Aproximación de la historia de Córdoba a través de su desarrollo urbano

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Antes de la ciudad estaba el río, el Guadalquivir, auténtico padre de Córdoba y origen de su fortuna. Y sobre el río, feraz y terrible al mismo tiempo, el puente como símbolo de civilización y del poder de los gobernantes de Córdoba. La idea simbólica del puente/ madre como complemento indisociable del río/padre ya fue expresada por el gran cronista de los omeyas cordobeses, Ibn Hayyan, quien en su Muqtabis, refiriéndose al puente de Córdoba, dice: “… es la madre que amamanta a la ciudad, el punto de confluencia de sus diferentes caminos, el lugar de reunión de sus variados aprovisionamientos, el collar que adorna su garganta y la gloria de sus monumentos insuperables.” Ibn Hayyan, Al-Muqtabis II-1. M. A. Makki y F. Corrientes (eds.), Zaragoza 2002. APROXIMACIÓN A LA HISTORIA DE CÓRDOBA A TRAVÉS DE SU DESARROLLO URBANO.

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Descripción de la evolución de la ciudad de Córdoba a través de su desarrollo urbano a lo largo de la historia. Oficina de Arqueología GMU de Córdoba

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Antes de la ciudad estaba el río, el Guadalquivir, auténtico padre de Córdoba y origen de su fortuna. Y sobre el río, feraz y terrible al mismo tiempo, el puente como símbolo de civilización y del poder de los gobernantes de Córdoba. La idea simbólica del puente/madre como complemento indisociable del río/padre ya fue expresada por el gran cronista de los omeyas cordobeses, Ibn Hayyan, quien en su Muqtabis, refiriéndose al puente de Córdoba, dice:

“… es la madre que amamanta a la ciudad, el punto de confluencia de sus diferentes caminos, el lugar de reunión de sus variados aprovisionamientos, el collar que adorna su garganta y la gloria de sus monumentos insuperables.”

Ibn Hayyan, Al-Muqtabis II-1. M. A. Makki y F. Corrientes (eds.), Zaragoza 2002.

APROXIMACIÓN A LA HISTORIA DE CÓRDOBA A TRAVÉS DE SU DESARROLLO URBANO.

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Los orígenes de Córdoba se remontan a la Edad del Cobre, cuando se configura el emplazamiento de la Corduba prerromana en la colina ocupa-da por el actual Parque Cruz Conde. A lo largo de una secuencia estra-tigráfica de más de diez metros de potencia se desarrollará la evolución de uno de los principales asentamientos protohistóricos de Andalucía, cuyo principal atractivo para el asentamiento humano lo constituía el con-trol de los vados sobre el Guadalquivir, que permitían su cruce en los pe-riodos de estiaje. Junto a ello, la encrucijada de rutas de comunicación que aquí confluían, tanto terrestres como fluvial, pues no en vano el Gua-dalquivir comenzaba a ser navegable a partir de este punto, permitiendo la salida hacia la costa de los importantes recursos mineros de Cerro Mu-riano, y de los excedentes agrícolas generados en las feraces tierras de la vega y la campiña.

Con la fundación de la ciudad romana en la primera mitad del s. II a.C. asistimos a una fase de convivencia de dos núcleos de población hasta el abandono de la antigua ciudad indígena a finales del s. II a.C.

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El elemento mejor conocido de la ciudad fundacional romana lo constitu-yen las poderosas murallas que la ceñían y en las que se abrían cuatro puertas. Desde un primer momento, la que pronto será capital de Hispa-nia Ulterior, una de las dos provincias en las que Roma dividió sus pose-siones en la Península Ibérica, contó con un trazado urbano definido por un kardo maximus de trazado norte-sur, y un doble decumanus maximus, de trazado este-oeste. El foro se situaba en el cuadrante noroccidental de la ciudad.

Extramuros se ubicaban las necrópolis y, ya desde el siglo I a.C., se confi-guraría un vicus junto al puerto fluvial y a un primer puente.

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Durante las guerras civiles en-tre cesarianos y pompeyanos que marcaron el final de la Re-pública Romana, los habitantes de Corduba se alinearon en el bando senatorial de Pompeyo, lo que acarreó la destrucción de la ciudad por las tropas de César en el año 45 a.C. Pese al duro castigo infringido por los vencedores, la ciudad fue re-fundada inmediatamente con el nuevo nombre de Colonia Patricia, recibiendo el favor del propio emperador Augusto, bajo cuyo gobierno y el de sus sucesores de la dinastía julio-claudia alcanzo un gran desa-rrollo urbano que estuvo mar-cado por la ampliación de la ciudad hasta el río (“Nova Urbs”), la construcción de un puente de piedra, la recons-trucción y ampliación de varios conjuntos forenses (“Forum Coloniae”, “Forum Novum” y “Forum Provinciae”), un impo-nente sistema de abasteci-miento de agua y de evacua-ción de residuos, y grandes edificios de espectáculos (teatro, circo y anfiteatro).

“VETUS URBS”

“NOVA URBS”

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“FORUM COLONIAE”

Situado en el mismo empla-zamiento y con una extensión muy similar al de su antece-sor de época republicana, es-te complejo forense albergaba a la administración de la colo-nia.

El elemento mejor conocido del mismo es su pavimento, realizado con piedra caliza de color gris, procedente de las canteras de la Sierra.

En él se ubicaron numerosas esculturas y pedestales con epígrafes que nos transmiten actos evergéticos de las élites patricienses que monopoliza-ron el gobierno de la ciudad.

En época de Tiberio se cons-truyó un anexo inmediata-mente al sur, el denominado “Forum novum”, en cuyo cen-tro se alzó un imponente templo destinado al culto im-perial de la colonia e inspira-do en el modelo metropolita-no de Mars Ultor.

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“FORUM NOVUM”

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TEATRO

Construido en los primeros años del siglo I, el teatro constituirá el primer gran edi-ficio de espectáculos con el que se dotó Colonia Patricia gracias al evergetismo de va-rias grandes familias cordobe-sas.

“FORUM PROVINCIAE”

A mediados del siglo I, el con-cilium provinciae promovería la construcción en la capital provincial de un magno com-plejo arquitectónico destinado a manifestar su adhesión a la casa imperial. Articulado en tres terrazas que flanqueaban el ingreso en la ciudad de la Via Augusta, disponía de un circo en el nivel inferior y de un gran templo de culto im-perial, enmarcado por una plaza porticada, en el supe-rior, articulándose la comuni-cación entre ambos mediante una plaza intermedia.

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ANFITEATRO PUERTA DEL PUENTE

En estrecha relación con el incremento del tráfico fluvial y el desarrollo económico de Colonia Patricia debe estar la construcción junto al puente, entre época tiberiana y claudia, de una puerta monumental de triple vano y de una plaza porticada.

En un momento inmediatamente posterior, claudio-neroniano, se comple-tará el eje monumental este-oeste con la construcción de un enorme anfi-teatro en el corazón del suburbio occidental, que a partir de este momento alcanzará un gran desarrollo.

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LOS SUBURBIA DE COLONIA PATRICIA EN EL S. II

Al menos desde época flavia, los límites de las murallas habían sido rebasados, constituyéndose vici o barrios residenciales subur-banos al Oeste, Norte y Este, ur-banizándose áreas que hasta en-tonces habían estado ocupadas por necrópolis alineadas a lo lar-go de las vías que penetraban en la ciudad.

En este mismo momento, la ordenación del territorium inme-diato a Colonia Patricia se encon-traba configurada a partir de una red de villae y de otros asenta-mientos rurales dependientes destinados a la explotación de las propiedades de los patricienses. Estas villae unirán a su función económica, concentrada en la pars rustica, la de residencia temporal del possesor (pars ur-bana). La alineación de villae a lo largo de vías y caminos, así co-mo la distancia regular entre las mismas podría estar indicando las pautas de la centuriación que seguiría a la concesión del esta-tuto de colonia romana y a la instalación de veteranos del ejér-cito tras el final de las guerras civiles y la instauración del prin-cipado de Augusto.

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A finales del siglo II se ob-servan los primeros cambios sustanciales en la imagen urbana de Colonia Patricia tal y como había quedado definitivamente configurada en época flavia. Por razones aún oscuras, cesa el uso del circo, que convertido en can-tera desaparecerá inmedia-tamente de la topografía ur-bana, al igual que la terraza intermedia del complejo de culto provincial. El propio templo será restaurado y posiblemente reconsagrado con la construcción de nue-vos altares, y la plaza adya-cente se cierra en su lado oriental una vez perdida la relación con el circo y la pla-za intermedia.

También se advierten deter-minadas transformaciones, aunque menos radicales, en el pórtico oriental de la plaza de la Puerta del Puente y en los pórticos del propio cardo máximo.

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En el tercer cuarto del siglo III se amor-tizan algunos de los accesos al teatro, que a comienzos de la centuria siguiente está ya siendo despojado de los mate-riales más nobles de la cavea, aun cuan-do el desplome de la fachada no se pro-ducirá hasta el siglo V.

Igualmente, desde finales del si III y, ay más claramente, a lo largo del s. IV se hace patente la falta de mantenimiento de algunas calles, despojadas de las lo-sas de pavimentación y convertidas en basureros. Numerosos edificios se de-rrumban, transformándose en solares y llegando incluso a obstruir las vías públi-cas. En otros casos, los pórticos de ca-lles y plazas serán ocupados con edifica-ciones más o menos precarias.

Los pórticos que enmarcaban la plaza del templo de la C/ Claudio Marcelo son desmantelados, y a mediados del siglo IV se ocupan con edificaciones domésti-cas que reutilizan materiales del propio templo.

En el tránsito del s. IV al V documenta-mos la amortización del pavimento del foro colonial, donde los últimos pedesta-les honoríficos fueron erigidos a media-dos del siglo IV.

Una situación similar se constata, por los mismos años, en la plaza de la Puer-ta del Puente, despojada de su pavimen-

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En el suburbio occidental, la implan-tación del anfiteatro a mediados del s. I supuso un revulsivo para la ur-banización, con amplias calles porti-cadas y lujosas residencias como la “domus de Thalassius” o la “domus del Sátiro”.

A finales del s. II los dos grandes monumentos funerarios gemelos de Puerta de Gallegos habían sido amortizados y la vía funeraria con-vertida en calle mediante la instala-ción de una cloaca.

A lo largo del primer tercio del s. III se abandona la “domus del Sátiro” y hacia mediados del mismo siglo la de Thalassius y, ya a finales de siglo las situadas frente a la Puerta de Gallegos.

Frente al progresivo abandono del suburbio occidental, el anfiteatro se mantendría en píe, probablemente con un uso muy ocasional, hasta los primeros años del s. IV, cuando se documenta la ejecución en el mismo del mártir cristiano Asciclo (303-304).

Pocos años después, el anfiteatro será definitivamente abandonado y objeto de expolio, aportando buena parte del material necesario para la construcción del complejo arqui-tectónico de Cercadilla.

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A lo largo del siglo IV asis-timos a la progresiva cris-tianización de la ciudad, que en un primer momen-to tendrá como escenario privilegiado el suburbium occidental.

Así, el complejo de Cerca-dilla probablemente se adapte a un uso cristiano, como residencia de Osio, obispo de la ciudad y uno de los más próximos cola-boradores del emperador Constantino.

Sobre el antiguo anfiteatro se desarrollará un comple-jo cultual cristiano, sin du-da de carácter martirial. Ambos focos, junto con otros localizados en el an-tiguo Cortijo de Chinales, Cementerio de la Salud, El Tablero Bajo, Palacio de la Merced o en la actual pa-rroquia de San Pedro ge-nerarán una radical trans-formación de la topografía suburbana, con cemente-rios cristianos desarrollán-dose en torno a las primi-tivas basílicas

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Las transformaciones que ya se operan en el subur-bium occidental desde el siglo IV se harán extensi-vas al interior urbano a partir del siglo V, cuando documentamos un proceso de refortificación de la ciu-dad que tiene su paradig-ma en la construcción de un “castellum” junto al antiguo puerto fluvial ro-mano, destinado al control del puente y de este es-tratégico sector de Cordu-ba y origen de los poste-riores alcázares.

En paralelo tenemos las primeras evidencias ar-queológicas de la constitu-ción de un extenso com-plejo episcopal inmediata-mente al este, junto a la Puerta del Puente, que tendrá su centro en la basílica catedralicia de San Vicente.

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LOS NUEVOS CENTROS DE PODER EN LA CIUDAD TARDOANTIGUA

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EL “CASTELLUM”

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SIGLO VII

SIGLO VIII

LA TRANSICIÓN DE LA CIUDAD CRISTIANA A LA CIUDAD ISLÁMICA.

En el momento de la conquista islámica del año 711, Corduba era una ciudad muy diferente a aquella otra que durante siglos había sido cabeza de la Bética.

Los centros de poder se habían desplazado desde el eje consti-tuido por el doble decumanus maximus al cuadrante surocci-dental de la ciudad, en la vecin-dad de la Puerta del Puente y del puerto fluvial.

La definitiva conquista de la ciu-dad por Leovigildo marcará su incorporación al reino visigodo de Toledo y la culminación de un proceso de transformación de la imagen urbana que es necesario interpretar desde parámetros distintos a los de la trillada “crisis” de la ciudad clásica, aún cuando para las últimas décadas del s. VII y los primeros años del VIII esta crisis parece más real. Así, la imagen que de la ciudad tuvieron los guerreros norteafri-canos que en el 711 ganaron la mayor parte de la Península Ibé-rica para el Islam no podía ser más lamentable: murallas par-cialmente derruidas, puente abandonado y cortado, extensas zonas de la parte Norte de la ciudad despobladas y transfor-madas en cementerios, ruina del caserío...

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La integración de la antigua Hispania en el ámbito del imperio islámico y las nuevas necesidades de organización administrati-va, militar y tributaria propiciaron la recuperación de la fortuna de Córdoba, inmediatamente transformada en sede del emir de al-Andalus, dependiente de los califas omeyas de Damasco. La crisis de crecimiento del Islam, plasmada en el cambio de di-nastía y el traslado del poder abbasí a Bagdad, se traduce en al-Andalus en la constitución de un nuevo emirato, independiente de Bagdad y regido por Abd al-Rahman I, un príncipe omeya exiliado en Occidente. El resto del s. VIII y todo el s. IX marcan el afianzamiento del estado omeya andalusí, en constante con-flicto con los reinos cristianos que se van configurando en el ter-cio septentrional de la Península, y con las tendencias desinte-gradoras, de carácter tribal y autonomistas existentes en el seno de al-Andalus.

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DAMASCO, UN MODELO PARA LA NUEVA CÓRDOBA OMEYA.

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El corazón de la Córdoba islámica lo constituía la Medina, coincidente con el perímetro amurallado de la ciudad romana. Aquí se encontraban la Mezquita Aljama, emblema de la dinastía omeya y objeto de sucesi-vas ampliaciones durante más de dos siglos, y el adyacente Alcázar. Fuera de este espacio intramuros se habían formado, ya desde momen-tos relativamente tempranos, diversos arrabales. El más antiguo será el arrabal de Sequnda, localizado al otro lado del río y arrasado por las tropas del emir al-Hakam I durante la denominada “revuelta del arra-bal” del año 818. Tras éste encontramos varios arrabales, en origen mozárabes, a levante de la Medina, entre los que destacamos el de Shabular, dispuesto a lo largo de una antigua vía romana fosilizada en el trazado de las actuales calles Lucano-Lineros-Agustín Moreno. Estos barrios orientales constituirán, pasado el tiempo, el arrabal por excelen-cia de Córdoba, la Axerquía, rodeada por una muralla desde el s. XI. Al Noroeste, alrededor del antiguo palacio de Cercadilla, transformado ahora en basílica cristiana, parece haberse configurado, ya desde época emiral, un arrabal, muy posiblemente poblado por mozárabes. Del mis-mo modo, en las proximidades de la almunia de Rusafa, fundada por el emir ‘Abd al-Rahman I, se formará un arrabal y un cementerio desde un momento temprano. A Occidente, comenzarían a constituirse los prime-ros barrios a lo largo del s. IX, en torno a varias mezquitas fundadas por miembros de la familia real y altos personajes de la Corte.

EVOLUCIÓN DEL ALCÁZAR Y DE LA MEZQUITA ALJAMA DURANTE LA DINASTÍA OMEYA

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SHAQUNDA (750-818)

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La gran expansión de los arrabales de la Córdoba islámica corresponde al s. X, y fundamentalmen-te al reinado de Abd al-Rahman III, primer califa de al-Andalus, cuando la mayor parte del entor-no inmediato de Córdoba queda convertido en un espacio suburbano o periurbano. El cinturón de arrabales ceñirá a la ciudad excepto por el Sur. Las fuentes permiten individualizar más de una veintena de arrabales, de los que los occidenta-les comienzan a ser conocidos tras los trabajos arqueológicos desarrollados en los últimos años como consecuencia del crecimiento de la ciudad actual, que sólo desde finales del siglo XX co-mienza a alcanzar los límites físicos de su prede-cesora del siglo X.

Estos arrabales presentan una perfecta ordena-ción urbanística, con un trazado de calles irregu-lares que en muchos casos presentan una infra-estructura de alcantarillado, grandes espacios abiertos y pavimentados que cabría interpretar como zocos o mercados de arrabal, casas de va-riada planta, pero siempre articuladas en torno a un patio central, mezquitas y cementerios. Los cálculos de esta aglomeración urbana son difíci-les de establecer dada la poca precisión de las fuentes escritas y el panorama aún fragmentario que proporciona la arqueología. Con todo, una moderada cifra de 100.000 habitantes para la segunda mitad del s. X puede resultar razonable, bastando para convertir a Qurtuba en una de las mayores ciudades de la época.

Más allá de estos arrabales, y en algunos casos encerradas dentro de ellos como consecuencia del crecimiento urbano, encontramos gran número de almunias, equivalentes de las villae de época romana y en las que también se simul-tanea la producción agrícola con la residencia campestre de sus propietarios. En algunos casos, como el de las almunias de al-Rusafa o al-Naura, nos encontramos con auténticos palacios periur-banos pertenecientes al soberano. Por último, alquerías y torres, junto a las comunidades sur-gidas alrededor de las fortalezas que protegían los accesos a la capital, completarían la tipología de asentamientos en el territorio de la ciudad.

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MADINAT QURTUBA A FINALES DEL S. X

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La milenaria preeminenica de Madinat Qurtuba sólo experimen-tará una alteración como consecuencia de un hecho, efímero aunque trascendental como es la decisión de ‘Abd al-Rahman III de proceder a la fundación de una nueva ciudad: Madinat al-Zahra, localizada a unos 5 Km. al oeste de las murallas de Córdoba. Para su emplazamiento se buscó una posición clara-mente escenográfica, en un punto en el que el reborde de Sierra Morena se adentra en la Vega a modo de espolón, permitiendo una excelente visibilidad hacia el W., S. y E. Aprovechando la conexión del reborde montañoso con el valle fluvial, y adaptán-dose a la topografía, la ciudad se articula en tres grandes niveles (con más de 70 m. de desnivel entre el punto más elevado y el más bajo), definidos por terrazas superpuestas de las que las dos superiores corresponden al ámbito funcional del Alcázar, en una posición preeminente en relación con la terraza inferior, ocupada por el caserío urbano y la mezquita aljama.

La explicación de la fundación de al-Zahra debemos buscarla en el contexto histórico de inicios del s. X, tanto en al-Andalus co-mo en el resto del mundo islámico. Para el año 936, momento en el que ‘Abd al-Rahman III decide iniciar la construcción de la nueva ciudad, al-Andalus se encuentra totalmente pacificado tras superar los gobernantes cordobeses la difícil prueba a la que los habían sometido las revueltas muladíes y la resistencia de los señores territoriales a la organización administrativa, de inspiración abbasí, que había introducido ‘Abd al-Rahman II. La reconstrucción económica está en marcha y desde los débiles reinos cristianos del norte fluyen los tributos hacia Córdoba. Pa-ralelamente, el estado andalusí reemprende su política de inter-vención en los asuntos magrebíes, espacio estratégico en el que se aprovisionaba de cereal y de oro, y sobre el que comienza a proyectarse el creciente poder fatimí. Es en esta coyuntura en la que tiene pleno sentido la decisión de ‘Abd al-Rahman III de adoptar, en el 929, el título califal, rompiendo de este modo con la subordinación, por meramente nominal y teórica que fuera, que hasta entonces habían tenido los emires cordobeses respec-to al califa de Bagdad. Esto no es sino un episodio más en la desintegración y fragmentación de la antigua unidad política del mundo islámico, y una respuesta a la constitución del califato fatimí en Egipto. Y Madinat al-Zahra no es sino "la plasmación arquitectónica", el símbolo del triunfo del nuevo Estado, gober-nado ahora por el Califa, por el "Príncipe de los Creyentes". La construcción de una nueva ciudad en las proximidades de las antiguas urbes, junto a la acuñación de monedas de oro, son acciones que en la ideología del poder por entonces imperante se asociaban de un modo inequívoco con la dignidad califal, siendo por tanto una práctica habitual.

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La vocación de nueva capitalidad con que se dota de inmediato a Madinat al-Zahra se aprecia en el traslado de la residencia califal, de la Corte y de toda la administración del Estado, así como de instituciones fundamentales como la ceca o las atarazanas re-ales. Por otro lado, una red de caminos, en parte relacionados con Córdoba y en parte independientes de la misma, destinados a conectarla con las principales ciudades de al-Andalus, son buena prueba de la concepción de Madinat al-Zahra como ciudad plena-mente independiente de Córdoba, y ello aún cuando, en la práctica, la conurbación de los arrabales de ésta con los de aquélla, las convirtiera en una única realidad urbana, tal y como se encargan de señalar los escritores de la época, que no dudan en paran-gonarla con la propia Bagdad, capital del califato abbasí.

Pese a las riquezas invertidas en su construcción, la vida de al-Zahra no dejó de ser efímera. Aunque al-Hakam II mantuvo en ella la capitalidad de al-Andalus, volvió a Córdoba para morir en su Alcázar, y el sometimiento del tercer califa, Hisam II, a los designios de su primer ministro, al-Mansur, provocó el traslado de la Capital a la nueva ciudad de Madinat al-Zahira, localizada al Este de Córdoba y creada con la misma fina-lidad: legitimar y demostrar el nuevo poder imperante en al-Andalus, poder en este caso diferente al del Califa confinado en el Alcázar de Córdoba.

Ambas ciudades, al-Zahra y al-Zahira, constituyen un claro ejemplo de centros palati-nos con un alto grado de artificialidad, lo que las llevó, inevitablemente, a sucumbir en el momento en que la coyuntura que las había propiciado desapareció (en ambos ca-sos la desintegración del Califato durante la fitna o revolución acaecida entre el 1010 y el 1013). Frente a ellas, la vieja Córdoba, surgida como resultado de un milenario pro-ceso histórico basado en unos invariantes que la empujaban a su conformación como núcleo urbano, conseguiría sobrevivir, una vez más, para integrarse en una nueva eta-pa de su Historia.

Comparación, a la misma escala, de las aglomera-ciones urbanas de Bagdad y Qurtuba, las dos ma-yores ciudades del mundo en el siglo X.

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MADINAT QURTUBA EN EL S. XI

AL-MADINAT

AL-SARQIYYA

La historia urbana de Córdoba tras la desintegración del Califato es un preámbulo de su posterior desarrollo a lo largo de los siglos bajomedievales y modernos. La ciudad queda circunscrita a la antigua Madina y a una parte de los arrabales de la al-Yiha al-Sarqiyya, sumariamente encerra-dos por una improvisada cerca durante la fitna y poco después, desde al menos la segunda mitad del s. XI, por una muralla que experimentará transformaciones y refecciones a lo largo del s. XII, durante la ocupación almorávide y almohade.

A nivel de la cultura material, esta etapa está caracterizada por el tremendo marasmo subyacen-te a la desintegración del Califa-to, plasmado en un progresivo deterioro de la imagen urbana de la ciudad al que únicamente es-capan las murallas en cuanto ele-mentos que, frente a la etapa omeya, cobran ahora un valor estratégico de primer orden en un contexto político y social de gran inestabilidad.

Los siglos XI y XII, en los que se suceden la taifa cordobesa, la subordinación al reino taifa de Sevilla, la dominación almorávide y la almohade, constituyen una etapa de enorme conflictividad política y de desintegración de lo que al-Andalus había significado en cuanto formación social y cul-tural. Las diversas coyunturas políticas no logran ocultar el ele-mento substancial del momento: el retroceso del Islam peninsular frente al avance de los reinos cristianos del Norte.

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MADINAT QURTUBA EN EL S. XII

El panorama general de estancamiento urbano subyacente a la desintegración del califato omeya sólo experimentará una cierta inflexión al comienzo de la eta-pa almohade, cuando el emir ‘Abd al-Mu’min convierte de nuevo a Qurtuba, por unos meses (1162), en capital de al-Andalus e inicia un programa edilicio en el que participó el famoso arquitecto Ahmad ben Baso. Pruebas de esta renovación urbana la encontramos en la construcción de un nuevo barrio residencial en las proximidades de la Bab Rumiyya y junto a la vieja Vía Augusta, en el sector probablemente ocupado con anterioridad por la munyat ‘Abd Allah, así como en de-terminadas residencias suburbanas documentadas en las proximidades de la Bab al-Yahud, Bab Amir, Bab al-Yawz y en el antiguo rabad al-Raqqaquin. Igual-mente, la defensa del puente será garantizada con la construcción de dos nuevas fortalezas situadas en su cabecera (en el emplazamiento de la posterior Cala-horra) y en al ángulo suroccidental de la Medina, donde el viejo Alcázar omeya será objeto de una importante ampliación, añadiéndosele varios recintos fortifi-cados que configurarán una extensa Alcazaba.

Por lo que respecta a la Albolafia, se han esgrimido algunos textos que apuntarían a su construcción en el año 1136-37 por el emir Tasufin, gobernador almorá-vide de la ciudad, si bien la totalidad de lo llegado hasta nosotros de la noria parece corresponder a refecciones del s. XIV, que la mantendrían en uso hasta que fuera desmontada por orden de Isabel la Católica. Sobre la base de la Albolafia almorávide, se ha pretendido identificar, sin argumentos convincentes, el pala-cio almohade construido por Abu Yahya y que, según al-Maqqari descansaba en arcos sobre el Guadalquivir.

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Las excavaciones realizadas en el antiguo Huerto de San Pablo y en el Palacio de Orive han sido decisivas para la definición del efímero “renacimiento” experimentado por la vieja metrópoli andalusí, documen-tando una secuencia ocupacional tardoislá-mica excepcionalmente bien conservada. Ya hemos indicado cómo tras el abandono y uso como cantera del circo romano, todo este sector quedó configurado como un área poco poblada y ocupada fundamental-mente por vertederos, situación que se mantendrá durante las etapas emiral y cali-fal, lo que ha llevado a plantear la hipótesis de que estos terrenos formaran parte de los jardines y huertos de la munyat 'Abd Allah. Sólo tras la fitna, comienza a detectarse cierta ocupación, con la construcción de varios muros, pero sin que se pueda hablar de una urbanización de los terrenos de la almunia. Esta urbanización sólo se lleva a cabo hacia el final del segundo tercio del s. XII, posiblemente en relación con la efíme-ra revitalización de la ciudad como conse-cuencia de su transformación en capital almohade de al-Andalus en 1162. A esta etapa corresponden un conjunto de casas con la característica disposición en torno a un patio que se articula como aglutinador de la misma, y con un conjunto de decora-ción pictórica que incluye temas geométri-cos y, en algunos casos, vegetales aplica-dos a los zócalos de los muros. Tras su construcción, el barrio experimen-tará un desarrollo ininterrumpido hasta la conquista de la ciudad por Fernando III en 1236, indicando las características de los niveles de abandono que éste se produjo de modo no violento y relativamente orde-nado, sin duda como consecuencia de la conquista cristiana y, más concretamente a raíz de la constitución del Convento de San Pablo en 1241.

Transformaciones en el espacio intramuros en época tardoislámica. El barrio almohade de Orive.

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LA IMAGEN URBANA DE CÓRDOBA A MEDIADOS DEL S. XIX (GUESDON)

Tras la conquista cristiana se establecerán, a lo largo de los siglos XIII y XIV, las claves de lo que será la "imagen" de la ciudad hasta, prácticamente, los albo-res del presente siglo, con una intensa implantación de la componente religiosa (mediante parroquias y conventos) en la trama urbana. Un último florecimiento en las décadas centrales del s. XVI no supondrá sino una ligera transformación en una ciudad que, salvo limitadas operaciones urbanísticas (v. gr. la plaza de la Corredera) y de construcción de elementos "singulares" en los siglos XVII y XVIII, llegó a la desintegración del Antiguo Régimen y la configuración de la nueva "ciudad burguesa" con un "aspecto" esencialmente medieval.

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CÓRDOBA EN EL S. XIV

Una vez conquistada Córdoba en 1236, los monarcas caste-llanos se aprestaron a reparar y fortalecer las defensas de la ciudad, situada en primera línea del frente durante mu-chos años y base estratégica para las hostilidades con el reino nazarí de Granada. Con independencia de las periódi-cas refecciones de las mura-llas de la Villa (antigua Medi-na islámica) y, especialmente, de la Axerquía, la principal mejora consistirá en la cons-trucción de sucesivos recintos y baluartes en el frente del río y en el ángulo suroccidental de la ciudad, emplazamiento de la Alcazaba almohade, a la que se le añadirá un nuevo recinto: el de la Huerta del Alcázar. Aguas arriba del puente, la muralla meridional de la Villa y de la Axerquía, se reforzará, en parte sobre el antiguo dique romano y el posterior arrecife musulmán, con la conocida como Muralla del Adarve del Río.

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En la cabecera del puente, la denominada To-rre de la Calahorra sustituirá a la primitiva for-taleza almohade tras las reformas emprendidas en 1369 por orden de Enrique II, siendo objeto de diversas reformas en las dos centurias si-guientes. Por último, una serie de grandes to-rres albarranas, por lo general refuerzo de an-tiguas torres almohades dispuestas en puntos estratégicos de la cerca, contribuyeron a dar a Córdoba la imagen de ciudad fortaleza que aún conservaba en la Edad Moderna.

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La Puerta del Puente constituye uno de los puntos de las for-tificaciones cordobesas que más transformaciones ha experi-mentado a lo largo de la historia de la ciudad. La puerta ro-mana de triple vano ya había sufrido importantes cambios en el tránsito del s. VI al VII, con el cierre del vano lateral orien-tal y la amortización de la correspondiente escalera de des-censo al dique o embarcadero. Durante toda la etapa islámica se sucedieron las refecciones encaminadas a fortalecer este punto especialmente compro-metido con una gran torre o baluarte que aún es apreciable, a la derecha del vano central, en la vista de Wyngaerde. En época de ‘Abd al-Rahman II se debió reparar, y posiblemente ampliar, el antiguo dique romano, constituyendo el arrecife que los textos sitúan por delante de la muralla. Este arrecife experimentaría una importante transformación a finales del s. XIV o inicios del XV, cuando ante la puerta y la línea meridional de la muralla de la Villa se dispone la “muralla del adarve del río”, consistente en un potente muro de contención que ha sido documentado en las excavaciones de la Gerencia de Urbanismo en la Puerta del Puente y en diferentes puntos del Paseo de la Ribera. Tras esta defensa, que actúa como antemuro de la muralla propiamente dicha, se disponía un adarve de unos 5 m. de anchura. Su traza y características eran aún perfectamente apreciables en el gra-bado de Wyngaerde de 1567, al igual que las dos puertas afrontadas que permitían acceder a él desde el puente. De ellas, ha sido excavada la cimentación de la oriental, elevada sobre el propio adarve y datable en época bajomedieval, aunque es muy probable que esté reproduciendo un esquema ya existente desde la etapa islámica. La construcción de la actual puerta de Felipe II en 1570 supuso el inicio de una ra-dical transformación de esta imagen urbana, con la demoli-ción de los elementos preexistentes, que conferían a este sector un claro carácter defensivo, y su sustitución por una nueva puerta que añade a su función unas claras connotacio-nes de monumentalización del principal acceso a la ciudad. Igualmente se asiste en esta dilatada etapa al macizado del ojo más septentrional del puente, muy posiblemente tras una crecida que debió deteriorar el arco en la segunda mitad del s. XVII. Intramuros, la función fiscal, que deviene en prácticamente exclusiva de la muralla y puertas urbanas, se traduce en la presencia a ambos lados de esta puerta, presumiblemente ya desde época bajomedieval, de la Aduana y del Peso del trigo, edificaciones que se mantendrán en pie, aunque con distinta función, hasta el s. XVIII para el caso de la primera y hasta comienzos del s. XX para la segunda.

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TOPOGRAFÍA URBANA DE LA CÓRDOBA BAJOMEDIEVAL Y MODERNA

NÚCLEO COMERCIAL

(XIV-XVI)

NÚCLEO COMERCIAL (XVII-XVIII)

NÚCLEO COMERCIAL (XIX-XX)

Tras la conquista castellana, Córdoba fue dividida en catorce collaciones, siete para la Madina, a partir de ahora conocida como Villa, y otras siete para la Axerquía, de acuerdo con un modelo que combinaba la organización parroquial con la concejil si-milar al existente en el resto de ciudades castellanas.

En el caso de Córdoba esta división alcan-zaría valor jurídico con el fuero concedido por Fernando III en 1241, perdurando du-rante toda la Baja Edad Media por lo que respecta a la organización concejil, y mu-cho más allá, prácticamente hasta la ac-tualidad, por lo que atañe a la eclesiástica.

La incorporación del Reino de Córdoba a la monarquía castellana supuso una ruptura radical respecto a las estructuras de pro-piedad existentes en la etapa islámica. Es-te sustancial cambio tuvo su reflejo en el Repartimiento de bienes urbanos y rústi-cos, en el que el propio rey se reservó una parte sustancial, distribuyendo el resto en-tre los nobles y plebeyos que habían parti-cipado en la conquista. Una parte impor-tante de los bienes obtenidos por derecho de conquista sirvieron para dotar al obis-pado de la ciudad y al cabildo catedralicio, así como al clero parroquial de las catorce collaciones.

Junto a estos bienes del clero secular, las órdenes religiosas comenzaron de un mo-do casi inmediato a asentarse en la ciudad, recibiendo bienes inmuebles, primero de la monarquía y luego de particulares, hasta alcanzar una notabilísima impronta en la topografía de la ciudad, como documenta el momento final reflejado por el “Mapa de los Franceses” tras la exclaustración de-cretada por José I.

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LA FORMACIÓN DEL ESPACIO CONVENTUAL

En el proceso de implantación del clero regular en Córdoba es necesario distinguir varias fases. La primera correspondería a los siglos XIII y XIV, estando caracterizada por la instalación de los grandes monasterios de San Pablo y de San Pedro el Real (1241), y de San Agustín (1277 y 1328), todos ellos en la Axerquía, abarcando una gran superficie y actuando como núcleos de urbanización y poblamiento en sus respectivas collaciones. En el siglo XV, las grandes fundaciones se realizarán fundamentalmente extramuros, siendo de menores dimensiones las efectuadas en la ciudad, tanto las seis registradas en la Axerquía (Santa Marta, 1464; Santa Inés, 1471; Santa Cruz, 1474; Santa Isabel de los Ángeles, 1483; Santa María de Gracia, 1498; Regina Coeli, 1499), como el único de la Villa (Nuestra Señora de la Concepción, 1487). El siglo XVI conocerá un gran desarrollo del fenómeno monástico como consecuencia de la confluencia de varios factores, como son el desarrollo demográfi-co y económico operado a lo largo de la centuria, el patronazgo de importantes familias y, a partir de las últimas décadas del siglo, el rearme ideológico que supuso la Contrarreforma, dentro de una dinámica fundacional que se mantendrá pujante durante el s. XVII, para desaparecer en el XVIII, centuria en la que no se registra ninguna nueva fundación conventual en la ciudad. Estas nuevas fundaciones de la Edad Moderna diferirán de las Bajomedievales por su menor extensión y por concentrarse especialmente en la Villa, sobre “casas principales” donadas por los patronos fundadores.

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Aunque el Guadalquivir se mantuvo navegable has-ta Córdoba al menos hasta comienzos del s. XVII, lo cierto es que ya desde el siglo XV el trayecto aguas arriba de Sevilla sólo era practicable para las embarcaciones de menor calado. La documentación existente, especialmente diversos “memoriales” de los siglos XVII y XVIII atribuyen las dificultades en la navegación a la progresiva elevación de los fon-dos del río, y a las barreras que los particulares imponían en el cauce mediante la construcción de diques y azudas para molinos y norias. No obstan-te, los textos de los siglos XV y XVI aún nos infor-man sobre la variedad de productos que entraban y salían de la ciudad empleando barcos con una eslora de entre 7 y 15 m., provistas de vela, remos y timón, y que aparecen denominadas como atati-fe, falcado y chinchorro. Otra función esencial del río era la fuerza motriz que sus aguas tenían para el funcionamiento de molinos, batanes, lavaderos y norias elevadoras de agua. Los molinos o aceñas de la azuda de Culeb están documentados desde el s. VIII. A ellos debe-mos sumar la Azuda de San Julián, en la que el Molino de Martos ya estaba en funcionamiento cuando Fernando III conquistó la ciudad, aunque su estado actual data de la profunda transforma-ción de la segunda mitad del s. XVI, que lo trans-formó en la mayor aceña de Córdoba con sus cinco piedras para molienda. Junto a las aceñas, se ins-talaron diversos batanes para el enfurtido de pa-ños, en la azuda de San Julián, en la del Puente Mayor y, fundamentalmente, en la de La Alhadra (junto al Jardín botánico), situada aguas abajo de la ciudad, con lo que sus vertidos contaminantes causaban menores molestias a los vecinos. Con posterioridad a la crisis textil cordobesa, a finales del s. XVI, estos batanes fueron sustituidos por los molinos harineros de La Alegría, San Rafael y San Lorenzo. También a orillas del río se situaban los lavaderos de lana, de los que el más importante se localizaba junto a la parada de Casillas, las “estancias” o “curaderos” de lino (ubicados ante la muralla de la Huerta del Alcázar) y las tenerías ubicadas en la collación de Santiago junto al Adarve del Río, dedi-cadas al proceso de curtición de las pieles.

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Junto a las actividades productivas, las orillas del río a su paso por la ciudad constituyeron un privilegiado espacio cívico hasta al me-nos el s. XVII, momento a partir del cual se hace patente el declive y degradación de la zona como consecuencia de la falta de manteni-miento de la muralla del Adarve del Río, que protegía a Córdoba de las crecidas del Guadalquivir y el traslado de las áreas comerciales y artesanales desde el Adarve del Río hacia el entorno de la Correde-ra, inaugurando un proceso de mutación del núcleo vital de la ciu-dad hacia el Noroeste que se acelerará en el siglo XIX con la insta-lación del ferrocarril y las operaciones de transformación urbanística que conllevará hasta bien entrado el siglo XX (construcción del Pa-seo de la Victoria, apertura del Paseo del Gran Capitán, de la Ronda de los Tejares, de las calles Cruz Conde y Claudio Marcelo, y forma-lización de la plaza de Las Tendillas). En este contexto, la recuperación del río como espacio cívico funda-mental no se iniciará hasta obtener una “seguridad” frente a las pe-riódicas inundaciones. Ello sólo será posible mediante la construc-ción del “murallón” de la Ribera. Esta vieja aspiración de la ciudad, reclamada durante todo el s. XVIII ante el evidente estado de ruina de la muralla, defensa tradicional de Córdoba ante las crecidas del río, no quedaría formalizada hasta la elaboración del proyecto del murallón en 1791 por el arquitecto Ignacio Tomás. Al año siguiente el proyecto fue aprobado por la Real Academia de San Fernando, si bien las obras no se iniciarían hasta 1802. Una serie de circunstan-cias hicieron que el proyecto original, previsto entre el Molino de Martos y el Puente, sufriera un grave retraso, de modo que hacia 1850 el murallón no había logrado aún alcanzar la Cruz del Rastro. En 1852 se retomaron las obras y en 1853 se encontraban conclui-das en el tramo comprendido entre el Molino de Martos y la Cruz del Rastro, iniciándose de inmediato las labores de acondicionamiento del nuevo paseo, sin que por el momento fuera posible cumplir otro de los viejos objetivos perseguidos con la obra: el desvío fuera del casco urbano de la Carretera de Madrid, que sólo se realizaría, aun-que parcialmente, en 1864. Las obras del tramo de murallón comprendido entre la Cruz del Ras-tro y el Puente no se reemprenderían hasta 1882, viéndose obsta-culizadas por las numerosas expropiaciones que fue preciso realizar y por los exasperantes trámites administrativos, de modo que el comienzo efectivo de las obras no se produjo hasta 1891, no con-cluyendo hasta 1905. Por último, en 1907 se puso en marcha el proyecto de completar el murallón aguas abajo del Puente, entre éste y el Alcázar cristiano, en el sector de la Albolafia y de la Alameda del Corregidor, obras que no estarían concluidas hasta el final de los años veinte.

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PLANO DE CÓRDOBA (KARVINSKI, 1811)

El Plano de 1811 muestra una Córdoba que, en cuanto a su configuración urbana, apenas ha cambiado respecto a la ciudad bajomedieval, ceñida por murallas en todo su perímetro y con un tejido urbano antiguo y tortuoso en el cual apenas se produjo la apertura de algunas plazas (entre ellas la de La Corredera) du-rante la Edad Moderna.

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PLANO DE CÓRDOBA (MONTIS, 1851) Empleando la misma base del “Plano de los Francese” de 1811, el elaborado por Montis en 1851 muestra la situa-ción de la ciudad en los años inmediatamente anteriores a la llegada del ferrocarril.

En el sector septentrio-nal de la Villa, la demo-lición del antiguo Con-vento de San Martín ha propiciado la formación del Paseo del mismo nombre, germen del de Gran Capitán. Igual-mente, comienzan a desarrollarse los Paseos de Tejares y de La Vic-toria.

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PLANO DE CÓRDOBA (CASAÑAL, 1884).

En el Plano de Casañal ya se advierten las primeras trans-formaciones sustanciales en la evolución urbana de la Córdoba decimonónica. Al Noroeste, la instalación de las Estaciones de Cercadilla (ferrocarril de Almorchón) y de Madrid (líneas Madrid-Sevilla y Córdoba-Málaga) están marcando el que será eje fundamental del futuro creci-miento de la ciudad.

Por otro lado, la ciudad se abre, tanto al exterior (con la eliminación de puertas y murallas) como al interior, con realineaciones y apertura de nuevas calles, como el Paseo del Gran Capitán o el primer tramo de la “Calle Nueva (Claudio Marcelo).

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EVOLUCIÓN URBANA DE CÓRDOBA A TRAVÉS DE LAS EDICIONES DE 1896, 1933, 1969 Y 1992 DE LA HOJA 923 DEL IGN

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PGOU 1958

Las sucesivas ediciones de la Hoja 923 del IGN demuestran los ritmos en el crecimiento urbano de Córdoba a lo largo del siglo XX. Así, la ciudad de 1933 era sustancialmente idéntica a la que reflejaba el Plano de Casañal, excepción hecha del pequeño desarrollo operado en el denominado “barrio de La Estación”. Por otro lado, los proyectos del ensanche conocido como Ciu-dad Jardín, de los años veinte, no llegarían a plasmarse hasta después de la Guerra Civil.

Por todo ello, el primer intento serio de regular y planificar el futuro crecimiento de Córdoba se debe al PGOU de 1957, na-cido de la Ley del Suelo de 1956. En él se plantea un de-sarrollo homogéneo en torno a un Conjunto Histórico en el que aún se plantean grandes operaciones de apertura inter-ior. Es destacable el traslado del ferrocarril hacia el Norte y la construcción de una nueva Estación para posibilitar la ur-banización de los terrenos así liberados, así como la prolon-gación del eje de La Victoria con la nueva Avenida del Con-de de Vallelano hasta el Puen-te de San Rafael. En la orilla izquierda del río se planifica el Sector Sur como expansión del histórico barrio del Campo de la Verdad.

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PGOU 1986

El desarrollo económico operado en España durante los años sesenta del pasado siglo se tradujo en Córdoba en un notable crecimiento urbano impulsado por un sector inmobiliario en alza y por un crecimiento de-mográfico que en pocos años cua-druplicó la población de la ciudad.

Sin embargo, las limitaciones del ordenamiento jurídico hicieron que este crecimiento fuera, en ocasio-nes, poco reglado, incumpliendo buena parte de las determinaciones del PGOU de 1958. La situación fue especialmente dura en el Conjunto Histórico, con unas actuaciones po-co respetuosas que transformaron varios sectores con tipologías y al-turas poco acordes.

A todo ello trató de poner freno el PGOU de 1986, redactado en un contexto político y social muy dife-rente. Este plan, en vigor hasta 2001, marcó el rumbo de la Córdo-ba de finales del siglo XX, apostan-do por un crecimiento orgánico hacia poniente y por la reordenación de zonas anteriormente urbanizadas con criterios poco rigurosos. La cri-sis económica, y especialmente in-mobiliaria de la década de los no-venta condicionó en parte el desa-rrollo del PGOU, del que sus mayo-res logros fueron la reordenación de los terrenos del ferrocarril mediante el soterramiento de las líneas, el Plan Especial del Río y el diseño de las conexiones con las infraestructu-ras viarias y los nuevos puentes.

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PGOU 2001

El PGOU de 2001 define un trascendental salto cualitativo en la ordenación y diseño de la nueva Córdoba del siglo XXI. Por un lado, aborda en profundidad los problemas del Conjunto Histórico con un Plan Especial de Protección y un Catálogo de elementos protegidos. Por primera vez Córdoba contará con una normativa de protección del Patrimonio Arqueológico y se diseña un crecimiento que pretende adaptarse a los principales hitos territoriales con un concepto de ciudad poco densa que progresivamente se diluye en un territorio para el que al mismo tiempo se planifican las grandes infraestructuras de comunicación y logísticas.