Boletin de Liturgia Nº 4

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Diócesis de San Justo Boletín Litúrgico N° 1 Página 1 Secretaría Diocesana de Liturgia, Música y Arte Sacro Tiempo de PASCUA AÑO 1 NUMERO 4 Marzo 2013 Editorial Página 2 ¿Qué es la Pascua? Página 4 Domingo de Ramos Página 7 Jueves Santo Página 10 Viernes Santo Página 13 Domingo de Página 14 Resurrección Símbolos y signos de la Semana Santa Página 16 Vía Crucis - Indulgencias Página 25 Misa Crismal Página 36 MATER DEI BOLETIN LITURGICO

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Boletin de Liturgia para el tiempo Pascual

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Diócesis de San Justo Boletín Litúrgico N° 1

Página 1

Secretaría Diocesana de Liturgia, Música y Arte Sacro

Tiempo de PASCUA AÑO 1 NUMERO 4 Marzo 2013

Editorial Página 2

¿Qué es la Pascua?

Página 4

Domingo de Ramos

Página 7

Jueves Santo Página 10

Viernes Santo Página 13

Domingo de Página 14

Resurrección

Símbolos y

signos de la Semana

Santa

Página 16

Vía Crucis- Indulgencias Página 25

Misa Crismal Página 36

MATER DEI

BOLETIN LITURGICO

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Editorial

Bendito el que viene en Nombre del Señor Así comenzamos la Semana Santa. Recibiendo con gozo esperanzado a Aquél que viene de parte de Dios a colmar nuestro deseo. Como nos enseña san Agustín, el hombre es un ser que vive en permanente deseo y el deseo es el que alimenta su esperanza. La vacuidad humana, la incompletez inscrita en cada uno de nosotros clama por la llegada de Aquél que puede llenar el vacío interior, el espacio virginal de la conciencia, dónde sólo Dios puede ingresar. Todos los días nos levantamos esperando, pequeñas y grandes cosas. Hay momentos en que gozamos de la paz y la tranquilidad que nos dan el tener una buena salud, un trabajo digno, una familia protegida, seguridad interior y exterior, Allí solemos pedir que todo eso se mantenga, que nunca lo perdamos, que seamos capaces de conservarlo. Pero al mismo tiempo que pedimos, sabemos que algún día, tarde o temprano las cosas cambiarán y las seguridades humanas pasarán. En esos momentos salimos a buscar la ayuda de otros y sobre todo del Otro. A veces esperamos soluciones mágicas. La Semana Santa nos revela la respuesta de Dios que se hace visible en Cristo, su Hijo y Señor nuestro y de nuestra historia personal y comunitaria. Cristo ha venido al mundo y ha regresado al Padre, pero sigue peregrinando nuestras calles, nuestras casas, nuestra vida. Sigue anunciado que Él es el Salvador del Mundo e invitándonos a seguirlo. Lejos de traernos soluciones mágicas, nos invita a abrazar su Cruz, a acompa-ñarlo en el recorrido de su dolorosa Pasión, a entregarnos como hostias vivas y agradables al Padre. Cristo viene a nosotros como la respuesta del Padre a nuestro deseo, a veces ciego, de felicidad. Todo el Misterio de esta Semana se sintetiza en dos hechos fundamentales: la Cruz es el signo de la profundidad del amor de Dios por la humanidad y al mismo tiempo de la obediencia incondicional del hombre a Dios. Si el hombre perdió la amistad con Dios por culpa de la desobediencia de Adán, ahora la recupera por la obediencia de Cristo. A lo largo de la Cuaresma hemos pedido al Señor que por medio de la Palabra purificara nuestra mirada interior para poder contemplar la gloria de Cristo. Nos hemos humillado ante el Padre, reconociendo que ante Él y sin Él no somos nada.

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Hemos tomado conciencia que lejos de Dios sólo dilapidamos sus dones y perdemos nuestra dignidad filial, experimentando que por nuestra fragilidad somos incapaces de rechazar las tentaciones como lo hizo Cristo en el desierto. Con alborozo cantamos la llegada del Rey manso que viene montado en una cría de asno. La esperanza en los tiempos nuevos nos motiva a aclamar la llegada de nuestro liberador. Ahora, sin temores, debemos seguirlo, sabiendo que su camino conduce a la Cruz, a la entrega, a la muerte. Cruz, entrega y muerte que se manifestarán en nuestra vida cotidiana, en el servicio a los hermanos, en la renuncia al mundo, en la capacidad de compartir nuestros bienes, en la alegría de vivir comunitariamente nuestra fe. Cruz que se hace liviana sumada a la de Cristo. Cruz que no es otra cosa que obediencia al Padre. Cruz que se transforma en un suave bastón en el que podemos apoyarnos para subir la cumbre que no conduce a la Luz de la Resurrección. Sólo quien muere puede resucitar. Feliz y Santa Semana. FELIZ Y SANTA PASCUA.

Pbro. Juan Morre

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¿Qué es la Pascua?

El tiempo pascual comprende cincuenta días (en griego = "pentecostés", vividos y celebrados como un solo día: "los cincuenta días que median entre el domingo de la Resurrección hasta el domingo de Pentecostés se han de celebrar con alegría y júbilo, como si se tratara de un solo y único día festivo, como un gran domingo"

(Normas Universales del Año Litúrgico, n 22).

El tiempo pascual es el más fuerte de todo el año, que se inaugura en la Vigilia Pascual y se celebra durante siete semanas hasta Pentecostés. Es la Pascua (paso) de Cristo, del Señor, que ha pasado el año, que se inaugura en la Vigilia Pascual y se celebra durante siete semanas, hasta Pentecostés. Es la Pascua (paso) de Cristo, del Señor, que ha pasado de la muerte a la vida, a su existencia definitiva y gloriosa. Es la pascua también de la Iglesia, su Cuerpo, que es introducida en la Vida Nueva de su Señor por medio del Espíritu que Cristo le dio el día del primer Pentecostés. El origen de esta cincuentena se remonta a los

orígenes del Año litúrgico.

La Pascua Judía

Originariamente, fiesta semítica del retorno primaveral de la vegetación, común a todas las civilizaciones primitivas, la pascua, por la providencial coincidencia de su celebración con la liberación de Egipto, llegará a ser para Israel el memorial de esta liberación (cf. Éx 12 y 2 Re, 23, 21-23). Se supone generalmente que su nombre viene de pasah, “pasar” en el sentido de dispensar (cf. Éx 12, 23), aludiendo a que el Señor pasa sin herir con sus plagas delante de las cases marcadas con la sangre del cordero inmolado por los hebreos. Más tarde, a la idea de este paso del Señor para rescatar a su pueblo de la esclavitud, se unirá la idea del paso del pueblo mismo que se va llevar tras de si fuera de Egipto hacía el país

de la promesa, en el que Israel estará en su casa al estar en la casa de su Dios.

Así, en la reflexión religiosa de Israel, la pascua, con el memorial que pervive en su celebración, evocará la intervención redentora típica por la que Dios ha salvado y reconstruido a su pueblo. Habiéndose hecho inseparables la pascua y el éxodo salvador, el retorno del exilio será descrito como un nuevo éxodo, una nueva

pascua (cf. Os 2, 16 ss; Is 63, 7 ss).

Cuando reflexionamos el significado de la celebración pascual judía donde Dios salva y reconstruye a su pueblo, vemos claramente una anticipación de la figura del Salvador, del Mesías que viene a salvar a los hombres y a reconstruir el

pueblo, instaurando el Pueblo de Dios.

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Pascua Cristiana

En el Nuevo Testamento, san Lucas describirá el anuncio hecho a los discípulos de la muerte de Jesús, en la transfiguración, como su éxodo que debía cumplirse en Jerusalén (9, 31, cf. Jn 13, I al hablar de su paso de este mundo al Padre, en el momento de la pascua). Es probable también que la imagen del cordero inmolado, en Is 53, 7, implicaba desde el principio una referencia pascual. En todo caso, san Pablo describirá la pasión salvadora de Cristo diciendo: “Cristo, nuestra pascua,

ha sido inmolado” (I Cor 5, 7).

Así, por una parte, la celebración pascual se convertirá para los cristianos en la celebración de la muerte y de la resurrección del Salvador, y la pascua judía, con todo lo que había significado para los judíos en la primera alianza, será para ellos la fuente principal de su interpretación de la pasión. Ya en la primera epístola de san Pedro vemos superponerse a este tema e1 del bautismo, celebrado de antiguo con preferencia en la noche pascual. Pasado Él mismo de este mundo a su Padre por la cruz, Cristo nos transporta tras Él, no ya simplemente del Egipto material a una tierra prometida que no lo era menos, aunque uno y otra estuvieran ya llenos de evocaciones espirituales, sino “del reino de las tinieblas al reino del Hijo” (Cal 1, 13), que es lo mismo que la entrada en participación de “la heredad

de los santos en la luz” (v. 12).

Así el misterio de Cristo, tal como lo explicará san Pablo y como lo celebrará toda la liturgia de la antigua Iglesia, es el misterio pascual, es decir, el que se cumplió en la pascua, que la pascua cristiana conmemora, y que constituye la pascua

definitiva de la nueva y eterna alianza.

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La parusía de Cristo será finalmente descrita a su vez como el definitivo

cumplimiento de esta pascua en la eternidad (cf Lc 22, 16 y Mt 26, 29).

La Pascua en la Iglesia Católica

La Pascua es la fiesta principal, corazón y punto álgido del calendario litúrgico, la llamada “Fiesta de Fiestas” opaca incluso a la Navidad, pues en si en la natividad nació el Salvador y nos llenó de gozo su venida, aún mayor alegría nos causa el cumplimiento de las promesas de Dios al enviarnos a un Salvador que rescatara a

la humanidad entera del pecado.

La fecha de la Pascua

La Pascua cambia cada año debido a la relación que tiene con la Pascua judía y

las diferencias entre el calendario judío y el nuestro.

Los judíos comen el cordero pascual la víspera del 15 de Nisan (el primer mes del calendario judío). Jesús celebró la pascua (la última cena) según la costumbre judía, o sea, el 14 de Nisan, murió en la cruz el 15 de Nisan y resucitó el domingo

siguiente, que ese año fue el 17 de Nisan.

El calendario judío es lunar, y el nuestro solar, lo cual complica bastante las cosas. Por ejemplo, el calendario tiene 354 días. Para hacer un ajuste, los judíos insertan un mes a su calendario, por orden del Sanedrín (no por algún método definido). Esto dio lugar a numerosas controversias sobre la fecha para la celebración de la

Pascua.

En los primeros tiempos, los cristianos de origen judío continuaron usando el calendario judío para la Pascua: El viernes santo lo celebraban el 15 de Nisan y la

pascua de resurrección el 17 de Nisan (fuese o no domingo).

En el resto del imperio romano, sin embargo, se tomó en consideración que Jesús históricamente resucitó el domingo y todos los domingos se celebra a la fiesta de la Resurrección. Por eso se optó por celebrar La Pascua el primer domingo después de la primera luna llena después del equinoccio de primavera. El Primer Concilio de Nicea (325) decretó que la práctica romana debe observarse en toda la Iglesia. Los ortodoxos celebran la Pascua otra fecha porque siguen el calendario Juliano (ortodoxo ruso). La fecha de la fiesta de Pascua católica fluctúa entre el 22 de Marzo y el 25 Abril. En referencia a ella se calculan las otras fiestas

movibles del calendario litúrgico.

El tiempo de Pascua Explicado

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La pascua se celebra por 50 días. Es la fiesta más importante de la liturgia. Comienza el Domingo de Resurrección y termina en Pentecostés. La cuaresma termina en la tarde del Jueves Santo con la liturgia de la Cena del Señor que da comienzo al Triduo Pascual. El Viernes Santo se hace el “ayuno pascual” que se continúa el sábado santo, preparatorio a la gran celebración pascual. El triduo

culmina en la Vigilia Pascual del sábado por la tarde.

Los primeros ocho días de la pascua constituyen la octava y se celebran como

solemnidades del Señor.

El agua bendecida en la Vigilia pascual se usa para los bautismos en toda la

temporada de pascua.

En el día 40 de la pascua se celebra la ascensión del Señor y los 9 días de la ascensión a Pentecostés (la novena original) son días de intensa preparación para

la venida del Espíritu Santo.

Extraído de Aciprensa.com y www.corazones.org Volver

Domingo de Ramos

El Domingo de Ramos es el día en que recordamos la "entrada triunfal" de Jesús

en Jerusalén, exactamente una semana antes de su resurrección (Mateo 21:1-11).

Algunos 450-500 años antes, el profeta Zacarías había profetizado: "Alégrate

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mucho, hija de Sion; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a

ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de

asna."(Zacarías 9:9). Mateo 21:7-9 registra el cumplimiento de esta profecía: “y

trajeron el asna y el pollino, y pusieron sobre ellos sus mantos; y él se sentó

encima. Y la multitud, que era muy numerosa, tendía sus mantos en el camino; y

otros cortaban ramas de los árboles, y las tendían en el camino. Y la gente que iba

delante y la que iba detrás aclamaba, diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David!

¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!” Este

evento tuvo lugar el domingo antes de la crucifixión de Jesús.

En recuerdo de este evento, celebramos el Domingo de Ramos. Es conocido

como el Domingo de Ramos, debido a las ramas de palma que fueron puestas en

el camino cuando Jesús entró en Jerusalén, montado sobre el asno. El Domingo

de Ramos fue el cumplimiento de la profecía de los “setenta sietes“ del profeta

Daniel: “Sabe, pues, y entiende, que desde la salida de la orden para restaurar y

edificar a Jerusalén hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y

dos semanas; se volverá a edificar la plaza y el muro en tiempos

angustiosos."(Daniel 9:25). Juan 1:11 nos dice: "A lo suyo vino [Jesús], y los suyos

no le recibieron." Las mismas multitudes que gritaban: “¡Hosanna!” gritaban "¡Sea

crucificado!" cinco días más tarde (Mateo 27:22-23).

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El Domingo de Ramos abre solemnemente la Semana Santa, con el recuerdo de las Palmas y de la pasión, de la entrada de Jesús en Jerusalén y la liturgia de la

palabra que evoca la Pasión del Señor en el Evangelio de San Marcos.

En este día, se entrecruzan las dos tradiciones litúrgicas que han dado origen a esta celebración: la alegre, multitudinaria, festiva liturgia de la iglesia madre de la ciudad santa, que se convierte en mimesis, imitación de los que Jesús hizo en Jerusalén, y la austera memoria - anamnesis - de la pasión que marcaba la liturgia de Roma. Liturgia de Jerusalén y de Roma, juntas en nuestra celebración. Con

una evocación que no puede dejar de ser actualizada.

Vamos con el pensamiento a Jerusalén, subimos al Monte de los olivos para recalar en la capilla de Betfagé, que nos recuerda el gesto de Jesús, gesto profético, que entra como Rey pacífico, Mesías aclamado primero y condenado

después, para cumplir en todo las profecías. .

Por un momento la gente revivió la esperanza de tener ya consigo, de forma abierta y sin subterfugios aquel que venía en el nombre del Señor. Al menos así lo entendieron los más sencillos, los discípulos y gente que acompañó a Jesús,

como un Rey.

San Lucas no habla de olivos ni palmas, sino de gente que iba alfombrando el camino con sus vestidos, como se recibe a un Rey, gente que gritaba: "Bendito el que viene como Rey

en nombre del Señor. Paz en el cielo y gloria en lo alto".

Palabras con una extraña evocación de las mismas que anunciaron el nacimiento del Señor en Belén a los más

humildes. Jerusalén, desde el siglo IV, en el esplendor de su vida litúrgica celebraba este momento con una procesión multitudinaria. Y la cosa gustó tanto a los peregrinos que occidente dejó plasmada en esta procesión de ramos una de

las más bellas celebraciones de la Semana Santa.

Con la liturgia de Roma, por otro lado, entramos en la Pasión y anticipamos la proclamación del misterio, con un gran contraste entre el camino triunfante del

Cristo del Domingo de Ramos y el Viacrucis de los días santos.

Sin embargo, son las últimas palabras de Jesús en el madero la nueva semilla que

debe empujar el remo evangelizador de la Iglesia en el mundo.

"Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". Este es el evangelio, esta la nueva noticia, el contenido de la nueva evangelización. Desde una paradoja este mundo

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que parece tan autónomo, necesita que se le anuncie el misterio de la debilidad de nuestro Dios en la que se demuestra el culmen de su amor. Como lo anunciaron los primeros cristianos con estas narraciones largas y detallistas de la pasión de

Jesús.

Era el anuncio del amor de un Dios que baja con nosotros hasta el abismo de lo que no tiene sentido, del pecado y de la muerte, del absurdo grito de Jesús en su abandono y en su confianza extrema. Era un anuncio al mundo pagano tanto más

realista cuanto con él se podía medir la fuerza de la Resurrección.

La liturgia de las palmas anticipa en este domingo, llamado pascua florida, el triunfo de la resurrección; mientras que la lectura de la Pasión nos invita a entrar conscientemente en la Semana Santa de la Pasión gloriosa y amorosa de Cristo el

Señor.

Extraído de www.gotquestions.org Volver

Jueves Santo

La liturgia del Jueves Santo es una invitación a profundizar concretamente en el misterio de la Pasión de Cristo, ya que quien desee seguirle tiene que sentarse a su mesa y, con máximo recogimiento, ser espectador de todo lo que aconteció 'en la noche en que iban a entregarlo'. Y por otro lado, el mismo Señor Jesús nos da un testimonio idóneo de la vocación al servicio del mundo y de la Iglesia que

tenemos todos los fieles cuando decide lavarle los pies a sus discípulos.

En este sentido, el Evangelio de San Juan presenta a Jesús 'sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía' pero que, ante cada hombre, siente tal amor que, igual que hizo con sus discípulos, se

arrodilla y le lava los pies, como gesto inquietante de una acogida incansable.

San Pablo completa el retablo recordando a todas las comunidades cristianas lo que él mismo recibió: que aquella memorable noche la entrega de Cristo llegó a hacerse sacramento permanente en un pan y en un vino que convierten en alimento su Cuerpo y Sangre para todos los que quieran recordarle y esperar su

venida al final de los tiempos, quedando instituida la Eucaristía.

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La Santa Misa es entonces la celebración de la Cena del Señor en la cual Jesús,

un día como hoy, la víspera de su pasión, "mientras cenaba con sus discípulos

tomó pan..." (Mt 28, 26).

Él quiso que, como en su última Cena, sus discípulos nos reuniéramos y nos acordáramos de Él bendiciendo el pan y el vino: "Hagan esto en memoria mía" (Lc

22,19).

Antes de ser entregado, Cristo se entrega como alimento. Sin embargo, en esa Cena, el Señor Jesús celebra su muerte: lo que hizo, lo hizo como anuncio profético y ofrecimiento anticipado y real de su muerte antes de su Pasión. Por eso "cuando comemos de ese pan y bebemos de esa copa, proclamamos la muerte

del Señor hasta que vuelva" (1 Cor 11, 26).

De aquí que podamos decir que la Eucaristía es memorial no tanto de la Ultima Cena, sino de la Muerte de Cristo que es Señor, y "Señor de la Muerte", es decir, el Resucitado cuyo regreso esperamos según lo prometió Él mismo en su despedida: " un poco y ya no me veréis y otro poco y me volveréis a ver" (Jn

16,16).

Como dice el prefacio de este día: "Cristo verdadero y único sacerdote, se ofreció como víctima de salvación y nos mandó perpetuar esta ofrenda en conmemo-ración suya". Pero esta Eucaristía debe celebrarse con características propias:

como Misa "en la Cena del Señor".

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En esta Misa, de manera distinta a todas las demás Eucaristías, no celebramos "directamente" ni la muerte ni la Resurrección de Cristo. No nos adelantamos al

Viernes Santo ni a la Noche de Pascua.

Hoy celebramos la alegría de saber que esa muerte del Señor, que no terminó en el fracaso sino en el éxito, tuvo un por qué y para qué: fue una "entrega", un "darse", fue "por algo" o, mejor dicho, "por alguien" y nada menos que por "nosotros y por nuestra salvación" (Credo). "Nadie me quita la vida, había dicho Jesús, sino que Yo la entrego libremente. Yo tengo poder para entregarla." (Jn

10,16), y hoy nos dice que fue para "remisión de los pecados" (Mt 26,28).

Por eso esta Eucaristía debe celebrarse lo más solemnemente posible, pero, en los cantos, en el mensaje, en los signos, no debe ser ni tan festiva ni tan jubilosamente explosiva como la Noche de Pascua, noche en que celebramos el desenlace glorioso de esta entrega, sin el cual hubiera sido inútil; hubiera sido la entrega de uno más que muere por los pobre y no los libera. Pero tampoco esta Misa está llena de la solemne y contrita tristeza del Viernes Santo, porque lo que nos interesa "subrayar"; en este momento, es que "el Padre nos entregó a su Hijo para que tengamos vida eterna" (Jn 3, 16) y que el Hijo se entregó voluntariamente a nosotros independientemente de que se haya tenido que ser o

no, muriendo en una cruz ignominiosa.

Hoy hay alegría y la iglesia rompe la austeridad cuaresmal cantando él "gloria": es la alegría del que se sabe amado por Dios, pero al mismo tiempo es sobria y

dolorida, porque conocemos el precio que le costamos a Cristo.

Podríamos decir que la alegría es por nosotros y el dolor por Él. Sin embargo predomina el gozo porque en el amor nunca podemos hablar estrictamente de tristeza, porque el que da y se da con amor y por amor lo hace con alegría y para

dar alegría.

Podemos decir que hoy celebramos con la liturgia (1a Lectura). La Pascua, pero la de la Noche del Éxodo (Ex 12) y no la de la llegada a la Tierra Prometida (Jos. 5,

10-ss).

Hoy inicia la fiesta de la "crisis pascual", es decir de la lucha entre la muerte y la vida, ya que la vida nunca fue absorbida por la muerte pero si combatida por ella. La noche del sábado de Gloria es el canto a la victoria pero teñida de sangre y hoy

es el himno a la lucha pero de quien lleva la victoria porque su arma es el amor.

Extraído de Aciprensa.com Volver

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Viernes Santo

La Pasión de Cristo engloba todos los acontecimientos sucedidos a Jesucristo, y

narrados en los evangelios, desde la Última Cena hasta su crucifixión, muerte y resurrección. Proviene del latín "passus" (sufrir) ya que hace referencia a sus sufrimientos, incluida la traición de uno de sus discípulos, el arresto de Getsemaní,

el juicio del Sanedrín y por último la crucifixión junto a dos ladrones.

La fuente principal donde se describen todos estos acontecimientos son los evangelios descritos por los distintos evangelistas (Juan, Lucas, Marcos y Mateo). La Pasión tiene un gran significado para los cristianos, ya que creen que el hijo de Dios muere rodeado de sufrimiento para salvarlos en una segunda alianza con Dios. Por este motivo ocupa un lugar fundamental en la religión cristiana y en toda

su iconografía religiosa.

En la Semana Santa se recuerda toda la pasión donde el símbolo básico del cristianismo, la cruz, es precisamente el signo de la muerte de Jesús. El Viacrucis

es el acto de recordar cada escena de la Pasión mientras se reza.

Sucesos del Viernes Santo:

La oración en el huerto de Getsemaní

La traición de Judas.

El arresto de Jesús.

El Juicio ante el Sanedrín.

La negación de San Pedro.

Pilatos se lava las manos.

Jesús es azotado.

Le ponen una corona de espinas.

Jesús carga con la cruz.

Jesús es crucificado.

Jesús deja a su madre.

Jesús muere en la cruz.

¿Cómo podemos vivir este día?

Este día manda la Iglesia guardar el ayuno y la abstinencia.

Se acostumbra rezar el Vía Crucis y meditar en las Siete Palabras de Jesús en

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la cruz.

Se participa en la Liturgia de Adoración a la Cruz con mucho amor, respeto y

devoción.

Se trata de acompañar a Jesús en su sufrimiento.

A las tres de la tarde, recordamos la crucifixión de Jesús rezando el Credo.

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Domingo de Resurrección

La Resurrección es fuente de profunda alegría. A partir de ella, los cristianos no

podemos vivir más con caras tristes. Contempla los lugares donde Cristo se

apareció después de Su Resurrección

Importancia de la fiesta

El Domingo de Resurrección o de Pascua es la fiesta más importante para todos los católicos, ya que con la Resurrección de Jesús es cuando adquiere sentido

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toda nuestra religión. Cristo triunfó sobre la muerte y con esto nos abrió las puertas del Cielo. En la Misa dominical recordamos de una manera especial esta gran alegría. Se en-ciende el Cirio Pascual que representa la luz de Cristo resucitado y que perma-necerá prendido hasta el día de la Ascensión, cuando Jesús sube al Cielo. La Resurrección de Jesús es un hecho histórico, cuyas pruebas entre otras, son

el sepulcro vacío y las numerosas apariciones de Jesucristo a sus apóstoles.

Cuando celebramos la Resurrección de Cristo, estamos celebrando también nuestra propia liberación. Celebramos la derrota del pecado y de la muerte.

En la resurrección encontramos la clave de la esperanza cristiana: si Jesús está vivo y está junto a nosotros, ¿qué podemos temer?, ¿qué nos puede preocupar?

Cualquier sufrimiento adquiere sentido con la Resurrección, pues podemos estar

seguros de que, después de una corta vida en la tierra, si hemos sido fieles, llegaremos a una vida nueva y eterna, en la que gozaremos de Dios para

siempre.

San Pablo nos dice: “Si Cristo no hubiera resucitado, vana seria nuestra fe” (I Corintios 15,14)

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Si Jesús no hubiera resucitado, sus palabras hubieran quedado en el aire, sus promesas hubieran quedado sin cumplirse y dudaríamos que fuera realmente

Dios.

Pero, como Jesús sí resucitó, entonces sabemos que venció a la muerte y al pecado; sabemos que Jesús es Dios, sabemos que nosotros resucitaremos

también, sabemos que ganó para nosotros la vida eterna y de esta manera, toda nuestra vida adquiere sentido.

La Resurrección es fuente de profunda alegría. A partir de ella, los cristianos no

podemos vivir más con caras tristes. Debemos tener cara de resucitados, demostrar al mundo nuestra alegría porque Jesús ha vencido a la muerte.

La Resurrección es una luz para los hombres y cada cristiano debe irradiar esa

misma luz a todos los hombres haciéndolos partícipes de la alegría de la Resurrección por medio de sus palabras, su testimonio y su trabajo apostólico.

Debemos estar verdaderamente alegres por la Resurrección de Jesucristo,

nuestro Señor. En este tiempo de Pascua que comienza, debemos aprovechar todas las gracias que Dios nos da para crecer en nuestra fe y ser mejores

cristianos. Vivamos con profundidad este tiempo.

Con el Domingo de Resurrección comienza un Tiempo pascual, en el que recordamos el tiempo que Jesús permaneció con los apóstoles antes de subir a

los cielos, durante la fiesta de la Ascensión.

Extraído de Catholic.net

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Signos y Símbolos de la Semana Santa

Ramos o palmas Del latín: -palmae- que significa palma de la mano y hoja de la palmera, que usan ya los romanos como símbolo de victoria. Los pueblos que coinciden en asignarle altos valores a

este símbolo ya que han desarrollado en torno a ella diversos ritos. Recordemos, empezando por lo más próximo, cómo es tradición entre nosotros colgar en los balcones los ramos bendecidos el Domingo de Ramos para que protegiesen la

casa durante todo el año.

El pan y el vino: Cuerpo y Sangre de Cristo

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Son los elementos naturales que Jesús toma para que no sólo simbolicen sino que se conviertan en su Cuerpo y su Sangre y lo hagan presente en el sacramento de

la Eucaristía.

Jesús los asume en el contexto de la cena pascual, donde el pan ázimo de la pascua judía que celebraban con sus apóstoles hacía referencia a esa noche en Egipto en que no había tiempo para que la levadura hiciera su proceso en la masa

(Ex 12,8).

El vino es la nueva sangre del Cordero sin defectos que, puesta en la puerta de las casas, había evitado a los israelitas que sus hijos murieran al paso de Dios (Ex 12,5-7). Cristo, el Cordero de Dios (Jn 1,29), al que tanto se refiere el Apocalipsis, nos salva definitivamente

de la muerte por su sangre derramada en la cruz.

Los símbolos del pan y el vino son propios del Jueves Santo en el que, durante la Misa vespertina de la Cena del Señor, celebramos la institución de la Eucaristía, de la que encontramos alusiones y alegorías a lo largo de

toda la Escritura.

Pero como esta celebración vespertina es el pórtico del Triduo Pascual, que comienza e1 Viernes Santo, es necesario destacar que la Eucaristía de ese Jueves Santo, celebrada por Jesús sobre la mesa-altar del Cenáculo, era el anticipo de su Cuerpo y su Sangre ofrecidos a la humanidad en el "cáliz" de la cruz, sobre

el "altar" del mundo.

El lavatorio de los pies

El Evangelio de San Juan es el único que nos relata este gesto simbólico de Jesús en la Última Cena y anticipa el sentido más profundo del "sinsentido" de la cruz. Un gesto inusual para un Maestro, propio de los esclavos, se convierte en la síntesis de su mensaje da a los apóstoles una clave de lectura para enfrentar lo

que vendrá.

En una sociedad donde las actitudes defensivas y las expresiones de autonomía se multiplican, Jesús humilla nuestra soberbia y nos dice que abrazar la cruz, su

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cruz, hoy, es ponerse al servicio de los demás. Es la grandeza de los que saben

hacerse pequeños, la muerte que conduce a la vida.

El Jueves Santo

La Eucaristía con que se da inicio al Triduo Pascual es la "Missa in Coena Domini", porque es la que más entrañablemente recuerda la institución de este sacramento por Jesús en su última cena, adelantado así sacramentalmente su

entrega de la Cruz.

Cena del Señor

Es el nombre que, junto al de "fracción del pan", le da por ejemplo San Pablo en 1 C. 11,20 a lo que luego se llamó "Eucaristía" o "Misa": "kyriakon deipnon", cena señorial, del Señor Jesús. Es también el nombre que le da el Misal actual: "Misa o

Cena del Señor" ((IGMR. 2 y 7)

.

Abstinencia (del latín abstinentia, acción de privarse o

abstenerse de algo)

Gesto penitencial. Actualmente se pide que los fieles con uso de razón y que no tengan algún impedimento

se abstengan de comer carne, realicen algún tipo de privación voluntaria o hagan una obra caritativa los días viernes, que son llamados días penitenciales.

Sólo el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo son días de ayuno y abstinencia.

Ayuno (del latín ieiunium, ayuno, abstinencia)

Privación voluntaria de comida por motivos religiosos. Es una forma de vigilia, un signo que ayuda a tomar conciencia (ej.: el ayuno del Miércoles de Ceniza recuerda el inicio del tiempo penitencial) o que prepara (ej.: el ayuno eucarístico

predispone a la recepción que en breve se hará del Cuerpo de Cristo).

La Iglesia lo prescribe por el espacio de un día para el Miércoles de Ceniza, con carácter penitencial, y para el Viernes Santo, extensivo al Sábado Santo, con

carácter pascual; y por una hora para quienes van a comulgar.

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Cenizas

La ceniza que impone el sacerdote a los fieles el Miércoles de Ceniza, procede de

la quema de las palmas bendecidas durante la Misa del Domingo de Ramos.

Semana Santa

A la Semana Santa se le llamaba en un principio “La Gran Semana”. Ahora se le llama Semana Santa o Semana Mayor y a sus días se les dice días santos. Esta semana comienza con el Domingo de Ramos y termina con el Domingo de

Pascua.

Los símbolos de la Pasión

1. La cruz

La cruz fue, en la época de Jesús, el instrumento de muerte más humillante. Por eso, la imagen del Cristo crucificado se convierte en "escándalo para los judíos y locura para los paganos" (1 Cor 1,23). Debió pasar mucho tiempo para que los

cristianos se identificaran con ese símbolo y lo asumieran como instrumento de salvación, entronizado en los templos y presidiendo las casas y habitaciones sólo,

pendiendo del cuello como expresión de fe.

Esto lo demuestran las pinturas catacumbales de los primeros siglos, donde los cristianos, perseguidos por su fe, representaron a Cristo como el Buen Pastor por el cual "no temeré ningún mal" (Sal 22,4); o bien hacen referencia a la

resurrección en imágenes bíblicas como Jonás saliendo del pez después de tres días; o bien ilustran los sacramentos del Bautismo y la Eucaristía, anticipo y alimento de vida eterna. La cruz aparece sólo velada, en los cortes de los panes

eucarísticos o en el ancla invertida.

Podríamos pensar que la cruz era ya la que ellos estaban soportando, en los travesaños de la inseguridad y la persecución. Sin embargo, Jesús nos invita a seguirlo negándonos a nosotros mismos y tomando nuestra cruz cada día (cf Mt

10,38; Mc 8,34; Lc 9,23).

Expresión de ese martirio cotidiano son las cosas que más nos cuestan y nos duelen, pero que pueden ser iluminadas y vividas de otra manera precisamente desde Su cruz. Sólo así la cruz ya

no es un instrumento de muerte sino de vida y al "por qué a mi" expresado como

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protesta ante cada experiencia dolorosa, lo reemplazamos por el "quién soy yo" de quien se siente demasiado pequeño e indigno para poder participar de la Cruz de

Cristo, incluso en las pequeñas "astillas" cotidianas.

2. La corona de espinas, el látigo, los clavos, la lanza, la caña con vinagre...

Estos "accesorios" de la Pasión muchas veces aparecen gráficamente apoyados o

superpuestos a la cruz.

Son la expresión de todos los sufrimientos que, como piezas de un rompecabezas, conformaron el mosaico de la Pasión de Jesús. Ellos materialmente nos recuerdan otros signos o elementos igualmente dolorosos: el abandono de los apóstoles y discípulos, las burlas, los salivazos, la desnudez, los empujones, el aparente

silencio de Dios.

La Pasión revistió los tres niveles de dolor que todo ser humano puede soportar: físico, psicológico y espiritual. A todos ellos Jesús respondió perdonando y

abandonándose en las manos del Padre.

3. Conmemoración de la Pasión de Cristo

Una fiesta puesta el Martes luego de sexagésima (sexagésimo día antes de las Pascuas). Su objeto es la remembranza devota y el honor de los sufrimientos de Cristo para la redención de la humanidad. Mientras la fiesta en honor de los instrumentos de la Pasión de Cristo – la Santa Cruz, la Lanza, Clavos, y la Corona de Espinas – llamados “Arma Cristiana”, se origino durante la Edad Media, esta conmemoración es de más reciente origen. Aparece por primera vez en el Breviario de Meissen (1517) como una fiesta simple para el 15 de Noviembre. El mismo breviario tiene una fiesta de la Cara Santa para el 15 de Enero y del Nombre Sagrado para el 15 de Marzo. [Grotefend, "Zeitrechnung" (Hanover, 1892), II, 118 sqq.]; estas fiestas desaparecieron con la introducción del Luteranismo. Como se encuentra en el apéndice del Breviario Romano, fue iniciado por San Pablo de la Cruz (muerto en 1775). El Oficio fue

compuesto por Tomas Struzzieri, Obispo de Todi, y fiel asociado a San Pablo.

4. Pasión

Del latín patior, passus, que significa experimentar, soportar, padecer, se forma el sustantivo passio (acus. pl. Passiones). Es sintomático que nos hayamos

decantado con preferencia por los aspectos positivos de la palabra "pasión".

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5. Ecce Homo

Imagen de Jesucristo tal como Pilatos la presentó al pueblo ( del latín “ecce”, he

aquí, y “homo”, el hombre).

6. Gólgota

Calvario. Colina de Jerusalén en Palestina, donde fue crucificado Jesús.

7. Vía Crucis (en latín: El camino de la cruz)

Ejercicio piadoso que consiste en meditar el camino de la cruz por medio de lecturas bíblicas y oraciones. Esta meditación se divide en 14 o 15 momentos o estaciones. San Leopoldo de Porto Mauricio dio origen a esta devoción en el siglo XIV en el Coliseo de Roma, pensando en los cristianos que se veían imposibilitados de peregrinar a Tierra Santa para visitar los santos lugares de la pasión y muerte de Jesucristo. Tiene un carácter penitencial y suele rezarse los días viernes, sobre todo en Cuaresma. En muchos templos están expuestos cuadros o bajorrelieves con ilustraciones que ayudan a los fieles a realizar este

ejercicio.

Los símbolos de la luz

1. La luz y el fuego

Desde siempre, la luz existe en estrecha relación con la oscuridad: en la historia personal o social, una época sombría va seguida de una época luminosa; en la naturaleza es de las oscuridades de la tierra de donde brota a la luz la nueva

planta, así como a la noche le sucede el día.

La luz también se asocia al conocimiento, al tomar conciencia de algo nuevo, frente a la oscuridad de la ignorancia. Y porque sin luz no podríamos vivir, la luz, desde siempre, pero sobre todo en las Escrituras, simboliza la vida, la salvación,

que es Él mismo (Sal 27,1; Is 60, 19-20).

La luz de Dios es una luz en el camino de los hombres (Sal 119, 105), así como su Palabra (Is 2,3-5). El Mesías trae también la luz y Él mismo es luz (Is 42.6; Lc

2,32).

Las tinieblas, entonces. son símbolo del mal, la desgracia, el castigo, la perdición y la muerte (Job 18, 6. 18; Am 5. 18). Pero es Dios quien penetra y disipa las

tinieblas (Is 60, 1-2) y llama a los hombres a la luz (Is 42,7).

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Jesús es la luz del mundo (Jn 8, 12; 9,5) y, por ello, sus discípulos también deben serlo para los demás (Mt 5.14), convirtiéndose en reflejos de la luz de Cristo (2 Cor 4,6). Una conducta inspirada en el amor es el signo de que se está en la luz (1 Jn

2,8-11).

Durante la primera parte de la Vigilia Pascual, llamada "lucernario", la fuente de luz es el fuego. Este, además de iluminar quema y, al quemar, purifica. Como el sol por sus rayos, el fuego simboliza la acción fecundante, purificadora e iluminadora. Por eso. en la liturgia, los simbolismos de la luz-llama e iluminar-arder

se encuentran casi siempre juntos.

2. El cirio pascual

Entre todos los simbolismos derivados de la luz y del fuego, el cirio pascual es la

expresión más fuerte, porque los reúne a ambos.

El cirio pascual representa a Cristo resucitado, vencedor de las tinieblas y de la muerte, sol que no tiene ocaso. Se enciende con fuego nuevo, producido en completa oscuridad, porque en Pascua todo se renueva: de él se encienden todas

las demás luces.

Las características de la luz son descritas en el exultet y forman una unidad indisoluble con el anuncio de la liberación pascual. El encender el cirio es, pues, un memorial de la Pascua. Durante todo el tiempo pascual el cirio estará encendido para indicar la presencia del Resucitado entre los suyos. Toda otra luz que arda con luz natural tendrá un simbolismo derivado, al menos en parte, del

cirio pascual.

Los símbolos del Bautismo

1. El agua bautismal

Si bien el rito del Bautismo está todo él repleto de símbolos, el agua es el elemento central, el símbolo

por excelencia.

En casi todas las religiones y culturas, el agua posee un doble significado: es fuente de vida y

medio de purificación.

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En las Escrituras, encontramos las aguas de la Creación sobre las que se cernía el Espíritu de Dios (Gn 1,2). El agua es vida en el riego, en la savia, en el líquido

amniótico que nos envuelve antes de nacer.

En el diluvio universal las aguas torrenciales purifican la faz de 1a tierra y dan

lugar a la nueva creación a partir de Noé.

En el desierto, los pozos y los manantiales se ofrecen a los nómades como fuente de alegría y de asombro. Cerca de ellos tienen lugar los encuentros sociales y

sagrados, se preparan los matrimonios, etc.

Los ríos son fuentes de fertilización de origen divino; las lluvias y el rocío aportan su fecundidad como benevolencia de Dios. Sin el agua el nómade sería inmediatamente condenado a muerte y quemado por el sol palestino. Por eso se

pide el agua en la oración.

Yahvé se compara con una lluvia de primavera (Os 6,3), al rocío que hace crecer las flores (Os 14.6). El justo es semejante al árbol plantado a los bordes de las aguas que corren (Nm 24,6); el agua es signo de

bendición.

Según Jeremías (2, 13), el pueblo de Israel, al ser infiel, olvida a Yahvé como fuente de agua viva, queriendo excavar sus propias cisternas. El alma busca a Dios como el ciervo sediento busca la presencia del agua viva (Sal 42,2-3). El alma aparece así como una tierra seca y sedienta, orientada

hacia el agua.

Jesús emplea también este simbolismo en su conversación con la samaritana (Jn 4.1-14), a quien se le revela como "agua viva" que puede saciar su sed de Dios. Él mismo se revela como la fuente de esa agua: "Si alguno tiene sed, que venga a Mí y beba" (Jn 7,37-38). Como de la roca de Moisés, el agua surge del costado

traspasado por la lanza, símbolo de su naturaleza divina y del Bautismo (cf Jn

19,34).

Por este motivo, el agua se convirtió en el elemento natural del primer sacramento de la iniciación cristiana. Desde los primeros siglos del cristianismo, los cristianos adultos eran bautizados en una especie de pileta llena de agua que contaba con dos escaleras: por una se descendía y por otra se salía. La imagen de "bajar" a las

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aguas representaba el momento de la purificación de los pecados y estaba

asociada a la muerte de Cristo.

La salida, subiendo por el lado opuesto, representaba el renacer a la nueva vida, como saliendo del vientre materno. y era asociado a la resurrección. En el centro se hacía la profesión de fe pública. Y esto significa que el agua del bautismo no es algo "mágico" -como piensan muchos creyentes- que protege o transforma por sí sola, sino la expresión de este doble compromiso: el de cambiar de vida muriendo al pecado y el de renovar la escala de valores, iluminados por Cristo, resucitados

con Él.

2. La vestidura blanca

El color blanco siempre fue identificado con la pureza, con lo inocente. Parece lógico que, desde los primeros siglos del cristianismo, los catecúmenos acudieran al Bautismo vestidos con túnicas blancas. Podríamos considerarlo, inclusive, como inspirado en la imagen reiterada del Apocalipsis, en la que los seguidores fieles del Cordero han merecido vestirse de blanco (cf 3,4-5.18; 4,4; 7,9.13-14; 19,14;

22,14).

Sin embargo, los textos bíblicos dependerían de lo que nos dice la tradición cultural de los primeros siglos, anterior a los mismos. En todo el Imperio Romano, sólo los miembros del Senado se vestían con túnicas blancas. De allí que los llamasen candídatus, del latín "cándida", blanco. De esta manera manifestaba públicamente su dignidad, la de servir al Emperador, quien se presentaba como el

Hijo de Dios.

Los cristianos, entonces, al ir vestidos de blanco a recibir el Bautismo, intentaron mostrar que la verdadera dignidad del hombre no consiste en trabajar para ningún poder político sino en servir a Jesucristo, el verdadero Hijo de Dios. Por lo tanto, más que símbolo de pureza, era símbolo de dignidad, de vida nueva, de compromiso con un estilo de vida y con el esfuerzo cotidiano por conservarla sin mancha, para ser considerados dignos de participar en el banquete del Reino (cf Mt

22, 12).

En una sociedad consumista como la nues-tra, en la que la dignidad de las personas depende de cómo van vestidas, de la moda que siguen, de las marcas que usan, los cristianos deberíamos preguntarnos qué

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hicimos de nuestra "vestidura blanca" bautismal y verificar si, como dice San Pablo, "nos hemos revestido de Cristo" (cfr Gá1 3.27).

Extraído de AciPrensa Volver

VIA CRUCIS

El Vía crucis es una devoción centrada en los Misterios dolorosos de Cristo, que se meditan y

contemplan caminando y deteniéndose en las estaciones que, del Pretorio al Calvario,

representan los episodios más notables de la Pasión.

El Vía crucis constaba de 14 estaciones, cada una de las cuales se fija en un paso o episodio de la Pasión del Señor. A veces se añade una decimoquinta (reforma de Juan Pablo II), dedicada a la resurrección de Cristo. En la práctica de este ejercicio piadoso, las estaciones tienen un núcleo central, expresado en un pasaje del Evangelio o tomado de la devota tradición cristiana, que propone a la meditación y contemplación uno de los momentos importantes de la Pasión de Jesús. Puede seguirle la exposición del acontecimiento propuesto o la predicación sobre el mismo, así como la meditación silenciosa. Ese núcleo central suele ir precedido y seguido de diversas preces y oraciones, según las costumbres y tradiciones de las diferentes regiones o comunidades eclesiales. En la práctica comunitaria del Vía crucis, al principio y al final, y mientas

se va de una estación a otra, suelen introducirse cantos adecuados.

Aquí ofrecemos el Vía crucis con textos e imágenes que ayuden a meditar y contemplar «los excesos del amor de Cristo». Los fieles y las comunidades sabrán escoger lo que les sea más útil en sus circunstancias y lo que mejor les ayude a seguir a Cristo, acompañando a María y

acompañados de ella.

.

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EJERCICIO DEL VÍA CRUCIS

En el nombre del Padre y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

Oración inicial

Nosotros, cristianos, somos conscientes de que el vía crucis del Hijo de Dios no fue simplemente

el camino hacia el lugar del suplicio. Creemos que cada paso del Condenado, cada gesto o palabra suya, así como lo que vieron e hicieron todos aquellos que tomaron parte en este drama, nos hablan continuamente. En su pasión y en su muerte, Cristo nos revela también la verdad

sobre Dios y sobre el hombre.

Hoy queremos reflexionar con particular intensidad sobre el contenido de aquellos acontecimientos, para que nos hablen con renovado vigor a la mente y al corazón, y sean así origen de la gracia de una auténtica participación. Participar significa tener parte. Y ¿qué quiere decir tener parte en la cruz de Cristo? Quiere decir experimentar en el Espíritu Santo el amor que esconde tras de sí la cruz de Cristo. Quiere decir reconocer, a la luz de este amor, la propia cruz. Quiere decir cargarla sobre la propia espalda y, movidos cada vez más por este amor, caminar... Caminar a través de la vida, imitando a Aquel que «soportó la cruz sin miedo a la ignominia y está

sentado a la diestra del trono de Dios» (Hb 12,2).

Pausa de silencio

Oremos: Señor Jesucristo, colma nuestros corazones con la luz de tu Espíritu Santo, para que,

siguiéndote en tu último camino, sepamos cuál es el precio de nuestra redención y seamos dignos

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de participar en los frutos de tu pasión, muerte y resurrección. Tú que vives y reinas por los siglos

de los siglos. Amén. [Juan Pablo II]

Primera Estación

JESÚS ES CONDENADO A MUERTE

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

«Reo es de muerte», dijeron de Jesús los miembros del Sanedrín, y, como no podían ejecutar a nadie, lo llevaron de la casa de Caifás al Pretorio. Pilatos no encontraba razones para condenar a Jesús, e incluso trató de liberarlo, pero, ante la presión amenazante del pueblo instigado por sus jefes: «¡Crucifícalo, crucifícalo!», «Si sueltas a ése, no eres amigo del César», pronunció la sentencia que le reclamaban y les entregó a Jesús, después de azotarlo, para que fuera

crucificado.

San Juan el evangelista nos dice que, pocas horas después, junto a la cruz de Jesús estaba María su madre. Y hemos de suponer que también estuvo muy cerca de su Hijo a lo largo de todo

el Vía crucis.

Cuántos temas para la reflexión nos ofrecen los padecimientos soportados por Jesús desde el Huerto de los Olivos hasta su condena a muerte: abandono de los suyos, negación de Pedro, flagelación, corona de espinas, vejaciones y desprecios sin medida. Y todo por amor a nosotros,

por nuestra conversión y salvación.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su

santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Segunda Estación

JESÚS CARGA CON LA CRUZ

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Condenado muerte, Jesús quedó en manos de los soldados del procurador, que lo llevaron consigo al pretorio y, reunida la tropa, hicieron mofa de él. Llegada la hora, le quitaron el manto de púrpura con que lo habían vestido para la burla, le pusieron de nuevo sus ropas, le cargaron la

cruz en que había de morir y salieron camino del Calvario para allí crucificarlo.

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El peso de la cruz es excesivo para las mermadas fuerzas de Jesús, convertido en espectáculo de la chusma y de sus enemigos. No obstante, se abraza a su patíbulo deseoso de cumplir hasta el final la voluntad del Padre: que cargando sobre sí el pecado, las debilidades y flaquezas de todos, los redima. Nosotros, a la vez que contemplamos a Cristo cargado con la cruz, oigamos su voz que nos dice: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada

día, y sígame».

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su

santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Tercera Estación

JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Nuestro Salvador, agotadas las fuerzas por la sangre perdida en la flagelación, debilitado por la acerbidad de los sufrimientos físicos y morales que le infligieron aquella noche, en ayunas y sin haber dormido, apenas pudo dar algunos pasos y pronto cayó bajo el peso de la cruz. Se sucedieron los golpes e imprecaciones de los soldados, las risas y expectación del público. Jesús,

con toda la fuerza de su voluntad y a empellones, logró levantarse para seguir su camino.

Isaías había profetizado de Jesús: «Eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba. Yahvé descargó sobre él la culpa de todos nosotros». El peso de la cruz nos hace tomar conciencia del peso de nuestros pecados, infidelidades, ingratitudes..., de cuanto está figurado en ese madero. Por otra parte, Jesús, que nos invita a cargar con nuestra cruz y seguirle, nos enseña aquí que también nosotros podemos caer, y que hemos de comprender a los que caen; ninguno debe quedar postrado; todos hemos de levantarnos con humildad y confianza

buscando su ayuda y perdón.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su

santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

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Cuarta Estación

JESÚS SE ENCUENTRA CON SU MADRE

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

En su camino hacia el Calvario, Jesús va envuelto por una multitud de soldados, jefes judíos, pueblo, gentes de buenos sentimientos... También se encuentra allí María, que no aparta la vista de su Hijo, quien, a su vez, la ha entrevisto en la muchedumbre. Pero llega un momento en que sus miradas se encuentran, la de la Madre que ve al Hijo destrozado, la de Jesús que ve a María triste y afligida, y en cada uno de ellos el dolor se hace mayor al contemplar el dolor del otro, a la vez que ambos se sienten consolados y confortados por el amor y la compasión que se

transmiten.

Nos es fácil adivinar lo que padecerían Jesús y María pensando en lo que toda buena madre y todo buen hijo sufrirían en semejantes circunstancias. Esta es sin duda una de las escenas más patéticas del Vía crucis, porque aquí se añaden, al cúmulo de motivos de dolor ya presentes, la aflicción de los afectos compartidos de una madre y un hijo. María acompaña a Jesús en su

sacrificio y va asumiendo su misión de corredentora.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su

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santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Quinta Estación

JESÚS ES AYUDADO POR EL CIRENEO

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Jesús salió del pretorio llevando a cuestas su cruz, camino del Calvario; pero su primera caída puso de manifiesto el agotamiento del reo. Temerosos los soldados de que la víctima sucumbiese antes de hora, pensaron en buscarle un sustituto. Entonces el centurión obligó a un tal Simón de Cirene, que venía del campo y pasaba por allí, a que tomara la cruz sobre sus hombros y la llevara detrás de Jesús. Tal vez Simón tomó la cruz de mala gana y a la fuerza, pero luego, movido por el ejemplo de Cristo y tocado por la gracia, la abrazó con resignación y amor y fue

para él y sus hijos el origen de su conversión.

El Cireneo ha venido a ser como la imagen viviente de los discípulos de Jesús, que toman su cruz y le siguen. Además, el ejemplo de Simón nos invita a llevar los unos las cargas de los otros, como enseña San Pablo. En los que más sufren hemos de ver a Cristo cargado con la cruz que

requiere nuestra ayuda amorosa y desinteresada.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su

santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Sexta Estación

LA VERÓNICA LIMPIA EL ROSTRO DE JESÚS

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Dice el profeta Isaías: «No tenía apariencia ni presencia; lo vimos y no tenía aspecto que pudiésemos estimar. Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro, despreciable, y no lo tuvimos en cuenta». Es la descripción profética de la figura de Jesús camino del Calvario, con el rostro desfigurado por el sufrimiento, la sangre, los salivazos, el polvo, el sudor... Entonces, una mujer del pueblo, Verónica de nombre, se abrió paso entre la muchedumbre llevando un lienzo con el que limpió piadosamente el rostro de Jesús. El Señor, como respuesta de gratitud, le dejó grabada en él su

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Santa Faz.

Una letrilla tradicional de esta sexta estación nos dice: «Imita la compasión / de Verónica y su manto / si de Cristo el rostro santo / quieres en tu corazón». Nosotros podemos repetir hoy el gesto de la Verónica en el rostro de Cristo que se nos hace presente en tantos hermanos nuestros que comparten de diversas maneras la pasión del Señor, quien nos recuerda: «Lo que

hagáis con uno de estos, mis pequeños, conmigo lo hacéis».

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su

santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Séptima Estación

JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Jesús había tomado de nuevo la cruz y con ella a cuestas llegó a la cima de la empinada calle que daba a una de las puertas de la ciudad. Allí, extenuado, sin fuerzas, cayó por segunda vez bajo el peso de la cruz. Faltaba poco para llegar al sitio en que tenía que ser crucificado, y Jesús, empeñado en llevar a cabo hasta la meta los planes de Dios, aún logró reunir fuerzas, levantarse

y proseguir su camino.

Nada tiene de extraño que Jesús cayera si se tiene en cuenta cómo había sido castigado desde la noche anterior, y cómo se encontraba en aquel momento. Pero, al mismo tiempo, este paso nos muestra lo frágil que es la condición humana, aun cuando la aliente el mejor espíritu, y que no han de desmoralizarnos las flaquezas ni las caídas cuando seguimos a Cristo cargados con nuestra cruz. Jesús, por los suelos una vez más, no se siente derrotado ni abandona su cometido. Para Él no es tan grave el caer como el no levantarnos. Y pensemos cuántas son las personas que se sienten derrotadas y sin ánimos para reemprender el seguimiento de Cristo, y que la ayuda de

una mano amiga podría sacarlas de su postración.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su

santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

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Octava Estación

JESÚS CONSUELA A LAS MUJERES DE JERUSALÉN

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Dice el evangelista San Lucas que a Jesús, camino del Calvario, lo seguía una gran multitud del pueblo; y unas mujeres se dolían y se lamentaban por Él. Jesús, volviéndose a ellas les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos»; añadiéndoles, en figuras, que si la ira de Dios se ensañaba como veían con el Justo, ya podían

pensar cómo lo haría con los culpables.

Mientras muchos espectadores se divierten y lanzan insultos contra Jesús, no faltan algunas mujeres que, desafiando las leyes que lo prohibían, tienen el valor de llorar y lamentar la suerte

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del divino Condenado. Jesús, sin duda, agradeció los buenos sentimientos de aquellas mujeres, y movido del amor a las mismas quiso orientar la nobleza de sus corazones hacia lo más necesario y urgente: la conversión suya y la de sus hijos. Jesús nos enseña a establecer la escala de los

valores divinos en nuestra vida y nos da una lección sobre el santo temor de Dios.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su

santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Novena Estación

JESÚS CAE POR TERCERA VEZ

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Una vez llegado al Calvario, en la cercanía inmediata del punto en que iba a ser crucificado, Jesús cayó por tercera vez, exhausto y sin arrestos ya para levantarse. Las condiciones en que venía y la continua subida lo habían dejado sin aliento. Había mantenido su decisión de secundar los planes de Dios, a los que servían los planes de los hombres, y así había alcanzado, aunque

con un total agotamiento, los pies del altar en que había de ser inmolado.

Jesús agota sus facultades físicas y psíquicas en el cumplimiento de la voluntad del Padre, hasta llegar a la meta y desplomarse. Nos enseña que hemos de seguirle con la cruz a cuestas por más caídas que se produzcan y hasta entregarnos en las manos del Padre vacíos de nosotros mismos y dispuestos a beber el cáliz que también nosotros hemos de beber. Por otra parte, la escena nos

invita a recapacitar sobre el peso y la gravedad de los pecados, que hundieron a Cristo.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su

santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Décima Estación

JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

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R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Ya en el Calvario y antes de crucificar a Jesús, le dieron a beber vino mezclado con mirra; era una piadosa costumbre de los judíos para amortiguar la sensibilidad del que iba a ser ajusticiado. Jesús lo probo, como gesto de cortesía, pero no quiso beberlo; prefería mantener la plena lucidez y conciencia en los momentos supremos de su sacrificio. Por otra parte, los soldados despojaron a Jesús, sin cuidado ni delicadeza alguna, de sus ropas, incluidas las que estaban pegadas en la

carne viva, y, después de la crucifixión, se las repartieron.

Para Jesús fue sin duda muy doloroso ser así despojado de sus propios vestidos y ver a qué manos iban a parar. Y especialmente para su Madre, allí presente, hubo de ser en extremo triste verse privada de aquellas prendas, tal vez labradas por sus manos con maternal solic itud, y que

ella habría guardado como recuerdo del Hijo querido.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su

santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Undécima Estación

JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

«Y lo crucificaron», dicen escuetamente los evangelistas. Había llegado el momento terrible de la crucifixión, y Jesús fue fijado en la cruz con cuatro clavos de hierro que le taladraban las manos y los pies. Levantaron la cruz en alto y el cuerpo de Cristo quedó entre cielo y tierra, pendiente de los clavos y apoyado en un saliente que había a mitad del palo vertical. En la parte superior de este palo, encima de la cabeza de Jesús, pusieron el título o causa de la condenación: «Jesús el Nazareno, el Rey de los judíos». También crucificaron con él a dos ladrones, uno a su derecha y

el otro a su izquierda.

El suplicio de la cruz, además de ser infame, propio de esclavos criminales o de insignes facinerosos, era extremadamente doloroso, como apenas podemos imaginar. El espectáculo mueve a compasión a cualquiera que lo contemple y sea capaz de nobles sentimientos. Pero siempre ha sido difícil entender la locura de la cruz, necedad para el mundo y salvación para el cristiano. La liturgia canta la paradoja: «¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la Vida empieza / con

un peso tan dulce en su corteza!».

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Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su

santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Duodécima Estación

JESÚS MUERE EN LA CRUZ

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Desde la crucifixión hasta la muerte transcurrieron tres largas horas que fueron de mortal agonía para Jesús y de altísimas enseñanzas para nosotros. Desde el principio, muchos de los presentes, incluidas las autoridades religiosas, se desataron en ultrajes y escarnios contra el Crucificado. Poco después ocurrió el episodio del buen ladrón, a quien dijo Jesús: «Hoy estarás conmigo en el paraíso». San Juan nos refiere otro episodio emocionante por demás: Viendo Jesús a su Madre junto a la cruz y con ella a Juan, dice a su Madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo»; luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre»; y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa. Después de esto, nos dice el mismo evangelista, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, dijo: «Tengo sed». Tomó el vinagre que le acercaron, y añadió: «Todo está cumplido».

E inclinando la cabeza entregó el espíritu.

A los motivos de meditación que nos ofrece la contemplación de Cristo agonizante en la cruz, lo que hizo y dijo, se añaden los que nos brinda la presencia de María, en la que tendrían un eco

muy particular los sufrimientos y la muerte del hijo de sus entrañas.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su

santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Decimotercera Estación JESÚS ES BAJADO DE LA CRUZ

Y PUESTO EN LOS BRAZOS DE SU MADRE

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Para que los cadáveres no quedaran en la cruz al día siguiente, que era un sábado muy solemne

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para los judíos, éstos rogaron a Pilatos que les quebraran las piernas y los retiraran; los soldados sólo quebraron las piernas de los otros dos, y a Jesús, que ya había muerto, uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza. Después, José de Arimatea y Nicodemo, discípulos de Jesús, obtenido el permiso de Pilatos y ayudados por sus criados o por otros discípulos del Maestro, se acercaron a la cruz, desclavaron cuidadosa y reverentemente los clavos de las manos y los pies y con todo miramiento lo descolgaron. Al pie de la cruz estaba la Madre, que

recibió en sus brazos y puso en su regazo maternal el cuerpo sin vida de su Hijo.

Escena conmovedora, imagen de amor y de dolor, expresión de la piedad y ternura de una Madre que contempla, siente y llora las llegas de su Hijo martirizado. Una lanza había atravesado el

costado de Cristo, y la espada que anunciara Simeón acabó de atravesar el alma de la María.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su

santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Decimocuarta Estación

JESÚS ES SEPULTADO

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

José de Arimatea y Nicodemo tomaron luego el cuerpo de Jesús de los brazos de María y lo envolvieron en una sábana limpia que José había comprado. Cerca de allí tenía José un sepulcro nuevo que había cavado para sí mismo, y en él enterraron a Jesús. Mientras los varones procedían a la sepultura de Cristo, las santas mujeres que solían acompañarlo, y sin duda su Madre, estaban sentadas frente al sepulcro y observaban dónde y cómo quedaba colocado el cuerpo. Después, hicieron rodar una gran piedra hasta la entrada del sepulcro, y regresaron todos

a Jerusalén.

Con la sepultura de Jesús el corazón de su Madre quedaba sumido en tinieblas de tristeza y soledad. Pero en medio de esas tinieblas brillaba la esperanza cierta de que su Hijo resucitaría, como Él mismo había dicho. En todas las situaciones humanas que se asemejen al paso que ahora contemplamos, la fe en la resurrección es el consuelo más firme y profundo que podemos tener. Cristo ha convertido en lugar de mera transición la muerte y el sepulcro, y cuanto

simbolizan.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

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Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su

santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Decimoquinta Estación

JESÚS RESUCITA DE ENTRE LOS MUERTOS

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Pasado el sábado, María Magdalena y otras piadosas mujeres fueron muy de madrugada al sepulcro. Llegadas allí observaron que la piedra había sido removida. Entraron en el sepulcro y no hallaron el cuerpo del Señor, pero vieron a un ángel que les dijo: «Buscáis a Jesús de Nazaret, el Crucificado; ha resucitado, no está aquí». Poco después llegaron Pedro y Juan, que comprobaron lo que les habían dicho las mujeres. Pronto comenzaron las apariciones de Jesús resucitado: la primera, sin duda, a su Madre; luego, a la Magdalena, a Simón Pedro, a los discípulos de Emaús, al grupo de los apóstoles reunidos, etc., y así durante cuarenta días. Nadie presenció el momento de la resurrección, pero fueron muchos los que, siendo testigos presenciales de la muerte y

sepultura del Señor, después lo vieron y trataron resucitado.

En los planes salvíficos de Dios, la pasión y muerte de Jesús no tenían como meta y destino el sepulcro, sino la resurrección, en la que definitivamente la vida vence a la muerte, la gracia al pecado, el amor al odio. Como enseña San Pablo, la resurrección de Cristo es nuestra resurrección, y si hemos resucitado con Cristo hemos de vivir según la nueva condición de hijos

de Dios que hemos recibido en el bautismo.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su

santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Oremos: Señor Jesucristo, tú nos has concedido acompañarte, con María tu Madre, en los

misterios de tu pasión, muerte y sepultura, para que te acompañemos también en tu resurrección; concédenos caminar contigo por los nuevos caminos del amor y de la paz que nos has enseñado.

Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén

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Extraído de www.franciscanos.org

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Regulaciones actuales sobre las indulgencias

Publicadas en el Enchiridion Indulgentiarum Normae et Concessiones,

Mayo de 1986, Librería Editrice Vaticana

Se concede indulgencia plenaria a los fieles cristianos que devotamente hacen las Estaciones de la Cruz.

El ejercicio devoto de las Estaciones de la Cruz ayuda a renovar nuestro recuerdo de los sufrimientos de Cristo en su camino desde el praetorium de Pilato,

donde fue condenado a muerte, hasta el Monte Calvario, donde por nuestra

salvación murió en la cruz.

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Las normas para obtener estas indulgencias plenarias son:

1. Deben hacerse ante Estaciones de la Cruz erigidas según la ley.

2. Deben haber catorce cruces. Para ayudar en la devoción estas cruces están normalmente adjuntas a catorce imágenes o tablas representando las estaciones

de Jerusalén.

3. Las Estaciones consisten en catorce piadosas lecturas con oraciones vocales. Pero para hacer estos ejercicios solo se requiere que se medite devotamente la pasión y muerte del Señor. No se requiere la meditación de cada misterio de las

estaciones.

4. El movimiento de una Estación a la otra. Si no es posible a todos los presente hacer este movimiento sin causar desorden al hacerse las Estaciones públicamente, es suficiente que la persona que lo dirige se mueva de Estación a

Estación mientras los otros permanecen en su lugar.

5. Las personas que están legítimamente impedidas de satisfacer los requisitos anteriormente indicados, pueden obtener indulgencias si al menos pasan algún tiempo, por ejemplo, quince minutos en la lectura devota y la meditación de la

Pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo.

6. Otros ejercicios de devoción son equivalentes a las Estaciones de la Cruz, aun en cuanto a indulgencias, si éstos nos recuerdan la Pasión y muerte del Señor y

están aprobados por una autoridad competente. .

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LA MISA CRISMAL

Se llama Misa Crismal a la que celebra el obispo con todos los presbíteros y diáconos de su diócesis. La Misa Crismal es una de las principales manifestaciones de la plenitud sacerdotal del obispo, que ha de ser tenido como el gran sacerdote de su grey, y como signo de la unión estrecha de los presbíteros con él. En dicha misa se consagra el Santo Crisma y se bendicen los óleos de los catecúmenos y de los enfermos. Esta solemne liturgia se ha convertido en ocasión para reunir a todo el presbiterio alrededor de su obispo y hacer de la celebración una fiesta del sacerdocio.

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El origen de la bendición de los santos óleos y del sagrado crisma procede de ambiente romano, aunque el rito tenga huella galicana. Parece ser que hasta el final del siglo VII, la bendición de los óleos se hacía durante la Cuaresma, y no el Jueves Santo. Haberla fijado en este día no se debe al hecho de que el Jueves Santo sea el día de la institución de la eucaristía, sino sobre todo a una razón práctica: poder disponer de los santos óleos, sobre todo del óleo de los catecúmenos y del Santo Crisma, para la celebración de los sacramentos de la iniciación cristiana durante la Vigilia Pascual. Sin embargo, no se debe olvidar que este motivo de utilidad no resta nada a la teología de los sacramentos, que los ve a todos unidos a la eucaristía .

La palabra crisma proviene de latín chrisma, que significa unción. Así se llama

ahora al aceite y bálsamo mezclados que el obispo consagra en esta misa, que en la archidiócesis de Sevilla se realiza el Martes Santo por la mañana, por razones de conveniencia pastoral, aunque su día propio es el Jueves Santo por la mañana, tal como el Misal dispone. Con esos óleos serán ungidos los nuevos bautizados y se signará a los que reciben el sacramento de la Confirmación. También son ungidos los obispos y los sacerdotes en el día de su ordenación sacramental. Así pues, el Santo Crisma, es decir el óleo perfumado que representa al mismo

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Espíritu Santo, nos es dado junto con sus carismas el día de nuestro bautizo y de nuestra confirmación y en la ordenación de los sacerdotes y obispos. La liturgia cristiana ha aceptado el uso del Antiguo Testamento, en el que eran

ungidos con el óleo de la consagración los reyes, sacerdotes y profetas, ya que ellos prefiguraban a Cristo, cuyo nombre significa "el ungido del Señor". Con el óleo de los catecúmenos se extiende el efecto de los exorcismos, pues los bautizados se vigorizan, reciben la fuerza divina del Espíritu Santo, para que puedan renunciar al mal, antes de que renazcan de la fuente de la vida en el bautizo. El óleo de los enfermos, cuyo uso atestigua el apóstol Santiago, remedia las dolencias de alma y cuerpo de los enfermos, para que puedan soportar y vencer con fortaleza el mal y conseguir el perdón de los pecados. El aceite simboliza el vigor y la fuerza del Espíritu Santo. Con este óleo el Espíritu Santo vivifica y transforma nuestra enfermedad y nuestra muerte en sacrificio salvador como el de Jesús. La materia apta para el sacramento debe ser aceite de oliva u otro aceite sacado de plantas. El crisma se hace con óleo y aromas o materia olorosa. Su

consagración es competencia exclusiva del obispo. Es conveniente recordar que no es lo mismo el Santo Crisma (que se utiliza en el Bautismo y en la Confirmación y es consagrado) que el óleo de los catecúmenos y de los enfermos (que solo es bendecido y puede serlo por otros ministros en algunos casos). El rito de esta misa, que debe ser siempre concelebrada, incluye la renovación de las promesas sacerdotales, tras la homilía. No se dice el Credo. Tras la renovación de las promesas sacerdotales se llevan en procesión los óleos al altar donde el obispo los puede preparar, si no lo están ya. En último lugar se lleva el Santo Crisma, portado por un diácono o un presbítero. Tras ellos se acercan al altar los portadores del pan, el vino y el agua para la eucaristía. Mientras avanza la procesión se entona el O Redémptor u otro canto apropiado. El obispo recibe los óleos. La misa prosigue como una misa concelebrada normal. Tras el Santus se bendicen el óleo de los enfermos y tras la oración después de la comunión se bendice el óleo de los catecúmenos y se consagra el Santo Crisma. También todos estos ritos se pueden hacer tras la Oración de los Fieles. En la procesión de salida, los óleos serán llevados inmediatamente después de la Cruz, mientras se cantan estrofas del O Redémptor u otro canto apropiado. /la-liturgia.blogspot.com.ar