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Aproximación histórica
Los movimientos antitaurinos en
España
José Aledón
“Soplan malos vientos para la Tauromaquia, vientos que
pueden derivar en tempestad fatal si no se toman las medidas oportunas cuando aún hay tiempo de reaccionar positivamente. La autocomplacencia es mala
consejera en estos casos, constituyendo un deber moral para todos aquellos que conocemos y elogiamos los valores que la Tauromaquia”, escribe José Aledón en este Ensayo. “Lo primero que se debe hacer ante una amenaza es
intentar conocer la naturaleza y alcance de ésta. Para ello, y en el caso que nos ocupa, nada mejor que pasar revista a las distintas caras que el antitaurinismo militante ha mostrado a lo largo del tiempo”. Esta es la razón de ser de este ensayo.
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Soplan malos vientos para la Tauromaquia, vientos que
pueden derivar en tempestad fatal si no se toman las medidas oportunas cuando aún hay tiempo de reaccionar positivamente. La
autocomplacencia es mala consejera en estos casos, constituyendo un deber moral para todos aquellos que conocemos y elogiamos los
valores que la Tauromaquia - si se practica con la nobleza que le
infundieron sus creadores – atesora, defenderla. Valores utilísimos para afrontar la vida y la muerte, dos caras de la misma moneda.
Si vis pacem para bellum: “si quieres la paz prepárate para la
guerra”, decían los antiguos romanos, y nada hay más cierto y - aunque parezca paradójico -, pacifista en tal adagio, pues no es esta
una guerra iniciada precisamente por los taurófilos, debiendo prepararnos para rechazar una bien orquestada ofensiva multifrontal.
Es esta pues una modesta contribución a esa defensa que la
Tauromaquia requiere de todo aquel que se llame aficionado.
Lo primero que se debe hacer ante una amenaza es intentar conocer la naturaleza y alcance de ésta. Para ello, y en el caso que
nos ocupa, nada mejor que pasar revista a las distintas caras que el
antitaurinismo militante ha mostrado a lo largo del tiempo para después organizar la defensa y pasar al contraataque incidiendo en
sus incoherencias y debilidades.
LA CENSURA ECLESIASTICA
Ya los primitivos Padres de la Iglesia censuraban los juegos
circenses en los que intervenían fieras, llamándolos “espectaculum
daemonum”, o sea, espectáculo demoníaco.
Diversos prelados españoles, como Hernando de Talavera (1428-1507) y Tomás de Villanueva (1488-1555), arzobispo de
Granada, confesor y consejero de Isabel la Católica el primero y arzobispo de Valencia y confesor de Carlos I el segundo, clamaron
insistentemente contra las fiestas de toros.
En 1565, el Concilio de Toledo prohibió la celebración de corridas en días festivos, por no guardarse, de esta manera, el
precepto de descanso dominical.
El papa Pio V (1504-1572), asesorado por diversos prelados, promulga la bula De Salute gregis Dominici en 1567, en la que
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prohíbe y amenaza con la excomunión y anatema a todos los gobernantes que permitan corridas de toros en sus jurisdicciones (se
celebraban espectáculos taurinos en Italia (despeñamiento por el monte Testaccio), Portugal, Francia y la América española
Felipe II, a pesar de no ser aficionado a las fiestas de toros (no
hay constancia de que asistiera a ellas), solicitó al pontífice “que la Bula no surta sus efectos, por ser las corridas de toros una costumbre
que parece estar en la sangre de los españoles, que no pueden privarse de ella sin gran violencia”, no permitiendo su publicación en
España (“no creo que los prelados a quienes he mandado la Bula – le comunica el nuncio Giambattista Castagna al papa – la hayan
publicado; tengo entendido que de acá se les ha mandado orden que sobreseyesen), alegando las ventajas que se hacen a mis Reinos
españoles porque con tal entretenimiento se ejercitan mis vasallos [la
nobleza] y se hacen valerosos para la guerra”.
No eran desinteresadas pues para el Rey Prudente las razones para no obedecer lo ordenado por la Bula de Pio V. Tampoco hizo
excesiva presión el pontífice para su aplicación en los reinos peninsulares y virreinatos americanos, pues España, “luz de Trento,
martillo de herejes y espada de Roma”, era indispensable para mantener a raya, y si era posible neutralizar, a protestantes y turcos.
Pio V y Felipe II fueron los vencedores en Lepanto (1571).
Dada la insistencia del monarca español ante la Santa Sede los rigores de Pio V se fueron suavizando poco a poco, como se ve a
continuación:
En 1575, el sucesor de Pío V, Gregorio XIII, en su Bula Exponi
Nobis excluye, a "las Españas" (sic) de la pena de excomunión a los legos, conforme al deseo de Felipe II.
En 1586, Sixto V vuelve reafirmar el contenido de Exponi Nobis
en el Breve Nuper Siquidem.
El 13 de enero de 1596, Clemente VIII, en su Breve Suscepti Muneris ratifica a Sixto V y a Gregorio XIII.
El 21 de julio de 1680 el papa Inocencio XI en su Breve Nos
Sine Graui encomienda al Nuncio en España se dirija a las autoridades a fin de que se tomen medidas para que los participantes
en las corridas no sufran accidentes contra la propia vida.
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No obstante lo cual, la actitud de la Iglesia hacia las corridas de toros sigue siendo hostil, como lo prueba que en fecha tan reciente
como 1920, el secretario de Estado del Vaticano, cardenal Gasparri, escribiera: “la Iglesia continúa condenando en voz alta, como lo hizo
Su Santidad Pío V, estos sangrientos espectáculos”, recomendando a los obispos de España y Francia hicieran lo posible por disuadir a sus
feligreses a la asistencia a las corridas de toros.
Resumiendo, diremos que las censuras eclesiásticas al toreo tienen que ver con la Economía de la Salvación, condenando que se
exponga la vida humana, don de Dios, por causa tan fútil.
El toro y su posible sufrimiento, en conjunto, no es tenido en consideración.
LA CENSURA ILUSTRADA
Durante los siglos XVIII y primera mitad del XIX, la oposición a
la Tauromaquia se basa en el toro, pero considerando éste como una mera entidad mecánica con repercusiones económicas.
Se censura el despilfarro que significa destinar novillos y toros para una diversión “en detrimento de la agricultura”. Se clama
también contra la mala imagen que la corrida de toros proporciona a España ante las grandes naciones europeas (sobre todo Gran Bretaña
y Francia).
Así lo manifiesta Jovellanos: “Es indudable que nuestra agricultura sufre mucho por la manía de las fiestas de toros. Cuesta
más criar uno bueno para la plaza que cincuenta reses útiles para el arado. No es tan pequeño como parece el número de reses que
malogra este espectáculo. En él no deben entrar sólo las muertas, sino también las estropeadas en capeos, novilladas, embolados, toros
de cuerdas, etc.; y si se abriese la mano a esta diversión por todos los pueblos, sin contar más que un toro por cada villa o ciudad,
resultaría una suma demasiado considerable”. (“Carta a D. José
Vargas Ponce en la que se le propone el plan a seguir contra las fiestas de toros”. Escrita desde Gijón el 12 de Junio de 1792).
Sigue Jovellanos… “Sostener que en la proscripción de estas
fiestas [de toros], que por otra parte puede producir grandes bienes políticos, hay el riesgo de que la nación sufra alguna pérdida real, ni
el orden moral ni el civil, es ciertamente una ilusión, un delirio de la preocupación. Es pues claro que el Gobierno ha prohibido [en 1785]
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justamente este espectáculo y que cuando acabe de perfeccionar tan saludable designio, aboliendo las excepciones que aún se toleran,
será muy acreedor a la estimación de los buenos y sensatos patricios”. (“Memoria para el arreglo de la policía de los espectáculos
y diversiones públicas, y su origen en España”, apartado “Toros”. 1790).
LA CENSURA DESDE 1860 HASTA HOY
(De Darwin al Proyecto Gran Simio)
Hasta ahora hemos observado un discurso antitaurino en el
cual el toro era un elemento accesorio: un mero vehículo de perjuicio
para la salvación del alma, en el caso de la censura eclesiástica, y un simple objeto económico despilfarrado para la riqueza nacional, en el
caso de la censura ilustrada.
Con la aparición, en 1859, del importantísimo libro de Charles Darwin “El origen de las especies por medio de la selección natural, o
la preservación de las razas preferidas en la lucha por la vida”, la cosa cambia… pues se postula en éste que el conjunto de seres vivos
está interrelacionado a través de ciertos troncos comunes y que
mediante un proceso evolutivo cuyo principio operativo es la selección natural, se expulsa al ser humano del centro de la Creación,
emparentándolo (en honor a la verdad, Darwin en esta obra no menciona para nada a la especie humana) con especies animales
aparentemente distantes y ajenas a él, invalidando además la teoría que sostenía que la evolución era una tendencia del ser vivo a la
perfección. La selección natural sencillamente preserva al más apto, al más adaptado al medio cambiante, no siempre ni precisamente al
mejor.
El descubrimiento de que animales y humanos estamos relacionados biológicamente tiene como consecuencia la fundación de
las primeras Sociedades Protectoras de Animales en el último tercio del siglo XIX, generándose al mismo tiempo los primeros alegatos en
defensa de los derechos de los animales y, como apunta Iñigo
Ongay: “comienza a tomar cuerpo un antitaurinismo centrado en el toro que podrá ser considerado en este momento, no tanto una
máquina aunque tampoco exactamente como un ser humano: los animales serán vistos entonces como sujetos operativos muy
parecidos a los propios hombres, y, por ende, merecedores de nuestra piedad sin que quepa ya acusar de extravagancia a estas
preocupaciones éticas por la situación del toro de lidia…
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Semejante antitaurinismo plantea la cuestión como enmarcada en el ámbito de la ética, con lo que parece que tendríamos que
referirnos a una suerte de ética ecológica, y, sin embargo, no podemos dejar de advertir que unas tales construcciones son
sencillamente contradictorias dado que la ética, en cuanto disciplina escorada al eje circular del espacio antropológico, suele ir referida a
los animales en la medida en que éstos permanezcan a su vez, referidos a los hombres, como recursos, como “focos de peligro”,
etc.. Es decir, la ética no se ocupa de los animales mismos salvo indirectamente” (el subrayado es nuestro).1
Un ejemplo de este delirio ético es el Proyecto Gran Simio.
Consiste en una iniciativa que promueve la igualdad de derechos entre todos los componentes del grupo biológico de los grandes
simios: gorilas, orangutanes, chimpancés y humanos. Trata de
ampliar los derechos éticos y jurídicos de los que disfruta el hombre para incluir en la comunidad de las personas jurídicas a esos
animales.
Sus promotores y defensores sostienen que éste es sólo un primer paso para adjudicar después tales derechos a todos los
mamíferos y finalmente a todos los animales.
Resumiendo: basándose en una serie de semejanzas superficiales y, en nombre de una ética universal, pretende equiparar
a seres humanos y animales bajo la categoría de persona.
No está de más recordar que el 25 de junio de 2008 el Parlamento español, a través de la Comisión de Medio Ambiente del
Congreso, aprobó una Proposición No de Ley sobre el Proyecto Gran
Simio, aunque aún no ha sido discutida y votada en ninguna sesión parlamentaria.
Podría considerarse este antitaurinismo como una consecuencia
de los principios que proclama la Declaración Universal de los Derechos del Animal aprobada por la ONU el 15 de octubre de 1978.
Tal Declaración consta de un Preámbulo y 14 artículos, no cabe duda que tan bienintencionados como incoherentes en demasiadas
ocasiones, como trataremos de demostrar. Para ello nos serviremos de parte del Preámbulo y de los artículos uno al cinco, no citando lo
demás por considerarlo poco relevante una vez demostrada la incoherencia de lo tratado. Veamos:
1 “El antitaurinismo del “ente público”, de Iñigo Ongay. En “El Catoblepas” nº 32, oct. 2004, p. 4.
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PREAMBULO: Considerando que todo animal posee derechos.
Considerando que el reconocimiento por parte de la especie humana de los derechos a la existencia de las otras especies de
animales, constituye el fundamento de la coexistencia de las especies en el mundo.
SE PROCLAMA LO SIGUIENTE: Art. 1º- Todos los animales nacen iguales ante la vida y
tienen los mismos derechos a la existencia. Art. 2º- a) Todo animal tiene derecho al respeto.
b) El hombre, en tanto que especie animal, no puede atribuirse el derecho de exterminar a
los otros animales o de explotarlos violando ese derecho. Tiene la obligación de poner sus
conocimientos al servicio de los animales.
c) Todos los animales tienen derecho a la atención, los cuidados y a la protección del
hombre. Art. 3º- a) Ningún animal será sometido a malos tratos ni
actos crueles. b) Si es necesaria la muerte de un animal, ésta
debe ser instantánea, indolora y no generadora de angustia.
Art. 4º- a) Todo animal perteneciente a una especie salvaje tiene derecho a vivir libre en su propio
ambiente natural, terrestre, aéreo o acuático y a reproducirse.
b) Toda privación de libertad, incluso aquella que tenga fines educativos, es contraria a este derecho.
Art. 5º- a) Todo animal perteneciente a una especie que
viva tradicionalmente en el entorno del hombre, tiene derecho a vivir y crecer al ritmo y en las
condiciones de vida y de libertad que sean propias de su especie.
b) Toda modificación de dicho ritmo o dichas condiciones que fuera impuesta por el hombre con
fines mercantiles, es contraria a dicho derecho.
Bien, creemos que es suficiente con lo expuesto, como se ha apuntado, para pasar a examinar y rebatir cada una de estas
propuestas, pero antes no estará de más comprender el alcance de lo propuesto. Así, determinemos con exactitud qué se entiende por
animal.
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ANIMAL: “Ser vivo heterotrófico, generalmente dotado de movimiento y de sistemas o aparatos de relación más o menos
diferenciados. Es muy difícil postular una definición ajustada, exacta, exhaustiva y totalmente comprensiva del término animal. El problema
se origina en la tendencia a trasladar términos y conceptos corrientes, útiles en ciertos campos de la vida cotidiana, al terreno
científico.
En términos generales se puede decir que los animales se dividen en dos grandes grupos: UNICELULARES, como el paramecio
y PLURICELULARES, como la esponja y el toro”.
Si pasamos de lo general a algo más concreto tenemos que hablar de la ESPECIE, que según Wikipedia:
“Se define a menudo como grupo de organismos capaces de entrecruzarse y de producir descendencia fértil”.
¿CUANTAS ESPECIES ANIMALES SE CONOCEN?
Según la misma fuente, en 2007 se tienen clasificadas aproximadamente 1.300.000 especies, desglosadas en:
VERTEBRADOS: 58.808 MAMIFEROS: 5.416
AVES: 9.934 REPTILES: 8.240
ANFIBIOS: 5.918 PECES: 29.300
INVERTEBRADOS. 1.240.000 INSECTOS: 950.000
MOLUSCOS: 70.000
CRUSTACEOS: 40.000 OTROS: 180.000
Estas son las especies animales más o menos conocidas por el
hombre, aunque se sospecha que podría haber muchísimas más (las estimaciones varían entre 5 y 50 millones, según quién las haga).
REFUTACIONES:
Comenzando por el principio, y considerando lo citado del Preámbulo
y de los artículos 1º y 2º, debemos preguntarnos:
Si aceptamos que: “todo animal posee derechos”.
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“todos los animales nacen iguales y tienen los mismos derechos a la existencia”.
“el hombre tiene la obligación de poner sus conocimientos al servicio de los animales”.
“todos los animales tienen derecho a la atención, a los cuidados y a la protección del hombre”.
Nos hallaremos, ciertamente, ante un gran dilema moral, en el caso
– nada hipotético – de tener que elegir entre: Nuestro perro, ese que nos recibe tan cariñosamente cuando
volvemos a casa, y el mosquito Phlebotomus, transmisor de la temida Leishmaniosis, que no nos agasaja de ninguna manera.
Nosotros mismos (o un familiar querido. Recordemos: somos una especie animal más…) y la discreta y silenciosa Taenia
solium, conocida vulgarmente como “solitaria”.
Si, como se ha dicho, “el hombre tiene la obligación de poner sus
conocimientos al servicio de los animales” y que “todos los animales tienen derecho a la atención, a los cuidados y a la protección del
hombre” (Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, PROTEGER significa: Amparar, favorecer, defender):
¿A qué animales pues cuidaremos y protegeremos (defenderemos)...?, ¿a todos?
¿Les defenderemos (ardua tarea, teniendo en cuenta el ingente número de especies e individuos animales…) sólo de nuestros
congéneres (defensa-protección parcial) o, del resto de especies e individuos animales por igual (defensa-protección
total)? ¿Somos conscientes de lo que significaría el ejercer (en el
hipotético caso de que fuera posible, pues, si no lo es, no
merece la pena ni enunciarlo) el ser humano la “obligación de poner sus conocimientos al servicio de los animales
(recordemos: de “todos los animales”) para cuidarlos y protegerlos de toda agresión o perjuicio? : SIGNIFICARIA LA
EXTINCIÓN DE TODA LA VIDA ANIMAL, PUES ESO Y NO OTRA COSA SERÍA EL PROTEGER A TODOS DE TODOS, ROMPIENDO
LA CADENA ALIMENTARIA, PUES PARA ALIMENTARSE HAY QUE MATAR EN UNA BUENA PARTE DE LA CADENA TRÓFICA Y
MATAR PRODUCIENDO TEMOR Y ANGUSTIA EN LA PRESA (algo que se pretende evitar, según la Declaración (art. Nº 3)).
Vemos que, si somos honrados con nosotros mismos, llegaremos a la
conclusión de que:
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1. Jamás llegaremos a ejercer con equidad la defensa y protección de todos los animales a nuestro alcance (incluso
pudiendo ser hoy muy amplio tal alcance), pues: 2. Siempre protegeremos a unos animales de otros por puro
egoísmo (nuestro perro / mosquito Phlebotomus) o por pulsiones primitivas (matar una serpiente que penetre en
nuestro hábitat, sin averiguar ANTES si pertenece a una variedad inofensiva para el hombre o sus mascotas).
3. Es materialmente IMPOSIBLE ejercer, aún queriendo, el cuidado y protección sobre TODO el reino animal.
4. En caso de conseguir tal cosa, se daría la mayor catástrofe ecológica conocida, convirtiéndose el ser humano en el MAYOR
GENOCIDA, sucumbiendo él mismo irremediablemente.
Está claro pues que, incluso a la luz del sentido común (“el menos
común de los sentidos”, según algunos), todo el edificio construido sobre las principales premisas de la Declaración Universal de los
Derechos del Animal de la ONU se desmorona estrepitosamente cuando le aplicamos su lógica interna.
¿Por qué pues proponer IMPOSIBLES…? ¿Son mentes equilibradas las
que elaboran y tratan de hacer cumplir lo imposible?
EL PERFIL DEL ACTIVISTA ANIMALISTA
El típico militante animalista suele caracterizarse por creerse
poseedor de una verdad que el resto de la Humanidad aún no ha
descubierto. Procede entonces a proclamarla por todos los medios a su alcance, pacíficos y pedagógicos en un principio, coercitivos e
incluso violentos después si lo estima conveniente.
Tomaremos como ejemplo a un grupo, extremadamente minoritario en su origen pero tremendamente influyente y poderoso cierto
tiempo después. Tal grupo nació y creció básicamente en Alemania en los años veinte del siglo pasado. Hay que aclarar que dicho grupo
derivó en partido político: el Partido Nacionalsocialista de los
Trabajadores Alemanes, contándose entre sus fundadores personajes como Rudolf Hess, Alfred Rosenberg, Hermann Goering, Heinrich
Himmler y Adolf Hitler…
La protección animal no era algo coyuntural para el nazismo. Era una importante parte de su cosmovisión. Tal cosa la dejó
meridianamente clara el citado Goering en un discurso radiado el 28 de agosto de 1933 a toda Alemania, siendo a la sazón ministro de
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Asuntos Prusianos, en el que se anunciaba la prohibición de la vivisección animal en Prusia. Pero la cosa no acababa ahí, Goering
impuso severas restricciones a la caza, mayor y menor; se reguló el herrado de caballerías e incluso la cocción de cangrejos y langostas,
amenazando con el envío del infractor a un campo de concentración (el primer campo de concentración para disidentes políticos fue
abierto por los nazis en el término de la población bávara de Dachau en marzo de 1933, es decir, tan pronto accedieron al poder), lo que
ocurrió con un pescador por descuartizar una rana para usarla como cebo. Entre los argumentos de Goering figuraba la ancestral y
fraternal relación entre arios y animales.
El nazismo rendía culto a la Naturaleza, no estableciendo diferencia alguna entre hombres y animales aunque sí una rígida e
infranqueable jerarquía entre las especies: en la cúspide se halla el
hombre ario puro, en el nivel inmediato inferior se hallan los animales depredadores (siendo el lobo el paradigma del grupo, declarándolo
especie protegida), vienen después los demás animales, hallándose finalmente los subhumanos (es decir, los no arios, en especial judíos
y eslavos) o humanos de imitación, a los cuales no se les concedía ningún derecho.
Para demostrar que la cosa iba en serio, el 24 de noviembre de
1933 se promulgó la Ley de Protección Animal (Tierschutzgesetz), la primera del mundo en conceder derechos a los animales por sí
mismos, no por razón utilitaria o compasión humana. Tal ley borró cualquier distinción entre animales domésticos y salvajes. Definió
como sujetos de derecho “a todas las criaturas vivientes llamadas tanto en el lenguaje corriente como definidas en términos biológicos
como animales. En un sentido penal no se hace distinción entre
animales domésticos y salvajes, entre más o menos estimados así como entre útiles o dañinos para el hombre”. Ello, legal y
prácticamente elevaba a la fauna a categoría de persona (sujeto de derecho).
Que eso no es una exageración se demuestra en lo que
Himmler, vegetariano como Hitler, escribió en una publicación de las SS en 1934, aseverando que “admiraba a aquellos alemanes que no
mataban a las ratas sino que las consideraban como sus iguales”.
Estas creencias no eran, sin embargo originales de los nacionalsocialistas alemanes, pues dentro del pensamiento romántico
del nacionalismo germano del siglo XIX hallamos declaraciones como esta de Ernst Moritz Arndt, contenida en su escrito “Sobre el cuidado
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y conservación de los bosques” de 1815: “Cuando uno ve la naturaleza con la necesaria conectividad e interrelación, todas las
cosas son igualmente importantes: hierbajo, gusano, planta, persona, piedra. Nada es primero ni último, sino todo en una única unidad”.
Eso explica la actitud del citado Himmler, cuando durante una
gira por España entre los días 19 y 23 de octubre de 1940, se organiza una corrida de toros en su honor en la plaza de las Ventas
(Madrid). Es muy interesante lo que dice al respecto el escritor y periodista Ignacio Cossío:
“En aquella tarde del 20 de octubre de 1940, el 'Sócrates de
San Bernardo' [Pepe Luis Vázquez], que confirmaba la alternativa de manos de Marcial Lalanda y Rafael Ortega 'Gallito', bordó el toreo
e hizo una de las mejores faenas de su carrera. La corrida finalmente
se tuvo que suspender tras el tercer toro por una copiosa lluvia que hizo impracticable el toreo en el ruedo. Tras departir con las
autoridades subieron los maestros a saludar al máximo representante del ejército alemán y en éstas que el torero sevillano, Pepe Luis
Vázquez, le preguntó al germano si le había agradado la corrida. El alto militar alemán le confesó que había vomitado en el tercer toro,
puesto que no podía soportar semejante martirio y sufrimiento del pobre animal, afirmando que los españoles éramos unos sanguinarios
por un espectáculo espeluznante”2.
Quizá alguien piense que, en el fondo, allá cada cual con sus preferencias o manías, pero, hay que decir que, generalmente,
cuando se inclina tanto un platillo de la balanza protectora hacia el lado animal, el otro platillo da un salto en el vacío, estrellándose por
ello, siempre e invariablemente, algún grupo humano.
Eso ocurrió en aquella Alemania nacionalsocialista y
animalproteccionista, generándose un acoso legal a las prácticas religioso-alimentarias de los judíos, centrándose sobre todo en la
prohibición de la “sechitá” o matanza ritual de los animales destinados a la alimentación humana, calificando a la comunidad
judía como cruel, carente de sentimientos y de respeto a la naturaleza, como un pueblo sin raíces (no vinculado a ninguna tierra)
que no merecía ni siquiera la consideración moral aplicada a los animales, justificando su acoso, persecución y, por último, su
exterminio: los judíos oprimen a los animales luego defender al débil atacando al opresor es un deber moral.
2 “Sevilla Taurina”, 15 de febrero de 2009.
(http://www.sevillataurina.com/index.php?option=com_content&view=article&id=7811)
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Esa escalofriante retórica fue la empleada por el abogado
personal de Hitler en 1930 durante una conferencia sobre el bienestar animal y la matanza ritual judía: “ya llegará el momento para salvar
a los animales de la persecución perversa de subhumanos retrasados”.
Ya conocemos a lo que condujo esa lógica perversa: millones de
hombres, mujeres y niños fueron aniquilados de todas las formas y maneras imaginables.
No se pretende, por supuesto, equiparar a todos los defensores
de los derechos de los animales con los nazis, pero es bueno saber hasta dónde puede llegar una causa si el fanatismo y la intolerancia
se apoderan de sus dirigentes y seguidores.
Otro ejemplo, esta vez individual, es el de Ivan Agueli,
seudónimo del pintor sueco John Gustav Agelii (1869-1917), convertido al islamismo sufí después de pasar por la bohemia
anarquista y el vegetarismo, defensor a ultranza de los derechos de los animales. Enterado de que, dentro de los actos que España
organizaba en la Exposición Universal de Paris de 1900 había una corrida de toros a celebrar en la plaza de Deuil, localidad a las
afueras de la capital gala, no tuvo otra ocurrencia que liarse a tiros con los toreros que iban a intervenir en el festejo. Así lo narra
Vicente Blasco Ibáñez en un artículo publicado en “El Pueblo” el 6 de junio de 1900, dos días después del suceso:
“Después de violentas polémicas entre los periódicos de París y
de vencer los organizadores no pocos escrúpulos y objeciones de la
autoridad, se ha verificado en los alrededores de la gran metrópoli la primera corrida de toros de muerte con acompañamiento de
pedradas, palos y hasta tiros. Según dicen los corresponsales de París, la plaza de Deuil se
llenó, pero de un público hostil a la fiesta taurina, que silbó a los toreros y los apedreó, distinguiéndose un ciudadano sueco que,
echando mano al revólver, disparó contra el matador francés Robert [Félix Robert, alias de Cacenabe Pierre (1862-1916)] y el español
“Chato” [ Ramón Laborda “Chato”, banderillero aragonés], hiriendo a los dos [realmente sólo alcanzó al Chato en el brazo y costado
izquierdo]”.
Una última muestra de la feroz inquina de los animalistas militantes hacia aquellos seres humanos que no son de su devoción
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es este comentario hallado en el blog de Fernando Sánchez Dragó, publicado el 15 de julio de 2008:
“No sé cómo te lo montas sádico, pero he de felicitarte por tu
esmero, ya que cada vez que te escucho, compruebo que te has superado a ti mismo y si la última vez fue el estómago revuelto lo
que me dejaste cuando fuiste a darte un baño de gloria a la monumental, aprovechando la difusión mediática que los antitaurinos
íbamos a crear ese día, esta vez me ha resultado realmente complicado contener la bilis que me provoca verte esputando
barbaridades por esa bocaza que dios, o seguramente de existir, Satán te ha dado.
Dedícate a tu absurda literatura, que fijo que lees tan solo tú o los soplapollas de los que te rodean, en el ánimo de conseguir un
orgasmo pajillero, porque la defensión de la tauromaquia no es lo
tuyo. Si el toro segrega hormonas sexuales en el momento de su muerte y
a ti eso te pone, porque se nota en cómo cambia tu expresión (qué asco me das por dios!) y en cómo enfatizas el tono de tu voz cuando
hablas de ello, ¿por qué no dejas que probemos a meterte un estoque por el culo y así, aparte de conseguir quitártenos de encima, que ya
nos tienes más que hartos con tus provocaciones, te proporcionamos una muerte sádica y orgásmica como nunca hubieses soñado?
Te prometo una experiencia única e irrepetible…hmmmmm…”.
Los abolicionistas se escudan en declaraciones de ciertos miembros de la comunidad científica para ejercer su presión social,
publicando cartas en las que se leen frases como esta:
“In conclusion, in light of the established connection between violence
towards animals and violence towards humans, we join as scientists, scholars, and human service professionals from around the world and
respectfully urge you to support the Popular Legislative Initiative, and ban bullfights”.
Respectfully,
Kenneth Shapiro, PhD in Clinical Psychology, Editor, Society and Animals Journal
275 RESEARCH SCIENTISTS, PSYCHOLOGISTS, CRIMINOLOGISTS,
SCHOLARS, AND LEGAL AND HUMAN SERVICE PROFESSIONALS ENDORSE THE LETTER.3
3 http://www.prou.cat/english/index.php?c=n.php&id_noticia=36&idiom=cast
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(Traducción: “En conclusión y en vista de la comprobada relación existente entre la violencia hacia animales y la violencia hacia los
humanos, nos unimos en tanto que científicos, académicos y profesionales del derecho, alrededor del mundo y respetuosamente
les instamos a apoyar la Iniciativa Legislativa Popular y a prohibir las corridas de toros”.
Atentamente, Kenneth Shapiro, P.h.D. in Clinical Psychology, Editor, Society and
Animals Journal).
Evidentemente, la defensa de los ejemplos de amor y solidaridad hacia el prójimo mostrados por esos denodados
animalistas citados un poco más arriba, pondría en serios apuros a más de uno/a de esos 276 profesionales firmantes de la citada carta…
Estas actitudes, como casi todas en general, no serían preocupantes si no tuvieran posibilidades de incidir en los legisladores, los cuales, en el caso de la tauromaquia, concederían o
ampliarían unos derechos – aplicados al toro de lidia - , a costa de la
supresión de otros – ejercidos por el ser humano.
Se observa con frecuencia entre muchos y asolerados aficionados tal confianza en la inexpugnabilidad e imbatibilidad de la
tauromaquia que suelen sonreír conmiserativamente ante la sugerencia de defender ética y políticamente el arte de torear,
considerándolo innecesario, recitando más de uno esa castiza y anónima coplilla que proclama: “Es una fiesta española / que viene
de prole en prole / Y ni el gobierno la abole / Ni habrá nadie que la abola”.
Si determinados partidos o formaciones políticas, en su afán
por atraer a cierto tipo de electorado, hacen suyas las tesis de los animalistas, las integran en sus programas electorales y, en caso de
llegar directa o indirectamente al poder, cumplen lo prometido, la supresión o la desnaturalización de la tauromaquia será un hecho.
La prohibición de las corridas de toros en Cataluña aprobada
por su Parlament autonómico el 28 de julio de 2010 ha hecho evidente lo que puede ocurrir cuando una minoría con influencia
parlamentaria pasa el testigo a los partidos de masas, representantes legítimos de la sociedad democrática.
Pero… ¿hacia dónde mira la inmensísima mayoría de tales representantes, así como sus representados, cuando esos
animalistas les recuerdan el resto de actividades que la
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industria – a fin de cuentas, todo es industria – lleva a cabo contra ciertos animales?
¿Qué dicen o hacen ante cosas como?: 1. EXPERIMENTACION PRODUCTOS
MEDICAMENTOSOS 2. EXPERIMENTACION PRODUCTOS COSMÉTICOS
3. EXPERIMENTACION PSICOLOGIA COMPARADA 4. GANADERIA INTENSIVA
5. TRANSPORTE ANIMAL 6. PRACTICAS GASTRONOMICAS (COCCION DE
MARISCOS) 7. PISCIFACTORIAS
Respecto al punto nº 4, hay que decir que se llevan a cabo prácticas
como la CASTRACIÓN o EL CORTE DE COLA, generalmente SIN
ANESTESIA, que las CERDAS GESTANTES son mantenidas en jaulas que NO PERMITEN NINGÚN MOVIMIENTO, que a las gallinas ponedoras
SE LES CORTA EL PICO, además de mantenerlas en jaulas en batería de una superficie de 450 cm2., ESPACIO INSUFICIENTE INCLUSO
PARA BATIR LAS ALAS.
Si reparamos en el punto nº 5, por todos es conocido el hacinamiento que los animales sufren durante su, a veces muy largo camino hacia el
matadero, sufriendo todo tipo de rigores climáticos y muriendo sofocados o del mismo stress un buen número de ellos.
Punto nº 6: Como saben los buenos gourmets, el marisco vivo debe
echarse a la olla para su cocción cuando el agua está fría. Como también saben, el tiempo de dicha cocción es: 30 minutos para el
bogavante; 20 para el buey de mar; 20 para la langosta y 18 para el
centollo. Vamos, poco más o menos, lo que dura la lidia de un toro.
Cualquier fotografía relativa al punto nº 7 es elocuente por sí misma. Pocos pueden imaginar que el rico y caro rodaballo que nos sirven en
el restaurante, goza post mortem de un espacio enteramente desconocido en su acuática prisión.
Ante todo esto, que afecta a elementos que forman parte de la cultura
(la gastronomía es cultura), será oportuno preguntarse ¿dónde están las Iniciativas Legislativas Populares, respaldadas por un número
mínimo de firmas necesarias, contra todas estas prácticas con animales?
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¿Ha visto alguien manifestaciones ante las marisquerías o perfumerías protestando por el maltrato animal que, directa o indirectamente,
propician? o, ¿se ha tachado de “asesinos” y “torturadores” a alguno de los ilustres e ilustrísimos de los fogones hispanos?
Difícilmente se verá tal cosa pues, tanto la inmensa mayoría de los
representantes políticos como sus representados, ni piensan en ello o, si lo hacen, desechan inmediatamente esos escrúpulos cuando toman
un medicamento, se aplican una crema o degustan una tan sabrosa como inocente langosta. Lo cual muestra una doble vara de medir y
una HIPOCRESÍA MONUMENTAL
LA TAUROMAQUIA
¿Tiene algo que ver con todo lo anterior la Tauromaquia?
No estará de más recordar la etimología de tauromaquia: táuros y maké, vocablos griegos que, unidos significan LUCHA CON
EL TORO. Ese es el sentido primigenio del vocablo: lucha, combate. Ese es el sentido que, en España, desde el siglo XII, se le dio al
combate singular entre hombre y toro.
Tampoco será ocioso recordar que el toro, desde tiempos
remotos, ha sido considerado un animal numinoso, es decir, aquel que transmite un aire de superioridad y misterio, inspirador de temor
y reverencia. Ello puede aplicarse tanto a la lucha o lidia individual como a la tumultuaria, pero, en este trabajo, cuando se utilice el
término tauromaquia se aplicará siempre al combate o lidia individual, aunque sean varios los lidiadores que tomen parte, es
decir, nunca contenderá más de uno con la res.
Ya en la Edad Media, los caballeros toreadores le otorgaban al toro la categoría de rival, llegando en el siglo XVII, época floreciente
del rejoneo caballeresco, a tratársele como un igual, aplicándole el código de honor con sus derechos y deberes. Así, el cordobés D.
Pedro Jacinto de Cárdenas, Caballero de la Orden de Alcántara,
manifiesta en su “Arte afortunado de Caballería Española o Advertencias de torear para los Caballeros en Plaza”, publicado en
1651: “En este riguroso duelo de Caballería…no la ha de sacar [la espada] sino a tiempo que el toro le embista porque si bien no es
acertado el prevenirse antes de lo necesario, indica toda prevención sin tiempo temor”.
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Esa generosidad y valor aristocráticos fueron adoptados en el siglo XVIII por aquellos plebeyos que, con los suficientes arrestos y
deseos de emulación, crearon la lidia a pie, observando un voluntario pundonor - no exigible socialmente a los de su clase - que ennobleció
aquella primitiva lucha o lidia, enfrentándose cara a cara, con un simple estoque y un diminuto lienzo, a un poderoso y peligroso
animal, de tal importancia que incluso tenía nombre.
En un principio, los toros a lidiar eran los más agresivos de entre sus congéneres destinados al suministro de carne. Será hacia
mediados del siglo XVIII cuando se creen las primeras ganaderías prácticamente exclusivas para la lidia, recibiendo el toro y la vaca
brava, a partir de ese momento, un trato que ya hubiera querido para sí cualquier otro animal del mundo.
Hay que manifestar que, mucho antes que nadie en el mundo, los caballeros toreadores españoles y portugueses le otorgaron al
toro el más noble de los derechos: el de vivir libre y regaladamente y el de defender esa regalada vida hasta las últimas consecuencias,
entre las que se encuentran el lesionar e incluso matar a su oponente humano.
Como en todo lo humano, el tiempo y la experiencia
perfeccionan la acción y el resultado de la misma, pudiéndose decir que, la edad de oro de la tauromaquia en su versión corrida de toros
a la española, abarca aproximadamente medio siglo, el que va desde el último cuarto del siglo XIX al primero del XX, en que la interacción
de ganaderos, toros, toreros y público llega a su máxima depuración, teniendo equilibrados todos sus componentes. Hay lucha y hay arte,
hay bravura y hay valor.
Hay en esa edad de oro un sentido épico de la lidia (no
olvidemos su etimología: del latín litigare: luchar).
Es precisamente ese carácter épico, sostenido por el trato noble hacia el toro, el que justifica la existencia de la Tauromaquia, así, con
mayúscula, por encima de cualquier otra concepción, incluso la esteticista.
Es entonces el arte de torear una escuela de vida (y la vida es
lucha - recordemos el título completo del citado y más famoso libro de Darwin), en la que se enseña a dar la cara a las dificultades por
serias y desafiantes que éstas sean, y ello sin perder la compostura, sin huir hacia atrás o hacia adelante, forjando, en el practicante e
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incluso en el espectador, un valor sereno, fundado en la inteligencia y el poder ejercido con justicia, y todo ello llevado a cabo – si la lidia lo
permite – con majeza, gallardía y hasta con destellos de belleza.
Quien no conoce la Tauromaquia, la tilda de “cruel” y “torturadora”. Nada más lejos de la realidad. La lidia es cruenta, es
decir, hay derramamiento de sangre animal y, a veces, también humana, pero no es cruel que, según el diccionario, es lo perpetrado
por quien “se deleita en hacer mal o en el sufrimiento de otros”. Nadie en el mundo del toro se deleita en el sufrimiento del toro,
siendo éste en todo caso – al igual que el del torero en el ruedo - aceptado como un mal necesario para llevar a cabo esa lección vital.
La lidia tampoco es tortura, pues, en todo caso conocido de
tortura, el torturador está siempre absolutamente a salvo de
cualquier respuesta violenta del torturado, o sea, todo lo contrario a lo que le ocurre al lidiador en el ruedo.
El toro es un contrincante, no un enemigo con el que
ensañarse. Un contrincante al que se le tributan los honores necesarios cuando ha respondido con fuerza y bravura al desafío.
Resumiendo, hay que decir que una sociedad que fomenta, o
simplemente permite, tratos con los animales como los que hemos mencionado es una sociedad hipócrita y moralmente
descalificada para acusar a quienes practican o valoran la Tauromaquia.
Ese es el claro mensaje que debe llegar al legislador.