Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 23 octubre 1963

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Revista mensual publicada por la

CASA AMERICANA

Embalada de los Estados Unidos

MADRID: Paseo de la Castellana, 48

BARCELONA, Vía Layetana, 33

SEVILLA: Laraña, 4

CARTA AL LECTOR 2

EL CAMINO DE LA PAZ 3

• EL "UNO" CONTRA LOS "MUCHOS" por Arthur M. Schlesinger 4

LA LEY Y LOS HECHOS 'La libertad y el uso de la

libertad, por J. Guenolé 10

PINTURA ESPAÑOLA El siglo de oro de la pintura española en los Estados Unidos, por Ramón Torres Martín 22

BIOLOGIA MARCIANA

por Edgar Danier 32

EL LEGADO DE TRES POETAS

por Josephine Jacobsen 38

LA UNIVERSIDAD DE MICHIGAN 44

EL LIBRO AMERICANO EN ESPAÑA 47

Redacción y distribución •• Castellana 48, MADRID-1

(¿alta ai Uctvt

C on este número inicia ATLÁNTICO su nuevo formato, que esperamos permitirá mayor variedad y viveza

en el texto y las fotografías. Una sección que hace tiempo deseábamos establecer es la de Cartas al Director, pues frecuentemen­te nos han preguntado por qué ATLÁNTICO no publica cartas de sus lectores. Cierto, ¿por qué no? ¿No es el diálogo entre el lec­tor informado y el escritor competente, inte­resados ambos en la verdad, lo más apro­piado para llegar a ella? ¿No suele ser el diálogo, en todo caso, mucho más estimu­lante que el mejor monólogo?

Mientras tanto, ATLÁNTICO continuará estando inequívocamente consagrado a los valores del mundo libre aunque sus artícu­los no representen necesariamente las opi­niones de ningún Gobierno y menos aún las de quienes preparan la revista.

Si parece que publicamos un número des­proporcionado de artículos sobre asuntos norteamericanos, no es en modo alguno por­que nos anime un estrecho espíritu de vana­gloria o patriotería. Es porque creemos que nuestros lectores quieren saber cómo los Estados Unidos están desempeñando su papel histórico en las grandes cuestiones planteadas hoy a la civilización.

Sea como quiera, nuestros lectores pue­den mostrar su acuerdo o desacuerdo en el toma y daca de un foro libre. Aguardamos por ello, no sin Interés, el momento de ini­ciar una sección de Cartas al Director.

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El Camino de la Paz

E n es tos tiempos que vivimos, el ca­mino que conduce a la paz es largo, escabroso y está lleno de dificulta­

des . Van abriéndolo penosamente los hom­bres de buena voluntad y no es justo, ni es sensato , echarles en cara que aún no lo ha­yan allanado y abierto por completo. Son muchas las dificultades de la empresa.

Hablando a los representantes de las Na­ciones Unidas recientemente, el presidente Kennedy vino a decir eso con referencia al tratado de Moscú prohibiendo las pruebas nucleares. No es la paz deseada, pero ofre­ce ocasión de ejercitar la buena voluntad, y Estados Unidos, por boca de su Presiden­te, prometió colaborar sin descanso para aprovechar la "pausa en la guerra fría , creada por el Tratado, para aliviar de mane­ra deseable las tensiones internacionales.

Quienes critican el Tratado de Moscú porque no lo consigue todo pecan de i lusos . No se logrará la paz en el mundo mediante un tratado repentino, espectacular y defi­nitivo, ni tras conversaciones y acuerdos celebrados en un par de d ías . La paz se al­canzará si la buscan todas las naciones po­co a poco, con tesón y sin desmayos ante los fracasos parciales por muy descorazo-nadores que nos resulten, trabajando con buena voluntad día tras día y año tras año.

Es te momento de calma relativa que in­dudablemente ha sobrevenido tras el Trata­do de Moscú y como consecuencia directa del mismo no merece sino albr ic ias . Y la numerosa l ista de países que se han adheri­

do a él demuestra que el mundo civilizado lo ha recibido con aprobación sincera. Ofre­ce esta pausa buena coyuntura para traba­jar con más ahinco que nunca para alcan­zar la paz. Mas, como dijo el Presidente en su discurso, el esfuerzo han de hacerlo todas las naciones conjuntamente y no sólo las grandes potencias . Porque las grandes potencias no tienen ningún monopolio de diferencias entre e l las , ni de ambiciones. Todos han de esforzarse en limar ¡as prime­ras, y todos han de tratar de atemperar las segundas.

Firmado el Tratado, subsis ten diferen­c ias muy importantes entre Estados Unidos y sus al iados por una parte y los que mili­tan en el campo de enfrente. Señalar es te hecho palmario con gemidos es inane. E s más sensato celebrar lo que se ha conse­guido y esforzarse en lograr más y más apro­vechando las favorables c i rcunstancias .

Básicamente, las diferencias surgen del conflicto entre dos conceptos antagónicos: el concepto de la libre elección y el con­cepto de la coerción. Kennedy, con visión real del problema, dijo que la lucha pers is ­tirá. Pero añadió que la lucha debe ser una competencia entre hombres de buena volun­tad para encauzar la discusión, y no una lucha destructora "una lucha de logros, no una lucha de intimidación".

En es te momento, las Naciones Unidas pueden dejar sentir su influencia, animán­donos a todos a seguir en la tarea de dar nuevos pasos hacia la paz.

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El mundo cambia por efecto del progreso técnico y de las transformaciones sociales. Pero subsiste la vieja oposición entre dog­ma y realidad, entre ideologismo y pragma­tismo.

Durante un viaje a la India, Arthur Schle-singer comparó las experiencias de este país y de los Estados Unidos y, al analizarlas, puso de relieve la importancia decisiva de lo que el llama la lucha del "uno" contra los "muchos", del "camino único" contra la pluralidad de rutas para los pueblos.

Schlesinger, actualmente ayudante es­pecial del Presidente Kennedy, es un muy destacado historiador norteamericano, autor, entre otros, de una serie de cuatro libros sobre Roosevelt y su época, que son ya clá­sicos. Profesor de la Universidad de Harvard, liberal sin prejuicios, sus análisis contri­buyen a menudo a aclarar ideas y situacio­nes con respecto a los dogmas y las ideo­logías.

C ada país , naturalmente, tiene sus problemas de desarrollo caracter ís t i ­cos y debe resolverlos según sus

propias tradiciones, capacidades y valores. La experiencia norteamericana fue única en varios aspectos . El pa ís se vio favorecido por notables ventajas, sobre todo por el he­cho de que la población era e s c a s a en rela­ción con los recursos disponibles. A pesar de l a s diferencias entre los pa í ses , todavía puede ser útil considerar experiencias de desarrollo diversas .

En el caso de los Estados Unidos, la favorable proporción entre la población y los recursos no fue, evidentemente, el único factor en el desarrollo del país . De haber sido así, los indios naturales del país , an­teriores a la colonización europea, para quie­nes la proporción era aún más favorable, habrían desarrollado el país mucho antes de que los primeros colonos llegaran a tra­vés de los mares. Lo que importó tanto como aquella proporción fue el espíritu con que

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aquellos colonos enfocaron los problemas económicos y socia les que ofrecía el medio ambiente. Son varios los elementos que me parecen bás icos en la filosofía que facilitó el rápido desarrollo social y económico del continente americano.

Uno de los factores fue la profunda fe en la educación. La creencia en que la in­versión en las personas e s la mejor manera de que una sociedad aproveche intensamente sus recursos exist ía ya en los primeros días de las colonias norteamericanas. Original­mente surgió de una convicción filosófica más bien que económica: de la fe en la dig­nidad del hombre y de la consiguiente creen­cia en que la sociedad tiene la responsa­bilidad de ofrecer al hombre la oportunidad de desarrollar sus más al tas capacidades. Pero al mismo tiempo contribuyó a produ­cir l as condiciones esencia les para la mo­dernización.

La sociedad industrial moderna debe ser ante todo una sociedad educada. Los his-

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toriadores de la economía atribuyen dos ter­cios del aumento en la producción norteame­ricana, en los siglos del desarrollo de los Estados Unidos, al aumento en la produc­tividad. Y el aumento en la productividad, naturalmente, proviene directamente del vo­lumen de la inversión nacional en la edu­cación y en las investigaciones.

Otro factor en el proceso del desarrollo de los Estados Unidos ha sido el ejercicio del gobierno propio y el mantenimiento de instituciones representativas. No hemos en­contrado mejor manera que la democracia para desarrollar el talento del hombre y dar aplicación a sus energías. Un factor rela­cionado con esto ha sido la convicción de la importancia de la libertad y de la inicia­tiva personales: el sentimiento de que el hombre es la fuente de toda creación. Otro, la comprensión del papel de la actividad cooperativa, lo mismo pública que voluntaria.

Pero como base de esos factores y qui­zás como la explicación más importante del desarrollo relativamente rápido de los Es­tados Unidos, tenemos el hecho de que la sociedad norteamericana rechazó las pre-concepciones dogmáticas sobre el carácter del orden social y económico. Los Estados Unidos han tenido la buena suerte de no ser una sociedad ideológica.

Por ideología entiendo un cuerpo de dog­mas sistemáticos y rígidos por el cual la gente trata de comprender al mundo y trata de protegerlo o de transformarlo. El conflicto entre la ideología y el empirismo es anti­guo en la historia de la humanidad. Y en este conflicto, la ideología ha atraído a al­gunas de las más potentes inteligencias que la humanidad ha producido — las que Sir Isaiah Berlín, recordando las expresiones sentenciosas de Arquíloco de Paros, llamó "er izos" —, que conocían una gran cosa, como opuestas a las que llama "zorros", que conocían muchas pequeñas cosas.

No pretendo sugerir que los ciudadanos de los Estados Unidos hayan sido consis­tentemente inmunes a la tentación ideoló­gica; a la tentación, es decir, de definir objetivos nacionales de una manera orde­nada, comprensiva y permanente. Después de todo, los orígenes intelectuales de mi

nación estuvieron saturados de una de las más nobles y más formidables ideologías que se hayan nunca elaborado, la teología calvinista, y cualquier nación así condicio­nada es susceptible de ofrecer ya para siem­pre cierta vulnerabilidad a la ideología. He­mos tenido en la historia de los Estados Unidos "er izos" que han pretendido dotar a nuestro país con un credo de comprensión total, traducir el americanismo en una serie de proposiciones obligantes e interpretar la tradición nacional en términos fundamen­tales que varían desde el derecho natural hasta la lucha de clases.

Pero casi siempre los norteamericanos han desconfiado como zorros del raciona­lismo abstracto y de las doctrinas rígidas a priori. Nuestra fe nacional no está en las proposiciones sino en los procesos. En sus mejores momentos los Estados Unidos se han elevado, por así decirlo, por encima de la ideología. No se ha permitido que los dog­mas falsearan la realidad, que aprisionaran la experiencia o que estrecharan el espec­tro en que seleccionar. Este escepticismo ante la ideología ha sido la fuente prima­ria de la inventiva social que tanto ha mar­cado nuestro desarrollo. El pensamiento social norteamericano más vital ha sido em­pírico, práctico, pragmático. Como conse­cuencia, los Estados Unidos forman una na­ción que tiene como características la in­novación y el experimento.

El pragmatismo no está enteramente des­provisto de abstracciones de la misma ma­nera que la ideología no está totalmente desprovista de experiencia. La línea divi­soria surge cuando la abstracción y la ex­periencia chocan y una tiene que ceder ante la otra. La historia de los primeros tiempos de nuestra nación ilustra esta diferencia. La Revolución Americana fue un esfuerzo pragmático dirigido en términos de ciertos valores generales. Luchamos por la inde­pendencia en términos de ideales británicos de libertad civil y de gobierno representa­tivo; nos rebelamos contra el gobierno bri­tánico esencialmente por razones británicas. Los ideales de nuestra independencia en­cuentran expresión en los documentos clá-

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s icos que acompañan al nacimiento de nues­tra nación: la Declaración de Independencia, la Constitución y la Ley de Derechos.

Pero aquí resulta importante insistir en la distinción entre ideales e ideología. Idea­les son los propósitos a los cuales aspira una nación y e l espíritu con el cual se per­siguen e sos propósitos. Ideología e s algo diferente, más sistemático, más detallado,, más total, más dogmático. El caso de uno de los fundadores de nuestra nación, Thomas Jefferson, subraya la distinción. Jefferson fue a la vez un divulgador de ideales y dé ideología. Como divulgador de idea les si­gue siendo una figura viva y fértil; viva no sólo para los norteamericanos, creo yo, sino para todos aquellos interesados en la dig­nidad y en la libertad humanas. Pero como ideólogo Jefferson es actualmente remoto y sin importancia, una figura extraña a las inquietudes actuales y que sólo ofrece cu­riosidad histórica. Como ideólogo creía, por ejemplo, que la agricultura era la única base de una buena sociedad; que el s istema de pequeñas propiedades era la única base para la libertad, que el campesino honesto y vir­tuoso era el único ciudadano de confianza en un estado democrático; que una economía basada en la agricultura se regulaba por sí misma y que, por consiguiente, neces i taba sólo un mínimo de gobierno, que el mejor gobierno era el que gobernaba menos y que los grandes enemigos de un Estado libre eran, por una parte, la urbanización, la in­dustria, la banca, una c lase trabajadora sin tierra y l as demás cosas que conocemos como carac ter ís t icas del proceso de moder­nización, y, por otra parte, un gobierno na­cional fuerte con facultades para imprimir una dirección al desarrollo nacional. Es ta era la ideología de Jefferson y si los Es ­tados Unidos hubieran seguido su inspira­ción, ahora seríamos una nación débil e im­potente. Al responder a los ideales de Jef­ferson más bien que a su ideología, los E s ­tados Unidos se han convertido en un Es ta ­do moderno fuerte, dedicado plenamente a los propósitos universales de la dignidad y la libertad.

Afortunadamente, el mismo Jefferson pre­fería sus ideales a su ideología. En caso

de conflicto, se inclinaba a lo que ayudaba a la gente más bien que a lo que se ajus­taba a los principios. En realidad no había ideología que pudiera ajustarse al tempera­mento de Jefferson, que era fundamental­mente flexible y experimental. El verdadero Jefferson no era el Jefferson ideólogo sino el Jefferson que decía que una generación no puede comprometer a la siguiente a acep­tar su criterio sobre la política y el dest ino humano.

¿Qué inconveniente ofrece la fe en la ideología? El inconveniente e s és te : una ideología no e s una visión de la actualidad, sino un modelo derivado de la actualidad, un modelo destinado a aislar c ier tas carac­ter ís t icas des tacadas de la actualidad que el constructor del modelo, el ideólogo, con­sidera de importancia crucial. En otras pa­labras, una ideología e s una abstracción de la realidad. No hay nada malo en l a s abs­tracciones o en los modelos en s í mismos. De hecho no podría haber diálogo sin e l los . No hay nada malo en el los siempre que la gente recuerde que no son más que eso : mo­delos. La falacia ideológica cons is te en olvidar que la ideología e s una abstracción de la realidad y en considerarla como la realidad misma.

Los ideólogos son platónicos inconscien­tes que confunden la realidad con un reino de esenc ias de las cuales se considera que los objetos del sentido común de la expe­riencia cotidiana no son más que copias im­perfectas. El ideólogo rechaza la realidad empírica del mundo diario humano y se apega a su mundo de abstracciones. Al hacer esto hace lo que Whitehead llamaba la falacia de la concreción mal situada, e s decir la falacia de derivar un sistema abstracto de una realidad concreta e investir luego de concreción ese sistema y confundirlo con la realidad de la cual se ha derivado. En fin, el mal ideólogo es tá en confundir sus orde­nados modelos con la vasta, turbulenta, imprevisible y desordenada realidad, que e s l a sustancia de la experiencia humana. Y es ta confusión tiene por lo menos dos ma­los resul tados: impone a los que creen en la ideología una visión fatalista de la his­toria v los desorienta en las decis iones con-

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cretas de la polít ica pública. Consideremos por un momento la visión

que el ideólogo tiene de la historia. El ideó­logo sost iene que los misterios de la his­toria pueden ser comprendidos en términos de un credo tajante, absoluto, central que explica el pasado y predice el futuro. La ideología presupone así un universo cerrado cuya historia es tá determinada, cuyos prin­cipios es tán fijados, cuyos valores y obje­tivos son deducibles de un cuerpo central de dogmas y cuyo cuerpo central de dogmas se confía a menudo a la custodia de infa­l ibles sacerdotes . En los viejos debates filosóficos entre el " u n o " y los "muchos" , el ideólogo se inclina por el " u n o " . El ideó­logo cree que el mundo en conjunto puede s,er comprendido desde un solo punto de v is ­ta, que todo en la abundante y variada vida del hombre es reducible a un único sistema abstracto de interpretación.

La tradición liberal norteamericana ha considerado que es ta visión de la historia e s repugnante y falsa. Esta tradición ve al mundo como "muchos" , no como " u n o " . Estos inst intos empíricos del liberalismo norteamericano, la preferencia por el hecho sobre la lógica, por la realidad sobre el dog­ma, han encontrado su más brillante expre­sión en los escr i tos de William James y en el planteamiento de los problemas filosó­ficos que James llamó "pragmat ismo" o "empirismo rad ica l" . Contra la fe en el po­der de una sola explicación que lo abarca todo, contra la sumisión al absolutismo de una ideología, contra la noción de que todas las respues tas a los problemas polít icos y socia les pueden ser hallados en algún libro sagrado, contra la interpretación determi­nista de la historia, contra el universo ce­rrado, James defendió lo que llamó el uni­verso caracterizado por el crecimiento, la variedad, la ambigüedad, el misterio y la contingencia; un universo en el cual los hombres libres pueden encontrar verdades parciales , pero en el cual nadie conseguirá una Verdad Absoluta, un universo en el cual el progreso depende no de la rendición ante un único cuerpo de doctrina, sino del diá­logo sin coerción de las mentes l ibres .

La ideología y el pragmatismo difieren, pues, radicalmente en su visión de la his­toria. Y difieren de una manera igualmente radical en su enfoque de las cues t iones de la polí t ica pública. El ideólogo, al confun­dir los modelos con la realidad, se equivoca siempre sobre las posibil idades y las con­secuencias de la decisión. El ideólogo al tomar los modelos por la realidad, desorien­ta siempre acerca de las posibil idades y las consecuencias de las decis iones públicas. La historia del siglo XX registra las múl­tiples maneras en que la humanidad ha sido traicionada por la ideología.

Tomemos un ejemplo de la historia re­ciente. Hace treinta años la mayor parte del mundo había caído en la depresión. Dos ideo­logías dominaban entonces el pensamiento sconómico y político: la ideología del la is-sez faire capi ta l is ta y la ideología del co­munismo marxista. Había una cosa en que asas dos ideologías coincidían, aunque dis­creparan en todo lo demás. Lo mismo los dogmáticos de la derecha que los dogmáti­cos de la izquierda estaban convencidos de que las naciones y los pueblos caídos çn la depresión sólo podían optar entre el Iais-3ez faire capi ta l i s ta y el comunismo mar­xista. La derecha y la izquierda estaban de acuerdo en que era imposible un camino intermedio entre el capitalismo clás ico y el marxismo c lás ico . Los absolut is tas , lo mismo los del capitalismo que los del co­munismo, rivalizaban unos con otros en con­denar como ilógica la teoría de que el go­bierno pudiera tener bastante fuerza para estabilizar la economía sin tener suficiente fuerza para destruir la libertad.

Afortunadamente para la humanidad, los absolut is tas no contaban con dos hombres que, como supremos pragmatistas, desde­ñaban la ideología, consideraban con escep­ticismo la infalibilidad de cualquier s i s t e ­ma de ideas, confiaban en la inventiva y en los recursos que proporciona la libertad, y que rechazaron el derrotismo ideológico que

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hubiera sacrificado a la humanidad a una de las doctrinas que se enfrentaban. Esos hombres eran desde luego, FranklinD. Roose-velt y John Maynard Keynes. Entre los dos,

Roosevelt y Keynes hicieron lo que los teó­logos de la derecha y de la izquierda decían que era imposible hacer. Vindicaron el ca­mino de en medio, crearon la sociedad mix­ta; demostraron que era posible dar al Es­tado poder suficiente para implantar la se­guridad social e impulsar el desarrollo eco­nómico, sin darle la facultad de abolir la libertad política y civil. Lejos de ser iló­gica e imposible, la sociedad que combina la libertad personal con el control social ofrece evidentemente los más sólidos ci­mientos para el progreso en el futuro.

A la luz de estos hechos, se ha visto que el capitalismo clásico y el socialismo clásico son doctrinas del siglo XIX, que han quedado rezagadas por los impetuosos progresos de la ciencia y de la tecnología. Hemos avanzado más allá de lo que nos in­dicaban esas ideologías anacrónicas, hacia una estrategia social más sutil y más fle­xible. Hoy día es evidente, por ejemplo, que la elección entre medios públicos y parti­culares, la elección que ha obsesionado tan­to en las recientes discusiones económicas y políticas en los países subdesarrollados, nq es una cuestión de principios sagrados, ni una cuestión moral que haya que decidir con razones absolutistas, ya sea por la de­recha que considera el uso de los medios públicos como perverso y pecaminoso, ya sea por la izquierda que considera el uso de los medios particulares como perverso y pecaminoso. Es sencillamente una cues­tión práctica la de decidir que' medios con­vienen mejor al fin deseado. Es un proble­ma cuya solución está no en la teología, sino en la experiencia y en el experimento. Yo llegaría a sugerir que se descartaran del diálogo intelectual los términos "capitalis­mo" y "socialismo". Estas palabras no tienen ya un significado concreto. Se usan para excitar, no para aclarar. Pertenecen al vocabulario de la demagogia, no al del análisis.

Con la creación de la sociedad mixta, el pragmatismo triunfó sobre el absolutis­

mo en la crisis económica de los años trein­ta. Como consecuencia, el mundo salió de la crisis con el conocimiento de que la eco­nomía mixta ofrecía el mecanismo por medio del cual se podía combinar el planeamiento económico con la libertad individual. Pero la ideología es como una droga: jpor mucho que la experiencia la desacredite, persiste el anhelo que por ella sienten sus adeptos. Ese anhelo persistirá siempre, sin duda, mientras subsista el deseo humano de un sistema que abarque y explique todos los problemas, mientras la filosofía política se halle moldeada por el deseo imperativo de regresar a las entrañas maternas.

Ya hemos señalado que el problema fi­losófico más antiguo es la relación entre el "uno" y los "muchos". Seguramente el conflicto básico de nuestro tiempo, la gue­rra civil mundial del día, es precisamente el conflicto entre aquellos que quieren re­ducir el mundo a "uno" y los que quieren ver el mundo como "muchos"; entre los que quieren que el mundo evolucione en una sola

dirección, a lo largo de una única senda predestinada, hacia una solución única pre­destinada, y los que piensan que la huma­nidad, en el futuro como en el pasado, se­guirá evolucionando en varias direcciones, hacia diversas soluciones, según las di­versas tradiciones, valores y propósitos de los distintos pueblos. En resumen, hay que elegir entre el dogmatismo y el pragmatis­mo; entre la sociedad teológica y la socie­dad experimental; entre la ideología y la democracia.

La guerra civil mundial sólo terminará cuando los absolutistas renuncien a su pro­pósito de dar al mundo una imagen única, cuando acepten la pluralidad de destino de la humanidad. Los ideólogos hablan mucho de la competencia pacífica; pero, como todos los absolutistas, rehuyen la competencia —en realidad huyen de ella— en el campo en el cual es verdaderamente importante: el de la competencia de ideas.

Se puede ir a París o a Londres o a Nue­va York y comprar "Pravda" o "Izvestia" y todos los periódicos comunistas del mun­do. Pero no se puede comprar en Moscú nin­gún periódico del mundo de los países de-

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mocráticos excepto los que publican los di­versos partidos comunistas locales . En Mos­cú no sólo es tá prohibido el " T i m e s " de Nueva York, sino también "The Guardian" de Manchester; no sólo el " F i g a r ó " , sino también " L e Monde"; no sólo la "National Review", sino también " L ' E x p r e s s " y el "New Statesman". Las obras de Marx y de Lenin pueden comprarse en cualquier parte del mundo libre de Occidente; las obras de Mili, de Keynes, de Churchill, de William James, de la mayoría de los grandes pen­sadores de Occidente, no pueden encontrar­se en Moscú. Después de medio siglo de control intelectual absoluto, después de medio siglo de formidable construcción y desarrollo, la Unión Soviética todavía tiene miedo de exponer las ideas comunistas a la competencia y a la discusión.

Tiene hasta miedo de decir la verdad so­bre su propio pasado. Como historiador, creo que se puede conocer un país tanto por la historia que escribe como por la historia que hace. Medio siglo después de la Revo­lución Rusa, los historiadores rusos no tie­nen aún libertad para explicar lo que real­mente sucedió. Parece que recientemente los comunistas han abandonado su intento de sugerir que Trotski en 1917 fue un agente a sueldo de Alien Dulles. Pero están aún le­jos de reconocerle el papel que le corres­ponde en la historia soviética.

En el mes de enero de 1962, Suslov con­firmó la interdicción absoluta de la compe­tencia pacífica en el terreno de las ideas . Dijo que la coexistencia con los s is temas socia les democráticos era posible, pero que la coexis tencia con las ideas democráticas era "imposible e inimaginable". Dijo que equivaldría al desarme ideológico del comu­nismo. Es ta e s una explicación autorizada de la impotencia del comunismo ante las ideas no comunistas; y mientras los ideólo­gos es tén declaradamente asustados por la libre exposición de las ideas, aun de las ideas " d e s v i a d a s " dentro de su propia ideo­logía, como las de Yugoslavia, de Albania o de la China, e s poco probable que se mi­tigue la tensión en nuestro mundo agitado. Quienes es tán convencidos de que poseen el monopolio de la Verdad siempre piensan que salvan al mundo sólo cuando matan a

los herejes. Su objetivo e s el de ajustar el mundo a su ideología dogmática, lograr un mundo monolítico, organizado sobre el prin­cipio de la infalibilidad de un solo credo, de un solo partido, de un solo dirigente. Yo di­ría que la única certidumbre en un sistema absoluto e s la certidumbre de un abuso ab­soluto. La injusticia y el crimen son inhe­rentes a cualquier sistema de dictadura to­talitaria. El hecho de que un dictador reco­nozca los crímenes de su predecesor no bas­ta para asegurar la just ic ia futura.

El objetivo de los hombres libres e s muy diferente. Los hombres libres conocen mu­chas verdades, pero dudan que haya ningún mortal que conozca la Verdad. Comparten el escepticismo de Mr. Dooley, el humorista norteamericano que una vez definió al faná­tico como "un hombre que hace lo que piensa que el Señor haría si el Señor llegara a co­nocer los hechos del c a s o " . Su herencia in­telectual y religiosa se combina para ha­cer les recelar de ios que pretenden ser in­falibles.

Los hombres libres aceptan las limita­ciones del intelecto y la fragilidad del e s ­píritu. El triunfo característ icamente humano, a su juicio, consis te en la capacidad de com­prender la fragilidad de los esfuerzos huma­nos y en seguir, no obstante, esforzándose. La libertad, como dijo Brandéis, e s una gran fuerza de desarrollo; es a la vez los medios empleados y el fin conseguido. La libertad implica humildad, no absolutismo; implica no la t iranía del " u n o " , sino la tolerancia de los "muchos" . Contra el mundo monolítico, los hombres l ibres afirman el mundo plural. Contra el mundo de la coerción, afirmemos el mundo de la elección.

Sigamos fieles a nuestros valores, res­petemos los valores de los otros, unámonos a todos los que estén dispuestos a resist i r al fanatismo y al absolutismo.

El mundo de la elección es el mundo que pone a prueba la voluntad del hombre que re­presenta la probabilidad de la historia lo mismo que los propósitos de la humanidad.

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E l combate que se lleva a cabo hoy en día en los Estados Unidos para hacer que los negros tengan acceso a la plenitud de sus derechos, en completa igualdad con los demás ciudadanos norteamericanos, no e s un combate por la libertad, sino por e l uso

de la libertad. Desde hace un siglo, los negros norteamericanos son libres legal, jurídica y constitucionalmente. La libertad que reclaman figura ya, implícita o explícitamente, en los textos. Sin embargo, muchos de el los no pueden util izarla con el mismo título que sus conciudadanos de raza blanca. Ha llegado el momento, consideran los dirigentes negros, de poner en situación que les imposibilite para obrar a los que desde hace mucho tiempo res­tringen el ejercicio de los derechos del hombre, con desprecio de la Constitución, de las le­yes del país y de la Just ic ia .

Es te combate ha cobrado durante los últimos meses un carácter dramático. En algunas comunidades se han ejercido violencias, y nada nos asegura que no habrá otras más, pese a los esfuerzos de los hombres de buena voluntad. Se han logrado progresos espectaculares , a veces en relación directa con la violencia, lo cual ha tenido como efecto oscurecer los progresos, quizá más decis ivos, obtenidos por otros medios. Sin duda alguna, el moderno fenómeno de la aceleración histórica ha encontrado aquí uno de sus puntos de aplicación y se han efectuado transformaciones que no hace mucho parecían exigir la obra de varias ge­neraciones. Siguiendo un proceso c lás ico, la amplitud y la rapidez de es ta evolución han tornado todavía más insoportables las discriminaciones res tantes , incluso aunque se redu­jesen cada día más.

No cabe equivocarse: es tá en marcha una verdadera revolución. Ño una revolución polí­tica —ya que en este campo los resul tados están conseguidos desde hace un siglo-- sino una revolución en las costumbres, los espír i tus y los corazones, Se trata, en primer término, de l levarla a buen fin. Se trata, después , de que se la realice con un mínimo de violencias.

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"Se trata de saber si todos los norteamericanos pueden disfrutar de ios mismos de­rechos y de las mismas posibil idades, y de si nos decidimos a tratar a nuestros conciuda­danos como querríamos que se nos tratase a nosotros, Si, porque su piel es negra, un nor­teamericano no puede hacerse servir en un restaurante abierto a! público, si no puede en­viar a sus hijos a la escuela púolica que elija, si no puede votar por los hombres y las mu­jeres que le representen, y, en resumen, si no puede disfrutar de la libertad plena que todos deseamos ¿alguno de nosotros aceptaría cambiar el color de su piel y ponerse en su lugar? ¿Quién de entre nosotros aceptaría escuchar consejos de paciencia? Han transcurrido cien años desde que el presidente Lincoln liberó a los esc lavos y sin embargo sus descendien­tes no son plenamente libres. No han sido liberados de las cadenas de la injusticia. No han sido liberados de la opresión económica y social . Nuestra nación no será completamente l i­bre mas que cuando todos sus ciudadanos sean l i b r e s . "

(J .F .Kennedy,

11 de junio de 1963)

Cuando es té lograda, dieciocho millones de ciudadanos norteamericanos habrán conseguido el lugar que les corresponde en la comunidad norteamericana.

Es tos negros que se consideran tratados como ciudadanos de segunda c lase no es tán so­los en su lucha. Son ayudados por su Presidente , por su gobierno central apoyado por la ma­yoría de la población blanca. Además tienen conciencia de apuntar a objetivos que rebasan su propia suerte para lograr una dimensión universal: su éxito dará testimonio en favor de la democracia, pues sólo la democracia puede permitirles llevar la lucha a todos los campos: al legal , al social , al económico y al político.

No hay necesidad de ser jur is ta para dejar sentado que a los ojos de la ley federal no hay dos categorías de norteamericanos —los blancos y los negros— sino ciudadanos iguales en derecho, cualquiera que sea el color de su piel. La Constitución lo especifica. El Tri­bunal Supremo, guardián de la Constitución, da regularmente a los textos una interpretación inequívoca. Sin embargo, la estructura federal de los Estados Unidos hace que la aplicación práctica de e s t e principio escape , en ciertos campos, a los mismos que la enuncian. Si, en efecto, el poder federal es tá encargado de aplicar la Constitución, no e s t á autorizado a in­tervenir más que en virtud de poderes específ icos. 0 , concretamente, el orden y la Ley son de la competencia de los gobiernos de los Estados .

El enfrentamiento de los segregacionis tas con los ant isegregacionis tas se superpone, pues, con el de los partidarios y los adversarios de los derechos de los Es tados , en rela­ción a los derechos del gobierno federal. Para algunos la discusión se s i tua en un plano totalmente honorable: se trata, en nombre de las l ibertades locales , de resis t i r a l as intru­s iones del poder central, con la convicción de que las estructuras federales sólo pueden ser salvaguardadas a es te precio. Para otros, la referencia a los poderes soberanos de los Es ­tados enmascara el deseo de perpetuar una situación particular contraria al interés general

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y que proporciona a la vez el pretexto v la justificación. Sean los que fueren sus motivos, la segregación racial plantea indudable­

mente ei problema de las relaciones entre los Estados y el gobierno federal. Ni la Consti­tución ni las leyes permiten hoy en día al gobierno federal impedir que un Es tado decrete la segregación en su territorio: el único recurso del ciudadano que se estima lesionado en sus derechos consti tucionales cons is te en recurrir a los tribunales competentes. Es cierto que la ejecución de es te posible juicio queda al cuidado del gobierno federal, pero en es ta c lase de asuntos y en esta c lase de asuntos solamente. Este poder no es de despreciar, pues­to que ha permitido en numerosos sectores —enseñanza y transportes in teres ta ta les espe­cialmente— los innegables progresos conseguidos hasta el presente. Sin embargo encuentra cier tas dificultades para ejercerse cuando un Estado manifiesta una oposición abierta, una fuerza de inercia o cuando pone en juego artificios jurídicos para no inclinarse ante las de­c is iones del poder judicial. Aparentemente, es to e s lo que sucede actualmente en ciertos Estados del Sur.

En efecto, hasta ahora el gobierno federal había confiado principalmente en las decis io­nes y la influencia de los tribunales para poner en movimiento todo el proceso que debía de­sembocar en la completa desaparición de la segregación racial. Para no alzar contra él, en su lucha antisegregacionista, a los feroces partidarios de los derechos de los Estados , se había desdibujado ante el poder judicial . Es tos tiempos parecen ya pasados: el presidente Kennedy ha manifestado, en varias ocas iones , su decisión de obtener del Congreso una le­gislación que le permita obrar, pese a la oposición de ciertos Estados .

Se puede incluso ir más lejos: los conflictos racia les actuales plantean el problema de las relaciones entre el poder federal y los individuos. La Constitución, por ejemplo, no pro­hibe la discriminación privada: todo propietario de un restaurante o de un cine tiene perfec­to derecho a colgar en su puerta el carteli to "Sólo b lancos" . El día en que el gobierno fe­deral prohiba es ta manifestación de la segregación racial ¿no sacrificará la libertad del in­dividuo? Uno de los jueces del Tribunal Supremo lo ha pensado así y, separándose de sus colegas a propósito de la ilegalidad de las ordenanzas locales de segregación, ha escri to que la libertad era, entre otras cosas , el derecho de escoger sus c l ientes , sus amigos y com­pañeros y también el derecho a equivocarse y cometer injust ic ias . . .

Pocos norteamericanos ponen hoy en tela de juicio el que la segregación e s una injus­t icia social . Igualmente el combate de los negros se s i tua también principalmente en el plano social . Pero en este campo existe una gran diferencia entre el Sur de los Estados Unidos, donde el combate legal no ha terminado todavía, y el Norte, donde la segregación reviste aspectos más sut i les .

En e l Sur, la integración social pasa primeramente por la integración escolar,

ordenada hace nueve años por una célebre sentencia del Tribunal Supremo. Es lógico comen­zar por el principio ya que los adversarios del acceso de los negros a la igualdad toman co­mo pretexto, la mayoría de las veces , un nivel intelectual que juzgan insuficiente. Esta sen­tencia ha producido resul tados: en cierto número de distri tos ha sido aplicada sin demasiada mala voluntad. Sin embargo ha seguido siendo letra muerta en muchos lugares; además, en numerosos casos no ha supuesto más que una integración simbólica: la admisión de uno o dos negros en una escuela que cuenta con varios centenares de alumnos.

En contadas ocasiones una sentencia excitó tanto el ingenio de los jur i s tas ; un ingenio encaminado principalmente hacia los medios suscept ibles de vaciarla de su substancia. Cier­tos municipios llegaron has ta cerrar sus e scue la s para que ningún negro sol ic i tase el ingreso en e l l as . Otros se conformaron con transformar repentinamente sus escue las públicas en e s ­cuelas privadas y algunos otros promulgaron reglamentos dest inados abiertamente a desa­nimar a los negros. En ciertos c a s o s , l a s protestas de las familias segregacionis tas permi­tían a l a s autoridades declarar, pura y simplemente, que no es taban en condiciones, por ra­zones de seguridad, de aplicar la decisión de los jueces .

En el escalón universitario, al lado de numerosos centros que aceptaban lealmente

sociedad, economía y política

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¡a integración y se daban cuenta, a través de la experiencia, de que los temores experimen­tados carecían de fundamento, otros temían plegarse a la decisión del Tribunal, abriendo sus puertas a un puñado de negros. En Tejas, los propios estudiantes desaprobaban la opo­sición de las autoridades universitarias y se manifestaban, con éxito, en favor de la admi­sión de sus camaradas negros. Por el contrario, en Misisipí, el estudiante negro Meredith era motivo de los disturbios recordados por todos y, mantenido en la Universidad de Oxford bajo la protección federal, sufría el injusto boicot de los alumnos blancos.

Nueve años después de la sentencia del Tribunal, es evidente que no todos los centros escolares públicos del Sur están integrados, o apenas lo están. Sin embargo se han regis­trado progresos muy notables y se han derribado barreras en la región de los Estados Unidos en que eran más rígidas o donde materializaban la separación de los negros, mucho más aun que las salas reservadas o ios lugares públicos prohibidos. Cuando los niños blancos y ne­gros se sientan juntos en los mismos bancos en la escuela, se torna absurdo impedirles fre­cuentar los mismos jardines, las mismas cafeterías, los mismos cines: la escuela rige toda la evolución ulterior de las relaciones entre los individuos de las dos razas.

A este respecto, en el Norte la situación es singularmente diferente: escuelas y univer­sidades mixtas en su mayoría, con el correctivo, en la enseñanza primaria y en numerosas escuelas secundarias, de centros situados en los barrios negros y que reciben a causa de este hecho, casi exclusivamente a alumnos de color; ausencia de segregación en los transportes y lugares públicos; relaciones interraciales satisfactorias, salvo excepciones. Pero, al lado de estos elementos positivos, una serie de toques desagradables: una segrega­ción de hecho er. el campo de la vivienda, bajo el pretexto de que la lle­gada de los negros a un barrio hace que se derrumben los precios; una cierta hipocresía, denunciada por el Secretario de Justicia, Robert Ken­nedy, en el curso de una entrevista, en las relaciones entre las razas: conexiones inexistentes en ei escalón familiar o privado; dificultades ele empleo para los trabajadores negros menos cualificados. Aquí, las barreras espectaculares del Sur han dejado paso a barreras invisibles, la segregación abierta y oficial, a la segregación oculta, las oposiciones públicas, a las oposiciones individuales.

Sea en el Norte o en el Sur, la aspiración a la igualdad social que el negro intenta llevar a la práctica no puede estar separada de sus aspi­raciones económicas. El consumidor negro dispone, ciertamente, de un poder de compra interesante aunque se situé en un nivel inferior al del blanco: el mercado que representa hace vivir a numerosas empresas ne­gras y está muy lejos de" ser descuidado por los hombres de negocios blancos. Sin embargo, encuentra dificultades de empleo que no están siempre ligadas al valor de sus méritos; en el Sur, la mayoría de las ve­ces no puede esperar un empleo superior a un cierto nivel, en gran me­dida subalterno; en el Norte, la discriminación es siempre más matizada, pero rara vez inexistente. Por el contrario, la Administración federal abre en gran medida sus puertas; tiene, hoy en día, un porcentaje de gente de color ligeramente superior al de la población negra del país.

Es al campo económico al que el gobierno federal intenta hoy llevar, particularmente, su esfuerzo en favor de la integración. Cualquier práctica discriminatoria está ya formalmente prohibida a las empresas que, de una manera u otra, se benefician délos pedidos federales. El presidente Kennedy ha extendido recientemente esta prohibición a los empresarios que participan en los programas federales de vivienda. Puesto que el gobierno federal gasta, un año por otro, una parte considerable de la renta nacional, cabe deducir sin grandes riesgos de error que toda discriminación racial está legalmente suprimida en un buen número de em­pleos proporcionados por la economía norteamericana.

Los elementos económicos y sociales están, además, estrechamente entrelazados; en la medida en que el poder adquisitivo del negro mejora, la clientela que representa se torna

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cada vez más preciada, y las discriminaciones sociales tienden a ceder ante las ventajas económicas. Si los hombres de negocios blancos de Birmingham (Alabama) se pusieron de acuerdo con los dirigentes negros para abandonar la segregación en ciertos sectores en los que era particularmente insoportable —restaurantes, cafeterías, cines, etc.-- fue porque, por vez primera, su interés personal compensaba el temor a la reacción de los extremistas blan­cos y porque el boicot de la clientela negra equivalía a la ruina. Algunos meses antes, siem­pre en el Sur, se había podido ver a la compañía de autobuses de una pequeña localidad eli­minar la segregación de sus vehículos tras un boicot negro que la había llevado al borde de la quiebra. El equipo que rodea al presidente Kennedy está convencido de que este movi­miento se irá acentuando y que los responsables de las empresas norteamericanas se darán cuenta cada día más de que la segregación es un mal negocio.

En el plano político, la distinción entre el Norte y el Sur en lo relativo a los derechos de los negros, se expresa en términos muy simples: en el Norte, los negros gozan de la ple­nitud de sus derechos políticos; en el Sur, ciertos Estados y colectividades locales restrin­gen tales derechos hasta transformarlos algunas veces en una caricatura de los mismos. Co­mo elector, utilice o no sus derechos, el negro norteamericano representa una potencia que cuenta y que los dos partidos intentan asegurarse. Su suerte está asi ligada a consideracio­

nes políticas que tienden indudablemente, por su propia naturaleza, a acelerar la mejora deseada.

Sin embargo, deben hacerse dos observaciones. En primer término que el electorado negro no constituye, más que el electorado blanco, una ma­sa homogénea votando, en su caso, como un sólo hombre por tal o cual partido. Sus votos están con gran frecuencia determinados por criterios distintos a los problemas raciales: si los negros parecen seguir en su mayoría al partido demócrata, lo hacen esencialmente por razones econó­micas. En segundo lugar no hay que olvidar que los negros representan una fuerza política en gran medida minoritaria: menos del 10 por ciento de la población norteamericana. Si esta fuerza ha obtenido en el curso de los últimos años ventajas apreciables en el camino de la igualdad, no ha sido por medio de presiones que no hubieran podido ejercitarse, además, eficazmente más que de una manera violenta, sino por el con­sentimiento, activo o pasivo, del resto de la población.

Este consentimiento de la población de raza blanca es un elemento importante del problema. Si el racismo hubiese prevalecido entre los nor­teamericanos, la segregación se aplicaría todavía ahora en todo el te­rritorio, y la opinión pública habría reaccionado con vigor ante los in­cidentes de estos últimos años. Si la mayoría de la población blanca de los Estados Unidos hubiese seguido a la minoría sudista, más preo­cupada de mantener el sistema tradicional que de hacer triunfar la jus­ticia, la marcha de los negros hacia la igualdad no habría sido más que un lamentable arrastrar los pies.

La simpatía activa de grandes sec- j 0DÍIIÍÓH d e IOS b l d l K O S tores de la opinión norteamericana esta, por el contrario, en el origen del progreso logrado desde la guerra de Secesión. Después de todo, es preciso no olvidar que los norteamericanos se lanzaron a una de las guerras civiles más cruentas de la Historia para, entre otras cosas, liberar a algunos de entre ellos de la esclavitud. Han participado en la dirección de la poderosa Sociedad para el Progreso de las Gentes de Color (NAACP), a la que se debe una parte importante de las ventajas obtenidas. Han puesto a disposición de estas organizaciones los fondos indispensables, han prestado los apoyos políticos necesarios y han alimentado las campañas de opinión sin las cuales el consentimiento general antes mencionado hubiera seguido siendo puramente pasivo.

Esta población blanca favorable a la igualdad racial ha seguido, sin embargo, teniendo conciencia de los problemas particulares del Sur y esta conciencia explica, en cierto grado, su paciencia ante los incidentes como ante la lentitud de una integración decidida por la

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mayoría democrática del país. Sabe que el recuerdo de la Guerra de Secesión sigue to­davía latente en ese "Deep South" del Mi­sisipí, de Georgia, de Louisiana, de las Ca­rolinas y de otros Estados más, Allí, en las familias instaladas desde hace varías ge­neraciones, una referencia a la guerra en el curso de una conversación se aplica in­defectiblemente a la Guerra de Secesión. Igualmente vivo está el recuerdo del Perío­do de la Reconstrucción, con sus negros triunfantes al servicio de los "ocupantes" yanquis y su cortejo de miserias y humilla­ciones. Tradiciones, datos económicos, con­diciones de vida, hábitos de pensamiento, temores irrazonados, han modelado entre los sudistas una imagen del negro que ape­nas sí se ha modificado con el transcurso de ios años, incluso entre las gentes sen­sibles, cultivadas y de buena fe, pero ca­paces de las reacciones más imprevistas ante un problema que, repentinamente, hace saltar las viejas estructuras.

Una entrevista con el gobernador Bar-nett, de Misisipí, publicada no hace mucho por la revista "U.S. News and World Report" da una idea sorprendente de esta manera de pensar. El gobernador explica, por ejemplo, que las escuelas reservadas a los negros cuestan más caras a ios contribuyentes que las reservadas a los blancos, que su nivel intelectual mejora de año en año y que la separación de razas es favorable para la enseñanza, tanto para ios negros como para los blancos y que, siendo la raza negra in­ferior a la raza blanca, los matrimonios in­terraciales, prohibidos en el Estado, dis­minuirían las calidades de esta última. Se­ñala de pasada que sólo 30.000 negros tie­nen el derecho de sufragio en Misisipí --so­bre un censo electoral de casi 1.200.000 personas- pues "nosotros no creemos en un sistema de gobierno de los ignorantes, por los ignorantes y para ios ignorantes". El gobernador Barnett estima que i a dese­gregación es un peligro público, que las rei­vindicaciones délos negros se deben a "agi­tadores extranjeros", y proclama que los sudístas intentan resolver sus propios pro­blemas en paz.

La opinión del gobernador Barnett no es sin embargo la de todos los blancos del Sur. Los incidentes de Birmingham mostraron que los "l iberales" no sólo ganaban terreno,

sino que conseguían hacerse oir pese a los esfuerzos de municipios frecuentemente ex­tremistas. Ralph McGill, uno de los perio­distas más respetados de los Estados Uni­dos, redactor jefe de un diario de Atlanta, en el corazón del "Deep South", (el corazón del Sur) escribía al día siguiente de estos acontecimientos a "sus amigos de África y de Asia": "Lo que ocurre en Alabama es el símbolo de una última resistencia deses­perada... Ni este Estado, ni ninguno otro, dominará a los Estados Unidos de América".

El impacto de una coyuntura internacio­nal particular no puede ser extraño a esta evolución de la opinión sudista. Al lado de un gobernador Barnett que, en la entrevista ya citada, declara sin ambages que la opi­nión de los demás no le interesa, un número cada vez mayor de norteamericanos se in­terrogan acerca de los efectos internacio­nales de una segregación racial incompati­ble con la imagen de la libertad que de ellos mismos intentan ofrecer al mundo. El Secre­tario de Estado, Dean Rusk, declaraba re­cientemente en Washington: "Este país se encuentra hoy en día frente a uno de los pro­blemas más graves de su historia, y este problema afecta gravemente la dirección de nuestra política exterior. El mundo libre está empeñado en una competición de ca­pital importancia. Participamos en esa ca­rrera en la situación de un corredor que tie­ne una pierna escayolada. Los pueblos di­rigen sus miradas hacia nosotros, pero nues­tra voz está muda, nuestros amigos se sien­ten violentos y nuestros enemigos se rego­cijan porque no hemos sabido resolver nues­tros problemas..."

Más directamente, el presidente Kennedy explicaba algunos días después: "Hoy es­tamos empeñados en una batalla mundial cu­yo objetivo es proteger los derechos de to­dos los que quieren ser libres. Cuando los norteamericanos son enviados a Berlín, no hay cartel alguno de "Sólo blancos".

De una manera mucho más sencilla, mu­chos norteamericanos se sienten preocupa­dos por las tribulaciones de un delegado africano enfrentado con la segregación en el curso de un viaje a los Estados Unidos, por los incidentes que de ello resultan, por la opinión poco favorable formulada en los medios de las Naciones Unidas generalmen­te envueltas en el asunto. Estas consecuen-

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cias internacionales de un problema de orden interno proporcionan evidentemente a los "l iberales" buenos argumentos, argumentos de peso. Juegan su papel en la aceleración de la desegregación y contribuyen a dar al pueblo norteamericano en general la impre-ción de que "se debe hacer algo" para sa­lir lo más rápidamente posible de una situa­ción lamentable.

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Por supuesto que ios negros piensan también que " se debe hacer algo" y lo más rá­pidamente posible. Piensan igualmente que se debe hacer todo lo posible para liquidar las secuelas de un pasado fenecido. Y lo piensan, si se osa decirlo, en voz alta, después de haberío susurrado durante decenas de años. 1(1 n n i n í ñ n ría Irte ^ a s m a n i f e s t a c i o n e s ^e Birmingham y de

otros lugares han revelado sin embargo una modificación importante en el estado de espíritu y en las concepciones tácticas de los diri­gentes negros y de sus seguidores. Hasta ahora, la NAACP combatía esencialmente en el plano jurídico y legal sin descuidar, no obstante, un importante esfuerzo propagandístico, dirigido tanto a los blancos como a los negros. Sostenía con sus consejos y sus fondos a los individuos cuyos casos eran considerados suficientemente representativos e importantes como para merecer una actuación judicial a fondo. Ponía a sus abogados al servicio de las organizaciones públicas o privadas deseosas de promover reformas legislativas o estatuta­rias. Realizaba una acción "a fondo", multiplicando las consignas de no-violencia y mos­trando repugnancia por las manifestaciones públicas que, según pensaban sus dirigentes, provocarían reacciones suceptibles de poner en peligro los objetivos perseguidos.

Es preciso reconocer al mismo tiempo que muchos negros no se interesaban por el comba­te que se libraba en su favor. La indiferencia, el temor a las represalias, los imperativos económicos preferentes, la aceptación resignada del estado de cosas existente,eran algunas de las razones de ese desinterés, razones múltiples y con frecuencia legítimas.

No obstante, ciertas organizaciones extremistas reclutaban partidarios. Predicando el ra­cismo negro, el odio a los blancos, la violencia bajo todas sus formas, los "musulmanes negros", por ejemplo, encontraban —y encuentran todavía— cierto auditorio entre el proleta­riado negro menos afortunado. Sin embargo, la masa se guardaba de seguirlos y constituía un potencial de revuelta oscilante entre el reconocimiento de los progresos ya logrados, la impaciencia y el temor no formulados de revueltas de las cuales nadie podría predecir con certeza si serían favorables o desfavorables.

Hoy todo ha cambiado. Evidentemente, la impaciencia domina, la masa de los negros se sacude la segregación que- rechaza como el símbolo gastado de un estado de servidumbre superado. Cada paso hacia adelante duplica la prisa de ver proseguir la evolución. La agre­sividad se sigue de ello: las grandes manifestaciones pacíficas organizadas por los dirigen-

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tes negros evolucionan la mayoría de las veces sobre el filo de un cuchillo; en cada instan­te corren el riesgo de desembocar en la violencia. El temor a la prisión, a la policía, a los extremistas blancos, se desdibuja ante las perspectivas cada vez más precisas de éxito. Espoleados por el logro de la independencia de la mayor parte de las naciones africanas, el orgullo del color sucede a la humildad, con sus excesos inevitables e incluso, en algunos casos, con un cierto racismo a la inversa.

Al mismo tiempo, los dirigentes negros han modificado su táctica. Cada vez consideran más que la batalla legal está superada: es a la calle a donde hay que llevar el combate. La acción individual, en vanguardia, tuvo su tiempo; ahora debe sucedería la acción colec­tiva. La paciencia parecía en tiempos el plan mejor; ahora lo que hay que pedir son mani­festaciones generales e inmediatas. Las reacciones de la opinión blanca han sido cuidado­samente pesadas, previstas y catalogadas; se las considera como epifenómenos sin influen­cia real sobre el resultado final. Ha llegado el momento de efectuar esa "penetración" es­perada desde hace generaciones; es inútil esperar más tiempo la buena voluntad de los blancos; es preciso forzar su voluntad pura y simplemente.

Esta profunda transformación de las f | J eXtrem¡SlllOS reivindicaciones negras, o, mejor dicho, de su expresión y manifestación, está en la raíz del sentimiento de urgencia que anima a los dirigentes norteamericanos. El gobierno federal intenta ayudar a los negros a llevar a cabo su revolución, pero es el guardián del orden público y está decidido a que esta revolución se efectúe en calma y sin violencias. Esta actitud no es nueva; antes del presidente Kennedy, el general Eisenhower había prestado su apoyo en diversas ocasiones a la cruzada de los negros por los derechos civiles. Pero hoy un sencillo apoyo se ha tornado en algo insufi­ciente: el poder central quiere ponerse en cabeza del movimiento para continuar controlán­dolo.

La postura del Presidente de los Estados Unidos a este respecto no es especialmente cómoda. Nadie ignora que el partido demócrata comprende un ala sudista cuya influencia es tanto más grande cuanto que, por el juego de las reglas de la antigüedad, ocupa la mayoría de los puestos clave del Congreso. Este ala representa un sector de opinión en gran medida segregacionista. Si el Presidente saliente perdiese esos votos en la fecha de las próximas elecciones, su posible reelección podría quedar seriamente comprometida. Mientras tanto,

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si tales representantes y senadores sudistas le abandonan en el Congreso, todo su pro­grama legislativo se encuentra amenazado.

Pase lo que pase, Kennedy ha decidido, y no ha hecho misterio alguno de su deci­sión: la abolición de las discriminaciones raciales se ha convertido en uno de los prin­cipales objetivos de su presidencia. Su her­mano Robert, Secretario de Justicia, insistía recientemente sobre el motivo esencial que inspira la decisión presidencial: se tratade simple justicia. Es injusto que los negros no disfruten de iguales posibilidades de acceso social; es injusto que, en algunos casos, se les mantenga en un estado de inferioridad. El deber del pueblo norteamericano y de sus dirigentes está claramente trazado, sean las que fueren las consecuencias: es preciso remediar esta injusticia.

La forma en que se desarrollaron los acontecimientos en Birmingham puede ser considerada como uno de los medios más sa­tisfactorios para llegar a los resultados de­seados. Se recordará, en efecto, que las ma­nifestaciones pacíficas de los, negros de­bían acabar después de la conclusión de un acuerdo entre los dirigentes negros y perso-

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nalidades blancas sobre la desegregación progresiva de los restaurantes, cafeterías y otros lugares semi-públicos. Este acuer­do había sido precedido de una auténtica campaña telefónica llevada a cabo desde Washington: varios miembros del gobierno --entre ellos el Secretario de Hacienda, Douglas Dillon y el Secretario de Defensa, Robert McNamara— habían apelado a las personalidades de la localidad para poner­las en guardia contra el peligro de las ma­nifestaciones negras, para insistir sobre el carácter equitativo de las reivindicacio­nes avanzadas y para dar a conocer la in­tención del gobierno de ayudar a satisfa­cerlas. Blancos y negros habían aceptado reunirse y discutir, lo que era ya un gran paso hacia adelante. Una comprensión mu­tua había abierto el camino a las perspec­tivas de entendimiento.

Sin embargo, los negociadores de las dos partes habían chocado con resistencias parecidas por parte de los elementos más extremistas de las dos comunidades: su acuerdo tuvo que ser considerado nueva­mente cuando algunas bombas fueron lan­zadas sobre casas ocupadas por negros,

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suscitando asi violentas reacciones y vol­viendo a poner en marcha durante un mo­mento las manifestaciones. Este peligro ha sido eliminado de Birmingham gracias a la cordura de unos y de otros. Puede ma­nifestarse en otros lugares y provocar los más graves desórdenes, por un bien cono­cido fenómeno de reacción en cadena.

Por ello es por lo que el gobierno fe­deral considera que es preciso apresurar­se en la actualidad. Nuevas vacilaciones favorecerían a los extremistas de las dos comunidades sobre los cuales la clásica política de lo peor ejerce un peligroso atrac­tivo. Desea que en todos los lugares en que subsiste la segregación racial, blancos y negros se reúnan para discutir sus pro­blemas y encontrar las soluciones particu­lares que, a veces, se imponen. Ayudará a tales contactos en la máxima medida, prestará su apoyo y su protección, ejerce-cerá las presiones necesarias y se esfor­zará en obtener la Legislación apropiada.

El 10 de junio último, dirigiéndose a los alcaldes norteamericanos reunidos en Honolulú, el presidente Kennedy proponía un plan susceptible de resolver la cuestión negra al nivel municipal, pues "la justi­cia no puede esperar a que el Congreso o los tribunales actuen". Este plan propone, sobre todo, la creación en cada ciudad de una comisión birracial cuyo cometido será estudiar los problemas susceptibles de crear tensiones entre blancos y negros y propo­ner soluciones antes de que se manifies­te una crisis, y el examen, por parte de los poderes locales, de las leyes y reglamen­tos existentes a fin de garantizar que no son anticonstitucionales (todo decreto, ley o reglamento que sancione la segregación racial, es ilegal y debe ser abolido).

"La semana próxima" —declaraba el Presidente el mismo día en que, en la Uni­versidad de Tuscaloosa, el gobernador de Alabama se oponía en vano al ingreso de dos estudiantes negros— "voy a pedir al Congreso que adquiera el compromiso de establecer que la discriminación racial no tiene lugar alguno ni en la vida ni en la Ley de los Estados Unidos... El poder ju­dicial ha hecho suyo ese compromiso en una serie de casos particulares. El poder ejecutivo ha obrado igualmente siguiendo

ese principio, especialmente en lo que con­cierne al reclutamiento de funcionarios y a la concesión de las viviendas que finan­cia. Pero sou necesarias otras medidas que sólo el Congreso puede adoptar, y que de­ben ser decretadas en el curso de esta se­sión. Vivimos en el marco de una regla con­suetudinaria que garantiza a cada uno la rectificación de las injusticias que sufre, pero en demasiadas comunidades y en de­masiados lugares del país, los ciudadanos negros son objeto de humillaciones para las cuales la ley no prevé remedio algu­no. Si el Congreso no actúa, el único me­dio de acción que les queda es la manifes­tación callejera.

"Voy a pedir al Congreso que adopte una legislación que dé a todos los nortea­mericanos el derecho a ser servidos en los establecimientos abiertos al público (ho­teles, restaurantes, teatros, almacenes, etc.). Se trata de un derecho elemental cuya denegación es un acto arbitrario e indig­no que, en 1963, ningún norteamericano de­bería tener que sufrir... Igualmente voy a pedir al Congreso que autorice al gobier­no federal a tomar parte de manera más con­creta en los problemas relativos a la eli­minación de la segregación en los centros de enseñanza públicos. Hemos logrado per­suadir a muchos de ellos a que practiquen la integración voluntariamente, pero estos progresos se efectúan lentamente..."

Paralelamente a este programa concre­to, un gran esfuerzo educativo debe ace­lerar la evolución de los espíritus.

El pasado reciente ha mostrado que las situaciones que se consideraban imposi­bles en un momento determinado se con­vertían, algunos años o incluso algunos meses después, en evidencias admitidas y apenas notadas.

Hoy los negros norteamericanos tienen conciencia de disfrutar de una situación que sus padres a duras penas hubieran po­dido imaginar. Pero si piensan que su mar­cha hacia la igualdad es a la vez demasia­do limitada y lenta, el propio hecho de que tenga lugar los incita a esperar su próxima consecución. Las últimas resistencias que encuentran están irremisiblemente llamadas a sucumbir ante su propia presión y la de la opinión pública.

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por Ramón Torres Martín

San Serapio. Zurbarán. The Wadsworth Atheneum. Fotografío cedido por ol Wodsworth AlKooeum.

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SPAÑOLA EN LOS

E n 1962 fui invitado a visitar los Es ­tados Unidos, lo que me permitió ver sus museos más importantes y

poder estudiar de cerca las magníficas obras de arte español conservadas en los mismos. Mi interés se centraba en Francisco de Zur-barán, ya que es taba próxima a publicarse una biografía de e s t e art ista de la cual yo era autor. (1)

En es t e viaje pude notar que el interés por nuestro arte era muy grande. Aun en los más apartados rincones de aquel inmenso territorio había pruebas de ello. Se mani­festaban especialmente en la presencia de pinturas, muchas veces tablas primitivas, en los más minúsculos museos.

De los museos que he visitado, los más importantes son la Galería Nacional de Arte de Washington, el Metropolitano de Nueva York, el instituto de Arte de Chicago y el Museo de Bel las Artes de Boston. No hay que olvidar, desde luego, la encantadora pi­nacoteca dedicada especialmente al arte e s ­pañol que se llama la Hispànic Society of America, situada al norte de la i s l a de Manhattan.

Los pintores que advertí que más intere­san actualmente al público norteamericano son, el Greco, Velázquez y Zurbarán, des ­contando por supuesto a Goya y a los art is­tas contemporáneos, entre los que destacan P i ca s so y Dalí. E s curioso el interés des­pertado por el catalán Tapies , de quien vi una exposición en el Museo Guggenheim.

Entre los maestros c lás icos , Zurbarán despierta el máximo interés, debido, en par­te, a los l ibros que sobre él s e han publica­do recientemente. Este interés lo vería tam­bién confirmado en conversaciones con ar­t i s t a s del barrio bohemio de Nueva York, Greenwich Village. Para los pintores figu­rativos, la obra de Zurbarán es junto al Gre­co, la que más les interesa.

La admiración que hoy se s iente en Nor­teamérica por el arte español e s fruto tam-

E S T A D O S UNIDOS

bien de la semilla que sembraran i lustres hombres de aquel país , como Chandler Rath-fon Post , Berenson, Hutchinson, Wethey y otros. Es tos han sabido, con su amor hacia todo lo español, presentar nuestras grandes figuras s i tuadas en paisajes auténticos. Y as í vemos cómo muchas veces gracias a sus es tudios , nuestros ar t is tas desde Ferrer Bassa y- los hermanos Serra, has ta Jaime Huguet y Bartolomé Bermejo, y los Veláz­quez, Murillo, Ribera, Zurbarán, Valdés, Leal , El Greco, Goya, e tc . , ocupan su ver­dadero lugar dentro de la gran familia del arte español.

En la creación y desarrollo de aquellos grandes museos que habían de albergar tan­tas obras admirables, hay que destacar la generosidad y desprendimiento de mecenas como Andrew W. Mellon, que de su pequeña colección privada, pasó a formar el museo de la capital de la Nación. De Samuel H. Kress, con sus cuant iosas donaciones pic­tór icas . Peter A. Widener y sus grandes co­lecciones de Filadèlfia. Otros coleccionis­tas como Mrs. Jack Gardner de Boston y Henry C. Frick en Nueva York. Y tantos otros nombres de los que podemos mencio­nar a Chester Dale, Henry G. Marquand, J . Pierpont Morgan, Benjamín Altman. H. O. Havenmeyer, John D. Rockefeller Jr. , María Antoinette Evans, Paul J . Sachs, Grencille L. Winthrop, Martin Ryerson, Potter Palmer, Charles L. Freer, Edward D. Libbey, etc . Todos el los , generosos coleccionis tas y amantes de las artes, que han añadido al placer personal de comprar como magnates, el hacer patriotismo donando sus obras en pro del pa ís .

El primer museo que visi té fue la Ga­lería Nacional de Arte de Washington. Es és te , un espléndido regalo que en 1937 hizo Andrew W. Mellon, que fue secretario del Tesoro y Embajador en Inglaterra. Para su construcción entregó más de 15 millones de dólares, donando también su extraordina-

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ria pinacoteca. Pertenece hoy es ta colec­ción a la Institución Smithsoniana, que agru­pa numerosos otros edificios dedicados a estudiar todos los aspectos de la vida y del saber humanos.

De l a s dos plantas en que se divide e s ­ta pinacoteca, la pintura española e s t á si­tuada en unos sa lones del piso principal. En primer lugar e s t á El Greco, representado por var ias obras, colocadas por cierto, jun­to a los pintores venecianos, destacando el "San Martín y el Pobre" , obra extraor­dinaria que el art ista haría para la Capilla de San José en Toledo, según el contrato original fechado en 1597. Situado junto a l as pinturas de Tintoretto, e s t e cuadro do­mina por la fuerza poderosa de su colorido. Su relación con aquel maestro puede seguir­se fácilmente al estudiar la pintura que re­presenta a "Cr i s to en el Mar de Ga l i l ea" pintado alrededor de 1562, donde Tintoretto se anticipó al est i lo del Cretense. En la obra de Tintoretto los colores chocan vio­lentamente, superpuestos más que fusiona­dos, como en un mosaico de bril lantes co­lores. Otra obra de El Greco e s " L a Vir­gen con Santa Inés y Santa T e c l a " , que for­mó pareja del cuadro antes mencionado. Aquí el color t iene la dulzura t ípica de l a s Ma-donas de es te art ista con el Niño recosta­do "en su regazo. En otra sala no muy ale­jada de aquella, dedicada a la soberbia co­

lección de obras de Rembrandt, se encuen­tran representados los pintores del Siglo de Oro. Destaca el boceto del Papa Inocen­cio X, comprado en 1937. También allí es tá la "Mujer Cos iendo" y el "Retra to de Hom­b r e " , obras muy conocidas de Velázquez. Más allá, un cuadro de tema no religioso de Murillo, " L a Joven y su Dueña", tradi-cionalmente conocido como " L a s Ga l l egas" , denominación que les habían puesto a l a s modelos representadas en la pintura. De Murillo asimismo es " L a Vuelta del Hijo Pródigo" , comprado no hace muchos años en una subas ta londinense. En el centro de la sa la , presidiéndola, "San Eustaquio con Dos Monjas" de Zurbarán. El juego de masas c laras y negras dan una extraordinaria p las ­ticidad a e s t a pintura llena de decorativis-mo. Próximo a es te lienzo, y del mismo ar­t is ta, se exhibe una "Santa L u c í a " de ca­lidad mucho más torpe, que Soria consi­dera como la primera obra hecha por el ar­t is ta , y que debe ser fechada en una épo­ca muy temprana. Examinada de cerca ofrece c ier tas debil idades en su ejecución y di­bujo que nos traen el recuerdo del taller del pintor.

El Museo Metropolitano de Nueva York e s uno de los más ricos del mundo con sus cincuenta y dos galerías de exposiciones y sus completísimas sa las dedicadas a l as artes decorativas y a la arqueología. Su co-

Bodegón. i Sánchez Cotón. " Art Institute, I Chicago, 1 donado por | Mr. y Mrs. i LeightB.BIock

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Peras y Flores, Zurbarán. Arr Institute, Chicago,

lección, que se calcula en unos dos mil cua­dros de arte europeo, está situada no sólo dentro de los locales de su edificio en la Quinta Avenida, si no también en un Monas­terio llamado "The Cloisters" (Los Claus­tros), que fue traído al Nuevo Mundo desde una ciudad francesa. Entre aquellos vene­rables muros de piedra, el público puede ver los más preciados tesoros medievales que se conservan en América. Hermosas pinturas y tallas bizantinas, románicas y góticas, junto a ricos tapices. En el Me­tropolitano la pintura española del XVII se distribuye en algunas salas, más bien de paso. A un lado de la puerta está el paisaje que El Greco pintara de Toledo, con sus tormentosos colores. Más allá mira inqui­sitivamente Don Fernando Niño de Guevara, que el genial Cretense pintó en 1601, poco antes de que el modelo abandonara Toledo para marchar a Sevilla. Enfrente se yergue desafiando toda concepción clásica, la "Vi­sión de San Juan en el Apocalipsis", llena de movimiento y de misterio, obra sin aca­bar donde se aprecia la moderna calidad de su pincelada. Muy cerca tenemos una de las obras más conocidas de José Ribera, "La Sagrada Familia con Santa Catalina", fechada en 1648. Este pintor valenciano alcanza aquí las últimas etapas de su es­tilo, lleno de digna y noble humanidad. Im­

presionante por su fuerza de luz, es "Cristc en Casa de Emaús", donde el joven Veláz-quez muestra toda su fuerza y juventud en el deseo de captar la auténtica luz. Pintada en la época sevillana del artista, es una de sus piezas más preciadas por la extraor­dinaria valoración de los colores. Culmi­nación de los estudios que el pintor hiciera en sus años mozos copiando escultórica­mente la calidad de los tejidos y las formas. Contrastes de luces y sombras, donde se da énfasis a la expresión de los rostros sor­prendidos en el momento de su acción. Aquí el tenebrismo caravaggiesco alcanza su cúspide. Al lado de este cuadro está una pintura distinta del mismo autor, el "Re­trato del Conde-Duque de Olivares" montado en un caballo blanco. Al fondo se desarro­lla la batalla de Fuenterrabía. Esta obra es parecida a la conservada en el Prado, con la variante del caballo. De Zurbarán hay dos lienzos, "La Batalla de los Moris­cos" y el encantador cuadro de "La Virgen Niña Cosiendo", tantas veces reproducido.

Tenía para mi un interés especial el es­tudiar de cerca la obra conservada en este museo que representa el "Arcángel San Mi­guel" y que Martín S. Soria había catalo­gado como de Zurbarán. Según me indicó el Sr. Claus Virch, conservador del museo, este cuadro se encontraba en los almace-

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nes, pues había sido retirado por haber du­das sobre su atribución. Efectivamente, se trata de una obra sevillana de mediados del siglo XVII, opinión que ha sostenido muy acertadamente Don Diego Angulo Iñiguez. Ni el color ni el dibujo alcanzan la fuerza del maestro.

Siguiendo mi ruta artística marché a Bos­ton, donde nuestra pintura está represen­tada en sus dos museos más conocidos, en el de Bellas Artes y en el Isabella Stewart Gardner. En el primero de ellos saludé a Mr. Thomas N. Maytham, quien afablemente me facilitó cuantos datos necesité. Este museo está considerado como el segundo en importancia de los Estados Unidos, y el más antiguo de todos. Entre sus colec­ciones, la de arte asiático es, sin duda, la más completa que existe en el mundo oc­cidental. Verdaderamente impresionante son sus piezas arqueológicas, especialmente las egipcias. La pintura española se mues­tra en una pequeña sala que preside el re­trato de Fray Félix Paravicino, una de las más bellas obras de El Greco, en la que la fuerza y la suavidad de sus forma s asom­bran por su efecto con calidad de llama as­cendente. El pincel juega con una rapidez tal, que parece que en su impresionismo convierte en eterno la fugaz visión del mo­mento. Velázquez ofrece el retrato de Gón -gora, que por fin vino a aclarar algo el pro­blema de las réplicas del museo Lázaro Gal-deano y del Prado de Madrid. La calidad de esta cabeza, con su color jugoso, la lí­nea incisiva, su depurado estudio anató­mico, muestran todavía la permanencia del manierismo del siglo anterior. Esta obra, una de las mejores de su época sevillana, contrasta con aquella otra, conservada en este mismo museo, y que representa a "Don Baltasar Carlos y su enano" pintado ya con la jugosa calidad plateada, posterior a su regreso de Italia. Cerca de la puerta de en­trada a la sala, vemos a un Zurbarán suma­mente curioso, el miniaturista. Dos peque­ñas obras representan a "San Pedro Tomás" y a "San Cirilo de Constantinopla", de cuer­po entero en un tamaño menor al metro de altura, ün sentido profundamente colorista muestra al pintor como un digno seguidor

de los artistas de tablas del siglo XV. De gótica calidad es el sentimiento con que está pintada la cinta verde que sostiene el sombrero del San Pedro Tomás. Poco des­pués vería en el museo de la ciudad de San Luis, otra pintura representando a San Fran­cisco que junto con un San Blas que per­teneció al Rey de Rumania formaron parte de un mismo conjunto. En esta sala, toda ella dedicada al arte español, se exhibe también un monumental "San Francisco en Oración" que Zurbarán representó de pie en una hornacina. Tuve la suerte de ver la correspondencia mantenida antes de la ad­quisición de esta obra, conservada por en­tonces en Londres. Entre numerosos docu­mentos de críticos e investigadores, recuer­do una carta manuscrita de la ilustre inves­tigadora Doña María Luisa Caturla.

No muy alejado de este museo, se en­cuentra el Isabella Stewart Gardner. Se alo­ja en una mansión de estilo veneciano con un hermoso patio inspirado en el palacio Bardini. Este singular edificio alberga una colección completa de primitivos italianos, gracias al asesoramiento que el gran ex­perto en arte italiano Bernard Berenson fa­cilitó a Mrs. Gardner. Como dato curioso diré que el día que visité este museo, se celebraba un concierto dedicado a Chopin. Esto de usar los salones de las pinacote­cas para conciertos, es cosa corriente en Norteamérica. Este interés musical lleva incluso a algunas instituciones a poseer sus propias orquestas, cual sucede con la Galería Nacional de Washington.

El artista mejor representado de nues­tra pintura, aparte de la elegante "Santa Engracia" de Bartolomé Bermejo, pieza cum­bre de nuestra época medieval, es Francisco de Zurbarán. Allí está el tardío retrato de un Doctor de la Universidad de Salamanca, quien con su muceta roja, desde uno de los ángulos de la noble estancia, observa con penetrante mirada el transcurrir del tiempo. Debo mostrar mi agradecimiento al direc­tor del museo, Profesor George L. Stout, y muy especialmente a la Srta. Sylvia Eric-son, que tan gentilmente me atendieron du­rante mi visita. En una pequeña sala de la planta baja, cerca de la puerta de salida,

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se conserva otra pintura de Zurbarán, que reproduce a la "Virgen de la Merced con el N iño" de la antigua colección de la Du­quesa de Montpensier, as í como la réplica del Museo Lázaro Galdeano de Madrid. Esta obra de Boston que Soria catalogó en su libro, más bien como copia, es tudiada de cerca, a pesar de cier tas restauraciones, puede afirmarse que e s obra del maestro. El estudio que hice no pudo ser muy com­pleto debido a dificultades de luz, no obs­tante lo cual, no he dudado en incluirlo en mi libro como obra original del maestro.

El insti tuto de Arte de Chicago e s un ejemplo de la actividad social que desa­rrollan las pinacotecas americanas, con sus c l a se s de arte, sus conferencias diarias y sus exposiciones. El Instituto de Arte con­serva de nuestra pintura un "San Juan Bau­t i s t a " de Velázquez, en su primera época. Junto a él des taca con la fuerza de su co­lorido tenebrista un magnífico bodegón de Juan Sánchez Cotán, el pintor monje que tanta importancia tiene en la difusión del tenebrismo en España. Dominando las dos es tanc ias dedicadas a la pintura española, se exhiben dos obras de Zurbarán. En una es tá el monumental "San Román" que mues­tra en su mano la lengua que le fue cortada, obra de época avanzada que se relaciona con el San Lorenzo del museo del Ermitage (Rusia). La otra pintura e s el famoso cua­dro llamado "Cr is to de San Pab lo" , de gran interés para mí, pues fue descubierto en Suiza por D. Jo sé Milicua en 1953. De ella no conocía más que reproducciones fotográ­ficas que presentaban una creación llena de humanidad y verismo. Su potente c laros­curo era tal, que según los autores anti­guos, los que la veían por vez primera en la media luz de la capilla, creían que se trataba más de una escultura que de una pin­tura. Visto de cerca el cuadro, -y si he de ser sincero, debo decir que me desi lus io­nó un poco, debido al pobre estado de con­servación en que se halla. Es ta impresión hube de comunicársela al Sr. Frederick A. Sweet, conservador del museo, quien me manifestó el deseo que había de volver a restaurarlo. Días después pude comprobar con gran satisfacción, cómo se procedía a

su limpieza. También en es te museo se con­serva otra obra que ofrece desde hace al­gún tiempo una interrogante en la pintura de Zurbarán: un bodegón representando flo­res y frutas, de quien me había hablado mu­cho mi amigo el profesor don Manuel López Gil, de Cádiz. Esta pintura fue expuesta en el Prado en 1903, y reproducida en el catá­logo de Viniegra. Martín S, Soria, después de presentarla en su libro como obra de Zurba­rán se inclinó en posterior artículo a consi­derarla como obra más bien de Pedro de Camprobín, un pintor de bodegones que tra­bajó mucho en Sevilla en la segunda mitad del siglo XVII. Ofrece desde luego es t a pin­tura un acabado a veces demasiado pulcro y brillante para Zurbarán. No obstante, des­pués de un estudio detallado de la misma, creo debe ser adjudicada al pintor extremeño.

Del museo de Filadèlfia, muy rico en obras de arte europeo, conservo el recuerdo imborrable de la extraordinaria "Anuncia­c i ó n " de Zurbarán, firmada en un papel s i ­mulado en el ángulo bajo del cuadro, fecha­do en 1661.

En Hartford, Connecticut, el Wadsworth Atheneum se aloja en edificio de sabor góti­co, en cuya sala principal, según se sube la escalera , destaca una pintura de Juan de Valdés Leal representando una "Naturaleza Muerta", fechada en 1660. A su lado "San Serapio" de Zurbarán, se retuerce en los e s ­pasmos agónicos de su martirio. Al otro lado de la habitación, entre dos hermosos Melén-dez, es tá un Santo colgado y asaeteado, obra minúscula del pintor extremeño, que forma serie con los que en número de 38 fueron pintados para el claustro bajo de la Merced Descalza, hoy Museo de Bel las Artes de Se­villa. A es te cuadro le han añadido trozos de lienzo por los lados, por lo que su tamaño e s mayor.

He visi tado numerosos otros museos más pequeños. Sorprende que en algunos de e s ­tos pequeños museos, a veces cas i descono­cidos para el europeo, la pintura española del Gran Siglo se muestre bien representada. Esto lo tenemos con el museo de Raleigh en Carolina del Norte. Su historia no tiene pre­cedentes en los anales del coleccionismo público norteamericano. En 1947 la legisla-

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tura de este Estado dedicó un millón de dó­lares a la compra de obras de arte, con la intención de construir un museo posterior­mente. Nunca había sucedido este hecho de que las obras de arte se compraran antes de que hubiese un local donde alojarlas. El edificio vino después, cuando ya se habían comprado más de doscientos cuadros. Acom­pañado por su director, el Dr. Bier, pude ver primorosas obras primitivas españolas. En esta pinacoteca se muestran numerosos bo­degones, de los cuales, dos están atribuidos a Zurbarán, aunque como ya le indiqué al Dr. Bier, más bien debían ser considerados como de discípulos continuadores del maes­tro. Una de las mejores piezas, es una "Na­turaleza Muerta" de Pedro de Camprobín. Un gran cuadro representa un pasaje de la vida del Papa Gregorio IX, y aunque está atribui­do a Murillo, debe ser considerado más bien como obra de escuela sevillana.

En el Museo de la Legión de Honor, en San Francisco de California, vi una exposi­

ción de arte antiguo, donde destacaba un cu­rioso cuadro de Zurbarán que representaba un fraile mirando la calavera, perteneciente al museo de Santa Bárbara. Esta obra intro­duce una serie nueva en la producción del artista. (2)

Extraordinario por sus esfuerzos es el Museo de la ciudad de Toledo (Ohío), el cual ha adquirido entre otras obras excelentes la "Oración en el Huerto de los Olivos" de El Greco, uno de sus cuadros más bellos. De Zurbarán se conserva el "Descanso en la Huida a Egipto", que trae el recuerdo del taller y muestra la estrecha colaboración en­tre el maestro y los discípulos. También de Zurbarán es una de las últimas adquisicio­nes del Museo de la ciudad de Cleveland, en el mismo Estado, y que representa la "Sagra­da Familia". Como ejemplo también de esta actividad de compra, puedo citar el John and Mable Ringling Museum of Art de Sarasota, donde una de sus obras maestras es "El Cristo en la Cruz" de El Greco. Otras pin-

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turas compradas por este museo se deben a los pinceles de artistas de la escuela de Madrid, como Carreño de Miranda y el discí­pulo de Velázquez, Juan de Pareja, de quien se conserva aquí una de sus tres únicas obras firmadas. Murillo no falta tampoco, con una Inmaculada Concepción que sigue su estilo tradicional. Destaca por último una bella obra de José Ribera, "Virgen con el Niño". (3) De los bodegones y naturale­zas muertas, estos museos americanos tie­nen buenos ejemplares y debe citarse espe­cialmente el de Sarasota con una de las obras más preciadas "Naturaleza Muerta con Bandejas" de Van der Hamen.

Nueva York está llena de pequeños mu­seos y de colecciones donde el arte español destaca. Muy importante por ejemplo es la colección Frick, situada en la Quinta Ave­nida, no lejos de la curiosa estructura del museo Guggenheim, una de las últimas rea­lizaciones del soñador Wright. En esta pina­coteca destaca el retrato que Velázquez hi-

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ciera de Felipe IV, llamado de Fraga. Indis­pensable también es la visita a la casa Wildenstein, donde esta ilustre familia de anticuarios tienen siempre obras extraordi­narias que presentar de arte español. Des­graciadamente una obra que quise ver, aca­baba de ser vendida al museo de una Uni­versidad tejana, según me comunicó el Sr. Wildenstein. Se trataba del expirante "Cris­to Crucificado", una de las mejores pinturas de Zurbarán. Tuve la suerte sin embargo, de ver otra obra atribuida a este artista repre­sentando a un "San Francisco en oración", con una firma lapidaria en la parte baja. Es­ta pintura pese a dicha firma, ofrece una teatralidad extraña a la sobria composición característica de este pintor.

Y nos referimos por último a ese trozo de España que es la Hispànic Society. Está situada en Broadway entre las calles 155 y 156. En su patio con esculturas de Mrs. Hutchinson, se alinean las figuras más ex­celsas de nuestra historia, presididas por

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el Cid. En es te palacete se exhibe amplia­mente la historia de nuestra pintura, desde l a s más originales tablas primitivas, hasta los mejores ejemplos de la pintura moderna, en p iezas únicas de Sorolla yZuloaga. Obras de orfebrería, de bordados, de cerámica ha­blan de la tradición artesana española. In­cunables y raras ediciones presentan pre­ciados libros. Sorprendente e s la colección de bocetos, acuarelas y dibujos del siglo XIX. De nuestro siglo de oro pictórico se conservan piezas muy buenas, colocadas en el corredor alto del museo, que rodea el pa­tio central de est i lo renacentista, con arca­das inspiradas en el patio del Palacio de Velez-Blanco en la provincia de Almería. El Greco se muestra en toda su amplitud es t i ­l í s t ica , desde la " P i e d a d " inspirada en Miguel Ángel, con toques todavía venecia­nos y la "Sagrada Fami l ia" , hasta el "San­tiago el Mayor" y el "San L u c a s " , que de­bió de pertenecer a un apostolado, a s í como "San Jerónimo" y "San Francisco de Asís" .

De los grandes pintores barrocos destacan Velázquez, Ribera y Zurbarán, sin olvidar a Alonso Cano y Valdés Leal . De José Ribera cabe mencionar la impresionante figura de "San P a b l o " , fechada en 1632, una de las obras más hermosas de e s t e artista. No me queda más que agradecer las atenciones recibidas en es te único museo por l as Srtas. Elizabeth de Gué Trapier y Beatriz Gilman Proske.

(1) Ramón Torres Martín.- "Zurbarán, el pintor ¿ótico del siglo XVII". Sevilla 1963.

(2) "Monje en meditación", de la colección de la Srta. Concha ¡barra I barra, y "San Francisco en meditación", de la colección Domínguez, Sevilla.

(3) Otra obra idéntica del mismo artista en la colección M. Delgado, Olivares.

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por Edgar Danier

E n todos los tiempos, Marte ha des­pertado la curiosidad de los hombres. En la ruinas de Nínive se han en­

contrado tablillas, cuya antigüedad se re­monta a 17 siglos antes de Jesucristo, que relatan, en caracteres cuneiformes, obser­vaciones relativas a este planeta. Los egip­cios, los caldeos y los asirios se sentían ya interesados en su color rojizo. Los roma­nos le dieron el nombre del dios sanguina­rio de la guerra. Más cerca de nuestra época, el interés suscitado por el planeta Marte experimentó un cierto renacimiento como consecuencia del descubrimiento, en el si­glo XVII, de los casquetes polares marcia­nos, manchas de una blancura deslumbran­te que irresistiblemente hacen pensar en las nieves y bancos de hielo de nuestras regiones árticas y antarticas.

Se han podido observar otras manchas, oscuras éstas, principalmente en la región ecuatorial marciana. En el espacio de al­gunos meses, el matiz azul verdoso de es­tas manchas cambia al castaño intenso y viceversa. Este fenómeno es considerado como un indicio de vegetación estacional. Pero el aspecto más impresionante que nos ofrece la superficie marciana es, sin nin­guna duda, su red de finos trazos, obser­vada por primera vez en 1879 por el astró­nomo Schiaparelli.

Una vez hecho este descubrimiento sólo había que dar un paso para ver en esta red un sistema de canales artificiales destina­do a regar las áridas regiones ecuatoriales del planeta con el agua procedente de la fusión de las nieves polares.

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MISTERIOSOS INGENIEROS La vegetación estacional y la irrigación

artificial presuponen la exis tencia de fe­nómenos vi tales muy diversos, y la exis­tencia de ingenieros capaces de concebir y realizar obras hidráulicas.

Ta les consideraciones han originado un auténtico florecimiento de hipótesis seduc­toras, y se comprende a e se norteamerica­no entus ias ta , Percival Lowell, que para poder investigar a su gusto los misterios de Marte, fundó, en 1893, un observatorio en Flagstaff (Arizona), que lleva su nom­bre. El observatorio Lowell, nacido del ca­pricho de un millonario, bajo la égida del doctor Albert Wilson, e s actualmente el cen­tro mundial de l a s invest igaciones marcia­nas .

L a s especulaciones de aspecto algo fan­tás t ico que susc i ta la observación del pla­neta Marte quizás se expliquen por el vago sentimiento de nuestra soledad cósmica, por la consciència de que nuestra Tierra no e s más que un ínfimo grano de polvo flo­tando en la terrífica inmensidad de los e s ­pacios s iderales . Marte, planeta relativa­mente próximo a nosotros, y en más de un aspecto semejante a la Tierra, nos libera, en cierta medida, del peso de tal soledad.

Antes de abordar la exposición del e s ­tado actual de las invest igaciones marcia­nas que hablando con franqueza, son, en su mayor parte, del orden conjetural, con­viene hacer un esbozo de los rasgos indis­cutibles de nuestro misterioso vecino y tra­zar de un modo u otro su tarjeta de identi­dad.

Marte e s un planeta superior, o sea que su trayectoria en torno al Sol es tá situa­da en la parte exterior de la órbita terres­tre; su dis tancia media al Sol e s de unos 227 millones de kilómetros, en tanto que la de la Tierra al Sol es , en números redon­dos, de 150 millones de kilómetros. La ór­bita de la Tierra e s casi circular; la de Mar­te e s mucho más alargada, lo que supone variaciones considerables en la d is tancia Tierra-Marte, que oscila, entre 55 millones y 400 millones de kilómetros, según la po­sición que e s tos dos planetas ocupen en sus órbitas en torno al Sol.

El período de revolución de Marte en tor­no al Sol, el año marciano, es de 687 días . La duración de la rotación en torno a su eje e s de 24 horas, 47 minutos, 22,58 se ­gundos, o sea , con algunos minutos de di­ferencia, la del día terrestre. El ecuador de Marte es tá inclinado en relación a su ór­bita, igual que el de la Tierra, y siguien­do un ángulo cas i idéntico. Por lo tanto hay es tac iones en Marte. Tienen é s t a s una du­ración mucho mayor que la de las es tac io­nes terrestres , puesto que el año marciano tiene cas i el doble de días que el año en nuestro globo.

Marte e s más pequeño que la Tierra; su diámetro sobrepasa en poco la mitad del de nuestro planeta. La densidad de Marte se aproxima a la de la Tierra (0,7). La inten­sidad de 1 a gravedad en la superficie de Marte equivale a 37/100 de la gravedad so­bre la Tierra. Un terrícola de 70 kilogra­mos no pesaría más que 26 en Marte, y nues­tros campeones de levantamiento de peso cas i triplicarían allí sus rendimientos.

Mencionemos por último que Marte t iene dos sa té l i t es , Fobos y Deimos. Son muy pe­queños, aproximadamente de 10 a 16 kiló­metros de diámetro, y circulan, en órbitas ecuatoriales , a dis tancias muy próximas a la superficie marciana. Es tos sa té l i t es fue­ron descubiertos en 1877 por el celebre as­trónomo Asaph Hall, del observatorio de Washington. Recordemos, a título de curio­sidad, que Voltaire, en Micromégas (1752), atribuía a Marte dos sa té l i tes : "Vieron dos lunas que sirven a es te planeta y que han escapado a las miradas de nuestros astró­nomos", Un siglo después , es te fruto de la fantasía de un escritor, resultó ser la ex­presión de la más estr icta realidad.

Pero hay más. Se ha sugerido que e s t a s " l u n a s " marcianas bien pudieran ser sa té­l i tes artificiales (Cf. Ziegel, Space World, 1961) ya que las caracter ís t icas de su t ras­lación en torno a Marte difieren de las de las de todos los sa té l i tes conocidos del s i s ­tema solar. Además, para explicar la ace­leración muy particular de una de e l las , e s forzoso presumir que se trata de una esfera hueca.

Las circunstancias cronológicas del des-

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cubrimiento de Fobos y Deimos son tam­bién bastante desconcertantes: en 1862, en un momento propicio para la exploración mar­ciana, las investigaciones emprendidas para descubrir satélites de Marte se vieron co­ronadas por el fracaso. Quince años des­pués, cuando la coyuntura era menos favo­rable, los dos satélites fueron detectados por Hall. ¿Es preciso atribuir el fracaso de 1862 a la imperfección de los telescopios de la época, o cabe imaginar que los saté­lites fueron lanzados entre 1862 y 1877?. La pregunta ha sido planteada por el pro­fesor Frank B. Salisbury, de la Universidad Estatal de Colorado.

Existe una gran tentación hacia la ex­trapolación y a considerar los datos bioló­gicos terrestres como válidos para todo el Universo. En esta perspectiva, las condi­ciones de vida, sobre todo en lo que res­pecta a los animales superiores, no se dan en Marte. Pero este punto de vista es el de un pez, que no es capaz de imaginar que pueda existir vida fuera del líquido elemen­to. Mas puede que la Naturaleza no nos haya entregado todavía todos los secretos de los posibles cursos de la evolución biológica.

Dicho esto ¿qué sabemos del ambiente marciano y en qué medida es propicio a la vida?. Conocemos relativamente bien la geografía de Marte. Gracias a la transpa­rencia de su atmósfera, Marte es el único planeta cuyo suelo podemos ver. Existen mapas marcianos bastante detallados. Lo serían aun más si no fuese por la turbulen­cia de nuestra atmósfera, que tiene una in­fluencia desfavorable sobre la precisión de las imágenes planetarias vistas a través de nuestros telescopios. Esta confusión aumenta incluso con la potencia de los ins­trumentos.

La ampliación de las fotografías de Marte ha resultado también descorazonadora ya que el grano de la placa fotográfica impide sacar partido del poder separador del ins­trumento. La retina del ojo es más sensi­ble que la placa y, para fijar los detalles particularmente finos de las imágenes mar­cianas, por ejemplo, los "canales", los astrónomos tienen que recurrir, paradójica­mente, a sus dotes de dibujante.

OBSERVACIONES TOPOGRÁFICAS ¿Qué vemos en Marte?. Ya hemos men­

cionado los casquetes polares. Sus dimen­siones tienen una evolución netamente es­tacional, alcanzando un diámetro de casi 3.000 kilómetros durante las estaciones mar­cianas frías; luego los casquetes se enco­gen, reduciéndose progresivamente su diá­metro a un centenar de kilómetros en las estaciones cálidas. Cuando se trata de Marte, el adjetivo "cál ido" debe ser empleado con las más explícitas reservas, ya que el clima de Marte es muy riguroso. La temperatura puede descender hasta 70 grados bajo cero e, incluso, hasta los 100 grados centígra­dos bajo cero. En el ecuador es de 10 gra­dos durante el día y de 40 grados bajo cero durante la noche. (La medición de las tem­peraturas se ha hecho por medio de pares termoeléctricos. Los resultados obtenidos no tienen más que un valor indicativo, pero se acercan sin duda a los valores reales).

En cuanto a las manchas oscuras que se observan en las regiones ecuatoriales, la hipótesis de que se trata de mares ha si­do abandonada hace bastante tiempo. Como ya hemos dicho, estas manchas y, sobre to­do, la variación estacional de su color, son consideradas como un indicio de vegetación. Pero se ha formulado la hipótesis de que los cambios de color de ciertas regiones marcianas podrían provenir también de va­riaciones de temperatura o del grado de hu­medad de un suelo cargado de elementos mi­nerales.

La mayor parte de la superficie marcia­na tiene un tono amarillo rojizo. Recientes investigaciones polarimétricas parecen con­firmar que estas extensiones son desiertos de arena; su coloración se atribuye a óxi­dos hidratados de hierro.

En cuanto a los "canales" marcianos, probablemente han hecho correr más tinta que agua puedan contener. El argumento fundamental que impide considerarlos como un sistema de irrigación que utilice el agua procedente de los casquetes polares es el siguiente: Marte es achatado por los polos y ensanchado por el ecuador, como la Tie­rra. Y el agua, si agua hubiese, no es más capaz de ascender de los polos al ecuador

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que de ascender cualquier pendiente, a me­nos que se conciba un sistema de bombeo.

EL ENIGMA DE LOS CANALES Algunos " c a n a l i s t a s " impenitentes han

objetado que el agua bien podría abrirse un camino por capilaridad, un poco del modo que una mancha de tinta se propaga sobre un papel secante . Lo que ocurre es que, sin discutir la realidad de las imágenes de los cana les , la mayoría de los astrónomos los consideran hoy en día como un alinea­miento fortuito de formaciones naturales. Los cana les de Marte son siempre un mis­terio, pero no hay razón para considerarlos art if iciales.

Ya hemos dicho que Marte cuenta con una atmósfera. Prueba de ello e s la presen­cia de nubes, generalmente amarillas (¿pol­varedas de arena?), que se desplazan bajo la influencia de los vientos a una veloci­dad del orden de 30 a 40 kilómetros por hora. La atmósfera de Marte es límpida y muy poco densa. Su presión es tá evaluada aproxima­

damente a 1/10 de la presión atmosférica en la superficie de la Tierra. Una presión tal corresponde a la que hay a unos 16 kilóme­tros sobre la superficie terrestre: el doble de la altura del Everest.

Los astrónomos del monte Wüson se han dedicado especialmente a las investigacio­nes acerca de la composición de la atmósfera marciana. Según ciertos indicios, podría ser la s iguiente: nitrógeno, anhídrido carbónico, helio y argo. No oxígeno ni vapor de agua, sino en cantidades tan mínimas que escapan al aná l i s i s espectrográfico.

Es ta ausencia cas i total de vapor de agua hace que se derrumbe como un cas t i l lo de naipes la grandiosa imagen que antes se te­nía de los casquetes polares. Ni podría tra­tarse más que de una capa muy ligera de e s ­carcha de algunos milímetros de espesor . Y la teoría de los canales , recibe su tiro de gracia.

POSIBILIDADES DE VIDA Desde el punto de vista de un terrícola,

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las condiciones de la vida animal, y quizá de la vegetal, no existen pues en Marte. La extremada debilidad hidrográfica de este pla­neta (entra aproximadamente un 60 por cien­to de agua en la composición del cuerpo hu­mano), la ausencia de oxígeno libre y la in­tensidad de los rayos deletéreos ultravioleta (la atmósfera de Marte no es lo suficiente­mente densa para detenerlos) vienen en apo­yo de esta negación.

De todos los organismos que viven en la Tierra, los liqúenes son probablemente los que mejor se adaptan al medio marciano. Prosperan sobre las rocas de las altas mon­tañas, en lugares casi sin humedad, e inclu­so sobreviven a la inmersión en aire líquido, cuya temperatura es de 195 grados bajo cero. En cualquier caso, las experiencias pola-rimétricas (bandas de absorción en el in­frarrojo del espectro) parecen confirmar la existencia de una vegetación.

A los liqúenes se pueden sumar también los musgos, en condiciones de vida seme­jantes. No olvidemos tampoco que en la Tie­

rra ciertas bacterias proliferan en las arenas de los desiertos, que se han encontrado or­ganismos vivos en cisternas de gasolina e, incluso, de fenol.

Dejemos ahora la palabra a Joshua Le-derberg, premio Nobel y profesor en la Fa­cultad de Medicina de Stanford: "Nosotros no podemos formular una definición precisa de lo que es la vida, definición que sea apli­cable indistintamente a todos los mundos posibles. Sería imprudente descartar la po­sibilidad de formas exóticas de vida que pudiesen pasar sin agua y sin oxígeno, y prosperar a temperaturas inferiores a los 100 grados bajo cero y superiores a los 250 gra­dos".

Lederberg y su equipo de Stanford estu­dian actualmente las modalidades de cons­trucción de un aparato que pudiese, por ejem­plo, descender en Marte y que comunicase a los observadores terrestres datos relativos a las plantas, bacterias, virus y otros mi­croorganismos. La máquina, después de ha­berse posado suavemente sobre el planeta,

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sacaría automáticamente una especie de len­gua de superficie viscosa. Dicha lengua re­cogería las plantas o microorganismos y los llev aria bajo el objetivo de un microscopio adecuado. Una cámara de televisión fotogra­fiaría el objeto ampliado y transmitiría la imagen a la Tierra. Tales informaciones se­rían de interés fundamental para la biolo­gía. (1)

Otro sabio, Frank B. Salisbury, ha he­cho a este respecto una divertida objección: "Si existe en Marte una forma de vida in­teligente, -nos dice- las informaciones así obtenidas serían difíciles de interpretar... Me imagino cómo reaccionaria yo si un apa­rato tal se posase en mi jardín y comenzase a estrujar mis flores, mi perro y quizá a mí".

ESPECULACIONES SOBRE LA EXOBIO-LOGIA

Hasta ahora hemos hablado de la biolo­gía marciana sin abandonar el punto de vis­ta de un terrícola. Pero, teóricamente, ¿es imaginable una vida fuera del cuadro de la bioquímica terrestre, basada en el carbono y el oxígeno o, más exactamente, en la foto­síntesis, suministradora de energía, de hi­dratos de carbono y de oxígeno libre?. Los hidratos de carbono constituyen la materia prima de toda substancia viva sobre la Tie­rra, y apenas si hay necesidad de subrayar el papel que el oxígeno desempeña en el metabolismo de los organismos terrestres.

Una vida cuya base no fuese la química del carbono nos parece inconcebible. Sin embargo se ha intentado orientar el proble­mas de la vida hacia sistemas hipotéticos fundados sobre otros principios distintos del carbono. Pero dada la imposibilidad de una experimentación que reproduzca miles de millones de años de evolución biológica, se tropieza con incertidumbres que impiden que se llegue a conclusiones válidas.

La clave del problema parece encontrar­se en la tabla periódica de los elementos químicos. J. H. Rush, miembro del Comité

(1) Una nave sideral norteamericana, Mariner III, será lanzada a fines de 1964, y volará cerca a Marte para recoger información cien­tífica mediante sus instrumentos automáticos.

de Investigaciones en el Colegio Tecnoló­gico de Tejas, propone con toda la reticen­cia y la prudencia del sabio que mide sus palabras, una teoría que toma como base vital el silicio, elemento que se encuentra en abundancia en Marte.

La argumentación de Rush puede ser re­sumida asi: el carbono está situado en la mitad del primer "período" de los elemen­tos químicos; no sería ilógico pensar que un elemento que tuviese la misma posición central en el seno de los períodos siguien­tes, pudiese poseer propiedades análogas a las del carbono y que fuese por consiguien­te capaz de reemplazar a este último en la composición de los sistemas vivientes. En el segundo período es precisamente el si­licio el que ocupa una posición tal (J. H. Rush: The Dawn oí Life.) Puede suponer­se que en condiciones de temperatura y de insuficiencia hídrica que hagan imposibles los complejos orgánicos del carbono, com­puestos análogos de silicio, más resisten­tes, formasen la base de la organización de los sistemas vitales...

Frank B. Salisbury, ya mencionado ante­riormente, profesor de fisiología vegetal de la Universidad Estatal de Colorado, de­dica (en la revista Science, V/áshington, abril, 1962) un estudio al problema del oxí­geno en Marte. Según Salisbury, los orga­nismos marcianos bien podrían disociar químicamente los óxidos de hierro conteni­dos en el suelo marciano y utilizar por me­dio de sus metabolismos el oxígeno asi li­berado. De tal manera realizarían una es­pecie de operación comparable a la fotosín­tesis terrestre, la cual, recordémoslo, se efectúa en las hojas verdes de las plantas y produce, entre otras cosas, el oxígeno, resultado de una disociación química del agua. Por ello cabe esperar muchas sor­presas.

Mientras tanto y puesto que la cuestión no ha salido todavía del campo de la espe­culación, meditemos estas sabias palabras de Fontenelle: "No hay que dar más que la mitad de nuestro espíritu a las cosas de esta clase que creemos, y reservar libre la otra mitad, en la cual lo contrario pueda ser admitido de ser necesario".

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C uando la exposición " L a imagen del hombre" recorrió los museos del pa í s hace dos años, en todas las ciudades

antes o después , se escucharon comentarios desalentados, cuando no de protesta. ¿Era así como el artista veía al hombre, como veía la vida de su época?. A menudo trágica y horripilante, siempre atemperadora de las i lus iones , la exposición fue, de hecho, otro indicio más de que la muy grande mayoría de los ar t is tas del siglo XX —pintores, no­ve l i s tas , escul tores , dramaturgos o p o e t a s -han descubierto en el rostro de la vida con­temporánea rasgos meduseos. No es menes­ter demostrar la afirmación. Cualquiera por cuyas manos pase nada más que una parte del torrente poético sabe que lo mejor de e se caudal trata de frustraciones, dolores desesperanzados , honradeces traicionadas y da una sensación afligida y aguzada de dislocadura.

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Tres eminentes poetas norteamericanos han fallecido en los últimos doce meses: Robert Frost, E. E. Cummings y William Carlos Williams. Todos eran de edad avan­zada, entre los 70 y los 90 años, y en nues­tro sentir general la vejez es un período poco propicio a la poesía, si es que no le es fa­tal. La imagen de Shelley-Keats, la figura moza del corredor jamás vencido por la fa­ma, persiste, y Yeats (el poeta que flore­ció más plenamente en la proximidad de la muerte) percibió en su Sailing to Byzantium (Rumbo a Bizancio) la naturaleza conven­cional del "poeta refrescador y el poema ardoroso".

Acaso valiera la pena especular sobre si la vida contemporánea es favorable para la poesía de la madurez. Es posible que una poesía cuya esencia es la paciencia ha de ser obra de hombres que han dejado atrás la edad en la cual el aguantar algo o es im-

por Josephine Jacobsen

posible o es ruin. Sea como sea, los tres poetas que murieron durante el año pasa­do continuaron sus últimos años penetran­do más hondo y ampliando su obra, y esta obra da al lector que se pregunta en qué consiste su esencia oportunidad de exami­nar una poesía que alcanzó su más alto ni­vel cuando los tres hombres que la compu­sieron podían hablar con la autoridad de una dilatada experiencia.

Un hecho resulta patente al considerar a estos tres poetas norteamericanos con el siglo XX ya más que mediado y en relación con el ambiente que respiramos en su patria y con su edad: los tres son profundamente distintos entre sí en cuanto a sus antece­dentes, su temperamento y su técnica, mas presentan no obstante curiosas semejanzas. Se parecen en que sus opiniones, la quinta esencia de su visión de la vida que sus obras representan, difieren del tono gene-

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ral del artista contemporáneo. Ninguno de los tres desconoce, niega o resta importan­cia al veneno y al engaño. Ninguno de el los siente un mínimo de fácil optimismo, y nin­guno de el los trata de esconder lo avieso bajo una capa de oropel. Sea el que sea el orden postrero, el significado, o la espe­ranza postulados por sus obras, surgen con acerado salto desde las ra íces mismas del conocimiento de los hechos. Nunca brota superficialmente desde más arriba de l a s ra íces . Y los tres necesi tan una fe para su obra.

Es tos poetas no deniegan ninguna de las imputaciones de quienes escriben en es ta­do mental próximo a la desesperación. Las manifestaciones de la autoridad o de las c i rcunstancias de la supervivencia no les causan mayor placer que a Beckett, a Camus y a Orwell. Admiten los deta l les de una ima­gen que rechazan, pero hacen algo más que eso . Desde e s t a s cosas que reconocen en el esqueleto y la estructura de su obra, pa­san a algo vivo y de ardor indomeñable que empapa todo ese mortal saber y acaba por utilizarlo para insuflar vida en una visión postrera y sin embargo provisional,

En los tres poetas, es ta visión posee una serenidad, un sentido de la vida y de la riqueza que niega los hechos únicamente mediante su traducción. Esto no e s " s ign i ­f ica t ivo" como " t endenc ia" . No denota una desviación del art ista hacia el optimismo. Quiere decir en sí que en momentos en que son muchos los que se encuentran perdidos entre un caos infernal a lo kafka (caos que es aun más siniestro por hacer sospechar que es tá gobernado por leyes inmutables y misteriosas) y los muñecos de cera del pen­sar positivo, tres poetas norteamericanos han acabado por legarnos, en lo más esen­cial de su poesía, su creencia en un desig­nio esperanzador.

Una de las tragedias del lenguaje mo­derno e s que ciertos vocablos apresados y expoliados por el enemigo, permanecen cau­tivos y avanzan tropezando vestidos de lu­gares comunes. Los poetas , no sin razón, se han convencido de que palabras ta les como " a m o r " y " b e l l e z a " existen hoy como parodias que nos causan cierto sonrojo y es tán matizadas de obscenidad. Partiendo de convicción semejante, estamos a un paso de prohibir en toda obra honrada no ya las

palabras, sino lo que implican. Cada uno de es tos tres poetas ha resuelto el problema.

Robert Frost es un poeta que ha sufrido de manera espectacular por su engañosa ac­cesibi l idad. Gentes que rehuyen la lectura de la poesía difícil o que son incapaces de leerla creyeron en su ignorancia sublime que podían leer a Frost. Como consecuencia el fatuo buscador de lugares comunes poé­ticamente respetables se formó a menudo la idea de un bardo rubicundo, de ojos píca­melos , risueño y lleno de saludable senti­do común. En sus esfuerzos para destruir es ta vil caricatura, los crí t icos de Frost se vieron obligados a poner de manifiesto, con verdad, la naturaleza profundamente sombría de los puntos de vis ta del poeta, la congoja de su implacable soledad y de su oscuridad, que brotan del núcleo de su estro. El peso de la convicción, aceptada voluntariamente por Frost , de que exis te un orden regidor del caos perceptible, gravita en gran parte sobre e s t a sensación de sole­dad y penumbras.

La quinta esencia de la naturaleza, tal como Frost la ve, esconde bajo su mesu­rada serenidad temblores del poder de las t inieblas que ha superado y domeñado. Frost gusta grandemente del verbo to scare , ame­drentar. Suena equívocamente a cosa pueril, a algo cas i "monín" . Mas en un contexto de terror, de perversidad, e s precisamente la muñeca, el niño, lo que puede resultar más tremendo. Frost emplea scare como la bruja de Coos pierde los huesos de la mano del esqueleto entre los botones de su cos­turero. Desde sus primeras poes ías hasta The Draught Hotse (El caballo de tiro) -el mejor poema de la última colección de Frost — es ta sensación de temor, de un te­mor en el que el silencio, la noche y el alma de la oscuridad han irrumpido en lo f ísico, es tá siempre presente.

They learned to rattle the lock and key To give whatever might chance to be Warning and time to be off in flight: And preíerring the out to the in-door night They learned to leave the house-door wide Until they had lit the lamp inside.

Aprendieron a hacer sonar la llave en el rastrillo

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Y a dar así posible aviso y ocasión de huida:

Y al preferir la noche de fuera a la interior

Supieron de par en par dejar la puerta de la casa

Hasta encender la luz adentro

No nos es preciso la posterior aventura delirante del Draught Horse para saber que no se trata del temor del vagabundo, o del asesino, o del fantoche del mal social, sino de un enemigo antiguo y sin facciones: el seco tableteo de una persiana, un teléfono que suena en una habitación desierta, la malevolencia de una noche ventosa de otoño, algo poderoso y avieso súbitamente inte­rrumpido: "Out on the porch's sagging floor-Leaves got up in a coil and hissed, — Blindly struck at my knee and missed" (Fuera en el hundido suelo del porche— se alzaron las hojas en espira silbadora— que se arrojó ciega contra mi rodilla y erró el golpe). Es­tos hechos, este tiempo, corresponden al "tiempo interno" del poeta que puede "ame­drentarse" a sí mismo con sus propios de­sérticos lugares.

En The Draught Horse, la oscura cuchi­llada que cae, da muerte al caballo y deja al protagonista y a su acompañante que sigan "with a lantern that wouldn't bum— Through a pitch-dark, limitless grove" (con una lin­terna que no ardía— por un huerto de negra lobreguez y sin linderos) sabe marcadamen­te a odio. Y, de hecho, el odio es tomado en consideración y es desechado. Lo que es aceptado, provisionalmente, es que no se trata de una artimaña maligna para atra­par y extraviar a las víctimas en una oscu­ridad total e infinita. Esto es fe en un de­signio, nada más que un designio, que no es ni inocente, ni optimista, ni específico.

El gusto que Frost halla en la "ulte-rioridad" resulta singularmente palmario en el uso que hace del habla vulgar y corrien­te. Esto engaña sin tardanza. Un público que lleva setenta y cinco años creyendo que Huckleberry Finn es una obra regocijante para niños y buena fuente inspiradora de carteles de anuncio de vacaciones estiva­les, es poco probable que descubra los "in­gredientes de un filtro de Brujas", o los de­talles de un bosque de Ingmar Bergman al caer el día en el ritmo infantil de un parea­

do como "We dance around in a ring and suppose,— But the secret sits in the middle and knows" (Bailamos en corro y supone­mos— pero el secreto está sentado en medio y sabe).

La sensación de serenidad que, en últi­mo término, se descubre ser la base de la obra de Frost no pretende adoptar un punto de vista inédito acerca de las causas de la esperanza. Su aspecto es desesperanzador y es precisamente en esta desesperanza en donde el poeta cosecha la esperanza, y de la naturaleza de su secreto toma los frutos, arraigados más hondamente que el nivel de; la posibilidad de contradicción: "What tree may not the fig be gathered from?~The grape may not be gathered from the birch?-- It's all you know the grape, or know the birch" (¿De qué árbol no es posible coger higos?— ¿No puede la uva del fresno ser tomada?— Es todo lo que sabéis, de la uva o del fres­no).

Algo tiene la obra de Frost ajeno al tiem­po que nos hace pensar insensatamente que el poeta nació ya maduro. En el caso de la poesía de William Carlos Williams, la observamos alcanzar la madurez. En cuan­to a E. E. Cummings, si alcanzó alguna vez la madurez, el poeta la rechazó limpiamen­te. En su irregular introducción a sus Col-lected Poems (que empieza con las frases que deben ser juzgadas indudablemente como las más afectadas jamás usadas para presen­tar un libro, "Las poesías que siguen son para ti y para mí, y no son para la mayoría de la gente..."), Cummings dice: "Tomemos el asunto de nacer. ¿Qué quiere decir "na­cer" para la mayoría de la gente?. Una ca­tástrofe sin paliativos... La revolución so­cial. El cultivado aristócrata arrancado de su hiperexclusivo y ultravoluptuoso super-palacio y arrojado a un campo de concentra­ción indeciblemente vulgar, atestado de toda clase de organismos deleznables". Esta actitud de burla hostil nunca cambia en la historia larga e irregular de la obra de Cum­mings. También la befa es irregular. Nace gran parte de ella de una falta de razón bus­cada deliberadamente, de su decisión de pasar por alto las cosas de las cuales no desea enterarse.

El tiempo no ha tenido piedad para con gran parte de la amargura de Cummings, ni

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con la mayor parte de sus frases vituperati-vas . Incluso las figuras de sus buenas poe­s í a s han visto desaparecer e l suelo en que se apoyaban, Olaf y Miss Gay perduran sola­mente debido a la verdad arquetipo que los sustenta , prescindiendo de las circunstan­c ias que de hecho rodean a los estudian­tes universitarios y a los pacif is tas que se niegan a combatir. Mas el anverso de su befa contra quienes odian la vida es la con­fianza espontánea e indestructible que Cum-mings t iene en el valor de estar vivo.

Cummings se ve rodeado de cana l las e idiotas , perseguido por s i s temas , presiones y r igideces. Mas todas sus protes tas , tan­to l a s válidas como las pueri les, son algo secundario con relación a su ímpetu verda­dero. En e l fondo, solamente le interesan e s t a s cosa s como obstáculos . Nunca consti­tuyen para él, como para tantos ar t i s tas en­t r is tecidos, el único residuo de una vida agostada. En sus fallos vergonzosos, en sus palmarios éxitos abigarrados, en s u s absurdos sin sustancia , fluye la pasión que los inunda. Puede expresarse con la sapien­cia de Cole-Porter: "there is a lady whose ñame is afterwards.-- she is sitting beside young death, is slender— like flowers" (hay una dama cuyo nombre e s " luego".— e s t á sentada cabe la muerte moza, e s cenceña— como las flores). Es perceptible en lo que siente por cosas ostensiblemente carentes de gracia: "satànic and blasé— a black goat lookingly wanders" (satánica y b lasé , una cabra negra vaga mirando) o "the queer mon-key, with a little oldish doll-face and hairy arms like an ogre and rubbercolored hands and teet filled with quickfingers and a re-markable tail which is allbyitselíalive" (el mono extraño, con su carita vieja de muñe­ca y brazos peludos como un ogro, y manos color goma, y pies llenos de ági les dedos y un rabo notable en-sí-vivo). Resul ta evi­dente en todo " c o s a que respira, quebra­diza y maravi l losa" .

"Rain is no respecter oí persons— the snow doesn't give a soft white-- damn Whom it touches" '(La lluvia no respeta a l a s per­sonas— a la nieve no se le da un suave pi­toche— a quién toca.) Mas por debajo de todo es to exis te un plano de intensidad muy superior. Así como Frost se da cuenta de que exis te una intención hostil en alguna parte, que se resuelve en su percepción del

designio, Cummings presiente la presencia de lo benigno --"profundamente consciente de la lluvia, o más b i e n - de alguien que emplea tejados y ca l les hábilmente para ha­cer posible un ruido hermoso".

En la proporción que alcanza el éxito como poeta l ír ico es felizmente difícil ca­talogar a Cummings, y en sus momentos ab­solutamente mejores, Cummings e s , de ma­nera magnífica, un poeta l ír ico. La felici­dad, la sensación de recibir sin jamás po­seer, que e s su caracter ís t ica egregia, se nos transmite en una cadencia, en una vocal, en un tono, o mediante una vacilación en medio de un verso. Y e s as í , mucho más que con lo que nos dice, como Cummings se con­duce en su papel de hombre creyente. Mas, a su manera, e s específico:

(make strangely) known (establish new) come, what Being! open us open OUT

selves, créate (suddenly announce: hurí blind full steep love)

(haz extrañamente) sabido (establece nuevo) ven ¡qué Ser! abiertos abrá­mo­nos, (.rea (anuncia de repente: arroja amor, ciego, lleno, muy inclinado).

L a s últimas poesías de Cummings,e in­cluso sus mejores versos, es tán todavía l i­bremente mezclados con su antigua, embara­zosa y grosera puerilidad, con su clamor fanático, con sus maniobras de "manos fue­r a " . Pero , por otra parte, desde muy tem­prano principio y con total ins is tencia , po­see una cualidad presente en todas sus obras, y e s que se regula y fortalece a sí mismo.

Pocos poetas debe de haber habido que dedicaran tanto tiempo a vilipendiar l o s s i s . temas, la gente, los métodos de pensar y los grupos. En las cosas contra las que de­sa ta su ira e s posible descubrir un princi­pio común: la muerte en la vida. Es lo muer­to v su corrupción de la vida, su daño de

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la vida, contra lo que Cummings lanzó tan­to sus escupitinajos como sus rayos. La religiosidad, la conformidad, el nacionalis­mo, la mente policíaca, lo posesivo, for­man para Cummings un grupo característico. Son hostiles a la vida, al principio de cre-crimiento, de la primavera, de la creación. Son importantes para él no en sí mismos, sino porque su pesadumbre tesonera gra­vita sobre el movimiento vital. "Acaece­rán milagros. Dejo contigo recuerdos de mi­lagros; son obra de alguno capaz de amor que renacerá continuamente, un ser humano; alguien que dijo a quienes le rodeaban cuan­do sus dedos no podían sostener el pincel: 'Atádmelo a la mano".

Aparte de perfeccionar un estilo y un punto de vista más flexible que los de Frost, más constantes que los de Cummings, la poesía de William Carlos Williams funde en una dos fuerzas generalmente consideradas antagónicas: el brotar de lo jocundo y el sentido de la estructura moral. Igual que Frost y que Cummings, Williams no es poeta que se entregue a la propia denigración; no es de los que están definitiva y desastro­samente convencidos de su absoluta fal­ta de importancia, de que sus voces sonan­do débilmente én medio del caos general resultan ligeramente ridiculas. Williams atribuye a la función poética grande y ve­nerable prosapia:

/ have eyes that are made to see and if they see ruin íor myself and all that I hold dear, they see also through the eyes and through the lips and tongue the power to íree myself and speak oí it

(tengo ojos creados para ver y si ven la ruina para mí y para todo aquello que amo, ven también con los ojos y con los labios y con la lengua el poder de liberarme y hablar de ello.

Es posible que ningún otro poeta nor­teamericano (y Williams era norteamericano profunda y casi ostentosamente) haya logra­do equilibrar tan delicadamente el caos con­tra su dominio. Postuló que el triunfo nace de mil fracasos, errores, absurdos y cruel­dades. En última instancia, su ideario acer­ca de la naturaleza de lo prometido y de su relación con el amor y la alegría es alcan­zado haciendo frente a cualesquiera asal­tos y venciéndolos.

Una vez, Karl Shapiro preguntó: "¿Qué ha sido del poema erótico?". La respuesta es que Williams lo ha escrito. Asphodel That Greeny Flower (El gamón esa flor verdosa) es un poema amatorio tan bueno como los mejores escritos en inglés durante los úl­timos cincuenta años. La forma poética de Williams surge de él, compleja en su sen­cillez, recia y delicadamente equilibrada. Y también emergen de él la imagen de la continuidad y del amor, de la continuidad en el amor, del perfume del gamón.

It is a curious odor, a moral odor, that brings me near to you

(Es un olor extraño, un olor moral, que me lleva cerca de tí).

El poema palpita de hallazgos. Williams rechaza las fórmulas (ha hablado acalora­damente de los poetas que son "proxene­tas de la tradición"). Y no se le puede acu­sar tampoco de ingenuo por el calor con que siente acerca de lo prometido, o por su fe en ello. Si Paterson falla en algo, induda­blemente no es por carencia del sentido de lo real. Como poeta, y como médico, Williams es un observador de clara cabeza:

Faces all knotted up like burls on oaks Grasping, íox-snouted, thick-lipped, Sagging breasts and portruding stomachs, Rasping voices, filthy hàbits with the hands.

(Rostros arrugados cual nudos de roble, Rapaces, de zorruno hozico, bezudos, Senos colgantes y barriga hinchada, Voces agrias y hábitos puercos con las manos).

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Lo que Williams hizo en vida, y lo que no hizo, influyó enormemente sobre sus poe­s í a s . El médico es tá implícito en la sa­piente lucidez con que observa los es tados físicos, emotivos y mentales, y esto e s a su vez lo que hace tan impresionante su sentir en conjunto, su sentir, que e s algo que transciende la suma de lo anatómico, el s is tema nervioso y las emociones. Lo que no hizo fue identificarse con ningún grupito literario, con movimientos, compe­tencias y rivalidades académicas. Es el poeta menos entintado de cuantos han exis­tido.

Resul ta interesante que en tanto que una gran proporción de los poetas contemporá­neos (debido a las necesidades profesio­nales tanto como a la propia inclinación) es tán asociados a algún organismo acadé­mico, Williams, Frost y Cummings const i ­tuyen excepciones de la regla. Los t res fue­ron poco adaptables por temperamento a la vida académica y los tres tenían gran sa­bor "no l i te rar io" . Aunque en cada uno el fruto fue muy distinto, sus ra íces se ali­mentaron evidentemente de los giros idio-máticos del habla común y los tres avan­zaron contra supuestos poéticos general­mente aceptados cuando su poesía comen­zaba a asumir su forma caracter ís t ica .

Así como sus últimos poemas perfeccio­nan el orden que trató de lograr —la forma vigorosa, exacta y caracter ís t ica en la que Williams modeló la masa turbulenta de su materia prima-- también nos muestran otra c lase de ordenación, un orden que se impone al caos de los fenómenos.

/ have learned much in my Ufe from hooks and out oí them about love. Death it is not the end oí it.

(He aprendido mucho en mi vida de los libros y fuera de ellos acerca del amor. La muerte no es el final).

asi es

la universidad

de MICHIGAN

C ada año miles de es tudiantes del extranjero estudian en los Estados Unidos: algunos en pequeños "co l -

l e g e s " , otros en grandes y diversas univer­s idades . Una de las insti tuciones t ípicas entre l as más grandes, que recibe anualmen­te cientos de estudiantes extranjeros, es la Universidad de Michigan en Ann Arbor, Michigan.

Recientemente el fotógrafo George Zimbel visitó el campus de Michigan y conversó con muchos de es tos estudiantes extranje­ros. Guiado por sus observaciones, Zimbel fotografió Michigan como si fuera vis ta por los propios es tudiantes .

Incluimos a continuación algunas de sus fotos, y los datos que caracterizan a es ta institución de enseñanza superior.

TUACION. El " c a m p u s " principal es tá situado en Ann Arbor, pequeña ciudad a 40 millas al oeste de Detroit. El Flint College es tá en la ciudad de ese nombre y el Dear-born Center, inaugurado en 1959, en los al­rededores de Detroit. Centros de extensión

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cultural existen en otras se i s ciudades, y a través de ellos la Universidad de Michigan ofrece oportunidades educativas y sus ser­vicios a los habitantes de todo el Estado.

HISTORIA.- La Universidad fue fundada en 1817, cuando Michigan era todavía territo­rio. Sus constituciones se redactaron en 1835, en forma de bases exigidas por el go­bierno del nuevo estado para que la legisla­tura apoyase a la universidad, y dos años más tarde fue organizada formalmente y em­plazada en Ann Arbor. La primera promoción, de s iete graduados, sal ió de las aulas en 1841. En aquellos años, la enseñanza se limitaba a los c lás icos , matemáticas y medi­cina, pero durante la segunda mitad del s i ­glo XIX se fueron creando nuevas facultades y escue las al tiempo que aumentaban l a s facilidades de estudio e iba aumentando la matrícula.

ESCUELAS.- Escuelas de Arquitectura y Dibujo, de Administración de Empresas, de Educación, de Ingeniería, Flint College, Escuela Horace H. Rackham para Estudios de Graduados, Escuela de Derecho, de Li­teratura, Ciencia y Artes, de Medicina, de Música, de Recursos Naturales, de Farma­cia, de Sanidad Pública, de Trabajo Social, y Dearborn Center.

INSTITUTOS DE INVESTIGACIÓN Y SER-)S.- Instituto de Adminis­

tración Pública, de Investigaciones de Inge­niería, de Investigación Social (que incluye el Centro de Investigación de Grupos Diná­micos), Centro de Estudios Japoneses , Ofi­cina de Relaciones Industriales, Instituto le Ajuste Humano (incluyendo la Oficina de Servicios Psicológicos, División de Geron* tología, Campo de Aire Fresco, Proyecto de Investigaciones de Ciencia Social y Clínica del Habla), Oficina de Investigación de Em­presas, Instituto de Sanidad Industrial, Cen­tro de Educación Audiovisual, y el Plan Vlichigan Memorial-Phoenix.

MATRICULA. Durante el curso del año 1961-62, 24.229 estudiantes se matricularon sn la Universidad, dos tercios de los cuales aproximadamente eran hombres, y un tercio mujeres. La mayoría de los es tudiantes re­siden en el Estado de Michigan, aunque los

Concier to de la Orquesta de F i l adè l f i a .

Mesas de estudio en la b ib l io teca.

Escuchando una de las lecc iones. . .

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Charlas con los catedráticos.

Deporte: antes del partido

Actividades académicas, deportivas, teatrales.

demás estados norteamericanos estén re­presentados, así como 85 países extranjeros.

ADMINISTRACIÓN. La Universidad está regida por una cámara de ocho regentes que son elegidos por los votantes del estado. El director ejecutivo oficial es el Presidente. En unión con los decanos de las escuelas preside la administración de la Universidad.

ISTUDIANTIL- Los estudiantes vi­ven en los dormitorios de la Universidad, en residencias cooperativas en las que par­ticipan en el gobierno de la casa, en casas particulares, en casas de "fraternidades" y en apartamentos. La Universidad ha cons­truido recientemente apartamentos para al­bergar a los estudiantes casados y a sus hijos. Muchos de los estudiantes hacen sus comidas en el lugar donde viven, otros co­men en cafeterías y restaurantes.

ACTIVIDADES ESTUDIANTILES.- Aproxi­madamente 150 clubs y actividades extra-docentes existen para los estudiantes en el campus. Entre ellos se incluyen el Centro Internacional, que patrocina acontecimien­tos sociales, debates, viajes y servicios de información para estudiantes extranjeros; el gobierno estudiantil; la Unión y la Liga, centros de recreo para hombres y mujeres respectivamente; de atletismo; un periódico diario y otras publicaciones; coros, orques­tas, bandas, sociedades dramáticas y de de­bates, y otros grupos organizados por los estudiantes para satisfacer sus intereses especiales.

VIDA CULTURAL.- Varias series de con­ciertos anuales ofrecen la oportunidad de oír a artistas tan sobresalientes como William Warfield, la Orquesta Sinfónica de Boston y el Cuarteto de Cuerda de Budapest. Cada año se presentan óperas por la Escue­la de Música y el Departamento de Lenguas. Todas las primaveras van compañías profe­sionales de teatro al campus, y aumentan las series de obras clásicas, experimenta­les u originales representadas por grupos estudiantiles a lo largo del curso. Varias organizaciones patrocinan conferencias de políticos, escritores y autoridades en cual­quier terreno cultural.

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LA DEMOCRACIA EN AMERICA (De la

démocratie en Ámérique), por Alexis de

Tocqueville. Prefacio y notas de J. P. Mayer.

Introducción de Enrique G. Pedrero. Traduc­

ción de Luis R. Cuéllar. 751 pág. Fondo Cultu­

ra Económica. México. Obra clásica francesa.

M E D I A D O S DE SIGLO (Midcentury),

por John Dos Passos. Traducción de Juan

G. de Luaces. 640 páginas. Editorial

Planeta, Barcelona. Relato realista de

un autor de fama mundial, con el mundo

contemporáneo como fondo y personaje.

PRINCIPIOS PRÁCTICOS DEL RIEGO (Irri-

gation Principies and Prácticos), por Orson

W, Israelsen. Traducción de Alberto García

Palacios y José Antonio Ortizy Fernández de

Urrutia. 344 pág. Editorial Reverte S.A, Bar­

celona. Cubre todos los aspectos del tema.

KENNEDY, MUCHACHO, HÉROE, PRESI­

DENTE (Boy's Life of John F. Kennedy),

por Bruce Lee. Traducción de Ángel Ruiz

Camps. 197 páginas, Santillana, S.A, de Edi­

ciones, Madrid. Biografía del actual Presiden­

te de los Estados Unidos. 19 ilustraciones.

FRANNY Y ZOOEY (Franny and Zooey),

por J, D. Salinger. Traducción de José Pardo

188 páginas. Plaza y Janés S.A., Barcelona.

Dos novelas cortas de personajes de la fami­

lia Glass, admirada croación de uno de los

novelistas norteamericanos más conocidos.

, HISTORIA DE LA TEORIA POLÍTICA

i (A History of Politicai Theory), por George

H. Sabine. Traducción de Vicente Herrero,

677 pág. Fondo de Cultura Económica,México.

El autor es director de la Philosophical Re«

Wew y del Journal of the History of Ideas,

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