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El castillo de los destinos cruzados

El castillo de los destinos cruzados, que Italo Calvino consideraba uno de sus mejores libros y el ms fantstico entre ellos, fue publicado originalmente en 1973, tras un complejo proceso de elaboracin a travs de mtodos combinatorios que haba iniciado cinco aos antes. Las dos narraciones que lo componen han sido construidas a partir de un mismo desafo formal: las posibles interpretaciones de dos diferentes mazos de tarot. Para El castillo de los destinos cruzados, el Visconti, con sus delicados miniados que reflejan el refinamiento renacentista, y, para La taberna de los destinos cruzados, el de Marsella, de trazos ms toscos y que requiere un lenguaje ms popular.

Los personajes de ambos relatos, enmudecidos de espanto ante las terribles experiencias por las que acaban de pasar al atravesar un bosque, se renen en torno a una mesa e intentan comunicar sus peripecias. Surgen as, a partir de una trama principal, otras historias que se entrecruzan y forman secuencias legibles en distintos sentidos, de forma que cada narracin condiciona la interpretacin de las dems.

Italo Calvino

El castillo de los destinos cruzados

Ttulo original: Il castello dei destini incrociati

Italo Calvino, 1973

Traduccin: Aurora Bernrdez

Nota preliminar

De los textos que componen este volumen, el primero, El castillo de los destinos cruzados, se public por primera vez en el volumen Tarocchi, Il mazzo visconteo di Bergamo e New York, Franco Maria Ricci, Parma, 1969. Las vietas que acompaan el texto en la presente edicin pretenden evocar las miniaturas reproducidas en la edicin de Ricci con sus colores y dimensiones originales[1]. Se trata del mazo de tarots miniados por Bonifacio Bembo para los duques de Miln hacia mediados del siglo XV, que se encuentra hoy en parte en la Accademia Carrara de Brgamo y en parte en la Morgan Library de Nueva York. Algunas cartas del mazo de Bembo se han perdido, dos de ellas muy importantes para mis narraciones: El Diablo y La Torre. Por eso, cuando en mi texto se mencionan esas cartas no he podido poner en el margen la figura correspondiente.

El segundo texto, La taberna de los destinos cruzados, est construido con el mismo mtodo mediante el mazo de tarots que tiene hoy ms difusin internacional (y que ha gozado, sobre todo a partir del surrealismo, de una vasta fortuna literaria): LAncien Tarot de Marseille, de la casa B-P Grimaud, que reproduce (en una edicin crtica establecida por Paul Marteau) un mazo impreso en 1761 por Nicolas Conver, matre cartier de Marsella. A diferencia de los tarots miniados, stos se prestan a una reproduccin incluso reducida sin perder demasiado de su sugestin, como no sea en los colores. El mazo marsells no es muy diferente de los tarots que todava se usan en gran parte de Italia como naipes de juego; pero mientras que en cada carta de los mazos italianos la figura est cortada por el medio y se repite invertida, aqu cada figura conserva su totalidad de cuadrito a la vez torpe y misterioso, que las hace especialmente indicadas para mi operacin de contar a travs de figuras interpretables de diversas maneras.

La idea de utilizar los tarots como una mquina narrativa combinatoria me la dio Paolo Fabbri, quien en un Seminario internacional sobre las estructuras del relato, celebrado en julio de 1968 en Urbino, present una comunicacin sobre El relato de la cartomancia y el lenguaje de los emblemas. El primer anlisis de las funciones narrativas de las cartas de adivinacin figura en La cartomancia como sistema semitico, de M. I. Lekomceva y B. A. Uspenski, y en Los sistemas semiticos ms simples y la tipologa de los encadenamientos, de B. F. Egorof. Pero no puedo decir que mi trabajo se sirva del aporte metodolgico de estas investigaciones. De ellas he retenido sobre todo la idea de que el significado de cada carta individual depende del lugar que ocupa en la sucesin de las cartas que la preceden y la siguen: a partir de esta idea me he movido de manera autnoma, segn las exigencias internas de mi texto.

En cuanto a la vastsima bibliografa sobre la cartomancia y la interpretacin simblica de los tarots, si bien, como es lgico, tom el debido conocimiento de ella, no creo que haya influido mucho en mi trabajo. Me he aplicado sobre todo a mirar los tarots con atencin, con la mirada de quien no sabe qu son, y a extraer de ellos sugestiones y asociaciones, a interpretarlos segn una iconologa imaginaria.

Empec con los tarots de Marsella, tratando de disponerlos de modo que se presentaran como escenas sucesivas de un relato pictogrfico. Cuando las cartas reunidas al azar me daban una historia en la que poda reconocer un sentido, me pona a escribirla, y acumul as no poco material; puedo decir que gran parte de La taberna de los destinos cruzados fue escrita en esa fase; pero no consegua disponer las cartas en un orden que contuviese y rigiese la pluralidad de los relatos, cambiaba continuamente las reglas del juego, la estructura general, las soluciones narrativas.

Estaba por renunciar cuando el editor Franco Maria Ricci me invit a escribir un texto para el volumen sobre los tarots Visconti. Al principio pens en utilizar las pginas que ya haba escrito, pero me di cuenta enseguida de que el mundo de las miniaturas del Quattrocento era totalmente diferente del de las estampas populares marsellesas. No slo porque algunos arcanos estaban representados de otro modo (La Fuerza era un hombre, en el Carro haba una mujer, La Estrella no estaba desnuda sino vestida), hasta transformar radicalmente las situaciones narrativas correspondientes, sino tambin porque esas figuras presuponan una sociedad diferente, con otra sensibilidad y otro lenguaje. La referencia literaria que espontneamente se me ocurra era el Orlando Furioso: aunque las miniaturas de Bonifacio Bembo fuesen anteriores en casi un siglo al poema de Ludovico Ariosto, bien podan representar el mundo visual en el que se haba formado la fantasa del poeta. Trat enseguida de componer con los tarots Visconti secuencias inspiradas en el Orlando Furioso, me fue fcil construir as la encrucijada central de los relatos de mi cuadrado mgico. Bastaba dejar que alrededor cobraran forma otras historias que se entrecruzaban, y as obtuve una especie de crucigrama hecho de figuras y no de letras, en el que adems cada secuencia se puede leer en los dos sentidos. Al cabo de una semana el texto de El castillo de los destinos cruzados (y no ya La taberna) estaba listo para ser publicado en la lujosa edicin a que se destinaba.

En esa edicin, El castillo obtuvo la aprobacin de algunos crticos-escritores con los que tengo ciertas afinidades, fue analizado con rigor cientfico en doctas revistas internacionales por estudiosos como Maria Corti (en Semitica, revista que se publica en La Haya) y Grard Genot (Critique, 303-304, agosto-septiembre de 1972), y el novelista norteamericano John Barth habl de l en sus clases en la universidad de Buffalo. Esta acogida me anim a tratar de publicar mi texto en la forma habitual de otros libros, independizndolo de las lminas coloreadas del libro de arte.

Pero primero quera completar La taberna para unirla a El castillo, porque los tarots populares, adems de reproducirse mejor en blanco y negro, eran ricos en sugerencias narrativas que en El castillo no haba podido desarrollar. En primer lugar deba construir tambin con los tarots de Marsella esa especie de contenedor de los relatos cruzados que haba compuesto con los tarots Visconti. Y esta operacin era la que no me sala: quera partir de algunas historias que las cartas me haban impuesto al principio, a las que haba atribuido ciertos significados, que haba escrito ya en gran parte, y no consegua hacerlas entrar en un esquema unitario, y cuanto ms estudiaba la cuestin, cada historia se haca cada vez ms complicada y concitaba una cantidad cada vez mayor de cartas, disputndolas a las otras historias a las que tampoco quera renunciar. Pasaba as das enteros descomponiendo y recomponiendo mi puzzle, imaginaba nuevas reglas del juego, trazaba cientos de esquemas en forma de cuadrado, de rombo, de estrella, pero siempre quedaban fuera cartas esenciales y terminaban en el centro cartas superfluas, y los esquemas se complicaban tanto (adquiriendo a veces una tercera dimensin, volvindose cbicos, polidricos) que yo mismo me perda.

Para salir del atolladero abandonaba los esquemas y me pona a escribir las historias que ya haban cobrado forma, sin preocuparme de que hubieran encontrado o no un lugar en la red de las otras historias, pero senta que el juego slo tena sentido si respetaba ciertas normas frreas; deba haber en la construccin una necesidad general que condicionara el ensamble de cada historia con las otras; en caso contrario, todo era gratuito. Adase que no todas las historias que lograba componer visualmente alineando las cartas daban un buen resultado cuando empezaba a escribirlas; las haba que no ponan en marcha la escritura y que deba eliminar porque hubieran bajado el nivel del texto, y haba otras en cambio que superaban la prueba y adquiran enseguida la fuerza de cohesin de la palabra escrita que, una vez escrita, no hay modo de cambiarla de lugar. As, cuando volva a disponer las cartas en funcin de los nuevos textos que haba escrito, las constricciones y los impedimentos que deba tomar en cuenta haban aumentado an ms.

A estas dificultades de las operaciones pictogrficas y de fabulacin se aadan las de la orquestacin estilstica. Haba comprendido que al lado de El castillo, La taberna slo poda tener un sentido si el lenguaje de los dos textos reproduca la diferencia de los estilos figurativos de las miniaturas refinadas del Renacimiento y de los toscos grabados de los tarots de Marsella. Me propona entonces rebajar el material verbal hasta ponerlo al nivel de un borboteo de sonmbulo. Pero cuando trataba de reescribir segn este cdigo pginas en las que se haba aglutinado una envoltura de referencias literarias, stas oponan resistencia y me bloqueaban.

En varias oportunidades, con intervalos ms o menos largos en estos ltimos aos, me met en ese laberinto que me absorba completamente. Estaba volvindome loco? Era la influencia maligna de esas figuras misteriosas que no se dejaban manipular impunemente? O era el vrtigo de los grandes nmeros que se desprende de todas las operaciones combinatorias? De golpe decida renunciar, plantaba todo, me ocupaba de otra cosa: era absurdo seguir perdiendo el tiempo en una operacin cuyas posibilidades implcitas ya haba explorado y que slo tena sentido como hiptesis terica.

Pasaba varios meses, incluso un ao entero sin pensar en la cosa, y de pronto se me ocurra la idea de que poda volver a intentarlo de otro modo ms sencillo, ms rpido, de xito seguro. Empezaba de nuevo a componer esquemas, a corregirlos, a complicarlos, me empantanaba otra vez en esas arenas movedizas, me encerraba en una obsesin manitica. Algunas noches me despertaba y corra a anotar una correccin decisiva que comportaba una cadena interminable de desplazamientos. Otras noches me acostaba con el alivio de haber encontrado la frmula perfecta, y por la maana, apenas despierto, la destrua.

La taberna de los destinos cruzados tal como ve hoy finalmente la luz es el fruto de esta gnesis atormentada. El cuadrado con las 78 cartas que presento como esquema general de La taberna no tiene el rigor de El castillo: los narradores no avanzan en lnea recta ni segn un itinerario regular; son cartas que vuelven a presentarse en todos los relatos y ms de una vez en cada uno de ellos. Anlogamente, el texto escrito puede considerarse como el archivo de los materiales acumulados poco a poco, a travs de estratificaciones sucesivas de interpretaciones iconolgicas, de humores temperamentales, de intenciones ideolgicas, de opciones estilsticas. Si me decido a publicar La taberna de los destinos cruzados es, sobre todo, para liberarme de ella. Aun hoy, con el libro en galeradas, sigo metindole mano, desmontndolo, reescribindolo. Slo cuando el volumen est impreso me quedar fuera de una vez por todas, espero.

Quiero decir tambin que durante cierto tiempo fue mi intencin que este libro contuviera no dos sino tres textos. Tena que buscar un tercer mazo de tarots suficientemente distinto de los otros dos? En cierto momento me asalt una sensacin de tedio por la prolongada frecuentacin de ese repertorio iconogrfico medieval-renacentista que me obligaba a desarrollar mi discurso siguiendo ciertos carriles. Sent la necesidad de crear un brusco contraste repitiendo una operacin anloga con material visual moderna. Pero cul es el equivalente contemporneo de los tarots como representantes del inconsciente colectivo? Pens en las historietas, no en las cmicas sino en las dramticas, de aventuras, de miedo: gnsteres, mujeres aterrorizadas, astronaves, vamps, guerra area, hombres de ciencia locos. Pens en poner al lado de La taberna y El castillo, dentro de un marco anlogo, El motel de los destinos cruzados. Algunas personas salvadas de una misteriosa catstrofe se refugian en un motel semidestruido, donde slo ha quedado una hoja de peridico chamuscada: la pgina de las historietas. Los sobrevivientes, que de espanto han perdido la palabra, cuentan sus historias con ayuda de las vietas, pero no siguiendo el orden de cada tira, sino pasando de una a otra en columnas verticales o en diagonal. No he ido ms all de formular la idea tal como acabo de exponerla. Mi inters terico y expresivo por este tipo de experimento se ha agotado. Es hora (desde todo punto de vista) de pasar a otra cosa.

ITALO CALVINO Octubre de 1973

EL CASTILLO DE LOS DESTINOS CRUZADOS

El castillo

En medio de un espeso bosque, un castillo ofreca refugio a todos aquellos a los que la noche sorprenda en camino: damas y caballeros, cortejos reales y simples viandantes.

Cruc un destartalado puente levadizo, me ape en un patio oscuro, palafreneros silenciosos se hicieron cargo de mi caballo. Me faltaba el aliento; las piernas apenas me sostenan: desde mi entrada en el bosque tales haban sido las pruebas, los encuentros, las apariciones, los duelos, que no consegua restablecer el orden ni en mis movimientos ni en mis ideas.

Sub una escalinata; me encontr en una sala alta y espaciosa: muchas personas seguramente tambin huspedes de paso que me haban precedido en los senderos del bosque estaban sentadas para cenar en torno a una larga mesa iluminada por candelabros.

Tuve, al mirar a mi alrededor, una sensacin extraa, o mejor, dos sensaciones distintas que se confundan en mi mente un poco vacilante debido a la fatiga y turbada. Me pareca hallarme en una rica corte, cosa inesperada en un castillo tan rstico y apartado, y no slo por los ornamentos preciosos y la vajilla cincelada, sino tambin por la calma y la soltura que reinaban entre los comensales, todos de bella apariencia y vestidos con atildada elegancia. Y al mismo tiempo tena una sensacin de azar y de desorden, si no francamente de licencia, como si en vez de una casa seorial fuese aqulla una posada donde personas que no se conocen, de condicin y pases diversos, se encuentran conviviendo por una noche, y en cuya forzada promiscuidad cada uno siente que se aflojan las normas a las que se atiene en su propio ambiente, y, as como se resigna a modos de vida menos acogedores, as tambin condesciende a costumbres diferentes y ms libres. En realidad las dos impresiones contradictorias podan referirse a un nico objeto: o bien que el castillo, que desde haca muchos aos slo sirviera para hacer alto, se hubiera ido rebajando poco a poco a posada y los castellanos se viesen relegados a la categora de posadero y posadera, aunque reiterando siempre los gestos de una noble hospitalidad, o bien que una taberna, como suele haberlas cerca de los castillos para uso de soldados y arrieros sedientos, hubiera invadido las antiguas salas seoriales instalando sus bancos y sus barriles, y que el fasto de aquellos ambientes junto con el ir y venir de ilustres huspedes le hubiese conferido una imprevista dignidad, tanta como para llenar de humos la cabeza del posadero y de la posadera, que haban terminado por creerse los soberanos de una corte fastuosa.

Estos pensamientos, a decir verdad, slo me ocuparon un instante; ms intenso era el alivio de encontrarme sano y salvo en medio de una selecta compaa y la impaciencia por trabar conversacin (respondiendo a un gesto de invitacin del que pareca el castellano o el posadero, me haba sentado en el nico lugar que quedaba libre) e intercambiar con mis compaeros de viaje el relato de las aventuras vividas. Pero en aquella mesa, a diferencia de lo que ocurre siempre en las posadas y aun en los palacios, nadie deca una palabra.

Cuando uno de los huspedes quera pedir al vecino que le pasase la sal o el jengibre, lo haca con un gesto, y tambin con gestos se diriga a los criados para que le cortasen una porcin de timbal de faisn o le escanciaran media pinta de vino.

Decidido a quebrar lo que crea un torpor de las lenguas tras las fatigas del viaje, quise lanzar una exclamacin ruidosa como: Que aproveche!, Enhorabuena!, Qu grata sorpresa!, pero de mi boca no sali sonido alguno. El tamborileo de las cucharas, el tintineo de copas y platos bastaban para convencerme de que no me haba vuelto sordo: slo me quedaba suponer que haba enmudecido. Me lo confirmaron los comensales, que tambin movan los labios en silencio, con aire graciosamente resignado: estaba claro que la travesa del bosque nos haba costado a cada uno de nosotros la prdida de la palabra.

Terminada la cena en un mutismo que los ruidos de la masticacin y los chasquidos de las lenguas al paladear el vino no hacan ms afable, permanecimos sentados mirndonos a las caras, con la angustia de no poder intercambiar las muchas experiencias que cada uno de nosotros quera comunicar. En ese momento, sobre la mesa apenas despejada, el que pareca ser el castellano puso un mazo de naipes. Eran tarots ms grandes que los de jugar o que las barajas con que las gitanas predicen el futuro, y en ellos se podan reconocer ms o menos las mismas figuras, pintadas con los esmaltes de las ms preciosas miniaturas. Reyes, reinas, caballeros y sotas eran jvenes vestidos con magnificencia como para una fiesta principesca; los veintids arcanos mayores parecan tapices de un teatro de corte, y copas, oros, espadas, bastos, resplandecan como divisas herldicas ornadas de frisos y cartuchos.

Empezamos por desparramar las cartas sobre la mesa, boca arriba, como para aprender a reconocerlas y darles su justo valor en los juegos, o su verdadero significado en la lectura del destino. Y sin embargo pareca que ninguno de nosotros tena ganas de iniciar una partida, y menos an de interrogar el porvenir, privados como estbamos de todo futuro, suspendidos en un viaje ni concluido ni por concluir. Lo que veamos en aquellos tarots era algo distinto, algo que no nos dejaba despegar los ojos de las doradas teselas de aquel mosaico.

Uno de los comensales recogi las cartas dispersas, despejando buena parte de la mesa; pero no las junt en un mazo ni las mezcl; cogi una y la ech. Todos advertimos la semejanza entre su cara y la cara de la figura, y cremos entender que con aquella carta quera decir yo y que se dispona a contar su historia.

Historia del ingrato castigado

Al presentrsenos bajo la figura del Caballero de Copas un joven rosado y rubio que ostentaba una capa refulgente de soles bordados y ofreca en la mano tendida un presente como los de los Reyes Magos, probablemente nuestro comensal quera informarnos de su rica condicin, de su inclinacin al lujo y a la prodigalidad, y tambin al mostrarse a caballo de su espritu de aventura, aunque lo moviese pens para m, observando todos aquellos bordados que cubran la gualdrapa misma del corcel ms el deseo de aparentar que una verdadera vocacin caballeresca.

El apuesto joven hizo un gesto como si solicitara toda nuestra atencin y empez su mudo relato disponiendo sobre la mesa tres cartas en fila: el Rey de Oros, el Diez de Oros y el Nueve de Bastos. La expresin luctuosa con que coloc la primera de las tres cartas, y la de alegra con que mostr la siguiente, parecan querer darnos a entender que, muerto su padre el Rey de Oros representaba un personaje un poco ms viejo que los otros y de aspecto sosegado y prspero, haba tomado posesin de una conspicua herencia y salido inmediatamente de viaje. Esta ltima proposicin la dedujimos del movimiento del brazo al arrojar la carta del Nueve de Bastos, la cual por la maraa de ramas tendidas sobre una rala vegetacin de hojas y florecillas silvestres nos recordaba el bosque que acabbamos de atravesar. (Ms an, examinando la baraja con ojo ms agudo, el segmento vertical que cruzaba los otros palos oblicuos sugera precisamente la idea del camino que penetra en la espesura del bosque).

De modo que el comienzo de la historia poda ser ste: el caballero, apenas supo que posea medios para brillar en las cortes ms fastuosas, se apresur a ponerse en marcha con una bolsa colmada de monedas de oro, a fin de visitar los castillos ms famosos de los alrededores, con el propsito tal vez de conquistar una esposa de alto rango, y acariciando estos sueos se haba internado en el bosque.

A esta fila de cartas se aadi una que anunciaba seguramente un mal encuentro: La Fuerza. En nuestro mazo de tarots este arcano estaba representado por un energmeno armado, sobre cuyas malvadas intenciones no dejaban dudas la expresin brutal, el garrote girando en el aire y la violencia con que tenda por tierra, de un golpe seco, a un len, como se hace con los conejos. El relato era claro: en el corazn del bosque el caballero haba cado en la emboscada de un feroz bandolero. Las ms tristes previsiones quedaron confirmadas por la carta que vino despus, es decir, el arcano duodcimo, llamado El Ahorcado, donde se ve a un hombre en bragas y camisa, atado cabeza abajo, suspendido de un pie. Reconocimos en l a nuestro joven rubio: el bandolero, despus de despojarlo de todos sus bienes, lo haba dejado colgado de una rama, balancendose cabeza abajo.

Lanzamos un suspiro de alivio ante la noticia que nos dio el arcano La Templanza, depositado por nuestro comensal sobre la mesa con expresin agradecida. Por l supimos que el hombre colgado haba odo acercarse unos pasos y que sus ojos invertidos haban visto a una muchacha de pantorrillas desnudas, tal vez hija de un leador o de un cabrero, que vena por los prados, con dos cntaros de agua, seguramente de vuelta de la fuente. No dudamos de que el hombre cabeza abajo sera liberado y socorrido y restituido a su posicin natural por aquella simple hija de los bosques. Cuando vimos bajar el As de Copas, con una fuente que fluye entre florecidos musgos y batir de alas, fue como si oyramos all cerca el rumor de un manantial y el jadeo de un hombre de bruces que sacia su sed.

Pero hay fuentes pens seguramente alguno de nosotros que, apenas se bebe en ellas, aumentan la sed en vez de aplacarla. Era previsible que entre los dos jvenes prendiera apenas el caballero hubiese dominado el mareo un sentimiento que iba ms all de la gratitud (por una parte) y de la compasin (por otra), y que este sentimiento encontrara enseguida un modo de expresarse con la complicidad de la sombra del bosque en un abrazo sobre la hierba de los prados. No por nada la carta que vino despus era un Dos de Copas ornado con un cartucho que deca amor mo y florecido de nomeolvides, indicio ms que probable de un encuentro amoroso.

Ya nos disponamos sobre todo las damas de la compaa a gozar de la continuacin de un tierno lance de amor, cuando el caballero ech otra carta de Bastos, un Siete, donde entre los oscuros troncos del bosque nos pareca ver alejarse su tenue sombra. No haba por qu engaarse con que las cosas hubiesen ocurrido de otro modo: el idilio agreste haba sido breve, pobre muchacha, flor del prado que se corta y se deja caer, el ingrato caballero ni siquiera se vuelve para decirle adis.

Era claro que en ese momento empezaba la segunda parte de la historia, quiz con un lapso intermedio: el narrador haba empezado a disponer otros tarots en una nueva fila junto a la primera, a la izquierda, y puso dos cartas, La Emperatriz y el Ocho de Copas. El brusco cambio de escena nos desconcert un momento, pero la situacin no tard en imponerse creo a todos nosotros, y era que el caballero haba encontrado finalmente lo que andaba buscando: una esposa de alto y rico linaje, como la que veamos all representada, una cabeza coronada, con su escudo de familia y su cara inspida incluso un poco ms vieja que l, como no dejaron de notar los ms malignos de nosotros y un vestido enteramente bordado de anillos entrelazados, como si dijera: Csate conmigo, csate conmigo. Invitacin rpidamente aceptada, si es cierto que la carta de Copas sugera un banquete de bodas, con dos filas de invitados que brindaban por los dos novios en el extremo de la mesa con su mantel enguirnaldado.

La carta que cay despus, el Caballero de Espadas, anunciaba con su uniforme de guerra algo imprevisto: o un mensajero a caballo, portador de una noticia inquietante, haba irrumpido en la fiesta, o el novio en persona haba abandonado el banquete de bodas para acudir en armas al bosque respondiendo a un misterioso llamado, o quiz las dos cosas a la vez: enterado de una aparicin inesperada, el novio haba tomado inmediatamente las armas y saltado a su caballo. (Aleccionado por la pasada aventura, no asomaba fuera la nariz sino armado hasta los dientes).

Esperbamos impacientes otra carta ms explicativa y vino El Sol. El pintor haba representado el astro del da en manos de un nio corriendo, mejor dicho, volando sobre un paisaje vario y dilatado. La interpretacin de este pasaje del relato no era fcil; poda querer decir simplemente: Era un hermoso da de sol, y en este caso nuestro narrador malgastaba sus cartas para referirnos detalles secundarios. Tal vez, ms que en el significado alegrico de la figura, convena detenerse en el literal: se haba visto a un galopn semidesnudo corriendo por las inmediaciones del castillo donde se celebraba la boda, y para seguirlo el novio haba abandonado el banquete.

Pero no haba que descuidar el objeto que el nio transportaba: aquella cabeza radiante poda contener la solucin del enigma. Posando de nuevo la mirada en la carta con que se haba presentado nuestro hroe, volvimos a pensar en los dibujos o bordados solares de la capa que llevaba cuando lo atac el bandolero; tal vez aquella capa que el caballero haba olvidado en el prado de sus fugaces amores ondeaba ahora en la campia como una cometa, y para recuperarla se haba lanzado en persecucin del chicuelo, o bien empujado por la curiosidad de saber cmo haba llegado all, es decir, qu vnculo mediaba entre la capa, el nio y la joven del bosque.

Esperbamos que estos interrogantes quedasen aclarados por la carta siguiente, y cuando vimos que era La Justicia nos convencimos de que este arcano que no slo mostraba, como en los mazos comunes de tarots, una mujer con la espada y la balanza, sino tambin, en el fondo (o, segn como se mirara, sobre una luneta que dominaba la figura principal), un guerrero a caballo (o una amazona?), con armadura, lanzndose al ataque, encerraba uno de los captulos de nuestra historia ms densos en acontecimientos. No podamos sino arriesgar conjeturas. Por ejemplo: cuando estaba a punto de alcanzar al chicuelo de la cometa, otro caballero perfectamente armado le cerr el paso.

Qu podan haberse dicho? Para empezar:

Quin vive?

Y el caballero desconocido se descubra el rostro, un rostro de mujer en el que nuestro comensal reconoca a su salvadora del bosque, ahora ms plena, resuelta y calma, con una melanclica sonrisa apenas insinuada en los labios.

Qu quieres de m? le habra preguntado entonces.

Justicia! deca la amazona. (La balanza aluda precisamente a esta respuesta).

Ms an, pensndolo bien, el encuentro poda haberse producido as: una amazona a caballo sala del bosque a la carga (figura sobre el fondo o luneta) y le gritaba:

Alto ah! Sabes a quin vas siguiendo?

A quin?

A tu hijo! deca la guerrera descubrindose la cara (figura de primer plano).

Qu puedo hacer? le habra preguntado nuestro hombre, presa de un rpido y tardo remordimiento.

Afrontar el juicio (balanza) de Dios! Defindete! y (espada) blanda la espada.

Ahora nos contar el duelo, pens, y en efecto, la carta que cay en aquel momento fue el rechinante Dos de Espadas. Volaban en pedacitos las hojas del bosque y las plantas trepadoras se enroscaban en las armas. Pero los ojos desolados con que el narrador miraba esa carta no dejaban lugar a dudas sobre el final: su adversaria resultaba ser una aguerrida espadachina; le tocaba a l, ahora, yacer ensangrentado en medio del prado.

Vuelve en s, abre los ojos y qu ve? (La mmica a decir verdad, un poco enftica del narrador era lo que nos invitaba a esperar la carta siguiente como una revelacin). La Papisa: misteriosa figura de monja coronada. Lo haba socorrido una monja? Miraba la carta con ojos llenos de pavor. Una bruja? Alzaba las manos suplicantes en un gesto de terror sagrado. La gran sacerdotisa de un culto secreto y sanguinario?

Has de saber que en la persona de la muchacha has ofendido (qu otra cosa poda haberle dicho la papisa para provocar en l esa mueca de terror?) has ofendido a Cibeles, la diosa a quien est consagrado este bosque. Ahora has cado en nuestras manos.

Y qu poda haber respondido l, como no fuese un balbuceo de splica:

Expiar, propiciar, piedad

Ahora perteneces al bosque. El bosque es prdida de uno mismo, mezcla. Para unirte a nosotras debes perderte, arrancarte tus atributos, desmembrarte, fundirte en lo indiferenciado, unirte al tropel de las Mnades que corren gritando por el bosque.

No! fue el grito que vimos brotar de su garganta enmudecida, pero la ltima carta completaba ya el relato, y era el Ocho de Espadas: los filos cortantes de las desmelenadas secuaces de Cibeles caan sobre l, destrozndolo.

Historia del alquimista que vendi su alma

An no se haba disipado la emocin causada por este relato cuando otro de los comensales dio a entender que tena algo que decir. Pareca haberle llamado particularmente la atencin un pasaje de la historia del caballero, o mejor, uno de los encuentros fortuitos entre cartas de las dos filas: el As de Copas y La Papisa. Para indicar que se senta personalmente concernido por ese encuentro, adelant a la altura de las dos cartas, por la derecha, la figura del Rey de Copas (que poda pasar por un retrato suyo de juventud, a decir verdad exageradamente lisonjero), y por la izquierda, continuando una fila horizontal, un Ocho de Bastos.

La primera interpretacin de esta secuencia que vena a las mientes, si se insista en atribuir a la fuente un aura voluptuosa, era que nuestro comensal hubiera tenido una relacin amorosa con una monja en un bosque. O si no, que la hubiera invitado a beber copiosamente, dado que la fuente pareca originarse, mirndola bien, en un barrilito sostenido en un trujal. Pero, a juzgar por la fijeza melanclica del rostro, el hombre pareca absorto en especulaciones de las cuales quedaban excluidos no slo las pasiones carnales sino tambin los placeres ms veniales de la mesa y la bodega. Elevadas meditaciones deban de ser las suyas, aunque el aspecto mundano de su figura no dejaba dudas de que se referan a la Tierra y no al Cielo. (Y as quedaba descartada otra interpretacin posible: ver en la fuente una pila de agua bendita).

La hiptesis ms probable que se me ocurri (y como a m creo que a otros silenciosos espectadores) era que aquella carta representara la Fuente de la Vida, el punto supremo de la bsqueda del alquimista, y que nuestro comensal fuera justamente uno de esos sabios que escudriando en alambiques y serpentines, en matraces y retortas, en atanores y aludeles (del tipo de la complicada ampolla que su figura vestida de rey sostena en la mano), tratan de arrancar a la naturaleza sus secretos, especialmente los de la transformacin de los metales.

Era de creer que desde su ms tierna edad (ste era el sentido del retrato con facciones de adolescente, que, adems, poda aludir al mismo tiempo al elixir de la larga vida) no haba tenido otra pasin (aunque la fuente segua siendo un smbolo amoroso) que la manipulacin de los elementos, y que durante aos haba esperado ver cmo el amarillo rey del mundo mineral se separaba del revoltijo de azufre y mercurio, se precipitaba lentamente en depsitos opacos que siempre resultaban ser viles limaduras de plomo, posos de pez verdosa. Y en su bsqueda haba terminado por pedir consejo y ayuda a esas mujeres que se encuentran a veces en los bosques, expertas en filtros y mejunjes mgicos, dedicadas a las artes de la brujera y la adivinacin del futuro (como aquella que con supersticiosa reverencia l sealaba como La Papisa).

La carta siguiente, El Emperador, poda referirse justamente a una profeca de la bruja del bosque:

Llegars a ser el hombre ms poderoso del mundo.

No era de asombrarse que a nuestro alquimista se le hubiesen calentado los cascos y esperase da a da un cambio extraordinario en el curso de su vida. Ese acontecimiento deba de estar marcado en la carta siguiente: y fue el enigmtico arcano nmero uno, llamado El Prestidigitador, en el que algunos reconocen a un charlatn o mago entregado a sus ejercicios.

Al alzar los ojos nuestro hroe haba visto, pues, a un mago sentado a su mesa, manipulando alambiques y retortas.

Quin sois? Qu hacis aqu?

Mira lo que hago haba dicho el mago sealndole una redoma de vidrio sobre un hornillo.

La mirada deslumbrada con que nuestro comensal arroj un Siete de Oros no dejaba dudas sobre lo que haba visto: desplegado ante sus ojos, el esplendor de todas las minas de Oriente.

Me daras el secreto del oro? le habra preguntado al charlatn.

La carta siguiente era un Dos de Oros, signo caba pensar de un intercambio, una compraventa, un trueque.

Te lo vendo! habra replicado el visitante desconocido.

Qu quieres a cambio?

La respuesta que todos preveamos era: El alma!, pero no estuvimos seguros hasta que el narrador descubri la nueva carta (tard un poco en hacerlo, empezando a disponer otra fila en sentido contrario), y esa carta era El Diablo, es decir, que haba reconocido en el charlatn al viejo prncipe de todas las mescolanzas y ambigedades, as como ahora nosotros reconocamos en nuestro comensal al doctor Fausto.

El alma! haba respondido, pues, Mefistfeles: un concepto que no puede representarse sino con la figura de Psique, jovencita que alumbra con su lmpara las tinieblas, como se ve en el arcano La Estrella. En el Cinco de Copas que apareci despus poda leerse o el secreto alqumico que el diablo revela a Fausto, o un brindis para concluir el pacto, o bien las campanas que con su repique ahuyentan al visitante infernal. Pero podamos entenderlo tambin como una disquisicin acerca del alma, y acerca del cuerpo como vaso del alma. (Una de las cinco copas estaba volcada, como si estuviese vaca).

Alma? poda haber contestado nuestro Fausto. Y si yo no tuviera alma?

Pero tal vez Mefistfeles no se tomaba molestias por un alma individual.

Con el oro construirs una ciudad le deca a Fausto. Y lo que quiero a cambio es el alma de la ciudad entera.

Trato hecho.

Y entonces el Diablo poda desaparecer con una risita burlona que pareca un aullido: viejo habitante de los campanarios, habituado a contemplar, encaramado en una canalera, la extensin de los tejados, saba que las ciudades tienen almas ms consistentes y durables que las de todos sus habitantes juntos.

Ahora quedaba por interpretar La Rueda de la Fortuna, una de las imgenes ms complicadas de todo el juego de los tarots. Poda querer decir simplemente que la fortuna se haba vuelto del lado de Fausto, pero esta explicacin pareca demasiado obvia para el modo de contar del alquimista, siempre elptico y alusivo. Era en cambio legtimo suponer que nuestro doctor, en posesin del secreto diablico, hubiese concebido un proyecto desmesurado: transformar en oro todo lo transformable. La rueda del arcano dcimo representara entonces literalmente los engranajes en accin del Gran Molino de Oro, el mecanismo gigantesco que levantara la Metrpoli Entera de Metal Precioso; y las figuras humanas de diversas edades a las que se vea empujar la rueda y dar vueltas con ella estaban indicando la multitud de hombres que acudan a echar una mano en el proyecto y dedicaban aos de sus vidas a hacer girar noche y da aquellos engranajes. Esta interpretacin no explicaba todos los detalles de la miniatura (por ejemplo, las orejas y colas bestiales que adornaban a algunos de aquellos seres humanos rotantes), pero era una base para leer las sucesivas cartas de copas y oros como el Reino de la Abundancia en que nadaban los habitantes de la Ciudad del Oro. (Los crculos amarillos en fila evocaban tal vez las cpulas refulgentes de los rascacielos de oro que flanqueaban las calles de la Metrpoli).

Pero cundo cobrara el Bfido Contratante el precio establecido? Las dos cartas finales de la historia ya estaban sobre la mesa, dispuestas por el primer narrador: el Dos de Espadas y La Templanza. A las puertas de la Ciudad del Oro unos guardias armados cerraban el paso a quien quisiera entrar, a fin de impedir el acceso al Exactor Pie Hendido, cualquiera que fuese la apariencia que adoptara. Y aunque se acercase una simple nia como la de la ltima carta, los guardias daban el alto.

Es intil que cerris vuestras puertas era la respuesta que se poda esperar de la aguadora, me guardar de entrar en una Ciudad que es toda de metal compacto. Nosotros los habitantes de lo fluido slo visitamos los elementos que corren y se mezclan.

Era una ninfa acutica? Era una reina de los elfos del aire? Un ngel del fuego lquido que arde en el centro de la Tierra?

(En la Rueda de la Fortuna, mirndolo bien, las metamorfosis animales tal vez slo fueran el primer paso de una regresin de lo humano a lo vegetal y a lo mineral).

Temes que nuestras almas caigan en manos del Diablo? habran preguntado los de la Ciudad.

No: que no tengis alma que entregarle.

Historia de la novia condenada

No s cuntos de nosotros conseguimos descifrar de algn modo la historia sin perdernos entre todas aquellas pobres cartas de copas y oros que seguan apareciendo justo cuando ms desebamos una clara ilustracin de los hechos. La comunicatividad del narrador era escasa, quiz porque su ingenio se inclinaba ms al rigor de la abstraccin que a la evidencia de las imgenes. En fin, algunos se distraan o detenan en ciertas combinaciones de cartas y no lograban seguir adelante.

Por ejemplo, uno de nosotros, un guerrero de mirada melanclica, se haba puesto a juguetear con una Sota de Espadas que se le pareca mucho y con un Seis de Bastos, y los haba acercado al Siete de Oros y a la Estrella, como si quisiera levantar por su cuenta una fila vertical.

Quiz para l, soldado extraviado en el bosque, aquellas cartas seguidas de la Estrella significaban un relampagueo de fuegos fatuos que lo haban atrado a un claro entre los rboles, donde se le haba aparecido una jovencita de sideral palidez que erraba en la noche, en camisa y con el pelo suelto, llevando en alto un cirio encendido.

De todos modos sigui impertrrito su fila vertical, puso dos cartas de Espadas: un Siete y una Reina, combinacin en s difcil de interpretar, pero que exiga quiz algn dilogo del tipo de:

Noble caballero, te lo suplico, despjate de tus armas y de tu coraza y permite que me las ponga yo! (En la miniatura la Reina de Espadas lleva una armadura completa, brazales, avambrazos, manoplas, como una frrea camisa que asoma por el borde recamado de las cndidas mangas de seda). Por atolondrada me compromet con alguien cuyo abrazo ahora aborrezco y que esta noche reclamar el cumplimiento de mi palabra! Lo oigo llegar! Si voy armada no podr atraparme! Ay de m, salva a una doncella perseguida!

De que el guerrero hubiera consentido rpidamente, no caba duda. Con la armadura puesta, la infeliz se transforma en reina de torneo, se pavonea, hace melindres. Una sonrisa de alegra sensual enciende la palidez del rostro.

Tambin ahora empezaba una sarta de cartas sin valor que era un problema comprender: un Dos de Bastos (seal de una bifurcacin de caminos, una eleccin?), un Ocho de Oros (un tesoro escondido?), un Seis de Copas (un convite amoroso?).

Tu cortesa merece una recompensa deba de haber dicho la mujer del bosque. Escoge el premio que prefieras: puedo darte la riqueza, o bien

O bien?

Puedo ser tuya.

La mano del guerrero golpe la carta de copas: haba elegido el amor.

Para la continuacin del relato debamos hacer trabajar la imaginacin: l ya estaba desnudo, ella se desataba la armadura que acababa de ponerse, y entre las lminas de bronce nuestro hroe llegaba a un pecho redondo y erguido y tierno, se insinuaba entre el quijote de hierro y el tibio muslo

El soldado era de carcter reservado y pdico, y no se demor en detalles: todo lo que supo decirnos fue poner junto a la carta de Copas una dorada carta de Oros con un aire suspirante, como exclamando: Me pareci que entraba en el Paraso.

La figura que ech despus confirmaba la imagen del umbral del Paraso, pero al mismo tiempo interrumpa bruscamente el abandono voluptuoso: era un Papa de austera barba blanca, como el primero de los pontfices, ahora guardin de la Puerta del Cielo.

Quin habla del Paraso? Sobre el bosque, en mitad del cielo, haba aparecido San Pedro entronizado, que tronaba: Para sa nuestra puerta est eternamente cerrada!

La forma en que el narrador puso una nueva carta, con un gesto rpido pero escondindola y cubrindose los ojos con la otra mano, nos preparaba para una revelacin: la que haba tenido l cuando, al bajar la mirada del amenazador umbral celeste y dirigirla a la dama entre cuyos brazos yaca, vio que la gorguera no enmarcaba ya el rostro de paloma enamorada, ni los hoyuelos maliciosos, ni la naricita respingada, sino una barrera de dientes sin encas ni labios, dos orificios excavados en el hueso, los amarillos pmulos de una calavera, y sinti entrelazados con sus miembros los miembros sarmentosos de un cadver.

La espantosa aparicin del arcano nmero trece (el rtulo La muerte no figura ni siquiera en los mazos de cartas en que todos los arcanos mayores llevan el nombre escrito) haba reavivado en todos nosotros la impaciencia por conocer el resto de la historia. El Diez de Espadas que vena ahora era la barrera de los arcngeles que vedaba al alma condenada el acceso al Cielo? El Cinco de Bastos anunciaba un paso a travs del bosque?

En ese lugar la columna de cartas se una al Diablo que haba puesto all el narrador precedente.

No necesit hacer muchas conjeturas para comprender que del bosque haba salido el novio tan temido por la prometida difunta: Belceb en persona, que, exclamando: Preciosa ma, basta de hacer trampas en el juego! Todas tus armas y tu armadura (Cuatro de Espadas) no valen para m dos cntimos (Dos de Oros)!, se la llevaba sin ms bajo tierra.

Historia de un ladrn de sepulcros

Todava no se me haba secado el sudor fro en la espalda, y ya deba seguir a otro comensal en quien el cuadrado Muerte, Papa, Ocho de Oros, Dos de Bastos, pareca despertar otros recuerdos, a juzgar por la forma en que miraba a su alrededor, torciendo la cabeza, como si no supiera por dnde abordarnos. Cuando puso en el margen la Sota de Oros, figura en la que era fcil reconocer su actitud de provocativa jactancia, comprend que tambin l quera contar algo, comenzando por ah, y que se trataba de su historia.

Pero qu tena que ver ese irnico jovencito con el macabro reino de los esqueletos evocado por el arcano nmero trece? No era desde luego del tipo de los que se pasean meditando por los cementerios, a menos que lo moviera algn propsito ruin: por ejemplo, violar las tumbas y robar a los muertos los objetos preciosos que sin consideracin alguna hubieran llevado consigo en el ltimo viaje

Por lo comn son los Grandes de la Tierra los enterrados con todos los atributos de su poder: coronas de oro, anillos, cetros, ropajes cubiertos de lminas refulgentes. Si ese joven era realmente un ladrn de tumbas, andara buscando en los cementerios los sepulcros ms ilustres, la tumba de un Papa, por ejemplo, dado que los pontfices bajan al sepulcro en todo el esplendor de sus atavos. En una noche sin luna, el ladrn habra levantado la pesada losa de la tumba haciendo palanca con el Dos de Bastos y se habra deslizado en el sepulcro.

Y despus? El narrador puso un As de Bastos e hizo un ademn ascendente, como de algo que creciera: por un momento sospech que me haba equivocado en mis conjeturas, porque aquel gesto pareca en contradiccin con el del ladrn bajando a la tumba papal. A menos de suponer que del sepulcro apenas abierto se hubiese erguido un tronco de rbol derecho y altsimo, y que el ladrn hubiera trepado por l, o que se hubiera sentido transportado a lo alto, a la cima del rbol, en medio de la frondosa cabellera vegetal.

Por suerte, ste sera carne de horca, pero por lo menos cuando se trataba de contar no se limitaba a aadir un tarot a otro (proceda por pares de cartas contiguas, en una doble fila horizontal, de izquierda a derecha), sino que se ayudaba con una gesticulacin bien dosificada, simplificando un poco nuestra tarea. As consegu entender que con el Diez de Copas quera significar la vista desde lo alto del cementerio, tal como lo contemplaba l desde la cima del rbol, con todas las sepulturas alineadas en sus pedestales a lo largo de las avenidas. Mientras que con el arcano llamado El ngel o El Juicio (en el que los ngeles en torno del trono celestial tocan la trompeta que abre las tumbas) tal vez slo quera subrayar el hecho de que l miraba las tumbas desde arriba, como los habitantes del cielo en el Gran Da.

En la cima del rbol, trepando como un chicuelo, nuestro hombre lleg a una ciudad suspendida. As cre interpretar yo el mayor de los arcanos, El Mundo, que en ese mazo de tarots representa una ciudad flotando sobre las aguas o las nubes, y sostenida por dos amorcillos alados. Era una ciudad cuyos tejados tocaban la bveda del cielo, al igual que en otro tiempo La Torre de Babel, tal como nos la mostr, a continuacin, otro arcano.

El que desciende al abismo de la Muerte y sube por el rbol de la Vida con estas palabras imagin que era acogido el involuntario peregrino, llega a la Ciudad de lo Posible, desde la cual se contempla el Todo y se deciden las Opciones.

Aqu la mmica del narrador ya no nos ayudaba y haba que recurrir a las conjeturas. Podamos imaginar que en el interior de la Ciudad del Todo y de las Partes nuestro bribn haba odo que lo apostrofaban:

Quieres la riqueza (Oros) o la fuerza (Espadas), o bien la sabidura (Copas)? Rpido, elige!

Era un arcngel de resplandeciente armadura (Caballero de Espadas) el que le haca esta pregunta, y nuestro hombre, enseguida:

Elijo la riqueza (Oros)! grit.

Tendrs Bastos! fue la respuesta del arcngel jinete, mientras la ciudad y el rbol se disolvan en humo y entre un derrumbe de ramas quebradas el ladrn se precipitaba en pleno bosque.

Historia de Orlando loco de amor

Ahora los tarots dispuestos sobre la mesa formaban un cuadrado totalmente cerrado, con una ventana todava vaca en el centro. Sobre ella se inclin un comensal que hasta entonces haba estado absorto, la mirada perdida. Era un guerrero gigantesco: alzaba los brazos como si fuesen de plomo y volva lentamente la cabeza como si el peso de los pensamientos le hubiera rajado la cerviz. Un profundo desconsuelo pesaba sin duda sobre este capitn que deba de haber sido, no mucho tiempo antes, un mortfero rayo de guerra.

Anim al margen izquierdo del cuadrado, a la altura del Diez de Espadas, la figura del Rey de Espadas, que intentaba reflejar en un nico retrato su pasado belicoso y el melanclico presente. Y de pronto nuestros ojos quedaron como cegados por la polvareda de las batallas, omos el sonido de las trompetas, ya las lanzas volaban en pedazos, ya los hocicos de los caballos al chocarse confundan sus espumas iridiscentes, ya las espadas, ora de filo, ora de plano chocaban, ora de filo, ora de plano, con las otras espadas, y all donde un crculo de enemigos vivientes saltaba sobre la montura para encontrar, al caer, no los caballos, sino la tumba, all en el centro de ese crculo estaba el paladn Orlando blandiendo su Durlindana. Lo habamos reconocido: era l quien nos contaba su historia hecha pedazos y girones, apoyando el pesado dedo de hierro en cada carta.

Ahora sealaba la Reina de Espadas. En la figura de esa mujer rubia que en medio de las armas afiladas y de las chapas de hierro muestra la inasible sonrisa de un juego sensual, reconocimos a Anglica, la maga venida del Catay para ruina de los ejrcitos francos, y tuvimos la certeza de que el conde Orlando todava estaba enamorado de ella.

Despus se abra el vaco; Orlando pos en l una carta: el Diez de Bastos. Vimos cun difcilmente avanzaba el campen por el bosque, cmo se erguan las agujas de los abetos como pas de puerco espn, cmo dilataban las encinas el trax musculoso de sus troncos, cmo arrancaban las hayas sus races del suelo para obstruirle el paso. Todo el bosque pareca decirle: No vayas! Por qu abandonas los metlicos campos de guerra, reino de lo discontinuo y lo distinto, la afinidad con las matanzas en que descuella tu talento para descomponer y excluir, y te aventuras en la verde, mucilaginosa naturaleza, entre las espirales de la continuidad viviente? El bosque del amor, Orlando, no es lugar para ti! Vas siguiendo a un enemigo de cuyas insidias no hay escudo que te proteja. Olvdate de Anglica! Vuelve!.

Pero no haba duda de que Orlando no prestaba odos a estas advertencias y que una sola visin lo ocupaba: la representada en el arcano nmero siete que ahora pona sobre la mesa, es decir, El Carro. El artista que haba miniado con esplndidos esmaltes nuestros tarots no haba puesto un rey para conducir El Carro, como suele verse en las cartas ms comunes, sino una mujer vestida de maga o de soberana oriental, que sujetaba las riendas de dos blancos caballos alados. As imaginaba la fantasa delirante de Orlando el paso encantado de Anglica por el bosque; la que l segua era la huella de cascos voladores ms ligeros que patitas de mariposa, era un polvillo de oro sobre las hojas como el que dejan caer ciertas mariposas la huella que le serva de gua en la espesura.

Desventurado! No saba an que en lo ms espeso de lo espeso, un abrazo de amor suave y apasionado una entretanto a Anglica y Medoro. Fue preciso el arcano del Amor para revelrselo, con esa languidez del deseo que nuestro miniaturista haba sabido dar a la mirada de los dos enamorados. (Empezamos a entender que, con sus manos de hierro y su aire trasoado, Orlando se haba reservado desde el principio los tarots ms bellos del mazo, dejando que los dems balbucearan sus vicisitudes a fuerza de copas y bastos y oros y espadas).

La verdad se abri paso en la mente de Orlando: en el hmedo fondo del bosque femenino hay un templo de Eros donde cuentan valores diferentes de los que decide su Durlindana. El favorito de Anglica no era uno de los ilustres comandantes de escuadrn sino un jovenzuelo del squito, esbelto y gracioso como una doncella; su figura aumentada apareci en la carta siguiente: la Sota de Bastos.

Adnde haban huido los amantes? Dondequiera que hubiesen ido, la sustancia de que estaban hechos era demasiado tenue y huidiza como para ser presa de las manazas de hierro del paladn. Cuando no le quedaron dudas sobre el fin de sus esperanzas, Orlando hizo algunos movimientos desordenados desenvainar la espada, clavar las espuelas, estirar las piernas apoyndose en los estribos; despus algo se rompi dentro de l, salt, se encendi, se fundi, y de pronto se le apag la luz del intelecto y se qued a oscuras.

Ahora el puente de cartas tendido a travs del cuadrado llegaba al lado opuesto, a la altura del Sol. Un amorcillo hua llevndose la lmpara de la sabidura de Orlando y sobrevolaba las tierras de Francia atacadas por los Infieles, el mar que galeras sarracenas surcaran impunes, ahora que el campen ms robusto de la cristiandad yaca obnubilado por la demencia.

La Fuerza cerraba la fila. Yo cerr los ojos. Me flaqueaba el corazn al ver a aquella flor de la caballera transformada en una ciega explosin telrica, semejante a un cicln o un terremoto. Como alguna vez las escuadras mahometanas segadas por la Durlindana, as el remolino de su maza abata ahora las bestias feroces que de frica, en el caos de las invasiones, haban pasado a las costas de Provenza y de Catalua; un manto de pieles de felino leonadas y jaspeadas y manchadas cubrira los campos transformados en desierto por donde pasaba: ni el cauto len, ni el tigre longilneo, ni el retrctil leopardo sobreviviran a la matanza. Despus les tocara al olifante, al otorrinoceronte y al caballo de ro, o sea, el hipoptamo: una capa de pieles de paquidermo se espesara sobre la callosa, rida Europa.

El dedo frreamente puntilloso del narrador volvi al comienzo, es decir, empez a deletrear la fila de abajo, a partir de la izquierda. Vi (y o) crujir los troncos de los robles que el posedo arrancaba en el Cinco de Bastos, me dol del ocio de la Durlindana que haba quedado colgada de un rbol y olvidada en el Siete de Espadas, deplor el despilfarro de energas y de bienes en el Cinco de Oros (aadido para el caso en el espacio vaco).

La carta que ahora pona en el medio era La Luna. Una fra reverberacin brilla sobre la tierra oscura. Una ninfa de aspecto demente alza la mano hacia la dorada hoz celeste como si tocara el arpa. Es cierto que la cuerda cuelga rota de su arco: la Luna es un planeta derrotado, y la Tierra conquistadora es prisionera de la Luna. Orlando recorre una Tierra que se ha vuelto lunar.

La carta del Loco, que se nos mostr inmediatamente despus, era, dada la ocasin, ms elocuente que nunca. Desahogado el arrebato ms violento de furor, con la maza al hombro como una caa de pescar, flaco como un esqueleto, andrajoso, sin bragas, la cabeza llena de plumas (en el pelo le quedaba pegado todo tipo de cosas: plumn de tordo, erizos de castaa, pas de rusco y escaramujo, lombrices que sorban los apagados sesos, hongos, musgos, agallas, spalos), Orlando haba bajado al corazn catico de las cosas, al centro del cuadrado de los tarots y del mundo, al punto de interseccin de todos los rdenes posibles.

Su razn? El Tres de Copas nos record que estaba dentro de una ampolla guardada en el Valle de las Razones Perdidas, pero, como la carta representaba un cliz volcado entre dos clices de pie, era probable que ni en aquel depsito se hubiese conservado.

Las dos ltimas cartas de la fila estaban all sobre la mesa. La primera era La Justicia que ya habamos encontrado, coronada por el friso del guerrero al galope. Seal de que las Huestes de Carlomagno seguan la pista de su campen, velaban por l, no renunciaban a conseguir que su espada volviera al servicio de la Razn y la Justicia. Era pues la imagen de la Razn la rubia justiciera de la espada y la balanza con quien al cabo tena que arreglar cuentas? Era la Razn del relato que anida debajo del Azar combinatorio de los tarots dispersos? Quera decir que por muchas vueltas que Orlando d, siempre llega el momento en que lo atrapan y lo atan y le hacen tragar el intelecto rechazado?

En la ltima carta se ve al paladn atado cabeza abajo como El Ahorcado. Y finalmente su rostro se vuelve sereno y luminoso, el ojo lmpido como no lo haba sido ni siquiera en el ejercicio de sus razones pasadas. Qu dice? Dice:

Dejadme as. He dado toda la vuelta y he comprendido. El mundo se lee al revs. Todo est claro.

Historia de Astolfo en la Luna

Me hubiera gustado recoger otros testimonios sobre la razn de Orlando, especialmente el de aquel que haba considerado su deber recuperarla, una prueba para su ingeniosa osada. Hubiera querido que Astolfo estuviese all con nosotros. Entre los comensales que an no haban contado nada haba uno ligero como un jockey o un duendecillo, que de vez en cuando rebulla y gorjeaba como si su mutismo y el nuestro fuesen para l una oportunidad de diversin sin igual. Observndolo me di cuenta de que el caballero ingls bien poda ser l, y lo invit explcitamente a que contara su historia tendindole la figura del mazo que a mi parecer ms se le asemejaba: la alegre corveta del Caballero de Bastos. El personaje sonriente adelant una mano, pero en vez de tomar la carta la hizo volar de un papirotazo. La carta revolote como una hoja al viento y cay sobre la mesa, hacia la base del cuadrado.

Ahora no haba ms ventanas abiertas en el centro del mosaico y pocas cartas quedaban fuera del juego.

El caballero ingls cogi un As de Espadas (reconoc la Durlindana de Orlando, colgada de un rbol, inactiva), la acerc al lugar donde estaba El Emperador (representado con la barba blanca y la florida sabidura de Carlomagno entronizado), como preparndose a levantar con su historia una columna vertical: As de Espadas, Emperador, Nueve de Copas (Como la ausencia de Orlando del Campo Franco se prolongara, el Rey Carlos llam a Astolfo y lo invit a sentarse a su mesa) Despus venan El Loco, semidesnudo, harapiento, con plumas en la cabeza, y El Amor, dios alado que desde el entorchado pedestal asaetea a los suspirantes (T sabes, Astolfo, que el prncipe de nuestros paladines, nuestro sobrino Orlando, ha perdido la luz que distingue al hombre y las bestias cuerdas de las bestias y los hombres locos, y ahora posedo corre por los bosques, y cubierto de plumas de pjaro slo responde al piar de las aves, como si no entendiese otro lenguaje. Y sera un mal menor si lo hubiese reducido a ese estado el celo mal entendido de la penitencia cristiana, de la humillacin de s mismo, la maceracin del cuerpo y el castigo del orgullo de la mente, porque en ese caso el dao podra en cierto modo quedar compensado por una ventaja espiritual, o bien sera un hecho del cual podramos no digo jactarnos, pero s hablar de l con cualquiera, sin vergenza, tal vez meneando un poco la cabeza, pero lo malo es que a la locura lo ha impulsado Eros, dios pagano, que cuanto ms se lo reprime ms devastador es).

La columna continuaba con El Mundo, donde se ve una ciudad fortificada con un cerco alrededor Pars encerrada en sus murallas, sometida desde haca meses al asedio sarraceno y con La Torre, que representa verosmilmente la cada de los cadveres desde las escarpas, entre chorros de aceite hirviendo y mquinas sitiadoras en accin, y as describa la situacin militar (tal vez con las mismas palabras de Carlomagno: El enemigo puja al pie de las alturas del Monte Mrtir y del Monte Parnaso, abre brechas en Menilmontante y Monterolio, alumbra incendios en la Puerta Delfina y en la Puerta de las Lilas), a la que slo le faltaba una ltima carta, el Nueve de Espadas, para cerrarse con una nota de esperanza (as como el discurso del Emperador no poda tener otra conclusin que sta: Slo nuestro sobrino podr guiarnos hacia una salida que rompa el cerco de hierro y de fuego Ve, Astolfo, busca el juicio de Orlando dondequiera que se haya perdido y trelo: es nuestra nica salvacin! Corre! Vuela!).

Qu deba hacer Astolfo? An tena en sus manos una buena carta: el arcano llamado El Ermitao, representado como un viejo giboso con el reloj de arena en la mano, un adivino que invierte el tiempo irreversible y antes del antes ve el despus. Es a este sabio, a este mago Merln a quien se dirige Astolfo para saber dnde encontrar la razn de Orlando. El Ermitao lea el fluir de los granos de arena en el reloj, y as nos disponamos nosotros a leer la segunda columna de la historia, que era la que estaba inmediatamente a la izquierda, de arriba abajo: El Juicio, Diez de Copas, Carro, Luna

Al cielo has de subir, Astolfo (el arcano anglico del Juicio indicaba una ascensin sobrehumana), a los campos plidos de la Luna, donde se conservan en un interminable depsito, en ampollas alineadas (como en la carta de Copas), las historias que los hombres no viven, los pensamientos que llaman una vez al umbral de la conciencia y se desvanecen para siempre, las partculas de lo posible descartadas en el juego de las combinaciones, las soluciones a las que se podra llegar y no se llega.

Para subir a la Luna (el arcano El Carro nos daba una informacin superflua pero potica) es una convencin recurrir a las hbridas razas de los caballos alados o Pegasos o Hipogrifos; las Hadas los cran en sus caballerizas doradas para uncirlos a bigas y a trigas. Astolfo tena su Hipogrifo y en l mont. Puso rumbo al cielo. La Luna creciente le sali al encuentro. Plane. (En el tarot La Luna estaba pintada con ms dulzura que en el drama de Pramo y Tisbe, tal como lo representan en las noches de pleno verano rsticos actores, pero con recursos alegricos igualmente simples).

Despus vena La Rueda de la Fortuna, justo en el momento en que esperbamos una descripcin ms detallada del mundo de la Luna que nos permitiese dar libre curso a las viejas fantasas de un mundo al revs, donde el asno es rey, el hombre es cuadrpedo, los jovencitos mandan a los viejos, las sonmbulas gobiernan el timn, los ciudadanos giran como ardillas en el molinillo de la jaula, y a todas las paradojas que la imaginacin puede descomponer y recomponer.

Astolfo haba subido a buscar la Razn en el mundo de lo gratuito, l que era Caballero de lo Gratuito. Qu sabidura extraer como norma para la Tierra de esa Luna del delirio de los poetas? El caballero trat de formular la pregunta al primer habitante que encontr en la Luna: el personaje representado en el arcano nmero uno, El Prestidigitador, nombre e imagen de significado controvertido pero que aqu tambin puede considerarse por el clamo que tiene en la mano como si escribiera un poeta.

En los blancos campos de la Luna, Astolfo encuentra al poeta dedicado a interpolar en su urdimbre las rimas de las estrofas, los hilos de las intrigas, las razones y las sinrazones. Si es verdad que habita en el centro mismo de la Luna o que est habitado por ella, como si fuera su ncleo ms profundo, nos dir si es cierto que contiene el diccionario universal de las rimas, de las palabras y las cosas, si es el mundo lleno de sentido, lo opuesto a la Tierra insensata.

No, la Luna es un desierto fue la respuesta del poeta, a juzgar por la ltima carta depositada en la mesa: la calva circunferencia del As de Oros, de esta rida esfera parte todo discurso y todo poema; y todo viaje a travs de bosques, batallas, tesoros, banquetes, alcobas, nos devuelve aqu, al centro de un horizonte vaco.

Todas las dems historias

El cuadrado ha quedado enteramente cubierto de tarots y de cuentos. Todas las cartas del mazo estn desplegadas sobre la mesa. Y mi historia no est? No consigo reconocerla en medio de las otras, tan apretado ha sido su entretejerse simultneo. En realidad la tarea de descifrar las historias una por una me ha hecho descuidar hasta ahora la peculiaridad ms saliente de nuestro modo de narrar, a saber, que todo relato corre al encuentro de otro relato y mientras un comensal avanza en su fila, desde la otra punta se adelanta otro en sentido opuesto, porque las historias contadas de izquierda a derecha o de abajo hacia arriba pueden tambin leerse de derecha a izquierda o de arriba hacia abajo, y viceversa, considerando que las mismas cartas al presentarse en un orden diferente suelen cambiar de significado, y el mismo tarot sirve al mismo tiempo a narradores que parten de los cuatro puntos cardinales. As mientras Astolfo comenzaba a referir su aventura, una de las damas ms bellas del grupo, que se haba presentado con el perfil de mujer enamorada de la Reina de Oros, ya dispona en el punto de llegada de su recorrido El Ermitao y el Nueve de Espadas, que le servan porque su historia empezaba precisamente as: ella dirigindose a un adivino para saber cul sera el fin de la guerra que desde haca aos la tena sitiada en una ciudad extranjera, y El Juicio y La Torre le traan la noticia de que los Dioses haban decretado tiempo atrs la cada de Troya. En efecto, aquella ciudad fortificada y asediada (El Mundo), que en el relato de Astolfo era Pars codiciada por los Moros, era vista como Troya por quien haba sido la causa primera de tan larga guerra. Y entonces los banquetes resonantes de cantos y ctaras (Diez de Copas) eran los que preparaban los Aqueos para el suspirado da del asalto victorioso.

Al mismo tiempo, sin embargo, otra Reina (la piadosa, de Copas) avanzaba en su historia al encuentro de la historia de Orlando, en su mismo recorrido, empezando por La Fuerza y El Ahorcado. Es decir, esta reina contemplaba a un feroz bandido (por lo menos como tal se lo haban descrito) colgado de un instrumento de tortura, bajo El Sol, por veredicto de La Justicia. Apiadada, se acerc, le dio de beber (Tres de Copas), observ que era un joven gil y agraciado (Sota de Bastos).

Los Arcanos Carro, Amor, Luna, Loco (que ya haban servido para el sueo de Anglica, la locura de Orlando, el viaje del Hipogrifo) le eran disputados ahora por la profeca del adivino a Helena de Troya: Entrar en un carro con los vencedores una mujer, una reina o una diosa, y tu Paris se enamorar de ella, que impulsaba a la bella y adltera esposa de Menelao a huir de la ciudad sitiada a la luz de la luna, disimulada en humildes vestidos, con la sola compaa del bufn de la corte, y por la historia que narraba simultneamente otra reina, acerca de cmo, enamorada del prisionero, lo haba liberado durante la noche, invitndolo a huir disfrazado de vagabundo y a esperar que ella se le reuniese en su carro real, en la oscuridad del bosque.

Despus cada una de las dos historias continuaba hacia su desenlace, Helena llegando al Olimpo (Rueda de la Fortuna) y presentndose en el banquete (Copas) de los Dioses, la otra esperando en vano en el bosque (Bastos) al hombre liberado por ella hasta los primeros clarores dorados (Oros) de la maana. Y mientras la una conclua dirigindose al supremo Zeus (El Emperador): Al poeta (El Prestidigitador) que ya no es ciego, sentado aqu en el Olimpo entre los Inmortales, y que alinea los versos fuera del tiempo en los poemas temporales que otros poetas cantarn, dile que pido a la voluntad de los Habitantes Celestiales (As de Espadas) esta nica limosna (As de Oros), que escriba esto en el poema de mi destino: Antes de que Paris la traicione, Helena se entregar a Ulises en el vientre mismo del Caballo de Troya (Caballero de Bastos)!, la suerte de la otra no era menos incierta cuando oy que una esplndida guerrera (Reina de Espadas) que sala a su encuentro a la cabeza de un ejrcito, la apostrofaba as: Reina de la noche, el hombre liberado por ti es mo: preprate a combatir; la guerra con las huestes del da no terminar, entre los rboles del bosque, antes de la aurora!.

Al mismo tiempo haba que tener presente que la Pars o la Troya sitiada en la carta del Mundo, que era tambin ciudad celeste en la historia del ladrn de sepulcros, se converta en una ciudad subterrnea en la historia de un individuo que se haba presentado con los rasgos vigorosos, afables, del Rey de Bastos, y que llegaba despus de conseguir en un bosque mgico un garrote de poderes extraordinarios y de seguir a un desconocido guerrero de negras armas que se jactaba de sus riquezas (Bastos, Caballero de Espadas, Oros). En una ria de taberna (Copas), el misterioso compaero de viaje haba decidido jugarse el cetro de la ciudad (As de Bastos). Terminada la pelea a garrotazos con el triunfo de nuestro hombre, Ahora eres el amo de la Ciudad de la Muerte, le dijo el Desconocido. Sabrs que has vencido al Prncipe de la Discontinuidad, y quitndose la mscara revel su verdadero rostro (La Muerte), es decir, una calavera amarilla y roma.

Cerrada la Ciudad de la Muerte, nadie ms poda morir. Empez una nueva Edad de Oro: los hombres se prodigaban en francachelas, cruzaban espadas en inocuas rias, se arrojaban indemnes desde altas torres (Oros, Copas, Espadas, Torre). Y las tumbas habitadas por jocundos seres vivos (El Juicio) eran las de los cementerios ahora intiles donde los sibaritas se reunan para celebrar sus orgas bajo los ojos aterrados de los ngeles y de Dios. Al punto que no tard en resonar una advertencia: Abre nuevamente las puertas de la Muerte o el mundo se convertir en un desierto erizado de estacas, en una montaa de fro metal!, y nuestro hroe se arrodill a los pies del airado Pontfice en seal de obediencia (Cuatro de Bastos, Ocho de Oros, El Papa).

Ese Papa era yo! pareci exclamar otro invitado que se presentaba bajo las falaces apariencias del Caballero de Oros, y que al lanzar con desdn el Cuatro de Oros tal vez quera significar que haba abandonado los fastos de la corte papal para llevar los ltimos sacramentos a los moribundos en el campo de batalla. La Muerte seguida por el Diez de Espadas representaba ahora una infinidad de cuerpos despedazados en medio de los cuales erraba el Pontfice anonadado, comienzo de una historia contada minuciosamente por los mismos tarots que ya haban ilustrado los amores de un guerrero y un cadver, pero ledos segn otro cdigo en el cual la sucesin de Bastos, Diablo, Dos de Oros, Espadas, presupona que al Papa, tentado por la duda ante el espectculo de la matanza, se le haba odo preguntar: Por qu permites esto, Dios mo? Por qu dejas que tantas almas tuyas se pierdan?, y que desde el bosque una voz haba respondido: Somos dos para dividirnos el mundo (Dos de Oros) y las almas! El permitir o no permitir no depende slo de l! Siempre tendr que arreglar cuentas conmigo!.

Al final de la hilera la Sota de Bastos puntualizaba que a esta voz haba sucedido la aparicin de un guerrero de aire desdeoso: Si reconoces en m al Prncipe de las Oposiciones, har reinar la paz en el mundo (Copas), iniciar una nueva Edad de Oro!.

Hace mucho que este signo recuerda que el Otro fue vencido por el Uno! podra haber dicho el Papa, oponindole la cruz del Dos de Bastos.

O bien aquella carta indicaba una encrucijada: Dos son los caminos. Escoge, haba dicho el Enemigo, pero en mitad de la encrucijada haba aparecido la Reina de Espadas (antes Anglica la Maga o noble alma condenada o condottiera) para anunciar: Deteneos! Vuestra querella no tiene sentido. Sabed que soy la alegre Diosa de la Destruccin que gobierna el hacerse y el deshacerse incesantes del mundo. En la matanza general, las cartas se mezclan continuamente y las almas no corren mejor suerte que los cuerpos, los cuales gozan por lo menos del descanso de la tumba. Una guerra sin fin agita el universo hasta las estrellas del firmamento y no escatima ni a los espritus ni a los tomos. En el polvillo dorado que flota en el aire cuando la oscuridad de un aposento es atravesada por rayos de luz, Lucrecio contemplaba batallas de corpsculos impalpables, invasiones, asaltos, tiovivos, torbellinos (Espadas, Estrella, Oros, Espadas).

Tambin mi historia est seguramente contenida en ese entrelazamiento de cartas, pasado, presente, futuro, pero ya no s distinguirla de las otras. El bosque, el castillo, los tarots me han conducido a esta meta: perder mi historia, confundirla en el polvillo de las historias, librarme de ella. Lo que de m queda es slo la obstinacin manitica de completar, de cerrar, de terminar con un balance exacto. Todava tengo que recorrer nuevamente dos lados del cuadrado en sentido opuesto, y si sigo adelante es slo por amor propio, para que las cosas no queden hechas a medias.

El castellano-posadero que nos hospeda no puede tardar en contar lo suyo. Supongamos que sea la Sota de Copas y que un cliente inslito (El Diablo) se hubiera presentado en su posada-castillo. Con ciertos clientes es un buen sistema no ofrecerles jams un trago gratis, pero, al pedirle que pagara, Posadero, dijo el Cliente, en tu taberna todo se mezcla, los vinos y los destinos.

A su Seora no le gusta mi vino?

Me gusta muchsimo! Yo soy el nico que sabe apreciar todo lo entremezclado y bifronte. Por eso quiero darte mucho ms que Dos Oros!

En ese momento La Estrella, arcano nmero diecisiete, ya no representaba a Psique, ni a la esposa salida de la tumba, ni un astro del firmamento, sino a la criada que va a que le paguen la cuenta y vuelve con las manos llenas de centelleantes monedas nunca vistas, gritando: Mirad! Ese seor! Mirad lo que hizo! Volc una de las Copas sobre la mesa y derram un ro de Oros!.

Qu brujera es sa? exclam el tabernero-castellano.

El cliente estaba ya en el umbral de la puerta:

Entre tus copas hay ahora una que parece igual a las otras, pero es mgica. Haz de este regalo un uso que me plazca; de lo contrario, as como me has conocido amigo, as volver a verte como enemigo! dijo, y desapareci.

Piensa que te piensa, el castellano decidi disfrazarse de prestidigitador e ir a la Capital a conquistar el poder produciendo moneda contante y sonante. As que El Prestidigitador (a quien habamos visto como un Mefistfeles o un poeta) era tambin el hospedero-charlatn que soaba con convertirse en Emperador haciendo malabarismos con sus Copas, y la Rueda (ya no Molino del Oro, ni Olimpo, ni Mundo de la Luna) representaba su intencin de volver el mundo patas arriba.

Se puso en marcha. Pero en el bosque En ese punto haba que interpretar nuevamente el arcano de La Papisa como una Gran Sacerdotisa que celebraba en el bosque una fiesta ritual y haba dicho al viajero: Restituye a las Bacantes la copa sagrada que nos robaron!. Y as se explicaba tambin la muchacha descalza y salpicada de vino, llamada La Templanza en los tarots, y la elaborada factura del cliz-altar que haca las veces del As de Copas.

Al mismo tiempo la mujer corpulenta que nos serva de beber como posadera diligente o solcita castellana haba empezado tambin su relato con las tres cartas: Reina de Bastos, Ocho de Espadas, Papisa, y ahora veamos a La Papisa tambin como Abadesa de un convento a quien nuestra narradora, entonces tierna pupila, haba dicho para vencer el terror que al aproximarse la guerra reinaba entre las Monjas: Permitid que rete a duelo (Dos de Espadas) al condottiero de los invasores!.

La pupila era en realidad una avezada espadachina como nos revelaba de nuevo La Justicia, y al alba, en el campo de batalla, su majestuosa persona hizo una aparicin tan fulgurante (El Sol), que enamor al prncipe retado a duelo (Caballero de Espadas). El banquete (Copas) de bodas se celebr en el palacio de los padres del novio (Emperatriz y Rey de Oros), cuyos rostros expresaban toda la desconfianza que les inspiraba esta nuera descomunal. Apenas el marido tuvo que marcharse (alejamiento del Caballero de Copas), los crueles suegros pagaron (Oros) a un sicario para que llevara al bosque (Bastos) a la esposa y la matara. Hete aqu que entonces el energmeno (La Fuerza) y El Ahorcado resultaban ser la misma persona: el sicario que se abalanzaba sobre nuestra leona y se encontraba poco despus atado cabeza abajo por la robusta luchadora.

Salvada de la asechanza, la herona se haba disimulado bajo las ropas de una posadera o una sirvienta del castillo, como la veamos en ese momento tanto en persona como en el arcano de La Templanza vertiendo un vino pursimo (as lo demostraban los motivos bquicos del As de Copas). Ahora prepara una mesa para dos, espera el regreso del marido y espa cada movimiento del follaje de este bosque, cada carta que cae de este mazo de tarots, cada efecto teatral en esta ensambladura de relatos, hasta llegar al final del juego. Entonces sus manos desparraman las cartas, mezclan el mazo, vuelven a empezar desde el principio.

LA TABERNA DE LOS DESTINOS CRUZADOS

La taberna

Salimos de la oscuridad, no, entramos, afuera est oscuro, aqu se ve algo en medio del humo, humea la luz, tal vez de velas, pero se ven los colores, amarillos, azules, sobre el blanco, sobre la mesa, manchas de colores, rojas, tambin verdes, con los contornos negros, dibujos en rectngulos blancos desparramados sobre la mesa. Hay bastos, ramas apretadas, troncos, hojas, como antes afuera, espadas que nos asestan golpes tajantes en medio de las hojas, las emboscadas en la oscuridad donde nos habamos perdido, por suerte al final vimos una luz, una puerta, hay oros que brillan, copas, esta mesa con vasos y platos, escudillas de sopa humeante, botellas de vino, estamos a salvo pero todava medio muertos de espanto, podemos contar, tendremos qu contar, cada uno querra contar a los dems lo que le ha ocurrido, lo que le ha tocado ver con sus ojos, en la oscuridad, en el silencio, aqu ahora hay ruido, cmo har para hacerme or, no oigo mi voz, la voz no me sale de la garganta, no tengo voz, no oigo siquiera las voces de los dems, se oyen los ruidos, yo no soy sordo, oigo entrechocar las escudillas, descorchar las botellas, tamborilear con las cucharas, masticar, eructar, hago gestos para decir que he perdido la palabra, tambin los otros estn haciendo los mismos gestos, son mudos, hemos perdido todos la palabra, en el bosque, todos los que rodeamos esta mesa, hombres y mujeres, bien vestidos o mal vestidos, espantados, espantosos de ver, todos con el pelo blanco, jvenes y viejos, tambin yo me miro en uno de esos espejos, de esos naipes, tambin yo tengo el pelo blanco de espanto.

Cmo hago para contar ahora que he perdido la palabra, las palabras, quiz tambin la memoria, cmo hago para recordar qu haba all afuera, y una vez que lo recuerdo, cmo hago para encontrar las palabras para decirlo; y las palabras, cmo hago para pronunciarlas, estamos todos tratando de dar a entender algo a los otros con gestos, muecas, todos como monos. Menos mal que hay estas cartas aqu, sobre la mesa, un mazo de tarots de los ms comunes, de Marsella, dicen, denominados tambin de Brgamo, o bien napolitanos, piamonteses; llamadlos como queris, si no son los mismos se parecen, en las posadas de los pueblos, en el mandil de las gitanas, dibujos de lneas marcadas, groseras, pero con detalles que uno no imaginara, que ni siquiera se entienden muy bien, como si el que grab esos dibujos en la madera para imprimirlos con sus gruesas manos los hubiese calcado de modelos complicados, finamente trabajados y sabe Dios con cunto cuidado, aplicando todas las reglas del arte, y hubiese arremetido con su gubia como saliera, sin entender bien qu copiaba, y como si despus hubiese embadurnado la madera con la tinta y listo.

Adelantamos las manos todos a la vez hacia las cartas, alguna de las figuras alineada con otras me devuelve a la memoria la historia que me ha trado hasta aqu, trato de recordar qu me sucedi y de mostrarlo a los dems que entretanto buscan tambin en las cartas y me sealan con el dedo esta figura o aquella, y nada combina con nada, y nos arrebatamos las cartas de las manos y las desparramamos sobre la mesa.

Historia del indeciso

Uno de nosotros vuelve una carta, la levanta, la mira como si se mirara en un espejito. Es cierto, parecera que el Caballero de Copas fuera realmente l. No slo en la cara ansiosa, de ojos desorbitados, en los largos cabellos encanecidos que le caen sobre los hombros se nota el parecido, sino tambin en las manos que mueve sobre la mesa como si no supiera dnde ponerlas y que ah en la figura sostienen, la derecha una copa demasiado grande, en equilibrio sobre la palma, y la izquierda las riendas, apenas con la punta de los dedos. Esta actitud vacilante se transmite tambin al caballo: se dira que no consigue apoyar bien los cascos en el suelo removido.

Hallada esta carta, el joven cree reconocer en todas las dems que van cayendo bajo su mano un sentido especial y las pone en fila sobre la mesa, como si siguiera un hilo de una a otra. La tristeza que se lee en su cara mientras coloca junto a un Ocho de Copas y a un Diez de Bastos el arcano que, segn los lugares, llaman del Amor o del Enamorado o de Los Amantes, hace pensar en una pena del corazn que lo hubiera impulsado a levantarse en mitad de un acalorado banquete para salir a tomar aire en el bosque. O directamente a abandonar la fiesta de sus propias bodas y tomarse las de Villadiego el mismo da de su casamiento.

Tal vez hay dos mujeres en su vida y l no sabe escoger. Justamente as lo representa el dibujo: todava rubio, entre las dos rivales, una que lo atrapa por un hombro clavndole unos ojos vidos, la otra que lo roza con un lnguido movimiento de toda su persona, mientras l no sabe para dnde mirar. Cada vez que est por decidir cul de las dos le conviene como esposa, se convence de que muy bien puede renunciar a la otra, y as se resigna a perder a sta cada vez que comprende que prefiere a aqulla. En este vaivn de pensamientos el nico punto firme es que puede prescindir tanto de una como de otra, porque en cada eleccin hay siempre un reverso, es decir, un renunciamiento, y as no hay diferencia entre el acto de escoger y el acto de renunciar.

De este callejn sin salida slo poda sacarlo un viaje; el tarot que el joven pone ahora sobre la mesa ser sin duda El Carro: los dos caballos tiran del pomposo vehculo por los caminos accidentados del bosque, la brida floja, como es su costumbre, de modo que al llegar a una encrucijada no sea l quien tenga que escoger. El Dos de Bastos seala el cruce de dos caminos; los caballos empiezan a tirar uno para aqu, el otro para all; las ruedas dibujadas divergen tanto que parecen perpendiculares al camino, seal de que el carro est parado. O si se mueve, dara lo mismo que estuviera parado, como les sucede a muchos cuando se les desatan los nudos de los caminos ms llanos y veloces, que sobrevuelan los valles por puentes de altsimas pilastras y traspasan el granito de las montaas, y son libres de ir a todas partes y en todas partes es siempre lo mismo. As lo veamos grabado en la postura falsamente decidida y duea de s de un triunfante conductor de vehculos; pero llevaba siempre detrs su alma dividida, como las dos mscaras de mirada divergente que se vean en su capa.

Para decidir el camino no hay ms que echar suertes: la Sota de Oros representa al joven arrojando al aire una moneda; cara o cruz? Tal vez ni la una ni la otra, la moneda gira y gira y queda de canto en un matorral, al pie de una vieja encina, justo en medio de los dos caminos. Con el As de Bastos el joven quiere contarnos seguramente que, incapaz de decidirse por esta direccin o por aquella, no le qued otra salida que bajar del carro y trepar por el tronco nudoso, por las ramas que con sus sucesivas bifurcaciones siguen imponindole el tormento de la eleccin.

Por lo menos espera que encaramndose de rama en rama podr ver ms lejos, entender adnde llevan los caminos; por debajo el follaje es espeso, el suelo se pierde de vista rpidamente, y si alza la mirada hacia la cima del rbol, lo deslumbra El Sol, que con sus punzantes rayos hace brillar a contraluz todos los colores de las hojas. Pero habra que explicar tambin qu representan esos dos nios que se ven en el tarot: querr decir que al mirar abajo el joven se dio cuenta de que no estaba solo en el rbol; antes que l dos chicuelos han trepado por las ramas.

Parecen dos mellizos: son exactamente iguales, descalzos, muy rubios. Tal vez en ese momento el joven ha hablado, preguntando: Qu hacis ah los dos?, o bien: Cunto falta para la cima?. Y los mellizos le han contestado indicando con confusos gestos algo que se ve en el horizonte del dibujo, bajo los rayos del sol: las murallas de una ciudad.

Pero dnde estn situadas con respecto al rbol esas murallas? El As de Copas representa precisamente una ciudad con muchas torres y agujas y minaretes y cpulas que asoman por encima de las murallas. Y tambin hojas de palmera, alas de faisn, azules aletas de peces-luna, que seguramente aparecen en los jardines, en las pajareras, en los acuarios de la ciudad, en medio de todo lo cual podemos imaginarnos a los dos chicuelos persiguindose y desapareciendo. Y esa ciudad parece estar en equilibrio en la cspide de una pirmide que podra ser tambin la cima del gran rbol, es decir, se tratara de una ciudad suspendida de las ramas ms altas como un nido de pjaro, con los cimientos colgantes como las races areas de ciertas plantas que crecen en lo alto de otras plantas.

Al echar las cartas las manos del joven son cada vez ms lentas e inseguras, y tenemos tiempo de sobra para seguirlo con nuestras conjeturas y de rumiar en silencio las preguntas que seguramente le habrn dado vueltas en la cabeza, como ahora en la nuestra: Qu ciudad es sta? Es la Ciudad del Todo? Es la ciudad donde todas las partes se juntan, las opciones se equilibran, donde se llena el vaco que queda entre lo que esperamos de la vida y lo que recibimos?.

Pero a quin podra interrogar el joven en la ciudad? Imaginemos que hubiera entrado por la puerta abovedada de la muralla, que se hubiese internado en una plaza con una gran escalinata en el fondo y que en lo alto de esa escalera estuviera sentado un personaje con atributos reales, divinidad entronizada o ngel coronado. (Detrs de los hombros se le ven dos prominencias que podran ser el respaldo del trono, pero tambin un par de alas torpemente reproducidas en el dibujo).

sta es tu ciudad? habr preguntado el joven.

La tuya mejor respuesta no hubiera podido recibir; aqu encontrars lo que buscas.

Imaginad si as, de pronto, iba a ser capaz de expresar un deseo sensato. Acalorado por el esfuerzo de trepar hasta all, slo habr dicho: Tengo sed.

Y el ngel en el trono: No tienes ms que elegir de qu pozo quieres beber, y habr sealado dos pozos iguales que se abren en la plaza desierta.

Basta mirar al joven para comprender que se siente otra vez perdido. Ahora la potencia coronada blande una balanza y una espada, atributos del ngel que desde lo alto de la constelacin de Libra vela por las decisiones y los equilibrios. As que tambin en la Ciudad del Todo slo se es admitido a travs de una eleccin y un rechazo, aceptando una parte y renunciando al resto? Tanto le da irse como ha venido; pero al volverse ve dos Reinas asomadas a dos balcones, uno frente al otro, a los dos lados de la plaza. Y cree reconocer a las dos mujeres de su fracasada eleccin. Parecera que estuvieran all del guardia para no dejarlo salir de la ciudad, empuando cada una una espada desenvainada, una con la diestra, la otra seguramente por simetra con la siniestra. O bien, si no caban dudas sobre la espada de una, la de la otra poda ser tambin una pluma de ganso, o un comps cerrado, o una flauta, o un cortapapel, y en ese caso las dos mujeres estaban indicando dos caminos diferentes que se abren para quien an tiene que encontrarse a s mismo: la va de las pasiones, que es siempre una va de hecho, agresiva, de cortes tajantes, y la va de la sabidura, que requiere pensar y aprender poco a poco.

Al disponer y sealar las cartas, las manos del joven ya insinan oscilaciones y ademanes irreflexivos, ya se retuercen lamentando cada tarot que han jugado y que ms vala reservar para otro juego, ya se dejan ir en blandos gestos de indiferencia, significando que todos los tarots y todas las posiciones son iguales, como las copas que se repiten idnticas en el mazo, del mismo modo que en el mundo de lo uniforme objetos y destinos se despliegan delante de ti, intercambiables e inmutables, y el que cree que decide es un iluso.

Cmo explicar que para la sed que siente en el cuerpo no le basta ni este pozo ni aquel? Lo que l quiere es la cisterna donde las aguas de todos los pozos y todos los los desembocan y se confunden, el mar representado en el arcano llamado de la Estrella o de las Estrellas, donde se celebran los orgenes acuticos de la vida como triunfo de las mezclas y de los bienes del Seor que van a parar al mar. Una diosa desnuda toma dos jofainas que contienen quin sabe qu jugos puestos al fresco para los sedientos (alrededor estn las dunas amarillas de un desierto quemado por el sol) y las vuelca para regar la orilla de guijarros: y en ese instante los sasafrs brotan en medio del desierto, y entre las gruesas hojas canta un mirlo, la vida es derroche de materias errabundas que se dispersan, el gran caldero del mar no hace sino repetir lo que sucede en las constelaciones que desde hace milenios siguen machacando los tomos en los morteros de sus explosiones, visibles an aqu en el cielo color de leche.

Por el modo en que el joven echa esta carta sobre la mesa es como si lo oyramos gritar:

El mar, lo que quiero es el mar!

Y tendrs el mar! La respuesta de la potencia astral no poda sino anunciar un cataclismo, la subida del nivel de los ocanos hacia las ciudades abandonadas, hasta lamer las patas de los lobos refugiados en las alturas aullando a la Luna, mientras el ejrcito de los crustceos avanza desde el fondo de los abismos a reconquistar el globo.

Un rayo que cae sobre la cima del rbol derribando todas las murallas y torres de la ciudad suspendida ilumina una visin an ms horripilante, para la cual nos prepara el joven descubriendo la carta con gesto lento y ojos