Ascensor El Cuento II

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Ascensor, el cuento Hoy les contaré este cuento que llegó a mí entre susurros y voces lentas aquella noche de fiesta en el excitante puerto. Aquella noche en que no podíamos diferenciar entre el humo del cigarro y los otros vapores que llenaban la habitación. Noche hipnótica de olores y gemidos en Valpo. Hipnotismo de un flagelo dulce, tan dulce cuero, piel y metal carmín y charol. Cuando el cuerpo no espera lo que llaman amor...” La luz provenía de los cigarros, del equipo de sonido, algunos celulares y la luna que vigilaba el living-room. Ahí todos bailaban; en el comedor, todos bailaban; en la cocina todos también bailaban. Las habitaciones aún vacías y en el sillón… ellos se miraban a los ojos y no bailaban. Él, delgado, moreno y firme, sus ojos oscuros y profundos cual mar nocturno. Ella, voluptuosa, morena de cabello indómito, sus ojos sonrientes. Era el infantil juego del cuestionario: el juego del “yo pregunto primero, me respondes y después… tú preguntas”. Ese era el panorama. Me toca” decía él y proseguía: ¿Qué sientes al dar un beso?Mojado” le contestaba ella y volvía a reír. Él insistía torpe “¿Dónde?” y ella lo callaba con un “En los labios”. Tentado estuvo él de preguntar “¿Cuáles labios?”, pero callaba por caballerosidad, aunque no pudo evitar mirar ahí, a ese punto tripartito de muslos y pelvis. Y ella volvía a reír y lo sacaba del transe con su siguiente pregunta “¿Cuándo fue la última vez que te excitaste?” Ella lo había pillado. El calor de su cara cambiaba de tibio-cómodo a rojo-vergüenza. Dio gracias a la oscuridad que lo ocultaba y se arrojó: “Hace cinco minutos”. Esperó la carcajada de Ella, que no vino. En cambio, una mirada y una respiración, seguidas de un cómplice “¿Y por qué te excitaste?” Fácil decirlo Pero como cuesta Dar con ese instante Para decirte que tengo, Tengo una intriga que no descansa Tengo mucha curiosidad Y aunque el agua está bien clara No veo como saltarÉl se enfrentaba a la duda nuevamente. Sopesaba los riesgos de saltar o quedarse. Ella lo ayudó en la sinceridad “De aquí no saldrá” y él lo largó esquivando la mirada de su compañera de juego “Te paraste y te miré caminar”. Las miradas de fuego se asomaban en ellos. Intentando parecer coloquial, Ella fue más allá ¿Y qué imaginaste al verme?”. Eso no podía ser contado, pero Ella miraba inquisidora. “Mi turnohuyó él, pero fue alcanzado por la tiranía femenina “Responde. El juego se trata de preguntar hasta quedar satisfechos.”… ¡Satisfechos! El callejón se le cerraba. Él contestaba de la manera más correcta que podía: “Imaginé seguirtey encerrarte en el baño… conmigo”. Y ella lo instaba a seguir con el relato de la única manera que podía “¿Y?”, pero el usaba el freno de mano “¿Segura quieres que siga?” Sus pulsaciones se habían acelerado al triple desde el inicio del jueguito. Ahora era Ella quien dudaba. Sabía que una vez pisado ese acelerador, tomaría una distancia muy larga frenar, pero ya en la carretera, ustedes saben… ¿Y?Si Ella insistía… Él tomó el volante de la situación, la miró y se acercó seguro, dispuesto a

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Ascensor, el cuento

Hoy les contaré este cuento que llegó a mí entre susurros y voces lentas aquella noche de

fiesta en el excitante puerto. Aquella noche en que no podíamos diferenciar entre el humo

del cigarro y los otros vapores que llenaban la habitación. Noche hipnótica de olores y

gemidos en Valpo.

“Hipnotismo de un flagelo

dulce, tan dulce

cuero, piel y metal

carmín y charol.

Cuando el cuerpo no espera

lo que llaman amor...”

La luz provenía de los cigarros, del equipo de sonido, algunos celulares y la luna que

vigilaba el living-room. Ahí todos bailaban; en el comedor, todos bailaban; en la cocina

todos también bailaban. Las habitaciones aún vacías y en el sillón… ellos se miraban a

los ojos y no bailaban.

Él, delgado, moreno y firme, sus ojos oscuros y profundos cual mar nocturno. Ella,

voluptuosa, morena de cabello indómito, sus ojos sonrientes.

Era el infantil juego del cuestionario: el juego del “yo pregunto primero, me respondes y

después… tú preguntas”. Ese era el panorama.

“Me toca” decía él y proseguía: “¿Qué sientes al dar un beso?”

“Mojado” le contestaba ella y volvía a reír. Él insistía torpe “¿Dónde?” y ella lo callaba con

un “En los labios”. Tentado estuvo él de preguntar “¿Cuáles labios?”, pero callaba por

caballerosidad, aunque no pudo evitar mirar ahí, a ese punto tripartito de muslos y pelvis.

Y ella volvía a reír y lo sacaba del transe con su siguiente pregunta “¿Cuándo fue la última

vez que te excitaste?” Ella lo había pillado. El calor de su cara cambiaba de tibio-cómodo a

rojo-vergüenza. Dio gracias a la oscuridad que lo ocultaba y se arrojó: “Hace cinco

minutos”. Esperó la carcajada de Ella, que no vino. En cambio, una mirada y una

respiración, seguidas de un cómplice “¿Y por qué te excitaste?”

“Fácil decirlo

Pero como cuesta

Dar con ese instante

Para decirte que tengo,

Tengo una intriga que no descansa

Tengo mucha curiosidad

Y aunque el agua está bien clara

No veo como saltar”

Él se enfrentaba a la duda nuevamente. Sopesaba los riesgos de saltar o quedarse. Ella lo

ayudó en la sinceridad “De aquí no saldrá” y él lo largó esquivando la mirada de su

compañera de juego “Te paraste y te miré caminar”. Las miradas de fuego se asomaban en

ellos. Intentando parecer coloquial, Ella fue más allá “¿Y qué imaginaste al verme?”. Eso

no podía ser contado, pero Ella miraba inquisidora. “Mi turno” huyó él, pero fue alcanzado

por la tiranía femenina “Responde. El juego se trata de preguntar hasta quedar

satisfechos.”… ¡Satisfechos!

El callejón se le cerraba. Él contestaba de la manera más correcta que podía: “Imaginé

seguirte… y encerrarte en el baño… conmigo”. Y ella lo instaba a seguir con el relato de la

única manera que podía “¿Y?”, pero el usaba el freno de mano “¿Segura quieres que siga?”

Sus pulsaciones se habían acelerado al triple desde el inicio del jueguito.

Ahora era Ella quien dudaba. Sabía que una vez pisado ese acelerador, tomaría una

distancia muy larga frenar, pero ya en la carretera, ustedes saben… “¿Y?” Si Ella

insistía… Él tomó el volante de la situación, la miró y se acercó seguro, dispuesto a

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traspasar su incomodidad “Y romperte la ropa, y obligarte a besarme”. “¿Y?” “Nada más”,

“¿Nada más?”, “Nada más”.

Si ya sé que todo miedo,

esconde un deseo y más,

Más y más lo creo,

cuando muy de cerca te tengo.

Un silencio vino a colarse entre ellos, enfriando aquel vapor que los cubrió por unos

minutos. Él supo que había cometido un error poniendo ese freno de mano e intentó

volver al camino pidiendo disculpas: “¿Te imaginaste otra cosa?” y Ella desganada le

contestó insolente “¿Esa es tu pregunta?”. Él sabía que su estatus ya no era el del macho

alfa, y quería recuperar el terreno ganado, “Bueno”, contestó.

La venganza de la hembra expuesta no se hizo esperar: “Me imaginé una violación.” Él

daba gracias a que su vaso ya no estaba lleno y tener que limpiar lo vertido por su

sobresalto. Ella reía y Él no sabía cómo recuperar el terreno y el control de la situación.

De manera abrupta y con un volumen de voz que llamó la atención de todos, dejó en

manos de Ella el camino: “¿Cómo?”. La fémina defensa no se dejaba esperar: “A la fuerza.”

Él notó la pequeña cuota de incomodidad en Ella y de eso se agarró para rematar: “Sé lo

que significa VIOLACIÓN. Mi pregunta es ¿Cómo lo hacía?”. Ella esquiva le daba pastillitas

“Encerrándome en el baño, rompiéndome la ropa, tocándome a la fuerza, no sé.” Y Él

remataba “¿Y qué más? Una violación implica…” Y lograba su objetivo. Sacaba a su

interlocutora de control: “Sé lo que implica una violación. Me dabas vuelta, forzabas mi

espalda y me penetrabas. Si me imaginaste en esa situación mientras me alejaba de ti, algo

debes tener con mi… espalda.” Y la risa los vino a confortar. “Tú lo has dicho, algo debo

tener con tu… espalda”.

Y así seguían su plática, cada vez más cerca, con más humo entre ellos, con más calor

entre los pechos que se movían cada vez más al respirar.

La música subía y querían bailar.

Aunque era otro ritmo el que deseaban seguir.

Pensaban en bolero o el tango danzar.

Pero a esa altura no podían elegir.

Se habían arrojado a la pista y seguían el ritmo de manera torpe, sus cuerpos estaban

entumidos de timidez. Se miraban y reían. Ambos sabían lo que querían, pero algo

invisible los alejaba. Él rompía el silencio con su torpeza: “Tu turno.” Y ella lo

decepcionaba “Sigamos después. Quiero bailar como se debe”. Él no entendía: “¿Y cómo se

debe bailar?”

Era ahora esta canción la que inspiraba,

Su cuerpo más suelto, su deseo en sudor.

Ella no contestaba y miraba en tensión,

Él insistía bruto mientras la tomaba por la cintura “Contesta cómo se debe bailar

¿Pegada a mí?”

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Ella gozó al despertar en el niño una bestia,

La canción le ayudaba con cadencia y sopor,

“Mi cuerpo necesita desahogar su furor”.

Esa luz ocultaba, pero aún les brillaba.

Y el público gozaba con lo que oído al bailar.

Los secretos nocturnos se van a olvidar.

Seeee rendían al rito

Ellos bailan.

Cada lágrima de hambre

el más puro néctar

nada más dulce que el deseo en

cadenas.

Era el rito consensual, ese apareamiento permitido, delante de todos, que con la

oscuridad da lo mismo si se hace con vestuario de fiesta o sin él. Ella giraba y sentía su

espalda chocar con ese intransigente torso. Al oído Él dejaba escapar respiración y

palabras: “Qué bella espalda la tuya.”, mientras sutil deslizaba sus manos en esas

caderas. Ella se apoderaba de esa torpeza y sin importar quién escuchaba declaraba

“Estamos bailando. Está permitido.”

Y Él caía en lo que dictaba su instinto. Su mano era el arma de crimen y sus dedos balas

salvajes que acuchillaban suavemente el control de ella, ubicado en su espalda.

Cuando el cuerpo no espera

lo que llaman amor...

más

se pide y se vive…

Era el momento en que la explosión ocurriría, pero Ella osaba dejarlo con sed: “Ya.” Él

despertaba sin ganas: “¿Te molestó?” “No. Se me ocurrió una pregunta.” Y Él se entregaba

“Házmela.”

No me sirven las palabras

gemir es mejor

cuando el cuerpo no espera

lo que llaman amor.

más se pide y se vive

canción animal

canción animal

Y Ella se atrevía. Dejaba atrás su peso social y preguntaba lo más porno que podía

permitirse: “¿Has hecho el amor escuchando música?” Y Él finalmente caía. Ahí estaba la

oportunidad buscada durante toda la noche. La causa de haber inventado el juego de las

preguntas. Esto daba resultado y Él tomaba su chance: “Nunca, pero me encantaría.” Y

terminaba la canción y con esta el rito danzarín. Ella corría al baño y Él la seguía. Y

Ella… Ella se encerraba… Sola.

Él estaba en shock. No lo entendía. Todo indicaba su éxito en el juego. ¿Qué había

pasado? ¿No le había gustado su respuesta? La esperaba ansioso. Tal vez solo demoraría

un poco. Pero pasaban más de 5 minutos, más de 10 y más de 15 cuando Él se devolvía a

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su asiento en el sillón, volvía a llenar su vaso de algún licor, de aquel que quedaba. Era

tarde y el alcohol no era eterno. Miraba a las parejas que sí habían “ganado” el juego y

cavilaba sobre la causa de su derrota.

Luego de un rato, Ella salía, cara mojada, manos mojadas y el cabello húmedo. Era la

imagen de quién despertaba atrasada para el trabajo: “Quiero seguir.”

Él no lo creía y preguntó solo por cumplir: “¿Bailando?” y Ella lo despertaba: “No.

Jugando. Te toca preguntar.” Era obvio lo que saldría de su boca: “¿Te molestó algo?” y

Ella se defendía: “No. Tenía ganas de ir al baño. ¿Me seguiste?”

Él tardaba en contestar. Le daba vergüenza reconocer lo que había creído. Estaba tan

claro en su momento y ahora parecía parte de otra fiesta. Pero ya daba lo mismo. “Sabías

que te seguiría.” Y Ella rió escandalosa, explotando la ira de Él: “Buenas noches. Es tarde”

y sin más se levantó. Se dirigía a la puerta cuando Ella lo alcanzó: “¿Por qué me seguiste?”

Él no contestó y ahora era Ella quien quería algo más: “¿Por qué me seguiste?”

Y Él asumía “Te seguí porque imaginé... Algo parecido a cuando te paraste una hora atrás.”

Pero Ella pese a su juventud sabía cómo jugar, estaba en su esencia “Tanta imaginación

tú.” Y nuestro amigo volvía a caer, aunque no se daba cuenta “Siempre”.

Ella fue ágil en su movida, tomó su mano, lo miró fijo, se acercó a su oído y habló claro

“No podías entrar conmigo al baño.” Y el volvía a consentir “Lo sé.” Y la maestra

aleccionaba a su amigo “Pero lo imaginaste.” Y de pronto cambió su sonrisa, un manto de

seriedad comenzó a cubrirle el deseo y lo abrazó como a un hermano “Tenía que estar

sola. Por eso dejé de bailar. Hay veces que al cuerpo no le alcanza con desahogarse

bailando.” Y lo arrojaba nuevamente a la pista de baile, ese espacio abierto por la mesa y

los sillones que se movieron después de bajar la primera botella.

Él se resignaba con su olor, con su voz, a esa altura ya sabía qué venía, volvería a casa

tarde oloroso a humo, sudor y algo de ese dulce perfume, entraría al baño y no podría

evitar saciarse con su propia piel. La suerte ya estaba echada y no le importó su descaro

de preguntar “¿Qué hiciste en el baño?” Ella semi-ofendida esquivaba el golpe “¿Te lo tengo

que decir?” “Me lo debes” contestaba Él despechado, aunque nunca imaginó lo directa que

sería la respuesta “Intenté terminar lo que habías empezado tú con tus preguntas.” Y ese

nervio caliente se vino a posar en los dos vientres, se volvieron a mirar y la hermana

abrazó nuevamente a su hermano pequeño “Bailemos sin hablar un momento”. Ya no era

necesario hablar.

La nueva canción, delatora, como su propia letra. Más aguda, más significante y más

elevada.

Tener tus ojos debe ser ilegal

Y más si cuando miras solo inspiras a pecar

Esa sonrisa peculiar de jugar a tentar letal

Esos dotes que si sabes como usar para matar

Te has armado de forma perfecta

Para hacerme agonizar tan muerte lenta

Mientras tu boca violenta revienta

Dentro de mi boca como un rayo una tormenta.

La complicidad de esa hermandad se transformaba poco a poco en el espectáculo. Ella ya

no soportaba estar cerca de Él sin tocarlo de otra forma. Cerraba los ojos e imaginaba un

escenario, un traje de encajes y luces de colores. Se movía como la mejor puta del puerto

cuando aún estaba en la edad.

El vaivén de sus caderas hacían de péndulo hipnotizador y su espalda… su espalda y

donde esta terminaba eran el tesoro más preciado para Él, quien no veía más el bluejean

y la polera a tiritas, solo veía carne y calor. No aguantó más y la asaltó como antes por la

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espalda, aunque esta vez sin ganas de dejarla escapar. Ella, sobresaltada por el bulto

innegable de su pareja de baile no hacía esfuerzo alguno por soltarse, ni aún cuando

escuchó la voz de macho “¿Y lo lograste? ¿Lograste terminar lo que querías?” “No” se

rendía Ella y sus movimientos se hacían más grandes.

Tus manos calientan piel solo de rozarla

Y mis manos van jugando a conocer tu espalda

Con toda la calma se alarga

La delicia de mi expedición hacia tus nalgas

Y no hay más que una sola versión

Una sola muestra total de perfección

Llenas de luz la habitación con tus brillos de neón

Y yo sin trabajo suelto ese último botón.

El le daba la oportunidad esperada “¿Qué vida imaginas en este momento?” y Ella la

tomaba “Distinta, Soltera, con ganas, sin moral… Te imagino como mi fantasía.” Ya el licor

y el humo había hecho su efecto y nadie tenía moral en el living room. Así como la de

ellos, otras historias se escribían en el lugar.

Tan solo las doce y no se escuchas voces

Solo gemidos finos, sonidos del goce

Para cerrar la noche con broche de oro

Yo te llego al oído y susurro este coro:

Eso no fue nada, ya estoy en confianza negra

Si me regalas la mañana

Te llevo hasta la noche eterna.

Y de pronto, Él daba paso a su resentimiento y no quería jugar más lo que no podría

terminar. La dejaba bailando sola y le pedía a una persona cualquiera que le encendiera

otro de esos cigarrillos tan extraños. Pronto la bailarina se transformaba en bruja “El

juego estaba tan entretenido.” Y Él le abofeteaba en plena entrega “Prefiero terminarlo

ahora que tengo control.” Y la fiera le contestaba herida “Lástima. Yo ya lo había perdido.”

Y así lo dejaba nuevamente, cigarro en mano, mientras Ella se dirigía nuevamente al

baño. El ahora no la siguió y miraba como se le escapaba el humo de la boca, tal como era

todo en su vida, cada vez que tenía la oportunidad, la dejaba ir.

Al salir Ella del baño, la celebración pisaba su hora final. Eran las 5 de la mañana y en

sus oídos la música retumbaba, en sus bocas el gusto a licor acompañaba a una sed

tremenda y en los ojos de Ella la figura del otro entraba y salía intermitente. Se

abandonaban a la soledad y la observación. Los dos en sus propios pensamientos. Por un

lado Él “Ella me pierde, me alza, me sigue y me rechaza. La deseaba antes del juego y

ahora la deseo más. Conozco algunas de sus cosas más íntimas, pero quiero conocerlas

todas.” Y por el otro Ella “Estoy cansada de bailar sola. Mi compañero de vida no es mi

compañero de juerga. Cierro los ojos y me imagino que Él está detrás de mí, pegado, sudado

y que me respira en la oreja como en aquella canción animal.”

En un momento, las contenciones se rompieron, el río se desbordó. Ninguno de los dos

pudo aguantar ver al otro solo. Aunque los cuerpos lo hicieron de manera lenta, casi

imperceptible, sus hormonas, aromas y vista corrían al encuentro del otro.

La conversación era retomada por Ella de la forma menos esperada “Abrázame.” Y Él

obediente lo hizo no sin dar espacio al juicio “¿Por qué?” preguntaba mientras los pechos

de las víctimas chocaban y se observaban los ojos de los victimarios. Para Ella era tiempo

de la sinceridad “Porque me gustas y esto es lo más próximo a besarte.” Entonces el

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reproche vino a colarse en el abrazo “¿Por qué no me besas?” y la justificación, la

explicación, la razón “Estoy comprometida. Estás comprometido. Hay muchos ojos

observando. Y me tengo que ir. Adiós.”

Y ahí quedaba nuestro amigo con un ¿Qué? En el aire mientras Ella se alejaba de nuevo,

tomaba su abrigo y su bolso, se despedía de los cercanos y… “Anda a dejarme.” El dolor

hablaba por Él “¿Qué? ¿Te puedes perder?” Ese orgullo masculino sin sentido que no

entendía de entrelíneas “No, me da miedo” Ella no confesaba que el miedo no era a la

noche y sus peligros, sino miedo a salir y arrepentirse por siempre de algo que no había

hecho.

Él no habló. Tomó su mano y la dirigió a la puerta de salida. Abrió sin pensar en lo que

hacía y atravesó lo único que pudo por el momento. Afuera la luz era brillante y

denunciaba a los fugitivos.

Mientras caminaban Él sopesaba los riesgos “¿Te viene a buscar?” y Ella solo lo miró

asintiendo. Él de reojo se daba cuenta del gesto y su vida se convertía en una película de

acción, en donde no podían ser descubiertos. Quería llevársela de ahí a un hotel, pero el

edificio tenía solo una salida y sabía que ahí estaría el otrora amigo común y actual

macabeo. Lo bebido y fumado no lo dejaba pensar y colapsaba “Entonces no es

conveniente que te acompañe.” Y Ella se resignaba “Nada es conveniente.” “El ascensor”

pensó Él y Ella lo hacía dudar “¿Y si se queda parado en la mitad?” “Mejor” sentenciaba Él

a la vez que oprimía el botón de llamado.

El sonido de lo inevitable. La tecnología que oculta a las víctimas esperaba. Al llegar se

miraron. Sus pechos subían y bajaban, sus piernas tiritaban y su boca se secaba,

hambrienta. Se abría la puerta del ascensor dándoles la bienvenida a su escondite.

Ninguno de los dos quería pasar primero y era Él quien decidía. Tomó su mano, dio un

paso dentro, se dio vuelta y la invitó. A Ella no le quedaba otra que aceptar la invitación.

Adentro, al cerrarse las puertas, lo primero en chocar fueron sus pechos: duro y delgado

el masculino; Grande y cálido el femenino. Luego, la colisión de los labios es húmeda y

violenta. Las respiraciones se agitan y las manos se ponen torpes. De pronto, gracias a

una inspiración divino-demoniaca Él presionó el botón del piso de origen.

“¿Qué haces?” se asustó Ella y Él la tranquilizaba “Esto es para largo y el tiempo que

demora esto en bajar es ínfimo.”

Volvían a atravesar la puerta mecánica y rápidamente Él la llevaba de vuelta al

departamento festivo. El camino de vuelta era definitivamente más largo que el de ida,

aunque fuese el mismo. Al llegar a la puerta mágica, tocaron el timbre. Alguien que no

importaba abrió desde dentro. Ella no saludó y solo entró. Escuchó ese “¿Y tú no te ibas?”

y la respuesta de su héroe “Es que debía pasar al baño.”

Era una carrera que no importaba quien ganara. Ella se dirigió directamente al baño. El

universo los acompañaba, estaba vacío. Abrió la puerta y pasó. Una vez adentro, cerró los

ojos y esperó.

Él la siguió y ahora sí, entró con ella, cerró la puerta fuerte y segura, y el rito de

continuación no se dejó esperar. Él le rompía la ropa como había prometido en su

fantasía, la besaba y le inclinaba la espalda. Se abandonaron en la danza de los cuerpos

desnudos y torpes. Por fin cumplían la fantasía de la música. Afuera la celebración

continuaba.

Eso no fue nada, ya estoy en confianza negra

Si me regalas la mañana

Te llevo hasta la noche plena