Atilio Borón- La Transición a La Democracia en América Latina Probelmas y Perspectivas

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La transición hacia la democracia en América Latina: problemas y perspectivas Titulo Boron, Atilio A. - Autor/a Autor(es) Estado, capitalismo y democracia en América Latina En: Buenos Aires Lugar CLACSO, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales Editorial/Editor 2003 Fecha Colección democracia; capitalismo; Estado; democratizacion; America Latina; Temas Capítulo de Libro Tipo de documento http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/clacso/se/20100529022319/9capituloVII.pdf URL Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 2.0 Genérica http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.0/deed.es Licencia Segui buscando en la Red de Bibliotecas Virtuales de CLACSO http://biblioteca.clacso.edu.ar Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) Conselho Latino-americano de Ciências Sociais (CLACSO) Latin American Council of Social Sciences (CLACSO) www.clacso.edu.ar

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Tema: Historia de América Latina-

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  • La transicin hacia la democracia en Amrica Latina: problemas y perspectivas Titulo Boron, Atilio A. - Autor/a Autor(es)Estado, capitalismo y democracia en Amrica Latina En:Buenos Aires LugarCLACSO, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales Editorial/Editor2003 Fecha

    Coleccindemocracia; capitalismo; Estado; democratizacion; America Latina; TemasCaptulo de Libro Tipo de documentohttp://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/clacso/se/20100529022319/9capituloVII.pdf URLReconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 2.0 Genricahttp://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.0/deed.es

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    Como citar este documento Boron, Atilio. Estado, capitalismo y democracia en America Latina. Coleccion Secretaria Ejecutiva, Clacso, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, Ciudad de Buenos Aires, Argentina. Agosto 2003. p. 320. 950-9231-88-6. Disponible en la World Wide Web: http://www.clacso.org/wwwclacso/espanol/html/libros/estado/estado.html E-mail: [email protected]

    florBoron, Atilio A. CAPTULO VII. LA TRANSICION HACIA LA DEMOCRACIA EN AMRICA LATINA: PROBLEMAS Y PERSPECTIVAS. En publicacin: Estado, capitalismo y democracia en America Latina. Atilio A. Boron. Coleccion Secretaria Ejecutiva, CLACSO, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, Ciudad de Buenos Aires, Argentina. Agosto 2003. p. 320. ISBN: 950-9231-88-6. Disponible en la World Wide Web:http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/estado/capituloVII.pdf

    Fuente: Red de Bibliotecas Virtuales de Ciencias Sociales de Amrica Latina y el Caribe de la red CLACSO - http://www.clacso.org.ar/biblioteca

  • CAPTULO VIILA TRANSICION HACIA LA DEMOCRACIA EN AMRICA LATINA:

    PROBLEMAS Y PERSPECTIVAS

    I. EL DERRUMBE DE LOS AUTORITARISMOS Y LA CUESTION DEMOCRTICA ENAMRICA LATINA

    L a incompleta y en algunos casos como el de Chile, por ejemplo demo-rada derrota de los regmenes autoritarios en Amrica Latina y el inicio deuna larga, complicada y ms bien precaria fase de democratizacin viva-mente ilustrada por las vicisitudes con que ha tropezado el avance democrtico enM xico fueron acompaados por un saludable resurgimiento del inters pblicopor explorar la rica multiplicidad de significados y promesas contenidos en la pro-puesta democrtica1. Una discusin de este tipo slo poda ser saludada con entu-siasmo en un continente que, tal como repetidamente lo observara Agustn Cueva ,en casi dos siglos de vida independiente fue incapaz de producir siquiera una re-volucin bu rguesa que culminase en la implantacin de una democracia capitalis-ta. Por el contrario, las revoluciones bu rguesas fueron un producto extico enAmrica Latina: Mxico entre 1910 y 1917 ha sido, de lejos, el caso ms notable,y con ciertos reparos los de Guatemala en 1944, y Bolivia en 19522. Menos ex c e p-cionales fueron los casos de las modernizaciones conservadoras, en donde coa-liciones polticas conservadoras y en algunos casos reaccionarias promov i e r o npolticas enderezadas tanto a destruir los obstculos arcaicos que se interponan aldesarrollo del capitalismo como a promover la acelerada restructuracin de las es-tructuras e instituciones capitalistas preexistentes. En la historia latinoamericanahubo varios ejemplos de este tipo, sobresaliendo los casos de las oligarquas mo-dernizantes de finales del siglo XIX y comienzos del XX en la A rgentina y elU r u g u a y. En pocas ms recientes los proyectos de modernizacin conserva d o r a

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    1. Una discusin semejante sobre la naturaleza de los regmenes autoritarios haba ocupado a buenaparte de la intelectualidad latinoamericana en la dcada de los setenta. Un perceptivo balance de estadiscusin se encuentra en Enrique Baloyra, La transicin del autoritarismo a la democracia en el Surde Europa y en Amrica Latina: problemas tericos y bases de comparacin en Julin Santamara(comp.), Transicin a la democracia en el Sur de Europa y Amrica Latina,Madrid, Centro de Inves-tigaciones Sociolgicas, 1982, pp. 287-345. Vase, asimismo, nuestro El fascismo como categorahistrica: en torno al problema de las dictaduras en Amrica Latina en Revista Mexicana de Socio-loga, N 2/77 (Ao XXXIX, Vol. XXXIX, Abril-Junio de 1977), pp. 481-528 y los diversos artculoscontenidos en ese nmero monogrfico de la citada revista.2. Cf. Agustn Cueva, El desarrollo del capitalismo en Amrica Latina, Mxico, Siglo XXI, 1976,cap. 1.

  • ESTADO, CAPITALISMO Y DEMOCRACIA EN AMRICA LATINA

    se han tornado ms raros. Desde comienzos de la dcada de los sesenta slo doscasos parecen haberse producido: los regmenes militares de Chile y Brasil, que alo largo de su prolongado dominio transformaron radicalmente los fundamentosmismos de las estructuras econmicas y sociales del capitalismo perifrico3.

    Sin embargo, ninguno de estos casos an los ms jacobinos, como la propiaRevolucin Mexicana concluy sus cuestiones pendientes estableciendo unrgimen democrtico. Su preocupacin excluyente pareci haber sido asegurar elfuncionamiento del modo de produccin capitalista y, cuando fuese necesario,llevar adelante las reformas requeridas por tales propsitos; pero ninguno estuvogenuinamente interesado en fundar un capitalismo democrtico. El sello autorita-rio del capitalismo latinoamericano tiene races muy profundas, que alcanzan tan-to a su matriz colonial como a la modalidad de desarrollo dependiente y reaccio-nario por medio de la cual estas sociedades se integraron a los mercados mundia-les. Pasaron muchas dcadas, es cierto, pero las pesadas herencias de la tradicinpoltica autoritaria an conservan una robusta existencia en nuestra regin4.

    Una vez que los distintos actores polticos hicieron una verdadera profesinde fe democrtica por cierto que con dismiles resultados en lo concerniente asu credibilidad el tema se convirti en motivo de agitados debates en el campode la ciencia poltica. Algunos entre los que se incluye un segmento muy impor-tante de la izquierda latinoamericana, amn de los tradicionales representantes delas posiciones neoconservadoras adhirieron a una concepcin que sostiene quela democracia es un proyecto que se agota en la normalizacin de las institu-ciones polticas. Para quienes son tributarios de esta perspectiva, la gigantescaempresa de instaurar la democracia se reduce a la creacin e institucionalizacinde un puro orden polticoes decir, un sistema de reglas del juego que hace abs-traccin de sus contenidos ticos y de la naturaleza profunda de los antagonismossociales y que slo plantea problemas de gobernabilidad y eficacia administra-tiva. Asombra comprobar cmo algo a primera vista tan sencillo y razonable hapodido a lo largo de la historia, despertar pasiones tan desbordantes y precipita-do resistencias tan encarnizadas, provocando en los ms diversos tipos de socie-dades revoluciones y contrarrevoluciones, sangrientas guerras civiles, prolonga-das luchas reivindicativas y salvajes represiones5. Por cierto que la imagen quehoy proyectan quienes sostienen esta concepcin minimalista de la democraciapoco tiene que ver con la que nos legaron algunas de las ms grandes cabezas de

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    3. El caso brasileo es, sin dudas, el ejemplo ms ntido. Vase Florestn Fernndes, A revoluao bur-guesa no Brasil, Rio de Janeiro, Zahar Editores, 1975.4. Cf. Atilio A. Boron, Authoritarian ideological traditions and transition towards democracy in Ar-gentina, The Institute of Latin American and Iberian Studies, Columbia University, paper N 8, NewYork, 1989.5 Esta visin minimalista y politicista de la democracia puede encontrarse en Manuel Antonio Garretn,Reconstruir la poltica. Transicin y consolidacin democrtica en Chile, Santiago, Editorial A n d a n t e ,1987; en Angel Flisfisch, Norbert Lechner y Toms Moulin, Problemas de la democracia y la poltica

  • la teora poltica, desde Platn hasta Marx. Sin el nimo de iniciar una labor exe-gtica que permita contrastar las imgenes clsicas de la democracia con sus ver-siones contemporneas, nos parece apropiado recordar aqu la visin que un so-brio y atento observador de estas cuestiones nos referimos a Alexis de Tocque-ville popularizara en su clsico estudio, y que lo llevara a dejar impresa en su in-troduccin estas conmovedoras palabras:

    Todo este libro ha sido escrito bajo una especie de terror religioso, senti-miento surgido en el nimo del autor a la vista de esta revolucin irresisti-ble que desde hace tantos siglos marcha sobre todos los obstculos, y quean hoy vemos avanzar entre las ruinas a que da lugar6.

    Los trazos picos del impresionante fresco tocquevilliano contrastan llamati-vamente con las simples y deslucidas imgenes que ofrecen algunas teorizacio-nes recientes. Pero adems, el relato clsico si se nos permite utilizar un tr-mino poco apreciado por los profetas de la postmodernidadgoza de una ve n t a-ja decisiva: los datos emanados de la voluminosa historiografa relativa al proce-so de establecimiento de la democracia en las sociedades modernas y de la cualla obra de Barrington Moore constituye una sntesis ejemplarle asignan inape-lablemente la razn7. En todo caso, y sin entrar a considerar un tema que esca-para de los lmites del presente trabajo, conviene tomar nota de las perniciosasimplicaciones tericas y poltico-ideolgicas de este triunfo contundente de lasconcepciones schumpeterianas que reducen la democracia a una cuestin demtodo, disociado por completo de los fines, valores e intereses que animan lalucha de los actores colectivo s a expensas de las formulaciones clsicas, en lascuales la democracia es tanto un mtodo de gobierno como una condicin de lasociedad civ i l8.

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    democrtica en Amrica Latina, en Autores Varios, D e m o c racia y desarrollo en Amrica Latina, Bue-nos Aires, GEL, 1985. El volumen colectivo compilado por Guillermo ODonnell, Phillipe Schmitter yL awrence Withehead, Transiciones desde un gobierno autoritario, Buenos Aires, Paids, 1988, contie-ne numerosos trabajos que se inspiran en esta tradicin, an cuando es preciso subrayar que no todos ad-hieren con igual entusiasmo a sus premisas, mientras que otros se apartan prudentemente de sus formu-laciones ms radicales. La ms explcita y elaborada justificacin de esta perspectiva realizada en el m-bito de la ciencia poltica latinoamericana se encuentra en la obra de Carlos Strasser, Pa ra una teora dela democracia posible. Idealizaciones y teora poltica, Buenos Aires, GEL, 1990 y Pa ra una teora dela democracia posible. La democracia y lo democr t i c o, Buenos Aires, GEL, 1991. No obstante, la cui-dadosa argumentacin de este autor no logra superar las insanables limitaciones inherentes al enfoqueminimalista y politicista de la democracia. Si los ms diligentes telogos medievales fracasaron en sut e n t a t iva de demostrar la cuadratura del crculo, cmo hacer para justificar la separacin en la teora deaquello que en la vida real de las sociedades hallamos inextricablemente unido? 6. Alexis de Tocqueville, La democracia en Amrica, Madrid, Alianza Editorial, 1985, 2 tomos, tomoI, pp. 12-13. 7. Barrington Moore, Jr. Social Origins of Dictatorship and Democra c y, Boston, Beacon Press, 1966.8. Hemos examinado in extenso este punto en nuestro Estado, capitalismo y democracia en AmricaLatina, op. cit., caps. 2-5 Cf. Joseph Schumpeter, Capitalism, Socialism and Democracy, NewYork,Harper Torchbooks, 1950, 3ra. edicin, caps. 20-23.

  • ESTADO, CAPITALISMO Y DEMOCRACIA EN AMRICA LATINA

    Para quienes comparten esta perspectiva, por lo tanto, la posibilidad de que larefundacin del orden democrtico en Amrica Latina se agote en la pura restruc-turacin del rgimen poltico es motivo de honda preocupacin. En efecto, cree-mos que no se puede comprender el significado que tiene la recuperacin de la de-mocracia si no se la concibe como un proyecto inescindible que reposa sobre dosexigencias: por una parte, un conjunto de reglas ciertas del juego que permitainstitucionalizar y provisoriamente resolve r los antagonismos sociales y llegar aresultados inciertos, es decir, no siempre ni necesariamente favorables a los in-tereses de las clases dominantes9; por la otra, la democracia tambin contiene unad e finicin de la buena sociedad que, dialcticamente, remata en el socialismo.Esta postulacin se articula en torno a dos ejes, la igualdad concreta de los produc-tores y la libertad efectiva de los ciudadanos, de los cuales se derivan no slo laimagen de una utopa positiva sino tambin una propuesta de reforma social quesuprima las flagrantes injusticias del capitalismo y oriente a los agentes socialesde la transformacin en los traicioneros laberintos de la coyuntura. Slo por estava se podr reconciliar, al menos parcialmente y mientras tanto, la ciudadana po-ltica abstracta de la democracia bu rguesa con la desciudadana social concreta quecaracteriza a las sociedades capitalistas. No es una consideracin secundaria agre-gar que esta concepcin integral de la democracia no slo es tericamente correc-ta por cuanto, a diferencia de las otras, permite comprender las vicisitudes hist-ricas de su constitucin, crisis y recomposicin en las sociedades contempor-n e a s sino que, en trminos prcticos, es la nica que permite legitimar al rg i m e ndemocrtico en una regin del planeta en la cual las improntas autoritarias del ca-pitalismo se han manifestado con una singular intensidad1 0.

    Que la transicin poltica de Amrica Latina culmine en uno u otro modelo dedemocracia no es una cuestin balad. Es justamente debido a eso que, despusde sealar con justeza que en Amrica del Sur nunca existi una democracia ge-nuina, Jos Nun plantea con claridad los alcances prcticos de dos concepcionesque hoy aparecen enfrentadas en nuestro continente:

    Sucede que una cosa es concebir a la democracia como un mtodo para laformulacin y toma de decisiones en el mbito estatal; y otra bien distinta

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    9. Vase Adam Przeworski, Capitalismo y socialdemocra c i a, Madrid, Alianza Editorial, 1988, pp. 159-168, para una discusin sobre el papel de la siempre relativa incertidumbre de resultados en la consti-tucin de la democracia capitalista. Creo que la formulacin de Przeworski sera ms satisfactoria si sedejara en claro que en cierto tipo de conflictos la democracia capitalista no admite ningn tipo de incer-tidumbre en cuanto a su desenlace. Dnde est el plebiscito popular en el que se haya votado la propie-dad privada de los medios de produccin, o la creacin de un ejrcito profesional? Estas son cuestionesque ni siguiera se discuten. Tomando un caso mucho ms sencillo, en que pas de Amrica Latina elpueblo fue convocado para resolver mediante un plebiscito si se debe o no pagar la deuda externa? 10. Sobre este tema vase a Jos Mara Maravall en Las razones del reformismo. Democracia y po-ltica social, en Leviatn, Madrid, Primavera de 1989, N 35, y nuestro Estado, capitalismo y demo-cracia en Amrica Latina, op. cit., cap. 5.

  • imaginarla como una forma de vida, como un modo cotidiano de relacinentre hombres y mujeres que orienta y que regula al conjunto de las activi-dades de una comunidad. Estoy aludiendo... al contraste entre una demo-cracia gobernada y una democracia gobernante, es decir, genuina11.

    Se comprende entonces que as como hasta hace muy poco se hablaba del au-toritarismo estatal y de sus efectos destructivos sobre la sociedad civil y los fr-giles mecanismos de integracin de los capitalismos dependientes en la actuali-dad los nuevos y viejos sujetos sociales de la reconstruccin del orden poltico seempeen en desentraar las posibilidades prcticas que uno u otro tipo de demo-cracia ofrecen a su protagonismo. Por eso la delimitacin de los problemas de latransicin y la consolidacin de ese rgimen poltico al espacio restringido de loque podramos llamar la ingeniera poltica es decir, el diseo y funcionamien-to de las instituciones pblicas de representacin y gobierno constituye un se-rio equvoco. Esto es as dado que erige, por un capricho del concepto, esa artifi-cial muralla entre sociedad, economa y poltica que provocara la penetrante cr-tica del joven Marx al fetichismo del estado burgus y la impugnacin gramscia-na de la rgida contraposicin liberal entre lo pblico y lo privado12.Ya en el pa-sado nos referimos a las insanables limitaciones de esta concepcin schumpete-riana de la democracia, que la reduce a un simple mtodo para la constitucin dela autoridad pblica, y por esa razn no vamos a insistir una vez ms sobre estepunto13. Conviene empero expresar nuestra preocupacin ante el hecho de que laimprescindible revalorizacin de la democracia por parte de la izquierda latinoa-mericana producida al calor de una derrota que en muchos casos tambin ha sig-nificado una capitulacin ideolgica tan superflua como inadmisible ha llegadotan lejos como para hacerla adherir acrticamente a una visin empobrecedora ya la postre suicida de la misma, y que no se compadece con los desarrollos teri-cos y prcticos que la democracia ha experimentado en muchos pases14.

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    11. Cf. Jos Nun, La rebelin del coro. Estudios sobre la racionalidad poltica y el sentido comn,Buenos Aires, NuevaVisin, 1989, p. 61.12. Vase, principalmente, Karl Marx, Sobre la cuestin juda y En torno a la crtica de la filoso-fa del derecho de Hegel y otros ensayos. Introduccin, en Karl Marx y Friedrich Engels, La Sagra -da Familia, Mxico, Grijalbo, 1958, pp. 3-38. Antonio Gramsci, Note sul Machiavelli, sulla politicae sullo stato moderno,Torino, Einaudi, 1966, pp. 29-62; 125-133.13. Cf. Entre Hobbes y Friedman: liberalismo econmico y despotismo burgus en Amrica Latina,en Estado, capitalismo y democracia en Amrica Latina, op. cit., cap. 2. 14. Vase, por ejemplo, el trabajo de David Held, Models of Democracy, Stanford, Stanford Univer-sity Press, 1987, y las pioneras reflexiones de C.B. Macpherson en The life and times of liberal de-mocracy, Oxford, Oxford University Press, 1977 y de Carole Pateman, Participation and DemocraticTheory, Cambridge, Cambridge University Press, 1970), las cuales introducen una serie de necesariasy saludables complejizaciones en el tratamiento de la cuestin de la democracia. Cabe consignarque similares procesos de deslumbramiento se han producido en relacin al mercado, investido eneste nuevo clima ideolgico que nos abruma de caractersticas mgicas hasta ahora desconocidas enla historia latinoamericana.

  • ESTADO, CAPITALISMO Y DEMOCRACIA EN AMRICA LATINA

    Es precisamente por esto que Agustn Cueva est en lo cierto cuando previe-ne en contra de esta tendencia a considerar a la democracia como una categoraexclusivamente poltica, que establece un tipo especfico de relaciones entre elestado y la sociedad civil caracterizado por el imperio de la libertad, el pluripar-tidismo, las elecciones peridicas y el imperio de la ley cuya efectividad se su-pone que est apriorsticamente garantizada ms all de sus condiciones particu-lares de existencia. De ah que este autor concluya que estas reglas del juego

    ... en s mismas me parecen positivas, pero con la salvedad de que nuncafuncionan de manera indeterminada, o sea, con independencia de su inser-cin en cierta estructura ms compleja que es la que les infunde una y otraorientacin15.

    Siendo esto as, una reflexin sobre nuestras nacientes democracias es insepa-rable de un anlisis sobre la estructura y dinmica del capitalismo latinoamerica-no. Esto requiere, por un lado, que no se confundan ambas cosas y que la especi-ficidad de la poltica no quede disuelta en las leyes de movimiento del capital;tambin, que se rechaze a las concepciones fragmentadoras de la realidad socialque reifican a sus partes como si ellas pudieran existir independientemente de latotalidad a la que pertenecen y que les da sentido. Hablar del capitalismo latinoa-mericano nos exige discurrir sobre la historia frustrada de una doble revolucin:la burguesa, habida cuenta del carcter reaccionario de nuestros capitalismos oli-grquico-dependientes, cuyos procesos de desarrollo transitaron por vas inequ-vocamente junkerianas; y la socialista, cuyas expectativas impulsaron las grandesluchas populares de los sesenta y parte de los setenta. La revolucin haba sido,para decirlo con palabras de Ernst Bloch, el principio esperanza en la dcadade los sesenta; luego del infernal parntesis impuesto por las dictaduras, la demo-cracia se convirti en su sucednea en los ochenta, depositaria de todo el mesia-nismo y la desesperacin generados por las dictaduras. La punzante pregunta queel asesor de la embajada norteamericana en Brasil formulara a Francisco C. Wef-fort por qu la democracia, por qu no la revolucin? resume muy bien las cla-ves de esta fluctuacin que, lejos de ser producto de una moda intelectual, no ha-ce sino espejar las vicisitudes del desarrollo poltico latinoamericano16.

    Es sabido que entre la prctica social y los discursos tericos e ideolgicosexisten marcadas discontinuidades. Por eso no deberamos sorprendernos al cons-tatar la gran desproporcin entre la atencin que los acadmicos han dedicado a lacuestin de la democracia y los avances concretos mucho ms modestosr eg i s-trados por este ordenamiento poltico en el movimiento real de la historia latinoa-mericana. Sin embargo, el exponencial crecimiento de la bibliografa especializa-

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    15. Cf. Agustn Cueva, Las democracias restringidas de Amrica Latina. Elementos para una refle-xin crtica, Quito, Planeta, 1988, p. 12. (subrayado en el original).16. Francisco Weffort, Por que democracia?, So Paulo, Brasiliense, 1984, pp. 11-12.

  • da y el llamativo abandono de muchos temas clsicos de los sesenta, sbita-mente cados en el olvido luego del auge democratizadorno puede dejar de lla-mar la atencin a los observadores de la escena latinoamericana. Mxime cuandose comprueba que los viejos objetos de estudio, ntimamente ligados a las preocu-paciones transformadoras de aquellos aos, comienzan a reaparecer a pedido delos propios gobiernos de la regin. Presas del entusiasmo, no faltaron los que cre-yeron que haba llegado la hora de abandonar los estudios sobre las cuestiones msl i gadas al funcionamiento de nuestros capitalismos y la estructura de clases (comola pobreza extrema, la marginalidad social, la decadencia urbana y regional) todavez que stos aludan a una problemtica aparentemente alejada de la que parecaser distintiva de la redemocratizacin: elecciones, partidos y regmenes polticos,para no hablar sino de los temas ms obvios. El triunfo de la democracia fue tor-pemente interpretado como la derrota de la economa a manos de la poltica, cuan-do en realidad lo que se haba producido era la bancarrota del economicismo entodas sus variantes. De este modo la poltica recuperaba su dignidad a costa deun riesgoso y ef m e r o desprecio de los factores econmicos, que poco tiempodespus habran de cobrar un muy alto precio ante semejante osada1 7.

    Sin embargo, ante la porfiada permanencia de aquellos problemas fueron losgobiernos y los organismos internacionales encargados de financiar algunas desus actividades los que se hallaron ante la necesidad de tener que dedicar crecien-tes recursos para el estudio de un conjunto de problemas cuyas aristas ms desa-gradables resurgan con desconocida virulencia una vez que la cada de las dicta-duras hizo posible que nuestras sociedades pudieran mirarse a s mismas. Lacreencia ingenua de que la bondad viene toda junta que Samuel Huntington cri-ticara cidamente en ciertas versiones de la ciencia poltica norteamericana de losaos cincuenta se posesion tambin de la cabeza de los polticos y gran partede la intelectualidad progresista latinoamericana18. La ingenuidad e inexperienciade nuestros dirigentes los llev a pensar que bastaba con la redemocratizacin pa-ra que ciertos problemas estructurales del capitalismo latinoamericano se disol-vieran en el aire. Cuando el gobierno del presidente Alfonsn estaba siendo des-truido por la ofensiva empresarial que precipit el alza espectacular del dlar y lahiperinflacin desatada a mediados de 1989, el ministro de Economa designado

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    17. Esta subestimacin de lo econmico, condenado in totocomo mero economicismo, encontr enciertas corrientes de las ciencias sociales norteamericanas abundantes fuentes de inspiracin. Particu-larmente influyente fue la obra de Theda Skocpol, principalmente su Estados y revoluciones sociales,Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 1986, y su contribucin al volumen colectivo compilado porla misma Theda Skocpol, Peter Evans y Dietrich Rueschmeyer, Bringing the state back in, Cambrid-ge, Cambridge University Press, 1985, Bringing the State Back In: Strategies of Analysis in CurrentResearch, pp. 3-37. Una crtica a los excesos del politicismo puede verse en nuestro Estadolatray teoras estadocntricas: notas sobre algunos anlisis del estado en el capitalismo contemporneo,en El Cielo por Asalto, Buenos Aires, vol. I, N1, verano de 1990-1991, pp. 97-124.18. Samuel Huntington, Political Order in changing societies, New Haven and London, Yale Univer-sity Press, 1968, cap. 1.

  • ESTADO, CAPITALISMO Y DEMOCRACIA EN AMRICA LATINA

    para hacer frente a la crisis declar pblicamente su frustracin porque le habahablado al corazn de los empresarios, y ellos me respondieron con el bolsillo.Qu otro lenguaje entiende el capital?19

    La grfica imagen del ministro Juan Carlos Pugliese demuestra sobradamentealgunos de los problemas que confronta la recreacin y consolidacin de la demo-cracia en la regin. El tema de la deuda externa es otro ejemplo bien ilustrativo :muchos gobernantes y sus equipos de asesoresexpresaron su amarga desilusinante la inconmovible actitud de los pases acreedores, que insistieron en asignar untratamiento ex c l u s ivamente tcnico y contable a este problema, manteniendo sinvariar un pice la poltica que haban fijado hacia nuestros pases en pocas de dic-tadura. T n gase presente que algunas estimaciones calculan que desde el estallidode la crisis de la deuda Amrica Latina ha remitido hacia los pases industriali-zados una cifra que representa, en valores reales, algo as como el equivalente ados o tres planes Marshall. Algunos sinceros demcratas pensaron, no sin ex c e s i-va ingenuidad, que esta lnea dura de las potencias reflejaba su rechazo por losautoritarismos que asolaban la regin. Su sorpresa y su decepcin fueron mays-culas cuando advirtieron que, junto con los vtores y los discursos grandilocuentescon que se celebraba el advenimiento de la democracia en Amrica Latina, la mis-ma poltica continuaba siendo framente aplicada a veces hasta con mayor ensa- a m i e n t o a los nuevos gobiernos surgidos de la libertad y el sufragio unive r s a l2 0.

    De esta forma los alentadores avances polticos registrados en los ochenta fue-ron acompaados por un marcado empeoramiento de las condiciones de vida delas grandes mayoras nacionales, todo lo cual no puede sino ensombrecer el futu-ro de la democracia en nuestros pases. A diferencia de lo ocurrido en previasoleadas democratizadoras en la inmediata postguerra, por ejemplo en donde lastransformaciones polticas integraron a vastos sectores sociales previamente ex-cluidos y postergados, en Amrica Latina la redemocratizacin vino acompaadapor la pauperizacin de extensas franjas de la sociedad civil. El interrogante cru-cial es hasta qu punto puede progresar y consolidarse la democracia en un cua-dro de inmiseracin generalizada como el que hoy en da afecta a las nacientesdemocracias sudamericanas, que carcome la ciudadana sustantiva de las mayo-ras precisamente cuando ms se ensalza su emancipacin poltica. Se pretendeintegrar polticamente a las masas y, simultneamente, se ensayan polticas deajuste que las excluyen y las marginan; se reafirma el valor del estado como m-bito de la justicia y como instancia de redistribucin de ingresos y recursos y, al

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    19. Cf. Culp Pugliese a los especuladores, El Cronista Comercial, (Buenos Aires) 7 de abril de1989, pg. 1.20. Vale la pena recordar aqu el paradojal destino del Presidente Guillermo Endara, quien a pesar dehaber jurado como tal en un cuartel del ejrcito norteamericano que invadi Panam para capturar alCoronel Manuel A. Noriega y para instituir un rgimen democrtico, tuvo que recurrir a una huelgade hambre a los efectos de presionar a Washington para que sus promesas de ayuda econmica setransformen en realidad.

  • mismo tiempo, se lo sacrifica y desmantela en aras del reforzamiento darwinianodel mercado. Es indudable pues que el estudio de los correlatos econmicos de lademocracia as como de la performance econmica de los regmenes democr-ticos es un asunto de tanta trascendencia como el adecuado diseo del sistemapoltico y de los mecanismos de representacin popular. La democracia no con-vive pacficamente con los extremos: la generalizacin de la pobreza extrema ysu contraparte, el fortalecimiento de la plutocracia, son incompatibles con suefectivo funcionamiento. Cuando los pobres se transforman en indigentes y los ri-cos en magnates, sucumben la libertad y la democracia. La primera no puede so-brevivir all donde uno est dispuesto a venderla por un plato de lentejas y otrodisponga de la riqueza suficiente como para comprarla a su antojo; la segunda seconvierte en un rito farsesco privado de todo contenido, abriendo el camino alsinceramiento entre economa, sociedad y poltica por la va de la restauracinplebiscitaria de la dictadura21.

    Pero esta preocupacin por las bases y las consecuencias econmicas de la de-mocracia, significa acaso que los temas clsicos del discurso democrtico l asoberana popular, la representacin poltica, la divisin de poderes, el imperio delderecho, el ejercicio de las libertades y los alcances de la igualdadestuvieron au-sentes de las luchas que progresivamente carcomieron los cimientos de las dicta-duras? O es que son irrelevantes en la fase actual de nuestra vida poltica? Nadade eso: lo que ocurre es que estas cuestiones eran y, en algunos casos, todav as o n abordadas en su parcialidad y en su disgregacin, sin articularse como losfragmentos de un nuevo discurso que integra en un solo argumento las reiv i n d i c a-ciones totalizantes es decir, polticas y socialesde la ciudadana. La novedad delperodo de transicin abierto en la dcada de los ochenta consisti precisamenteen el hecho de que las luchas populares fueron planteadas teniendo como eje prin-cipal los temas fundantes de la teora democrtica clsica, pero complementndo-los con las nuevas preocupaciones por la justicia y la equidad que, gracias a la se-cular lucha de las clases subalternas, se convirtieron en componentes esenciales delas nuevas reivindicaciones democrticas2 2. Una vasta y compleja serie de deman-das societales, a veces va gamente formuladas, otras veces apenas presentidas msque racionalmente elaboradas, parecan sintetizarse en la aspiracin democrtica,transformada ahora en una eficaz idea fuerza capaz de movilizar a vastos secto-

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    21. Cf. Jean-Jacques Rousseau, Del Contrato Social, Madrid, Alianza Editorial, 1980, p.57. El gine-brino se hace eco de las palabras de Platn, en Repblica, Buenos Aires, EUDEBA, 1963, pargrafo552, en cuyo inciso d) Scrates afirma que una ciudad en donde veas mendigos andarn ocultos la-drones, rateros, saqueadores de templos y delincuentes de toda especie. Op. cit. p. 435.22. Este tema es extensamente tratado en Samuel Bowles y Herbert Gintis, Democracy and Capita-lism. Property, Community and the Contradictions of Modern Social Thought, New York, BasicBooks, 1986. Sobre el papel del movimiento obrero en esta formidable ampliacin y redefinicin delproyecto democrtico vase Ralph Miliband, El nuevo revisionismo en Gran Bretaa, en Cuader-nos Polticos, Mxico, N 44, Julio-Diciembre de 1985, pp. 20-35.

  • ESTADO, CAPITALISMO Y DEMOCRACIA EN AMRICA LATINA

    res de la sociedad civil en su lucha contra el despotismo poltico y la creacin ola recuperacin, all donde tuviera sentido hablar de ellode la democracia2 3.

    La inesperada resurreccin de la sociedad civil, un fenmeno que sacudi alos despotismos dominantes mientras celebraban animada y prematuramente lasexequias de sus enemigos, replante radicalmente los trminos de la cuestin de-mocrtica. Por qu? Sencillamente porque en su formulacin convencional stase circunscriba a una serie de cuestionamientos y demandas que se referan ex-clusivamente a la naturaleza del orden poltico. No franqueaban el hiato que el jo-ven Marx haba identificado en la tradicin liberal-burguesa, que separaba artifi-ciosamente el bourgeoisdel citoyen24. Es que el supuesto implcito en todas laselaboraciones que arrancaban de la matriz lockeana era que slo el propietariopoda aspirar a la ciudadana: sta era la condicin que permita armonizar la exis-tencia terrenal de una sociedad clasista y profundamente desigual con laigualdad ciudadana que imperaba en el cielo poltico, y que consagraba el libe-ralismo y el democratismo de un estado cuya base social no trascenda el univer-so de las clases propietarias. Las luchas populares que jalonaron la evolucin his-trica de las sociedades burguesas barrieron con esa premisa, y ya desde la Pri-mera Guerra Mundial y la Gran Depresin el estado capitalista slo poda recla-mar para s el ttulo de democrtico a condicin de que reposara sobre una basede masas que era inconcebible en la teora convencional.

    Estas novedades estimularon un replanteamiento radical de la cuestin demo-crtica, a resultas del cual la tradicional concepcin garantista y exclusivistaemergi como una respuesta socialmente insuficiente. Esto no significa que losviejos principios all codificados pierdan su valor, transformndose en desdea-bles formalidades que tanto la izquierda dogmtica como todo el pensamientode la derecha reaccionaria corporativista se regocijaron en menospreciar. Todo locontrario, aquellas libertades, derechos y garantas individuales siguen siendocondiciones necesarias para una democracia socialista. Esto fue reconocido consingular agudeza por un personaje histrico de la talla de Rosa Luxemburgo,quien pese a su opcin revolucionaria jams sucumbi ante la tentacin que tan-tos estragos hiciera en la izquierda de denostar a la democracia burguesa por serexclusivamente formal25. La permanente validez de la crtica socialista a las in-consistencias de un rgimen cuyos predicados igualitaristas y democrticos sonincongruentes con sus premisas prcticas clasistas y autoritarias sigue siendo an

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    23. Cf. Fernando Henrique Cardoso, La democracia en las sociedades contemporneas, Crtica yUtopa, Buenos Aires, N 6, 1982 y La Democracia en Amrica Latina, Punto de Vista, Buenos Ai-res, N 23, abril 1985.24. Karl Marx, ibid. 25. Recurdese el intenso debate suscitado por las tesis de Rosa Luxemburgo a propsito de la revo-lucin rusa y sus enseanzas. Cf. su The Russian Revolution, en Rosa Luxemburg Speaks, NewYork, Pathfinder Press, 1970, pp. 365-395, en donde la revolucionaria polaca advierte las implicacio-nes autoritarias de largo plazo de ciertas decisiones tomadas en los meses iniciales de la revolucin

  • hoy irrefutable. Vase si no el desolador panorama de nuestras democracias, man-tenindose precariamente de pie sobre sociedades estructuralmente injustas, quecondenan cada da a miles de personas a la marginalidad y el desamparo. Claroest que, siguiendo el derrotero trazado por Rosa Luxemburgo, es importantecomprender que el argumento de la democracia socialista nada tiene que ver conla codificacin que ste sufriera a manos del estalinismo y sus aclitos. En la vul-gata pseudomarxista se proceda sin ms trmite a la cancelacin de esas liberta-des formales pretextando su carcter irreductiblemente burgus, como si el ha-beas corpus, la libertad de expresin y asociacin, o el majority rulerepugnasena la teora y la prctica poltica de las clases populares. O es que, tal como co-rrectamente se preguntara Norberto Bobbio, una asamblea de obreros elige sus re-presentantes por el voto calificado de sus miembros, o apelando a un principioteocrtico?26 Rosa Luxemburgo, por el contrario, sostena acertadamente que lademocracia socialista exiga la ms rotunda ratificacin y extensin de esas liber-tades formales slo en apariencia mediante la democratizacin sustantiva dela fbrica, la escuela, la familia; en fin, del conjunto de la sociedad27.

    Todo lo anterior plantea dos problemas que, dada su envergadura, apenas sinos limitaremos a enunciar, dejando reservado su tratamiento para otra ocasin.Primero, hasta qu punto la plena democratizacin del estado capitalista puedesuturar el hiato entre la igualdad celestial del rgimen poltico y la desigualdadmaterial que reproducen incesantemente las relaciones burguesas de produc-cin? Es obvio que el programa de la democratizacin se encuentra aqu con es-collos insalvables. No se trata de desmerecer los enormes adelantos obtenidos conla democratizacin de los capitalismos europeos desde la Primera Guerra Mun-dial, ni de minimizar los alcances del estado keynesiano de bienestar desde lostreinta: impulsadas por las luchas populares, las democracias burguesas introdu-jeron una serie de reformas que mejoraron objetivamente las condiciones de exis-tencia de las clases subordinadas. Sin embargo, esto no puede llevarnos a ignorarque aquellas transformaciones hallaron sus lmites en el despotismo que el capi-tal mantuvo inclume en el terreno de la produccin. Es solucionable la contra-diccin capitalista entre democracia poltica y autocracia econmica? No parece;al menos, no hay casos histricos que avalen respuestas optimistas. Siendo estoas, surge inmediatamente una segunda cuestin: es posible concebir el trnsitodesde una democracia capitalista a una democracia socialista, o post-capitalis-

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    rusa. Casi veinte aos antes, en su clebre contribucin al Bernstein-Debatte, Luxemburg haba plan-teado en Reforma o Revolucinreproducida en Obras Escogidas,Tomo I, Mxico, ERA, 1978 unaaguda defensa de la democracia como componente imprescindible del proyecto socialista. Una for-mulacin actual de esta tesis se encuentra en Raymond Williams, Hacia muchos socialismos, en ElCielo por Asalto, Ao I, N 3, 1991.26. Norberto Bobbio, Quali alternative alla democrazia rappresentativa?, en Federico Coen, Il mar-xismo e lo Stato. Il dibattito aperto nella sinistra italiana sulle tesi di Norberto Bobbio, Roma, Mon-doperaio, 1976, pp. 19-37.27. Rosa Luxemburgo, The Russian Revolution, op. cit., pp. 393-395.

  • ESTADO, CAPITALISMO Y DEMOCRACIA EN AMRICA LATINA

    ta, como un deslizamiento gradual y sin rupturas entre dos polos de un mismoeje? El paso de la una a la otra, es simplemente una cuestin acumulativa, o im-plica una reformulacin cualitativa? La respuesta en ambos casos es negativa, yla experiencia histrica ensea que el posible trnsito desde una democracia ca-pitalista a otra de tipo socialista es impensable sin replantear, simultneamente, eltema de la revolucin, es decir, de la mutacin radical en la estructura de la so-ciedad. Slo se puede hablar de la profundizacin de la democracia y de su even-tual remate en alguna forma de democracia post-capitalista a posterioride ha-ber formulado alguna hiptesis sobre la estabilidad a largo plazo de la sociedadcapitalista o sobre los factores que precipiten su descomposicin.

    Resumiendo: los problemas reales que acosan la marcha de la democracia enAmrica Latina trascienden holgadamente aquellos referidos a la exclusiva mec-nica del rgimen poltico. Estas cuestiones son muy importantes, pero permane-cer encerrados en una concepcin politicista de la democracia obnubila nuestravisin y es el camino ms seguro para cooperar con el restablecimiento del auto-ritarismo en la regin. Lo que satisfaca al ideario democrtico en la Grecia cl-sica, en las ciudades libres del medioevo europeo o en la civilizacin surgida conel advenimiento de la modernidad y el industrialismo, constituye hoy en da na-da ms pero tambin nada menos que la plataforma histrica desde la cual lospueblos pugnan por nuevas y ms fecundas formas de participacin y de cons-truccin del poder poltico. La democracia protectiva de los derechos indivi-duales, o del individualismo posesivo, para usar las consagradas expresiones deC. B. Macpherson, requiere hoypara no caer en el anacronismo de nuevos con-tenidos de tipo econmico y social, tendencialmente incompatibles con la socie-dad capitalista, y de los cuales emana una concepcin participativa de la demo-cracia sin la cual la figura del ciudadano queda despojada de toda su dignidad yeficacia28. Fernando H. Cardoso sintetiz con su acostumbrada brillantez los de-safos con que tropieza la democracia latinoamericana. El reconocimiento de questa se ha transformado en un proyecto que, al decir de Medina Echavarra, sefundamenta en sus propios valores, no implica sin embargo desconocer que

    existe (...) el sentimiento de la desigualdad social y la conviccin de quesin reformas efectivas del sistema productivo y de las formas de distribu-cin y de apropiacin de riquezas no habr Constitucin ni estado de dere-cho capaces de eliminar el olor de farsa de la poltica democrtica29.

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    28. C.B. Macpherson, The political theory of possessive individualism. Hobbes to Locke, Londres, OxfordU n iversity Press, 1962; y tambin su The life and times of liberal democra c y, op. cit., pp. 23-43. Vase tam-bin la sugerente sistematizacin efectuada tras las huellas de Macphersonpor David Held, Models ofD e m o c ra c y, op. cit., y la obra de Carole Pateman, Participation and Democratic T h e o r y, op. cit.29. Cf. Fernando Henrique Cardoso, La democracia en las sociedades contemporneas, Crtica &Utopa, Buenos Aires, N6, 1982 y La Democracia en Amrica Latina, Punto de Vista, Buenos Ai-res, N 23, Abril 1985.

  • Planteado en otros trminos: la tarea que tiene frente a s el demcrata latinoa-mericano va mucho ms all de asegurar la restauracin de las formas polticascongruentes con los principios fundamentales del rgimen democrtico. Apartede eso una tarea ya de por s tan extenuante como el trabajo de Ssifo tambindebe demostrar que la democracia es una herramienta eficaz para asegurar latransformacin social y la construccin de una buena sociedad. El proyecto de-mocrtico y socialista de Marx integra y combina a Locke con Rousseau; los tras-ciende que no quiere decir negarlos o suprimirlos al unificar la libertad y el go-bierno por consenso con la reconstruccin igualitaria de la nueva sociedad socia-lista. ste, y no otro, es el sentido integral, altamente demandante, de la aufhe-bungmarxiana.

    II. LA DEMOCRATIZACIN DE LOS CAPITALISMOS : LECCIONES DEL PASADOY CONTRASTES DEL PRESENTE

    En esta seccin examinaremos brevemente algunos de los principales proble-mas que afectan las perspectivas abiertas en la actual fase de redemocratizacin.Trataremos de esbozar una generalizacin preliminar en torno a ciertos condicio-nantes fundamentales que parecen haber intervenido con mucha fuerza en estanueva oleada democratizadora.

    Tal como era previsible, la experiencia prctica de las transiciones democrti-cas frustr categricamente las expectativas demasiado optimistas que prolifera-ron a inicios de los ochenta. Veamos, sucintamente, algunos de los principalesproblemas30.

    a La inestabilidad y la debilidad de la correlacin de fuerzas que sostieneal rgimen democrtico

    En primer lugar conviene tener presente que, siempre y en todas partes, la de-mocratizacin de las instituciones polticas y sociales ha sido un proceso de avan-

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    30. Es preciso recordar que los casos de Chile y Paraguay no se encuadran estrictamente dentro de es-ta proposicin, toda vez que comenzaron sus transformaciones democrticas hacia finales de la dca-da y no al principio. Con todo, nos parece que los problemas que afligen a las naciones que comen-zaron a transcurrir por este sendero con anterioridad tambin se hallan presentes en estas experien-cias, quizs de un modo un tanto ms atenuado. En el caso chileno, a diferencia de otros pases deAmrica del Sur, el ajuste regresivo lo hizo la dictadura. No form parte de la agenda de la demo-cracia como una tarea a cumplir, pero sigue estando presente como un ominoso legado del pinoche-tismo, que dej como herencia una sociedad ms injusta y desigual que la que exista durante los aosde Frei y, sobre todo, de Allende, y un rgimen democrtico notoriamente debilitado por las aberran-tes prerrogativas y jurisdicciones que han permanecido en manos de Pinochet y sus aliados. Visto des-de esta perspectiva, el desmedido triunfalismo que exhiben algunos propagandistas debera ser pru-dentemente dosificado si es que se quiere evitar un sbito y desagradable despertar.

  • ESTADO, CAPITALISMO Y DEMOCRACIA EN AMRICA LATINA

    ces y retrocesos, de construccin y destruccin, y jams un ascenso lineal e inin-terrumpido hacia cumbres cada vez ms elevadas. Ni siquiera las democracias ca-pitalistas desarrolladas pueden vanagloriarse de estar inmunizadas contra ten-tativas regresivas que cancelen, mediante diversos expedientes, los avances con-quistados durante largas dcadas de lucha. En otras palabras: slo por ingenuidadpodra sostenerse la tesis de la irreversibilidad del progreso democrtico31. Las ex-periencias de la crisis de la repblica de Weimar, en Alemania, y de Italia en laprimera postguerra, son pruebas harto elocuentes de lo que venimos diciendo. Lahistoria de la democracia en Europa y en Amrica Latina, por otra parte, est sa-turada de ejemplos en donde genuinos adelantos en esa direccin fueron troncha-dos mediante la reinstalacin de regmenes despticos de diverso tipo. Por lti-mo, los experimentos neoconservadores de los ochenta principalmente elthatcherismoy la revolucin conservadora de Ronald Reagan parecen haberdejado como saldo un notable endurecimiento de las democracias en el capita-lismo avanzado32. En efecto, su confesado propsito de reprivatizar la esfera de lopblico, de desarticular las mediaciones estatales que corregan las injusticias delmercado y de reemplazar el principio fundamental de la g overnmental accountabilitypor un extraordinario incremento en la autonoma decisional del ejecutivoen de-safiante desmedro de las capacidades de supervisin y control que le cabe, enesos regmenes, a los parlamentos como depositarios ltimos de la soberana po-pular han tenido como resultado el debilitamiento de la vitalidad de las institu-ciones de la democracia en el Reino Unido y los Estados Unidos. Adems, la re-composicin neoconservadora del capitalismo llevada a cabo en estos pases hadado como resultado un tipo de sociedad que toda la tradicin de la teora polti-ca no titubea en juzgar como inseguro e inhspito para un rgimen democrtico:una sociedad ms desigual, ms precariamente integrada y en donde la pobreza yla marginalidad se han extendido hasta niveles desconocidos.

    Por otra parte, sera bueno no olvidar que estas tendencias regresivas estn le-jos de ser meros reflejos del ocasional y momentneo auge de las ideologas neo-conservadoras. Por el contrario, se arraigan en las profundas modificaciones ex-perimentadas por la moderna sociedad industrial y cuyas negativas consecuenciassobre la institucionalidad democrtica fueron agudamente percibidas por nume-

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    31. Cf. Gran Therborn, Dominacin del capital y aparicin de la democracia, en Cuadernos Pol-ticos, Mxico, N 23, enero-marzo 1980, para una sugerente reflexin en torno a este tema. Este ar-gumento fue planteado con fuerza por Rosa Luxemburgo en Huelga de Masas, partidos y sindicatos,Mxico: Martnez Roca, 1969.32. Cabe sealar que esta involucin poltica se produjo a pesar de que el tan proclamado desmante-lamiento de los programas sociales del Estado de Bienestar slo se produjo parcialmente, y en unamedida que los grandes profetas del neoconservadorismo no dudaran en calificar de fracaso. Vase,al respecto, los sugerentes comentarios de Gran Therborn, Los retos del Estado de Bienestar: la con-trarrevolucin que fracasa, las causas de su enfermedad y la economa poltica de las presiones delcambio, en Rafael Muoz de Bustillo, Crisis y futuro del Estado de Bienestar, Madrid, Alianza Uni-versidad, 1989, pp. 81-99.

  • rosos autores que, con anterioridad a los ochenta, advertan sobre los riesgos deuna involucin autoritaria en las democracias burguesas ms antiguas y consoli-dadas, como la inglesa y la norteamericana33. Si bien este diagnstico pudiera noser totalmente compartido, debera al menos ser suficiente para poner una nota decautela acerca de la supuesta irreversibilidad de las conquistas democrticas al-canzadas por Amrica Latina en los ltimos aos, y para enfriar los espritus msenfervorizados. No se puede olvidar que la supervivencia de la democracia alldonde sta ha logrado establecerse o su conquista, en el capitalismo perifrico,han sido antes que nada un resultado del impulso ascendente y libertario de lasclases y capas populares, de su secular e incesante lucha por construir una socie-dad ms justa e igualitaria. Depende, en consecuencia, de la particular correlacinde fuerzas que se verifique en distintos momentos de la vida nacional y, adems,de la capacidad de las clases subalternas para cristalizar esos delicados e inesta-bles equilibrios en un conjunto de instituciones poltico-estatales que garanticeneficazmente la perdurabilidad de sus conquistas. Mirada desde esta perspectivahistrica y estructural la democracia burguesa aparece despojada de ese halofetichista que la ha llevado a ser concebida como una entidad etrea que flota in-mutable por encima de los conflictos sociales, las pasiones y los intereses queconfiguran la historia de las sociedades. Es preciso pues historizar la realidadde la democracia y percatarnos de que, para su triunfo, se requiere de agentes so-ciales concretos cuyos proyectos de dominacin, intereses e ideologas sean con-gruentes con el ordenamiento democrtico de la polis. Es por ello que la demo-cracia capitalista se encuentra traspasada por tensiones y que sus logros son siem-pre provisorios, susceptibles de ser cancelados en la medida en que el curso delos antagonismos sociales precipite la restauracin de una coalicin autoritaria enla cspide del estado. La imagen optimista e iluminista de la irreversibilidad dela democracia debe ser sustituida, por lo tanto, por una visin mucho ms realis-ta y dialctica que nos torne sensibles ante la fragilidad y provisoriedad de la co-rrelacin de fuerzas sociales sobre las cuales descansa34.

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    33. Este es el sentido de las ltimas reflexiones sobre esta materia de autores tan distintos como Her-bert Marcuse, Gino Germani y Sheldon Wolin. Dejando de lado las referencias a la obra mucho msc o n o c i d a del heredero de la Escuela de Frankfurt, es interesante notar la evolucin del pensamientode Germani y Wolin. En el artculo editorial de una nueva revista, llamada precisamente D e m o c ra c y,el ltimo afirmaba que el hecho poltico ms signifi c a t ivo acerca de la vida norteamericana contem-pornea era la firme transformacin de los Estados Unidos en una sociedad antidemocrtica. Cf. su W hy democracy?, en D e m o c ra c yVol. I, N 1, enero de 1981, p. 3. El trabajo profundamente pesi-m i s t ade Gino Germani y que revisa radicalmente sus concepciones anteriores es Democracia y A u-toritarismo en la Sociedad Moderna y se encuentra reproducido en la valiosa compilacin realizadapor CLACSO en Los lmites de la Democra c i a, Buenos Aires, CLACSO, 1985, 2 tomos, pp. 21-57.34. Este fatalismo democratista, signado por una fuerte impronta economicista, permea toda elmainstreamde la ciencia poltica norteamericana de los cincuenta. La obra de Seymour M. Lipset esuna clara muestra de esta tendencia. Cf. su Political Man: The Social Bases of Politics, Garden City,Doubleday, 1960. Una aguda crtica, formulada desde un ngulo conservador, puede verse en SamuelP. Huntington, Political Order in Changing Societies, op. cit. cap. 1.

  • ESTADO, CAPITALISMO Y DEMOCRACIA EN AMRICA LATINA

    b El nuevo clima ideolgico internacional: la llamada crisis de lasdemocracias y el auge de las doctrinas neoconservadoras

    Por otra parte, y dejando de lado las restricciones ms generales enunciadasen el pargrafo anterior, resulta pertinente sealar otra fuente de obstculos queser preciso sortear en esta nueva ola redemocratizadora que envuelve a la Am-rica Latina. Mientras que por estas latitudes se ha reavivado la aspiracin demo-crtica, en el capitalismo desarrollado cunde sobre este particular un cierto pesi-mismo o si no, por lo menos una actitud mucho menos entusiasta que estimu-la el discurso sobre la crisis de las democracias. La derechizacin del climaideolgico y poltico de Occidente ha dejado como amargo residuo una ciertaactitud de prevencin y sospecha en relacin a los efectos nocivos que la policro-ma y el activismo democrticos, tan vvidamente retratados por Platn, podranllegar a ejercer sobre la marcha de los negocios35.

    Al pronunciarse sobre la naturaleza de la crisis de los setenta, Samuel Hunting-ton lo dijo con su habitual contundencia: el problema no es el capitalismo sino lad e m o c r a c i a3 6. Con la ayuda de un conjunto de notables intelectuales muchos deellos comunistas o trostkistas envejecidos, reconvertidos en crticos acrrimosno slo del socialismo sino tambin del keynesianismo las nacientes lites neo-c o n s e r vadoras han logrado imponer un nuevo sentido comn bu rgus que ennuestros das satura al centro industrializado, a los capitalismos perifricos y al ex-p l o s ivo y convulsionado universo de los antiguos socialismos reales en caticatransicin hacia el capitalismo. Este discurso se basa en una novsima interpreta-cin tan original como sorprendentede las causas de la crisis y los desrdeneseconmicos y polticos que afectan a los capitalismos avanzados, apoyndose so-bre una relectura bu rguesa de algunas conocidas tesis marxistas3 7.

    Como es de sobras sabido, Marx se percat tempranamente de la incompati-bilidad tendencial existente entre el funcionamiento del modo de produccin ca-pitalista y la lgica de la democracia burguesa. Segn su diagnstico, la reproduc-cin de los mecanismos sociales que posibilitaban la extraccin de la plusvala sehallaba amenazada por la expansividad y las presiones igualitaristas inherentes alrgimen democrtico, condenndolo a estar crnicamente afectado por una fuer-te propensin hacia la ingobernabilidad y la crisis poltica. La razn de este dese-quilibrio debe buscarse en el hecho de que la democracia,

    ...mediante el sufragio universal, otorga la posesin del Poder poltico alas clases cuya esclavitud social viene a eternizar: al proletariado, a los

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    35. Cf. Platn La Repblica, op. cit., libro 8, pargrafos 555[b] a 561[d] .36. Samuel P. Huntington, The United States, en Michel Crozier, Samuel P. Huntington y Joji Wa-tanuki, The Crisis of Democracy, NewYork, NewYork University Press, 1975, pp. 73 y 106-113.37. Claus Offe, Contradictions of the Welfare State, Cambridge, Massachusetts. MIT Press, 1985, pp.65-87.

  • campesinos, a los pequeos burgueses. Y a la clase cuyo viejo Poder socialsanciona, a la burguesa, la priva de las garantas polticas de este Poder.Encierra su dominacin poltica en el marco de unas condiciones democr-ticas que en todo momento son un factor para la victoria de las clases ene-migas y ponen en peligro los fundamentos mismos de la sociedad burgue-sa. Exige de los unos que no avancen, pasando de la emancipacin polti-ca a la social; y de los otros que no retrocedan, pasando de la restauracinsocial a la poltica38.

    Una solucin transitoria adoptada por el estado capitalista en su fase econ-mico-corporativa consisti en limitar el juego poltico a las clases y sectores in-tegrados al dominio del capital, cuya participacin en la vida pblica se suponaque habra de encuadrarse dentro de mrgenes aceptables para las clases domi-nantes. De este modo la ciudadana se restringi al delgado estrato formado porlos propietarios y las clases y grupos integrados a su hegemona, mientras que lagran masa de la sociedad padeca una situacin crecientemente resistida de ex-clusin poltica. El resultado fue la creacin de un estado que era liberal pero nodemocrtico, dado que la plenitud de los derechos polticos quedaba circunscrip-ta tan slo a unos pocos, ricos y poderosos. De este modo se logr un compromi-so, un equilibrio inestable entre las necesidades de la acumulacin capitalista ylas exigencias de una cierta participacin poltica impostergable para un rgimenque se fundaba en la libertad del trabajo asalariado. La democracia censitariase caracteriz pues, en primer lugar, por su vocacin excluyente, la cual a su vezadquiri un statuslegal en los diferentes regmenes electorales que consagrabanla privacin del derecho a sufragio a distintas categoras de las clases subalternas;y, en segundo trmino, por su naturaleza formal y abstracta, rasgos stos con losque se procuraba frenar la dinmica expansiva de la participacin popular. De es-te modo se congel el proceso democrtico, confinndolo al conjunto de lasclases y estratos sociales dominantes. El estado liberal apareca con la figuramonstruosa de un Leviatn rematado con la cabeza bifronte del dios Jano: dentrode un cierto espacio clasista funcionaba la institucionalidad liberal-burguesa, yall el estado mostraba su cara democrtica y prodigaba sus libertades, dere-chos, garantas y formatos de representacin para usar la feliz expresin deGran Therborn a los grupos sociales y fuerzas polticas integrados a la hege-mona del capital; para el resto, difusamente percibido desde las alturas de la so-ciedad burguesa como clases peligrosas, el estado liberal se presentaba desem-bozadamente con el rostro de la dictadura39.

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    38. K. Marx, Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850, en Obras Escogidas en Dos Tomos,Mosc, Progreso, 1966, I, p. 158. 39. Cf. Claus Offe, op. cit., pp. 179-206 y Gran Therborn, What does the ruling class do when it ru-les?, London, New Left Books, 1978, pp. 180-218. Vase asimismo el trabajo de Adam Przeworski,op. cit., pp. 155-231, para una discusin sobre ciertos aspectos ms puntuales de este tema.

  • ESTADO, CAPITALISMO Y DEMOCRACIA EN AMRICA LATINA

    Sin embargo, la Primera Guerra Mundial, la Revolucin Rusa y la Gran De-presin de 1929, tres eventos que en escasos quince aos marcaron definitiva-mente el rumbo por el cual ira a transcurrir la historia de nuestro siglo, acicatea-ron las luchas sociales de tal modo que hicieron saltar la camisa de fuerza del vie-jo estado liberal. A partir de entonces la poltica se transform en un hecho de ma-sas, que haca imposible contener la contradiccin entre capitalismo y democra-cia perpetuando la alienacin poltica de las clases subalternas. La ciudadana, esacondicin privativa de unos pocos y por lo tanto un privilegio ms que un dere-cho tuvo que ser extendida, siempre a regaadientes, al conjunto de clases y ca-pas subordinadas que haban sido convocadas al sacrificio supremo de la guerray que, a su finalizacin, reclamaron con violencia su incorporacin al sistema. Deeste modo, el viejo estado del liberalismo aristocrtico, que haba hecho del laissezfaire un verdadero dogma jams totalmente respetado, por cierto, pero todavaeficaz a nivel ideolgico fue reemplazado, mediante una diversidad de caminosy trayectorias profundamente influidas por las tradiciones de lucha popular y lasinstituciones polticas prevalecientes en cada sociedad concreta, por una nuevaforma poltica que, a diferencia de la anterior, se asentaba sobre el terreno msslido pero tambin ms amenazante de la integracin de las masas y la legitima-cin popular del dominio burgus.

    Se produjo de esta manera el trnsito desde el viejo estado elitista y censita-rio el gendarme nocturno de la mitologa liberalal estado keynesiano demasas, benefactor y empresario a la vez. Estas denominaciones, naturalmente,hay que entenderlas como rtulos simplificadores de realidades muy complejas:s i r ven tan slo para subrayar el paso de una forma estatal que fundaba su domi-nio clasista sobre la desorganizacin y exclusin de las masas as como en laatomizacin de la sociedad civ i l a otra de tipo ampliada, que integra a las cla-ses subalternas y que hace reposar a la hegemona bu rguesa en su capacidad pa-ra organizarlas dentro del estado y en funcin de los intereses dominantes. Esun hecho de sobras conocido que esta profunda mutacin estatal en el capitalis-mo avanzado encontr en la obra de John Maynard Keynes y Antonio Gramscia sus teorizadores ms agudos y perceptivos, an cuando el punto de vista declase de cada uno de ellos estuviera en las antpodas del otro. La signifi c a t ivamagnitud de este reajuste, que demand una radical reconstruccin de las redesde dominacin poltica de la bu rguesa, tuvo su premio: las contradicciones en-tre capitalismo y democracia de masas pudieron ser adecuadamente procesadaspor el estado keynesiano, inaugurndose con la segunda postguerra una era deprosperidad sin precedentes. A partir de esta inesperada flexibilidad adaptativadel capitalismo, muchos intelectuales y fuerzas polticas de izquierda se desilu-sionaron, y pensando que los anlisis de Marx estaban equivocados, abjurarondel socialismo. Sus crticos liberales se apresuraron en anunciar al mundo la bu e-na nueva: la lucha de clases haba muerto, asfixiada por la abundancia que inun-daba a Occidente, y las ideologas que haban expresado y alentado los enfren-

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  • tamientos sociales en la poca del capitalismo liberal haban iniciado su inex o-rable crepsculo4 0.

    Sin embargo, la historia posterior habra de propinar un duro revs a aquellosprofetas de la nueva sociedad sin conflictos de clases y sin ideologas, puro im-perio de una supuesta racionalidad tcnico-econmica. En realidad, si las contra-dicciones entre estado democrtico y modo de produccin capitalista no estalla-ron y se mantuvieron latentes, fue porque tal como acertadamente lo subrayaraHuntington el perodo de la segunda postguerra constituy la poca de oro encasi quinientos aos de historia de la civilizacin burguesa: el conjunto de laseconomas capitalistas avanzadas que conforman el ncleo del sistema mundialcreci a un ritmo sin precedentes, sobre todo si se tiene en cuenta el carcter pla-netario del proceso y lo extenso del perodo41. Ese auge extraordinario cre lascondiciones necesarias para absorber las graves tensiones que subyacan al fun-cionamiento de la democracia burguesa en el mundo de la postguerra, gracias ala indita expansin del estado intervencionista que en una fase comnmente co-nocida como la de la recomposicin keynesiana del capitalismo asumi fun-ciones de vital importancia como regulador y estabilizador del ciclo de acumula-cin y activo mediador en la lucha de clases institucionalizada por el nuevo r-gimen de hegemona42.

    Pero una vez agotada esta poca de oro, los intelectuales y la clase poltica dela burguesa no tardaron en percatarse de los perjuicios que la democracia de ma-sas ocasionaba al capitalismo, y de inmediato surgieron voces quejumbrosas pro-poniendo superar la perversa combinacin de estancamiento con inflacin me-diante significativos recortes en el ejercicio de la democracia poltica, o el liso yllano sacrificio de algunas de sus conquistas en aras de la continuidad del proce-so de acumulacin. Al asumir sin ambages la lucha de clases el capital se hacemarxista usando una feliz expresin acuada por Antonio Negri, pero ahorapara justificar una solucin conservadora, e inclusive en algunos casos reaccio-naria, de la crisis43. De all que se haya promovido, y puesto en prctica, una es-trategia de recomposicin que se apoya en dos pilares: por una parte una impla-cable eutanasia, ya no del rentista, como quera Keynes en la dcada del trein-

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    40. El impacto de estos procesos sobre la izquierda norteamericana en los aos treinta est claramenterelatado en Irving Kristol, R e f l exiones de un neoconservador, Buenos Aires, GEL, 1986, pp. 17-40. 41. Michel Crozier, Samuel P. Huntington y Joji Watanuki, The crisis of democracy, op. cit., pp. 157y 158.42. Cf. Gran Therborn y Christine Buci-Glucksmann, Le dfi social-dmocrate, Paris, Franois Mas-pero, 1981, pp. 113-160.43. Cf. las penetrantes reflexiones de Antonio Negri en J. M. Keynes y la teora capitalista del Estado enel 29, en El Cielo por A s a l t o, Buenos Aires, Ao I, N2, Otoo de 1991, pp. 97-118. La expresin deN egri se refiere a la restructuracin capitalista posterior a 1929; esta nueva asuncin del papel de la luchade clases se produce bajo otras condiciones, y precipita una respuesta reaccionaria. Sobre sto vase elbrillante ensayo de Peter Gourevitch, Politics in Hard Ti m e s, Ithaca, Cornell University Press, 1986.

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    ta, sino de aquellas fracciones del capital incapaces de adaptarse a las cambian-tes circunstancias del mercado mundial y a la revolucin tecnolgica en marcha,a cuya cabeza se encuentran los grandes conglomerados monoplicos transnacio-nales. Esta verdadera purga de la burguesa transit principalmente por el mer-cado y las articulaciones burocrticas agencias estatales, lobbies, grupos de in-ters, etc. que lo ligan a las distintas agencias del gobierno, razn por la cual suimpacto sobre la vida democrtica no fue muy importante. Pero la recomposicincapitalista se apoy asimismo en la eutanasia de importantes sectores laboralesdesahuciados por la nueva modalidad de acumulacin capitalista y el redisci-plinamiento de la sociedad civil, mediante el cual se garantizaba la neutralizaciny control de las demandas de las clases subalternas.

    La democracia aparece pues, en el diagnstico neoconserva d o r, como el cau-sante final de la crisis. La terapia es sencilla: el prolijo recorte de las ex i g e n c i a spopulares, que la crisis no cesa de incentivar y reproducir, es lo nico que puedeponer fin a la fatal sobrecarga del estado y al recalentamiento de la economa.Si la primera genera dficit fiscal y erosiona la legitimidad de las autoridades, por-que nadie puede hacer frente a la explosin de demandas, el recalentamiento dela economa vendra a cerrar este presunto crculo vicioso con la inflacin y el es-tancamiento. De ah que los tericos neoconservadores procedan ahora a ex a l t a rcon un entusiasmo digno de mejores causasla apata y la indiferencia ciudada-nas, la privatizacin de los problemas del bienestar y muchos otros rasgos que an-tao fueran denunciados como brbaros anacronismos en la cultura poltica de lassociedades perifricas, pero cuya funcionalidad para la preservacin del dominiodel capital es, durante la crisis, oportunamente redescubierta4 4.

    El ataque a los excesos democrticos, paralizantes de la presunta vitalidad delmercado, desemboca en algunos casos ms explcitamente que en otrosen unaapologa del gobierno autoritario: el reconocimiento de las tensiones estructuralesde la democracia capitalista remata en un argumento por el cual sta se transforma,p e r versa e inexorablementemente, en una estructura ingobernable. Ser a partirde este paradigma de la ingobernabilidad como habrn de evaluarse las posibilida-des y la congruencia de la democracia con las exigencias cada vez ms rigurosas dela reproduccin del capital4 5. Pero es precisamente all donde la crtica inspirada enMarx propone un avance a la vez cualitativo y cuantitativo de la democracia (libe-

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    44. Este es el espritu que anima el famoso informe de la Comisin Trilateral redactado por Crozier,Huntington y Watanuki, anteriormente citado. Vase asimismo nuestro La crisis norteamericana y laracionalidad neoconservadora, en Cuadernos Semestrales. Estados Unidos: perspectivas latinoame-ricanas, Mxico, N 9, 1er. semestre de 1981, pp. 31-58.45. Cf. dos artculos de Samuel Brittan Can democracy manage the economy?, en Robert Skidelsky,The end of the Keynesian era, Londres, Macmillan, 1977, pp. 41-49 y The Economic contradictionsof Democracy, en British Journal of Political Science, 5, abril 1975, pp. 129-159. Vase asimismo eltrabajo de Claus Offe, IngobernabilidadEl renacimiento de las teoras conservadoras, en RevistaMexicana de Sociologa,Vol. XLIII, Nmero Extraordinario, 1981, pp. 1847-1866.

  • rndola de los condicionantes impuestos por la supremaca bu rguesa) que los teri-cos neoconservadores recomiendan la subordinacin del juego democrtico a losi m p e r a t ivos de la produccin. Y, como es bien sabido, si hay un terreno de la vidasocial en donde impera el ms crudo despotismo, es en el reino de la produccincapitalista. En ese mbito la dictadura del capital aparece sublimada y racionaliza-da tcnicamente una forma social histrica y transitoria es mistificada como lanica forma de organizar la producciny protegida, por el derecho bu rgus, ba-jo el manto sagrado e inviolable de lo privado. La sola mencin de la palabra de-mocracia provoca las ms violentas reacciones en el seno de la firma: asume, paradecirlo con las palabras de Bobbio, un carcter subve r s ivo intolerable para losamos del capital. Bajo esta perspectiva es natural que los tericos de la crisis sos-t e n gan que la democracia an la democracia bu rg u e s a slo es posible y deseablemientras no se constituya en un elemento disfuncional al proceso de acumulacin.Del reconocimiento de aquella contradiccin tempranamente develada por Marx sesalta a una recomendacin cuasi-hobbesiana, y el d e m o c ratic self-re s t ra i n tpasa aser invocado como una milagrosa solucin para la salvaguarda de la civ i l i z a c i nbu rguesa en el mundo desarrollado. Este diagnstico descarnadamente pesimistaacerca del futuro de la democracia se torna inclusive ms sombro cuando la visinn e o c o n s e r vadora dirige su mirada hacia las sociedades dependientes. Habra sidoen la periferia del sistema donde los sectores populares exhibieron una menor pro-pensin a la moderacin y la prudencia polticas en el planteamiento de sus deman-das; fue tambin en esas comarcas donde las lites dirigentes demostraron ms des-carnadamente su irresponsable demagogia y, finalmente, donde las instituciones re-p r e s e n t a t ivas fueron tradicionalmente incapaces de refrenar y canalizar los impul-sos desbordados de una tumultuosa ciudadana4 6.

    No es ocioso sealar que esta perspectiva se ha transformado en el enfoquepredominante en los crculos dirigentes del capitalismo maduro, habida cuenta dela notable hegemona ideolgica y poltica de la derecha en esas sociedades47. Es-te desfavorable clima de opinin ha configurado, sin dudas, un obstculo msen la larga marcha de Amrica Latina hacia la democracia: la direccin y el ritmode nuestro movimiento histrico parecen no sincronizar con los del capitalismometropolitano. El problema es que la recuperacin democrtica de nuestra regintropieza con un mercado mundial cuyos centros dominantes se han vuelto ms es-cpticos acerca de las virtudes de la democracia en sus propios pases, y bastan-te indiferentes cuando no disimuladamente hostiles ante los intentos de insti-tuirla en las sociedades dependientes. Es precisamente por eso que en un recien-

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    46. Tesis stas originariamente planteadas por Samuel P. Huntington en su Political Order in Chan-ging Societies, op. cit. pp. 1-92. Una versin extrema desde esta perspectiva se encuentra en JeaneKirkpatrick, The Hobbes Problem: Order, Authority and Legitimacy in Central America, mimeo,Washington D. C., American Enterprise Institute, 1980.47. Cf. Perry Anderson, Democracia y Socialismo. La lucha democrtica desde una perspectiva so-cialista, Buenos Aires, Tierra del Fuego, 1988, pp. 69-95.

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    te informe de la Comisin Trilateral se sostiene que conseguir y preservar demo-cracias estables y funcionales (sic) en toda la regin es el objetivo poltico funda-mental compartido por los pases de la Trilateral y los pueblos de Amrica Lati-na y el Caribe48. No es necesario un examen demasiado profundo para imaginaren relacin a qu debern ser funcionales las sufridas democracias latinoame-ricanas. Basta con sealar que este nuevo informe de la Trilateral que muchoscrean ya difunta repite una vez ms las tesis fundamentales del neoliberalismoglobal y culmina con un apndice en donde se prodigan encendidos elogios a laIniciativa de las Amricas del Presidente George Bush. Nuestras democracias, porlo tanto, deben ser funcionales a las polticas de ajuste estructural y a la recom-posicin salvaje del capitalismo.

    La postura de la Trilateral en relacin al futuro democrtico de Amrica Lati-na suaviza pero no elimina la desconfianza radical hacia los procesos de demo-cratizacin en la periferia. En su forma ms extrema, sta haba quedado ejem-plarmente expuesta en las elaboraciones doctrinarias hechas por algunos de loscolaboradores del presidente Ronald Reagan como la ex-embajadora JeanneKirkpatrick, por ejemplo quien se esmer por fundamentar poltica y moralmen-te la preferencia que su gobierno senta por las dictaduras amigas de los Esta-dos Unidos y los reparos y objeciones que le merecan las democracias latinoa-mericanas, concebidas invariablemente como potencialmente hostiles a los inte-reses norteamericanos49. En el plano ms prosaico pero sin dudas efectivo de lapoltica econmica internacional, el desinters de los principales gobiernos de-mocrticos del capitalismo avanzado sean stos conservadores, liberales o so-cialistas por la suerte de la democracia latinoamericana ha quedado deplorable-mente ratificado a lo largo de los ochenta. La insensibilidad ante el impacto de lacrisis de la deuda externa que nos est asfixiando es de una elocuencia tal queahorra miles de palabras. El resurgimiento del proteccionismo en el comercio in-ternacional y la inconmovible parquedad de la ayuda al desarrollo son otros ejem-plos dolorosos de la displicencia con que las potencias capitalistas se han desen-tendido de la laboriosa reconstruccin del orden democrtico en nuestra regin50.

    c Problemas de gobernabilidad

    Nos parece conveniente plantear una breve reflexin sobre la cuestin de laingobernabilidad democrtica, puesto que parece obvio que, ms all de la vo-

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    48. George Landau, Julio Feo, Akio Hosono y William Perry, Amrica Latina en la Encrucijada. El de-safo a los pases de la Tr i l a t e ra l, Informe para la Comisin Trilateral, Madrid, Tecnos, 1990, p. 118.49. Cf. su Dictatorship and Double Standards, Washington D. C., American Enterprise Institute, Re-print N 107, Marzo de 1980.50. Cf. Hlan Laworski, Las polticas de cooperacin de Europa Occidental hacia Amrica Latina ysus posibilidades futuras, Atilio A. Boron y Alberto van Klaveren, (comps.) Amrica Latina y Euro -pa Occidental en los umbrales del siglo XXI(indito).

  • cacin poltico-ideolgica conservadora de los proponentes de esta tesis, el proble-ma tiene una entidad suficiente como para no poder ignorarlo. En efecto, la ingo-bernabilidad es una amenaza endmica a toda sociedad compleja y bu r o c r a t i z a d a ;por consiguiente, no es una anomala ex c l u s iva del capitalismo maduro sino quetambin se presenta, a veces agigantada, en el mbito de la periferia capitalista. Se-ra suicida cerrar los ojos ante esta realidad, pues la complejizacin creciente de lavida social y de los procesos de acumulacin de capital requieren de una ex p a n s i-va presencia estatal que, inexorablemente, genera estructuras burocrticas cadavez ms invasoras y opresivas. El estatismo del capitalismo contemporneo noes producto de un empecinamiento ideolgico de las clases subalternas, o del sec-tarismo de la izquierda, sino una necesidad objetiva del proceso de acumulacin.Esta situacin, combinada con un alto nivel de movilizacin y participacin pol-ticas sin las cuales no puede seriamente hablarse de democraciaplantea todo unconjunto de problemas de coordinacin socioeconmica y administrativa que se-ra insensato menospreciar. Sin caer en el fatalismo de Weber verdadero precur-sor de esta temtica, y para el cual la burocracia slo podra ser derrotada en unaprrica batalla que provocara el hundimiento de la civilizacin que le sirve de sus-t e n t o las tensiones entre la democracia por un lado, y las tendencias estatistas yburocratizantes por el otro, generan graves problemas en el funcionamiento de lassociedades modernas5 1. La enorme repercusin que han merecido las reflex i o n e sde Norberto Bobbio sobre la materia se explica no slo porque cuestionan medu-larmente las premisas de la teora poltica marxista; tambin porque la gravedad desu diagnstico que sigue las huellas de We b e r pone de relieve los alcances deuna contradiccin sistmica que ha afectado el funcionamiento de los reg m e n e sdemocrticos tanto en los capitalismos maduros como en la periferia5 2. En amboses visible la decadencia de las instituciones polticas representativas y la crecienteconcentracin del poder decisional en las esferas administrativas y burocrticas delestado, conclusiones sobre las cuales coinciden pensamientos tan dismiles comolos de Sheldon Wolin y Nicos Poulantzas5 3.

    La historia pasada y reciente de Amrica Latina demuestra hasta la saciedadque la vitalidad de la sociedad civil y el carcter arrollador del movimiento popu-lar resucitados luego de prolongados perodos autoritarios pueden originarsituaciones en las cuales el frgil y precario equilibrio poltico-institucional de lasnacientes democracias sea alterado poniendo en peligro la gobernabilidad del sis-tema. Todo esto puede ser agravado, adems, por dos rdenes de factores: por unlado, por la rigidez de las constituciones fuertemente presidencialistas que predo-minan en nuestra regin, que privan al rgimen democrtico de la flexibilidad y

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    51. Max Weber, Economa y Sociedad, Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 1977, pp. 1072-1073.52. Artculos que se encuentran en el volumen de Coen indicado ms arriba.53. A la interpretacin de Wolin nos hemos referido ms arriba, en la nota 30. Desde el ngulo mar-xista vanse los ltimos anlisis de Nicos Poulantzas en Estado, poder y socialismo, Madrid, SigloXXI, 1979.

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    capacidad adaptativa requeridas para sortear exitosamente los sucesivos desafosque lo asedian. En esas condiciones, una crisis de gobierno puede paralizar al es-tado, y lo que en un rgimen parlamentario dara lugar a un rutinario recambiogubernamental como ocurre con frecuencia en Europa suele desembocar, enAmrica Latina, en una crisis estatal resuelta por la va del golpe de estado y ladictadura desembozada de la burguesa. El crculo vicioso lleva pues de una cri-sis de gobierno al colapso del rgimen poltico54.

    El segundo factor a tener en cuenta es el accionar de los sectores autoritariosms recalcitrantes, siempre dispuestos a percibir el retorno a la democracia capi-talista como una amenaza gravsima, ante la cual despliegan una variedad de es-trategias dirigidas a impedir la estabilizacin del nuevo rgimen. En el complica-do ajedrez poltico de la transicin y consolidacin latinoamericanas es precisorecordar que uno de los participantes precisamente el jugador que representa laalianza de las clases y corporaciones ms poderosas ha dado reiteradas muestrasde su escasa afinidad con las ideas y la prctica de la democracia, y que, por con-siguiente, slo se allan a aceptarla debido a una correlacin de fuerzas abruma-doramente desfavorable a sus preferencias. No hay que llamarse a engao: parala coalicin autoritaria, la democracia es una derrota poltica, que slo es acepta-da ante la total ausencia de cualquier otra alternativa. Si sta llegara a perfilarseen el horizonte, los autoritarios no titubearan en patear el tablero y reinstaurarsus tradicionales mtodos de gobierno.

    Lo anterior permite comprender que el juego democrtico latinoamericano seenfrenta a una amenaza constante de sabotaje por parte de las clases social y eco-nmicamente dominantes: amplios sectores de la bu rguesa y sus socios impe-rialistas; fuerzas armadas adictas al pretorianismo y furibundamente ultramonta-nas; una gran prensa comprometida muchas veces con los negocios de la prime-ra y los negociados de los segundos. La labor desestabilizadora de estos actores

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    54. Sobre la alternativa democracia burguesa o dictadura burguesa vase el trabajo de Perry Ander-son, especialmente referido a Amrica Latina, y en el cual se hace un balance de le herencia dejadapor las dictaduras militares. Segn Anderson, Su mensaje a las clases populares ha sido ste: Pue-den tener democracia si respetan el capitalismo, pero, si no lo aceptan, se quedarn sin democracia ytendrn que seguir aceptndolo de todos modos. Cf. Perry Anderson, Democracia y dictadura enAmrica Latina en la dcada del 70, en Cuadernos de Sociologa, N 2, UBA, Carrera de Sociolo-ga, 1988, p. 14. Sobre la cuestin del presidencialismo vase a Juan Linz, Democracia presidencialo parlamentaria. Hay alguna diferencia?, en Consejo para la Consolidacin de la Democracia, Pre -sidencialismo vs. Parlamentarismo. Materiales para el estudio de la reforma constitucional, BuenosAires, EUDEBA, 1988, pp. 19-44; Carlos Nino, Presidencialismo vs. parlamentarismo, ibid. pp.115-124; Giovanni Sartori, Neither presidentialism nor parliamentarianism, en Juan Linz y ArturoValenzuela (comps.) The crisis of presidential regimes, Baltimore, The Johns Hopkins UniversityPress, en prensa; Centro de Estudios Institucionales, Presidencialismo y estabilidad democrtica enla Argentina, Buenos Aires, CEI, 1991. Vase, por ltimo, nuestro Todo el poder al parlamentaris-mo!, Notas sobre la modernizacin de las instituciones representativas en la Argentina, ponencia pre-sentada a la Primera Conferencia Internacional sobre Modernizacin Parlamentaria, Buenos Aires,agosto de 1990.

  • sociales es facilitada en nuestro continente por varias circunstancias. Mencione-mos apenas las ms importantes: en primer lugar por el crculo vicioso que, pre-cisamente dada la precariedad de la democracia, conduce al agigantamiento delpeso social, econmico, poltico y cultural de sus enemigos autoritarios; seg u n-do, por el funcionamiento de una economa capitalista extraordinariamente sen-sible a las iniciativas de la bu rguesa y ante las cuales los debilitados estados na-cionales desangrados por la crisis de la deudacarecen de instancias efectiva sde mediacin y control. T n gase presente que, en las circunstancias actuales, ladependencia del estado en relacin a las clases capitalistas es tan marcada queya son las fuerzas del mercado las que regulan al estado, y no ste el que con-trola a las primeras. Es por ello que una actitud apenas escptica ante un nuevogobierno surgido de un proceso electoral democrtico puede traducirse en unas i g n i fi c a t iva baja de las inversiones o en una maciza fuga de capitales, todo locual repercute gravemente sobre la estabilidad poltica y econmica de la nacinen un grado infinitamente mayor, por ejemplo, que una huelga general. La ex p e-riencia del gobierno de Mitterrand en Francia es sumamente ilustrativa al respec-to, demostrando una vulnerabilidad estatal ante la huelga de la bu rguesa an-l o ga a la que registrara el Chile de Allende y en estos ltimos aos a los gol-pes de mercado padecidos por la A rgentina de Alfonsn, el Brasil de Sarney yla Venezuela de Prez5 5.

    Si a la rebelin de la burguesa se sumara el posible desborde de un movi-miento popular frustrado y desesperanzado, empobrecido y en ciertos casos de-sesperado bajo el peso de una profunda crisis econmica y poltica, tendramoscomo resultado que el ajedrez de la transicin que enfrenta a una coalicin demo-crtica con la alianza reaccionaria se presenta con rasgos extraordinariamentepreocupantes. En efecto, el nuevo rgimen debe enviar mensajes claros a los prin-cipales contendientes, pero el problema es que lo que constituye un gesto alenta-dor para uno tiende a desplazar a su oponente hacia los mrgenes del sistema,condenndolo a la alienacin poltica y la desilusin en el caso de los sectores po-pulares o, en el caso de las clases dominantes, alentndolas para que empleen m-todos y tcticas golpistas que para nada contribuyen a la estabilizacin del or-den democrtico. Los programas de ajuste auspiciados con tanta obstinacinpor el Fondo Monetario Internacional y los principales gobiernos capitalistas pro-ducen el beneplcito de los empresarios, los que de inmediato pasan a elogiar elpragmatismo y realismo de los nuevos gobernantes; pero a nadie se le puede es-capar que ellos generan recesin, desempleo y una sensible cada en el nivel deingresos de las clases y capas populares, que agravan las contradicciones sociales

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    55. Cf. Fred Block, The ruling Class Does Not Rule: Notes on the Marxist Theory of the State, So-cialist Revolution, 33, Vol. 7, N 3, May-June 1977 y su Beyond relative autonomy: State Managersas Historical Subjects, en New Political Science7, Otoo 1981. Sobre sto vase tambin nuestroEstadolatra y teoras estadocntricas: notas sobre algunos anlisis del estado en el capitalismo con-temporneo, Buenos Aires, ao I, N 1, Verano 1990-91, pp. 97-124.

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    de los regmenes post-autoritarios y erosionan la legitimidad popular que necesi-tan las nuevas democracias. Las experiencias de Argentina y Venezuela a lo largode 1989 son paradigmticas y demuestran la complejidad de los dilemas con quese entrentan los nuevos gobiernos de la regin. No sera pues imposible que pro-cesos como los que hemos delineado originen peridicas crisis de gobernabili-dad, susceptibles de ser esplndidamente aprovechadas por coaliciones autorita-rias para recortar significativamente los contenidos y alcances de un proyecto de-mocrtico, o sencillamente para suprimirlo de raz56.

    En sntesis: no se trata de desconocer los amenazantes retos planteados por lasestrategias ofensivas o defensivas de las clases dominantes ante los avances de-mocrticos, o los efectos indeseables derivados de la burocratizacin y compleji-zacin de las sociedades modernas algo que es difcil de hacer despus de laspenetrantes observaciones formuladas por Max Weber. De lo que se trata es deevitar pensarlos desde una perspectiva que asuma como una premisa indiscutiblela conservacin de la sociedad capitalista, que es el supuesto bsico de las tesissobre la ingobernabilidad popularizadas por los tericos neoconservadores57. Laingobernabilidad es un sntoma que proyecta sobre el escenario del estado tantolas estrategias desestabilizadoras de quienes rechazan a la democracia cuanto lasaspiraciones de las grandes mayoras nacionales, que pugnan por acceder al dis-frute de condiciones materiales congruentes con la dignidad que se supone debecaracterizar al ciudadano de una repblica democrtica. Si estas exigencias mo-destas y elementales de las clases subalternas tornan ingobernable al sistema, esporque la poltica se ha disuelto en las aguas cenagosas del mercado, olvidandoque la estabilidad del orden poltico slo puede fundarse sobre la justicia y no so-bre el egosmo de la rational choicede los capitalistas. Y esto, en Amrica Lati-na, quiere decir que la democracia tiene que ser audazmente reformista; de locontrario, su suerte estar echada58.

    Es indiscutible, por lo tanto, que la democracia cualquiera que sea su adjeti-vacin clasista debe ser gobernable. El remanido argumento del romanticismoizquierdista acerca de la productividad histrica del caos, la anomia y la anar-qua debe por eso ser enrgicamente rechazado: primero porque es falso, y segun-do porque escamotea a sabiendas clarsimas lecciones del pasado, que enseanque una situacin de ese tipo desemboca fatalmente en la recomposicin desp-tica y violenta del estado autoritario. En otras palabras, la ingobernabilidad de lasociedad facilita la respuesta reaccionaria y castiga inexorablemente a las fuerzasdemocrticas y a las clases y capas subalternas. Dicho esto, sin embargo, es pre-

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    56. Una estimulante discusin sobre los mltiples itinerarios posibles de la transicin desde un rg i m e nautoritario se encuentra en el trabajo ya mencionado de Guillermo ODonnell y Philippe C. Schmitter. 57. Cf. Claus Offe, op. cit., pp. 65-87.58. Una fundamentacin de esta propuesta se encuentra en nuestro Estado, capitalismo y democraciaen Amrica Latina, op. cit., cap. 5.

  • ciso aadir que la necesidad de preservar la gobernabilidad del sistema es inad-misible como argumento extorsivo para postergar sine die las reivindicaciones delas clases populares, especialmente en sociedades como los capitalismos latinoa-mericanos que tantas muestras han dado de una total irresponsabilidad ante el su-frimiento de las grandes mayoras nacionales. La democracia no slo debe de-mostrar su capacidad para gobernar al sistema poltico y la sociedad civil; tam-bin debe ser un instrumento idneo para la construccin de una sociedad mejor.La ingobernabilidad nos habla de un malestar profundo originado por la persis-tencia de un rgimen de produccin intrnsicamente injusto. Bajo ciertas condi-ciones, el cap