CAPÍTULO 18. LITERATURA DEL PRIMER … PDF/HALE_4.pdf― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA...

95
HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA 1 CAPÍTULO 18. LITERATURA DEL PRIMER TERCIO DEL SIGLO XX 18.1. Introducción La literatura española del primer tercio del siglo XX vive una nueva Edad de Oro gracias a cuatro movimientos literarios progresivos: el Modernismo (corriente estética de carácter romántico y antirrealista introducida en España por Rubén Darío), la Generación del 98 (movimiento idealista influido en sus orígenes por el Modernismo), el Novecentismo (corriente artística asociada a las vanguardias de comienzos del siglo XX) y la Generación del 27 (caracterizada por una estética que busca la belleza mediante la contención de los sentimientos). 18.2. Modernismo El arte y el pensamiento españoles experimentan una profunda renovación a finales del siglo XIX. En literatura, la oposición a la estética realista y naturalista da lugar a una corriente con rasgos neorrománticos, como el culto a la imaginación y la expresión de los sentimientos de rebeldía y melancolía. Los artistas de principios del siglo XX ya no pretenden reflejar la realidad, sino crear otra más atractiva o exponer su propia intimidad. La recuperación de la subjetividad en la expresión literaria, unida al deseo de alcanzar la perfección formal, es la base de un nuevo movimiento conocido como Modernismo, cuyo máximo representante en el ámbito de las letras hispánicas es el poeta nicaragüense Rubén Darío. El género literario preferido para la expresión de la estética modernista es la lírica (poesía y teatro). Cronológicamente, este nuevo movimiento literario que tuvo su origen en Hispanoaméricase extiende desde la decada de 1880 hasta el comienzo de la Primera Guerra Mundial (1914). En sus orígenes, el Modernismo surgió bajo la influencia de dos corrientes poéticas francesas: el Parnasianismo (movimiento opuesto al Romanticismo que propugnaba una poesía despersonalizada alrededor de temas clásicos y exóticos) y el Simbolismo (reacción literaria contra el Realismo y el Naturalismo personificada en autores como Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud y Paul Verlaine, que tratan de expresar los misterios ocultos del mundo mediante un lenguaje simbólico, aunque alejado del perfeccionismo formal del Parnasianismo). La estética modernista, que llegó a España en 1892 de la mano de Rubén Darío y se instaló definitivamente gracias a sus Prosas profanas (1896), se caracteriza por un deseo de reflejar la armonía y perfección de un mundo idealizado, distinto del mundo real. Los modernistas españoles buscan esta belleza sensorial en lugares lejanos y exóticos, como la Antigüedad clásica, la Edad Media y el Renacimiento, escenarios en los que aparecen princesas y héroes legendarios. Dos elementos recurrentes en la poesía modernista son el cisne (símbolo de la elegancia aristocrática) y el color azul (símbolo de la libertad). El poeta idealiza a la mujer y el amor e identifica su mundo

Transcript of CAPÍTULO 18. LITERATURA DEL PRIMER … PDF/HALE_4.pdf― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA...

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

1

CAPÍTULO 18. LITERATURA DEL PRIMER TERCIO DEL SIGLO XX

18.1. Introducción

La literatura española del primer tercio del siglo XX vive una nueva Edad de Oro

gracias a cuatro movimientos literarios progresivos: el Modernismo (corriente estética

de carácter romántico y antirrealista introducida en España por Rubén Darío), la

Generación del 98 (movimiento idealista influido en sus orígenes por el Modernismo),

el Novecentismo (corriente artística asociada a las vanguardias de comienzos del siglo

XX) y la Generación del 27 (caracterizada por una estética que busca la belleza

mediante la contención de los sentimientos).

18.2. Modernismo

El arte y el pensamiento españoles experimentan una profunda renovación a finales

del siglo XIX. En literatura, la oposición a la estética realista y naturalista da lugar a

una corriente con rasgos neorrománticos, como el culto a la imaginación y la

expresión de los sentimientos de rebeldía y melancolía. Los artistas de principios del

siglo XX ya no pretenden reflejar la realidad, sino crear otra más atractiva o exponer

su propia intimidad. La recuperación de la subjetividad en la expresión literaria, unida

al deseo de alcanzar la perfección formal, es la base de un nuevo movimiento

conocido como Modernismo, cuyo máximo representante en el ámbito de las letras

hispánicas es el poeta nicaragüense Rubén Darío. El género literario preferido para la

expresión de la estética modernista es la lírica (poesía y teatro).

Cronológicamente, este nuevo movimiento literario —que tuvo su origen en

Hispanoamérica— se extiende desde la decada de 1880 hasta el comienzo de la

Primera Guerra Mundial (1914). En sus orígenes, el Modernismo surgió bajo la

influencia de dos corrientes poéticas francesas: el Parnasianismo (movimiento opuesto

al Romanticismo que propugnaba una poesía despersonalizada alrededor de temas

clásicos y exóticos) y el Simbolismo (reacción literaria contra el Realismo y el

Naturalismo personificada en autores como Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud y

Paul Verlaine, que tratan de expresar los misterios ocultos del mundo mediante un

lenguaje simbólico, aunque alejado del perfeccionismo formal del Parnasianismo).

La estética modernista, que llegó a España en 1892 de la mano de Rubén Darío y se

instaló definitivamente gracias a sus Prosas profanas (1896), se caracteriza por un

deseo de reflejar la armonía y perfección de un mundo idealizado, distinto del mundo

real. Los modernistas españoles buscan esta belleza sensorial en lugares lejanos y

exóticos, como la Antigüedad clásica, la Edad Media y el Renacimiento, escenarios en

los que aparecen princesas y héroes legendarios. Dos elementos recurrentes en la

poesía modernista son el cisne (símbolo de la elegancia aristocrática) y el color azul

(símbolo de la libertad). El poeta idealiza a la mujer y el amor e identifica su mundo

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

2

interior con el paisaje, que refleja su propio estado de ánimo. El lenguaje poético

modernista es cuidadosamente escogido para producir efectos de musicalidad y color,

con abundancia de recursos fonéticos (onomatopeyas, aliteraciones), figuras literarias

(metáforas, sinestesias), palabras exóticas (neologismos, cultismos), adjetivación

ornamental y versos clásicos (alejandrinos, eneasílabos).

Algunos de los autores más representativos del Modernismo de principios del siglo XX

son los poetas Manuel Reina Montilla (1856-1905), Salvador Rueda (1857-1933),

Ricardo Gil (1858-1908), Manuel Machado (1874-1947), Tomás Morales (1884-1921)

y Alberto Álvarez de Cienfuegos (1885-1957), así como los dramaturgos Francisco

Villaespesa (1877-1936), Eduardo Marquina (1879-1946), Gregorio Martínez Sierra

(1881-1947) y Luis Fernández Ardavín (1892-1962). Algunos escritores estéticamente

encuadrados dentro de la Generación del 98, como Valle-Inclán, Jacinto Benavente y

Antonio Machado, cultivaron el Modernismo en sus comienzos literarios, al igual que

otros de los posteriores Novecentismo (Juan Ramón Jiménez) y Generación del 27

(Agustín de Foxá).

El malagueño Salvador Rueda (1857-1933) está considerado el

precursor del Modernismo en España y uno de los poetas más

brillantes de este movimiento literario. Sus composiciones

poéticas se caracterizan por la armonía rítmica y el colorido.

Algunas de sus obras más representativas son Renglones cortos (1880), Noventa estrofas (1883), En tropel (1892), Fuente de salud (1906), Lenguas de fuego (1908) y El milagro de América

(1929). Rueda también cultivó novelas y relatos costumbristas

de ambiente andaluz, como El gusano de luz (1889).

El dramaturgo catalán Eduardo Marquina (1879-1946) es autor

de un teatro modernista de tono poético y corte

neorromántico. Algunas de sus obras más representativas son

los drama históricos Las hijas del Cid (1908) y En Flandes se ha puesto el sol (1910) y el drama rural La ermita, la fuente y el río (1927). Marquina es recordado igualmente por ser el

autor de la primera letra oficial que tuvo la ―Marcha Real‖

(himno nacional español), por encargo de Alfonso XIII.

Salvador Rueda

Eduardo Marquina

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

3

El dramaturgo madrileño Gregorio Martínez Sierra (1881-

1947) contribuyó a renovar la técnica escenográfica española

mediante la promoción (como artista y empresario) de un

teatro modernista de tono poético. Su obra más conocida,

Canción de cuna (1911), está cargada de un sentimentalismo

que raya casi en la cursilería. El resto de la producción

dramática de Martínez Sierra —compuesta en colaboración

con su esposa, María Lejárraga— se empalaga también de

sensiblería, con comedias como La sombra del padre (1909),

Lirio entre espinas (1911), Mamá (1913), Los pastores (1913),

El reino de Dios (1916) y Don Juan de España (1921).

18.3. Generación del 98

A comienzos del siglo XX, el Modernismo procedente de Hispanoamérica coexiste en

España con la denominada Generación del 98, un grupo de escritores que se vieron

profundamente afectados por la crisis sociopolítica y moral que supuso la pérdida en

1898 de las últimas colonias españolas (Puerto Rico, Cuba, Filipinas y Guam). Sin

embargo, mientras que los modernistas tratan de evadirse de la realidad del momento

mediante la búsqueda poética de un mundo idealizado y sensual, los escritores de la

Generación del 98 reflejan temas de la actualidad española con un estilo más sobrio y

un léxico sencillo y claro, con empleo frecuente de arcaísmos para dar mayor

sensación de autenticidad y espíritu popular a sus obras. A diferencia del Modernismo,

los géneros literarios preferidos por los autores noventaiochistas son la novela y el

ensayo.

Frente al materialismo de la sociedad, los escritores de la Generación del 98 muestran

un idealismo exaltado que les lleva a amar una España distinta de la que contemplan,

en la que Castilla actúa como núcleo aglutinador y el Imperio Español del siglo XVI

representa la verdadera esencia histórica del país. Formalmente, rompen con la

tradición literaria anterior y crean nuevas formas (como la ―nivola‖ de Unamuno o el

―esperpento‖ de Valle-Inclán). Los escritores de la Generación del 98 muestran un

profundo pesimismo y una actitud crítica ante la sociedad que les toca vivir, lo que les

acerca a postulados románticos como la subjetividad y el inconformismo.

Los miembros fundadores de la Generación del 98 fueron el novelista Pío Baroja

(1872-1956), el novelista y ensayista Azorín (1873-1967) y el periodista Ramiro de

Maeztu (1875-1936), que se dieron a conocer a través de un manifiesto conjunto

publicado en 1901 en el que ofrecían una propuesta regeneracionista ante la

decadencia económica y social de España. Con anterioridad, el filósofo Ángel Ganivet

(1865-1898) había ayudado a establecer las bases literarias de este grupo mediante

escritos en los que mostraba su angustia y pesimismo ante la progresiva decadencia de

G. Martínez Sierra

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

4

España (crisis espiritual que le condujo al suicidio tras la pérdida de las colonias

españolas en 1898). Posteriormente, la nómina de escritores de la Generación del 98 se

vio incrementada con novelistas como Miguel de Unamuno (1864-1936) y Felipe

Trigo (1864-1916), poetas como Antonio Machado (1875-1939) y Enrique de Mesa

(1878-1929), dramaturgos como Ramón María del Valle-Inclán (1866-1936), Jacinto

Benavente (1866-1954), los hermanos Álvarez Quintero —Serafín (1871-1938) y

Joaquín (1873-1944)—, Carlos Arniches (1866-1943) y Pedro Muñoz Seca (1879-1936)

y filólogos como Ramón Menéndez Pidal (1869-1968).

Ramiro de Maeztu (1875-1936), periodista y miembro fundador

de la Generación del 98, se distancia de la visión idílica

castellana propia de este grupo literario en favor de la

industralización de España, llevada a cabo por hombres de

negocio. Su obra más famosa, Hacia otra España (1899), es una

recopilación de artículos periodísticos en los que Maeztu analiza

las causas de la decadencia española, critica la guerra de Cuba y

asocia el progreso a una prensa eficaz, una burocracia ágil y un

desarrollo industrial uniforme en todo el país. Otras

recopilaciones posteriores de artículos son La crisis del humanismo (1919) —crítica radical a la modernidad desde

planteamientos teológicos y contrarrevolucionarios— y Defensa de la Hispanidad

(1934) —en la que Maeztu rechaza la República y lleva a cabo una exaltación del

tradicionalismo católico y el socialismo. Entre sus ensayos literarios destacan Don Quijote, don Juan y la Celestina (1926) y La brevedad de la vida en la poesía lírica española (1935). Su militancia política de derechas condujo a su fusilamiento por

fuerzas republicanas al comienzo de la Guerra Civil española.

Felipe Trigo (1864-1916) fue un atípico novelista de la

Generación del 98, ya que compaginó su labor creativa con su

trabajo como médico rural. Su primera novela, Las ingenuas (1901), en la que relata sus peripecias en la guerra de Filipinas,

se convirtió en un éxito de ventas en España y América. A

través de una serie de relatos cortos de contenido erótico, como

La sed de amar (1903) y Del frío al fuego (1906), Trigo critica la

hipocresía y los prejuicios de la sociedad española. En su

siguiente novela de éxito, El médico rural (1912), refleja la

miseria y la ignorancia en la que viven los campesinos

extremeños. Jarrapellejos (1914), la obra más conocida de Trigo, constituye una

denuncia de los males del caciquismo en la sociedad española de la Restauración. En

pleno apogeo de su popularidad, Trigo se suició en 1916 por motivos poco claros.

Ramiro de Maeztu

Felipe Trigo

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

5

18.4. El teatro a comienzos del siglo XX

Dos vertientes bien diferenciadas dominan la escena teatral española durante el

primer tercio del siglo XX: por un lado, un teatro comercial de gran aceptación que

conserva rasgos del Realismo y del Romanticismo decimonónicos. Sus personajes

actúan sin sorprender ni escandalizar al público. Es un teatro plagado de tópicos

humanos, en el que cada cual sabe el lugar que ocupa. Dentro de esta tendencia se

inscriben el teatro poético (inspirado en el drama romántico histórico), la comedia burguesa (de estilo elegante, lenguaje natural y con una ligera intención crítica) y el

teatro costumbrista (que retrata las clases populares de forma cómica y sin ahondar en

la problemática social). Los principales representantes de este nuevo teatro comercial

son Eduardo Marquina (teatro poético), Jacinto Benavente, Carlos Arniches (autores

ambos de destacadas comedias burguesas) y los hermanos Álvarez Quintero (teatro

costumbrista). La otra gran variedad dramática que surge en el primer tercio del siglo

XX es un teatro renovador (personificado en Valle-Inclán), cuya estética novedosa y

rebeldía contra las convenciones sociales sentará las bases del moderno teatro español.

Carlos Arniches (1866-1943) fue un prolífico autor de comedias

y sainetes de estilo popular, ambientados en el Madrid de

principios del siglo XX. Su lenguaje teatral, impregnado de

humor, refleja el habla castiza madrileña, con su característico

estilo redicho y sílabas entrecortadas. Al igual que el resto de

autores de la Generación del 98, Arniches mostró en sus obras

inquietudes sociales y regeneracionistas que expresó mediante

un subgénero teatral nuevo, la ―tragedia grotesca‖, que combina

humor y situaciones dramáticas; a este género pertenecen dos de

sus obras más conocidas: La señorita de Trevélez (1916) —ataque a la juventud

burguesa, ociosa y desocupada, insensible a los sentimientos de los demás— y Es mi hombre (1921) —crítica del machismo imperante en la época. Otras obras destacadas

de Arniches son los sainetes líricos El santo de la Isidra (1898) y El amigo Melquiades (1914), las comedias La venganza de la Petra (1917) y Los caciques (1920) y la tragedia

grotesca ¡Que viene mi marido! (1918).

Carlos Arniches

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

6

Los dramaturgos Serafín Álvarez Quintero (1871-1938) y

Joaquín Álvarez Quintero (1873-1944) —popularmente

conocidos como los hermanos Álvarez Quintero, por el hecho de publicar sus obras de

forma conjunta— gozaron de gran popularidad en el primer tercio del siglo XX,

gracias sobre todo a sus comedias costumbristas andaluzas. Serafín y Joaquín son

autores de más de doscientas comedias, sainetes y zarzuelas, obras en las que la

bondad y la ternura representan los valores supremos. Al tratarse de un teatro popular

y pintoresco, las pretensiones artísticas de sus obras son más limitadas que en el resto

de autores de la Generación del 98, aunque en ellas abunda el ingenio, la frescura y los

diálogos ágiles. Dentro de la producción dramática de los hermanos Álvarez Quintero

destacan las comedias costumbristas El ojito derecho (1897), Las flores (1901), El genio alegre (1906), Las de Caín (1908), Puebla de las mujeres (1912) y Mariquilla Terremoto (1930), el drama rural Malvaloca (1912) —su obra de mayor éxito—, los

sainetes El patio (1901) y Mañana de sol (1905), la zarzuela La reina mora (1903) y las

comedias El genio alegre (1906) y Amores y amoríos (1908).

Pedro Muñoz Seca (1879-1936), dramaturgo de la Generación

del 98, es el mejor representante de la parodia, subgénero teatral

que ofrece una visión cómica y satírica del drama clásico.

Muñoz Seca fue el creador de un tipo de teatro paródico

conocido como astracán, farsa chabacana que se propone hacer

reír al espectador a toda costa mediante situaciones disparatadas

y juegos de palabras. A este nuevo género teatral pertenece su

comedia más conocida, La venganza de don Mendo (1918), que

ofrece una visión cómica y satírica del drama histórico

modernista, el teatro romántico y las comedias de honor del

Siglo de Oro mediante la tergiversación de elementos clásicos como el amor y el

honor a través del anacronismo que supone combinar personajes y situaciones

medievales con la moral utilitaria de comienzos del siglo XX. Otras ―astracanadas‖

representativas de este autor son El verdugo de Sevilla (1916), Los extremeños se tocan (1926) y Anacleto se divorcia (1932). Genio y figura, Muñoz Seca mantuvo su

característico sentido del humor incluso delante del pelotón de fusilamiento que

acabó con su vida al inicio de la Guerra Civil española, al que dirigió estas palabras:

―Podéis quitarme la hacienda, mis tierras, mi riqueza, incluso podéis quitarme, como

vais a hacer, la vida, pero hay una cosa que no me podéis quitar… y es el miedo que

tengo‖.

La venganza de don Mendo, uno de los mayores éxitos del teatro español moderno, es

la astracanada más conocida de Muñoz Seca. El siguiente pasaje, en el que don Mendo

describe el conocido juego de naipes de las siete y media en una conversación

supuestamente amorosa con Magdalena, ilustra el humor paródico de la obra:

Serafín y Joaquín

Álvarez Quintero

Pedro Muñoz Seca

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

7

MENDO.– Es que tu inocencia ignora

que a más de una hora, señora,

las siete media es un juego.

MAGDALENA.– ¿Un juego?

MENDO.– Y un juego vil

que no hay que jugarlo a ciegas,

pues juegas cien veces, mil,

y de las mil, ves febril

que o te pasas o no llegas.

Y el no llegar da dolor,

pues indica que mal tasas

y eres del otro deudor.

Mas ¡ay de ti si te pasas!

¡Si te pasas es peor!

MAGDALENA.– ¿Y tú... don Mendo?

MENDO.– ¡Serena

escúchame, Magdalena,

porque no fui yo... no fui!

Fue el maldito cariñena

que se apoderó de mí.

Entre un vaso y otro vaso

el Barón las cartas dio;

yo vi un cinco, y dije «paso»,

el Marqués creyó otro el caso,

pidió carta... y se pasó.

El Barón dijo «plantado»;

el corazón me dio un brinco;

descubrió el naipe tapado

y era un seis, el mío era un cinco;

el Barón había ganado.

Otra y otra vez jugué,

pero nada conseguí,

quince veces me pasé,

y una vez que me planté

volví mi naipe... y perdí.

Ya mi peculio en un brete

al fin me da Vedia un siete;

le pido naipe al de Vedia,

y Vedia me pone una media

sobre el mugriento tapete.

Mas otro siete él tenía

y también naipe pidió...

y negra suerte la mía,

que siete y media cantó

y me ganó en la porfía...

Mil dineros se llevó,

¡por vida de Satanás!

La venganza de don Mendo (Jornada 1)

18.5. Jacinto Benavente

Jacinto Benavente y Martínez (Madrid, 1866 - Galapagar, 1954)

fue uno de los dramaturgos más prolíficos y populares de la

primera mitad del siglo XX, lo que le valió para obtener el

Premio Nobel de Literatura 1922. Por el carácter

regeneracionista de sus obras, Benavente se adscribe al

movimiento literario de la Generación del 98. Su producción

teatral, que abarca todos los géneros dramáticos populares en la

época (tragedia, comedia, drama y sainete), se inicia con Teatro fantástico (1892), obra modernista que no tuvo una gran acogida

de crítica y público debido a su estilo tan novedoso y

radicalmente diferente de la estética dominante en el escena española de finales del

siglo XIX: el drama neorromántico. Con el inicio del siglo XX, sin embargo, el éxito le

llega a Benavente de la mano de La noche del sábado (1903), Rosas de otoño (1905) y,

especialmente, Los intereses creados (1907), obra maestra del autor en la que los

personajes, tomados de la Comedia del Arte italiana, reflejan estereotipos sociales. Se

trata de un nuevo teatro burgués, costumbrista, realista y de gran profundidad

psicológica, que surge como reacción ante el melodramatismo desorbitado del teatro

neorromántico anterior. Con Señora ama (1908) y La malquerida (1913), Benavente se

interna en el subgénero del drama rural. Otras obras posteriores incluyen La ciudad

Jacinto Benavente

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

8

alegre y confiada (1916) —continuación de Los intereses creados—, Pepa Doncel (1928) y La infanzona (1945).

El siguiente fragmento de Los intereses creados, correspondiente al final de la obra,

ilustra la crítica hacia la falsa moral burguesa a través de la frase que resume el

contenido de esta comedia: ―mejor que crear afectos es crear intereses‖:

LEANDRO: ¿Quieres dejarme, Crispín? No será sin tristeza de mi parte.

CRISPÍN: No la tengáis, que ya de nada puedo serviros y conmigo dejáis la piel del hombre viejo...

¿Qué os dije, señor? Que entre todos habían de salvarnos... Creedlo. Para salir adelante con todo,

mejor que crear afectos es crear intereses...

LEANDRO: Te engañas, que sin el amor de Silvia nunca me hubiera salvado.

CRISPÍN: ¿Y es poco interés ese amor? Yo di siempre su parte al ideal y conté con él siempre. Y

ahora acabó la farsa.

SILVIA: [Al público] Y en ella visteis, como en las farsas de la vida, que a estos muñecos, como a

los humanos, muévenlos cordelillos groseros, que son los intereses, las pasioncillas, los engaños y

todas las miserias de su condición: tiran unos de sus pies y los llevan a tristes andanzas; tiran otros

de sus manos, que trabajan con pena, luchan con rabia, hurtan con astucia, matan con vilencia.

Pero entre todos ellos, desciende a veces del cielo al corazón un hilo sutil, como tejido con luz del

sol y con luz de luna: el hilo del amor, que a los humanos, como a esos muñecos que semejan

humanos, les hace parecer divinos, y trae a nuestra frente resplandores de aurora, y pone alas en

nuestro corazón y nos dice que no todo es farsa en la farsa, que hay algo divino en nuestra vida

que es verdad y es eterno, y no puede acabar cuando la farsa acaba.

Los intereses creados (Acto segundo, escena IX)

18.6. Ramón del Valle-Inclán

Ramón María del Valle-Inclán (Villanueva de Arosa, 1866 -

Santiago de Compostela, 1936), dramaturgo, novelista y poeta

de la Generación del 98, es una de las figuras más destacadas

de la literatura española del siglo XX. Pese a que cultivó

distintos géneros literarios, fue en el teatro donde Valle-Inclán

destacó especialmente, gracias a una de sus creaciones

dramáticas más revolucionarias, el esperpento, que supuso una

profunda renovación del teatro español, tanto por su

contenido crítico como por su lenguaje descarnado, irónico y

de gran crudeza. Por su histrionismo, fecunda imaginación y

terrible mordacidad, Valle-Inclán se ganó fama entre sus

coetáneos de persona excéntrica y novelística, y se erigió en la figura típica de la

bohemia madrileña de principios del siglo XX.

Durante su estancia en Madrid, Valle-Inclán se aproxima al Modernismo en tertulias

literarias celebradas en cafés de la capital. En 1899, en una de ellas, mantuvo una

fuerte discusión con un periodista, a resultas de la cual perdió su brazo izquierdo.

Posteriormente, se introduce en ambientes bohemios de la Generación del 98, que

marcará la mayor parte de su carrera literaria. Como escritor noventaiochista

Valle-Inclán

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

9

comprometido con la regeneración de España, Valle-Inclán comienza a mostrar

inquietudes políticas y sociales que se reflejan no sólo en su vida (oposición a la

dictadura de Primo de Rivera y apoyo a la República), sino también en su obra

literaria (en la que somete la situación social de la época a un tratamiento estético

propio, según sus intenciones idealizadoras o burlescas).

En su primera etapa literaria, Valle-Inclán cultiva el género narrativo de estilo

modernista. A esta época pertenecen sus Sonatas, el ejemplo más destacado de prosa

modernista en la literatura española: se trata de una colección de cuatro relatos —

Sonata de otoño (1902), Sonata de estío (1903), Sonata de primavera (1904) y Sonata de invierno (1905)— que reflejan, con una nostalgia sensitiva típica del Modernismo,

distintas aventuras amorosas de un personaje ficticio de carácter autobiográfico, el

marqués de Bradomín, a lo largo de su vida. Entre las obras modernistas posteriores de

Valle-Inclán destacan Flor de santidad (1904), la serie de novelas La Guerra Carlista

(1908-1909) y Jardín umbrío (1920). Con Tirano Banderas (1926), novela que narra la

caída del ficticio dictador sudamericano Santos Banderas, Valle-Inclán se despega del

Modernismo e introduce el esperpento en su obra narrativa, que continuará con la

serie de novelas titulada El ruedo ibérico —iniciada en 1927 con La corte de los milagros—, en las que ofrece una visión esperpéntica de la España del siglo XIX.

El género literario en el que Valle-Inclán destacó especialmente es el teatro, gracias a

la gran cantidad de obras compuestas y a la inmortalización del subgénero dramático

del esperpento, que busca reflejar el aspecto cómico en lo trágico de la vida. A

diferencia de las comedias realistas y costumbristas de corte burgués de Jacinto

Benavente y los hermanos Álvarez Quintero, de gran popularidad en los escenarios

españoles de principios del siglo XX, el teatro valleinclanesco es, en consonancia con

el estilo de la Generación del 98, transgresor y revolucionario. Su primera obra

dramática, Cenizas (1899), de escasa fuerza dramática y heredera de la tradición

teatral decimonónica, sirvió sin embargo para financiar, con la recaudación de su

estreno, la adquisición de un brazo ortopédico para el autor (tras el incidente en el

café de Madrid). Posteriormente, Valle-Inclán se lanza de lleno a la producción de

obras teatrales de carácter transgresor y estilo inimitable, que se pueden dividir en

cinco grandes periodos:

1) Ciclo modernista. Durante esta etapa, Valle-Inclán se muestra preocupado por la

estética y el simbolismo de sus piezas dramáticas, entre las que destacan El marqués de Bradomín (1906), El yermo de las almas (1908) y Voces de gesta (1911).

2) Ciclo mítico. Valle-Inclán recrea un mundo mítico y atemporal ambientado en su

Galicia natal, en el que la irracionalidad, la violencia, la lujuria y la muerte rigen el

destino de los protagonistas. A este período pertenecen la trilogía de las denominadas

por el propio autor ―comedias bárbaras‖ —Águila de blasón (1907), Romance de lobos

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

10

(1908) y Cara de Plata (1923)— y Divinas palabras (1920) —tragicomedia culminante

del ciclo mítico, con una estética muy cercana al esperpento.

3) Ciclo de la farsa. Agrupa una serie de comedias protagonizadas por marionetas de

feria en las que se mezclan lo sentimental y lo grotesco, que anuncian la llegada del

esperpento al teatro valleinclanesco. Entre estas obras destacan especialmente La marquesa Rosalinda (1912) —farsa sentimental y grotesca protagonizada por

personajes de la Comedia del Arte— y Farsa y licencia de la Reina castiza (1920).

4) Ciclo esperpéntico. Mediante el esperpento, Valle-Inclán se propone deformar y

distorsionar el mundo para descubrir la imagen real que se oculta tras las apariencias.

Para conseguirlo, emplea la parodia como elemento con el que cosificar a las personas

hasta convertirlas en simples marionetas, al tiempo que humaniza los objetos y

animales para conseguir un efecto complementario. A este ciclo pertenece la obra

maestra de Valle-Inclán, Luces de bohemia (1920) —que refleja la última noche del

poeta modernista Alejandro Sawa (amigo de Valle-Inclán), retratado como un ciego y

visionario bajo el nombre simbólico de Max Estrella—, y Martes de carnaval (1930) —

trilogía dramática compuesta por Los cuernos de don Friolera (1925), Las galas del difunto (1926) y La hija del capitán (1927).

5) Ciclo final. En su última etapa teatral, Valle-Inclán lleva a cabo una combinación

extrema de su propuesta dramática anterior, con personajes esperpénticos

deshumanizados y elementos irracionales. A este ciclo pertenece el Retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte (1927), formado por cinco piezas dramáticas: El embrujado (1912), La rosa de papel (1924), La cabeza del Bautista (1924), Ligazón

(1926) y Sacrilegio (1927).

Comparada con su producción dramática y narrativa, la poesía de Valle-Inclán pasa

casi inadvertida. La práctica totalidad de su obra poética está reunida en Claves líricas (1930). Sus composiciones evolucionan desde la estética y artificiosidad modernista de

Aromas de leyenda (1907) hasta un pesimismo noventaiochesco en El pasajero (1920),

pasando por la obra maestra de la poesía valleinclanesca, La pipa de kif (1919), en

donde el esperpento deforma los elementos modernistas hasta lo grotesco.

El siguiente fragmento de Luces de bohemia, drama iniciador del esperpento

valleinclanesco, muestra, a través de la agónica, grotesca y delirante muerte de Max

Estrella, la descripción y características de este subgénero dramático con referencias a

otros estilos y autores literarios:

MAX: Como te has convertido en buey, no podía reconocerte. Échame el aliento, ilustre buey del

pesebre belenita. ¡Muge, Latino! Tú eres el cabestro, y si muges vendrá el Buey Apis. Lo

torearemos.

DON LATINO: Me estás asustando. Debías dejar esa broma.

MAX: Los ultraístas son unos farsantes. El esperpentismo lo ha inventado Goya. Los héroes

clásicos han ido a pasearse en el callejón del Gato.

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

11

DON LATINO: ¡Estás completamente curda!

MAX: Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento. El sentido trágico

de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada.

DON LATINO: ¡Miau! ¡Te estás contagiando!

MAX: España es una deformación grotesca de la civilización europea.

DON LATINO: ¡Pudiera! Yo me inhibo.

MAX: Las imágenes más bellas en un espejo cóncavo son absurdas.

DON LATINO: Conforme. Pero a mí me divierte mirarme en los espejos de la calle del Gato.

MAX: Y a mí. La deformación deja de serlo cuando está sujeta a una matemática perfecta. Mi

estética actual es transformar con matemática de espejo cóncavo las normas clásicas.

DON LATINO: ¿Y dónde está el espejo?

MAX: En el fondo del vaso.

DON LATINO: ¡Eres genial! ¡Me quito el cráneo!

MAX: Latino, deformemos la expresión en el mismo espejo que nos deforma las caras y toda la

vida miserable de España.

DON LATINO: Nos mudaremos al callejón del Gato.

MAX: Vamos a ver qué palacio está desalquilado. Arrímame a la pared. ¡Sacúdeme!

DON LATINO: No tuerzas la boca.

MAX: Es nervioso. ¡Ni me entero!

DON LATINO: ¡Te traes una guasa!

MAX: Préstame tu carrik.

DON LATINO: ¡Mira cómo me he quedado de un aire!

MAX: No me siento las manos y me duelen las uñas. ¡Estoy muy malo!

DON LATINO: Quieres conmoverme, para luego tomarme la coleta.

MAX: Idiota, llévame a la puerta de mi casa y déjame morir en paz.

Luces de bohemia (escena XII)

18.7. Miguel de Unamuno

Miguel de Unamuno y Jugo (Bilbao, 1864 - Salamanca, 1936),

uno de los escritores más ilustrados de la Generación del 98,

cultivó todos los géneros literarios con singular maestría

(narrativa, poesía, teatro), aunque se distinguió

particularmente como novelista y ensayista. En sus obras,

Unamuno refleja sus inquietudes religiosas, filosóficas y

políticas a través de un vitalismo angustioso y agónico, en

consonancia con la crisis espiritual que rodeaba a los escritores

de la Generación del 98. Su simpatía por el socialismo le llevó

a protagonizar un incidente en 1936 que resultaría fatal para

su destino: con motivo de la apertura del curso académico de

la Universidad de Salamanca, de la que era rector, Unamuno

mantuvo una discusión dialéctica con el general falangista Millán-Astray, a raíz de la

cual pronunció su famosa frase ―Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero

no convenceréis, porque para convencer hay que persuadir‖. Tras ser destituido como

rector de la universidad por el mismo Franco, fue puesto bajo arresto domiciliario y

murió poco después.

Unamuno se dio a conocer como novelista con Paz en la guerra (1897), que describe el

cerco de Bilbao durante la Tercera Guerra Carlista. Amor y pedagogía (1902)

Miguel de Unamuno

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

12

representa una crítica del positivismo y la enseñanza moderna. El espejo de la muerte

(1913) es una colección de cuentos en los que el escritor bilbaíno muestra su maestría

narrativa. Con Niebla (1914), Unamuno inaugura el género experimental de la

―nivola‖, novela que goza de ciertas libertades narrativas (como la ausencia de un

narrador omnisciente) y ofrece un escaso desarrollo psicológico de los personajes (en

contraposición a la novela realista del siglo XIX); los personajes de Niebla, por ejemplo,

conversan con el autor y le reclaman su libertad. Posteriormente, Unamuno escribiría

otras dos ―nivolas‖: Abel Sánchez (1917) —que plantea la dicotomía entre ciencia y

arte mediante el tema bíblico de Caín y Abel— y La tía Tula (1920) —cuyo tema

principal es el amor materno de carácter espiritual. Una de sus últimas novelas, San Manuel Bueno, Mártir (1931), narra la historia de un párroco que duda de su fe,

dentro de un marco simbólico de religión y espiritualidad.

En la colección de ensayos filosóficos titulada En torno al casticismo (1895), Unamuno

trata de capturar la esencia del espíritu español. Vida de don Quijote y Sancho (1905),

el mejor de sus libros de ensayo, es un comentario subjetivo y apasionado de la obra

maestra de Cervantes en el tercer centenario de su publicación; a partir de las

actitudes de estos dos personajes durante sus aventuras, Unamuno reflexiona sobre la

conducta humana en general. En Del sentimiento trágico de la vida (1912), recopila

una serie de ensayos religiosos y filosóficos que muestran el conflicto entre razón y fe,

lógica y vida, inteligencia y sentimiento; la imposibilidad de reconciliar estos

extremos configura ―el sentimiento trágico de la vida‖, algo que distingue a los

españoles del resto de pueblos europeos. En La agonía del cristianismo (1931),

Unamuno presenta el cristianismo como una ―agonía‖ o lucha constante, debido a la

contradicción existencial inherente a la fe.

Dentro de la producción lírica de Unamuno destacan Poesías (1907), Rosario de sonetos líricos (1911) y, especialmente, El Cristo de Velázquez (1920), obra cumbre de

la poesía de Unamuno, en la que evoca a los cristos españoles en búsqueda de la

mística nacional.

El teatro de Unamuno tuvo menos aceptación que su producción narrativa y poética

debido al hecho de que su densidad de ideas filosóficas no cuadra bien con la necesaria

fluidez escénica. Sus obras dramáticas muestran los conflictos y pasiones interiores

que afectan al ser humano despojados de todo artificio. Algunas de las más

representativas son La esfinge (1898), La venda (1899), Fedra (1918), Sombras de sueño (1930), El otro (1932) y Medea (1933).

El siguiente fragmento de la ―nivola‖ Niebla refleja el enfrentamiento personal entre

el protagonista, Augusto Pérez, y el propio Miguel de Unamuno, a raíz de que el

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

13

primero decida consultar al autor acerca de su destino y éste resuelva matar al

personaje (cosa que, efectivamente, ocurrirá más adelante):

—No hay Dios que valga. ¡Te morirás!

—Es que yo quiero vivir, don Miguel, quiero vivir, quiero vivir...

—¿No pensabas matarte?

—¡Oh, si es por eso, yo le juro, señor de Unamuno, que no me mataré, que no me quitaré esta vida

que Dios o usted me han dado; se lo juro... Ahora que usted quiere matarme quiero yo vivir, vivir,

vivir...

—¡Vaya una vida! —exclamé.

—Sí, la que sea. Quiero vivir, aunque vuelva a ser burlado, aunque otra Eugenia y otro Mauricio

me desgarren el corazón. Quiero vivir, vivir, vivir...

—No puede ser ya... no puede ser...

—Quiero vivir, vivir... y ser yo, yo, yo...

—Pero si tú no eres sino lo que yo quiera...

—¡Quiero ser yo, ser yo!, ¡quiero vivir! —y le lloraba la voz.

—No puede ser... no puede ser...

—Mire usted, don Miguel, por sus hijos, por su mujer, por lo que más quiera... Mire que usted no

será usted... que se morirá.

Cayó a mis pies de hinojos, suplicante y exclamando:

—¡Don Miguel, por Dios, quiero vivir, quiero ser yo!

—¡No puede ser, pobre Augusto —le dije cogiéndole una mano y levantándole—, no puede ser!

Lo tengo ya escrito y es irrevocable; no puedes vivir más. No sé qué hacer ya de ti. Dios, cuando

no sabe qué hacer de nosotros, nos mata. Y no se me olvida que pasó por tu mente la idea de

matarme...

—Pero si yo, don Miguel...

—No importa; sé lo que me digo. Y me temo que, en efecto, si no te mato pronto acabes por

matarme tú.

—Pero ¿no quedamos en que...?

—No puede ser, Augusto, no puede ser. Ha llegado tu hora. Está ya escrito y no puedo volverme

atrás. Te morirás. Para lo que ha de valerte ya la vida...

—Pero... por Dios...

—No hay pero ni Dios que valgan. ¡Vete!

—¿Conque no, eh? —me dijo—, ¿conque no? No quiere usted dejarme ser yo, salir de la niebla,

vivir, vivir, vivir, verme, oírme, tocarme, sentirme, dolerme, serme: ¿conque no lo quiere?,

¿conque he de morir ente de ficción? Pues bien, mi señor creador don Miguel, ¡también usted se

morirá, también usted, y se volverá a la nada de que salió...! ¡Dios dejará de soñarle! ¡Se morirá

usted, sí, se morirá, aunque no lo quiera; se morirá usted y se morirán todos los que lean mi

historia, todos, todos, todos sin quedar uno! ¡Entes de ficción como yo; lo mismo que yo! Se

morirán todos, todos, todos. Os lo digo yo, Augusto Pérez, ente ficticio como vosotros, nivolesco

lo mismo que vosotros. Porque usted, mi creador, mi don Miguel, no es usted más que otro ente

nivolesco, y entes nivolescos sus lectores, lo mismo que yo, que Augusto Pérez, que su víctima...

—¿Víctima? —exclamé.

—¡Víctima, sí! ¡Crearme para dejarme morir!, ¡usted también se morirá! El que crea se crea y el

que se crea se muere. ¡Morirá usted, don Miguel, morirá usted, y morirán todos los que me

piensen! ¡A morir, pues!

Este supremo esfuerzo de pasión de vida, de ansia de inmortalidad, le dejó extenuado al pobre

Augusto.

Y le empujé a la puerta, por la que salió cabizbajo. Luego se tanteó como si dudase ya de su propia

existencia. Yo me enjugué una lágrima furtiva.

Niebla (cap. XXXI)

18.8. Pío Baroja

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

14

Pío Baroja y Nessi (San Sebastián, 1872 - Madrid, 1956),

miembro fundador de la Generación del 98, es uno de los

grandes novelistas españoles del siglo XX, tanto por la

cantidad como por la calidad de su producción literaria. Pese a

su lenguaje aparentemente descuidado e influido por su

idioma materno (vasco), contribuyó a hacer del español una

lengua más fluida y conversacional, más próxima a la realidad

y alejada de la retórica acartonada de finales del siglo XIX.

Baroja cultivó preferentemente el género narrativo (novela y

relato), aunque también se acercó al ensayo. En consonancia

con el sentir literario de la Generación del 98, su obra está

marcada por el escepticismo y el pesimismo: el mundo carece de sentido y el ser

humano es incapaz de ofrecer soluciones para cambiarlo.

Al igual que otros novelistas de su época, Baroja defendía el concepto de ―novela

abierta‖, un continuo fluir de episodios dispersos sin un plan argumental previo, sin

principio ni fin, relacionados únicamente por la presencia de un personaje central

(casi siempre un inadaptado que se opone a la sociedad en la que vive y que acaba

sometido por el sistema). Para Baroja, el narrador no debe ser omnisciente, ya que eso

limita la libertad de los personajes que intervienen en la historia, sino un mero

observador objetivo de la realidad. Considera que una novela debe estar formada por

la acumulación arbitraria de sucesos, y que en ella caben todos los demás géneros

literarios. Algunas de sus obras más conocidas, como La busca, Zalacaín el aventurero,

El árbol de la ciencia y Las inquietudes de Shanti Andía, se incluyen entre las mejores

novelas españolas del siglo XX.

El propio Baroja agrupó su producción novelística en trilogías (en ocasiones de forma

un tanto arbitraria y sin demasiados elementos en común). La que le dio a conocer

como novelista, Tierra vasca, está compuesta por La casa de Aizgorri (1900), El mayorazgo de Labraz (1903) y Zalacaín el aventurero (1909). Paralelamente, inicia

una nueva trilogía titulada La lucha por la vida, formada por La busca (1904), Mala hierba (1904) y Aurora roja (1905), que muestran distintos episodios en la vida del

protagonista, Manuel Alcázar. Otras trilogías de Baroja son La vida fantástica (1901-

1906), El pasado (1905-1907), La raza (1908-1911), Las ciudades (1910-1920), El mar

(1911-1930), Agonías de nuestro tiempo (1926-1942), La selva oscura (1932) y La juventud perdida (1934-1936). En Memorias de un hombre de acción (1913-1935),

novela histórica en torno a la figura de un antepasado suyo (Eugenio de Aviraneta),

Baroja refleja los acontecimientos más importantes de la historia española del siglo

XIX. En su última etapa literaria, publica una serie de ―novelas sueltas‖ (que no

acabaron de formar trilogías por motivos de edad y de censura política), entre las que

destacan Susana y los cazadores de moscas (1938), Laura o la soledad sin remedio

Pío Baroja

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

15

(1939), El caballero de Erlaiz (1943), El hotel del Cisne (1946) y El cantor vagabundo

(1950).

Una de las novelas más destacadas de Baroja es Las inquietudes de Shanti Andía (1911),

—incluida en la trilogía El mar—. autobiografía ficticia del propio autor a través de las

extraordinarias aventuras marítimas del protagonista, Santiago Andía. Sin embargo, la

novela más representativa de su estilo noventaiochista, escéptico y existencialista, es

El árbol de la ciencia (1911) —incluida en la trilogía La raza—, obra de carácter

filosófico en la que el autor plantea la desorientación existencial del hombre

inadaptado y acorralado por el enfrentamiento dialéctico entre el ―árbol de la vida‖

(que conduce al placer y la vitalidad) y el ―árbol de la ciencia‖ (que lleva al

aniquilamiento del individuo). A través de las experiencias vitales de Andrés Hurtado,

un estudiante de Medicina en el Madrid de finales del siglo XIX, Baroja refleja sus

propios recuerdos de juventud. El siguiente fragmento de esta novela, un diálogo entre

Andrés (Baroja joven) y su tío Iturrioz (Baroja maduro), ilustra la dicotomía ―vida-

ciencia‖:

—Ya la ciencia para vosotros —dijo Iturrioz— no es una institución con un fin humano, ya es

algo más; la habéis convertido en ídolo.

—Hay la esperanza de que la verdad, aun la que hoy es inútil, pueda ser útil mañana —replicó

Andrés.

—¡Bah! ¡Utopía! ¿Tú crees que vamos a aprovechar las verdades astronómicas alguna vez?

—¿Alguna vez? Las hemos aprovechado ya.

—¿En qué?

—En el concepto del mundo.

—Está bien; pero yo hablaba de un aprovechamiento práctico, inmediato. Yo en el fondo estoy

convencido de que la verdad en bloque es mala para la vida. Esa anomalía de la naturaleza que se

llama la vida necesita estar basada en el capricho, quizá en la mentira.

—En eso estoy conforme —dijo Andrés—. La voluntad, el deseo de vivir, es tan fuerte en el

animal como en el hombre. En el hombre es mayor la comprensión. A más comprender,

corresponde menos desear. Esto es lógico, y además se comprueba en la realidad. La apetencia por

conocer se despierta en los individuos que aparecen al final de una evolución, cuando el instinto

de vivir languidece. El hombre, cuya necesidad es conocer, es como la mariposa que rompe la

crisálida para morir. El individuo sano, vivo, fuerte, no ve las cosas como son, porque no le

conviene. Está dentro de una alucinación. Don Quijote, a quien Cervantes quiso dar un sentido

negativo, es un símbolo de la afirmación de la vida. Don Quijote vive más que todas las personas

cuerdas que le rodean, vive más y con más intensidad que los otros. El individuo o el pueblo que

quiere vivir se envuelve en nubes como los antiguos dioses cuando se aparecían a los mortales. El

instinto vital necesita de la ficción para afirmarse. La ciencia entonces, el instinto de crítica, el

instinto de averiguación, debe encontrar una verdad: la cantidad de mentira que es necesaria para

la vida. ¿Se ríe usted?

—Sí, me río, porque eso que tú expones con palabras del día, está dicho nada menos que en la

Biblia.

—¡Bah!

—Sí, en el Génesis. Tú habrás leído que en el centro del paraíso había dos árboles, el árbol de la

vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal. El árbol de la vida era inmenso, frondoso, y, según

algunos santos padres, daba la inmortalidad. El árbol de la ciencia no se dice cómo era;

probablemente sería mezquino y triste. ¿Y tú sabes lo que le dijo Dios a Adán?

—No recuerdo; la verdad.

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

16

—Pues al tenerle a Adán delante, le dijo: Puedes comer todos los frutos del jardín; pero cuidado

con el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, porque el día que tú comas su fruto morirás

de muerte. Y Dios, seguramente, añadió: Comed del árbol de la vida, sed bestias, sed cerdos, sed

egoístas, revolcaos por el suelo alegremente; pero no comáis del árbol de la ciencia, porque ese

fruto agrio os dará una tendencia a mejorar que os destruirá. ¿No es un consejo admirable?

—Sí, es un consejo digno de un accionista del Banco —repuso Andrés.

El árbol de la ciencia (Cuarta parte, capítulo III)

18.9. Azorín

José Martínez Ruiz (Monóvar, 1873 - Madrid, 1967) —más

conocido por su pseudónimo artístico de ―Azorín‖— es uno de

los más representativos novelistas y ensayistas de la

Generación del 98, ya que todas las características de este

movimiento literario coinciden en su persona y en su obra:

afán regeneracionista, sobriedad artística y casticismo. Los dos

temas dominantes en su producción literaria son la eternidad

y la continuidad; para Azorín, el tiempo fluye de forma cíclica,

de manera que ―vivir es volver a ver‖ (de ahí su obsesión por

revivir la tradición literaria española como forma de lograr la

regeneración del país). Su estilo narrativo se caracteriza por la sencillez, la claridad y

la precisión, con un lenguaje popular y oraciones cortas y simples (con preferencia por

la yuxtaposición en lugar de la subordinación oracional). Frente a los neologismos

introducidos por los modernistas, Azorín enriqueció la lengua española con gran

cantidad de arcaísmos.

Azorín cultivó la novela a lo largo de cuatro etapas: en un primer periodo de su

producción narrativa, muestra preferencia por los elementos autobiográficos y las

impresiones suscitadas por el paisaje; a esta etapa corresponde la trilogía novelística La voluntad (1902), Antonio Azorín (1903) y Las confesiones de un pequeño filósofo

(1904), cuyo protagonista, Antonio Azorín —del que el autor tomaría posteriormente

su pseudónimo—, es un personaje de ficción con el que el novelista se identifica para

reflejar sus propias experiencias y pensamientos. En un segundo periodo, Azorín

abandona el elemento autobiográfico aunque continúa expresando sus propias

inquietudes acerca del tiempo y el destino, como en Don Juan (1922) y Doña Inés (1925), novelas en las que el mito literario de don Juan Tenorio aparece convertido al

cristianismo. La tercera etapa en la producción novelística de Azorín, a la que

pertenecen Félix Vargas (1928), Superrealismo (1929) y Pueblo (1930), está marcada

por el vanguardismo y el drama existencial. En la última etapa literaria del autor, tras

la obligada pausa de la Guerra Civil española, Azorín retoma su producción narrativa

con novelas ascéticas de renuncia piadosa al mundo y aceptación del destino, como El escritor (1942), El enfermo (1943) y La isla sin aurora (1944).

Azorín

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

17

Además de novelas, Azorín cultivó dos tipos de ensayos: sociales —en los que

profundiza en la tradición cultural española, como en las colecciones tituladas Los pueblos (1905) y Castilla (1912)— y literarios —en los que lleva a cabo una

reinterpretación impresionista de los clásicos españoles, como en La ruta de don Quijote (1905), Clásicos y modernos (1913) y Al margen de los clásicos (1915). En los

años finales de su carrera literaria, durante las décadas de 1950 y 1960, Azorín se

dedicó a recopilar artículos periodísticos publicados anteriormente en ―La

Vanguardia‖ y ―ABC‖.

La novela más famosa de Azorín, La voluntad, refleja la abulia y el fracaso de un

hombre inteligente —aunque inseguro y excesivamente reflexivo— en una sociedad

vulgar, visión noventaiochista de una España negra y triste sumida en una profunda

crisis espiritual. A lo largo de la obra, el protagonista recorre un itinerario psicológico

de progresivo desengaño religioso, filosófico, científico, político y literario que le

genera una tensión casi insoportable. El siguiente fragmento muestra la personalidad

indecisa de Antonio Azorín (reflejo de la sociedad española para los escritores de la

Generación del 98):

Al fin, Azorín se decide a marcharse de Madrid. ¿Dónde va? Geográficamente, Azorín sabe dónde

encamina sus pasos; pero en cuanto a la orientación intelectual y ética su desconcierto es mayor

cada día. Azorín es casi un símbolo; sus perplejidades, sus ansias, sus desconsuelos bien pueden

representar toda una generación sin voluntad, sin energía, indecisa, irresoluta, una generación que

no tiene ni la audacia de la generación romántica, ni la fe de afirmar de la generación naturalista.

Tal vez esta disgregación de ideales sea un bien; acaso para una síntesis futura, más o menos

próxima, sea preciso este feroz análisis de todo.

La voluntad (cap. XI)

18.10. Antonio Machado

Antonio Machado Ruiz (Sevilla, 1875 - Colliure, 1939) es

uno de los poetas en lengua castellana más universales.

Aunque se trata de uno de los miembros más destacados de

la Generación del 98, en sus comienzos literarios se vio

influido por el Modernismo (como se evidencia en su

primera obra, Soledades), debido a la profunda amistad que

le unía con Rubén Darío. Posteriormente, Machado fue

rebajando progresivamente su estilo modernista para

dedicarse a explorar su intimidad, aunque con un lenguaje

simbolista (como en Soledades, galerías y otros poemas). Con su gran obra de madurez, Campos de Castilla, el poeta

sevillano se aleja definitivamente del Modernismo y

muestra el castellanismo característico de los escritores de la

Generación del 98. Pese a su carrera profesional como escritor y periodista, Machado

mostró durante toda su vida una gran preocupación por la trayectoria social y política

Antonio Machado

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

18

de España. Durante la Guerra Civil, tomó partido por la causa republicana, lo que le

supuso morir en el exilio.

La obra poética de Machado se inicia con Soledades (1903) que, pese a su simbolismo

modernista, preludia ya el estilo literario y personal del poeta. Con Soledades, galerías y otros poemas (1907), versión ampliada del anterior poemario, Machado expresa un

mayor intimismo en sus creaciones líricas. La ciudad de Soria, en la que el poeta vivió

y conoció a su futura esposa, Leonor Izquierdo, le sirvió de inspiración para la

creación de su obra cumbre: Campos de Castilla (1912). En esta colección de poemas

de temática variada, Machado expresa el espíritu nacionalista de la Generación del 98

mediante la exaltación de las tierras castellanas y sus gentes, al tiempo que ofrece

reflexiones acerca del sentido de la vida. Con su último poemario, Nuevas canciones (1924), Machado recupera el tono nostálgico de sus comienzos literarios. En

colaboración con su hermano Manuel, escribió varias obras de teatro, entre las que

destacan los dramas históricos Desdichas de la fortuna o Julianillo Valcárcel (1926),

Juan de Mañara (1927), Las adelfas (1928) y La duquesa de Benamejí (1932), y la

comedia costumbrista La Lola se va a los puertos (1929). Juan de Mairena (1936),

colección de ensayos publicados en diferentes periódicos de Madrid acerca de la

sociedad, la cultura y la política, descubre a un Antonio Machado que es también un

excelente prosista, con una gran variedad de estilos.

Para Machado, la poesía es la expresión íntima del sentimiento personal del poeta, por

lo que rechaza la estética del Modernismo, ya que la musicalidad y la perfección

formal no sirven para comunicar la intimidad del espíritu. Tres de sus poemas más

representativos, pertenecientes a cada una de sus etapas literarias ―modernista

(Soledades), regionalista (Campos de Castilla) e intimista (Nuevas canciones)―

ilustran el estilo y el lenguaje lírico de Machado (simbolista, sobrio y reflexivo,

respectivamente):

Anoche cuando dormía

soñé, ¡bendita ilusión!,

que una fontana fluía

dentro de mi corazón.

Di, ¿por qué acequia escondida,

agua, vienes hasta mí,

manantial de nueva vida

de donde nunca bebí?

Anoche cuando dormía

soñé, ¡bendita ilusión!,

que una colmena tenía

dentro de mi corazón;

y las doradas abejas

iban fabricando en él,

con las amarguras viejas,

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

19

blanca cera y dulce miel.

Anoche cuando dormía

soñé, ¡bendita ilusión!,

que un ardiente sol lucía

dentro de mi corazón.

Era ardiente porque daba

calores de rojo hogar,

y era sol porque alumbraba

y porque hacía llorar.

Anoche cuando dormía

soñé, ¡bendita ilusión!,

que era Dios lo que tenía

dentro de mi corazón.

Soledades (LIX)

----------------------------------------------------------

Al olmo viejo, hendido por el rayo

y en su mitad podrido,

con las lluvias de abril y el sol de mayo

algunas hojas verdes le han salido.

¡El olmo centenario en la colina

que lame el Duero! Un musgo amarillento

le mancha la corteza blanquecina

al tronco carcomido y polvoriento.

No será, cual los álamos cantores

que guardan el camino y la ribera,

habitado de pardos ruiseñores.

Ejército de hormigas en hilera

va trepando por él, y en sus entrañas

urden sus telas grises las arañas.

Antes que te derribe, olmo del Duero,

con su hacha el leñador, y el carpintero

te convierta en melena de campana,

lanza de carro o yugo de carreta;

antes que rojo en el hogar, mañana,

ardas, de alguna mísera caseta,

al borde de un camino;

antes que te descuaje un torbellino

y tronche el soplo de las sierras blancas;

antes que el río hasta la mar te empuje

por valles y barrancas,

olmo, quiero anotar en mi cartera

la gracia de tu rama verdecida.

Mi corazón espera

también, hacia la luz y hacia la vida,

otro milagro de la primavera.

―A un olmo seco‖, en Campos de Castilla (XIX)

----------------------------------------------------------

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

20

Caminante, son tus huellas

el camino y nada más;

Caminante, no hay camino,

se hace camino al andar.

Al andar se hace el camino,

y al volver la vista atrás

se ve la senda que nunca

se ha de volver a pisar.

Caminante no hay camino

sino estelas en la mar.

―Proverbios y cantares‖ (XXIX), en Nuevas canciones

18.11. Novecentismo

El Novecentismo es un movimiento literario asociado a las vanguardias artísticas de

comienzos del siglo XX que agrupa a una serie de escritores situados entre la

Generación del 98 y la Generación del 27. Debido a que alcanzaron su madurez

literaria coincidiendo con el inicio de la Primera Guerra Mundial, se conocen también

como Generación de 1914.

En sus inicios, el Novecentismo surge como una doble reacción ante el Modernismo

(corriente literaria que considera caduca y decadente) y la Generación del 98 (cuyo

pesimismo vital, sobriedad estilística y regionalismo rechaza por su falta de

intelectualidad). En consonancia con las vanguardias europeas de principios del siglo

XX, este nuevo movimiento literario huye de lo vulgar y monótono en busca de

soluciones imaginativas. Los escritores novecentistas se caracterizan en conjunto por

su vanguardismo artístico y social —lo que les llevó a escribir una literatura elitista

destinada a las minorías—, su gran formación intelectual —muchos de ellos

compaginaron su labor literaria con otros campos de conocimiento, como la ciencia, la

política, la historia o la lingüística—, su europeísmo —frente al nacionalismo de la

Generación del 98— y su obsesión por la perfección formal de sus obras —lo que les

lleva a renovar el lenguaje y los géneros literarios tradicionales. Los dos géneros

literarios preferidos por los escritores novecentistas son el ensayo (terreno en el que

destaca por encima de todos el filósofo Ortega y Gasset) y el artículo periodístico.

Algunos de los autores más importantes pertenecientes al Novecentismo son los

ensayistas Eugenio d’Ors (1881-1954), José Ortega y Gasset (1883-1955), Salvador de

Madariaga (1886-1978) y José Bergamín (1895-1983), los novelistas Concha Espina

(1869-1955), Gabriel Miró (1879-1930) y Benjamín Jarnés (1888-1949), el dramaturgo

Jacinto Grau (1877-1958), los poetas Juan Ramón Jiménez (1881-1958) y Ramón de

Basterra (1888-1928), el ensayista, novelista y poeta Ramón Pérez de Ayala (1880-

1962), el periodista, ensayista y novelista Ramón Gómez de la Serna (1888-1963), el

historiador y ensayista Claudio Sánchez-Albornoz (1893-1984), el filólogo y ensayista

Américo Castro (1885-1972), el político y ensayista Manuel Azaña (1880-1940) y el

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

21

científico y ensayista Gregorio Marañón (1887-1960). Algunos escritores de la

Generación del 27, como León Felipe, cultivaron una estética novecentista en sus

comienzos literarios.

Gabriel Miró (1879-1930), novelista adscrito al Novecentismo,

refleja en sus obras la melancolía y la introversión que

caracterizaron su vida. El estilo narrativo de Miró destaca por su

intenso misticismo (que no llega a ser religioso) y las detalladas

descripciones poéticas de paisajes y recuerdos lejanos (más

importantes que la propia trama y los personajes). Entre sus

novelas más destacadas figuran Las cerezas del cementerio (1910),

Nuestro padre San Daniel (1921), Niño y grande (1922), El obispo leproso (1926) y Años y leguas (1928). Muchas de ellas se

desarrollan en Oleza, trasunto de Orihuela, símbolo de la represión social, la

intolerancia y el oscurantismo religioso que Miró observaba a su alrededor.

Ramón Pérez de Ayala (1880-1962), ensayista, novelista y poeta

perteneciente al Novecentismo, muestra en sus obras un talante

nihilista y pesimista heredado de la Generación del 98, que

expresa mediante el sarcasmo, la burla y el humor. Por la

originalidad de su narrativa, Pérez de Ayala está considerado

como uno de los novelistas más destacados de la literatura

española de la primera mitad del siglo XX. En su producción

literaria se distingue una etapa modernista —en la que se

incluyen los libros de poemas La paz del sendero (1904), El sendero innumerable (1916) y El sendero andante (1921)— y una

etapa intelectual o filosófica, de influencia novecentista —formada por las novelas

Tinieblas en las cumbres (1907), A.M.D.G. (1910), Belarmino y Apolonio (1921) y

Tigre Juan (1926), así como la colección de ensayos titulada Las máscaras (1917-1919).

Dos de las novelas más populares de Pérez de Ayala son A.M.D.G., en la que critica el

sistema educativo de las instituciones religiosas, y Tigre Juan, reflejo de la bipolaridad

realidad-apariencia personificada en un don Juan misógino y afeminado.

Gabriel Miró

R. Pérez de Ayala

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

22

Ramón Gómez de la Serna (1888-1963), periodista, ensayista y

novelista de estilo vanguardista e inclasificable por su

originalidad artística (aunque tradicionalmente adscrito al

Novecentismo), ha pasado a la posteridad por ser el inventor del

género literario conocido como greguería, aforismo o frase

breve que expresa un pensamiento ingenioso a través de la

fórmula ―humor + metáfora = greguería‖ (por ejemplo, ―los ceros

son los huevos de los que salieron las demás cifras‖ o ―la

ametralladora suena a máquina de escribir de la muerte‖). En sus

obras, de carácter nihilista, Gómez de la Serna responde con una

extravagancia casi esperpéntica ante la sociedad caótica y carente de valores que le

tocó vivir. Entre su vastísima producción literaria, de más de un centenar de libros,

destacan la novela El caballero del hongo gris (1928), la farsa teatral Los medios seres (1929), la colección de ensayos titulada Ismos (1931), la autobiografía Automoribundia

(1948) y Total de greguerías (1955).

18.12. José Ortega y Gasset

José Ortega y Gasset (Madrid, 1883 - Madrid, 1955) es uno de

los más destacados filósofos y ensayistas españoles de la

primera mitad del siglo XX. Su pensamiento, plasmado en

numerosos ensayos, ejerció una gran influencia en varias

generaciones de intelectuales españoles y europeos. Ortega y

Gasset es el principal representante del Novecentismo en

España, corriente literaria adscrita a las vanguardias artísticas

y sociales surgidas tras la Primera Guerra Mundial, que sirvió

de transición entre el pesimismo de la Generación del 98 y el

excesivo esteticismo de la Generación del 27.

Los dos elementos que configuran el pensamiento filosófico de Ortega y Gasset son el

perspectivismo —según el cual las distintas concepciones del mundo dependen del

punto de vista y las circunstancias de los individuos— y la razón vital —intento de

superación de la razón pura y la razón práctica de idealistas y racionalistas. En esta

tesitura, la verdad surge de la yuxtaposición de visiones parciales, en la que es

fundamental el constante diálogo entre el hombre y la vida que se manifiesta a su

alrededor, especialmente en el universo de las artes.

Algunos de los ensayos más destacados de Ortega y Gasset son Meditaciones del Quijote (1914) —obra filosófica en la que enuncia su famosa frase ―yo soy yo y mi

circunstancia‖—, España invertebrada (1921) —ensayo político en el que analiza la

crisis de la España de su tiempo—, La deshumanización del arte (1925) —ensayo

literario en el que Ortega y Gasset critica el excesivo hermetismo y elitismo de la

R. Gómez de la Serna

José Ortega y Gasset

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

23

Generación del 27— y su obra más conocida, la colección de ensayos titulados La rebelión de las masas (1930). En ella, Ortega y Gasset analiza diversos fenómenos

sociales del momento, como la llegada de las masas al poder social y las

aglomeraciones de gente, y a partir de estos hechos describe la idea de lo que él llama

―hombre-masa‖, individuo medio que encuentra en sí mismo una sensación de

dominio y triunfo que le invita a afirmarse tal cual es, moral e intelectualmente. La

característica principal del ―hombre-masa‖ consiste en que, sintiéndose vulgar,

proclama el derecho a la vulgaridad y se niega a reconocer instancias superiores a él.

Este individuo cree que con lo que sabe ya tiene más que suficiente y no alberga la

más mínima curiosidad por ampliar sus conocimientos. El ―hombre-masa‖ es el

hombre cuya vida carece de proyectos y ambiciones, incapaz de otro esfuerzo que el

estrictamente impuesto como reacción a una necesidad externa.

En el siguiente fragmento de La rebelión de las masas, Ortega y Gasset expone su

teoría sobre la irrupción de la clase obrera en la vida social europea, así como la

diferencia entre ―masa‖ y ―minoría‖:

Sorprenderse, extrañarse, es comenzar a entender. Es el deporte y el lujo específico del intelectual.

Por eso su gesto gremial consiste en mirar al mundo con los ojos dilatados por la extrañeza. Todo

en el mundo es extraño y es maravilloso para unas pupilas bien abiertas. Esto, maravillarse, es la

delicia vedada al futbolista, y que, en cambio, lleva al intelectual por el mundo en perpetua

embriaguez de visionario. Su atributo son los ojos en pasmo. Por eso los antiguos dieron a

Minerva la lechuza, el pájaro con los ojos siempre deslumbrados.

La aglomeración, el lleno, no era antes frecuente. ¿Por qué lo es ahora?

Los componentes de esas muchedumbres no han surgido de la nada. Aproximadamente, el mismo

número de personas existía hace quince años. Después de la guerra parecería natural que ese

número fuese menor. Aquí topamos, sin embargo, con la primera nota importante. Los individuos

que integran estas muchedumbres preexistían, pero no como muchedumbre. Repartidos por el

mundo en pequeños grupos, o solitarios, llevaban una vida, por lo visto, divergente, disociada,

distante. Cada cual —individuo o pequeño grupo— ocupaba un sitio, tal vez el suyo, en el campo,

en la aldea, en la villa, en el barrio de la gran ciudad.

Ahora, de pronto, aparecen bajo la especie de aglomeración, y nuestros ojos ven dondequiera

muchedumbres. ¿Dondequiera? No, no; precisamente en los lugares mejores, creación

relativamente refinada de la cultura humana, reservados antes a grupos menores, en definitiva, a

minorías.

La muchedumbre, de pronto, se ha hecho visible, se ha instalado en los lugares preferentes de la

sociedad. Antes, si existía, pasaba inadvertida, ocupaba el fondo del escenario social; ahora se ha

adelantado a las baterías, es ella el personaje principal. Ya no hay protagonistas: sólo hay coro.

El concepto de muchedumbre es cuantitativo y visual. Traduzcámoslo, sin alterarlo, a la

terminología sociológica. Entonces hallamos la idea de masa social. La sociedad es siempre una

unidad dinámica de dos factores: minorías y masas. Las minorías son individuos o grupos de

individuos especialmente cualificados. La masa es el conjunto de personas no especialmente

cualificadas. No se entienda, pues, por masas, sólo ni principalmente ―las masas obreras‖. Masa es

el ―hombre medio‖. De este modo se convierte lo que era meramente cantidad —la

muchedumbre— en una determinación cualitativa: es la cualidad común, es lo mostrenco social,

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

24

es el hombre en cuanto no se diferencia de otros hombres, sino que repite en sí un tipo genérico.

¿Qué hemos ganado con esta conversión de la cantidad a la cualidad? Muy sencillo: por medio de

ésta comprendemos la génesis de aquélla. Es evidente, hasta perogrullesco, que la formación

normal de una muchedumbre implica la coincidencia de deseos, de ideas, de modo de ser, en los

individuos que la integran. Se dirá que es lo que acontece con todo grupo social, por selecto que

pretenda ser.

La rebelión de las masas (Primera parte, ―El hecho de las aglomeraciones‖)

18.13. Juan Ramón Jiménez

Juan Ramón Jiménez Mantecón (Moguer, 1881 – San Juan

de Puerto Rico, 1958), ganador del Premio Nobel de

Literatura en 1956, es uno de los grandes poetas españoles

de la primera mitad del siglo XX. Pese a sus comienzos

modernistas, fue uno de los principales impulsores de la

vanguardia literaria del Novecentismo e influyó

poderosamente en la posterior Generación del 27. Juan

Ramón Jiménez concibe la poesía como una fuente de

conocimiento, un medio para captar la esencia de la realidad

a través de la belleza, que es inasible y está por encima de la

forma poética. Su producción literaria se agrupa en tres

grandes periodos (definidos por el propio poeta):

1) Etapa sensitiva (1898-1916). La sensibilidad del poeta se trasluce a través del

intimismo lírico y la perfección formal del Modernismo. En su poesía predomina un

tono melancólico y el deseo de describir una belleza eterna. Pertenecen a esta etapa

Rimas (1902), Arias tristes (1903), Jardines lejanos (1904), Elegías (1909), La soledad sonora (1911), Pastorales (1911), Laberinto (1913), Platero y yo (1914) y Estío (1916).

El siguiente fragmento, correspondiente al conocido comienzo de la obra más famosa

de Juan Ramón Jiménez, Platero y yo (narración lírica que recrea poéticamente la vida

y muerte del burro Platero), ilustra el estilo sensitivo del poeta, con descripciones

simbólicas y coloristas:

Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva

huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.

Lo dejo suelto y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las

florecillas rosas, celestes y gualdas... Lo llamo dulcemente: ―¿Platero?‖, y viene a mí con un

trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal...

Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar; los

higos morados, con su cristalina gotita de miel...

Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña...; pero fuerte y seco por dentro, como de

piedra... Cuando paso sobre él, los domingos, por las últimas callejas del pueblo, los hombres del

campo, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo:

— Tien’ asero...

Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo.

Platero y yo (1914)

Juan Ramón Jiménez

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

25

2) Etapa intelectual (1917-1936). El poeta se aleja del tono nostálgico e idealizador del

Modernismo en busca de una realidad intelectualizada más concreta, en consonancia

con los nuevos cánones del Novecentismo. El mar, como símbolo de la vida y la

eternidad, se convierte en uno de los principales motivos poéticos de sus obras. Dentro

de esta periodo destacan Diario de un poeta recién casado (1917), Primera antología poética (1917), Eternidades (1918), Piedra y cielo (1919), Segunda antología poética

(1922), Poesía (1923) y Belleza (1923). El siguiente poema, incluido en Eternidades, ejemplifica el deseo de Juan Ramón Jiménez de alcanzar un conocimiento

comunicable a través de la poesía para poder compartirlo (en él, la ―inspiración‖ y la

expresión sugerente del Modernismo han sido sustituidas por la ―inteligencia‖ y la

exactitud en la palabra):

¡Inteligencia, dame

el nombre exacto de las cosas!

Que mi palabra sea

la cosa misma,

creada por mi alma nuevamente.

Que por mí vayan todos

los que no las conocen, a las cosas;

que por mí vayan todos

los que ya las olvidan, a las cosas;

que por mí vayan todos

los mismos que las aman, a las cosas;

¡Inteligencia, dame

el nombre exacto, y tuyo,

y suyo y mío, de las cosas!

Eternidades (1918)

3) Etapa suficiente o verdadera (1937-1958). Tras el estallido de la Guerra Civil

española en 1936, Juan Ramón Jiménez, que apoyó decididamente la causa

republicana, se ve obligado a exiliarse en América (Cuba, Puerto Rico y Estados

Unidos) junto con su mujer, Zenobia Camprubí. Durante este periodo, el poeta

continúa su incansable búsqueda lírica de la belleza y la perfección, aunque con la

certidumbre de haber encontrado finalmente un destino que es a su vez causa y fin de

la belleza eterna: Dios. Tras un largo periodo de silencio, producto de la tristeza que le

causa la guerra en España, Juan Ramón Jiménez reanuda su actividad literaria en una

nueva etapa ―mística‖ de su poesía, con obras como Espacio (1941), Tiempo (1941), En el otro costado (1942), La estación total (1946), Animal de fondo (1948), Dios deseado y deseante (1949) y Tercera antología poética (1957). El siguiente fragmento de

Espacio, una de las obras culminantes de la lírica española del siglo XX, ilustra (bajo la

novedosa forma poética del verso libre mayor) la respuesta final de Juan Ramón

Jiménez a la búsqueda de lo desconocido que caracteriza toda su obra anterior: el

poeta logra superar su contingencia espacial mediante una conciencia infinita que le

lleva a equipararse con los dioses:

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

26

Los dioses no tuvieron más sustancia

que la que tengo yo. Yo tengo, como ellos,

la sustancia de todo lo vivido

y de todo lo por vivir. No soy presente sólo,

sino fuga raudal de cabo a fin. Y lo que veo

a un lado y otro, en esta fuga,

rosas, restos de alas, sombra y luz,

es sólo mío,

recuerdo y ansia míos, presentimiento, olvido.

¿Quién sabe más que yo, quién,

qué hombre o qué dios, puede,

ha podido, podrá decirme a mí

qué es mi vida y mi muerte, qué no es?

Si hay quien lo sabe,

yo lo sé más que ése, y si lo ignora,

más que ése lo ignoro.

Lucha entre este saber y este ignorar

es mi vida, su vida, y es la vida. Pasan vientos

como pájaros, pájaros igual que flores,

flores soles y lunas, lunas soles

como yo, como almas, como cuerpos,

cuerpos como la muerte y la resurrección,

como dioses. Y soy un dios

sin espada, sin nada

de lo que hacen los hombres con su ciencia;

sólo con lo que es producto de lo vivo,

lo que se cambia todo; sí, de fuego

o de luz, luz. ¿Por qué comemos y bebemos

otra cosa que luz o fuego? Como yo he nacido

en el sol y del sol he venido aquí a la sombra,

¿soy del sol, como el sol alumbro? y mi nostalgia,

como la de la luna, es haber sido sol

y reflejarlo sólo ahora.

Espacio (1941)

Una característica llamativa del estilo poético de Juan Ramón Jiménez es su idea de

que hay que escribir como se habla, por lo que mostraba preferencia ortográfica por la

―j‖ en lugar de la ―g‖ delante de ―e, i‖ (como en su ―Antolojía poética‖), ―s‖ en lugar de

―x‖ (como en ―espresar‖) y ―s‖, ―t‖ en lugar de los grupos consonánticos ―ns‖ y ―pt‖,

respectivamente (como en ―trasparencia‖, ―setiembre‖). Juan Ramón Jiménez era un

perfecto dominador del lenguaje y, al igual que experimentó con nuevas formas

métricas —como la narración lírica, que supone un acercamiento de la poesía a la

prosa y la lengua hablada, en su deseo de escribir para las minorías—, creó

neologismos por composición (―rosafuego‖, ―cuerpialma‖) y derivación (―ultracielo‖,

―deseante‖, ―frutecer‖).

18.14. Generación del 27

En 1927, con motivo del tercer centenario de la muerte de Góngora, un grupo de

poetas se reunió en el Ateneo de Sevilla para homenajear al gran culteranista cordobés,

proscrito para la crítica literaria del siglo XIX por su excesivo oscurantismo formal.

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

27

Los jóvenes escritores que se dieron a conocer en el panorama cultural tras su

participación en este certamen poético se agrupan bajo la etiqueta conjunta de

Generación del 27 (que representa una promoción de poetas de edad similar, más que

una verdadera ―generación‖ homogénea de escritores con un estilo afín, como la

anterior Generación del 98).

Pese a la variedad de estilos literarios cultivados por los autores de la Generación del

27 (neopopularismo, surrealismo, poesía pura, existencialismo), una característica

común que define su obra es la tendencia al equilibrio entre polos opuestos

(sentimentalismo-intelectualidad, romanticismo-clasicismo, universalidad-casticismo,

tradición-vanguardia), la represión de los sentimientos puros y el culto a la belleza

estética, lo que encuentra su mejor vehículo de expresión en la metáfora. Por otro lado,

todos ellos fueron grandes admiradores de la obra poética de Juan Ramón Jiménez.

Algunos de los autores más importantes que integran este grupo en su etapa inicial son

los poetas Pedro Salinas, Jorge Guillén, Gerardo Diego, Vicente Aleixandre, Emilio

Prados, Luis Cernuda, Rafael Alberti y Manuel Altolaguirre, el poeta y dramaturgo

Federico García Lorca y el poeta y filólogo Dámaso Alonso. Posteriormente, y debido

a su amistad con los anteriores miembros fundadores, se agruparon también dentro de

la Generación del 27 otros escritores de difícil adscripción, como los poetas León

Felipe (1884-1968), José Moreno Villa (1887-1955), Juan Larrea (1895-1980), José

María Quiroga Plá (1902-1955), José María Hinojosa (1904-1936) y Miguel Hernández

(1910-1942), el novelista Francisco Ayala (1906-2009), el dramaturgo Alejandro

Casona (1903-1965), los dramaturgos y novelistas Enrique Jardiel Poncela (1901-1952)

y José López Rubio (1903-1996), el dramaturgo y periodista Antonio de Lara ―Tono‖

(1896-1978), el novelista y poeta Agustín de Foxá (1906-1959), el dramaturgo y

director de cine Edgar Neville (1899-1967) y el polígrafo —novelista, dramaturgo,

ensayista y poeta— Max Aub (1903-1972).

Pedro Salinas (1891-1951) es uno de los grandes poetas del

amor de la Generación del 27. Influido por Juan Ramón

Jiménez, cultiva una poesía pura que intenta desentrañar la

verdadera esencia de las cosas. En una primera etapa poética,

Salinas muestra una influencia ultraísta, con obras como

Presagios (1923), Seguro azar (1929) y Fábula y signo (1931).

Posteriormente, el poeta se concentra en su propio mundo

interior y en el optimismo del sentimiento amoroso para

elaborar las obra central de su producción poética: la trilogía

formada por La voz a ti debida (1933), Razón de amor (1936) y

Largo lamento (1938). No obstante, tras el estallido de la

Guerra Civil española y su posterior exilio en Estados Unidos, Salinas añade un tono

Pedro Salinas

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

28

existencialista a su poesía, que se refleja en El contemplado (1946), Todo más claro

(1949) y su obra póstuma Confianza (1955). El siguiente fragmento de la obra más

conocida de Salinas, La voz a ti debida (extenso poema cuyo título está tomado de la

égloga III de Garcilaso de la Vega), ilustra el tono optimista con que el enamorado

(―yo‖) trata de descubrir junto a la amada (―tú‖) la esencia del amor:

Para vivir no quiero

495 islas, palacios, torres.

¡Qué alegría más alta:

vivir en los pronombres!

Quítate ya los trajes,

las señas, los retratos;

500 yo no te quiero así,

disfrazada de otra,

hija siempre de algo.

Te quiero pura, libre,

irreductible: tú.

505 Se que cuando te llame

entre todas las gentes

del mundo,

sólo tú serás tú.

Y cuando me preguntes

510 quién es el que te llama,

el que te quiere suya,

enterraré los nombres,

los rótulos, la historia.

lré rompiendo todo

515 lo que encima me echaron

desde antes de nacer.

Y vuelto ya al anónimo

eterno del desnudo,

de la piedra, del mundo,

520 te diré:

―Yo te quiero, soy yo‖.

La voz a ti debida (fragmento 14)

Jorge Guillén (1893-1984) es, al igual que su amigo Pedro

Salinas, el poeta del optimismo de la Generación del 27. Su

poesía pura refleja la alegría de vivir del hombre, el goce vital

ante el avance inexorable del tiempo y la inseguridad que

producen el caos y el azar. Guillén utiliza un lenguaje muy

elaborado que busca expresar la esencia de las cosas de forma

concisa, por lo que en su poesía abundan los sustantivos y

escasean los verbos. Su producción poética está integrada por

cinco libros: Cántico (1928) ―la obra más famosa de Guillén y

una de las más importantes creaciones líricas en español del

siglo XX―, Clamor (1950), Homenaje (1967), Aire Nuestro

(1968)―antología que agrupa los tres anteriores―, Y otros poemas (1973) y Final

Jorge Guillén

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

29

(1982). El poema titulado ―Más allá‖, incluido en Cántico, ilustra el descubrimiento

del poeta del ―amanecer‖ o esencia enigmática de las cosas y la alegría que le produce

sentirse vivo:

(El alma vuelve al cuerpo,

se dirige a los ojos

y choca.) —¡Luz! Me invade

todo mi ser. ¡Asombro!

Intacto aún, enorme,

rodea el tiempo. Ruidos

irrumpen. ¡Cómo saltan

sobre los amarillos

todavía no agudos

de un sol hecho ternura

de rayo alboreado

para estancia difusa,

mientras van presentándose

todas las consistencias

que al disponerse en cosas

me limitan, me centran!

¿Hubo un caos? Muy lejos

de su origen, me brinda

por entre hervor de luz

frescura en chispas. ¡Día!

Una seguridad

se extiende, cunde, manda.

El esplendor aploma

la insinuada mañana.

Y la mañana pesa.

Vibra sobre mis ojos,

que volverán a ver

lo extraordinario: todo.

Todo está concentrado

por siglos de raíz

dentro de este minuto,

eterno y para mí.

Y sobre los instantes

que pasan de continuo

voy salvando el presente,

eternidad en vilo.

Corre la sangre, corre

con fatal avidez.

A ciegas acumulo

destino: quiero ser.

Ser, nada más. Y basta.

Es la absoluta dicha.

¡Con la esencia en silencio

tanto se identifica!

¡Al azar de las suertes

únicas de un tropel

surgir entre los siglos,

alzarse con el ser,

y a la fuerza fundirse

con la sonoridad

más tenaz: sí, sí, sí,

la palabra del mar!

Todo me comunica,

vencedor, hecho mundo,

su brío para ser

de veras real, en triunfo.

Soy, más, estoy. Respiro.

Lo profundo es el aire.

La realidad me inventa,

soy su leyenda. ¡Salve!

Cántico (I)

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

30

Gerardo Diego (1896-1987), destacado poeta de la Generación

del 27, desarrolló su poesía en torno a dos vertientes paralelas:

una tradicional ―a la que pertenecen Soria (1923), Versos humanos (1925) y Alondra de verdad (1941)― y otra

vanguardista ―con obras creacionistas como Imagen (1922) y

Manual de espumas (1924). En 1932 publicó su famosa

antología Poesía española, que dio a conocer a los principales

autores de su época. A diferencia de la mayoría de sus

compañeros de la Generación del 27, Gerardo Diego tomó

partido por el bando nacional durante la Guerra Civil española,

por lo que no necesitó exiliarse del país y pudo continuar su

producción literaria. El soneto titulado ―El ciprés de Silos‖, incluido en su poemario

Versos humanos, ilustra el deseo de ascenso y superación del poeta hacia un plano

espiritual superior al contemplar el ciprés que preside el claustro del Monasterio de

Silos y que también se eleva majestuoso hacia el cielo:

Enhiesto surtidor de sombra y sueño

que acongojas el cielo con tu lanza.

Chorro que a las estrellas casi alcanza

devanado a sí mismo en loco empeño.

Mástil de soledad, prodigio isleño,

flecha de fe, saeta de esperanza.

Hoy llegó a ti, riberas del Arlanza,

peregrina al azar, mi alma sin dueño.

Cuando te vi señero, dulce, firme,

qué ansiedades sentí de diluirme

y ascender como tú, vuelto en cristales,

como tú, negra torre de arduos filos,

ejemplo de delirios verticales,

mudo ciprés en el fervor de Silos.

Versos humanos (1925)

Vicente Aleixandre (1898-1984), Premio Nobel de Literatura

en 1977, es uno de los poetas fundadores de la Generación del

27 y está considerado como el principal representante de la

poesía surrealista en España. Aleixandre inicia su producción

poética con Ámbito (1928), obra juvenil aún bajo la influencia

de la poesía pura de Juan Ramón Jiménez y Jorge Guillén. Sus

tres siguientes poemarios ―Espadas como labios (1932), La destrucción o el amor (1935) y Pasión de la tierra (1935)― se

enmarcan dentro del surrealismo que irrumpe con fuerza en la

literatura española durante la década de 1930, a medida que

Gerardo Diego

Vicente Aleixandre

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

31

declina el ultraísmo anterior, y que busca expresar las imágenes y sus relaciones

mediante metáforas, tal y como se muestran en el mundo de los sueños. Para el poeta

surrealista, el amor es una fuerza vital ingobernable que destruye las convenciones

sociales que limitan al ser humano. Con Sombra del Paraíso (1944), Aleixandre

inaugura la corriente poética de posguerra, que dará pasó a la poesía social de las

décadas de 1950 y 1960 con Historia del corazón (1954) y En un vasto dominio (1962).

Otras obras posteriores del poeta incluyen Poemas de la consumación (1968) y

Diálogos del conocimiento (1974). El poema de verso libre titulado ―Se querían‖,

incluido en La destrucción o el amor, ilustra la fusión del amor con el universo que

caracteriza la poesía surrealista de Aleixandre:

Se querían.

Sufrían por la luz, labios azules en la madrugada,

labios saliendo de la noche dura,

labios partidos, sangre, ¿sangre dónde?

Se querían en un lecho navío, mitad noche, mitad luz.

Se querían como las flores a las espinas hondas,

a esa amorosa gema del amarillo nuevo,

cuando los rostros giran melancólicamente,

giralunas que brillan recibiendo aquel beso.

Se querían de noche, cuando los perros hondos

laten bajo la tierra y los valles se estiran

como lomos arcaicos que se sienten repasados:

caricia, seda, mano, luna que llega y toca.

Se querían de amor entre la madrugada,

entre las duras piedras cerradas de la noche,

duras como los cuerpos helados por las horas,

duras como los besos de diente a diente solo.

Se querían de día, playa que va creciendo,

ondas que por los pies acarician los muslos,

cuerpos que se levantan de la tierra y flotando...

Se querían de día, sobre el mar, bajo el cielo.

Mediodía perfecto, se querían tan íntimos,

mar altísimo y joven, intimidad extensa,

soledad de lo vivo, horizontes remotos

ligados como cuerpos en soledad cantando.

Amando. Se querían como la luna lúcida,

como ese mar redondo que se aplica a ese rostro,

dulce eclipse de agua, mejilla oscurecida,

donde los peces rojos van y vienen sin música.

Día, noche, ponientes, madrugadas, espacios,

ondas nuevas, antiguas, fugitivas, perpetuas,

mar o tierra, navío, lecho, pluma, cristal,

metal, música, labio, silencio, vegetal,

mundo, quietud, su forma. Se querían, sabedlo.

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

32

―Se querían‖, en La destrucción o el amor (1935)

Luis Cernuda (1902-1963), poeta de la Generación del 27,

expresa en sus obras (de carácter autobiográfico en su mayor

parte) el choque entre el deseo y la realidad, con el único

consuelo del recuerdo romántico de un placer momentáneo e

intemporal. Su primer poemario destacado es Égloga, elegía, oda (1928), de estilo clásico, al que sigue Un río, un amor

(1929), de tono surrealista. Con Los placeres prohibidos (1931),

Donde habite el olvido (1934) e Invocaciones (1935), Cernuda

logra expresar su rebeldía social, su imagen de ―poeta maldito‖

y su condición homosexual. En 1936 publica la primera edición

de La Realidad y el Deseo, título genérico de su producción

poética en el que irá reuniendo su obra lírica posterior. En Las nubes (1943), Cernuda

refleja su dolor tras el exilio de España a consecuencia de la Guerra Civil. Como quien espera el alba (1947), Vivir sin estar viviendo (1949), Con las horas contadas (1956) y

Desolación de la Quimera (1962) marcan el paso del exilio en Estados Unidos a su

nueva patria en México, en donde vivirá hasta el fin de sus días. El poema titulado

―Donde habite el olvido‖ (incluido en la obra homónima de 1934) ilustra el tono

intimista y pesimista de Cernuda ante el dolor que le produce el desengaño amoroso:

Donde habite el olvido,

en los vastos jardines sin aurora;

donde yo solo sea

memoria de una piedra sepultada entre ortigas

sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.

Donde mi nombre deje

al cuerpo que designa en brazos de los siglos,

donde el deseo no exista.

En esa gran región donde el amor, ángel terrible,

no esconda como acero

en mi pecho su ala,

sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.

Allá donde termine ese afán que exige un dueño a imagen suya,

sometiendo a otra vida su vida,

sin más horizonte que otros ojos frente a frente.

Donde penas y dichas no sean más que nombres,

cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;

donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,

disuelto en niebla, ausencia,

ausencia leve como carne de niño.

Allá, allá lejos;

donde habite el olvido.

Luis Cernuda

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

33

Donde habite el olvido (1934)

Rafael Alberti (1902-1999), poeta de la Generación del 27,

funde en su obra lo popular y lo culto, lo tradicional y lo

vanguardista. Su primer poemario, Marinero en tierra (1925),

de carácter neopopularista, constituye una evocación de un

paraíso perdido que Alberti identifica con el Cádiz de su

infancia. Los posteriores El alba de alhelí (1927) y Cal y canto

(1929) representan un giro del poeta hacia un culteranismo

gongorino de corte vanguardista. Producto de una profunda

crisis espiritual, Alberti escribe la obra maestra de su

producción lírica, Sobre los ángeles (1929), con la que se

interna en la poesía surrealista. La inminencia de la Guerra

Civil española dará paso a una etapa en la que predomina la literatura comprometida,

como en El poeta en la calle (1937). Ya en el exilio, Alberti muestra en su poesía la

nostalgia de España, con obras como Entre el clavel y la espada (1941), Pleamar (1944),

Retornos de lo vivo lejano (1952) y Baladas y canciones del Paraná (1953). Otras obras

posteriores son Abierto a todas horas (1964), Roma, peligro para caminantes (1968) y

Canciones para Altair (1989). Aparte de la poesía, Alberti cultivó también el drama,

con piezas como El hombre deshabitado (1931), De un momento a otro (1942), El adefesio (1944) o Noche de guerra en el Museo del Prado (1956). El poema titulado

―Se equivocó la paloma‖, incluido en Entre el clavel y la espada, ilustra la etapa

nostálgica de Alberti en el exilio y admite una doble interpretación (fruto de la

dualidad simbólica ―amor-paz‖ de la paloma): el amor es capaz de errar y el bando

comunista que apoyaba Albertí es derrotado en la Guerra Civil:

Se equivocó la paloma,

se equivocaba.

Por ir al norte fue al sur,

creyó que el trigo era el agua.

Creyó que el mar era el cielo

que la noche la mañana.

Que las estrellas rocío,

que la calor la nevada.

Que tu falda era tu blusa,

que tu corazón su casa.

(Ella se durmió en la orilla,

tú en la cumbre de una rama.)

Entre el clavel y la espada (1941)

Rafael Alberti

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

34

El novelista y dramaturgo Max Aub (1903-1972) publicó casi

toda su obra literaria desde el exilio, al que se vio obligado tras

la Guerra Civil española. Como narrador, sobresale

especialmente la serie de seis novelas-reportaje sobre el

conflicto español titulada El laberinto mágico, formada por

Campo cerrado (1943), Campo de sangre (1945), Campo abierto (1951), Campo del Moro (1963), Campo francés (1965)

y Campo de los almendros (1968). Otras dos novelas

destacadas son Las buenas intenciones (1954) y La calle de Valverde (1961). Como dramaturgo, Aub se inició con obras

de teatro vanguardistas como Espejo de avaricia (1927) y

Narciso (1928), y continuó con comedias satíricas ―Jácara del avaro (1935)―, dramas

comprometidos ―Pedro López García (1936)― y obras de teatro mayor ―La vida conyugal (1942), San Juan (1943), Morir por cerrar los ojos (1944), El rapto de Europa

(1946), Cara y cruz (1946), De algún tiempo a esta parte (1949), No (1952).

Otros autores destacados de la Generación del 27 son los siguientes: los poetas León

Felipe (1884-1968) ―creador de una poesía grandilocuente y profética influida por

autores como Walt Whitman, como se refleja en Ganarás la luz (1943)―, Emilio

Prados (1899-1962) ―autor de un dramático poema de amor, Cuerpo perseguido

(1946)― y Manuel Altolaguirre (1905-1959) ―cuya poesía espiritual e intimista

anterior al estallido de la Guerra Civil se recoge en Las islas invitadas (1936); el

filólogo y crítico literario Dámaso Alonso (1898-1990) ―poeta de posguerra cuya obra

más importante, Hijos de la ira (1944), presenta una visión desgarrada y sombría de la

condición humana―; el dramaturgo y novelista Enrique Jardiel Poncela (1901-

1952) ―gran renovador del teatro y la narrativa de la primera mitad del siglo XX con

un humorismo que raya en lo inverosímil y lo absurdo, como en la novela Amor se escribe sin hache (1928) y las comedias Cuatro corazones con freno y marcha atrás

(1936), Un marido de ida y vuelta (1939) y Eloísa está debajo de un almendro (1940)―;

el dramaturgo Alejandro Casona (1903-1965) ―autor de un teatro simbolista y

poético, como en La dama del alba (1944)―; el novelista Francisco Ayala (1906-

2009) ―vanguardista en su colección de relatos El boxeador y un ángel (1929); el

novelista y poeta Agustín de Foxá (1906-1959) ―autor de una de las grandes novelas

sobre la Guerra Civil española: Madrid, de Corte a checa (1938)―; el dramaturgo

Rafael Dieste (1899-1981) ―autor de obras de teatro en gallego y en español que

revitalizaron el teatro de guiñol durante las décadas de 1920 y 1930, como Juan de Luz

(1929), Rojo farol amante (1933) y Quebranto de doña Luparia y otras farsas (1934).

18.15. Federico García Lorca

Max Aub

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

35

Federico García Lorca (Fuente Vaqueros, 1898 - Alfacar,

1936), poeta y dramaturgo de la Generación del 27, es uno

de los escritores más influyentes de la literatura española del

siglo XX. Tras una intensa carrera literaria, su temprana

muerte por fusilamiento en los primeros días de la Guerra

Civil española contribuyó a mitificar su figura. En la obra de

Lorca se aúnan lo popular y lo culto, lo tradicional y lo

vanguardista. La poesía y el teatro lorquianos giran en torno

al tema central de la frustración, causada por motivos como

la muerte, el amor, el tiempo, la esterilidad y las fuerzas

telúricas y expresada mediante un rico universo simbólico

(la luna, el caballo y el color verde suelen simbolizar la muerte, mientras que el agua,

la sangre y el color blanco representan la vida). Los protagonistas de sus obras son casi

siempre seres marginados (gitanos, mujeres, niños, homosexuales…) que viven en

soledad dentro de una sociedad opresiva basada en los convencionalismos y que tienen

un destino trágico. La metáfora es parte fundamental del estilo lorquiano.

La producción literaria de Lorca se divide en dos grupos:

1) Poesía. Tras sus primeras composiciones juveniles, la carrera literaria de Lorca se

inicia con Libro de poemas (1921), obra de corte modernista que refleja un amor sin

esperanza, abocado a la tristeza. A esta primera etapa juvenil le sigue otra de carácter

neopopularista, marcada por el redescubrimiento erudito de cancioneros y

romanceros; a este periodo literario pertenecen Poema del cante jondo (1921),

Canciones (1927) y Romancero gitano (1928); este último, una de las obras más

representativas de la lírica lorquiana, está compuesto por dieciocho romances que

reflejan el tema de la muerte y la incompatibilidad moral del mundo gitano dentro de

la sociedad burguesa. En una segunda etapa literaria, de carácter surrealista, Lorca

escribe Poeta en Nueva York (1930) ―visión desolada de la metrópoli norteamericana,

en la que civilización y naturaleza humana resultan incompatibles―, Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías (1935) ―elegía emocionada del famoso torero

sevillano, afín a la Generación del 27―, Seis poemas gallegos (1935) ―homenaje de

Lorca al paisaje y la lengua de Galicia― y Diván del Tamarit (1940) ―libro de poemas

de atmósfera oriental que refleja la frustración del sentimiento amoroso. En 1984,

fueron publicados a título póstumo unos Sonetos del amor oscuro, en los que Lorca

hace referencia al amor homosexual.

El ―Romance sonámbulo‖, incluido dentro del Romancero gitano, ilustra el estilo

literario de Lorca mediante la mezcla de elementos populares, cultos y simbólicos para

reflejar la historia de amor frustrado entre el soldado que vuelve de la batalla (el

Federico García Lorca

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

36

gitano que huye de la Guardia Civil) y la joven que le espera ―sonámbula‖ y

finalmente se suicida, desesperada por su ausencia:

Verde que te quiero verde,

verde viento, verdes ramas.

El barco sobre la mar

y el caballo en la montaña.

Con la sombra en la cintura

ella sueña en su baranda,

verde carne, pelo verde,

con ojos de fría plata.

Verde que te quiero verde.

Bajo la luna gitana,

las cosas la están mirando

y ella no puede mirarlas.

Verde que te quiero verde.

Grandes estrellas de escarcha

vienen con el pez de sombra

que abre el camino del alba.

La higuera frota su viento

con la lija de sus ramas,

y el monte, el gato garduño,

eriza sus pitas agrias.

Pero ¿quién vendrá? ¿Y por dónde...?

Ella sigue en su baranda,

verde carne, pelo verde,

soñando en la mar amarga.

― Compadre, quiero cambiar

mi caballo por su casa,

mi montura por su espejo,

mi cuchillo por su manta.

Compadre, vengo sangrando,

desde los puertos de Cabra.

― Si yo pudiera, mocito,

este trato se cerraba.

Pero yo ya no soy yo.

ni mi casa es ya mi casa.

― Compadre, quiero morir

decentemente en mi cama.

De acero, si puede ser,

con las sábanas de holanda.

¿No ves la herida que tengo

desde el pecho a la garganta?

― Trescientas rosas morenas

lleva tu pechera blanca.

Tu sangre rezuma y huele

alrededor de tu faja.

Pero yo ya no soy yo,

ni mi casa es ya mi casa.

― Dejadme subir al menos

hasta las altas barandas;

¡dejadme subir!, dejadme,

hasta las verdes barandas.

Barandales de la luna

por donde retumba el agua.

Ya suben los dos compadres

hacia las altas barandas.

Dejando un rastro de sangre.

Dejando un rastro de lágrimas.

Temblando en los tejados

farolillos de hojalata.

Mil panderos de cristal

herían la madrugada.

Verde que te quiero verde,

verde viento, verde ramas.

Los dos compadres subieron.

El largo viento dejaba

en la boca un raro gusto

de hiel, de menta y de albahaca.

¡Compadre! ¿Dónde está, dime,

dónde está tu niña amarga?

¡Cuántas veces te esperó!

¿Cuántas veces te esperara?,

cara fresca, negro pelo,

en esta verde baranda!

Sobre el rostro del aljibe

se mecía la gitana.

Verde carne, pelo verde,

con los ojos de fría plata.

Un carámbano de luna

la sostiene sobre el agua.

La noche se puso íntima

como una pequeña plaza.

Guardias civiles, borrachos

en la puerta golpeaban.

Verde que te quiero verde.

Verde viento, verdes ramas.

El barco sobre la mar.

Y el caballo en la montaña.

―Romance sonámbulo‖ (en Romancero gitano)

2) Teatro. Los dramas lorquianos, que comparten la misma simbología poética que su

obra lírica, representan uno de los puntos culminantes de la literatura española del

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

37

siglo XX. La producción dramática de Lorca se agrupa en cuatro subgéneros: farsas,

comedias ―irrepresentables‖ (según la denominación del propio autor), tragedias y

dramas. Tras el rotundo fracaso de su primera obra juvenil de carácter simbolista, El maleficio de la mariposa (1920), y el gran éxito del drama histórico de carácter

romántico Mariana Pineda (1927), Lorca inicia su primera etapa teatral con una serie

de farsas en las que refleja temas como el costumbrismo y el amor, entre las que

destacan La zapatera prodigiosa (1930) y Amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín (1933), así como las farsas de títeres Tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita (1922) y Retablillo de don Cristóbal (1930). De forma paralela, compone dos

comedias ―irrepresentables‖ de estilo surrealista y hermético, El público (1930) y Así que pasen cinco años (1930), que indagan en el ser humano y sus sentimientos. Por

influencia de los dramas rurales de Lope de Vega y Calderón de la Barca, Lorca escribe

dos de sus obras teatrales más representativas, las tragedias Bodas de sangre (1933) y

Yerma (1934), en las que conjuga mito y realidad. En su última etapa, los problemas

humanos y sociales de la época le llevan a escribir dramas, entre los que destacan

Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores (1935) y La casa de Bernarda Alba

(1936).

La casa de Bernarda Alba, drama que gira en torno a la represión de la mujer y la

intolerancia religiosa, representa una de las cumbres del teatro lorquiano. A la muerte

de su marido, Bernarda se encierra en su casa con sus hijas para vivir los próximos

años en el más riguroso luto. La tensión estalla cuando las jóvenes se enamoran del

novio de la mayor, aunque sólo la más pequeña se atreve a tener relaciones con él.

Cuando Bernarda se entera, refuerza su despotismo y finge haber matado al novio. La

hija pequeña se ahorca y su muerte sepulta en vida a todas las mujeres de la casa. El

siguiente fragmento de este drama refleja la actitud inflexible de Bernarda ante sus

convecinas y sus hijas y la tragedia que para éstas supone su condición de mujeres en

este ambiente de intransigencia:

Bernarda: (A Magdalena, que inicia el llanto) Chist. (Golpea con el bastón) (Salen todas) (A las

que se han ido) ¡Andar a vuestras cuevas a criticar todo lo que habéis visto! Ojalá tardéis muchos

años en pasar el arco de mi puerta.

La Poncia: No tendrás queja ninguna. Ha venido todo el pueblo.

Bernarda: Sí, para llenar mi casa con el sudor de sus refajos y el veneno de sus lenguas.

Amelia: ¡Madre, no hable usted así!

Bernarda: Es así como se tiene que hablar en este maldito pueblo sin río, pueblo de pozos, donde

siempre se bebe el agua con el miedo de que esté envenenada.

La Poncia: ¡Cómo han puesto la solería!

Bernarda: Igual que si hubiera pasado por ella una manada de cabras. (La Poncia limpia el suelo)

Niña, dame un abanico.

Amelia: Tome usted. (Le da un abanico redondo con flores rojas y verdes)

Bernarda: (Arrojando el abanico al suelo) ¿Es éste el abanico que se da a una viuda? Dame uno

negro y aprende a respetar el luto de tu padre.

Martirio: Tome usted el mío.

Bernarda: ¿Y tú?

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

38

Martirio: Yo no tengo calor.

Bernarda: Pues busca otro, que te hará falta. En ocho años que dure el luto no ha de entrar en esta

casa el viento de la calle. Haceros cuenta que hemos tapiado con ladrillos puertas y ventanas. Así

pasó en casa de mi padre y en casa de mi abuelo. Mientras, podéis empezar a bordaros el ajuar. En

el arca tengo veinte piezas de hilo con el que podréis cortar sábanas y embozos. Magdalena puede

bordarlas.

Magdalena: Lo mismo me da.

Adela: (Agria) Si no queréis bordarlas irán sin bordados. Así las tuyas lucirán más.

Magdalena: Ni las mías ni las vuestras. Sé que yo no me voy a casar. Prefiero llevar sacos al

molino. Todo menos estar sentada días y días dentro de esta sala oscura.

Bernarda: Eso tiene ser mujer.

Magdalena: Malditas sean las mujeres.

Bernarda: Aquí se hace lo que yo mando. Ya no puedes ir con el cuento a tu padre. Hilo y aguja

para las hembras. Látigo y mula para el varón. Eso tiene la gente que nace con posibles.

La casa de Bernarda Alba (Acto primero)

18.16. Bodas de sangre

La tragedia en verso y prosa Bodas de sangre (escrita originalmente en 1931,

representada en 1933 y publicada en 1935) está considerada como una de las obras

teatrales más brillantes de Lorca, en la que el autor conjuga todo su universo poético

(frustración amorosa, marginación, simbolismo, muerte). Está basada en un hecho real

ocurrido en Níjar (Almería) en 1928: el rapto de una novia en el día de su boda por un

antiguo amante y la posterior venganza del novio, que se salda con la muerte de los

dos hombres. En Bodas de sangre, Lorca introduce elementos de la tragedia griega

(coros cantores) y los dramas de honor clásicos (desenlace sangriento). El tema central

de la obra es el amor frustrado, debido al triángulo amoroso formado por Leonardo, la

Novia y el Novio. Alrededor de él, Lorca presenta otros subtemas, como la muerte, la

infidelidad, la honra, las convenciones sociales, el destino y las fuerzas telúricas (la

Naturaleza es parte importante de la historia, ya que influye en los sentimientos de los

personajes).

El rasgo más característico de Bodas de sangre es su marcado simbolismo, que hace

que incluso la Luna y la Muerte aparezcan representadas como personajes de la obra

(un leñador de cara blanca y una mendiga descalza, respectivamente, personificación

ambos de la muerte). Otros elementos simbólicos importantes son el caballo (pasión

desenfrenada que conduce a la muerte), la navaja (muerte) y el azahar (pureza

femenina).

El argumento de Bodas de sangre es el siguiente: mientras el Novio planea su boda, la

Madre recuerda la tragedia familiar en la que su esposo y su hijo mayor murieron en

una reyerta con una familia rival. Al enterarse de que la Novia de su hijo había sido

novia de Leonardo, miembro de la otra familia, la Madre presiente que la tragedia

puede volver a repetirse, aunque para entonces el Novio ya ha hecho los preparativos

de su boda. La esposa de Leonardo (prima de la futura Novia) sospecha que su marido

le es infiel, y desconfía más aún de él cuando ve que se torna violento al recibir la

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

39

noticia de la boda. La Madre del Novio acude a casa de la Novia y comunica a su Padre

el deseo de casar a sus hijos, a lo que éste accede. Mientras, la Novia se sobresalta al oír

el ruido de un caballo, y desde una ventana descubre que se trata de Leonardo. La

mañana de la boda, Leonardo revela a la Novia la pasión que siente por ella. Tras

celebrarse las nupcias, y en medio de la felicidad de familiares e invitados, la Novia se

muestra preocupada. Cuando el Novio acude a su casa para comenzar el baile,

descubre que ha desaparecido. Tras buscarla por todas partes, la mujer de Leonardo les

informa de que ella y su marido han huido a lomos de un caballo hacia el bosque. De

inmediato el Novio emprende su persecución, mientras la Madre maldice a la familia

de la Novia y a la de Leonardo. En el bosque, la Luna, una Mendiga y un coro de

Leñadores presagian la tragedia que se avecina. Ante la proximidad de la muerte,

Leonardo y la Novia se refuerzan en su mutuo amor. El destino trágico se cumple y el

Novio y Leonardo mueren tras un duelo de navajas, mientras el color rojo cubre cielo

y tierra. Al anochecer, la Novia se presenta arrepentida en casa de su suegra para

recibir su castigo, pero la Madre, sacudida por la tragedia, pierde la fuerza de la ira y

sólo puede lamentar en silencio la muerte de su hijo.

El siguiente fragmento, correspondiente al inicio de Bodas de sangre, ilustra el

enfrentamiento entre el amor y la libertad (por un lado) y el poder y la violencia (por

otro), a través de un amargo diálogo entre la Madre y su hijo, en el que ésta presiente

que las armas serán el desencadenante de la tragedia final:

Novio: (Entrando) Madre.

Madre: ¿Que?

Novio: Me voy.

Madre: ¿Adónde?

Novio: A la viña. (Va a salir)

Madre: Espera.

Novio: ¿Quieres algo?

Madre: Hijo, el almuerzo.

Novio: Déjalo. Comeré uvas. Dame la navaja.

Madre: ¿Para qué?

Novio: (Riendo) Para cortarlas.

Madre: (Entre dientes y buscándola) La navaja, la navaja... Malditas sean todas y el bribón que

las inventó.

Novio: Vamos a otro asunto.

Madre: Y las escopetas, y las pistolas, y el cuchillo más pequeño, y hasta las azadas y los bieldos

de la era.

Novio: Bueno.

Madre: Todo lo que puede cortar el cuerpo de un hombre. Un hombre hermoso, con su flor en la

boca, que sale a las viñas o va a sus olivos propios, porque son de él, heredados...

Novio: (Bajando la cabeza) Calle usted.

Madre: ... y ese hombre no vuelve. O si vuelve es para ponerle una palma encima o un plato de

sal gorda para que no se hinche. No sé cómo te atreves a llevar una navaja en tu cuerpo, ni cómo

yo dejo a la serpiente dentro del arcón.

Novio: ¿Está bueno ya?

Madre: Cien años que yo viviera no hablaría de otra cosa. Primero, tu padre, que me olía a clavel

y lo disfruté tres años escasos. Luego, tu hermano. ¿Y es justo y puede ser que una cosa pequeña

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

40

como una pistola o una navaja pueda acabar con un hombre, que es un toro? No callaría nunca.

Pasan los meses y la desesperación me pica en los ojos y hasta en las puntas del pelo.

Novio: (Fuerte) ¿Vamos a acabar?

Madre: No. No vamos a acabar. ¿Me puede alguien traer a tu padre y a tu hermano? Y luego, el

presidio. ¿Qué es el presidio? ¡Allí comen, allí fuman, allí tocan los instrumentos! Mis muertos

llenos de hierba, sin hablar, hechos polvo; dos hombres que eran dos geranios... Los matadores, en

presidio, frescos, viendo los montes...

Novio: ¿Es que quiere usted que los mate?

Madre: No... Si hablo, es porque... ¿Cómo no voy a hablar viéndote salir por esa puerta? Es que

no me gusta que lleves navaja. Es que.... que no quisiera que salieras al campo.

Novio: (Riendo) ¡Vamos!

Madre: Que me gustaría que fueras una mujer. No te irías al arroyo ahora y bordaríamos las dos

cenefas y perritos de lana.

Novio: (Coge de un brazo a la madre y ríe) Madre, ¿y si yo la llevara conmigo a las viñas?

Madre: ¿Qué hace en las viñas una vieja? ¿Me ibas a meter debajo de los pámpanos?

Novio: (Levantándola en sus brazos) Vieja, revieja, requetevieja.

Madre: Tu padre sí que me llevaba. Eso es buena casta. Sangre. Tu abuelo dejó a un hijo en cada

esquina. Eso me gusta. Los hombres, hombres, el trigo, trigo.

Bodas de sangre (Acto primero, cuadro primero)

Resumen

La literatura española del primer tercio del siglo XX vive una nueva Edad de Oro

gracias a cuatro movimientos literarios progresivos: 1) Modernismo (1880-1914),

corriente estética de carácter romántico y antirrealista introducida en España por

Rubén Darío; 2) Generación del 98 (1898-1914), movimiento idealista, influido en sus

orígenes por el Modernismo, que surgió a raíz de la crisis social y espiritual en España

tras el ―desastre de 1898‖; 3) Novecentismo (1914-1927), corriente artística asociada a

las vanguardias de comienzos del siglo XX, que se popularizaron tras la Primera

Guerra Mundial; 4) Generación del 27 (1927-1939), movimiento literario

caracterizado por una estética que busca la belleza mediante la contención de los

sentimientos, surgido en 1927 a raíz de un certamen poético con motivo del 300

aniversario de la muerte de Luis de Góngora.

El Modernismo surge como reacción frente el Realismo y el Naturalismo de finales del

siglo XIX, bajo la influencia conjunta de dos movimientos literarios franceses:

Parnasianismo (perfeccionismo formal) y Simbolismo (lenguaje simbólico). Presenta

rasgos neorrománticos, como el culto a la imaginación y la expresión de los

sentimientos de rebeldía y melancolía, y se caracteriza por la subjetividad y la

búsqueda de la perfección formal en un mundo idealizado mediante la combinación

de música y colores. El género literario preferido para la expresión de la estética

modernista es la lírica (poesía y teatro). Los principales representantes del

Modernismo en España, introducido por Rubén Darío, son el poeta Salvador Rueda y

los dramaturgos Eduardo Marquina y Gregorio Martínez Sierra.

La Generación del 98 es un grupo de escritores que se vieron profundamente afectados

por la crisis sociopolítica y moral que supuso la pérdida en 1898 de las últimas colonias

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

41

españolas (Puerto Rico, Cuba, Filipinas y Guam). A diferencia del Modernismo, con el

que convivió, este movimiento literario no busca evadirse a mundos idealizados, sino

reflejar la realidad española con un estilo sobrio y sencillo. Los noventaiochistas

muestran un profundo pesimismo y una actitud crítica ante la sociedad que les toca

vivir, y buscan recuperar la grandeza de España (con Castilla como núcleo casticista

unificador) mediante un espíritu regeneracionista. Los géneros literarios preferidos

por los autores noventaiochistas son la novela y el ensayo. Los principales

representantes de la Generación del 98 son los novelistas Miguel de Unamuno, Pío

Baroja y Azorín, los dramaturgos Ramón del Valle-Inclán, Jacinto Benavente y Pedro

Muñoz Seca y el poeta Antonio Machado.

El Novecentismo es un movimiento literario asociado a las vanguardias artísticas

surgidas tras la Primera Guerra Mundial, que agrupa a una serie de escritores situados

entre la Generación del 98 y la Generación del 27. En sus inicios, el Novecentismo

surge como una doble reacción frente al Modernismo (corriente literaria que

considera caduca y decadente) y la Generación del 98 (cuyo pesimismo vital,

sobriedad estilística y regionalismo rechaza por su falta de intelectualidad). Los

escritores novecentistas crean una literatura elitista, intelectual, cosmopolita y de gran

perfección formal. Los géneros literarios preferidos por los autores novecentistas son

el ensayo y el artículo. Los principales representantes del Novecentismo son el poeta

Juan Ramón Jiménez, el filósofo José Ortega y Gasset, el novelista Gabriel Miró y el

polígrafo Ramón Gómez de la Serna.

La Generación del 27 es un movimiento literario promovido por una serie de jóvenes

poetas que participaron en un homenaje a Luis de Góngora en 1927, con motivo del

300 aniversario de su muerte. Todos ellos se vieron muy influidos en sus inicios por la

obra poética de Juan Ramón Jiménez. Pese a la variedad de estilos literarios cultivados

por los autores de la Generación del 27, sus obras se caracterizan por el equilibrio

entre polos opuestos (popular-culto, tradición-vanguardia, sentimentalismo-

intelectualidad), la represión de los sentimientos puros y el culto a la belleza estética.

Los principales representantes de la Generación del 27 son el poeta y dramaturgo

Federico García Lorca, los poetas Pedro Salinas, Jorge Guillén, Gerardo Diego, Vicente

Aleixandre, Luis Cernuda, Rafael Alberti, León Felipe y Dámaso Alonso, el

dramaturgo Enrique Jardiel Poncela y el novelista Francisco Ayala.

Apéndice bibliográfico

La busca (1904) [Pío Baroja] El hombre que lucha en ―La busca‖ se halla en situación absoluta y permanente de desamparo social, producto de la

ciudad misma.

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

42

Vida de don Quijote y Sancho (1905) [Miguel de Unamuno] Con motivo del tercer centenario de la publicación de la obra cumbre de Cervantes, Unamuno escribe este ensayo

inspirado por el ―Quijote‖ en el que expone sus ideales casticistas: considera el quijotismo como la filosofía esencial

del pueblo español y exalta la fe basada en la fuerza de voluntad y no en el poder de la razón. En su exégesis del

―Quijote‖, Unamuno no considera la obra cervantina una ficción literaria, sino la expresión de una filosofía vital.

Niebla (1914) [Miguel de Unamuno] ―Niebla‖ es una obra precursora de la novela experimental europea de la década de los veinte. Esta ―nivola‖ (como

la subtituló el propio Unamuno) tiene como protagonista a Augusto Pérez, un personaje de ficción que fracasa en

su intento de alcanzar una existencia plena e independiente de su creador.

La tía Tula (1920) [Miguel de Unamuno] ―La Tía Tula‖ es una novela de amor, pero de un amor tierno y casto.

Divinas palabras (1920) [Ramón del Valle-Inclán] ―Divinas palabras‖ representa el comienzo del puro esperpento teatral valleinclanesco, género literario mezcla de

sarcasmo y crítica social que constituye una visión deformada de la realidad. El crudo realismo de los esperpentos

hace que estas obras tragicómicas muevan a la vez a la risa y al llanto.

Luces de bohemia (1920) [Ramón del Valle-Inclán] El tema valleinclanesco del esperpento se sitúa esta vez en el Madrid de principios de siglo, reflejo de una España

caduca y caricaturesca. ―Luces de bohemia‖ es una sátira social que arremete contra todo y contra todos, y para ello

Valle-Inclán se sirve de un léxico de gran riqueza, reflejo del habla de la calle.

Martes de carnaval (1930) [Ramón del Valle-Inclán] Bajo este título recoge Valle-Inclán tres de sus esperpentos teatrales —―Los cuernos de don Friolera‖ (1925), ―Las

galas del difunto‖ (1926) y ―La hija del capitán‖ (1927)—, resultado de reflejar los héroes clásicos en espejos

cóncavos (que deforman la realidad y producen una nueva visión de ésta).

Los intereses creados (1907) [Jacinto Benavente] Esta obra constituye el desarrollo dramático de la idea que le da título: la clave del éxito social es la creación de

intereses. Frente a éstos, aparece el mundo de los ideales, que se muestra como irrealizable en la sociedad moderna.

Los personajes de la obra (Polichinela, Colombina, Arlequín...) están basados en la ―Commedia dell'Arte‖ italiana,

aunque su carácter no es cómico sino melancólico.

Señora ama (1908) [Jacinto Benavente] Drama rural que plantea en toda su crudeza el problema de la lucha de sentimientos. Benavente presenta la historia

de una casada que soporta la infidelidad de su marido refugiándose en el secreto orgullo de que él termina siempre

por volver a casa, ya que no hay más mujer en su vida que ella.

La malquerida (1913) [Jacinto Benavente] Drama rural de Benavente en el que se entrecruza el amor pasional de uno de los personajes hacia su hijastra con la

terrible duda de la esposa y madre que, habiendo descubierto que su marido es el asesino del novio de su hija, no

sabe si permitir su castigo o perdonarle; un final trágico (la muerte de la chica a manos del incestuoso padre) viene

a resolver la tensión dramática.

La venganza de don Mendo (1918) [Pedro Muñoz Seca]

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

43

―La venganza de don Mendo‖ es una de las obras más populares y representadas de la historia del teatro español.

Esta pieza constituye una parodia burlesca del teatro romántico e histórico de finales del siglo pasado (sobre todo

de las comedias de enredo de Echegaray, llenas de amores desdichados, crímenes pasionales, situaciones

disparatadas y ripios). También se burla Muñoz Seca de los dramas de honor calderonianos, para lo cual toma del

teatro barroco una serie de personajes teatrales tipificados: el galán atrevido, el gracioso, la casada infiel, el padre

vengativo de su honra, el marido cornudo dispuesto a lavar con sangre su honor, etc.

El espectador (1916-1928) [José Ortega y Gasset] Ortega y Gasset es sin duda el filósofo español más universal. ―El espectador‖ se mueve desde su torre como un

vigía al acecho de temas de actualidad, los analiza en profundidad en busca de la verdad subyacente y acaba por

componer un ensayo riguroso.

Antología poética [Antonio Machado] Machado fue uno de los más jóvenes escritores de la Generación del 98. Su poesía arranca básicamente del

movimiento modernista, del que toma elementos como el romanticismo y el simbolismo; en concreto, los símbolos

son imágenes físicas que sugieren algo no perceptible físicamente: una idea, un sentimiento, una angustia, etc. (―el

paisaje es un estado de ánimo‖). En ―Soledades‖ (1903), los temas principales son el tiempo, el fluir de la vida

humana y la muerte. En ―Campos de Castilla‖ (1912), Machado lleva a cabo una interpretación de la geografía

soriana en sintonía con su propia alma, tras el dolor que le produjo la muerte de su esposa Leonor.

Segunda antología poética (1898-1918) (1922) [Juan Ramón Jiménez] Puede considerarse a Juan Ramón Jiménez como el padre de la Generación del 27. En una primera etapa de su

producción poética, huye de los tonos tristes y melancólicos y muestra una especial preferencia por la

personificación de los elementos naturales. En una etapa más tardía, su poesía se vuelve intimista y reflexiva.

Niño y grande (1922) [Gabriel Miró] ―Niño y grande‖ es una novela en la que Miró hace una especie de autobiografía de su infancia y su despertar al

sexo. En ella, critica especialmente el sistema educativo de los jesuitas.

El obispo leproso (1926) [Gabriel Miró] La obra se desarrolla en Oleza, una ciudad de provincias imaginaria trasunto de Orihuela. Los habitantes de este

lugar viven envueltos en un ambiente de tradicionalismo y religiosidad de carácter hipócrita, lo que les impide ser

felices. Se establecen una serie de relaciones amor-odio entre los distintos personajes, aunque la única relación de

verdadero amor existente entre dos de ellos acaba siendo destrozada por la maledicencia y la intolerancia públicas

(alegoría de la expulsión del hombre del Paraíso).

Mariana Pineda (1927) [Federico García Lorca] Esta obra supone el primer gran éxito teatral de Lorca. En ella, aborda dos de los temas más recurrentes en toda su

producción dramática: la libertad y el amor. El héroe lorquiano vuelve a ser una mujer, que frente a una sociedad

dominada por la razón esgrime estas dos armas, aunque al final se vuelven contra ella y conducen a su muerte.

Mariana Pineda fue un personaje histórico que participó en insurrecciones liberales y fue ejecutada en 1831; al

recibir la sentencia de muerte por garrote vil, pronuncia aquella famosa frase: ―tengo el cuello muy corto para ser

ajusticiada‖.

Romancero gitano (1928) [Federico García Lorca] Colección de romances en los que Lorca funde Andalucía, lo gitano y el cante jondo. Como en el resto de sus

composiciones, en ellos son recurrentes los temas del amor y la muerte, representados mediante diversos elementos

simbólicos.

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

44

La zapatera prodigiosa (1930) [Federico García Lorca] ―La zapatera prodigiosa‖ es una especie de drama musical que trata el tema clásico de la relación matrimonial entre

un viejo y una joven.

Bodas de sangre (1933) [Federico García Lorca] Lorca se inspiró en un crimen real ocurrido en una comunidad gitana de Níjar (Almería) para componer esta

tragedia, que combina el tema del ―fatum‖ del teatro griego con el del honor y la honra del teatro calderoniano. El

amor aparece retratado como una pasión oscura imposible de controlar que vence la razón y la voluntad del

individuo. La imposibilidad de escapar a esta fuerza telúrica y misteriosa acaba en tragedia y muerte.

Yerma (1934) [Federico García Lorca] Se trata de una tragedia con un solo tema, el de la mujer estéril. Yerma trata de mantener vivo su sueño imposible

de engendrar un hijo, aunque su lucha resulta vana dado el destino trágico que la domina. Como en todas las

tragedias de Lorca, los elementos simbólicos son constantes.

La casa de Bernarda Alba (1936) [Federico García Lorca] Drama teatral que refleja el tema de la represión sexual y la hipocresía: Adela es la encarnación de la libertad y el

amor, que mueren bajo el peso de la sociedad (personificada en Bernarda, la madre castradora).

Obra poética (antología) [Jorge Guillén] Guillén englobó toda su producción poética bajo un solo título, ―Cántico‖, aunque con distintas etapas (la última en

1950). Su poesía es un acercamiento hacia el enigma que las cosas le plantean, descripción de su esencia interior

descubierta a través de la observación detenida, y posterior alegría por su consecución.

María de Molina (tres veces reina) (1936) [Mercedes Gaibrois de Ballesteros] Biografía de esta ejemplar y heroica mujer, hija de Alfonso X el Sabio. Fue capaz de conservar la corona de Castilla

en un período turbulento de la historia de España, plagado de guerras civiles y bajo la ocupación musulmana.

Gaibrois de Ballesteros recoge sus datos biográficos de distintas crónicas y archivos medievales.

Eloísa está debajo de un almendro (1940) [Enrique Jardiel Poncela] Esta pieza teatral cómica tuvo una entusiasta acogida por parte del público y la crítica de la época.

CAPÍTULO 19. LITERATURA DE POSGUERRA

19.1. Generación del 36

El estallido de la Guerra Civil española (1936-1939), que interrumpió la normalidad

social en el país, no impidió que siguiera desarrollándose una producción literaria

continuada en España, gracias a una serie de autores agrupados bajo la etiqueta de

Generación del 36 (o Primera Generación de Posguerra), cuyas obras reflejan en

mayor o menor medida las consecuencias del conflicto bélico. Estos escritores,

demasiado jóvenes para pertenecer a la anterior Generación del 27, desarrollaron su

producción literaria entre la Guerra civil española y el periodo de posguerra (1936-

1950). Pese a sus diferentes estilos, todos tienen en común el hecho de sufrir las

penurias del conflicto civil, publicar sus obras en las mismas revistas y periódicos e

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

45

integrarse en el movimiento existencialista iniciado en España por Ortega y Gasset y

Unamuno. A consecuencia de la guerra, se dividieron en dos bandos (vencedores y

vencidos), aunque ambos coincidieron en su deseo de ―rehumanizar‖ la literatura tras

el frío esteticismo vanguardista.

Los principales representantes de la Generación del 36 son los poetas José María

Pemán (1897-1981), Leopoldo Panero (1909-1962), Miguel Hernández (1910-1942),

Luis Rosales (1910-1992), Gabriel Celaya (1911-1991), Dionisio Ridruejo (1912-1975)

y Blas de Otero (1916-1979), los novelistas Gonzalo Torrente Ballester (1910-1999),

Camilo José Cela (1916-2002), Miguel Delibes (1920-2010) y Carmen Laforet (1921-

2004), los dramaturgos Antonio Buero Vallejo (1916-2000), Alfonso Sastre (1926), el

dramaturgo y periodista Miguel Mihura (1905-1977) y los ensayistas María Zambrano

(1904-1991), José Ferrater Mora (1912-1991) y Julián Marías (1914-2005).

Dentro de los poetas de la Generación del 36, Gabriel Celaya (1911-1991) evoluciona

en su poesía desde una búsqueda de lo desconocido, afín a la Generación del 27, —

como en Marea de silencio (1935)—, hasta la problemática existencialista y la defensa

enérgica de la justicia social —como en Cantos iberos (1955). Blas de Otero (1916-

1979) es, junto con Celaya, la figura más representativa de la poesía social y

comprometida de posguerra, como demuestra en su mejor obra, Ángel fieramente humano (1950). Luis Rosales (1910-1992) es autor de una poesía de gran sencillez

expresiva y equilibro vital, que se refleja en su obra maestra, La casa encendida (1949).

Dionisio Ridruejo (1912-1975), poeta afín al movimiento falangista —intervino en la

composición del himno ―Cara al sol‖—, se inscribe dentro de la corriente lírica

clasicista, de influencia garcilasiana, que domina en la poesía de posguerra de la

Generación del 36, como evidencia en su poemario Primer libro de amor (1939).

Leopoldo Panero (1909-1962) exalta en su poesía el amor conyugal y la fe en Dios

como formas de superar la angustia existencial, como en Escrito a cada instante (1949).

José María Pemán (1897-1981), representante de la poesía de los vencedores, ofrece

una extraña mezcla de épica política en su Poema de la Bestia y el Ángel (1938) y una

reacción frente al laicismo de la Segunda República con su drama El divino impaciente (1933). José María Souvirón (1904-1973) demuestra en su poesía la

angustia y la melancolía características de los poetas de la Generación del 36, como en

Señal de vida (1948). Luis Felipe Vivanco (1907-1975) es el creador de una poesía

religiosa y trascendente, como en Continuación de la vida (1949). José Luis Hidalgo

(1919-1947) es autor de algunos de los hitos de la poesía existencialista de posguerra,

como Raíz (1944) y Los muertos (1947). Juan Eduardo Cirlot (1916-1973) es autor de

una poesía simbolista y surrealista, como en Elegía sumeria (1949). Pablo García Baena

(1923) combina en su poesía sensualidad y religión, como en Rumor oculto (1946).

Miguel Labordeta (1921-1969) expresa en sus poemas el desamor, teñido de

surrealismo y desgarro existencialista, como en Sumido 25 (1948). Carlos Bousoño

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

46

(1923) es un poeta de transición entre la Generación del 36 y la Generación del 50,

con poemarios como Subida al amor (1945), Primavera de la muerte (1946) y Hacia otra luz (1952).

Gonzalo Torrente Ballester (1910-1999), uno de los más

destacados novelistas de la Generación del 36, ofrece en sus

obras un planteamiento realista desde una óptica irónica que

evoluciona desde el ámbito social —como en su primera

novela, Javier Mariño (1943), su obra maestra, la trilogía Los gozos y las sombras (1957-1962) y Off-side (1969)— hasta lo

fantástico —como en Don Juan (1963), su conocida La saga/fuga de J. B. (1972) y Fragmentos de apocalipsis (1977).

Posteriormente, ha publicado otras destacadas obras de

ficción, como la parodia de las novelas de espías Quizá nos lleve el viento al infinito (1984), la novela de posguerra

Filomeno, a mi pesar (1988) y la novela histórica Crónica del rey pasmado (1989). Torrente Ballester es autor también de destacados ensayos y

artículos periodísticos.

El siguiente fragmento de Los gozos y las sombras, correspondiente al libro II de la

trilogía titulado Donde da la vuelta el aire (1960), ilustra el diálogo entre Carlos Deza

y don Baldomero durante el funeral de doña Mariana, en el que éste revela su

resentimiento secreto hacia el cacique del pueblo, Cayetano, que ha seducido a su

mujer como un simple juego:

—¿Por qué no cree usted que sufro, don Carlos? Necesito que lo crea, se lo aseguro. Usted es la

única persona del pueblo que merece mi confianza.

—Yo creo simplemente que exagera.

—Sufro mucho, don Carlos. Me atormento. Tengo que hacerme una gran violencia para salir a la

calle como si nada. Tenía usted razón cuando me dijo que lo de mi mujer no lo sabía nadie. Si lo

supieran, ya me habría enterado. Pero, aun así, me da vergüenza. Soy un juez implacable de mí

mismo.

Se aflojó la cintura y, sin dar explicaciones, se sirvió él mismo coñac y lo bebió. Carraspeó luego

fuertemente.

—Buen coñac, sí, señor. La Vieja no se privaba de nada. ¿Quiere usted creer que no deseo que

Dios la haya perdonado? Pues tampoco deseo que perdone a mi mujer.

—No mienta.

—¡No miento, se lo juro por mis muertos! Lucía tiene que ser castigada, si hay justicia. Y como

yo no puedo hacerlo…

Se detuvo de pronto, y la cara se le oscureció.

—No puedo castigarla, pero puedo fingir que la castigo. ¿Me entiende?

—No.

—Esta noche, en el Casino, casualmente, tuve ocasión de decir que sí, que moriría pronto, pero no

de su tuberculosis… Lo dejé caer, así, como si nada. Y otro día insinuaré otra cosa… Poco a poco

haré creer a la gente que la estoy envenenando con arsénico, con la complicidad de la criada, que

está con ella. Sin decirlo, pero dándolo a entender para que la gente lo sospeche.

Gonzalo Torrente Ballester

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

47

—¡Don Baldomero!

Carlos rió estrepitosamente.

—¿Por qué hace usted esas tonterías?

—Tengo mis razones, mis graves razones. Lo he pensado mucho, don Carlos, y estoy decidido. Y

también castigaré a Cayetano. En secreto, ¿comprende? La fórmula, ya la conoce usted: a secreto

agravio, secreta venganza.

Se levantó y adoptó un aire solemne. Le flaqueaban las piernas y se arrimó a la pared, pero no

perdió la compostura. Empezó a hablar; su mano, tajante, subrayaba las palabras.

—Escuche lo que le digo. Esta mañana escribí un anónimo a Cayetano. Le amenazaba con las

penas del infierno. Mañana le escribiré otro. Un anónimo cada día. Ya sé que se reirá al principio,

pero acabará por no reírse. Aunque se trate de mi venganza personal, quiero que Cayetano llegue a

temer la venganza de todo el pueblo. ¿Lo imagina usted, don Carlos? La venganza de tantos

padres y maridos ultrajados, de tantas doncellas deshonradas… Un levantamiento general del

pueblo contra el tirano, como en Fuenteovejuna.

Dejó la mano en el aire, suspensa, y luego trazó con ella una lenta señal interrogante.

—¿No le parece, don Carlos, que eso no hay quien lo soporte? Si a mí me sucediera, acabaría por

arrojarme a la mar.

La mano se cerró bruscamente, y el puño golpeó el espacio.

—Pues eso hará Cayetano. Si no, al tiempo.

Los gozos y las sombras II: Donde da la vuelta el aire (cap. IV)

Carmen Laforet (1921-2004), novelista tardía de la

Generación del 36, fue la pionera de la literatura femenina

de posguerra. Con su primera novela, Nada (1944) —obra

que combina el existencialismo de los años 40 con el

tremendismo, mediante el relato de una joven estudiante de

Barcelona que sufre la asfixiante atmósfera de una familia de

clase media plagada de manías—, Laforet alcanzó el

reconocimiento literario. A esta novela siguieron otras en

las que la protagonista es igualmente una adolescente

enfrentada a la problemática familiar: La isla y los demonios (1952) y La mujer nueva (1955). En La insolación (1963), en

la que el protagonista es en esta ocasión un chico, abunda en el tema de las

inquietudes adolescentes.

El siguiente fragmento de Nada muestra la primera experiencia amorosa por parte de

la joven protagonista, Andrea, y cómo todos sus ideales acerca del amor son destruidos

por una realidad vulgar con elementos tremendistas:

Un poco después, de espaldas al mar, veíamos toda la ciudad imponente debajo de nosotros.

Gerardo estaba erguido mirándola.

—¡Barcelona! Tan soberbia y tan rica y sin embargo, ¡qué dura llega a ser la vida ahí! —dijo

pensativo.

Me lo decía como una confesión y me sentí súbitamente conmovida […]. Puse, en un gesto

impulsivo, mi mano sobre la suya y él me la estrechó comunicándome su calor. En aquel momento

tuve ganas de llorar, sin saber por qué. Él me besó el cabello.

Súbitamente me quedé rígida, aunque seguíamos unidos. Yo era neciamente ingenua en aquel

tiempo —a pesar de mi pretendido cinismo— en estas cuestiones. Nunca me había besado un

hombre y tenía la seguridad de que el primero que lo hiciera sería escogido por mí entre todos.

Carmen Laforet

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

48

Gerardo apenas había rozado mi cabello. Me pareció que era una consecuencia de aquella emoción

que habíamos sentido juntos y que no podía hacer el ridículo de rechazarle, indignada. En aquel

momento me volvió a besar con suavidad. Tuve la sensación absurda de que me corrían sombras

por la cara como en un crepúsculo y el corazón me empezó a latir furiosamente, en una estúpida

indecisión, como si tuviera la obligación de soportar aquellas caricias. Me parecía que a él le

sucedía algo extraordinario, que súbitamente se había enamorado de mí. Porque entonces era lo

suficientemente atontada para no darme cuenta que aquél era uno de los infinitos hombres que

nacen sólo para sementales y junto a una mujer no entienden otra actitud que ésta. Su cerebro y su

corazón no llegan a más. Gerardo súbitamente me atrajo hacia él y me besó en la boca.

Sobresaltada le di un empujón, y me subió una oleada de asco por la saliva y el calor de sus labios

gordos. Le empujé con todas mis fuerzas y eché a correr. Él me siguió. Me encontró un poco

temblorosa, tratando de reflexionar. Se me ocurrió pensar que quizás habría tomado mi apretón de

manos como una prueba de amor.

—Perdóname, Gerardo —le dije con la mayor ingenuidad—, pero ¿sabes?..., es que yo no te

quiero. No estoy enamorada de ti.

Y me quedé aliviada de haberle explicado todo satisfactoriamente.

Él me cogió del brazo como quien recobra algo suyo y me miró de una manera tan grosera y

despectiva que me dejó helada.

Luego, en el tranvía que tomamos para la vuelta, me fue dando paternales consejos sobre mi

conducta en lo sucesivo y sobre la conveniencia de no andar suelta y loca y de no salir sola con los

muchachos. Casi me pareció estar oyendo a tía Angustias.

Le prometí que no volvería a salir con él y se quedó un poco aturdido.

—No, peque, no, conmigo es distinto. Ya ves que te aconsejo bien... Yo soy tu mejor amigo.

Estaba muy satisfecho de sí mismo.

Nada (Segunda parte)

Antonio Buero Vallejo (1916-2000) es uno de los más

destacados dramaturgos de la Primera Generación de

Posguerra. En consonancia con los tiempos, el teatro de

Buero Vallejo rompe con la desenfadada comedia burguesa

de Benavente e instaura el drama realista (o social), que

refleja la tragedia del individuo abocado a un mundo

angustioso y desesperante. Su renovador teatro de crítica

social analiza detalladamente la sociedad española de

posguerra, con todas sus injusticias, mentiras y violencias, a

través de un simbolismo dramático capaz de burlar la

omnipresente censura franquista. En su primera obra teatral,

Historia de una escalera (1949), Buero Vallejo simboliza, a través de las vivencias de

una casa de vecinos, distintas actitudes sociales de la España de posguerra: el triunfo

frente al fracaso, la actividad frente a la pasividad, la sinceridad frente a la

hipocresía… En la ardiente oscuridad (1950) es otra comedia de crítica social en la que,

mediante la ceguera del protagonista, Buero Vallejo refleja las limitaciones humanas

para afrontar una realidad que no puede disfrazarse. Otras destacadas obras dentro de

su carrera dramática son Hoy es fiesta (1956), Las cartas boca abajo (1957), Un soñador para un pueblo (1958), Las Meninas (1960), El concierto de San Ovidio (1962), El tragaluz (1967), La doble historia del Doctor Valmy (1968) y Misión al pueblo desierto

(1999).

Antonio Buero Vallejo

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

49

La siguiente escena de Historia de una escalera, la obra más representativa de la

primera etapa teatral de Buero Vallejo, describe los sueños y frustraciones de los dos

jóvenes protagonistas, Fernando y Carmina, cuyo máximo deseo es huir de las

estrecheces físicas y morales de la vecindad en la que viven; sin embargo, como ilustra

la referencia al ―cuento de la lechera‖ con el que concluye la escena, sus sueños

fracasarán (al igual que ocurrirá años más tarde con sus dos hijos, en un ciclo

determinista del que los vecinos de la escalera son incapaces de huir):

FERNANDO.– No, no. Te lo suplico. No te marches. Es preciso que me oigas... y que me creas.

Ven. (La lleva al primer peldaño.) Como entonces.

(Con un ligero forcejeo la obliga a sentarse contra la pared y se sienta a su lado. Le

quita la lechera y la deja junto a él. Le coge una mano.)

CARMINA.– ¡Si nos ven!

FERNANDO.– ¡Qué nos importa! Carmina, por favor, créeme. No puedo vivir sin ti. Estoy

desesperado. Me ahoga la ordinariez que nos rodea. Necesito que me quieras y que me consueles.

Si no me ayudas, no podré salir adelante.

CARMINA.– ¿Por qué no se lo pides a Elvira?

(Pausa. Él la mira, excitado y alegre.)

FERNANDO.– ¡Me quieres! ¡Lo sabía! ¡Tenías que quererme! (Le levanta la cabeza. Ella sonríe

involuntariamente.) ¡Carmina, mi Carmina!

(Va a besarla, pero ella le detiene.)

CARMINA.– ¿Y Elvira?

FERNANDO.– ¡La detesto! Quiere cazarme con su dinero. ¡No la puedo ver!

CARMINA.– (Con una risita.) ¡Yo tampoco!

(Ríen, felices.)

FERNANDO.– Ahora tendría que preguntarte yo: ¿Y Urbano?

CARMINA.– ¡Es un buen chico! ¡Yo estoy loca por él! (Fernando se enfurruña.) ¡Tonto!

FERNANDO.– (Abrazándola por el talle.) Carmina, desde mañana voy a trabajar de firme por ti.

Quiero salir de esta pobreza, de este sucio ambiente. Salir y sacarte a ti. Dejar para siempre los

chismorreos, las broncas entre vecinos... Acabar con la angustia del dinero escaso, de los favores

que abochornan como una bofetada, de los padres que nos abruman con su torpeza y su cariño

servil, irracional...

CARMINA.– (Reprensiva.) ¡Fernando!

FERNANDO.– Sí. Acabar con todo esto. ¡Ayúdame tú! Escucha: voy a estudiar mucho, ¿sabes?

Mucho. Primero me haré delineante. ¡Eso es fácil! En un año... Como para entonces ya ganaré

bastante, estudiaré para aparejador. Tres años. Dentro de cuatro años seré un aparejador solicitado

por todos los arquitectos. Ganaré mucho dinero. Por entonces tú serás ya mi mujercita, y

viviremos en otro barrio, en un pisito limpio y tranquilo. Yo seguiré estudiando. ¿Quién sabe?

Puede que entonces me haga ingeniero. Y como una cosa no es incompatible con la otra, publicaré

un libro de poesías, un libro que tendrá mucho éxito...

CARMINA.– (Que le ha escuchado extasiada.) ¡Qué felices seremos!

FERNANDO.– ¡Carmina!

(Se inclina para besarla y da un golpe con el pie a la lechera, que se derrama

estrepitosamente. Temblorosos, se levantan los dos y miran, asombrados, la gran

mancha en el suelo.)

Historia de una escalera (acto I)

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

50

Miguel Mihura (1905-1977) ―quien, pese a pertenecer

cronológicamente a la Generación del 27, desarrolló su carrera

como dramaturgo durante el periodo de posguerra― está

considerado el más importante autor del teatro del absurdo en

la literatura española del siglo XX. Desde la revista cómica

fundada por él mismo en 1941, La Codorniz, Mihura y otros

escritores de la literatura de humor de posguerra dieron rienda

suelta a su crítica social y política. Con Tres sombreros de copa

(obra escrita en 1932, aunque estrenada en 1952), Mihura

revitaliza el teatro humorístico español con elementos de

marcada originalidad, como un lenguaje dramático plagado de

dobles sentidos y situaciones absurdas. Ni pobre ni rico, sino todo lo contrario (1943), comedia que Mihura escribió a medias con Antonio de Lara

―Tono‖, representa una de las cumbres del teatro cómico español contemporáneo.

Igualmente en colaboración ―en este caso con el humorista Álvaro de Laiglesia― es

la farsa El caso de la mujer asesinadita (1946). Por la misma senda del teatro cómico y

satírico continúan otras obras de Mihura como El caso de la señora estupenda (1953),

A media luz los tres (1953), El caso del señor vestido de violeta (1954), Carlota (1957),

Maribel y la extraña familia (1959), La bella Dorotea (1963) y Ninette y un señor de Murcia (1964).

El siguiente fragmento de Tres sombreros de copa ilustra las concepciones antagónicas

de la vida de los dos protagonistas: el convencionalismo social y la rutina de Dionisio

(símbolo de la burguesía provinciana, hipócrita y frívola) frente a la libertad e

imaginación de Paula (representante de la farándula y la alegría):

PAULA. Siéntese aquí..., conmigo...

DIONISIO. (Sentándose a su lado.) Bueno.

PAULA. Es preciso que nosotros seamos buenos amigos... ¡Si supiese usted lo contenta que estoy

desde que le conozco...! Me encontraba tan sola... ¡Usted no es como los demás! Yo, con los

demás, a veces tengo miedo. Con usted, no. La gente es mala..., los compañeros del Music-Hall no

son como debieran ser... Los caballeros de fuera del Music-Hall tampoco son como debieran ser

los caballeros... (Dionisio, distraído, coge la carraca que se quedó por allí y empieza a tocarla,

muy entretenido.) Y, sin embargo, hay que vivir con la gente, porque si no una no podría beber

nunca champaña, ni llevar lindas pulseras en los brazos... ¡Y el champaña es hermoso... y las

pulseras llenan siempre los brazos de alegría!... Además es necesario divertirse... Es muy triste

estar sola... Las muchachas como yo se mueren de tristeza en las habitaciones de estos hoteles... Es

preciso que usted y yo seamos buenos amigos... ¿Quieres que nos hablemos de tú...?

DIONISIO. Bueno. Pero un ratito nada más...

PAULA. No. Siempre. Nos hablaremos de tú ¡siempre! Es mejor... Lo malo..., lo malo es que tú

no seguirás con nosotros cuando terminemos de trabajar aquí... Y cada uno nos iremos por nuestro

lado... Es imbécil esto de tener que separarnos tan pronto, ¿verdad...? A no ser que tú necesitaras

una partenaire para tu número... ¡Oh! ¡Así podríamos estar más tiempo juntos...! Yo aprendería a

hacer malabares, ¿no? ¡A jugar también con tres sombreros de copa!

(A Dionisio se le ha descompuesto su carraca. Ya no suena. Por este motivo, él se pone triste.)

DIONISIO. Se ha descompuesto...

Miguel Mihura

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

51

PAULA. (Cogiendo la carraca y arreglándola.) Es así. (Y se la vuelve a dar a Dionisio, que sigue

tocándola, tan divertido.) ¡Es una lástima que tú no necesites una partenaire para tu número!

¡Pero no importa! Estos días los pasaremos muy bien, ¿sabes...? Mira... Mañana saldremos de

paseo. Iremos a la playa..., junto al mar... ¡Los dos solos! Como dos chicos pequeños, ¿sabes? ¡Tú

no eres como los demás caballeros! ¡Hasta la noche no hay función! ¡Tenemos toda la tarde para

nosotros! Compraremos cangrejos... ¿Tú sabes mondar bien las patas de los cangrejos? Yo sí. Yo

te enseñaré..., los comeremos allí, sobre la arena... Con el mar enfrente. ¿Te gusta a ti jugar con la

arena? ¡Es maravilloso! Yo sé hacer castillitos y un puente con su ojo en el centro por donde pasa

el agua... ¡Y sé hacer un volcán! Se meten papeles dentro y se queman, ¡y sale humo...! ¿Tú no

sabes hacer volcanes?

DIONISIO. (Ya ha dejado la carraca y se va animando poco a poco.) Sí.

PAULA. ¿Y castillos?

DIONISIO. Sí.

PAULA. (De pronto.) Novia no tendrás tú, ¿verdad...?

DIONISIO. No; novia, no.

PAULA. ¡No debes tener novia! ¿Para qué quieres tener novia? Es mejor que tengas sólo una

amiga buena, como yo... Se pasa mejor... Yo no quiero tener novio... porque yo no me quiero casar.

¡Casarse es ridículo! ¡Tan tiesos! ¡Tan pálidos! ¡Tan bobos! Qué risa, ¿verdad...? ¿Tú piensas

casarte alguna vez?

DIONISIO. Regular.

Tres sombreros de copa (acto II)

Alfonso Sastre (1926), dramaturgo comprometido con la

situación social de la España de posguerra, es autor de un

teatro de estética existencialista, cargado de contenidos

políticos, consignas revolucionarias y profundas reflexiones

sobre la libertad y la opresión. En este sentido, Sastre es

(junto con Buero Vallejo) el autor teatral que con mayor

contundencia se opuso al drama burgués, intrascendente y

comercial, tan popular en España antes de la Guerra Civil.

Con su primer gran éxito, Escuadra hacia la muerte (1953)

—ambientada en una sociedad distópica del futuro—, Sastre

recrea la tragedia del individuo condenado en vida por sus

propios actos. Otras obras de crítica social son El pan de todos (1953), La mordaza

(1954), Tierra roja (1954), Muerte en el barrio (1955), Guillermo Tell tiene los ojos tristes (1955), La cornada (1960), La sangre y la ceniza (1965), La taberna fantástica

(1966) y Crónicas romanas (1968).

Otros destacados dramaturgos de la posguerra son Juan Ignacio Luca de Tena (1897-

1975) —que alcanzó el éxito con la farsa ¿Quién soy yo? (1935), a la que seguirían las

obras de alta comedia (inspiradas en el teatro de Jacinto Benavente) Dos mujeres de a nueve (1949), Don José, Pepe y Pepito (1952) y ¿Dónde vas, Alfonso XII? (1957)—,

Edgar Neville (1899-1967) —que se dio a conocer como dramaturgo con Margarita y los hombres (1934) y alcanzó fama con la comedia El baile (1952)—, Juan José Alonso

Millán (1936) —autor de una comedia fácil que iniciaría el género cinematográfico

conocido como ―landismo‖, con obras como Las señoras primero (1959) y El cianuro,

Alfonso Sastre

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

52

¿solo o con leche? (1963)—, Joaquín Calvo Sotelo (1905-1993) —autor de un teatro

que critica el materialismo y las miserias de la mediocre sociedad burguesa surgida tras

el franquismo, como La vida inmóvil (1939), Tánger (1945), La cárcel infinita (1945),

La visita que no tocó el timbre (1949), Criminal de guerra (1951), El jefe (1953), La muralla (1954), La ciudad sin Dios (1957) y Dinero (1961)—, Medardo Fraile (1925-

2013) —uno de los principales conductores del teatro experimental de posguerra

conocido como ―Arte Nuevo‖, al que contribuyó con obras como El hermano (1948),

aunque posteriormente abandonaría la escena para dedicarse a la narrativa y

convertirse en uno de los principales escritores de cuentos españoles de la segunda

mitad del siglo XX, con colecciones de relatos breves como Cuentos con algún amor

(1954), A la luz cambian las cosas (1959), Cuentos de verdad (1964) y Descubridor de nada y otros cuentos (1970)—, José López Rubio (1903-1996) —representante del

teatro de los vencedores, con la comedia burguesa Celos del aire (1950)—, José

Antonio Giménez-Arnau (1912-1985) —autor de Murió hace quince años (1952)—,

Víctor Ruiz Iriarte (1912-1982) —autor de la exitosa comedia burguesa El landó de seis caballos (1950)—, Marcial Suárez (1918-1996) —quien presenta la inmoralidad de

los vencedores de la Guerra Civil en Las monedas de Heliogábalo (1965)— y José

Gordón Paso (1923-1983) —sobrino de Alfonso Paso, que ayudó a impulsar el ―Arte

Nuevo‖ de posguerra con montajes de obras como La casa de Bernarda Alba.

Frente al auge de la poesía y el teatro durante el periodo de posguerra, la narrativa

española experimenta un relativo estancamiento en la década de 1940. Con la

excepción de Torrente Ballester, Cela, Delibes y Laforet, los autores de novelas

durante este decenio son pocos y de calidad desigual (en gran parte, debido a las trabas

editoriales impuestas por la censura franquista). Entre ellos, los más destacables son

Juan Antonio Zunzunegui (1900-1982) —con obras como El chiplichandle (1940),

¡Ay... estos hijos! (1943), El barco de la muerte (1945), La quiebra (1947), La úlcera

(1949), Las ratas del barco (1950) y su mejor novela, La vida como es (1954)—, Arturo

Barea (1897-1957) —autor de la colección de cuentos Valor y miedo (1938), escritos

durante la Guerra Civil, y la famosa trilogía de novelas La forja de un rebelde (1941-

1944), escritas originalmente en inglés desde su exilio en Londres—, Darío Fernández

Flórez (1909-1977) —autor de la novela tremendista de enorme éxito Lola, espejo oscuro (1950), acerca de la vida de una prostituta—, Manuel Andújar (1913-1994) —

autor de Cristal herido (1945) y la trilogía Vísperas, formada por las novelas Llanura

(1947), El vencido (1949) y El destino de Lázaro (1959), que reflejan los años

anteriores a la Guerra Civil en distintos lugares de España—, Pedro de Lorenzo (1917-

2000) —autor de La quinta soledad (1943), La sal perdida (1947) y Una conciencia de alquiler (1952)—, José María Alfaro (1906-1994) —que refleja la Guerra Civil desde el

punto de vista de los vencedores en Leoncio Pancorbo (1942)—, Paulino Masip (1899-

1963) —autor de la novela autobiográfica El diario de Hamlet García (1944)—, Pedro

García Suárez (1919-2002) —autor de Legión 1936 (1945)—, Rafael García Serrano

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

53

(1917-1988) —autor de la vanguardista La fiel infantería (1943) y la novela bélica

Plaza del Castillo (1951)—, Ignacio Agustí (1913-1974) —autor de Los surcos (1942) y

la saga de novelas La ceniza fue árbol (1943-1972), en la que destaca la primera de

ellas, Mariona Rebull (1943)—, Rosa Chacel (1898-1994) —autora de Teresa (1941),

Memorias de Leticia Valle (1945) y la tardía Barrio de Maravillas (1976)—, Eulalia

Galvarriato (1904-1997) —autora de Cinco sombras (1947)—, Manuel Sánchez

Camargo (1911-1967) —autor de la novela tremendista Nosotros los muertos (1948)—,

Sebastián Juan Arbó (1902-1984) —autor de Sobre las piedras grises (1949) y Martín de Caretas (1955)—, José Suárez Carreño (1915-2002) —autor de Las últimas horas

(1949), una de las novelas precursoras del realismo social de la década de 1950— y

Elena Quiroga (1921-1995) —autora de Viento del norte (1951).

19.2. Miguel Hernández

Miguel Hernández Gilabert (Orihuela, 1910 - Alicante,

1942), uno de los poetas más representativos de la

Generación del 36, ha sido comparado en ocasiones con

Federico García Lorca, ya que, al igual que el escritor

granadino, murió en la plenitud de su vida, como un mártir

de la Guerra Civil. Miguel Hernández se dio a conocer en

círculos literarios con Perito en lunas (1933), libro de

poemas vanguardista en el que se refleja la influencia de

Góngora. Más tarde compondría el poeta su obra maestra, El rayo que no cesa (1936), conjunto de sonetos de influencia

renacentista y barroca que giran en torno a los temas que

Miguel Hernández conoció de primera mano: el amor, la

muerte, la guerra y la injusticia. Viento del pueblo (1937), compuesto durante la

Guerra Civil, contiene una poesía militante y propagandística a favor del bando

republicano. Con El hombre acecha (1938), el poeta refleja el lado más humano y

cruel del conflicto. En Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941), colección

de poemas breves completados en la cárcel donde murió, Miguel Hernández muestra

su naturaleza más lírica e íntima y refleja los tres temas comunes a toda su poesía: el

amor (como la unión de muerte y vida), la vida (amor y muerte) y la muerte (vida y

amor): Llegó con tres heridas:

la del amor,

la de la muerte,

la de la vida.

Con tres heridas viene:

la de la vida,

la del amor,

la de la muerte.

Con tres heridas yo:

Miguel Hernández

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

54

la de la vida,

la de la muerte,

la del amor.

El siguiente soneto, incluido en El rayo que no cesa, ilustra el frustrado sentimiento

amoroso del poeta en un mundo que impide la plenitud de los deseos:

Tengo estos huesos hechos a las penas

y a las cavilaciones estas sienes:

pena que vas, cavilación que vienes

como el mar de la playa a las arenas.

Como el mar de la playa a las arenas,

voy en este naufragio de vaivenes,

por una noche oscura de sartenes

redondas, pobres, tristes y morenas.

Nadie me salvará de este naufragio

si no es tu amor, la tabla que procuro,

si no es tu voz, el norte que pretendo.

Eludiendo por eso el mal presagio

de que ni en ti siquiera habré seguro,

voy entre pena y pena sonriendo.

El rayo que no cesa (soneto 10)

Aunque fundamentalmente conocido por su producción poética, Miguel Hernández es

también autor de varias obras teatrales, como Quién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras (1934) —auto sacramental calderoniano que representa la caída del

hombre y su posterior perdón por parte de Dios—, El torero más valiente (1934), Los hijos de la piedra (1935) —giro hacia el teatro social—, El labrador de más aire (1937)

—su obra más conocida, que recrea los dramas rurales del teatro de Lope y

Calderón— y Pastor de la muerte (1937) —obra de propaganda política para animar a

los soldados republicanos.

19.3. Camilo José Cela

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

55

Camilo José de Cela y Trulock (Iria Flavia, 1916 - Madrid,

2002), ganador del Premio Nobel de Literatura en 1989, es

—pese a sus frecuentes excentricidades, que han llevado a

considerarlo en ocasiones como ―el Dalí de la literatura‖—

uno de los grandes novelistas españoles de la literatura de

posguerra (también conocida como ―Generación del 36‖).

Aunque cultivó casi todos los géneros literarios, Cela

destacó con indiscutible singularidad en la novela, el cuento

y el ensayo. Con su primera obra, La familia de Pascual Duarte (1942) —novela que inaugura el género del

tremendismo y que supuso todo un revulsivo dentro del

desolador panorama de la narrativa española de posguerra—

obtuvo un éxito inmediato; desde entonces, Cela ha logrado

cautivar a generaciones de lectores con una prosa fascinante de profusión verbal

inigualable (incluido un léxico escatológico), con novelas tan destacadas como La colmena (1951) —novela precursora del realismo social que ofrece un amplio

panorama del Madrid de los primeros años de la posguerra—, La catira (1955) —

recreación de la naturaleza y el lenguaje venezolanos—, San Camilo, 1936 (1969) —

delirante descripción del comienzo de la Guerra Civil mediante un monólogo interior

continuo—, Oficio de tinieblas 5 (1973) —colección de aforismos de estilo gnómico—,

Mazurca para dos muertos (1983) —nuevamente ambientada en la Guerra Civil y sus

atrocidades— y su última novela, Madera de boj (1999). Por otro lado, los libros de

viaje por distintas tierras españolas —entre los que destacan Viaje a la Alcarria (1948)

y Del Miño al Bidasoa (1952)— dieron a Cela cierta fama de hombre andariego y

amante de la buena vida.

El siguiente fragmento de La colmena ilustra la prosa característica de Cela, con su

inconfundible mezcla de fluidez narrativa y elementos escatológicos:

Martin Marco se para ante los escaparates de una tienda de lavabos que hay en la Calle de Sagasta.

La tienda luce como una joyería o como la peluquería de un gran hotel, y los lavabos parecen

lavabos del otro mundo, lavabos del Paraíso, con sus grifos relucientes, sus lozas tersas y sus

nítidos, purísimos espejos. Hay lavabos blancos, lavabos verdes, rosa, amarillos, violeta, negros;

lavabos de todos los colores. ¡También es ocurrencia! Hay baños que lucen hermosos como

pulseras de brillantes, bidets con un cuadro de mandos como el de un automóvil, lujosos retretes

de dos tapas y de ventrudas, elegantes cisternas bajas donde seguraramente se puede apoyar el

codo, se pueden incluso colocar algunos libros bien seleccionados, encuadernados con belleza:

Hölderlin, Keats, Valéry, para los casos en que el estreñimiento precisa de compañía; Rubén,

Mallarmé, sobre todo Mallarmé, para las descomposiciones de vientre. ¡Que porquería!

Martin Marco sonríe, como perdonándose, y se aparta del escaparate.

La vida —piensa— es todo. Con lo que unos se gastan para hacer sus necesidades a gusto, otros

tendríamos para comer un año. ¡Está bueno! Las guerras deberían hacerse para que haya menos

gentes que hagan sus necesidades a gusto y pueda comer el resto un poco mejor. Lo malo es que,

cualquiera sabe por qué, los intelectuales seguimos comiendo mal y haciendo nuestras cosas en los

Cafés. ¡Vaya por Dios!

Camilo José Cela

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

56

A Martín Marco le preocupa el problema social. No tiene ideas muy claras sobre nada, pero le

preocupa el problema social.

Eso de que haya pobres y ricos —dice a veces— está mal; es mejor que seamos todos iguales, ni

muy pobres ni muy ricos, todos un término medio. A la Humanidad hay que reformarla. Debería

nombrarse una comisión de sabios que se encargase de modificar la Humanidad. Al principio se

ocuparían de pequeñas cosas, enseñar el sistema métrico decimal a la gente, por ejemplo, y

después, cuando se fuesen calentando, empezarían con las cosas más importantes y podrían hasta

ordenar que se tirasen abajo las ciudades para hacerlas otra vez, todas iguales, con las calles bien

rectas y calefacción en todas las casas. Resultaría un poco caro, pero en los bancos tiene que haber

cuartos de sobra.

La colmena (cap. 2)

19.4. Miguel Delibes

Miguel Delibes Setién (Valladolid, 1920 - Valladolid, 2010),

novelista tardío de la Generación del 36, refleja en sus obras

algunos aspectos fundamentales de su vida, como su

humanismo cristiano y su pertenencia a la burguesía

acomodada de provincias (con sus vicios e injusticias sociales).

Sus novelas recrean casi siempre los ambientes rurales de

Castilla en los que se crió, y en ellas Delibes muestra un gran

dominio de distintos registros del lenguaje para caracterizar a

sus personajes. Otros dos aspectos destacados de sus obras son

las detalladas descripciones y el profundo análisis psicológico.

Con su primera novela, La sombra del ciprés es alargada

(1947), Delibes alcanzó un reconocimiento inmediato como gran novelista. A este

título siguieron otros como El camino (1950), Mi idolatrado hijo Sisí (1953), Diario de un cazador (1955), La hoja roja (1959), Las ratas (1962), Cinco horas con Mario (1966)

—su obra más conocida, extenso monólogo puesto en boca de una mujer que acaba de

quedarse viuda y habla con su esposo muerto—, El disputado voto del señor Cayo

(1978) —novela en la que Delibes crítica el progreso consumista y defiende los valores

culturales de un mundo rural condenado a desaparecer—, Los santos inocentes (1981)

—reflejo de la degradación de una familia de campesinos explotada por los caciques de

la Extremadura rural— y El hereje (1998).

El siguiente pasaje de Cinco horas con Mario, correspondiente al comienzo del

extenso monólogo interior de Menchu ante el cadáver de su difunto marido, ilustra el

denso y desordenado fluir de pensamientos de esta fórmula narrativa:

Casa y hacienda, herencia son de los padres, pero una mujer prudente es don de Yavé y en lo que a

ti concierne, cariño, supongo que estarás satisfecho, que motivos no te faltan, que aquí, para ínter

nos, la vida no te ha tratado tan mal, tú dirás, una mujer sólo para ti, de no mal ver, que con cuatro

pesetas ha hecho milagros, no se encuentra a la vuelta de la esquina, desengáñate. Y ahora que

empiezan las complicaciones, zas, adiós muy buenas, como la primera noche, ¿recuerdas?, te vas y

me dejas sola tirando del carro. Y no es que me queje, entiéndelo bien, que peor están otras, mira

Miguel Delibes

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

57

Transi, imagínate con tres criaturas, pero me da rabia, la verdad, que te vayas sin reparar en mis

desvelos, sin una palabra de agradecimiento, como si todo esto fuese normal y corriente. Los

hombres una vez que os echan las bendiciones a descansar, un seguro de fidelidad, como yo digo,

claro que eso para vosotros no rige, os largáis de parranda cuando os apetece y sanseacabó, que las

mujeres, de sobras lo sabes, somos unas románticas y unas tontas. Y no es que yo vaya a decir

ahora que tú hayas sido una cabeza loca, cariño, sólo faltaría, que no quiero ser injusta, pero

tampoco pondría una mano en el fuego, ya ves. ¿Desconfianza? Llámalo como quieras, pero lo

cierto es que los que presumís de justos sois de cuidado, que el año de la playa bien se te iban las

vistillas, querido, que yo recuerdo la pobre mamá, que en paz descanse, con aquel ojo clínico que

se gastaba, que yo no he visto cosa igual, el mejor hombre debería estar atado, a ver. Mira Encarna,

tu cuñada es, ya lo sé, pero desde que murió Elviro ella andaba tras de ti, eso no hay quien me lo

saque de la cabeza. Encarna tiene unas ideas muy particulares sobre los deberes de los demás,

cariño, y ella se piensa que el hermano menor está obligado a ocupar el puesto del hermano mayor

y cosas por el estilo, que aquí, sin que salga de entre nosotros, te diré que, de novios, cada vez que

íbamos al cine y la oía cuchichear contigo en la penumbra me llevaban los demonios.

Cinco horas con Mario (capítulo I)

19.5. Generación del 50

Bajo esta denominación genérica se agrupan un conjunto de escritores españoles que

iniciaron su carrera literaria en la década de 1950, una vez superadas las secuelas

físicas y psicológicas que la Guerra Civil produjo en la anterior Generación del 36. Al

igual que esta última, la Generación del 50 está formada por una serie de autores

comprometidos socialmente, que se atreven a denunciar las injusticias y las miserias

de la sociedad aprovechando una cierta apertura del régimen franquista.

Los poetas de la Generación del 50, de origen burgués en su mayor parte, consideran

la poesía como un instrumento de conocimiento (frente a los ―poetas sociales‖ de la

generación anterior, para los que se trataba de un simple instrumento de

comunicación). Algunos de los más destacados compositores de este grupo son Gloria

Fuertes (1917-1998), Ángel González (1925-2008), Alfonso Costafreda (1926-1974),

José Manuel Caballero Bonald (1926), Carlos Barral (1928-1989), José Agustín

Goytisolo (1928-1999), Jaime Gil de Biedma (1929-1990), Antonio Gamoneda (1931),

Francisco Brines (1932), Claudio Rodríguez (1934-1999) y Carlos Sahagún (1938).

A mitad de camino entre la Generación del 36 y la Generación del

50 se encuentra el poeta José Hierro (1922-2002), considerado

como una de las voces más representativas de la poesía social de

posguerra. Su obra lírica —no muy extensa pero sí muy intensa—

reflexiona sobre la pura existencia del hombre con un verso

profundo y un lenguaje sencillo. El primer poemario de Hierro,

Tierra sin nosotros (1947), refleja su visión desolada de un país

destruido por la Guerra Civil. En su siguiente obra, Con las piedras, con el viento (1950), el poeta muestra la frustración de la

experiencia amorosa. Otros libros de poemas destacados de José

José Hierro

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

58

Hierro son Quinta del 42 (1953), Libro de las alucinaciones (1964) y Cuaderno de Nueva York (1998).

La novela, poco cultivada durante la primera mitad del siglo XX, experimenta un gran

impulso a partir de 1945 gracias a la corriente estética conocida como ―tremendismo‖,

que exagera la expresión de los aspectos más crudos de la vida real. Hacia 1955, sin

embargo, los escritores de la Generación del 50 ofrecen en sus novelas una visión

deliberadamente objetiva de la vida española, con un deseo de reforma social: es el

llamado realismo social, cuyos autores más destacados son Ramón J. Sender (1901-

1982), Luis Martín-Santos (1924-1964), Ignacio Aldecoa (1925-1969), Carmen Martín

Gaite (1925-2000), Ana María Matute (1925), Jesús Fernández Santos (1926-1988),

Rafael Sánchez Ferlosio (1927), Jesús López Pacheco (1930-1997), Juan Goytisolo

(1931) y Juan Marsé (1933). A diferencia del protagonista individual de las novelas

tremendistas, las obras del realismo social presentan protagonistas colectivos. Tres

elementos recurrentes en estas novelas son la Guerra Civil —que todos sus autores

vivieron durante la infancia—, la presencia de niños y adolescentes como personajes

principales y el empleo preferente del diálogo en sustitución de la narración subjetiva.

Las novelas más representativas del realismo social de la década de 1950 son Los bravos (1954), de Jesús Fernández Santos, El Jarama (1955), de Rafael Sánchez Ferlosio,

Central eléctrica (1958), de Jesús López Pacheco, y Tiempo de silencio (1962), de Luis

Martín-Santos —novela esta última que liquida el ciclo del realismo social y abre una

nueva etapa novelística en la década de 1960.

Aunque por edad debería pertenecer a la Generación del 27,

el prolífico novelista Ramón J. Sender (1901-1982) se dio a

conocer —desde el exilio— como uno de los autores más

destacados del realismo social de posguerra. Su obra analiza

con crudeza la realidad social desde una óptica

revolucionaria. Su primera novela, Imán (1930), crónica

denunciadora de la Guerra de Marruecos, es una de las obras

más acabadas de Sender. Otras novelas destacadas del autor

son Mr. Witt en el cantón (1935), El lugar de un hombre

(1939), Epitalamio del prieto Trinidad (1942), Crónica del alba (1942-1966) ―monumental autobiografía de Sender formada por nueve

novelas―, El verdugo afable (1952), Réquiem por un campesino español (1960) ―su

obra más conocida―, La tesis de Nancy (1962), La aventura equinoccial de Lope de Aguirre (1964) y En la vida de Ignacio Morel (1969).

Ramón J. Sender

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

59

Ana María Matute (1925), una de las novelistas más

singulares de la Generación del 50, contribuyó con sus obras

de posguerra a denunciar las consecuencias de la Guerra

Civil española para tratar de cambiar la realidad social. A

través de la mirada infantil o adolescente de sus

protagonistas, Matute muestra un distanciamiento afectivo

entre realidad y entendimiento. Su primera novela, Pequeño teatro (escrita en 1943 y publicada en 1954), es un reflejo de

las secuelas que la Guerra Civil dejó en su juventud. Otras

obras destacadas de Matute son Fiesta al noroeste (1953),

Los hijos muertos (1958), Los mercaderes (1959-1969) —

trilogía formada por Primera memoria (1959), Los soldados lloran de noche (1964) y La trampa (1969)— y Olvidado rey Gudú (1996).

Juan Marsé (1933) muestra en sus novelas —ambientadas en

su mayor parte en su Barcelona natal— el enfrentamiento

entre clases sociales y la degradación moral y social de la

posguerra. Marsé inicia su carrera como novelista con

Encerrados con un solo juguete (1960), en la que cultiva

técnicas narrativas del realismo crítico de la década de 1950,

aunque alcanzaría la fama literaria gracias a Últimas tardes con Teresa (1966), una historia de amor entre una joven burguesa

catalana (Teresa) y un charnego barriobajero (Manolo el

―Pijoaparte‖) que sirve de trasfondo a una formidable sátira de

la sociedad española de los años 50. Otras novelas posteriores

de Marsé son La oscura historia de la prima Montse (1970), Si te dicen que caí (1973), La muchacha de las bragas de oro (1978), Ronda del Guinardó

(1984), El amante bilingüe (1990) y El embrujo de Shanghai (1993).

El siguiente fragmento de Últimas tardes con Teresa introduce el personaje del

―Pijoaparte‖, símbolo de la juventud y el descaro que lucha por salir adelante en una

sociedad burguesa llena de prejuicios y convencionalismos:

Hay apodos que ilustran no solamente una manera de vivir, sino también la naturaleza social del

mundo en que uno vive.

La noche del 23 de junio de 1956, verbena de San Juan, el llamado Pijoaparte surgió de las

sombras de su barrio vestido con un flamante traje de verano color canela; bajó caminando por la

carretera del Carmelo hasta la plaza Sanllehy, saltó sobre la primera motocicleta que vio

estacionada y que ofrecía ciertas garantías de impunidad (no para robarla, esta vez, sino

simplemente para servirse de ella y abandonarla cuando ya no la necesitara) y se lanzó a toda

velocidad por las calles hacia Montjuich. Su intención, esa noche, era ir al Pueblo Español, a cuya

verbena acudían extranjeras, pero a mitad de camino cambió repentinamente de idea y se dirigió

hacia la barriada de San Gervasio. Con el motor en ralentí, respirando la fragante noche de junio

cargada de vagas promesas, recorrió las calles desiertas, flanqueadas de verjas y jardines, hasta

Ana María Matute

Juan Marsé

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

60

que decidió abandonar la motocicleta y fumar un cigarrillo recostado en el guardabarros de un

formidable coche sport parado frente a una torre. En el metal rutilante se reflejó su rostro

melancólico y adusto, de mirada grave, de piel cetrina, sobre un firmamento de luces deslizantes,

mientras la suave música de un fox acariciaba su imaginación: frente a él, en un jardín particular

adornado con farolillos y guirnaldas de papel, se celebraba una verbena.

La festividad de la noche, su afán y su trajín alegres eran poco propicios al sobresalto, y menos en

aquel barrio; pero un grupo de elegantes parejas que acertó a pasar junto al joven no pudo reprimir

ese ligero malestar que a veces provoca un elemento cualquiera de desorden, difícil de discernir: lo

que llamaba la atención en el muchacho era la belleza grave de sus facciones meridionales y cierta

inquietante inmovilidad que guardaba una extraña relación ―un sospechoso desequilibrio, por

mejor decir― con el maravilloso automóvil. Pero apenas pudieron captar más. Dotados de

finísimo olfato, sensibles al más sutil desacuerdo material, no supieron ver en aquella hermosa

frente la mórbida impasibilidad que precede a las decisiones extremas, ni en los ojos como

estrellas furiosas esa vaga veladura indicadora de atormentadoras reflexiones, que podrían incluso

llegar a la justificación moral del crimen. El color oliváceo de sus manos, que al encender el

segundo cigarrillo temblaron imperceptiblemente, era como un estigma. Y en los negros cabellos

peinados hacia atrás había algo, además del natural atractivo, que fijaba las miradas femeninas con

un leve escalofrío: había un esfuerzo secreto e inútil, una esperanza mil veces frustrada pero

todavía intacta: era uno de esos peinados laboriosos donde uno encuentra los elementos

inconfundibles de la cotidiana lucha contra la miseria y el olvido, esa feroz coquetería de los

grandes solitarios y de los ambiciosos superiores.

Últimas tardes con Teresa (capítulo 1)

Rafael Sánchez Ferlosio (1927) es uno de los narradores más

destacados del realismo social de la posguerra española. Su

primera novela, Industrias y andanzas de Alfanhuí (1951),

refleja el descubrimiento del mundo por parte de un niño

que va despertando a la dura realidad del momento. Con El Jarama (1955), Sánchez Ferlosio se integra definitivamente

en la corriente del realismo social: a través de la descripción

objetiva de una excursión de dieciséis horas de unos jóvenes

madrileños al río Jarama, el autor explora el lenguaje

coloquial mediante diálogos aparentemente intrascendentes,

pasatiempos anodinos, actitudes y atuendo de un grupo de jóvenes que representan a

la generación de posguerra. Tras los relatos Y el corazón caliente (1961) y Dientes, pólvora, febrero (1961), Sánchez Ferlosio se aleja del género narrativo durante un

largo periodo de tiempo para dedicarse a los ensayos, entre los que destacan Personas y animales en una fiesta de bautizo (1966) y Las semanas del jardín (1974). Su última

novela destacada es El retorno de Yarfoz (1986).

El siguiente fragmento de El Jarama ilustra el lenguaje juvenil y las conversaciones

intrascendentes de los protagonistas durante su excursión, como elementos

identificadores del realismo social en el que se integra la novela:

El sol arriba se embebía en las copas de los árboles, trasluciendo el follaje multiverde. Guiñaba de

ultrametálicos destellos en las rendijas de las hojas y hería diagonalmente el ámbito del soto, en

saetas de polvo encendido, que tocaban el suelo y entrelucían en la sombra, como escamas de luz.

Moteaba de redondos lunares, monedas de oro, las espaldas de Alicia y de Mely, la camisa de

Rafael Sánchez Ferlosio

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

61

Miguel y andaba rebrillando por el centro del corro en los vidrios, los cubiertos de alpaca, el

aluminio de las tarteras, la cacerola roja, la jarra de sangría, todo allí encima de blancas,

cuadrazules servilletas, extendidas sobre el polvo.

—¡El Santos, cómo le da! ¡Vaya un saque que tiene el sujeto! Qué forma de meter.

—Hay que hacer por la vida, chico. Pues tú tampoco te portas malamente.

—Ni la mitad que tú. Tú es que no paras, te empleas a fondo.

—Se disfruta de verlo comer —dijo Carmen.

—¿Ah, sí? Mira ésta, ¿te has dado cuenta el detalle? Y que disfruta viéndolo comer. Eso se llama

una novia, ¿ves tú?

—Ya lo creo. Luego éste igual no la sabe apreciar. Eso seguro.

—Pues no se encuentra todos los días una muchacha así. Desde luego es un choyo. Tiene más

suerte de la que se merece.

—Pues se merece eso y mucho más, ya está —protestó Carmen—. Tampoco me lo hagáis ahora

de menos por ensalzarme a mí. Pobrecito mío.

—¡Huyuyuy!, ¡cómo está la cosa! —se reía Sebastián—. ¿No te lo digo?

Todos miraban riendo hacia Santos y Carmen. Dijo Santos:

—¡Bueno, hombre!, ¿qué os pasa ahora? ¿Me la vais a quitar? —Echaba el brazo por los hombros

de Carmen y la apretaba contra su costado, afectando codicia, mientras con la otra mano cogía un

tenedor y amenazaba, sonriendo:

—¡El que se arrime...!

—Sí, sí, mucho teatro ahora —dijo Sebas—; luego la das cada plantón que le desgasta los vivos a

las esquinas, la pobre muchacha, esperando.

—¡Si será infundios! Eso es incierto.

—Pues que lo diga ella misma, a ver si no.

—¡Te tiro...! —amagaba Santos levantando en la mano una lata de sardinas.

—¡Menos!

—Chss, chss, a ver eso un segundo... —cortó Miguel—. Esa latita.

—¿Ésta?

—Sí, ésa; ¡verás tú...!

—Ahí te va.

Santos lanzó la lata y Miguel la blocó en el aire y la miraba:

—¡Pero no me mates! —exclamó—. Lo que me suponía. ¡Sardinas! ¡Tiene sardinas el tío y se

calla como un zorro! ¡No te creas que no tiene delito! —miraba cabeceando hacia los lados.

—¡Sardinas tiene! —dijo Fernando—. ¡Qué tío ladrón! ¡Para qué las guardabas? ¿Para postre?

—Hombre, yo qué sabía. Yo las dejaba con vistas a la merienda.

—¡Amos, calla! Que traías una lata de sardinas y te has hecho el loco. Con lo bárbaras que están

de aperitivo. Y además en aceite que vienen. ¡Eso tiene penalty, chico, callarse en un caso así!

¡Penalty!

El Jarama (1955)

Ignacio Aldecoa (1925-1969), uno de los novelistas más

representativos del realismo social de la década de 1950, es

autor de una obra corta pero intensa. Su técnica narrativa se

caracteriza por el detallismo descriptivo y una gran

perfección estética. Los protagonistas de las novelas sociales

de Aldecoa son trabajadores de distintos sectores y

personajes marginados (vagabundos y niños). En El fulgor y la sangre (1954), Aldecoa explora la realidad de España a

través de cinco mujeres casadas con guardias civiles. Gran Sol (1957) es una novela-reportaje que, lejos de aspiraciones

poéticas, se limita a describir la rutina diaria de unos

Ignacio Aldecoa

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

62

pescadores. Aldecoa es también autor de destacados cuentos, que se hallan recogidos

en colecciones como Vísperas de silencio (1955), El corazón y otros frutos amargos

(1959), Caballo de pica (1961) o Arqueología (1961).

Juan Goytisolo (1931), destacado narrador del realismo

social de la década de 1950, refleja en sus obras su rechazo

de la España oficial del franquismo y su distanciamiento

emocional hacia sus personajes, seres marginados y

derrotados. En su primera novela, Juegos de manos (1954),

Goytisolo muestra la crueldad de un grupo de jóvenes de la

alta burguesía madrileña en una fría sociedad franquista.

Con Duelo en el paraíso (1955), el autor traslada la violencia

irracional al mundo infantil de una aldea catalana. Otras

novelas destacadas de Goytisolo, siempre dentro de la crítica

social del momento, son El circo (1957), la trilogía Álvaro Mendiola —formada por Señas de identidad (1966), Reivindicación del conde don Julián (1970) y Juan sin Tierra (1975)—, Makbara (1980) y El sitio de los sitios (1995).

Carmen Martín Gaite (1925-2000) se dio a conocer como

novelista del realismo social con Entre visillos (1957), que

refleja el desencanto de una joven de clase media ante la

anodina vida provinciana. Posteriormente, la escritora

evolucionó desde la novela social a planteamientos más

pesimistas y desesperanzados sobre la soledad humana,

basados en sus propios conflictos personajes, como Ritmo lento (1963), Retahílas (1974), El cuarto de atrás (1978) o

Nubosidad variable (1992). Martín Gaite es también autora de

brillantes cuentos —que se hallan recogidos en colecciones

como El balneario (1957) o Las ataduras (1959)— y amenos

ensayos —como su tesis doctoral Usos amorosos del dieciocho en España (1973).

Juan Goytisolo

Carmen Martín Gaite

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

63

Luis Martín-Santos (1924-1964) es autor de una de las novelas

españolas más importantes y revolucionarias del siglo XX:

Tiempo de silencio (1962). Con ella, Martín-Santos cierra el ciclo del realismo social

de la década de 1950 e inicia la renovación de la novela española en la década de 1960,

con nuevas técnicas narrativas como el empleo de la segunda persona y el monólogo

interior. Tiempo de destrucción (1975), continuación de la novela anterior, quedó

inconclusa debido a la trágica muerte del autor en accidente de automóvil. El

siguiente fragmento de Tiempo de silencio ilustra la novedosa técnica del narrador

desdoblado, que parece estar hablando consigo mismo:

Ahora vivo más. La vida de fuera está suspendida con todas sus cosas tontas. Han quedado fuera.

La vida desnuda. El tiempo, sólo el tiempo llena este vacío de las cosas tontas y de las personas

tontas. Todo tiene que resbalar, resbala sobre mí, no sufro, no sufro nada absolutamente.

Cualquiera pensará que estaré sufriendo. Pero yo no sufro. Existo, vivo. El tiempo pasa, me llena,

voy en el tiempo, nunca he vivido el tiempo de mi vida que pasa como ahora que estoy quieto

mirando a un punto de la pared, el ojo negro de la sirena que me mira. Sólo aquí, qué bien, me

parece que estoy encima de todo. No me puede pasar nada. Yo soy el que paso. Vivo. Vivo. Fuera

de tantas preocupaciones, fuera del dinero que tenía que ganar, fuera de la mujer con la que me

tenía que casar, fuera de la clientela que tenía que conquistar, fuera de los amigos que me tenían

que estimar, fuera del placer que tenía que perseguir, fuera del alcohol que tenía que beber. Si

estuvieras así. Mantente ahí. Ahí tienes que estar. Tengo que estar aquí, en esta altura, viendo

cómo estoy solo, pero así, en lo alto, mejor que antes, más tranquilo, mucho más tranquilo. No

caigas. No tengo que caer. Estoy así bien, tranquilo, no me puede pasar nada, porque lo más que

me puede pasar es seguir así, estando donde quiero estar, tranquilo, viendo todo, tranquilo, estoy

bien, estoy bien, estoy muy bien así, no tengo nada más que desear.

Tiempo de silencio (1962)

Jesús Fernández Santos (1926-1988) es uno de los iniciadores de la novela social

española de la década de 1950 con Los bravos (1954), que retrata el caciquismo, la

abulia y la ignorancia de la España rural durante el régimen franquista. En la hoguera

(1957) se integra igualmente dentro de la corriente del realismo crítico. Otras novelas

destacadas de Fernández Santos son El hombre de los santos (1969), Libro de las memorias de las cosas (1971), Extramuros (1978) y Los jinetes del alba (1984).

Jesús López Pacheco (1930-1997) es el creador de otra de las novelas cumbre del

realismo social: Central eléctrica (1958). En esta obra, que narra los esfuerzos para

llevar la electricidad a una aldea cuyos habitantes viven al margen de la ley, la

brutalidad y el pesimismo se funden con escenas líricas y descripciones minuciosas de

paisajes. Con posterioridad, López Pacheco continuó su crítica social con novelas

como La hoja de parra (1973).

Tomás Salvador (1921-1984), polifacético novelista que conoció su momento de

máximo esplendor en la década de 1950, coincidiendo con el auge de la novela realista,

cultivó durante su carrera literaria diversos géneros narrativos, como la novela corta

—Cuerda de presos (1953)—, la novela de ciencia ficción —La nave (1958)—, la

Luis Martín-Santos

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

64

novela histórica —El arzobispo pirata (1982)— y la novela policial —Camello para un viaje (1984).

José María Gironella (1917-2003) es autor de una exitosa tetralogía de novelas sobre la

Guerra Civil formada por Los cipreses creen en Dios (1953), Un millón de muertos (1961), Ha estallado la paz (1966) y Los hombres lloran solos (1986). Al margen de esta

saga, Gironella ha escrito otras destacadas novelas como Un hombre (1946),

Condenados a vivir (1971) y Cita en el cementerio (1983).

Otros destacados novelistas de la Generación del 50 son Luis Romero (1916-2009) —

uno de los autores más representativos de la posguerra, que se dio a conocer con la

novela La noria (1951), precursora del realismo social de la década de 1950, a la que

siguió El cacique (1963)—, Alejandro Núñez Alonso (1905-1982) —novelista que se

dio a conocer con La gota de mercurio (1954) y triunfó con dos ciclos de novelas

históricas: la pentalogía de Benasur de Judea (1956-1961) y la tetralogía de Semíramis

(1965-1974)—, Antonio Ferres (1924) —continuador del género de la novela social

con La piqueta (1959) y Caminando por las Hurdes (1960), obra esta última escrita en

colaboración con Armando López Salinas—, Francisco García Pavón (1919-1989) —

autor de una famosa serie de novelas policiales protagonizadas por Plinio, jefe de

policía de Tomelloso, además de colecciones de relatos breves como Cuentos republicanos (1961) y Los liberales (1965)—, Armando López Salinas (1925) —autor

de la novela social La mina (1959) y la anteriormente mencionada Caminando por las Hurdes, en colaboración con Antonio Ferres—, Fernando Morán (1926) —autor de la

novela social También se muere el mar (1958)—, Mercedes Rodoreda (1908-1983) —

autora de La plaza del diamante (1962), novela originariamente escrita en catalán que

convirtió en un clásico de la literatura de posguerra—, José María Sánchez-Silva

(1911-2002) —que debe su popularidad a Marcelino pan y vino (1953)—, Rafael

Sánchez Mazas (1894-1966) —autor de La vida nueva de Pedrito de Andía (1952), que

refleja las memorias de un colegial durante la dictadura de Primo de Rivera— y

Vintilă Horia (1915-1992) —escritor rumano que publicó poesías y novelas en español,

entre estas últimas Dios ha nacido en el exilio (1960), producto de su experiencia

traumática como escritor exiliado y proscrito.

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

65

Dentro del teatro de las décadas de 1950 y 1960, destaca la

figura de Alfonso Paso (1926-1978) que, pese a iniciarse

como dramaturgo con obras de denuncia social como Los pobrecitos (1957), finalmente se plegó a los gustos de la clase

media y se especializó en un teatro comercial de evasión y

entretenimiento, con comedias tan exitosas como El cielo dentro de casa (1957), Usted puede ser un asesino (1958),

Aurelia y sus hombres (1961), Las que tienen que servir

(1962), El canto de la cigarra (1963), Enseñar a un sinvergüenza (1967) y ¡Cómo está el servicio! (1968). Pese a

la polémica que le rodeó tras este cambio de tendencia

teatral (especialmente con el dramaturgo socialmente

comprometido Alfonso Sastre), Paso se convirtió en el autor dramático de mayor

repercusión en España durante la década de 1960, hasta el punto de que durante

varios meses de 1968 hasta siete de sus obras se representaban al mismo tiempo en

siete teatros distintos de Madrid, con sesiones de tarde y noche, con el cartel de ―No

hay localidades‖ en todas ellas. Alfonso Paso fue también el primer dramaturgo

español que estrenó en Broadway (su comedia El canto de la cigarra se representó en

1963 en el ANTA Theatre con el título The Song of the Cicada).

Lauro Olmo (1922-1994) fue un dramaturgo comprometido

con el realismo social de las décadas de 1950 y 1960. Su mayor

éxito teatral, La camisa (1962), refleja la realidad española del

momento a través de los ojos de unos obreros que habitan en

las chabolas sin esperanza ni trabajo. Otras obras destacadas de

este autor son El perchero (1953), La pechuga de la sardina

(1963), El cuerpo (1966), English Spoken (1968), El cuarto poder (1969), Historia de un pechicidio (1974) y Pablo Iglesias (1984). Otros dramaturgos reseñables dentro de la corriente

del realismo social son Carlos Muñiz (1927-1994) —autor del

drama El tintero (1961) y Tragicomedia del Serenísimo Príncipe don Carlos (1978)—, Jaime Salom (1925-2013) —

continuador del naturalismo decimonónico con obras como El mensaje (1955), Juegos de invierno (1964) y La casa de las chivas (1968)—, José María Rodríguez Méndez

(1925-2009) —autor de la antibelicista Vagones de madera (1958), a la que seguirían

El milagro del pan y de los peces (1959), Los inocentes de la Moncloa (1961) y Bodas que fueron famosas del Pingajo y la Fandanga (1965)—, José Martín Recuerda (1926-

2007) —creador de una profusa producción dramática de herencia lorquiana, con

obras como El teatrito de don Ramón (1959), Las salvajes en Puente San Gil (1963),

Las arrecogías del beaterio de Santa María Egipciaca (1970), El engañao (1974),

Caballos desbocaos (1978) y Las reinas del Paralelo (1991)—, Ricardo Rodríguez

Alfonso Paso

Lauro Olmo

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

66

Buded (1928) —autor de La madriguera (1960) y Un hombre duerme (1960)—,

Alfredo Mañas (1924-2001) —autor de La historia de los Tarantos (1962) y Ramón Gil

Novales (1928) —autor que pasó del realismo de La Hoya (1966) al esperpento de

Guadaña al resucitado (1969).

19.6. Generación de 1968

El boom de autores hispanoamericanos durante las décadas de 1960 y 1970, que por

un lado parece eclipsar a los jóvenes escritores españoles, sirve al mismo tiempo para

introducir nuevas técnicas narrativas. Tiempo de silencio (1962), de Luis Martín-

Santos, es la novela que señala el fin del realismo social de la Generación del 50 y

marca el inicio de la Generación de 1968 —o Novísimos, en el caso de los poetas—,

formada por escritores que comienzan a publicar sus obras alrededor de esta fecha y

que rompen con los cánones literarios anteriores. Durante la década de 1960, los

principales autores de esta generación se agrupan en torno a dos grandes núcleos:

Madrid (Juan Benet, Francisco Umbral, José María Guelbenzu, Leopoldo María

Panero) y Barcelona (Manuel Vázquez Montalbán, Eduardo Mendoza, Ana María

Moix, Pere Gimferrer, Félix de Azúa, Carlos Rojas). En el decenio siguiente, sin

embargo, este grupo literario se verá incrementando con autores de otras regiones

españolas como Andalucía (Francisco Ayala, Luis Berenguer, Alfonso Grosso,

Aquilino Duque, José Manuel Caballero Bonald, Manuel García Viñó), Canarias (Juan

Cruz Ruiz, Juan José Armas Marcelo), Castilla y León (Luis Mateo Díez), Castilla-La

Mancha (Antonio Martínez Sarrión), Valencia (Vicente Molina Foix, Guillermo

Carnero), Murcia (José María Álvarez) o Cantabria (Álvaro Pombo).

Juan Benet (1927-1993), uno de los más influyentes narradores

españoles de la segunda mitad del siglo XX, se dio a conocer

como novelista con Volverás a Región (1967), obra en la que

denuncia el atraso, la violencia y el egoísmo que condicionan las

relaciones humanas. En su siguiente novela, Una meditación

(1970), Benet experimenta nuevas técnicas narrativas (como la

escritura continua sin separación de párrafos mediante puntos y

aparte). Otras obras posteriores que ayudaron a reforzar la fama

de Benet como destacado novelista son Una tumba (1971), Un viaje de invierno (1972), En el Estado (1977), Saúl ante Samuel (1980), El aire de un crimen (1980), En la penumbra (1989) y El caballero de Sajonia (1991).

Juan Benet

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

67

Manuel Vázquez Montalbán (1939-2003) novelista, poeta y

periodista de la Generación de 1968, está considerado como

uno de los referentes literarios de los últimos años del

franquismo y la transición española. Con Recordando a Dardé

(1969), Vázquez Montalbán se interna en el mundo de la

narrativa. Yo maté a Kennedy (1972) da inicio una serie de

novelas policiacas protagonizadas por el detective Pepe

Carvalho y ambientadas en el contexto histórico en que

fueron escritas, que le darían una gran fama internacional

como escritor de novela negra; entre ellas destacan Tatuaje

(1974), La soledad del manager (1977), Los mares del sur

(1979), Asesinato en el Comité Central (1981), Los pájaros de Bangkok (1983), El balneario (1986), El delantero centro fue asesinado al atardecer (1988) y El hombre de mi vida (2000). Siempre preocupado por la situación política y social de España,

Vázquez Montalbán escribe novelas como El pianista (1985), Galíndez (1991),

Autobiografía del general Franco (1992) y El estrangulador (1994), así como una serie

de cuentos que recopila en Pigmalión y otros relatos (1987). Como miembro del grupo

de los ―Novísimos‖, inicia su andadura como poeta con Una educación sentimental (1967); posteriormente, continúa desarrollando una producción lírica caracterizada

por su gran delicadeza y atención a la experiencia social, como en Movimientos sin éxito (1969).

El siguiente fragmento de Los mares del sur, una de las novelas policiacas más

representativas de la ―saga Carvalho‖, ilustra el estilo tan característico del famoso

detective creado por Vázquez Montalbán, en el que la profesionalidad investigadora y

la vulgaridad se mezclan de forma aparentemente contradictoria para dar lugar a un

personaje complejo:

Viladecans llevaba alfiler de corbata de oro y gemelos de platino. Por impecable lo era hasta la

calvicie, convertida en agostado y pulimentado lecho de río, encajonado entre dos riberas pobladas

de pelo canoso recortado por el mejor peluquero de la ciudad y probablemente del hemisferio, a

juzgar por el cuidado con que una y otra vez la mano del abogado repasaba la consistencia de la

maleza superviviente, mientras una lengua pequeñita subrayaba el saboreo recorriendo los labios

casi cerrados.

—¿Ha oído usted hablar de Stuart Pedrell?

—Me suena.

—Le puede sonar por muchas cosas. Es una familia notable. La madre era una destacada

concertista, aunque se retiró después de casarse y sólo tocó el piano públicamente en obras

benéficas. El padre fue un importante industrial de origen escocés, famoso antes de la guerra. Cada

hijo es una personalidad. Usted puede haber oído hablar del publicitario, del bioquímico, de la

pedagoga o del constructor.

—Probablemente.

—Yo quiero hablarle del constructor.

Dejó ante Carvalho una serie de cartulinas donde estaban enganchadas gacetillas recortadas de los

periódicos:

M. Vázquez Montalbán

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

68

«El cuerpo de un desconocido aparece en un descampado de la Trinidad». «Ha sido identificado

como el de Carlos Stuart Pedrell.» «Se había despedido de su familia hace un año pretextando un

viaje a Polinesia.»

—¿Pretextando? ¿Necesitaba pretextar?

—Ya sabe usted lo que es el lenguaje periodístico. La impropiedad personificada.

Trató Carvalho mentalmente de personificar la impropiedad sin conseguirlo, pero ya Viladecans

resumía la situación juntando las manos, repasadas por la mejor manicura del bloque capitalista.

—El asunto fue así. Mi amigo, íntimo amigo, nos conocíamos desde que estudiamos juntos en los

jesuitas, pasó una época de crisis. Algunos hombres, sobre todo hombres tan sensibles como

Carlos, soportan mal el paso de los cuarenta, de los cuarenta y cinco y, ¡ay!, la cercanía de los

cincuenta. Sólo así se explica que durante meses y meses rumiara la idea de dejarlo todo e irse a

cualquier isla de la Polinesia. De pronto se aceleró el proyecto. Lo dejó todo atado, desde el punto

de vista del negocio, y desapareció. Todos supusimos que había marchado hacia Bali o Tahití o las

Hawai, qué sé yo, y desde luego supusimos que sería una crisis pasajera. Pasaron los meses, hubo

que hacer frente a una situación que parecía irremediable, hasta el punto que la señora Stuart

Pedrell es hoy la que lleva los negocios y, finalmente, en enero esta noticia: el cuerpo de Stuart

Pedrell aparece en un descampado de la Trinidad, apuñalado, y hoy sabemos con certeza que

nunca llegó a la Polinesia. No sabemos dónde estuvo, qué hizo durante todo ese tiempo, y hay que

saberlo.

—Recuerdo el caso. No se encontró al asesino. ¿También quieren al asesino?

—Bueno. Si sale el asesino, pues venga el asesino. Pero lo que nos interesa es saber qué hizo

durante ese año. Comprenda que hay muchos intereses en juego.

Por el dictáfono le dijeron que la señora Stuart Pedrell había llegado. Casi sin transición se abrió la

puerta y entró en el despacho una mujer de cuarenta y cinco años que hizo daño en el pecho a

Carvalho. Entró sin mirarle e impuso su madura esbeltez como si fuera la única presencia digna de

atención. Las presentaciones de Viladecans sólo sirvieron para que la mujer morena, de facciones

grandes y en el comienzo de la maceración, acentuara la distancia hacia Carvalho. Un «encantada»

fugaz fue todo lo que le mereció el detective, y Carvalho le respondió mirándole obsesivamente

los senos hasta que ella se vio obligada a palparse el busto, en busca de alguna posible

indiscreción en la indumentaria.

Los mares del sur (1979)

Francisco Umbral (1932-2007) —cuyo verdadero nombre era

Francisco Pérez Martínez— es uno de los escritores más

fecundos y originales de la Generación de 1968, pese a que su

altivez y excentricidad personales le ganaran no pocas polémicas

y enemistades. Umbral se dio a conocer con novelas como

Tamouré (1965) y Balada de gamberros (1965), aunque un

hecho luctuoso en su vida —el fallecimiento de su hijo de seis

años ―Pincho‖ por leucemia— le condujo a una crisis espiritual

que le llevó a componer la obra maestra de su carrera literaria:

el libro de prosa poética y ensayos Mortal y rosa (1975), en el

que lleva a cabo una reflexión sobre el fracaso de la existencia y

el esfuerzo humano. Posteriormente, Umbral publicaría novelas tan destacadas como

Las ninfas (1975), La noche que llegué al Café Gijón (1977), Los helechos arborescentes (1980), A la sombra de las muchachas rojas (1981) —obra a mitad de

camino entre la ficción y el periodismo que comenta la Transición Española—,

Trilogía de Madrid (1984), El día que violé a Alma Mahler (1988), La leyenda del César visionario (1992), Las palabras de la tribu (1994) y La forja de un ladrón (1997).

Francisco Umbral

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

69

Eduardo Mendoza (1943) es autor de una de las novelas

fundamentales para entender la transición democrática española:

La verdad sobre el caso Savolta (1975), obra publicada poco

antes de morir Franco que narra el panorama de las luchas

sindicales de principios del siglo XX en Barcelona. Con esta

novela, Mendoza orienta la nueva narrativa de la Democracia

entre la recreación histórica y la intriga policiaca, fórmula que

continúa aplicando en El misterio de la cripta embrujada (1979)

y El laberinto de las aceitunas (1982). La ciudad de los prodigios (1986), considerada la obra cumbre de Mendoza, presenta

digresiones históricas sobre Barcelona y se enmarca en la tradición clásica española,

con elementos picarescos y narración lineal y omnisciente. Posteriormente, Mendoza

se especializa en novelas de estilo narrativo sencillo y directo, como Sin noticias de Gurb (1991) —novela publicada por entregas en el diario ―El País‖—, El año del diluvio (1992), Una comedia ligera (1996), La aventura del tocador de señoras (2001) y

Riña de gatos. Madrid 1936 (2010).

El siguiente fragmento de La verdad sobre el caso Savolta ilustra la gran habilidad de

Eduardo Mendoza para construir un relato homogéneo a partir de la crónica novelada

de la realidad:

Lepprince era listo y, sobre todo, hábil: pronto se granjeó la confianza de Savolta, cuya salud se

deterioraba a pasos agigantados. Es posible incluso que el magnate, inconscientemente, se dejara

impresionar por la elegancia, maneras y apostura del francés, en quien veía, quizá, un sucesor

idóneo de su imperio comercial y de su estirpe, pues, como ya es sabido, Savolta sólo tenía una

hija y en edad de merecer. Así fue cómo Lepprince se convirtió en el valido de Savolta y obtuvo

sobre los asuntos de la empresa un poder ilimitado. De haberse conformado con seguir la corriente

de los acontecimientos, Lepprince se habría casado con la hija de Savolta y en su momento habría

heredado la empresa de su suegro. Pero Lepprince no podía esperar: su ambición era desmedida y

el tiempo, su enemigo; tenía que actuar rápidamente si no quería que por azar se descubriera la

superchería de su falsa personalidad y se truncara su carrera. La guerra europea le proporcionó la

oportunidad que buscaba. Se puso en contacto con un espía alemán, llamado Víctor Pratz, y

concertó con los Imperios Centrales un envío regular de armas que aquéllos le pagarían

directamente a él, a Lepprince, a través de Pratz. Ni Savolta ni ningún otro miembro de la empresa

debían enterarse del negocio; las armas saldrían clandestinamente de los almacenes y los envíos se

harían a través de una ruta fija y una cadena de contrabandistas previamente apalabrados. La

posición privilegiada de Lepprince dentro de la empresa le permitía llevar a cabo las sustracciones

con un mínimo de riesgo. Seguramente Lepprince confiaba en amasar una pequeña fortuna para el

caso de que su verdadera personalidad y calaña se vieran descubiertas y sus planes a más largo

plazo dieran en tierra.

El negocio marchaba viento en popa, pero los problemas surgían puntuales e indefectibles. Los

obreros estaban quejosos: se veían obligados a trabajar en ínfimas condiciones un número muy

elevado de horas a fin de producir el ingente volumen de armamento que los acuerdos secretos de

Lepprince exigían sin que sus emolumentos experimentaran el alza correspondiente. En suma:

querían trabajar menos o cobrar más. Hubo conatos de huelga que, en circunstancias normales, no

habrían revestido gravedad, pues Nicolás Claudedeu, que desempeñaba el cargo de jefe de

personal con una energía que le había valido el sobrenombre de ―El Hombre de la Mano de

Eduardo Mendoza

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

70

Hierro‖, sabía cómo zanjar semejantes situaciones. Pero Lepprince no podía permitir que

Claudedeu interviniera, porque una investigación habría puesto al descubierto sus actividades

irregulares. Asesorado por Cortabanyes y por Víctor Pratz, decidió adelantarse al «Hombre de la

Mano de Hierro» y contrató a dos matones que sembraron el terror entre los líderes obreristas.

La verdad sobre el caso Savolta (1975)

Francisco Ayala (1906-2009), veterano novelista que participó

en la Generación del 27 con las colecciones de relatos

vanguardistas El boxeador y un ángel (1929) y Cazador en el alba (1930), continuó escribiendo durante su exilio americano

—Los usurpadores (1949), La cabeza del cordero (1949),

Muertes de perro (1958), El fondo del vaso (1962)— hasta que

se reintegra a la vida literaria española a finales de la década

de 1960 para inscribirse en la llamada ―Generación de 1968‖,

con obras como el libro de relatos El jardín de las delicias (1971), al que siguieron otros como De triunfos y penas (1982)

y El jardín de las malicias (1988). En su producción narrativa, Ayala conjuga una gran

lucidez crítica con la ironía y la preocupación moral producto de su distanciamiento

como escritor.

José Manuel Caballero Bonald (1926), novelista, ensayista y

poeta andaluz, se dio a conocer artísticamente con el libro de

poemas Las adivinaciones (1952) —obra perteneciente a la

Generación del 50— y su posterior antología poética Vivir para contarlo (1969), aunque fue durante la década de 1960 cuando

se convirtió en uno de los más destacados representantes de la

―nueva narrativa andaluza‖ —grupo de escritores familiarmente

conocidos como los ―narraluces‖— con novelas como Dos días de setiembre (1961), Ágata ojo de gato (1974), Toda la noche oyeron pasar pájaros (1981) y En la casa del padre (1988). Caballero Bonald es autor

también de destacados ensayos —Narrativa cubana de la Revolución (1968), Luces y sombras del flamenco (1975), Luis de Góngora: poesía (1982), Sevilla en tiempos de Cervantes (1992) y un libro de memorias —La novela de la memoria (2010).

Francisco Ayala

Caballero Bonald

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

71

Luis Mateo Díez (1942), tras unos efímeros comienzos poéticos,

pasó a centrarse exclusivamente en la ficción narrativa, en la

que se inició con su libro de cuentos Memorial de hierbas (1973), al que seguirían una

serie de novelas a mitad de camino entre los recuerdos personales, la reflexión literaria,

el ensayo y la ficción: Las estaciones provinciales (1982), La fuente de la edad (1986)

—la obra más conocida de Mateo Díez, que recrea el enfrentamiento entre realidad e

imaginación por tierras de su León natal—, Las horas completas (1990), Camino de perdición (1995), El paraíso de los mortales (1998), La ruina del cielo (1999) y

Fantasmas del invierno (2004).

Álvaro Pombo (1939) se dio a conocer como poeta con

Protocolos (1973) y Variaciones (1977), aunque posteriormente

se especializó en el género narrativo, con libros de cuentos

como Relatos sobre la falta de sustancia (1977) —en los que

refleja el tema de la homosexualidad. Pombo alcanzó el pleno

reconocimiento literario con su primera novela, El héroe de las mansardas de Mansard (1983), obra en la que se revela como un

gran dominador del monólogo interior y el lenguaje coloquial.

En su producción posterior, indaga el conocimiento de la

realidad y la identidad propia, como en El metro de platino iridiado (1990), Donde las mujeres (1996), Contra natura (2005), La fortuna de Matilda Turpin (2006) y El temblor del héroe (2012).

Vicente Molina Foix (1949) se introdujo en el mundo de la narración con la colección

de relatos titulada Museo provincial de los horrores (1970), a la que siguieron novelas

tan destacadas como Busto (1973), La comunión de los atletas (1979), Los padres viudos (1983), La quincena soviética (1988), La misa de Baroja (1995), El vampiro de la calle México (2002) y El abrecartas (2007).

José María Guelbenzu (1944) se dio a conocer con El mercurio (1967), aunque más

recientemente ha alcanzado gran popularidad como autor de una serie de novelas

policiacas protagonizadas por la juez de instrucción Mariana de Marco: No acosen al asesino (2001), La muerte viene de lejos (2004), El cadáver arrepentido (2007), Un asesinato piadoso (2008), El hermano pequeño (2010) y Muerte en primera clase

(2012).

Luis Goytisolo (1935), al igual que su hermano Juan, se inició en el realismo social con

novelas como Las afueras (1958) y Las mismas palabras (1963), aunque su obra cumbre

es la tetralogía Antagonía —formada por Recuento (1973), Los verdes de mayo hasta el mar (1976), La cólera de Aquiles (1979) y Teoría del conocimiento (1981).

Luis Mateo Díez

Álvaro Pombo

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

72

Posteriormente, Luis Goytisolo ha escrito novelas tan destacadas como Estela del fuego que se aleja (1984) y Estatua con palomas (1992).

Luis Berenguer (1923-1979), escritor de gran riqueza verbal e imaginativa, alcanzó

notoriedad literaria con El mundo de Juan Lobón (1966), novela a la que siguieron

Marea escorada (1969), Leña verde (1972), Sotavento (1973) y La noche de Catalina virgen (1976).

Alfonso Grosso (1928-1995) es un escritor sevillano que, pese a iniciarse como

novelista en el realismo social de la década de 1950 con La zanja (1961), se dio a

conocer con Inés Just Coming (1968) —serie de monólogos sobre la Revolución

cubana— y se estableció como una referencia de la nueva narrativa andaluza con las

novelas experimentales Guarnición de silla (1970) y Florido mayo (1973), a las que

siguieron La buena muerte (1976), Los invitados (1979), El correo de Estambul (1980),

Otoño indio (1983) y El aborto de María (1985).

Aquilino Duque (1931) es también un destacado miembro del grupo literario de los

―narraluces‖, con novelas como Los consulados del Más Allá (1966), La rueda de fuego

(1971) y El mono azul (1973).

El tinerfeño Juan Cruz Ruiz (1948) inició su carrera como novelista con Crónica de la Nada hecha pedazos (1972), y al mismo tiempo que se dedicó a labores periodísticas

continuó escribiendo destacadas novelas, como El sueño de Oslo (1988).

Otros novelistas destacados de la Generación de 1968 son Ángel María de Lera (1912-

1984) —autor de Las últimas banderas (1967), primera novela de posguerra que trató

la Guerra Civil española desde el punto de vista republicano—, Carlos Rojas (1928) —

con obras tan destacadas como Auto de Fe (1968) y las novelas biográficas Azaña

(1973), Memorias inéditas de José Antonio (1977) y El Ingenioso hidalgo y poeta Federico García Lorca asciende a los infiernos (1980)—, Luis de Castresana (1925-

1986) —autor de El otro árbol de Guernica (1967), conmovedor alegato contra la

Guerra Civil española—, Juan Antonio Gaya Nuño (1913-1976) —autor de Historia del cautivo (1966), que combina novela e historia—, Jorge Cela (1932) —hermano de

Camilo José Cela y autor de la novela experimental Inventario base (1969)—, Álvaro

Cunqueiro (1911-1981) —autor de las novelas históricas Las mocedades de Ulises (1960) y Un hombre que se parecía a Orestes (1969)—, Jesús Torbado (1943) —autor

de Las conspiraciones (1966)—, Gonzalo Suárez (1934) —autor de las novelas

surrealistas De cuerpo presente (1963) y Rocabruno bate a Ditirambo (1966)—, Juan

Marichal (1922-2010) —destacado ensayista tinerfeño, con obras como La voluntad de estilo (1957), en la que refleja la esencia de lo español a través de sus escritores, y El nuevo pensamiento político español (1966)—, Helio Carpintero (1939) —autor del

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

73

ensayo Cinco aventuras españolas (1967)—, Héctor Vázquez-Azpiri (1931) —autor de

Fauna (1967)—, Daniel Sueiro (1931-1986) —autor de Corte de corteza (1969)—,

Carlos Trías (1946-2007) —autor de El juego del lagarto (1972)—, José Leyva (1938)

—autor de las revolucionarias novelas Leitmotiv (1972) y Heautontimorumenos (1973)—, Ramón Nieto (1934) —autor de La fiebre (1960), La señorita (1974) y Los monjes (1984)—, Marta Portal (1930) —autora de A tientas y a ciegas (1966)— y

Agustín García Calvo (1926-2012) —autor de los ensayos Lalia, ensayos de estudio lingüístico de la sociedad (1973) y Cartas de negocios de José Requejo (1974), además

de los dramas históricos Feniz o la manceba de su padre (1976) y Baraja del Rey don Pedro (1999).

Dentro del grupo de los poetas ―Novísimos‖ de la Generación de 1968, destacan Pere

Gimferrer (1945) —principal representante de este grupo, autor de una original poesía

de reminiscencias modernistas con Mensaje del Tetrarca (1963), Arde el mar (1966),

La muerte en Beverly Hills (1968) y Extraña fruta y otros poemas (1969)—, Ana María

Moix (1947) —que se dio a conocer como poetisa con Baladas del dulce Jim (1969),

Call me stone (1969) y No time for flowers (1971), aunque también es autora de

novelas como Walter, ¿por qué te fuiste? (1973)—, Leopoldo María Panero (1948) —

que se inició en la poesía con Por el camino de Swan (1968), obra de una gran

profundidad lírica, aunque posteriormente alcanzó fama de ―poeta maldito‖ debido a

sus continuos ingresos en centros psiquiátricos, como evidencia en sus Poemas del manicomio de Mondragón (1987)—, Guillermo Carnero (1947) —que se inició en el

mundo de la poesía con Dibujo de la muerte (1967) y alcanzó fama como poeta gracias

a Verano inglés (1999) y Fuente de Médicis (2006)—, José María Álvarez (1942) —

poeta renovador y culturalista, con obras como Museo de cera (1974) y Los decorados del olvido (2003)—, Félix de Azúa (1944) —autor de una poesía fría y hermética,

como en Cepo para nutria (1968) y Lengua de cal (1972), y una novela autobiográfica,

Historia de un idiota contada por él mismo (1986)— y Antonio Martínez Sarrión

(1939) —poeta revolucionario que adopta las nuevas tendencias vanguardistas de la

Generación de 1968, como en Teatro de operaciones (1967) y Pautas para conjurados (1970).

El teatro de la Generación de 1968, alejado del realismo social y los cauces comerciales

y convencionales, experimenta con nuevas fórmulas dramáticas (vanguardismo,

absurdo, underground, ―cámara negra‖ o pobreza de decorados…) en busca de formas

de expresión más innovadoras, pese a sufrir la constante censura franquista. En los

primeros años de la década de 1970 se desarrolla el llamado ―Nuevo Teatro Español‖,

heredero remoto del teatro de vanguardia de comienzos del siglo XX, que se difunde a

través de revistas como ―Pipirijaina‖ o ―Primer Acto‖ y que no siempre llega a los

escenarios (muchas de estas obras se estrenaron años más tarde de su publicación).

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

74

La figura más destacada dentro del Nuevo Teatro Español es

Francisco Nieva (1924), quien divide su producción dramática

en dos grandes grupos: por un lado, un ―teatro furioso‖, drama

de pasiones turbulentas próximo a la tragedia, al que

pertenecen obras como Es bueno no tener cabeza (1971), Pelo de tormenta (1972), La carroza de plomo candente (1972), El combate de Ópalos y Tasia (1972), El buscón (1972), El fandango asombroso (1973), Coronada y el toro (1974),

Nosferatu (1975) y La paz (1977); por otro lado, un ―teatro de

farsa y calamidad‖, parodia de la comedia convencional,

compuesto por obras como El maravilloso catarro de Lord Bashaville (1971), Funeral y Pasacalle (1971), Tórtolas,

crepúsculo y... telón (1972), El rayo colgado (1975), El paño de injurias (1975), El baile de los ardientes (1975), Delirio del amor hostil (1978), El corazón acelerado (1979),

Malditas sean Coronada y sus hijas (1980), La señora Tártara (1980), Las aventuras de Tirante el Blanco (1987) y Los españoles bajo tierra (1988).

Otros autores destacados de este nuevo teatro independiente son José Ruibal (1925-

1999) —autor de obras breves como La secretaria (1968), El Supergerente (1968) y Los ojos (1968) y otras más extensas como El hombre y la mosca (1968) y La máquina de pedir (1969)—, Luis Riaza (1925) —autor de Los muñecos (1968), Las jaulas (1970), El desván de los machos y el sótano de las hembras (1974) y El palacio de los monos (1977)—, Miguel Romero Esteo (1930) —autor de Pizzicato irrisorio y gran pavana de lechuzos (1961), Pontifical (1966), Paraphernalia de la olla podrida, la misericordia y la mucha consolación (1971), Fiestas gordas del vino y el tocino (1973) y Tartessos (1983)—, Manuel Martínez Mediero (1938) —creador de un teatro simbólico y

humorista, como en El último gallinero (1968), Las hermanas de Búfalo Bill (1971), El automóvil (1973) y El bebé furioso (1974)—, Ángel García Pintado (1940) —autor de

Laxante para todos (1973)—, Alberto Miralles (1940-2004) —autor de un teatro

desmitificador y crítico, como El trino del diablo (1981) y La fiesta de los locos (1984)—, José María Bellido (1922-1992) —autor de un teatro alegórico-crítico

abierto a las tendencias vanguardistas, como Los relojes de cera (1967) y Milagro en Londres (1972)— y Antonio Martínez Ballesteros (1929) —cuyas obras atacan y

desenmascaran la corrupción de la sociedad de posguerra, como Orestiada 39 (1960),

El camaleón (1967), Farsas contemporáneas (1969) y Volverán banderas victoriosas (1977).

19.7. Literatura de la democracia

La muerte de Franco y la instauración de la democracia en España a finales de la

década de 1970 suponen el fin de la literatura experimental de posguerra y el

surgimiento de una serie de subgéneros narrativos que hasta entonces se habían

Francisco Nieva

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

75

considerado menores: novela negra, histórica, erótica, rosa, psicológica, de memorias,

etc. Esta nueva narrativa, que ya había empezado a ser cultivada por algunos de los

autores de la Generación de 1968, recibe entonces las aportaciones de escritores que se

expresan en un nuevo marco de libertad, entre los que destacan Fernando Arrabal,

Jorge Semprún, Alonso Zamora Vicente, José Luis Castillo-Puche, Raúl Guerra

Garrido, Miguel Espinosa, Juan García Hortelano, Antonio Prieto y Germán Sánchez

Espeso.

El novelista, dramaturgo y poeta Fernando Arrabal (1932), pese

a la calidad de su obra literaria, es recordado especialmente por

su carácter excéntrico y provocador, como cuando en 1989 se

presentó completamente borracho al programa de tertulias ―El

mundo por montera‖, presentado por Fernando Sánchez Dragó,

que aquel día trataba el tema del mileniarismo. Arrabal se

introdujo en el mundo de la narración con Baal Babilonia (1959),

en la que sublima sus demonios personales. Durante la dictadura

franquista, fue uno de los pocos intelectuales que se atrevió a

enfrentarse abiertamente al Régimen, como demuestra en su

Carta al General Franco (1971), publicada en vida del dictador. Con La torre herida por el rayo (1983), original novela centrada en el mundo del ajedrez, Arrabal alcanzó

fama como gran narrador, reconocimiento que tuvo su continuación en La virgen roja

(1986), La hija de King Kong (1988), La extravagante cruzada de un castrado enamorado (1990), El mono (1994) y Ceremonia por un teniente abandonado (1998).

Como dramaturgo, Arrabal es el creador de un teatro innovador, revolucionario y en

ocasiones polémico en el que, bajo el caos aparente, laten inquietudes políticas,

religiosas o humanas de verdadera trascendencia; algunas de las obras más destacadas

dentro de su extensa producción dramática son Picnic (1952), El triciclo (1953), El arquitecto y el emperador de Asiria (1966), El laberinto (1967), La torre de Babel (Oye, Patria, mi aflicción) (1976), Tormentos y delicias de la carne (1983), Breviario de amor de un halterófilo (1987), La travesía del Imperio (1988), Róbame un billoncito (1990)

y La carga de los centauros (1990). Arrabal es también autor de un volumen de

poemas titulado Arrabalesques (1994) y ensayos originales como La dudosa luz del día

(1994), Carta al rey de España (1995) y Un esclavo llamado Cervantes (1996).

El siguiente fragmento de La torre herida por el rayo, una de las mejores novelas de

Arrabal en la que el autor mezcla su pasión por este juego con la religión y la historia,

ilustra el antagonismo profesional y personal entre los dos protagonistas (Elías Tarsis y

Marc Amary) bajo el marco del campeonato del mundo de ajedrez y una intriga

política:

Fernando Arrabal

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

76

Elías Tarsis no levanta la mirada, gracias a ello sus ojos no chocan con los del «robot implacable»

que tiene frente a él. Si lo hiciera no podría reprimir el impulso de arrojar a su cara empedrada el

tablero y las piezas de ajedrez.

—Huele a asesino que apesta. Llevo ya dos meses soportando este tufo. Es un criminal…, podría

probarlo.

Claro que podría demostrarlo, pero ¿quién le escucharía? ¿A quién le interesaría verificar las

pruebas indiscutibles —según él— que ha acumulado durante un año? En realidad, ambiciona,

más que acusar y condenar a Marc Amary, vengarse de él. Por culpa de esta máquina inexorable,

de este autómata de sangre y vileza, ha sufrido la pena más negra. Cuando la recuerda siente como

si una ampolla de mercurio incandescente se paseara de su corazón a su cerebro y de su cerebro a

su corazón. Comprende que tiene que sosegarse si quiere ganar el desafío ajedrecístico comenzado

hace ya dos meses: tiene que conducir su inteligencia a través de los meandros de la acción pero

sin que la sed de venganza le desoriente.

Marc Amary, para todos, árbitros, espectadores y miembros de la federación, no es el «robot de

sangre y huesos» que pinta Tarsis, sino la imagen misma de la serenidad. Y de la Ciencia con C

mayúscula. Probablemente podría asegurar, como Leonardo da Vinci, que el pájaro es un

instrumento funcionando según las leyes matemáticas.

Tras el extraño y sensacional secuestro del ministro soviético de Asuntos Exteriores, Igor

Isvoschikov, a su paso por París, la curiosidad de la prensa por el campeonato del mundo de

ajedrez ha disminuido; sin embargo, el interés de los ajedrecistas, ahora que se vislumbra el

desenlace, alcanza su cenit. Para ellos, nada hay más hermoso que lo verdadero. El teatro del

Centro Beaubourg, marco del duelo, continúa abarrotándose ante cada partida, pero los

espectadores ahora sólo se reclutan entre los aficionados más ardientes, aquéllos para quienes las

cinco horas (¡tan breves!) que suelen durar cada una de las sesiones son instantes en los que

adivinan el perfume del asombro y el destello de la insolación, insolación que reciben como el

maná del desierto. Los mirones que invadieron la sala los primeros días seguramente ahora

prefieren seguir las pasmosas aventuras que van concibiendo y destilando con tino y parsimonia

los raptores del dignatario soviético. Terroristas, por cierto, que hacen gala de tanta pericia

epistolar como talento dramático. Un «Comité Communiste International» secuestrando a un

dirigente del Kremlin es un estreno que no puede dejar indiferente al gran teatro del mundo.

La torre herida por el rayo (1983)

Jorge Semprún (1923-2011), escritor, político y guionista de cine,

refleja en sus novelas aspectos de su propia vida, como en la

novela-reportaje El largo viaje (1963)—en la que rememora el

espantoso trayecto en tren que lo llevaría al campo de

concentración alemán de Buchenwald—, Autobiografía de Federico Sánchez (1977) —en la que describe su expulsión del

Partido Comunista— o Viviré con su nombre, morirá con el mío

(2001) —en la que narra un episodio de su estancia en

Buchenwald. Hasta 2003, Semprún escribió todas sus novelas

originalmente en francés, producto de su intensa relación con el

país galo (fue un héroe de la Resistencia durante la ocupación nazi de Francia). Su

constante preocupación política le llevó a ser nombrado Ministro de Cultura durante

el Gobierno socialista de Felipe González (1988-1991), y su marcada vocación

europeísta aparece reflejada en una recopilación de artículos, conferencias y discursos

titulada Pensar en Europa (2006).

Jorge Semprún

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

77

El canario Juan José Armas Marcelo (1946) obtuvo el reconocimiento literario con su

primera novela, El camaleón sobre la alfombra (1974), a la que seguirían otras tan

destacadas como Estado de coma (1976), Calima (1978), Las naves quemadas (1982), El árbol del bien y del mal (1985), Los dioses de sí mismos (1989), Madrid, Distrito Federal (1994), Cuando éramos los mejores (1997) y Así en La Habana como en el cielo (1998).

El filólogo y novelista Alonso Zamora Vicente (1916-2006), pese a cultivar

especialmente los estudios lingüísticos, ha contribuido a la narrativa contemporánea

española con novelas tan destacadas como Mesa, sobremesa (1980) —relato complejo e

innovativo que refleja diferentes puntos de vista acerca de un mismo personaje— y

Vegas bajas (1987).

José Luis Castillo-Puche (1919-2004), pese a iniciarse en el mundo de la narración

durante la posguerra, con novelas como Con la muerte al hombro (1954) y El vengador (1956), alcanzó el reconocimiento literario a finales de la década de 1970,

con novelas existencialistas como El libro de las visiones y apariciones (1977), El amargo sabor de la retama (1979), Los murciélagos no son pájaros (1980) y Conocerás el poso de la nada (1982).

Raúl Guerra Garrido (1935) es autor de Lectura insólita del capital (1976), novela que

se adentra en el espinoso tema del secuestro de un industrial vasco por parte de un

grupo terrorista. Posteriormente, escribió otras obras destacadas como La mar es mala mujer (1987), la novela negra Tantos inocentes (1996) y Quien sueña novela (2010).

Miguel Espinosa (1926-1982), aunque poco conocido para el público general, fue un

destacado e innovador novelista, autor de obras como Escuela de mandarines (1974)

—reflejo de la decadente sociedad franquista, en la que dominan el poder, el dinero y

la corrupción de los ―mandarines‖— y La fea burguesía (1980) —crítica despiadada de

la burguesía española del franquismo.

Juan García Hortelano (1928-1992) se dio a conocer como narrador durante el periodo

del realismo social con Nuevas amistades (1959) y Tormenta de verano (1961), y

posteriormente cultivó la novela burguesa con El gran momento de Mary Tribune

(1972), aunque el reconocimiento literario le llegaría gracias a la novela paródica

Gramática parda (1982), obra a la que seguiría la colección de relatos Los archivos secretos (1988).

Antonio Prieto (1930) se dio a conocer en el mundo literario con Tres pisadas de hombre (1955) —novela de una gran fuerza expresiva y trama cautivadora—, a la que

siguieron otras obras de carácter intelectual y simbólico como Secretum (1972), Carta

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

78

sin tiempo (1975), El embajador (1988), La desatada historia del caballero Palmaverde

(1991), La plaza de la memoria (1995), Isla blanca (1997), Una y todas las guerras (2006) y La cabra de Diógenes (2011).

Germán Sánchez Espeso (1940) —tras su inicial Experimento en génesis (1967),

considerada la primera novela experimental española— es autor de una serie de

novelas que destacan por su gran sentido del humor y sus sólidas tramas, como

demuestra en Síntomas de éxodo (1976), De entre los números (1978), Narciso (1979),

En las alas de las mariposas (1985), New York Shitty (2004) y El corazón del sapo

(2007).

José María Vaz de Soto (1938) es autor de novelas tan destacadas como El infierno y la brisa (1971), El precursor (1975), la colección de relatos En esta ciudad (1990),

Despeñaperros (1988) y Perros ahorcados (2000).

El nuevo teatro independiente surgido tras la llegada de la democracia a España

potencia el elemento coreográfico, plástico, mímico o musical tanto o más que el

literario, lo que disminuye la presencia del autor tradicional. Se trata de un ―teatro de

calle‖, alejado de los escenarios convencionales. Compañías teatrales como ―TEI‖

(Teatro Experimental Independiente), ―Tábano‖ o ―Castañuela 70‖ ejemplifican esta

tendencia. En Cataluña, Albert Boadella (1943) funda en 1962 Els Joglars, grupo

teatral que en sus orígenes mostraba un componente político o nacionalista, como se

evidencia en La torna (1977) —obra en la que se critica la justicia y la pena de

muerte—, aunque posteriormente se centro en la sátira, como en Ubú president (1995)

—parodia de Jordi Pujol— o Daaalí (1999). Otros destacados grupos independientes

catalanes son Els Comediants (1971) —autores de un teatro vanguardista y creativo,

con obras como Catacroc (1973), Ceremonia inaugural y pasacalles (1975), Sol, solet (1978), Anthología (1996) y El sol d'Orient (1999)—, Dagoll Dagom (1974) —

compañía especializada en el género de la comedia musical que combina espectáculos

propios, como Antaviana (1978), con adaptaciones de dramaturgos tradicionales, como

Mar y Cel (1988)—, La Fura dels Baus (1979) —exponente del teatro urbano que

busca la integración del público en espacios abiertos, con obras como Accions (1984),

Suz/o/Suz (1985), Tier Mon (1988), Noun (1990), MTM (1994) y Manes (1996)— y La

Cubana (1980) —representante igualmente de un teatro colectivo de la calle, con

obras como Cómeme el coco, negro (1989) y Cegada de amor (1994).

19.8. Literatura de los ochenta y los noventa

Durante las décadas de 1980 y 1990, muchos escritores compaginan su actividad

literaria con la docencia y la publicación de artículos y ensayos periodísticos. Dentro

de la novela existe una gran variedad de estilos, aunque algunos rasgos literarios

comunes a esta generación de autores son el subjetivismo en la observación de la

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

79

realidad, la presencia de paisajes urbanos y la búsqueda de un lector cómplice capaz de

descodificar la intertextualidad propuesta en las obras narrativas (referencias y citas de

otros libros sin necesidad de mencionar el autor).

El escritor y periodista Arturo Pérez-Reverte (1951) está

considerado como uno de los autores más influyentes de la

narrativa española contemporánea. Con su segunda novela, El maestro de esgrima (1988), alcanzó un reconocimiento público

inmediato. La tabla de Flandes (1990), un nuevo éxito editorial

de Pérez-Reverte, es una sorprendente novela policiaca

alrededor del mundo del ajedrez que mezcla historia e intriga.

Otras novelas posteriores que contribuyeron a consolidar su

fama como narrador son El club Dumas (1993), Territorio comanche (1994) —fruto de su experiencia como corresponsal

de guerra por medio mundo—, La piel del tambor (1995), El capitán Alatriste (1996) —novela histórica de aventuras que daría inicio a una exitosa

saga protagonizada por Diego Alatriste y Tenorio, un soldado veterano de los tercios

de Flandes que malvive en el Madrid del siglo XVII—, La carta esférica (2000), Cabo Trafalgar (2005), El asedio (2010) y El francotirador paciente (2013).

En el siguiente fragmento de El maestro de esgrima, Pérez-Reverte emplea la

descripción y el diálogo como elementos narrativos para contraponer las

personalidades de Jaime Astarloa (el maestro de esgrima, que representa el ideal

caballeresco y la honestidad) y su pupilo Luis de Ayala (aristócrata ocioso y hedonista):

Mucho más tarde, cuando Jaime Astarloa quiso reunir los fragmentos dispersos de la tragedia e

intentó recordar cómo había empezado todo, la primera imagen que le vino a la memoria fue la del

marqués. Y aquella galería abierta sobre los jardines del Retiro, con los primeros calores del

verano entrando a raudales por las ventanas, empujados por una luz tan cruda que obligaba a

entornar los ojos cuando hería la guarda bruñida de los floretes.

El marqués no estaba en forma; sus resoplidos recordaban los de un fuelle roto, y bajo el peto se

veía la camisa empapada en sudor. Sin duda expiaba así algún exceso nocturno de la víspera, pero

Jaime Astarloa se abstuvo, según su costumbre, de hacer comentarios inoportunos. La vida

privada de sus clientes no era asunto suyo. Se limitó a parar en tercia una pésima estocada que

habría hecho ruborizar a un aprendiz, y se tiró luego a fondo. El flexible acero italiano se curvó al

aplicar un recio botonazo sobre el pecho de su adversario.

—Tocado, Excelencia.

Luis de Ayala-Velate y Vallespín, marqués de los Alumbres, ahogó una castiza maldición

mientras se arrancaba, furioso, la careta que le protegía el rostro. Estaba congestionado, rojo por el

calor y el esfuerzo. Gruesas gotas de sudor le corrían desde el nacimiento del pelo, empapándole

las cejas y el mostacho.

—Maldita sea mi estampa, don Jaime —había un punto de humillación en la voz del aristócrata—.

¿Cómo lo consigue? Es la tercera vez en menos de un cuarto de hora que me hace morder el polvo.

Jaime Astarloa se encogió de hombros con la apropiada modestia. Cuando se quitó la careta, en la

comisura de su boca se dibujaba una suave sonrisa, bajo el bigote salpicado de hebras blancas.

—Hoy no es su mejor día, Excelencia.

Arturo Pérez-Reverte

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

80

Luis de Ayala soltó una jovial carcajada y se puso a recorrer a grandes pasos la galería adornada

con valiosos tapices flamencos y panoplias de antiguas espadas, floretes y sables. Tenía el cabello

abundante y crespo, lo que le daba cierto parecido con la melena de un león. Todo en él era vital,

exuberante: grande y fornido de cuerpo, recio vozarrón, propenso al gesto ampuloso, a los

arrebatos de pasión y de alegre camaradería. A sus cuarenta años, soltero, apuesto y —según

afirmaban— poseedor de notable fortuna, jugador e impenitente mujeriego, el marqués de los

Alumbres era el prototipo del aristócrata calavera en que tan pródiga se mostró la España del XIX:

no había leído un libro en su vida, pero podía recitar de memoria la genealogía de cualquier

caballo famoso en los hipódromos de Londres, París o Viena. En cuanto a mujeres, los escándalos

con que de vez en cuando obsequiaba a la sociedad madrileña constituían la comidilla de los

salones, siempre ávidos de novedad y murmuraciones. Llevaba los cuarenta como nadie, y la sola

mención de su nombre bastaba para evocar, entre las damas, románticos lances y pasiones

tempestuosas.

El maestro de esgrima (capítulo primero)

El jienense Antonio Muñoz Molina (1956) es una de la grandes

personalidades de la narrativa española contemporánea. Se dio a

conocer en círculos literarios con las colecciones de artículos

periodísticos El Robinson urbano (1984) y Diario del Nautilus (1985) antes de publicar su primera novela, Beatus ille (1986),

con la que dio inicio a una fructífera carrera novelística: tras su

siguiente obra, la novela policiaca El invierno en Lisboa (1987),

Muñoz Molina obtuvo el reconocimiento literario que

necesitaba para aparcar temporalmente su carrera periodística y

dedicarse por completo a la narrativa. Entre sus obras más

destacadas figuran la colección de relatos Las otras vidas (1988),

Beltenebros (1989), la novela autobiográfica El jinete polaco (1991), la novela

humorística de folletín Los misterios de Madrid (1992), Ardor guerrero (1995), la

novela corta El dueño del secreto (1994), Plenilunio (1997), Carlota Fainberg (1999),

Sefarad (2001), la colección de artículos Ventanas de Manhattan (2004), El viento de la Luna (2006) y La noche de los tiempos (2009).

El madrileño Javier Marías (1951) es uno de los principales de

narrativa española contemporáneo, con reconocimiento

nacional e internacional. Se dio a conocer como narrador con

dos novelas tempranas de inspiración norteamericana, Los dominios del lobo (1971) y Travesía del horizonte (1972). Otras

novelas destacadas de Marías son El monarca del tiempo (1978),

El siglo (1983), El hombre sentimental (1986), Todas las almas (1989), la colección de relatos cortos Mientras ellas duermen

(1990), Corazón tan blanco (1992) —obra que mezcla novela y

ensayo y que supuso la consagración definitiva de Javier Marías como escritor—,

Mañana en la batalla piensa en mí (1994), Negra espalda del tiempo (1998), Tu rostro mañana (2002) y Los enamoramientos (2011).

A. Muñoz Molina

Javier Marías

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

81

Antonio Gala (1936) comenzó su carrera literaria como poeta —

Enemigo íntimo (1959)— y dramaturgo —Los verdes campos del Edén (1963), Anillos para una dama (1973), Petra regalada

(1980)—, aunque alcanzó la fama durante la década de 1990

gracias a un grupo de novelas cuyo denominador común es el

análisis de las inclinaciones eróticas de los personajes femeninos

mediante un lenguaje altamente poético: El manuscrito carmesí (1990) —su obra más conocida, novela histórica sobre el fin del

reino de Granada—, La pasión turca (1993), Más allá del jardín

(1995), La regla de tres (1996), Las afueras de Dios (1999) y El imposible olvido (2001).

Recientemente, Gala ha retomado la novela histórica con El pedestal de las estatuas

(2007). Como periodista, es recordado por una serie de artículos dedicados a su perro,

Troylo, publicados en ―El País‖ entre 1979 y 1980, recopilados bajo el título de Charlas con Troylo (1981).

Terenci Moix (1942-2003) se inició en el mundo de la narrativa

con un tipo de literatura de carácter comercial basada en la

novela histórica —La torre de los vicios capitales (1968)— y la

novela negra —El día que murió Marilyn (1969). Sin embargo,

el reconocimiento literario le llegó en la década de 1980 gracias

a dos novelas históricas basadas en el antiguo Egipto: No digas que fue un sueño (1986) y El sueño de Alejandría (1988). En sus

memorias, recogidas en la trilogía titulada El peso de la paja —

formada por El cine de los sábados (1990), El hijo de Peter Pan

(1993) y Extraño en el paraíso (1998)—, Moix declara abiertamente su condición de

homosexual, que le sirvió para ser uno de los principales valedores de la literatura gay

en España.

El siguiente fragmento de No digas que fue un sueño, novela que combina historia y

ficción para presentar los últimos días del antiguo Egipto amenazado por el

imperialismo de la todapoderosa Roma, ilustra el dolor de la emperatriz egipcia

Cleopatra al verse abandonada por el general romano Marco Antonio:

Y cuando los esclavos que esparcían los perfumes descansaban un instante, la nube artificial se

diluía. Y en medio de una breve pausa, semejante a un amanecer, surgían como un consuelo las

familiares aguas del Nilo y, surcándolas, una soberbia proa en forma de papiro. Y sobre las estrías

rosicler que el avance abría en la corriente, emergía la embarcación de Cleopatra Séptima.

¡Navegaba hacia la matriz de Egipto, la suprema majestad de Alejandría!

Entonces descubrieron los campesinos que la famosa embarcación iba de luto. Negras eran las

velas, negra la cubierta, enteramente negros los mascarones y hasta los regios estandartes. ¿No

anunciaba todo ello algún lúgubre prodigio? Hasta ayer fue una nave suntuosa, más brillante aún

que todo el oro de las minas del Sinaí, más deslumbrante que todos los colores de las columnas del

Antonio Gala

Terenci Moix

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

82

templo de Amón. Fue igual que un cofre repleto de riquezas y hoy era urna para restos de difuntos.

Surcó los mares hasta la misma Roma, y hoy parecía un cuervo viejo que sólo aspirase a morir en

la ignota soledad de los desiertos.

¿Qué orden pronunciada en la lejana Alejandría destruyó el donaire de aquella galera,

disimulándolo bajo un disfraz tan negro como la nube que aplastaba los azules del Nilo?

Había sido un grito de Cleopatra. Lo pronunció con los brazos en alto cual si invocase a todas las

diosas de la venganza, fuesen griegas o egipcias:

—¡Muerte sobre mi amor ingrato! Que pongan luto a mi galera como pusieron oro cuando fui a su

encuentro. Los tesoros de Egipto deslumbraron su codicia. Que el luto de Egipto sepulte para

siempre su recuerdo. Luto en mi nave, ministros. Luto en los cielos.

Y en el propio Nilo, luto.

Y todo fueron crespones y llevaron brazales los soldados y negras túnicas las damas de la que

había sido la más amena entre las cortes. Y como un remate a la apariencia mortuoria de la galera,

negro quedó también el solemne baldaquino, custodio a su vez del trono que ocupaba la reina para

contemplar el lento transcurrir de las orillas, en navegaciones más felices.

Pero en aquel trono enlutado sólo quedaba un pañuelo azul que olvidó Cleopatra. Y éste era el

emblema de su ausencia irremplazable.

Al descubrirlo, un personaje de noble aspecto que contemplaba a los campesinos desde la cubierta

exclamó:

—Sigue sin aparecer. Se nos esconde. Y hace ya tres jornadas que zarpamos de Alejandría.

No digas que fue un sueño (Libro primero: ―Serpiente del Nilo‖)

La obra literaria del novelista y poeta Julio Llamazares (1955) se

caracteriza en su conjunto por el intimismo, la precisión

lingüística y el detallismo descriptivo. Pese a que se inicia en el

mundo de la literatura con las colecciones de poemas La lentitud de los bueyes (1979) y Memoria de la nieve (1982) —con las que

pretende rescatar la memoria colectiva, ancestral y mítica del

norte de España—, la notoriedad literaria le llegaría a

Llamazares de la mano de la ficción narrativa, género en el que

se estrena con la novela Luna de lobos (1985), una historia

centrada en los años posteriores a la Guerra Civil española que

tiene a un grupo de soldados republicanos como protagonistas.

Su siguiente novela, La lluvia amarilla (1988), es el monólogo del último habitante de

Ainielle, un pueblo abandonado del Pirineo aragonés, que rememora a través del fluir

de la ―lluvia amarilla‖ de las hojas de otoño la existencia de otros habitantes del pueblo

que lo abandonaron o murieron. En Escenas del cine mudo (1994), Llamazares refleja

su niñez a través de los recuerdos de infancia del narrador en una remota aldea minera

leonesa. Otras obras destacadas de este autor son el libro de viajes El río del olvido

(1990), el libro de relatos En mitad de ninguna parte (1995) y la novela El cielo de Madrid (2005).

Julio Llamazares

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

83

Fernando Savater (1947), filósofo y novelista, destaca en el

campo del ensayo —con obras tan vitalistas e iconoclastas como

Criaturas del aire (1979), Instrucciones para olvidar el Quijote

(1985), El contenido de la felicidad (1986), Ética para Amador

(1991), Política para Amador (1992) y Las preguntas de la vida

(1999)— y el artículo periodístico —en el que Savater

demuestra su estilo agudo, incisivo e irónico. Entre sus novelas

más destacadas se encuentran Caronte aguarda (1981), El dialecto de la vida (1985), El jardín de las dudas (1993), El gran

laberinto (2005), La hermandad de la buena suerte (2008) y Los invitados de la princesa (2012).

Juan José Millás (1946) se dio a conocer como novelista con Cerbero son las sombras (1975), Visión del ahogado (1977) y El jardín vacío (1981), aunque la fama literaria le

llegaría con la novela policiaca Papel mojado (1983). Otras obras posteriores en las que

Millás demuestra sus dotes narrativas son El desorden de tu nombre (1987) —con la

que hace una incursión en la novela fantástica—, La soledad era esto (1990), Tonto, muerto, bastardo e invisible (1995), El orden alfabético (1998), No mires debajo de la cama (1999), Laura y Julio (2006) y El mundo (2007).

J. J. Benítez (1946) —firma habitual de Juan José Benítez, periodista conocido por sus

trabajos de investigación sobre ufología— destaca dentro del ámbito literario por su

popular saga de novelas fantásticas Caballo de Troya, que narran episodios en la vida

de Jesús de Nazaret a través del relato de un viajero del tiempo procedente del siglo

XX. La serie se inicia con Caballo de Troya 1: Jerusalén (1984) y tiene su epílogo en El día del relámpago (2013).

Jesús Ferrero (1952) se adentra en el mundo de la narrativa con una de las novelas más

revolucionarias y sorprendentes de la nueva literatura democrática en España: Belver Yin (1981), relato de intriga ambientado en la misteriosa China. Otras obras

posteriores, de temática igualmente exótica e histórica, son Opium (1986), Lady Pepa

(1988), Débora Blenn (1988), El efecto Doppler (1990), El último banquete (1997),

Juanelo o el hombre nuevo (2000), Las trece rosas (2003) y El hijo de Brian Jones (2012). Ferrero ha escrito también teatro —Las siete ciudades del Cíbola (1999)— y

poesía —Las noches rojas (2003).

Luis Landero (1948) alcanzó el reconocimiento literario con su primera novela, Juegos de la edad tardía (1989), feliz combinación de sentido del humor y sorpresa

argumental. Su siguiente novela, la dramática Caballeros de Fortuna (1994), confirmó

a Landero como uno de los grandes narradores de la literatura española

contemporánea, fama que se vio refrendada posteriormente con novelas como El

Fernando Savater

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

84

mágico aprendiz (1998), Entre líneas: el cuento o la vida (2000) —narración a medio

camino entre el ensayo y la autobiografía— y El guitarrista (2002).

Alejandro Gándara (1957) se dio a conocer como novelista con La media distancia

(1984). Tras publicar la novela experimental El final del cielo (1990), Gándara alcanzó

el reconocimiento literario con Ciegas esperanzas (1992). Otras obras destacadas de

este autor son el ensayo Las primeras palabras de la creación (1998) y las novelas

Últimas noticias de nuestro mundo (2001) y Un amor pequeño (2004).

Rosa Montero (1951), periodista y escritora, se adentra en el mundo de la ficción

narrativa con Crónica del desamor (1979) y La función Delta (1981), aunque el éxito

literario le llegaría con la novela negra Te trataré como a una reina (1983). Otras

destacadas novelas de Rosa Montero son La hija del caníbal (1997), La loca de la casa

(2003) e Historia del Rey Transparente (2005).

Juan Madrid (1947) es uno de los más destacados autores de novela negra y policiaca

de la literatura española contemporánea, como demuestra con títulos como Un beso de amigo (1980), Las apariencias no engañan (1982), Nada que hacer (1984), Días contados (1993), Cuartos oscuros (1993) y Los hombres mojados no temen la lluvia

(2013). Madrid es también autor de guiones de cine —como los de la conocida serie

policial de televisión Brigada Central, basada en una serie de novelas publicadas entre

1989 y 1990— y obras que combinan el ensayo y el reportaje periodístico —como La mano negra (1998).

Almudena Grandes (1960) saltó a la popularidad literaria con su novela erótica Las edades de Lulú (1989), a la que siguieron Te llamaré Viernes (1991), Malena es un nombre de tango (1994), la colección de relatos Modelos de mujer (1996), Atlas de geografía humana (1998), Los aires difíciles (2002) e Inés y la alegría (2010).

Esther Tusquets (1936-2012) se inicia en el ámbito narrativo con la trilogía de novelas

El mismo mar de todos los veranos (1978), El amor es un juego solitario (1979) y

Varada tras el último naufragio (1980), en las que denuncia la frustrada y reprimida

burguesía catalana. Posteriormente, Tusquets confirmó sus grandes dotes como

narradora con la novela de carácter autobiográfico Para no volver (1985), la colección

de relatos La niña lunática y otros cuentos (1996) y la novela de temática homosexual

Con la miel en los labios (1997).

Enrique Vila-Matas (1948) se inició en el mundo de la narración con Impostura (1984),

aunque la novela que le daría a conocer sería Historia abreviada de la literatura portátil (1985), mezcla de ensayo y ficción. Otras narraciones posteriores incluyen

Una casa para siempre (1988), Suicidios ejemplares (1991), El viaje vertical (1999),

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

85

Bartleby y compañía (2001), El mal de Montano (2002) —la mejor novela de Vila-

Matas—, Doctor Pasavento (2005) y Dublinesca (2010).

José Luis Sampedro (1917-2013) alcanzó la fama como novelista en la década de 1980

con Octubre, cctubre (1981), La sonrisa etrusca (1985) —su novela más conocida— y

La vieja sirena (1990). Posteriormente, Sampedro publicaría otras destacadas novelas,

como Real Sitio (1993) y El amante lesbiano (2000).

Manuel Vicent (1936) alcanzó el reconocimiento literario con su primera novela,

Pascua y naranjas (1966), a la que siguieron otras tan destacadas como Balada de Caín

(1987), el libro de memorias Tranvía a la Malvarrosa (1994) y Son de mar (1999).

Fernando Sánchez Dragó (1936) alcanzó la popularidad literaria gracias a Gárgoris y Habidis (1978), una polémica historia mítica de España, a la que siguieron novelas de

éxito como El camino del corazón (1990), La prueba del laberinto (1992), El Sendero de la Mano Izquierda (2002) y Muertes paralelas (2006).

Andrés Berlanga (1941) publicó su primera novela, Pólvora mojada (1972), antes de

escribir su obra más conocida, La gaznápira (1984), crítica de la dictadura franquista

ambientada en el ya desaparecido pueblo aragonés de Monchel.

Luis Carandell (1929-2002), periodista y escritor, escribió obras llenas de sentido del

humor, como Celtiberia Show (1998) y La familia cortés. Manual de la vieja urbanidad

(2001).

José Antonio Gabriel y Galán (1940-1993) se adentró en el género narrativo en las

postrimerías del franquismo con Punto de referencia (1970), novela a las que siguieron

otras como La memoria cautiva (1981), A salto de mata (1981), El bobo ilustrado

(1986), la novela infantil La grandeza de Tito (1988) y Muchos años después (1991).

Eduardo Haro Tecglen (1924-2005), periodista y ensayista, es autor de innumerables

artículos periodísticos y varios libros de memorias, como El niño republicano (1996),

Hijo del siglo (1998) y El refugio (1999).

El filólogo Fernando Lázaro Carreter (1923-2004) defendió el buen uso de la lengua

española en multitud de ensayos y artículos, recogidos muchos de ellos en su obra

clásica El dardo en la palabra (1997).

Josefina Aldecoa (1926-2011), esposa de Ignacio Aldecoa —de quien adoptó el

apellido tras su muerte como nombre literario—, es autora de novelas como Los niños de la guerra (1983), La enredadera (1984), Porque éramos jóvenes (1986), El vergel

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

86

(1988), Historia de una maestra (1990), Mujeres de negro (1994), La fuerza del destino

(1997), El enigma (2002) y En la distancia (2004).

Con el gaditano Fernando Quiñones (1930-1998) se produce un resurgir de la

narrativa andaluza en las décadas de 1980 y 1990, con novelas tan destacadas como

Las mil noches de Hortensia Romero (1979), La canción del pirata (1983) o La visita

(1998) y la colección de relatos Viento sur (1987).

Carlos Pujol (1937-2012) se dio a conocer como narrador a una edad tardía con

novelas fascinantes como La sombra del tiempo (1981), Un viaje a España (1983), El lugar del aire (1984), Es otoño en Crimea (1985), La noche más lejana (1986) y Jardín inglés (1987).

José María Merino (1941) se dio a conocer dentro del género narrativo con Novela de Andrés Choz (1976), a la que siguieron otras como El caldero de oro (1981), La orilla oscura (1985), El oro de los sueños (1986), La tierra del tiempo perdido (1987), Las lágrimas del sol (1989), El centro del aire (1991), Los trenes del verano - No soy un libro (1993), Las visiones de Lucrecia (1996), El heredero (2003) y El río del Edén

(2012). Merino es igualmente un destacado escritor de relatos fantásticos, como

Cuentos del reino secreto (1982), El viajero perdido (1990) y Cuentos del Barrio del Refugio (1994).

Julián Ríos (1941) alcanza los límites de la experimentación vanguardista con Larva

(1983), novela metaliteraria en la que el aparente caos verbal —intertextualidad,

aforismos, equivalencias fonéticas en otras lenguas, juegos de palabras, deformaciones

de conceptos— da lugar a una estructura narrativa sólida. Otras obras posteriores de

Ríos incluyen Poundemonium (1986), Amores que atan o Belles Lettres (1995) y

Cortejo de sombras (2008).

Soledad Puértolas (1947), tras iniciarse en la narrativa con novelas como El bandido doblemente armado (1980) y Burdeos (1986), alcanzó el reconocimiento literario con

Todos mienten (1988) —crónica frívola del Madrid contemporáneo— y Queda la noche (1989) —historia de agentes secretos. Otras obras posteriores de Soledad

Puértolas son las novelas La vida oculta (1993), Si al atardecer llegara el mensajero

(1995) y Recuerdos de otra persona (1996), además de Adiós a las novias (2000),

colección de relatos acerca de mujeres de clase media unidas por sus relaciones con los

hombres.

La periodista y escritora Cristina Fernández Cubas (1945), cuya producción novelística

se inicia con El año de Gracia (1985), es autora de una destacada colección de cuentos

titulada Con Agatha en Estambul (1994), que giran en torno a la condición femenina y

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

87

las relaciones de parejas. Con Parientes pobres del diablo (2006), Fernández Cubas se

consolida como una de las más destacadas cultivadoras del relato breve en la literatura

española contemporánea.

Javier García Sánchez (1955) alcanzó el reconocimiento literario durante la década de

1980 con las novelas La dama del viento sur (1985) y Última carta de amor de Carolina von Günderrode a Bettina Brentano (1987) —recreación romántica de la novela

sentimental. García Sánchez es también autor de otras obras narrativas destacadas,

como La historia más triste (1992), Dios se ha ido (2003) y Júrame que no fue un sueño

(2009).

Manuel de Lope (1949) se adentró tardíamente en el mundo de la narrativa con la

novela Octubre en el menú (1992), a la que siguieron otras como Bella en las tinieblas (1997), Las perlas peregrinas (1998), La sangre ajena (2000) y Otras islas (2009).

Miguel Sánchez-Ostiz (1950) se inició como novelista con Los papeles del ilusionista

(1982), El pasaje de la luna (1984), La quinta del americano (1987) y Tánger Bar (1987),

aunque el reconocimiento literario le llegaría gracias a La gran ilusión (1989), novela a

la que seguirían otras como Un infierno en el jardín (1995), La caja china (1996), No existe tal lugar (1997) y La nave de Baco (2004).

Manuel Hidalgo (1953), periodista y escritor especializado en temas de cine, es autor

de destacadas novelas como El pecador impecable (1986), Azucena, que juega al tenis (1988), Días de agosto (2000) y Lo que el aire mueve (2008).

La lista interminable de narradores españoles con obras destacadas en las décadas de

1980 y 1990 se puede completar con escritores como Lourdes Ortiz (1943) —autora de

la novela histórica Urraca (1982), ambientada en la Edad Media—, Paloma Díaz-Mas

(1954) —que trata con humor temas medievales en El rapto del Santo Grial (1984)—,

Adelaida García Morales (1945) —autora de la novela corta El sur (1985), en la que se

basó la película homónima de Víctor Erice—, Javier Tomeo (1932-2013) —Amado monstruo (1985)—, Eduardo Alonso (1944) —Los jardines de Aranjuez (1986)—, Juan

Eslava Galán (1948) —autor de la novela histórica En busca del unicornio (1987)—,

Juan Pedro Aparicio (1941) —Retratos de ambigú (1989)—, Andrés Trapiello (1953)

—El buque fantasma (1992)—, Ignacio Martínez de Pisón (1960) —Nuevo plano de la ciudad secreta (1992)—, Martín Casariego (1962) —Y decirte alguna estupidez, por ejemplo, te quiero (1995)—, Marina Mayoral (1942) —una de las voces femeninas más

destacadas de la narrativa española contemporánea, con novelas como Dar la vida y el alma (1996)—, Pedro Maestre (1967) —Matando dinosaurios con tirachinas (1996)—

e Isaac Montero (1936-2008) —autor de Pájaro en una tormenta (1984), Señales de

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

88

humo (1988) y una de las mejores novelas españolas de la década de 1990: Ladrón de lunas (1999).

Por lo que respecta a la poesía, las características definitorias de los autores líricos

durante las décadas de 1980 y 1990 son el intimismo, el neorromanticismo, la

presencia de un lenguaje coloquial y narrativo y el empleo de elementos humorísticos

e irónicos. Algunos de los poetas más destacados de esta generación son Carlos Marzal

(1961), Julio Llamazares (1955), Fernando de Villena (1956), Luis García Montero

(1958), Felipe Benítez Reyes (1960), Luis Martínez de Merlo (1955), Vicente Gallego

(1963), José Carlos Cataño (1954), Benjamín Prado (1961), Jon Juaristi (1951),

Fernando Beltrán (1956), Julio Martínez Mesanza (1955), José Gutiérrez (1955), Juan

Lamillar (1957), Abelardo Linares (1952), Eduardo Haro Ibars (1948-1988), Andrés

Trapiello (1953), Juan Manuel Bonet (1953), Ángel Guache (1950) y Andrés Sánchez

Robayna (1952). Por otro lado, se produce en estos años un impresionante auge de la

lírica femenina española, con poetas como Ana Rossetti (1950), Aurora Luque (1962),

Rosa Romojaro (1948), Amalia Bautista (1962), Blanca Andreu (1959), Juana Castro

(1945), Amparo Amorós (1950), Luisa Castro (1966), Almudena Guzmán (1964), María

Sanz (1956), Mercedes Escolano (1964), Concha García (1956), Lola Velasco (1961) e

Inmaculada Mengíbar (1962).

El poeta Carlos Marzal (1961) es uno de los principales representantes de la lírica

española en las décadas de 1980 y 1990. En su poesía, Marzal lleva a cabo un recorrido

burlón e irónico por la realidad vivida, con una rima decadente. Algunos de sus

principales libros de poemas son El último de la fiesta (1987), Los países nocturnos (1996), Metales pesados (2001) y Fuera de mí (2004).

La poeta y novelista gaditana Ana Rossetti (1950) —cuyo verdadero nombre es Ana

Bueno de la Peña— revolucionó el panorama literario español en la década de 1980

con una poesía cargada de erotismo, esteticismo y culteranismo, como demuestra en

Los devaneos de Erato (1980) y Devocionario (1985). Dentro del mismo estilo

transgresor, Rossetti publica Plumas de España (1988) —novela de homosexuales y

travestis cargada de gracia, humor y erotismo— y Alevosías (1991) —Premio ―La

Sonrisa Vertical‖ de novela erótica.

La obra de la poeta y traductora Aurora Luque (1962) se caracteriza por la presencia

constante de referencias clásicas, como en los poemarios Hiperiónida (1982),

Problemas de doblaje (1989) y Camaradas de Ícaro (2003).

Durante la década de 1980 se produce una vuelta al teatro de autor, que convive con

el teatro independiente surgido durante la transición democrática. Algunos de los

dramaturgos más representativos de este periodo son José Sanchis Sinisterra (1940) —

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

89

autor de Ñaque, o de piojos y actores (1980), que recrea la comedia del Siglo de Oro, y

¡Ay, Carmela! (1987), su obra más conocida, ambientada en la Guerra Civil—, José

Luis Alonso de Santos (1942) —autor de dramas urbanos como La estanquera de Vallecas (1981) y Bajarse al moro (1985)—, Fernando Fernán Gómez (1921-2007) —

actor que destacó igualmente como dramaturgo, con obras tan exitosas como Las bicicletas son para el verano (1982), y narrador, con la novela El viaje a ninguna parte

(1985)—, Fermín Cabal (1948) —que retrata las miserias del boxeo en ¡Esta noche, gran velada! (1983) y la corrupción de la izquierda en el poder en Castillos en el aire

(1995)—, Juan Antonio Hormigón (1943) —autor de Excluida del paraíso (1990), Esto es amor y lo demás... (1990) y Batalla en la residencia (1990)—, Eduardo Ladrón de

Guevara (1943) —más conocido por ser el guionista original de la exitosa serie de

televisión Cuéntame cómo pasó (2001), es autor de destacadas obras de teatro como

Cosa de dos (1986)—, Alfonso Vallejo (1943) —autor de El cero transparente (1979) y

A tumba abierta (1988)—, Luis Matilla (1938) —autor de Ejercicios para equilibristas (1982)—, Jerónimo López Mozo (1942) —autor de Los personajes del drama (1987) y

Ahlán (1997)—, Ignacio Amestoy (1947) —autor de Ederra (1981) y Chocolate para desayunar (2001)—, Ernesto Caballero (1958) —creador de Auto (1992) y Rezagados (1995)—, Ana Diosdado (1938) —actriz y dramaturga, con obras como Cuplé (1986),

Los ochenta son nuestros (1988), Camino de plata (1988) y Cristal de Bohemia

(1994)—, Paloma Pedrero (1957) —autora de La llamada de Lauren (1984), Invierno de luna alegre (1985), El color de agosto (1987) y Una estrella (1990)—, Lidia Falcón

(1935) —autora de Tres idiotas españolas (1987), monólogos de mujeres que hablan de

sus problemas en la sociedad moderna—, Concha Romero (1945) —autora de Un olor a ámbar (1983) y Un maldito beso (1989) e Ignacio García May (1965) —autor de

Alesio, una comedia de tiempos pasados (1987) y Los vivos y los muertos (2000).

19.9. Literatura del siglo XXI

Con el cambio de siglo, una nueva hornada de jóvenes escritores, que publicaron sus

primeras obras alrededor de 1995, está tomando el relevo de los autores más

consagrados de la literatura española. A continuación se incluyen algunos de los

nombres más destacados:

Juan Manuel de Prada (1970) se dio a conocer literariamente

con las colecciones de relatos Coños (1994) y El silencio del patinador (1995). En la monumental novela Las máscaras del héroe (1996), recrea el ambiente bohemio del Madrid de

principios de siglo, con anécdotas literarias y gamberradas más o

menos ficticias protagonizadas por algunos de los principales

artistas de la época: Gómez de la Serna, Dalí, Buñuel, etc. Con la

novela de intriga La tempestad (1997), Prada se instala

definitivamente en la senda del éxito narrativo, que continuaría

Juan Manuel de Prada

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

90

con Las esquinas del aire (2000), La vida invisible (2003), El séptimo velo (2007) y Me hallará la muerte (2012). Debido a la frecuente intertextualidad en sus novelas

(apropiación de pequeños textos de otros autores), Prada se ha visto obligado en

ocasiones a justificar su postura acerca del plagio y la originalidad literaria (que, según

él, no existe en la literatura actual, pues todo está ya inventado por los autores

clásicos).

Espido Freire (1974) —nombre habitual con el que firma sus

obras María Laura Espido Freire— es una de las más

prominentes novelistas españolas contemporáneas. Con su

primera novela, Irlanda (1998), obtuvo un reconocimiento

literario inmediato al conquistar el prestigioso Premio Planeta.

Otras novelas destacadas de Espido Freire son Donde siempre es octubre (1999), Melocotones helados (1999), Nos espera la noche (2003) y Soria Moria (2007). La escritora bilbaína es

también autora de colecciones de relatos —Cuentos malvados (2003), El tiempo huye (2006)— y ensayos —Querida Jane, querida Charlotte (2004).

Carlos Ruiz Zafón (1964) se dio a conocer con la trilogía de novelas El príncipe de la niebla (1993), El palacio de la medianoche (1994) y Las luces de septiembre (1995),

aunque alcanzó un reconocimiento internacional inusitado con La sombra del viento

(2001), ambientada en una Barcelona de posguerra misteriosa y gótica. Posteriormente,

Ruiz Zafón ha escrito otras novelas de éxito como El juego del ángel (2008) y El prisionero del cielo (2011).

El periodista y escritor Javier Sierra (1971) se ha especializado en la creación de

novelas históricas que tienen como propósito resolver antiguos misterios mediante

una documentada investigación. En este sentido, destaca su novela La cena secreta

(2006), que ha sido traducida a múltiples idiomas y que ha entrado en el Top Ten de la

lista de libros más vendidos en Estados Unidos, elaborada por ―The New York Times‖.

Otras novelas destacadas de Sierra son La dama azul (1998) y El ángel perdido (2011).

Javier Cercas (1962) es autor de la exitosa novela Soldados de Salamina (2001), que

presenta, alrededor de la figura de un escritor falangista, un género narrativo

intermedio entre la ficción, el reportaje y la metaliteratura. Con sus siguientes novelas,

La velocidad de la luz (2005) y Anatomía de un instante (2009), Cercas confirmó su

calidad como narrador.

Santiago Posteguillo (1957) ha alcanzado fama gracias a una serie de novelas cuya

acción transcurre en la antigua Roma: Africanus: el hijo del cónsul (2006), Las

Espido Freire

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

91

legiones malditas (2008), La traición de Roma (2009), Los asesinos del emperador

(2011), Circo Máximo (2013).

Juan Gómez-Jurado (1977) es uno de los escritores jóvenes más prometedores de la

nueva narrativa española. Se dio a conocer literariamente con un par de novelas, Espía de Dios (2006) y Contrato con Dios (2007), que mezclan dos de los temas de mayor

popularidad en la ficción contemporánea: misterio y religión. Posteriormente,

Gómez-Jurado escribió El emblema del traidor (2008) y La leyenda del ladrón (2012).

José Ángel Mañas (1971) se dio a conocer como narrador con Historias del Kronen

(1994), novela de culto que refleja el estilo de vida de un grupo de jóvenes de clase

media alta cuyos únicos alicientes son el alcohol, las drogas, el sexo y todo aquello que

implique violencia. En su siguiente publicación, Mensaka (1995), Mañas reincide en el

tema del desencanto social en la España de los 90. Otras novelas destacadas de este

autor son Soy un escritor frustrado (1996), Ciudad Rayada (1998), Sonko95 (1999),

Mundo Burbuja (2001), Caso Karen (2005) y El secreto del Oráculo (2007).

Antonio Soler (1956) se dio a conocer con su primera novela, Modelo de pasión (1993),

antes de alcanzar el reconocimiento literario con Los héroes de la frontera (1995), Las bailarinas muertas (1996) y El nombre que ahora digo (1999). Ya dentro del siglo XXI,

Soler se confirmó como un gran narrador gracias a la exitosa El camino de los ingleses (2004).

La periodista y escritora Ángeles Caso (1959), tras una larga carrera como

presentadora de televisión y radio, se dio a conocer como novelista con El peso de las sombras (1994) y alcanzó fama literaria con las aclamadas Un largo silencio (2000) y

Contra el viento (2009).

Lorenzo Silva (1966) se dio a conocer como narrador con La flaqueza del bolchevique

(1997) y El lejano país de los estanques (1998), y triunfó con la novela policiaca El alquimista impaciente (2000), obra a la que seguirían el libro de relatos El déspota adolescente (2003) y las novelas Carta blanca (2004) y La marca del meridiano (2012).

Benjamín Prado (1961) se introdujo en el mundo de la narrativa con Raro (1995),

novela a la que siguieron Nunca le des la mano a un pistolero zurdo (1996), Alguien se acerca (1998), No sólo el fuego (1999) y La nieve está vacía (2000). Prado es también

un destacado poeta, autor de obras como Cobijo contra la tormenta (1995) y Marea humana (2006).

Juan Antonio Bueno Álvarez (1961) se dio a conocer como novelista con La verdad inútil (1999), aunque alcanzó el reconocimiento literario con El último viaje de Eliseo

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

92

Guzmán (2001), que narra los últimos días de un soberbio terrateniente andaluz,

resentido por la Guerra Civil y por haber fracasado en su férreo control sobre sus hijos.

Con La noche marcada (2006), Bueno Álvarez vuelve a demostrar su tremenda

facilidad para los diálogos y el monólogo interior.

Belén Gopegui (1963) sorprendió con su primera novela, La escala de los mapas (1993),

a la que siguió Tocarnos la cara (1995) y su obra más conocida, La conquista del aire

(1998), ensayo sociológico acerca de la lucha diaria del individuo por ―conquistar el

aire‖ de la supervivencia.

Lucía Etxebarría (1966) se inició en el mundo de la novela con una obra polémica,

Amor, curiosidad, prozac y dudas (1997) —recibió acusaciones de plagio de las que la

autora se defendió reivindicando el derecho a la intertextualidad—, aunque con

Beatriz y los cuerpos celestes (1998) obtuvo el reconocimiento necesario para

continuar su carrera literaria, con novelas como De todo lo visible y lo invisible (2001)

y Un milagro en equilibrio (2004).

Rosa Regàs (1933) se dio a conocer como novelista con Azul (1994), a la que siguieron

otras novelas de éxito como Luna Lunera (1999), La Canción de Dorotea (2001) y

Música de cámara (2013).

El veterano novelista Manuel Longares (1943), que se dio a conocer con La novela del corsé (1979), Soldaditos de Pavía (1984) y Operación Primavera (1992), se consagraría

finalmente con Romanticismo (2001), extensa novela ―rosa‖ sobre la alta burguesía

madrileña del barrio de Salamanca entre los últimos años del franquismo y el inicio de

la democracia. Longares también ha demostrado su habilidad para el relato corto, con

colecciones como Las cuatro esquinas (2011).

Ray Loriga (1967), que alcanzó el reconocimiento literario con sus primeras novelas,

Lo peor de todo (1992) y Héroes (1993), ha colaborado también en guiones

cinematográficos.

Manuel Rivas (1957) desarrolla toda su producción literaria en gallego, su lengua natal,

aunque él mismo se encarga posteriormente de traducir sus obras al español. Se dio a

conocer como narrador con la colección de relatos titulada ¿Qué me quieres, amor?

(1996), a la que siguió Las llamadas perdidas (2002). Rivas es también autor de

destacadas novelas, como Bala perdida (1997), El lápiz del carpintero (1998) y Todo es silencio (2010).

Andrés Barba (1975), uno de los jóvenes narradores españoles con mayor proyección

literaria, es autor de novelas como El hueso que más duele (1997), La hermana de

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

93

Katia (2001), Las manos pequeñas (2008), Agosto, Octubre (2010) y Muerte de un caballo (2011).

Unai Elorriaga (1973), autor de novelas en euskera que posteriormente él mismo

traduce al español, se dio a conocer como narrador con Un tranvía en SP (2001),

novela a la que siguieron El pelo de Van't Hoff (2003), Vredaman (2005) y Londres es de cartón (2009).

Ramiro Pinilla (1923) se dio a conocer como novelista con Las ciegas hormigas (1960),

aunque alcanzó el reconocimiento literario mucho más tarde gracias a una trilogía

sobre la historia reciente del País Vasco titulada Verdes valles, colinas rojas, formada

por las novelas La tierra convulsa (2004), Los cuerpos desnudos (2005) y Las cenizas del hierro (2005).

Laura Gallego (1977) es una destacada escritora de literatura infantil y juvenil, con

novelas como Finis Mundi (1999), El valle de los lobos (2000), La maldición del Maestro (2002), la trilogía Memorias de Idhún (2004-2006) y Donde los árboles cantan

(2011).

Otros destacados autores de la nueva literatura del siglo XXI son Jesús Carrasco (1972)

—que obtuvo un éxito inmediato con su primera obra, la novela rural Intemperie

(2013)—, Antonio Salas (1967) —pseudónimo de un periodista de investigación que se

ve obligado a mantener el anonimato debido a sus obras de denuncia de asociaciones

criminales, como la exitosa novela-reportaje Diario de un skin (2003)—, Clara

Sánchez (1955) —autora de Desde el mirador (1996), Últimas noticias del paraíso

(2000) y la novela de terror psicológico Lo que esconde tu nombre (2010)—, Juan

Bonilla (1966) —autor de Los príncipes nubios (2003)—, Gonzalo Hidalgo Bayal (1950)

—escritor veterano que logró el reconocimiento literario al comienzo del siglo XXI

con la novela simbolista Paradoja del interventor (2004) y El espíritu áspero (2009)—,

Gustavo Martín Garzo (1948) —autor de El lenguaje de las fuentes (1993), Marea oculta (1993), Las historias de Marta y Fernando (1999) y Mi querida Eva (2006)—,

Agustín Fernández Mallo (1967) —poeta narrador, creador del llamado ―Proyecto

Nocilla‖, trilogía de novelas sin principio ni fin formadas por capítulos de contenidos

diversos: Nocilla Dream (2006), Nocilla Experience (2008) y Nocilla Lab (2009)—,

Luisa Castro (1966) —poeta novelista autora de La segunda mujer (2006)—, Eugenia

Rico (1972) —autora de La muerte blanca (2002) y La edad secreta (2004)—, Juan

Gracia (1966) —autor de Todo da igual (1999)—, Gabriela Bustelo (1962) —autora de

Veo, veo (1996)—, José Antonio Marina (1939) —autor del ensayo filosófico Elogio y refutación del ingenio (1992)— y Jon Juaristi (1951) —autor del ensayo sociopolítico El bucle melancólico. Historias de nacionalistas vascos (1997).

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

94

Resumen

Pese al estallido de la Guerra Civil española, se desarrolló durante el periodo de lucha

y la posguerra una producción literaria continuada gracias a una serie de autores

agrupados bajo la etiqueta de ―Generación del 36‖, cuyas obras reflejan en mayor o

menor medida las consecuencias del conflicto bélico. Entre los escritores más

destacados de este grupo se encuentran el poeta Miguel Hernández, los novelistas

Gonzalo Torrente Ballester, Camilo José Cela y Miguel Delibes y los dramaturgos

Antonio Buero Vallejo, Miguel Mihura y Alfonso Sastre.

La ―Generación del 50‖ agrupa a un conjunto de escritores que iniciaron su carrera

literaria en la década de 1950, una vez superadas las secuelas físicas y psicológicas que

la Guerra Civil produjo en la anterior Generación del 36. Se trata de escritores

comprometidos socialmente, que a través de sus obras denuncian las injusticias y las

miserias de la sociedad franquista. Algunos de los autores más importantes que

integran este grupo son el poeta José Hierro, los novelistas Ramón J. Sender, Ana

María Matute, Juan Marsé, Ignacio Aldecoa y Juan Goytisolo y los dramaturgos

Alfonso Paso y Lauro Olmo.

La ―Generación de 1968‖ está formada por escritores que comienzan a publicar sus

obras alrededor de esta fecha y que se alejan del realismo social de la anterior

Generación del 50. La obra clave que señala el tránsito de una a otra es la novela

Tiempo de silencio (1962), de Luis Martín-Santos. Los principales escritores que

integran este grupo son el poeta Pere Gimferrer, los novelistas Juan Benet, Manuel

Vázquez Montalbán, Francisco Umbral, Eduardo Mendoza y José Manuel Caballero

Bonald y el dramaturgo Francisco Nieva.

Tras la muerte de Franco y la transición a la democracia, los escritores españoles

pueden expresarse en un nuevo marco de libertad y se cultivan nuevos géneros que

hasta entonces se consideraban menores, como la novela negra, la novela erótica, las

memorias, etc. Dentro de la ficción narrativa, destacan los novelistas Fernando

Arrabal y Juan José Armas Marcelo. En el nuevo teatro independiente que surge tras

la llegada de la democracia a España, los autores individuales son sustituidos por

compañías teatrales, entre las que destacan las catalanas Els Joglars, Els Comediants, Dagoll Dagom y La Fura dels Baus.

Durante las décadas de 1980 y 1990 surge una nueva hornada de narradores que, en

muchos casos, compaginan su carrera literaria con el periodismo, como Arturo Pérez-

Reverte, Antonio Muñoz Molina, Antonio Gala, Terenci Moix, Fernando Savater y

Julio Llamazares. Entre los poetas, destacan Carlos Marzal y Ana Rossetti.

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

95

Ya dentro del siglo XXI, un nuevo grupo de jóvenes escritores, que publicaron sus

primeras obras alrededor de 1995, está tomando el relevo de los autores más

consagrados de la literatura española. Entre ellos, destacan Juan Manuel de Prada,

Espido Freire, Carlos Ruiz Zafón y Javier Sierra.

Apéndice bibliográfico

La colmena (1951) [Camilo José Cela] ―La colmena‖ es una novela precursora del realismo social de los años 50 en la que Cela ofrece, a través de una

galería de tipos humanos, una narración fluida y unos diálogos realistas, un amplio panorama del Madrid de los

primeros años de la posguerra.

Café de artistas y otros cuentos (1969) [Camilo José Cela] En esta colección de narraciones, Cela no se preocupa tanto de los argumentos como de los personajes, a los que da

nombres estrafalarios y con los que critica los distintos tipos humanos.

La hoja roja (1959) [Miguel Delibes] Para escribir ―La hoja roja‖, Delibes se inspiró en la figura de su propio padre, describiendo el calvario de un

hombre en la última etapa de su vida, entre la jubilación y la muerte. Todo ello se desarrolla en una ciudad de

provincias como Valladolid, en donde la vida social y espiritual aparecen dominadas por una gran atonía.

Criaturas del aire (1979) [Fernando Savater] Savater es uno de los filósofos más influyentes de la Europa contemporánea. ―Criaturas del aire‖ es una colección

de 31 monólogos ensayísticos en los que, a través de diversos personajes de la historia y la ficción literaria, Savater

reflexiona acerca de problemas de actualidad basándose siempre en el predominio de la razón práctica.

Los niños de la guerra (1983) [Josefina Aldecoa] Libro de memorias a manera de crónica de la generación de la escritora, ilustrada por semblanzas, biografías y

comentarios literarios sobre diez narradores surgidos en los años 50.

La fuente de la edad (1986) [Luis Mateo Díez] Los miembros de una extraña cofradía rural parten en una peregrinación carnavalesca en busca de una mítica

fuente cuyas aguas, dicen, tienen propiedades virtuosas y otorgan la eterna juventud. Los personajes, en sus

estrafalarios diálogos y actitudes, rozan continuamente el esperpento. El autor emplea en ellos un lenguaje de gran

sonoridad y riqueza léxica.

La lluvia amarilla (1988) [Julio Llamazares] A través del monólogo del último habitante de un pueblo abandonado del Pirineo aragonés, que rememora la

existencia de otros vecinos que abandonaron el lugar o murieron, Llamazares ofrece una visión nostálgica y poética

del campo español que hace reflexionar sobre temas universales como la soledad, el tiempo, la muerte y la locura.