Bajo los cielos de Albertina
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8/9/2019 Bajo los cielos de Albertina
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Bajo los cielos de Albertina
JUAN ARIAS BERMEO
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(Fragmento)
Los montaeros tienen ante s el fresco albur del superpramo perlndose,baado de verdes renaciendo con el roco. El gran angular se pos sobre el
danzante pastizal y en los barrancos azulados que en su base se adornan con
llameantes sotos de rbol de papel. Tenue vaharina trepa por la caada que an
conserva la muestra de lo que fue el pasado esplendor del bosque primario
andino. En lo alto luce uno de los picos menores del monte Pasochoa: la diletante
cumbre gorda. La niebla cubre el sur de la urbe capitalina a los pies del monte
Atacazo; los valles interandinos han sido salpicados con la viruela de la
contemporaneidad, la basura palpable y la que transformada en gases envenena
la atmosfera y acidifica los ocanos. Estn inmersos en un presente de briznas de
hierba cubriendo el collado donde se asienta la recin bautizada loma Duvolosky,
y desde aqu vislumbran el futuro: la arista que conduce al pie de la roca cimera.
Kantoborgy se acogi a la suave va oriental haca la dentada caldera del
Pasochoa, por eso de sacar a pasear a los canes y de paso alternar con
Lovochancho, su viejo compaero de travesas volcnicas -ya que no lo fue ni
ser cordada en las escaladas de rigor de la pared del loco viviente, donde
prescinde de la lgica y los seguros artificiales-. Y a esta diversin mamfera de
los mircoles se les ha unido, otra vez!, Lester Gonzlez, quien viene
sorprendiendo porque ya no tiene que haber una invitacin de por medio para que
salga con ellos al monte. Con esta voluntad que tiene LG, de semana tras semana
restaurar su lado prstino, va opacando al ejecutivo de Ecuainforme S. A., un
sujeto que haca caso omiso a la invitacin sempiterna que le haba hecho para
presentarle a la montaa que l puede construir. El hombre que era reacio apaladear los sencillos placeres del existente, -o como dice Lovochancho las
pequeas felicidades de la altitud-, se viene apuntando a sentir la montaa sin
que se lo presione para ello, y con las suficientes horas de antelacin que manda
el cdigo de los gticos. Haz el favor de incluirme en tu prxima salida de
engorde, dice LG poniendo nfasis en lo de salida de engorde, aadiendo su
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propia connotacin jocosa. Y el triple-ingeniero madruga los mircoles para algo
indito: vivir lo que no le facilita la paz para los atareados que dicta el maestro
Rabibuchi.
No se sabe con estas maanas de invierno ecuatorial que acumulan nubes
para soltar chaparrones y granizo despus del meridiano. Si el clima lo permite,
los montaeros podrn abarcar la figura paternal del cclope Cotopaxi, al sur; y,
tras del incandescente gigante, la pirmide parda del hermtico Ogro, el
Quilindaa; en tanto a oriente ya se muestran fnebres las ruinas
estratovolcnicas del pico Sincholagua, a la sombra de la enorme cabeza oblonga
del nveo volcn Antisana. Kantoborgy, regresando a mirar atrs, enfoca
ntidamente a Lovochancho y Pincho, en realidad estn en un tris de alcanzarle.
Una de dos, o ha volado el matemtico o l casi no avanz junto a la joven perra
Vaty. Supone que ambas situaciones se podran dar en la Montaa de Barro
(denominada as por Olegario Castro, gur del reino del sexto al sptimo grado de
dificultad vertical, en la roca y el hielo de Los Altos Andes Ecuatorianos). Tan
cierto es aquello que no tiene ms que hacerle la cuestin obvia a Lovochancho,
quien se siente halagado por la posibilidad de que esta maana est tan rpido
como el leopardo de la nieves. Entretanto, Vaty y Pincho, se entregan a rudo
coqueteo aprovechando la ausencia de la feroz Panda, que no hubiese permitido
esos avances sensuales de la doncella sobre el macho dominante.
-Has estado veloz o yo vengo dando pasos de hombre rumbo al cadalso?
-inquiri con seriedad Kantoborgy.
-Quizs hoy est dando zancadas de Gulliver atrasado a una cita de amor
replic satisfecho Lovochancho.
-Dnde dejaste a Lester? repuso Kantoborgy.
-Antes de bordear la loma Duvolosky mostr sus espaldas de correcto
ciudadano bajando a los senderos que lo engolosinan, torn a mirar por si nos
segua y lo pill en su media vuelta a sus sueos de La nueva Era repuso
Lovochancho festivo, con los ojos entretenidos en las cabriolas de los canes.
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-En todo caso, te seguir repitiendo, es un triunfo sacar al triple-ingeniero
de su torre de marfil -acot Kantoborgy.
-Slo el hecho de que tome conciencia de que est vivo en mitad de las
montaas es una seal de adelantamiento precoz sum Lovochancho.
-Aunque tena ganas de que llegue a este collado para poder nombrarlo, en
su presencia, Lester Gonzlez manifest jocoso Kantoborgy.
-Nada nos impide llamarlo Lester Gonzlez a este agradable vallejo, de
hecho procedimos as con la loma que nombramos en honor del uflogo
Duvolosky; y sabemos que ste jams hollar este lugar que ya tiene un apellido
digno de Transilvania afirm Lovochancho.
-Bien dicho, mas, si vamos a darle nombre a otro pasaje de estos pagos, se
me viene un asunto que hemos dejado pendiente, y es que debemos hacerle
justicia inmediata al Aqueronte por su fallida ascensin y ponerle su nombre al
collado nororiental del Rucu Pichincha. Es un caso para resolver aqu y ahora,
qu me dices?... propuso Kantoborgy.
-Aprobado! Considero esto un acto de estricta equidad con Aqueronte. A
partir de esta hora maanera, el collado del Rucu Pichincha que nunca pis el
predicho, se denominar Aqueronte. Aunque lo correcto habra sido bautizarlo as
en el sitio, pero dada la circunstancia y puesto que no volver a hollar la
kilomtrica va de la boa, quedemos en ello sin ms trmite contemporiz
entusiasmndose Lovochancho.
-Y en cuanto al nombramiento de este vallecito, de una vez aprovechemos
la coyuntura y llammosle Lester Gonzlezdijo Kantoborgy.
-Se lo merece, s seor, el hombre ha hecho un esfuerzo despabilndose.
Ergo, llmese este vallejo, Lester Gonzlez recit solemne Lovochancho.
-Aqueronte ha sido bendito esta maana y, en proporcional medida de lo
bello volcnico, tambin lo fue el Chico Silencio de San Antonio de las Aradas
ratific Kantoborgy.
-Santificados sean en este punto herboso, bajo los cielos de Albertina, ese
par de cuervos endemoniados -concluy Lovochancho.