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Capítulo 1 LA RESTAURACIÓN ES POSIBLE “El pecado no impedirá que la gracia de Dios fluya, pero la gracia de Dios impedirá que el pecado continúe”. —Joseph Prince 1 D esde que tenía 12 años, he sido un líder en alguna capacidad. Mi primera experiencia en el liderazgo fue en el mundo de los deportes. Comenzó en las pequeñas ligas en el béisbol de Puerto Rico y luego en la escuela secundaria y superior, en los deportes de baloncesto y voleibol. En los equipos donde participaba, terminaba como capitán del equipo o en al- guna función de liderazgo. A la edad de 19 años respondí al llamado de salvación y a los dos años de mi conversión, junto a mi esposa Janet, ya era el pastor de jóvenes en la Iglesia Cristiana Pentecostal en Orlando, Florida. Sin que yo tuviera idea de cómo se hacía, mi pastor en aquel tiempo, Justo Feliciano, me dijo que el Señor le había dicho que yo sería el líder de los jóvenes de la iglesia. Así fue y por pura gracia y propó- sito de Dios, levantamos un poderoso ministerio de jóvenes. Cinco años más tarde, junto a mi familia y un extraordinario grupo de personas, comenzamos la iglesia Centro Cristiano Restauración. La iglesia creció muy rápido y su alcance se extendió a las naciones a través de la radio y la televisión, lo cual causó que fuera una con- gregación reconocida a nivel internacional debido a la exposición que había logrado. Yo sabía que los líderes tienen que vivir en un nivel superior y 1 Moya-Caer.indd 1 4/8/14 3:08 PM

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Capítulo 1

la restauración es posible

“El pecado no impedirá que la gracia de Dios fluya, pero la gracia de Dios impedirá que el pecado continúe”.

—Joseph Prince1

Desde que tenía 12 años, he sido un líder en alguna capacidad. Mi primera experiencia en el liderazgo fue en el mundo de los deportes. Comenzó en las pequeñas ligas

en el béisbol de Puerto Rico y luego en la escuela secundaria y superior, en los deportes de baloncesto y voleibol. En los equipos donde participaba, terminaba como capitán del equipo o en al-guna función de liderazgo.

A la edad de 19 años respondí al llamado de salvación y a los dos años de mi conversión, junto a mi esposa Janet, ya era el pastor de jóvenes en la Iglesia Cristiana Pentecostal en Orlando, Florida. Sin que yo tuviera idea de cómo se hacía, mi pastor en aquel tiempo, Justo Feliciano, me dijo que el Señor le había dicho que yo sería el líder de los jóvenes de la iglesia. Así fue y por pura gracia y propó-sito de Dios, levantamos un poderoso ministerio de jóvenes. Cinco años más tarde, junto a mi familia y un extraordinario grupo de personas, comenzamos la iglesia Centro Cristiano Restauración. La iglesia creció muy rápido y su alcance se extendió a las naciones a través de la radio y la televisión, lo cual causó que fuera una con-gregación reconocida a nivel internacional debido a la exposición que había logrado.

Yo sabía que los líderes tienen que vivir en un nivel superior y

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que, conforme a la Escritura, nuestra vida y testimonio deben ser irreprensibles.

La siguiente declaración es digna de confianza: "Si alguno aspira a ocupar el cargo de anciano en la iglesia, desea una posición honorable". Por esta razón un anciano debe ser un hombre que lleve una vida intachable. Debe serle fiel a su esposa. Debe tener control propio, vivir sabia-mente y tener una buena reputación. Con agrado debe re-cibir visitas y huéspedes en su casa y también debe tener la capacidad de enseñar. No debe emborracharse ni ser vio-lento. Debe ser amable, no debe buscar pleitos ni amar el dinero. Debe dirigir bien a su propia familia, y que sus hijos lo respeten y lo obedezcan. Pues, si un hombre no puede dirigir a los de su propia casa, ¿cómo podrá cuidar de la iglesia de Dios? Un anciano no debe ser un nuevo creyente porque podría volverse orgulloso, y el diablo lo haría caer. Además, la gente que no es de la iglesia debe hablar bien de él, para que no sea deshonrado y caiga en la trampa del diablo.

—1 Timoteo 3:1-7, ntv

Estos principios gobernaban mi vida. Durante 20 años apliqué las verdades que compartí con miles de personas y líderes alre-dedor del mundo. Levanté vallado alrededor de mí para cuidarme de cualquier cosa que me pudiera hacer caer. Cuidaba lo que mis ojos veían, lo que escuchaba, evitaba exponerme innecesariamente a cosas que alimentaran mi carne. Mi familia era mi más poderoso mensaje. Gozaba de un hermoso matrimonio; crecimos juntos en la vida y en el ministerio. Nos amábamos y soñábamos sobre cómo sería nuestra vida en el futuro. Gozábamos de una iglesia que nos amaba, una familia, un matrimonio estable y amigos.

En el mejor tiempo de mi vida y en la cima de mi liderazgo y ministerio, pequé contra Dios, mi familia, la iglesia y defraudé a mis amigos y compañeros en el ministerio. Renuncié voluntaria-mente a la iglesia y al ministerio en medio de un escándalo pú-blico. Lo que había sido un ministerio y una familia próspera y

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modelo para muchos, se convirtió en unos segundos en la noticia vergonzosa del momento. Ante el escándalo, unos se alejaron, pero otros se acercaron. La devastación emocional, familiar y ministe-rial era real. La herida era más profunda de lo que yo me había imaginado, y había sido engañado por el pecado más profunda-mente de lo que yo era capaz de entender.

Durante los primeros días, al acostarme en las noches, no quería que amaneciera. Más de una vez me retiré a la cama di-ciendo: “Señor, si es posible, yo no quiero despertar”. Los días pa-recían semanas y las semanas parecían siglos. Aquellos primeros días fueron terribles; las emociones me traicionaban. Por mo-mentos estaba tranquilo y de repente me sobrecogía un sentido de luto. Un llanto de angustia y dolor arropaba mi alma y ahogaba mis emociones. Hoy lo entiendo. Muchas cosas murieron aquel día. “La paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23). Cuando un líder cae, muchas personas son testigos de la muerte de una repu-tación, de una familia, un matrimonio, una iglesia, un ministerio o una organización.

Durante el proceso me enteré que muchos otros estaban vi-viendo su propio luto: mi familia, la iglesia, los líderes que que-daron al frente de la iglesia, la congregación y en cierta manera, el Cuerpo de Cristo. A través de los años, muchos se han acercado y me han expresado el dolor que sintieron al escuchar la noticia de mi caída y cómo se encerraron a llorar en su habitación o en el lugar donde se encontraban en ese momento. Se puede entender el coraje, la desilusión y la frustración que muchos sintieron. No se supone que esto hubiera pasado.

Las primeras dos semanas, luego de confesar públicamente mi pecado ante la congregación, me acompañaron amigos y líderes ministeriales que vinieron de otras ciudades y países para estar con nosotros. Sus palabras de amor y hasta de confrontación sa-cudían mi alma herida y eran bálsamo refrescante. A mi memoria venían imágenes de personas que Dios había restaurado. En varias ocasiones, por su gracia, Dios usó nuestra vida y ministerio para la restauración de muchos de ellos. Pero en mi mente se formaba el argumento de que conmigo no sería igual. “Este es el final, todo terminó, lo perdiste todo”, me decían mis pensamientos.

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Cuando un líder cae o fracasa, de alguna forma un pecado está presente. El dolor y las heridas que el pecado causa en su propia vida, su familia, la iglesia, su comunidad y en los amigos pueden tomar años en sanar.

Restauración: responsabilidad de la Iglesia

Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado.

—Gálatas 6:1

La restauración de un hermano(a) (líder o no líder) que ha sido sorprendido(a) en pecado es necesaria para la Iglesia y el mundo. Restaurar al caído es un ministerio de la Iglesia en general y de toda congregación en particular. Esta no es una tarea fácil. Aunque tenemos claro en la Escritura lo que se debe hacer, no siempre sabemos cómo hacerlo. En su libro Restoring the Fallen—A Team Approach to Caring, Confronting & Reconciling2 (Res-taurar al caído), Earl y Sandy Wilson, Paul y Virginia Friesen y Larry y Nancy Paulson describen los tres estrategias que tradicio-nalmente se han usado cuando alguien es sorprendido en pecado en la iglesia:

1. Remover de la iglesia al pecador

Los autores presentan que remover al pecador sin esfuerzo para restaurarlo es una distorsión del mandamiento bíblico. Además, muestra una falta de entendimiento sobre cómo traer a una persona de regreso a la comunidad de fe a través de un proceso de restaura-ción y disciplina, junto a la aplicación de misericordia y gracia.

2. Ignorar el pecado; pretender que nunca sucedió

Lo que presenta esta actitud es negación. Se conoce el pecado, pero se escoge no confrontar al pecador. Esta actitud está fundada

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en principios defectuosos e interpretaciones bíblicas equivocadas. Por ejemplo:

No juzguen a los demás, para que Dios no los juzgue a ustedes. Porque se les juzgará de la misma manera que ustedes juzguen a los demás. Con la misma medida que ustedes midan a los demás, Dios los medirá a ustedes. ¿Por qué te fijas en la pajita que tiene tu hermano en el ojo, pero no te das cuenta de la viga que tienes tú en el tuyo? ¿Cómo te atreves a decirle a tu hermano: “Déjame sacarte la pajita que tienes en el ojo”, mientras que en el tuyo hay una viga? ¡No seas hipócrita! Primero saca la viga de tu ojo y verás mejor para poder sacar la pajita de tu hermano.

—Mateo 7:1-5, pdt

En capítulos siguientes trataremos esto en particular.

3. Perdonar y olvidar

La idea principal es que si hubo unas “disculpas”, la persona debe ser restaurada inmediatamente a la congregación o posición de liderazgo. Esto le gusta a muchos porque es lo que quisieran si ellos fueran sorprendidos en pecado.

Mientras en la Biblia no tenemos directrices sobre qué hacer en cada caso particular, tenemos, con claridad y definición, cuál debe ser la intención y actitud de la iglesia cuando se requiere restaurar a un hermano o hermana que ha sido sorprendido en alguna falta.

Principios de restauración en Gálatas 6:1

• Si alguno es sorprendido—Significa que la persona a quien se sorprendió en pecado no inició la confe-sión, sino que fue descubierto. Para el tiempo que se descubre, el pecado ya ha sobrecogido a la persona y lo tiene dominado. Pablo está diciendo que la iglesia tiene la responsabilidad de restaurar a esta clase de persona. Al comparar Gálatas 6:1 en las versiones ntv, rv60 y nvi encontrará:

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Amados hermanos, si otro creyente está dominado por algún pecado, ustedes, que son espirituales, deberían ayu-darlo a volver al camino recto con ternura y humildad. Y tengan mucho cuidado de no caer ustedes en la misma tentación (ntv).

Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado (rv60).

Hermanos, si alguien es sorprendido en pecado, ustedes que son espirituales deben restaurarlo con una actitud hu-milde. Pero cuídese cada uno, porque también puede ser tentado (nvi).

• Ustedes—Se refiere a la Iglesia. Por lo tanto, la res-ponsabilidad de la restauración es de la Iglesia. Creer lo contrario es ignorar la comisión apostólica del Cuerpo de Cristo como agente restaurador en el mundo.

• Restaurar (En griego: katartízo)—Significa equipar, sanar, regresar a su estado original, fortalecer, unir perfectamente, reparar lo que se rompió.

• Algún pecado—Indica que ningún pecado es muy grande. Es como la persona que ve en una propiedad privada el letrero que dice “no pase”, pero con todo y eso decide cruzar los límites establecidos.

• Ustedes que son espirituales—Se refiere a la impor-tancia de que otros dirijan el proceso de restauración (más sobre este tema en los próximos capítulos).

• Con espíritu de mansedumbre—Implica la actitud y las motivaciones que deben estar presentes en la vida de los que administrarán el proceso de restauración.

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Aquellos que han caído en pecado, especialmente líderes, deben ser tratados con dignidad humana.

• Considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado—Es un aviso de que nadie está inmune de caer. La humildad debe acompañar el ministerio de restauración a otros.

Además, los autores de Restoring the Fallen indican que aunque los miembros del equipo que administrarán el proceso y la dis-ciplina para la restauración del que ha caído también son imper-fectos, deben poseer varias cualidades:

• Ser emocional y espiritualmente maduros, compa-sivos, humildes, confiables y cooperadores.

• Estar comprometidos a guardar confidencias.

• No sentirse intimidados con facilidad y estar dis-puestos a confrontar asuntos difíciles.

• Estar fuertemente comprometidos con la verdad.

• Estar dispuestos a auto examinarse; a comprometer tiempo y finanzas, si es necesario; a enfrentar culpa por asociación, si es necesario; y a enfrentar asuntos personales y familiares propios, que surjan como re-sultado de envolverse en el equipo, en particular asuntos entre el esposo y la esposa y la pérdida del tiempo familiar3.

A pesar de que la Escritura solo nos presenta un bosquejo y no un manual de restauración, no debe quedar dudas en nin-guno de nosotros que es la vo-luntad del Señor que sus hijos sean restaurados, incluyendo aquellos que son líderes en su iglesia. El proceso puede variar entre uno y otro, entre una de-nominación y otra o entre los

El Señor conoce el dolor que el pecado produce

porque Él sintió su poder en su alma.

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presbiterios de restauración que se forman en las redes apostólicas. Pero el resultado debe ser el mismo. Aquellos que se han descalifi-cado a sí mismos del liderazgo pueden ser restaurados no solo en su comunión con Dios, sino también en todas las áreas de su vida y su propósito.

El pecado en cualquier forma produce muerte. No podemos ex-cusar, continuar pecando u ofrecer una gracia barata como si el pecado no tuviera consecuencias. Sin embargo, tampoco debemos ignorar la posibilidad de restauración para aquellos que desean y están dispuestos(a) a reconocer y a aceptar su responsabilidad. Cada vez que perdemos a un líder (sea este un apóstol, profeta, evangelista, pastor, maestro o un hermano en la congregación) por causa de un pecado, deberíamos unirnos y no causar más dolor del que ya sufren ese líder, su familia y su congregación. Para el mundo, seríamos un mejor ejemplo de la redención de Cristo si cuando uno de los nuestros cae, lo viéramos restaurado a la comu-nidad de los que un día también fueron rescatados del poder del pecado y la muerte, y reintegrado a servir en su propósito original.

¡Detente cuando veas a un hermano medio muerto en el camino!

Jesús respondió con una historia:—Un hombre judío bajaba de Jerusalén a Jericó y fue atacado por ladrones. Le qui-taron la ropa, le pegaron y lo dejaron medio muerto al cos-tado del camino. ‘Un sacerdote pasó por allí de casualidad, pero cuando vio al hombre en el suelo, cruzó al otro lado del camino y siguió de largo. Un ayudante del templo pasó y lo vio allí tirado, pero también siguió de largo por el otro lado’. Entonces pasó un samaritano despreciado y, cuando vio al hombre, sintió compasión por él. Se le acercó y le alivió las heridas con vino y aceite de oliva, y se las vendó. Luego subió al hombre en su propio burro y lo llevó hasta un alojamiento, donde cuidó de él. Al día siguiente, le dio dos monedas de plata] al encargado de la posada y le dijo:

“Cuida de este hombre. Si los gastos superan esta cantidad, te pagaré la diferencia la próxima vez que pase por aquí”.

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—Ahora bien, ¿cuál de los tres te parece que fue el prójimo del hombre atacado por los bandidos? —preguntó Jesús. El hombre contestó: —El que mostró compasión. Entonces Jesús le dijo: —Así es, ahora ve y haz lo mismo.

—Lucas 10:30-37, ntv

En la parábola del buen samaritano citada arriba, el Señor com-parte una historia para confrontar una actitud de la que nos de-bemos cuidar: la autojustificación. En el relato de la historia se muestran varios principios y enseñanzas muy pertinentes al tema de este capítulo.

1. El personaje de quien el Señor habla “descendía de Jerusalén”—La historia tiene la intención de con-frontar la actitud de líderes religiosos. “Y he aquí un intérprete de la ley se levantó y dijo para probarle” (Lucas 10:25, ntv). El Señor quería que este hombre entendiera que de quien se habla en la historia des-cendía de Jerusalén. Probablemente era un hombre de fe y posiblemente un líder religioso. Camino a Jerusalén dice el texto: “cayó en manos de ladrones” (Lc. 10:30, rv60).

2. Quienes primero se le acercan son líderes religiosos—Dice la narración que el primero era un sacerdote y luego un levita, pero ninguno respondió a la nece-sidad de aquel hombre. El Señor dice que pasaron de largo, pero no dice por qué no se detuvieron. Proba-blemente sentían vergüenza de asociarse con él o no sabían cómo responder o qué hacer con un hombre como aquel. Es evidente que ellos no sabían cómo relacionarse con aquel individuo y no les importó su condición.

Es difícil identificarse con una persona cuando uno mismo no ha pasado por situaciones complicadas o fracasos evidentes. A menos que miremos a través de los ojos del Señor y entendamos la condición como Él la entiende, es más fácil la crítica, la injuria y

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pasarle por el lado, como estos hombres hicieron con el que había caído en las manos de ladrones. El Señor conoce el dolor que el pecado produce porque Él sintió su poder en su alma.

Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda com-padecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue ten-tado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado.

—Hebreos 4:15

Aunque Cristo sintió el poder de la tentación, no cedió a ella. El Señor nunca conoció las consecuencias de un pecado que Él co-metiera, pero para poder salvarnos y librarnos del poder del pe-cado, el Padre lo hizo pecado para que nosotros fuéramos hechos justicia de Dios en Él. En los próximos capítulos consideraremos las verdades transformadoras que nos otorga el Nuevo Pacto por causa de nuestra posición en Cristo.

Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.

—2 Corintios 5:21

Gracias a Dios por Jesucristo, quien sin cometer pecado en-tiende el dolor que produce el pecado y cómo se siente fracasar.

Amado líder, hermano y her-mana que está caído (a) o lu-chando con una tentación, tenemos en Cristo un sumo sa-cerdote que nos entiende y se compadece de nosotros.

La actitud redentora de la Iglesia cuando se requiere la restauración de uno que ha

caído emana de la capacidad espiritual de mirar a través de ojos redimidos y de la sabiduría que apliquemos cuando vemos a uno caído. Las luchas personales y las tentaciones que usted experi-menta en su propia vida personal le deben dar una clave para entender el dolor que otros sienten. Quizás usted no conozca la experiencia del caído, pero puede sentir el dolor de su debilidad.

Como Iglesia, líderes y hermanos en la fe tenemos una gran responsabilidad

con los que quieren y desean ser restaurados.

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1. Quien le ofrece ayuda al hombre que los ladrones dejaron medio muerto en el camino fue uno que la cultura religiosa y étnica rechazaban: un sama-ritano. Aquel hombre no se avergonzó de identi-ficarse con aquella persona. Su preocupación era colocarlo en un ambiente donde pudiera sanar. No solo lo atendió inicialmente vendándole sus heridas y echándole aceite y vino, sino también lo llevó al mesón. Al otro día sacó dos denarios, se los dio al mesonero y asumió la cuenta de lo que él gastara de más. Si se parece a lo que Cristo hizo por nosotros es mera coincidencia o quizás no.

Un ministerio de restauración está surgiendo

La Iglesia está en una transición de liderazgo. Muchos de los que nos guiaron hasta donde hemos llegado están envejeciendo, han muerto o han caído. Una ge-neración está pasando y una nueva está surgiendo. Entre esos habrá muchos que el Señor restauró de su caída.

Estos que nos hemos levan-tado tenemos una nueva tena-cidad para restaurar todo y a todos los que el pecado ame-naza con destruir. Esta nueva generación de líderes tiene la sabiduría y el discernimiento para entender que la Iglesia necesita aquellos líderes que un día cayeron. No tienen temor de asociarse con ellos. Por el contrario, están buscando ver cualquier rayo de esperanza que les permita restaurar a los que han caído.

Ignorar esta realidad no evitará la caída de otro líder o hermano en la fe. Debemos rebelarnos contra todo lo que impida restaurar a quienes han quedado medio muertos a la orilla del camino. De-bemos evitar que mueran en el dolor y la soledad. Como Iglesia, lí-deres y hermanos en la fe tenemos una gran responsabilidad con

Si bien es cierto que usted paga un alto precio por

confesar su pecado, mayor es el precio por mantenerlo

en secreto. Usted será recordado, no por la

forma en que comenzó, sino por cómo terminó.

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los que quieren y desean ser restaurados. En vez de sacarlos de la Iglesia y dejarlos morir cuando desean la restauración, deberíamos entender que somos más fuertes como Iglesia con los que Dios ha restaurado, que sin ellos.

Caer no es la sentencia final

Si usted es un líder que ha caído, el precio por quedarse en el pecado, la vergüenza y la autocompasión es mucho más alto que el precio que pagará si reconoce su pecado y sigue adelante. Si bien es cierto que usted paga un alto precio por confesar su pecado, mayor es el precio por mantenerlo en secreto. Usted será recordado, no por la forma en que comenzó, sino por cómo terminó. Si usted está leyendo esto, no se ha muerto. Por lo tanto, es tiempo de levantarse y terminar bien.

Una caída es una sentencia final solo cuando nos rendimos o la negamos. Si usted se rinde, su caída será la tumba de su alma y por el resto de su vida será recordado por su caída. Si la niega, cancela la posibilidad de posicionarse para iniciar los procesos correctos para una restauración total. Si lo niega públicamente, estará aña-diendo al problema de desconfianza y prolongando el proceso de la restauración.

En mi caso, yo decidí confesarlo públicamente. Fue una decisión que tomé en plena convicción de que era lo correcto ante Dios y su

iglesia. Antes de hablar a toda la congregación, durante la se-mana se lo confesé a mi esposa, mis hijas, los pastores y la junta de gobierno de la iglesia, a mi padre espiritual y a mis colabo-radores más cercanos.

Aquel día fue uno de los peores días de mi vida. No fue nada fácil pararme ante la congregación que con tanto amor y dedica-ción habíamos pastoreado, y confesarle mi pecado. Yo sentía que cada segundo era eterno. Era insoportable el dolor en los rostros de las personas, las reacciones en la audiencia y ver sufriendo a mi es-posa y a mis hijas. Al mismo tiempo fue como desprenderme de una carga para la cual yo no estaba diseñado. Aquella confesión marcó

Cuando el arrepentimiento es necesario, no

arrepentirse puede ser fatal.

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la conclusión de una etapa de mi vida, mi familia y mi matrimonio, y el inicio de una nueva jornada. Desde aquel momento en adelante, todo sería nuevo. En los primeros días de esa nueva jornada se acer-caron acompañantes indeseados como la culpa, la vergüenza, el co-raje, la depresión y la soledad. Fueron días muy oscuros y de mucha incertidumbre, pero el proceso de restauración comenzó con la confesión.

Asumir responsabilidad por las acciones personales fue el prin-cipio de salir de la condición en la que me encontraba, para entrar a un proceso de sanidad. Cuando el arrepentimiento es necesario, no arrepentirse puede ser fatal. Ningún líder o persona cae o tiene un colapso emocional de la noche a la mañana. No importa el pe-cado que sea, inmoralidad, malversación de fondos, pornografía, homosexualismo, fornicación, enemistad, lo que sea o haya sido se fue formando a través de unos procesos que discutiremos en los próximos capítulos. Lo que es importante entender ahora es que de la misma forma que el pecado fue tomando fuerza a través del tiempo, así mismo el proceso de restauración es paso a paso y tiene diferentes etapas que no pueden ser ignoradas.

En el Reino nadie se restaura solo

La restauración de un líder no se da en un vacío o en aislamiento. Durante estos últimos años he podido hablar con líderes y personas que no quisieron o no tuvieron personas a su alre-dedor que les ayudaran en su proceso de restauración. Al-gunos pensaron que solo con arrepentirse, orar y esperar tres meses ya estaban listos para regresar. Esto no se puede considerar una verdadera res-tauración. La tentación de querer probar a otros que uno ya está listo para regresar puede

Dios siempre usará personas para ayudar a

otros en los procesos de restauración, y

en muchas ocasiones serán personas que

usted no escogería para ayudarle en el proceso.

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llevar a uno a actuar en su propia voluntad e ignorar los vacíos que puede haber en su alma.

Dios siempre usará personas para ayudar a otros en los procesos de restauración, y en muchas ocasiones serán personas que usted no escogería para ayudarle en el proceso. Siempre viviré agradecido a Dios por permitir que a nuestro lado llegaran hombres que nos asistieron en las primeras etapas y durante los diferentes tiempos de la restauración. No fue un proceso perfecto. Mirando hacia atrás y con el beneficio de la experiencia y la historia, pudimos haber hecho diferentes algunas cosas. Aún así, si no hubieran es-tado esos equipos de restauración, muchas cosas se hubieran com-plicado más de lo necesario y existía la posibilidad de abortar todo un proceso.

Mi enfoque no era una restauración ministerial. Honestamente esa no era mi prioridad y había llegado a creer que ministerialmente todo había terminado. Mi enfoque estaba en mi vida y mi familia. Así fue que se acordó desde el principio en los equipos de restau-ración. El proceso se trabajaría en el siguiente orden: el hombre, el esposo, el padre y el ministro. Me desconecté totalmente de toda distracción, incluyendo personas, internet, Facebook, Twitter, noti-cias, y me concentré en la obra que Dios estaba haciendo en mí, en mi esposa y en mis hijas. Esto nos ayudó a enfocarnos en las priori-dades y a poder apagar los ruidos externos que llegaban periódica-mente. Durante el período de consejería, ese también fue el orden que se trabajó.

Cuando llegué a las manos de la consejera, era un hombre mo-ralmente derrotado y emocionalmente agotado. Con la precisión de

un neurocirujano, la consejera comenzó a operar, a sacar todo lo que se había acumulado en mi alma y a permitir que vol-viera a surgir lo que nunca había cambiado, lo que el pe-cado no puede dañar: la vida

de Cristo en mí. Sobre este fundamento se trabajó conmigo y mi familia cuando regresamos del centro de consejería y terapia, al

La restauración no es fácil, pero es más fácil que vivir con el fracaso

el resto de su vida.

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cual asistimos mi esposa y yo para iniciar nuestra restauración personal y matrimonial.

La restauración es posible, pero dependerá de si usted es honesto(a) consigo mismo(a), asume responsabilidad y está dispuesto(a) a dar los pasos necesarios hacia la restauración. ¿Es la restauración posible? ¿Podrá usted regresar al cumplimiento de su llamado y propósito de vida? Absolutamente. La restauración no es fácil, pero es más fácil que vivir con el fracaso el resto de su vida.

A través de cada capítulo compartiré principios y verdades que le ayudarán a través de su proceso de restauración. Si está enfren-tando tentaciones o no ha podido vencer algunas obras de la carne, este libro le ayudará. Si el Señor lo ha puesto al lado de alguna her-mana o hermano para que le ayude a restaurarse y usted personal-mente no ha pasado por lo que él o ella están pasando, también encontrará en este libro sabiduría para ayudarle efectivamente du-rante su proceso. Disfrute cada capítulo y no dude que la restau-ración es posible.

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