Buenos Días con Don Bosco - P Nicolas Ruiz.docx

59
BUENOS DÍAS CON DON BOSCO Nicolás Ruiz Cabeza, sdb. NACE UNA ESTRELLA Día Semana Mes Marte s 1 Enero Si ojeamos la historia del siglo XIX, tenemos que decir que la situación política y económica de las primeras décadas no había comenzado nada ilusionante. Desde que, en 1789, triunfó la Revolución francesa con el lema «libertad, igualdad y fraternidad», Francia se vio envuelta en grandes cambios tanto políticos como sociales e incluso religiosos. Lo mismo ocurrió en Italia y el resto de Europa. Fueron tiempos difíciles para todos. Había surgido un joven militar, hábil y ambicioso, Napoleón (1769¬1821), quien, después de haberse proclamado emperador de Francia, quería, y casi lo consigue, dominar Europa desde Cádiz hasta Moscú. En España se dieron grandes batallas contra la ocupación francesa (incluso fue rey, durante unos años —1808-1813—, José Bonaparte, hermano de Napoleón). Finalmente, los ejércitos de España y del resto de Europa derrotaron a Napoleón en Waterloo (Bélgica). Terminó sus días desterrado en una isla del Atlántico. Dos meses después de la derrota (junio de 1815), el 16 de agosto de ese mismo año, nacía en un pequeño caserío del norte de Italia, en la región del Piamonte y no lejos de Turín, un niño que, con el paso de los años, será muy conocido en todo el mundo y no por motivos como los de Napoleón. Le pusieron por nombre Juan Melchor y sus apellidos eran Bosco Occhiena. La casa que hoy se puede visitar no es exactamente donde nació Juan, pero si es muy parecida: una cocina, dos habitaciones, un pajar y una cuadra con algunos animales. (Cuando nació Juan, tenia ya un hermano, Llamado José, de 2 años y un hermanastro, llamado Antonio, de 7, pues su padre Francisco había quedado viudo muy pronto y se había vuelto a casar con Margarita Occhiena, una joven de una aldea cercana. En la familia vivía también la abuela paterna. Eran, pues, tres personas mayores y tres pequeños. Seis personas a la hora de comer y mucha pobreza. Por lo cual el padre, para sacar adelante a la familia, tenía que trabajar de sol a sol en su pequeña propiedad y en tierras arrendadas de algún vecino. A pesar de la pobreza, eran felices

description

Colección de escenas de la vida de San Juan Bosco significativas, cada historia es de una página por lo que facilita su contenido para el compartir.

Transcript of Buenos Días con Don Bosco - P Nicolas Ruiz.docx

Page 1: Buenos Días con Don Bosco - P Nicolas Ruiz.docx

BUENOS DÍAS CON DON BOSCONicolás Ruiz Cabeza, sdb.

NACE UNA ESTRELLA Día Semana MesMartes 1 Enero

Si ojeamos la historia del siglo XIX, tenemos que decir que la situación política y económica de las primeras décadas no había comenzado nada ilusionante. Desde que, en 1789, triunfó la Revolución francesa con el lema «libertad, igualdad y fraternidad», Francia se vio envuelta en grandes cambios tanto políticos como sociales e incluso religiosos. Lo mismo ocurrió en Italia y el resto de Europa. Fueron tiempos difíciles para todos.

Había surgido un joven militar, hábil y ambicioso, Napoleón (1769¬1821), quien, después de haberse proclamado emperador de Francia, quería, y casi lo consigue, dominar Europa desde Cádiz hasta Moscú. En España se dieron grandes batallas contra la ocupación francesa (incluso fue rey, durante unos años —1808-1813—, José Bonaparte, hermano de Napoleón). Finalmente, los ejércitos de España y del resto de Europa derrotaron a Napoleón en Waterloo (Bélgica). Terminó sus días desterrado en una isla del Atlántico.

Dos meses después de la derrota (junio de 1815), el 16 de agosto de ese mismo año, nacía en un pequeño caserío del norte de Italia, en la región del Piamonte y no lejos de Turín, un niño que, con el paso de los años, será muy conocido en todo el mundo y no por motivos como los de Napoleón. Le pusieron por nombre Juan Melchor y sus apellidos eran Bosco Occhiena. La casa que hoy se puede visitar no es exactamente donde nació Juan, pero si es muy parecida: una cocina, dos habitaciones, un pajar y una cuadra con algunos animales.

(Cuando nació Juan, tenia ya un hermano, Llamado José, de 2 años y un hermanastro, llamado Antonio, de 7, pues su padre Francisco había quedado viudo muy pronto y se había vuelto a casar con Margarita Occhiena, una joven de una aldea cercana. En la familia vivía también la abuela paterna. Eran, pues, tres personas mayores y tres pequeños. Seis personas a la hora de comer y mucha pobreza. Por lo cual el padre, para sacar adelante a la familia, tenía que trabajar de sol a sol en su pequeña propiedad y en tierras arrendadas de algún vecino. A pesar de la pobreza, eran felices hasta que ocurrió lo que nadie esperaba. Tenía entonces Juan 2 años y no lo olvidara en toda su vida.

Un día de mucho calor, Francisco, de 33 años, venía cansado y sudoroso del campo y bajo a la bodega del vecino. Quería descansar un poco allí, un lugar fresco, aunque bastante húmedo. Y sucedió lo peor: el padre se refrió y por la noche le asalto una fiebre muy fuerte. Vino el medico y pronostico pulmonía: una enfermedad que, en aquellos tiempos, era prácticamente lo mismo que decir «peligro de muerte». Desgraciadamente así fue. Cuatro días después, Margarita, llorosa, cogiendo al pequeño Juan de la mano, solo puede decirle: ¡Pobre hijito mio, vamos fuera! El niño, con sus grandes ojos castaños, se queda mirando al padre y no entiende lo que esta ocurriendo. Se suelta de la madre y se acerca a la cama del enfermo. La madre lo toma en brazos y le dice: - Ven, Juanito; ven conmigo. - El niño se resiste: - Si no viene papa, yo no quiero ir.- La madre entre sollozos le besa, diciendo: ¡Pobrecito, ya no tienes padre!

Page 2: Buenos Días con Don Bosco - P Nicolas Ruiz.docx

Se había quedado huérfano a los 2 años. A Juan este hecho trágico le quedará grabado para siempre; y, recordándolo, será él quien, años más tarde, recogerá por las calles de Turín a muchos chicos huérfanos para hacer de padre de todos ellos.

MARGARITA UNA GRAN MUJER Día Semana MesMartes 2 Enero

AI morir Francisco, Margarita tenia 29 años, dos hijos pequeños, el hijastro Antonio y la abuela, una anciana casi invalida que necesitaba la ayuda de los demás.

Al quedar viuda tan joven, no faltó quien aconsejara a Margarita, con la mejor intención, que sería conveniente que se volviera a casar para poder sacar adelante a la familia. Insistieron mucho, pero ella rechazó siempre tal idea. Con serenidad y firmeza supo enfrentarse a todos los problemas que se le fueron presentando. Sin dejar de lado su maternal entrega en la educación de los hijos, al mismo tiempo asumió el papel del padre tan necesario. Margarita era una mujer recia y muy activa que tuvo que luchar mucho para sacar a flote a la familia. Ella sola se ocupaba de las labores de la casa y de todas las faenas del campo. Iba al mercado, cultivaba el huerto y trabajaba, como cualquier campesino, las pocas tierras que poseía. Atendía los animales: dos vacas, un burro y algunas gallinas y conejos. Se mataba a trabajar, pero no siempre tenía lo suficiente para poder sobrevivir.

Para colmo, la naturaleza no fue nada propicia para los campesinos. La carestía de alimentos y el precio por las nubes, hicieron que muchos habitantes de la región pasaran hambre (algunos llegaron a morir de hambre). Así, un invierno de mucha nieve, Margarita tuvo que pedir a un vecino que, por favor, fuese a buscar alimentos, pues ya no le quedaba nada en la despensa. Le dio el poco dinero que le quedaba y el buen hombre, después de haber recorrido varios mercados, volvió a casa con el saco vacío: no había encontrado nada. Aquel día solo habían comido un plato de sopa. La madre oía a los niños: ¡Mamá, tengo hambre! ¿Que podía hacer la pobre mujer? Se le ocurrió una idea: fue a la cuadra, cogió el ternero que tenia para vender en el mercado y lo guiso. Los conejos seguirían la misma suerte, hasta que, días después, pudo encontrar alimentos en algún mercado.

Margarita era una pobre más del caserío, pero tenia un corazón lleno de compasión para con otros más necesitados. Así ocurrió con uno de ellos, quien, por vergüenza, no se atrevía a salir a mendigar (había sido bastante rico, pero había malgastado todo su dinero en el juego). El pobre hombre, al anochecer, se acercaba a la casa de la señora Occhiena para recoger una cazuela de sopa caliente que le dejaba en la ventana para evitarle tener que llamar a la puerta.

En otras ocasiones, eran soldados huidos del ejército a los que estaban buscando por los montes cercanos. Más de una vez, cuando tenían hambre o estaban cansados, bajaban hasta el caserío y en casa de Margarita encontraban algo de comer y el pajar para dormir. El problema era cuando llegaban a su casa los guardias persiguiendo a los fugitivos, y pedían también algo para cenar. Margarita no se asustaba. Sabía atender a unos y proteger a otros: mientras ella preparaba una sopa caliente a los guardias, los soldados aprovechaban para escapar por el pajar. Estaban seguros de que la buena mujer no los denunciaría nunca.

Cuando años más tarde Juan se encuentre con jovencitos que callejean por la ciudad tratando de aprovecharse en algún descuido de los vendedores del mercado para robar algo de comer, recordará cómo su madre obraba con los que pasaban necesidad.

Page 3: Buenos Días con Don Bosco - P Nicolas Ruiz.docx

UN DÍA EN EL CASERÍO Día Semana MesMartes 1 Febrero

Siendo la familia tan pobre, Juan no tuvo mucho tiempo para jugar con sus amigos. Apenas tenia 9 años, y ya debía acompañar a su hermanastro Antonio, un mozalbete de 16 años, y a José, de 11, para echar una mano en las tareas del campo y de los animales. Nadie podía quedar al margen, La madre era el ejemplo que arrastraba a los demás; siempre la primera, pues la abuela no podía salir de casa.

La jornada era dura, ya que todo tenia que hacerse con pico y pala y con la fuerza de los brazos (no existían ni tractores ni otras maquinas que ahorraran tiempo y esfuerzo). Trabajaban de sol a sol; no había otro remedio si querían sobrevivir. El desayuno (si se le puede llamar así) no se parecía a los nuestros: un trozo de pan y una fruta o queso para el hambre, y agua para la sed. A mediodía, un plato de legumbre y una fruta del huerto cuando era el tiempo. Por la noche, el plato de sopa de polenta y a la cama, a descansar para el día siguiente. Juan tiene que aprender a cavar, a segar la hierba, a ordenar las vacas. Por la noche, cuando llega rendido a la cama, no encuentra un colchón precisamente confortable, sino un jergón lleno de hojas de maíz. Pero se duerme pronto, pues hay que madrugar al día siguiente.

En la época en que no había trabajo apropiado para él, debe limpiar la cuadra y dar de comer a los animales. Después lleva las vacas a pastar en el prado hasta la puesta del sol. Allí se encontraba con otro chico de su edad, quien, muchos años después, conto una escena que se repetía a diario. Decía que a la hora de merendar, sacaban su trozo de pan a secas, sin jamón ni chorizo ni chocolate ni nada con que acompañar.

Juan se daba cuenta de que a su amigo se le iban los ojos, viéndole comer pan blanco, mientras que su pan, tal vez de maíz, era mucho peor. Al tercer día, sin haber dicho nada a su madre, le preguntó al amigo;— ¿quieres hacerme un favor? —Con mucho gusto —me respondió—Me gustaría que nos cambiásemos el pan. El tuyo debe de saber mejor que el mío; yo nunca he comido pan como ese tuyo.El amigo Segundo Matta, que así se llamaba, se creyó lo que le decía Juan, y durante mucho tiempo, siempre que se encontraban en el prado cuidando las vacas, se intercambiaban el pan.Muchos años después, cuando recordaba aquel hecho, decía con admiración: Entonces no me daba cuenta del gesto de mi amigo. Ahora sé que ya entonces Juan era un chico de buen corazón.Tenía razón el amigo al hablar así de Juan. Es un gesto muy sencillo, que manifiesta un corazón digno de admiración. Sin duda que, mas de una vez, os habréis encontrado en algún caso como este, y si habéis obrado como el joven Bosco, seguro que lo recordareis con agrado. Porque es muy bonito hacer cosas buenas, aunque sean pequeñas, sin darse ninguna importancia ¿Verdad?

Page 4: Buenos Días con Don Bosco - P Nicolas Ruiz.docx

UN CHICO COMO LOS OTROS Día Semana MesMartes 2 Febrero

Juanito era el pequeño de la casa, pero la madre no le permitía ni jugarretas ni caprichos de niño mimado. Ocurrió un día en que la madre había ido al mercado. Juan se había quedado solo en casa con su hermano y tuvo la ocurrencia de coger una caja que la madre había dejado en lo alto del armario de la cocina. Estaba un poco intrigado por saber qué contenía. A falta de escalera, tuvo la infeliz idea de arrimar una mesa y poner un taburete encima.

Con mucho cuidado y agilidad se sube a la mesa y luego al taburete. Casi llega a tocar la caja; se pone de puntillas y se tambalea el taburete. Pierde el equilibrio y ¡zas!, el andamiaje se viene abajo y el detrás. Pero con tan mala suerte que, con la caja, tira también una botella de aceite. Como era de cristal se hace añicos, y el aceite se desparrama por el suelo. ¡Vaya faena cuando venga la madre y vea este desastre! Trata de recoger los cristales y de hacer desaparecer el aceite. Y la madre no tardara en llegar. ¿Que puede hacer? no encuentra otra solución que cargar con las consecuencias. Coge una navaja y sale al huerto a cortar una varita de sauce. Cuando ve que llega la mama con su cesta de compras, corre a su encuentro con la varita tras la espalda.— ¡Hola, mamá! ¿Qué tal el mercado?—Bien, Juanito ¿Y tú, te has portado bien? Te veo un poco nervioso. ¿Ha ocurrido algo?—Si, mamá. Toma esta varita que te he cortado.—¿Has hecho alguna trastada?—Se ha caído la botella de aceite y se ha roto. Ha sido sin querer, mamá. Aquí tienes la varita; pero te prometo que no volveré a suceder. La mamá lo vio tan arrepentido, que le perdonó.

En otra ocasión, llegaban Juan y su hermano sudorosos y muertos de sed. Al verlos, su madre va a buscar agua fresca del pozo y vuelve con una jarra y un vaso. Llena el vaso y se dispone a darles de beber. Juanito, que por ser el pequeño cree tener preferencia, se adelanta a José para coger el vaso. Pero la madre no pensaba lo mismo y da de beber primero a José.Luego, se lo ofrece a Juan. Pero este, enfurruñado y con cara de niño caprichoso, tuerce la cabeza y no quiere beber. La madre, sin decir palabra, da media vuelta y retoma a la cocina. A los pocos minutos, como era mayor la sed que el enfado, se levanta y entra despacio en la cocina con la cabecita baja.— ¡Mama! —le dijo—, ¿me das de beber también a mi?— ¡Ah! Creía que no tenías sed.Juanito, avergonzado, reconoce su falta, y arrepentido le dice: — ¡Perdona, mamá!Su madre, al acercarle el agua fresca, le dice: —Así esta bien.Y Juan aprendió la lección para siempre.

Como ven, a su edad no era muy distinto de ustedes. Tenía sus defectos, pero trato de corregirlos. El ejemplo del pequeño Juan Bosco es fácil de imitar. Y es que la sinceridad y el saber pedir disculpas a tiempo, nunca traen malas consecuencias. Al contrario.

Page 5: Buenos Días con Don Bosco - P Nicolas Ruiz.docx

JUAN «SOÑADOR» Día Semana MesMartes 3 Febrero

Juan tenía ya 9 años. Un día, a la hora del desayuno, estando a la mesa toda la familia, de pronto su hermano José dijo:—Mama, Juanito ha sonado esta noche.—Si; yo también sueno todos los días pensando que puedo hacer para que todos tengamos algo que comer— dijo Margarita—Pero el sueno de Juanito es un poco raro y no se trata de comer.—A ver que sueños son esos.Y sin hacerse de rogar, Juan empezó:—Voy a contar solo lo más importante, porque es un poco largo.—Querrás decir que vas a contar las tonterías más importantes, ¿no? —le interrumpió el hermanastro Antonio.—Antonio, cierra la boca y come —dijo la abuelaY Juanito empezó a contar:«Soñé que estaba yo tan tranquilo cuidando las vacas en el prado, cuando de pronto me vi en medio de un montón de chicos que jugaban a juegos que yo no conocía. De repente, comenzaron a discutir y a pegarse. En medio del alboroto algunos decían palabrotas y blasfemaban. Entonces empecé a gritar para hacerles callar; y como no lo conseguía, la emprendí a golpes, y a llorar porque no podía con ellos. De pronto se transformaron en lobos y en otras fieras. Me entró mucho miedo. En aquel momento, oí a mis espaldas una fuerte voz que decía:— ¡Pobre Juan! Así nunca lo conseguirás. Tienes que hacerte amigo de ellos con buenas palabras.—Eso es imposible. No se cómo hacerlo.Y comencé a llorar. El personaje me dijo amablemente:— No llores. Yo te daré una Maestra. Y en ese momento apareció una Señora vestida de azul. Elevó sus brazos y de pronto aquellas fieras se fueron convirtiendo en mansos corderos. Yo pregunte al personaje:— ¿Y quien sois vos y quien es esta Señora?El personaje me respondió:— ¿No la conoces? Es mi Madre, la Virgen María, a quien tu madre te ha enseñado a rezarla.Me puse tan alegre que me desperté».Entonces cada uno de la familia comenzó a dar su interpretación. Hablo primero José:—Eso indica que vas a ser pastor de ovejas y cobras.—Pues yo creo —dijo el brusco de Antonio— que vas a ser capitán de bandoleros que serán como fieras.La abuela, más prudente, también dio su parecer:—Juanito, no hay que hacer caso de los sueños.—Y tu, mama, ¿qué piensas? —pregunta Juan.—Quien sabe si algún día llegarás a ser sacerdote, y así podrás hacer que esos muchachos sean buenos.Cuatro personas y cuatro sentencias distintas.

Page 6: Buenos Días con Don Bosco - P Nicolas Ruiz.docx

APRENDIZ DE BRUJO Día Semana MesMartes 4 Febrero

Y los domingos, ¿qué hacia un chico tan sagaz como Juan? No había fútbol, ni baloncesto, ni videojuegos, ni siquiera cine... Pero en las fiestas de los pueblos se organizaba en la plaza algo así como un circo ambulante. Los prestidigitadores y saltimbanquis entretenían al público con juegos de manos y acrobacias. Por unas monedas, la gente podía pasar alegremente casi toda la tarde.

A Juanito le gustaban mucho estos juegos. Tenía 10 años y la madre le daba permiso para ir a las ferias y fiestas de los pueblos cercanos. Pero no le daba ni unos céntimos, porque los necesitaba para, comer. A Juanito no le importaba, pues él se las arreglaba para sacar algún dinerillo con su ingenio: fabricar jaulas de mimbre; recoger hierbas medicinales para el boticario... Así logra pagarse la entrada y ponerse en primera fila. Quiere observar bien los movimientos de los dedos y de las manos, tratando de aprender los trucos de aquellos malabaristas, que lo mismo sacaban un conejo del sombrero como hacían desaparecer un pañuelo hecho trozos para sacarlo luego nuevo o caminaban sobre una cuerda a dos metros de altura, terminando con unos saltos mortales.Mientras los campesinos con la boca abierta siguen el espectáculo entre risas y admiración, Juan no pierde detalle de sus movimientos.

Luego, a la vez que está cuidando sus vacas en el prado, se ejercitará tratando de repetir, una y otra vez, lo que ha visto en las ferias. No tenía aún 12 años y ya podía hacer varios juegos y saltos que había aprendido de los feriantes.

Pronto comenzó a demostrar lo que había aprendido de los titiriteros. En el prado de su casa se reúne con sus amigos, que le aplauden con entusiasmo. Pocos domingos después, ya no son solo los chicos; también los mayores quieren ver al pequeño saltimbanqui, que es capaz de sacar monedas de la oreja de un compañero o de hacer salir del bolso de una señora una paloma volando; además, se traga varias monedas y luego con la varita mágica las saca del bolsillo de algún espectador. Sube a la cuerda atada a los arboles y camina y baila sobre ella. Algo de magia había allí.Viendo el éxito y que el público aumentaba, se decidió a poner un precio por asistir al espectáculo. Una especie de entrada, pero con un coste muy original.

A la mitad de la representación hacía un descanso (para la publicidad, como diríamos hoy día). ¿Cuál era esa publicidad? Simplemente recordar lo más importante del sermón que había oído al señor cura en la misa de la mañana, pues había gente que algunos domingos no podía ir a misa, por estar la iglesia a varios kilómetros del caserío.

No crean que todos estaban muy de acuerdo con ese «precio de entrada», pues ellos venían a divertirse y no oír sermones, y menos a un monaguillo. Sin embargo, era la única condición para poder presenciar el espectáculo. Siempre había alguno que, por no quedarse a escuchar algo del sermón, se perdía la segunda parte de los juegos que solían ser los más entretenidos.

Estos juegos malabares le servirán en el futuro para divertir a sus muchachos. Llama la atención que a su edad se preocupe de que la gente se divierta, pero que también oiga una buena palabra de temas religiosos.

Page 7: Buenos Días con Don Bosco - P Nicolas Ruiz.docx

LIBROS, ¿PARA QUÉ? Día Semana MesMartes 1 Marzo

¿Cuando empezó a estudiar Juan Bosco? En aquel caserío no había escuela. La más próxima estaba a varios kilómetros ¡y no había autobuses! Así que hasta los 9 ó 10 años, no tuvo mas enseñanza que la de su madre, que poco podía ensenarle, pues no sabía ni leer ni escribir. Todo lo que sabia Margarita lo había aprendido de las personas mayores y de memoria en la catequesis de los domingos.

Así pues, para poder estudiar, como era su deseo, no tuvo más remedio que ir a la escuela de Morialdo: kilómetros por la mañana y kilómetros de vuelta para comer; por la tarde, otro tanto. Menos mal que el curso era un poco mas corto que el nuestro. Comenzaba a primeros de noviembre y terminaba a finales de marzo. ¿Y de abril a noviembre de vacaciones? No del todo; porque también los pequeños tenían que ir con los mayores a trabajar en las tierras.

Cuando aprendió a leer, se aficionó tanto a la lectura, que pedía libros prestados al señor cura y los leía mientras cuidaba las vacas en el prado. Incluso, para que sus amigos fueran a jugar y le dejaran tranquilo leyendo, les cuidaba también a ellos las suyas. Eran libros de aventuras. Los que más le gustaban eran los Pares de Francia y Bertoldo, Bertoldino y su hijo Cacaseno. En las largas noches de invierno, los vecinos del caserío, grandes y pequeños, venían a casa de Margarita y se reunían en el establo, el único lugar de la casa en que había calefacción (¡calefacción animal, por supuesto!). Allí, mientras los hombres fumaban y jugaban a las cartas, las mujeres cosían y Juan leía, con voz alta y clara, esos libros que tenían tanto éxito entre aquel publico casi analfabeto.

El pequeño Juan estaba encantado porque podía aprender muchas cosas en los libros. Pero, ¿como hacer para seguir estudiando? A su hermanastro Antonio, entonces con sus 19 años, ver a Juan con un libro siempre en la mano le ponía de muy mal humor. Lo peor era cuando, en más de una ocasión, Juan le sacaba de quicio. Una noche durante la cena, ya no pudo aguantarse más:—Si te vuelvo a ver con otro libro en la mano, los echo todos a la lumbre. ¡Ya verás qué bien arden!La madre quiso poner paz.—Antonio —le dijo—, a Juan le gustaría ir a la escuela.— ¿A la escuela? ¿Para que? —gruñó el hermanastro.—Un poco de cultura no hace mal a nadie.— ¡Que cultura ni qué...! —y soltó una palabrota que no tiene traducción en español—. ¡Que tome el azadón y se ponga a trabajar como yo! ¡Trabajar, trabajar es lo que hace falta en esta casa! Ya he aguantado bastante. Yo soy grande y fuerte, y nunca tome un libro.Juan no pudo contenerse de rabia porque hablaba así a su madre, y le respondió: —Tampoco el burro que tenemos en la cuadra ha ido a la escuela y es más fuerte que tú.Era lo que le faltaba por oír: ¡que le comparase con el burro! Dando un puñetazo en la mesa, se levantó furioso y, gracias a sus piernas, Juan se libró, tal vez, de una buena paliza. A partir de ese día, las cosas se pusieron peor de lo que estaban y eso no podía seguir así; con Antonio no valían bromas.

Hoy nos basta con admirar a Juan por su deseo de aprender. Es un buen ejemplo para nosotros que tenemos tantas oportunidades para prepararnos mejor de cara al futuro, que llegara muy pronto. Entonces agradecerán los pequeños o grandes sacrificios hechos ahora. Vale siempre la pena y nunca es tarde para decidirse con entusiasmo.

Page 8: Buenos Días con Don Bosco - P Nicolas Ruiz.docx

EN BUSCA DE TRABAJO Día Semana MesMartes 2 Marzo

Antonio seguía enfurecido después de la ocurrencia de Juan al compararlo con el burro de la cuadra. La madre estaba tan preocupada por lo que le pudiera pasar al pequeño que, al día siguiente, llama a Juan y, con lagrimas en los ojos, le dijo: «Hijo mio, es mejor que marches de casa durante algún tiempo; Antonio no te va a perdonar lo de anoche».

Así, pues, Margarita le preparó una mochila con ropa y algo para comer; y un día frío de febrero tuvo que salir a buscar trabajo en las granjas de las aldeas vecinas. Lloros de Juan que a su madre le partían el corazón. ¡Ver marchar a su pequeño de esa manera! Juan no tenia rumbo fijo. Va de pueblo en pueblo; pero es invierno y no hay trabajo para nadie. Juan no se desanima y sigue preguntando por todas las granjas de los alrededores. Por fin, llega a la casa de los Moglia, que son familia de su madre. Llama a la puerta.— ¿Que deseas, muchacho? —pregunta el dueño.—Busco trabajo. Me envía mi madre porque mi hermanastro me maltrata. En agosto voy a cumplir 12 años.—Lo siento, chico. Eres aún muy pequeño para las labores de la granja; y, además, hasta finales de marzo no hay trabajo para nadie. Vuelve a casa y ya veremos para entonces.Juan, sorbiéndose las lágrimas, insiste una y otra vez:—Por favor, hare todo lo que me mande. Yo de aquí no me muevo —y se sentó en un escalón de la entrada—. Colóqueme a prueba al menos por unos días.

Tuvo la suerte de que Dorotea, la señora de la casa, había oído desde la cocina la conversación de su marido con el chico. Se asomó a la puerta y se compadeció del pobre Juan.—Probémosle unos cuantos días —dijo la buena mujer— Me da tanta lastima... Podría cuidar las vacas en el prado en vez de la pequeña Ana.El amo accedió, aunque no con mucho entusiasmo. Juan comenzó a trabajar en algunas labores de la granja. Por la noche, aunque llegaba cansado, aun tenia ganas de leer. Su afición a los libros no la había perdido. Un día el amo le pregunto:— ¿Porque te gustan tanto los libros?—Porque quiero llegar a ser algún día algo importante.— ¿Que te gustaría ser? ¿Medico?—No. Quiero ser sacerdote.Los amos estaban muy contentos con su trabajo y su seriedad. Un día el señor Moglia le dijo a su mujer: «Tenemos suerte. Pienso que no hemos hecho mal negocio al dar trabajo a este muchachito». Juan cuidaba el ganado; ayudaba a dar de comer a las vacas; limpiaba las cuadras; llevaba los animales al pasto, los limpiaba y hasta ordenaba.

Y lo que iba a ser cuestión de uno o dos meses, se convirtió en dos años y medio en esta granja. Hasta que su tío Miguel, hermano de su madre, ira un día a buscarlo, después de haber arreglado los problemas con Antonio.

¿Arreglar los problemas con el hermanastro? Eso creía su tío, pero con Antonio las cosas no serán tan fáciles. No es que tuviera mucha suerte Juan, pero si que era un chico decidido y cumplidor de sus deberes.

Page 9: Buenos Días con Don Bosco - P Nicolas Ruiz.docx

UN CHICO INTERESANTE Día Semana MesMartes 3 Marzo

Durante el tiempo que estuvo trabajando para los Moglia, todas las noches se recogía en su habitación y rezaba el rosario. Los dueños no salían de su asombro, porque cuando ya todos se disponían a descansar, él encendía una vela y, durante casi una hora, se ponía a leer libros que el párroco del pueblo le prestaba.

Ya llevaba tiempo alejado de su madre, pero las enseñanzas que le había inculcado desde pequeño, habían echado raíces en su alma y no las olvidará nunca. Sin embargo, algo echaba de menos. Un sábado por la noche pidió permiso para levantarse pronto, porque quería ir el domingo hasta un pueblo cercano. Volvería para el desayuno, y a las diez les acompañaría a la misa mayor. Pasado algunos sábados, como seguía pidiendo el mismo permiso, a la señora de los Moglia le picó la curiosidad: quería saber a dónde iba tan pronto y en que ocupaba ese tiempo.

Un domingo, pues, muy temprano, se fue al pueblo y, desde la casa de una amiga, pudo observar que llegaba Juan y entraba en la iglesia. Le fue siguiendo un poco por detrás para que no se diera cuenta, en el momento en que se acercaba al confesionario del párroco; y después oía la primera misa y comulgaba.

Alguno se preguntara por que madrugaba tanto para ir a ese pueblo, si luego a las diez acompañaba a toda la familia a la misa mayor. La respuesta es sencilla: en aquellos tiempos solo se podía comulgar en la misa que se decía a primeras horas del día.

Cuando salió de la Iglesia, la señora Dorotea ya le estaba esperando y le acompaño hasta casa. Durante el camino le dijo: «Juan, de hoy en adelante, no hace falta que pidas mas permisos». Los amos tenían una hija, Ana, de 10 años. Un día fue a jugar con unas compañeras al prado donde Juan cuidaba las vacas de la granja. Se acercaron para ver qué estaba leyendo y no les hizo mucho caso.

Entonces Ana, un poco molesta, le dice:—Basta ya, Juan, de tanto leer libros; vamos a jugar.—Es que quiero ser cura, y tendré que predicar y confesar.La chica, burlándose de él, le respondió — ¿pero que dices? ¡Tú cura! Tú podrás ser un buen pastor y poco más.Juan, levantando la cabeza, le respondió muy serio:—Si, Ana; tu ahora te burlas de mi, pero algún día vendrás a confesarte conmigo.Muchos años después, Ana les contaba a sus hijos este episodio y cómo, efectivamente, solía ir a Turín cuatro o cinco veces al año para confesarse con el sacerdote Juan Bosco.

Es digno de admirar el tesón de Juan por estudiar. Y es que, a vuestra edad, ya tenía las cosas bastante claras: había decidido lo que quería ser de mayor. Si vosotros os proponéis también una meta, seguro que os pondréis a trabajar en los estudios con entusiasmo para un día conseguirla.

Page 10: Buenos Días con Don Bosco - P Nicolas Ruiz.docx

DE VUELTA A CASA Día Semana MesMartes 4 Marzo

Pasados unos dos años y medio, la madre habló con su hermano Miguel, porque quería que Juan volviese a casa, a pesar de que Antonio no estaba muy de acuerdo.

El tío Miguel fue a buscar a su sobrino y lo encontró cuando salía con las vacas al prado.—Dime, Juan, ¿estás contento en esta granja?—No puedo quejarme. Los amos me tratan muy bien. Pero yo querría estudiar y aquí va pasando el tiempo y estoy aprendiendo poco. Solo puedo leer algún libro que otros que me prestan.—Bien. Entonces, prepara tus cosas, mientras yo voy a hablar con tus amos, y nos vamos a casa.

Con gran pena se despidió de aquella buena familia, pues siempre se habían mostrado comprensivos y cariñosos con él. Se había convertido ya en uno de ellos. Con su tío emprende el regreso a I Becchi, el caserío de la familia. Allí procuraría no tener más problemas con su hermanastro y que no haya más guerra entre ellos. Así lo creía el tío Miguel; sin embargo, no será tan fácil como se pensaba. Por fin, estaba ya en casa con su madre. Pero, ¿cómo hará para poder seguir estudiando si allí no hay ninguna escuela? Tampoco hay dinero para enviarle a la ciudad. En el año 1829, en otoño, un hecho, aparentemente insignificante vino a arreglar las cosas por algún tiempo. En el mes de noviembre, cuando Juan tenía poco más de 14 años, había ido con la gente de otros pueblos a oír los sermones que predicaban unos misioneros en la parroquia de Buttigliera, un pueblo no muy lejos del caserío.

AI volver, ya casi de noche, un sacerdote de unos 70 años, quedo extrañado al ver entre la gente a un jovencito que iba un tanto separado de los demás, y quiso entablar una conversación con él:— ¿De donde eres, muchacho?—De I Becchi. He ido a escuchar los sermones de los misioneros.—Dios sabe lo que has podido entender tú con tantas frases en latín ¿Has estudiado ya latín?—No. Pero si he entendida casi todo lo que han dicho los misioneros.— ¿Si? Pues si eres capaz de repetirme cuatro cosas de los sermones de hoy, te doy unas monedas.— ¿Por donde quiere que empiece? ¿Por el primero o por el segundo?—Por el que quieras. Me da lo mismo.Y Juan le recitó prácticamente el sermón entero. El anciano sacerdote, llamado don Calosso, no salía de su asombro.—Muy bien, muchacho. Tienes una gran memoria. ¿Qué es lo que has estudiado?— ¿Estudiar? He aprendido a leer y a escribir. Y me gustaría mucho estudiar, pero mi hermano mayor no quiere oír hablar de estudios.— ¿Y por qué quieres estudiar?—Para ser un día sacerdote.—Bien, pues dile a tu madre que venga a hablar conmigo. Ya verás como arreglamos ese problema.Desde entonces, Juan empezó a ir a clase con don Calosso,

Como ven, seguía con la idea fija de ser un día sacerdote, a pesar de las dificultades que siempre encontraba. ¿Estaba ya despejado el camino? ¿Sería está la ultima dificultad? Probablemente no.

Page 11: Buenos Días con Don Bosco - P Nicolas Ruiz.docx

LA ALEGRÍA DURA POCO Día Semana MesMartes 1 Abril

En los primeros días de su vuelta a casa, parecía que ya estaban arreglados los problemas con Antonio; pero cuando vio que Juanito volvía a las andadas con sus libros, volvieron también las riñas y discusiones en la familia.— ¿Para que tantos latines? Trabajar y trabajar duro, es lo que hace falta en esta casa —voceaba el hermanastro todas las noches, cuando veía regresar a Juan de casa del párroco don Calosso.

Cuando Juanito se lo cuenta al anciano sacerdote, este le dice: «Mañana coges todas tus cosas y te vienes a vivir a mi casa. Aquí harás los primeros estudios. Después te pagaré también el Seminario. No te preocupes por tu porvenir; cuando muera lo dejaré todo bien arreglado». Alii pasó un año feliz. Solo iba a I Becchi de vez en cuando para ver a su mamá y recoger ropa limpia.

Pero una mañana de noviembre de 1830, en que Juan había ido donde su madre, alguien llego corriendo para decirle: —Juan. Don Calosso te llama; se esta muriendo.Juan regresa a toda prisa y lo encuentra en cama, víctima de un infarto. Ya no puede hablar, pero lo reconoce. El anciano le mira fijamente y le entrega una llave queriendo explicarle con gestos que abra la caja y tome el dinero que hay dentro.

Dos días más tarde, muere. Acuden sus parientes. Mientras Juan permanece rezando junto al cadáver de su gran bienhechor, oye que, en la habitación de al lado, están discutiendo los herederos.—El dinero es del muchacho —decía uno de la familia—. Don Calosso le ha entregado la llave antes de morir, dándole a entender que le deja todo lo de la caja. Además, se lo había repetido muchas veces: «Juanito, si me muero también cuidare de ti». —Perdone, señor —respondía otro—. El dinero es mio; yo soy el heredero porque soy su sobrino y me ampara la ley.Juan, que ha oído toda la discusión, ¿qué piensan que hizo?Sale lloroso de la habitación y, dirigiéndose al familiar, le dice; «Su tío me entrego esta llave. Tenga; no quiero nada. Dios me ayudara de otra manera».

De nuevo se queda solo con su pobreza. Tenía 15 años y se encuentra sin su protector, sin dinero y sin saber que hacer en el futuro. Nunca olvidará a este anciano sacerdote que fue, durante un tiempo, un verdadero padre para él.

Como ven, un muchacho pobre y honrado, a quien el dinero no le hacia perder la cabeza ni las buenas enseñanzas que había aprendido de su madre. Todos tenemos personas, empezando por los padres, a quienes tenemos muchas cosas que agradecer. Aquí podemos recordar ese refrán que dice: es de bien nacidos, ser agradecidos.

Page 12: Buenos Días con Don Bosco - P Nicolas Ruiz.docx

PROBLEMAS DE ESTUDIANTE Día Semana MesMartes 2 Abril

Al morir don Calosso, tiene que ir a la escuela pública de Castelnuovo. Para ello debe hacer a pie nada menos que 5 kilómetros dos veces por la mañana y otro tanto por la tarde (los autobuses escolares se inventaron mucho después). Cuando llegaron los fríos del invierno, se vio obligado a quedarse en casa de un sastre. Después de las clases, tendrá que ayudarle para poder pagarse la pensión.

Como los conocimientos de Juan eran pocos, en la escuela le llevaron a una clase que no correspondía a su edad. Le daba un poco de vergüenza verse, con sus 15 años, entre aquellos niños de 10 y 11, que sabían incluso más que él. Al principio, los compañeros se burlaban de aquel campesino grandulón, pobremente vestido, con unos zapatones de andar por el campo detrás de las vacas; y comenzaron a llamarle «El vaquero de I Becchi». Juan se sentía un poco humillado, pero con su alegría y afabilidad logro superar aquellas burlas, y terminó ganándose la confianza de sus compañeros. Su profesor, viendo su buena voluntad, le cogió gran estima y, con su ayuda, pudo pasar a una clase superior. Después de dos meses, hizo un examen extraordinario y paso a la siguiente.

Allí se encontró con un nuevo profesor: era un hombre serio y muy severo. Cuando, a mitad de curso, vio aparecer en su aula a un alumno fortachón y mayor que los demás, como era Juan, le hizo un recibimiento nada cariñoso delante de todos:—Aquí nos llega un gran talento o un gran topo. ¿Qué pretendes entender tu de latín? le decía con burla—. Vuelve a tu pueblo y dedícate a buscar setas o nidos de pájaros; eso te será más fácil que estudiar latín.La carcajada de los alumnos fue sonora. Pero Juan, nuevamente un poco avergonzado ante tal recibimiento, respondió humildemente:—Tengo un poco de las dos cosas, señor profesor; soy un pobre muchacho que quiere cumplir con el deber y progresar en los estudios.Cuando ya estaba acomodado a la clase de este profesor, ocurrió que a Juan se le había olvidado el libro de latín y, para disimular su olvido, sacó la gramática. Mientras el profesor esta explicando una traducción, varios alumnos cercanos a su pupitre miraban a Juan de reojo y alguno sonreía, otros tosían y otros estaban a la expectativa por ver que le iba a pasar al pobre Bosco. El profesor se detiene y, un poco mosqueado, pregunta: « ¿Se puede saber que sucede?». Nadie contesta, pero miran a Bosco, que ni respira temiendo lo peor.

Se oye una voz de trueno: «Bosco, haga usted la lectura de la pagina y repita mi explicación». Juan, temeroso, finge leer en el libro que tenía delante. Juan, que había estado muy atento, repite de memoria el texto latino y los comentarios hechos por el profesor. Los compañeros, estupefactos, se levantan como un resorte y prorrumpen en aplausos. Nunca había habido en la clase un acto semejante de indisciplina como aquel.— ¿Se puede saber que esta pasando? —pregunta furioso el profesor, al tiempo que se dirige a Juan, y con asombro observa que había leído la pagina latina en otro libro distinto. Después de unos momentos de suspenso silencioso, todos esperaban el castigo, pero no lo hizo. Le dijo:—Juan, por esta vez te perdonó el olvido del libro. Procura servirte siempre bien de tu memoria.No todos podemos presumir de una memoria de elefante como la de Juan Bosco. Como ven, no todo le fue fácil con ciertos compañeros y con algún profesor. Pero supo esperar mejores momentos, que no tardaran en llegar.

Page 13: Buenos Días con Don Bosco - P Nicolas Ruiz.docx

LA CUCAÑA Día Semana MesMartes 3 Abril

Juan tiene ya 16 años y quiere ir a la ciudad para poder estudiar, pero su madre no tiene dinero para comprar la ropa, los libros y pagar la pensión. ¿Qué hacer? Un día le dijo a su madre: «Mamá, si usted quiere, voy a pedir ayuda a casa de los vecinos y por los caseríos cercanos». Para él era muy humillante ir de casa en casa pidiendo limosna, pero venciendo su vergüenza, se puso en camino. Llamaba a la puerta y repetía: «Soy Juan, el hijo de Margarita Occhiena. Quiero ir a estudiar a la ciudad, pero mi madre es muy pobre. Si ustedes pueden ayudarme con algo, les estaré muy agradecido». Todos le conocían. Habían presenciado sus juegos, le habían oído repetir los sermones, le apreciaban de verdad, pero eran pocos los que podían darle dinero; le daban maíz, trigo, harina, alguna gallina y poco mas.

En cambio, a Juan le resultaba más agradable ganar algún premio en las fiestas de los pueblos vecinos. Un día Juan se enteró de que en la fiesta de un pueblo ponían una cucaña y entre los premios había dinero. No lo pensó dos veces y allí marcho. ¿Sabéis lo que es una cucaña? Es un poste muy alto, untado con jabón y grasa, liso como un cristal. Se colocaba en la plaza el día de la fiesta del pueblo. Los valientes que lograban llegar hasta arriba, ganaban todos los premios que pudieran coger: un jamón, chorizos, una bolsa con bastante dinero y otras cosas más.

La gente estaba en la plaza presenciando cómo los más decididos intentaban trepar por la cucaña: se preparan para subir, se frotan las manos, respiran hondo y comienzan la aventura en medio del griterío de la gente que anima. No han llegado a la mitad, fallan las fuerzas y empiezan a deslizarse cucaña abajo. Ninguno es capaz de acercarse a los premios que están en la misma picota. Bosco observa a los concursantes y mira a lo alto: allí hay premios y, sobre todo, dinero, que le vendría muy bien para sus estudios en la ciudad.

Cuando ya todos lo han intentado, se acerca él. Empieza a subir despacio y con calma. A cada momento cruza las piernas en derredor del poste, se apoya en los talones y toma un respiro. Luego vuelve a trepar. La gente ríe al ver su maniobra; unos expectantes y otros comienzan a burlarse; « ¿De dónde viene este valiente? Qué se habría creído este muchacho ¿Piensa que es más valiente que los de aquí?». No faltan tampoco quienes le chiflan porque va demasiado despacio: «¡Vamos! ¿Qué esperas?».

Juan oye los gritos, pero no se inmuta; mira hacia arriba y piensa en los premios. Cuando alcanza una altura superior a todos los demás, se hace un gran silencio en toda la plaza. Se acerca poco a poco a lo más alto de la cucaña, alarga la mano y toca el aro en que están colgados los premios; ya pueden ser suyos. Atruenan los aplausos. Bosco arranca la bolsa con el dinero, el jamón y una pañoleta. El resto lo deja alii para otros competidores. He aquí la recompensa de alguien que no se asusta por nada: ni por pedir limosna ni por luchar por conseguir un premio. Y todo, porque se ha propuesto una meta.

Page 14: Buenos Días con Don Bosco - P Nicolas Ruiz.docx

SIEMPRE TAN POBRE Día Semana MesMartes 4 Abril

Ya sabemos que Juan es pobre y que su madre es de las más pobres del caserío. Para continuar sus estudios era necesario ir a la ciudad, pero ¿como hará para poder pagar su pensión y seguir estudiando? Con la ayuda de los vecinos y del párroco, su madre Margarita ha podido afrontar los primeros gastos en la ciudad de Chieri. Unos meses después, le será un poco más fácil, ya que la dueña del lugar donde se alojaba Juan, le fue perdonando la pensión, porque había logrado que su hijo mejorase como estudiante y como persona. La pena fue que, al acabar el curso, se marcharon de la ciudad y tiene que buscar otra pensión.

Esta vez fue a parar a la casa de una familia algo pariente de Margarita, que tenia un bar y le ofreció hacer de camarero. El trabajo era duro: se acostaba tarde, después de haber barrido el local y limpiado los vasos y tazas y demás vajillas. Por la mañana se levantaba temprano para dejarlo todo preparado antes de marchar para clase. A cambio, el dueño le daba una mísera habitación y una comida que no era muy abundante para sus 18 años.

Llego a pasar hambre, pero tenía un buen amigo llamado José Blanchard. Su madre vendía fruta en la plaza. Todos los días este buen amigo iba junto a su madre y, a hurtadillas, llenaba los bolsillos de fruta que luego le ofrecía a Juan. Un día el hermano pequeño le vio coger la fruta y le dijo a su madre:—Tu, mamá, no ves nada. José te quita fruta y no te das ni cuenta.— ¡Vaya que si me doy cuenta! — Respondió la buena mujer—. Pero se a quien se la lleva. Su amigo Bosco es un buen muchacho y lo merece.

A pesar de todo, Juan aun tenía que arreglárselas para poder seguir estudiando. Tenía tanta afición a la lectura, que se acostaba y se quedaba dormido leyendo los libros que iba comprando con las propinas que, a veces, le daban los clientes. Tuvo otros patronos más en sus años de estudio en Chieri. Con ellos aprendió otros servicios que, años más tarde, le serán muy útiles para enseñar esos oficios a los alumnos de los talleres de su primer colegio: como peluquero, barbero, carpintero, sastre, zapatero y músico.

Amigo de sus amigos, le recordarán, años mas tarde, como un gran compañero siempre dispuesto a ayudar a quienes lo necesitaban; repasaba con ellos las lecciones donde encontraban dificultades y les hacía resúmenes para mejor preparar los exámenes. Su madre no se olvidaba de su hijo. Era su gran riqueza y por nada del mundo quería perderlo. Por eso, se imponía a si misma la obligación de desplazarse hasta la ciudad aprovechando el carruaje de algún vecino, para llevarle algo de comer e interesarse por su comportamiento. Nunca recibió noticias desagradables; más bien alabanzas. Era la mejor recompensa que podía recibir una madre tan solicita.

Las dificultades que encontró para pagarse el alojamiento y los libros, le ayudaron a formar su carácter de trabajador tenaz, y supo comprender siempre a los jóvenes pobres y necesitados. De no haber sufrido tanto para poder estudiar, Juan Bosco nunca hubiera tenido aquel gran amor a la juventud pobre y abandonada: pues él mismo había ya experimentado antes la orfandad y la pobreza. Entre vosotros seguro que hay alguno que encontrara dificultades para estudiar, pero no tantas como Juan Bosco. Por eso, si él fue capaz de luchar y lograr lo que se había propuesto, con mayor razón pueden hacerlo ustedes, que tienen muchas más facilidades. Con buena voluntad y un poco más de esfuerzo, seguro que también lo conseguirán.

Page 15: Buenos Días con Don Bosco - P Nicolas Ruiz.docx

LA «SOCIEDAD DE LA ALEGRÍA» Día Semana MesMartes 1 Mayo

A los 17 años Juan ya había recuperado los cursos atrasados. Sus compañeros de clase eran de su edad y, con un grupo de sus mejores amigos de clase, formó una pandilla con el nombre de «Sociedad de la Alegría». Juan Bosco se encargo de hacer un reglamento con tres puntos importantes y con la obligación de estricto cumplimiento. Eran estos:

1. Ninguna conversación con palabrotas, por no ser propias de personas bien educadas.2. Prestar atención en clase y no estorbar a los compañeros.3. Estar siempre alegres.

Un reglamento muy sencillo, aunque me temo que algunos de vuestros compañeros no podrían ser admitidos en tal «Sociedad». Ocupaban el tiempo libre en juegos un poco distintos a los suyos; y cuando se cansaban, Juan les hacia los juegos de prestidigitación que tanto habían gustado a los paisanos de su tierra.

Los domingos por la mañana siempre iban juntos a misa y a la catequesis. Sin embargo, un día de fiesta, Juan observo que faltaban muchos en la iglesia. ¿Cuál era la causa? Un saltimbanqui estaba desafiando a los jóvenes más valientes a correr y saltar con una apuesta de por medio. Los amigos fueron a buscarlo a la salida de la iglesia y lo animaron a aceptar el desafío. Y he ahí a Bosco con su grupo, dispuesto a todo. La prueba consistirá en atravesar corriendo la ciudad, y 20 liras para el ganador (20 liras era la pensión de todo un mes), pero Juan no las tenia). Entre todos los del grupo logran reunirlas.

Comienza la carrera y el saltimbanqui salió disparado, dejando a Juan a varios metros de distancia, pero poco a poco, a la mitad de la carrera, le alcanza y pasa delante. El saltimbanqui no puede seguir el ritmo de Juan, se para y da por perdida la apuesta. Pero entre los aplausos a Juan y las burlas de los espectadores, el saltimbanqui se pica en su amor propio y le desafía a otra prueba: saltar aquel arroyo, otra apuesta ganada también por Juan y ya van 60 liras ganadas. El saltimbanqui, mordiendo su rabia, quiere entonces recuperar el dinero perdido y vuelve a apostar doblando la cantidad anterior, ¿Antes eran 40? Pues ahora son 80 liras para la varita mágica que después de pasar por todos los dedos de ambas manos, tiene que pasar por la barbilla terminando en la punta de la nariz. Primero empieza Juan y termina con éxito. El saltimbanqui con gran habilidad y rapidez hace que la varita se deslice por dedos y rostro, pero, en el último momento, choca con su nariz, un poco grande, y nuevamente falla el intento. Esto le pone más furioso aún y quiere recuperar de una vez todo lo perdido.—Aún tengo 100 liras. Me las juego. Gana quien coloque sus pies más cerca de la punta de aquel árbol.Subió primero el acróbata, y llego a tal altura, que subir un poco más hubiera sido una temeridad. Le toca el turno a Juan. Subió casi a la misma altura. Se para y, cuando todos piensan que ya no podrá superarlo, se agarra fuertemente con las manos y, levantando el cuerpo cabeza abajo, puso los pies casi un metro más arriba que su contrincante. Había vencido y arruinado al saltimbanqui: 240 liras de entonces era mucho dinero. Juan es recibido con grandes aplausos y vivas. En cambio, el pobre hombre estaba triste, a punto de llorar. Lo vio Bosco y le dio pena. Le propuso, entonces, devolverle el dinero si pagaba una merienda a todos sus amigos. El saltimbanqui, contento y agradecido, paga 40 liras por la merienda, recuperando así las otras 200. Además se comprometía a no abrir ningún espectáculo durante la misa de los domingos o fiestas.

No sabemos que admirar más: si las cualidades atléticas de Juan Bosco o los buenos sentimientos que albergaba en su corazón. Había ganado una buena cantidad de dinero para pagar la pensión, pero eran más grandes sus buenos sentimientos.

Page 16: Buenos Días con Don Bosco - P Nicolas Ruiz.docx

UN BUEN AMIGO ES UN TESORO Día Semana MesMartes 2 Mayo

No son los primeros en hacer algún desorden si los dejan solos en clase. En aquellos tiempos, ya había alumnos que olvidaban la disciplina entre clase y clase cuando se retrasaba el profesor. Pero en alguna ocasión se pasaron un poco de la raya.

Ocurrió un día en que el profesor, que siempre era puntual, se retrasó más de lo acostumbrado y se encontró la clase como un gallinero cuando entra la comadreja. ¿Qué había pasado? Que los poco amigos de los libros comenzaron una fiesta a costa de un alumno nuevo que, viendo aquel alboroto, se había ido a un rincón y se disponía a estudiar. Entonces se le acerco un compañero insolente, lo cogió por un brazo y le dijo: —Ven tú también a jugar—.—No se—le responde tímidamente.— ¿Que no sabes? Ya aprenderás. ¿Quieres que te enseñe con un puntapié?—Puedes pegarme, si quieres. Pero no se jugar.Y el maleducado le dio una bofetada que resonó por toda la clase. Con la cara enrojecida, le dijo:— ¿Ya estas contento? Pues, déjame en paz. Te perdono.Ante aquel espectáculo, Juan Bosco sintió que le hervía la sangre de rabia, al ver que el ofendido no se levantaba para vengarse. Quiso saber quién era.Se llamaba Luis Comollo. Un joven excepcional y tímido, que sufría no poco por parte de compañeros maleducados. Juan se hizo amigo suyo y, en adelante, se convirtió en su defensor, utilizando, si era preciso, su fuerza de campesino.

No tardo en presentarse la ocasión, porque, días después, nuevamente el profesor volvió a llegar tarde. Se desencadenó en la clase el habitual jaleo. Algunos se reían viendo como maltrataban a Comollo y a otro chico que había venido nuevo. Cuando Juan vio que la cosa se ponía fea y que otra vez iba a terminar mal, levantó la voz para que le oyeran bien: «Esos dos son amigos míos; dejadlos en paz». Pero los provocadores hicieron oídos sordos y comenzaron a proferir insultos. Juan volvió a levantar la voz: «El que diga una palabrota más, tendrá que vérselas conmigo. ¿Lo habéis oído ahora bien?».Pero lo que se oyó fue una gran risotada de burla, al tiempo que son6 otra bofetada en la cara de Comollo. Bosco no pudo aguantar más y, no teniendo nada a mano, agarro por los hombros al más pequeño, utilizándolo como una estaca, y empezó a repartir golpes a diestra y siniestra, de modo que los bravucones salieron de la clase corriendo, justo en el momento en que llegaba el profesor. En medio de aquel griterío, el profesor se puso también a dar voces al tiempo que asimismo repartía coscorrones a todo el que encontraba al alcance de la mano.

Restablecida la calma, mando que le explicaran lo sucedido. Cuando se lo contaron, le hizo tanta gracia la ocurrencia de Bosco, que rio como nunca le habían visto reír. A la salida, Comollo se acercó a Juan y le dijo seriamente: «Amigo Juan, gracias por defenderme; pero me espanta tu fuerza. Dios no te la ha dado para que golpees a tus compañeros».No sabemos si, en otro episodio semejante, Juan habría sido capaz de tener en cuenta el consejo de su amigo, porque no volvió a presentarse la ocasión. Vale la pena tener un amigo siempre dispuesto a defendernos contra quienes nos molestan. Pero es preferible que ningún compañero se muestre tan insolente y maleducado como aquellos a quienes el joven Bosco les hizo entrar en razón por la fuerza.

Page 17: Buenos Días con Don Bosco - P Nicolas Ruiz.docx

TRUCOS PARA LOS EXÁMENES Día Semana MesMartes 3 Mayo

Cuando se aproximan los exámenes, hasta los buenos estudiantes se ponen un tanto nerviosos. Unos porque han empezado a estudiar la víspera por la tarde; otros, porque se les va «el santo al cielo» en el momento más inoportuno y el esfuerzo hecho puede resultar inútil. Juan Bosco, por los testimonios de quienes vivieron con él en los años de estudiante, era un alumno trabajador y buen compañero. Tenia gran memoria para recordar los temas del libro y las explicaciones de la clase, como ya demostró en alguna ocasión.

Pero también utilizó otros métodos para sacar sobresaliente en los exámenes escritos. Para él eran importantes las matriculas, pues se ahorraba tener que pagar los gastos de sus estudios. —¿copiando? —dirá alguno. No. No se trata del viejo y aún actual copia. Bosco empleo en alguna ocasión otro muy distinto.

He aquí una anécdota contada por sus compañeros. Ocurrió que, un día, el profesor de latín puso un examen bastante complicado. Había pasado menos de media hora, cuando Juan entregaba su escrito sin haber utilizado ni siquiera el diccionario. Parecía imposible que un alumno hubiera sido capaz de superar, en tan poco tiempo, tantas dificultades gramaticales como había en el texto. El profesor comenzó a leer el examen de Bosco y le parecía imposible al comprobar que no solo lo había terminado todo, sino que además estaba perfecto. No podía ser; le pidió entonces el borrador. Nueva sorpresa; su asombro fue tal que no encontraba explicación a lo que veían sus ojos. El profesor había preparado la víspera un examen muy complicado, pero finalmente le pareció demasiado largo y les puso solo la mitad. En cambio, en el borrador de Juan encontró el examen complete, tal como lo había pensado. ¿Que había pasado? ¿Qué explicación tenia todo aquello? Juan se lo tuvo que aclarar. La noche anterior había sonado el examen; se levantó de la cama y escribió aquel trabajo. Luego, por la mañana, con la ayuda del diccionario y la de un sacerdote amigo suyo, llego a la clase con el examen ya hecho.

Pero no vayáis a pensar que Juan lo dejaba todo, como algunos malos estudiantes, para la víspera, confiando en que los sueños llegarían a tiempo para el examen. Nada de eso. Se aplicaba con diligencia a los libros: en clase atendía con gran interés a las explicaciones del profesor, y después aprovechaba con profundidad los ratos que le dejaban libre los trabajos de la cafetería o de la peluquería o de la tienda..., según el patrón a quien ayudaba. Es verdad que, gracias a su gran memoria, aun encontraba tiempo por la noche para leer libros que seguía pidiendo prestados.

Su afán por la lectura era una obsesión. Más de una vez, cuando llego la hora de levantarse, aun tenía entre las manos el libro abierto. Sin embargo, como el mismo dirá años más tarde, eso le había arruinado la salud, por lo cual no aconsejaba a nadie que imitara su ejemplo. Ya sabéis el truco que alguna vez usaba Juan Bosco para sacar bien los exámenes difíciles. Cada uno puede seguir su ejemplo, pero sin esperar sueños salvadores: estudiar desde el principio y trabajar seriamente en clase y en casa, eso es lo seguro. Fíjense más del esfuerzo diario que de los posibles sueños de la víspera. Lo demos son ilusiones lejos de la realidad.

Page 18: Buenos Días con Don Bosco - P Nicolas Ruiz.docx

BROMAS DE BOSCO Día Semana MesMartes 4 Mayo

En 1834 empieza el último curso de Bachillerato en Chieri. Se alojó en casa de un sastre, donde tuvo ocasión de aprender este oficio para pagar, como siempre, una parte de su pensión. Este buen señor era muy crédulo y se dejaba engañar fácilmente, pues se maravillaba de cualquier cosa que se saliese de lo normal. El joven Bosco, en los ratos libres, aprovechaba para sorprenderle con sus tratos y ocurrencias, que le dejaban boquiabierto y desconcertado al mismo tiempo.

Le hacía juegos de magia que había aprendido de los prestidigitadores en las fiestas de los pueblos. El pobre sastre llegó a creer que todo aquello eran cosas del diablo, y no tuvo otra ocurrencia que denunciarlo a un sacerdote, canónigo de la catedral. Le contó tales «prodigios», que el sacerdote se lo tomó también en serio. Un día le llamó a su casa para averiguar de donde le venían esos poderes con los que realizaba las «diabluras» que le habían contado.

Bosco, convencido de lo que iba a pasar, tomó todas las precauciones para salir airoso del interrogatorio que, tal vez, tendría que sufrir. Entró al despacho del canónigo y fue respondiendo tranquilamente a todas sus preguntas. De pronto le dijo abiertamente: «Todo esta bien; pero, entonces, ¿Cómo es que me dicen que tragas monedas y después las sacas de la oreja de otro? Que echas fuego por la boca. Que rompes relojes y los devuelves intactos. Que sacas palomas de los bolsillos de la chaqueta del vecino. ¿Que magia es esa y quien te presta tales poderes que no son humanos?». Bosco le miraba tranquilo sin pestañear. Solo, cuando pudo hablar, le pidió al canónigo que le dejara unos minutos para pensar la respuesta, y rogó que controlase el tiempo con su reloj de bolsillo. —De acuerdo —le dice. Mete la mano en un bolsillo, luego en el otro; busca y rebusca, y el reloj que no aparece. Se pone un poco nervioso. Acaba de llegar el joven Bosco y su reloj que no lo encuentra.

El canónigo empieza a mosquearse. Juan tranquilo y sonriendo le dice: —Bueno, ya que no encuentra usted el reloj, deme al menos una moneda de cinco liras. Ni a propósito. Tampoco encuentra el monedero, que siempre guarda en el bolsillo de la sotana. El canónigo pasa del mosqueo a la amenaza de denunciarlo por magia, por robo y por engañar a las personas sencillas. —No lo haga, señor; que la cosa es más simple de lo que parece. Aquí tiene usted su reloj y su monedero.

El canónigo cambia el tono de sus palabras y le ruega que le explique lo que ha pasado. El secreto queda en seguida desvelado: cuando Juan llego a la casa, el canónigo estaba dando una limosna a un pobre y, por atender a Juan, había dejado el monedero encima de la mesa de entrada, y el reloj no estaba tampoco muy lejos. Bosco se había dado cuenta y guardó ambas cosas en su bolsillo en un descuido del buen señor cuando iba a sentarse. Entonces el canónigo, entre risas, le pidió que le hiciera otras demostraciones de su habilidad.

La alegría es un don de la naturaleza que debemos practicar con más frecuencias. Un joven alegre refleja la paz y serenidad de su interior, que puede contagiar a los demás en momentos malos. Y las bromas que no ofenden a nadie, ayudan a fomentar la convivencia entre las personas. Inténtalo y pronto veras el resultado.

Page 19: Buenos Días con Don Bosco - P Nicolas Ruiz.docx

¿QUÉ CAMINO ELEGIR? Día Semana MesMartes 1 Junio

Faltaban solo unos meses para terminar los años de Bachillerato y Juan se plantea una cuestión muy importante: ¿que estudios y que camino deberá seguir? ¿Cuál es su vocación? Tiene que decidirse. Desde pequeño siempre quiso ser sacerdote, pero no estaba dispuesto a que su madre siguiera sacrificándose con tantos trabajos para pagar sus estudios si entraba interno en el seminario.

Los dos hermanos, Antonio y José, ya se habían casado y la madre se encontraba sola para todas las labores. Un día fue al convento de los franciscanos de Turín y les habló de este problema. El superior, que le conocía bien, le propone que se haga fraile como ellos, y no tendrá que pagar ni un céntimo. (Todavía se puede leer en el registro de inscripciones de dicho convento lo siguiente: El 18 de abril de 1834, el joven Juan Bosco es admitido con todos los requisitos necesarios en este Convento de Franciscanos.) Cuando unos días más tarde Juan acude a la parroquia para pedir los documentos necesarios para su entrada en el convento, el párroco le dice:—Juan, espera unos días que quiero hablar con tu madre.Llamo a Margarita y trato de convencerla para que entrara en el seminario y no en el convento. Después de la entrevista, Margarita hablo con su hijo:—Juan, el señor cura me ha dicho que quieres entraren un convento. ¿Es cierto?—Si, madre. Espero que usted no se oponga.—Óyeme bien, Juan. Te aconsejo que antes de dar ese paso, pienses seriamente lo que vas a hacer. El párroco me ha pedido que te quite la idea, porque yo soy pobre y pronto tendré necesidad de ti. En cambio, si vas al seminario y te haces párroco podrás ayudarme. Pero escucha lo que te voy a decir. No tienes por qué preocuparte de mí. Nací pobre, vivo pobre y quiero morir pobre.

Juan se encontraba en un mar de dudas. Fue a Turín para pedir consejo a un sacerdote de cerca de su pueblo, llamado don José Cafasso. Aunque este sacerdote era muy joven, ya tenía fama de santo. (Hoy está en los altares: san José Cafasso). Después de escucharle atentamente, le aconsejo: «Acaba el curso y luego entra en el seminario. Dios te indicará lo que debes hacer. Tampoco te preocupes por el dinero del internado. Ya lo arreglaremos.

Así lo hizo; y el 25 de octubre de 1834, Juan Bosco viste por primera vez las vestiduras de seminarista. A partir de ese momento, don Cafasso será su guía y consejero. Gracias a él volverá a Turín después de ser ordenado sacerdote y le acompañara cada semana a visitar las cárceles; allí verá la situación tan penosa de muchos jóvenes que, después de vagar por la ciudad, han terminado como delincuentes en los calabozos.

En aguín momento de la juventud, a su edad, es conveniente que cada uno comience a pensar seriamente cuál es la propia vocación; es decir, que camino se debe seguir en la vida para ser feliz, según la inclinación que alberga en su interior. Si fuera necesario es conveniente escuchar o pedir consejo. Don Bosco así lo hizo y acertó para su bien y el de otros muchos.

Page 20: Buenos Días con Don Bosco - P Nicolas Ruiz.docx

INTERNO EN EL SEMINARIO Día Semana MesMartes 2 Junio

Con sus 19 años cumplidos, Juan es ya un seminarista y cambiaron muchas cosas. A la entrada, vio escritas dos frases en latín que le llamaron la atención. Una estaba escrita en la pared, debajo del reloj de sol. Decía así: Afflictis lentae; celeres gaudentibus horae, que, para los que aun no han estudiado la lengua de los romanos, quiere decir: Las horas pasan despacio para los tristes y aburridos; en cambio, pasan deprisa para los que viven alegres. La otra frase la leyó a la entrada del comedor: Se come para vivir, y no se vive para comer. Esta frase no necesita traducción.

Tanto una frase como la otra las tomara muy en serio durante los años de internado. ¿Queréis saber ahora cual fue su horario en aquel seminario? Precisamente era el mismo horario que había impuesto el rey del Piamonte como obligatorio para todos los colegios de Turín y era:A las 6 de la mañana: levantarse y estudio de las lecciones. A las 8: misa diaria y el domingo, dos misas. De 9 a 12: clases de diversas asignaturas. A las 12.30: comida y recreo. De las 3 de la tarde a las 7.30: deberes escolares. A las 8: cena. A las 9: oraciones y descanso. Afortunadamente para ustedes, supongo que no querrán cambiar su horario por este del Piamonte. En los recreos más largos, los seminaristas tenían permiso (no todos los días) para jugar a las cartas con dinero por medio. Juan no era muy aficionado a estos juegos; pero, cuando lo hacía, era afortunado casi siempre, terminando el día con unas cuantas liras. En una ocasión, un compañero, tan pobre como Bosco, había perdido bastante dinero jugando con él y le pidió a Juan que le diera la revancha. Tanto le insistió, que termino por aceptar. El compañero se jugo el poco dinero que le quedaba, pero con tan mala suerte que quedó desplumado como un pollo antes de ir a la cazuela.Cuando Bosco vio que, tapándose la cara, empezaba a llorar desconsoladamente, le dio tanta vergüenza haberle ganado, que le devolvió todo lo que el pobre había perdido. Pero en su interior se hizo el propósito de poner punto final al juego de cartas.

Los jueves por la tarde, por el contrario, era el momento más esperado por Bosco. Los seminaristas tenían la tarde libre. El conserje tocaba una campanilla y gritaba: Bosco de Castelnuovo, tiene una visita en la portería. ¿Imaginan quien iba a verle? No uno, sino todos los amigos que, en el instituto de Chieri, habían formado parte de la «Sociedad de la Alegría». Venían a verle y a contarle las novedades de la semana. Con ellos pasaba toda la tarde charlando y divirtiéndose como siempre. Al final, antes de despedirse, rezaban una oración a la Virgen, y hasta la semana siguiente.

Este era el modo de vida de un interno en aquellos tiempos. Pero allí Juan Bosco se fue preparando para el futuro: era feliz con los libros y con los compañeros. También entre ustedes hay muchos que son felices porque el esfuerzo que hacen en clase y en casa los ayuda a preparar su hermoso futuro. Es bueno ir pensando que es lo más conveniente; y, si es necesario, déjense aconsejar, como hizo también Juan Bosco.

Page 21: Buenos Días con Don Bosco - P Nicolas Ruiz.docx

DE VACACIONES Día Semana MesMartes 3 Junio

Los estudiantes de aquel tiempo también tenían vacaciones. Si el horario era duro durante el curso, en cambio, las vacaciones eran un poquito más largas que las suyas: comenzaban a finales de junio y acababan el 31 de octubre. ¿A que se dedicaba Juan Bosco durante esos meses? En aquellos tiempos no estaban de moda los veraneos, ni las playas para ponerse morenos. Bosco se ponía muy moreno, pero ayudando a su madre en los trabajos del campo y ocupándose en otras tareas muy diversas. En ocasiones acompañaba a los párrocos en las fiestas de los pueblos cercanos y, más de una vez, tuvo que hacer de predicador en el día del patrón del pueblo. En otras ocasiones hizo también de monitor de grupos (grupos juveniles).

Así ocurrió en 1836. A principios de junio, en la ciudad de Turín se declaró la epidemia del cólera. Los jesuitas, que tenían un colegio adonde acudían los hijos de familias de buena posición, tuvieron que anticipar las vacaciones de verano para enviar a todos sus alumnos a una residencia que tenían en los Alpes, con el fin de que no se contagiaran con la peste. Necesitaban una persona que, además de cuidar a los muchachos durante la noche, fuera capaz de repasar el programa de latín y griego que no habían podido terminar en junio. El director conocía muy bien al seminarista Bosco; le llamo y le propuso aceptar tal encomienda.

De esa manera, Juan podría ganar un poco de dinero que le aliviaría los gastos del seminario. Aceptó gustoso y paso con los alumnos los casi cuatro meses de vacaciones en la montana. En octubre de ese mismo año, le ocurrió una anécdota que él mismo contaría varios años después. Un día le llamo un párroco para predicar un sermón en la fiesta de la Virgen. Era uno de sus primeros sermones y se lo había preparado muy bien: lo escribió, lo corrigió detenidamente y se lo aprendió de memoria. Llegado el momento, subió al pulpito (una especie de tribuna alta) y, ante los fieles que abarrotaban la iglesia, pronuncio su sermón con gran entusiasmo.

Al salir de la iglesia, todo eran parabienes; la gente le felicitaba por lo bien que había predicado. Hasta un señor con sombrero, que tenía aires de saber mucho, le dijo emocionado: —Muy bien. Le felicito por el sermón tan bonito que nos ha predicado sobre las Almas del Purgatorio.—Pero, ¿como? ¡Si yo he predicado sobre la Virgen del Rosario!— ¡Ay! Perdone, señor. Pues me había parecido.Por lo visto y oído, si todos los oyentes habían entendido tanto como aquel buen señor, no había valido la pena emplear tanto tiempo en prepararlo. Bosco no se molesto; al contrario, reconoció que el sermón no era el más apropiado para aquella gente sencilla.

Entonces se prometió a sí mismo hablar y predicar de manera que todos pudieran entenderlo. Para eso, tomo la costumbre de leer primero el sermón a su madre para saber su parecer, y así asegurarse de que todos podrían entenderlo sin dificultad.

Nos halaga mucho recibir alabanzas por las cosas buenas que hacemos. Pero nos cuesta aceptar las críticas que nos puedan hacer los demás y, a veces, hasta nos enfada oírlas. Sin embargo, pueden resultarnos provechosas si las utilizamos para tratar de corregir los errores que hayamos podido cometer.

Page 22: Buenos Días con Don Bosco - P Nicolas Ruiz.docx

ILUSIÓN CUMPLIDA Día Semana MesMartes 1 Julio

A primeros de junio de 1841, Juan Bosco termina los estudios en el seminario y es ordenado sacerdote, el sueño de su vida. Unos días después, va a su pueblo a celebrar la primera misa ante sus paisanos. Las campanas de la torre repicaron como en las grandes fiestas. Todos querían ver a aquel joven, que quince años antes, les divertía con sus juegos de manos y malabarismos. Aquel muchacho que, medio descalzo, recorría varios kilómetros diarios para ir a la escuela, y que ahora había visto cumplida su ilusión.

En su primer sermón, Don Bosco recordó aquellos años de gran pobreza de su familia y la generosidad de sus vecinos, cuando le compraron todo lo necesario para entrar en el seminario. Les dio las gracias con tanto sentimiento, que las personas ancianas no pudieron contener las lágrimas. Desde ese día, ya no le llamaran Juanito ni Juan; siempre dirán «Don Bosco» (como es costumbre llamar a los sacerdotes en Italia). Y con ese nombre es conocido en el mundo entero. A partir de ese momento de felicidad, nuevas dudas e incertidumbres: ¿qué camino elegir como sacerdote? Le habían ofrecido ser capellán y profesor de los hijos de una familia noble de Génova. Recibiría una buena cantidad de dinero cada mes. Por otra parte, los de su pueblo le suplicaban que se quedara con ellos como coadjutor del párroco. ¿Qué hacer? Si aceptaba cualquiera de esas ofertas, podría, por fin, ayudar a su madre, que tanto había tenido que trabajar. Sin embargo, Margarita le llamo aparte y muy seria le dijo: «Escúchame bien, Juan. Si un día llegas a ser rico, no pondré los pies en tu casa. Te recuerdo que nací pobre, que vivo pobre y quiero morir pobre».

Estas palabras fueron suficientes para no aceptar ninguna de esas oportunidades. Pero él seguía con dudas y, una vez mas, acude a consultar a don Cafasso, que le dijo sencillamente: «Por el momento, venga a Turín a completar su formación sacerdotal, luego ya veremos». Don Bosco siguió, una vez más, sus consejos y allí permanecerá durante tres años. El horario ya no era tan rígido como en los años de seminarista. Como le quedaban horas libres, comenzó a recorrer las calles de la ciudad y pudo observar la pobreza y miseria de los suburbios marginados. Allí se encontraba con muchachos sin trabajo que para poder comer se dedicaban a la venta de algo por la calle o limpiando zapatos a los viandantes o como limpiachimeneas o robando por los mercados. Pudo ver a niños de 10 ó 12 años que, lejos de la familia, pasaban la jornada como aprendices de albañil con carretillas cargadas de ladrillos, subiendo y bajando andamios, sin ningún derecho a quejarse, porque serían despedidos.

También pudo observar como no pocos mayorcitos ociosos formaban bandas peligrosas que deambulaban por la ciudad. Cuando Don Bosco intentaba acercarse a ellos, se alejaban desconfiados y le miraban con desprecio. Este panorama juvenil le llegó a inquietar grandemente y, más aún, cuando, dos veces por semana, acompañaba a don Cafasso, que hacía de capellán de la cárcel. Allí quedo espantado al ver que gran parte de los presos no pasaba de los 18 años. Fue entonces cuando empezó a pensar que podría hacer para salvar de la miseria y de la cárcel a tantos jóvenes, a los que el ambiente familiar y social les había empujado hasta allí.

Page 23: Buenos Días con Don Bosco - P Nicolas Ruiz.docx

EL ORATORIO FESTIVO Día Semana MesMartes 2 Julio

Cuando un grano de trigo cae en buena tierra, al cabo de unos meses se transforma en una hermosa espiga con muchos otros granos. Algo así ocurrió con el primer joven a quien Don Bosco acogió un 8 de diciembre de 1841 en la sacristía de una iglesia. Bartolomé Garelli creyó en la amistad que Don Bosco le ofrecía y, cumpliendo su palabra, volvió el domingo siguiente con unos cuantos compañeros a quienes había logrado convencer de que un sacerdote quería ser su amigo. Esta escena se repitió en años siguientes. Los muchachos aumentaban domingo tras domingo; venían a la misa de Don Bosco y luego se divertían con juegos que se organizaban en la plaza.

Terminados los tres años de formación sacerdotal, don Cafasso le recomienda como capellán de un pequeño internado que había construido la marquesa Barolo (una piadosa y rica señora de Turín, que creó una fundación benéfica para recoger y educar a muchachas pobres o huérfanas). Don Bosco puso una condición a la marquesa: que le permitiera utilizar los domingos unos terrenos cercanos para los juegos de sus chicos. La buena señora no puso ningún inconveniente, y allí comenzó el primer «Oratorio Festivo de Don Bosco». Luego vendrán otros más. Pero lo que no se imaginaba la señora marquesa era que aquellos muchachos no formaban parte precisamente de una banda silenciosa. No estaba acostumbrada al griterío y bullicio que armaban con sus diversiones. Hasta los vecinos comenzaron a hartarse con tales alborotos.

La marquesa tuvo aguante durante ocho meses, pero llego un día en que se colmó el vaso de su paciencia; ya no pudo más. Llamó a Don Bosco y le dijo secamente: «Hasta aquí he aguantado, pero no más. Vaya buscando otro lugar para sus diversiones y las de sus muchachos. Tiene un mes desplazo». Don Bosco intenta hacerle ver que no tiene otro sitio mientras este de capellán en su internado. La marquesa creyó haber encontrado una buena solución para deshacerse del griterío dominical. Le hizo esta advertencia: «De usted depende. Si quiere seguir siendo nuestro capellán, ya sabe lo que tiene que hacer. Elija entre nuestra capellanía o esa banda de alborotadores».

Don Bosco no pidió tiempo para pensárselo; allí mismo le dio la respuesta: «Me quedo con mis muchachos, a quienes no puedo ni quiero abandonar». Y quedó despedido sin el dinero que recibía para él y sus chicos. Toda la semana la dedicara a buscar otro terreno para reunir a sus oratorianos. Encontró uno a las afueras, junto a un cementerio. Allí harían los juegos y para la misa y el catecismo de la tarde utilizarían la capilla del cementerio. El capellán había dado su permiso, pero a la sirvienta le basto un solo domingo para darse cuenta de quienes eran aquellos vivarachos.

Cuando vio que aquella tropa le había espantado las gallinas y pisoteado las flores del jardín, perdió los estribos y comenzó a gritar y a insultar a Don Bosco. Cuando llega el capellán y ve a la sirvienta fuera de si, teme que, en un arrebato de rabia, se quede sin criada. No quiere, pues, líos, y lo más fácil es decirle a Don Bosco que no vuelva más por allí con sus muchachos. Poco le había durado la dicha. Otra vez tiene que buscar nuevos lugares. Lo peor para Don Bosco fue que este problema se volverá a presentar más veces durante el año. Nadie era capaz de aguantar el griterío y el jaleo de aquellos muchachos. Solo Don Bosco era feliz entre ellos, maleducados y revoltosos, pero alegres, porque habían encontrado a un amigo que les dedicaba todo su tiempo. No fueron nada fáciles estos comienzos, capaces de hacer perder la paciencia al mismísimo santo Job. Pero Don Bosco les había dicho en más de una ocasión: «Me basta que seáis jóvenes para amaros de todo corazón». Y lo cumplirá durante toda su vida, llegando a ser «el santo de los jóvenes».

Page 24: Buenos Días con Don Bosco - P Nicolas Ruiz.docx

PRIMER COLEGIO Día Semana MesMartes 3 Julio

Desde aquel 8 de diciembre de 1841, en que conoció a su primer alumno de catecismo, Bartolomé Garelli, hasta el 12 de abril de 1846, Don Bosco había recorrido más de media ciudad con su «Oratorio Festivo». Le fueron echando de todos los sitios: unas veces, los vecinos y otras las quejas al ayuntamiento, pues no aguantaban el bullicio de aquel tropel de muchachos, con sus juegos y sus canciones. Ese día 12 de abril de 1846 era el último domingo en que podían jugar en un prado alquilado. Los dueños le habían avisado ya quince días antes, de que tantos chicos corriendo y jugando todos los domingos, habían pisoteado de tal manera la hierba, que lo habían convertido en un barrizal. Contra su costumbre, Don Bosco no lo estaba pasando nada bien; hasta los mayorcitos se daban cuenta de que algo importante le estaba sucediendo. Se preguntaban: ¿que le pasara a Don Bosco?, ¿estará enfermo? Se temían lo peor.

El caso es que terminaba la tarde y Don Bosco aún no sabia donde podría reunir a sus chicos. Se retiró en un rincón del prado y se puso a rezar con toda su fe. Y sucedió un pequeño «milagro»: llega un buen hombre, un poco tartamudo, que le dice:—Me envía el señor Pinardi porque se ha enterado de que anda buscando un lugar para instalar un «laboratorio».—Un «laboratorio», no. Un oratorio —le corrige Don Bosco.—Yo no sé en que se diferencian, pero es igual. Si le interesa, venga a verlo. Está aquí cerca.Le faltó tiempo a Don Bosco para ir a verlo. Era una pobre casa de una sola planta con balcón y escalera de madera. Estaba rodeada por unos prados y huertos.Empezaba a subir la escalera cuando el señor Pinardi, el dueño de la casa, le detiene: «¡No; no es esta casa; lo que yo le vendo es ese cobertizo».

Una desilusión. Cuando lo vio, estuvo a punto de rechazarlo: era bajo, de quince metros de largo y seis de ancho, con una tapia alrededor y dos pequeñas habitaciones a los lados.—Es demasiado bajo; no me sirve —le dice Don Bosco.—Lo arreglare a su gusto —repuso el señor Pinardi—. Excavaré algo y pondré un suelo de madera.Don Bosco quedó un poco pensativo, pero no tema mucho tiempo para decidir. Finalmente le dijo:—Si usted se compromete a tenerlo arreglado para el próximo domingo, acepto, pero con la condición de que podamos disponer también del prado para los juegos de mis muchachos.—Prometido. Así será —dijo el señor Pinardi.No esperó más Don Bosco. Marchó corriendo y gritó a sus jóvenes:— ¡Animo, amigos míos! Ya tenemos Oratorio para siempre, sin tener que andar de un lado para otro.Los chicos alborozados daban brincos de alegría, chillaban, se abrazaban y cercaban a su amigo Don Bosco.

Esa casa, tan pobre, fue «el primer colegio salesiano», donde se educaron en los primeros años centenares de alumnos, entre los que destacan santo Domingo Savio, el beato Miguel Rúa y los primeros salesianos que continuaron la obra de san Juan Bosco.

Page 25: Buenos Días con Don Bosco - P Nicolas Ruiz.docx

¿LOCO DON BOSCO? Día Semana MesMartes 4 Julio

Esta era una pregunta que empezaban a hacerse en Turín algunos sacerdotes amigos, viendo con preocupación como Don Bosco pasaba los domingos jugando con unos muchachos mal aseados y sin educación, como si fuera uno más entre ellos. Ya eran más de 400 los que acudían a su Oratorio.Estos sacerdotes, desde hacia algún tiempo, le venían aconsejando que abandonase esa forma de trabajar con los chicos, pues les parecía poco digna y edificante para un sacerdote. A esto se añadía que, con frecuencia, le oían hablar de cosas que les parecían ideas descabelladas, fruto de una imaginación un tanto calenturienta. Hasta tal punto están convencidos de que esta perdiendo la razón, que le piden que se dedique a otra clase de obras, a predicar en las fiestas de los pueblos o que vuelva como capellán del orfanato de la marquesa Barolo.

Don Bosco les oye en silencio y, de pronto, les dice muy serio: «Amigos míos, Dios me encomienda esta juventud pobre y abandonada por la familia y por la sociedad. Es verdad que ahora no tenemos casi nada, pero pronto tendremos colegios con grandes patios para poder jugar y una gran iglesia, talleres para que aprendan algún oficio y aulas donde puedan estudiar. Vendrán a ayudarme sacerdotes, educadores y jefes de taller».

Aquellos sacerdotes escuchan un tanto alarmados por lo que están oyendo, y llegan a la conclusión de que realmente tiene algo trastornado la cabeza; se miran y dejan escapar una sonrisa un tanto maliciosa, había que poner remedio cuanto antes. En su interior se convencen de que lo más prudente y urgente es ingresarle durante una temporada en un hospital para locos. Será la única forma de que pueda recuperarse. Así pues, unos días más tarde, tras haberse puesto de acuerdo con el director del hospital, vienen a visitarle y le invitan muy amablemente a que les acompañe a dar un paseo en la carroza que han traído. «Un poco de aire fresco —le dicen— le hará bien y podrá terminar de contarnos todos esos proyectos que tiene en su cabeza». La estratagema estaba bien tramada y debería dar resultado. Hay que reconocer que todo lo hacían con la mejor intención, pues buscaban el bien de su amigo.

Don Bosco había notado algo raro en todo ello y hasta pensó en lo peor. Sin embargo, acepta la invitación con gran educación. A la hora de montar en la carroza, amablemente le invitan a que suba al coche. — ¡Ah no! —Responde Don Bosco con la misma amabilidad—. Eso seria una falta de respeto por mi parte. Por favor, ustedes primero. Tras breve porfía, los dos amigos caen en la trampa y aceptan un poco contrariados. Tan pronto como están dentro, Don Bosco cierra desde fuera la portezuela y grita al cochero:— ¡deprisa! Al manicomio; que allí están esperando a estos dos señores.El cochero que oye la voz de mando, no espera más explicaciones, arrea un latigazo al caballo, sin hacer caso a los gritos de los dos viaje- ros. A toda velocidad llegan al hospital, donde los enfermeros están ya esperando. Les habían hablado de uno, pero, sin preguntar nada, agarran fuertemente a los dos sacerdotes y les ponen la camisa de fuerza encerrándoles en dos habitaciones.Allí, los «cazadores cazados» van a permanecer toda la tarde y noche, hasta que, el día siguiente, el capellán del hospital puede aclarar el desaguisado. Aquellos bien intencionados amigos, visto el resultado de la experiencia, no volverán a molestar mas a Don Bosco ni a pensar que esta un poco loco.

Page 26: Buenos Días con Don Bosco - P Nicolas Ruiz.docx

QUIEN ROMPE, PAGA Día Semana MesMartes 1 Agosto

No todo eran juegos y catecismo lo que Don Bosco ofrecía a sus muchachos los domingos. Cuando fue conociendo la situación de cada uno, comenzó a interesarse por ellos y a buscarles trabajo. Cada semana iba a verlos para comprobar su comportamiento y para escuchar las quejas que pudieran tener tanto los chicos como los patronos. Esas visitas alegraban mucho a los pequeños obreros y también a los amos.

Por las tardes, al acabar la jomada, muchos iban junto a él para que les enseñara a leer, escribir y algo de aritmética. Los chicos se daban cuenta de que verdaderamente les quería como un padre. Así se explica que alguno se olvide de lo que tiene entre manos cuando ve a Don Bosco. En una ocasión, un día se encuentra por la calle con un oratoriano, que viene con dos botellas de aceite. Apenas ve a Don Bosco, corre a su encuentro gritando: « ¡Buenos días, Don Bosco!».Don Bosco ríe viéndole feliz y bromea con él: «Apuesto lo que quieras a que no eres capaz de hacer lo que hago yo ». Y se pone a aplaudir con fuerza. El chico, con la alegría del encuentro, no cae en la cuenta de que es una broma. Pone las dos botellas bajo el brazo y aplaude con todas sus ganas, gritando: « ¡Viva Don Bosco!». Justo lo que faltaba para que las dos botellas se vayan al suelo haciéndose añicos. Cuando el pobre muchacho ve la desgracia, rompe a llorar a lágrima viva.— ¡Ay de mi! Mi madre me va a matar a polos por romper las botellas—Tranquilo, no te preocupes. Aquí está tu amigo Don Bosco, y esa desgracia la vamos a arreglar enseguida.Vuelven a la tienda y Don Bosco le compra otras dos botellas.

En otra ocasión se detuvo delante del escaparate donde trabajaba un muchacho del Oratorio. Tan pronto como vio a Don Bosco, sale corriendo a saludarle, sin darse cuenta de que la puerta de cristal estaba cerrada.Se da tal cabezazo, que el gran cristal se hace pedazos. Acude el dueño, hecho un basilisco y gritando furibundo:—Pero, desgraciado, ¿qué has hecho?—Quería saludar a Don Bosco y no me di cuenta de que la puerta es- taba cerrada. Y el cristal se ha roto —responde temeroso el causante.— ¿Cómo que se ha roto? Lo has roto tú; y ahora mismo lo vas a pagar ¡Qué eres un alocado!—No grite así, buen hombre —le dice Don Bosco—. ¿No ve que ha sido sin querer?—Si, si, pero el cristal esta roto y vale dinero.—Disculpe al chico. Mañana vengo voy se lo pagaré.— ¿Usted? ¿Quién es usted?—Soy Don Bosco; y este chico es uno de mis amigos.En ese momento sale la esposa y le dice al marido:—No le cobres nada. Don Bosco no tiene dinero. Lo gasta todo con sus muchachos.—A mi eso no me importa —responde el marido.La mujer calla. A la mañana siguiente se presenta en el Oratorio y dice a Don Bosco: «Tome usted este dinero para pagarle a mi marido que esta furioso. Pero no diga quien se lo ha dado».

Generosidad y gratitud son dos hermosas virtudes que honran a quienes las practican. ¿Han pensado a cuantas personas tienen mucho que agradecer? La palabra «gracias» debería estar con frecuencia en nuestro vocabulario. Es algo que debemos practicar desde la juventud.

Page 27: Buenos Días con Don Bosco - P Nicolas Ruiz.docx

PADRE DE HUÉRFANOS Día Semana MesMartes 2 Agosto

Cuando al final de los domingos despedía a sus oratorianos, Don Bosco se llenaba de pena al oír a alguno que no quería separarse de él.— ¡Dale! Marcha, que se hace de noche y estarán intranquilos en tu casa.—Yo no tengo casa. Soy huérfano y he venido del pueblo buscando algo de trabajo.—Entonces, ¿dónde duermes?—Casi siempre voy a pasar la noche en la estación del tren; pero alguna vez también me echan de allí— ¡Pobrecito! ¿Quieres quedarte conmigo y mañana buscamos alguna familia buena que quiera dejarte un rinconcito?

El muchacho, abrazándose a Don Bosco, dice entre sollozos:— ¡Si, en cualquier rincón estaré muy contento!Aquella noche, el huérfano durmió en la cama de Don Bosco y él, con una manta, pasó la noche en la cocina.Este muchachito le hizo pensar que habría otros muchos que estarían en la misma situación, sin familia y sin saber donde podrían dormir.Preocupado por encontrar alguna solución, se le ocurrid que tal vez su madre podría venir a la ciudad a vivir con él. Ni corto ni perezoso, allá M que se va en su busca. Cuando se lo propuso, la madre Margarita escucho en silencio lo que su hijo le contaba. Lo pensó un poco y le dijo: «Juan, ahora estoy muy bien en mi casa; pero si me necesitas, iré contigo a Turín para hacer de madre de esos pobres chicos».

Unos días después, había recogido todas sus cosas y se puso en marcha hacia la ciudad. Tenia entonces 58 años y con una salud un tanto gastada por los trabajos del campo. Al llegar a buscar dinero entre la gente amiga y pudo comprar algunas colcho- netas, sabanas, algo de ropa y alimentos. Pronto llegaron los primeros inquilinos. Los había encontrado al anochecer cuando volvía a casa. Don Bosco se para junto a ellos y les dice:— ¡Hola, amigos! ¿Como están?—No muy bien, señor cura. ¡Que! ¿Nos paga una jarra de vino?—De acuerdo. No una; os pagare dos; pero yo también bebo.Entraron en la taberna; bebieron y charlaron un buen rato.Luego Don Bosco se despide:—ahora, a casa que ya es tarde— ¿A casa? ¡Que más quisiéramos! ¡Una casa! Dormimos donde podemos.— ¿Pero no tienen donde dormir? Si se portan bien, pueden venir conmigo esta noche.—De acuerdo. Usted si que es un buen cura.

Llegaron al Oratorio y Margarita les calentó una sopa, mientras Don Bosco, con sabanas y unas mantas, les preparaba un lugar para pasar la noche. Les desea un buen sueño y todos a dormir.Por la mañana temprano va despertar a los huéspedes y ¡cuál no seria su sorpresa! no encuentra ni inquilinos, ni sabanas, ni mantas. Aquellos pájaros habían volado del nido, llevándose todo lo que han pillado por allí. Desde luego que fue una mala experiencia. No habían sabido apreciar lo que el pobre Don Bosco había hecho por ellos. Pero esto no le desanimará y seguirá acogiendo a niños huérfanos que sabrán aprovechar mejor cuanto hace por ellos. Y así fue, pues, en años siguientes; pasaron por allí muchachos que serán modelos en todos los aspectos.

Page 28: Buenos Días con Don Bosco - P Nicolas Ruiz.docx

PRIMER INTERNADO Día Semana MesMartes 3 Agosto

Hoy día, por todo el mundo, hay muchísimos colegios con el nombre de «Salesianos» o «Colegio Don Bosco». Ya saben cómo empezó el primero: fue la Casa Pinardi, pero el primer internado o pensionado permanente fue algún tiempo después. De una manera muy sencilla. Fue una noche de mayo. Estaba Lloviendo y Don Bosco y su madre están a punto de ir a descansar, cuando de pronto golpean a la puerta:— ¿Quién será a estas horas? —se preguntaban.Era un muchacho de unos 15 años, empapado de pies a cabeza.— ¡Buenas noches, amigo! ¿Qué quieres a estas horas? —pregunta Don Bosco.—Soy albañil y busco desde hace días algún trabajo. El poco dinero que traje del pueblo ya lo he gastado y no tengo donde pasar esta noche. Déjeme un rinconcito, señor cura.Y el chico rompe a llorar. Don Bosco duda un poco. Su madre se acuerda de lo sucedido con aquellos mozalbetes poco tiempo antes.— ¡Si supiera que tú no me vas a robar! —le dice Margarita.—No, señora. Soy pobre, pero nunca he robado.—Entonces, entra. Ponte junto al fuego, no cojas una pulmonía. Estás empapado.

Mientras la madre calienta algo para que cene, Don Bosco le prepara una pequeña cama con una colchoneta y una manta. Antes de ir a dormir, Margarita, para evitar que se repita la triste experiencia de días anteriores, le hace algunas recomendaciones que serán el origen de las tradicionales « ¡Buenas noches!» de los colegios salesianos. Al día siguiente, Don Bosco le buscó trabajo, y cada noche venía a dormir. Este fue el primer alumno interno.El segundo no tardó en llegar. Se llamaba Carlos Gastini. Don Bosco lo encontró en una barbería adonde había entrado para que le afeitaran. Se le acercó el muchachito para enjabonarle la barba. Don Bosco se dejó hacer y empezó a preguntarle:— ¿Cómo te llamas?—Me llamo Carlos y tengo ya 11 años.—Estupendo, Carlitos. Veamos, pues, si me enjabonas bien con la brocha. ¿Cómo están tus padres?—Mi padre ha muerto y mi madre esta enferma.—Lo siento, Carlitos. Y ahora, ¡animo! Lo has hecho muy bien con la brocha. Vamos a ver como manejas la navaja y me afeitas.Cuando el barbero oyó lo de afeitar, acudió corriendo:— ¡eso no, por favor, señor cura! El chico es un aprendiz.—Algún día tendrá que empezar a afeitar, ¿no? Pues yo quiero ser el primero.Aquel pequeño aprendiz cogió la navaja temblando y, con muchos apuros y con algún que otro corte, llegó al final.— ¡Bravo, Carlitos! Lo has hecho muy bien. Desde hoy ya somos amigos. Quiero que vengas a verme alguna vez al Oratorio. ¿De acuerdo? Te estaré esperando.

Así lo hizo cada domingo. Hasta que un día vino llorando: había muerto su madre y el amo lo había despedido de la barbería. Don Bosco lo consoló como pudo y le dijo: «Quédate conmigo. En mi casa encontraremos un sitio». La señora Margarita preparó otra cama y Carlos Gastini permanecerá más de cinco años interno. Desde entonces los niños comenzaron a llamar a la madre de Don Bosco «Mamá Margarita», Gastini fue siempre muy querido por todos y muy agradecido. Unos años después, con otro compañero, junto todo el dinero que tenían para regalar un corazón de plata a Don Bosco en el día de su fiesta (24 de junio). Dicen las crónicas que, ese día, Don Bosco lloró de emoción. Cuando murió Don Bosco, Carlos Gastini tenia 57 años y, llorando como un niño, no dejaba de repetir una y mil veces: « ¡Me quería tanto...!».

Page 29: Buenos Días con Don Bosco - P Nicolas Ruiz.docx

DON BOSCO SABIA MULTIPLICAR Día Semana MesMartes 4 Agosto

Lo cuenta José Buzzetti, un joven de 17 años que estaba interno en el Oratorio y era un fiel ayudante de Don Bosco. Un día de fiesta solemne, Don Bosco decía la misa a más de 600 muchachos del Oratorio. El joven sacristán se había olvidado de poner las formas para la comunión y solían comulgar muchos en las fiestas. Llegado el momento, Don Bosco abre el sagrario y ¡qué desencanto! El copón estaba casi vacío. ¿Qué hacer? Le daba pena decirles que solo podían comulgar unos pocos... y comenzó a dar la comunión.

José Buzzetti, que hacía de monaguillo, estaba muy nervioso al ver que las formas se iban a acabar de un momento a otro y Don Bosco seguía dando comuniones. Buzzetti miraba el copón de las formas y no daba crédito a sus ojos. Pasaban chicos y más chicos y las formas no se acababan. Serían más de 300 los que comulgaron aquel día. Terminada la misa, le falto tiempo a José Buzzetti para contar a sus compañeros lo que habían visto sus ojos. Cuando los muchachos fueron corriendo a preguntar a Don Bosco qué había sucedido, les respondió: «Si; había pocas formas. Buzzetti se había olvidado de poner más; pero el Señor no quiso que nadie se quedara sin comulgar».

Otro suceso de características parecidas ocurrió el día de Todos los Santos. Y este hecho lo contemplaron muchos de los jóvenes. Don Bosco había llevado a todos los chicos del Oratorio a visitar el cementerio de la ciudad para rezar por los familiares difuntos. Les había prometido que a la vuelta del paseo habría castañas cocidas. Con ese fin, había hecho comprar tres grandes sacos. Pero su madre no entendió bien los deseos de Don Bosco y solo coció tres kilos. José Buzzetti volvió un poco antes a casa para preparar el reparto de las castañas. Cuando vio lo sucedido, corrió a decirle a Don Bosco que solo había una cesta con los tres kilos.

Con el jaleo de los chicos que se amontonaban para recibir el puñado de castañas, Don Bosco no se dio por enterado y empezó a repartir a manos llenas, pensando que tres sacos no se acaban tan pronto.— ¡Don Bosco, así, no! Que no hay para todos— decía el pobre Buzzetti.—No te preocupes, que hay tres sacos en la cocina.—Pero, Don Bosco, que su madre solo ha cocido esta cesta.Don Bosco seguía repartiendo castañas sin escucharle, y la cesta que no se acababa. José Buzzetti miraba entre nervioso y asombrado. Comenzó a hacer señas a otros compañeros que se fueron arremolinando para ver lo que sucedía. Con ojos grandes como platos, lo estaban viendo y no lo creían. Cuando pasaron todos, más de 600, no pudieron aguantar más y atronaron el patio con vivas y aplausos. En medio del griterío se oyó por primera vez: « ¡Don Bosco es un santo y hace milagros!».

Hubo jóvenes que no quisieron seguir comiendo las castañas; para guardarlas como recuerdo. Y muchos años después de la muerte de Don Bosco, mostraban, emocionados, aquellas castañas del milagro. Don Bosco era un gran amigo de sus muchachos, porque lo era también de Dios y en el tenía plena confianza. Vale la pena tener siempre tan buenos amigos como el Señor y la Virgen. Dios nos ayuda en los momentos en que más lo necesitemos, nos regalan la vida y nos dan gente que nos quiere y para que la queramos.

Page 30: Buenos Días con Don Bosco - P Nicolas Ruiz.docx

ENFERMO Y GRAVE Día Semana MesMartes 1 Sept

En 1846, sin haber cumplido aún los 31 años, comienza a debilitarse la salud de Don Bosco. Llevaba cinco años dedicado de lleno a su «Oratorio Festivo» de Turín. Desde las primeras horas de la mañana, en que comienzan a llegar centenares de muchachos, hasta el anochecer, en que marchan a sus casas, apenas le queda un rato libre para poder comer algo. Terminaba, pues, la jornada medio muerto de cansancio.

Al despedirse, no eran pocos los que le decían al oído: «Don Bosco, no me deje solo durante la semana. Venga a verme». Así, era frecuente ver a un sacerdote con sotana subir a las obras, entre cal y montones de ladrillos. Al principio los obreros se preguntaban extrañados que buscaba ese cura subiendo a los andamios. La razón era muy sencilla: quería ver a sus amigos y preguntarles por sus problemas en el trabajo; le gustaba saber cuantas horas trabajaban, cuanto les pagaban, que tiempo ternan para descansar; si el patrón cumplía el contrato que había hecho con él. Esto lo hacía principalmente con los aprendices que habían venido de los pueblos y no tenían a nadie que se preocupase de ellos.

A pesar de su constitución fuerte, Don Bosco había abusado demasiado de su salud ya desde joven cuando leía libros muchas horas por la noche. Como consecuencia, al cabo de unos meses empeoró hasta tal punto, que sus amigos le aconsejaron seriamente que se cuidara un poco más. La marquesa de Barolo, a pesar de haberle despedido de su Fundación, seguía apreciando mucho a Don Bosco y le enviaba dinero con cierta frecuencia. Cuando se enteró de que escupía sangre de vez en cuando, se presento en el Oratorio y le puso delante una gran cantidad de dinero para sus chicos, pero con una condición: «Váyase a donde quiera; haga descanso absoluto durante una larga temporada y olvídese de sus muchachos». A lo que Don Bosco le responde sencillamente:—Señora marquesa, es usted muy caritativa conmigo. Le agradezco su interés y su generosidad, pero sabe muy bien que no me he hecho sacerdote para cuidar de mi salud, sino de estos jóvenes que me necesitan.La marquesa, que no estaba acostumbrada a que le llevaran la contraria, siguió insistiendo hasta que perdió la paciencia:—Mire, Don Bosco. Si no quiere ceder por las buenas, lo hará por las malas, porque usted necesita de mi dinero para poder mantener su Oratorio. Pues bien, ¿sabe que le digo? Que o deja usted a sus chicos y se va a descansar hasta que se reponga o en adelante se le acabó mi dinero.Don Bosco reacciono sin pensar:—Señora marquesa, usted puede hacer con su dinero lo que crea conveniente, pero mis muchachos no tienen a nadie, y yo no puedo abandonarlos.La marquesa dio media vuelta y se marchó con cara de pocos amigos. Estaba claro que ella estaba muy preocupada por la salud de Don Bosco; en cambio, Don Bosco, por el bienestar de sus chicos.

¿Quién tenia más razón? Por esta vez, la marquesa; pues un mes más tarde la situación se complicó y se agravó seriamente. La salud es muy importante para todos, también para los jóvenes, aunque algunos se crean muy robustos. Es una riqueza que hay que cuidar, pues los abusos terminan pagándose antes o después. Que no tengan que arrepentirse dentro de unos años, cuando ya no tenga remedio.

Page 31: Buenos Días con Don Bosco - P Nicolas Ruiz.docx

A DOS PASOS DE LA MUERTE Día Semana MesMartes 2 Sept

A pesar de los buenos consejos de sus amigos y del dinero ofrecido por la marquesa para que abandonara todo y se fuera a descansar, Don Bosco siguió trabajando con la misma intensidad de siempre. La salud no mejoraba y tampoco tenía tiempo para poner remedio. Seguía escupiendo sangre. Seguramente tenía una infiltración en los pulmones. Unos meses después llegaron las consecuencias de su obstinación. Era el primer domingo de julio de 1846, cuando, después de una jomada agotadora y con un calor asfixiante, Don Bosco se desmayo. Vómitos frecuentes de sangre, fiebre alta. El medico dio el diagnóstico: inflamación pulmonar gravísima. En aquellos años, esa enfermedad resultaba poco menos que incurable.

Se creyó que eran sus últimos momentos. Don Bosco también lo pensaba y pidió recibir los sacramentos de los enfermos. Corrió, entre los albañiles y aprendices, la noticia de que Don Bosco estaba muy grave y que se moría. Al terminar el trabajo, comenzaron a correr asustados: querían ver a su amigo Don Bosco. Pero era inútil: el medico había prohibido todas las visitas y el enfermero tenía ordenes tajantes de no dejar entrar a nadie. Ellos insistían, lloraban, se desesperaban. Imposible. A aquellos jóvenes solo les quedaba rezar, para que Dios no dejara que se les muriera su gran amigo. Van por turno a la iglesia y pasan horas rezando para que sane. Hubo quien ofreció su propia vida a cambio. Durante ocho días el enfermo estuvo entre la vida y la muerte. Se quedó tan débil, que cualquier esfuerzo al toser le producía vómitos de sangre. Pasados esos días de gran peligro, las medicinas, las oraciones de sus muchachos y el deseo grande de volver a estar con ellos hicieron que, poco a poco, empezara a recuperarse. Aún no estaba curado del todo, pero el último domingo de julio, con la ayuda del enfermero y apoyándose en un bastón, se encaminó despacito hacia el patio del Oratorio. No podía esperar más tiempo sin ver a sus amigos los jóvenes, en quienes pensaba día y noche.

Tan pronto como le vieron sus muchachos, corrieron a su encuentro, alborotando con gritos de júbilo. Los mayores le hicieron sentar en un sillón y le llevaron a hombros, entre aclamaciones, como un torero cuando le sacan a hombros por la puerta grande. Los cantos se mezclaban con las lágrimas de alegría. Don Bosco, conmovido por aquel entusiasmo juvenil, no pudo retener las lágrimas. Entraron en la iglesia para dar gracias a Dios y a la Virgen. De pronto, Don Bosco hizo un gesto para hablar. Se hizo un profundo silencio y, con voz muy débil, pudo decir: «Hijos míos, les debo la vida. A cambio de su amor, en adelante, toda mi vida será para ustedes».

No pudo decir más, porque los aplausos y los «vivas» de aquella multitud enardecida atronaban el ambiente. Tardó varios meses en recuperar totalmente la salud, pero desde ese domingo de 1846 hasta el 31 de enero de 1888, Don Bosco mantuvo su promesa de dedicar todas sus fuerzas a favor de la juventud pobre y necesitada, haciendo realidad el refrán que dice: Amor con amor se paga.Días antes de su muerte, dirá a quienes le rodeaban: «Díganle a los jóvenes que los espero a todos en el Cielo». Cuando se hace desinteresadamente el bien, el agradecimiento compensa con creces todo cuanto hemos hecho por los demás. Así le paso a Don Bosco; creyó firmemente que su salud se la debla al Señor por las oraciones de sus muchachos. Y cumplió su promesa de gastar su vida en bien de la juventud.

Page 32: Buenos Días con Don Bosco - P Nicolas Ruiz.docx

EXTRAÑO ENCUENTRO Día Semana MesMartes 3 Sept

Uno de los paseos que Don Bosco solía hacer en otoño con sus chicos era ir a su caserío a vendimiar. Ya cerca de I Becchi pasó junto a un gran árbol y se sentó para descansar de la caminata. Aprovechó para contarles lo que le había pasado, siendo aun joven: «Tenia yo vuestra edad cuando, un miércoles de septiembre, volvía de Chieri a casa. Llegado a este mismo lugar, vi que un enorme perro venia hacia mi como arrastrándose por un surco de esa tierra. Traía la cabeza gacha y sus ojos parecían de fuego. Me hizo sospechar que estaba rabioso. Quedé asustado pensando qué podía hacer yo, pues se me iba acercando poco a poco. Si echaba a correr, no tardaría en alcanzarme; y si me quedaba quieto, no tenia con que defenderme. Entonces tuve una idea que fue providencial: trepar a este árbol. Empecé a escalar el árbol y en ese momento el perro se abalanzó con tal rapidez, que me alcanzo un pie arrancándome el zapato. Dos o tres veces intento subir; ladrando y gimiendo de modo espantoso, arrancaba la corteza con sus potentes garras. Subí a lo más alto que pude y espere a que el perro se alejara. Pasaba el tiempo y el perro se había tumbado mirando fijamente hacia arriba, donde yo estaba muerto de miedo sin saber qué hacer. Recé a la Virgen y me encomendé a todos los santos para que me libraran de aquel horrible animal. Pasaba el tiempo inútilmente, cuando vi aparecer en la lejanía a un hombre que iba a trabajar a sus tierras. Me puse a gritar todo lo fuerte que pude. El hombre a lo lejos oía tal vez mis gritos, pero como no me veía, porque el ramaje era espeso y me tapaba, empezó a trabajar.

Volvía pedir socorro con gritos desesperados, hasta que, por fin, aquel buen hombre se fue acercando hacia los arboles donde yo estaba. Cuando vio al perro tumbado, trato de espantarlo sin éxito. Al ver que ni se movía, levantó la azada que traía y la bestia, gruñendo rabiosamente, comenzó a alejarse con el rabo entre patas por el mismo camino que había traído.

Baje del árbol y cogí el zapato mordido por el perro. Yo quería dar las gracias a mi salvador por haberme librado de tan gran peligro, pero el hombre parecía no escuchar mirando fijamente hacia aquel animal y se decía entre dientes: “¿De quien será? ¿Estará rabioso? Será mejor que lo siga". Y sin decirme ni una palabra, marcho a toda prisa detrás del perro, hasta que desapareció en la lejanía. No lo conocía y nunca he vuelto a verle.

Empezaba a anochecer cuando llegue a casa pálido y temblando. Tenia fiebre y mi madre, preocupada, paso toda la noche en vela junto a mi cama. Terminaba Don Bosco diciendo: «Cada vez que tengo que pasar por aquí, incluso ahora, recuerdo con terror aquel peligro en que estuve; y, sin saber por qué, vuelvo los ojos hacia ese lado por donde vi llegar a aquel horrible perro ».

Don Bosco había aprendido desde pequeño que, cuando estamos en algún peligro, es bueno siempre rezar a Dios y a la Virgen pidiendo su auxilio. Ellos escuchan nuestras oraciones y saben como libramos en toda circunstancia.

Page 33: Buenos Días con Don Bosco - P Nicolas Ruiz.docx

BROMAS DE MAL GUSTO Día Semana MesMartes 4 Sept

No todo eran aplausos y vivas para Don Bosco. Sus muchachos le querían con locura, dispuestos a dar la vida por él. Otros, en cambio, también le querían, pero... quitar la vida. No eran buenos tiempos aquellos, de movimientos revolucionarios y antirreligiosos. Don Bosco hacia algún tiempo que había comenzado a publicar unos libros «de bolsillo» con el titulo de Lecturas Católicas. Iban dirigidos al pueblo sencillo para advertir a los cristianos de los peligros y errores que estaban difundiendo los enemigos de la Iglesia. Esto le acarreo grandes problemas, especialmente por parte de la secta de un tal Pedro Valdo. En varias ocasiones habían venido al Oratorio para tratar de convencerle de que dejara de publicar sus Lecturas Católicas y que se dedicase a escribir otra clase de libros que, decían ellos, tendrían mucho éxito. Ellos le ayudarían económicamente a publicarlos.

Como se encontraron siempre con su negativa, pasaron de los consejos a las amenazas y luego a la acción criminal. Para ello llegaron a pagar, en más de una ocasión, a unos sicarios a sueldo. Así ocurrió un domingo mientras estaba en la iglesia explicando el catecismo a sus oratorianos. Alguien disparó desde la ventana de una casa de enfrente. Afortunadamente la bala le rozo el hombro y se incrustó en la pared. Ante el susto y el miedo de los chicos, Don Bosco quiso permanecer sereno para no asustarles, y se limitó a decir: «Estén tranquilos. Ya ven, ha sido una broma de mal gusto».Otro día, al atardecer, vinieron al Oratorio dos hombres para que fuese a casa de alguien que estaba muy grave. Como ya comenzaba a anochecer, quiso que le acompañaran algunos muchachos mayores. Llegados a la casa, se encontró con unos personajes que estaban riendo y bebiendo. Le invitaron a beber con ellos un vaso de vino. Se dio cuenta de que al servirle a él, uno cambió de botella; lo que le hizo desconfiar de la invitación. En el momento de beber, Don Bosco, levantando el vaso, dice: «Salud para todos», pero dejo el vaso sobre la mesa, con la disculpa de que no tenia costumbre de beber a esas horas. Entonces se pusieron serios y amenazadores; y como Don Bosco seguía negándose a beber, le sujetaron por los hombros diciéndole: «Si usted no acepta, nos hace un desprecio. Tiene que beber quiera o no quiera». Don Bosco, que se sentía perdido ante aquel grupo enfurecido, tuvo una feliz idea. «Está bien —les dijo—. Beberé, pero lo hare con mis acompañantes». Y abriendo la puerta llamó a sus jóvenes. Cuando vieron entrar a aquel grupo de mozalbetes, cambiaron de tono y le dejaron marchar sin más.

Pero no se dieron por vencidos; y así, en otro atentado lo pasó aún peor. Con la disculpa de que una enferma quería confesarse, le condujeron a la casa. Esta vez también quiso ir acompañado por varios muchachos por si los necesitaba. Los dejó en la entrada y subió a la habitación de la enferma, que no era tal enferma. De pronto comenzaron a discutir los allí presentes por algo que Don Bosco no lograba saber de que se trataba. En medio de la discusión, alguien intencionadamente apagó la luz, y una lluvia de golpes buscaba al pobre sacerdote totalmente desprotegido. Apenas tuvo tiempo para agarrar una silla, levantarla y protegerse la cabeza. Busco como pudo la puerta y salió a toda prisa, no sin antes haber recibido un buen bastonazo en el dedo pulgar, arrancándole la una.

Cuando años más tarde contaba este suceso, mostraba aquel dedo un tanto deformado, que le quedó como triste recuerdo. Y no fue la última tentativa de asesinato. A los meses más tarde, le llegara una ayuda inesperada que le pondrá a salvo de unos enemigos que se habían propuesto deshacerse de Don Bosco porque, a pesar de las amenazas, no cesaba de poner en evidencia las doctrinas contrarias a la Religión y a la Iglesia, defendiendo con sus escritos al pueblo cristiano.

Page 34: Buenos Días con Don Bosco - P Nicolas Ruiz.docx

EL MONAGUILLO QUE LLEGO A OBISPODía Semana Mes

Martes

1 Octubre

El 1 de noviembre de 1851, Don Bosco fue a su pueblo para predicar sobre los Difuntos. Entre los monaguillos que le ayudaban a misa, había uno que le estaba mirando fijamente durante el sermón.En la sacristía, Don Bosco le pregunta:—Tú quieres decirme algo, ¿verdad? ¿Cómo te llamas?—Me llamo Juan Cagliero y quiero ir a Turín con usted para estudiar en su colegio.—Muy bien, Juanito. Entonces dile a tu mama que venga a verme.Al día siguiente se presento la madre con el hijo. Después de los saludos, Don Bosco le dice entre bromas:—Me imagino que usted quiere venderme a su hijo, ¿verdad?— ¡Ah, no! Nosotros vendemos solo corderillos. A mi hijo se lo regalo.— ¡Ah! Pues tanto mejor. Acepto gustoso su regalo. Prepare sus cosas y mañana me lo llevo conmigo.Camino de Turín, Don Bosco ríe con ganas oyendo las travesuras del pequeño Juan. Llegan al Oratorio y se lo presenta a Mamá Margarita.—Madre, aquí le traigo un nuevo amigo.— ¿Otro mas? Pero ¿no ves que no tenemos sitio? —dice moviendo la cabeza.No hubo más remedio que buscarle un rincón.Juan Cagliero era un chico muy inquieto y de carácter alegre. Llevaba tres años interno, cuando en otoño de 1854 se declaró la peste del cólera por toda la región. En un mes eran tantos los apestados, que el alcalde hizo un llamamiento a la ciudad pidiendo voluntarios para atender a los enfermos.

Don Bosco hablo a sus muchachos mayores, y un buen grupo se ofreció para acompañarle. Cagliero era uno de ellos; tenía 16 años. A las pocas semanas, empezó a sentirse mal: tenía una fiebre muy alta. Vino el medico y diagnostico algo grave, «tifus». La fiebre no cedía y, en un mes, se había quedado en los huesos. Don Bosco estaba profundamente preocupado y no se atrevía a dar la noticia. Fue a la iglesia para traerle la última comunión. Al volver a la habitación, he aquí que se detiene y, durante unos segundos, queda con los ojos fijos como mirando al infinito. Los presentes miran a Don Bosco y ven, de pronto, que su rostro cambia de expresión. Se acerca al enfermo y este le dice con un hilo de voz:— ¿Es mi ultima comunión? ¿Voy a morirme?Don Bosco respondió con voz serena pero firme:— Aún no es tu hora para ir al Cielo. Hay muchas cosas que te quedan por hacer. Te curarás, serás sacerdote y después iras lejos, muy lejos, y un día vendrás a darme tu bendición.A partir de ese día, la fiebre empezó a desaparecer. Juan Cagliero fue al pueblo, se repuso y volvió a Turín para continuar los estudios. Años más tarde, se hizo salesiano, se ordenó de sacerdote y fue a la Patagonia de Argentina al frente del primer grupo de misioneros salesianos.

En 1884, se cumplieron las palabras de Don Bosco: fue ordenado obispo y su primera bendición fue, naturalmente, para Don Bosco. Este Juan tuvo mucha suerte por haberse encontrado con Don Bosco; y para Don Bosco no fue menor la alegría al comprobar que otros muchos de sus alumnos habían llegado a ser cristianos ejemplares y honrados ciudadanos.

Page 35: Buenos Días con Don Bosco - P Nicolas Ruiz.docx

TALLERES DON BOSCODía Semana Mes

Martes

2 Octubre

La Obra de Don Bosco no fue algo planificado previamente; fue surgiendo a medida que las necesidades se presentaban. Ya ocurrió cuando aquel joven había entrado en la Iglesia porque tenia frío, un 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada, y Don Bosco se hizo amigo suyo invitándole a venir con otros amigos cada domingo para jugar y divertirse. Fue el comienzo de su primer «Oratorio Festivo», al que seguirían muchos más en Italia y otras naciones.

Algún tiempo después se encontró con chicos huérfanos y abandonados, los recogió en su casa y empezó el primer internado. A partir de ese momento, ira acogiendo a otros muchos según el espacio de la casa. Jóvenes de la ciudad que trabajaban como aprendices, apenas sabían leer y escribir; así surgieron las primeras clases nocturnas. Muchos eran engañados y explotados por sus patronos; entonces, para defenderlos, hizo los primeros contratos laborales de los obreros. Cuando comprendió que otros andaban callejeando sin trabajo porque no sabían ningún oficio, aprovecho pequeños locales de su Oratorio para crear los primeros talleres de «Artes y Oficios», que con el tiempo se convertirán en las primeras Escuelas Profesionales de Italia.

Al principio, era el mismo Don Bosco quien hacia de maestro de taller. No se le había olvidado lo que, siendo un estudiante, había aprendido de los distintos oficios que había desarrollado para poder pagarse la pensión y los estudios: unas veces de camarero, otras de ayudante de zapatero o de sastre o de carpintero y hasta de herrero o peluquero, según el patrón donde estuviera hospedado. Con ayuda de otros colaboradores, fue capaz de empezar en su Oratorio unos pequeños talleres sin más herramientas que las imprescindibles. En 1853 comenzó con el taller de zapatería: dos mesitas y cuatro taburetes. Les enseño a manejar la herramienta y a coser suelas a los zapatos. Cuando encontraba a algún buen amigo que también sabía algo de un oficio, le cedía su puesto, y Don Bosco empezaba con otro nuevo oficio, como la sastrería. Ayudado por su madre, Mama Margarita, enseñaron a coser y a cortar pequeñas prendas de ropa.

En 1856 se inicio el taller de carpintería en una sala más amplia, con bancos y herramientas de la profesión. Pero el taller más deseado por Don Bosco fue siempre el de la imprenta, pues sonaba con poder imprimir el mismo los libros que estaba escribiendo. Los comienzos fueron muy sencillos: dos viejas maquinas impresoras; pero, al cabo de pocos años, aquella tipografía llego a ser grande y moderna, pudiendo competir con las mejores de la ciudad. Por fin, en 1862 abrió el taller de cerrajería, que dio origen a los actuales talleres de mecánica. Al ampliarse el número de aprendices, ya no encontraba jefes de taller que se preocuparan exclusivamente del progreso de los alumnos. Pronto encontró una solución que dura hasta nuestros días: escogió a varios de los alumnos más aventajados que se distinguían por su conducta y amor a Don Bosco, y les propuso que se quedaran con él, dedicados a los talleres profesionales.

De aquel grupo salieron los primeros «Salesianos coadjutores» y, desde entonces, siempre los ha habido en todos los colegios que llevan el nombre de Don Bosco. Ha pasado ya más de siglo y medio y aquella obra, que comenzó humildemente en 1841, sigue dando ilusión a miles de seguidores que forman la gran Familia Salesiana fundada por el mismo: Salesianos, Salesianas-Hijas de María Auxiliadora, Salesianos-Cooperadores, Antiguos-Alumnos, Asociación de María Auxiliadora, y otros grupos que se han ido añadiendo a su carisma.

Page 36: Buenos Días con Don Bosco - P Nicolas Ruiz.docx

UN POBRE MILLONARIODía Semana Mes

Martes

3 Octubre

Don Bosco fue siempre pobre y muy pobre desde su niñez. Pero rico y muy rico de ilusiones y de amor para con sus muchachos huérfanos y necesitados. Siendo un muchacho de aldea, para poder ir a estudiar a la ciudad, los vecinos le habían comprado en alguna ocasión, desde los zapatos hasta el sombrero de seminarista.

Siendo ya sacerdote, manejó millones... ¡pero de deudas!, que tuvo que ir pagando con limosnas y donativos de gente buena y sencilla. Las deudas provenían de los centenares de internos y de pagar los jornales a los obreros que trabajaban en nuevas casas de acogida de niños de la calle. Más tarde aumentaron los gastos para atender a los grupos de salesianos enviados, como misioneros, primero a Argentina y luego a otras naciones del sur de América.

No es que le lloviese del cielo el dinero por llamarse Don Bosco. ¡Cuantas suelas de zapatos gastaría buscando donativos para este templo y para construir, ya al final de su vida, otro gran templo en Roma en honor del Sagrado Corazón! Se lo había pedido el Papa y no podía negarse a su petición. Primero por Italia, después por Francia hasta Paris, y uno de sus últimos años vino también a Barcelona. Tenía las piernas tan hinchadas, que fueron para él un verdadero martirio. Esa confianza puesta en la Providencia divina ya la había experimentado desde el principio de su Oratorio, cuando el señor Pinardi solo le había vendido el cobertizo; lo demás se lo había alquilado. Algún tiempo después, el señor Pinardi puso en venta la casa y los terrenos donde jugaban los muchachos. Al enterarse Don Bosco, de las intenciones del dueño Pinardi, no quiso verse nuevamente en la calle. Así que, se presentó a él y le dijo:—Señor Pinardi, si me pone un buen precio, yo le compro la casa alquilada, el resto de los edificios y los prados de alrededor.—El precio ya lo tengo decidido —dijo el señor Pinardi—. Y usted, señor cura, ¿cuánto me ofrece?—Mire usted. Según un entendido y amigo suyo, todo lo que usted pone en venta y tal como se encuentra, vale de 26.000 a 28.000 liras. Pero yo le ofrezco por todo 30.000, al contado y de una vez.—Si es así, de acuerdo. Dentro de 15 días firmamos las escrituras.Tan pronto como le estrecho la mano y se cerró la compra-venta, empezó a pensar: ¡30.000 liras! (que hoy serían algunos millones). ¿Donde encontrar tanto dinero en tan solo 15 días? Pero la Providencia vino en su ayuda. Aquella misma noche vino a saludarle su bienhechor don Cafasso. Le dice: «Amigo Don Bosco, una piadosa señora me ha entregado 10.000 liras para obras de caridad como las que usted hace con sus niños. Aquí tiene el dinero».

Al día siguiente un señor acepta prestarle 20.000 liras. Pero solo durante unos meses, y Don Bosco tendrá que devolverle el dinero más los intereses. Ya tenía las 30.000 liras para la compra. Pasado el plazo fijado, aquel bienhechor no solo no le cobro los intereses, sino que incluso le perdonó todo el préstamo. Más aún. El dueño del banco donde se firmaron las escrituras, le dio 3.000 liras para otros gastos. ¿Como haría para que le llegara el dinero y siempre a tiempo? No hay otra explicación que la confianza en Dios y en la gente buena que quiere ayudar las causas justas, como es todo lo que se hace en favor de los pobres y necesitados.

Page 37: Buenos Días con Don Bosco - P Nicolas Ruiz.docx

MISIÓN CUMPLIDADía Semana Mes

Martes

4 Octubre

Su fuerte naturaleza se fue gastando poco a poco, y pronto terminara cediendo al peso de los años y de los trabajos. En marzo de 1887, poco menos de un año antes de su muerte, Don Bosco va a Roma. Quiere ver al Papa, que le recibe como a un gran amigo. Lo sienta junto a él y le pregunta:— ¿Como se encuentra mi querido Don Bosco?—Soy viejo, Santo Padre; tengo 72 años y creo que este es mi último viaje y el final de todas mis obras.Desde hacia tiempo son varias las enfermedades que le aquejaban, pero é se resiste a permanecer en casa. Quería gastar todas sus energías en bien de sus muchachos, como les había prometido en 1846, cuando aquella enfermedad le puso al borde de la muerte y sus jóvenes pedían a Dios que no dejara morir a su amigo Don Bosco. Ahora ve ya próximo su final: anda encorvado, sus piernas hinchadas y enfermas le impiden caminar; en su cuerpo ha aparecido una irritación progresiva; está perdiendo la vista. Solo mantiene sanos el corazón y la cabeza. En diciembre ya no sale de su habitación: esta agotado y no le quedan fuerzas. Los muchachos quieren ir a visitarlo, pero el medico ha dado órdenes de no molestarle. Una tarde, unos treinta jóvenes de las clases superiores suben hasta la habitación; insisten en verle para confesarse con él. Don Bosco los oye y dice a los salesianos que le atienden: «Dejadles entrar; es la ultima vez que podrá confesarles».

A primeros de enero el medico lo encuentra muy fatigado y le obliga a guardar cama. Tiene el hígado en peligro, herida la médula espinal, los riñones en condiciones desastrosas. Sin embargo, los médicos dirán que no muere de enfermedad, sino por agotamiento y desgaste, que han ido minando seriamente su salud. Tenía una voluntad de hierro. Trabajador empedernido, su jomada diaria comenzaba antes de las 5 de la mañana, en la capilla rezando al Señor, y acababa pasada la medianoche.

Dormía pocas horas. Aprovechaba la tranquilidad de la noche para poder contestar al montón de cartas que le llegan cada día con asuntos muy variados y para escribir libros, como Lecturas Católicas, Historia de la Iglesia, Historia de Italia, Historia Sagrada, El sistema métrico... y otras obras en defensa de las verdades de la Religión, por las cuales corrió peligro de muerte por parte de los sectarios valdenses.Cuando no tenia que salir en busca de dinero para sus obras, lo pasaba recibiendo visitas o jugando en el patio con sus muchachos o haciendo de maestro en los talleres o confesando en la iglesia. A finales de enero, la enfermedad se agrava. El día 29, comulga por última vez. El 30, los médicos dicen que posiblemente no llegara al día siguiente.

La noticia se difunde rápidamente por el Oratorio. Todos quieren despedirse de su gran amigo. Silenciosos y con lagrimas, van desfilando por la habitación para besarle la mano que tantas veces les ha bendecido cariñosamente. Son unos 800 los que van pasando ante el moribundo, durante toda la noche. Un grupo de ellos se reúne en la Iglesia y escribe sus nombres, ofreciendo sus vidas por la salud de Don Bosco. Antes del alba, a las 4:45 del día 31 de enero de 1888, Don Bosco deja la tierra, donde tanto trabajo por el bien de sus amados jóvenes, para entrar en el Cielo y contemplar el rostro de Dios y la Virgen, a quienes tanto amo y de quienes tantas gracias que recibió para llevar a término todas sus obras.

Page 38: Buenos Días con Don Bosco - P Nicolas Ruiz.docx

A los 40 años de su muerte, en 1934, el papa Pio XI, que le había visitado en Turín siendo un joven sacerdote, le eleva a honor de los altares. Desde entonces, a Don Bosco ya podemos invocarle como san Juan Bosco, «Padre y Maestro de la Juventud», como le llamo el ya santo, Juan Pablo II.

¡QUE GRAN REGALO!Día Semana Mes

Martes

4 Octubre

Si la madre de Juan Cagliero, entre bromas, le hizo un buen regalo a Don Bosco ofreciéndole a su hijo, el mejor regalo se lo harán tres años más tarde. Era octubre de 1854 y, como en años anteriores, Don Bosco va a predicar la fiesta del Rosario a un pueblo cercano al suyo. Allí recibió la visita de un antiguo compañero de estudios en el seminario, que, además de párroco era también el maestro del pueblo. Recordando aquellos tiempos, de pronto le pregunta:— ¿Cuántos alumnos tienes en tu Oratorio de Turín?—Más de 600 los domingos, y también tengo casi 100 internos.—Bien. Pues quiero hacerte un regalo muy especial —le dice.— ¿Si? ¿Me vas a dar 10.000 liras para mis muchachos?—No se trata de dinero. Sabes que no me sobra, pero mi regalo es mucho mejor y más importante.— ¿Ah, si? —dijo Don Bosco un poco intrigado.—Quiero regalarte un alumno. En tu Oratorio tendrás alumnos excelentes, pero te apuesto 100 contra 1, a que no tienes ninguno que supere en inteligencia y comportamiento al que yo te regalo.—Si es así como dices, acepto la apuesta. Tráemelo mañana.Al día siguiente, allí se presenta un jovencito acompañado de su padre. Lo cuenta el mismo Don Bosco: ¿Quién eres y cómo te llamas? —le pregunte.—Soy Domingo Savio, de quien ayer le habló el señor cura de Mondonio.Comencé a hacerle unas preguntas sobre su vida, sus estudios y por qué quería venir conmigo a Turín. Quede entusiasmado de la conversación de aquel pequeño.—Y bien, ¿qué le parece? ¿Me lleva con usted a su colegio para estudiar? Seré siempre muy obediente y le prometo que usted no tendrá nunca que arrepentirse de haberme admitido.—Muy bien. Ahora voy a hablar con tu padre. Mientras tanto, toma este librito, estudia esta página y, antes de marchar, vienes a contarme de qué se trata.Me puse a hablar con el padre y, al poco rato, Domingo se acerca sonriente y me dice:—Si quiere, le doy ya la lección que me ha mandado.Así lo hice, y me llamo mucho la atención el poco tiempo que había tardado en aprenderlo casi de memoria, y más aún, cuando me explicó con sus palabras el sentido de lo que en ella se decía.— ¡Bravo! —le dije—. Quedas admitido desde ahora mismo.Su amigo el párroco no había exagerado en nada. Este chico de 12 años cumplirá lo prometido a Don Bosco con toda exactitud durante los tres años que permaneció en el Oratorio. Siempre alegre y disciplinado, en más de una ocasión fue protagonista de hechos extraordinarios que el mismo Don Bosco narra en la biografía que escribió dos años después de la muerte de Domingo.

¡Que pena! En febrero de 1857, enfermó gravemente de una pulmonía que le llevaría a la muerte. Don Bosco llamó a sus padres para que lo llevaran al pueblo y permaneciera en reposo absoluto. Al despedirse, con lágrimas en los ojos, le dijo a Don Bosco: «Me gustaría acabar mis días aquí entre mis compañeros. Me voy y no volveré».

Así fue; pues el 9 de marzo de ese año 1857, moría santamente. No había cumplido todavía los 15 años. Había sido un alumno modelo; tanto, que desde hace más de 60 años le invocamos como santo Domingo Savio. Si es verdad que fue un verdadero regalo del párroco a su amigo Don Bosco, no es menos verdad que fue mucho más grande el que le hizo Dios al poder tener a Domingo Savio como

Page 39: Buenos Días con Don Bosco - P Nicolas Ruiz.docx

alumno modelo entre sus compañeros del colegio y hoy modelo digno de ser imitado por toda la juventud. Con tan pocos años había llegado a la santidad.

RETRATO DE DON BOSCODía Semana Mes

Martes

4 Octubre

Alguno se preguntara: ¿cómo era físicamente Don Bosco? Afortunadamente, en su tiempo ya se había inventado la cámara fotográfica y conservamos muchas fotos de él. Tal vez una de las mejor logradas sea la que le hicieron en su visita a Barcelona en 1886. Así nos lo describen los que vivieron con el durante varios años: era de mediana estatura; cara redonda, frente espaciosa; cabellos de color castaño oscuro, espesos y ensortijados. Su físico correspondía a un campesino piamontés, fuerte y robusto.

Tenía una fuerza muscular enorme. Siendo estudiante, su gran amigo Luis Comollo llegó a decirle: «Juan, me da miedo tu fuerza; Dios no te la ha dado para golpear así a tus compañeros». Su voz tenía un timbre sugestivo; hablaba despacio, con un tono de serenidad. Cuidadoso en su persona con modales de perfecta cortesía. Aunque hijo de campesinos, visitaba con gran naturalidad tanto al Papa y a los obispos, como al rey o a sus ministros. Sencillo y extraordinario al mismo tiempo, humilde y grande a la vez. No tema un céntimo en el bolsillo y emprendió proyectos, aparentemente irrealizables y que muchos consideraban una locura. Un hombre con una memoria prodigiosa, como lo demostró siendo alumno; y su fuerza de voluntad era indomable.

Tenía un gran sentido del humor y salidas ingeniosas. Así a una señora que le pedía consejo para invertir su dinero, le respondió sencillamente: ¿No sabe qué hacer con su dinero? Pues aquí tiene donde puede depositarlo», y le extendía sus dos manos abiertas. A otra admiradora, que le importunaba para que le escribiera un autógrafo, Don Bosco escribió dos líneas en una hoja de papel que ella le ofreció: «Yo, el sacerdote Juan Bosco, recibo de la Señora la cantidad de 5.000 liras para mis obras».

En los homenajes, se mostraba con gran humildad. Así, a la vuelta de unos días triunfales en Paris, decía a sus acompañantes: «Ay, si estos grandes señores supieran que estaban haciendo honor a un pobre campesino que, de pequeño, lo único que podía hacer era llevar a pastar dos vacas a un prado...!». Don Bosco había nacido en la pobreza y en ella vivió hasta su muerte. Era pobre en todo lo que usaba: en su habitación, muebles sencillos y viejos, sin cortinas en las ventanas ni alfombras en el suelo; sus comidas, de ordinario, consistían en legumbres cocidas, acompañadas a veces de trocitos de carne o huevo; la cena, con frecuencia, era el mismo plato de la comida recalentado; a veces sacaba del bolsillo pan que había encontrado tirado en el patio. Su vestimenta estaba siempre limpia, pero tardaba años en estrenar ropa nueva. Los zapatos, pantalones y abrigos los solicitaba al Ministerio del Ejército y, si era necesario, los mandaba teñir de negro. Cuando tenía que salir de viaje, lo pedía prestado. En 1858, antes de ir a Roma, va a despedirse de una familia amiga. Su sotana tenía algún remiendo que otro.—Don Bosco —le pregunta— ¿no ira a Roma con esa sotana?— ¡Pues, si! —responde tranquilamente—. Es la mejor que tenemos en casa, y no es mía, sino de otro que me la ha prestado.

Con tantos millones como manejo para sus obras, su modo de vida fue la de un pobre, necesitado de todo, tanto en la comida como en el vestido. El consejo de su madre no había caído en saco roto. Con

Page 40: Buenos Días con Don Bosco - P Nicolas Ruiz.docx

su pobreza salieron ganando siempre sus muchachos necesitados y las personas que tuvieron la oportunidad de poner en práctica la generosidad del corazón.

EL MEJOR GUARDAESPALDASDía Semana Mes

Martes

4 Octubre

Los frecuentes atentados de los que fue objeto le sirvieron de aviso para no volver a casa tarde y solo. Sin embargo, un día de 1852, se le había hecho tarde. Estaba anocheciendo y caminaba con un poco de miedo por estar amenazado seriamente si no dejaba de escribir las Lecturas Católicas. De repente se asustó al ver un perro grande de pelo gris que caminaba junto a él. Tenia aspecto de animal inofensivo, pero asustaba. El perro le acompaño hasta el Oratorio y luego desapareció. Esta compañía iba a repetirse en varias ocasiones.

Así, ocurrió un día de noviembre de 1854. Era prácticamente de noche y regresaba deprisa. A medio camino, observó que dos hombres le seguían a cierta distancia. Quiso entonces cambiar de acera y acelerar el paso, pero no pudo, pues, sin mediar palabra, le echaron una manta encima y la emprendieron a golpes con él. Comenzó a gritar y, ¡oh sorpresa!, allí apareció el enorme y terrible perro gris que, con grandes ladridos, se abalanzó sobre uno de los agresores y empezó a mordiscos con el otro.— ¡Llame a ese perro! ¡Que nos mata! —pidieron a gritos los infelices.—Lo llamaré si me dejan marchar en paz.El perro parecía un lobo enfurecido y no los soltó hasta que Don Bosco lo llamó. Siguió a su lado como si fuera su amo. Tan pronto llegaron al Oratorio, el perro nuevamente desapareció. Unos meses después, Don Bosco volvía también ya de noche. No se veía a nadie por la calle (el Oratorio quedaba entonces en las afueras de la ciudad de Turín). De repente sale, de detrás de un árbol, un hombre con un garrote intentando golpearle. Quiso huir, pero le cerró el paso un compañero con otra estaca. Están a punto de asestarle dos garrotazos, cuando se oye el ladrido feroz: era el Gris, que se lanzo furioso sobre uno de ellos. El otro huye a toda prisa sin esperar a su compañero, que solo logra escapar cuando Don Bosco llama al perro. Las tardes en que no salía acompañado de nadie, apenas oscurecía, allí se presentaba su fiel «guardaespaldas». Metía miedo, con su aspecto de lobo, de gran tamaño, con el morro alargado, las orejas tiesas. Don Bosco le llamaba «Gris» por el color de su pelo.

Más de una vez entró en el patio, y los chicos, sabiendo que era el perro de Don Bosco, jugaban con él. La última vez que apareció fue unos años después. Era ya muy tarde y tenia que resolver unos asuntos urgentes. Quiso que le acompañaran unos muchachos para estar más tranquilo. Atravesaron el patio y se encontraron en la puerta con el Gris, tendido a lo largo, que les impedía la salida.— ¡Hola, Gris! Levántate y ven con nosotros.El perro da un gruñido y no se mueve. Trata de pasar por encima, pero, enseñando los dientes, tenía aspecto de pocos amigos. Nunca se había mostrado amenazador. Mama Margarita trataba inútilmente de convencerle para que no saliese.—Si no quieres hacerme caso a mí —le decía—, haz caso, al memos, al perro, y quédate en casa.Así lo hizo. No había pasado media hora cuando llega un vecino y le informa de que, por los alrededores, andaban dos individuos sospechosos, armados con una pistola, posiblemente para matarlo.

Page 41: Buenos Días con Don Bosco - P Nicolas Ruiz.docx

Nunca pudo Don Bosco averiguar la procedencia de aquel perro misterioso. Cuando en 1872, la marquesa Fassati le preguntó que pensaba sobre el Gris, Don Bosco, sonriendo, respondió: «Haría reír si dijera que era el ángel de mi guarda. Pero tampoco puedo decir que fuera un perro como otro cualquiera»

Con esta respuesta, está claro que Don Bosco no dudaba de que era algo misterioso que no tenía explicación natural; pero nunca dijo expresamente lo que pensaba de aquel animal que se presento en momentos difíciles para salvar su vida.