Bueno Bravo Isabel Roma Y Mexico Tenochtitlan Analisis Comparativo Y Resultados

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La autora pretende mostrar que la organización de la superestructura conocida como triple alianza, liderada por Tenochtitlan, resiste la comparación con la sociedad imperial por excelencia : Roma

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  • ROMA Y MXICO-TENOCHTITLAN:ANLISIS COMPARATIVO Y RESULTADOS

    ISABEL BUENO BRAVOUNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID

    RESUMEN: MUCHOS HAN SIDO LOS AVANCES QUE HAN EXPERIMENTADO LOS ESTUDIOS MESOAMERICANOS ENLAS LTIMAS DCADAS. SIN EMBARGO, SIGUE SIN EXISTIR UNANIMIDAD ENTRE LOS ERUD1TOS A LA HORA DE DEFI-NIR LAS ESTRUCTURAS POLITICOECONOMICAS QUE DESARROLL6 MXICO TENOCHTITLANCOMO IMPERIALES.ESTE ANALISIS PRETENDE MOSTRAR QUE LA ORGANIZACIN DE LA SUPERESTRUCTURA CONOCIDA COMO TRIPLEALIANZA, LIDERADA POR TENOCHTITLAN, RESISTE LA COMPARACIN CON LA SOCIEDAD IMPERIAL POR EXCELEN-CIA: ROMA.

    PALABRAS CLAVE: Clausewitz, dinastia julio-claudia; Imperio hegemnico y territorial,Triple Alianza.ABSTRACT: Many have been the advancesexperienced in Mesoamerican studies duringlast decades. Nevertheless, they continue with-out the existence of unanimity between schol-ars at the moment that the political-economicstructures which developed Mexico-Tenochtitlan as an imperial society are defined.

    This analysis tries to show that the organizationof the superstructure known as the TripleAlliance, led by Tenochtitlan, resists compari-son with the imperial society par excellence:Rome.

    KEY WORDS: Clausewitz, Julius-Claudiadynasty; hegemonic and territorial empire,Triple Alliance.

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  • ISABEL BUENO BRAVO

    INTRODUCCIN

    Reflexionando sobre el desconocimiento que, en general, se tiene sobre elmundo precolombino, de su realidad y de la complejidad que Ilegaron a alcanzarestas sociedades, naci la idea de hacer una comparacin entre MxicoTenochtitlany otra sociedad cuyo carcter imperial no fuera puesto en tela de juicio. La eleccinfue fcil, ya que Roma es, sin duda, el gran referente al que nadie le cuestiona su cate-gora de imperio. Sin embargo, el reto era enorme, pues, a primera vista, estos dospueblos, no parecan comparables, porque estaban muy alejados geogrfica, cultu-ral y cronolgicamente, y, adems pesaba muchisimo el desequilibrio informativoque hay de una y otra sociedad en relacin con sus estructuras polticas y de cmogestionaron su enorme poder.

    De este planteamiento surgi un extenso trabajo (Bueno 2000) que se inicia-ba con la presentacin de las distintas posiciones que la Historiografa mantienefrente al concepto de imperialismo, con el objeto de obtener una visin amplia decules son los requisitos que tiene que cumplir un Estado para Ilegar a tener la cate-gora de imperio y una vez establecidos stos ver si la estructura creada por la TripleAlianza, con Tenochtitlan a la cabeza, los cumplia o cules eran los que provocabanun mayor debate conceptual y por qu.

    Esta primera tarea se presentaba complicada pues son muchos los tericosque se han ocupado de sistematizar estos conceptos, como pequerisimo ejemplopodemos citar a W. Harris (1989), R. Zevin (1972) y W. Momsen (1980) que com-parten la idea de que una actitud imperialista es la que mantiene un Estado al impo-nerse sobre otro, con el fin de lucrarse. A esta idea bsica se le pueden ariadir innu-merables componentes como los nacionalistas de la escuela alemana representadapor O. Hintze (1968) y H. Friedjung (1919), o tintes racistas como propugnaba eldarwinismo social.

    Las teoras econmicas clsicas, marxistas o capitalistas liberales, tambinhan dedicado su atencin al tema del imperialismo, resaltando aspectos distintos enfuncin de su inclinacin conceptual. Y, as, podiamos seguir con un largo etcterade investigadores que se han ocupado del tema desde perspectivas diferentes, aria-dindole o quitndole rasgos distintivos afines a sus trayectorias tericas.

    Tambin es cierto que estas teoras, en su mayor parte, se han visto muyafectadas por el tratamiento terico que se ha dado a la guerra desde el siglo XIX,en el que han predominado las ideas postnapolenicas y clausewitzianas. stasprimaban el uso activo de la fuerza militar en detrimento de una diplomacia coer-citiva. Por eso al analizar la estructura de poder de un Estado y calificarle o no deimperio deba cumplir una serie de puntos (conquista del territorio, sometimien-to del enemigo y de sus aliados, aniquilacin de sus fuerzas militares,...), que elestadista Carlos von Clausewitz (1980: 47-59) sistematiz en sus tratados, en elsiglo XIX.

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    En funcin de estas premisas un Estado imperialista debia, toda vez que laexpansin territorial estaba conseguida, implantar una politica en la que mantuvie-ra el control interno de las reas conquistadas, modificando su administracin y elcontrol de las fronteras a travs de la presencia permanente del ejrcito. Desde esepunto de vista aquel Estado que se expandia siguiendo otras pautas que no fueranstas no alcanzaba el grado de imperio, sino que se quedaba en un intento de serlo(Cohen 1969, en Rounds 1979: 76; Conrad y Demarest 1988: 82; Davies 1977: 97 y100; Gorenstein 1966: 60-63), como era el caso de Mxico-Tenochtitlan. Sin embar-go, al valorar otro tipo de objetivos polticos, como veremos, el anlisis arroja unosresultados radicalmente opuestos.

    Por lo tanto, ste es un tema polmico que hace difcil que el inves gadorpueda mantenerse aspco y borrarse a si mismo como defenda H. Holborn (1972:36), pero si podemos afirmar que el imperialismo supone la explotacin, bien sea eco-nmica o territorial, o ambas, de un Estado sobre otro pueblo. Si la dominacin quese ejerce no es territorial hablamos de un imperialismo hegemnico; pero sea uno uotro el objetivo perseguido no cambia. Ambos pretenden obtener el mximo rendi-miento de los pueblos dominados. Donde si encontramos las diferencias es en laestructura del poder, es decir en la forma de gestionar, en sus costes y beneficios.

    Una vez establecidos estos criterios, se estudi por separado cmo evolucio-naron las estructuras poltico-administrativas y econmicas de las sociedades roma-nas y tenochcas y cmo se gestionaron, de acuerdo a las teorias comentadas para,finalmente, valorar en las conclusiones si cumplian con los requisitos exigidos porstas. Para ello, nos centramos en un perodo concreto, para Roma fue el cambio quese produjo con el paso de la Rep blica al Principado, analizando cmo durante ladinasta julio-claudia el sistema de organizacin imperial tomaba tintes hegemni-cos y, en cuanto a Tenochtitlan, partimos del momento en que se independiz deAzcapotzalco y estableci un nuevo orden, liderados por una serie de datoque-inde-pendientes encabezada por ltzcoatl.

    , CLAVES COMUNES?

    Para no fomentar incertidumbres hay que afirmar que han sido innumera-bles los elementos comunes que hemos encontrado en el desarrollo de ambas cul-turas. Algunos menos relevantes para nuestro anlisis, aunque interesantes, como elorigen mitico al que se alude para la fundacin de Roma y Tenochtitlan, que statuviera lugar en una isla o que fueran los ltimos pueblos en llegar a su destino defi-nitivo; pero existen otros puntos coincidentes ms inquietantes, que tienen granimportancia y fuerza explicativa y que afectan directamente a la organizacin de susestructuras polticas.

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    Tanto Roma como Tenochtitlan partieron desde una posicin de inferioridadpoltica frente a los pueblos del entorno, que Ilevaban ms tiempo establecidos. Paraintegrarse en el modus vivendi, tanto de la pennsula Itlica, como del Valle deMxico, sus jefes realizaron unos matrimonios de conveniencia para legitimarsefrente al resto de las comunidades, empezando as su desarrollo como tributarios dela potencia ms fuerte en ese momento: Etruria y Azcapotzalco (Calnek 1982: 43,60; Conrad y Demarest 1988: 184; Hassig 1994: 14-36; Kovaliov 1985, I: 70; II: 79;Lameiras 1985: 43 y 1994: 90; Roldn, Blzquez y Castillo 1989: 28).

    Con el paso del tiempo fueron prosperando hasta el punto de lograr suble-varse y desasirse del yugo etrusco y tepaneca, e implantar una organizacin polti-co-social que les permiti convertirse en dos grandes imperios que dominaran sumundo conocido.

    A raz de los triunfos blicos que les dieron la independencia, las grandesfiguras militares romanas y mexica empezaron a tener una mayor presencia en elpanorama poltico, desplazando a las rancias familias que, hasta entonces, habanconducido los designios de estos pueblos (Bravo 1994: 498-526; Calnek 1982:48-54), inaugurndose as una fase poltica en la que diferentes valores van a inun-dar a la sociedad, con el objetivo de que los nuevos seriores tengan legitimadas susposiciones. De tal forma, que el valor y la pericia guerrera sern elementos indispen-sables para obtener el apoyo necesario que conduzca al ms alto cargo poltico, yaque en palabras de Carlo Clausewitz (1980: 61) La guerra es la comarca del peligroy, por tanto, el valor la primera y ms importante propiedad.

    En realidad, ninguno de los dos pueblos invent nada a la hora de gobernar,sino que continuaron la tradicin, unos cartago-helenstica (Kovaliov 1985, I:25-29 y 229) y otros mesoamericana (Calnek 1982: 43-46; Carrasco 1996: 585;Davies 1977: 8, 19, 29 y 47; Lpez 1973: 48; Rojas 1988: 11), que consistia, princi-palmente, en conquistar otras provincias para extraerles unos beneficios, a travs dela imposicin de tributos de distinta naturaleza (Gonzlez 1985: 10; Millar 1973: 2,78,79 y 85).

    Los primeros actores del cambio poltico hacia la formacin del imperio fue-ron Augusto, para Roma, e Itzcoatl, para Tenochtitlan. Asumieron el poder tras el ase-sinato de Csar y de Chimalpopoca, y dado el carcter ambicioso de ambos la som-bra de la duda plane sobre ellos. Al ser un momento de gran inestabilidad poltica,intentaron calmar la situacin buscando un equilibrio entre las instituciones tradicio-nales y sus propias intenciones polticas, que poco tenan que ver con aqullas.Consiguen en la forma guardar las apariencias, aunque en el fondo van independizn-dose de ellas hasta que, paradjicamente, stas se hacen dependientes de la voluntadde los csares (Davies 1977: 73 y 76; Roldn, Blzquez y Castillo 1989: 43-49).

    La independencia de los gobernantes de las antiguas instituciones fue unrasgo de este nuevo perodo y vino dada por el xito que proporcionaban las gue-rras, no slo porque se apropiaban de buena parte del botn, y al tener mayor poderadquisitivo aumentaban su poder, al adquirir abundantes bienes materiales y lealta-des interesadas, sino porque consiguieron hacerse con el mando del ejrcito, y aqu

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    fue donde residi su verdadera fuerza (Kovaliov 1985, II: 13; Millar 1973: 217;Montero, Bravo y Martinez-Pinna 1991: 30; Nicolet 1982: 217-248).

    Cuando Augusto obtuvo el dominio sobre las legiones, y pudo rodearse deuna guardia personal, se hizo duerio de la voluntad del Senado y empez a diseriarlas lineas del Principado (Bravo 1994: 498-536; Kovaliov 1985, II: 133-151; Mangas1988: 8). Del mismo modo, cuando Itzcoatl asumi el poder, tras la victoria sobrelos tepaneca, estuvo en disposicin de exigir a las antiguas instituciones un cambioque transform a la sociedad mexicana, puesto que lideraba el ejrcito y adems elxito militar le habia brindado la oportunidad de mejorar econmicamente y conello ganarse lealtades dispuestas a promocionar con l y, por tanto, a defenderle, einiciar asi la nueva era de los datoque-independientes (Davies 1977: 73 y 76; Hassig1988: 145-147; Rounds 1982: 66 y 67).

    Con el camino despejado empezaron a colocar las bases de su ideal politico,que continuado por sus sucesores, desemboc en dos enormes imperios que anhoy nos admiran.

    Lo primero que hicieron fue legitimar su posicin ante la sociedad, puesambos obtuvieron el poder tras luchas en las que intervinieron oscuros intereses.Para ello buscaron y reclamaron la gloria de un antepasado glorioso. Csar se lohaba puesto fcil a Augusto, cuando para alimentar sus aspiraciones monrquicasdifundi la leyenda de Ascanio-Julio, hijo de Eneas y fundador de la estirpe de losJulios, y por ende Augusto lo reclamaba ahora como el iniciador de una nueva Roma;Itzcoatl se proclamaba heredero del poderoso linaje de Tula. Instalados en lo msalto de la sociedad ambos llevaron a cabo la reescritura de una nueva historia oficialque proclam las bondades del nuevo rgimen y de sus actores (Ciudad 1989: 183;Conrad y Demarest 1988: 33; Santos 1985: 25.

    Cuando la Roma de Augusto hizo de la Historia un instrumentode la politica imperial, quiso ofrecer a su p blico un cuadro completo,detallado y aleccionador, del pasado de Roma, desde sus origenes msremotos J.1 Tito Livio afirma que si las ciudades tienen derecho a enno-blecer y adornar la historia de sus primeros tiempos, con ms razn puedeRoma hacerlo, dada su condicin de seriora del mundo (Blanco 1988: 6).

    Persuadidos de que en los cdices y tradiciones antiguas "el ros-tro azteca era enteramente desconocido", se emperiaron en suprimir hastadonde les fue posible la antigua versin de los otros pueblos, para impo-ner la suya propia. J.1 el cuarto rey de Mxico-Tenochtitlan, Izcatl, y suconsejero supremo Tlacalel, despus de vencer a sus antiguos dominado-res, los tepanecas de Azcapotzalco, mandaron quemar los viejos cdices,para iniciar la nueva versin de su historia. (Len-Portilla 1983: 74)

    Modificaron el sistema de sucesin para tener ellos mismos idoneidad al asu-mir el trono, de tal forma que la primogenitura no era lo que imperaba, sino el msapto. En el caso romano se habilit una forma de adopcin mediante la cual el empe-

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    rador, antes de morir, designaba a su sucesor adoptndolo (Millar 1973: 32). EnTenochtitlan era el Consejo, formado por afectos al tlatoani, quien elega al candida-to entre aqullos que haban obtenido fama con su actuacin durante la batalla, aun-que en la prctica era el candidato del tlatoani quien resultaba elegido (Hassig 1988:141; Rounds 1982: 68).

    En ambos casos las cualidades que deba tener el aspirante a gobernante eranambicin personal y reconocido prestigio en el campo de batalla, que le haba repor-tado el dinero y la reputacin social suficientes para aspirar a este cargo poltico(Hassig 1988: 145-147 y 1992: 144).

    Reorganizaron toda la administracin, colocando en los principales cargos afamiliares y colaboradores involucrados en el mismo proyecto poltico, aunquegobernaron de una manera personalista, ya que intentaron tener presencia en todaslas esferas polticas (Roldn, Blzquez y Castillo 1989: 49; 300). Adems, adoptaronmedidas populistas, como el reparto de pan entre los romanos, el cobro del tributoslo a las clases privilegiadas en algunas provincias helenas o entre los mexica elgasto desmesurado en las grandes ceremonias, con objeto de atraerse al mayornmero de adeptos y tenerlos siempre dispuestos a luchar por un sistema que erasu gran benefactor (Broda 1979b: 74; Finley 1986: 122).

    Acometieron una profunda reorganizacin del ejrcito. Augusto, tras la victo-ria de Accio, licenci a gran parte de ste y reclut a nuevos soldados afectos alPrincipado; Itzcoatl, por su parte, coloc en los puestos de mxima responsabilidadmilitar a sus parientes y elimin del panorama poltico al anterior linaje reinante(Hassig 1988: 140-155; Roldn, Blzquez y Castillo 1989: 41).

    En materia econmica siguieron una misma poltica de recaudacin de impues-tos, que no siempre eran materiales, sino que tambin incluan el servicio personal yla obligacin de acudir a la guerra con hombres, material y abastecimientos (Gonzlez1985: 10; Hassig 1985: 106-108; Millar 1973: 78, 85 y 93; Nicolet 1982: 162).

    El Estado elaboraba censos para detallar las necesidades fiscales, que a la vezse facilitaban por la distribucin de las ciudades en barrios (Mangas 1988: 26-28;Millar 1973: 88). La recaudacin se Ilevaba a cabo por funcionarios especializados(quaestor y calpixque) que intentaban evitar las irregularidades fiscales. Adems, elEstado protega sus intereses mercantiles, sobre todo los de larga distancia, propor-cionando ayuda militar a las caravanas comerciales (Davies 1977: 88 y 154; Harris1989: 93; Zorita 1992: 95).

    En poltica exterior tambin parecen observar las mismas lneas, ofrecindo-nos un ramillete de posibilidades que van desde el mantenimiento de la administra-cin ms o menos intacta, en aquellas provincias donde la resistencia haba sido baja,el mantenimiento del gobernante local y la imposicin de un tributo especificado enlos censos provinciales, que tambin variaba en funcin de la resistencia, pero engeneral era en metlico y materias primas, adems de hombres, alimentos y transpor-te para el ejrcito imperial, hasta la imposicin de un gobernante y de una guarnicinpermanente (Montero, Bravo y Martnez-Pinna 1991: 331; Rojas 1991: 149-152).

    La relacin que se establecia entre los pueblos conquistados y la ciudad

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    imperial no era siempre la misma, puesto que existian muchas diferencias, unasveces culturales, otras de predisposicin hacia el rgimen, etc. Por eso, la diploma-cia fue fundamental para que la politica imperial obtuviera sus objetivos con losminimos problemas (Calnek 1982: 57; Maschin 1978: 250).

    Puesto que, en muchos casos, Roma y Tenochtitlan mantenian la administra-cin de las provincias como la encontraban y slo interferan en su economia(Codoer y Fernndez-Corte 1991: 33), haba que atraerse y mantener la lealtad delos gobernantes a travs de intensas acciones diplomticas, calibrando el grado dedesarrollo de la provincia conquistada, dado que el rgimen imperial evitaba abusarde la fuerza fisica por cuestin de economia, y ofreciendo una politica de incentivosy de mutuos beneficios. En definitiva, dispensando una poltica personalizada(Bueno 2003: 327).

    La diplomacia deba asegurar que no se rompiera el difcil equilibrio que seestableca entre el poder de la metrpoli y el de la propia provincia para que sirvie-ra a los propsitos del rgimen. No hay que olvidar que entre las obligaciones quese imponia a la zona conquistada estaba la de mantener la paz en el interior y en elperimetro de sus fronteras (Hassig 1985: 108; Luttwak 1976: 24). Por lo tanto, debe-ra ser fuerte, pero no tanto como para constituir un peligro para la seguridad delimperio. Esta era una leccin que ambos tenan bien aprendida, pues ellos fueronunos vasallos que crecieron demasiado y fueron capaces de desbancar a quieneshasta ese momento les oprima.

    En este punto cobraba mucha importancia, adems de la diplomacia, el men-saje implicito que siempre estaba latente en los castigos ejemplares (Hassig 1988:26; Lameiras 1985: 68-90). Adems, al implantar un sistema de responsabilidadescompartidas sobre los vencidos, poda hacerles sentirse ms colaboradores quesojuzgados, como sera el caso de los sistemas territoriales, que al despojar de todautilidad al derrotado lo humilla (Reid 1997: 34).

    Esta poltica de autonoma cambiaba si la provincia era especialmente levan-tisca o disfrutaba de una situacin estratgica privilegiada. Entonces se sustituan losgobernantes locales por otros imperiales, se imponia un duro tributo y se dejaba unaguarnicin permanente para sofocar las rebeliones (Carrasco 1996: 307-316;Gonzlez 1985: 6).

    Esta organizacin de naturaleza hegemnica ofreca muchisimas ventajas alos imperios objeto de nuestro estudio, porque casi todos los gastos corran porparte de los pueblos sojuzgados y los beneficios que obtenian iban, prcticamenteintactos, a las ciudades imperiales. Sin embargo, el peligro de las sublevaciones enmomentos de debilidad imperial era algo que estaba presente, y que con la distan-cia se hacian ms habituales (Hassig 1985: 95-139; Luttwak 1976: 192).

    Por eso, desde la infancia los nios recibian una educacin que les proporcio-naba las claves de la importancia que tendra para sus vidas el ser buenos guerreros.A los nobles para obtener el reconocimiento que les permitia acceder a los cargospblicos, y a los comunes para tener la esperanza de progresar en sus vidas (Harris1989: 11; Hicks 1979: 90; Lameiras 1994: 75-85).

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    El ejrcito, con sus victorias, proporcionaba beneficios a la sociedad, hacin-dose imprescindible para la prosperidad de sta, as se gener una relacin simbi-tica que, si bien al inicio de la expansin fue positiva, terminara siendo vctima desu propia codicia (Conrad y Demarest 1988: 17, 90 y 91; Davies 1977: 107, 170 y 171;Schumpeter 1986: 55)

    La institucionalizacin de un ejrcito permanente supona un gasto extraor-dinario para el Estado que ambos imperios trataron de evitar. Hasta mediados delimperio Roma solucionaba este problema con reclutamientos anuales (Nicolet 1982:162) y Tenochtitlan optaba por tener a los hombres ocupados en sus actividadesdurante la poca de cosecha, y una vez que stas estaban listas y el tiempo lo permi-ta, se iniciaban las camparias, si era necesario (Hassig 1994: 14-36). Adems, tantoRoma como Tenochtitlan, contaban con la inestimable ayuda de los aliados paraengrosar las filas del ejrcito, que no consistan solamente en hombres, sino questos iban completamente equipados, constituyendo por s solos un autntico ejr-cito, eran las auxi/ia (Calnek 1982: 56; Carrasco 1996: 531-552; Luttwak 1976: 27;Nicolet 1982: 162-202; Roldn, Blzquez y Castillo 1989: 73).

    Las tcticas blicas tambin seguan esta poltica de austeridad en el desplie-gue de la fuerza y se prefera sitiar a luchar abiertamente en el campo de batalla(Hassig 1994: 14-36; Nicolet 1982: 217-248). Adems, la actitud del ejrcito impe-rial no era la misma con los pueblos ms cercanos (Gibson 1967: 24; Hassig 1988:174, 256-260) que con los lejanos, ya que la insurreccin de los primeros podatener consecuencias polticas y con los segundos se quedaban en prdidas principal-mente econmicas.

    Esta organizacin militar tena muchas ventajas para el imperio ya que losclientes eran los encargados de defender sus propias fronteras. Si la amenaza no eramuy fuerte el ejrcito imperial poda dedicarse a conquistar una nueva rea o a sofo-car otro problema que presentara una mayor envergadura, y en el caso de una ame-naza seria, las propias ciudades imperiales no sufran el impacto directo de la agre-sin, sino los Estados Clientes. Esto tena una enorme importancia porque al sufrirlos darios el cliente, las ciudades imperiales mantenan su prestigio intacto. Comotropas auxiliares del ejrcito imperial suponan un gran apoyo al dotarle de superio-ridad numrica frente al enemigo.

    Pero no todo eran ventajas, sino que esta opcin de economa de fuerza pre-sentaba sus inconvenientes. Al tener tantas provincias distintas es imposible poderactuar al mismo tiempo en todas, por ese motivo si se producen varios conflictossimultneamente hay que sopesar los pros y los contras para dirigirse hacia un lugaru otro. Adems, podemos afirmar que, las rebeliones constantes es un mal endmi-co que se deriva del propio sistema de control indirecto, sobre todo en momentoscrticos como poda ser la muerte del imperator o del tlatoani. Todos estos avataresse intensificaban con la distancia, que es en s misma otro problema de los imperiosque eligen la opcin hegemnica.

    Tanto el sistema de gestin julio-claudio como el de los flatoque-indepen-dientes responde a una organizacin de naturaleza hegemnica en la que las provin-

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    cias sometidas tenian la responsabilidad de mantener al ejrcito, la administracin ylas fronteras protegidas para que el imperio pudiera obtener, sin sobresaltos, su pro-duccin y seguir expandindose. Para que todo el engranaje funcionara el cuerpodiplomtico deba transmitir la doble idea de que pertenecer al sistema imperialreportaba todo tipo de beneficios y que estar fuera u oponerse a l no era aconseja-ble (Luttwak 1976: 19)

    Pero adems, el rgimen se veia en la necesidad de legitimar todos sus actos;para ello, se cre una ideologia que arropaba las acciones del gobierno. sta promo-va que la verdadera realizacin del individuo se consegua demostrando la vala enel campo de batalla, que era donde se obtena la fama y posteriormente la gloria(Harris 1989: 17). La religin se encargaba de promocionar estos ideales, acomodan-do los nuevos mitos y dioses guerreros, as como de presidir ceremonias cuya fina-lidad era engrandecer la importancia de la guerra para el bienestar social y de glori-ficar a los hombres que la hacian posible (Finley 1986: 104-132).

    La guerra y el poder de los guerreros producen esta forma de rea-lidad que hace aparecer a la ideologa como verdad; solo as puede ser-vir como legitimacin a la clase guerrera. Consideramos aqui al prestigio,la guerra y el poder como tres mquinas transformadoras de la ideologaen realidad social. El prestigio representa ms las fuerzas persuasivas de laideologa, mientras que en la guerra y el poder aparecen los factores repre-sivos y violentos de ella (Erdheim 1978: 197-198).

    En realidad, estos conceptos respondian a la necesidad de salvaguardar unosintereses de clase, puesto que el estamento privilegiado era quien controlaba lasociedad, acaparando los cargos pblicos ms importantes, y para ello era impres-cindible el prestigio personal que slo se adquiria en la guerra (Hicks 1979: 90; Reid1997: 24; Smith 1983: 156). Esta ideologa permitia obtener en el campo de batallaunas virtudes que le eran reconocidas plenamente a la aristocracia, consiguiendomantener una importante diferenciacin social. El soldado sin graduacin obtenaun reconocimiento de tipo oficial y la admiracin de los vecinos de su barrio, perola gloria contribua a justificar la posicin de los que estaban en el poder, nobilesen su mayora, y en cierto sentido la fama era realmente la base de la nobilitas(Harris 1989: 29).

    El sistema poltico-social admita que la gloria era un bien que se poda acu-mular y pasar de unos herederos a otros. Este comportamiento est en conexin conla importancia del antepasado mitico para legitimar una situacin socialmente(Blanco 1988: 16 y 61).

    El sistema social y poltico se asentaba en la casi inevitable idea deque la gloria la heredaban los hijos de sus padres y la acumulaban las fami-lias distinguidas f...1 El dinero iba intimamente ligado a la fama, pues ayu-daba a extenderla y mantenerla (Harris 1989: 30).

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    Con la fama se obtena dinero y con l se poda erigir monumentos alusivosa un acto guerrero que haba que conmemorar y mantener vivo en la memoria colec-tiva. Este tipo de ostentacin estaba al alcance del Estado y de los particulares conbuen nivel econmico. Adems, de conmemorar las hazarias a travs del arte, roma-nos y mexica compartan el gusto por los espectculos violentos (juegos de gladia-dores, tlacaxipehualiztli), en los que la muerte era un elemento imprescindible.

    La importancia social de la guerra queda claramente demostrada en la cele-bracin de tantos actos en los que se representaban los hechos que haban aconte-cido en el campo de batalla (Broda 1979b: 47), y que la religin se encarg de siste-matizar en el calendario. La ay-uda de sta fue fundamental para difundir la propa-ganda del rgimen y a menudo se convirti en la excusa perfecta para iniciar unaguerra; pero hay que verlo exclusivamente como un pretexto, pues lo que realmen-te se pretenda era la obtencin de alguna meta poltica y los beneficios que de ellase pudieran derivar.

    El hecho de que, en general, ambos ejrcitos actuaran con xito y proporciona-ran bienestar econmico a toda la sociedad, aunque de forma asimtrica, origin unadesmesurada ambicin que la llev a estados crticos. Como afirma S. N. Eisenstadt(1966: 467-472) los rganos administrativos y polticos tienen que ser interlocutorescon los estratos principales de la sociedad y asegurar el flujo reciproco de recursos. Aveces, los intereses de ambos chocaban y entraban en contradiccin, cuando a pesarde esto se encontraban vas de consenso el sistema poltico pervive aunque tenga quemodificarse, si no se alcanza la flexibilidad para la convivencia entre los objetivos poli-ticos y la sociedad el sistema se colapsa, porque ya no es eficiente.

    En nuestro intento de conocer cmo se desenvolvieron las sociedades mexi-ca y romana hemos tenido en cuenta los factores que las hicieron crecer y las lleva-ron al xito, asi como aqullos que entorpecieron su desarrollo y las hicieron, encierto modo, desaparecer; los hombres que protagonizaron este perodo, los inte-reses que tuvieron y la forma de conseguirlos, y podemos afirmar que el principalmotivo que los movi fue el econmico (botines, tributos, etc.). ste beneficiaba atoda la sociedad, aunque no en igual medida, que exiga al Estado que no se agota-ran nunca.

    Esta prosaica idea se legitim y se le dio un aspecto sofisticado a travs de laideologa y de un corpus fiscal, proporcionndoles una identidad que los diferencia-ba de sus vecinos y que, adems, se preocup de que aqullos que pudieran ser com-petitivos no alcanzaran los mismos beneficios, utilizando un eficaz ejrcito que estu-vo al servicio de una magistral forma de entender la diplomacia: frrea con quienespudieran constituir un problema y benefactora con quienes ofrecieran todo tipo defacilidades.

    Supieron adaptarse a las circunstancias segn stas iban creando situacionesdiferentes, de tal forma que las provincias tuvieron distinta consideracin jurdica yse fueron organizando segn convena a los intereses romanos o mexica. Este hechoafect a los tributos, a la relacin de los ciudadanos con la metrpoli y al nivel deautogobierno, como hemos visto (Millar 1973: 79).

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  • ROMA Y MXICOTENOCHTITLAN: ANALISIS COMPARATIVO Y RESULTADOS

    Ambas sociedades comprendieron que la maquinaria del ejrcito poda utili-zarse en beneficio del Estado; pero que haba que hacerlo bajo una frmula queminimizara los costes y maximizara los beneficios, y, sorprendentemente, llegaron ala misma solucin, aunque no fueron los nicos, por ejemplo:

    los egipcios avanzaron por Asia, organizando al paso de sus ejr-citos a las ciudades costeras fenicias como satlites. Estas ciudades tuvie-ron que aceptar guarniciones militares y un gobierno de dirigentes nativosleales a Egipto [...] No fueron incorporados al imperio, sino que conserva-ron su soberana (Polanyi 1976: 91).

    Las ciudades no se devastaban, sino que se tomaban intactas; seextendan los pastos; no se destrua a los pueblos; no se dejaban despo-bladas las tierras fronterizas; continuaban las relaciones internacionalescon los vencidos y segua adelante la construccin del imperio. Desde laptica de los hititas todo esto debera parecer sumamente natural, pero anosotros nos impresiona la constante repeticin exacta de los principiospolticos seguidos por los constructores del imperio (Polanyi 1976: 94).

    Sin duda, mexicas y romanos crearon dos grandes imperios (Eisenstadt1966: 29-41) esgrimiendo los mismos argumentos: una organizacin principalmen-te hegemnica, que reuna ms ventajas que la territorial para alcanzar sus objetivospolticos, que triunf gracias a su gran adaptabilidad.

    CONCLUSIONES

    Despus de la exposicin que antecede, esperamos que las dudas sobre lacategoria imperial de Tenochtitlan hayan quedado disipadas, si no totalmente, almenos hasta un punto que haga plantearse la cuestin desde otra perspectiva queno sea estrictamente clausewitziana. Pues MxicoTenochtitlan se nos componecomo una magnifica ciudad bella y poderosa, cabeza visible de una superestructuraimperial, que si bien es cierto no conocemos tan bien como la romana, puesto quelas fuentes no son tan abundantes, ni se han destinado tantos estudios a estos aspec-tos, no podemos seguir ignorando.

    MxicoTenochtitlan asombr a los conquistadores, no slo por su exten-sin, por su riqueza, por su arte, sino por el grado de refinamiento de sus ciudada-nos y la complejidad de sus estructuras politicoeconmicas.

    No se trata aqu de engrandecer lo que no existe, en detrimento de la socie-dad que nos ha ayudado a hacer la comparacin, sino que pretendemos allanar jui-cios preconcebidos de aspectos que se ignoran, pues las sociedades estn formadas

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    por gentes que buscan soluciones a problemas comunes, est en el continente queest o pertenezca al momento histrico que pertenezca.

    Las necesidades, las pasiones, los temores, las esperanzas, los suerios, indivi-duales o colectivos, son recurrentes y no son patrimonio exclusivo de unos o deotros, por eso no debe extrariarnos que Mxico Tenochtitlan y Roma, hayan aplica-do las mismas soluciones polticas para alcanzar su objetivo: ser la ciudad ms bri-llante de cuantas la rodeaban y que su resplandor abarcara la mxima extensin,bariando con su luz a quienes la admiraban y, cegando a quienes se le oponan.

    Las dos pocas seleccionadas muestran cmo se produce el cambio de estospueblos de tributarios a Estados cabeza de un imperio. En Roma este momento loconstituye el paso de la Repblica al Principado dinasta julioclaudia que abar-ca prcticamente el siglo I; y en Mxico el momento elegido es justo la separacinde Azcapotzalco, a partir de su cuarto tlatoani, 1428 situndonos en el siglo XV.

    En este anlisis la guerra se erige en protagonista, pero no investigamos sobrebatallas, armamento, uniformes, etc., sino su aspecto social, porque al implicar atodos los sectores de la sociedad, es una buena forma de conocer cules fueron lospatrones de moralidad con los que disfrazaron el acto social de la violencia, quvalores se invocaron para exaltar a la masa, qu ideologa fue la que legitim estosactos y bendijo que una sociedad se apropiara de las producciones y de las vidas desus vecinos.

    Este planteamiento nos acerca a las estructuras de poder, en cuanto que laguerra se vuelve una herramienta del Estado, y, sobre este ltimo aspecto es el quehemos hecho ms hincapi porque en palabras del mximo terico de la guerra delsiglo XIX vemos, pues, que la guerra no es simplemente un acto poltico, sino unverdadero instrumento poltico, una continuacin de las relaciones polticas, unagestin de las mismas con otros medios (Clausewitz 1980: 43).

    En general, las sociedades se expanden utilizando la guerra como instrumen-to politico. Pero, dependiendo de los objetivos que pretendan alcanzar as se utiliza-r, puesto que no ser igual apropiarse de un espacio para dominarlo territorial yadministrativamente, que pretender extraer un mximo econmico a un rea queest bajo nuestra influencia, pero con cierto grado de autonoma poltica. El primerobjetivo deriva en lo que denominamos un imperio territorial y, el segundo en unimperio hegemnico (Clausewitz 1980: 47-59; Hassig 1985: 95-139, 157-165;Luttwak 1976: 4). Aunque la adaptabilidad de las estructuras a las nuevas situacio-nes que plantee la expansin, ofrece la posibilidad de combinar ambos, aumentan-do las garantas de xito.

    Tanto Roma como Tenochtitlan pretendieron alcanzar sus objetivos aplican-do la frmula del mnimo coste econmico y de hombres para el Estado. Por tanto,el modelo de imperio que eligieron fue el hegemnico (Hassig 1992: 137, 146;Luttwak 1976: 30). ste, aunque tambin presentaba desventajas, como las rebelio-nes endmicas o espordicas, ofreca beneficios que compensaban, como el conside-rable ahorro en gastos administrativos y en disponibilidad de hombres para el ejr-cito (Hassig 1994: 20-23). Roma practic este sistema principalmente en Oriente,

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  • ROMA Y MXICO-TENOCHTITLAN: ANLISIS COMPARATIVO Y RESULTADOS

    aunque en Europa tambin funcion muy bien en la zona del Danubio (Roldn,Blzquez y Castillo 1989: 308). En cuanto a Mxico fue su forma general de relacio-narse con los pueblos conquistados (Smith 1983: 153).

    Las lneas bsicas que presentaba este sistema, con relacin a su poltica exte-rior, eran el mantenimiento de la administracin local con grados diferentes de inde-pendencia, en funcin de la resistencia ofrecida en la batalla (Gonzlez 1985: 6). Laimposicin de los tributos tambin dependa de esa misma circunstancia (Zorita1992: 95); stos podan ser exigidos en productos o servicios que incluan mano deobra y hombres para la creacin de un ejrcito paralelo (awcilia) que aportaba suarmamento, alimento, sus tcticas militares y defendan sus propias fronteras(Roldn 1985b: 17).

    El ejrcito auxiliar fue clave para la expansin de ambos imperios, al permi-tir que las tropas imperiales quedaran libres para otras empresas, a la vez que cons-titua una descarga para las arcas del Estado (Calnek 1982: 56; Harris 1989: 61;Hassig 1985: 95-139; Nicolet 1982: 217-248; Montero, Bravo y Martnez-Pinna1991: 30-57).

    En cuanto a la poltica interior se tendi hacia una mayor centralizacin delpoder en manos del gobernante, apoyado en y por el ejrcito, en detrimento de lasinstituciones tradicionales (Senatus y Ca/pul/i) que fueron perdiendo fuerza (Bravo1994: 498-536; Eisenstadt 1966: 41-45; Hassig 1988: 145-147; Roldn, Blzquez yCastillo 1989: 43; Rounds 1979: 77 y 1982: 71).

    Este cambio cont con el apoyo de la sociedad, porque, si bien podemos afir-mar que perdieron derechos ya adquiridos, al desaparecer o al carecer de importan-cia rganos polticos de ms amplia representacin social, obtuvieron beneficioseconmicos que les reportaba un bienestar inmediato (Millar 1973: 12).

    El apoyo ms vivo al nuevo rgimen vino de la mano de la nobleza de nuevocuo, porque al sustentar esta poltica de guerra velaba por sus propios intereses(Millar 1973: 2; Hicks 1979: 89; Roldn, Blzquez y Castillo 1989: 47-54, 95,180,181, 300, 325; Harris 1989: 177; Hassig 1994: 14-36), ya que a travs de ellaobtenan la fama y el dinero que les reportaba la admiracin social para acceder a uncargo pblico.

    La institucionalizacin de la guerra sobresali en ambas sociedades, porquetodos se beneficiaban, aunque no de forma equitativa: luchaban por ampliar susdominios y sus arcas. Por lo tanto, los intereses individuales se vean beneficiados ala vez que los del Estado. Para los ciudadanos nobles la guerra reportaba fama ypoder y para los plebeyos la esperanza de un ascenso social, tierras y en el casoromano, incluso, una jubilacin (Harris 1989: 47; Hassig 1992: 137, 141 y 147;Schumpeter 1986: 52-54).

    Pero la eficacia del sistema no se debi exclusivamente a la utilizacin de lasarmas, sino que triunf gracias a una diplomacia coercitiva y al empleo de mecanis-mos de recompensa (ciudadana, titulos, tierras y conservacin del poder) que man-tuvo vivo el inters y la fidelidad de los gobernantes locales (Millar 1973: 181).Adems, de poner en prctica estos elementos, la espectacularidad del xito que

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    alcanzaron ambos pueblos radica en la forma de adaptar la organizacin a las distin-tas circunstancias que la expansin les plante.

    Haba que conciliar infinidad de factores: Los diferentes niveles culturales delos clientes, con todo lo que esto implicaba; las distancias que cada vez se hacanmayores; los enormes obstculos geogrficos, la rudimentaria tecnologa etc, peroan as, fueron capaces de dotar al rgimen de una elasticidad tal que haca supera-bles todos estos obstculos.

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