) y En la distancia (2004).
Con el gaditano Fernando Quiñones (1930-1998) se produce un resurgir de la
narrativa andaluza en las décadas de 1980 y 1990, con novelas tan destacadas como
Las mil noches de Hortensia Romero (1979), La canción del pirata (1983) o La visita
(1998) y la colección de relatos Viento sur (1987).
Carlos Pujol (1937-2012) se dio a conocer como narrador a una edad tardía con
novelas fascinantes como La sombra del tiempo (1981), Un viaje a España (1983), El lugar del aire (1984), Es otoño en Crimea (1985), La noche más lejana (1986) y Jardín inglés (1987).
José María Merino (1941) se dio a conocer dentro del género narrativo con Novela de Andrés Choz (1976), a la que siguieron otras como El caldero de oro (1981), La orilla oscura (1985), El oro de los sueños (1986), La tierra del tiempo perdido (1987), Las lágrimas del sol (1989), El centro del aire (1991), Los trenes del verano - No soy un libro (1993), Las visiones de Lucrecia (1996), El heredero (2003) y El río del Edén
(2012). Merino es igualmente un destacado escritor de relatos fantásticos, como
Cuentos del reino secreto (1982), El viajero perdido (1990) y Cuentos del Barrio del Refugio (1994).
Julián Ríos (1941) alcanza los límites de la experimentación vanguardista con Larva
(1983), novela metaliteraria en la que el aparente caos verbal —intertextualidad,
aforismos, equivalencias fonéticas en otras lenguas, juegos de palabras, deformaciones
de conceptos— da lugar a una estructura narrativa sólida. Otras obras posteriores de
Ríos incluyen Poundemonium (1986), Amores que atan o Belles Lettres (1995) y
Cortejo de sombras (2008).
Soledad Puértolas (1947), tras iniciarse en la narrativa con novelas como El bandido doblemente armado (1980) y Burdeos (1986), alcanzó el reconocimiento literario con
Todos mienten (1988) —crónica frívola del Madrid contemporáneo— y Queda la noche (1989) —historia de agentes secretos. Otras obras posteriores de Soledad
Puértolas son las novelas La vida oculta (1993), Si al atardecer llegara el mensajero
(1995) y Recuerdos de otra persona (1996), además de Adiós a las novias (2000),
colección de relatos acerca de mujeres de clase media unidas por sus relaciones con los
hombres.
La periodista y escritora Cristina Fernández Cubas (1945), cuya producción novelística
se inicia con El año de Gracia (1985), es autora de una destacada colección de cuentos
titulada Con Agatha en Estambul (1994), que giran en torno a la condición femenina y
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
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las relaciones de parejas. Con Parientes pobres del diablo (2006), Fernández Cubas se
consolida como una de las más destacadas cultivadoras del relato breve en la literatura
española contemporánea.
Javier García Sánchez (1955) alcanzó el reconocimiento literario durante la década de
1980 con las novelas La dama del viento sur (1985) y Última carta de amor de Carolina von Günderrode a Bettina Brentano (1987) —recreación romántica de la novela
sentimental. García Sánchez es también autor de otras obras narrativas destacadas,
como La historia más triste (1992), Dios se ha ido (2003) y Júrame que no fue un sueño
(2009).
Manuel de Lope (1949) se adentró tardíamente en el mundo de la narrativa con la
novela Octubre en el menú (1992), a la que siguieron otras como Bella en las tinieblas (1997), Las perlas peregrinas (1998), La sangre ajena (2000) y Otras islas (2009).
Miguel Sánchez-Ostiz (1950) se inició como novelista con Los papeles del ilusionista
(1982), El pasaje de la luna (1984), La quinta del americano (1987) y Tánger Bar (1987),
aunque el reconocimiento literario le llegaría gracias a La gran ilusión (1989), novela a
la que seguirían otras como Un infierno en el jardín (1995), La caja china (1996), No existe tal lugar (1997) y La nave de Baco (2004).
Manuel Hidalgo (1953), periodista y escritor especializado en temas de cine, es autor
de destacadas novelas como El pecador impecable (1986), Azucena, que juega al tenis (1988), Días de agosto (2000) y Lo que el aire mueve (2008).
La lista interminable de narradores españoles con obras destacadas en las décadas de
1980 y 1990 se puede completar con escritores como Lourdes Ortiz (1943) —autora de
la novela histórica Urraca (1982), ambientada en la Edad Media—, Paloma Díaz-Mas
(1954) —que trata con humor temas medievales en El rapto del Santo Grial (1984)—,
Adelaida García Morales (1945) —autora de la novela corta El sur (1985), en la que se
basó la película homónima de Víctor Erice—, Javier Tomeo (1932-2013) —Amado monstruo (1985)—, Eduardo Alonso (1944) —Los jardines de Aranjuez (1986)—, Juan
Eslava Galán (1948) —autor de la novela histórica En busca del unicornio (1987)—,
Juan Pedro Aparicio (1941) —Retratos de ambigú (1989)—, Andrés Trapiello (1953)
—El buque fantasma (1992)—, Ignacio Martínez de Pisón (1960) —Nuevo plano de la ciudad secreta (1992)—, Martín Casariego (1962) —Y decirte alguna estupidez, por ejemplo, te quiero (1995)—, Marina Mayoral (1942) —una de las voces femeninas más
destacadas de la narrativa española contemporánea, con novelas como Dar la vida y el alma (1996)—, Pedro Maestre (1967) —Matando dinosaurios con tirachinas (1996)—
e Isaac Montero (1936-2008) —autor de Pájaro en una tormenta (1984), Señales de
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humo (1988) y una de las mejores novelas españolas de la década de 1990: Ladrón de lunas (1999).
Por lo que respecta a la poesía, las características definitorias de los autores líricos
durante las décadas de 1980 y 1990 son el intimismo, el neorromanticismo, la
presencia de un lenguaje coloquial y narrativo y el empleo de elementos humorísticos
e irónicos. Algunos de los poetas más destacados de esta generación son Carlos Marzal
(1961), Julio Llamazares (1955), Fernando de Villena (1956), Luis García Montero
(1958), Felipe Benítez Reyes (1960), Luis Martínez de Merlo (1955), Vicente Gallego
(1963), José Carlos Cataño (1954), Benjamín Prado (1961), Jon Juaristi (1951),
Fernando Beltrán (1956), Julio Martínez Mesanza (1955), José Gutiérrez (1955), Juan
Lamillar (1957), Abelardo Linares (1952), Eduardo Haro Ibars (1948-1988), Andrés
Trapiello (1953), Juan Manuel Bonet (1953), Ángel Guache (1950) y Andrés Sánchez
Robayna (1952). Por otro lado, se produce en estos años un impresionante auge de la
lírica femenina española, con poetas como Ana Rossetti (1950), Aurora Luque (1962),
Rosa Romojaro (1948), Amalia Bautista (1962), Blanca Andreu (1959), Juana Castro
(1945), Amparo Amorós (1950), Luisa Castro (1966), Almudena Guzmán (1964), María
Sanz (1956), Mercedes Escolano (1964), Concha García (1956), Lola Velasco (1961) e
Inmaculada Mengíbar (1962).
El poeta Carlos Marzal (1961) es uno de los principales representantes de la lírica
española en las décadas de 1980 y 1990. En su poesía, Marzal lleva a cabo un recorrido
burlón e irónico por la realidad vivida, con una rima decadente. Algunos de sus
principales libros de poemas son El último de la fiesta (1987), Los países nocturnos (1996), Metales pesados (2001) y Fuera de mí (2004).
La poeta y novelista gaditana Ana Rossetti (1950) —cuyo verdadero nombre es Ana
Bueno de la Peña— revolucionó el panorama literario español en la década de 1980
con una poesía cargada de erotismo, esteticismo y culteranismo, como demuestra en
Los devaneos de Erato (1980) y Devocionario (1985). Dentro del mismo estilo
transgresor, Rossetti publica Plumas de España (1988) —novela de homosexuales y
travestis cargada de gracia, humor y erotismo— y Alevosías (1991) —Premio ―La
Sonrisa Vertical‖ de novela erótica.
La obra de la poeta y traductora Aurora Luque (1962) se caracteriza por la presencia
constante de referencias clásicas, como en los poemarios Hiperiónida (1982),
Problemas de doblaje (1989) y Camaradas de Ícaro (2003).
Durante la década de 1980 se produce una vuelta al teatro de autor, que convive con
el teatro independiente surgido durante la transición democrática. Algunos de los
dramaturgos más representativos de este periodo son José Sanchis Sinisterra (1940) —
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
89
autor de Ñaque, o de piojos y actores (1980), que recrea la comedia del Siglo de Oro, y
¡Ay, Carmela! (1987), su obra más conocida, ambientada en la Guerra Civil—, José
Luis Alonso de Santos (1942) —autor de dramas urbanos como La estanquera de Vallecas (1981) y Bajarse al moro (1985)—, Fernando Fernán Gómez (1921-2007) —
actor que destacó igualmente como dramaturgo, con obras tan exitosas como Las bicicletas son para el verano (1982), y narrador, con la novela El viaje a ninguna parte
(1985)—, Fermín Cabal (1948) —que retrata las miserias del boxeo en ¡Esta noche, gran velada! (1983) y la corrupción de la izquierda en el poder en Castillos en el aire
(1995)—, Juan Antonio Hormigón (1943) —autor de Excluida del paraíso (1990), Esto es amor y lo demás... (1990) y Batalla en la residencia (1990)—, Eduardo Ladrón de
Guevara (1943) —más conocido por ser el guionista original de la exitosa serie de
televisión Cuéntame cómo pasó (2001), es autor de destacadas obras de teatro como
Cosa de dos (1986)—, Alfonso Vallejo (1943) —autor de El cero transparente (1979) y
A tumba abierta (1988)—, Luis Matilla (1938) —autor de Ejercicios para equilibristas (1982)—, Jerónimo López Mozo (1942) —autor de Los personajes del drama (1987) y
Ahlán (1997)—, Ignacio Amestoy (1947) —autor de Ederra (1981) y Chocolate para desayunar (2001)—, Ernesto Caballero (1958) —creador de Auto (1992) y Rezagados (1995)—, Ana Diosdado (1938) —actriz y dramaturga, con obras como Cuplé (1986),
Los ochenta son nuestros (1988), Camino de plata (1988) y Cristal de Bohemia
(1994)—, Paloma Pedrero (1957) —autora de La llamada de Lauren (1984), Invierno de luna alegre (1985), El color de agosto (1987) y Una estrella (1990)—, Lidia Falcón
(1935) —autora de Tres idiotas españolas (1987), monólogos de mujeres que hablan de
sus problemas en la sociedad moderna—, Concha Romero (1945) —autora de Un olor a ámbar (1983) y Un maldito beso (1989) e Ignacio García May (1965) —autor de
Alesio, una comedia de tiempos pasados (1987) y Los vivos y los muertos (2000).
19.9. Literatura del siglo XXI
Con el cambio de siglo, una nueva hornada de jóvenes escritores, que publicaron sus
primeras obras alrededor de 1995, está tomando el relevo de los autores más
consagrados de la literatura española. A continuación se incluyen algunos de los
nombres más destacados:
Juan Manuel de Prada (1970) se dio a conocer literariamente
con las colecciones de relatos Coños (1994) y El silencio del patinador (1995). En la monumental novela Las máscaras del héroe (1996), recrea el ambiente bohemio del Madrid de
principios de siglo, con anécdotas literarias y gamberradas más o
menos ficticias protagonizadas por algunos de los principales
artistas de la época: Gómez de la Serna, Dalí, Buñuel, etc. Con la
novela de intriga La tempestad (1997), Prada se instala
definitivamente en la senda del éxito narrativo, que continuaría
Juan Manuel de Prada
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
90
con Las esquinas del aire (2000), La vida invisible (2003), El séptimo velo (2007) y Me hallará la muerte (2012). Debido a la frecuente intertextualidad en sus novelas
(apropiación de pequeños textos de otros autores), Prada se ha visto obligado en
ocasiones a justificar su postura acerca del plagio y la originalidad literaria (que, según
él, no existe en la literatura actual, pues todo está ya inventado por los autores
clásicos).
Espido Freire (1974) —nombre habitual con el que firma sus
obras María Laura Espido Freire— es una de las más
prominentes novelistas españolas contemporáneas. Con su
primera novela, Irlanda (1998), obtuvo un reconocimiento
literario inmediato al conquistar el prestigioso Premio Planeta.
Otras novelas destacadas de Espido Freire son Donde siempre es octubre (1999), Melocotones helados (1999), Nos espera la noche (2003) y Soria Moria (2007). La escritora bilbaína es
también autora de colecciones de relatos —Cuentos malvados (2003), El tiempo huye (2006)— y ensayos —Querida Jane, querida Charlotte (2004).
Carlos Ruiz Zafón (1964) se dio a conocer con la trilogía de novelas El príncipe de la niebla (1993), El palacio de la medianoche (1994) y Las luces de septiembre (1995),
aunque alcanzó un reconocimiento internacional inusitado con La sombra del viento
(2001), ambientada en una Barcelona de posguerra misteriosa y gótica. Posteriormente,
Ruiz Zafón ha escrito otras novelas de éxito como El juego del ángel (2008) y El prisionero del cielo (2011).
El periodista y escritor Javier Sierra (1971) se ha especializado en la creación de
novelas históricas que tienen como propósito resolver antiguos misterios mediante
una documentada investigación. En este sentido, destaca su novela La cena secreta
(2006), que ha sido traducida a múltiples idiomas y que ha entrado en el Top Ten de la
lista de libros más vendidos en Estados Unidos, elaborada por ―The New York Times‖.
Otras novelas destacadas de Sierra son La dama azul (1998) y El ángel perdido (2011).
Javier Cercas (1962) es autor de la exitosa novela Soldados de Salamina (2001), que
presenta, alrededor de la figura de un escritor falangista, un género narrativo
intermedio entre la ficción, el reportaje y la metaliteratura. Con sus siguientes novelas,
La velocidad de la luz (2005) y Anatomía de un instante (2009), Cercas confirmó su
calidad como narrador.
Santiago Posteguillo (1957) ha alcanzado fama gracias a una serie de novelas cuya
acción transcurre en la antigua Roma: Africanus: el hijo del cónsul (2006), Las
Espido Freire
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
91
legiones malditas (2008), La traición de Roma (2009), Los asesinos del emperador
(2011), Circo Máximo (2013).
Juan Gómez-Jurado (1977) es uno de los escritores jóvenes más prometedores de la
nueva narrativa española. Se dio a conocer literariamente con un par de novelas, Espía de Dios (2006) y Contrato con Dios (2007), que mezclan dos de los temas de mayor
popularidad en la ficción contemporánea: misterio y religión. Posteriormente,
Gómez-Jurado escribió El emblema del traidor (2008) y La leyenda del ladrón (2012).
José Ángel Mañas (1971) se dio a conocer como narrador con Historias del Kronen
(1994), novela de culto que refleja el estilo de vida de un grupo de jóvenes de clase
media alta cuyos únicos alicientes son el alcohol, las drogas, el sexo y todo aquello que
implique violencia. En su siguiente publicación, Mensaka (1995), Mañas reincide en el
tema del desencanto social en la España de los 90. Otras novelas destacadas de este
autor son Soy un escritor frustrado (1996), Ciudad Rayada (1998), Sonko95 (1999),
Mundo Burbuja (2001), Caso Karen (2005) y El secreto del Oráculo (2007).
Antonio Soler (1956) se dio a conocer con su primera novela, Modelo de pasión (1993),
antes de alcanzar el reconocimiento literario con Los héroes de la frontera (1995), Las bailarinas muertas (1996) y El nombre que ahora digo (1999). Ya dentro del siglo XXI,
Soler se confirmó como un gran narrador gracias a la exitosa El camino de los ingleses (2004).
La periodista y escritora Ángeles Caso (1959), tras una larga carrera como
presentadora de televisión y radio, se dio a conocer como novelista con El peso de las sombras (1994) y alcanzó fama literaria con las aclamadas Un largo silencio (2000) y
Contra el viento (2009).
Lorenzo Silva (1966) se dio a conocer como narrador con La flaqueza del bolchevique
(1997) y El lejano país de los estanques (1998), y triunfó con la novela policiaca El alquimista impaciente (2000), obra a la que seguirían el libro de relatos El déspota adolescente (2003) y las novelas Carta blanca (2004) y La marca del meridiano (2012).
Benjamín Prado (1961) se introdujo en el mundo de la narrativa con Raro (1995),
novela a la que siguieron Nunca le des la mano a un pistolero zurdo (1996), Alguien se acerca (1998), No sólo el fuego (1999) y La nieve está vacía (2000). Prado es también
un destacado poeta, autor de obras como Cobijo contra la tormenta (1995) y Marea humana (2006).
Juan Antonio Bueno Álvarez (1961) se dio a conocer como novelista con La verdad inútil (1999), aunque alcanzó el reconocimiento literario con El último viaje de Eliseo
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
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Guzmán (2001), que narra los últimos días de un soberbio terrateniente andaluz,
resentido por la Guerra Civil y por haber fracasado en su férreo control sobre sus hijos.
Con La noche marcada (2006), Bueno Álvarez vuelve a demostrar su tremenda
facilidad para los diálogos y el monólogo interior.
Belén Gopegui (1963) sorprendió con su primera novela, La escala de los mapas (1993),
a la que siguió Tocarnos la cara (1995) y su obra más conocida, La conquista del aire
(1998), ensayo sociológico acerca de la lucha diaria del individuo por ―conquistar el
aire‖ de la supervivencia.
Lucía Etxebarría (1966) se inició en el mundo de la novela con una obra polémica,
Amor, curiosidad, prozac y dudas (1997) —recibió acusaciones de plagio de las que la
autora se defendió reivindicando el derecho a la intertextualidad—, aunque con
Beatriz y los cuerpos celestes (1998) obtuvo el reconocimiento necesario para
continuar su carrera literaria, con novelas como De todo lo visible y lo invisible (2001)
y Un milagro en equilibrio (2004).
Rosa Regàs (1933) se dio a conocer como novelista con Azul (1994), a la que siguieron
otras novelas de éxito como Luna Lunera (1999), La Canción de Dorotea (2001) y
Música de cámara (2013).
El veterano novelista Manuel Longares (1943), que se dio a conocer con La novela del corsé (1979), Soldaditos de Pavía (1984) y Operación Primavera (1992), se consagraría
finalmente con Romanticismo (2001), extensa novela ―rosa‖ sobre la alta burguesía
madrileña del barrio de Salamanca entre los últimos años del franquismo y el inicio de
la democracia. Longares también ha demostrado su habilidad para el relato corto, con
colecciones como Las cuatro esquinas (2011).
Ray Loriga (1967), que alcanzó el reconocimiento literario con sus primeras novelas,
Lo peor de todo (1992) y Héroes (1993), ha colaborado también en guiones
cinematográficos.
Manuel Rivas (1957) desarrolla toda su producción literaria en gallego, su lengua natal,
aunque él mismo se encarga posteriormente de traducir sus obras al español. Se dio a
conocer como narrador con la colección de relatos titulada ¿Qué me quieres, amor?
(1996), a la que siguió Las llamadas perdidas (2002). Rivas es también autor de
destacadas novelas, como Bala perdida (1997), El lápiz del carpintero (1998) y Todo es silencio (2010).
Andrés Barba (1975), uno de los jóvenes narradores españoles con mayor proyección
literaria, es autor de novelas como El hueso que más duele (1997), La hermana de
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
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Katia (2001), Las manos pequeñas (2008), Agosto, Octubre (2010) y Muerte de un caballo (2011).
Unai Elorriaga (1973), autor de novelas en euskera que posteriormente él mismo
traduce al español, se dio a conocer como narrador con Un tranvía en SP (2001),
novela a la que siguieron El pelo de Van't Hoff (2003), Vredaman (2005) y Londres es de cartón (2009).
Ramiro Pinilla (1923) se dio a conocer como novelista con Las ciegas hormigas (1960),
aunque alcanzó el reconocimiento literario mucho más tarde gracias a una trilogía
sobre la historia reciente del País Vasco titulada Verdes valles, colinas rojas, formada
por las novelas La tierra convulsa (2004), Los cuerpos desnudos (2005) y Las cenizas del hierro (2005).
Laura Gallego (1977) es una destacada escritora de literatura infantil y juvenil, con
novelas como Finis Mundi (1999), El valle de los lobos (2000), La maldición del Maestro (2002), la trilogía Memorias de Idhún (2004-2006) y Donde los árboles cantan
(2011).
Otros destacados autores de la nueva literatura del siglo XXI son Jesús Carrasco (1972)
—que obtuvo un éxito inmediato con su primera obra, la novela rural Intemperie
(2013)—, Antonio Salas (1967) —pseudónimo de un periodista de investigación que se
ve obligado a mantener el anonimato debido a sus obras de denuncia de asociaciones
criminales, como la exitosa novela-reportaje Diario de un skin (2003)—, Clara
Sánchez (1955) —autora de Desde el mirador (1996), Últimas noticias del paraíso
(2000) y la novela de terror psicológico Lo que esconde tu nombre (2010)—, Juan
Bonilla (1966) —autor de Los príncipes nubios (2003)—, Gonzalo Hidalgo Bayal (1950)
—escritor veterano que logró el reconocimiento literario al comienzo del siglo XXI
con la novela simbolista Paradoja del interventor (2004) y El espíritu áspero (2009)—,
Gustavo Martín Garzo (1948) —autor de El lenguaje de las fuentes (1993), Marea oculta (1993), Las historias de Marta y Fernando (1999) y Mi querida Eva (2006)—,
Agustín Fernández Mallo (1967) —poeta narrador, creador del llamado ―Proyecto
Nocilla‖, trilogía de novelas sin principio ni fin formadas por capítulos de contenidos
diversos: Nocilla Dream (2006), Nocilla Experience (2008) y Nocilla Lab (2009)—,
Luisa Castro (1966) —poeta novelista autora de La segunda mujer (2006)—, Eugenia
Rico (1972) —autora de La muerte blanca (2002) y La edad secreta (2004)—, Juan
Gracia (1966) —autor de Todo da igual (1999)—, Gabriela Bustelo (1962) —autora de
Veo, veo (1996)—, José Antonio Marina (1939) —autor del ensayo filosófico Elogio y refutación del ingenio (1992)— y Jon Juaristi (1951) —autor del ensayo sociopolítico El bucle melancólico. Historias de nacionalistas vascos (1997).
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
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Resumen
Pese al estallido de la Guerra Civil española, se desarrolló durante el periodo de lucha
y la posguerra una producción literaria continuada gracias a una serie de autores
agrupados bajo la etiqueta de ―Generación del 36‖, cuyas obras reflejan en mayor o
menor medida las consecuencias del conflicto bélico. Entre los escritores más
destacados de este grupo se encuentran el poeta Miguel Hernández, los novelistas
Gonzalo Torrente Ballester, Camilo José Cela y Miguel Delibes y los dramaturgos
Antonio Buero Vallejo, Miguel Mihura y Alfonso Sastre.
La ―Generación del 50‖ agrupa a un conjunto de escritores que iniciaron su carrera
literaria en la década de 1950, una vez superadas las secuelas físicas y psicológicas que
la Guerra Civil produjo en la anterior Generación del 36. Se trata de escritores
comprometidos socialmente, que a través de sus obras denuncian las injusticias y las
miserias de la sociedad franquista. Algunos de los autores más importantes que
integran este grupo son el poeta José Hierro, los novelistas Ramón J. Sender, Ana
María Matute, Juan Marsé, Ignacio Aldecoa y Juan Goytisolo y los dramaturgos
Alfonso Paso y Lauro Olmo.
La ―Generación de 1968‖ está formada por escritores que comienzan a publicar sus
obras alrededor de esta fecha y que se alejan del realismo social de la anterior
Generación del 50. La obra clave que señala el tránsito de una a otra es la novela
Tiempo de silencio (1962), de Luis Martín-Santos. Los principales escritores que
integran este grupo son el poeta Pere Gimferrer, los novelistas Juan Benet, Manuel
Vázquez Montalbán, Francisco Umbral, Eduardo Mendoza y José Manuel Caballero
Bonald y el dramaturgo Francisco Nieva.
Tras la muerte de Franco y la transición a la democracia, los escritores españoles
pueden expresarse en un nuevo marco de libertad y se cultivan nuevos géneros que
hasta entonces se consideraban menores, como la novela negra, la novela erótica, las
memorias, etc. Dentro de la ficción narrativa, destacan los novelistas Fernando
Arrabal y Juan José Armas Marcelo. En el nuevo teatro independiente que surge tras
la llegada de la democracia a España, los autores individuales son sustituidos por
compañías teatrales, entre las que destacan las catalanas Els Joglars, Els Comediants, Dagoll Dagom y La Fura dels Baus.
Durante las décadas de 1980 y 1990 surge una nueva hornada de narradores que, en
muchos casos, compaginan su carrera literaria con el periodismo, como Arturo Pérez-
Reverte, Antonio Muñoz Molina, Antonio Gala, Terenci Moix, Fernando Savater y
Julio Llamazares. Entre los poetas, destacan Carlos Marzal y Ana Rossetti.
― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―
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Ya dentro del siglo XXI, un nuevo grupo de jóvenes escritores, que publicaron sus
primeras obras alrededor de 1995, está tomando el relevo de los autores más
consagrados de la literatura española. Entre ellos, destacan Juan Manuel de Prada,
Espido Freire, Carlos Ruiz Zafón y Javier Sierra.
Apéndice bibliográfico
La colmena (1951) [Camilo José Cela] ―La colmena‖ es una novela precursora del realismo social de los años 50 en la que Cela ofrece, a través de una
galería de tipos humanos, una narración fluida y unos diálogos realistas, un amplio panorama del Madrid de los
primeros años de la posguerra.
Café de artistas y otros cuentos (1969) [Camilo José Cela] En esta colección de narraciones, Cela no se preocupa tanto de los argumentos como de los personajes, a los que da
nombres estrafalarios y con los que critica los distintos tipos humanos.
La hoja roja (1959) [Miguel Delibes] Para escribir ―La hoja roja‖, Delibes se inspiró en la figura de su propio padre, describiendo el calvario de un
hombre en la última etapa de su vida, entre la jubilación y la muerte. Todo ello se desarrolla en una ciudad de
provincias como Valladolid, en donde la vida social y espiritual aparecen dominadas por una gran atonía.
Criaturas del aire (1979) [Fernando Savater] Savater es uno de los filósofos más influyentes de la Europa contemporánea. ―Criaturas del aire‖ es una colección
de 31 monólogos ensayísticos en los que, a través de diversos personajes de la historia y la ficción literaria, Savater
reflexiona acerca de problemas de actualidad basándose siempre en el predominio de la razón práctica.
Los niños de la guerra (1983) [Josefina Aldecoa] Libro de memorias a manera de crónica de la generación de la escritora, ilustrada por semblanzas, biografías y
comentarios literarios sobre diez narradores surgidos en los años 50.
La fuente de la edad (1986) [Luis Mateo Díez] Los miembros de una extraña cofradía rural parten en una peregrinación carnavalesca en busca de una mítica
fuente cuyas aguas, dicen, tienen propiedades virtuosas y otorgan la eterna juventud. Los personajes, en sus
estrafalarios diálogos y actitudes, rozan continuamente el esperpento. El autor emplea en ellos un lenguaje de gran
sonoridad y riqueza léxica.
La lluvia amarilla (1988) [Julio Llamazares] A través del monólogo del último habitante de un pueblo abandonado del Pirineo aragonés, que rememora la
existencia de otros vecinos que abandonaron el lugar o murieron, Llamazares ofrece una visión nostálgica y poética
del campo español que hace reflexionar sobre temas universales como la soledad, el tiempo, la muerte y la locura.