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BÁSICOS FILMOTECA CINE ESPAÑOL (1930 – 1980) EL ESPÍRITU DE LA COLMENA Víctor Erice. 1973 Sesión 16 / Jueves 20 de marzo de 2014 Presentación y coloquio a cargo de Javier Moral, ensayista cinematográfico. A la hora de tener que presentar por escrito El espíritu de la colmena, una inquietud familiar me asalta: ¿podrán mis palabras transmitir el latido del tiempo –postrimerías del franquismo, tierras de Segovia, un invierno muy crudo de hace ahora veintidós años– en que esta película se realizó? Difícilmente y, de todas formas, nunca mejor, de una manera más honda y completa, que las imágenes y los sonidos que la componen. Además ¿ese tiempo al que aludo es realmente el de 1973? No, ciertamente, al menos en la superficie de las cosas, ya que el relato contenido bajo ese título se refiere explícitamente a una época pretérita, la de la primera década de nuestra posguerra; sí, en cambio, desde un entendimiento del cine que permite considerar a toda película –independientemente de su anécdota argumental– como un documento del momento en que fue rodada. En este último aspecto, qué duda cabe, El espíritu de la colmena es consecuencia del ambiente social –de sus límites y condicionamientos más esenciales– en el que vio la luz. Ahora bien, documento o ficción, es el transcurrir irremediable de los días quien justamente desvela la auténtica naturaleza de las obras, al margen de las consideraciones episódicas y los determinismos de cualquier género. Y en este caso concreto ¿cuál podría ser esa naturaleza? Probablemente la que se corresponde con una visión del mundo que discurre por los cauces de la poesía. Entonces ya no importaría tanto el reflejo de una época concreta, sino la sustancia de esa confrontación original entre ficción y realidad, es decir, aquello que revela la relación –y la contradicción– que se establece entre historia y poesía. Desde esta perspectiva, un poema ofrece simultáneamente dos rasgos. Por un lado, puede ser la expresión de un momento histórico, un tiempo cifrado; por otro, un testimonio de lo que los hombres logran a veces hacer con el tiempo: darle forma, infundirle un sentido, abrirlo a la comprensión de los otros, de tal modo que el pasado se constituye en un continuo presente. En esta película que hoy evoco de nuevo, no hay nada que no brote de una escena primordial: el encuentro a orillas de un río de una niña con un monstruo, contemplado por una mirada que observa el mundo por vez primera. Quizás, entonces, el tiempo que sus imágenes aspiran de verdad a reflejar no sea otro que el de los orígenes: ese tiempo sin fechas que reaparece, una y otra vez, en los ojos de los niños. VÍCTOR ERICE. “El latido del tiempo”. Presentación en Salamanca de El espíritu de la colmena, marzo 1995. Celebración del aniversario de las Conversaciones Cinematográficas de Salamanca. Recogido en VVAA. “Dossier Víctor Erice”, Banda aparte, nº 9/10, 1998.

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BÁSICOS FILMOTECACINE ESPAÑOL(1930 – 1980)

EL ESPÍRITU DE LA COLMENA

Víctor Erice. 1973

Sesión 16 / Jueves 20 de marzo de 2014Presentación y coloquio a cargo de Javier Moral,

ensayista cinematográfico.

A la hora de tener que presentar por escrito El espíritu de la colmena, una inquietud familiar me asalta: ¿podrán mis palabras transmitir el latido del tiempo –postrimerías del franquismo, tierras de Segovia, un invierno muy crudo de hace ahora veintidós años– en que esta película se realizó? Difícilmente y, de todas formas, nunca mejor, de una manera más honda y completa, que las imágenes y los sonidos que la componen.

Además ¿ese tiempo al que aludo es realmente el de 1973? No, ciertamente, al menos en la superficie de las cosas, ya que el relato contenido bajo ese título se refiere explícitamente a una época pretérita, la de la primera década de nuestra posguerra; sí, en cambio, desde un entendimiento del cine que permite considerar a toda película –independientemente de su anécdota argumental– como un documento del momento en que fue rodada.

En este último aspecto, qué duda cabe, El espíritu de la colmena es consecuencia del ambiente social –de sus límites y condicionamientos más esenciales– en el que vio la luz. Ahora bien, documento o ficción, es el transcurrir irremediable de los días quien justamente desvela la auténtica naturaleza de las obras, al margen de las consideraciones episódicas y los determinismos de cualquier género. Y en este caso concreto ¿cuál podría ser esa naturaleza? Probablemente la que se corresponde con una visión del mundo que discurre por los cauces de la poesía. Entonces

ya no importaría tanto el reflejo de una época concreta, sino la

sustancia de esa confrontación original entre ficción y realidad, es

decir, aquello que revela la relación –y la contradicción– que se

establece entre historia y poesía.

Desde esta perspectiva, un poema ofrece simultáneamente dos

rasgos. Por un lado, puede ser la expresión de un momento

histórico, un tiempo cifrado; por otro, un testimonio de lo que

los hombres logran a veces hacer con el tiempo: darle forma,

infundirle un sentido, abrirlo a la comprensión de los otros, de tal

modo que el pasado se constituye en un continuo presente.

En esta película que hoy evoco de nuevo, no hay nada que no brote

de una escena primordial: el encuentro a orillas de un río de una

niña con un monstruo, contemplado por una mirada que observa

el mundo por vez primera. Quizás, entonces, el tiempo que sus

imágenes aspiran de verdad a reflejar no sea otro que el de los

orígenes: ese tiempo sin fechas que reaparece, una y otra vez, en

los ojos de los niños.

VÍCTOR ERICE. “El latido del tiempo”. Presentación en Salamanca de El espíritu de la colmena, marzo 1995. Celebración del aniversario de las Conversaciones Cinematográficas de Salamanca. Recogido en VVAA. “Dossier Víctor Erice”, Banda aparte, nº 9/10, 1998.

La niña vive en la colmena; para hacerse propicia al espíritu tendrá que alejarse de ella, distanciarse, verla desde fuera. No como hace su padre, cuya horrorizada fascinación por el trajín sin designio ni reposo de las abejas certifica su indeseada adscripción al panal como lamentable abeja observadora, como el zángano resignado a su papel de víctima propiciatoria. El transparente vidrio que interpone el apicultor entre los afanes de la colmena y los suyos, el cristal de la ventana a través de la cual contempla el vencido la comunidad que ya no le pertenece, son barreras que unen, fronteras que igualan lo dispuesto a ambos lados. Quien se sale realmente de la colmena se convierte en monstruo, en espíritu, y no puede esperar piedad ni reconocimiento de parte de las abejas. Ana deberá buscar cuál es la salida de la colmena, y sus tanteos la acercarán poco a poco a lo irreversible. Esta salida no es una simple huida ni un repliegue evasivo; la lejanía que el espíritu guarda respecto a la colmena es la de su negación activa de ésta, por medio de la combinación de ferocidad y ternura que le impone su desgracia o, según las abejas, su maldad. Ciertamente, el espíritu desgraciado no es más que la desdicha misma de la colmena, pero vuelta contra ella; del mismo modo que el monstruo no es más que la desventura de la normalidad, vivida como protesta incansable contra ésta. Por eso el espíritu lo es de la colmena, y su negación activa de ésta revierte también sobre él como espíritu separado, del que, tras la abolición impensable de su desdicha, nada puede asegurarse con certeza que merezca ser conservado.

FERNANDO SAVATER. “Riesgos de la iniciación al espíritu”. Prólogo al guión de El espíritu de la colmena. Erice, V. y Fernández-Santos, A. (1976). El espíritu de la colmena. Madrid: Elías Querejeta Ediciones.

En el otoño de 1973 surge inopinadamente una película llamada a colocarse de inmediato en el Olimpo cinematográfico donde habita esa decena incuestionable de obras maestras que el cine español ha alumbrado a lo largo de su trayectoria histórica. Rodada entre febrero y marzo de ese mismo año, El espíritu de la colmena apareció en un periodo singularmente conflictivo en el desarrollo del cine español; desnortado, dando palos (genéricos) de ciego, padeciendo todo tipo de continuados vaivenes administrativos, inserto en una evolución política infernal, la película dirigida por Erice elaboró tan desalentadoras condiciones construyendo una elusiva pero deslumbrante reflexión sobre los orígenes y desarrollo de las circunstancias vitales que habían padecido la mayoría de sus potenciales espectadores, y postulando que el único camino hacia la supervivencia había sido la construcción de personales y subjetivos relatos míticos.

Circundada por comedietas que, en la mayoría de los casos, hacían mofa y escarnio de la represión de los espectadores, y por irrespirables y oscuros films de terror; conviviendo con algunas metáforas fílmicas opacas y arenosas que únicamente solicitaban la complicidad de un espectador críticamente desarbolado; y mientras las proposiciones cinematografías más originales y radicales surgían al margen de la institución cinematográfica, Erice consiguió simultáneamente urdir, y dentro de las asfixiantes estructuras franquistas, una aventura devastadora con el cine de su momento, y un diagnóstico solidario con los damnificados por la insurrección franquista (damnificados tan innumerables e inabarcables como la interminable meseta en la que se asienta la ficción del film), denotados en su indefensión a través de esa modélica figura de condensación compuesta con el común denominador de la vulnerabilidad: la infancia.

Clausuradora radical del período franquista de nuestro cinema e iniciadora, por tanto, del postfranquismo en el cine español, gozosa apertura fílmica hacia el proceso seminal de nuestra restauración democrática, El espíritu de la colmena, como el pozo al que se asoma su protagonista, solicita, pues, un innumerable conjunto de análisis.

JULIO PÉREZ PERUCHA, en Pérez Perucha, J. (Ed.) El espíritu de la colmena… 31 años después. Valencia: Ediciones de la Filmoteca, 2005.

Precisamente, en algunos raros aciertos, el Cinematógrafo ha sabido, mejor que ningún otro lenguaje, plasmar ese florecimiento del rico y sabio aburrimiento –flor de la nada y el miedo- al tocar el tiempo suspendido en los ojos de lo niño. Ese milagro se dio del modo más emblemático y a la vez físico, en El espíritu de la colmena de Víctor Erice. No hay más que asistir a la desolada y, paradójicamente, riquísima infancia (antes de la televisión) de Ana e Isabel, aquellas dos niñas del secano castellano de la posguerra, para entender algo de la verdad misma del cine y su preciosa donación a los hombres. Verdad hecha de ese recién mirar de la niñez, abiertos ojos de niño, poderosos en su inocencia, prendidos, prendados de la nada, del miedo, de la potencia del ferrocarril, de la maldad antes del Mal, de la compasión por el perseguido; ojos tentados de perdición, esa tentación contradictoria del morirse del vivir y el miedo a estar muerto… Recordemos a esas dos niñas: la que aún no separa la ficción de la realidad, porque aún no ha aceptado esa mentirosa imposición de los adultos, y la otra, que ya está aprendiendo a distinguir –o sea a falsificar-; veámoslas viendo, o sea viviendo, entre sombras chinescas que ellas mismas proyectan en las vacías paredes, y pongámoslas por un momento en comparación y contraste con nuestros niños actuales, nuestros niños televisivos, todo el día pegados al televisor, hipnotizados (no encantados), paralizados en el confortable salón familiar, muerta la curiosidad y el miedo vivificador de aquellas niñas indagadoras, descubridoras, libres por esos campos abiertos donde todo y nada puede pasar, donde el bien y el mal laten con el mismo corazón; o bien correteando por esa casa espaciosa, misteriosa, hecha para perderse y acogerse, acogerse y perderse, que así era la casa de las niñas del Espíritu”

ISABEL ESCUDERO. “Contra nostalgia, perseverancia”, Archipiélago. Cuadernos críticos de la cultura, nº 22, 1995.

Sin duda, lo que más sorprendió de El espíritu de la colmena fue la intensidad de sus silencios.

La intensidad de sus silencios y la concordancia de todas las connotaciones del silencio en el filme, pues se trata de una fábula de la muda España inmediata a la guerra, de la Castilla del miedo, del hueco de un caserón semidesierto, de la noche callada, del horizonte infinito, de cartas que no recibirán respuesta, de secretos de almohada, de una niña que crece entre medias verdades, de espíritus que no hablan, de preguntas que quedan sin contestar… Todo, a todos los niveles, concuerda como las hojas de una densa cebolla en torno al cogollo metafórico del silencio.

La elipsis, por ejemplo. La elipsis es un silencio del relato (algo que se calla) y El espíritu… es un relato delicadamente elíptico, marcado de ausencias; a veces, apenas quedan leves rastros no consecutivos de una acción; o numerosas catálisis se suceden entre núcleos ausentes, distantes y escasos; o, aquí o allá, se diseminan indicios que nunca encontrarán respuesta porque sólo son apuntes de atmósfera, pistas abandonadas que prestan misterio al relato.

La película trabaja sobre la ascética regla de lo mínimo: contar lo más con lo menos; menos, mejor que más. Pero no solo es más lo que calla que lo que dice, sino que, además, lo poco que dice a menudo calla. El silencio la tienta y el entendimiento del relato pende a veces de un hilo y uno se encuentra perdido en su laberinto sin saber adónde va. Poco importa, no hay nada qué entender, no es preciso encontrar respuestas a todas las preguntas, no las da a menudo el narrador, quizá sí, quizá no, tal vez. En todo caso, para encontrar respuestas, hay que escuchar el silencio.

JAVIER MAQUA. “Miradas y silencios”, en Pérez Perucha, J. (Ed.) El espíritu de la colmena… 31 años después. Valencia: Ediciones de la Filmoteca, 2005.

¿Qué temporalidad inscribe la película de Erice? La que toma directamente como modelo la de esas narraciones fundamentales (convocadas por el iniciático “érase una vez”), en las que el efecto-tiempo parece construirse como una pura inmovilidad, produciendo una nítida sensación de pausa en flujo cronológico; de tiempo estacionario, en una palabra. Tiempo estacionario en el que deja de ser pertinente la lógica realista de las acciones cotidianas, hecha de encadenamientos de causa y efecto. Basta que nos fijemos en la dificultad de establecer unos parámetros adecuados de la duración de la historia de la que se hace cargo el relato. Únicamente durante su primera parte, la duración de la proyección de El doctor Frankenstein permite establecer un tiempo referencial y realista, que, desaparecerá, definitivamente, en el resto de la narración. De forma significativa será al cine la figura a la que se conceda el poder de crear la sensación de realidad cronológica, con lo que se enuncia una verdad que se corroborará, de manera indudable en la escena en la que Ana se entregue, temblorosa y con los ojos cerrados, en brazos de la criatura surgida del film de Whale: no existe más tiempo que el del cine, que el del relato fundador.

No es extraño, por tanto, que la lógica de la causalidad, propia del tiempo cronológico de las actividades diarias, esté, en todo momento, subordinada, en El espíritu de la colmena a otra temporalidad, mucho más abstracta, de la que ofrecen imágenes ejemplares ese otoño (estación intermedia, a mitad de camino, en la que parece suceder el film), o la colmena, figura del movimiento inmóvil, ‘perpetuo, enigmático y loco’, en el que parecen debatirse,

en un zarandeo que no conduce a ninguna parte, los protagonistas adultos de la historia. Temporalidad, en fin, en la que todo termina retornando siempre al punto de partida.

(…)

Paralelamente, El espíritu de la colmena construye un universo de espacios desconectados, profundamente sinecdóquico, si no fuera porque se evacua el todo al que remitir las partes.

Lo que se lleva a cabo en la película es la pura y sistemática confrontación de una serie de territorios que no son explotados en una sucesividad de tipo transitivo reconducida a una unidad superior, sino que son sometidos, por yuxtaposición, a un movimiento de desterritorialización.

Desterritorialización patente en la desconexión que el film instituye entre las diversas partes del pueblo, de la casa; en la ausencia de transiciones entre geografías cuya proximidad o lejanía no se considera relevante más allá de su mero contacto textual. Un tratamiento del espacio que hace de la fragmentación el principio motor a través del que es posible separarse del realismo de primer grado.

(…)

La fuerza intrínseca de El espíritu de la colmena reside justamente ahí. En la superación de un chato referencialismo en provecho de una apertura hacia espacios situados más allá de un umbral hacia el que tienden todas las imágenes del film y que podríamos denominar esencialidad. Sin duda que sus espacios desconectados, vacíos, sus ‘primeros planos’, señalan en dirección al referente: la situación de la inmediata posguerra española con su doble vaciado físico y moral, con sus destrucciones reales e intelectuales. Pero el gran hallazgo de Erice es haber comprendido claramente que la única manera de dar cuenta de esa situación sin agotarse en proferirla, pasaba por el abandono del régimen de una imagen-acción que inscribe directamente esa segundidad peirciana donde se actualiza un régimen de sentido en el que la “realidad del evento” parece residir en sus relaciones con el universo de los existentes.

SANTOS ZUNZUNEGUI. “Entre la historia y el sueño. Eficacia simbólica y estructura mítica en El espíritu de la colmena”. En Paisajes de la forma. Ejercicios de análisis de la imagen. Madrid: Cátedra, 1994.

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EL CINE BÉLICO

El gran desfile (King Vidor, 1925) Adiós a las armas (Frank Borzage, 1932)Tierra de España (Joris Ivens, 1937)Sierra de Teruel (André Malraux, 1937-1945)El sargento York (Howard Hawks, 1941)¿Por quién doblan las campanas? (Sam Wood, 1943)Roma, ciudad abierta (Roberto Rossellini, 1945)Objetivo Birmania (Raoul Walsh, 1945)De aquí a la eternidad (Fred Zinnemann, 1953) Attack! (Robert Aldrich, 1956) Senderos de gloria (Stanley Kubrick, 1957)El puente sobre el río Kwai (David Lean, 1957) ¿Arde París? (René Clément, 1966)La cruz de Hierro (Sam Peckinpah, 1976) El cazador (Michael Cimino, 1978) Apocalypse Now (F. F. Coppola, 1979) Las bicicletas son para el verano (Jaime Chávarri, 1984)Platoon (Oliver Stone, 1986). La vida y nada más (Bertrand Tavernier, 1989). ¡Ay, Carmela! (Carlos Saura, 1990) Tierra y Libertad (Ken Loach, 1994). La delgada línea roja (Terrence Malick, 1998)Salvar al soldado Ryan (Steven Spielberg, 1998) Cartas desde Iwo Jima (Clint Eastwood, 2006)

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LOS GÉNEROS EN EL HOLLYWOOD CONTEMPORÁNEO

BISKIND, Peter. Moteros tranquilos, toros salvajes: la generación que cambió Hollywood. Barcelona: Anagrama, 2004.

COMPANY, Juan Miguel. La mirada cautiva. Formas de ver en el cine contemporáneo. València: Generalitat Valenciana, 1999

MAMET, David. Bambi contra Godzilla. Finalidad, práctica y naturaleza de la industria del cine. Barcelona: Alba, 2008.

SÁNCHEZ-BIOSCA, Vicente. Una cultura de la fragmentación. Pastiche, relato y cuerpo en el cine y la televisión. Valencia: Filmoteca de la Generalitat Valenciana, 1995.

ROBERT ALTMAN / EL JUEGO DE HOLLYWOOD

BOURGET, Jean-Loup. Robert Altman. Paris: Ramsay, 1994.CIMENT, Michel. «Robert Altman, artiste et rebelle», Positif,

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hommes», Positif, nº 562, diciembre 2007.LEMARIÉ, Yannick. «Les ratés de la machine», Positif, nº 562,

diciembre 2007.LERMAN, Gabriel. «Entrevista a Robert Altman», Dirigido por,

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septiembre 2011.OCAÑA, Javier. «Robert Altman: el último insobornable»,

Cinemanía, nº 136, 2006.PLECKI, Gerard. Robert Altman. Barcelona: Lerma, 1987.WEINRICHTER, Antonio. Entrevista a Robert Altman: «Yo también

formo parte del sistema», Dirigido por, nº 207, 1992.

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BENET, Vicente José. El cine español: una historia cultural. Barcelona: Espasa libros. Paidós ediciones, 2012.

GUBERN, Román. Historia del cine español. Madrid: Ediciones Cátedra, 1995.

CAPARRÓS, Jose María. Historia del cine español. Madrid: T&B Editores, 2007.

CASTRO DE PAZ, José Luis. La nueva memoria. Historia(s) del cine español (1939-2000). A Coruña: Vía Láctea, 2005.

CASTRO DE PAZ, José Luis. Del sainete al esperpento: relecturas del cine español de los años 50. Madrid: Cátedra, 2011.

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