ARQUITECTURA, URBANISMO Y SOCIOLOGIA. LA CUADRATURA DEL CIRCULO?

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ARQUITECTURA, URBANISMO Y SOCIOLOGÍA ¿LA CUADRATURA DEL CÍRCULO? Por Nayibe Peña Frade 1 Presentación necesaria. Este texto trata de ser la reelaboración racional y argumentada de las percepciones, reflexiones, especulaciones y críticas suscitadas por siete años largos de contacto continuo con arquitectos y arquitectos urbanistas, grupos profesionales e intelectuales que hasta 1997 me resultaban ajenos, desconocidos e indiferentes. Las observaciones y afirmaciones están referidas a dos grupos de arquitectos 2 muy distintos y con los que he interactuado en contextos también muy diferentes. Por un lado, los arquitectos –docentes y estudiantes- con los que realicé estudios de Maestría entre 1997 y 1999; por otro, el equipo de trabajo formado en su casi totalidad por arquitectos, que configura el Departamento de Investigación de una Facultad de Arquitectura de Bogotá; con ellos empecé a interactuar en 2001. Este texto ha sido escrito en dos tiempos. La primera versión final –que había sido hasta entonces la única- fue terminada en Mayo de 2000. La segunda, que es esta, se escribió en marzo de 2005. La primera relectura, después de 5 años de escrito el texto y sin haberlo releído antes, resultó sorprendente porque reafirmé algunas de esas percepciones a pesar de que el segundo grupo de arquitectos es muy diferente al primero. Las diferencias más importantes entre ambos están en el ejercicio de la profesión y en la generación. Los estudiantes de la Maestría eran sobre todo arquitectos funcionarios del Estado o que ejercían como consultores privados, empleados o free-lance de oficinas y firmas particulares. Su edad promedio debía estar en los 35 años, luego podrían tener una trayectoria profesional de alrededor de 8 años. Algunos arquitectos del Departamento son consultores y funcionarios pero la mayoría ejerce como docentes e investigadores, además tienen una trayectoria política, profesional y de vida que los ha especializado en asuntos urbanos más que arquitecturales y en los sectores periféricos de la ciudad más que en el mercado formal de producción de vivienda o de otros espacios para el consumo y los servicios. 1 Periodista, Socióloga, Magíster en Urbanismo. 2 En ambos grupos hay o había arquitectas pero en una proporción mucho menor que los arquitectos varones. Entonces, cada vez que diga “arquitectos” debe asumirse que también aludo a unas poquitas arquitectas, por hacer un cálculo aproximado: estoy refiriéndome a un grupo de entre 90 y 100 profesionales de la arquitectura de los cuales entre 20 y 30 son mujeres.

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NAYIBE PEÑA FRADE

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ARQUITECTURA, URBANISMO Y SOCIOLOGÍA

¿LA CUADRATURA DEL CÍRCULO?

Por Nayibe Peña Frade1

Presentación necesaria. Este texto trata de ser la reelaboración racional y argumentada de las percepciones, reflexiones, especulaciones y críticas suscitadas por siete años largos de contacto continuo con arquitectos y arquitectos urbanistas, grupos profesionales e intelectuales que hasta 1997 me resultaban ajenos, desconocidos e indiferentes. Las observaciones y afirmaciones están referidas a dos grupos de arquitectos2 muy distintos y con los que he interactuado en contextos también muy diferentes. Por un lado, los arquitectos –docentes y estudiantes- con los que realicé estudios de Maestría entre 1997 y 1999; por otro, el equipo de trabajo formado en su casi totalidad por arquitectos, que configura el Departamento de Investigación de una Facultad de Arquitectura de Bogotá; con ellos empecé a interactuar en 2001. Este texto ha sido escrito en dos tiempos. La primera versión final –que había sido hasta entonces la única- fue terminada en Mayo de 2000. La segunda, que es esta, se escribió en marzo de 2005. La primera relectura, después de 5 años de escrito el texto y sin haberlo releído antes, resultó sorprendente porque reafirmé algunas de esas percepciones a pesar de que el segundo grupo de arquitectos es muy diferente al primero. Las diferencias más importantes entre ambos están en el ejercicio de la profesión y en la generación. Los estudiantes de la Maestría eran sobre todo arquitectos funcionarios del Estado o que ejercían como consultores privados, empleados o free-lance de oficinas y firmas particulares. Su edad promedio debía estar en los 35 años, luego podrían tener una trayectoria profesional de alrededor de 8 años. Algunos arquitectos del Departamento son consultores y funcionarios pero la mayoría ejerce como docentes e investigadores, además tienen una trayectoria política, profesional y de vida que los ha especializado en asuntos urbanos más que arquitecturales y en los sectores periféricos de la ciudad más que en el mercado formal de producción de vivienda o de otros espacios para el consumo y los servicios.

1 Periodista, Socióloga, Magíster en Urbanismo. 2 En ambos grupos hay o había arquitectas pero en una proporción mucho menor que los arquitectos varones. Entonces, cada vez que diga “arquitectos” debe asumirse que también aludo a unas poquitas arquitectas, por hacer un cálculo aproximado: estoy refiriéndome a un grupo de entre 90 y 100 profesionales de la arquitectura de los cuales entre 20 y 30 son mujeres.

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Su promedio de edad puede estar alrededor de los 42 años y su tiempo de ejercicio puede ser de unos 15 años en promedio3. Lo sorprendente es cuánto se parecen a pesar de sus abismales diferencias. Este texto se enfoca en las semejanzas más que en las discrepancias y pretende llegar a hacer generalizaciones –con el riesgo intrínseco que se corre al hacerlas: la reducción, el prejuicio, el estereotipo. Para hacer ese análisis toma la perspectiva no tanto de la Sociología, que es mi profesión y mi área de ejercicio, sino del ser socióloga, y socióloga urbana, además, que son parte fundamental de mi identidad.

Las formas de conocer Al tenor de lo percibido en estos años de contacto continuo con arquitectos, lo teórico, lo general, lo universal y lo histórico no parecen muy relevantes para su práctica profesional cotidiana; su uso es una contingencia que depende más de la inclinación, la especialidad o el rigor personal del arquitecto que de necesidades, exigencias o tendencias de la arquitectura. En esta comunidad académica son más usuales los expertos que dominan campos específicos que las autoridades intelectuales, sabios y pensadores de la ciudad y lo urbano como realidades históricas y universales. También son menores los discursos y reelaboraciones teóricas o con pretensiones totalizantes, que los textos especializados o focalizados en aspectos concretos de la práctica profesional. No parece haber mucha reflexión escrita por arquitectos colombianos sobre la arquitectura en sí misma. Por otro lado, asumir la ciudad como problema complejo que aún no está definido, o como objeto de reflexión intelectual, académica, teórica o política, no está dentro de sus intereses inmediatos y prácticos. Los pocos arquitectos que trascienden la mirada instrumental se instalan en la reflexión estética o histórica. Es usual que los arquitectos vean la ciudad como una realidad concreta y naturalizada, cuya forma específica obedece a causas y efectos ya identificados pero en los que no profundizan, sobre los que no vuelven: un capital inmobiliario incontrolado, la acción de urbanizadores piratas, la debilidad o la corrupción del Estado, la recesión económica, el narcotráfico –o su repliegue-, la carencia de normas y de capacidad para hacerlas cumplir, el desequilibrio de fuerzas entre intereses en pugna, el desorden y discontinuidad en los usos del suelo, la arbitrariedad del mercado de tierras, la precariedad o ausencia de la planificación, la preponderancia de lo privado sobre lo público, el descenso en la calidad de docentes y facultades y/o, sobre todo, la pérdida de espacios para los expertos en favor de personas que no saben, esto es, de la ciudadanía, las instancias administrativas o los profesionales que no son urbanistas, arquitectos o, al menos, planificadores o diseñadores urbanos. Los urbanistas y arquitectos quieren cambiar lo que a su juicio -esteticista y clasista, por lo general- está mal en el espacio urbano, esto es, lo desordenado, lo disfuncional, lo interrumpido y, en casos extremos como el de Le Corbusier, lo torcido y lo intrincado. En los libros que consultan buscan modelos o experiencias para replicar, no hacen exégesis ni análisis de ningún autor, parecería una profesión sin teorías. Reducen las concepciones de lo urbano que han formulado la arquitectura, el urbanismo y la planificación a propuestas concretas que se pueden edificar o introducir en el espacio de la ciudad4. Los autores que consultan son despojados del contexto histórico, cultural y político que les da sentido o que explica sus proyectos. El arquitecto común busca soluciones prácticas, tajantes y definitivas que casi siempre resultan ser “cosas” que se “ponen” en el espacio: 3 Hacer estos promedios es difícil porque la edad de los estudiantes de la Maestría era mucho más homogénea que la de los arquitectos del Departamento; entre estos últimos hay egresados recientes -4 años-, medianos -10 años- y de trayectorias mucho más largas -20 años. 4 No hacen lo mismo con los aportes que han hecho las ciencias sociales o la filosofía a la comprensión de la ciudad, pero no porque valoren más esos aportes sino porque no consultan estas fuentes. Y no las tienen en cuenta, me atrevería a decir, por una razón: porque son discursos densos y sin imágenes.

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edificios, tipos de calles, zonificaciones, organización de funciones urbanas, categorías para el tratamiento o intervención de sectores de la ciudad. Para ellos la ciudad es una realidad inmediata y asible, no un fenómeno ni una idea, mucho menos una configuración histórico-cultural. Esa mirada les impide interesarse en situaciones urbanas que no pueden ser pensadas en la mesa de dibujo de un taller, llevadas a un plano e intervenidas con un buldózer, una norma o un plan. Causa y consecuencia, a la vez, de esta forma de situarse ante la realidad, es el hecho de que la arquitectura se ha desarrollado por el empuje de lo mercantil y lo empresarial más que por una dinámica cultural e intelectual. Parecería que es la biografía personal, y sobre todo política, la que determina la manera como los arquitectos se sitúan frente a la realidad sobre la que van a incidir –para transformarla o para comprenderla; la complejidad de su visión, y en consecuencia de su diagnóstico, no está determinada por repertorios teóricos o metodológicos de su profesión, o por la exigencia de sus pares académicos y profesionales, sino por asuntos externos a ella. Desde esa perspectiva podría afirmarse que la forma como los arquitectos lean, analicen e interpreten el texto de una realidad particular es un acto voluntario e individual más que disciplinar. Así como hay análisis micro-social y macro-social –cada uno con sus respectivas alienaciones- puede haber micro y macro arquitectura, de ser así, podría suponerse que los arquitectos a los que conocí como estudiantes de posgrado y que eran funcionarios, se movían en los bordes del primer campo y los arquitectos investigadores y docentes se mueven de lleno en el segundo. Pero, igual que en la Sociología y las demás ciencias sociales, los arquitectos que hacen micro y macro arquitectura pueden perder la perspectiva de la totalidad, se pueden olvidar el ir y venir entre lo general y lo particular, entre lo abstracto y lo concreto… la vieja metáfora de la mirada del ratón o la del águila. Apuntes sobre las epistemologías El urbanismo y la arquitectura parten del supuesto de que la realidad se presenta tal cual es, que no tiene nada oculto que deba ser develado o nada disperso e incompleto que deba ser construido y que pueda resultar significativo; que así como es concreto y material el producto de su práctica tradicional, lo es también el medio o el contexto sobre el cual lo erigen. Trasladan la solidez y mensurabilidad del hormigón y los cimientos, de la mampostería y el asfalto, del suelo mismo, a la sociedad, la historia y la cultura. Para los profesionales de las ciencias sociales, por el contrario, la realidad no es cognoscible de manera inmediata y en sí misma porque se presenta bajo la forma de una apariencia determinada, a su vez, por el devenir histórico, la cultura y la ideología de los grupos dominantes o encubierta por sus discursos legitimantes; por lo tanto, si esa realidad escurridiza y cambiante es compleja para la comprensión, lo es más aún para la intervención. Para los científicos sociales la realidad no es un todo con sentido propio, ni una suma de partes; no puede comprenderse en sí misma, ni directa o inmediatamente, se requiere de la teoría para darle un orden a los diversos fenómenos que la componen. Las teorías son modelos abstractos y depuraciones de lo concreto que entre más generales son más explicativas. Sólo desde la política y el poder se transforma la realidad, el papel histórico del científico social es ampliar las fronteras de lo cognoscible, acercar a la sociedad a la comprensión colectiva de un fenómeno y de esa forma, a una mayor autoconciencia. Por continuar la metáfora, los cientistas sociales transferimos la plasticidad y fugacidad de la palabra y la relatividad del pensamiento a la sociedad y la cultura. Por eso mismo el conocimiento de “lo social” es dinámico y la teoría finita, una realidad se puede congelar o inmovilizar sólo en el discurso, a diferencia de un edificio, una calle, una unidad habitacional o un centro comercial que

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se construyen de una vez –así tengan etapas o desarrollos- y por mucho tiempo –o para siempre, como las pirámides de Egipto. Las ciencias sociales son, sobre todo, descriptivas porque describir y caracterizar son pasos ineludibles para interpretar y comprender. En las descripciones hay teoría porque es ella la que señala lo relevante y significativo del abigarrado conjunto que se presenta a la percepción del investigador. No basta con caracterizar la forma actual -la apariencia- del objeto, hay que conocer su devenir, las diferentes fuerzas que han configurado su trayectoria y que determinan sus cambios y sus permanencias, eso es construir el objeto de la investigación, el conocimiento o la teoría social. Las que hacen los científicos sociales son descripciones especialmente discursivas, si es posible se apoyan con gráficos, mapas, estadísticas, historias de vida, observaciones de campo o información de archivo, pero un investigador social siempre presenta sus resultados a través de un discurso oral o escrito, lo cual, indudablemente, contribuye a la deformación del objeto presentado en la medida que es su traducción, que el lenguaje –el del investigador, además- se convierte en mediación. Todo eso confirma que la realidad en sí misma es inaprehensible. Los arquitectos y urbanistas, por su parte, creen haber develado el objeto cuando levantan planos y lo ubican en mapas o en procedimientos, le toman fotos o lo concretan en maquetas y dibujos, hacen una breve reseña histórica, generalmente reducida a una cronología, lo sitúan en alguna taxonomía técnica y lo clasifican en un contexto normativo en el que se inscribe o al que desvirtúa; los más audaces lo insertan en un estilo, una escuela o un movimiento –un “ismo”. Reducen “devenir” a una secuencia de planos o aerofotografías que muestran de inmediato los cambios morfológicos en un espacio urbano específico5; a veces acuden a fuentes secundarias para detallar o documentar los cambios, pero no es usual que conciban el devenir en términos de actores y acciones sociales o como un proceso de largo aliento y bajo ritmo. Pero no sólo tienen la certeza de la cognoscibilidad directa, casi perceptual, de la realidad, también están seguros de que pueden transformar esa realidad -es decir, el espacio-; es más, emprenden cualquier trabajo con ese objetivo específico. En algunos arquitectos esa certidumbre está tan arraigada que creen que los problemas sociales tienen una solución espacial y que, en consecuencia, mejorar o cambiar el contenedor es de por sí cualificar lo contenido por él. Parecería que así como en todo sociólogo merodea un escéptico malhumorado presto a irrumpir, en cada arquitecto vela un demiurgo susceptible que reclama lo suyo. El campo de acción: ¿o la arena de poder? Hace siglos la arquitectura desertó de la ciudad para volcarse sobre el campo de la belleza, el orden, las reglas y las proporciones; renunció a organizar el marco de la vida humana para encerrarse en un sistema estilístico restringido a unos pocos interlocutores; se enclaustró en el espacio interior ignorando los espacios abiertos y colectivos. El diseño y la representación del objeto suplantaron el discurso verbal, el arquitecto se volvió productor de imágenes y la arquitectura se redujo a un catálogo de bellos objetos ejemplares que se ofrecen a los clientes o discípulos6. Como dice Tafuri, la arquitectura perdió significado porque se desligó de todo sistema simbólico, de todo valor ajeno a sí misma. El impacto más espectacular de la regresión vitruvisante, dice Choay, está representada por la ruptura del equilibrio elaborado por Alberti entre tres niveles diferentes pero inextricables: la 5 Los medios técnicos que utilizan para mostrar sus proyectos se prestan para intensificar el efecto: los espasmos de las filminas o diapositivas en el video bean o la superposición de los acetatos en el proyector. 6 Estas ideas integran lo que Francoise Choay llama la “regresión vitruvisante” de la arquitectura que significa, básicamente, la pérdida de la dimensión voluntarista y racionalista conquistada y afirmada con vigor por Alberti. Este proceso se dio con mayor fuerza entre el segundo Renacimiento y el siglo XIX. Choay, Françoise. LE RÉGLE ET LE MODÉLE. SUR LA THÉORIE DE L’ARCHITECTURE ET DE L’URBANISME. Éditions du Seuil. París: 1996. Pgs 225-240.

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necesidad, la comodidad y la belleza. Vitruvio privilegió a ésta última7. El nivel de la delectación estética, absorbido enteramente por las reglas concernientes al orden, deja de ser considerado en relación con los dos niveles anteriores, aunque sin ellos no tiene existencia posible: ninguna belleza puede ser obtenida de sólo respetar las reglas de la solidez y la comodidad. En esas condiciones, la figura de la ciudad se difumina detrás de cierto tipo de edificios. En adelante la belleza es primera y casi exclusiva, sólo se privilegia la representación. Por consiguiente, es principalmente como soporte de la circulación de personas y vehículos por medio de calles, puentes, acueductos y alcantarillados, que la ciudad, en tanto que totalidad, conservará una presencia específica. En la medida en que los tratados vitruvianos tienden a limitar sus propósitos al campo del orden y la belleza, continúa Choay, reducen la extensión de los poderes del arquitecto y su poder creador. Al arquitecto-héroe, organizador del marco de la vida humana, sucede el arquitecto-artista, que busca y sigue las reglas de la belleza. La teoría de la belleza absoluta de los órdenes encierra a la arquitectura y a los arquitectos en un sistema estilístico cuyos límites son las oposiciones belleza absoluta-belleza relativa, orden-disposición, orden-proporción. Sólo en ese marco es posible la intervención del arquitecto como aplicador de reglas. El único poder que le queda es de expresión. El diseño cambia de función, ya no sirve para asir las operaciones y traducir el proyecto sino para presentar los objetos. Hace posible la comparación y la confrontación visual inmediata de los objetos arquitecturales, permite comparar críticamente obras de distintos arquitectos y crear una tipología de edificios ejemplares que será aplicada por todos. Gracias al poder analítico que les permite descomponer y aislar con precisión los elementos del orden, el diseño ofrece a los neovitruvianos un instrumento privilegiado para formular las reglas de la construcción. Pero el diseño no cumple la función de ilustrar o formular reglas sino la de describir tipos arquitectónicos. El arquitecto no pretende mostrar la manera de componer un bello objeto sino un catálogo o repertorio de objetos ejemplares, sean piezas o edificios completos, que se ofrece a los clientes o discípulos –hasta aquí los planteamientos de Choay. Este sesgo pervive y es reproducido en el proceso de selección y formación de los estudiantes; además genera un conflicto histórico del arquitecto: fluctuar entre el arte y la técnica, entre sentirse artista bendecido por el genio o experto poseedor del saber hacer. Es decir, la arquitectura como técnica constructiva o como una de las bellas artes, la tensión entre la construcción para el mundo de la existencia cotidiana o la producción de objetos que adquieren significado sólo en el universo de la estética. A esta dualidad se añade una tercera tensión del ejercicio profesional: la gestión urbana hecha para el sector público o el privado, el arquitecto ya no como artista o técnico sino como una especie de gerente de la ciudad. Sin embargo, sea como artistas, técnicos o gerentes los arquitectos tienen un muy fuerte, y excesivo, sentido de la realidad que conservan de su formación universitaria. Hacen una diferenciación muy tajante entre los espacios en los que ejercen –lo que incluye hablar, diseñar, debatir- como arquitectos ante sus pares, sus clientes o “los otros” y los eventos de índole privada –casi íntima- en los que cuales, si bien siguen siendo arquitectos, se permiten ciertas licencias y relajamientos referidos a la especulación o el discurrir de las ideas. En las ciencias sociales la división es menos tajante, la frontera entre la realidad –como el texto que se lee- y la interpretación que se haga de ella –es decir, su reelaboración, su abstracción- es más difusa, quizás porque las ciencias sociales asumen a la realidad como una dinámica tan cambiante que llega a ser una permanente construcción social y cultural. Para los arquitectos cualquier ejercicio, así sea académico, debe responder a un rigor de forma y de contenido que los amarra al suelo y que quizás es el resultado de una introyección muy profunda del autoritarismo que manejan los profesores de taller. La forma a la que se pliegan por

7 Estas notas se refieren a la traducción y resumen hechos por la autora de este ensayo del libro citado de F. Choay.

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completo es el método de exposición: los acetatos, filminas, planos, gráficos, cuadros y demás ayudas visuales que buscan presentar una imagen que se construye con la lógica de convencer a un cliente. El contenido es saber captar el objeto y asegurar su proyecto o su diseño contra cualquier oposición, encontrar la cosa exacta y única que se debe erigir en un espacio o circunstancia determinados. Para definir este objeto es tan fundamental el conocimiento o la percepción que tengan del interlocutor, como la que tengan del objeto mismo y del contexto en el que lo van a situar. El arquitecto no concibe el espacio para que vaya a diseñar8 como una hoja o un lienzo en blanco -como si lo hacen el escritor y el artista- sino un segmento de un contexto que determina la acción o el hecho más adecuado a ambos. Aunque en un lote no haya nada construido para el arquitecto ese no es un espacio vacío, está rodeado de otros episodios espaciales, normativos y urbanos que definen qué puede o no hacerse, que es admisible o adecuado. Aunque este corsé tiene sus escapes: a veces, para salvar el contexto urbano como obstáculo para la potencia imaginativa, también lo diseñan, lo reconfiguran; es como una versión estilizada y depurada del contexto real, crean una ambigüedad deliberada entre lo que es hoy y lo que podría llegar a ser, así el objeto diseñado sería como el primer trazo o la primera piedra de esa reconfiguración que se superpone a lo real. Pero todos estos procesos se expresan en imágenes y volumetrías, jamás en palabras. En esa tensión entre el procedimiento formal –o usual y por eso mismo esperado y estandarizado por el interlocutor- y el acto creador que es el diseño hay otra paradoja: a pesar de esa conciencia limitante que llega a significar el contexto, los críticos de la arquitectura –que también son arquitectos- se basan en la ignorancia deliberada del contexto urbano, histórico y cultural en la que, aseveran, incurren los arquitectos y la arquitectura, para explicar, en parte, la hostilidad de la ciudad o del hecho construido y otros problemas relacionados, a grandes rasgos, con la habitabilidad. El asunto de fondo aquí puede ser la intensidad de la relación que tenga el ejercicio de la arquitectura –o de un arquitecto específico- con la imagen o con la palabra. La imagen es el lenguaje que privilegia la profesión, es no sólo el medio por el que se expresa la idea sino, me atrevería a decir, la idea misma, la forma inicial en la que ella se concibe, los demás lenguajes la traducen para exponerla a los profanos. Pero el ejercicio de la docencia o la investigación exigen no sólo el uso de la palabra como vehículo de expresión, sino la producción y formulación de pensamientos, no para describir o traducir una imagen sino porque en sí mismos son imprescindibles, al menos así es para los sociólogos y, en general, para los cientistas sociales. Cómo se conciban las ideas marca la diferencia entre los ejercicios y las prácticas profesionales, me parece que la concepción en –o por- imágenes es limitada porque encierra en una lógica particular, mientras que la concepción en argumentos abre a relaciones con otras realidades y formas de comprender. Aquí se presenta una paradoja más: la formación posgradual cierra o delimita el universo de reflexión de los sociólogos –los especializa- mientras que abre el horizonte conceptual y el acervo teórico de los arquitectos –los despega de la instrumentalidad histórica de su ejercicio profesional, los pone en contacto con un mundo más amplio y complejo. El resultado es que, a manera de hipótesis, los arquitectos en los que convergen una trayectoria política, una formación posgradual y una especialización del ejercicio en la investigación y la docencia y éstos últimos, a su vez, enfocados en los problemas urbanos y de habitabilidad relacionados de manera directa con las condiciones sociales y económicas para la reproducción 8 ¿O el diseño para el que está buscando un espacio? Este discurrir puede relacionarse con una idea ya presentada: la concepción de la realidad y de su cognoscibilidad, es decir, la epistemología. ¿El diseño en la arquitectura se concibe como la pieza que falta para completar una realidad que ya está hecha? De ser así, la naturalización de la realidad es utópica en la medida que se la asume como definitiva e inmodificable. Aunque esa secuencia de ideas no significa que desconozca las actuaciones a lo Hausman: arrasar para crear, instaurar una nueva realidad sin dejar ninguna traza de la que la antecedió.

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social cotidiana, tienen una mirada más compleja y abarcadora que aquellos que diseñan, licitan y se mueven en el ámbito de las instituciones de planeación del Estado o de la consultoría especializada. Pero quizás esa sea apenas la manifestación de algo más profundo: la función social que ambos tipos de ejercicio y de práctica le otorgan a la creación arquitectural vista en términos del patrimonio universal. Aquí entra en juego un asunto importante: ¿cuáles son los discursos legitimantes de la Arquitectura? ¿Cómo justifica no sólo su existencia sino su reproducción? Es decir, ¿por qué las sociedades están convencidas de que necesitan arquitectos e incurren en todos los gastos necesarios para asegurar su permanencia como disciplina, comunidad académica y gremio? Mi respuesta es provocadora: la arquitectura no ha necesitado elaborar ese discurso porque ha concentrado las prácticas relacionadas con la función social y humana de albergar, cobijar o contener. En otras palabras: mientras las sociedades crean que sólo los arquitectos pueden producir su hábitat artificial inmediato, garantizarán su subsistencia. Dos hechos podrían empezar a fisurar esa identificación inmediata y naturalizada: la construcción industrializada y en serie que repite tipologías y, en segundo lugar, la autoconstrucción de vivienda popular. La generalización de esas dos prácticas socio-culturales puede marcar el comienzo del fin de la arquitectura. Pero, el arquitecto que tiene un ejercicio y una práctica que lo relacionan con lo micro y con lo social, otra hipótesis, tiene una mirada más local, una comprensión más detallada y profunda de un segmento de la realidad, tiende menos a la evasión estetizante. Eso implica riesgos grandes: que pierda de vista el contexto universal de la disciplina y caiga en un parroquialismo radical; que, en fin, termine confundiendo la parte con el todo. Los estilos de investigación Un criterio para diferenciar estilos de investigación particulares es el tipo de relación que el investigador tiene con el objeto o el grado de involucramiento de su ser en él, es decir: ¿sólo lo piensa? ¿Se limita a describirlo y diagnosticarlo? ¿Intenta interpretarlo? ¿A qué lo refiere cuando quiere explicarlo? ¿Lo “siente”? Respecto a dicho objeto ¿qué cree que puede hacer o que depende de él como arquitecto o como investigador? Otra diferenciación puede estar en la motivación por la cual se investiga y se determina el objeto de investigación. Aquí aparece una postura ideologizada: la de investigadores e intelectuales, de todas las disciplinas, que consideran ilegítimo el conocer por conocer, esto es, por probar o ilustrar una teoría, por entender una realidad, describirla y explicarla a otros que la desconocen o, peor aún, como paso previo para definir una oferta o una intervención posterior –que hará otro agente o actor distinto al que la caracterizó. Suele ser un prejuicio radical: hay que vivir lo que se quiere conocer, hay que ser digno de ser aceptado por aquellos respecto a los que se quiere conocer. Es una perspectiva casi religiosa, sacralizante. Desde estos puntos de vista puede proponerse una tipología de estilos de hacer investigación en la que, por supuesto, está implícita una concepción tanto de la investigación como de su función o utilidad social y científica. Claro que esta tipología es muy limitada porque la autora de estas líneas sólo conoce la investigación que hacen diferentes equipos de investigación de universidades y ONGs, integrados, creados o dirigidos por arquitectos, que se han concentrado en el hábitat popular9.

9 Es una categoría sobre la que no hay muchos acuerdos, abarca una realidad muy amplia que incluye sectores populares, barrios periféricos, producción informal de vivienda por autoconstrucción, asentamientos y viviendas precarios y en riesgo, etc.

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Esa tipología –referida, ella si, a los arquitectos que hacen investigación- es la siguiente10: • El investigador empírico-etnográfico

Su información y las elaboraciones que hace de ella provienen de su propia experiencia; habla y escribe de lo que ha visto y escuchado, esa es la base sobre la que construye interpretación. Su concepción y “metodología” son dinámicas en la medida que reconoce su objeto como dinámico; apunta más a lo móvil, a las transformaciones y los procesos que a la coagulación de un momento específico de esa realidad. Suele tener una actitud conservacionista porque considera que en el habitante de los sectores populares –o en cualquier otra forma de “otredad”- perviven la cultura y la tradición, lo cual es la antítesis de un consumo cultural masivo y globalizado, y que por lo tanto ese “alter” es el bastión que conserva los valores, las tradiciones, el saber y la solidaridad. Se orienta por la idea de “conservar” una circunstancia socio-cultural que presupone ha escapado de lo homogeneizado, lo producido en masa y lo asimilado. Una variante de esta postura no es conservar sino “mejorar” sea la vivienda, su entorno inmediato o el barrio o asentamiento. Aquí puede estar larvada la alienación que ya se mencionó: actuar como si fuera verdad que los problemas sociales se solucionan en el espacio o, en otras palabras, que un adecuado contendor espacial puede darle una forma deliberada a la sociedad que contiene. En ambos casos, este investigador se concentra en “lo micro”, sabe de las lógicas y las prioridades, de la racionalidad que orienta las decisiones económicas y de las que afectan el espacio. A veces identifica elementos aislados del entorno y los significa con respecto al todo del cual hacen parte. Puede hablar de la concepción de mundo de las personas que viven en ese entorno, de cómo se relacionan con él y qué sienten al respecto. Parecería que este arquitecto emprendió un proyecto de vida y no que desempeña un trabajo. Podría sospecharse también que alguna parte de su práctica obedece a una reacción ideologizada frente al ejercicio tradicional, ortodoxo o convencional de la arquitectura. Es en este estilo donde esa impugnación es más evidente, en los estilos que siguen también podría presentarse pero con menor intensidad.

• El investigador estructuralista-totalizante

Su pretensión es confrontar una realidad particular del hábitat con una estructura cognitiva mayor, de la cual éste haría parte; más que percibir y caracterizar el fenómeno trata de situarlo, de ordenarlo e interpretarlo, no tiene centrado su interés en el objeto mismo sino en lo que ese objeto significa o representa en una estructura mayor. A diferencia del anterior, no privilegia como más válido o importante lo que ha visto y lo que ha procesado y reelaborado respecto a lo que ve, es decir, su visión particular, directa e inmediata; al contrario, este investigador quiere evaluar una teoría o calibrar un herramental metodológico a través de la caracterización y análisis de esa realidad particular.

• El investigador armador

Su búsqueda es generar, propiciar y motivar procesos de organización para que la gente se proyecte y cualifique su acción. Pasó de la práctica de “mejoramiento” espacial a la idea de identificar, destacar y cualificar las potencialidades colectivas; no está interesado en explicar

10 Estas ideas fueron presentadas en otro texto de la autora: “Procesos académicos y de investigación en el hábitat popular. El caso del departamento de investigación de la Facultad de Arquitectura de la Universidad la Gran Colombia”. Ponencia al Primer Seminario Foro Internacional “Hábitat Urbano”. Arquitectura y urbanismo modernos y ciudad informal. Bogotá, agosto 21, 22 y 23 de 2002.

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sino en transformar. Está buscando significados a partir de los cuales se puedan construir y fortalecer procesos de organización. Su interés es el objeto mismo al que ve en su carencia o desequilibrio, suele asumir una postura indignada, la de alguien lesionado en su sentido de la justicia. Parece hastiado de discursos y estar a la búsqueda de la acción –pero no una acción asistencialista o remedialista sino autogestionaria- y del medio más eficaz para llevarla a cabo. No tiene un delirio historicista de cambio o demiúrgico de modelación, no está embriagado con una causa. Su interés es ético y político y apunta a generar sentido de la colectividad.

Habría que ver si está tipología puede aplicarse a otras áreas de investigación, por ejemplo a algunas que no relacionen la arquitectura con sujetos o actores sociales sino con objetos o procesos –por ejemplo, la planeación urbana, la historia o la estética. De la autocrítica a la autoconsciencia A pesar de que muchos de estos cuestionamientos son de vieja data los arquitectos no se han visto a sí mismos, tampoco hay una sociología de la arquitectura en Colombia que muestre sus relaciones con otras instancias de la realidad. Existen historias de la arquitectura nacional o de la universal que destacan los personajes y obras que marcaron un hito, pero no identifican ni analizan los procesos o los contextos que las generaron y las explican. Hay una crítica a la arquitectura como estética que por lo general se queda en los detalles -materiales, volumetría, manejo del contexto urbano- que diferencian a un movimiento, escuela o estilo de otros o a diversos periodos. La vanguardia de los intelectuales de la arquitectura -o los arquitectos intelectuales- está en el esclarecimiento del lugar que ocupa la arquitectura colombiana en la historia y en la cultura y en el devenir económico y social del país. Otros siguen en la autocrítica, en el fustigamiento y en la expiación de la culpa que sienten frente a la morfología de las ciudades colombianas. El arquitecto promedio, en cambio, no se siente culpable ni responsable, se consuela y disculpa pensando que no lo han dejado actuar ni como gerente, ni como técnico ni como artista-creador –y menos aún en una economía de mercado- y que a eso se debe el caos urbano o la precaria y mediocre calidad de vida que genera el espacio construido. Habitualmente las actuaciones profesionales del arquitecto se orientan a causar un efecto, a un hacer que genere reconocimiento entre sus pares y en la sociedad. No se da tiempo para pensar, y tampoco tiene medios suficientes para hacerlo, porque no alimenta sus ideas con lecturas ni con discusiones; no duda de la realidad, mantiene una actitud naturalizada ante la existencia. Se queja y se deprime por la identidad y el estatus que perdió pero no asume una actitud de construcción de un marco existencial, ético o político que de un nuevo sentido a su ser y su hacer. En ese orden de ideas, lo “social” en la arquitectura se convierte en un dato más sobre el espacio, y no en el más significativo. Los arquitectos deducen a las personas de las características del espacio; manejan una suerte de indiferencia, de alguna forma siempre miran desde afuera -más exactamente desde arriba. La gente es usuaria o parte de las viviendas, las fábricas o las calles; las personas como colectivo informe determinan la función, y de contera, la forma. Mejor dicho, la sociedad existe porque desempeña una función que requiere de un contenedor espacial para llevarse a cabo, diseñar y ubicar ese contenedor es el campo de acción de arquitectos y urbanistas, respectivamente. O, en el peor de los casos, la sociedad se define como el grupo humano que se opone a sus proyectos racionales y ajustados a reglas estéticas o técnicas porque no los entiende. Los científicos sociales, obviamente, también cosifican a las personas, las convierten en estadísticas o en informantes, las sacralizan o despersonalizan, tienen prácticas y posturas instrumentalizantes y pragmáticas. La diferencia es que ellos han hecho de sí mismos (de sus

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métodos, de sus concepciones, de sus implícitos) su propio objeto de estudio. En otras palabras, hay una mayor reflexión sobre el ser y el hacer del científico y las ciencias sociales y no sólo desde la autocrítica o el flagelo sino desde la epistemología. La reflexión crítica es una búsqueda permanente que termina por convertirse, a veces, en un conflicto existencial, en una versión del mito del eterno retorno. El científico social siempre mantiene consigo mismo y con la realidad una relación primaria de sospecha que lo lleva a un permanente examen de lo vivido (lo cual suele inhabilitarlo para la acción y la toma de decisiones, pero eso es harina de otro costal). Los arquitectos no han hecho concientes los prejuicios ni las concepciones naturalizadas de la realidad que impregnan su hacer. Viven en dos mundos contradictorios, y a veces antinómicos: el de la estética cosmopolita y abstraída de cualquier contexto y el de su propio país que no parece responder a ningún orden o parámetro identificado. Al no conocer el devenir de su profesión ni las fuerzas que la determinan, los arquitectos tienen expectativas y deseos cada vez más alejados de la realidad nacional y local en la que deben vivir. Mucha de esta inconsciencia gremial tiene que ver con el hecho de que los arquitectos no asumen sus problemas profesionales ni las consecuencias sociales y culturales de sus acciones u omisiones, siguen aislados en la individualidad. Esta es otra paradoja porque el gremio de arquitectos ha tenido una influencia enorme en la administración y el desarrollo de la ciudad en Colombia, en especial, de Bogotá. Además, es una profesión que ha hecho de las entidades desde las que se diseña, planifica y define la ciudad –al menos en un plano normativo y jurídico- su feudo: Planeación Distrital, Catastro y las Curadurías. O tal vez todo se reduce a la autoimagen. Los científicos sociales hablan de si y de su trabajo en términos negativos, su crítica es mordaz y autodestructiva, nunca pierden de vista que la sociedad podría seguir muy bien sin ellos, saben que su discurso legitimante es apenas eso, un discurso y que además es muy vulnerable a las seducciones o las arbitrariedades del poder. Esta certeza no los hace humildes o esclarecidos, sino amargos y cínicos pero, en todo caso, los deja menos expuestos a la frustración y mejor pertrechados para emprender búsquedas de lo alternativo. Quizás todo lo que se ha expuesto no es más que un asunto de profesiones y disciplinas. La arquitectura es una profesión liberal y por tanto el éxito de los proyectos desarrollados es la comprobación de la competencia de los arquitectos. La disciplina busca la producción de conocimientos más que su aplicación inmediata a través de proyectos, propia de la profesión. Mientras las disciplinas se delimitan por problemas básicos definidos alrededor de objetos y métodos específicos, las profesiones implican un elemento corporativo y un control del ejercicio, es decir, una defensa del oficio. Las disciplinas están apoyadas en comunidades científicas y alimentan las profesiones porque garantizan la apropiación de la tradición científica y del conocimiento de su desarrollo actual. En ese sentido, el arquitecto que ejerce su oficio como investigador, docente o intelectual está entre dos aguas; por un lado, tiene una autoconciencia mucho mayor, un repertorio más amplio de explicaciones y una capacidad de argumentación más compleja pero, por otro lado, ha perdido algún segmento de su oficio, o más que de su oficio o su saber, ha perdido en parte su comunidad, ha empezado a hacerse –y sentirse- ajeno a la arquitectura y al gremio. Es más, sobre estos arquitectos intelectuales suele pesar una especie de estigma, si bien sus pares no los condenan al ostracismo si muestran hacia ellos una especie de tolerancia condescendiente que oculta algún grado de rechazo y hasta de velada impugnación. Desde esa perspectiva, el caso de los cientistas sociales parece distinto porque entre ellos hay críticos, apóstatas y renegados pero aún así la profesión está impregnada en cada uno y es tan inextricable del ser que no pueden salirse o situarse al margen –al menos mientras mantengan el ejercicio. Casi podría plantearse que cuando un cientista social se va apartando de la ortodoxia, de la tradición, de lo habitual o de la comunidad, no pierde el oficio sino que cae en una nueva clasificación: es transcidisciplinario, mejor dicho, saltó a la vanguardia.

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El Urbanismo, ¿profesión o disciplina? Me interesa terminar esta reflexión centrándome en el grupo particular de los arquitectos urbanistas, para eso el mejor punto de partida es un hecho inobjetable: el urbanismo debe ser público, esto es, ejercido desde el Estado porque involucra planeación y ordenamiento del territorio; en sentido estricto, desde la empresa constructora privada o desde los estudios de los diseñadores urbanos definitivamente no se hace urbanismo. El urbanista, entonces, está llamado –o tendría sentido si llegara a ser- un funcionario público de alto nivel. Y ahí empieza el problema. Así como el arquitecto a secas tiene una concepción naturalizada de la realidad, es decir, está convencido –y actúa en consecuencia- de que la realidad es tal cual aparece a los sentidos, el urbanista ha naturalizado al Estado como representante, custodio y garante del interés general, público o colectivo y a la racionalidad normativa a través de la cual regula el Estado como su vehículo de expresión. No duda de la legitimidad ni de la soberanía del uno ni de la otra11. Eso significa que en el caso del Urbanismo colombiano los urbanistas desconocen o soslayan que nuestra sociedad –en un sentido tan amplio que incluye el territorio- es el resultado de una guerra permanente y endémica entre el Estado y la sociedad y de un Estado históricamente débil, ilegítimo y diferencial según regiones y grupos de población. El poder del Estado, expresado en presencia institucional, inversiones, seguridad y desarrollo, es desigual; su soberanía está en disputa permanente. En muchas regiones coexisten varios gobiernos, legales e ilegales, cada uno de los cuales tiene sistemas punitivos, tributarios y legislativos propios que imponen a una población para la cual no hay más opciones que la obediencia o el destierro. Los POT incrementan el estado de guerra en la medida que fijan en el espacio urbano y rural, local, regional y nacional, megaproyectos, tendencias de desarrollo o usos del suelo que son calibrados de diversa manera por los actores armados, las autoridades legales, los expertos y técnicos y la sociedad civil. La concepción que tiene el Urbanismo de espacio, región o territorio es sustancialmente diferente a la que tienen los ejércitos; ellos los conciben desde una lógica militar y estratégica, resignifican la geografía, la economía y la demografía del territorio según sus intereses y metas. Los actores armados y los poderosos intereses económicos y geopolíticos (regionales, nacionales y transnacionales) que pueden armar ejércitos, amedrentar poblaciones, corromper autoridades y desconocer o influir legislaciones, están reconfigurando de hecho el territorio nacional. No sólo se disputan el control territorial o la explotación de recursos sino que han implementado estrategias económicas, sociales, culturales e ideológicas que les garantizan la subordinación de la población. Controlar personas y territorio implica el ejercicio de un dominio absoluto que excluye al Estado aunque se apoye en estructuras políticas y administrativas nacionales, regionales o locales. El país está en plena movilidad y eso genera inestabilidad; los procesos de poblamiento y repoblamiento no se han decantado, hay cambios en la estructura predial y demográfica. Coexisten regiones que pierden población y otras que reciben migraciones y desplazamientos; no es un problema municipal o rural, sucede en las ciudades también. Toda está movilidad sucede por fuera del Estado, responde a lógicas que apenas empezamos a comprender. Eso significa que nadie las controla, que ni siquiera pueden medirse y mucho menos proyectarse.

11 El texto que sigue es parte de un documento que se hizo público –pero que sigue inédito- en Bogotá el 7 de Septiembre de 2001 en el marco del proceso de autoevaluación de la Maestría de Urbanismo de la Universidad Nacional, sede Bogotá. Se presentó a profesores, egresados y estudiantes con el titulo de “Ideas sobre el contexto del programa curricular de la Maestría. (Documento para discusión)”.

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Colombia está sufriendo procesos múltiples y simultáneos de desindustrialización, desagrarización, relatifundización, reprimarización de la economía, concentración de la propiedad, el ingreso y la riqueza y como corolario de retribalización de la sociedad. No son coyunturas, ni procesos temporales, son problemas estructurales e históricos que no tienen reversa. El panorama no va a cambiar así se firmen acuerdos de paz porque la crisis es institucional, social, económica y de legitimidad. Además de la movilidad e inestabilidad hay que asumir que todos los órdenes conocidos están en tela de juicio o impugnados. Lo que está amenazado ya no es la propiedad privada, o el crecimiento económico, o el desarrollo, o la estabilidad económica, es la viabilidad misma del país. Cuando los urbanistas, planificadores y otros consultores diseñan POT o planes y proyectos urbanísticos, juegan del lado del Estado al que siguen creyendo representante del interés general y de lo público, pero el Estado colombiano es un actor más de la guerra, ya no está por fuera ni arriba. Son ingenuos porque siguen creyendo y actuando según un discurso racional, prospectivo y técnico. Para formular problemas y plantear alternativas, para inducir cambios o estimular procesos de modernización, racionalización o descentralización siguen asumiendo como ciertos para Colombia los supuestos fundamentales de cualquier forma de planificación: existencia de un Estado que tenga el monopolio de la fuerza, la tributación y la legislación; una población estable, una propiedad privada sólida, una sociedad civil conciente de sí misma y un conocimiento técnico-científico neutral y objetivo. Este contexto dramático exige posiciones en dos sentidos: como urbanistas –como oficio y competencia- y como ciudadanos –la élite que tiene estudios terciarios. No se trata de alinderarse –esa es una opción individual- sino de comprender qué pasa, por qué y cómo se reproduce y fortalece. Es claro que el estado de guerra es un complejísimo problema nacional en el cual deben converger todas las disciplinas como interlocutoras válidas. La pregunta es por el papel del Urbanismo en este diálogo de saberes. La especificidad de todas las profesiones en Colombia –incluyendo la arquitectura especializada en urbanismo- es que los profesionales, como los demás colombianos, viven en un país en guerra y cada vez menos viable, en el que se violan todas las normas de la ética, la racionalidad y la cordura; los que habitamos este país estamos cada vez más dedicados a depredarnos con frenesí, es precisamente esa especificidad lo que pueden aportar el urbanismo, la ciencia y la intelectualidad colombianos al conocimiento universal. Los urbanistas planifican, reforman y hacen -o deshacen- ciudad en unas condiciones límite que hay en pocos países. Los urbanistas –como ya se dijo de los arquitectos- tienen un pie en lo universal, lo abstracto y lo moderno y otro en lo premoderno, lo concreto y lo atroz, eso debe significar una visión más compleja y profunda de la realidad urbana. Esa es una potencialidad –aunque parezca la estrategia “del ahogado el sombrero”-: hacer ciencia en medio de la crisis y la inestabilidad, del caos de todo lo que se mezcla, de los muchos factores incidentes o determinantes que jamás pueden ser suficientemente discriminados o diferenciados. Sin embargo, eso es complicado porque el urbanismo no existe aún como disciplina o profesión específica, no ha delimitado sus soportes epistemológicos, su campo de acción, sus preguntas ni sus métodos específicos; tampoco hay una comunidad disciplinar ni una agremiación porque no es claro quiénes y por qué son urbanistas y quiénes no lo son. El urbanismo no tiene paradigmas, escasamente hay una relativa claridad en cuanto a los problemas de su incumbencia. Eso sin tener en cuenta que “lo urbano” es un tema tan ilimitado y gaseoso como “lo cultural”. Tampoco hay un cuerpo teórico, cuánto más hay una historia de las soluciones dadas a diversas problemáticas urbanas en contextos históricos y nacionales determinados. A veces, para completar, se confunden urbanismo y planificación urbana.

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Los urbanistas no se piensan a si mismos como intelectuales que están construyendo el discurso de la ciudad, oscilan entre sentirse técnicos, diseñadores, médicos o soñadores del espacio urbano. Y el no verse como intelectuales significa que no saben cómo los determina esa condición, con qué nuevos conflictos los carga; no se sienten parte del proceso histórico que viven, ni entienden cómo los influye la sociedad en la que emergen. El Urbanismo tampoco es una profesión porque, entre otras razones, los urbanistas no se han agremiado, lo cual significa que no son interlocutores, que no defienden pública y corporativamente un interés, que no enarbolan una bandera. La defensa que hacen del oficio está deformada porque su referente es técnico o estético, no político o cultural; es casi una regresión medieval al secreto del saber cuando lo que se espera y requiere es una apertura a nuevas ópticas, métodos, problemas o preguntas que al ampliar el campo de acción, lo definan. Urbanistas y arquitectos aceptan que la ciudad no es una realidad monolítica y concreta, que es objeto común de muchas disciplinas y perspectivas, que no admite una partición simétrica entre saberes y que el todo es superior a las partes. Lo admiten racional e intelectualmente pero no han conectado su ser con esa idea, es más, se podría sospechar que en realidad la rechazan y quisieran construir una disciplina que les permita recuperar una legendaria y mítica hegemonía sobre el espacio. Aunque asimilan los discursos de otro saber o los incorporan a su jerga técnica no pueden despegarse del hecho físico que para ellos es el definitorio de lo urbano; hablan de sociedad y cultura pero siguen pensando que “eso” es el aporte que pueden hacer los profesionales sociales en un equipo de trabajo responsable de un proyecto de intervención específica. Nayibe Peña Frade Socióloga Urbanista Bogotá, Marzo de 2005 [email protected]