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bibl ioteca abier taco l e c c i ón gene r a l soc io log ía

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Autobiografía intelectual:

elaboración de una teoría del sistema social

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Autobiografía intelectual: elaboración de una teoría del sistema social

Talcott Parsons

La traducción teórica y la obra de Parsons como deutero-aprendizaje

Gabriel Restrepo

Universidad Nacional de Colombia

Facultad de Ciencias Humanas / Departamento de Sociología

Bogotá D. C.

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c ata l o g ac i ó n e n l a p u b l i c ac i ó n u n i v e r s i da d n ac i o n a l d e c o l o m b i a

Parsons, Talcott, 1902-1979 Autobiografía intelectual: elaboración de una teoría del sistema social / Talcott Parsons; tr. Gabriel Restrepo. -- 2.ª ed. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia. Facultad de Ciencias Humanas, 2009 172 p. – (Biblioteca Abierta. Sociología)

Incluye referencias bibliográficas. isbn: 978-958-719-358-9

1. Parsons, Talcott, 1902-1979 - Biografías 2. Autobiografías 3. Sociología – Teorías 4. Historia de la sociología 5. Evolución social i. Restrepo F., Gabriel, 1946-, tr. II. Tít. III. Ser.

CDD-21 301.092 / 2009

Autobiografía intelectual:

elaboración de una teoría del sistema social

Título original: On Building Social System Theory:

A Personal History, 1970

Colección General

Biblioteca Abierta, Serie Sociología

Universidad Nacional de Colombia

Facultad de Ciencias Humanas

Departamento de Sociología

© 2009, Traductor

Gabriel Restrepo

© 2009, Universidad Nacional de Colombia

Cuarta Edición

Bogotá D. C., noviembre del 2009

Para esta cuarta edición, el traductor revisó y actualizó

el texto y las referencias bibliográficas.

Primera edición, Tercer Mundo Editores: diciembre de 1978

Segunda edición, Tercer Mundo Editores: abril de 1982

Tercera edición, Tercer Mundo Editores: junio de 1986

Preparación editorial

Centro Editorial, Facultad de Ciencias Humanas

Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá

ed. 205, of. 222, tel: 3165000 ext. 16208

e-mail: [email protected]

Impreso en Colombia por Corcas Editores

Excepto que se establezca de otra forma, el contenido de este libro cuenta con una licencia Creative Commons

“reconocimiento, no comercial y sin obras derivadas” Colombia 2.5, que puede consultarse en http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.5/co/

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Contenido

Introducción

Primera parte

talcot t ParsonsAutobiografía intelectual: elaboración de una teoría del sistema social 11

Segunda parte

Gabriel restrep oLa traducción teórica y la obra de Parsons como deutero-aprendizaje 79

Apéndice bibliográfico

gabriel restrep omauricio gómez nieto

Bibliografía de Talcott Parsons en inglés (1928-1979) 131

gonzalo catañoBibliografía de Talcott Parsons en español (1965-1977) 151

gabriel restrep omauricio gómez nieto

Selección de obras sobre Talcott Parsons 157

Índice de materias 163

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Introducción

La traducción y asimilación de Parsons

en el Departamento de Sociología de la

Universidad Nacional de Colombia

La publicación de esta obra ya clásica del sociólogo nor-teamericano Talcott Parsons por la Universidad Nacional de Co-lombia se inscribe en el horizonte de cuatro conmemoraciones: los treinta años de la muerte de este gran teórico del sistema social (1979-2009), los cincuenta años de la sociología colombiana (1959-2009), los cuarenta años de la reforma del Departamento de Sociología de la Universidad Nacional de Colombia (1969-2009) y, como gran trasfondo de estas, la vecindad del Bicentenario del inicio de la Independencia de Colombia (1810-2010).

La mención de la gran efeméride correspondiente al Bicen-tenario no es irrelevante. La independencia política y militar (1819-2019) fue precedida por una búsqueda de la autonomía del pensamiento, la educación y la cultura, presente en la Expedición Botánica, en la traducción de los Derechos Humanos por parte de Antonio Nariño y en la vida y obra de Francisco José de Caldas.

Con aquel trasfondo, la sociología se propuso forjar un pensa-miento pertinente y relevante para comprender el Estado nacional a lo largo de la vida republicana, aun antes de constituirse como pro-fesión. En esa perspectiva se pueden mencionar algunos hitos deci-sivos: la temprana asimilación de la obra de Alexis de Tocqueville

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por parte de Florentino González1, lo que determinó el giro hacia la descentralización, acentuada en la era del radicalismo (1863-1886); y la obra de Manuel Ancízar, Peregrinación de Alpha2, publicada en 1852, que fundó un pensamiento social casi etnográfico, moldeado en el marco de la tradición de la Expedición Botánica y de la ex-periencia de la Comisión Corográfica (1850-1859) —de la cual fue secretario Manuel Ancízar, fundador de la Universidad Nacional de Colombia (1867)—.

Luego, la controversia entre el radical Salvador Camacho Roldán y el regenerador Rafael Núñez en torno a la sociología en 1882 definió más de un siglo de organización constitucional e ideo-lógica de las relaciones entre el Estado y la Nación, a favor del cen-tralismo dominante desde la Constitución de 1886 a la de 1991.

Libros e investigaciones producidas por Luis Eduardo López de Mesa desde la medicina, Alejandro López desde la ingeniería, Antonio García Nossa desde la economía y algunos otros desde el Derecho, sirvieron de preámbulo en la primera mitad del siglo XX al surgi-miento de la sociología como profesión y precisaron temas y métodos decisivos para crear un pensamiento social apropiado. Igualmente la labor de la Escuela Normal Superior (1933-1952) fue de enorme impor-tancia para el pensamiento teórico de las ciencias sociales.

La sociología surgió como profesión en 1959, en el ámbito po-lítico de los inicios del Frente Nacional, una experiencia institu-cional diseñada en principio a la superación de la violencia, fallida luego. Se asoció entonces el saber social con la producción de un conocimiento que sirviera a los propósitos de la planeación, la iden-tificación y solución de problemas sociales graves generados por la violencia y la urbanización, y la comprensión del cambio social.

En 1959 se fundaron tres departamentos de sociología, dos de ellos en universidades confesionales: la Javeriana de Bogotá y la Pontificia Bolivariana de Medellín, y la tercera en la Universidad Nacional de Colombia en Bogotá. En las dos primeras fue decisiva

1 Florentino González, Elementos de ciencia administrativa. Bogotá: Imprenta Cualla, 1840.

2 Manuel Ancízar, Peregrinación de Alpha. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2007.

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la figura de María Cristina Salazar, bisnieta de Salvador Camacho Roldán, vinculada luego al Departamento de Sociología de la Uni-versidad Nacional, con cuyo fundador, Orlando Fals Borda estable-cería alianza matrimonial.

Desde su comienzo, la sociología académica colombiana aspiró a lograr un conocimiento apropiado, fundado a su vez en una apertura universal. De la primera etapa del Departamento de Socio-logía (1959-1969) formaron parte profesores de Estados Unidos, In-glaterra, Francia, Alemania y distintos países de América Latina.

Cambios múltiples determinaron que en 1969 fuera inevitable una reforma de fondo en la organización de los estudios de so-ciología. Se planteó entonces el ideal de construir una sociología científica, nacional y política. Lo científico aludía al imperativo de asimilar de modo relevante la teoría sociológica mundial mediante el estudio de los clásicos, antiguos y nuevos. Lo nacional apuntaba a construir a partir de la crítica teórica y de la investigación em-pírica un conocimiento pertinente. Y lo político apuntaba a que la sociología en su teoría y en su práctica incidiera en la reconfi-guración de las relaciones entre el Estado y la Nación. Y es en este nuevo espíritu que la obra de Parsons se estudia, como uno de los autores claves del patrimonio teórico de la sociología

En 1970, Orlando Fals Borda, el fundador de la sociología moderna colombiana, publicó su libro Ciencia propia y neocolo-nialismo cultural3, en el cual abogaba por una sociología compro-metida con la transformación a fondo del estado y de la sociedad colombiana. Lo que parecía entonces una escisión de la sociología, a la postre resultó ser una diferencia de estrategias y de acentos para construir una teoría crítica en Colombia que han terminado por enriquecer el patrimonio de la sociología. Orlando Fals Borda escogió el camino de la investigación regional por fuera de la aca-demia, del cual derivarían la «investigación acción participativa» y sus propuestas de cambio en el reordenamiento territorial de Colombia. La sociología académica seguiría su propio curso ins-titucional de avance en la apropiación de la teoría, la investigación

3 Orlando Fals Borda, Ciencia propia y neocolonialismo cultural. Los nuevos rumbos. Bogotá: Carlos Valencia Editores, 1987.

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empírica en antiguas y nuevas líneas y a través de sus profesores y egresados buscaría la incidencia en la comprensión y cambio de las políticas del estado y la intelección de los distintos problemas sociales propios de la complejidad nacional.

Unos y otros lograrían contribuir a delinear las directrices fun-damentales de lo que sería la Constitución de 1991. Los principios de una nación pluriétnica y multicultural, la descentralización, el estado social de derecho y la búsqueda de la paz que figuran desde entonces como pilares, deben no poco a la participación de soció-logos y sociólogas. Del mismo modo, dimensiones sociales cru-ciales como la política indígena, la política cultural, la política de ciencia y tecnología, la planeación en todos los niveles, las cuentas sociales, la escuela nueva, la acción comunal, la participación de la comunidad en los procesos de desarrollo, la organización de movi-mientos sociales, obedecen a la acción pública o privada de genera-ciones de profesionales de la sociología.

Desde la reforma de 1969, la apropiación de los clásicos de la sociología se propuso como una meta posible y razonable. La tra-ducción y publicación de la Autobiografía intelectual de Talcott Parsons por Gabriel Restrepo en 1978 obedecía al plan trazado en 1969 por el profesor Darío Mesa. La segunda edición, publicada ahora por la Universidad Nacional, ampliada con un estudio crítico de Parsons por parte del profesor Restrepo y con una nueva biblio-grafía, da fe de la constancia en la misión propuesta. Se inscribe, además, como material de consulta primaria para el seminario in-ternacional organizado en memoria del teórico norteamericano, a treinta años de su muerte, seminario de indudable importancia porque reúne a los más destacados sociólogos del mundo ibero-americano en una suerte de balance de la apropiación de una teoría que sin duda ha sido una de las más influyente en el siglo XX.

El mismo Talcott Parsons expone en un pasaje de su Autobio-grafía intelectual la importancia de la confrontación directa con los pensadores clásicos:

Retrospectivamente, me parece que esta experiencia (un semi-nario intensivo en torno a la Crítica de la Razón Pura de Kant) fue un entrenamiento especialmente importante para mi trabajo futuro,

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aun si prescindo de la influencia objetiva de Kant. Fue consolidada por un seminario y un examen oral sobre el mismo libro, bajo la di-rección de Karl Jaspers en Heidelberg, en 1926. La importancia radica en que emprendí el estudio detallado y reiterado de un gran libro, producto de una gran inteligencia, tal punto que alcancé un cierto nivel de apreciación de la naturaleza de su contribución y no quedé satisfecho con la miríada de comentarios corrientes más bien super-ficiales. Esta experiencia me mantuvo en buena tensión para trabajar con las contribuciones de mis propios autores, y llegar a lo que creo fue un alto nivel de comprensión frente a muchas interpretaciones distorsionadas, corrientes en la literatura secundaria, algunas de las cuales eran ampliamente aceptadas. Luego de la conferencia que llevó a cabo en Pugwash, en 1967, I. I. Rabi me comentó sobre la im-portancia del contacto con las obras de los que él llamaba «mayores talentos». Hablaba de su fortuna cuando, en sus días de estudiante y recién graduado, pudo trabajar en los laboratorios de Pauli y Bohr; no he tenido yo maestro vivo de tal calibre, con la posible excepción de Jaspers, pero tuve muchos buenos maestros, apreciados como tales, y fui capaz de evolucionar por mi cuenta mediante el estudio intensivo de los escritos de los grandes pensadores. El seminario sobre Kant fue la primera introducción en esa experiencia. (p. 16, n. 10)

Es el camino que nosotros también hemos seguido. Este libro se suma, además, al ya publicado como resultado de seminarios en torno a Durkheim4, y el próximo a publicarse sobre Simmel, lo cual indica que continuamos de modo consistente en la senda de la apropiación del pensamiento sociológico mundial.

El Departamento de Sociología de la Universidad Nacional de Colombia y la sociología colombiana en su conjunto cumplen medio siglo de existencia justo en la víspera de los bicentenarios de la in-dependencia. Como en toda América Latina, esta rememoración se entronca en la convicción de la necesidad de repensar las relaciones entre el estado y la nación. Si la primera independencia fue ante todo la puesta en escena del coraje de ensayar un pensamiento propio, la

4 Clemencia Tejeiro Sarmiento (editora). Émile Durkheim: entre su tiempo y el nuestro. Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2009.

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coyuntura que se avecina impone un nuevo pensamiento que sirva de faro a nuevas configuraciones políticas, sociales y culturales que contribuyan a fortalecer el proyecto de Nación.

Víctor Reyes MorrisDirector del Departamento de SociologíaUniversidad Nacional de Colombia

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Primera parte

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Autobiografía intelectual: elaboración de una teoría

del sistema social*

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Talcott Parsons

Traducción de Gabriel Restrepo

La revista ha pedido a sus colaboradores que escriban su autobiografía en tono informal; de esa manera me referiré a la evolución de la teoría del sistema social, aporte al análisis teórico general de los fenómenos de la acción humana, con especial acento en sus aspectos sociales. Este resultado, difícilmente imaginable en personas más inclinadas a la especialización, es síntesis de ele-mentos que provienen de muy diversas fuentes.

Tal vez estaba destinado a tomar este camino debido a la edu-cación heterodoxa que recibí. Bajo la influencia de mi hermano mayor, orientado hacia la medicina, intenté dedicarme a la bio-logía como estudiante de Amherst, para seguir luego un posgrado en esa área o para dar el paso a la medicina; pero mientras hacía mi tercer año en 1923 me convertí a la ciencia social atraído espe-cialmente por Walton Hamilton, «economista institucional» hete-rodoxo. Todos mis planes de especialización se deshicieron luego,

* Talcott Parsons, «On Building Social System Theory: A Personal History». Daedalus, 99 (4), 1970 (otoño), 826-881.

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Talcott Parsons

debido a la renuncia de Alexander Meiklejohn a la presidencia de la institución: los profesores de los cursos que yo había elegido no se presentarían en el otoño siguiente, de modo que me vi forzado a inscribirme en cursos de biología, filosofía (uno sobre la Crítica de la razón pura) y otros de literatura inglesa.

Desde un comienzo me había propuesto seguir estudios de posgrado. La sociología me atraía vagamente, pero no sus pro-gramas regulares de posgrado en Norteamérica, que, por cierto, no conocía muy bien. Cuando un tío se ofreció a financiarme un año de estudio en el exterior, elegí la London School of Economics, pensando en Hobhouse, Tawney y Harold Laski que me llamaban la atención de modo particular. Una vez allí conocí a Malinowski, el antropólogo social, quien ejerció una influencia más decisiva.

No siendo candidato para optar a título en Londres y sin planes específicos, decidí aceptar la oferta de una beca en Alemania para la que había sido recomendado por Otto Manthey-Zorn, colega de un seminario sobre filosofía alemana en Amherst que también contribuyó mucho para mi nombramiento posterior como ins-tructor de economía en Amherst. Me asignaron a Heidelberg sin que yo tuviera nada que ver en la escogencia; ello me ubicó donde era enorme la influencia de Max Weber, muerto cinco años antes. Es significativo que no haya oído mencionar el nombre de Weber en Amherst o Londres.

La obra de Max Weber, en especial su libro La ética protestante y el espíritu del capitalismo1, que traduje poco tiempo después, me produjo un impacto fuerte e inmediato. Al viajar a Heidelberg no tenía intención de obtener título, pero supe allí que podía lograrlo con créditos de tres semestres, exámenes orales y la disertación que hice bajo la dirección de Edgar Salin (luego en Basilea) sobre «El concepto de capitalismo en la literatura alemana reciente». En ella partí de una discusión sobre Karl Marx, me referí luego a figuras menos importantes como Lujo Brentano y, por último, me dediqué a Werner Sombart, autor de la extensa obra Der moderne Kapita-

1 Max Weber, The Protestant Ethics and the Spirit of Capitalism. Londres: Alles and Unwin, 1930.

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lismus2, y a Max Weber. En este trabajo se definieron dos ejes prin-cipales de mis futuros intereses intelectuales: el primero, la naturaleza del capitalismo como sistema socioeconómico; el se-gundo, la obra de Max Weber como teórico social.

Durante el año de enseñanza en Amherst disponía de mucho tiempo para buena parte del trabajo sobre la disertación. Fui com-prendiendo, poco a poco, que mi objetivo consistiría en examinar a fondo las relaciones entre la economía y la teoría sociológica. Me fueron de mucho provecho las discusiones con Richard Meriam, vin-culado como jefe del Departamento de Economía después de mi grado. Aunque yo había estudiado la teoría económica como asignatura para el examen de Heidelberg, Meriam demostró que mi conocimiento era insuficiente y me decidí, por ello, a llenar ese vacío. Desistí de postu-larme a un Ph. D. norteamericano, más reputado que un doctorado alemán en filosofía. Meriam me recomendó Harvard y me arregló un nombramiento como instructor para el otoño de 1927.

Allyn Young, la persona más importante quizás para lo que tenía en mente, acababa de viajar a Inglaterra, pero tuve la fortuna de establecer contacto con economistas de la talla de F. W. Taussig, T. N. Carver, W. Z. Ripley y Joseph Schumpeter (entonces profesor visitante, luego vinculado a Harvard de forma permanente). Edwin Gay, historiador económico, estaba muy familiarizado con la for-mación alemana y simpatizaba con mis inquietudes.

Meriam tenía plena razón en sostener que sería superior el co-nocimiento de la teoría económica adquirido en Harvard que el ofrecido en Heidelberg. Poco a poco comprendía con más claridad que la teoría económica podía concebirse como parte de una matriz teórica que abarcaba también la teoría sociológica. Escribí esta conclusión en artículos que publicó amablemente Taussig en la re-vista que entonces dirigía: Quarterly Journal of Economics3.

2 Werner Sombart, Der moderne Kapitalismus (2.ª ed.), tres volúmenes. Leipzig: Duncker and Humboldt, 1916.

3 Talcott Parsons, «Sociological Elements in Economic Thought, I». Quarterly Journal of Economics, 49, 1935, 414-453. Talcott Parsons, «Sociological Elements in Economic Thought, II». Quarterly Journal of Economics, 49, 1935, 645-667.

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Más importante fue la decisión de explorar el tema en la obra de Alfred Marshall (en ese tiempo influencia dominante en teoría económica), con el fin de extraer la sociología implícita y establecer el nexo con su teoría estrictamente económica. Los resultados, pu-blicados en 1931 y 1932, lograron fijar el primer estadio de una orien-tación teórica que iba más allá de lo alcanzado por mis profesores en la relación de las estructuras teóricas de las dos disciplinas4.

El contacto con Schumpeter fue muy útil para poner los ci-mientos de este desarrollo. Schumpeter limitaba con precisión el ámbito de la teoría económica, a diferencia de Marshall que se había negado a trazar fronteras definidas. Importante fue también el conocimiento de la obra de Wilfredo Pareto que logré por propio esfuerzo y a través de Henderson. Teórico eminente de la economía dentro de la misma tradición de Schumpeter, Pareto había for-mulado, sin embargo, un sistema de teoría económica más amplio que, a su modo de ver, comprendía también la teoría económica ri-gurosamente delimitada5. Con Pareto y Schumpeter como puntos críticos de referencia era posible distinguir los componentes eco-nómicos y sociológicos del pensamiento de Marshall.

De allí surgió gradualmente la idea de incorporar a Weber y Durkheim en el estudio de ese grupo de «autores europeos contem-poráneos» al lado de Marshall y Pareto, tratados ya en una mono-grafía escrita poco después de concluir el estudio de Marshall6. La concepción de Weber sobre la naturaleza del capitalismo moderno y sobre la ética del protestantismo ascético, eje de mi disertación,

4 Talcott Parsons, «Wants and Activities in Marshall». Quarterly Journal of Economics, 46, 1931, 101-140. Talcott Parsons, «Economics and Sociology: Marshall in Relation to the Thought of His Time». Quarterly Journal of Economics, 46, 1932, 316-347.

5 Pareto dio el siguiente título a la edición francesa de su libro: Traité de Sociologie Générale (la italiana se llamaba Trattato...). Siempre me ha parecido desafortunado que la versión inglesa, publicada años después de la aparición de mi obra, se titulara: The Mind and Society.

6 Este trabajo no fue publicado como tal, pero su principal contenido se incluyó, muy revisado, en los tres capítulos sobre Pareto comprendidos en The Structure of Social Action. New York: McGraw-Hill, 1937.

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proporcionaba el fundamento suficiente para ensayar la demos-tración de «convergencia» entre Marshall, Pareto y Weber.

Era necesario incluir a Durkheim, pero esa tarea presentaba mayores dificultades porque, por una parte, poco se había ocupado él de la economía como disciplina técnica y, por otra, yo no había tenido un guía de Durkheim comparable a los que en Heidelberg me introdujeron a Weber; comparable a Taussig o Schumpeter, que me incitaron al estudio de Marshall; o a Henderson y Schumpeter, que me indicaron la vía de Pareto. Peor aún era que lo enseñado por Ginsberg y Malinowski en Londres no digo que fuera de poco provecho, sino que desorientaba mucho. Se hacía necesario depurar, pero la clave se encontraba en la primera de las grandes obras de Durkheim, La división del trabajo social (1893)7, que como cosa curiosa solo se mencionaba por azar en la literatura secundaria de lengua inglesa. El estudio cuidadoso del libro demostró que su con-tenido podía relacionarse directamente con el análisis weberiano del capitalismo y este, a su vez, con la concepción sobre la libre em-presa de Marshall, de modo que la teoría aprehendía el componente sociológico, no el económico, de las obras de Pareto, de Weber y, en menor escala, de Marshall. El nudo conceptual se centraba en el marco institucional de la propiedad, del contrato en particular, que no corresponde a la «dinámica» de la actividad económica como tal, pero que abre un campo teórico para la investigación específica-mente sociológica.

Una primera síntesis compleja

Resultado de esta densa serie de estudios fue el libro La es-tructura de la acción social8, publicado en 1937; casi dos años antes había concluido el borrador que sometí a revisión sustancial. Pri-meramente, expuse las ideas de los autores sobre el moderno orden

7 Émile Durkheim, The Division of Labor in Society (G. Simpson, trad.). New York: Free Press, [1893] 1964.

8 La primera parte de lo que era realmente este libro versaba sobre la obra empírica inicial de Durkheim y consideraba La división del trabajo y el estudio subsiguiente, muy famoso, El suicidio («Capítulo VIII» de La estructura de la acción social).

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socioeconómico, el capitalismo y la libre empresa, y, luego, el marco teórico que subyacía a esas ideas e interpretaciones. Me propuse demostrar principalmente que los cuatro autores, entre otros, habían confluido en esencia en un esquema conceptual único. En el medio intelectual no era corriente, en absoluto, la interpretación: yo mismo me sorprendía a medida que hilvanaba el argumento9.

Para llegar a esta conclusión acudí a tres fuentes: una, por supuesto, el estudio cuidadoso de la extensa gama de textos rele-vantes y de literatura secundaria, esta última, en su mayor parte, poco menos que inútil. Otra, la elaboración de un esquema teórico adecuado a la exégesis de estos materiales; y, finalmente, y en sín-tesis, una especie de filosofía de la ciencia, de la cual debo decir algo.

Antes de los años veinte, cuando estos problemas cobraron im-portancia para mí, era norma que cualquier persona con elevadas metas intelectuales sustentara su propia posición sobre la naturaleza y el papel de la teoría y sobre el carácter del conocimiento empírico. A ello me llevaron los cursos que tomé en ciencias particulares como la biología y, por otra parte, la filosofía centrada específicamente en la Crítica de la razón pura en el seminario en que participé10.

9 Por ejemplo Sorokin, cuyo libro Contemporary Sociological Theories era el manual generalmente más usado en la sociología, trataba a Pareto, Durkheim y Weber como pertenecientes a escuelas enteramente diferentes, y no mencionaba ninguna relación entre ellos. Marshall no era examinado porque era reputado como economista, no como sociólogo.

10 Retrospectivamente, me parece que esta experiencia fue un entrenamiento especialmente importante para mi trabajo futuro, aun si prescindo de la influencia objetiva de Kant. Fue consolidada por un seminario y un examen oral sobre el mismo libro, bajo la dirección de Karl Jaspers en Heidelberg, en 1926. La importancia radica en que emprendí el estudio detallado y reiterado de un gran libro, producto de una gran inteligencia, a tal punto que alcancé un cierto nivel de apreciación de la naturaleza de su contribución y no quedé satisfecho con la miríada de comentarios corrientes más bien superficiales. Esta experiencia me mantuvo en buena tensión para trabajar con las contribuciones de mis propios autores, y llegar a lo que creo fue un alto nivel de comprensión frente a muchas interpretaciones distorsionadas, corrientes en la literatura secundaria, algunas de las cuales eran ampliamente aceptadas. Luego de la conferencia

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Heidelberg me llevó más allá, particularmente en el estudio de las disputas referentes a la Wissenschaftlehre de Weber y a toda la tra-dición histórica alemana: el carácter de la conceptualización teórica general en las ciencias sociales y culturales y el papel de la interpre-tación del sentido subjetivo en el análisis de la acción humana; en suma, lo que los alemanes piensan bajo el concepto Verstehen.

Al regresar a mi país dominaba de tal modo el conductismo, que quien creyera en la validez científica de la interpretación de es-tados subjetivos era tomado por ingenuo. Dominaba también la co-rriente del «empirismo», según la cual el conocimiento científico es reflejo total de la realidad externa y carece de validez o de sentido la instancia subjetiva de la «selección».

Weber había insistido en la inevitabilidad y validez cognos-citiva del proceso de selección de la información empírica. Hen-derson, por su parte, decía que «un hecho es una afirmación sobre la experiencia en términos de un esquema conceptual», así des-tacaba la importancia de la abstracción analítica11. Whitehead, a su vez, esclarecía esta directriz metodológica en su libro La ciencia y el mundo moderno12, cuando se refería a la «falacia de lo concreto mal puesto». Sobre estas bases estructuré lo que llamé «realismo analítico», por el cual se piensa que la teoría es inherentemente abstracta, aunque no «ficticia» en el sentido dado por Hans Vai-higer13. Esta posición era congruente con el método que seguían

que llevó a cabo en Pugwash, en 1967, I. I. Rabi me comentó sobre la importancia del contacto con las obras de los que él llamaba «mayores talentos». Hablaba de su fortuna cuando, en sus días de estudiante y recién graduado, pudo trabajar en los laboratorios de Pauli y Bohr; no he tenido yo maestro vivo de tal calibre, con la posible excepción de Jaspers, pero tuve muchos buenos maestros, apreciados como tales, y fui capaz de evolucionar por mi cuenta mediante el estudio intensivo de los escritos de los grandes pensadores. El seminario sobre Kant fue la primera introducción en esa experiencia.

11 Bernard Barber (ed.), L. J. Henderson on the Social System. Chicago: University of Chicago Press, 1970.

12 Alfred North Whitehead, Science and the Modern World. New York: MacMillan, 1926.

13 Hans Vaihiger, The Philosophy of «As If» (C. K. Ogden, trad.). New York: Barnes and Noble, 1952.

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Schumpeter y Pareto en el tratamiento de la teoría económica. Igualmente valiosas fueron algunas obras de James B. Conant sobre la naturaleza de la ciencia y el papel de la teoría.

A lo anterior se añadió el concepto de «sistema». Schumpeter y Whitehead figuran en el fundamento de la formación de ese concepto, pero pienso que su cristalización se debió ante todo a la influencia de Pareto y de Henderson. Este último nunca se cansó de señalar que la idea de sistema de la teoría mecánica era el modelo que Pareto ex-tendía a la economía y a la sociología. Por eso, Henderson afirmaba que la contribución más importante de Pareto a la sociología residía, quizás, en el concepto de «sistema social», conclusión que tomé tan seriamente que robé la expresión para dar título a uno de mis libros.

Henderson a su vez fundó en el sistema fisicoquímico, empa-rentándolo con los sistemas biológicos, su propio modelo original que explicó en su libro Pareto’s General Sociology14. Admiraba mucho a Claude Bernard y escribió un prólogo a la traducción in-glesa de su obra principal, La medicina experimental15, cuya idea central consistía en los problemas del «ambiente interno» y su esta-bilidad, conceptos afines a los formulados por W. B. Cannon sobre la estabilidad homeostática de los procesos fisiológicos y a los re-siduos de mis propios estudios de biología16.

Ya en estos primeros años se puso, por tanto, cierto funda-mento para pasar del concepto de sistema de la mecánica clásica o

14 Lawrence J. Henderson, Pareto’s General Sociology: A Physiologist’s Interpretation. Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1935.

15 Claude Bernard, An Introduction to the Study of Experimental Medicine (H. C. Green, trad.). New York: Daler, 1957.

16 Walter B. Cannon, The Wisdom of the Body. New York: Norton, 1932. En la discusión siguiente a la conferencia de Bellagio, donde presenté por primera vez este ensayo, se preguntó en qué medida fue seria mi relación con la biología. Me impresionó gratamente lo que dijo el profesor Curt Stern: «Permítaseme anotar algo sobre Amherst que no está al alcance de cualquiera. Allí la biología se enseñaba a un nivel muy avanzado, de posgrado, aunque no se otorgaban grados doctorales. Era gente muy distinguida, y probablemente su influencia fue mayor de lo que habria sido si el profesor Parsons hubiera ido a otro college con profesores buenos pero menos distinguidos».

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fisicoquímica, como lo explicaba Henderson, al de «sistemas vivos», esencial en la fase conocida como «estructural-funcional» que culmina en El sistema social17. Los pasos siguientes fueron dados con las conferencias periódicas sobre teoría de sistemas dirigidas por el doctor Roy Grinker, en Chicago, entre 1952 y 1957. Entre los diversos participantes cuyas ideas fueron importantes para mí, so-bresale el etólogo Alfred Emerson: lo que decía y escribía reforzaba vigorosamente mi predilección por el punto de vista homeostático de Cannon. Hablaba de tal forma que me predispuso vivamente en favor de las emergentes concepciones sobre control cibernético en sistemas vivos y otra clase de sistemas. Más tarde esta idea sería tema dominante de mi pensamiento.

Finalmente, Emerson estableció una concepción especial-mente fructífera que contribuyó mucho a reafirmar mi creencia en la continuidad fundamental entre sistemas vivos del mundo orgánico y sistemas del mundo sociocultural humano: la equiva-lencia funcional entre gen y «símbolo», que yo reformulé como equivalencia entre la constitución genética de la especie y del orga-nismo y la herencia cultural de los sistemas sociales18. En años más recientes esta perspectiva ha sido de cardinal importancia teórica.

Preocupaciones personales y profesionales

La estructura de la acción social señaló un momento deter-minante de mi carrera profesional; su mayor logro, la demos-tración de la convergencia entre los cuatro autores tratados, fue seguido de aclaración y desarrollos de mi propio pensamiento sobre la situación de la sociedad occidental, eje de la preocupación de aquellos. Designada como capitalismo o libre empresa, en el orden económico, y como democracia, en el político, la sociedad occidental se encontraba entonces en claro punto de crisis. La Re-volución rusa, con la emergencia del primer Estado socialista con-trolado por el partido comunista, había marcado mi pensamiento

17 Talcott Parsons, The Social System. New York: Free Press, 1951.18 Debe recordarse que los científicos sociales se veían forzados a emplear

mucho ingenio y energía en combatir un «reduccionismo» biológico ilegítimo y prematuro.

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en los días de estudiante. Los movimientos fascistas afectaron a mis amigos en Alemania. A menos de dos años de la publicación del libro comenzó la Segunda Guerra Mundial y, finalmente, vino la Gran Depresión con sus ramificaciones por todo el mundo.

Mis asuntos personales se definían por una creciente familia —tres niños nacidos entre 1930 y 1936— y por dificultades de po-sición profesional19. Aunque la situación no pueda compararse es-trictamente a la de hoy, era entonces anómalo que permaneciera durante nueve años como instructor, los primeros cuatro en el De-partamento de Economía, los últimos en el de Sociología, creado por entonces. Tuve la mala suerte de trabajar bajo la dirección de decanos poco simpáticos: el difunto H. H. Burbank, de Economía, y P. A. Sorokin, de Sociología. Mi promoción al cargo de profesor asistente se realizó en 1936, impulsada por E. F. Gay, E. B. Wilson y Henderson, no pertenecientes a Sociología, y no por Sorokin. Ya se conocía mi primer borrador de La estructura de la acción social.

Como profesor asistente no sabía aún si permanecería en Harvard. En el año crítico de 1937 se me propuso una buena oferta externa. Como Gay se había retirado a California el año anterior, me dirigí a Henderson, no a Sorokin, quien llevó el asunto directamente a Conant, presidente ad hoc del comité; este ofreció, por cierto con el asentimiento de Sorokin, que me promovería inmediatamente a lo que entonces se conocía como «segunda instancia» de la categoría de profesor asistente y prometió que me pasaría a profesor asociado dos años después; así decidí permanecer en Harvard.

Desde el punto de vista intelectual he indicado que gozaba de excelentes relaciones con Taussig, Schumpeter y Gay. La men-cionada crisis ocurrió poco después del término de una extraor-dinaria relación con Henderson, al que había conocido por su seminario sobre Pareto y en otras circunstancias antes que le fuera remitido para su concepto el manuscrito de mi libro. No se limitó a dar la respuesta formal, entró en contacto conmigo estimulado

19 Me casé en 1927 con Helen B. Walker, a quien había conocido como compañera de estudios en la London School of Economics. Ha trabajado en Harvard durante muchos años, recientemente en la administración del Russian Research Center.

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principalmente por mi discusión sobre Pareto y comenzamos una serie de reuniones en su casa que durarían tres meses, por dos horas en muchas ocasiones, dos veces a la semana. Leímos el ma-nuscrito párrafo por párrafo, principalmente las secciones dedi-cadas a Pareto y a Durkheim. Pasó rápidamente por encima de las referentes a Marshall y no comentó mis notas sobre Weber.

Fue esa una experiencia personal e intelectual fuera de lo común. Quienes lo conocieron recuerdan que era una persona for-midable que tendía a ser dogmático en asuntos políticos (era con-servador declarado) y en muchas cuestiones intelectuales, como lo indicaba su injusticia con los sociólogos, exceptuando un par20. Conocía mucho sobre ciencia, especialmente sobre filosofía de la ciencia y sobre la naturaleza de la teoría. Si yo me mantenía en mi punto de vista, no dejándome subordinar, podía apreciar a un pe-netrante y útil crítico de mis problemas intelectuales. Me beneficié mucho de esta especial relación y demoré un año en completar las revisiones inducidas por las discusiones21.

20 Era, por ejemplo, supremamente hostil al presidente Roosevelt, cuyas políticas generales yo apoyaba.

21 Valga una anotación sobre la creencia prevaleciente, entonces y ahora, en que la norma era «publica o desaparece», según la cual se debía publicar tanto como fuera posible. Debo decir que los miembros antiguos de la facultad de Harvard no me recomendaron tal cosa: consideraban necesario emplear tanto tiempo como fuera necesario para hacer un buen trabajo. Contribuía a ello, por supuesto, el hecho de que personas como Henderson, Gay y Wilson supieran lo que estaba haciendo. Debo mencionar también en el mismo sentido al difunto profesor A. D. Nock. Como sucede ante la mayoría de las personalidades formidables, había frente a Henderson una reacción de trasfondo; tenía una barba roja y era llamado a sus espaldas «Barbarroja». Mis sesiones con él se realizaban al atardecer; yo regresaba directamente a casa a contarle a mi esposa lo que «Barbarroja» había dicho; recuerdo lamentarme porque mis hijos aprendieron el nombre y se lo dijeron en alguna ocasión directamente a Henderson: «¿Es usted el Barbarroja del que habla mi padre?». Afortunadamente ha aparecido, entre el esbozo de este trabajo y su conclusión, el libro editado por Barber: L. J. Henderson on the Social System. Contiene la mayoría de los escritos sociológicos de Henderson, precedidos por una prolija introducción de Barber en la que narra con detalle la historia de la relación de Henderson con las ciencias sociales en Harvard y las diversas personas ligadas a él.

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Mantuve también importantes relaciones con compañeros y, luego, con estudiantes en aquellos tempranos años de Harvard. En el grupo de jóvenes miembros de la Facultad, reunido con frecuencia, figuraban Edward S. Mason, Seymour Harris, Edward Chamberlin y Karl Bigelow (por un tiempo) pertenecientes al Departamento de Economía; Carl J. Friedrich de Ciencia Política, y Crane Brinton de Historia. Con el paso a Sociología se me facilitó la proximidad con los Departamentos de Psicología y Antropología: comencé a tratarme con Gordon Allport, quien había regresado de Darmouth a Harvard, y con Henry Murray. En Antropología trabajaban dos contemporáneos importantes: W. Lloyd Warner —el primero— fue traído a Harvard por Elton Mayo (este había dirigido el estudio de la Western Electric bajo la guía de Henderson), para realizar un estudio de comunidad que posteriormente se denominó «Yankee City Series»; cuando salió para Chicago fue remplazado por Clyde Kluckhohn —el segundo—, joven antropólogo social independiente del grupo de Henderson, pero asociado eventualmente a él; era muy amigo de Murray. Con ellos y con Allport se hallaba presente el núcleo de los futuros promo-tores del experimento del Departamento de Relaciones Sociales.

Inicié a mediados de los años treinta una serie de relaciones in-telectuales con estudiantes graduados, algunos de los cuales ingre-sarían luego a la docencia: la más importante con Robert Merton, de la primera promoción de graduados en Sociología; le siguieron Kingsley Davis, John Riley, Mathilda Riley (no como estudiante), Robin Wi-lliams, Edward C. Debereux, Logan Wilson, Wilbert Moore, Florence Kluckhohn y Bernard Barber. Aunque yo era instructor, se formó con ellos un grupo informal de discusión sobre problemas de teoría socio-lógica que se reunía al atardecer en el estudio de mi casa.

Intereses teóricos luego

de La estructura de la acción social

Fue reconfortante acabar La estructura de la acción social, pero no advertía entonces cuán vasta sería su repercusión22. El

22 Se me perdonará que anote que fui extraordinariamente afortunado por haber publicado la primera edición del libro sin subsidio, por verlo

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esquema de trabajo teórico que me había permitido demostrar la tesis de la convergencia podía dar lugar a usos y desarrollos fu-turos, pero las alternativas que seguían eran diferentes. En la con-ferencia de Bellagio, donde presenté por primera vez esta historia personal, hubo considerable debate sobre mi negativa a identifi-carme como economista. La decisión estaba tomada ya en cierto sentido con el traslado del Departamento de Economía al nuevo de Sociología cuando estaba a punto de terminar La estructura de la acción social. A pesar de la amistad con Taussig, Gay y Schumpeter, no tenía ninguna perspectiva en el Departamento de Economía de Harvard, pero lo esencial es que no la quería. Ahora pienso que las razones centrales coincidían con la compenetración con el pen-samiento de Weber y luego con la obra de Durkheim: todavía no había entrado Freud en mi panorama. Aunque quería mantenerme en contacto con la economía, como lo he hecho luego, veía clara-mente que no quería ser economista en el mismo sentido en que Weber no lo había sido.

Un episodio interesante pudo adentrarme en terrenos de la economía. Luego de mi traslado formal a Sociología, Schumpeter organizó un pequeño grupo de discusión integrado por gente joven, estudiantes graduados en su mayoría, sobre la naturaleza de la racionalidad. Luego de unas pocas reuniones, me propuso que el grupo publicara un libro del cual él y yo fuésemos coeditores o coautores. Aunque no rechacé la propuesta de modo específico, al menos inmediatamente, reaccioné con frialdad y la dejé morir. No tengo absolutamente claros los motivos, pero creo que tienen que

reeditado en 1949, por The Free Press, y porque se ha vendido considerable y constantemente por más de treinta años luego de su publicación original, incluso en forma de libro de bolsillo. Debo mucho a Jeremiah Kaplan, quien era prácticamente The Free Press, por su imaginación al reeditar el libro en 1949 y complementarlo luego con una serie considerable de otras publicaciones mías. Sin Kaplan y su principal consejero, Edward Shils, la efervescencia de la posguerra en publicaciones sociológicas, de la que participé, quizás no se hubiera producido, o al menos no tan pronto.

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ver con la sensación de que necesitaba lograr una ruptura formal completa con la economía23.

Las profesiones y los dos aspectos

del problema de la racionalidad

Me decidí por el estudio de algunos aspectos del fenómeno social de las profesiones. El interés surgía de mis preocupaciones por la naturaleza de la moderna sociedad industrial y por el marco de referencia conceptual en términos del cual se había analizado. Empíricamente era casi obvio que las profesiones habían venido a ocupar una posición sobresaliente en la sociedad moderna, sin figurar en las alternativas ideológicas capitalistas o socialistas. El sector «privado sin ánimo de lucro» de la organización y actividad estructuradas ocupacionalmente, a diferencia del parentesco, por ejemplo, no aparece sin duda en las disputas ideológicas. Hoy se puede decir que las dos posiciones ideológicas se basaban en ver-siones de la «búsqueda racional del interés propio»: la versión del capitalismo fundada en el pensamiento utilitarista que subraya el interés del individuo por la satisfacción de sus necesidades; la versión socialista, apoyada en el interés de la colectividad en la maximización de la satisfacción del interés público, que proviene del pensamiento de Hobbes y Austin.

Bajo esta perspectiva decidí estudiar algunos aspectos de la práctica médica, motivado por buenas razones técnicas y, además, por motivos personales: la renuncia a la biología y a la medicina jugó un papel importante, pues la posición de un sociólogo estu-dioso de la práctica médica era una manera de satisfacer ambas inclinaciones. El grupo encabezado por Henderson y Mayo influyó

23 Arriba he indicado apenas que en los días de estudiante de pregrado tomé una decisión fundamental comparable, esto es, estudiar ciencia social en lugar de biología. Mi tránsito a la ciencia social, al principio como economista, se debió en mucho a mi padre, entonces profesor de pregrado y administrador como presidente del Marietta College en Ohio; había comenzado su carrera como ministro congregacional y estaba muy ligado al movimiento «social evangélico», importante entonces, y que tuvo mucho que ver, como ahora es claro, con los orígenes de la sociología en este país.

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también en la decisión. Henderson tuvo formación médica, fue nombrado inicialmente dentro de la escuela médica de Harvard, aunque nunca practicó; unió sus intereses sociológicos y médicos en un famoso ensayo: «Physician and Patient as a Social System»24, en el que formulaba una relación muy afín a la que yo perseguía. Era, pues, natural que buscara el consejo de Henderson y Mayo, como también el de Cannon, sobre mis planes de trabajo. Todos apoyaron la idea sobre la posible fecundidad del estudio. Aparte del examen de la bibliografía sobre el tema, me aproximé al pro-blema por medio de entrevistas y observación participante, po-sible esta última, en gran parte, por el carácter semipúblico de la práctica médica en los modernos hospitales. Equipado con bata blanca y con el legítimo título de doctor, aunque no en medicina, podía visitar las distintas secciones, observar operaciones, ir a los servicios de visitas domiciliarias del centro médico, etc. Dada la actual preocupación por los aspectos éticos de la investigación, hoy se tacharía quizás de antiética esta práctica que decepcionaba lige-ramente a los pacientes. Llevé a cabo una serie de entrevistas con buen número de médicos, escogidos de modo que representaran diferentes tipos de prácticas.

La decisión de estudiar la práctica médica tuvo un efecto cola-teral muy importante. Por esa época comenzaban a tomar fuerza en la élite intelectual de los médicos las ideas sobre relaciones psicoso-máticas; esto era especialmente evidente entre los internos del Hos-pital de Massachusetts donde empleé buena parte del tiempo. El psicoanálisis empezaba a influir considerablemente: Stanley Cobb, profesor de psiquiatría del mencionado hospital, había fundado re-cientemente el Instituto Psicoanalítico de Boston. El grupo enca-bezado por Henderson y Mayo estaba abierto a diversos movimientos intelectuales: admiraban a Pierre Janet y también a Jean Piaget.

Decisiva fue una conversación con Elton Mayo sobre mi in-terés por la práctica médica. Me preguntó a boca de jarro qué tan bien conocía la obra de Freud, a lo que me vi obligado a responder que solo de manera muy fragmentaria. Me aconsejó leer a Freud

24 Barber, 1970.

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exhaustivamente. Por fortuna disponía de mucho tiempo para seguir su consejo, gracias a una licencia como profesor asistente. Era muy tarde para refundir las implicaciones de las ideas de Freud en La estructura de la acción social; la experiencia fue una de las pocas cru-ciales en mi vida desde el punto de vista intelectual; con ella se allanó el camino para el entrenamiento psicoanalítico formal que realizaría aproximadamente diez años después en el nivel permitido.

El paradigma económico de la «búsqueda racional del interés propio» me sirvió como punto principal de partida para indagar ne-gativamente las diferencias de la profesión examinada con el modelo de orientación hacia el mercado característico de la economía clásica. No era difícil establecerlas: en el practicante individual se manifestaban en la relación de pago por servicio, de acuerdo con la situación del paciente, o sea, la denominada «escala oscilante», con-sistente en cuentas altas, para pacientes pudientes, y bajas o nulas, para pobres. En segundo lugar, en la objeción o rechazo a la romería de pacientes, es decir, a que estos prueben distintos médicos para formarse un juicio sobre el valor económico y no económico del servicio proporcionado. En años siguientes modifiqué sustancial-mente, con todo y diferencias, esta estrecha conexión de la relación profesional con el tipo ideal de la actividad comercial.

Las consecuencias teóricas más cardinales tenían que ver con el problema de la naturaleza de la racionalidad, hacia el que me orientaba mi propio trabajo y la relación con Schumpeter. Separé los aspectos económicos de los no económicos. En los factores no económicos había dos modos diferentes de considerar la raciona-lidad. Siempre me había inquietado precisar el vínculo entre el co-nocimiento científico racional y su aplicación en la acción. En mi tiempo de estudiante la medicina era el prototipo de ciencia con posibilidades de producir conocimiento potencialmente útil, apli-cable a la solución de problemas humanos críticos. La llamada «me-dicina científica», en pleno apogeo, me impresionó mucho a través de mi hermano, que se había formado en el Hospital John Hopkins. Esta directriz era congruente con el planteamiento más general del problema de la racionalidad establecido en La estructura de la

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acción social, particularmente con el concepto de «acción lógica» acuñado por Pareto.

Por otra parte, el interés por los asuntos psicosomáticos y por la enfermedad mental planteó numerosos interrogantes sobre el papel de la investigación y del análisis científico racional en la comprensión y control de los factores no racionales e irracionales de la acción humana individual y social, asunto este muy presente en los autores estudiados, a excepción de Marshall. El contacto intensivo con la obra de Freud perfeccionó este modo de considerar los factores no económicos y abrió nuevos horizontes relativos al peso de los ele-mentos no racionales y a los mecanismos de los procesos interactivos microsociales. El interés por este complejo de temas determinó pro-bablemente la frialdad frente a la propuesta de Schumpeter, hala-güeña como era para un estudiante joven e inseguro.

En este nuevo camino influían más directamente Clyde Kluckhohn y Henry Murray, a los que me asociaba cada vez más. Gordon Allport era, por el contrario, psicólogo de propensión raciona-lista. Estos dos aspectos del «complejo de racionalidad» se fusionaron en mi estudio sobre la práctica médica y contrastaban agudamente con la vieja dedicación a los aspectos económicos y políticos de la ra-cionalidad. Por otra parte, tenía profundo interés por el examen del papel de la religión en el análisis de la acción social, derivado proba-blemente de la trayectoria de mi familia y encauzado por el análisis weberiano de la ética protestante y los monumentales estudios sobre sociología comparativa de la religión.

Creo que estos tres ejes del «problema de la racionalidad» (cuatro, si se incluye la religión) han determinado la estructura de mis intereses teóricos desde aquella situación de encrucijada que fue la última parte de los años treinta. La primera oscilación se registró con el tránsito del complejo económico y político al so-ciológico y psicológico, al considerar entonces el problema de lo no racional a partir de Freud más que de Weber o de Pareto. En el transcurso de ese movimiento fui plenamente consciente de la importancia de la «racionalidad cognoscitiva», que constituía na-turalmente la base cultural del componente científico de la me-dicina. No obstante, para poder desarrollar intensamente este tema

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tendría que aguardar a lo que puede ser un caso de «retorno de lo reprimido»: al advenimiento reciente del interés por el estudio de la raíz de las profesiones.

Dentro del contexto sociopsicológico de la práctica médica, estudié algunos fenómenos del «arte de la medicina» (así llamado entonces por contraste con la «ciencia»), valiéndome de la con-cepción freudiana de la relación entre analista y paciente. Me ocupé especialmente del fenómeno de la transferencia, uno de los grandes descubrimientos de Freud. La relación del médico y el paciente se remonta en la tradición occidental al menos hasta Hipócrates (véase a Henderson); Freud la acogió como marco de referencia social para la práctica psicoanalítica y profundizó inmensamente su conocimiento. La relación psicoanalítica es el caso extremo y paradigmático (por lo tanto, limitado en muchos sentidos) de tal relación: todo el vasto complejo de relaciones psicosomáticas cabe en ella. Los dos aspectos del problema de la racionalidad, men-cionados en primer lugar, se manifiestan claramente en la aspi-ración del psicoanálisis a ser reconocido como ciencia (algo que se ha corroborado con el tiempo, pese a toda controversia) y en la expresión de Freud que simboliza todo el proceso de terapia: «allí donde estuvo el Ello, allí estará el Ego». Siguiendo esta directriz, he llegado a pensar que la enfermedad es, en algún sentido, una forma de «desviación social» y que la terapia es parte de un amplio espectro de tipos de «control social». Esto ha servido para que me tachen como agente del «sistema» que busca la preservación de su statu quo. Lo cierto es que mi posición sobre ese particular tiene un elemento de verdad que trasciende formas particulares de cual-quier orden social. Teóricamente es muy importante el cambio de perspectiva, ya que se considera que la medicina es campo de in-teracción social y no solamente tecnología biofísica. Esto quiere decir, en términos técnicos, que la visión tradicional miraba la práctica médica como relación entre sistemas culturales (conoci-miento científico) y organismos, en la que los agentes sociales se limitaban a la implementación de las prescripciones dictadas por el conocimiento, mientras que ahora se considera como interdepen-dencia sutil entre motivos inconscientes a nivel de la personalidad

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y particularidades de la estructura de los sistemas sociales. De esta forma, el médico es un agente competente de control social y el paciente objeto de estos servicios. Sin extenderme más, debo decir que este modelo de estructura social trasciende las antítesis econó-micas o políticas vigentes (capitalismo o socialismo).

De la práctica médica

a la teoría de la socialización

Bajo la influencia de Freud era natural que del estudio de la práctica médica y de la situación social del psicoanálisis pasara al examen de la raíz de la relación entre el analista y su paciente. La reflexión se centraba en la personalidad del paciente (más tarde es-tudiaría las bases sociales de la «contratransferencia»), y el sociólogo consideraba las condiciones del desarrollo del niño en el sistema social de la familia. Freud había acentuado la importancia de las «re-laciones objetivas», pero no se puede decir que hubiera desarrollado una adecuada sociología de la familia. Surgió en este punto, sin em-bargo, una gran concepción, ejemplo de otra enorme convergencia: al leer a Freud vi la importancia de la llamada «interiorización» (Freud decía «introyección») de normas socioculturales y de las personali-dades de aquellos con quienes interactúa un individuo, en tanto sean «agentes socializadores» (proceso de «identificación»).

Freud había formulado con claridad la idea mediante el concepto de superego, pero ya antes estaba latente en su concepción sobre la transferencia en tanto se tomaba al analista como padre del paciente. Estimaba Freud que las pautas morales del padre hacían parte de la personalidad del niño en el transcurso de las fases de aprendizaje. Amplió gradualmente el dominio de las «relaciones objetivas» hasta incorporar, en la última etapa de su obra, al ego y al id25. Durkheim apuntaba a lo mismo, desde un ángulo diferente, con su idea del control social mediante la autoridad moral. Otro tanto puede de-cirse del examen weberiano del papel de los valores religiosos en la

25 Véase Talcott Parsons, «Social Structure and the Development of Personality: Freud’s Contribution to the Integration of Psychology and Sociology». En Social Structure and Personality. New York: Free Press, 1964.

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determinación de la conducta social. Finalmente, G. H. Mead y W. I. Thomas, psicólogos sociales norteamericanos, esbozaban análoga idea. A partir de allí, la concepción de interiorización de sucesivas normas culturales y de objetos sociales concretos ha venido a ser el eje de la teoría de la socialización, que aparece bajo nuevas formas en mis estudios recientes sobre la educación superior.

La interiorización es una característica de la estructura del sistema de la personalidad. Fenómeno paralelo en los sistemas so-ciales es la llamada «institucionalización», que corresponde a la con-figuración de relaciones sociales con base en componentes de cultura normativa que vienen a fijarse como partes estructurales directas de los sistemas sociales. Weber es el teórico más destacado en este sentido por su sociología comparativa de la religión, pero Durkheim hizo aportes de similar importancia. Para concebir correctamente estos procesos era necesario pensar que los subsistemas interdepen-dientes de un sistema general de acción se compenetran recíproca-mente, de modo que algunos componentes del sistema cultural lo serán también de los sistemas sociales y de los sistemas de persona-lidad. Debía precisarse, por otra parte, que los subsistemas tienen un carácter abstracto. Así, la «sociedad», tipo especial de sistema social, no es una entidad concreta, sino un modo de establecer ciertas rela-ciones entre los componentes de la «acción» que la distinguen de la multiplicidad de la realidad concreta.

La preocupación por lo no racional fue estimulada sin duda por las circunstancias reinantes. Importantes fueron las discusiones sobre el carácter alemán, en las que se destacó Erik Erikson, con quien trabajaría después26. La muerte prematura de mi hermano, el médico (1940), y el envejecimiento y muerte de mis padres (1943 y 1944) fueron factores igualmente decisivos.

Esta serie de circunstancias da cabal explicación de lo que ha sido un enorme vacío en mi carrera: no haber llevado a término mi intención de publicar un estudio monográfico sobre la práctica médica. Fue muy provechoso el estudio, pero di el vuelco entonces

26 Véase Talcott Parsons, «The Problem of Controlled Institutional Change». En Essays in Sociological Theory (ed. rev.). New York: Free Press, 1954.

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hacia preocupaciones más generales sobre sutiles temas del control social y de la génesis de los procesos de socialización fuera del ámbito de las profesiones27. Dilaté indefinidamente el término de la tarea, pero plasmé de todos modos el recorrido en un largo capítulo de El sistema social, «El caso de la práctica médica moderna», y en otros trabajos.

A partir del fin de los años cuarenta ocurrió un nuevo desplaza-miento de interés: de los problemas psicológicos y microsociológicos pasé a ocuparme de los macrosociológicos, retomando su dimensión económica. Al mismo tiempo renació el deseo de participar en los acontecimientos europeos, cosa que comencé a realizar con la ense-ñanza en el seminario de Salzburgo durante el verano de 1948. Este proceso culminó con la revisión del vínculo entre la teoría socio-lógica y la teoría económica, que emprendí durante el año en que estuve como profesor visitante en Cambridge, Inglaterra (1953-1954).

En 1946 me sometí a entrenamiento psicoanalítico formal como candidato de «clase C» en el Instituto Psicoanalítico de Boston. Las razones intelectuales para tomar esta decisión son claras a partir de lo expuesto, pero tenía además motivos personales para acudir a la ayuda psicoterapéutica. Debo a la fortuna el haber tenido como analista a la doctora Grete Bibring, miembro del círculo original freudiano de Viena, exiliada por la anexión nazi de Austria. Sin grado médico no podía practicar el psicoanálisis y, de acuerdo con las reglas vigentes, no se me permitía tomar casos de control. Fui admitido a los seminarios clínicos solo por especial concesión. Nunca, empero, tuve intención de practicar.

La experiencia me ayudó a comprender mejor la teoría psicoa-nalítica y a liberarme, a la vez, de la exagerada preocupación por el tratamiento psicoanalítico de los problemas humanos. Corregí las

27 Un factor que posiblemente precipitó este abandono fue la muerte, en 1938, de mi suegro, el doctor W. D. Walker, a la edad de sesenta años. El doctor Walker era expresión del tipo más refinado de médico general. Me ayudó considerablemente en mi trabajo de campo y en la discusión de algunos aspectos especiales de la medicina. Como era médico formado a la antigua, no ponía mucha atención a mis esotéricos intereses psicológicos.

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distorsiones producidas por la primera lectura de Freud y repasé las anteriores fases de mi estudio sobre la práctica médica.

Entonces me ocupé de nuevo de problemas teóricos más abs-tractos y analíticos y de temas empíricos menos ligados a la psico-logía, como son los económicos y políticos y, mucho más tarde, los educativos.

Fui uno de los pocos miembros de la Facultad de Harvard no llamado a prestar servicio de guerra fuera de Cambridge. Di clases en la Escuela para la Administración de Ultramar, dirigida por mi amigo Carl Friedrich, que organizaba programas regionales y pro-gramas para oficiales en asuntos civiles, ocupándome de las socie-dades europeas y del sudeste asiático. Durante la última parte del periodo de guerra serví como consultor de la Rama Enemiga de Administración Económica Extranjera en relación al tratamiento posbélico de Alemania; escribí algunos informes opuestos al deno-minado Plan Morgenthau.

En 1944 fui nombrado director del Departamento de Sociología, como respuesta, al parecer, a una buena oferta que se me había hecho de otra universidad; se daba por hecho que se realizaría una impor-tante reforma que ya habíamos madurado con Allport, Kluckhohn y Murray. Dos convocatorias para cargos permanentes abiertas en 1945 permitieron los ingresos de George Homans, miembro del departa-mento antes de salir a prestar servicio en la marina, y de Samuel Stouffer, que terminaba por entonces su eminente servicio como director de investigación de la Rama de Investigación y Educación del Departamento de Guerra. Todo esto hizo posible iniciar, a fines de 1945, la acción conducente al establecimiento del Departamento de Relaciones Sociales, abierto en el otoño de 1946. Stouffer ocupó el cargo de director del Laboratorio de Relaciones Sociales, organi-zación de investigación asociada. Yo me encargué de la dirección del Departamento, que comprendía las áreas de sociología, antropología social y psicología clínica y social. Ocupé este puesto hasta 1956, y siempre conté con la excelente colaboración de Paul H. Buck, decano de la Facultad de Artes y Ciencias.

Durante este periodo fui más activo en asuntos profesionales fuera de Harvard. En 1942 había ocupado la presidencia de la Aso-

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ciación Sociológica de Oriente de los Estados Unidos, pero como eran tiempos de guerra el trabajo era escaso. Me eligieron presi-dente de la Asociación Sociológica Norteamericana para el periodo de 1949, donde naturalmente había mucho que hacer debido a las crisis organizativas, ocasionadas en parte por el crecimiento de miembros y actividades. Se instaló durante mi mandato una nueva oficina, se nombró al primer ejecutivo pagado y se revisó conside-rablemente la constitución. Luego de algunos años de intervalo, volví a ocuparme de asuntos de la asociación como director del Comité de Profesiones, durante cinco años, y luego, por dos años, como primer editor de The American Sociologist, órgano de la aso-ciación para asuntos profesionales. En los años cincuenta participé activamente en la Asociación Norteamericana de Profesores Uni-versitarios, sirviendo en el comité especial para casos de seguridad y lealtad y luego en el Consejo y Comité de Tenencia y Libertad Académica durante dos periodos.

Desarrollo teórico entre 1937 y 1951

Como docente, especialmente a nivel de posgrado, los años del Departamento de Relaciones Sociales fueron una verdadera edad de oro. Con su apertura un año después del término de la guerra, y favorecido por las medidas especiales tomadas por el Gobierno, el departamento atrajo una muestra inopinadamente hábil del con-tingente de jóvenes cuya formación se había interrumpido por la guerra. Entre los que ya habían estado anteriormente en Harvard puedo mencionar a Bernard Barber, Albert Cohen, Marion Levy, Henry Riecken y Francis Sutton; Robert Bales permaneció durante la guerra. Los nuevos llegados incluían a David Schneider, Harold Garfinkel, David Aberle y Gardner Lindsey. Más tarde arribaron James Olds, Morris Zelditch, Joseph Berger, Renée Fox, Clifford Geertz, François Bourricaud (de Francia, con beca de la Rocke-feller), Robert Bellah, Neil Smelser, Jackson Toby, Kaspar Naegele, Theodore Mills, Joseph Elder, Ezra Vogel, William Mitchell (en el Departamento de Gobierno), Odd Ramsoy (de Noruega) y Bengt Rundblatt (de Suecia).

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A finales de los años cincuenta y comienzos de los sesenta, vino una tercera ola de estudiantes de posgrado especialmente im-portantes, que incluía a Winston White, Leon Mayhew, Jan Lo-ubser, Edward Laumann, Charles Ackerman, Enno Schwanenberg, Victor Lidz, Andrew Effrat, Rainer Baum, Mark Gould, John Akula y Gerald Platt, con quien inicié una relación de colaboración es-pecial luego de sus estudios formales. La estrecha asociación con estudiantes avanzados de tal porte ha sido uno de los aspectos más estimulantes de mi carrera académica. Estas inteligencias jóvenes no pueden dejar de influir en sus maestros. Mi propia experiencia ha fortalecido la creencia en la bondad de la fusión de funciones de investigación y docencia en una organización y en un rol. Colabo-raciones directas con algunos de ellos (Robert Bales, James Olds, Neil Smelser, Winston White, Victor Lidz y Gerald Platt) condu-jeron a publicaciones conjuntas. Importantes han sido también las relaciones con David Schneider, Clifford Geertz, Leon Mayhew y mi hija Anne Parsons (no como estudiante formal).

A pesar de los giros indicados arriba, puede observarse una cierta unidad y continuidad de intereses intelectuales y desarrollo teórico en el periodo que va del término de La estructura de la acción social a los dos grandes libros publicados en 1951: Hacia una teoría general de la acción28, colaboración coeditada con Edward Shils, y El sistema social. El hilo conductor ha sido el llamado es-quema de las «pautas variables».

Este esquema se originó como intento para formular teórica-mente las profesiones. Dado que esto no era posible en términos de la dicotomía entre capitalismo y socialismo, retorné a la famosa distinción entre comunidad y sociedad, como tipos de organización social, establecida por el sociólogo alemán Toennies y empleada por Weber29. El problema del interés propio fue el punto de partida porque planteaba la alternativa más cercana al interés público total en sentido socialista. La orientación profesional era, como la con-

28 Talcott Parsons y Edward Shils (eds.), Toward a General Theory of Action. Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1951.

29 Ferdinand Toennies, Community and Society (C. P. Loomis, trad. y ed.). New York: Harper and Row, 1963.

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sideraba inicialmente, «desinteresada» (luego la expresé como co-lectivamente orientada) en el sentido en que un médico dice estar preocupado ante todo por el interés del paciente. Este criterio ponía las profesiones del lado de la categoría de comunidad.

El componente científico de la medicina, que consiste en el carácter universal del conocimiento aplicado a los problemas de la enfermedad, correspondía a un complejo de rasgos de la moderna sociedad que Toennies y sus numerosos seguidores habrían cla-sificado seguramente como sociedad. Debe inferirse, obviamente, que la dicotomía de Toennies no podía tratarse meramente como variación de una sola variable, sino como resultante de una plura-lidad de variables independientes; y si lo era, entonces habría una familia más compleja de tipos, no dos. Señalé que el tipo profe-sional pertenecía a esta familia, pero no como sociedad ni como comunidad. Más importante que el problema del interés propio era relacionar, en el mismo esquema analítico, las características universales de la racionalidad cognoscitiva con la naturaleza de la emoción o afecto no racional. Reuní entonces en un solo sistema las variables dicotómicas: «afectividad contra neutralidad afectiva» y «universalismo contra particularismo».

El esquema de las pautas variables sufrió desde luego muchas vicisitudes que no vale la pena detallar en esta exposición. El pro-yecto que produjo el libro Hacia una teoría general de la acción condujo a una primera síntesis genuina. Se inició como una es-pecie de inventario teórico de lo que subyacía al experimento del Departamento de Relaciones Sociales. Vinieron a colaborar en la tarea Edward Shils y el psicólogo E. C. Tolman, en calidad de pro-fesores visitantes. Shils y yo trabajamos asiduamente para dar a luz nuestra monografía «Valores, motivos y sistemas de acción», que en cierto sentido es el código teórico del libro Hacia una teoría general de la acción. Desarrollamos el esquema de pautas variables como marco de referencia teórico para el análisis de la acción en general, a partir del cual se definían el sistema social (al que yo había creído al comienzo que nos limitaríamos), el sistema cultural y el sistema de la personalidad. El producto no era ya un catálogo de distinciones dicotómicas: era definitivamente un «sistema»

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que contenía, en germen, posibilidades más complejas que no po-díamos advertir por el momento.

Me parecía que esta generalización y sistematización constituia una ruptura teórica, por lo que me animé a ensayar por mí mismo una indagación sobre la naturaleza de los sistemas sociales en su nivel macrosociológico. De allí resultó El sistema social, codificación de la sabiduría sociológica recibida, que dejaba ver dos aspectos ori-ginales: el primero, la aclaración de las relaciones entre sistemas so-ciales, culturales y psicológicos (o de la personalidad); el segundo, el uso sistemático consciente del esquema de las pautas variables como marco de referencia teórico para el análisis del sistema social.

Reconsideración de la relación

entre economía y sociología

Los libros de 1951 daban por terminada una fase y ponian los fundamentos para otra. Los trabajos publicados con Shils se orga-nizaron en torno al esquema de pautas variables que nuestra cola-boración generalizó del nivel del sistema social al de la acción en general. Con Robert Bales habíamos estudiado, entretanto, las im-plicaciones de este esquema para el análisis de la interacción de los grupos pequeños sobre los cuales él trabajaba30. Las sesiones llegaron a ser tan importantes que invitamos a Shils para el verano de 1952 y los tres publicamos el libro Apuntes para una teoría de la acción31.

El resultado crucial, a la luz de los desarrollos siguientes, fue el surgimiento del «paradigma de las cuatro funciones», producto de la convergencia del sistema que comprendía las cuatro pautas va-riables elementales y la clasificación que Bales había desarrollado en su libro Interaction Process Analysis32. Pensamos que los sis-

30 Bales fue uno de los pocos estudiantes graduados que permanecieron en Harvard durante los improductivos años de guerra. Como miembro joven de la facultad, comenzó su notable programa para el estudio experimental de los pequeños grupos humanos.

31 Talcott Parsons, Robert F. Bales y Edward Shils, Working Papers in the Theory of Action. New York: Free Press, 1953.

32 Robert F. Bales, Interaction Process Analysis: a Method for the Study of Small Groups. Cambridge, Mass.: Addison-Wesley, 1950.

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temas de acción se podían analizar exhaustivamente en términos de procesos y estructuras referentes a la solución, simultánea o en secuencia, de cuatro problemas funcionales que llamamos «adap-tación», «logro de fin del sistema» (no de la unidad), «integración» y «mantenimiento de pauta y manejo de la tensión latente». Aunque esta formulación tenía muchos defectos, la he mantenido por más de quince años y ha constituido el punto de referencia fundamental de toda mi obra teórica33.

Consecuencia directamente ocasionada por el trabajo de Bales con grupos pequeños fue la extensión de mi análisis a los pro-cesos de socialización, que se remontaba a mis estudios sobre la práctica médica. El resultado del trabajo se condensó en el libro Socialización de la familia y procesos de interacción34, escrito en colaboración con Bales, James Olds y otros. Su principal tema era el análisis de la familia nuclear propia de las modernas sociedades industriales. Sosteníamos que la familia podía estudiarse como pequeño grupo diferenciado, de acuerdo con el paradigma de las cuatro funciones, en términos de generación y sexo, tal como lo hacía Bales en muchos de sus trabajos con grupos experimentales pequeños. Desde entonces comencé a interesarme por la diferen-ciación de los sistemas vivos, lo que se amoldaba muy bien a mi an-terior preferencia por la biología. Se destacaba ya la imagen capital de la «fisión binaria»35.

Esta perspectiva volvía a interesarme por el problema de lo no racional, pero se encontró con otra que me devolvía al viejo problema de las relaciones entre la teoría económica y la teoría so-

33 Este esquema se explicó en el capítulo III del libro Working Papers in the Theory of Action. Se conoció luego con las abreviaturas: AGIL (Adaptation, Goal atainment, Integration and Latency). N. del T.: en español, ALIM (Adaptación, Logro de fin, Integración y Mantenimiento de pauta).

34 Talcott Parsons, Robert F. Bales, James Olds, Morris Zelditch y Philip Slater, Family, Socialization, and Interaction Process. New York: Free Press, 1955.

35 Este interés fue muy estimulado, como he dicho, por la continua participación en la prolongada conferencia sobre teoría de sistemas, organizada por los doctores Roy Grinker y John Spiegel. En tal conferencia me influyó decisivamente el biólogo Alfred Emerson de Chicago. Véase el apéndice al libro Family, Socialization, and Interaction Process.

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ciológica. En el año académico de 1953 a 1954, fui invitado como profesor visitante de teoría social a la Universidad de Cambridge, para dar unas conferencias en memoria de Marshall, auspiciadas por el Departamento de Economía. El tema indicado era específi-camente la relación entre teoría económica y teoría sociológica.

Por mucho tiempo me había despreocupado por los problemas de la naturaleza de la teoría económica. Al aceptar la oferta creía que no podría ir más allá del nivel alcanzado en La estructura de la acción social, pero el desarrollo teórico logrado entretanto con el paradigma de las cuatro funciones había puesto la base para un nuevo modo de considerar el asunto. Como preparación, estudié, por primera vez, todo el libro de Keynes Teoría general del empleo, interés y dinero y reestudié cuidadosamente buena parte del libro de Marshall Principios de economía36. Me impresionó de repente encontrar que la clasificación básica que Marshall hacía de los fac-tores de producción y de las cuotas de ingreso de tierra, trabajo, capital y «organización» (factor añadido por Marshall) podía con-siderarse como clasificación de entradas y salidas de la economía tomada como sistema social y susceptible de ser analizada en tér-minos del paradigma de las cuatro funciones.

Esta intuición fue el punto de partida para una reconsideración fundamental que logré, en parte, al cabo de las tres conferencias en noviembre de 1953. Por extraña suerte supe que Neil Smelser, alumno en el pregrado de Harvard, se encontraba en Oxford es-tudiando economía. Le envié el manuscrito de mis conferencias y respondió en forma tan detallada y pertinente que concertamos una serie de discusiones durante el año académico de mi perma-nencia en Inglaterra. Luego, en el siguiente otoño, estábamos de regreso en Harvard y completamos el trabajo que culminó en el libro Economy and Society37.

36 Jhon M. Keynes, The General Theory of Employment, Interest, and Money. New York: Harcourt and Brace and World, 1936. Alfred Marshall, Principles of Economics. Londres: MacMillan and Co. Ltda, 1925.

37 Talcott Parsons y Neil J. Smelser, Economy and Society. New York: Free Press, 1956.

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Tuvimos éxito, creo, en forjar un análisis nuevo y más general de las relaciones entre teoría económica y teoría sociológica, al hacer de la economía un subsistema de la sociedad total. La recons-trucción podía conducir, además, a una conceptualización general de los otros subsistemas funcionales primarios de las sociedades, lo que permitía toda una nueva concepción de la estructura y fun-cionamiento de los sistemas sociales totales, entre los cuales la so-ciedad es un tipo particularmente importante.

La clave radicaba en concebir la economía como uno de los cuatro subsistemas funcionales primarios de una sociedad, con función primordialmente adaptativa, o sea, como agente de pro-ducción general de recursos. Tres de los factores de producción y cuotas de ingreso se consideraban como entradas y salidas de cada uno de los otros subsistemas primarios. El cuarto par —tierra y renta— se trataba como caso especial, tal como lo hacía la tradición teórica de la economía al pensar que la oferta de tierra, a diferencia de otros factores, no depende de su precio. Esta propiedad corres-pondía a las exigencias lógicas de la función de mantenimiento de pauta, que considerábamos como punto estabilizador de un sistema de acción. En el proceso revisamos considerablemente la concepción económica tradicional de la tierra para incluir recursos naturales y cualquier recurso económicamente significativo que se refiera a la función de producción económica, siempre y cuando contenga compromisos de valor para la producción. En este as-pecto, pues, la racionalidad económica es categoría de valor, no de motivación psicológica.

Como la asignación de fuentes de entradas y la destinación de salidas entre los otros tres sistemas se mostraba sólida, lo que permitía clasificaciones y categorías correctas para los ingresos y salidas de los otros tres subsistemas primarios, era posible cons-truir un «paradigma de intercambio» completo para el sistema social total38. Esta tarea demandó muchos años de esfuerzos y solo se logró tras una serie de conferencias con Smelser y otros.

38 El paradigma de intercambio aparece en el apéndice a mi artículo «On the Concept of Political Power», Proceedings of the American Philosophical

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Esta perspectiva dio lugar a una nueva complejidad y manifestó, al mismo tiempo, insólitas posibilidades. La relación entre uni-dades familiares y empresas, puesta de presente por Keynes, vino a ser nuestro modelo de idea de intercambio: las unidades familiares podían concebirse justamente en el sistema de mantenimiento de pauta y las empresas, en el económico. Aparecían, sin embargo, dos y no cuatro categorías: la de ingresos y egresos «reales», tal como la definen los economistas, y las categorías monetarias de salarios y gastos de consumo. Surgía, a partir de allí, la necesidad de definir la naturaleza del dinero como medio de cambio y sus funciones adi-cionales como medida y reserva de valor económico.

La economía ha prestado naturalmente mucha atención a la teoría monetaria, pero economistas y científicos de otras especia-lidades han concebido que el dinero es un fenómeno singular, idea que no es compatible con un paradigma general de intercambio del sistema social, que lo concibe como miembro de una familia de cuatro medios de intercambio equiparables.

No fue difícil reconstruir los aspectos esenciales de la sociología del dinero para ajustarla a esta idea, pero los otros medios presen-taban grandes dificultades; comenzamos a despejarlas cuando se pensó el poder, en su sentido político, como medio diferente pero comparable con el dinero39. Esto imponía un reordenamiento con-ceptual de la teoría política mayor que el realizado con la teoría monetaria. Era necesario definir «política» y «economía» como pa-ralelas, en términos analíticamente abstractos, de modo que la po-lítica no se refiriera al ejercicio del gobierno, sino al logro colectivo de fines, lo que excluye la integración como su función social primaria. La tradición de la teoría política, concentrada a partir de Hobbes en la «efectividad intrínseca» del poder, nunca imaginó que este fuera un medio simbólico semejante al dinero, que tiene valor de cambio y no de uso. Formulamos en este sentido un paradigma coherente del poder como medio de esa índole (véase nota 38). De este modo

Society, 107, 1963 (junio). Reimpreso en Sociological Theory and Modern Society. New York: Free Press, 1967.

39 Talcott Parsons, «On the Concept of Political Power». Proceedings of the American Philosophical Society, 107, 1963 (junio).

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fue más fácil extender luego el análisis a los otros medios, definidos técnicamente como «influencia» y «compromisos de valor»40.

Proceso social y medios de intercambio

Las conferencias sobre Marshall incitaron a considerar pro-cesos, ya no solo estructuras, de los sistemas sociales: así se formulan relaciones recíprocas y dinámicas entre sus aspectos eco-nómicos y no económicos, examinados estos últimos con el mismo rigor que los primeros. De esta forma, por ejemplo, conceptos como inflación y deflación, propios de la economía, podían aplicarse a los otros medios sociales y a sus relaciones recíprocas, sin limitarse al dinero. No era fácil llegar a este resultado: la dinámica monetaria de inflación y deflación indica claramente que el dinero no es una magnitud en equilibrio, como inequívocamente se manifiesta en la expansión y contracción del crédito. Como los politólogos, por su parte, sostenían que el poder es una magnitud en equilibrio, me vi obligado a penetrar en sus fundamentos para demostrar lo incorrecto de su apreciación y así depejar el camino para comparar dinero y poder en este punto medular.

Parecía necesario y deseable generalizar el análisis partiendo de la concepción de sistemas de acción y de la relación entre sub-sistemas expresada en los paradigmas de las cuatro funciones y de los medios de intercambio. En los dos libros de 1951, que desarro-llaban las dos facetas del problema de la racionalidad originado en el estudio de la práctica médica, se había dado ya un paso im-portante: ubicar el sistema social entre el sistema psicológico, o de personalidad, y el sistema cultural, vinculados todos por relaciones de interdependencia y compenetración. La lógica del paradigma de las cuatro funciones indicó paulatinamente que debía incluirse el «organismo de comportamiento» (no el organismo total con-creto). El renacimiento del interés por la biología, el contacto con Alfred Emerson y la estrecha colaboración con James Olds, que

40 Este análisis se encuentra en dos artículos: «On the Concept of Influence», Public Opinion Quarterly, 1963 (primavera) y «On the Concept of Value-Commitments», Sociological Inquiry, 38, 1968 (primavera). Ambos reeditados en Politics and Social Structure. New York: Free Press, 1969.

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había pasado de la psicología social a la investigación sobre el ce-rebro, fueron factores que contribuyeron a esta generalización. A partir de entonces se hicieron claras y estables las posiciones de los cuatro subsistemas: el sistema del organismo de comportamiento correspondía a la función de adaptación; el sistema de la persona-lidad, a la de logro de fines; el social, a la función de integración y el sistema cultural, a la de mantenimiento de pauta.

Esta perspectiva, crucial desde hace algunos años, ha dado lugar a la descomposición analítica de sistemas distintos al social (por ejemplo, la ponencia sobre teoría psicológica presentada en el sim-posio de Koch y la introducción a la cuarta parte del libro Theories of Society, referente al sistema cultural)41. Recientemente se ha logrado bosquejar un paradigma de intercambio para la acción en general, que ilustra otra interesante convergencia42: las categorías de medios generalizados, tentativamente formuladas, pueden equipararse con las que introdujo el psicólogo social W. I. Thomas, hace más de una generación, bajo la expresión de «los cuatro deseos y la definición de una situación». Así, la inteligencia, medio adaptativo, paralela al dinero en el sistema social, es análoga a lo que Thomas define como «deseo de nueva experiencia» y «deseo de seguridad»; la ca-pacidad de ejecución, medio correspondiente al proceso de logro de fines, es semejante a lo que Thomas entiende por «reconocimiento»; el afecto, medio integrativo, es equivalente a lo que Thomas define como «respuesta» en sentido muy afín al psicoanálisis; por último, «definición de la situación», como medio del proceso de manteni-miento de pauta, es concebida por Thomas como caso especial, tal como entiendo todo lo relativo al sistema cultural43.

41 Véase la introducción a la «parte IV» del libro de Talcott Parsons, Edward Shils, Kaspar D. Naegele y Jesse R. Pitts (eds.), Theories of Society. New York: Free Press, 1961; y mi ensayo «An Approach to Psychological Theory in Terms of the Theory of Action». En Sigmund Koch (ed.), Psychology: A Science, vol. 3. New York: McGraw-Hill, 1959.

42 Véase el apéndice a «Some Problems of General Theory in Sociology». En John C. McKinney y Edward Tiryakian (eds.), Theoretical Sociology: Perspectives and Developments. New York: Appleton-Century-Crofts, 1970.

43 William I. Thomas, The Unadjusted Girl. Boston: Little Brown, 1923.

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¿Teoría estructural funcionalista?

El concepto de sistema, sea en la acción social, sea en otros campos, ha ocupado siempre puesto central en el transcurso de mi pensamiento. Cuando se discute mi teoría se mencionan pro-blemas empíricos y teóricos que se refieren directamente a él, como son el precisar las condiciones de estabilidad y cambio; el discernir el concepto de función; el determinar las alternativas entre «con-senso» y «conflicto», como características de sistemas sociales, y la relación entre procesos de mantenimiento de pauta o cambio y evolución de estructuras sociales.

Me hice a la idea de equilibrio, como queda dicho, por la in-fluencia de Henderson y Pareto, y por su aplicación a la economía contemporánea en la obra de Schumpeter. El concepto de sistema en todos ellos era el sistema de la mecánica clásica y su modelo, el fisicoquímico. Insistían en las condiciones de estabilidad, pero Henderson anotaba que la concepción de equilibrio en Pareto no se limitaba a la estática.

Bien pronto fui influido por la concepción fisiológica del equi-librio homeostático, tal como la formuló Cannon, afín al método funcional predominante entonces entre los antropólogos cultu-rales a cuya cabeza figuraba A. R. Radcliffe-Brown. Malinowski, calificado como funcionalista, se guiaba en realidad por un es-píritu teórico diferente44. Radcliffe-Brown había sido influido por Durkheim, por ese vínculo lo encontré. Por mucho tiempo he sido considerado, junto a Merton, como abanderado de la escuela fun-cionalista entre los sociólogos estadounidenses.

Los desarrollos que siguieron a la emergencia del paradigma de las cuatro funciones hacen cada vez más inapropiada la desig-nación. En primer lugar, se ha puesto de presente cada vez más que estructura y función no son conceptos correlativos como lo son, por ejemplo, universalismo y particularismo en la formulación de las pautas variables; el concepto de función tiene ahora un sentido

44 Véase Talcott Parsons, «Malinowski and the Theory of Social Systems». En Raymond Firth (ed.), Man and Culture. London: Routledge and Kegan Paul, 1957.

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más general, pues define ciertas exigencias de un sistema que man-tiene su existencia autónoma dentro de un ambiente, en tanto que el concepto de estructura designa el proceso general del sistema. Las reflexiones sobre el mantenimiento de límites y otros aspectos relativos al funcionamiento de un sistema de acción han sacado a flote el problema del control. El dinero puede imaginarse muy bien como mecanismo que controla la circulación de actividades eco-nómicas en el mismo sentido que la circulación de hormonas en la sangre controla ciertos procesos fisiológicos. Todo esto encuentra su directriz en el pensamiento biológico moderno que se concentra en la idea del continuo intercambio entre sistemas vivos, abiertos, y sus ambientes.

La aclaración de la idea del control fue estimulada directa-mente, en una época estratégica para la evolución de mi obra, por la aparición de un nuevo hito en la ciencia: la cibernética, vinculada estrechamente a la teoría de la información. Podía afirmarse con fundamento, a partir de entonces, que la forma básica de control en los sistemas de acción era de tipo cibernético y no, como anterior-mente se sostenía, del tipo coercitivo y compulsivo que es común a los procesos de poder político. Podía asegurarse, entonces, que las funciones de los sistemas de acción, lejos de ser iguales y equiva-lentes, tienen diferentes relaciones jerárquicas en la dirección del control, conforme a las estructuras y procesos que satisfacen las diversas necesidades funcionales del sistema.

En este punto fueron muy sugestivos para la teoría de la acción los desarrollos cibernéticos de la teoría biológica y de la «nueva ge-nética» en particular. Cardinal vino a ser esta idea de Emerson: los «sistemas de significado simbólico cultural» pueden representar un papel análogo (en el sentido propio de analogía biológica) al des-empeñado por los genes en la herencia biológica. La idea encajaba perfectamente en el puesto que había asignado, en la teoría de la acción, a la función de mantenimiento de pauta y a las estructuras y procesos correspondientes a los sistemas culturales.

Se despejaba el camino para salir de círculos viciosos relativos al predominio de factores en la determinación de procesos y de-sarrollos sociales. Polémicas sobre si el determinismo económico

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marxista era más correcto que el determinismo cultural, y cuestiones de esta índole, tenían tan poco sentido como la vieja disputa en la biología en torno a la herencia y al medio ambiente. La alternativa se encuentra tan pronto se conciben los procesos de acción como un complejo de factores con diversa función para el sistema que los combina, funciones que ejercen control en sentido cibernético.

La idea cibernética sirvió también para tratar de nueva manera aburridoras controversias sobre la estabilidad o cambio de los sis-temas de acción. La distinción teórica radical entre procesos por los cuales se mantiene una pauta del sistema (que incluyen, en una sociedad, la socialización de nuevos individuos) y procesos por los cuales se altera su estructura fundamental corresponde a la que se establece en biología entre procesos fisiológicos, que mantienen o cambian el estado de un organismo individual, y procesos evo-lutivos, que conducen a cambios en la constitución genética de la especie. De este modo, enlazaba la nueva visión con el viejo interés por la socialización de la personalidad y temas cercanos.

Cambio social y evolución

La tendencia enunciada coincidía con el renacer del interés por la teoría de la evolución social y cultural y su continuidad con la evolución orgánica, estimulado por el seminario de 1963 sobre evolución social dirigido conjuntamente con S. N. Eisenstadt y Robert Bellah, seguido de numerosas publicaciones45. En ese in-terés se manifestó la continuidad con la perspectiva histórica y comparativa de Weber, centrada en la interpretación de la natu-raleza y problemas de la sociedad moderna. Al mismo tiempo ma-terialicé ese interés al iniciar el estudio de la educación superior.

El análisis teórico de los procesos de cambio estructural en los sistemas sociales se ha basado en el desarrollo de un paradigma

45 Talcott Parsons, «Evolutionary Universals in Society». American Sociological Review, 29, 1964 (4 de junio). Reimpresa en Sociological Theory and Modern Society. Talcott Parsons, «Christianity». En D. Sills (ed.), International Encyclopedia on the Social Sciences. New York: MacMillan and Free Press, 1968. Talcott Parsons, Societies: Evolutionary and Comparative Perspectives. Englewood Cliffs, N. J.: Prentice-Hall, 1966. Talcott Parsons, The System of Modern Societies. Englewood Cliffs, N. J.: Prentice-Hall, 1971.

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relativo a los estadios de cambio estructural progresivo en los sis-temas de acción y, particularmente, en el sistema social, derivado del paradigma de las cuatro funciones46. Su modelo más perfecto es el proceso de diferenciación binaria, que consiste en la división de una unidad estructural original en dos entidades de estructura y función diferentes, ilustrado en los sistemas sociales por la dife-renciación de la unidad familiar campesina en vivienda familiar y en agencia productiva, de la que se deriva el ingreso para aquella.

La diferenciación es un proceso que no se limita, como lo sos-tenía una tradición que se ejemplifica en Spencer, a la creación de nuevas estructuras y mecanismos funcionalmente complemen-tarios. Por otra parte, la adaptación correlativa de los sistemas generados no es tan pasiva como lo pensaba la tradición darwi-nista. Una mayor ruptura frente a esta tradición consiste en la idea siguiente: no todos los componentes están sometidos a procesos manifiestos de cambio estructural, hay algunos protegidos. En el organismo son los genes; en la acción, las categorías compren-didas bajo la esfera de lo relativo al mantenimiento de pautas. De todo lo anterior se derivó un paradigma de cuatro aspectos: «diferenciación», que corresponde a la función de logro de fines; «inclusión», a la función de integración; «ascenso de la capacidad adaptativa», a la función de adaptación, y, finalmente, «generali-zación de valor», que expresa la idea del cambio en cuanto hace a la perspectiva suprema de la viabilidad de los sistemas.

El paradigma estratégico en el análisis evolutivo ha sido docu-mentado en numerosos artículos y en dos pequeños libros escritos para las series sobre fundamentos de sociología de la Editorial Prentice Hall (Alex Inkeless, editor): La sociedad: perspectivas evo-lutivas y comparativas (1966) y El sistema de las sociedades mo-dernas47. Mi interés por la evolución tiene origen en la disertación sobre la naturaleza del capitalismo como sistema social, pero se ha generalizado hasta abarcar el examen de la naturaleza y tendencias de la sociedad moderna dentro de una perspectiva evolutiva más

46 Véase Economy and Society, capítulo V.47 Véase la nota 45.

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amplia, afín en mucho al espíritu de Weber, pero diferente en muchos aspectos.

No había sido nunca ajeno al método comparativo, pero me limitaba a considerar las condiciones y procesos de lo específica-mente moderno y occidental.

Sin perder de vista esta perspectiva, y penetrando a la vez en el examen de las sociedades primitivas e intermedias, me preocupé luego por estudiar de qué manera el cristianismo (en el contexto del judaísmo y de la cultura y sociedad de la antigüedad clásica) puso el fundamento para desarrollos modernos. Dos consideraciones me parecieron centrales. En primer lugar, que dos sociedades en pequeña escala, Israel y Grecia, fueron capaces de realizar aportes culturales especiales debido a su diferenciación como sociedades totales frente a sus ambientes; como sociedades no sobrevivieron como entidades independientes, pero sus culturas, diferenciadas de su base social, ejercieron una profunda influencia sobre las si-guientes civilizaciones. Las he llamado sociedades «semilleras». Si son muy conocidas generalmente las contribuciones de Israel y Grecia, por la vía no exclusiva del cristianismo, no es quizás tan familiar la sociología de este proceso.

En segundo lugar, sostuve que la iglesia cristiana, separada como subsistema de la sociedad total del mediterráneo antiguo, unificada luego políticamente en Roma y apoyada en su decisiva posición cibernética, ejerció una influencia capital sobre el proceso de desarrollo moderno. Las sociedades semilleras y la colectividad religiosa diferenciada cumplieron funciones anticipatorias aná-logas a la inversión en el proceso de desarrollo económico. He for-mulado esta similitud en dos artículos sobre la significación y el desarrollo general del cristianismo48. Debo decir que este modo de análisis es, en ciertos sentidos, una generalización y revisión de

48 Talcott Parsons, «Christianity». En D. Sills (ed.), International Encyclopedia on the Social Sciences. New York: MacMillan and Free Press, 1968. Talcott Parsons, «Christianity and Modern Industrial Society». En E. Tiryakian (ed.), Sociological Theory, Values, and Sociocultural Change: Essays in Honor of Pitirim A. Sorokin. New York: Free Press, 1963.

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la famosa interpretación de Weber sobre el papel de la ética en el protestantismo ascético.

Como tantos otros, he concebido que Israel y Grecia contri-buyeron a poner los cimientos de la cultura «constitutiva» de la civilización moderna, sistematizada esencialmente en el cristia-nismo. Más allá de este lugar común, he intentado dilucidar los procesos sociales concomitantes y establecer el puente entre esas interpretaciones y las emergentes concepciones sobre los elementos esenciales del sistema moderno.

La naturaleza de las sociedades modernas

Marx y Weber analizaron el capitalismo a la luz de la revo-lución industrial y consideraron que el cambio esencial de la orga-nización económica y tecnológica producido por ella era el rasgo más sobresaliente de la sociedad moderna. Coincidieron en ese punto, a pesar de las profundas diferencias en el análisis de la di-námica interna de la estructura industrial y en la explicación de los factores determinantes de su génesis.

Marx y Weber siguieron con pasión los complejos desarrollos políticos de su tiempo, cuya raíz fue la Revolución francesa. Pero Marx, interesado en la lucha de clases, y Weber, en el proceso de burocratización, subordinaron la revolución democrática a la re-volución industrial. Yo he creído que una y otra merecen desta-carse de igual forma. Según el paradigma, una es primariamente económica, la otra, política: son analíticamente independientes en posición, pero interactúan y convergen bajo un marco común49.

A partir de mi interés por las profesiones, he llegado con el tiempo a la conclusión de que la revolución educativa es igual-mente significativa para la sociedad moderna. Iniciada posterior-mente, a mediados del siglo XIX, alcanzó su momento culminante con la proliferación de la educación superior masiva ocurrida en la

49 Presentan, pues, complejidades de entrecruzamiento. Así, la burocracia en la producción económica es un aparejamiento de componentes analíticos de la política en interés de la economía, y los aspectos constituyentes de la democracia política son, análogamente, un aparejamiento de componentes integrativos a favor del Estado.

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última generación. Esta revolución ha alterado profundamente la estructura ocupacional, que no se basa ya típicamente en la buro-cracia, sino en las profesiones vinculadas especialmente al sistema de educación moderno.

La concepción de las tres revoluciones (industrial, democrática y educativa) se ajusta al paradigma de cambio progresivo porque cada una dio lugar a grandes procesos de diferenciación frente a estadios previos de la sociedad moderna. Todas fueron factor de ascenso adaptativo, incrementaron inmensamente recursos gene-rales y móviles y plantearon serios problemas de integración, con lo cual impulsaron nuevas formas de generalización de valores.

De acuerdo con la lógica del paradigma de las cuatro fun-ciones, era necesario ubicar y definir un fundamento común a estas transformaciones. La época moderna comienza, a mi modo de ver, en el medio social y cultural germinal localizado en la esquina no-roccidental (Inglaterra, Francia y Holanda) del sistema europeo del siglo XVII, no en el siglo de la revolución democrática e industrial, como se tiende a pensar. Inglaterra y Holanda eran más afines, pues eran potencias con predominio del protestantismo y con de-sarrollo económico, entonces comercial, acentuado. Pero no debe olvidarse que Francia escapó por poco a la victoria protestante y que el calvinismo dejó allí una huella muy profunda.

Las secuelas del Renacimiento en la región no fueron menos importantes que el desarrollo del protestantismo ascético. Las dos tendencias se fusionaron en la ciencia naciente en Inglaterra y Ho-landa durante el siglo XVII. Al mismo tiempo se consolidaron en Inglaterra el derecho consuetudinario y el primer régimen parla-mentario de importancia. En Francia, bajo el reinado de Luis XIV, se perfeccionó el Estado centralizado más poderoso nunca antes visto, cuyo proceso culminó luego con la revolución democrática, que puso en tela de juicio, en los términos de Rousseau, la es-tructura de la autoridad que controla el Estado, no la concepción de este en cuanto tal. Estas tres naciones tejieron en el siglo XVII los hilos esenciales de la Edad Moderna, a partir de la base cultural (religiosa y científica) de su orden legal y de su organización po-lítica. A la vez, institucionalizaron tempranamente el concepto de

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nacionalidad, el cual alimentó sus conflictos, como bien se dejó ver en la emancipación holandesa.

Las tres revoluciones supusieron esa base común: la indus-trial amplió la diferenciación económica y el ascenso adaptativo con el paso del comercio a la industria, por el cual se movilizaron los factores de producción subyacentes; la democrática, ligada íntimamente al nacionalismo, potenció factores latentes de efec-tividad política, mediante el apoyo activo de los individuos con-cebidos como ciudadanos, no ya como súbditos del monarca. La educativa movilizó recursos culturales en interés social, mediante el proceso inmensamente complicado de internalización masiva de compromiso con las grandes pautas culturales y mediante la im-plementación del cumplimiento de estos compromisos.

Todo esto planteó de nuevo el problema de cómo interpretar las tendencias de los modernos sistemas sociales. Mi propia po-sición puede definirse por el contraste que forma con la de Marx y Weber, común a pesar de sus diferencias. Uno y otro sostenían que el sistema moderno giraba en torno a las relaciones de poder: Marx diseccionaba la estructura de la empresa industrial en términos de la oposición entre el propietario-gerente y sus trabajadores, y gene-ralizaba la división de clases a la sociedad total; Weber, más realista a la luz de la evolución posterior, pensaba en una empresa diferen-ciada como sistema burocrático, no bifurcada, pero sometida en sentido difuso y general a un control impersonal.

Durkheim ha servido de punto de apoyo para una perspectiva diferente, especialmente por su concepto de solidaridad orgánica. Simplificando, la diferencia consiste en pensar que la estructura social está regida por pautas asociativas y no por pautas de jerarquía burocrática, y que es más pluralista que monolítica. A partir de la revolución democrática se sabe muy bien qué relación existe entre una estructura de asociación y los casos de dispersión o concen-tración del poder, solo que esta reflexión se ha limitado infun-dadamente a la consideración del Estado. En muchas sociedades modernas, en especial en los Estados Unidos, hay una proliferación de asociaciones de distinta naturaleza. A mí me ha interesado par-ticularmente la asociación profesional, por su posición estratégica

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en la estructura ocupacional. Ella permite definir una alternativa a las encontradas opiniones sobre capitalismo y socialismo y a los teóricos que se han preocupado por el impacto de la revolución industrial. Las profesiones no tienden por sí mismas a adoptar un tipo de organización burocrática. Actuando como asociaciones, las profesiones toman decisiones en un proceso de participación co-lectiva, por lo cual pueden reclamar considerable autonomía frente a entidades no pertenecientes a la profesión. He considerado que esta relación pautada es colegial (en el sentido dado por Weber, entre otros) porque el rol profesional es típicamente de tiempo completo. Se destaca la profesión académica porque durante muchos siglos ha preservado esta pauta de organización predominantemente co-legial, aun cuando la ha fusionado, en algunos casos, con pautas burocráticas en la administración académica.

Más sutil es quizás el problema del pluralismo. La diferen-ciación social en gran escala de una estructura no implica necesaria-mente la asignación de los miembros a una u otra de las estructuras emergentes. Una vez diferenciado el viejo tipo de unidad familiar campesina, los hombres siguieron siendo miembros de unidades familiares residenciales y también de las nuevas organizaciones ocupacionales. El mismo principio rige para colectividades que son unidades de sistemas sociales más extensos: numerosas aso-ciaciones profesionales son miembros, como corporaciones, de entidades tales como el Consejo Norteamericano de Sociedades Avanzadas; y los departamentos y sus miembros son componentes de una facultad universitaria.

El fenómeno del pluralismo, con sus rasgos, condiciones y consecuencias características, tiene una importancia decisiva en el proceso de diferenciación y desarrollo de la sociedad moderna. Me he apoyado en Durkheim, quien contribuyó valiosamente a la comprensión de este fenómeno, mediante su concepto de solida-ridad orgánica50. El asunto es decisivo para la definición de la so-

50 Véase Talcott Parsons, «Durkheim’s Contribution to the Integration of Social Systems». En Kurt Wolff (ed.), Émile Durkheim, 1858-1917: A Collection of Essays with Translations and a Biography. Columbus: Ohio State University Press, 1960. Reimpreso en Sociological Theory and Modern Society.

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ciedad moderna, no solo en sus aspectos económicos, sino también en los relativos a la relación de la ocupación con la estructura fa-miliar, a la raza, a la religión y a diversos aspectos de la categoría de comunidad. Es manifiesto que no se ha prestado la debida atención a estos temas y que poco se han desarrollado los instrumentos con-ceptuales adecuados, debido, seguramente, a un complejo nudo de razones ideológicas e intelectuales, como bien lo indica la ten-dencia moderna a concentrarse en las dos grandes figuras de Marx y Weber y a recurrir a análisis de clase o de burocracia.

Según mi propia experiencia individual, Durkheim es un sólido punto de referencia desafortunadamente descuidado: su análisis de la economía moderna, en La división del trabajo social, se centró en la regulación institucional cuando consideraba los aspectos infor-males, y en la ley, más que en la administración del Estado, cuando tomaba en cuenta los aspectos formales. Su eje fue principalmente la institución del contrato, a la cual subordinó la institución de la propiedad. Según mi reciente formulación teórica, esta perspectiva conectó directamente la economía, subsistema adaptativo de la sociedad, al sistema integrativo que he denominado «comunidad societal». Mi afinidad con Durkheim y con sus subsiguientes de-rivaciones, me indujo a acentuar la diferenciación y el pluralismo de estructuras sociales, en contraste marcado con el énfasis jerár-quico de relaciones de poder, común a Marx y Weber.

En términos evolutivos, los aportes estructurales fundamen-tales de la sociedad del siglo XVII, exceptuando la organización del Estado francés, residieron en el carácter pluralista de las asocia-ciones, particularmente del protestantismo ascético; en el derecho consuetudinario y en el parlamentarismo; en la ciencia y en el rápido desenvolvimiento de una economía de mercado. La revolución in-dustrial y la revolución democrática desarrollaron la sociedad en una dirección capitalista. En esta perspectiva, y debido quizás a la influencia de Tocqueville, vi que la sociedad moderna emergente en Norteamérica comenzó a jugar un papel especial en todo el sistema social moderno del siglo XX, semejante al que desempeñó la es-quina noroccidental de Europa en el XVII. Esta sociedad debe sus rasgos esenciales no a la rigidez de las discriminaciones de clase o

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a niveles exagerados de burocratización, sino a una tonalidad aso-ciativa y pluralista, palpable en su democracia con gobierno des-centralizado, en su federalismo y la división de poderes; viva en la constitución religiosa de la separación de Iglesia y Estado, en el plu-ralismo de sectas; evidente, en fin, en la capacidad para absorber a grandes grupos de inmigrantes religiosos y étnicos por integración e inclusión, ciertamente no terminada.

He procurado deducir todas las consecuencias de estas ten-dencias estructurales, tarea de suyo compleja y que solo puede rea-lizarse muy fragmentariamente por un estudioso, aun si este cuenta con la colaboración de muchos y el trabajo previo de otros tantos.

La exagerada atención prestada a los asuntos de poder y je-rarquía, temas dominantes en el pensamiento social en el último siglo, se debe, a mi modo de ver, a factores ideológicos. Por ejemplo, la clásica reacción socialista sustituyó la concepción de una eco-nomía capitalista, dominada por la búsqueda racional del interés propio, por el control del interés público rígidamente centralizado en el Estado. En este dilema se perdió de vista que la nueva economía industrial no es, hasta cierto punto, ni puramente individualista o racionalista, como lo anotaba la tradición de la economía utilitarista, ni meramente colectivista en el sentido socialista. Como Durkheim lo aclaró, está regida por otros factores, entre los cuales se destaca una estructura normativa legitimada en términos de valores, fun-dados estos en una base cultural, en especial religiosa. Por otra parte, siguiendo a Durkheim, debe destacarse el elemento afectivo de la so-lidaridad, basado en los vínculos motivacionales del individuo con los roles, con las colectividades y con sus miembros.

La comunidad societaria y la solidaridad

A la rígida alternativa entre capitalismo y socialismo, entre in-terés individual y público, se ha sumado recientemente otra entre la alienación individual y colectiva respecto a solidaridades colectivas mayores y las expectativas y demandas de total incorporación de individuos o colectividades en comunidades mayores. Frente a esta disyuntiva se encuentra un tercer camino, no un simple término

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medio, más importante ciertamente que las aseveraciones ideoló-gicas: sus puntos de partida son las asociaciones y el pluralismo.

Los recursos teóricos para definir las alternativas, para diag-nosticar y analizar sus fenómenos y los rasgos de las estructuras existentes que los constriñen, son probablemente más precarios comparados con los disponibles en tiempos de Durkheim para exa-minar componentes normativos pluralistas. Es necesario formular lazos teóricos correctos entre la psicología del individuo, el variable funcionamiento de los sistemas sociales y el enraizamiento de los factores normativos en el sistema cultural. Deben evitarse simples dicotomías del tipo de comunidad y sociedad, tan sorprendente-mente análoga a la dicotomía entre capitalismo y socialismo. Los intelectuales contemporáneos tienden angustiosamente a retornar a estadios primitivos de comunidad como remedio único para las enfermedades y males de la sociedad contemporánea51.

Por mi parte, he preferido retomar el hilo del proceso de socialización del individuo, refiriéndolo especialmente a las in-terrelaciones con la dinámica latente de motivación y con el condi-cionamiento estructural del proceso, que depende de los sistemas social y cultural. El psicoanálisis es una sólida base teórica para asir este asunto si se limita al sistema de personalidad. Por razones comprensibles, se ha restringido al examen de las primeras fases del proceso de socialización, con excepciones como el trabajo de Erickson sobre la adolescencia, y ha descuidado posteriores estadios de las diversas etapas de la educación formal52. Se ha contentado con la terapia y el juicio vago de que la estructura del carácter se configura definitivamente hacia el final del primero o por mucho del sexto año, y de que lo demás depende de la presencia o ausencia de estados patológicos.

En mis primeras fases incursioné con éxito en este terreno y des-taqué algunos principios (menciono el primer artículo sobre «edad y

51 Véase Robert A. Nisbet, The Sociological Tradition. New York: BasicBooks, 1966.

52 Erik Erikson, «Youth: Fidelity and Diversity», Daedalus, 91, 1962(invierno), 5-27.

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sexo» como categorías de la estructura social53; luego Family, Socia-lization, and Interaction Process y finalmente el paradigma social de las condiciones de la psicoterapia incluido en El sistema social). Pero es evidente que en este campo no se ha alcanzado un nivel de genera-lidad analítica, comparable al obtenido en las estructuras políticas, económicas, legales o religiosas de la sociedad.

Tendiendo a resolver este vacío, he logrado progresos al recon-siderar, luego de algunos años, los problemas de parentesco y del tabú del incesto, concentrándome en el tabú entre hermanos para sociedades asociativas. Esto estimuló a su vez el estudio del papel de pautas «simbólicas» de parentesco en la historia institucional de Oc-cidente, contenidas, por ejemplo, en las «hermandades». El celibato religioso bien puede considerarse como ejemplo de lo que son pautas de «inversión», de las que he hablado al referirme al papel de las so-ciedades germinales y de la cristiandad primitiva54. Mis reflexiones sobre este particular complejo de temas se han aclarado inmensa-mente gracias a los trabajos de David Schneider, antiguo discípulo y amigo, sobre el parentesco en la sociedad estadounidense55.

También había participado anteriormente con Samuel Stouffer y Florence Kluckhohn en un estudio sobre las relaciones de la edu-cación secundaria con la movilidad social. Generalicé las observa-ciones de tal estudio retrocediendo hasta la escuela primaria, con lo cual aclaré importantes puntos de referencia estructurales56. Como ya anoté, mis intereses empíricos se habían ampliado también

53 Talcott Parsons, «Age and Sex in the Social Structure of the United States», American Sociological Review, 7, 1942 (octubre), 604-616. Reimpreso en Essays in Sociological Theory.

54 Véase «Kinship and the Associational Aspects of Social Structure». En Francis L. K. Hsu (ed.), Kinship and Culture. Chicago: Aldine Press, 1971.

55 David M. Schneider, American Kinship: A Cultural Approach. Englewood Cliffs, N. J.: Prentice-Hall, 1968.

56 Véanse Talcott Parsons, «The School Class as a Social System: Some of Its Functions in American Society». Harvard Educational Review, 29, 1959, 297-318. Reimpreso en Social Structure and Personality. Y en colaboración con Gerald Platt: Talcott Parsons y Gerald Platt, «Higher Education, Changing Socialization, and Contemporary Student Dissent». En M. Riley (ed.), A Sociology of Age Stratification. New York: Russel Sage Foundation, 1969.

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hacia estudios de la dinámica y estructura social de la educación superior, referidas a las profesiones; con ello logré una continuidad gradual en la temática estudiada.

Otro paradigma analítico hizo posible un gran progreso teórico: la clasificación de medios generalizados de intercambio y la equivalencia de categorías de intercambio de los cuatro subsis-temas funcionales del sistema general de acción, a saber: cultural, social, psicológico y orgánico. Ya he dicho cómo estas categorías convergen con las formuladas en el esquema de W. I. Thomas.

Era ya muy evidente que el «afecto» —en sentido psicoana-lítico, o sea: diferente del placer erótico— debía tratarse como medio general de la acción. El problema era dónde colocarlo. Su connotación psicológica hacía plausible su ubicación dentro del sistema de la personalidad, pero explorando posibilidades tomé la decisión radical de colocarlo principalmente en el sistema social, con lo cual interactúa desde allí con otros sistemas fundamen-tales57. El afecto y la influencia son así paralelos en el sistema social y dentro de la acción en general, siendo el primero medio inte-grativo primario. Su propiedad como medio general equivalente hace posible, además, destacar los pasos de su diferenciación, del mismo modo que se esboza la evolución del dinero desde el trueque hasta complejos sistemas crediticios, posibles estos por la comer-cialización de estos factores fundamentales de producción (el trabajo en particular) a partir de la crucial revolución industrial.

La solidaridad es así la solvencia de la «economía afectiva» de un sistema social, debida al flujo de aportes instrumentales signi-ficativos de sus miembros y al saldo positivo de sus motivaciones gratificadas, es decir, no alienadas. Estos factores son adscritos en sistemas sociales simples, bien sean estos sociedades primitivas,

57 Comentando el borrador original de este ensayo, el profesor Renée Fox indicaba que la decisión de colocar el «afecto», principalmente, en el sistema social, estaba prefigurada tempranamente en la formulación de la pauta variable: «afectividad vs. neutralidad afectiva». La decisión fue enérgicamente replicada por dos de mis colaboradores jóvenes más capaces: Victor Lidz y Mark Gould.

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bien agencias socializadoras en sociedades más diferenciadas que protegen al niño en las primeras etapas de su vida.

Qué tan diferenciada y plástica deba ser la personalidad para obtener máxima gratificación y plena participación es algo que de-pende, por supuesto, del medio social y cultural en que actúa. De ahí que el pluralismo de la estructura social sea un rasgo esencial de la compleja vida moderna. En este plano, el desarrollo de la educación superior masiva, fenómeno conspicuo e inquietante de nuestro tiempo, responde a la necesidad de modelar individuos su-ficientemente capaces de enfrentarse a tal complejidad, ya sea por su competencia instrumental, ya sea por la integración afectiva de su personalidad. La estabilidad e integración de las sociedades mo-dernas estriban esencialmente en las nuevas formas de inclusión de individuos y grupos en solidaridades sociales.

Resulta curioso trazar paralelos con las perturbaciones que siguieron a las revoluciones industrial y democrática. En el primer caso fueron de orden laboral, por un lado, y relativos al ciclo de depresiones de las empresas, por otro. Smelser mostró muy bien cómo surgió un nuevo tipo de desórdenes en un grupo de trabaja-dores no perjudicados anteriormente por la transición como sí lo habían sido, por ejemplo, los tejedores artesanales. Los conflictos laborales renovados engrandecieron el sindicalismo y alentaron movimientos socialistas58. Las depresiones, por su parte, pusieron en entredicho la estabilidad del nuevo sistema en todos sus niveles. Es notorio que el examen de estas perturbaciones, económicas principalmente, se hizo en gran medida en términos de la conside-ración del interés propio (salarios, horas y condiciones de trabajo y expectativas de ganancias de los empresarios). Al mismo tiempo, socialistas y marxistas añadieron la dimensión del poder político a esta visión económica.

Perturbaciones equivalentes en la revolución democrática fueron las luchas por el poder y la autoridad interna en unidades

58 Véanse Neil J. Smelser, Social Change in the Industrial Revolution. Chicago: University of Chicago Press, 1959. Neil J. Smelser, Essays in Sociological Explanation. Englewood Cliffs, N. J.: Prentice Hall, 1968.

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políticas particulares (por ejemplo, las oleadas revolucionarias en Europa hacia 1789 y sus secuelas: 1830, 1848 y, por supuesto, 1917 y 1918) y los movimientos sistemáticos de alteración del equilibrio de las relaciones entre unidades nacionales. Lo análogo de la de-presión es la guerra o la tensión en las relaciones internacionales, paulatinamente generalizada. El interés propio de trabajadores y empresarios se reemplazó aquí por el interés propio de las potencias tomadas como colectividad en sus posiciones de poder. Al mismo tiempo, se modificó la concepción sobre el poder al incorporar una connotación integrativa de gran alcance como la expresada en el fenómeno del nacionalismo. Así como las luchas en torno a inte-reses económicos eran a menudo económicamente irracionales, así las luchas por el prestigio nacional han sido con frecuencia políti-camente irracionales: un político realista como Bismarck pudo ser más racional que Napoleón III, nacionalista romántico.

Creo que la revolución educativa es la manifestación más des-tacada de la nueva fase de desarrollo de la sociedad moderna en la que son más relevantes, en sentido analítico, problemas integra-tivos que políticos o económicos. Los desórdenes estudiantiles son, entonces, paralelos a los conflictos laborales y políticos porque los estudiantes constituyen la categoría de la población más expuesta a la adaptación masiva a condiciones estructuralmente cambiantes. El problema suyo no es realmente el poder, sino su modo de in-clusión en el proceso educativo (una nueva fase del proceso de so-cialización) y en el mundo social luego de su educación formal.

Desde este punto de vista, el radicalismo de la nueva izquierda es paralelo al socialismo de los movimientos sociales y al jacobi-nismo de los demócratas radicales. El conflicto más recurrente consiste en la propagación de oleadas de alienación y formas si-milares de malestar, que afectan especialmente a los intelectuales, la parte más sensible de la población moderna, y que se refiere a las expectativas de una mayor solidaridad social y a la sensación desconsoladora de su ausencia, manifiesta en fenómenos como la pobreza, la discriminación racial, el crimen y la guerra. Estas re-cientes manifestaciones se centran en problemas integrativos, pero se asemejan a las previas escalas conflictivas en que apelan a un

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nivel superior de control, en este caso el valorativo, cosa muy evi-dente en el acento especial que ponen los círculos más radicales en los intereses morales59.

El interés empírico por el capitalismo, mantenido por un lapso de más de 30 años, llevó así a una nueva concepción sobre la naturaleza y significado de las profesiones, con lo cual maduró una formulación sobre la naturaleza de la sociedad moderna que supera el dilema entre capitalismo y socialismo. Me parece acertado el nuevo término de «sociedad posindustrial», pero me pregunto si no debería llamarse también sociedad «posdemocrática», sugerencia que probablemente encontraría considerable resistencia; no quiero decir con esto que ya no sea válida la democracia, así como decir «posindustrial» no alude a que la industria sea algo arcaico. Por todas estas circunstancias, el sistema de educación superior debería recibir atención especial y, dentro de él, la profesión académica que es el núcleo estructural del sistema de educación superior. Me he aproximado a las investiga-ciones empíricas corrientes con el estudio sobre las profesiones mé-dicas y académicas, pero, ante todo y siempre, he querido entender estos grupos profesionales en el contexto del sistema más amplio del que vienen a ser partes especialmente importantes60.

La educación superior como

objeto de reflexión

Es evidente quizás que este interés por las principales tendencias de desarrollo de la sociedad moderna destacara la naturaleza y el estado actual del sistema de educación superior, especialmente en Estados Unidos. Este tiene un lugar sobresaliente como culminación evolutiva de la revolución educativa, de modo que un estudio es-pecial sobre este tema no es nada trivial. El tema es particularmente importante, por otra parte, en el contexto de mi viejo interés por las

59 Véanse Talcott Parsons y Gerald Platt, The American Academic Profession: A Pilot Study [mimeo]. Cambridge, Mass., 1968. Talcott Parsons, «Some Problems of General Theory in Sociology». En J. McKinney y E. Tiryakian (eds.), Theoretical Sociology. New York: Appleton-Century-Crofts, 1970

60 Los resultados preliminares se discuten en Parsons y Platt: The American Academic Profession.

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profesiones modernas, pues es claro que la formación universitaria es el fundamento de las profesiones. La formación en profesiones «apli-cadas» prestigiosas había dado nacimiento a escuelas de posgrado que, progresivamente, se fueron incrustando en las universidades.

La profesión académica, institucionalizada principalmente en las facultades de artes y ciencias, se convirtió en el principal guardián y promotor de la gran tradición del conocimiento. Esta profesión, dedicada al «aprender en sí mismo y por sí mismo», es la piedra angular de las profesiones y, por eso, me concentré en ella. El estudio de la educación superior me permitía, al mismo tiempo, continuar y desarrollar mi ya viejo interés por los procesos de so-cialización, extendiéndolo a fases más avanzadas que no habían llamado la atención a la mayoría de los estudiantes orientados por el psicoanálisis.

Comencé a realizar esta inclinación, antes de los conflictos originados en la Universidad de Berkeley, con un proyecto para estudiar los profesionales académicos de los Estados Unidos. Primero, experimentalmente, con muestras de las facultades de ocho instituciones. Luego, en 1967, con una muestra nacional de 116 instituciones que ofrecían programas de cuatro años en artes liberales, con centros de posgrado o sin ellos. Este estudio ha sido financiado generosamente por la Fundación Nacional para la Ciencia. Mi colaborador, el doctor Gerald Platt, tiene a su cargo la dirección principal de la investigación. Con esta experiencia con-cluye prácticamente mi relato.

Debo añadir aquí una nota más autobiográfica. Es compren-sible que un científico social tan absorto en cuestiones de interés teórico general, se angustie frente al énfasis estadounidense en la investigación empírica sólida. Mi deseo de estudiar la práctica médica, que abordé en términos de la tradición antropológica de observación participante y entrevistas, obedeció en gran parte a esta presión.

Cuando Stouffer ingresó a Harvard, la investigación empírica por encuestas había logrado una posición destacada en las ciencias sociales. Pronto decidimos colaborar, y con Florence Kluckhohn emprendimos un estudio sobre movilidad social entre estudiantes

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de secundaria, que serviría para un seminario de posgrado que los tres dirigíamos. Este proyecto reunió un gran volumen de datos re-sultantes de encuestas aplicadas a una muestra de escuelas públicas de secundaria en el área metropolitana de Boston.

Sobrevino entonces la crisis, debida a la muerte prematura de Stouffer, en 1960, en el mismo verano en que murió Clyde Kluckhohn de modo aún más prematuro. Florence Kluckhohn y yo queríamos publicar un libro, y el cuerpo del material estadístico del que ori-ginalmente había sido responsable Stouffer había sido reelaborado cuidadosamente por Stuart Cleveland con ese objetivo; pero las vici-situdes de reunir las otras contribuciones derrotaron el proyecto.

Hay, pues, una continuidad de disposición en mi segundo intento de realizar investigación empírica por encuestas. La utili-zación de esta técnica se había decidido realmente antes de que Platt se uniera al proyecto; su entrenamiento en este aspecto fue uno de los criterios para su vinculación. Tengo grandes esperanzas en que esta vez resulte el ensayo, aunque mi contribución será la de asesor en calidad de profesor asociado, colaborador teórico y crítico, más que de diseñador y analista de encuestas, ya que este es el trabajo de Platt y del grupo que trabaja con él. Desde que conocí a Stouffer tengo gran aprecio intelectual por la investigación empírica y pienso que se pueden lograr alianzas más estrechas entre estas técnicas y el tipo de teoría en que he estado trabajando.

Otra obvia continuidad entre estas dos incursiones en la in-vestigación empírica por encuestas radica en que se han ocupado de la sociología de la educación y de aspectos del proceso de socia-lización. El proyecto sobre movilidad relacionaba la socialización dentro de la educación formal con la estructura ocupacional que ha sido tan crucial para la sociedad moderna a partir de la revolución industrial. Nuestro estudio sobre la educación superior y la pro-fesión académica ha conducido, en cierta forma, a una nueva esfera donde las relaciones de la educación superior con la tradición cul-tural, por la vía de las disciplinas intelectuales, son más prioritarias que los problemas relativos a la distribución de fuerza de trabajo en el sistema ocupacional, siendo este aún tan importante.

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Debo dar cuenta aquí de otro ámbito significativo para el desarrollo de mi pensamiento: la Academia Estadounidense de Ciencias y Artes. En 1945 fui elegido miembro de la Academia, pero no participé activamente por razones de la guerra que entonces concluía. Asistí luego a algunas reuniones periódicas, pero me in-corporé más decididamente después con una primera contribución independiente a la revista Daedalus, fruto de la participación en un simposio sobre la juventud. Fui miembro del comité para asig-nación de fondos de la Academia y del comité para otorgar premios a trabajos monográficos en ciencias sociales.

Me vinculé progresivamente a proyectos de Daedalus, como los que tenían que ver con la nueva Europa, con la ciencia y la cultura, con el problema racial61 y también con el seminario sobre la po-breza organizado luego al margen de Daedalus62. Por un tiempo presidí el comité para asignación de fondos de investigación y fui miembro de la comisión para trazar el futuro de la Academia. En 1967 fui elegido presidente de la Academia, cargo que por primera vez recaía en un científico social.

Me agradaba particularmente que los intereses de varios grupos de la Academia y de Daedalus, en especial, se dirigieran hacia el es-tudio de la educación superior, como se pone en evidencia en muchas formas: el proyecto Danforth sobre el gobierno de las universidades; el estudio de los problemas éticos de la experimentación con hu-manos; la discusión de problemas internacionales de la educación superior en las sociedades industriales; los estudios recientes sobre la situación de las humanidades y el volumen en el que se publica el presente ensayo63. He participado en el Congreso sobre Metas y

61 Véanse los números de Daedalus sobre ¿A New Europe? (1964, invierno); Science and Culture (1965, invierno); The Negro American (1965, otoño, y 1966, invierno) y Color and Race (1967, primavera).

62 Daniel P. Moynihan (ed.), On Understanding Poverty. New York: Basic Books, 1969. James L. Sundquist (ed.), On Fighting Poverty. New York: Basic Books, 1969.

63 Véanse los números de Daedalus dedicados a The Embattled University (1970, invierno); Ethical Aspects of Experimentation with Human Subjects (1969, primavera) y Theory in Humanistic Studies (1970, primavera).

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Gobierno de la Universidad, iniciado en 1969 por la Academia, como miembro de la junta encargada de producir un análisis general sobre la naturaleza, lugar y posibilidades de cambio del sistema actual de educación superior. Desde entonces he debido combinar mi papel como estudioso de la educación superior en la Academia con mi papel como supervisor de la investigación sobre las facultades en las que se establecen generalizaciones empíricas concretas sobre lo que realmente es el mundo de los académicos y las bases de su éxito.

La participación en la Academia ha sido muy satisfactoria en más de un sentido: dado que la organización es explícitamente inter-disciplinaria y que aglutina a científicos provenientes de todas las dis-ciplinas intelectuales, la experiencia es uno de los mejores antídotos institucionales contra la superespecialización de nuestra cultura y de su sector académico. De ahí que para un estudioso, que valora orien-taciones muy generales, la participación en la Academia durante la última década haya representado una rara ocasión para un tipo de acción interdisciplinaria difícil de lograr en el medio local de la uni-versidad. Esto ha favorecido la exposición a estímulos que, de otra manera, no se hubieran presentado y ha permitido interactuar con intereses cognoscitivos y sentimientos de personas involucradas en el amplio campo de las diferentes disciplinas e inclinaciones intelec-tuales asociadas a la Academia y a sus actividades64.

En la tarea de comprender el sistema de educación superior, la Academia ha llegado a ser paulatinamente un agente, no único pero decisivo, de generalización cultural relativa a la organización social de la enseñanza, la investigación y su aplicación. El que una organización como esta pueda florecer en una época de superespe-cialización puede tomarse como indicio de los profundos intereses que guían de modo latente nuestro principal desarrollo cultural.

Estilo de pensamiento y síntesis temática

Muchos comentaristas del primer borrador de este ensayo han formulado preguntas sobre la relación entre un tipo de «oportu-nismo intelectual» y una pauta de consistencia y continuidad en

64 Puede verse el espectro de intereses y actividades en los Records anuales de la Academia. Mis dos informes como presidente están en los volúmenes de 1968 y 1969.

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los desarrollos expuestos en las páginas precedentes. Este, y no el comienzo, es el lugar apropiado para dar una respuesta.

Es bastante claro: mi carrera no ha sido meticulosamente pla-neada en sentido ocupacional o por su contenido intelectual. Cuando llegué a Amherst no preveía la indignada reacción frente a la desti-tución de Meiklejohn ni el viraje de las ciencias biomédicas a las so-ciales. El año en Londres fue en cierta forma programado, no así la aventura alemana, ni mucho menos la estadía en Heidelberg. Aunque había planeado proseguir con la teoría económica, nunca anticipé el ingreso al Departamento de Sociología de Harvard y no sospechaba que permanecería indefinidamente allí. Antes de ir a Heidelberg no había oído mencionar el nombre de Weber, y al venir a Harvard no sabía quiénes eran Gay o Schumpeter. Me habían predispuesto a mirar con indiferencia a Pareto, a Durkheim como carente de so-lidez; no me sentí atraído por Freud hasta bien entrado en los treinta, y solo entonces surgió mi interés especial por las profesiones.

El azar en estas diferentes decisiones sobre la ocupación y sobre el contenido intelectual de mi carrera se confunde con una pauta que todavía es vigente: la de responder a estímulos intelec-tuales, el afán por establecer relaciones de asociación, por asistir a conferencias y sobre todo por escribir artículos sobre muy di-versos temas. Dos ejemplos iniciales fueron la respuesta a la so-licitud de organizar una reunión de la Asociación de Sociólogos Estadounidenses que versara sobre las categorías de «edad y sexo», tomadas como coordenadas de rol y estructura de las sociedades (1941); de allí provino el artículo «Edad y sexo en la estructura de Estados Unidos», el ensayo más reimpreso de los que escribí. Y el segundo ejemplo: una petición del editor de la revista American Anthropologist, Ralph Linton, para que intentara una síntesis entre el método antropológico en el análisis del parentesco y una pers-pectiva sociológica sobre la sociedad estadounidense. El resultado fue el artículo «El sistema de parentesco en los Estados Unidos», que recibió también vasta atención.

La respuesta a estos retos ha dado lugar a dos imágenes de mi papel en la ciencia social estadounidense. En primer lugar, se piensa que a diferencia de los «sólidos» aportes de la investigación

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empírica, los míos son propios de un talentoso y «estimulante» en-sayista, de un periodista «esotéricamente académico» que escribe sobre muy diversos temas sin genuina continuidad o solidez. En segundo lugar, se me atribuye una personalidad esquizofrénica de doble profesión: por una parte, este tipo de periodismo, por otra, un modo formal de teorizar totalmente irrealista y abstracto; y se asegura que las dos personalidades no tienen nada en común.

El profesor Renée Fox me había alentado, por medio de una detallada comunicación personal, a reconsiderar especialmente la continuidad del desarrollo teórico. Espero que en la exposición precedente sea evidente la básica continuidad que creo que existe en mi pensamiento durante más de cuarenta años.

Al intentar comprender la naturaleza del proceso psicológico que subyace a esta continuidad, he encontrado una analogía muy sugestiva. En dos años académicos recientes colaboré con el profesor Lon L. Fuller, de la Escuela de Derecho de Harvard, en un seminario bajo el título muy correcto de Ley y Sociología. En su curso aprendí bastante sobre derecho y, particularmente, sobre derecho consuetu-dinario. Teóricos del derecho sistemático de la Europa continental, de la talla de Hans Kelsen, sostienen que el derecho consuetudinario es intelectualmente desastroso. Se reduce, dicen, a un mero agregado de casos particulares desprovisto por completo de principios. Fuller, más que nadie65, me hizo comprender que el «sistema de casos» no es necesariamente antitético a la sistematicidad y que, muy por el con-trario, puede favorecerla bajo circunstancias apropiadas. Las cortes deben dirimir, justificando su dictamen, cualquier caso propuesto a su juicio, siempre que venga con el cumplimiento de unos pocos requisitos y que sea procedimentalmente adecuado. Un sistema judicial de apelaciones asegura que las justificaciones dudosas se pongan en tela de juicio, dada la esencia crítica de la profesión, como se puede ver por las revistas de derecho. La justificación consiste en subsumir la decisión particular bajo principios legales generales, no solo en precedentes específicos.

65 Lon L. Fuller, The Anatomy of Law. New York: Praeger, 1968.

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Entre mis colegas cercanos, George Homans66 sostiene que el término «teoría» solo puede designar legítimamente un sistema lógico deductivo, basado en premisas axiomáticas puestas explícita y formalmente, de modo que al añadir premisas menores adecuadas se realice un conjunto de deducciones que conduzcan a afirma-ciones factuales empíricamente verificables. Según Homans, todo lo que he producido ha sido un esquema conceptual, de ninguna manera teoría. Esta es una disputa sobre palabras, pero, como muchos otros, jamás he reducido el término teoría a esta men-guada definición. Lo que plantea Homans es una meta legítima en la madurez de una teoría, pero lejos está de mí considerar que no es teoría lo que se aparte de este modelo.

Como quiera que sea, debo decir dos cosas sobre el desarrollo anotado en este ensayo. Primero, lo que se condensa en mis es-critos más abstractos no es un sistema maduro de teoría, tal como lo plantea Homans. Segundo, el proceso que los precede no ha con-sistido, lo digo enérgicamente, en sentarse a formular los principios axiomáticos básicos para deducir luego sus implicaciones lógicas y confrontarlas con los hechos conocidos.

Ha sido, por el contrario, un proceso análogo a lo que sucede en el derecho consuetudinario. El trabajo que produjo La es-tructura de la acción social condujo a una orientación teórica, en el sentido que le doy a la expresión, o a un esquema conceptual, si se quiere, que no era un cúmulo de opiniones fortuitas. A partir de esta base, el proceso ha consistido en explorar una amplia variedad de problemas empíricos y teóricos, por vías paralelas y perpendi-culares, no en una sucesión meramente azarosa. Me encontré por fortuna con personas e influencias significativas intelectualmente, y reaccioné simultáneamente a una gran cantidad de estímulos ambientales como los que ya he caracterizado: escribir sobre temas sugeridos por otros.

66 George C. Homans, Social Behavior: Its Elementary Forms. New York: Harcourt Brace and World, 1961. George C. Homans, The Nature of Social Science. New York: Harcourt Brace and World, 1967. George C. Homans, «Contemporary Theories in Sociology». En R. E. L. Fans (ed.), Handbook for Modern Sociology. Chicago: Rand McNally, 1964.

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En la mayoría de los casos espero haberme comportado como un buen juez de apelaciones en el derecho consuetudinario: o sea, haber considerado los temas y problemas sometidos en relación al esquema teórico. Aunque sus premisas no fueran definidas con precisión absoluta y no se trataran de algo perfecto en sentido lógi-camente completo, ha tenido notable claridad, consistencia y con-tinuidad. En la mayoría de casos este procedimiento ha aclarado problemas empíricos y ha completado, extendido, revisado y gene-ralizado el esquema teórico. En ciertos momentos me he detenido en definiciones teóricas y formales, en otros he penetrado en asuntos empíricos. Por todo lo anterior, he puesto como subtítulo de este ensayo la expresión: «construyendo una teoría del sistema social»67.

Si las consideraciones anteriores arrojan alguna luz sobre el proceso por el cual se ha mantenido una seria continuidad, puedo decir ahora algunas palabras, en forma sumaria y retrospectiva, sobre los temas que han sido más importantes en el continuo desa-rrollo teórico y sobre las pautas de su construcción.

Aunque cierto número de temas estaban contenidos en el tejido teórico de La estructura de la acción social, principalmente los re-lativos a la naturaleza de las concepciones históricas sobre el in-

67 Otro eje importante de este proceso está en el papel del profesor. Es análogo a lo que sucede en el derecho consuetudinario porque el profesor está obligado, especialmente en los niveles superiores del pregrado y más en el posgrado, a resolver preguntas planteadas por los estudiantes, dentro de amplios márgenes de definición de su esfera de competencia y en numerosas ocasiones: discusiones de seminarios, trabajos, tesis y entrevistas. Dentro de tales límites es el estudiante el que formula los problemas, no el profesor. Si el profesor es competente e íntegro, debe referir esas cuestiones permanentemente a una estructura teórica general. Muchas veces he sostenido que el enorme estímulo de estos intercambios, que obligan al perfeccionamiento teórico y a mantenerse informado, constituye una de las razones para afirmar que la separación de las funciones de investigación y docencia sería funesta para la empresa académica. En mi propio caso la interacción con sucesivas generaciones de estudiantes capaces ha alimentado el desarrollo de mi pensamiento teórico y el deseo de mantenerme empíricamente informado. Los estudiantes graduados nombrados anteriormente han sido especialmente importantes en este sentido, incluso más allá de sus días estudiantiles.

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terés propio y sobre el problema de la racionalidad económica, uno era y ha sido singularmente destacado, con muchas variaciones: lo que he llamado «el problema del orden» de la condición humana, en general, y del sistema social, en particular. La formulación mo-derna inicial se encuentra en el clásico concepto de Hobbes sobre el «estado de naturaleza» y en su pregunta sobre por qué las socie-dades humanas, con todos sus males, no se han convertido, por extenso, en estados donde prevalezca la «guerra de todos contra todos» (aún en las muchas guerras de la historia, las unidades com-batientes han sido sociedades, no individuos aislados)68.

Mi concepción ha sido congruente punto por punto con la de Hobbes, en el sentido de que el orden de las sociedades humanas ha de pensarse como problema, en lugar de presumirse como algo dado por la «naturaleza de las cosas»; en este sentido, he heredado tal vez algún elemento del pesimismo cristiano. Era insatisfactoria para mí, en los años treinta, la solución de Hobbes, vale decir: el «contrato social» que organiza un reino absoluto que impone el orden coercitivamente. Pero el problema subsistía. Una de las ra-zones para unir a Weber, Durkheim y Pareto, aprehendiendo lo esencial, era su compenetración en el reconocimiento de la se-riedad intelectual del problema y su convicción sobre la impor-tancia decisiva de los factores normativos en la acción humana, analíticamente independientes de los intereses económicos y de los intereses por el poder político69. La visión de Durkheim sobre los

68 Debo anotar que adopté una perspectiva kantiana para considerar el problema del orden. Hume se preguntó, muy generalmente, con relación a la epistemología del conocimiento empírico, lo siguiente: «¿es posible un conocimiento válido del mundo externo?», a lo que dio una respuesta negativa. Kant, por su parte, planteó la cuestión de una manera más compleja. Reconoció primero que «de hecho tenemos un conocimiento válido del mundo externo», luego preguntó «¿cómo es posible?», o sea, ¿en qué condiciones? De modo similar, muchos pensadores sociales se han preguntado si el orden social es posible, y han negado a menudo esa posibilidad. Por mi parte, he creído que el orden social existe de hecho, aunque de modo imperfecto y, sobre esa base, me he preguntado bajo qué condiciones puede ser explicada su existencia.

69 Lo mismo era cierto de Marshall, solo que él no dejó que esto se

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componentes normativos en la estructura y regulación de los sis-temas de relaciones contractuales fue en verdad centro de gravedad para mi propia concepción; Durkheim mencionó a Hobbes en este paso. Yo creo que el orden social es un problema en estricto sentido y que la naturaleza de su precariedad o las condiciones en que se ha dado o puede darse no se han expuesto con acierto por ninguna de las intelecciones de la sociedad humana tan corrientes popular-mente, cualquiera sea su cariz político. Debería distinguirse en su raíz lo que sea un análisis intelectualmente correcto de este asunto, de lo que no son otra cosa que bandos ideológicos popularmente atractivos, que muy rara vez se ponen a tono con aquel.

El «problema del orden» es claramente un punto nodal en la formulación de la relación entre las situaciones de estabilidad, las tendencias a la desorganización y la disolución y el cambio de sis-temas70, así como en el balance de los factores de estos.

El nexo entre los temas del orden y de la convergencia debe ser evidente a partir de las discusiones precedentes. Una penetración en el significado teórico de la explicación del orden, de sus poten-ciales desarrollos y fracasos, puede reputarse como logro teórico. La tesis de la convergencia de autores disímiles en un «principio común de solución» al problema fue propiamente un «descubri-miento», pues era algo no imaginado por el sentido común de la época. He esbozado aquí en qué consiste ese principio desarrollado en muchos de mis escritos: es el control normativo, muy diferente de las meras sanciones coercitivas, y, más bien, afín a lo que se en-tiende por homeostasis en cibernética y psicología.

Como anotó Clifford Geertz, en la discusión de este ensayo, el tema de la convergencia no se limitó a los casos estudiados ex-haustivamente en La estructura de la acción social, antes bien fue recurrente en toda mi carrera intelectual. Desde el comienzo jugó

entrometiera en su economía técnica. Si hubo alguna vez un inglés evangélico y victoriano, ese fue Marshall.

70 Los críticos me han acusado diciendo que soy atrincherado defensor del orden a cualquier precio, incluso si este precio es el fascismo. Afortunadamente, otros críticos más constructivos han visto que el orden es un problema, no un imperativo.

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papel preponderante la creencia en una convergencia entre lo bio-lógico y lo socioeconómico. Mi interés por Freud fue estratégico en la aproximación de la teoría del sistema social y del sistema de la personalidad hasta su punto actual. Una demostración de esta naturaleza demandó por supuesto penetración especial en posi-ciones que a primera vista parecían incompatibles. La distinción analítica entre personalidad y organismo surgió contra la resis-tencia del pensamiento psicológico tradicional (aun hoy muchos psicólogos negarían su importancia), y fue posible solo por colabo-raciones con James Olds, en las fases iniciales de su investigación sobre el cerebro, y con Karl Pribram, que me hicieron pensar en pautas convergentes dentro de un marco de referencia analítica-mente distintivo. Lo mismo puede decirse de la relación entre el sistema cultural y el sistema social: Weber allanó el camino, los antropólogos culturales prepararon el resultado. La convergencia más amplia ocurrió, sin duda, al amparo de la concepción ciber-nética, con sus múltiples asociaciones y derivados.

El «problema de la racionalidad» ha sido otro complejo te-mático de vastas proporciones. Al decir «problema» espero que se entienda que no he sido racionalista ingenuo de los que sostienen que toda acción humana es esencialmente racional y condenan la intrusión de elementos no racionales o aún irracionales. He estu-diado, por el contrario, el cometido y naturaleza de lo racional en su relación con lo no racional.

Es claro que la atención inicialmente puesta en problemas de racionalidad económica y política (por ejemplo, en el debate sobre el dilema entre capitalismo y socialismo) era legítima, pero limitada. He concebido conscientemente este recuento de tal modo que comprenda, dentro del espectro de la preocupación cognos-citiva por la acción humana, el vínculo entre ese interés y los otros dos, situados a lado y lado de ese medio. Con La estructura de la acción social, y luego con apoyo de Freud y otras influencias, ex-ploré esas vías complementarias. La concepción de Pareto sobre la «acción lógica», ligada estrechamente a cánones de validez cien-tífica, despejó, por ejemplo, el camino para el examen de la base científica de las profesiones, de las funciones de la educación su-

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perior y del valor intrínseco de la «racionalidad cognoscitiva», al tiempo que hizo posible la dilucidación de lo que no es racional desde un punto de vista «psicológico».

He comprendido que a través de los años me interesé mucho más por la otra alternativa a la racionalidad económica y política, es decir, por la que vincula el sistema social y el sistema de perso-nalidad, enlazados de modo complejo, con el sistema orgánico y el sistema cultural. En el primer punto fue cardinal el complejo erótico; en el segundo, los valores internalizados sugeridos por la concepción freudiana sobre el superego.

Visto desde este ángulo, el «problema de la racionalidad» tiene tres aspectos. El primero indica el papel que desempeñan las fuerzas racionales e irracionales en el curso de la acción. En Freud, por ejemplo, la relación que guardan el ego, el «principio de realidad» y el ello con las «necesidades instintivas», regidas por el «principio del placer». El lector tendrá claridad en el sentido de que mi posición ha sido, en esto, menos antirracionalista que la de otros estudiosos, pero tampoco ingenuamente racionalista.

El segundo aspecto alude a la posibilidad de conocer racional-mente fuerzas no racionales o incluso irracionales. Este asunto fue crucial para los cuatro autores, exceptuando quizás a Marshall, y para Freud de modo más evidente. Este último se empeñó denoda-damente en fijarse un programa para la comprensión racional del inconsciente, entidad no racional en esencia. Con ello se apartó radicalmente del modelo de conceptualización de la prosecución racional del «interés propio» y del modelo racionalista de la bús-queda de conocimiento racional.

El tercer aspecto sintetiza los anteriores. Se condensa en el aforismo de Freud: «Allí donde estuvo el Ello, allí estará el Yo», o también en la más antigua expresión de Comte «savoir, c’est pouvoir»; ¿cómo y dentro de qué límites el conocimiento racional de lo no racional (que incluye el mundo físico) hace posible su control? Este asunto es el más controvertido y prominente del com-plejo de la racionalidad.

La racionalidad implícita en la psicoterapia es tan instru-mental como la racionalidad económica o política, pero da lugar

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a nuevas inquietudes: ¿qué fuentes legitiman y justifican los fines o metas que animan la aplicación de la racionalidad instrumental? Los utilitaristas y, en su mayor parte, los economistas consideran las «necesidades» de consumo como dadas, así las excluyen del conjunto de variables sometidas a explicación. Análogamente, la salud mental es, para Freud y los psiquiatras, parte de la salud general, cuyo logro o restauración son deseables sin necesidad de demostración. Pero en uno y otro caso es razonable preguntar, pa-rafraseando el título de un libro de Lynd (Knowledge for What?), «¿para qué la racionalidad?».

A primera vista, puede salirse del paso con la solución simple y seductora consistente en decir que los fines de la acción racional instrumental son, en esencia, no racionales; pero esto sería simpli-ficar demasiado. Weber contribuyó mucho a elaborar una respuesta sofisticada, expresada en el concepto de «racionalidad según va-lores» (Wertrationalität), base esta de uno de los tipos fundamen-tales de acción. Su implicación esencial, que no puede discutirse mucho en este ensayo71, consiste en demostrar que el «universo de valores» no está desprovisto de organización racional y que las de-cisiones de «compromiso» valorativo, así como su aplicación más o menos directa, tienen un componente racional independiente de su carácter instrumental.

Esta concepción, explícita solo en Weber, abrió dos vías, tal como sucedió con la «bifurcación» en torno al estudio de los pro-blemas teóricos contenidos en el concepto de racionalidad eco-nómica. La primera se refería, por supuesto, a la religión, tema siempre importante en mi pensamiento. El ensayo de Weber sobre la ética protestante inició el recorrido, luego vino el descubrimiento de la convergencia entre Weber, Pareto, Durkheim y, más tarde, Freud. A partir de allí, el examen de los problemas intelectuales planteados por la religión, como fenómeno humano, ocupó lugar destacado en las primeras fases de mi carrera, lo que me llevó in-

71 Véase mi artículo «The Sociology of Knowledge and the History of Ideas». En Phillip P. Wiener (ed.), Dictionary of the History of Ideas. New York: Scribner’s Sons, 1973.

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mediatamente al examen de la relación entre los componentes ra-cionales y no racionales de la religión72.

La permanente curiosidad por la religión, de parte de quien es un no creyente más que un incrédulo (según la distinción de una reciente conferencia del Vaticano), tuvo que ver con mi temprano rechazo al «positivismo», pero al mismo tiempo me indujo a esta-blecer el balance entre los componentes racionales y no racionales de la acción humana, para trascender luego de la esfera del conoci-miento puro de la religión a la del compromiso ético en su carácter afectivo y en su acción práctica.

La otra derivación del concepto de «racionalidad valorativa» es, en alguna medida, sorprendente: se refiere al papel de los va-lores en la definición de las estructuras cognoscitivas como tales, no ya a las características no racionales de fenómenos «conocidos» como el inconsciente o como los «fundamentos significativos» de la religión. En años recientes he realzado sobremanera esta di-mensión mediante el concepto de «racionalidad cognoscitiva», tomado como valor en sí mismo y no como mero medio para «sa-tisfacer necesidades». Se generó este concepto cuando Smelser y yo interpretamos el factor «tierra» como «compromiso valorativo» frente a la racionalidad económica.

Es obvia la importancia de esta visión para mis intereses teó-ricos recientes, pero también para la sociedad contemporánea: se manifiesta primordialmente en el complejo de educación superior y su relación con las disciplinas intelectuales. El saber empírico cognoscitivo determinó la formulación original del problema de la racionalidad, pero ahora este problema se replantea en toda su magnitud cuando se añade que el conocimiento empírico es, en sí mismo, un valor que permite establecer, de un lado, la validez cog-noscitiva del saber dispuesto para la acción racional instrumental y, de otro, la naturaleza de la justificación cognoscitiva del com-promiso valorativo con posibilidades instrumentales para fines

72 Justamente en los primeros años de mi carrera docente introduje un curso de sociología de la religión que ha proseguido por más de dos décadas, últimamente en colaboración con Robert Bellah.

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Talcott Parsons

diversos; y se replantea, digo, porque las razones implícitas en la selección de valores, más o menos religiosos, son equivalentes a las razones de validez del saber empírico73.

Concluyo con unas breves notas sobre los modelos intelec-tuales más importantes. Weber, Durkheim y Freud son las figuras más sobresalientes, a juzgar por la influencia esencial en la for-mulación de problemas y en las estructuras teóricas y empíricas centrales en mi devenir intelectual. No conocí personalmente a ninguno, aunque vivían en un periodo de mi vida en que fijaba ya la conciencia o «identidad» personal (según la expresión de Erikson). Otros fueron decisivos sin duda: Pareto en primer lugar, luego Marshall, pero también Schumpeter, Henderson, Cannon, Taussig, Piaget y muchos más.

Un factor para esta ponderación es la situación de relevancia intelectual: figuras iguales o más prominentes en campos más re-motos no ejercieron la misma influencia, aunque pudieron ser más importantes en la periferia, como es cierto de Cannon, de Darwin, de Whitehead, de Piaget, de Norbert Wiener y de tantos más. El segundo factor, suponiendo una perspectiva igual, es la diferencia de estatura de estas y otras figuras en el mismo campo74.

Habiendo expuesto ya cómo influyeron en mi obra Durkheim, Weber y Freud, resta por averiguar cuál de ellos y de qué manera fue modelo de rol, en términos de lo que he llamado «estilo cog-

73 Temiendo ser acusado de «racista», cito un viejo canto negro que dice: «no hay lugar oculto allá abajo», que sintetiza muy bien el asunto. Por «allá abajo» entiendo la visión positivista acerca de la autosuficiencia cultural total de la ciencia, que, dicen, no tiene conexiones «profundas» con ningún otro componente o problemas de la orientación humana fuera de ella.

74 Recuerdo aquí una experiencia geográfica que he vivido muchas veces. Visto desde el valle de Chamonix, el macizo del Monte Blanco aparece claramente como la masa de montañas más importante de la región de los Alpes. Si se va de Chamonix a Ginebra, o a las más lejanas inclinaciones del Jura, se destaca ya en la perspectiva sin ninguna duda la preeminencia del macizo, siempre que el tiempo permita la visión. De este mismo modo, creo que los tres autores constituyen las «cumbres» intelectuales más destacadas de mi tiempo. Esto, por supuesto, no demerita en modo alguno la importancia de los otros.

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Autobiografía intelectual: elaboración de una teoría del sistema social

noscitivo». Debe diferenciarse a Weber de los otros dos, aunque su influencia objetiva fuera equivalente. Weber era del tipo de Lutero, según los modelos de Erikson; con su inmensa preparación, sufrió una crisis de transformación única y grandiosa, acompañada en su caso de una seria enfermedad mental. Tras ella apareció el nuevo Weber con una «virtuosidad» realmente deslumbrante (el término le era grato), y produjo en dos o tres años los grandes ensayos me-todológicos (Wissenschaftslehre) y La ética protestante, como paso preliminar a una gran reinterpretación, comparativa y evolutiva, de la naturaleza de las sociedades modernas. Es significativo que Weber afirmara en sus escritos posteriores que la «ruptura ca-rismática» es el proceso de cambio religioso más importante y la forma superior de innovación sociocultural. Decir que el suyo no es el único camino (pienso en la idea del genio) no significa mini-mizar en nada su supremo logro intelectual.

El estilo de Durkheim o Freud era totalmente diferente. No puede suponerse que ninguno de ellos fuera menos ambicioso in-telectualmente que Weber. Su método consistía en decantar con parsimonia, para comprometerse luego en la solución radical de ciertos problemas muy precisos: en Durkheim, una versión es-pecial del «problema del orden», arriba mencionado; en Freud, el problema de la comprensión racional de lo no racional, centrado en lo que concebía como «inconsciente».

Los motivos que los llevaron a asumir sus compromisos inte-lectuales fueron, sin duda, sumamente complejos: en Freud obró la liberación a la muerte de su padre. Pero en ningún caso fue dra-mático el arribo a la madurez, que se plasmó en libros germinales auténticos: La división del trabajo social, de Durkheim, y La inter-pretación de los sueños, de Freud.

Se puede afirmar con certidumbre que el aporte de Weber, luego de su crisis, consistió en una deducción verdaderamente monumental y en una validación empírica de sus ideas correspon-dientes a la reorientación crítica. Los otros dos procedieron, paso a paso, desarrollando su teoría a partir de la formulación original del problema. Puede hablarse de una teoría weberiana que se remonta a la nueva orientación que sigue a su convalecencia, esto es, a partir

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de 1904 y 1905. No se puede decir lo mismo de los otros, que siguen un proceso continuo de desarrollo teórico.

No veo razón para sostener que cualquiera de estos estilos de los innovadores intelectuales sea superior al otro: son críticamente importantes, pero cada uno es efectivo en diferentes tiempos y si-tuaciones. Personalmente, debo confesar que Durkheim y Freud han sido modelos como analistas teóricos de la acción humana. Quizás esto responda a la cuestión sobre el balance entre conti-nuidad y oportunidad en mi autobiografía intelectual.

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Segunda parte

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La traducción teórica y la obra de Parsons como deutero-aprendizaje

Gabriel Restrepo

Universidad Nacional de Colombia (Bogotá)

¿Traduttore, traditore?

Traducción como traición y traslación

¿Qué significa traducir? Y, más allá: ¿qué significa traducir una pequeña obra maestra de un clásico de la sociología, como es esta Autobiografía intelectual, reeditada con ocasión de los treinta años de la muerte de un pensador polémico y caracterizado por su aprendizaje permanente, escrita en 19701, publicada a menos de una década de su muerte y traducida y editada en Colombia a menos de un año de su fallecimiento?

La definición más canónica de la traducción es el célebre juego de palabras italiano: traduttore, traditore: traductor, traidor. Toda traducción encierra la posibilidad de alterar el texto original, así el traductor se mueva entre la versión literal, la más pobre, y la sus-tancial, encaminada a captar el fondo antes que la forma, para la cual se requiere mucho más que un mero saber lexical, pues implica un vaivén entre la cultura que produce el texto y aquella que se lo

1 Parsons, 1970d. Esta y otras obras citadas de Parsons se encuentran referenciadas en la bibliografía en inglés, incluida en este libro.

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apropia. En la primera se trilla un diccionario, en la segunda es obli-gatorio compulsar las tangentes entre culturas distantes. En una y otra, empero, traducir implica torsión, distorsión y contorsión.

Una variante sorprendente del dicho italiano fue la encarnada por la Malinche, en la conquista española de México. El náhuatl de la indígena y el castellano de Cortés se entrelazaron como lenguas, incluso de amor y de sexo, para producir el avasallamiento de los aztecas con la supremacía de los códigos lingüísticos ibéricos. El malinchismo designa desde entonces el poder de una palabra que, como un caballo de Troya, implica la castración de otra lengua. La traducción fue en este caso una traición literal.

Caso semejante, aunque más sinuoso, fue el de el Felipillo, indígena peruano al servicio de Pizarro y de Almagro. Sus retor-siones de los mensajes, unas veces a favor de los españoles, otras, de los indígenas, en una suerte de encarnación del doble espía, son ya clásicas del malabarismo de los idiomas.

Un ejemplo paradigmático de lo que significa descifrar el sentido profundo de las traducciones, más allá de las clásicas tra-ducciones jeroglíficas de la piedra roseta y de la escritura cunei-forme2, lo ofrece la traducción psicoanalítica. Viene al caso porque para Parsons fue muy importante el psicoanálisis. Digo traducción, puesto que la transferencia es el conducto para una traducción, del afecto a la razón, ejercida por el psicoanalista para una «de-volución» al paciente (empleo con intención el término de la «in-vestigación acción participativa»3) de las claves de su inconsciente encerradas en los síntomas. Más allá de Freud, Lacan interpretó la dinámica de cada sujeto como una traslación de su inconsciente, digamos, del habitus de Bourdieu, a metáforas y metonimias, en el telar extenso de la vida4, a la manera, añado yo, de un palimpsesto. Empero, la labor más fascinante de revelar los secretos de las tra-ducciones semánticas fue el hallazgo del sentido inconsciente del

2 Georges Jean, L´ecriture: Memoire des hommes. Paris: Gallimard, 1987.3 OIAP, según se conoce al paradigma de las ciencias sociales creado por el

sociólogo colombiano Orlando Fals Borda.4 Jacques Lacan, «Función y campo de la palabra». En Escritos, t. 2. México:

Siglo XXI, 1971, 227-310.

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lenguaje críptico del políglota más enigmático, el hombre de los lobos, en una labor que lo llevó de Freud a tres psicoanalistas más a lo largo de setenta años y que revela lo absolutamente insondable de cualquier sujeto5.

América Latina o América ladina:

tradiciones y traducciones múltiples

Pero, apartándonos del palimpsesto de los sujetos, toda tra-ducción implica una relación transcultural y, por tanto, entraña un juego de bordes y fronteras, en los cuales, digamos de paso, era versado Freud, como judío nacido en las fronteras del imperio aus-tro-húngaro. Existe una relación semántica entre tradición y tra-ducción. Ambas provienen del latín ducere: ‘hacer seguir’, ‘llevar hacia’. América entera y, en ella, con más veras, Latinoamérica, es tierra de traducciones infinitas, donde la tradición estalla en mil filamentos. Aunque impropio por partida doble, el nombre de América Latina encierra ya una serie fantástica de traducciones: América, por el autor del mapa del continente: Américo Vespucio, no por el contenido o por el explorador del territorio, Colón. Latina se designa por la nostalgia imperial napoleónica enfrentada al as-cendente mundo anglosajón, bautizada así en uno de los peores poemas escritos en la historia universal, Las dos Américas, del co-lombiano Torres Caycedo, publicado en París en 1857. Doble tra-ducción traidora: del territorio al mapa y de Napoleón a sus sombras y fantasmas. El nombre propio e impropio recuerda que vivimos en la condición barroca o neobarroca de lo feiticio: lo ficticio y el fe-tiche. Algo que determina que el contexto de nuestra América sea muy diferente al de la América del destino manifiesto.

Más diría América Ladina que América Latina, y ello en razón de la potencia de las traducciones. El arquetipo del ladino español se ofrece como modelo de traducciones múltiples. Dejo del castellano cuando emergía como romance o lengua del amor, el idioma hoy hablado por los sefardíes, en uno de los más prodi-

5 Nicolas Abraham y María Torok, Crytonymie: Le Verbier de l’homme aux loups. Paris: Flammarion, 1976.

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giosos anacronismos lingüísticos, se situaba entre el siglo XII y XIII en los intersticios del latín, del árabe y del hebreo. Una figura como Maimónides (1135-1204), precursor de la célebre escuela de traduc-tores de Toledo, trasladaba de una a otra lengua el pensamiento, moviéndose en frágil equilibrio entre las cuchillas de los credos, asediados por la reaparición de Aristóteles. Una sabia razón erigida en la duda superaba las dos acepciones tradicionales de la palabra ladino, ambas tan indispensables para definirlo como oxímoron: ingenuo y astuto. Pues Maimónides trascendía el mimetismo es-tético del ingenuo y el cálculo inteligente del vivo, y los integraba en una razón que hoy diríamos compleja por su vaivén. Como la duda inducida por Aristóteles aguzaba como espada de Damocles toda creencia, ya Maimónides proponía distinguir el sentido literal del metafórico y alegórico en la hermenéutica de la escritura sagrada. Distinción fundamental porque, como toda frontera, es polisémica y heteroglósica, la distinción sirve como una suerte de brújula.

Lo ladino se multiplicó por mil trasladado a esta parte de América. La Malinche y el Felipillo son apenas dos ápices del ince-sante telar de traducciones orales y luego de traducciones escritas de los cronistas. Con todo, si se quiere remitir a un prototipo del ladino americano como sabio traductor a semejanza del hebreo se-fardita Maimónides, sin duda el índice apunta al Inca Garcilaso de la Vega (Cusco, 1536-Córdoba, 1616). El mismo año de su retiro del mundo, 1590, desalentado por el rechazo que experimentaba como «sudaca» en el mundo de su padre, el gran mestizo publicó la traducción al español del libro en toscano del neoplatónico León Hebreo, Diálogos de amor; traducción que, se dice, leyó con mucho aprecio Miguel de Cervantes Saavedra. Tal traducción fue, como en la anamnesis de Platón, para la cual conocer es recordar, el método para elaborar el duelo de su vida: la rememoración del mundo in-caico de su madre y de la experiencia en el mundo hispano de su padre, vertidas en su obra cumbre, Comentarios reales.

Doble traducción, traducción de vaivén, flujo y reflujo, allí co-menzó a prefigurarse el punto de equilibrio entre el mundo local y el mundo global, y quizás a su paradigma se refiera la conclusiva frase de Mariátegui: «Por los caminos universales, ecuménicos,

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que tanto se nos reprochan nos vamos acercando cada vez más a nosotros mismos»6.

Cabe recordar, de igual modo, que la traducción de los De-rechos Humanos, por parte de Nariño, más las traducciones criollas de los ilustrados, para elaborar un pensamiento, a la vez pertinente y relevante, fueron el primer indicio del sapere aude, atrévete a pensar por ti mismo, la expresión horaciana evocada por Kant en su ensayo «Respuesta a la pregunta ¿qué es la Ilustración?», escrito en 1784. La frase de Mariátegui, colocada en el trasfondo de la inde-pendencia, valida el esfuerzo por traducir y apropiarse de la teoría universal desde estas orillas de América Ladina y sirve también de preámbulo para responder a la pregunta específica: ¿qué significa traducir una pequeña obra maestra de un clásico de la sociología, como es esta Autobiografía intelectual, reeditada con ocasión de los treinta años de la muerte de un pensador polémico y caracterizado por su aprendizaje permanente? Nos corresponde hoy ubicarnos en la perspectiva de una segunda independencia, que ha de ser ante todo el resultado de la elaboración de un pensamiento propio, ali-mentado por los saberes mundiales.

Parsons y el deutero-aprendizaje

en la traducción y apropiación

del pensamiento europeo

La traducción y la traslación de Parsons

del pensamiento europeo

La apropiación teórica pasa por el ensayo de la traducción. El mismo Parsons indicó este camino con su temprana versión de la obra de Max Weber La ética protestante y el espíritu del capitalismo (1930), a la que seguirían luego The Theory of Social and Economic Organization (1947a) y los prefacios o comentarios a traducciones de Durkheim (1956e; 1960h) y de Max Weber (1963a). A ellos se añaden el libro Theories of Society (1961b) y los ensayos sobre

6 José Carlos Mariátegui, Siete ensayos sobre la realidad peruana. Caracas: Ayacucho, 1978, 232.

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Durkheim y Pareto, en la International Encyclopedia of the Social Science (1968b; 1968d).

Pero el asunto es más de fondo: la labor de traducción se con-vierte en una obra de apropiación y ello se demostró en su libro fun-damental, La estructura de la acción social (1937a); clave porque de él emerge en pauta de parsimonia toda su producción posterior, como el mismo Parsons lo sugiere. Parsimonia quiere decir en este caso per via di porre, como en la pintura, es decir, añadiendo; no per via di levare, como en la escultura, es decir, quitando, según la útil dis-tinción que toma prestada Freud de Leonardo Da Vinci7. De Parsons no se puede hablar de un joven y de un viejo, como se usa con Hegel o Marx, pues su continuidad es asombrosa. En una metáfora muy apropiada, Parsons caracteriza el estilo de su pensamiento como se-mejante al derecho consuetudinario anglosajón (véase el apartado «Estilo de pensamiento y síntesis temática», p. 63).

Aunque no menciona el derecho constitucional, la obra del teórico de Harvard procede como la Constitución de los Estados Unidos: un principio, La estructura de la acción social, evoluciona caso por caso sin alterar con demasiadas enmiendas el fundamento. Se diría que su estilo es congruente con el destino manifiesto, for-mulado por Monroe en la presidencia del segundo Adams, en 1824. Si aplicamos a su estilo la fecunda distinción del poeta Federico García Lorca8, el camino de Parsons es el propio del ángel, suprema concor-dancia entre conciencia y existencia, y no el de la musa, intermitente, o el del duende, en el cual las pasiones se interponen entre la razón y la experiencia, para embrollarla. La misma muerte de Parsons es una cifra perfecta de su periplo, pues falleció el ocho de mayo de 1979, el día siguiente al singular homenaje que se le organizara en Heidelberg, con ocasión del medio siglo de su doctorado9.

7 Sigmund Freud, «Über Psychoterapie». En Studienausgabe; Schriften zur Behandlungstechnik. Frankfurt: Fischer Verlag, [1905] 2000, 112.

8 Federico García Lorca, «Teoría y ensayo del duende». En Obras completas. Madrid: Aguilar, 1965.

9 Martin Martel, «Parsons, Talcott». En International Encyclopedia of the Social Sciences; Biographical Supplement, vol. 18. New York: Free Press, 1979, 628.

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La traducción teórica y la obra de Parsons como deutero-aprendizaje

Por supuesto, numerosos críticos se han empeñado en de-mostrar que en la traducción de Parsons hubo traición, como para validar el famoso dicho traduttore, traditore. Una inmensa lite-ratura se ha dirigido a demostrar que la teoría de la convergencia de Parsons fue muy sesgada, establecida sobre la interpretación para ellos dudosa, o al menos disputable, de Weber, de Durkheim, de Schütz y de tantos otros. Quizás no haya habido nunca teórico sometido a tanta prueba crítica como lo fue Parsons. Por solo mencionar a unos pocos, entre los más grandes opositores figuran Gouldner, quien dedicó más de medio libro a rebatir a Parsons10, y Habermas, quien se tomó mucho tiempo y espacio en su obra cumbre para lidiar con el incómodo legado11. Y esto sin nombrar a quienes hubieron de leerlo y traducirlo en sus propios términos, sin ningún reconocimiento, como sospecho que fue el caso de Foucault y de Bourdieu. De otro lado, figuran sus seguidores más creativos: Jeffrey Alexander12, Niklas Luhman13 y Richard Münch14, quienes supieron separar el oro de la escoria y superar, conservando, el legado parsonsiano. No por azar Luhmann toma prestado el con-cepto de los biólogos chilenos Maturana y Varela, autopoiesis, como tendencia de los sistemas a recrearse, incluida la estructura de cada sujeto. Dicho concepto, como el de deutero-aprendizaje, fue encarnado en su máxima expresión por Talcott Parsons.

10 Alvin Gouldner, La crisis de la sociología occidental. Buenos Aires: Amorrortu, 1970.

11 Jürgen Habermas, Teoría de la acción comunicativa. Madrid: Taurus, 1987.12 Jeffrey Alexander, Las teorías sociológicas desde la Segunda Guerra Mundial,

análisis multidimensional. Barcelona: Gedisa, 1992; Jeffrey Alexander, «Pragmática cultural; la acción social como performance». Revista Colombiana de Sociología n.º 20, 2006, 9-67.

13 Niklas Luhmann, Sociología del riesgo. México: Universidad de Guadalajara, 1992; Niklas Luhmann, Confianza. Barcelona: Anthropos, 1996; Niklas Luhmann, Observaciones de la modernidad. Barcelona: Paidós, 1997.

14 Richard Münch, Gesellschaftstheorie und Ideologiekritik. Hamburg: Hoffman und Kampe, 1973; Richard Münch, «Talcott Parsons and the Theorie of Action I; The Structure of the Kantian Core», American Journal of Sociology, vol. 86, n.º 4, 1981, 709-739; Richard Münch y Neil Smelser, Theory of Culture. Berkeley: University of California Press, 1992.

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Traducción y apropiación como deutero-aprendizaje

Tanta crítica prueba la trascendencia del teórico. Por ello, se impone pensar en una versión distinta del dicho italiano y con-siderar la traducción como el enriquecimiento en el traslado, no como un empobrecimiento de sentido o una traición al original, versión muy conservadora del oficio de trasladar. Esto nos lleva de nuevo a recabar con amplitud en el concepto de deutero-apren-dizaje, acuñado por el antropólogo y epistemólogo angloestadouni-dense Gregory Bateson (1904-1980). Por muchos motivos, Bateson y Parsons formaron vidas paralelas, aun cuando contrarias en ciertos puntos, y convergentes en otros. Las similitudes son sus in-tereses comunes en la biología, la psicología (en Bateson la teoría del doble vínculo), la cibernética, la antropología, la sociología e, incluso, ciertas tonalidades religiosas, marcadas en Bateson, su-tiles en Parsons. Las disonancias corresponden al concepto de cismogénesis de Bateson, concepto por el cual toma muy en serio la entropía de los sistemas sociales, o sea, su tendencia al caos, al conflicto y a la desaparición, a diferencia de Parsons, demasiado aferrado, como lo advierten sus críticos con cierta razón, a la visión neguentrópica, es decir, a la tendencia de los sistemas sociales a alcanzar la homeostasis y, con ella, a persistir en la perduración de un orden fundamental.

Con todo, aquello que los acerca como a hermanos gemelos es el concepto de deutero-aprendizaje. Ambos asumieron su vida a tenor del ideal de Guillermo de Ockham (franciscano inglés, c. 1280 ó 1288-1349), pensador que inició el nominalismo y figura muy actual por el modo como se nombraba a sí mismo: «el ve-nerable principiante», dada su vocación por el aprendizaje per-manente. Algo similar, en distinta escala, a nuestro maestro de maestros, don Simón Rodríguez, cuando indicaba que «maestro es el que sabe aprender».

Bateson definió el deutero-aprendizaje de la siguiente manera:Además, acudí a las conferencias de Cibernética con otra

noción que había desarrollado durante la Segunda Guerra Mundial y que armonizaba con una idea central de la estructura de la ciber-nética. Era el reconocimiento de lo que llamaba deutero-aprendizaje

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o aprender a aprender. Había llegado a comprender que «aprender a aprender» o «aprender a tratar una determinada clase de contexto en el caso de la acción de adaptación» y «el cambio de carácter debido a la experiencia» son tres sinónimos de un solo género de fenómenos que agrupé juntos con la denominación de deutero-aprendizaje. Este fue un primer mapa de los fenómenos de conducta que podía incluirse en un esquema estrechamente relacionado con la jerarquía de tipos lógicos de Bertrand Russel y, lo mismo que la cismogénesis, armonizaba fácilmente con las ideas cibernéticas de la década de los cuarenta. Los Principia de Russel y Whitehead suministraban una manera sistemática de manejar jerarquías lógicas tales como la relación entre un ítem, la clase de ítems a que este pertenece y la clase de clases. La aplicación de estas ideas a la conducta estableció la base para pensar sobre cómo en el aprendizaje, la experiencia se generaliza a cierta clase de contextos y sobre la manera en que al-gunos mensajes modifican la significación de otros al considerár-selos como pertenecientes a clases particulares de mensajes.15

Deutero es raíz griega que significa ‘segundo’. Por tanto, la expresión quiere decir segundo aprendizaje o, en mejor sentido, aprender a aprender, como se insiste en los nuevos enfoques de la educación o, en un sentido aún más preciso: aprendizaje elevado al cuadrado. Este aprendizaje ocurre, como indica Bateson, por cambios de contexto que implican adaptaciones y, por tanto, juicios de doble vía: del caso a la ley, del universo al individuo, del ítem a la clase y a la clase de clases y de estas de nuevo al ítem, en procesos conjuntivos de análisis, subordinación e inclusión. En suma, la tra-ducción requiere de juicio, lo mismo que de imaginación.

De este modo, toda traducción, y con más veras la traducción que sirve de preámbulo a la apropiación teórica, es deutero-apren-dizaje, porque significa trasladar un texto de un contexto a otro, en lo cual hay tanto adaptación, como reelaboración simbólica y lingüística. Y, por ello mismo, la crítica a Parsons por la fidelidad

15 Gregory Bateson y Mary Catherine Bateson, El temor de los ángeles. Barcelona: Gedisa, 1989, 26.

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a los autores que toma en consideración para elaborar su teoría de la convergencia se sitúa en un plano conservador y menos creativo que la osadía intelectual, del gran pensador, de atar los cabos sueltos de la tradición y ponerlos de modo fecundo al servicio de su propia versión teórica.

Los fundamentos filosóficos de la teoría de la convergencia:

marcos de referencia, sistemas y complejidad

Bateson, según el pasaje antes citado, y Parsons, de modo ex-plícito desde otra perspectiva, apuntan a la filosofía de Withehead como crucial en una epistemología, filosofía y lógica de la ciencia in-dispensable para el traslado de teorías y conceptos. En cinco pasajes cruciales, el sociólogo menciona al filósofo y matemático estadouni-dense: la importancia de la teoría para definir y dar relevancia a los hechos; el concepto de sistema, para el cual influyó de modo igual el fisiólogo y filósofo Lawrence Joseph Henderson (1878-1942); la lógica resumida en la «falacia de la concreción mal puesta», decisiva para la distinción que traza Parsons entre lo analítico y lo concreto, y la re-levancia de figuras periféricas a la sociología o a las ciencias sociales, pero decisivas en la ciencia o en la filosofía.

Más allá de Whitehead, la matriz del método se halla en Kant, cuya Crítica de la razón pura estudió Parsons, como indica en la Au-tobiografía. En particular, se puede mencionar como muy pródigo el pasaje «Del uso regulativo de las ideas de razón pura» porque allí Kant establece los tres caminos apropiados para lo que se llamará una razón compleja, que es, al fin y al cabo, la que Parsons exhibe en su teoría: homogeneidad, como pasión por lo universal; hetero-geneidad, como obsesión por lo singular, y afinidad, como pasos de vaivén entre lo general y lo particular16. La teoría de la convergencia implicó pasar de «una simplicidad compleja» como la del siglo XIX, caracterizada por oposiciones binarias (idealismo y positivismo; campo y ciudad; individuo y sociedad; infraestructura y superes-tructura), a una «complejidad organizada», según la acertada dis-

16 Immanuel Kant, Kritik der reinen Vernunft. Leipzig: Philipp Reclam, 1971.

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tinción de Daniel Bell17, en la cual, por ejemplo, es posible pensar causalidades recíprocas, enlace de la causa a lo causado y de lo causado a la causa, realimentación, doble jerarquía de control: di-rección, por una parte, de control, formación o configuración de la cultura a la naturaleza y de condicionamiento, información o prefiguración en la dirección contraria.

En ello, Parsons llevó a su máxima expresión la anticipación kantiana de la teoría de los sistemas y de las relaciones recíprocas entre causa eficiente y causa final:

La relación causal, es en cuanto es pensada solo por medio del entendimiento, es un enlace que constituye una serie (de causas y efectos) que va siempre hacia abajo, y las cosas mismas que, como efectos, presuponen otras como causas, no pueden al mismo tiempo, recíprocamente, ser causas de estas causas. Esta relación causal se llama la de las causas eficientes (nexus efectivus). En cambio, puede, sin embargo, también ser pensada, según un concepto de la razón (de fines), una relación causal que, si se la considera como serie, llevaría consigo dependencia, tanto hacia arriba como hacia abajo, y en la cual, la cosa que se ha indicado una vez como efecto, merece, hacia arriba, el nombre de causa de la cosa de que es efecto.18

Esta célebre conjunción desarrolló el pensamiento de lo complejo, ya embrionario en Pascal, tantas veces citado por Edgar Morin:

Siendo todas las cosas causas y causadas, ayudadas y ayu-dantes, mediatas e inmediatas y todas entrando en correspondencia natural e insensible que liga a las más lejanas y las próximas, doy por imposible conocer las partes sin conocer el todo, como también conocer el todo sin conocer las partes.19

Lo fundamental de la apropiación parsonsiana de Kant radica en la validación de la teoría, de la abstracción y de los marcos de

17 Daniel Bell, The Coming of Post-Industrial Society: A Venture in Social Forecasting. London: Penguin Books, 1973.

18 Immanuel Kant, Crítica del juicio. México: Editora Nacional, 1973, 484.19 Edgar Morin, Mon chemin: Entretiens avec Djénane Kareh Tager. Paris:

Fayard, 2008, 7.

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referencia para delimitar sistemas generales: la acción social; con-juntos de sistemas dentro del sistema: organismo, personalidad, sociedad y cultura; subsistemas dentro de los sistemas, como en el social: economía, política, comunidad societal, sistema fiduciario; y en cómo, a partir de dicha construcción, hallan sentido los hechos de la experiencia, en una cartografía que literalmente no olvida ninguna dimensión crucial y que sigue siendo muy heurística, si se saben reconsiderar acentos sesgados de Parsons, o traslaciones de-masiado angostas de un sistema a otro, o ausencias de conside-ración de algunos engranajes, por ejemplo: la relación entre valores y normas; entre actores y sujetos; entre mundo de los sistemas y mundo de la vida; entre afecto y racionalidad; entre socialización formal y socialización informal; entre significaciones científicas, integradoras, trascendentes o profundas y estéticas, estas conside-radas en sí mismas de un modo más bien residual.

Parsons validó de este modo una reflexión kantiana funda-mental:

Cada ciencia —dice Kant— es por sí un sistema, y no basta construir en ella según principios, es decir, proceder técnicamente, sino que hace falta proceder con ella también arquitectónicamente, como un edificio que existe por sí, y tratarla no como una depen-dencia y como una parte de otro edificio, sino como un todo por sí, aunque después se puede establecer un tránsito de esta a aquel, o recíprocamente.20

La apropiación de Kant fue decisiva para que Parsons superara las orientaciones empiristas dominantes y las demandas aleatorias de un mercado tan potente como el estadounidense, que favorece saberes sociales coyunturales muy localizados y tan cambiantes que no ofrecen posibilidad de acumulación teórica.

De los continuadores creativos de Parsons, que, como insis-timos, superan, conservando, al gran teórico, el alemán Richard Münch es quien más ha recabado en la fundamentación kantiana de la teoría de la acción social. En un ensayo publicado el mismo

20 Kant, Crítica del juicio, 501.

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La traducción teórica y la obra de Parsons como deutero-aprendizaje

año de la muerte de Parsons y reeditado por el American Sociolo-gical Journal, Münch sostuvo

la tesis de que una correcta comprensión de los escritos de Parsons debe comenzar por asumir una fundamental con-gruencia de estructura básica y método entre la teoría de la acción y la filosofía crítica de Kant. Se ha comprendido bien hasta el momento que esta congruencia es válida para el metanivel de los presupuestos epistemológicos. Pero es menos aceptado que la forma kantiana de argumentar va aún más allá, incluso hasta penetrar el nivel del objeto de la teoría general de la acción.21

Parsons a la luz de la semiótica de Peirce

y de la formación continua de Henry Adams

Algo bien singular, y que muestra la poca densidad de la cultura estadounidense en la vuelta del siglo XIX al XX, consiste en que ni en Bateson, en apariencia, ni en Parsons, con absoluta seguridad, haya referencias a dos pensadores que hoy se pueden juzgar como los más geniales de los Estados Unidos en la generación precedente y acaso en toda la historia intelectual estadounidense. Y ello resulta extraño porque para ambos precedentes la filosofía kantiana y en general la filosofía de las luces fue decisiva, pues se la apropiaron de un modo definitivo y con un sello muy personal, lo que la aclimató como modo de ser del pensamiento estadounidense.

Coetáneos y, aún más, moviéndose casi en los mismos es-pacios (Boston, Harvard, Washington y Europa), Henry Adams (1838-1918) y Charles Sanders Peirce (1839-1914) pasaron como des-conocidos entre sí. De Peirce existe un registro magnífico de la asi-milación del filósofo de Königsberg en su ensayo sobre Kant22. ¡Qué importante hubiera sido para Parsons concebir la cultura como un proceso semiótico a partir de Peirce, como de hecho lo hará de modo explícito su discípulo, el antropólogo Clifford Geertz (1993)! De cualquier forma, Parsons apuntó hacia allí al comprender la

21 Münch, «Talcott Parsons and the Theory...», 709. La traducción es mía.22 Charles Sanders Peirce, El hombre, un signo. Barcelona: Crítica, 1988.

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cultura como un conjunto ordenado de significaciones, y de tal fi-lamento puede nutrirse, treinta años después de su muerte, una nueva teoría de la acción.

Henry Adams puede pensarse como puesta en escena del ideal del deutero-aprendizaje. Por ello mismo, es extraño que ni Bateson ni Parsons se refieran en ningún momento a él. Su obra principal, La educación de Henry Adams (2003), es considerada, y con razón, por la Modern Library, el mejor libro de no ficción en lengua in-glesa del siglo XX, paralelo al Ulises de Joyce en la ficción. Dotado del mayor capital político y cultural que pudiera imaginarse, ya que su bisabuelo fue el segundo presidente de Estados Unidos; su abuelo, el quinto, y su padre el embajador del norte ante Inglaterra en la guerra de secesión, Adams estudió leyes en Harvard y en la Universidad de Berlín, que fuera refundada por Guillermo de Humboldt; estudios que, no obstante, consideró como anacrónicos.

Adams llegó a ser profesor de Historia en Harvard en los años de inicio de la reforma universitaria estadounidense, pero desistió antes de cumplir diez años como docente, al considerar, como lo registró en un texto formidable y olvidado —A Letter to American Teachers of History— y como expone en un capítulo de su autobio-grafía, titulado «Fracaso», que a esa rama de la ciencia le faltaba fundamentación para situarse con propiedad entre los paradigmas emergentes y entonces contradictorios de la física de Newton, el darwinismo y las tres leyes de la termodinámica. De hecho, su libro clásico representa la epopeya solitaria de un pensador que, formado en el siglo XVIII, como decía, quería avizorar tendencias que se impusieran más allá del medio siglo de su muerte, como de hecho lo logró, al concentrarse en los temas de la energía, la com-plejidad, el caos y el deutero-aprendizaje.

Adams fue arquetipo de lo que hoy se llama formación con-tinua. Aún más, ofrece un modelo de deutero-aprendizaje que involucra un sentido más amplio que el formulado por Bateson: aprender a aprender no es posible sin aprender a desaprender y, más aún, a desaprehenderse: cierta forma de desarraigo, lo que

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La traducción teórica y la obra de Parsons como deutero-aprendizaje

Heidegger llamará Gelassenheit23, desasimiento —y no serenidad, como se traduce de modo equivocado24—, en uno de sus mejores ensayos maduros. El libro clásico de Henry Adams es, como el de Parsons, una autobiografía intelectual, pero una de un carácter tan potente en el desasimiento que valida la norma que se propusiera Darwin con su Autobiografía: la de escribirla considerándose a sí mismo como si hubiera muerto. De hecho, Adams escribió en tercera persona, como si él mismo fuera un otro sometido cual ca-dáver al escalpelo del anatomista. Cada capítulo es una gesta en la que se replica la inutilidad del conocimiento habido y la sor-presa ante los saberes nuevos, lo mismo que la lucha por apropiár-selos, muchos de los cuales se producían entonces al margen de la universidad. Su autodefinición como «católico, conservador y anarquista», pese a su ascendencia protestante, lo define como un oxímoron, unión de contrarios, y, por tanto, lo sitúa en el plano de la incomprensibilidad, lejos de todo encasillamiento cómodo.

Afecto y racionalidad en Parsons:

el paso por «la noche oscura del alma»,

apropiación del psicoanálisis

Se impone un juego de palabras, casi como una fórmula: para elevar al cuadrado el aprendizaje, es decir, para alcanzar el deu-tero-aprendizaje, es preciso sacar la raíz cuadrada de sí mismo, aprehender a desaprehenderse. Lo importante es que el deutero-aprendizaje implica moverse en distintos contextos y relacionarlos entre sí, y el problema es que las pasiones fijan al ser en el terreno de lo inamovible. En el caso de Parsons, pese a que su construcción teórica es acumulativa y no desmiente nunca lo alcanzado antes, el aprender a desaprehenderse ocurrió, en su caso, con el paso por el psicoanálisis, motivado por fenómenos globales, como la guerra y, como es comprensible, por una crisis personal y familiar:

La preocupación por lo no racional fue estimulada sin duda por las circunstancias reinantes. Importantes fueron las discusiones

23 Martin Heidegger, Gelassenheit. Berlin: Neske Verlag Pfüllingen, 1959.24 Martin Heidegger, Serenidad. Madrid: Odós, 1994.

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sobre el carácter alemán, en las que se destacó Erik Erikson, con quien trabajaría después. La muerte prematura de mi hermano, el médico (1940), y el envejecimiento y muerte de mis padres (1943 y 1944) fueron factores igualmente decisivos.25

El teatro de la Segunda Guerra Mundial fue «su paso por la noche oscura del alma», para expresarlo con palabras del místico San Juan de la Cruz. En su caso, el encuentro con la dimensión «no racional» le permitirá situar el afecto como un elemento crucial en la teoría de la acción. Y pese a que el balance entre razón y afecto no sea, a mi modo de ver, el adecuado, fue una revolucionaria pro-puesta, según se verá más adelante, calificar el afecto como el medio de intercambio generalizado del sistema social: Una propuesta que, si se corrigen las dioptrías racionalistas, es un filamento aún no ex-plorado de un valor trascendental —¡y revolucionario en el sentido auténtico de la palabra!— para una nueva teoría de la acción y de los sistemas sociales, como la que me he esforzado en desarrollar.

La relación de Parsons con el psicoanálisis y, en particular, el balance entre lo romántico (la transferencia, el ello, el afecto, los sueños) y lo racional (el superyó, la traducción lógica y lingüística del inconsciente) merecería un libro entero. No hay espacio aquí para tratar por extenso el asunto. Baste decir que la orientación psicoanalítica de Parsons se enmarca en la crítica que Lacan di-rigía contra la tendencia del «yo fuerte», liderada por Ana Freud y por Heinz Hartmann (Viena, 1894 - Estados Unidos, 1970).

En 1937, el mismo año de la publicación del libro fundamental de Parsons, Hartmann presentó en Viena su libro La psicología del yo y el problema de su adaptación. Las dimensiones del yo fuerte, del control psicoanalítico de la racionalidad y de la adaptación exitosa al medio social se ajustaron a las exigencias de una tra-dición puritana y pragmática como la estadounidense y, a mi modo de ver, están en el fundamento de la subordinación del afecto a la racionalidad cognitiva, que sesga toda la obra de Parsons y con-

25 Talcott Parsons, Autobiografía intelectual: elaboración de una teoría del sistema social, 32.

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ducen a la tesis muy disputable de considerar la enfermedad como una desviación social, y al médico y al psiquiatra (y quizás también al científico social) como agentes de control social para mantener la homeostasis. Con todo, una lectura crítica y creativa debe res-catar de la subordinación el papel decisivo del afecto y situarlo no solo en relación con la racionalidad cognitiva, sino con el conjunto de la cultura.

Parsons fue calificado como el Santo Tomás de siglo XX, según el obituario que escribiera el profesor Fernando Uricoechea en el número 1 de la Revista Colombiana de Sociología, de 1979, con ocasión de la muerte del pensador. Pero se impone una precisión: el pensamiento ecuménico de Parsons no proviene del catolicismo, sino que es el compendio del saber de la tradición protestante, pu-ritana y pragmática de los Estados Unidos. Es la suma de lo que Ralf Dahrendorf consideró como «La Ilustración aplicada», fundada en el poder tecnológico y técnico. No por azar, la metáfora cibernética de Parsons se funda en el control, y uno que entraña consecuencias mayúsculas: «sistemas con baja energía pero con alta información controlan a sistemas con alta energía pero poca información»26, algo que se validó en la crisis petrolera de los años setenta, cuando los petrodólares fueron reciclados por el sistema financiero esta-dounidense, pero que a la larga sigue siendo un principio dudable, puesto que, a tenor de lo indicado por Bateson, no toma en cuenta la entropía o la cismogénesis, como la que aparece en las recu-rrentes crisis financieras, la última de las cuales arriesgó el orden financiero mundial, que fue salvado, en tremenda paradoja, por los excedentes chinos colocados en los mercados bursátiles de Es-tados Unidos. El asunto, si se quiere, es teórico antes que político o geopolítico: una neguentropía u homeostasis puede lograrse sin duda en ciertas partes de un sistema mundial, pero a costa de di-seminar entropías en otros lugares, algo que está más allá de los cómputos de Marx. Son ejemplos de esto el calentamiento global, las crisis financieras o la pobreza y las guerras, como las encen-didas por el narcotráfico.

26 Parsons, 1971a.

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Parsons y la educación

Ni la obra ni el contexto universitario de Parsons pueden com-prenderse sin el paradigma del deutero-aprendizaje encarnado por Henry Adams. Porque todo lo que él incorporó como vocación fáustica por el saber fue trasladado como principio rector de la universidad estadounidense. Parsons tuvo la enorme ventaja de si-tuarse en un momento de oro de Harvard, la sede permanente de su pilotaje. Una historia de la universidad de Harvard permite apreciar la importancia del contexto institucional: el cambio se había ini-ciado en 1869, con la rectoría del presidente Eliot, un químico entonces de 35 años que había viajado por el continente europeo examinando distintas universidades. Eliot impulsó con tenacidad cambios decisivos contra muchas resistencias ¡durante un periodo de 40 años hasta 1909, que sería seguido por Abbot Lawrence Lowell entre 1909-1933! En casi dos tercios de siglo solo dos presidentes, en tanto que en la Universidad Nacional, en un periodo de 61 años, contados desde 1936, hallamos al menos 67 rectores27.

Ahora bien, lo esencial no solo radica en la duración, sino en la intensidad de los cambios. En esta época se conciliaron de modo óptimo las tensiones propias de una universidad: enseñar la tradición y romperla mediante la investigación crítica, algo que ya se había iniciado en la universidad prusiana con la reforma de Guillermo de Humboldt, pero todavía con muchas limitaciones; equilibrar la li-bertad de enseñanza con la libertad de aprendizaje, mediante pro-gramas flexibles y electivos; graduar en secuencia, en el college, la Bildung o formación general con la Beruf, o formación profesional en el pregrado y en las maestrías, con la formación para la investi-gación y la docencia en los doctorados; alcanzar la universalidad de los saberes, mediante un debido balance entre el núcleo básico de la universidad, las ciencias naturales y las sociales, y los saberes tecnoló-gicos y artísticos, muchos de ellos antes exiliados de la universidad.

27 Samuel Eliot Morison, Three Centuries of Harvard, 1636-1936. Cambridge: The Belknap Press of Harvard University, 1963; Gabriel Restrepo, «La Universidad Nacional en la encrucijada» (prólogo), en William Lee Magnusson, La reforma Patiño, UN 1964-1966: una experiencia de la construcción institucional. Bogotá: Unibiblos, 2006, VII-LIV.

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La traducción teórica y la obra de Parsons como deutero-aprendizaje

Este anclaje fue decisivo para Parsons, cuya teoría no puede comprenderse sin la organización y las oportunidades que ofrece el medio universitario estadounidense para un deutero-aprendizaje. Un pensador que proviene de la biología, pasa luego a la economía, deriva en la sociología, transita por el psicoanálisis, mantiene rela-ciones fluidas con la antropología, reformula su teoría en clave ci-bernética y evolutiva y aprovecha cuanta oportunidad se ofrece en calidad de conferencista para examinar problemas microsociales: familia, edad y sexo, sociología y derecho; o para abordar pro-blemas acuciantes de geopolítica, por ejemplo, cómo diagnosticar el malestar alemán28 o japonés29, y cómo evitar desastres como los producidos por el Tratado de Versalles, cómo comprender los dilemas del «subdesarrollo»30. En fin, un pensador semejante no podría enriquecer su experiencia si no es a partir de un sólido fun-damento institucional.

Pero Parsons no se limitó a servirse de lo ya creado, sino que modeló la organización académica de Harvard de tal forma que sirviera al desarrollo de su teoría ampliada de la acción social (or-ganismo, personalidad, sistema social y sistema cultural) y a la inte-lección a fondo de un sistema social tan equilibrado y panorámico que diera cuenta de las relaciones dinámicas entre economía, política, comunidad societal y sistema fiduciario; a través de las funciones comunes (adaptación, logro de fines, integración, mante-nimiento de pauta), de los medios de intercambio generalizados de la acción (inteligencia, capacidad de ejecución, afecto y definición de la situación) y de los medios generalizados del sistema social (dinero, poder, influencia y prestigio) (véase el apartado «Proceso social y medios de intercambio»). Para ello estableció, desde 1945, el Departamento de Relaciones Sociales, que incluía la antropo-logía, la sociología y la psicología clínica y social, dirigido por él en una etapa crucial de su maduración intelectual, de 1945 a 1956, una década clave para el refinamiento de su modelo teórico31.

28 Parsons, 1942a; 1942c; 1942d; 1942e; 1945b.29 Parsons, 1946b. 30 Parsons, 1958b.31 Véanse los apartados «De la práctica médica a la teoría de la

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No es extraño, entonces, que la reflexión sobre la educación haya sido fundamental en su teoría. Parsons indica que lo cons-picuo del siglo XX fue la «revolución educativa»32. La enorme ventaja y el gran aporte de Talcott Parsons fue examinar la edu-cación en la matriz más amplia de la socialización, inscrita a su vez en la teoría del sistema de acción y del sistema social33. El giro hacia la evolución en los años sesenta, con la ganancia del lenguaje ciber-nético34, le permitirá entramar dimensiones micro, meso y macro-sociales en perspectivas sincrónicas y diacrónicas. La asimilación de Freud, pasada por el diván, como ha de ser en un teórico que tome en serio el asunto, contribuyó a enlazar la socialización que yo llamo radical, la familiar, con la socialización producida en la educación formal, no formal e informal35. Más allá de la fijación de Freud en la infancia, fue muy fecunda la relación con Erik Erikson en tanto este se concentró en el tema de la juventud, influencia que lo llevó a escribir uno de sus ensayos más populares: Edad y sexo en la estructura social de Estados Unidos36. Quizás en este punto el lector contemporáneo de Parsons extrañe, empero, la escasa atención concedida por el gran teórico al papel de los medios de comunicación en la socialización informal, pero en todo caso allí están los elementos para quien quiera llenar los vacíos.

Los conflictos de la universidad estadounidense y mundial de los años sesenta llevaron al pensador a producir uno de sus soberbios cantos del cisne, en el momento en el cual arreciaban como en torrencial aguacero las críticas: La universidad estadouni-dense37. Considero que este libro está aún por explorar, poco más de un cuarto de siglo después de publicarse. A mi modo de ver,

socialización» y «Desarrollo teórico entre 1937 y 1951».32 Parsons, 1973a. Véanse también los apartados «De la práctica médica a

la teoría de la socialización» y «La educación superior como objeto de reflexión».

33 Parsons, 1949a; 1951d.34 Parsons, 1966a; 1967b; 1971a.35 Parsons, 1949a, 1949d; 1950a; 1951d.36 Parsons, 1942f.37 Parsons, 1973a.

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allí se condensa todo el oro y toda la bisutería de la obra entera de Parsons. En ella intentó con gran proeza, aunque también con no pocas limitaciones, integrar las dimensiones que siempre fueron fundamentales, pero no siempre equilibradas: la racionalidad y el afecto. Desde mi punto de vista, el esfuerzo es tan notable y lúcido, que sus deficiencias pueden pasarse por alto o, mejor, comprenderse para elaborar a partir de los faltantes una perspectiva inédita que articule de modo más gracioso el eros y el sophos, el amor y el saber. No sé si el libro haya sido traducido al español; que yo sepa no existe versión en español, y ello sería sintomático, como es sintomático, en otro sentido, que el pensamiento de Parsons vuelva a Colombia a los treinta años de muerto.

¿Qué significa la traducción

y la apropiación de Parsons como

deutero-aprendizaje en Colombia?

La recepción de Parsons afectada por el abismo de los contextos

¿Cómo llegó Parsons a Colombia y por qué regresa su fan-tasma luego de treinta años de haber sido enterrado por un alud de críticas? La traducción de la obra de Parsons y, aún más allá, su apropiación crítica y creadora deben situarse en el marco muy complejo de las relaciones entre América Latina y Estados Unidos. Son dos contextos muy diferentes que han dado lugar, desde el mismo poema de Torres Caycedo, que bautizó a la región en 1857, a posiciones binarias y, por ello, agónicas y antagónicas, no poco reductoras, algunas de ellas de un malabarismo conceptual su-gestivo, aunque necesario de muchísima crítica, como el Ariel, de Rodó, o la Raza cósmica, de Vasconcelos.

Comprensibles, por supuesto, por las heridas imperiales, muy agudas en Colombia por el tajo de Panamá, las diferencias culturales son a veces mucho más graves y espesas que el tapón del Darién. Un ejemplo basta para indicar esta distancia. El citado libro de Adams, aclamado como la mejor expresión del razona-miento anglosajón del siglo XX y editado en inglés en 1918, solo fue traducido al español en el año 2001. Se puede intuir que tal demora

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fue un dejo de la herida provocada a España, en 1898, con la mal llamada guerra hispano-cubana, en realidad alentada por el interés estratégico de Estados Unidos en el Caribe y en el Pacífico, que de-terminó el colapso del Imperio Español, iniciado con la derrota de la Armada Invencible en el siglo XVI y continuado con el desastre de Trafalgar en 1805 y la independencia de América Latina.

Llegué a conocer a Adams solo hasta 1991, cuando al publicar una traducción mía de «Los himnos a la noche», de Novalis38, dis-fruté del gran azar de hallar traducido y editado en la misma revista uno de los capítulos célebres de Adams, «La virgen y la dínamo». Lo leí luego en inglés y lo releí en la traducción española.

Darío Mesa, mi gran maestro intelectual, nos había suminis-trado a Alfonso Piza y a mí, en 1970, una excelente bitácora para comprender el contexto estadounidense en el que emergía Parsons: la historia de Charles Beard y la de Parrington, entre muchos otros. Luego extrañaría la ausencia de referencia a Charles Sanders Peirce, una figura que siempre tuve en mente, pero en la que solo me iniciaría hace cuatro años, gracias a los trabajos del profesor Fernando Zalamea39. Treinta y cinco años después le preguntaría a mi sin igual maestro si conocía la obra de Henry Adams y, para sor-presa mía, me indicó que no, como lo haría por igual el historiador y filósofo Jaime Jaramillo Uribe, a quien regalé el libro cuando redactaba sus memorias. Los dos pensadores más universales de Colombia, y sin duda ambos conocedores de los movimientos inte-lectuales de Estados Unidos, desconocían un texto arquetípico del pensamiento estadounidense. ¿Qué se podría esperar, entonces, de la asimilación de Parsons, a quien ellos con lucidez remitieran, y más en un ambiente enturbiado por nuestras pasiones?

38 Gabriel Restrepo, «Traducción de “Himnos a la noche” de Novalis». Revista Falsas Riendas, 4 (3). Bogotá, 1991, 5-10.

39 Fernando Zalamea, América —una trama integral: transversalidad, bordes y abismos en la cultura americana, siglos XIX y XX. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2009; Fernando Zalamea, Filosofía sintética de las matemáticas contemporáneas. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2009.

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La traducción teórica y la obra de Parsons como deutero-aprendizaje

La traducción y apropiación de Parsons fue sin duda más tem-prana en otras partes de América Latina, de modo pionero y muy creativo por Jorge Graciarena en Argentina. Aunque la sociología colombiana, argentina y chilena, como la de la mayoría de países de América Latina, existe desde hace medio siglo, el inicio en Ar-gentina, tanto como el de Chile, fue más consistente; en ambos casos movido por la Comisión Económica y Social para América Latina y por el establecimiento de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales en Santiago y, luego, en Buenos Aires.

Un ejemplo en lo relativo a la difusión del pensamiento de Parsons lo muestra la reproducción por el Departamento de Socio-logía de la Universidad Nacional de Colombia, hacia 1967, de la tra-ducción de las Categorías fundamentales de la teoría de la acción: declaración general40, que había sido ya traducida y publicada en el Instituto de Sociología adscrito a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, en el tomo X, Cuaderno número 1, de 1957, diez años antes de su reproducción en Bogotá y solo seis años después de su edición en inglés.

Con todo, el ejemplo de mayor persistencia en la asimilación del pensador estadounidense es el de España, donde el profesor José Almaraz se ha destacado desde hace muchísimo tiempo por la traducción y apropiación de Talcott Parsons41. No hay que ol-vidar que la sociología en tierra española, nacida en el contexto de la generación del 98, durmió el sueño de los justos hasta los años cincuenta, por cuenta del franquismo, como lo evocó el seminario sobre el centenario de la ciencia social:

El recuerdo de nuestros orígenes no supone, ni desea olvidar, que la sociología española se ha desarrollado sobre todo durante la segunda mitad del siglo XX, porque no tuvimos un catedrático de Sociología hasta 1954 y de lo que ha pasado después nos dan una

40 Parsons, 1951a.41 José Almaraz, La teoría sociológica de Talcott Parsons: la problemática de

la constitución metodológica del objeto. Madrid: Centro de Investigaciones Sociológicas, 1981.

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idea cabal el dato de que los catedráticos en activo ya somos 78 cuando menos.42

José Almaraz se situó en un lugar privilegiado de la reani-mación de la sociología en suelo español. Precisamos al decir «la sociología en en suelo español» porque es conocida la obra que traductores y pensadores españoles exiliados desarrollaron en el Fondo de Cultura Económica y en el Colegio de México, donde se destacó la muy temprana traducción de Economía y sociedad de José Medina Echavarría.

Presencia de Parsons en Colombia

bajo la sombra del plan Camelot

Como muestra de nuestras pasiones se puede mencionar el siguiente ejemplo. Parsons asistió a un congreso de sociología en la Universidad Nacional, quizás el segundo, realizado en 1967. Entonces yo llevaba apenas un año de estudios de sociología y no era costumbre que los estudiantes asistieran a tales eventos, a di-ferencia de ahora, entre otras razones porque en aquella época la sociología era menos importante que la supuesta revolución. Una indagación más a fondo en los archivos debería descubrir qué pre-sentó Parsons entonces. La visita no dejó mucha huella, que se sepa. Hay un par de cartas entre Parsons y Orlando Fals Borda, pero más allá de ellas el registro de la memoria es bien pobre: se decía por parte de los estudiantes mayores, con no poca maledicencia, que Parsons era un «rechoncho» bajito, que bebía mucho whisky y tenía la nariz roja. A lo cual se puede responder con ironía: ¡salud! Porque Bogotá, en días fríos y quizás sin ellos, muchas veces es intragable, de no mediar un pasante espirituoso.

Con más inquina se indicaba, además, que Parsons visitaba a Bogotá como arquitecto del plan Camelot. Mucha tinta roja corrió en torno a este plan de contrainsurgencia, de Santiago a México y, por supuesto, Bogotá no podía ser excepción. La versión fue magni-

42 Salustiano del Campo, Perfil de la sociología española. Madrid: Catarata del Campo, 2001, 10.

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ficada en la importante reforma del plan de estudios de Sociología de la Universidad Nacional, en 1969, crucial por proponerse crear una sociología científica, nacional y política, a tenor de la plata-forma clarividente del profesor Darío Mesa43. En cuanto científica, la sociología colombiana debía asimilar a los clásicos de la socio-logía, que incluyen allí a dos pensadores vivos, Parsons y Merton. No obstante, entre el agua limpia y lustral que bautizó al nuevo Departamento (Orlando Fals quedó excluido de este, por voluntad propia y ajena), se mezcló no poco de agua sucia, y todo aquello que perteneciera a la decisiva etapa de la fundación, de 1959 a 1969, pasó a ser tachado como imperialista o neocolonial.

No es momento para revivir este tránsito que obedece a la eti-mología de trance y que tiene tanto de ridículo como de sublime. Por lo demás, he escrito mucho en torno a este giro44. No obstante, presentaré algunos hechos nuevos. Sin duda, los cerebros del plan Camelot, en los que no creo que estuviera incluido Talcott Parsons, por las razones que ofreceré, buscaron un acercamiento con el De-partamento de Sociología, según consta en las siguientes cartas. La primera, dirigida a Orlando Fals Borda por Rex D. Hopper, está fechada el 18 de marzo, suponemos que de 1965, dice:

Querido amigo: es un placer informarle que de abril 14 al 16 estaré de nuevo en Bogotá. Sé lo muy ocupado que está y lo soli-citado que es por toda clase de gente que pasa por allí. Es uno de los castigos que se paga por ser tan célebre. Así, añadiré algo a ellos pi-diéndole que lo pueda ver durante mi estadía. Estoy comprometido ahora en un proyecto de investigación que constituye extremado reto y que quisiera discutir con usted. Rex D. Hooper, director, Proyect Camelot. (Correspondencia personal, 1965)

43 Departamento de Sociología, Neocolonialismo y sociología: un intento de respuesta. Bogotá: Departamento de Sociología, Universidad Nacional de Colombia, serie Cuadernos de Sociología, n.º 1, 1970.

44 Gabriel Restrepo, Peregrinación en pos de omega: sociología y sociedad en Colombia. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia / El Malpensante, 2002.

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Un año después, el 13 de enero de 1966, un mes antes de la muerte de Camilo Torres, Orlando Fals Borda se dirige a Kalman Silvert (1921-1976), un investigador y académico doctorado en Ciencia Política, que pasó ocho años estudiando a América Latina (en especial, Chile y Guatemala), con enfoque en lo humanístico, en lo educativo y cultural, y de seguro muy distante de investiga-ciones imperiales como la del plan Camelot:

Querido Kal: fue bueno recibir tu carta de diciembre 24 de 1965 con detalles de tu plan de investigación en Colombia. A primera vista diría que estaremos muy contentos de cooperar en tu inves-tigación proveyendo espacio y otras facilidades, a cambio de las tarjetas, informes y especialmente de tu asistencia a las clases. No creo que el problema CAMELOT interfiera mucho si somos cuida-dosos, especialmente si subrayamos la naturaleza cooperativa del asunto. O sea, creo recomendable hacer una presentación formal de la investigación en Colombia en la cual la facultad sería reconocida como socia [...]. (Correspondencia personal, 1966)

En menos de un año, el panorama de relaciones académicas entre el norte y el sur fue ensombrecido por el plan Camelot. No creo que Orlando Fals Borda hubiera actuado de mala fe: la segunda carta es clara en términos de reglas de reciprocidad en los inter-cambios culturales. Como he examinado en los textos mencionados, tanto él como el padre Camilo Torres Restrepo fueron sorprendidos entre dos aguas por el brusco giro de la política estadounidense.

Los extremos de estas posiciones son el texto El marco ins-titucional del desarrollo económico (Parsons, 1959b: este texto se conseguía como lectura adicional de circulación interna en el Departamento de Sociología, en 1969, tomado de la traducción española del libro de Parsons 1960a) y el libro de Samuel Hun-tington Political Order in Changing Societies45. Ambos pensadores, anclados en Harvard, en departamentos diferentes, la sociología y la ciencia política, demuestran la coexistencia en una misma uni-

45 Samuel P. Huntington, Political Order in Changing Societies. London: Yale University Press, 1968.

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versidad de posiciones muy distintas e incluso opuestas que solo por la razón simplificadora de prejuicios insustanciales terminan confundiéndose.

En el ensayo citado de Parsons, pronunciado de modo signi-ficativo en la Universidad de Jerusalén, en 1958, el autor se ocupó de los dilemas del subdesarrollo, prosiguiendo la línea civilista y cuidadosa de sus ensayos sobre Alemania y Japón ya citados y re-feridos a la preocupación de evitar el síndrome del Tratado de Ver-salles. En otros términos, encaminados al diseño de una política de reintegración de estas dos naciones al nuevo orden internacional «occidental», por supuesto, con la preocupación de evitar la in-fluencia soviética y partiendo de los principios de la democracia liberal clásica.

Se puede indicar sin temor a equívocos que la conferencia de Parsons es simétrica punto por punto con el programa de Kennedy de la alianza para el progreso: reforma agraria, modernización de la economía, ampliación de la sociedad civil con las libertades y derechos de una democracia moderna, sustentación del cambio en el progreso de la educación y dentro de ello la promoción de inter-cambios educativos con los Estados Unidos.

Tal fue el marco en el cual se movió el Departamento de So-ciología desde su fundación, en 1959, hasta su reforma, una década después. Recibió a cuerpos de paz, promovió la reforma agraria y la rehabilitación de zonas afectadas por la violencia, propició un intenso intercambio educativo con académicos de Estados Unidos y también de Europa y abogó por políticas como la acción comunal dirigidas al fortalecimiento de la sociedad civil, todo aquello con apoyo de las Fundaciones Ford y Rockefeller.

Diez años después, el modelo había colapsado. El plan Camelot fue apenas el síntoma de un giro que fue promovido por el colega de Parsons, Samuel Phillips Huntington (1927-2008). Huntington fue asesor de la dictadura brasileña y divulgó la idea de gobiernos fuertes para enfrentar los dilemas del desarrollo que las llamadas «palomas» creyeron viable con la alianza para el progreso. El dete-rioro de la guerra de Vietnam, sumado a la introducción creciente de la guerra fría en el hemisferio americano, por la revolución

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cubana con la crisis de los misiles y la avanzada de Ernesto Che Guevara en Bolivia, determinaron un cambio de política, bajo la cual se inscribió el plan Camelot y cuyo fondo fue expresado por Huntington, en su libro de 1968: allí criticaba, sin referirse a su colega, las teorías del desarrollo que partían del presupuesto de un acceso directo a la democracia política mediante una moder-nización de las instituciones y mediante políticas como la reforma agraria. Años más tarde, su libro El conflicto de las civilizaciones ratificaría el carácter WHASP (White, Anglo-Saxon, Protestant) de su visión ideológica, mucho más radical y conservadora que la visión relativamente liberal de Talcott Parsons.

Pero dichos cambios no podían ser percibidos de manera matizada por quienes los padecían como cambio súbito de esce-narios. De ahí que la traducción, asimilación y apropiación de un teórico como Talcott Parsons, entonces justamente sometido a toda suerte de críticas desde distintos flancos, fuera una labor no poco penosa.

La traducción, la enseñanza y la apropiación de Parsons

en los contextos del destino laberíntico

Como quiera que sea, debía afrontarse con valor y coraje la tarea propuesta por Darío Mesa. Independientemente de las cir-cunstancias crispadas por tantos errores de juicio, su programa de crear un pensamiento propio, partiendo de la apropiación del pensamiento mundial y sometiéndolo a la prueba de las realidades específicas de nuestro Estado Nacional, apareció en el horizonte para los sociólogos jóvenes que entonces nos formábamos como un ideal por el que valía la pena esforzarse. Ante el colapso de las Utopías, con mayúscula, que ya advertíamos en tantos signos del mundo (invasión rusa a Checoeslovaquia, sofocación a sangre y fuego del movimiento de estudiantes en la plaza Tien an Men, bu-rocracia cansina de la Unión Soviética y de los países de la cortina de hierro) y de la nación (discursos repetitivos y pobres de la iz-quierda, entropía de la lucha armada que ya mostraba degrada-ciones aberrantes), un llamado al sapere aude constituía un acto de

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confianza y de fe del maestro en la capacidad de la juventud para una tarea que exigiría coraje y mucha paciencia.

En una carta dirigida a mí desde Athens, Ohio, el 18 de junio de 1977, el colega Carlos Uribe señalaba lo titánico, e incluso lo monstruoso, de dicha misión: «Me parece haberme dado cuenta de que en América se estudia a los americanos, en Inglaterra a los ingleses, en Alemania a los alemanes. Solo nosotros somos “UNIVERSALES”. Pero ¿a qué precio?»46. Por supuesto, dicha con-dición ha cambiado desde entonces. Una nueva convergencia im-plica una tarea de apropiación universal de los saberes, como se prueba en tres casos paradigmáticos de un pensamiento global: Alain Touraine, Edgar Morin y Jeffrey Alexander. Este muestra, en un ensayo que se puede considerar ya clásico, una extraordinaria apertura a saberes provenientes de distintas regiones del mundo47. Del mismo modo, Morin o Touraine se han movido entre Europa, América Latina y Estados Unidos. No obstante, la afirmación de Carlos Uribe era válida como norma general en la época.

Pero el maestro Darío Mesa, socrático y mayéutico, no enseñaba nada que no hubiera hecho en lucha solitaria. De un pueblito tan apartado como Abejorral, hijo de una maestra de escuela primaria, llegó a dominar seis idiomas y leyó a los clásicos en la fuente. De una modestia fuera de serie, no ha permitido ningún homenaje que no sea el reconocimiento por la escritura, como el que aquí oficio.

Y la prueba de los años ha dado la razón al maestro. En mi caso, me inicié como profesor dictando un curso sobre Merton en el segundo semestre de 1969, en la Universidad de La Salle, que en-tonces copiaba el modelo instaurado por la reforma de sociología de la Universidad Nacional. El profesor Gonzalo Cataño, mi colega en las lides de la Asociación Colombiana de Sociología, quien después mantuvo una muy larga correspondencia con Robert K. Merton, que sin duda editará pronto, me ofreció dictar este curso

46 Carta de Carlos Uribe a Gabriel Restrepo, 18 de junio de 1977. Archivo personal.

47 Jeffrey Alexander, «Pragmática cultural: la acción social como performance». Revista Colombiana de Sociología, 20. Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2006, 9-67.

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cuando yo era aún estudiante, pues cursaba el último semestre de sociología en la Universidad Nacional.

Había recibido en el primer semestre de 1969, al inicio de la re-forma del Departamento de Sociología, el primer curso de Parsons dictado por el profesor Germán Bravo, muy competente en el co-nocimiento del teórico estadounidense, pero fugaz en su paso por la docencia. Mi tesis de grado, Las teorías intermedias de Merton y la sociología norteamericana48, primera tesis teórica hasta entonces en el Departamento de Sociología, se ocupaba también de Talcott Parsons. Dicha tesis fue incluida por el propio Merton en la lista oficial de sus publicaciones y de las referencias sobre su obra.

Al siguiente año, y sin haberme graduado todavía, debí asumir el curso de Merton ante el retiro del profesor del cual yo era monitor: enfrentaba el tremendo reto de enseñar una materia que apenas co-menzaba a dominar en el semestre siguiente al mío, en el cual había no pocos marxistas de mucha monta, pero donde, además, tuve la fortuna de encontrar en Alfonso Piza, quien desde entonces se ha esmerado de modo ejemplar en la asimilación de las teorías socio-lógicas y ha sido un compañero de ruta para estudiar día a día, du-rante más de siete años en los setentas —¡y qué años tan difíciles!—, obras como la Crítica de la razón pura, El príncipe de Maquiavelo, Las confesiones de Rousseau, La divina comedia de Dante, El Quijote de Cervantes, la historia de los Estados Unidos y mil temas más, asociados con la fundamentación cultural apropiada para convivir de manera fecunda con el pensamiento teórico.

A diferencia de Gonzalo Cataño, aprecié mucho más a Parsons que a Merton, al cual admiro no obstante todavía. Para uno o para otro, la labor de apropiación teórica propuesta por Darío Mesa o encomiada por otros maestros como Jaime Jaramillo Uribe o, a distancia, Rafael Gutiérrez Girardot, esto es, formarse en la lucha con los clásicos, era bastante fantasmal, pues tropezaba con el clima apocalíptico de militancias cerreras de los años setenta.

48 Gabriel Restrepo, Las teorías intermedias de Robert Merton y la sociología norteamericana. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, Departamento de Sociología, serie Cuadernos de Sociología, 1971.

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A diferencia de Parsons, que vivió en el país del destino mani-fiesto, nuestro contexto cultural era y es el propio de un destino laberíntico y fantasmal. Nuestro arquetipo no es el ángel que des-cribe García Lorca, sino el duende, incluso más que la musa. El duende, dice el poeta, asoma por entre estertores, acude puntual a la cita cuando hay un trance entre vida y muerte, como en los lances del toreo o en la «extremaunción» del flamenco. Razón quizás para que con el colega Alfonso Piza dedicáramos tanto tiempo a la lectura de Rousseau, pues su vida, contraria a la de Parsons o la de Goethe, prototipos del ángel, fue la encarnación del duende, como lo fue en otra esfera cultural Thomas de Quincey, a quien después leería con apasionamiento. Su descubrimiento de la metáfora del palimpsesto, unida a la pasión por el psicoanálisis y por la introspección, representada en mi caso por llevar diarios desde 1964, significó una textura muy diferente a la del yo fuerte parsonsiano, para leer de un modo distinto la relación entre afecto y racionalidad, a lo que se añadiría la noción de senti-pensamiento de Orlando Fals Borda.

Muchas veces pensé escapar de la atmósfera milenarista de la Universidad Nacional de aquellos años. Había ganado, en 1971, una beca convocada por el Instituto Goethe para estudiar con Ha-bermas en la Escuela de Frankfurt. Pero el destino, con el nombre de un funcionario de la Democracia Cristiana de Bonn, me salvó de la salvación: Frankfurt, me diría después el funcionario en Bonn, cuando pasé a estudiar alemán durante dos meses en una beca de consuelo, lo mismo que Berlín y Múnich, los tres destinos que yo había marcado, estaban tachados de rojo según sus lentes de vista. Además, añadió, ¡yo era sospechoso de ser espía de Alemania Oriental por haber estudiado alemán con un profesor de Leipzig durante dos semestres en la Universidad INCCA de Bogotá! En ese mismo breve viaje a Alemania de 1972 tuve la feliz oportunidad de ir por un día a Berlín Oriental. Quería visitar la Universidad Karl Marx para conversar con el autor de un libro que me había atraído muchísimo: Information und Verhalten (Información y conducta). No pude pasar de la recepción, pues ¡me tomaron por un espía de Alemania Occidental porque, además, el pobre autor debía ser ya

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catalogado como sospechoso de traición a la fidelidad marxista! Fue una lección inaugural y mayúscula de mundo porque desde entonces comprendí lo ridículo de las ideologías de derecha o de iz-quierda tomadas como creencias absolutas llevadas hasta el borde de la esquizofrenia y la paranoia.

El día 11 de noviembre de 1976, subrayo en mi diario una ex-presión de Kant que me ha servido como un conjuro certero contra toda militancia de cualquier signo. Refiriéndose a la cura de la razón para evitar las tendencias al dogmatismo en la consideración de los ideales, el filósofo indicaba: «Dem Gegnern aber müssen je-derzeit in uns selbst suchen»: «Debemos buscar al enemigo siempre dentro de nosotros mismos». Conjurar la propia locura, la que anida en cada individuo de la especie sapiens demens, ha sido un principio rector de mi vida.

Un interés obsesivo de mi parte condujo a la publicación, por Tercer Mundo, de la obra que traduje como Autobiografía inte-lectual. Desde el 5 de enero de 1977 había acudido a la editorial Trillas para traducir el ensayo de Talcott Parsons, lo mismo que la obra cardinal The American University. Como no prosperara el asunto, y habiendo asumido la dirección del Departamento de So-ciología desde junio de 1978, acudí a Tercer Mundo, recordando que la editorial fue clave en el programa editorial de los primeros años del Departamento de Sociología. Se obtuvo el permiso de Talcott Parsons y se editó la traducción.

Vale la pena transcribir algunos pasajes de mis diarios de clase de 1979, pese a su extensión, pues permiten captar algo del contexto en el cual se realizó dicha traducción y apreciar los problemas de la enseñanza de Parsons, con la singularidad de que uno de los días de los fragmentos transcritos corresponde a la reseña de su muerte:

20 de junio de 1979. Asistencia: una decena de estudiantes. Duración: unos veinte minutos. Ambiente: quise comenzar, así fuera brevemente, porque escaseará el tiempo, pues, a pesar del clima ad-verso, se iniciaba en el claustro de sociología un «acto de solida-ridad con Nicaragua» propiciado por la brigada «Simón Bolívar». Y era mucha la bulla. Yo quería establecer una primera relación con los estudiantes. Contenido: Parsons es, o fue, o acabó de ser con-

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temporáneo. Junto a otras escuelas, o contra ellas (Frankfurt, por ejemplo), comprendió problemas de nuestro tiempo que no podían tomar la primera o segunda generación de sociólogos: la primera (Saint-Simon, Comte, y Marx como momento más avanzado) in-serta en el panorama de la primera revolución industrial.

Preámbulo a la exposición del día 2 de julio de 1979. Nos re-unimos para rendir homenaje a quien fuera nuestro contemporáneo sociólogo y pasa a ser, en este año, clásico de la sociología. El homenaje formal, a la muerte del profesor Parsons, es más que merecido: por todo este siglo el sociólogo norteamericano ha marcado la pauta del desarrollo de la sociología, con una obra vasta y profunda en di-versos niveles. Como reales homenajes valoro los siguientes hechos: la penosa enseñanza de la teoría funcionalista a lo largo de 10 años, iniciada por el profesor Germán Bravo, hoy desafortunadamente ausente: digo penosa por tres razones. Primera, de índole ambiental, la maraña del desordenado acaecer universitario, que en diversos modos ha trazado la continuidad en la reflexión sobre el funcio-nalismo. Segunda, las unilateralidades inherentes al aprendizaje de un autor tildado de complejo y el exagerar en unos cursos la parte filosófica, en otros, la exposición histórica, en otros, una parte de su desarrollo teórico en desmedro de otras. Tercera, y no menos importante, la lucha contra las pasiones y prejuicios, que en el clima apocalíptico en que hemos vivido, nos llevan a descalificar a Parsons con epítetos o soluciones fáciles. El esfuerzo se halla recompensado, sin embargo: hoy la cátedra de funcionalismo se impone en la for-mación sociológica, indispensablemente. Y, además, hay ya no uno, ni dos, sino diez o más personas competentes en la enseñanza de Parsons. Talcolt Parsons podría sentirse satisfecho, por otra parte, con la traducción de su autobiografía intelectual, traducción que ya ha despertado en algunos el temor de que Parsons, una vez muerto, resucite en algún lugar de América Latina. Pues ¡que resucite! No es fácil hacer un balance de la obra de Parsons. Para eso se requiere una cierta distancia, contemplar a Parsons, sociólogo del siglo XX, como sociólogo del siglo XXI, si pensamos que la profesión no se acaba para entonces. Aparte de la distancia, se exigiría una mayor penetración en la obra y en las circunstancias externas; y un mayor

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tiempo de preparación, cosas de las que carecemos. Por ello, lo que sigue solo puede considerarse como recolección de apuntes hechos al vuelo y anotados al margen, en la memoria de la traducción de las páginas de la autobiografía intelectual. Y tienden a preguntarse qué significa Parsons en la evolución de la sociología, cuál es su puesto y peculiaridad en ella a tenor de su teoría y de las circunstancias que rodearon su formulación.

27 de junio. Asistencia: buena, 15; pero un poco tardos. Comenzamos cerca de las diez y veinte, duró hasta las once y media. Ambiente: mala atención al principio, progresiva audiencia luego. Exposición: I. Sobre la guía de cátedra. Ubicación de la materia: solo muy pocos saben leer en inglés. Otros estudiaron francés. Los que es-tudiaron inglés en la universidad no lo aprendieron. Les recomiendo que lo aprendan. Sobre historia: la vieron con Jaramillo (imperia-lismo) y con Ocampo (Revolución china), dividido el grupo: ¡total, ya sé qué esperar! Economía II: curso muy regular, dicen. Les digo que con Merton hay continuidad. II. Sobre objetivos: lo mismo, más detallado. III. Sobre criterios: lo mismo, más reducido. He de pasarlo por escrito. IV. Evaluación. V. Sobre desarrollo: no entré. VI. Sobre el contenido: titubeando, fui entrando en materia. No había preparado tanto o siquiera un poquito, por motivo del viaje de mi esposa. Pero comencé: la exposición se orientó a mostrar la ubicación de Parsons en una perspectiva evolutiva amplia; así fui repisando temas que había tocado en la clase anterior.

6 de junio. Asistencia: Muy buena. Tono mío: sostenido y bueno, lento y seguro al comienzo, vacilante y apresurado hacia el final. Audiencia: atención buena, relativamente. Desarrollo: pro-blema general: Parsons no es sociólogo que exprese la totalidad de las tendencias de la sociología estadounidense, ni ella surge con él. Respecto a lo primero, Parsons más bien se opone a otras tendencias, representadas en quienes cultivan por sí mismos las sociologías es-peciales, o quienes, en una tradición pragmática y de estrecho em-pirismo reifican las técnicas y las confunden con la metodología. Conviene mirar, por otra parte, cómo surge la sociología estado-unidense, que atraviesa por dos fases: de 1870 a la Primera Guerra

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Mundial, y de allí a 1939, o a los inicios de la segunda. Y cómo puede ubicarse a Parsons en esa tendencia.

Junio… Asistencia: muy buena (desafortunadamente). Tono mío: aburridamente plano y cuando no, quebrado; vacilante y ner-vioso a todo momento. Preparación: mucha ansiedad desde el día anterior, y en la noche, y en el amanecer, ligada a problemas emo-cionales domésticos (ausencia de mi esposa; pequeñas mezquin-dades caseras; peleas de los niños). Toda la ansiedad se reflejó en la clase. Aparte de ello, tengo un sentimiento de crisis frente a la materia que es manifestación tardía (coletazo) de mi crisis general; y cuyo examen había aplazado, ¡ingenuo! Consiste en esto (ya que me hundo en este asunto): tengo miles de cabos sueltos, lecturas in-terrumpidas, y por tantas razones: huelgas, paros, ausencia de moti-vación y de interés mío, pues he antepuesto a Parsons otros amores, la literatura y, hoy lo veo: veo el mal por lado y lado; pero también he antepuesto a los dos (y esto es más grave, pero fue necesario: ese es el drama) la acción «política». ¡Y en ese afán sí que me enredé y perdí! Pero como si ello no bastara, debo añadir que en esos intervalos que me dejaban las pedreas, las novelas y las juntas, leí cabos sueltos, unos mejor dirigidos que otros, pero muchas veces (en los primeros años) con tales anteojeras, que fue vano lo que leí. Y he cambiado de enfoque, de lente, pero a veces me sucede que veo doble, o triple y peor: que ante los estudiantes hablo con tres lenguas, contando seis historias. ¡Horror! No he decantado. Pero más grave es lo que siento: que no sé si conserve arrestos para decantar: que no es estric-tamente decantar porque más bien debería ser ¡volver a estudiar! ¿Qué hacer? No lo sé. Por lo pronto pienso que puedo aprovechar, de todas maneras, lo que he hecho. Seguir ensayando por un rato: en nuevas circunstancias. Y si así falla, pues ya veremos.49

No pocos comentarios se imponen. La acción «política» se re-fiere en este caso a la labor de defensa de la universidad contra tendencias de derecha y de izquierda. Todo un libro de historia intelectual debería escribirse en torno a aquella década, en la que

49 Gabriel Restrepo, Diario personal, 1979, inédito.

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la Universidad Nacional corrió el riesgo de desaparecer. Baste para ello citar un pasaje del diario de 1976, fechado el 18 de noviembre, para comprender la atmósfera (que todavía aparece muchas veces como un pretérito imperfecto) y las conclusiones personales que derivé de allí:

Poco a poco todo en la Universidad Nacional se apresta a su fin. El poco margen que aún quedaba para la diplomacia, negociación o astucia se ha agotado para ceder paso a la confrontación física, ya no entre la universidad y el Estado sino en el interior de la universidad, entre estudiantes, entre profesores.

Bajo un cerco de policía que se pasea por los confines de la Universidad, esta se pudre. Es un tugurio, como se deja ver en la imagen de la casucha levantada en la plaza central por los residentes (algunos), como símbolo. ¿Símbolo de la identificación con la clase proletaria? Han visto desde los buses la miseria y esta los ha obnu-bilado demasiado. Se pide plata en alcancías de lata: monedas, pesos sueltos (retintineo de iglesias, diezmos). La asamblea de estudiantes: se acabó la razón; esconden el cuchillo unos y otros bajo la ruana. Hay aún momentos de sonrisa, de chispa, de humor, como el bur-larse de la forma aburrida de comunicados gritando (anticipándose) el «resuelve» cuando apenas se lee el segundo de diez considerandos que saltan. Cuánta majadería de este al otro punto candente de nuestra situación. Pero es que esta ya no da lugar a «considerandos»: es la hora de la acción; cada cual ha tomado «partido» ¿Qué pueden hacer residentes sin residencias en la universidad? Están fuera de concurso. Siempre ha sido hora de acción, nunca de meditación: esa desapareció con los seminarios. Así breves pozos de sonrisa ceden el puesto a rostros iracundos, puños levantados. Una guadaña pasa por la sala; y fue en el abrir y cerrar de ojos. ¿Juzgar? No es nada fácil. Acaso se les reprochará el sueño del juicio que aceleró su propia muerte, el delirio de la razón que hizo mayor su putrefacción. Fue obra de desesperación que llevó a la desesperación total. Recaiga el juicio sobre ellos, pero también sobre aquellos que, corrompidos hasta el tuétano, indican: he ahí la causa de la putrefacción. El pa-rámetro de juicio por ahora y por mucho tiempo será por desgracia

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el del turbayismo, la mafia, el fascismo. Pensemos en lo que se podrá construir para dentro de unos 50 años.50

Es el principio que he seguido de modo firme en medio de todos los azares. Este pasaje permite apreciar, además, el sentido de «los cabos sueltos» que me angustiaban en la época y que, com-prendidos desde la distancia del presente, se refieren a la intención de formar un pensamiento mucho más extenso que el de Parsons (como se revela en los diarios, la pasión por la literatura forma parte de dicho camino), que fuera apropiado para comprender nuestro destino laberíntico o fantasmal. No renunciar a la lite-ratura (diarios, poesía, novela) ni a la comprensión de las artes, como tampoco a una teoría sociológica tanto o más amplia que la de Parsons, por sus relaciones con la economía, la política, la cultura en todas sus dimensiones y, por supuesto, la naturaleza y la geografía (tan marcada por la huella del gran maestro Ernesto Guhl), era un ideal que podía ser o quijotesco o fáustico, depen-diendo de los resultados de un camino muy largo. Tan largo como la peregrinación de Parsifal en la ópera de Wagner, que desde 1973 ha acompañado todos mis pasos.

Luego comprendería que esta apertura, que arriesga desem-bocar en el diletantismo o en la catástrofe o en la autopoiesis y el deutero-aprendizaje, es la expresión propia de la búsqueda de la razón sensible que emerge desde América Ladina, tal como lo ha ex-puesto Fernando Zalamea en un reciente libro51, pero también, por otro camino, Orlando Fals Borda en esa doble página que escribe en Historia doble de la costa: la narración, plena de deícticos, música y estética, de la página impar; y la argumentación analítica y aca-démica en la página par. ¿No es, por lo demás, la propiedad que más encanta en esa figura del ladino universal que es Melquíades en Cien años de soledad, puesto que sabe leer al derecho y al revés la historia trágica y cómica de Macondo? ¿No es ese el envío secreto y público del fundador de la sociología colombiana, Manuel Ancízar, cuando

50 Restrepo, Diario personal, 1979.51 Zalamea, América..., 302.

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escribió, en 1851, su Peregrinación de alpha, como una invitación a una peregrinación en pos de una omega en minúsculas, como la gran utopía posible de transformación por medio de cultura?

La complejidad de la misión intelectual propuesta por Darío Mesa y glosada en la carta de Carlos Uribe era tanto mayor puesto que suponía algo así como hallar la solución al cubo de Rubik.

No es el momento de exponer mi propia autobiografía inte-lectual. Baste trazar algunas pinceladas de un camino que, corres-pondiendo a la idea de nuestro destino laberíntico, es tortuoso, zigzagueante, propio de duendes, excesivo en fantasmas, lleno de altibajos, pero siempre alentado por la búsqueda de una razón sen-sible. Pinceladas necesarias para trazar la composición de tiempo y lugar que sirva como preámbulo a la coda de este ensayo, diseñada para mostrar una síntesis apretada de mi balance de la apropiación de Parsons en términos de la elaboración de mi propia teoría.

Tracé mi programa intelectual en un ensayo de aquellos años (Restrepo, 1981), que sirvió como marco a una investigación sobre la historia de la ciencia en Colombia (1979 a 1982), línea cuya pa-ternidad reclamo sin modestia, en la que no me finqué debido a la naturaleza misma del programa que me propuse.

Señalaba allí la importancia de mantener abierta la indagación en torno a la sociología de la ciencia con la ventana más amplia de la sociología de la cultura, comprendiendo desde entonces la cultura en el sentido semiótico de Parsons y de su discípulo Clifford Geertz. Corrientes posteriores a Merton validaron esta perspectiva, pero, por mi parte, luego indagaría, como el correr de las manecillas en el reloj, los distintos componentes de la cultura (investigación sobre la fiesta y el carnaval entre 1992 y 1994; cursos en torno a cine, rock y literatura, como el curso Siglo XX: Música, Artes e Ideas, en 1994 y 1995; investigación sobre la Urbanidad de Carreño, de 1996 a 1999; experiencia de trabajo etnográfico en loca-lidades de Bogotá, de 1999 a 2002 y en el 2006; ensayos filosóficos; estudios sobre la religión; obsesión por el concepto de sabiduría; teoría de la socialización y de la educación a lo largo de los úl-timos quince años; experiencia de etnografía en seis ciudades de América Latina; estratificación social; escritura poética mediante

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seis libros; reflexión introspectiva con mis diarios; arquitectura de una serie de novelas y, a todo lo largo, escritura teórica para hil-vanar los distintos aprendizajes). Mundo, nación y formación del sujeto fueron los centros de mi interés desde mucho antes de esa época, desde el llamado o Rufung de Darío Mesa, en sus clases de 1966, en adelante.

La apropiación teórica desde el limo de una cultura amplia debía ser confrontada con el pensamiento del Estado Nacional, a tenor de la trinidad de la propuesta de Darío Mesa en torno a una sociología científica, nacional y política. Las circunstancias propias de una universidad no bien diferenciada y que, por tanto, proscribían entonces la especialización, me obligaron a alternar la enseñanza teórica con la sociología rural y el análisis sociológico de Colombia. Lo que parecía un juego de contorsiones propias de circo se convirtió en un llamado a poner pie en tierra, en la encru-cijada de este país, de modo que la apropiación teórica se anudara al humus o contexto específico de Colombia y de América Latina.

Tal fue la razón por la cual decliné una segunda fuga, cuando, al escribir a Richard Münch, el 22 de octubre de 1981, para solici-tarle autorización para la traducción de un ensayo suyo, y al en-viarle un ejemplar de la Autobiografía, le pedí apoyo para gestionar una beca Humboldt para estudiar, bajo su dirección, en Düsseldorf. A la propuesta de traducción me respondió el 11 de noviembre de 1981, remitiéndome a José Almaraz, cuya dirección me ofreció, ya que él había realizado la traducción. Lamento haber demorado tanto tiempo, veintiocho años, la correspondencia con el colega es-pañol, pero espero que el encuentro en el seminario programado para evocar a Parsons, a treinta años de su muerte, repare años per-didos. De hecho, agradezco en el alma el comentario del profesor Almaraz en torno a esta traducción y sus sugerencias de cambio de forma en las primeras páginas

A la propuesta de asumir la orientación en el doctorado, Ri-chard Münch respondió de modo positivo.

Pero, como he indicado, ya estaba tocado por el compromiso con la Universidad, con el programa de trabajo que implicaba un camino propio. Y a la vuelta del año me esperaba un largo tiempo

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de examen de un problema que rondaba en el ideario de Darío Mesa en torno al carácter político y nacional de la sociología. Estos dos términos se confundían en el concepto de Estado Nacional. Pero, ¿qué era el Estado y qué la Nación, y de qué modo se relacionaban? No solo había escrito sobre ello un Informe sobre la concepción del Estado Nacional en Talcott Parsons52, sino que la investigación sobre historia de la ciencia me llevó a una recapitulación de los avatares de Colombia, y tanto las clases como los diarios y el im-perativo de mi propia comprensión imponían ascender al pasado para comprender el presente. Como insistía Darío Mesa, citando de modo libre al Hegel de la filosofía del derecho, la tarea consistía en «hallar la rosa de la razón en la razón de la cruz».

De los muchos seminarios dedicados al pensamiento social, siempre con el trasfondo de los problemas del Estado Nacional, re-cuerdo muchísimo mi escrito sobre Tomás Moro y el contrapunteo con El príncipe de Maquiavelo, resuelto en mi caso, aunque con vaci-laciones, por el primero, pese a que había estudiado al segundo con mucha atención para comprender el sentido de la acción que llamaba «política» en la Universidad Nacional. Pero tal vez el seminario que más capturó mi atención fue uno, dictado por Darío Mesa, dedicado a examinar la obra de Maquiavelo Las décadas de Tito Livio. En él aparecía otro Maquiavelo, inclinado a la democracia comunitaria, muy diferente al que pensaba el Estado desde la perspectiva de la coacción y la lucha por el monopolio de la violencia.

Por una serie de azares que no es del caso relatar, llegué a ser jefe de la Unidad de Desarrollo Social del Departamento Nacional de Planeación entre 1982 y 1986 y asesor de jefatura de Planeación de entonces a 1990. Fue un momento privilegiado para comprender al Estado colombiano, por ser una coyuntura de crisis inmensa y de cambios trascendentales, como quiera que allí se reformó de raíz la constitución centenaria. La pasión por la escritura me llevó a oficiar como escritor fantasma de la Presidencia y de Planeación: fueron cerca de 2.500 páginas de informes al Congreso y mensajes

52 Gabriel Restrepo, 1975. Documento miemografiado y publicado por el Departamento de Sociología.

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presidenciales. Tuve la posibilidad muy cierta de «ascender» a los círculos más internos del poder, pero de un modo deliberado la evité: se me ofreció, por ejemplo, la dirección de Colciencias, que decliné. Luego, entre 1990 y 1992, realizaría una última incursión en el Estado, al ejercer la coordinación de los programas de rein-corporación de excombatientes, movido por el ideal de una paz que se ha demostrado esquiva. Fue una experiencia que me llevó a comprender, con cierta repugnancia, que la política es más pasión que acto racional.

Mantuve frente al poder del Estado una distancia metódica, precisa y muy celada, y ello se debe en lo fundamental a una evo-lución de mi pensamiento. Me había saciado del Estado y de su ejer-cicio del poder, y del mismo modo había apreciado de una manera muy directa la vanidad del contrapoder: en suma, aprecié el ca-rácter mimético de la resistencia y desde entonces intuí lo que en el momento estoy consolidando de modo teórico como diferencia entre resistencia (re sistere, volver a colocar, situarse en el mismo lugar) y disidencia (dis sedere, colocarse en otro sitio), concepto este bien distinto, pues implica no la lucha por el mismo lugar (topos) y con el mismo lugar común de la retórica (tropos), sino el cambio de espacio del poder, lo que llamé en un poema «el poder del no poder en la escritura», con la transformación consonante de los modos y contenidos de enunciación. Me apasionaba más la nación que el Estado. Tuve la oportunidad de alternar con Alfonso López Mi-chelsen en las dos ediciones que abría la editorial El Áncora sobre pensamiento social: la primera, una reedición de El príncipe, de Maquiavelo, con prólogo del ex presidente; la segunda, El contrato social, de Jean Jacques Rousseau, con traducción y prólogo míos. Traduje dos tercios del libro de Rousseau y escribí más de cien pá-ginas sobre el ginebrino, inéditas, pero dejé morir el proyecto: du-rante cerca de seis años mi mundo cambió, murieron los padres y establecí una nueva alianza matrimonial: cambié radicalmente de lugar, incluso en la estratificación social. Lo fundamental, con todo, fue el cambio de método y de retórica: la lucha por la trans-formación de la educación y de la cultura, partiendo de la propia introspección, se situaba por encima de la transformación política

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del Estado. Del mismo modo, la sabiduría me importa desde en-tonces más que el saber o que los saberes sumados, sin que estos fueran desdeñables, como tampoco llego al extremo de desdeñar la política referida al Estado. Pero una convicción surgida de medita-ciones muy profundas me lleva a la conclusión de que las transfor-maciones del siglo XXI han de pasar ante todo por el meridiano de un nuevo pensamiento y de una nueva educación.

En suma: era preciso experimentar un metódico desasimiento (Gelassenheit) y ejercer con coraje un desaprehenderse conducente a potenciar el deutero-aprendizaje, la resiliencia y la autopoiesis. Tales han sido los presupuestos para alcanzar una nueva com-prensión teórica, a la que me refiero ahora.

El balance de la apropiación de la teoría: una síntesis

Una suerte de oxímoron define el estilo y el método de mi camino: dispersión y concentración. Dispersión para ampliar temas y horizontes. Concentración con el nombre de síntesis teórica. A partir de allí, enuncio algunas distinciones claves de mi elaboración teórica respecto al punto de partida parsonsiano.

El enfoque más general consiste en pensar la teoría de la acción, con la misma amplitud de Parsons, como una teoría dramática de la sociedad. Ello a partir de la misma vinculación semántica griega entre teoría y teatro como acto de visión y arte de auscultar. Distingo entre mirar, ver y columbrar, lo mismo que entre oír, es-cuchar y auscultar, como paso de la intuición al entendimiento y a la razón, todo ello con miras a que el sentimiento sea razonable y la razón sensible: si se quiere, un modo de extender el principio parsonsiano de elaborar un sistema lógicamente cerrado y empíri-camente abierto, pero más atento a la multiplicidad de lo social.

Pero ahí radica una primera diferencia, muy apreciable con Parsons, y es la dimensión muy estética de una teoría social, com-prensible desde América Ladina. Porque la estética, a partir de la fundamentación de Friedrich Schiller, ensancha la intuición y fecunda a la razón. Para ello ha servido no poco el desarrollo de Jeffrey Alexander, con el lúcido ensayo «Pragmática cultural:

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un nuevo modelo de performance social»53, pero, por supuesto, asumido desde experiencias de larga data en relación con el teatro, con las artes y con las letras. Las metáforas de la noción dramática sirven para reflexionar en torno a la sociedad con todos los actos de escena: de la vitrina en el comercio a la pasarela en la moda (el juego entre exhibicionismo y voyeurismo); al carnaval como juego de contrarios o inversión metódica de la estratificación; al melo-drama con su puesta en escena de arquetipos (en Colombia, por ejemplo, el mito de Poro y de Penía, en Café con aroma de mujer o en Betty la fea, e incluso en Sin tetas no hay paraíso); a la co-media y a la risa y a la caricatura como distancia con las normas y, por supuesto, a la tragedia con todas las dimensiones canónicas de peripecias, anagnórisis (teóricamente distinguible del concepto de reconocimiento hegeliano por su anclaje en la piedad y no en la lucha) y, ante todo, catarsis.

La acción social se concibe entonces, desde esta perspectiva, como el juego entre condiciones (espacio y tiempo), actores o dra-matis personae (sujetos, familias y comunidades) y nudos de acción (población estratificada en función de la distribución del poder económico, del político, del poder del saber y del poder mediático, distribuidos en instituciones y campos), en función de guiones o libretos determinados por significaciones científico-tecnológico-técnicas; expresivas y estéticas, como las lenguas, estilos de vida, letras, artes y artificios; integradoras o evaluativas, al tenor de Parsons, como ética, moral, derecho y códigos de costumbres o ur-banidades, y trascendentes o profundas, como mitologías, religión, ideología e imaginarios, filosofía y sapiencia.

Mantengo las distinciones analíticas entre sistemas de orga-nismo, personalidad, sistema social y sistema cultural, lo mismo que en general las funciones y los medios generalizados de inter-cambio, con no pocas diferencias de acentos. Prefiero concebir or-ganismo y personalidad como soma y sema, entre otras razones, para acentuar la diferencia entre sujeto y actor —problemática en Parsons— y para calar más a fondo en la relación entre sujeto y so-

53 Alexander, «Pragmática cultural…», 9-67.

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ciedad. Partiendo del concepto amplio de socialización de Parsons, interpreto de modo más radical la socialización como proceso se-miótico y hermenéutico, incluida allí la educación formal.

Al concebir la acción social como drama, introduzco en primer lugar el tema de las pasiones. Para ello, me he servido de la distinción de Spinoza entre acciones (lo que en sociología se llama, desde Max Weber, acción racional con respecto a fines) y pasiones, según el siguiente pasaje:

I. Llamo causa adecuada, aquella mediante la cual se puede en virtud de ella misma conocer clara y distintamente el efecto. Llamo por el contrario causa inadecuada, o parcial, aquella de la que no se puede en virtud de ella sola conocer el efecto. II. Digo que somos activos (que obramos) cuando en nosotros o fuera de nosotros se produce algo de lo que somos la causa adecuada, es decir (según la definición precedente), cuando de nuestra naturaleza resulta en nosotros o fuera de nosotros algo que se puede comprender clara y distintamente por sí mismo. Digo, por el contrario, que somos pa-sivos, cuando se produce en nosotros algo o resulta algo de nuestra naturaleza de lo que no somos sino causa parcial. III. Por senti-miento, entiendo las afecciones del cuerpo, mediante las cuales el poder de obrar de este cuerpo es aumentado o disminuido, ayudado o impedido, y al mismo tiempo las ideas de estas afecciones. Si por consiguiente podemos ser la causa adecuada de alguna de estas afecciones, entonces entiendo por sentimiento una acción (acto); en los demás casos, una pasión (lo diferente de una acción).54

Ello me lleva a establecer una nueva relación entre lo afectivo y lo cognitivo. Aunque Parsons, como señalé, introduce de modo sor-prendente y lúcido el afecto como medio generalizado del sistema social (siendo la influencia su par en el subsistema de la comunidad societal y pudiéndose pensar la solidaridad como expresión del afecto), la subordinación que realiza respecto de la racionalidad cognitiva (o sea, a las significaciones científico-técnicas), en des-

54 Baruch Spinoza, Ética. En Obras. Madrid: Clásicos Bergua, 1967, 191. Cursiva en el original, las negrillas son mías.

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medro de las otras dimensiones de la cultura, significa un capitis diminutio gracias al cual se explican sus sesgos conservadores y sus acentos en la enfermedad como desviación social y en la práctica médica o, en general, tecnológica, como medio de control social.

Por mi parte, pensando que el drama social es antes un juego de pasiones que de acciones racionales (por lo tanto, concibo al Estado como una suma de pasiones), pienso que la propuesta de situar el afecto como medio de intercambio generalizado del sistema social es de una importancia revolucionaria porque querría decir que la piedra de toque de cualquier institución o campo social, micro, meso o macro, es la producción de afecto o desafecto.

Pero para pensar el potencial revolucionario, en sentido cul-tural, del afecto situado como elemento crucial de la explicación social, es necesario ir más allá y relacionarlo no solo con la ra-cionalidad cognitiva, sino con el conjunto de la cultura. Es allí cuando aparece el concepto de sabiduría como un concepto de ca-rácter complejo y relacional que articula lo cognitivo, lo estético y expresivo, lo integrador y lo profundo, como un concepto no solo relacionado con los saberes, que supone, sino con los saberes en tanto procuran vida, como ocurre con el arte mayéutica.

De ahí se deriva un panorama muy diferente de la evolución social. Existen dos caminos. La transformación de energías en información y control, según la metáfora cibernética de Parsons, mediada por dispositivos de red (piramidales o arborescentes, que concentran descentrando, se apropian expropiando, ganan plus-valía económica devolviendo minusvalía cultural); privilegio de la racionalidad cognitiva; éticas de justicia abstracta en dirección a una ciudadanía formal; primacía del reconocimiento (Anner-kennen) en términos de lucha resistente, o sea, mimética frente al poder, es decir, el juego social de la envidia, y comandada por retó-ricas imperativas (incluida la instrucción pedagógica).

El otro camino es diferente: transformación de energías en sa-biduría, mediante dispositivos de tramas (una red puede contener tramas, lo mismo que una trama puede derivar en red, pero la dis-tinción se mantiene); lógicas signadas por la epiqueía o ética de la benevolencia o el cuidado; distribución solidaria de las distintas

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formas de poder; movilización, por tanto, del afecto para producir solidaridad y por ende conciudadanía, a partir de la cura de la vio-lencia y de la transformación personal del resentimiento en reco-nocimiento; predominio de la anagnórisis o reconocimiento por piedad; privilegio de la disidencia como la vía de autopoiesis, crea-tividad, resiliencia y deutero-aprendizaje y retóricas fundadas en el valor radical de la pregunta. Esto último lleva por fuerza a una deconstrucción de la pedagogía a favor de la psicagogía (guiar en conciencia) y la mistagogía (guiar a través de lo secreto, pero con-cibiendo lo secreto como encerrado en lo en apariencia evidente, como en La carta escamoteada, de Poe).

En dos ocasiones, una en 1992, otra en el año 2002, fui descali-ficado en público como «parsonsiano» por colegas académicos que aparentemente habían dejado sus mocedades de alboroto. Con-fieso que sonreí ante los apóstrofes. Porque este camino, apenas esbozado aquí, es tan deudor de Parsons como el sueño de Jacob en la lucha con el ángel.

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Apéndice bibliográfico

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Gabriel Restrepo

Mauricio Gómez Nieto**

Universidad Nacional de Colombia (Bogotá)

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* Tomada de la edición de Tercer Mundo Editores, pero corregida y ampliada para esta edición de la Universidad Nacional de Colombia.

** Estudiante de pregrado del Departamento de Sociología de la Universidad Nacional de Colombia.

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(1961q). «Preface». En E. Cumming y W. E. Henry, Growing Old: The Process of Disengagement. New York: Basic Books, 5-8.

(1962a). La Struttura dell’ Azione Sociale (G. Poggi, trad.). Bologna: II Moline. La introducción y la traducción es de Gianfranco Poggi.

(1962b). «Preface». En H. Spencer, The Study of Sociology. Ann Arbor: University of Michigan Press.

(1962c). «In Memoriam: Clyde Kluckhohn (1905-1960)». The American Anthropologist, 64, 140-148. Coautor con E. Z. Vogt. Reimpreso como «Introduction» en Kluckhohn, C., Navajo Witchcraft. Boston: Beacon Press, 1961.

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144

Gabriel Restrepo y Mauricio Gómez

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(1962g). «The Law and Social Control». En W. M. Evans (ed.), Law and Sociology. New York: Free Press, 57-62.

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(1962j). «Aspetti e caratteristiche delle societa industrial». Informazioni Svimez, 119, 71-87.

(1962k). «Considerazioni theoriche intorno alla Sociologia della Medicina». Quaderni di Sociologia, 11, 243-279.

(1963a). «Introduction». En M. Weber, The Sociology of Religion (E. Fischoff, trad.). Boston: Beacon Press, XIX-XIII. Reimpreso en Parsons, 1967a: 35-78.

(1963b). «Social Strains in America: A Poscript». En D. Bell (ed.), The Radical Right. New York: Doubleday.

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145

Bibliografía de Talcott Parsons en inglés (1928-1979)

(1964d). «The Sibley Report on Training in Sociology». American Sociological Review, 29, 747-748.

(1964e). «Levels of Organization and the Mediation of Social Interaction». Sociological Inquiry, 34, 207- 200.

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Gabriel Restrepo y Mauricio Gómez

(1965g). «Full Citizenship for the Negro American?». Daedalus, 95. Reimpreso en Parsons, 1967a: 422-465; 1966b.

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and Public Education. Boston: Houghton Mifflin.(1967d). «Social Science and Theology». En W. A. Beardslee (ed.), America

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Science (vol. 4). New York: Macmillan and Free Press, 311-320.*(1968c). «Interaction». International Encyclopedia of the Social Science

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Encyclopedia of the Social Sciences (vol. 11). New York: MacMillan and Free Press, 411-416.

*(1968e). «Professions». International Encyclopedia of the Social Sciences (vol. 12). New York: MacMillan and Free Press, 536-547.

*(1968f). «System Analysis». International Encyclopedia of the Social Sciences (vol. 15). New York: MacMillan and Free Press.

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*(1970d). «On Social System Building: A Personal History». Daedalus, 99, 826-881.

*(1971a). The System of Modern Societies. Englewoods Cliffs, New Jersey: Prentice Hall.

(1971b). «Higher Education, Changing Socialization and Contemporary Student Dissent». En M. Riley et ál. (eds.), Aging and Society: A Sociology of Age Stratification». New York: Russell Sage.

(1971c). «Higher Education as a Theoretical Focus». En G. Turk y R. Simpson (eds.), Institution and Social Exchange: The Sociologies of Talcott Parsons and George C. Homans. Indianapolis: BobbsMerril, 233-252.

(1971d). «Belief, Unbelief and Disbelief». En R. Caporale y A. Grumelli (eds.), The Culture of Unbelief. Berkeley, California: The University of California Press.

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Gabriel Restrepo y Mauricio Gómez

(1973a). The American University. Cambridge: Harvard University Press. Coautor con G. M. Platt.

(1973b). «Durkheim on Religion Revisited: Another Look at The Elementary Forms of the Religious Life». En C. Y. Glock y P. E. Hammond (eds.), The Scientific Study of Religion: Beyond the Classics. New York: Harper and Row.

(1973c). «Clyde Kluckhohn and the Integration of Social Science». En W. Taylor, J. Fisher y E. Vogt (eds.), Culture and Life: Essays in Memory of Clyde Kluckhohn. Carbondale, Illinois: Southern Illinois Press.

(1973d). «Bellah Case». Commonwealth, 98, 256-259. (1974a). «Stability and Change in the American University». Daedalus,

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103, 91-96.(1974c). «Epilogue: The University “Bundle”. A Study of the Balance

Between Differentiation and Integration». En N. J. Smelser y G. Almond (eds.), Public Higher Education in California: Growth, Structural Change and Conflict. Berkeley: University of California Press, 275-99.

(1975). «Review of Herbert Gintis: A Radical Analysis of Welfare Economics and Individual Development». Quarterly Journal of Economics, 89, 280-290.

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(1976b). «Social Science: The Public Disenchantment. American Scholar, 45, 580-581.

(1976c). «Vico and History». Social Research, 43, 881-885.(1976d). «Relation between Biological and Sociocultural Theory». Zigon.

Journal of Religion and Sciences, 11, 163-166. Coautor con H. A. Dupree.

(1976e). «Theoretical Approaches to Political Support». Canadian Journal of Political Science, 9, 431-448. Coautor con D. Easton.

(1977a). Deviance and Social Change. Beverly Hills: Sage. Coautor con Gerstein, D.

(1977b). The Evolution of Societies. Englewood Cliffs, New Jersey: Prentice Hall

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Bibliografía de Talcott Parsons en inglés (1928-1979)

(1977c). «Some Considerations on the Growth of the American System of Higher Education and Research». En J. Ben-David y T. N. Clark (eds.), Culture and its Creators, Essays in Honour of Edward Shils. Chicago-London: University of Chicago Press, 266-325.

(1977d). «Law as an Intellectual Stepchild». Social Inquiry, 47 (3-4), 11-58. *(1978). Action Theory and the Human Condition. New York: Free Press. (1979). «A Tentative Outline of American Values». Theory Culture and

Society, 6 (4), 577-612.

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Bibliografía de Talcott Parsons en español (1965-1977)

Gonzalo Cataño

Universidad Externado de Colombia (Bogotá)

El presente inventario bibliográfico sugiere que la llegada de Parsons a la lengua castellana fue, ante todo, un asunto de los años sesenta y setenta del siglo XX. No se registra un título anterior a esta fecha y, de existir, no parece haber dejado mayor huella. En pocas palabras, sus obras llegaron a Hispanoamérica en el momento mismo en que su marco de referencia —el del fun-cionalismo-estructural— perdía fuerza ante otras tradiciones de pensamiento social. Cuando se anunciaba «la crisis de la sociología occidental», representada en buena parte por su obra, con ironía y pasmo revistas y casas editoriales vertían sus libros y ensayos para una audiencia que habría de rechazarlos muy pronto. Y aunque al-gunos de sus libros traducidos fueron reeditados durante los años ochenta y noventa, ninguna casa editorial se aventuró con nuevas versiones y las revistas especializadas parecen haber callado su nombre, salvo para criticarlo.

Parsons publicó libros, algunos bastante robustos, como La estructura de la acción social y El sistema social, pero sobre todo ensayos, y de muy variada factura. La parte más extensa de su obra está representada por un crecido número de trabajos cortos

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Gonzalo Cataño

donde tocó los más diversos campos del análisis sociológico. Allí fue donde más se acercó al estudio «empírico», reflexiones, más bien, de situaciones particulares de su tiempo. Y si bien su obra es el resultado de la persistente labor de un teórico de inalterable vo-cación analítica, siempre estuvo atento a los resultados de las inves-tigaciones empíricas que animaron la sociología norteamericana de su época. Este interés se expresó en una persistentemente labor de recensión de libros en las revistas americanas de las que hay una escasa muestra en sus traducciones castellanas. Allí Parsons puso en acción su actitud crítica, sus reacciones y su estilo de trabajo ante la producción de sus colegas.

Para una mejor visualización de la ocasión y tiempo del traslado de los libros y ensayos de Parsons al castellano, el presente inven-tario registra la fecha de la primera edición en español entre parén-tesis y, entre corchetes se indica la fecha de publicación original en inglés. Este ordenamiento facilita el examen de la contemporaneidad y atraso de la recepción de su obra en Hispanoamérica. Como se observa, hubo discontinuidades, pero también asombrosos para-lelismos entre el lector hispanoamericano y el norteamericano. En español se conocieron textos del autor de El sistema social a sólo un año de haber salido en las prensas estadounidenses.

Libros

(1965) [1960]. Estructura y proceso en las sociedades modernas. Madrid: Instituto de Estudios Políticos. (Colección de ensayos publicados originalmente entre 1955 y 1959. Traducción de Dionisio Garzón Garzón).

(1966) [1951]. El sistema social. Madrid: Revista de Occidente. (Traducción de José Jiménez Blanco y José Casorla Pérez. Existen varias reimpresiones de la misma casa editorial y por Alianza Editorial de Madrid).

(1967) [1954]. Ensayos de teoría sociológica. Buenos Aires: Paidós. (Colección de ensayos publicados originalmente entre 1938 y 1953. Traducción de Rubén Masera con la supervisión de Tulio Alperín Dongui).

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Bibliografía de Talcott Parsons en español (1965-1977)

(1968) [1937]. La estructura de la acción social. Madrid: Guadarrama, 2 vols. (Traducción de Juan José Caballero y José Castillo y Castillo).

(1968) [1951]. Hacia una teoría general de la acción, con Edward A. Shils et ál. Buenos Aires: Kapelusz. (Traducción de Rubén Héctor Zorrilla).

(1969) [1968]. La sociología norteamericana contemporánea, compilador. Buenos Aires: Paidós. (Traducción de Oscar Aníbal Musiera).

(1970) [1953]. Apuntes sobre la teoría de la acción, con Robert F. Beals y Edward. A. Shils. Buenos Aires: Amorrortu. (Traducción de María Rosa Vogaló de Bonacalza).

(1974) [1966]. La sociedad: perspectivas evolucionistas comparativas. México: Trillas. (Traducción de Agustín Contín).

(1974) [1971]. El sistema de las sociedades modernas. México: Trillas. (Traducción de Agustín Contín).

(1978) [1970]. Autobiografía intelectual: elaboración de una teoría del sistema social. Bogotá: Tercer Mundo. (Traducción de Gabriel Restrepo).

Ensayos en publicaciones varias

(1964) [1963]. «Sobre el concepto de influencia», Revista Mexicana de Sociología, vol. XXVI, n.°. 2, México, mayo-agosto, pp. 363-391. (Traducción de Ángela Müller Montiel).

(1964) [1964]. «Algunas reflexiones sobre la importancia de la fuerza en la sociedad», Revista Mexicana de Sociología, vol. XXVI, n.°. 1, México, enero-abril, pp. 23-58. (Traducción de Ángela Müller Montiel).

(1965) [1964]. «Semblanza intelectual de Max Weber», Revista Mexicana de Sociología, vol. XXVII, n.°. 3, México, septiembre-diciembre, pp. 783-790. (Traducción de Ángela Müller Montiel).

(1968) [1961]. «Una teoría funcional del cambio» (extracto), en Amitai Etzioni y Eva Etzioni (compiladores). Los cambios sociales: fuentes, tipos y consecuencias. México: Fondo de Cultura Económica, pp. 84-96. (Traducción de Florentino M. Torner).

(1968) [1965]. «El comunismo y occidente: sociología del conflicto», en Amitai Etzioni y Eva Etzioni (compiladores). Los cambios sociales: fuentes, tipos y consecuencias. México: Fondo de Cultura Económica, pp. 349-356. (Traducción de Florentino M. Torner).

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154

Gonzalo Cataño

(1969) [1942] «Edad y sexo en la estructura social de los Estados Unidos», en Clyde Kluckhohn et ál. La personalidad en la naturaleza, la sociedad y la cultura. Barcelona: Grijalbo, pp. 379-390. (Traducción de Hortensi E. Acosta).

(1969) [1951]. «Enfermedad y el papel del médico», en Clyde Kluckhohn et ál. La personalidad en la naturaleza, la sociedad y la cultura. Barcelona: Grijalbo, pp. 625-634. (Traducción de Hortensi E. Acosta).

(1969) [1958]. «Autoridad, legitimación y acción política», en Carl J. Friedrich (compilador). La autoridad. México: Roble, pp. 239-266. (Traducción de Andrés María Mateo).

(1969) [1965]. «El papel del científico del comportamiento respecto de las relaciones internacionales», en Milton Schwebel (editor). La ciencia ante la amenaza nuclear. Barcelona: Fontanella, pp. 19-27. (Traducción de Luis Renart).

(1969) [1966]. «El aspecto político e la estructura y el proceso sociales», en David Eaton (compilador). Enfoques sobre teoría política. Buenos Aires: Amorrortu, pp. 113-174-27. (Traducción de José Robira Armengol).

(1970) [1949]. «La estructura social de la familia», en Erich Fromm et ál. La familia. Barcelona: Península, pp. 31-65. (Traducción de Jordi Solé Tura).

(1971) [1965]. «Evaluación y objetividad en el ámbito de las ciencias sociales: una interpretación de los trabajos de Max Weber», en Presencia de Max Weber, selección de José Sazbón. Buenos Aires: Nueva Visión, pp. 9-38. (Traducción (del francés) de Oscar Colman).

(1972) [1963]. «Sobre el concepto del poder político», en Reinhard Bendix y Seymour Martin Lipset, Clase, status y poder. Barcelona: Euramérica, vol. II, pp. 11-177. (Traducción de Stanley Burda).

(1974) [1957]. «Malinowski y la teoría de los sistemas sociales», en Raymond Firth et ál. Hombre y cultura en la obra de B. Malinowski. México: Siglo XXI, pp. 63-84. (Traducción de Ramón Valdés del Toro).

(1974) [1968]. «Cristianismo», en Enciclopedia Internacional de las Ciencias Sociales, dirigida por David L. Sills. Madrid: Aguilar, vol. III, pp. 279-296. (Traducción de Acacio Gutiérrez).

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Bibliografía de Talcott Parsons en español (1965-1977)

(1974) [1968]. «Durkheim, Émile», en Enciclopedia Internacional de las Ciencias Sociales, dirigida por David L. Sills. Madrid: Aguilar, vol. IV, pp. 27-34. (Traducción de Julio Vidal Llorens).

(1975) [1968]. «Interacción social», en Enciclopedia Internacional de las Ciencias Sociales, dirigida por David L. Sills. Madrid: Aguilar, vol. VI, pp. 166-175. (Traducción de Andrés Linares Capel).

(1975) [1968]. «Pareto, Vilfredo: aportaciones a la sociología», en Enciclopedia Internacional de las Ciencias Sociales, dirigida por David L. Sills. Madrid: Aguilar, vol. VII, pp. 610-614. (Traducción de Fernando Reigosa Blanco).

(1976) [1956]. «Prólogo» a: Durkheim, Émile, Educación y sociología. Bogotá: Editora Babel, pp. 3-8. (Traducción de Gonzalo Cataño. Publicado de nuevo por la editorial Linotipo de Bogotá en 1979 y por la Imprenta Colofón de México (sin fecha)).

(1976) [1959]. «La clase como sistema social: algunas de sus funciones en la sociedad americana» en Alain Grass (compilador). Sociología de la educación: textos fundamentales. Madrid: Narcea, pp. 53-60. (Traducción (del francés) de Jaime Vegas).

(1976) [1968]. «Profesiones liberales», en Enciclopedia Internacional de las Ciencias Sociales, dirigida por David L. Sills. Madrid: Aguilar, vol. VIII, pp. 538-547. (Traducción de Rafael de los Ríos Romero).

(1976) [1968]. «Sistemas sociales», en Enciclopedia Internacional de las Ciencias Sociales, dirigida por David L. Sills. Madrid: Aguilar, vol. IX, pp. 710-722. (Traducción de Fernando Reigosa Blanco).

(1977) [1968]. «Utilitarismo: pensamiento sociológico», en Enciclopedia Internacional de las Ciencias Sociales, dirigida por David L. Sills. Madrid: Aguilar, vol. X, pp. 591-597. (Traducción de Fernando Reigosa Blanco).

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157

Selección de obras sobre Talcott Parsons*

1

Gabriel Restrepo

Mauricio Gómez Nieto**

Universidad Nacional de Colombia (Bogotá)

Adriaansens, H. P. M. Talcott Parsons and the Conceptual Dilemma. London: Routledge, [1976] 1980.

Alexander, J. C. Theoretical Logic in Sociology, vol. 4: The Modern Reconstruction of Classical Thought: Talcott Parsons. Berkeley: University of California, 1983.

Alexander, J. C. «The Parsons Revival in Germany». En R. Collins (ed.), Sociological Theory. San Francisco: Jossey-Bass, 1984, 394-412.

Almaraz, J. La teoría sociológica de Talcott Parsons. Madrid: Centro de Investigaciones Sociológicas, 1981.

Almaraz, J. «La teoría de los sistemas en Parsons». Sistema. 33: 17-39, 1979.Almaraz, J. «La transición del modelo interactivo al sistémico en

Parsons». REIS. 8: 5-33, 1979.

* Se trata de una compilación muy provisional, pues la lista de publicaciones sobre el autor superaría con facilidad las 60 páginas.

** Estudiante de pregrado del Departamento de Sociología de la Universidad Nacional de Colombia.

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158

Gabriel Restrepo y Mauricio Gómez

Almaraz, J. «Talcott Parsons». En Giner, S., Lamo de Espinosa, E., Torres, C. (eds.). Diccionario de Sociología. Madrid: Alianza Editorial, 558-559, 1998.

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Abstracto, 30, 32, 40, 65, 66Acción, 26, 30, 35, 36, 42, 45, 46, 56,

71, 72, 87 humana, 11, 17, 27, 68, 70, 73, 76 interdisciplinaria, 63 lógica, 27, 70 participativa, 80 práctica, 73 racional instrumental, 72, 73 sistema general de, 30, 35 sistema(s) de, 37, 39, 41, 44, 45, 46 social, 43, 90 teoría de la, 91Adaptación, 37, 42, 46, 58, 87, 94, 97Afecto, 35, 42, 56, 80, 90, 93-95, 97, 99,

109, 122-124Alemania, 12, 20, 32, 105, 107, 109, 134Analista, 28-29, 31, Antigüedad, 47Antropología, 22, 32, 86, 97Aprender, 60, 86-87, 92-93Aprendizaje, 29, 79, 83, 85-87, 93, 96,

97, 111, 115, 117, 120, 124Asociaciones, 50, 51, 52, 54

Biología, 11, 12, 16, 18, 24, 37, 41, 45, 86, 97

Burocracia, 48 n. 49, 52, 106

Capacidad adaptativa, 46Capacidad de ejecución, 42, 97Capitalismo, 12-16, 19, 24, 29, 34, 46,

48, 51, 53, 54, 59, 70Cibernética, 44, 45, 47, 69, 70, 86, 87,

95, 97, 123Ciencia, 16, 18, 21, 26, 28, 44, 49, 52,

62, 74 n. 73, 88, 90, 92, 116, 118 social, 11, 24 n. 23, 64, 101

Civilización moderna, 48Colegial, 51Competencia, 57, 67 n. 67Compromiso de valor, 39, 41Comunidad, 22, 34, 35, 52, 53, 54, 90,

97, 121, 122Conductismo, 17Conflicto, 43, 86Conocimiento científico, 17, 26, 28Consenso, 43Control, 19, 27, 28, 31, 44-45, 50, 53, 59,

69, 71, 89, 94-95, 123Convergencia, 15, 19, 23, 29, 36, 69, 70,

72, 85, 88, 107Cristianismo, 47-48

Definición de la situación, 42, 97Derecho, 65, 97, 118, 121 consuetudinario, 49, 52, 65-67Diferenciación, 37, 46, 47, 49, 50, 51,

52, 56Dinero, 40-42, 44, 56, 97

Economía, 13, 14, 15, 18, 23-24, 26, 38-40, 41, 43, 48 n. 49, 52, 53, 56, 69 n. 69, 90, 97

Edad Moderna, 49Educación, 49, 54, 55, 58, 61, 87, 98,

116, 120, 122 superior, 30, 45, 48, 56, 57, 59, 60-63,

70-71, 73Empirismo, 17Enfermedad, 27, 28, 35, 95, 123Equilibrio, 41, 43, 58, homeostático, 43, Escuela funcionalista, 43Esquema conceptual, 16, 17, 66Estabilidad, 18, 43, 45, 57, 69

Índice de materias

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164

Índice de materias

Estructura(s), 30, 37, 39, 41, 43-45, 46, 48, 49, 50, 51, 52, 53, 54, 55, 64, 69, 73,

ocupacional, 24, 49, 51, 61 social, 29, 50, 55, 56, 57Estructural-funcional, 19Ética, 14, 27, 48, 72, 121, 123Evolución, 43, 45-46, 56, 98, 123

Factores, 26-27, 38-39, 44-45, 48, 53-54, 56, 68, 69

Familia, 29, 37, 97Filosofía, 12, 13, 16, 88, 91, 118, 121 de la ciencia, 16, 21

Generalización de valor, 46Genética, 19, 44, 45

Homeostático, 19, 43

Inclusión, 46, 53, 57, 58, 87Institucional, 15, 52, 55Institucionalización, 30, 60Integración, 37, 40, 42, 46, 49, 53,

57, 97, Inteligencia, 42, 97Interdependencia, 28, 41, Interés, 24, 26, 34, 35, 48 n. 49, 50, 53,

57-58, 71Interiorización, 29-30Investigación, 15, 25, 27, 80 empírica, 59, 60-61, 64-65

Judaísmo, 47

Libre empresa, 15, 16, 19Logro de fin, 37, 42, 46, 97

Mantenimiento de pauta, 37, 39, 40, 42, 43, 44, 46, 97

Marco de referencia, 15, 16, 24, 28, 35, 36, 70, 88, 89-90,

institucional, 15 teórico, 16Medicina, 11, 18, 24-28, 31, 35Método comparativo, 47Movilidad social, 55, 60

Neutralidad afectiva, 35, 56 n. 57

Occidental, 19, 28, 47, 105Organización, 24, 34, 38, 48, 49, 51,

63, 72Orientación teórica, 14, 66

Paciente, 26, 28-29, 35Paradigma, 26, 36, 40, 45, 46, 48, 49,

55, 56, 80 n. 3, 96 de las cuatro funciones, 36-38, 41,

43, 44, 46, 49, 97, 121 de intercambio, 39, 40, 42Particularismo, 35, 43Pautas variables, 34-36, 43Personalidad, 28, 29, 30, 45, 57, 65, 70,

90, 97Pluralismo, 51-54, 57Poder, 50, 52, 53, 57, 58, 95, 97, 119, 121,

122, 123, 124, político, 40, 41, 44, 57, 68Procesos, 18, 27, 30, 31, 37, 41, 43, 44,

45, 46, 47, 48, 49, 60 interactivos, 27Profesión(es), 24, 28, 34, 35, 48-49, 51,

56, 59, 60, 64, 65, 70 académica, 51, 59-61,Protestantismo, 14, 48-49, 52Psicoanálisis, 25, 28, 29, 31, 42, 54, 60,

80, 93, 94, 97, 109

Racional(idad), 24, 26-28, 30, 35, 37, 39, 41, 53, 58, 68, 70, 71, 72, 73, 75, 90, 93-95, 99, 109, 122, 123

Realismo analítico, 17

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165

Índice de materias

Relaciones Sociales, 30 Departamento de, 22, 32, 33, 35, 97 Laboratorio de, 32Religión, 27, 30, 52, 72-73, 121Revolución, 19, 48, 102 democrática, 48-49, 50, 52, 57 educativa, 48-49, 58, 59, 98 industrial, 48-49, 51, 52, 56, 61,

Selección, 17, 74Símbolo, 19, 40, 44, 55Sistema, cultural, 28, 30, 35, 41, 42, 44, 54, 70,

71, 97, 121 orgánico (del organismo), 28, 42, 56,

70-71, 90, 97, 121 de la personalidad, 30, 35, 36, 41, 42,

54, 56, 70, 71, 97, 121 social, 11, 18-19, 29-30, 35-36, 38, 39,

40, 41, 42, 43, 45, 46, 50-52, 54, 56, 68, 70-71, 86, 94, 97, 98, 121-123

Socialistas, 24, 57Socialización, 30, 31, 37, 45, 54, 58, 60,

61, 90, 98, 122Sociedad, industrial moderna, 24, 37, 62 posdemocrática, 59 posindustrial, 59 (es) semilleras, 47Solidaridad, 53, 56, 57, 58, 122, 124 orgánica, 50, 51, Subsistemas, 30, 39, 41, 42, 47, 52,

56, 90

Teoría, económica, 13, 14, 18, 31, 37-39, 64 de la información, 44 del sistema social, 11, 67, 70 sociológica, 13, 22, 31, 38, 39Tierra, 38, 39, 73Transferencia, 28, 29, 94

Universalismo, 35, 43Utilitarista, 24, 53, 72

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