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    70NUEVA SOCIEDAD 175De las polticas de comunicacina la reimaginacin de la poltica

    Jess Martn-Barbero

    Palabras clave: medios de comunicacin, polticas culturales, Estado, Amrica Latina.

    Empezamos a comprender la necesidad de insertar las relaciones

    comunicacin/poltica en un mapa cruzado por tres ejes: la recons-

    truccin de lo pblico, la constitucin de los medios y las imgenesen espacio de reconocimiento social, y las nuevas formas de existen-

    cia y ejercicio de la ciudadana. Desde esa perspectiva lo que esta-

    mos viviendo no es, como creen los ms pesimistas de los profetas-

    fin-de-milenio, de Popper a Sartori, la disolucin de la poltica sino

    la reconfiguracin de las mediaciones que constituyen sus modos de

    interpelacin de los sujetos y de representacin de los vnculos que

    cohesionan la sociedad. Les queda sentido a las polticas de comu-

    nicacin? S, a condicin de que superen la vieja concepcin exclu-

    yente de lo nacional y asuman que su espacio real es ms ancho y

    complejo: el de la diversidad de las culturas y comunidades dentrode la nacin y el de la construccin del espacio cultural latinoame-

    ricano.

    A la vez que objetos de polticas, la comunicacin y la cultura constituyenhoy un campo primordial de batalla: el estratgico escenario que le exi-ge a la poltica recuperar su dimensin simblica su capacidad de represen-tar el vnculo entre los ciudadanos, el sentimiento de pertenencia a una co-munidad para enfrentar la erosin del orden colectivo.

    Las paradojas del proyecto democratizador en los aos 70

    Amrica Latina tiene una peculiar y pionera experiencia en materia de lu-cha por la democracia y la integracin comunicativa de la regin. Se tratasin embargo de una bien contradictoria experiencia. Denigradas por los reg-

    JESS MARTN-BARBERO: profesor-investigador del Departamento de Estudios Sociocultura-les del Iteso, Guadalajara; ha publicado Comunicacin masiva: discurso y poder, Ciespal,Quito, 1978; De los medios a las mediaciones, G. Gili, Barcelona, 1987; Procesos de comuni-cacin y matrices de cultura, G. Gili, Mxico, 1988; Televisin y melodrama, Tercer Mundo,Bogot, 1992; y con G. Rey Los ejercicios del ver, Gedisa, Barcelona, 1999.

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    menes dictatoriales que gobernaban ms de la mitad de los pases en losaos 70 y 80, y frustradas muy pronto en aquellos otros pases que las aco-gieron, las polticas de comunicacin iniciadas en los 70 en Amrica Latinaexpresan los ideales y los lmites de la democracia comunicativa de nuestrospases. En 1976 la Conferencia Intergubernamental de Comunicacin, re-unida en Costa Rica, traza los primeros lineamientos de lo que sera llamadoel nuevo orden internacional de la comunicacin y la informacin, permi-tiendo las primeras polticas nacionales y unos aos despus la puesta enmarcha de Alasei, la Agencia Latinoamericana de Servicios Especiales de In-formacin.

    Lo que en la Amrica Latina de los 70 dio fuerza y contenido a la lucha por lademocracia comunicativa ha sido la contradiccin entre el proyecto de arti-cular la libertad de expresin al fortalecimiento de la esfera pblica a la de-fensa de los derechos ciudadanos y un sistema de medios que desde sus co-mienzos estuvo casi enteramente controlado por intereses privados. Pero esacontradiccin estuvo a su vez cargada de la opacidad que entraa en nues-tros pases la identificacin y confusin de lo pblico con lo estatal y aun conlo gubernamental. As, mientras las polticasnacionales de comunicacin apun-taban, en el pensamiento de los investigadores y analistas crticos, a la refor-mulacin del modelo poltico y econmico de los medios para garantizar losderechos de las mayoras, los gobiernos resignificaban esas propuestas entrminos de ampliacin de su propia presencia en el espacio massmeditico1.

    Paradjicamente el nico gobierno que propici una reforma radical hacia lapropiedad pblica de los medios, expropindolos y ponindolos en manos degrupos sociales, fue el gobierno militar de Velasco Alvarado en Per. La con-fusin entre lo pblico y lo estatal acabara congelando la reforma, ms allde los objetivos de desarrollo social y cultural que la inspiraron, en otro modode control poltico de los medios por el Estado. El balance de conjunto de laspolticas nacionales de comunicacin2 pone el acento con toda justeza en la ce-rrada oposicin del sector privado a unas reformas que, por suaves que fue-ran, afectaban sus intereses y sus modos de operar. Pero al centrar el anlisisen la barrera econmica alzada por los intereses mercantiles, se dejan fuera,

    o son tratados muy superficialmente, el modelo de sociedad y la experienciapoltica desde la que la democratizacin de los medios fue concebida. Igual-mente en el plano internacional, el proyecto Alasei mostr a los pocos mesesde su existencia la ausencia de una verdadera voluntad poltica de los Esta-dos que firmaron su acta de fundacin: aunque lleg a tener director y oficinaen Mxico, la falta de cooperacin econmica de la mayora de los gobiernostermin con ella a los pocos meses de su inauguracin. Las nicas asocia-ciones internacionales de medios que han tenido vida en Amrica Latina sonASIN (Asociacin de Sistemas Informativos Nacionales), fundada en 1979

    1. L. Gonzaga Motta: Crtica a las polticas de comunicacin en Comunicacin y cultura N7, Mxico, 1982.2. E. Fox (ed.): Medios de comunicacin y poltica en Amrica Latina, Gustavo Gili, Barcelo-na, 1989.

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    por el presidente de Venezuela, Carlos Andrs Prez, que en sus mejorestiempos agrup a Bolivia, Colombia, Ecuador, Mxico, Nicaragua, Per, Ve-nezuela, operando tcnicamente desde la agencia IPS con sede en Costa Rica;y Ulcra (Unin Latinoamericana y del Caribe de Radiodifusin) que desde1985 propicia el intercambio de programas de radio entre radioemisoras, yalgunas televisoras pblicas de la regin.

    Ms que una cuestin referida a la forma de la sociedad de la que hacen par-te el Estado y el mercado, partidos y movimientos, instituciones y vida coti-diana la comunicacin que recortan y focalizan esas polticas se agot en elmbito de lo democratizable nicamente desde el Estado, desde la institucio-nalidad estatal. La otra preocupacin central que orientaba esas polticas erael contenido nacional de los medios, con cuya regulacin se buscaba hacerfrente a la erosin de las culturas nacionales y a la penetracin descarada odisfrazada del imperialismo cultural que vena del Norte. Pero la idea de lonacional que sustentaban las polticas dejaba fuera la diferencia. Vistos atravs de la nacin, el pueblo era uno e indivisible, y la sociedad un sujetosin texturas ni articulaciones internas, tan homogneo como aquel al queacusbamos a nuestros enemigos de querer convertirnos3. No fueron solo lacerrada oposicin del sector privado y sus intereses mercantiles los que frus-traron las reformas, ellas mismas estuvieron lastradas por el dficit de so-ciedad civil y de pluralidad que contenan.

    Ha sido en el empeo por comprender la experiencia lmite que enfrentaronlos pueblos dominados por regmenes autoritarios cuando el sentido polticode esas contradicciones ha podido ser tematizado. Primero, a la luz de lo ne-gado, esto es de los modos en que la sociedad se comunica cuando el poder rom-pe las reglas mnimas de la convivencia democrtica y estrangula la libertady los derechos ciudadanos censurando, destruyendo, amordazando los me-dios hasta convertirlos en mera caja de resonancia a la voz del amo4. Ante larepresin que obtura los canales normales, la gente desde las comunidadesbarriales o religiosas hasta las asociaciones profesionales, redescubren la ca-pacidad comunicativa de las prcticas cotidianas y los canales subalternos o

    simplemente alternos: del recado que corre de voz en voz al volante mimeo-grafiado, al casete de audio o el video difundidos de mano en mano, hasta elaprovechamiento de los resquicios que deja el sistema oficial. En esa situa-cin la sociedad des-cubre que la competencia comunicativa de un medio sehalla menos ligada a la potencia tecnolgica del medio mismo que a la capa-cidad de resonancia y de convocatoria de que la carga la situacin poltica yla representatividad social de las voces que por el medio hablan. De ah susfuerzas y sus lmites: al cambiar la situacin y redefinirse los trminos y el

    3. S. Caletti: Comunicacin, cambio social y democracia en J. Esteinou (ed.): Comunicaciny democracia, Coneic, Mxico, 1989.4. A ese respecto, v. E. Fox y H. Schmucler (comps.): Comunicacin y democracia en AmricaLatina, Desco / Clacso, Lima, 1982; H. Muraro et al.: Medios, transformacin y cultura pol-tica, Legasa, Buenos Aires, 1987.

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    sentido de la representatividad, la eficacia del medio y del modo de comuni-cacin cambiarn tambin. Es por eso que las experiencias alternativas nohan aportado tanto como algunos esperaban a la hora de la transicin, estoes de traducirlas en propuestas directas de transformacin de la comunica-cin institucional. Pero esa inadaptacin no puede hacernos olvidar lo que laexperiencia lmite sac a flote: la reubicacin del peso y el valor poltico de lacomunicacin en el espacio de la sociedad civil, de sus demandas y sus modosde organizacin, de su capacidad de construir la interpelacin poltica en elintertexto de cualquier discurso esttico, religioso, cientfico y del sentidoestratgico que tuvo la comunicacin en la reconstruccin del tejido de unasocialidad democrtica.

    De otro lado, si en los 70 el sujeto social era uno el pueblo, la nacin, la cla-se y democratizar la comunicacin consista en ponerla a su servicio, ya enlos 80 la heterogeneidad de lo social va a empezar a permear las propuestasde comunicacin desestatizndolas y diversificndolas. Es a lo que se ade-lant pioneramente la radio cuando, revalorizada en su oralidad en sus con-tinuidad y complicidad con las matrices culturales de lo oral se lig al sur-gimiento de movimientos populares, como en el caso de las radios minerasbolivianas5, y lo que ha sucedido cada vez ms intensamente con grupos in-dgenas, comunidades barriales, sindicatos e instituciones universitarias6.Como ningn otro medio la radio se ha ido haciendo plural, vocera de la diver-sidad campesina y urbana, de la capitalina y de la provinciana, abrindose a

    la heterogeneidad de los territorios y las regiones, a sus desigualdades y susdiferencias. Y tambin en la televisin emerge una cierta pluralidad, espe-cialmente la que hacen posible los canales regionales. Mirados en un principiocon recelo por los poderes centrales por lo que significan de descentraliza-cin y dispersin del poder y por los canales privados, ante lo que implica-ban de competencia el proceso muestra sin embargo que la radicalizacinde las polticas de privatizacin amenaza seriamente con transformar la re-gionalizacin televisiva en una estratagema de expansin y consolidacin degrupos nacionales y transnacionales. Pero aun atravesada por las ambige-dades de su relacin con la administracin estatal y las distorsiones que

    introducen las presiones del mercado, la televisin regional y local significaen Amrica Latina7, para una multitud de comunidades y de grupos sociales,

    5. Un balance actualizado de esa experiencia: L.R. Beltrn y J. Reyes: Radio popular enBolivia: la lucha de obreros y campesinos para democratizar la comunicacin en Dilogosde la Comunicacin N 35, Lima, pp. 14-32.6. Sobre esos cambios: Mara Cristina Mata: Cuando la comunicacin puede ser sentidacomo propia, una experiencia de radio popular en Comunicacin y culturas populares, Gus-tavo Gili, Mxico, 1987, pp. 216-230; Ma. C. Romo: La otra radio, Fund. Manuel Buenda,Mxico, 1988; A.R. Tealdo (ed.): Radio y democracia en Amrica Latina, IPAL, Lima, 1989; R.Ma. Alfaro et al.: Cultura de masas y cultura popular en la radio peruana, Calandria /Tarea, Lima, 1990.7. R. Festa y L. Fdo. Santoro: A terceira idade da TV: o local e o internacional en Rede ima-ginaria, C. das Letras, San Pablo, 1990; D. Portales: La integracin televisiva desde lo glo-bal y lo local en La integracin cultural latinoamericana, Felafacs, Mxico, 1990; E. Fox y P.Anzola: Poltica y televisin regional en Colombia en E. Fox: ob. cit., pp. 78-90.

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    la primera oportunidad de construir su propia imagen. Despus de tantotiempo de haber sido negadas, excluidas de la televisin mal llamada nacio-nal, las gentes de las diferentes regiones quieren verse, mirarse en sus colo-res y sus paisajes, en sus personajes y sus fiestas. Al fin y al cabo no es desdela pomposa y retrica identidad nacional como se va a poder enfrentar lapresin globalizante sino desde lo que en cada pas queda de culturalmentems vivo. Lo que est implicando que cultura regional o local signifique enton-ces no lo que queda de extico y folclorizado, la diferencia recluida y excluyen-te, sino lo que culturalmente es capaz de exponerse al otro, de intercambiar conl y recrearse. Que es lo que estn haciendo las televisiones regionales y loca-les cuando, para luchar contra sus propias inercias y estereotipos, rehacen lamemoria y replantean la nocin misma de cultura para que en ella quepan loshechos y las vidas, lo letrado y lo oral, el teatro y la cocina, las diferentes reli-giones y las diferentes sexualidades.

    Tambin el video independiente, al perder sus complejos de inferioridad es-ttica frente al cine, y al superar las tentaciones marginalistas que lo opo-nan en forma maniquea a la televisin, ha abierto otro espacio de pluralis-mo comunicativo en Amrica Latina8. Funcionando en circuitos paralelos oabrindose camino en las brechas que dejan los circuitos del mercado, el vi-deo independiente est haciendo llegar al mundo cultural una heterogenei-dad insospechada de actores sociales y una riqueza de temas y narrativas atravs de las que emergen y se expresan cambios de fondo en la cultura po-

    ltica de los sectores ms jvenes.

    Comunicacin y poltica: las contradicciones culturales

    Aunque casi nunca explcitamente, toda poltica cultural incluye entre suscomponentes bsicos un modelo de comunicacin. El que resulta dominantees an hoy un modelo segn el cual comunicar cultura equivale a poner enmarcha o acelerar un movimiento de difusin o propagacin, que tiene a suvez como centro la puesta en relacin de unos pblicos con unas obras. Hayun perfecto ajuste entre esa concepcin difusiva de la poltica cultural y el

    paradigma informacional segn el cual comunicar es hacer circular, con elmnimo de ruido y el mximo de rentabilidad informativa, un mensaje deun polo a otro en una sola direccin. Fieles a ese modelo las polticas cultura-les suelen confundir frecuentemente la comunicacin con la lubricacin delos circuitos y la sensibilizacin de los pblicos, todo ello con el fin de acer-car las obras a la gente o de ampliar el acceso de ella a las obras9. Existen sinembargo otros modelos de comunicacin que, desde las prcticas sociales a lateora, han comenzado a posibilitar otras formas de concebir y operar laspolticas. Lo que esos otros modelos tienen en comn es la valoracin de la

    8. R. Roncagliolo: La integracin audiovisual en Amrica Latina: Estados, empresas y pro-ductores independientes en N. Garca Canclini (coord.): Culturas en globalizacin, NuevaSociedad, Caracas, 1996, p. 53 y ss.9. J.L. Piuel et al.: El consumo cultural, Madrid, 1987.

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    experiencia y la competencia comunicativa de los receptores y el descubri-miento de la naturaleza negociada y transaccional de toda comunicacin10.Frente a una poltica que ve en el pblico/receptor nicamente el punto dellegada de la actividad que contiene la obra, las mejores obras, y cuya opcinno es otra que la de captar la mayor cantidad posible de la informacin que leaporta la obra, se abre camino otra poltica que tiene como ejes: la apropia-cin, esto es la activacin de la competencia cultural de la gente, la socializa-cin de la experiencia creativa, y el reconocimiento de las diferencias, esto esla afirmacin de la identidad que se fortalece en una comunicacin hecha deencuentro y de conflicto con el/lo otro. La comunicacin en la cultura deja en-tonces de tener la figura del intermediario entre creadores y consumidores,para asumir la tarea de disolver esa barrera social y simblica descentrandoy desterritorializando las posibilidades mismas de la produccin cultural ysus dispositivos. Es obvio que lo que estamos proponiendo no es una polticaque abandone la accin de difundir, de llevar o dar acceso a las obras el se-gundo eje de la nueva propuesta tiene como base el reconocimiento de lo quehacen los otros, las otras clases, los otros pueblos, las otras etnias, las otrasregiones, las otras generaciones sino la crtica a una poltica que hace de ladifusin su modelo y su forma. Y una propuesta de polticas alternativas enlas que comunicar cultura no se reduzca a ampliar el pblico consumidor debuena cultura, ni siquiera a formar un pblico conciente sino que active loque en el pblico hay de pueblo, esto es que haga posible la experimentacincultural, la experiencia de apropiacin y de invencin, el movimiento de re-

    creacin permanente de su identidad.

    Pero pueden las polticas plantearse ese horizonte de trabajo?, no se hallanlimitadas, aun en el campo cultural, por su creciente carcter administrati-vo, a gestionar instituciones y administrar bienes?11. La respuesta a ese inte-rrogante quiz no se halle sino en otro interrogante: en qu medida los l-mites atribuidos a la poltica en el campo de la cultura provienen menos delo poltico que de las concepciones de cultura y de comunicacin que dieronforma a las polticas? Lo que nos devuelve a la necesidad de desplazar elanlisis de las relaciones entre comunicacin y cultura de los medios hacia

    la cuestin y el mbito de las mediaciones. Pues aunque confundida con losmedios tecnologas, circuitos, canales y cdigos la comunicacin remite hoy,como lo ha hecho a lo largo de la historia, a los diversos modos y espacios delreconocimiento social. Y es por relacin a esos modos y espacios como se ha-cen comprensibles las transformaciones sufridas por los medios mismos ysus usos. Cmo desligar el sentimiento de inseguridad ciudadana casi siem-pre vinculado nicamente al crecimiento de la agresividad y la violencia ur-bana de la prdida del sentido de la calle y el barrio como mbitos de comu-nicacin? Cmo entender los cambios en la comunicacin cotidiana, y portanto el papel de los medios en ella, sin comprender la reconfiguracin de las

    10. M. Wolf: Teorie delle comunicazioni di massa, Miln, 1985; tb. V. Fuenzalida: Ambitos yposibilidades en la recepcin activa, Santiago, 1985.11. J.J. Brunner: La cultura como objeto de polticas, Flacso, Santiago, 1985.

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    relaciones entre lo privado y lo pblico que produce la reorganizacin de losespacios y los tiempos del trabajar y el habitar? La concepcin hegemnicaque define la comunicacin como transmisin/circulacin no se queda en teo-ra, pues ella orienta tambin la poltica de conversin de los espacios pbli-cos de la ciudad en lugares de paso, de fluida circulacin, aunque se presentecomo mera e inevitable respuesta a la congestin del trfico. No es extraoentonces que los nuevos movimientos sociales asuman crecientemente, comouna dimensin fundamental de su lucha, la cuestin cultural, y que sta sehalle explcitamente formulada en trminos de comunicacin: a una comuni-cacin hecha de meros flujos informativos y a una cultura sin formas espa-ciales los movimientos sociales oponen la localizacin de redes de comuni-cacin basadas en comunidades culturales y redes sociales enraizadas en elterritorio12. Pueden llamarse entonces polticas de comunicacin aquellaslimitadas a reglamentar los medios y controlar sus efectos sin que nada enellas apunte a enfrentar la atomizacin ciudadana, a contrarrestar la des-agregacin y el empobrecimiento del tejido social, a estimular las experienciascolectivas? Y podrn llamarse polticas culturales aquellas que se limitan acontrarrestar el pernicioso influjo de los medios masivos con la difusin deobras de la autntica cultura sin que nada en esas polticas active la expe-riencia creativa de las comunidades, o lo que es lo mismo su reconocimientocomo sujetos sociales?

    Lejos de la anacrnica pero persistente idea de los efectos inmediatos de los

    medios vaciando a la poltica de sentido, por su propia influencia, lo queempezamos a comprender es la necesidad de insertar las relaciones comuni-cacin/poltica en un mapa cruzado por tres ejes: la reconstruccin de lo pbli-co, la constitucin de los medios y las imgenes en espacio de reconocimientosocial, y las nuevas formas de existencia y ejercicio de la ciudadana. Fago-citado durante mucho tiempo por lo estatal, solo en los ltimos aos lo pblicoempieza a ser percibido en las peculiaridades de su autonoma, sustentadaen su doble relacin con los mbitos de la sociedad civil y de la comunica-cin. Articulando el pensamiento de Arendt13 y el de Sennet14, lo pblico seconfigura a la vez como lo comn, el mundo propio a todos, y lo difundido,

    lo publicitado entre la mayora. Que es en lo que hace hincapi Sennet cuan-do refiere lo pblico a aquel espacio de la ciudad (desde el agora griega) en elque la gente se junta para intercambiar informaciones y opiniones, para deam-bular escuchando y entretenerse controvirtiendo. Rey ha explicitado y desa-rrollado entre nosotros esta articulacin fundante de lo pblico entre el inte-rs comn, el espacio ciudadano y la interaccin comunicativa15: circulacinde intereses y discursos cuyos elementos en comn no niegan en modo algu-

    12. M. Castells: La ciudad y las masas, Madrid, 1986, p. 425.13. H. Arendt: La condicin humana, Paids, Barcelona, 1993.14. R. Sennet: Carne y piedra. El cuerpo y la ciudad en la civilizacin occidental, Alianza,Madrid, 1997.15. G. Rey: Balsas y medusas. Visibilidad comunicativa y narrativas polticas, Cerec / Fun-dacin social / Fescol, Bogot, 1998.

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    las pertenencias posibilitando fidelidades ms mviles y colectividades msabiertas. Y en lo que al discurso respecta, la nueva visibilidad social de lapoltica cataliza el desplazamiento del discurso doctrinario, de carcter abier-tamente autoritario, a una discursividad si no claramente democrtica he-cha al menos de ciertos tipos de interacciones e intercambios con otros acto-res sociales. De ello son evidencia tanto las consultas o sondeos masivos deopinin realizados desde el campo de la poltica como la proliferacin cre-ciente de observatorios y veeduras ciudadanas. Habr que estudiar ms afondo esta, ms que cercana fontica, articulacin semntica entre la visibi-lidad de lo social que posibilita la constitutiva presencia de las imgenes enla vida pblica y las veeduras como forma actual de fiscalizacin e interven-cin de parte de la ciudadana.

    La trama comunicativa de la cultura: reimaginar la poltica

    El lugar de la cultura en la sociedad cambia cuando la mediacin tecnolgicade la comunicacin deja de ser meramente instrumental para espesarse, den-sificarse y convertirse en estructural: lo que la tecnologa moviliza y catalizahoy no es tanto la novedad de unos aparatos sino nuevos modos de percep-cin y de lenguaje, nuevas sensibilidades y escrituras. Radicalizando la ex-periencia de desanclaje producida por la modernidad, la tecnologa deslocalizalos saberes modificando tanto el estatuto cognitivo como institucional de lascondiciones del saber y de las figuras de la razn. Esto conduce a un fuerte

    borramiento de las fronteras entre razn e imaginacin, saber e informacin,naturaleza y artificio, arte y ciencia, saber experto y experiencia profana. Unnuevo modo de producir, inextricablemente asociado a un nuevo modo de co-municar, convierte al conocimiento en una fuerza productiva directa: lo queha cambiado no es el tipo de actividades en las que participa la humanidadsino su capacidad tecnolgica de utilizar como fuerza productiva lo que dis-tingue a nuestra especie como rareza biolgica, su capacidad para procesarsmbolos, afirma Castells17. La sociedad de la informacin no es entoncessolo aquella en que la materia prima ms costosa es el conocimiento sinotambin aquella donde el desarrollo econmico, social y poltico, se hallan

    estrechamente ligados a la innovacin, que es el nuevo nombre de la creati-vidad social.

    Pero esas transformaciones se realizan siguiendo el ms que nunca hegem-nico movimiento del mercado, sin apenas intervencin del Estado o, msan, minando el sentido y las posibilidades de esa intervencin, esto es de-jando sin piso real al espacio y al servicio pblico y acrecentando las concen-traciones monoplicas. Ya a mediados de los 80 empezamos a comprenderque el lugar de juego del actor transnacional no se hallaba slo en el mbitoeconmico la devaluacin de los Estados en su capacidad de decisin sobre

    las formas propias de desarrollo y las reas prioritarias de inversin sino

    17. M. Castells: La era de la informacin, vol. 1, Alianza, Madrid, 1997, p. 119.

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    en la hegemona de una racionalidad desocializadora del Estado y legitima-dora de la disolucin de lo pblico. El Estado haba comenzado a dejar de sergarante de la colectividad nacional, en cuanto sujeto poltico, y a convertirseen gerente de los intereses privados transnacionales. Las llamadas entoncesnuevas tecnologas de comunicacin entraban a constituirse en un dispositi-vo estructurante de la redefinicin y remodelacin del Estado: a hacer fuertea un Estado al que refuerzan en sus posibilidades/tentaciones de control,mientras lo debilitan al desligarlo de sus funciones pblicas. A la vez que per-dan capacidad mediadora, los medios ganaban fuerza como nuevo espaciotecnolgico de reconversin industrial.

    En gran medida la conversin de los medios en grandes empresas industria-les se halla hoy ligada a dos movimientos convergentes: la importancia es-tratgica que el sector de las telecomunicaciones ocupa en la poltica de mo-dernizacin y apertura neoliberal de la economa, y la presin que ejercenlas transformaciones tecnolgicas hacia la des-regulacin del funcionamien-to empresarial de los medios. Dos son las tendencias ms notorias en esteplano. Una, la conversin de los grandes medios en empresas o corporacionesmultimedia, ya sea por desarrollo o fusin de los propios medios de prensa,radio o televisin, o por la absorcin de los medios de comunicacin de partede grandes conglomerados econmicos; y dos, la des-ubicacin y reconfigura-ciones de la propiedad. La primera tiene en su base la convergencia tecnol-gica entre el sector de las telecomunicaciones (servicios pblicos en acelera-

    do proceso de privatizacin) y el de los medios de comunicacin, y se hizoespecialmente visible a escala mundial en la fusin de la empresa de mediosimpresos Time con la Warner de cine, a la que entra posteriormente la japo-nesa Toshiba, y a la que se unir despus CNN, el primer canal internacionalde noticias; o en la compra de la Columbia Pictures por la Sony. En AmricaLatina18, a la combinacin de empresas de prensa con las de televisin, o vi-ceversa, adems de radio y discografa, O Globo y Televisa le han aadidoltimamente las de televisin satelital. Ambas participan en la empresa con-formada por News Corporation Limited, propiedad de Robert Murdoch. Televi-sa y O Globo ya no estn solos; otros dos grupos, uno argentino y otro brasileo,

    se han sumado a las grandes corporaciones multimedia. El grupo Clarn, quepartiendo de un diario, edita hoy revistas y libros, es dueo de la red Mitrede radio, del Canal 13 de TV, de la ms grande red de TVCable que cubre laciudad capital y el interior Multicanal y de la mayor agencia nacional de no-ticias, adems de su participacin en empresas productoras de cine y de pa-pel. Y en Brasil el grupo Abril que, a partir de la industria de revistas y li-bros, se ha expandido a las empresas de TVCable y de video, y que hace partedel macrogrupo DirecTV, en el que participan Hughes Communications, unode los ms grandes consorcios constructores de satlites, y el grupo venezola-no Cisneros, el otro grande de la televisin en Latinoamrica.

    18. G. Mastrini y C. Bolaos (eds.): Globalizacin y monopolios en la comunicacin de Am-rica Latina, Biblos, Buenos Aires, 1999.

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    En un nivel de menor capacidad econmica pero no menos significativo es-tn varias empresas de prensa que se han expandido en los ltimos aos alsector audiovisual. As El Tiempo, de Bogot, que est ya en TVCable, acabade inaugurar el canal local para Bogot CitiTV y construye actualmente unconjunto multisalas de cine; el grupo periodstico El Mercurio, de Santiagode Chile, dueo de la red de TVCable Intercom; el grupo Vigil, argentino, quepartiendo de la editorial Atlntida posee hoy el Canal Telef y una red deTVCable que opera no solo en Argentina sino en Brasil y Chile.

    De esa tendencia hace parte tambin la desaparicin, o al menos la flexibili-zacin, de los topes de participacin de capital extranjero en las empresaslatinoamericanas de medios. Tanto Televisa como el grupo Cisneros hacenya parte de empresas de televisin en varios pases de Sudamrica; en elgrupo Clarn hay fuertes inversiones de las norteamericanas GTE y AT&T;Rupert Murdoch tiene inversiones en O Globo; el grupo Abril se ha asociadocon las compaas de Disney, Cisneros y Multivisin con Hughes, etc. En con-junto, lo que esa tendencia evidencia es que, mientras la audiencia se segmentay diversifica, las empresas de medios se entrelazan y concentran constitu-yendo en el mbito de los medios de comunicacin algunos de los oligopoliosms grandes del mundo. Lo que no puede dejar de incidir sobre la conforma-cin de los contenidos, sometidos a crecientes patrones de abaratamiento dela calidad y fuertes, aunque muy diversificados, modos de uniformacin.

    La otra tendencia reubica el campo de los medios de comunicacin como unode los mbitos en los que las modalidades de la propiedad presentan mayormovimiento. Es claramente uno de los campos donde ms se manifiesta elllamado posfordismo: el paso de la produccin en serie a otra ms flexible, ca-paz de programar variaciones cuasi personalizadas para seguir el curso delos cambios en el mercado. Un modelo de produccin as, que responde a losritmos del cambio tecnolgico y a una aceleracin en la variacin de las de-mandas, no puede menos que conducir a formas flexibles de propiedad. Nosencontramos ante verdaderos movimientos de desubicacin de la propiedadque, abandonando en parte la estabilidad que procuraba la acumulacin,

    recurre a alianzas y fusiones mviles que posibilitan una mayor capacidadde adaptacin a las cambiantes formas del mercado comunicativo y cultural.Como afirma Castells no asistimos a la desaparicin de las grandes compa-as pero s a la crisis de su modelo de organizacin tradicional. ... La es-tructura de las industrias de alta tecnologa en el mundo es una trama cadavez ms compleja de alianzas, acuerdos y agrupaciones temporales, en laque las empresas ms grandes se vinculan entre s19 y con otras medianas yhasta pequeas en una vasta red de subcontratacin. A esa red de vnculosoperativos de relativa estabilidad corresponde una nueva cultura organiza-cional que pone el nfasis en la originalidad de los diseos, la diversifica-

    cin de las unidades de negocio y un cierto fortalecimiento de los derechos de

    19. M. Castells: ob. cit., pp. 190-191.

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    los consumidores. Lo que en esas reconfiguraciones de la propiedad est enjuego no son solo movimientos del capital sino las nuevas formas que debeadoptar cualquier regulacin que busque la defensa de los intereses colecti-vos y la vigilancia sobre las prcticas monopolsticas. Entonces tienen sen-tido an las polticas de comunicacin? S, a condicin de que esas polticas:

    1. Superen la vieja concepcin excluyente de lo nacional y asuman que suespacio real es ms ancho y complejo: el de la diversidad de las culturaslocales dentro de la nacin y el de la construccin del espacio cultural latino-americano.

    2. No sean pensadas solo desde los ministerios de Comunicaciones, como me-ras polticas de tecnologa o de medios, sino que hagan parte de las polti-casculturales. No podemos pensar en cambiar la relacin del Estado con lacultura sin una poltica cultural integral, esto es que asuma en serio lo quelos medios tienen de, y hacen con, la cultura cotidiana de la gente; del mismomodo que no podemos des-estatalizar lo pblico sin reubicarlo en el nuevotejido comunicativo de lo social, es decir sin polticas capaces de convocar ymovilizar al conjunto de los actores sociales: instituciones, organizacionesy asociaciones; estatales, privadas e independientes; polticas, acadmicasy comunitarias.

    3. Sean trazadas tanto para el mbito privado como pblico de los medios.

    En el privado, y en un tiempo en que la desregulacin es la norma, la inter-vencin del Estado en el mercado debe establecer unas mnimas reglas dejuego que exijan limpieza y compensacin en las concesiones, preserven elpluralismo en la informacin y la cultura, ordenen una cuota mnima de pro-duccin nacional, fomenten la experimentacin y la creatividad, en especialprotegiendo la existencia de grupos independientes de produccin. En el m-bito pblico, se trata ante todo de alentar sostener, subsidiar e incentivar me-dios y experiencias de comunicacin que amplen la democracia, la participa-cin ciudadana y la creacin/apropiacin cultural, y ello no solo en el planonacional sino tambin en el regional y local. Si el Estado se ve hoy obligado a

    desregular el funcionamiento de los medios comerciales debe entonces sercoherente permitiendo la existencia de mltiples tipos de emisoras y canalesque hagan realidad la democracia y el pluralismo que los canales comercia-les poco propician. As como en el mbito del mercado la regulacin estatal sejustifica por el innegable inters colectivo presente en toda actividad de co-municacin masiva, la existencia de medios pblicos tambin se justifica enla necesidad de posibilitar alternativas de comunicacin que den entrada atodas aquellas demandas culturales que no caben en los parmetros del mer-cado, ya provengan de las mayoras o las minoras.

    4. Tengan proyeccin sobre el mundo de la educacin. Lo que tiene que vermenos con la presencia instrumental de medios en la escuela, o de la educa-cin en los medios, que con la cuestin estratgica de cmo insertar la educa-cin desde la primaria a la universidad en los complejos procesos de comu-

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    nicacin de la sociedad actual, en el ecosistema comunicativo que conformala trama de tecnologas y lenguajes, sensibilidades y escrituras. Se trata dela des-ubicacin y re-ubicacin de la educacin en el nuevo entorno difuso deinformaciones, lenguajes y saberes, y descentrado con relacin a la escuela yel libro, ejes que organizan an el sistema educativo.

    No para concluir sino para echar a andar

    Pensar la relacin comunicacin/cultura exige ir mas all de la denuncia porla desublimacin del arte simulando, en la figura de la industria cultural, sureconciliacin con la vida, como pensaban los de la Escuela de Francfort. Puesa lo que asistimos es a la emergencia de una razn comunicacional cuyos dis-positivos la fragmentacin que disloca y descentra, el flujo que globalizay comprime, la conexin que desmaterializa e hibrida agencian al devenirmercado de la sociedad. Frente al consenso dialogal en que Habermas veemerger la razn comunicativa, descargada de la opacidad discursiva y pol-tica que introducen la mediacin tecnolgica y mercantil, lo que necesitamospensar hoy es la hegemona comunicacional del mercado en la sociedad: lacomunicacin convertida en el ms eficaz motor del desenganche e insercinde las culturas tnicas, nacionales o locales en el espacio/tiempo del mer-cado y las tecnologas globales.

    Si la revolucin tecnolgica ha dejado de ser una cuestin de medios, para

    pasar a ser decididamente una cuestin de fines, es porque estamos ante laconfiguracin de un ecosistema comunicativo conformado no solo por nuevasmquinas o medios, sino por nuevos lenguajes, sensibilidades, saberes y es-crituras, por la hegemona de la experiencia audiovisual sobre la tipogrfica,y por la reintegracin de la imagen al campo de la produccin del conocimien-to. Todo lo cual est incidiendo tanto sobre lo que entendemos por comuni-car como sobre las figuras del convivir y el sentido de lazo social.

    Pero lo que estamos viviendo no es, como creen los ms pesimistas de los pro-fetas-fin-de-milenio de Popper a Sartori20 la disolucin de la poltica sino

    la reconfiguracin de las mediaciones que constituyen sus modos de interpe-lacin de los sujetos y de representacin de los vnculos que cohesionan lasociedad. Mediaciones que se estn tornando cada da socialmente ms pro-ductivas, pero cuya produccin permanece impensada, y en buena medidaimpensable, para la concepcin instrumental de la comunicacin que permeaan buena parte de las ciencias sociales. Se trata de la reintroduccin, en elmbito de la racionalidad formal, de las mediaciones de la sensibilidad queel racionalismo del contrato social crey poder (hegelianamente) superar.Como afirm hace ya aos Eliseo Vern, si la televisin le exige a la polticanegociar las formas de su mediacin es porque, como ningn otro, ese medio

    20. K.R. Popper: Cattiva maestra delevisione, Reset, Miln, 1996; G. Sartori: Homo videns.Televisione e post-pensiero, Laterza, Roma, 1997.

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    le da acceso al eje de la mirada21 desde el que la poltica puede no solo pene-trar el espacio domstico sino reintroducir en su discurso la corporeidad, lagestualidad, esto es la materialidad significante de que est hecha la inte-raccin social cotidiana. De lo que estamos hablando entonces es de culturapoltica, pues esa categora apunta a las formas de intervencin de los len-guajes y las culturas en la constitucin de los actores y del propio sistemapoltico22, a los ingredientes simblicos e imaginarios presentes en los proce-sos de formacin del poder. Lo que deriva en la democratizacin de la socie-dad hacia un trabajo en la propia trama cultural y comunicativa de la polti-ca. Pues ni la productividad social de la poltica es separable de las batallasque se libran en el terreno simblico, ni el carcter participativo de la demo-cracia es hoy real por fuera de la escena pblica que construye el ecosistemacomunicativo.

    Entonces, como decamos al inicio, ms que objetos de polticas, la comunica-cin y la cultura constituyen hoy un campo primordial de batalla poltica: elestratgico escenario que le exige a la poltica densificar su dimensin sim-blica, su capacidad de convocar y construir ciudadanos, para enfrentar laerosin que sufre el orden colectivo. Que es lo que no puede hacer el merca-do23 por ms eficaz que sea su simulacro. El mercado no puede sedimentartradiciones ya que todo lo que produce se evapora en el aire dada su ten-dencia estructural a una obsolescencia acelerada y generalizada, no solo delas cosas sino tambin de las formas y las instituciones. El mercado no puede

    crear vnculos societales, esto es verdaderos lazos entre sujetos, pues stosse constituyen en conflictivos procesos de comunicacin de sentido, y el mer-cado opera annimamente mediante lgicas de valor que implican intercam-bios puramente formales, asociaciones y promesas evanescentes que soloengendran satisfacciones o frustraciones pero nunca sentido. El mercado nopuede, en ltimas, engendrar innovacin social pues sta presupone diferen-cias y solidaridades no funcionales, resistencias y subversiones; ah lo nicoque puede hacer el mercado es lo que sabe: cooptar la innovacin y rentabili-zarla.

    21. E. Vern: El discurso poltico, Hachette, Buenos Aires, 1987.22. O. Landi: Reconstrucciones: las nuevas formas de la cultura poltica, Puntosur, BuenosAires, 1988.23. J.J. Brunner: Cambio social y democracia en Estudios Pblicos N 39, Santiago, 1990.