Avanzaron por la calle - Speu · Avanzaron por la calle principal, cruzaron la Pl.i/.i \n por fin...

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Avanzaron por la calle principal, cruzaron la Pl.i/.i \n por fin frente a un cobertizo iluminado. En el inten.» bre yacía en el suelo empapado de sangre. Una de sus m i¡¡ nía sin fuerzas un puñal teñido de rojo. La otra repo.s.ib.i m- H un papel arrugado en el que Arganza, con sólo inclín.ir.. \n claridad: «Que anadie se culpe ¿a...». El resto se h.ill<il>.i MUÍ en el charco púrpura. Cumpliendo con las inevitables formalidades, eJ mc<li< ni ' muñeca del difunto, colocó los dedos bajo la mandíbul.i, \\\\\ la inexistencia de reflejo pupilar y, tal vez para convencerse i de la importancia de sus conocimientos, confirmó lo que fo.l. con un tajante: «Está muerto». Después miró a la parej.i <l« uní volvió sobre el difunto e, impresionado por la sangrienta mm.«l». i- decidió tomarse un respiro y darse una vuelta por la Pla/.i No habrían pasado más de diezminutos cuando regres.. «I < co cobertizo. Uno de los guardias se hallaba en pie, con l.i < ,m gada temblando entre sus manos y una mezcla de sorpres.i \ dibujada en el rostro. Pero sobre el charco de sangre no li.il-i > * ver alguno. -¿Y bien? -preguntó Arganza. El hombre tardó un buen rato en responder. -Mi compañero está despertando al juez de paz y yo IIK h. 4 sentado unos minutos. Sólo unos minutos. Era demasiado absurdo para creerse realmente despierto I I mi dico se restregó los ojos. Pero ni el civil se desvaneció ni el « idi hizo acto de presencia. -¿Qué puede haber ocurrido aquí? -preguntó. EJ guardia señalaba ahora en dirección al suelo. -Son huellas -dijo uno de los dos. El reguero de sangre conducía al interior de la vivienda, (ri- ba después al cobertizo y se perdía al fin en la oscuridad de l.is . .11 desiertas. Sin atreverse a levantar la vista, siguieron a la lux <l( mu linterna el siniestro camino. A pocos metros se detuvieron, l'.l . ni» ver estaba allí, junto a la puerta cerrada de un caserón en somU > Yacía en el suelo, y su aspecto no difería en nada del honilm- ijf quien, poco antes, Arganza constatara su defunción. Con la salvf .1.' de que ahora vestía una americana impecable y el olor de la mu. " se confundía con un perfume intenso y dulzón. El extraño suceso no tuvo, por fortuna, repercusión alguna en i 144 mi!;•,(>. La pareja de civiles, temerosa de haber incurri- ' I I nevé abandono del cadáver, guardó un silencio tan . i<-inplar, Arganza extendió el certificado de defun- ' n u ni del caserón donde había tenido lugar la segunda 1 i m, ic|.i, y el asunto se dio por zanjado y concluido cuan- 11 n.ido recibió, al cabo de unos días, modesta sepul- !• I ir< mío del camposanto, junto a los restos de un maes- , n i.l«n, un miembro del maquis y un presunto hijo del i l.i memoria colectiva atribuía un ateísmo irreversible . i. 11 ilini.i del relato el médico solía detenerse, mirar de sosla- i"iul .luditorio y añadir: ' iiki muerto. Desde el primer momento vi que estaba muer- iiiin iio como que yo estoy ahora aquí, entre vosotros. i, ll< n.iba la cazoleta de la pipa del mejor tabaco holandés iln i m.i bocanada de humo con visible deleite, i 'u i Ixuiilcí historia de amor. i .. los pueblos las noticias se propagan a la velocidad del rayo. IIM-I.I de los amedrentados civiles y del asombrado médico, lle- •ii, M(i la primera parte de la historia. Pero en la segunda exis- ) Vd i Ir por sí suficientes datos para ocupar las conversaciones ma- «leí mercado y las tertulias nocturnas del café. El difunto i m.i .imericana nueva, una prenda costosa sobre la que no ha- i'i. 11< > en derramar, con generosidad, chorros de perfume de olor ,1!, nie. ("orno si la localidad se hallase en fiestas o si se dispu- i .1 M si ir a un baile. Pero todo lo que hizo el pobre difunto fue le esa guisa para morir junto a la puerta de una de las casas ij'.iles de la Plaza: precisamente la vivienda del alcalde y su mu- mi.i .igraciada muchacha obligada, por la pobreza, a entregar su ml a un arrugado sesentón y a quien la Naturaleza no había de su infortunio con el regalo de la esperada descenden- iii Algunos aseguraban haber visto desde sus ventanas cómo el jo- ven desesperado, momentos antes de expirar, intentaba aferrarse a la M 11 >.i y pedir auxilio. Otros lo rebatían con energía. Porque no pe- ill.i .itixilio. Se limitó a pronunciar un nombre de mujer y acariciar, n MI caída, el portón que nunca en vida le había sido abierto. Una historia de amor -decía Arganza. Y aspiraba de nuevo una I.-" .mada de humo-... O de odio, de venganza. Del odio más abe- ii.mte que jamás haya podido albergar corazón alguno. 145

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Avanzaron por la calle principal, cruzaron la Pl.i/.i \n por fin frente a un cobertizo iluminado. En el i n t e n . »

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en el charco púrpura.

Cumpliendo con las inevitables formalidades, eJ m c < l i < n i 'muñeca del difunto, colocó los dedos bajo la mandíbul.i, \\\\\la inexistencia de reflejo pupilar y, tal vez para convencerse ide la importancia de sus conocimientos, confirmó lo que f o . l .con un tajante: «Está muerto». Después miró a la parej.i < l « unívolvió sobre el difunto e, impresionado por la sangrienta m m . « l » . i -decidió tomarse un respiro y darse una vuelta por la Pla/.i

No habrían pasado más de diezminutos cuando regres.. « I <co cobertizo. Uno de los guardias se hallaba en pie, con l.i < ,m •gada temblando entre sus manos y una mezcla de sorpres.i \dibujada en el rostro. Pero sobre el charco de sangre no l i . i l - i > *ver alguno.

-¿Y bien? -preguntó Arganza.El hombre tardó un buen rato en responder.-Mi compañero está despertando al juez de paz y yo I I K h. 4

sentado unos minutos. Sólo unos minutos.

Era demasiado absurdo para creerse realmente despierto I I midico se restregó los ojos. Pero ni el civil se desvaneció ni el « i d ihizo acto de presencia.

-¿Qué puede haber ocurrido aquí? -preguntó.EJ guardia señalaba ahora en dirección al suelo.-Son huellas -dijo uno de los dos.

El reguero de sangre conducía al interior de la vivienda, ( r i -ba después al cobertizo y se perdía al fin en la oscuridad de l.is . .11desiertas. Sin atreverse a levantar la vista, siguieron a la lux <l( mulinterna el siniestro camino. A pocos metros se detuvieron, l ' . l . n i »ver estaba allí, junto a la puerta cerrada de un caserón en somU >Yacía en el suelo, y su aspecto no difería en nada del honilm- ijfquien, poco antes, Arganza constatara su defunción. Con la salvf . 1 . 'de que ahora vestía una americana impecable y el olor de la mu. "se confundía con un perfume intenso y dulzón.

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i l . i memoria colectiva atribuía un ateísmo irreversible. i .

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i . . los pueblos las noticias se propagan a la velocidad del rayo.I I M - I . I de los amedrentados civiles y del asombrado médico, lle-

• i i , M ( i la primera parte de la historia. Pero en la segunda exis-) Vd i Ir por sí suficientes datos para ocupar las conversaciones ma-

« l e í mercado y las tertulias nocturnas del café. El difuntoi m.i .imericana nueva, una prenda costosa sobre la que no ha-

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i .1 M si ir a un baile. Pero todo lo que hizo el pobre difunto fuele esa guisa para morir junto a la puerta de una de las casas

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ml a un arrugado sesentón y a quien la Naturaleza no habíade su infortunio con el regalo de la esperada descenden-

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Una historia de amor -decía Arganza. Y aspiraba de nuevo unaI . - " .mada de humo-... O de odio, de venganza. Del odio más abe-i i . m t e que jamás haya podido albergar corazón alguno.

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