Candel, Francisco - Historia de Una Parroquia

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El autor, que durante muchos aos prest servicios auxiliares en una parroquia, sinti siempre la necesidad de hacer esta novela: la vida, por dentro, de una parroquia de suburbio. En ella nos relata con su estilo caracterstico, entre desgarrado y potico, la creacin del suburbio, en los aledaos de la ciudad, y el nacimiento de la parroquia, hasta los azarosos aos de nuestra guerra. El resultado es un impresionante conjunto de tipos humanos, situaciones y experiencias que enfrentan al lector, por primera vez, no ya con la historia artstica de unas piedras, sino con la historia humana y social de una humilde parroquia.

Francisco Historia de una

Candel Parroquia

Portada de R. MUNTAOLA 1973, Francisco Candel Depsito Legal: B. 23.669 1973 ISBN: 84-01-43433-5 Difundido por PLAZA & JANES, S. A. Esplugas de Llobregat: Virgen de Guadalupe, 21-33 LIBROS RENO son editados por Ediciones G. P., Virgen de Guadalupe, 21-33 Esplugas de Llobregat (Barcelona) e impresos por Grficas Guada, 8. A., Virgen de Guadalupe, 33 Esplugas de Llobregat (Barcelona) ESPAA Esta obra es el fruto de una larga y continuada experiencia, pero no el calco de una realidad; cualquier parecido con personas o entidades verdaderas ser pura coincidencia. Pero todo ser humano tiene alguna religin de alguna clase, aunque no se d cuenta de ello. Arnould J. Toynbee

PRIMERA

PARTE

La Iglesia espaola contaba, hacia 1930, con 20.000 religiosos, 60.000 monjas y 31.000 sacerdotes. Existan unas 5.000 comunidades religiosas, de las cuales aproximadamente mil eran de varones y el resto de monjas. Segn clculos de catlicos moderados, en 1930, dos tercios de los espaoles no eran catlicos practicantes, es decir, se limitaban a acudir a las iglesias para los bautizos, bodas y funerales, pero no se confesaban nunca ni iban a misa. Segn el dominico fray Francisco Pero, slo el 5 % de la poblacin rural de Castilla la Nueva cumpli sus deberes pascuales en 1931. En algunos pueblos de Andaluca nicamente el 1 % de los hombres iba a la iglesia. En algunos pueblos el cura deca la misa completamente solo. En la rica parroquia de San Ramn, en el suburbio madrileo de Vallecas, el 90 % de aquellos que haban sido educados en escuelas religiosas no volvan a confesarse ni a asistir a misa una vez abandonada la escuela. Aunque no es fcil dar cifras de conjunto para toda Espaa, las que hemos sealado sirven de base estadstica a la desafortunada afirmacin de Manuel Azaa cuando dijo que Espaa haba cesado de ser catlica. Hugh Thomas, La guerra civil espaola. Azaa llev siempre en el alma la melancola del jardn de sus frailes de El Escorial, esa inmensa tristeza (que yo conozco muy bien) de haber perdido la fe religiosa, sin acertar a sustituirla por otro goce de la misma efusin. Cuando Azaa dijo un da, desde el banco azul, que Espaa haba dejado de ser catlica, profiri este aserto con un tono de pena que la gente no supo interpretar. Jos Antonio Balbontn, La Espaa de mi experiencia.

I

Respiraba, y, al respirar, era como si venteara y el instinto la fuese orientando. Llevaba los chiquillos de la mano. El nio, al caminar, torca el pie, pero andaba ligerillo. A la nia era preciso arrastrarla. El hombre le haba dicho, saliendo a la puerta de la casa: Por estos andurriales no debehaber ninguna. Ya vers cmo el corazn me gua. Son ya muchos los domingos que no cumplo... Muchos? El hombre haba hecho una pausa. De todos modos, el que esta tarde la encuentres no te sirve ya de nada... Dios tendra en cuenta mi despreocupacin. El hombre le dio a la cabeza. Asuncin, Asuncin... Ella replic: Antonio, Antonio... El hombre sigui: Eres igual que la ta Misericordia... No te metas con esa buena seora. Si no me meto! La mujer mir al hombre como si mirara algo no ajeno a ella, pero s, en aquellos momentos, desconocido. Cmo has cambiado desde que dejamos el pueblo...! Cambiado yo? No soy el mismo? No soy el mismo de siempre? Tienes alguna queja de m? T bien sabes que no tengo ninguna queja de ti. Eres el hombre ms cumplidor que conozco. Pero ya sabes que hay una cosa... Anda, no hablemos de eso. Te lo prohbo yo a ti? No, verdad? Pues djame a m con mis ideas... La mujer, con los nios, haba andado lentamente calle arriba. A la derecha haba tancadas (tancas, cercas) de huerto. A la izquierda, casas de una planta, todas iguales, modestas. Llegaron a un paseo. Entonces fue cuando olfate el aire igual que un perro y siguieron hacia la derecha. El paseo era de acacias. La mujer y los nios slo vieron un paseo de rboles. Ellos no saban que aquello eran acacias. La mujer conoca las nogueras, los chopos, los albrchigos, las carrascas... Y rboles ms corrientes como las higueras, los manzanos y los naranjos. Las acacias estaban en dos hileras en la parte central del paseo. A ambos lados haba calzadas de direccin nica adoquinadas. Los campos quedaban ms bajos que el paseo, y un muro de cemento azulado haca de antepecho o de baranda. Luego este paseo terminaba o continuaba de otro modo. Este otro modo era ms regio. Tambin era ms ruinoso. La parte central, en lugar de acacias, tena unas barandillas de balaustres redondos, ventrudos por en medio. Estaban hechos de piedra artificial. Alguno estaba roto y se le vea el alma de hierro. Estas reales barandillas estaban cortadas a trechos por unas escalinatas que iban a las calzadas laterales, pues mientras este paseo central conservaba su horizontalidad, las calzadas descendan desnivelndose hasta llegar a un enorme puente de hierro de ferrocarril. Paseo y calzadas lo cruzaban por debajo. La estructura del puente y la de este tramo de paseo coincidan. Parecan pertenecer a un proyecto sin terminar. Las calzadas volvan a remontarse hasta la altura del paseo central el puente era alto; a los nios les pareci mucho y cien metros ms all terminaba en un camino amplio, lleno de polvo blanco, con profundas rodadas de carro. Los chiquillos preguntaron: Adnde vamos? Algn sitio hallaremos contest la madre. Llevaban varias semanas viviendo en las modestas casas de planta baja y slo el domingo pasado y ste se haba aventurado, con los nios, en una especie de caminata-paseo tipo descubrimiento-inspeccin. El domingo anterior, y al llegar al bulevar de las acacias, haban echado hacia la izquierda, hasta alcanzar una carretera larga y asfaltada. Siguindola hubieran arribado a la ciudad. Ella no iba tan ansiosa como hoy y comprendi que por all no estaba lo que buscaba. Por si faltara poco, los nios se le cansaron en seguida, y eso lo

consider un presagio. Ahora, al llegar al camino blanco, la nia se solt de la mano y ech por el centro, donde el polvo formaba una espesa y gruesa capa. Ven aqu, Asuncionica dijo la mujer. La nia regres, con las piernecitas enharinadas. En los bordes del camino la tierra estaba dura, como apisonada. Sacude los pies, marrana. La nia pate y las alpargatas soltaron algo de polvo. Ms fuerte dijo la mujer. Pero la chiquilla era muy pequeita y no lo saba hacer. A ambos lados haba extensos campos, no tan delimitados como los que se encontraban antes de cruzar la va del tren. Los campos de la derecha se perdan en el horizonte. Los de la izquierda llegaban hasta una montaa. En esa montaa, y antes de ir a vivir a las modestas casas de una planta haban vivido dos aos, pero en la parte, en cierto modo, opuesta. En la de aqu estaba la enorme mole cubista del cementerio que la ciudad no deba ver para no asustarse. La nia se puso a saltar a la pata coja. Felipn, salta como yo. El chiquillo levant el pie torcido y dio varios saltos con la otra pierna. No, no dijo la pequeilla. Con ese pie. Y seal el pie doblado. Asuncionica! grit la mujer. La nia la mir. Que vengas" aqu inmediatamente. Con la mano ms que con la palma, con los dedos extendidos le golpe dos veces la cabeza. La chiquilla llor. A l nunca le pegas. El nio volva a andar. Se miraba el pie y en seguida dejaba de mirarlo. Andaba tieso y erguido. Los extensos campos, a ambos lados, en su mayora eran verdes. Grandes cuadrados verdes. Y verdes de distintas gradaciones. Verde ceniza: alfalfa; verde plata: alcachofares; verde manzana: trigo; verde amarillo: escarolas; verde rana: rbanos; verde verons: coliflores... Algunos otros cuadrados eran marrones: barbechos; y otros, ocres: rastrojos. En las lindes de esos retazos, filas de higueras. En los bordes del camino, cardos. Algn atajo amarillo y algn riacho turbiotierra atravesaban estos campos. Tambin se vean masas, con sus pozos, sus pajares, sus gallinas, sus ocas, sus perros, sus carros con las varas hacia arriba, sus aperos... Anduvieron bastante rato. El camino ancho y polvoriento dirase que terminaba en el mar. Entre las dos filas de casonas del fondo se vea la lnea azul del agua. La tarde era apacible y no se observaban personas por ninguna parte. Antes de llegar al final, y a la derecha, se abra una especie de sendero. Lo bordeaban, a trechos, unos huertos, y en sus bardizas creca la parra, la madreselva y la enredadera. Pareca como que el aire traa chillidos, gritos, algaraba. La seora Asuncin arrug el entrecejo. Adems de olfatear era como si orientara las orejas. Por aqu. Los nios echaron delante. Se pararon ante la puerta abierta de un huerto. Mama, mira; mama, mira... En una enorme jaula haba un loro verde. La mujer dijo: Lorito real... Y los nios repitieron: Lorito real, lorito real... Llegaron a donde terminaba el atajo o sendero. La algaraba haba ido creciendo. A la seora Asuncin se le ilumin el semblante. La alegra se iba apoderando de ella. Se qued parada, erguida. Los dos crios comenzaron a correr dando vueltas a su alrededor, persiguindose, cogindose a su falda. No me coges, no me coges... La mujer se llev las manos al pecho. Sus tablas suban y bajaban. El nio se bamboleaba como un patito. La mujer respiraba hondamente y, extasiada, miraba, miraba...

II

Fue lo primero que pens: al fin; saba que la encontrara. Y llor emocionada: unas lgrimas silenciosas. Gracias, Seor! Te lo ped y me lo concediste. Cuando lo sepa la seora Misericordia,...! S, all estaba. No era de notable presencia, pero era lo esencial. Se ergua en medio de una explanada. En medio, exactamente, no. Se ergua como presidiendo la explanada. Delante tena dos frondosos pltanos. Era toda de ladrillo, de ladrillo visto, un ladrillo rojo y amarillo, compactamente unido. La parte central se levantaba ms alta que las laterales, y en su remate haba una espadaa con un solo hueco y una sola campana. La espadaa ostentaba en su cspide una cruz y un pararrayos. La puerta era de hierro, claveteada, pintada de gris-azul, y, encima, un enorme ventanal en ojiva. Los dos cuerpos laterales tenan ventanas tambin ojivales, y a ambos lados haba unas dependencias, como dos alas, mucho ms bajas que el edificio central.

Por la puerta de la dependencia izquierda salan unos muchachos llevando una caja de madera, larga como un atad. Unos chiquillos que corran por la explanada, y otros que estaban guerreando en unos pramos, se acercaron a los del atad. Felipn y Asuncionica tambin fueron hacia all. Asuncin continu mirando inundada de felicidad lo que tena delante, y si el tiempo se hubiera detenido no le habra importado, pues en aquel momento se hallaba completamente resucitada y como entrando en la vida eterna.

III

Al sur de la ciudad estaba la playa, y en los campos junto a la playa estaba la iglesia. Detrs de la iglesia, la montaa. Detrs de la montaa, la ciudad. La montaa era la barrera entre la ciudad y la iglesia, pero la montaa quedaba lejos de la iglesia, y la playa y el mar estaban ms cerca. La montaa era una barrera natural entre la ciudad y la iglesia, no una barrera moral. La iglesia representaba una parroquia. La feligresa estaba desparramada, y era su grey la que estaba lejos de la ciudad, pero corporalmente, no moralmente ni tampoco espiritualmente, aunque la ciudad, a veces, daba la sensacin de que s estaba alejada de ellos. La iglesia se hallaba entre campos. Si te situabas frente a su portn, un poco ladeado hacia la derecha, tenas, delante o al Norte, la Montaa, con mayscula, porque nadie la llamaba de otro modo. Detrs de la Montaa, la Ciudad, la cual tena un nombre, un nombre que, por ahora, no es necesario decirlo. Al Este el mar y, sobre todo, la playa. Al Oeste, los campos, la paramera, los vericuetos, la vida rstica. Y al Sur, el mar, tambin el mar, poca playa, nada de playa, el mar, slo el mar...

IV

Del atad fueron saliendo unos largos mazos, unas bolas de madera y unos arcos de hierro. Se trataba de un juego de croquet. Un juego de qu? preguntaban algunos mirones. Dselo t, que yo no lo s contest uno de los que haban empezado a clavar los aros de hierro en el suelo. De croquet repuso el dselo t. Otros muchachos salan de la dependencia lateral, la rectora, con unos bolos. Gritaban: Quin quiere jugar a billas? En la puerta de la rectora apareci el cura. Felipn se acerc a los que colocaban las nueve billas en el suelo y Asuncionica se qued mirando a los que montaban el croquet. Asuncin fue hacia el cura. Felipn comparaba aquellos bolos las billas, que oa decir, y por ello crea que era un juego similar, pero no el mismo con los suyos, los que le trajeron los Reyes, esos Reyes que l ya saba que eran sus padres, y por ello no protestaba de que los regalos fueran pocos y pobres, pues igualmente saba que sus padres tambin eran pobres, y del mismo modo que, a veces, cuando le insultaban, le peda a Dios que le pusiera bien el pie, tambin, a veces, peda a Dios mejores regalos, pero no muchas veces, pues para qu, si el sistema no daba resultado. Los bolos suyos eran de forma clsica estos que ahora admiraba deban de ser de reglamento con rayas de colores, como las muestras de las barberas, slo que las rayas de sus bolos eran verdes y lilas, y blancas, por decirlo as, pero el blanco de la madera sin pintar, y las muestras de las peluqueras eran azules, blancas pero un blanco pintado y encarnadas, como la bandera francesa. El, junto con su primo Tobas, se saba los colores de todas las banderas del mundo. Para derribar sus bolos usaba unas bolas igualmente listadas. En cambio, para derribar aquellos nuevos bolos que tanto llamaban ahora su atencin, no. Estos bolos eran de forma ms estilizada, barnizados de amarillo, y se derribaban con tres palos de igual figura pero de ms reducido tamao. Oy que su madre le llamaba: Felipn, Felipico, Felipe! Asuncionica! Asuncin le haba besado la mano al cura. El cura se sorprendi porque casi no haba visto llegar a aquella seora hasta l. Unas nias haban trazado unas lneas, formando cuadros, en el suelo, y con un trozo de mrmol, y a la pata coja, jugaban a la charranea[1]. Unos nios chutaban una pelota. Todo era movimiento. Saltaban con cuerdas, se perseguan... El cura miraba embelesado, y pareca como que vea ms nios y ms juegos de los que all haba proyectndose en unos domingos, aunque futuros, inmediatos. Todos los nios de unas barriadas que an no conoca del todo, pasaban por all. Era un hombre del que llamaba la atencin su frente despejada y unas gafas con tenue montura plateada. La seora Asuncin haba llamado a sus dos hijos Felipn! Asuncionica! y les haba dicho, cuando se aproximaron: Besarle la mano al padre. Y cuando se la besaron, el cura, aunque haba odo los nombres, les pregunt: Cmo os llamis? Felipe Blasco Muoz. Y t? Asuncin Blasco Muoz. No se dice nada ms? pregunt la seora Asuncin. Y los dos nios, medio a coro y a comps, contestaron: Para servir a Dios y a usted... Dejad jugar a este nio dijo el cura a los del croquet. Pero, mosn Javier, si estamos ya completos los que podemos jugar... Bueno. T tiras una vez y l otra. Ya poda habrselo dicho a otro, mosn... El cura mir a la seora Asuncin. Tal vez fuera una mujer ya de cuarenta aos. (No pens en que esa era casi su propia edad. Le faltaban unos tres aos.) Todava era una mujer joven, pens

rpidamente. Avejentada, como tantas mujeres que haba visto en la parroquia. Seguro que haca faenas. Era flaca, tena arrugas en el rostro, ms de las que le pertenecan, y un color moreno enfermizo, pero sus facciones eran correctsimas. De dnde es usted? pregunt el cura. Nosotros somos de Cuenca contest la mujer, pero sta sealaba a la nia, ya me naci aqu, en la barraca de la Montaa. Pero en qu parte viven ustedes? sigui preguntando mosn Javier, en Calafals, en el Castell...? No; vivimos desde hace poco en esas casas i nuevas que hay despus del puente... junto a ese paseo largo que llega hasta el puente... frente a frente al barrio del Castell pero al otro lado... Sabe cules quiero decir? El cura hizo s con la cabeza.

V

Toda aquella extensa llanura que la Montaa separaba de la Ciudad, con sus cuatro o cinco barriadas diseminadas, era Calafals. Antes haba sido Cal Afals, y, al principio, Cal Alfals. Con la llegada de los castellanos se metamorfose, a lo menos para ellos, en Calufal, esqueltica depuracin de la fontica Calufals, y ms tarde, por circunstancias polticas, en otros nombres como Casa de la Alfalfa, Casa la Alfalfa, Casa Alfalfa, Calalfalfa. La mayora de aquellos campos eran sabanas de alfalfa, y del nombre cataln de alfalfa, alfals, y de casa, cal[2], surgieron estas diversas denominaciones. Remotamente y seguramente y probablemente haban sido aquellos campos de un propietario, seor o casa. Y a lo que se supone, grandes extensiones de pasto y alfalfa para el ganado lanar y bovino y caballar cubran la llanura, aparte de las zonas agrestes y silvestres. Luego vinieron los repartos hereditarios y las ventas de terrenos, y cuando abundante payesa prolifer en el llano, la alfalfa continu ocupando grandes extensiones. Pero aquella tierra negra y hmeda poda dar y dio tambin abundantes hortalizas, amn de toda clase de frutos, igual que los valles paradisacos. Sus lechugas, sobre todo, fueron y eran inigualables. En ningn otro lugar del mundo se criaban mejores. As resultaba que aquella gran huerta era la gran boca de la Gran Ciudad, la gran boca que suministraba a su gran estmago toda la extensa y surtida y gran variacin vegetal. El barrio ms grande junto al mar tambin llevaba el mismo nombre del llano Calafals; probablemente porque fue el primer aglutinamiento vecinal importante surgido en l. Se supone que el puerto de la ciudad, desparramando por la derecha sus anexos, debi de ser, en cierto modo, el origen de este aglutinamiento. Tal vez los pescadores, junto con los campesinos del interior, fueron los primeros pobladores del contorno, o de los primeros; tal vez. Todo esto lo pensaba, a veces, el sacerdote, y se deca que sera curioso investigar todo aquello, pero cualquiera se liaba. Pescadores, ahora, no haba muchos. Pero si el interior de la demarcacin era completamente agrcola, el litoral era netamente marinero e industrial. El barrio de Calafals tena los enormes depsitos petroleros de la refinera, el arsenal, la aeronutica naval y los barrios de pescadores, pero la parte ms marinera del barrio arsenal, aeronutica y la drsena donde todo esto se hallaba acabara siendo vencida y suplantada por la industria que irradiaba la ciudad. Los pescadores andaban en franca decadencia. El pescado escaseaba en aquellas aguas. Los detritos de la refinera y dems dependencias navales, y los residuos de ciertas industrias cada vez ms levantadas en las mismas arenas de la playa, y una de las cloacas de la ciudad que desaguaba all, emponzoaban el mar. Otro barrio seero y arcaico, ste hacia el interior, era el del Castell. Mosn Javier conoca bastante bien los dos, y otros ms pequeos, pero el que le era ms habitual era el de Calafals. Aunque todos andaban a su cuidado, se deca. Ahora, aquella mujer de los dos crios, le daba noticia de otro barrio del que ya algunos le haban hablado, y que haba nacido como de golpe. Sus habitantes, la mayora, procedan de las barracas de la Montaa. La iglesia, entre campos y cerca del mar, en tiempos cada vez ms lejanos, debi de representar plenamente su papel parroquial desde aquel emplazamiento, pues enfrente, en las arenas de la playa, estaban las casitas de los pescadores. Pero ahora que los pescadores iban desapareciendo, la iglesia quedaba aislada, y el cura pensaba que, indudablemente,

tendra que ser integrada ms adelante, claro, ahora an tena que estudiar, observar, analizar, situarse a y en los ncleos habitados y habitables, ncleos que adivinaba surgiran ms hacia el centro del llano. A la mujer le dijo: Tiene usted que traer mucha gente de su barrio. A la mujer le brillaron los ojos, unos ojos profundamente negros, como con fiebre. La traer.

VI

Felipe Blasco Muoz haba hecho un par de jugadas de croquet, dndole con la maza a la bola, y lo haba hecho con bastante habilidad, la suficiente para no desentonar llamando excesivamente la atencin, pues esto siempre le preocupaba. Su madre segua hablando con el cura y su hermanilla miraba a las que jugaban a la charranea. La seora Asuncin haba preguntado el horario de misas dominicales y el cura le haba dicho que se decan cuatro: una a las siete, otra a las ocho y media, otra a las diez y otra a las doce. La de diez es la de los nios y en ella se les ensea el catecismo. Haba mirado a Felipn. Le tocaba marcar en aquellos momentos una falta cometida por otro de los jugadores. Los otros nios le haban aleccionado. Se pona su bola y la del contrario juntas. Luego, los dos pies, las puntas unidas y en alto, formando un puente o tringulo, sobre su bola. Golpeaba con la maza esta bola y la del contrario era enviada lejos, cuanto ms, mejor. Felipn Blasco prob, sabiendo de antemano que no podra. Pero eso no poda decirlo. Efectivamente, su pie torcido no ajustaba bien sobre la bola. Se puso encarnado. Hubiera abandonado el juego, pero eso era evidenciar ms la situacin. Uno de los chiquillos dijo que l tampoco saba hacerlo de aquella manera y lo haca de sta. Con un solo pie sujet la bola y golpe. La otra bola sali disparada, aunque, segn los jugadores, no iba tan lejos como sujetando con los dos pies. Felipn Blasco, todava muy enrojecido, mir lleno de agradecimiento al que haba dicho y demostrado que lo haca de esa manera. Era un chaval gordo. Si t no juegas, Saco Patatas... Por qu te metes? haba dicho uno de los jugadores. No llames as a Melchor dijo el sacerdote. A Melchor no pareca preocuparle el mote. Felipn Blasco se sonrojaba por l. Hizo un esfuerzo de mxima concentracin y golpe la bola tal como le indicara Melchor. La bola del contrario fue tan lejos que todos aplaudieron. El cura dijo: Para lo pequeo que es tiene mucha fuerza de voluntad. S, es muy cabezn dijo la seora Asuncin. Y ese pie? Oh!, no es nada. El mdico del dispensario donde le llevo le pondr un aparatito de hierro y se le arreglar. Me hablaron de operarle, pero no me fo de las operaciones... En esto empez a sonar la campana. Haca un sonido continuado, nang, nang, nang, nang... Volteaba ligera en la espadaa. Uno de los crios coment: Ese que toca es mosn ngel. Mosn ngel era el vicario. Mosn Javier daba palmadas con las manos. Vamos, vamos, los que quieran ir al rosario. Espabilarse. Deberais ir todos... Los que jugaban con artilugios se excusaban con el tener que recogerlos habiendo jugado tan poco rato.

VII

No eran muchos y slo ocupaban los primeros bancos. Todos eran chiquillos; tambin haba algunas mujeres. De vez en cuando entraban en la iglesia ms nios. Y tambin alguna persona mayor. Hombres, slo tres o cuatro. La puerta chirriaba y los nios se volvan a mirar. Algunas mujeres, tambin. La seora Asuncin rea a sus dos hijos para que no se girasen. Estaos quietos susurraba. Y cuando no consegua su propsito, deca. Mirad a la Virgen. Un monaguillo, con una caa y una candela encendida en la punta, prenda fuego a los pbilos de las velas del altar. La Virgen estaba en una hornacina, y unas escaleras, detrs del altar, llegaban hasta ella. El Nio Jess llevaba un castillo en sus brazos. Asuncionica preguntaba: Aquello qu es. Una torre contest su hermano . Verdad mam que es una torre? Pareca una torre de ajedrez. De la sacrista sali un cura anciano con roquete. Subi al plpito y empez a rezar el rosario. En la ltima fila estaba mosn Javier. Unos cuantos muchachos se alineaban a su lado. Uno de ellos era Melchor. Algunos susurraban entre s; Vamos al coro con mosn ngel. El coro estaba encima de ellos. Al coro se suba por 'una escalera de madera con barandal. Mosn ngel estaba sentado detrs del armonio. Los chavales se colocaron a su alrededor. El sacerdote del cabello blanco rez el rosario y una serie de oraciones ms y luego ley en un librito una meditacin y despus volvi a rezar. Cuando acab se cant la Salve. Mosn ngel pulsaba el teclado del armonio. Salve, Regina, Mater misericrdiae; vita, dulcedo, et spes nostra, salve... Estaban todos de pie. La seora Asuncin cantaba transfigurada. Nadie, excepto los sacerdotes, pronunciaba bien las palabras latinas. Al terminar, mosn Javier se puso a cantar algo que deca as: Si som els ms petits, som ferms i decidits; lexemple de Jess seguim anant al darrera. Cadets de sa bandera, avant i sempre avant, en nostre ajut, els ngels lluitaran... Slo cantaban l y mosn ngel y algn muchacho de la ltima fila y alguno del coro, entre ellos Melchor. Mosn Javier pensaba: as irn familiarizndose, con el himno y con el idioma. La seora Asuncin no entenda lo que se cantaba, pero le gustaba. Viniendo de los curas era bueno y le tena que gustar. Saba, eso s, que aquello que cantaban no era latn, sino cataln. El cura anciano se haba quitado el roquete y rezaba el breviario en los bancos. Luego pasaron a besar a la Virgen. La seora Asuncin aup a sus dos hijos para que besaran los pies de la imagen. La nia quiso besar la torre cita y tuvo que elevarla ms. El vicario le deca al rector, ya en la puerta, mientras la gente sala: Hem de comentar a assajar els goigs de la Verge...

VIII

El distrito se llamaba Cal Alfals, Cal Afals, Calafals o Calufal, pero la iglesia era la Parroquia de Nuestra Seora del Castell. Todava no era una parroquia, y entonces an no se pensaba en que lo fuera, sino una tenencia parroquial, y mosn Javier Oriol no era cura prroco, ni cura ecnomo, sino cura teniente, pero l saba que aquello un da sera parroquia, y de las ms importantes del obispado, aunque a l, ser teniente, ecnomo o prroco, le era lo mismo, y lo que deseaba era que aquel rincn del mundo fuera tambin el reino de Dios, correspondiendo as a la confianza que el obispo haba depositado en l, realizando la tarea esa tarea que se le haba encomendado. Pero cualquiera explicaba todo eso a la gente... La verdad es que no era necesario. Y la iglesia, la rectora, las escuelas, el conjunto de actividades que empezaban a perfilarse, eran la parroquia. Y la gente deca: Vamos a la parroquia, o: Venimos de la parroquia, y: Vamos a la iglesia, o: Venimos de la iglesia, y tambin, al edificio, los ms incultos y despreocupados en materia religiosa, lo llamaban la misa. Por el borrador del Arreglo Parroquial de la dicesis de la gran ciudad, realizado en 1868 por el Exento. seor Obispo Dr. D. Salvador Puigmal sabemos que, por decreto fechado el da 18 de mayo del expresado ao 1868, fu creada la Tenencia parroquial de Santa Mara del Castell, como sufragnea de Sant, con agregacin de algunas casas de la parroquia de Calsant. A dicha tenencia se la clasific de 'Ascenso', asignndose a su Cura Teniente la cantidad de 2.800 reales anuales. Se habilit como templo tenencial una pequea iglesia levantada por los pescadores junto a sus playas. (Notas histricas del Culto a Santa Mara del Castell.)

IX

Acabada la ceremonia religiosa pasaron a la dependencia que haba al lado derecho de la iglesia. Los chiquillos gritaban: Al cine, al cine! Mosn Angel palmoteo y dijo: A esbarjo, a esbarjo! Los rezagados en los juegos los acabaron de recoger y los entraron en la rectora. Todos se amontonaban en la puerta del local donde se iba a llevar a cabo el esparcimiento. Los primeros de la fila golpeaban la puerta y muchos cantaban: Ton pare no t nas, ton pare no t nas, ta mare, xata, i el teu germanet petit, i el teu germanet petit, nas de barraca... Los castellanos gritaban: Abrid, abrid, que queremos entrar! Los hijos de los pescadores dijeron: As no. As! Y cantaron: Obriu, obriu, que volem entrar! La mayora ni gritaba ni cantaba; slo muga. Se abri la puerta y se colaron como centellas. Los primeros trastabillaron y rebotaron contra bancos y sillas. El hombre que haba abierto la puerta djenos pasar, seor Alimbau, djenos pasar! frenaba con los brazos abiertos estos blidos. Calma, calma! Hay sitio de sobras. Lo haba. La sala no se llen ni la mitad. Los primeros haban corrido buscando los mejores sitios. Se sentaban, se volvan a levantar, probaban otro lugar y gritaban a sus compaeros dicindoles que les guardaban sitio. La seora Asuncin, sujetando sus retoos, entr de las ltimas. La sala era amplia. Era una escuela. En las paredes haba mapas, pizarras, abecedarios, una estampa de la Inmaculada Concepcin, un crucifijo y una fotografa del Papa. Las mesas largas, azules, de pupitres, haban sido puestas a los lados, y, algunas, en la parte de atrs, tambin servan para sentarse. Delante haba bancos simples, sin respaldo, y sillas bajas de madera. En la pared del fondo se extenda una pantalla blanca. El cura anciano manipulaba un proyector de diapositivas. Mosn Javier y mosn ngel conversaban. A mi em sembla que ens podem menjar tran quillament uns quants metres, aprop d'aquella paret final i construir un bon escenari... S, s contestaba mosn Javier; aquesta escola s molt gran. El seor Alimbau se comprometa a levantar ese escenario con un mnimo de gastos: un gran tablado sobre caballetes y contrachapado delante' incluso habra concha de apuntador, bambalinas etctera. Al cura que hurgaba en la mquina proyectora, los chiquillos le gritaban: Mosn Borde, va. Venga, mosn Borde. A ver cuando se empieza, mosn Borde... La seora Asuncin crea que los chiquillos le Insultaban o que se tomaban excesiva confianza con l, pero result que ese era su verdadero nombre: Jos Borde. Llevaba muchos aos de capelln en el Asilo del barrio del Castell. La mquina era de l. Con ella distraa a los asilados y ahora a aquellos feligreses. Mosn Borde dijo: Luz! El seor Alimbau le dio a la llave que haba junto a la puerta y la sala qued a oscuras. Del proyector brot un foco luminoso excesivamente blanco. Se oy un clic, algo que se haba trasladado de un lado a otro, y en la pantalla apareci una estampa de colores de la Historia Sagrada. Isaac se apoyaba en el ara del sacrificio con el haz de lea sobre sus hombros, un ngel detena el brazo armado de Abraham y un corderillo asomaba entre unos arbustos. Eran unos colores brillantes. Mosn Borde cont la historia del sacrificio de Isaac y ponder la obediencia ciega de Abraham. No era detallista y slo contaba lo esencial. Otro ruidito y apareci otra vista. Jacob durmiendo al pie de la

escalera que llegaba hasta el cielo y los ngeles subiendo y bajando por ella. Explic lo que el dibujo representaba. Clic, y otra lmina. Jos vendido por sus hermanos. La seora Asuncin lloraba. Haca tiempo que no lo haba pasado tan divinamente. Viviendo en la Montaa, los das de fiesta y los domingos bajaba a misa a la ciudad. Por la tarde se quedaba en la barraca, en el huerto que tenan, o pasaba a las barracas de al lado, donde vivan sus cuadas. Bien en una o en otra barraca, o en la de ellos, o en la de algn otro vecino, los hombres jugaban al guite. Ahora haba descubierto un nuevo aliciente para su vida. Su hijo, Felipn Blasco, miraba encandilado. Nunca haba visto algo tan estupendo. A veces pareca que no estaba sentado junto a su madre y su hermana, entre las dems gentes, sino que se haba olvidado de todo y se hallaba en medio de aquellas personas de ligeras vestiduras y vividos colores, junto a los ngeles de alas rosadas y azules, unas alas que les llegaban desde la cabeza a los pies...

X

Era tarde cuando acab el esbarjo. Para la mujer y los nios, mucho. Les preocupaba el regreso por caminos que no conocan demasiado y a oscuras. Lo menos haban tardado tres cuartos de hora de la barriada hasta all. Ahora se daran prisa. La noche estaba muy negra y el trayecto escasamente iluminado; slo unas luces dbiles en los postes que las haba, a trechos s, a trechos no. La seora Asuncin el nio y la nia de la mano deca: Rezad conmigo: Santo Dios, Santo fuerte, Santo inmortal, lbranos, Seor, de todo mal... Los nios lo repetan. Y la mujer: Otra vez. Se animaba animndolos a ellos. En esto, en medio de la carretera, y antes de llegar al puente del ferrocarril, vieron un enorme bulto. Era negro y tena como dos jorobas Pareca la silueta de un camello echado en el suelo, de un camello como los que haban visir haca un momento en las vistas fijas de la Historia Sagrada. Un ruido estrepitoso sala del bulto y llegaba hasta ellos. Era un ruido metlico, clang, clang, como de choque de hierros. Felipe pens: armaduras; el dueo del camello derribado se defiende de sus atacantes. Los dos nios se pegaron a la madre. No tengis miedo. Vamos, otra vez: Santo Dios, Santo fuerte, Santo inmortal... Pero ella tampoco andaba tranquila. El miedo y las sombras cambiaban la silueta de lo extendido en el suelo. Procuraba serenarse y pensar qu poda ser aquello y a qu vena semejante estrpito. Se fueron acercando con precaucin y por el borde contrario del camino. Se trataba de unos montones de estircol. Haba un carretn volcado y un hombre, con una piedra, lo golpeaba, intentando arreglarlo. Pasaron sin decir nada y respiraron aliviados. El hombre ni les vio, y si les vio no les hizo ningn caso. Cuando llegaron a casa, el seor Antonio les dijo: Cmo venis tan tarde? Me tenais alarmado. Ahora pensaba: ira a buscarlos, pero adonde. Antonio, no te puedes imaginar qu bonito ha resultado todo ni lo contenta que estoy... El hombre haba encendido la hornilla de carbn, La mujer, mientras preparaba la cena, fue contando su hallazgo. El se haba pasado la tarde en casa del to Valeriano, jugando a las cartas con su hermano, con su cuado y con el to Chorra me cagen la chorra Chelva! adems de con el to Valeriano; jugando a las cartas y bebiendo de vez en cuando vasitos de aguardiente. El to Chorra era de Chelva. La seora Asuncin intent seducir a su marido. El domingo que viene te vienes con nosotros y vers cmo te gustar todo aquello y lo bien que lo pasars... Djalo, mujer; no me convencers. Esos curas que t dices sern muy buenos, aunque todava no los conoces bien, pero t sabes que el clero [es el culpable de todo lo malo que pasa en Espaa. No, yo eso no lo s. Eso son habladuras. Nada ms marcharos vosotros lleg la seora Misericoria. Esa es como t. Vena muy contenta a decirte que haba ido a misa por la maana al Castell. No lo sabas y mira qu cerca tienes otra iglesia. Como viera que su mujer se haba enfurruado un tanto, le dijo: T me conoces bien y sabes que yo no tengo nada contra Dios, los curas y sus iglesias. Yo no me meto en que t y los chicos vayis a misa. Pero a m djame estar... Los nios se caan de sueo. Medio cenaron y Asuncin los acost en seguida. Insisti en que su marido se acostara tambin, mientras ella recoga los platos, pues l, al da siguiente, deba madrugar. No, maana no trabajamos.

Estamos en huelga los de la construccin. No te lo he querido decir hasta ltima hora para no preocuparte. Por Dios y por tus hijos, Antonio, no te metas en poltica... Pero mujer, es que defender nuestros derechos es acaso meterse en poltica...?

XI

Los curas tenan la culpa de todo lo malo que pasaba en Espaa. Antonio Blasco medio lo crea as; su mujer no. El to Chorra opinaba que, fusilndolos, todo se arreglaba. La mujer del to Chorra no opinaba nada y todo le daba igual. Todos los vecinos pensaban como el to Chorra. O casi todos. Y sus mujeres. Disentan un poco en cuanto al modo de eliminarlos. Las mismas cuadas de la seora Asuncin estaban convencindose los cuados o maridos ya lo estaban-estaban convencindose convencidas ya de esta maldad de la Iglesia. La seora Misericordia no vea esta maldad; lo que vea era la maldad de la gente. El seor Valeriano deca que los curas eran todos unos granujas el Papa ms que ninguno que vivan sin trabajar, chupndole la sangre al pueblo. El Papa se preocupaba de la persecucin religiosa en Mjico, Espaa y Francia. Ya poda preocuparse de otras cosas, decan todos. Las mujeres crean que sus maridos tenan razn: el clero era as y as. Los maridos saban que la tenan. Lo haban odo decir a los compaeros. Y a sus lderes. Lo lean en la prensa. Era una razn palpable. A las objeciones de la seora Asuncin el cura de nuestro pueblo, el de tal sitio, el de ms all, sus cuadas slo decan: bueno, bueno... En el pueblo no haban credo en la maldad de los curas tan ciegamente. All, y luego de lo que haban ido enterndose, s. Otra cuada de la seora Asuncin, sta hermana de su marido, estaba de ama con un cura en Teruel don Rafael. Y ste qu... Nosotros no lo hemos tratado; la que lo trata es la Regina le contestaban sus cuadas. Pero cuando pasabais por Teruel lo ibais a ver... Y eso qu? Una cuada se llamaba Laura, otra Filomena y otra Remedios. La Remedios viva en la Ciudad. Con la Regina mal no se porta, en eso tienes razn. Y con nosotros tampoco aduca la Asuncin. Mujer... Las mujeres de las Modestas Casas, y en las aceras, se refocilaban leyendo La Traca. Se entusiasmaban con sus dibujos obscenos, sobre todo con aquellos en los que aparecan mujeres ligeras de ropa y curas metindoles mano. En uno de ellos se vea una jamona en viso, con medias negras y ligas con escarapela. Un cura grueso, con faz de bestia, bonete de picos sobre la pelambrera, se relama. En la sotana se le vea un bulto enorme, terminado en punta. Una gata se enderezaba como araando o acariciando la sotana. Al pie de la ilustracin se lea: Ay!, que se me empina la minina. Las mujeres se tronchaban de risa. A la seora Asuncin le ensearon el dibujo. No dijo nada. Enrojeci. Felipn, que lo alcanz a ver, se fij, ms que en otra cosa, en los pechos y medias de la mujer, y en que aquel cura trabucaire no tena nada que ver con los tres curas que viera el domingo. El to Valeriano era de Daimiel, provincia de Ciudad Real. En la acera de enfrente de la Casa del Pueblo se sentaban tres hombres y vigilaban. Uno de ellos era un sacerdote. El que se sentaba en medio era el hombre ms rico de la localidad. Tena bodegas y muchos pares de muas. Era dueo de todas las huertas que rodeaban Daimiel. Tena trenes enteros para mandar sus vinos a toda Espaa. El otro era un boticario. Tambin era rico. Haba dado dinero para regalar una bandera a la Guardia Civil. El cura no tena dinero, pero reciba regalos de todos los ricos del pueblo. Un hombre llamado Carranque de Ros cont todo esto en un libro titulado Cinematgrafo. Por lo visto pas por ese pueblo, puesto que cont ms cosas. A un hombre con la ropa destrozada la gente le volva la espalda hasta que se hallaba a unos metros de distancia. Las mujeres se

santiguaban a su paso y los nios se metan en los portales, pues este hombre, un cha, entr en la iglesia a tomar la comunin, y cuando ya tena la hostia dentro de la boca, la sac y la tir al suelo. Desde entonces nadie le dio trabajo y tena que dormir en una cueva fuera del pueblo. El hombre le haba pedido al cura perdn y lloraba delante de a gente, pero nadie haba querido escucharle. Y el hombre haba llegado a tener que comer hierba. Los que no queran comprometerse ante las fuerzas vivas de la poblacin iban de noche a la Casa del Pueblo. Los dems iban al Casino de los Obreros. Los ricos tenan otro Casino. El Casino de los Obreros estaba bien visto por los curas y los ricos de Daimiel. En la Casa del Pueblo haba una biblioteca. Los ricos les argumentaban a los trabajadores: Pero queris explicamos qu es lo que os produce la lectura? Acaso los libros os van a dar de comer? Adems, vuestros jefes socialistas son unos sinvergenzas. Es que no sabis que cuando van de viaje lo hacen bien acomodados en primera clase, y que cuando estn cerca de donde tienen que apearse se cambian a un vagn de tercera? El to Valeriano, en la ciudad de Barcelona se senta ms socialista que en el pueblo, pues en la inmensa ciudad nadie te fiscalizaba. Y en los barrios obreros las cosas iban un poco al revs que en el pueblo. All, si acaso, fiscalizaban ellos a los que iban a misa. Solamente discrepaba algo con algunos compaeros de tute y guite. Ellos estaban afiliados a la CNT. El era portuario y perteneca a la UGT. En el fondo todo es lo mismo argumentaba. Anda, calla y tira decan sus compaeros, que se cansaban de orle y verle con el naipe en la mano. En mi pueblo el cura no se meta en nada.-deca Antonio Blasco.

XII

La seora Misericordia, al da siguiente, fue a ver a la seora Asuncin. Seor Antonio, qu no trabaja? Estamos en huelga. La seora Misericordia resplandeca de jbilo. Antonio Blasco dijo a su mujer: Voy a hablar con mi sobrino y con el Nicanor a ver cmo va la situacin... El Nicanor era su cuado. Estaba casado con su hermana Filomena. Su sobrino era el Luis, hijo del Nicanor. El Nicanor y el Luis trabajaban en la misma cantera que el Antonio Blasco. El Luis Collado era un mozo apasionado y enamorado de sus ideas cratas. Vea en ellas el porvenir de 1a Humanidad, una Humanidad con hache mayscula. Haba llegado con sus padres del pueblo a la ciudad cuando tena quince aos, completamente analfabeto. Haba aprendido a leer en los ateneos libertarios y ahora, cuatro aos despus, tena una pequea biblioteca en su cuarto y su familia miraba con admiracin su sabidura. Sus primos Tobas, Norberto, incluso el pequeo Felipn sentan por l verdadero entusiasmo y veneracin. Mi primo, mi primo... Mi primo esto, mi primo lo otro..., decan a los dems chavales de la calle. No saban qu era ser crata, No los chiquillos slo, sino los mayores. Luis deca que era la supresin de la autoridad. Nadie es quien para mandar a quien. Le daban a la cabeza. Al asegurar que aquello era el anarquismo, lo entendan bastante mejor. Y los libros gordos de la biblioteca del Luis les infundan ms respeto que los delgados, sobre todo una Geografa universal, de Elseo Reclus. El cuado de Antonio Blasco, Nicanor Collado, era un hombre rubio, de ojos azules, de apariencia dulce. Era viudo cuando se cas con la hermana de Antonio Blasco. Antonio Blasco contaba lo siguiente muy a menudo: Siempre vena por casa y nunca deca nada, Un da le cog en la calle y le dije: o te le declaras a mi hermana o te marchas del pueblo inmediatamente. Elige! No s cmo se las apa, pero eligi. Nicanor sonrea y slo deca: Este Antonio... Nicanor ya tena un hijo de la primera mujer, el Luis. Antonio Blasco continuaba: Por eso quera casarse con mi hermana, para darle una madre a su hijo. La verdad es que el chico se lo mereca todo. Si no se lo llega a quedar mi hermana me lo quedo yo. La Filomena, oyndole, deca: Pero qu hermano ms loco que tengo! La Filomena quiso y segua queriendo como a un hijo de sus entraas al Luis. Una nia que vino despus, Artemisa, no le hizo menguar este amor. Para m los dos son iguales, no hay ninguna distincin. Incluso a mi Luis hago por quererlo ms para que vea que es ms hijo mo que si lo fuera de verdad. Luis miraba a su madrastra e, inesperadamente, exclamaba: Madre, madre! Y a la Filomena, entonces, se le esponjaba el corazn. Filomena era una mujer autoritaria. Nicanor, parte lea. Y Nicanor la parta. Con ms bro, hombre! Pero, Filomena, no la voy a partir igual? Antonio Blasco pregunt a su sobrino y a su cuado: Hay alguna novedad? A m me parece que ninguna contest Nicanor. Los carreteros tengo entendido que cargan arena en la playa como si tal cosa cont Luis, y eso habra que impedirlo. Vamos a acercarnos al Sindicato? pregunt Antonio. Yo creo que all no se nos ha perdido nada dijo Nicanor. Vamos, to dijo Luis. Y t dejas a tu hijo que se vaya solo? salt Filomena, que andaba por la casa con un odo en la conversacin. Mujer, va tu Antonio con l. Ay qu hombre, ay qu hombre! grit Filomena. La seora Misericordia resplandeca de jbilo. Seora Asuncin, que ayer, al fin, pude or misa. No se lo imaginara. En el barrio del Castell, en el

Asilo q'all hay. Me lo dijo la Pura, la de la pastelera. S, mi marido ya me lo explic... La alegra de la seora Misericordia se redujo un tanto. Asuncin le cont su descubrimiento de la parroquia del barrio y tres curas nada menos. La alegra de la seora Misericordia se redujo otro tanto. Pero en seguida se reanim. Ah! exclam, el cura del Asilo, con el que me confes, me pregunt dnde viva, y me dijo que a misa tena que ir a la parroquia y no all, que all slo deba ir en los casos apurados, cuando no me fuera posible ir a la misa parroquial, y que deba ayudar a los curas de esa iglesia. Asuncin cont que el cura prroco le haba dicho que deba llevar los chicos del barrio que pudiera, cuantos ms, mejor, y entonces se pusieron a hacer una especie de recuento. La seora Misericordia pens en llevar a sus hijos. Asuncin, sus sobrinos Tobas, Norberto, Basilisa y Artemisa. Su Luis, ya con sus aos Y mi Serafn? S, pero es otra cosa y sus ideas raras, no querra ir, y eso que l era muy bueno. Tambin podan llevar los hijos de la ta Limpiabotas. Quin es esa mujer? Mi vecina. La seora Asuncin se ech a rer, una risa breve y a dos tonos, como un gorjeo. Jija! An no s cmo se llama, pero como su marido es betunero... Pensaron en ms posibles y potables nios de la barriada. Cuando un da, en la parroquia, vieron a mosn Borde, la seora Misericordia dijo: Pero si es el cura del Asilo... Generalmente, muchos le llamaron ya siempre as: el cura del Asilo. Es mucho mejor que llamarlo del otro modo.

XIII

Antonio Blasco y su sobrino Luis Collado haban estado en un mitin y Antonio Blasco le contaba a su mujer: No te lo quera explicar, pues yo ya s como t eres. Pero tampoco me gusta ocultarte las cosas. Aunque t sabes que tenamos que ir. Si todos hiciramos como mi cuado, estaramos perdidos, nos avasallaran. Suerte que tiene un hijo que vale por l y por toda la familia. Ha hablado Durruti. Qu hombre! Si todos permanecemos unidos nadie podr con nosotros. Siempre le deca al escribano: Apunte usted con tinta gtica, seor secretario. A medio mitin se ve que avisaron que haba habido un chivatazo y llegaba la polica. Entonces, Durruti, ha dicho: Compaeros, dentro de unos instantes llega la polica. Los que tengan riones que se queden. Aqu hay armas para hacerles frente. Los que no, que se marchen. Yo tuve que sacar del brazo al Luis, pues se quera quedar... Felipn escuchaba a su padre con los ojos abiertos. Su padre le acariciaba la cabeza mientras hablaba. Cuando fuese grande le gustara ser como su primo Luis. Asuncin miraba a su marido con reproche y admiracin. Ten cuidado, Antonio, ten cuidado; que t eres muy loco... Mentalmente rezaba: Seor, que nunca le pase nada; l es muy bueno. Ya s que tienes como una obligacin de asistir a esos sitios; por ello yo no te digo nada. Ojal creyeras que el ir a otros sitios tambin era tu obligacin... Mujer, t ya sabes que a m la misa no me va. Antes te iba... Antes, antes... Antonio Blasco tambin le cont a su hermano Damin y a su cuada Laura sus impresiones sobre el mitin. Tobas, que escuchaba, pensaba como su primo Felipe. Cuando sea grande me gustara ser tan valiente como el Luis. Bueno, ahora tambin lo soy. El Luis, una vez que oy a su to la explicacin del mitin, le dijo: No, to; no deca con tinta gtica, sino con letra gtica. Bien; eso es igual. La seora Asuncin y la seora Misericordia haban hecho una lista de los muchachos que iban a llevar el domingo a la parroquia. Asuncin saba leer, pero no escribir, o escriba muy rudimentariamente. La seora Misericordia, s, aunque no correctamente. Aparte de sus respectivos hijos y de los sobrinos de Asuncin haban pasado lista y apuntado a los crios de la calle de una, una, y a los de la otra, otra. Luego haban hecho de misioneras, explicndoles lo que se divertiran aquel domingo por la tarde. Por la maana slo iran ellas a misa con su prole. Por la tarde arrastraran la chiquillera. Su plan de combate les pareca perfecto. Antes del domingo, algunos chiquillos, que se haban ilusionado, les dijeron compungidos que no iran. Mi madre no me deja... Artemisa, la sobrina de la seora Asuncin, dijo que tampoco ira. No te deja tu madre? No, ta; soy yo la que no quiero ir. Asuncin, a solas, llor.

XIV

El domingo por la tarde, la seora Misericordia y la seora Asuncin, con una patulea de nios, salieron de las Modestas Casas. Iban por la calle Lateral Uno y otros nios les gritaban: Beatos, beatos! La patulea les sacaba la lengua, haciendo: mmm, mmm, mmm... Y la seora Asuncin y la seora Misericordia chillaban: Quietos, quietos! Cuando llegaron al atajo que llevaba a la iglesia y echaron por l, descubrieron el loro. La patulea se amonton junto a la puerta del huerto y algunos metan la cabeza. Felipn y Asuncionica haban sido los informadores. Todos gritaban: Lorito real, lorito real, y uno preguntaba: A cmo van los huevos?, y otro contestaba: A real, y todos volvan: Lorito real, lorito real, hasta que sali la duea y grit: Fuera, fuera de aqu, y cogi la jaula del loro y se la llev hacia la barraca que se vea dentro detrs de una glorieta de enredaderas: cuando comprob que la puerta del huerto no poda atrancarla bien. La seora Asuncin y la seora Misericordia dijeron: Poneros en fila que os contemos. A los de la patulea, esto, les hizo gracia. Se crean soldados. La seora Asuncin y la seora Misericordia saban que tenan que contar diecinueve incluyendo sus retoos. La patulea iba blanca de polvo, sobre todo las piernas, de tanto como haban trotado por el camino que vena despus del puente. Estaban los diecinueve. Felipn y Asuncionica, dos. Sus primos Norberto, Tobas y Basilisa, cinco. Norberto era un chico grandulln, con unas piernas peludas y muslos gruesos asomando por el corto pantaln, y se senta un poco azorado entre la patulea. Rmulo y Zita, los hijos de la seora Misericordia, siete. Rmulo era un chico con los labios morados, pues padeca del corazn. Su madre tena que vigilarle continuamente para que no corriera. Zita era una chiquilla desgalichada, estiraducha, con la boca torcida. La seora Misericordia tena dos hijos ms, stos ya mayores, que no iban aquella tarde con ella, un chico y una chica. El chico, llamado Serafn, era un mozo paliducho, de facciones tan correctas que haca exclamar a las mujeres de la calle: Se llama Serafn y talmente parece eso: un serafn. La chica se llamaba Magdalena. Tambin era muy guapa, y aunque su madre no quera, se pintaba y emperifollaba extremadamente. Las vecinas le daban a la cabeza y todas le presagiaban mal camino y mal final. La seora Asuncin le deca a la seora Misericordia: Cmo le Consiente usted que se apitone de ese modo, igual que si fuera una mala mujer? La seora Misericordia le daba a la cabeza. Ay, vecina! Dios quiera que su hija no le salga como la ma. Nada podr usted hacer. Del Serafn s que estoy contenta. Estudioso, trabajador, todo lo sabe hacer. Es lo que dice su nombre: un ngel del Seor. Y stos, stos tambin son buenos. Rmulo bajaba los ojos y Zita torca ms la boca. Rmulo y Zita, siete. Mi Serafn ir a la parroquia, ya lo ver usted. Con esta patulea no ha querido venir. Pero mi Magdalena no ir. Esa es una pecadora. Esa, con otras amigas, anda igual que nosotras, pero al revs: buscando un baile en lugar de una iglesia. Francisco Boix, ocho. Boix era un zagaln morrudo y nadie de por all saba pronunciarle bien el nombre. Boich, Boig, Boch, Box, Bos, Boc... Alguien haba dicho que boig, en cataln, era loco, y le gritaban, a veces: Loco, loco! Sonado! Y tambin: Morrudo, morrudo; morros de figa! Los dos Planas, diez. Uno de ellos ya trabajaba; el otro era muy pequeo, un prvulo, pero siempre iban juntos. El Custodio y el Gustavito, doce, ambos hijos de la ta Limpiabotas. Los Rales, que aunque slo iban dos

eran tres hermanos, catorce. El Casimiro casi miro pero no veo! Europeo que se enfadaba mucho cuando le llamaban eso, quince. Casimiro Europeo y los Rales vivan en las casitas de los ferroviarios, pero se largaban a jugar a las Modestas Casas con el Norberto y el Tobas y stos los haban engrescado (entusiasmado) para que fueran con ellos aquel domingo adonde iban. Y el Bartolo, el Diego, el Jesusico y el Miguelico, diecinueve. Estos cuatro eran de la calle de la seora Misericordia. El Diego se llamaba Santiago, pero su abuelo dijo que se llamaba Diego, como l, y gan. Al Miguelico, algunos, le llamaban Sardineta. La seora Asuncin y la seora Misericordia contaron. Estaban todos. Ay! Se llevaron la mano derecha al pecho; el rostro les irradiaba satisfaccin. El Jesusico grit: Fiiiirmes! Y luego: De frenteee! Maaar! Y los dems, todos menos el Norberto, empezaron a cantar: Uno, dos, uno, dos, tres, cuatro; un, dos, un, dos; hop, hop, hep, aro! Y as, haciendo la instruccin y levantando polvo, irrumpieron en la explanada de la iglesia. Mosn Javier, les vio llegar. Miraba la escena con las cejas enarcadas y diversas arrugas en la ancha frente. Cuando la seora Asuncin y la seora Misericordia se adelantaron luego de gritar nuevamente a la patulea: Quietos, quietos!, era como si estuvieran dando el parte o novedad. Padre, son de por all nuestra barriada... A mosn Javier se le serenaron cejas y frente; extendi las manos, las agit como quien aventa trigo, y grit: A jugar, a jugar! La patulea rugi entusiasmada: Eeeeeaaaaa! Y se lanz desbocada a la busca de los juegos por all esparcidos y al encuentro de los dems chicos. Hubo alguna trifulca, pero mosn Javier la calm: Portaros bien, que luego habr cine. S? Oooolee! Despus del rosario pasaron al saln del esbarjo. El seor Alimbau, igual que la vez pasada, cuidaba de la puerta. Un hombre con la frente muy ancha manejaba una mquina cinematogrfica Path-Baby. Era una frente amplsima, ms que la de mosn Javier, en ngulo agudo, con algunas sutiles arrugas, una frente hermosa. El nombre de este hombre era el de Campos. Jos Mara Campos Verdes. Seor don Jos Mara Campos Verdes. Pon Jos Mara Campos. Seor Campos. Pero qu nombres ms raros tienen estas per sonas deca siempre la seora Asuncin. El cura viejo, mosn Borde, el seor maestro, seor Campos Verdes, Ni que lo hicieran aposta... La seora Misericordia alargaba el labio inferior y mova la cabeza arriba y abajo. La pelcula que se proyectaba se llamaba Los Nibelungos (Ufa-film), y era muda. En algn cine de la ciudad la haban hecho sonora; alguno que otro de la patulea y de los otros muchachos la haba visto, y as lo aseguraba, y la iba explicando a los que tena al lado, e iba causando su admiracin.! En la pelcula, el chico, que se llamaba Sigfrido, se bata con un dragn y le ganaba. Entonces se baaba en la sangre del dragn y se transformaba en un hombre invulnerable. Pero el dragn, antes de morir, le sacuda un coletazo a un rbol y una hoja del rbol caa sobre la espalda de Sigfrido, y la sangre del dragn no tocaba el rodal de la hoja, y Sigfrido slo poda pringarla por ah. Entonces, un tipejo con un prpado cado sobre un ojo le deca a la esposa de Sigfrido que le marcara ese sitio peligroso de su media naranja, para vigilar que nadie le hiciera nada, y entonces, la infeliz de la mujer, se lo tragaba, eso de protegerlo y guardarlo, y entonces, cuando la infeliz de la mujer le marcaba una cruz en la ropa de su marido, justo donde estaba el trocito de carne que cubri la hoja de tilo, todo el pblico haca: Buuuuu!, pues ellos no eran tan infelices. Y entonces, al final de la pelcula,' Sigfrido iba a beber agua a una fuente, y el to del prpado estrambtico le arrojaba una lanza y se la clavaba en las costillas y lo mataba, y entonces la mujer lloraba y juraba darle para el pelo al to del prpado en cuanto pudiera, y esto lo juraba sobre el cadver de Sigfrido que los guerreros brbaros haban colocado encima de unas parihuelas. Y entonces se acab la pelcula y se encendieron las luces y todo el mundo

aplaudi mucho rato, y el seor Campos dijo que el prximo domingo echaran otra pelcula que sera la segunda parte de aquella que haban visto, en la que veran que Crimilda, as se llamaba la mujer de Sigfrido, le vengaba, y toda la chiquillera volvi a aplaudir y a patear el suelo, y a repetir entre ellos: Lo vengar, lo vengar, notando que se les iba el mal gusto de boca que teman, y la pelcula, al domingo siguiente, se titulaba La venganza de Criemilda, pero todos decan Crimilda en lugar de Criemilda. La seora Asuncin y la seora Misericordia y la patulea regresaron muy tarde a casa, de noche ya. Sufran. Vecina, qu tarde se nos ha hecho... Andemos de prisa. Va, va... El seor Antonio tena el ceo hosco. No lo hagas ms le dijo a su mujer. El qu, que no haga ms. El llevarte los chicos que no son tuyos. Pero si sus madres lo saban... Pues aqu han venido varias furiosas. Adems, yo slo llevaba algunos de ellos; y stos, sus madres me los haban confiado. Pues los llevara la ta Misericordia... Tampoco! Algunos se vinieron con nosotras porque quisieron. Bueno, pues a m me han venido a reclamar, y al marido de la ta Misericordia, como est as, no. La seora Misericordia tena, desde haca unos aos, al marido baldado en un silln. Ella lo lavaba, lo peinaba, le daba la comida, lo limpiaba, lo sacaba al sol o a la sombra, y cuando se marchaba a sus devociones, le dejaba una botella de agua al lado, el orinal y la merienda. Pero al da siguiente, las madres que se enfadaron y discutieron con ella la seora Asuncin quedaba en una esquina a trasmano; adems cerr la puerta cuando oy despotricar le restregaron por los morros sus beateras. Ms le vala cuidarse de su marido en lugar de tanto beatear... Ms le vala acostar a su marido temprano en la cama que estar por ah de noche, quin sabe si ella s que acostada, pero con el cura. Pues mis hijos, malos ejemplos no los tienen que ver, conque ya no irn ms a la misa, descuida.' Habladuras en torno a la seora Asuncin no hubo ninguna. Su marido era un hombre serio. Impona respeto. No hablaba, pero haca. Pocos das antes, el seor Eduardo le estaba pegando con una correa a su Pepe. El seor Antonio Blasco y el seor Eduardo haban hecho mucha amistad. El seor Antonio le dijo al seor Eduardo: No le pegues al muchacho... Como le siguiera zurrando, le cogi la mueca, se la apret y el otro dej caer la correa al suelo. El Pepe gimoteaba: Es que mi padre, a veces... De tu padre no casques ni as. Con el pulgar y el ndice, como unas pinzas, el seor Antonio se apret los labios. Ahora coge la correa y dsela a tu padre. Me pegar. No te pegar porque esas no son maneras de pegar a un chico. El Pepe cogi la correa y se la entreg a su padre, quien se sujet de nuevo con ella los pantalones. Al domingo siguiente no fueron a la iglesia ni el Bartolo, ni el Diego, ni el Jesusico, ni el Miguelico. Pero fueron otros. Y la ola se escamp, y fueron ms chicos, y volvieron a dejar de ir stos y aqullos, y aqullos y stos y los de ms all se incorporaron a su vez, y hubo flujos y reflujos, y de otras barriadas tambin iban o dejaban de ir, segn, pues la noticia de unas diversiones y unos curas as o as, era una noticia que se transmita de un modo misterioso y selvtico por la jungla de los barrios.

XV

Y pensar que cuando vine aqu stos me quisieron matar... Me recibieron con una nube de piedras que oscureca el sol, como las flechas de los persas en el paso de las Termpilas, que decamos en la clase de historia, no s si usted se acuerda de esa leccin... Estos? Mosn ngel seal a la patulea dispersa. En mi fuero interno me deca tambin aquello de: mejor, pelearemos a la sombra; pero luego me acometieron ganas de huir... Aquel domingo, pese a las deserciones, eran algunos ms que el anterior. Y hu. Entre los nuevos estaba Serafn, el hijo mayor de la seora Misericordia, que no jugaba ni corra, sino que fumaba un pitillo y le daba pataditas a las piedras del suelo, paseando arriba y abajo. Mosn Javier y mosn ngel, desde la acera de la rectora, los brazos cruzados, observaban el bullicio y movimiento de la explanada. No; stos, no contest mosn Javier a mosn ngel. Todos ellos son de un barrio reciente que leemos que ir a visitar algn da. La mayora son murcianos. Es un barrio que en cuatro das ha adquirido muy mala fama. Ya le digo, sos, los que vinieron la otra vez y esta con aquellas dos buenas mujeres, no fueron quienes me apedrearon, pero slo porque no estaban, que si no, igual, no hay que hacerse ilusiones. Pero si sos no, aqul, aqul y aqul, s. Seal con la cabeza unos cuantos vndalos. La tieta es va espantar como una mala cosa... Los dos curas, entre ellos, hablaban en cataln. Con mosn Borde hablaban en castellano. Mosn Borde era aragons. Seal con la cabeza unos cuantos vndalos. Estos vndalos, en un campo cercano, un campo sin desbrozar, arrancaban matas silvestres. Las matas eran como unas varillas un tanto leosas en su base. AI ser arrancadas llevaban en sus races enormes pellas de barro. Las volteaban y se las lanzaban entre ellos. Divididos en dos bandos y a ambas orillas de una acequia, guerreaban. Un muchacho espigado, con boina y pantaln de pana ancho, saltaba de una orilla a otra velozmente y era el que ms blancos consegua entre sus enemigos con las pellas de barro. A veces estaba tan encima de su rival que, en lugar de lanzar la mata, como un dardo, le golpeaba con ella, sin soltarla, como con una cachiporra, hasta que la tierra se desprenda de sus races. Y huy? S. Fui a pedirle al obispo que me sacara de este infierno. Cuando mosn Javier lleg a la Parroquia del Castell acababan de proclamar la Repblica haca tan slo unas semanas. Era en mayo, me parece que mayo, s, mayo del ao pasado, cuando llegu. As ha estado mucho tiempo usted solo, sin vicario... Imagine. Usted es el primer vicario que tengo, ya lo sabe. Y usted lleva aqu escasamente un mes... No, dos. Pues casi un ao sin vicario. Mosn Borde ya vena por aqu. A los otros curas ya les ayudaba, o por lo menos al ltimo... Ninguno de ellos creo que lleg a tener vicario. Pero esto ha crecido, y an crecer ms... Antes de mosn Javier Oriol haban habido dos sacerdotes. O mejor dicho: l tena noticia de dos sacerdotes, le pareca que dos. Y que ambos haban durado muchos aos. El primero, veinte y pico; el segundo, diez o doce. Desde la fundacin de la tenencia haba habido cura fijo a intervalos irregulares; en las pocas que no lo haba se acercaba de vez en cuando domingos y fiestas y algn da entre semana un capelln de la parroquia de Sant. Estas cosas mosn Javier no las saba muy bien. No le preocupaban. No preocupaban ni a l ni a nadie. El sacerdote anterior a mosn Javier Oriol se llamaba mosn Antn. Nadie recordaba su apellido. Del que haba antes de mosn Antn ya nadie tena noticia. Se haba borrado de la

imaginacin de la gente del contorno y pareca que se perda en la noche de los tiempos. Mosn Antn era un cura viejecito, grun, muy rondinaire, decan los que le haban tratado. Tambin era muy tradicional. Con la cada de la Monarqua tuvo que salir como aquel que dice prcticamente huyendo de la parroquia. En la escuela y en el catecismo, los nios, con msica de la Marcha real, cantaban: La Virgen Mara, es nuestra protectora, nuestra defensora, no hay nada que temer. Vencer al mundo, demonio y carne. Guerra, guerra, guerra, contra Lucifer... Se haba proclamado la Repblica y l continuaba cantando y haciendo cantar esa cancin. Sostena que en ella no haba nada que fuera poltica. La gente empez a llamarle monrquico, a abroncarlo, a insultarle cuando le vean... Se asust y pidi el relevo. Mosn Javier Oriol haba estado de vicario, al salir del Seminario, en una parroquia o dos de lo alto de la Ciudad, en las zonas aristocrticas y distinguidas. Luego fue destinado, ya coma titular a un pueblecito de la alta montaa, un pueblecito pays, de pocas casas, llamado Palausagrera. Al quedar vacante la iglesia del Castell, el obispo le mand llamar. En aquel barrio de rompe y rasga se le rebajara su catalanismo. Mira, tengo una cosa para ti muy dura; eso si t te conformas... Mosn Javier Oriol dijo que s, que s. El, precisamente, quera ir adonde se tuviera que trabajar y luchar denodadamente. Haban sido muy largos los aos de soledad, inactividad y aburrimiento en el pueblecito. La misma tarde en que lleg comenzaron a apedrearle la rectora. Eran los mismos chicos de la escuela parroquial. El maestro, un tal don Fadrique, les dio varios pescozones, y los chiquillos le dijeron: Usted tambin es un monrquico. A estos guerrilleros se les unieron otros arrapiezos de Calafals. Estos no iban a escuela ninguna porque aparte de la escuela de la misa no haba otra. A revueltas con ellos iban los nios que asistan los domingos al catecismo bajo la frula de mosn Antn. Pasaban en bandadas y lanzaban nubes de piedras contra la casa rectoral, rompiendo los cristales de las ventanas. El cerraba puertas y postigos, pero era peor. Entonces se estacionaban enfrente gritando sin parar. Su ta, la tieta, estaba espantada. Don Fadrique, y una hermana suya, acabadas las clases, se iban de Calafals; cogan el tranva 18 y se largaban a la ciudad, donde tenan su domicilio, contentos de haber acabado la jornada con aquellos energmenos. El ambiente republicano era propicio a estos instintos anticlericales. Los padres no frenaban estos apedreamientos de sus hijos. Indiferentes, les dejaban; incluso algunos, los incitaban. El da 11 de mayo de 1931, y a consecuencia de una alharaca promovida por oficiales del ejrcito y aristcratas monrquicos, eufricos por la publicacin de una carta pastoral del cardenal Segura, se haban producido disturbios en la capital de la nacin. La iglesia de los jesuitas de la calle de la Flor, en el centro de Madrid, fue arrasada en plena maana. En sus muros ennegrecidos y requemados se haba escrito en grandes letras: 'La justicia del pueblo contra los ladrones'. Algunos conventos e iglesias de Madrid fueron incendiados tambin aquel mismo da. En poco tiempo otros incendios de edificios religiosos se produjeron en Andaluca, especialmente en Mlaga. Toda Espaa empez a alarmarse. No haba habido ningn muerto, aunque varios frailes estuvieron a punto de perecer. Pero aun sin vctimas se pens que la Repblica haba manchado el xito conseguido. El gobierno censur pblicamente a los monrquicos por haber desencadenado las violencias y suspendi no slo ABC, sino tambin El Debate. El nuevo ministro de la Guerra, Manuel Azaa, dijo en el primero de sus temerarios obiter dicta que prefera que ardieran todas las iglesias de Espaa antes de que fuera ofendida la persona de un solo republicano. (Hugh Thomas, La guerra civil espaola.) Mosn Javier cerr la iglesia y rectora y se fue a la ciudad. Regres solo, al cabo de unos das, sin la tieta, pero los nimos de los crios no se haban calmado.

Si no piedras, insultos. No resisti ms y se fue al Obispado. Mire; yo crea que era valiente, pero ante el panorama me he acobardado. Tan pronto? dijo el obispo. Acaso surgen dificultades respecto al idioma? Entonces volv le dijo mosn Javier a mosn ngel. Y mosn ngel no se atrevi a preguntar si fue la ltima pregunta lo que le espole ni si fue el orgullo o amor propio lo espoleado. Los domingos siguientes, algunas personas de las que iban a misa, entre ellos el seor Alimbau, se enfrentaron con aquellas bandas de chavales. A algunos les amenazaron con decrselo a sus padres que nada saban de estas andadas. Algn zagaln plant cara, pero los ms pequeos no le secundaron. Ciertos hombres del Centro de Esquerra Catalana de Calafals llamaron la atencin sobre el particular a los padres de los mocetones ms agresivos. Los curas seran lo que fuesen, pero a aquel individuo mosn Javier, como hombre haba que respetarlo. El muchacho espigado, de boina y pantaln de pana, abandon la lucha de matas y barro y se acerc adonde estaban los dos curas. Una pernera del pantaln se le haba descosido de arriba abajo. Fue y se la arremang. Luego se plant ante los sacerdotes. Se llev la mano abierta a la sien e hizo una especie de saludo militar. Los dems contendientes haban dejado de luchar y le miraron y rean sin cesar. El muchacho, luego del saludo, imit la trompeta. Se puso el puo izquierdo encima de la boca y el derecho lo alargaba y encoga como si manejara un trombn de varas. Con la boca haca: Ta-tara-ta, ta-tara-ta... Este Sivera es un ganso dijo mosn Javier riendo. Sivera sali galopando, aull y se lanz otra vez al campo sin desbrozar, entre sus compaeros. Se abraz a uno de ellos y rodaron por el suelo. Este Sivera fue uno de los que ms piedras me tir al principio dijo mosn Javier. A ver si otro da le cuento cmo me met a estos muchachos en el bolsillo. Aunque ya se lo imagina, no? Con paciencia y suministrndoles esas clases de juegos que en su casa saba que no tenan... La primera vez que les lanc en medio del grupo que formaban una autntica pelota de reglamento se volvieron locos chutando. Desaparecieron detrs de ella y la di por perdida. Pero mucho ms tarde volvieron. Tenga, gurdenosla usted, dijeron. Mosn Javier mir el reloj, bati palmas y grit: Vamos, vamos! Recoged los juegos! Al rosario, al rosario! Mosn ngel agarr de un brazo a un arrapiezo que cruzaba cerca. Busca un monaguillo y dile que he dicho yo que toque la campana, corre!

XVI

La huelga de la construccin dur unos cuatro meses. Luis Collado estaba en la crcel. Los carreteros, pese a la huelga, haban cargado arena en la playa y l haba intentado impedirlo junto con otro jovenzuelo, el Victorio, a quien tocios llamaban Vitorio, sin la c. Los hombres tendramos que morirnos de vergenza haba dicho Antonio Blasco a los compaeros de la barriada, y a los del trabajo, mientras senta un enorme gozo por tener un sobrino as. Tenamos que haber hecho nosotros lo que han hecho esos dos crios, porque en realidad son dos crios... A Felipn lo llevaron a la crcel a ver a su primo Luis. Haba una doble reja con tela metlica, y por el pasillo que formaban estos dos enrejados, se paseaban los guardianes. Haba como unos compartimientos y cada preso ocupaba uno de aquellos locutorios. Por turno se asomaban los visitantes. A Felipn le cogi su padre en brazos y se lo mostr al Luis. Haba que gritar para hablarse. El Luis, con la barbilla, seal su pierna derecha. Cundo te ponen el hierro en el pie? Felipn Blasco enrojeci y no contest nada. Su padre pregunt: Os dan bien de comer? Luis hizo un encogimiento de hombros que no era ni s ni no. En seguida se apartaron y ocup el puesto junto a los barrotes y alambradas la madre de Luis ta Filomena. Luego ocup su puesto to Nicanor y parece que prima Artemisa. En el compartimiento de al lado estaban los familiares del Vitorio. Luis estuvo en la crcel un mes. El Vitorio, tambin. Los soltaron inesperadamente, y cuando llegaron a la barriada todo el mundo corri a abrazarlos. Felipn tambin se mezcl entre los que rodeaban a su primo. Ta Filomena lloraba, y la madre de Felipn, Asuncin, y ta Laura. Felipn pasaba inadvertido, pero una de las veces Luis le puso la mano en la cabeza y Felipn se estremeci. De todos modos, y de cuando estuvo en la crcel a ver a su primo, Felipn slo se acordaba de que le haba sealado su-pie defectuoso, y esto le trastornaba y procuraba olvidarlo. Asuncin le haba hablado a mosn Javier de la huelga y de lo mal que lo estaban pasando y de que haban detenido a su sobrino Luis. Mosn Javier le daba a la cabeza y no deca nada, Respecto a Luis nicamente coment: Si hubiera frecuentado la parroquia y no se hubiera metido en poltica, eso no le habra ocurrido... Eso es lo que digo yo haba contestado la seora Asuncin. Pero mi cuada no es como yo. Su cuada Filomena haba ido una vez a un mitin o reunin con su hijo Luis. Se present la polica y, al desalojar la sala, fueron cacheando a los asistentes. Filomena se meti rpidamente en el seno una pistola que le alarg su hijo, no saba si de l o de un compaero, y cuando en casa se la devolvi no se lo quiso preguntar. Mosn Borde deca, respecto a los huelguistas, que deban tener ms resignacin de la que tenan. El premio eterno, luego, sera mayor. Los ricos bastante trabajo tendran para poder entrar en el cielo. Mosn ngel aclaraba que l no entenda nada de aquellos los de poltica. El slo quera que vinieran chicos y jvenes a la parroquia. Nada ms. Saba, porque se lo haban explicado, que anarquismo, socialismo y comunismo eran malas cosas, y que la Iglesia iba a la cabeza de las reivindicaciones sociales mediante su encclica Rerum Novarum. No necesitaba or nada ms. Mosn Javier pensaba que tena que haberse acercado a la barriada de las Modestas Casas, donde radicaba el mayor nmero de huelguistas, y haber entablado contacto con ellos, mas no se atreva. No hubiera sido bien admitido. El cura no tena aceptacin entre ellos. No quera

creer en las razones que esgriman al manifestar su desconfianza hacia el clero y achacaba esta animadversin a la suspicacia que contra ellos despertaban los ateneos y los libracos de sus bibliotecas. Pensaba tambin que poda haber ido a visitar a la familia de la seora Asuncin. Pero aquella barriada estaba tan lejos que no vala la excusa de hacerse el encontradizo: pasaba por aqu y... Mosn Javier le busc una casa para ir a hacer faenas a la seora Asuncin. Se trataba de un fabricante de juguetes que l conoca. Muchas mujeres de los huelguistas buscaron en la Ciudad casas donde ir a lavar ropa o a fregar suelos. Ester, prima de Felipn Blasco, la hermana mayor de Norberto, Tobas v Basilisa, se fue a servir. Acabada la huelga, algunas mujeres dejaron de hacer faenas, pero la mayora siguieron hacindolas. La familia del fabricante de juguetes le haba tomado cario a la seora Asuncin y ella a ellos, pues eran muy buenos, deca, y continu yendo a esa casa tres o cuatro veces por semana. Felipn y Asuncionica la salan a esperar al paseo cuando calculaban que ya regresaba de su trabajo, ya que siempre les traa algunas chucheras que los seores le daban para ellos. Para Felipn y Asuncionica sobre todo para Felipn eso de los seores era una nebulosa radiante que les hubiera gustado conocer. Felipn no supo cmo acab la huelga, si su padre y los otros consiguieron lo que pedan, pero esto no le preocupaba. Mosn Javier ayud a un huelguista anarquista que viva en la carretera Agrcola, cerca de Calafais. Le habl de l Sivera, el muchacho que haca el ganso. Que venga a verme le dijo mosn Javier. Oh, no!; l no vendr. Primero le pas ayuda a travs de Sivera y luego fue l personalmente a visitarle. Nunca le pregunt nada respecto a su ideologa. De todos modos tena como una sensacin viscosa de que pecaba ayudando a aquel hombre cuya ideologa era atea y enemiga de la Iglesia. Esta ayuda al anarquista fue muy comentada por los del Centro de Esquerra Catalana, predisponindole favorablemente hacia el cura. No gust tanto a los del Ateneo Libertario. Algunos socios de esta entidad criticaron acerbamente al anarquista, quien no tena que haber aceptado nada de un cura si hubiera sido fiel a su ideologa. El anarquista deca: Bueno, yo, anarquista, anarquista, no s si lo soy. Yo tengo mis ideas, eso s. De todos modos"! mis hijos tenan que comer, no? Al Centro de Esquerra Catalana de Cal Alfals le llamaban el Casal de L'Avi[3]; al del barrio del Castell, La Nova Sang. La mayora de sus afiliados, aparte de catalanes, eran botiguers (tenderos), pequeos artesanos o menestrales, empleados, oficinistas de las fbricas, gente con algn cargo burocrtico o administrativo...

XVII

Al cabo de un ao de (la) proclamacin (de la Repblica), se haban edificado 7.000 nuevas escuelas, y otras 2.500 entre abril de 1932 y el mismo mes de 1933. La barriada de las Modestas Casas ya naci con una de estas escuelas; en Calafals se levant otra en seguida. A estas escuelas las llamaban los colegios del Ayuntamiento. Las escuelas elementales de la Iglesia habran de cerrar sus puertas el 31 de diciembre de 1933, y los colegios de segunda enseanza y las universidades tres meses antes[4]. Mosn Javier Oriol fund una escuela en Cal Afals un tanto desligada de la parroquia. Lo hizo en previsin de ese decreto que hara desaparecer las escuelas religiosas. Le ayudaron en ello sus amigos de la Ciudad; sus amigos de la Ciudad, que decan: Tenemos que atraernos a esta gente, o llegarn tiempos en que se nos comern... Y otros: La ciudad duerme alegre y confiada y de espaldas, y algn da... Esa gente de la Ciudad iban a Nuestra Seora del Castell a catequizar, que para ellos era lo mismo que evangelizar o misionar. Entre ellos haba los hermanos Campos, el seor Guillem Net, que era miny de muntanya (chico de montaa) o escolta (escultista), los seores Bofill, Bosch, otros, algunas seoritas, como la seorita Martina... La mayora de ellos procedan de la parroquia de los Santos Cosme y Damin de la que era feligrs mosn Javier Oriol antes de ser ordenado. La escuela que mont mosn Javier en Cal Afals se llamaba Escuela Popular. Estaba situada junto al bar de Los Canaritos, en una nave que haba servido de almacn. El maestro era el seor Jos Mara Campos Verdes. Haba tambin una seorita o maestra que se cuidaba de las nias y prvulos. Ambas clases estaban separadas por un tabique de cartn grueso que no llegaba hasta el techo, pero que tena unos dos metros de altura. En la Escuela Popular se pagaban un tanto no muy alzado. La escuela del Ayuntamiento era gratuita. La gente de Calafals crea que, siendo gratuita, no ensearan nada. Y los distinguidos, o los que se crean distinguidos, aparte de los que queran que sus hijos recibieran una educacin religiosa, mandaban sus vstagos a la Escuela Popular, Otros nios asistan a esa misma escuela por contagiosa emulacin de sus padres, quienes no queran que sus hijos fuesen menos que los que a ella acudan. Adems, el seor Campos era un maestro pese a que muchos decan que no tena ttulo de una personalidad arrolladora ante los muchachos, y los alumnos le estimaban de un modo rayano en la veneracin. En las Modestas Casas sucedi lo contrario. Slo haba una escuela en la barriada de al lado, la Colonia Can Butifarra, un grupo de casas de alquiler que las construy uno que era butifarrero. En esta escuela se pagaba, siendo una escuela srdida y ruinosa donde el maestro tena un largo puntero y a los castigados les colocaba unas enormes orejas de burro. La mayora mandaron sus chicos a la escuela del Ayuntamiento. No se paga y mejor, decan. Los nios del Castell tambin iban a ella. Mosn Javier Oriol haca unas cuantas visitas a la semana a la Escuela Popular. Los nios, al verle entrar, se ponan en pie respetuosamente. El seor Campos deca: Sentadse, sentadse, y le besaba la mano a mosn Javier. Mosn Javier estaba un rato con los nios explicndoles religin. De todos modos haba ms peticiones que plazas, en dicha escuela, y muchos nios iban a la del Ayuntamiento, donde haba ms aulas, profesores y puestos, y otros no iban a ninguna escuela y vagaban todo el da por los campos y calles. La escuela del Ayuntamiento de Calafals se llamaba Grupo Escolar de

Enrique Prat de la Riba, y la de las Modestas Casas, Grupo Escolar de Pi y Margall. Los moradores de las Modestas Casas no saban pronunciar este nombre Pimargal, decan, pero los nios de la escuela, s. Mosn Javier Oriol nunca sinti una particular devocin por la escuela parroquial. El hecho de que tuviera que desaparecer increment este poco apego hacia ella. Adems era una escuela caduca, difcil de remozar o hacer que asimilara nuevas corrientes didcticas. La escuela parroquial era, en esencia, don Fadrique y su hermana, y nadie ni nada ms. Don Fadrique se cuidaba de los nios y su hermana de las nias. Don Fadrique era un hombre que crea en la mxima de que la letra con sangre entra. Y la pona en prctica. Cuando se enter de la ley o disposicin que eliminaba las escuelas de la Iglesia le entr algo as como un raro patriotismo escolar y decidi prolongar su estancia hasta el ltimo da de clase. Este sbito fervor estaba animado por el hecho de que mosn Javier, cuando los vio tan viejos la hermana tambin lo era, y con una incierta jubilacin, renunci a su parte de sueldo como director de la escuela, y todo lo que se cobraba a los alumnos era para ellos dos. Estos alumnos eran prvulos; patufets, les llamaba la gente. Pero crecan y seguan all vegetando, hasta que no saban qu hacer con ellos de tanta guerra que daban. A esta escuela la llamaban el colegio de los culaires. El nombre era una contraccin de cul al aire (culo al aire), pues siempre andaban con los pantalones abajo pidiendo pipi o caca. Esta escuela estaba dividida por un tabique de panderete. Mosn Javier consigui que don Fadrique y su hermana consintieran en derribar este tabique y sustituirlo por una especie de largo biombo de madera. De este modo les quedaba una enorme sala para las sesiones de esbarjo dominicales. Tambin podran levantar un escenario teatral en una punta de la sala. Don Fadrique, desde que mosn Javier haba renunciado a su paga, andaba suave como un guante. En la Escuela Popular las nias asistan a clase solamente hasta los nueve aos. Las mayorcitas pasaban a un colegio regido por damas pas que tena, adems, una capilla, y, a veces, mosn Javier o mosn ngel les decan misa en esa capilla. En las escuelas del Ayuntamiento los nios y nias no solamente iban juntos a esas mismas escuelas, sino a las mismas clases, y se sentaban en la misma mesa, unas mesas planas de cuatro puestos, con los alumnos sentados frente a frente, en lugar de pupitres donde el estudiante siempre estaba cara al profesor y la pizarra, como suceda en la escuela parroquial, en la Escuela Popular y en la de las damas pas y devotas. La escuela de estas damas se llamaba la de la Sagrada Familia. Los nios y las nias de las escuelas del Ayuntamiento ensayaban danza y canto. Felipn Blasco Muoz tena de pareja a una niita de aspecto raqutico y el pelo rizado como una negra. Cuando danzaban se mora de vergenza, por su pie y por que la nia, muy cariosilla, al ver sus dificultades, le deca: T no te preocupes, y por esa delicadeza que la nia le tena, todos le gritaban: La Isabelica Cabezas es tu novia. Isabel Cabezas le deca: T djales estar. Si lo somos, a nadie le importa. Y l se avergonzaba otra vez, aunque lo que ms le ruborizaba era que la nia le compadeciera o creyera que l no era tan hbil como los dems. En las Modestas Casas, no, pero en Calafals, muchos padres quieroynopuedo, credos y puritanos, se quejaban de esta mezcolanza de nios y nias, y los que enviaban a sus hijos a la Escuela Popular y la Sagrada Familia, se escandalizaban. En la clase de los mayores de la escuela de las Modestas Casas haba una nia gorda y rolliza de unos once o doce aos que se llamaba Vesubio. El Tiburcio Sencn, un zascandil de ojos huevones y salidos que ya se masturbaba y a todo el mundo explicaba sus experiencias en ese sentido, siempre le quera pellizcar los muslos, pero ella no se dejaba. Un da en que el profesor no estaba se plant frente a ella y se extrajo el miembro en ereccin. Mira, Vesubio! En aquellos momentos entr el maestro en la clase. A guantada limpia lo sac hasta la calle y fue expulsado del

colegio. Gins Hurtado cont siempre en las muchas veces que a lo largo de su vida recordara a mosn Javier Oriol que haba visto llorar una vez a este hombre. Fue cuando sali la disposicin de que las escuelas religiosas tendran que cerrar sus puertas. Pero la escuela parroquial continu con ellas abiertas. Tampoco se quitaron los santocristos de las escuelas en que los haba, tal como se haba profetizado. Mosn Javier ya se vea descolgndolos l en persona de la Escuela Popular y de la escuela de la Sagrada Familia; la parroquial pareca como que le era indiferente. En febrero del ao 1932 los jesuitas haban abandonado Espaa. La supresin de las escuelas religiosas no se llev a cabo totalmente. Los maristas y escolapios, vestidos de paisano, continuaron dando sus clases. En Trrega, por ejemplo, Vany trenta-tres, si no recordo malament, quan a les ordres religises els fon prohibit l'ensenyament secundari, els Escolapis van en tendre's amb el propietari d'una academia, on nosaltres segutrem recollin les llicons deis matei xos professors, ara convertits en senyors. (Manuel de Pedrolo, Autobiografa.) Al cabo de dos aos de su proclamacin la Repblica retirara a los sacerdotes la paga que les daba el Estado como compensacin a la Iglesia por la confiscacin de sus tierras en 1837. Bien hecho. Si quieren cobrar que trabajen haba dicho la gente.

XVIII

Melchor, el saco de patatas, haba propuesto iniciar una biblioteca. A mosn Javier le pareci muy bien, y adems le haba contestado que tenan que formar un grupo de chicos y conseguir que pitasen ms que los de las dems parroquias. Francisco Boix, que estaba en la rectora en aquel momento, dijo que a l le apuntaran en seguida, pues quera ostentar el nmero uno de ese grupo. Melchor Valenzuela era un devorador de libros, y por ello haba hecho gran amistad con Tobas, que tambin lo era. El trabajo consista en conseguir estos libros, por lo menos tantos como los que la voracidad de ambos necesitaba, y se dejaban los suyos el uno al otro, o Tobas sacaba prestado alguno de la biblioteca del colegio del Ayuntamiento y lo lea rpido, para que Melchor tambin tuviera tiempo de hacerlo, o compraban un libro a medias, o buscaban los libros de sus padres. El padre de Melchor tena algunos: una historia antigua en varios tomos, encuadernados en piel, titulada: Panorama Universal y algunas novelas de Alejandro Dumas, entre ellas El collar de la reina. El padre de Tobas tena un folletn por entregas llamado Juan Lujn, el rey de la serrana, pero se le haban perdido varios cuadernillos. Felipe Blasco tambin formaba parte de este grupo aficionado a la lectura. Y Gusta vito. La madre de Gustavito, la ta Limpiabotas, tena una novela de Alfonso Daudet titulada Poquita cosa encuadernada en rojo y con unos dibujos a la pluma en los que se vea a Daniel Eyssette con la jaula del loro del to Bautista en una mano y lanzando besos con la otra a los granados al abandonar su isla robinsoniana; tambin apareca la familia Eyssette en otra lmina matando cucarachas en el piso de Lyon, y muchos santos ms. Gustavito era un poco roa y miedoso y este libro lo dejaba como con cuentagotas, diciendo que su madre no quera que lo prestara. Felipn consigui leerlo al cabo de mucho tiempo y luego de darle a Gustavito, a cambio de ello, una cerbatana y un saquito de vezas. Y este libro le emocion y enterneci. Melchor iba muchas veces desde la Colonia Sarriere, donde viva un barrio nacido al socaire de una fbrica de fideos, a las Modestas Casas, ms de diez minutos de andar, slo por ver si Tobas, Gustavito o Felipn tenan alguna novedad literaria. Felipn haba pasado en seguida en la escuela Pi y Margall de la clase de los prvulos a la siguiente. El maestro, un tal seor Almirall, les regal un cuento un librillo insignificante de la editorial Calleja. A quien se lo lea y maana me lo sepa explicar, le regalar otro haba dicho el seor Almirall. El librito que le cay en suerte a Felipn se titulaba El hombre de las dos caras. Al da siguiente, cuando el maestro pregunt quines se haban ledo los cuentos, todos levantaron la mano, pero cuando inquiri quin era capaz de explicar lo que haba ledo, slo Felipn Blasco Muoz persisti con el brazo levantado. El seor Almirall se lo hizo contar y luego le regal otro cuentecillo. Este se titulaba: Braulio, el temerario. Felipn no saba qu quera decir la palabra temerario. Braulio, escriba el autor del cuento una de las veces, dorma a pierna suelta. Felipn vea a Braulio tendido, con los ojos cerrados, y una pierna desprendida y suelta al lado. Existan muchas palabras, en lo que Felipn lea cuyo claro concepto se le escapaba, y a los otros tambin; de algunas tena un vago sentido, tales como encantamiento y enamoramiento. Las princesas de los cuentos estaban encantadas y las hadas las desencantaban. Los prncipes se enamoraban de ellas y ellas de los prncipes. En las novelas an lea conceptos ms complicados. Las expresiones de ms

misterioso atractivo y confuso significado eran las de violar o deshonrar a una mujer. Algunas de estas mujeres lavaban luego su honra. Cmo la lavaban? Otras heronas, como la Catalina Dirlenko, de Divino amor, no lavaba su honra, sino que la vengaba. A veces, el chico de la novela ayudaba o tomaba parte en esa venganza o bien la llevaba a cabo solo y por su cuenta y riesgo. Divino amor era una novela que el padre de Felipn, don Antonio Blasco, haba adquirido por entregas, un folleto cada semana. Ahora se la haba hecho encuadernar y formaba tres gruesos volmenes. El primero y el segundo constituan la primera parte, y se llamaban, los dos, Divino amor. El tercer volumen formaba la segunda parte, y se titulaba Rusia triunfante. El autor de tal noveln se llamaba Antonio Fossati, o algo as. En este folletn se hablaba de todo y sus protagonistas corran aventuras por todas las parles del mundo. Sala la revolucin rusa, Rasputn y la Zarina, el prncipe Yusupov, el conde Miguel de Betavia, el pas de los leprosos, la princesa Sofa Romanof, la Gran Guerra Europea... Don Antonio Blasco lea este libro una y otra vez porque consideraba que era lo mejor que se haba escrito nunca.

XIX

Por Nochebuena Asuncin quiso ir a la misa del gallo. Pero cmo vas a ir t sola tan lejos? deca el seor Antonio Blasco. Me llevar al chiquillo dijo la seora Asuncin. La seora Misericordia quizs venga tambin. Seguro que nos acompaar su Serafn. A Felipn le entr un enorme jbilo al saber que ira con su madre a esa rara misa. En realidad, las misas le aburran, y, adems, le dolan las rodillas, sobre todo en el trozo que iba de la consagracin a la comunin, trozo que le pareca largo y eterno. De todos modos, y como consideraba que opinar as era un pecado, procuraba apartar estos pensamientos de su cabeza, y, aunque nadie le preguntaba, se deca a s mismo que la misa le gustaba. Pero la misa del gallo era diferente. Cmo es esa misa, mam? Oh!, es muy bonita deca la seora Asuncin. Y Felipn pensaba que deba de serlo, por ms que su madre encontraba todas las ceremonias religiosas estupendas las ponderase o no. Felipn crea que a media misa cantara un gallo. La noche estaba oscura y helada. Al respirar echaban ch