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DirectorioMtro. Carlos Ramírez

Presidente y Director [email protected]

Lic. Armando Reyes ViguerasDirector Gerente

[email protected]

Lic. José Luis RojasCoordinador General Editorial

[email protected]

Mtro. Carlos Loeza ManzaneroCoordinador de Análisis Económico

Mauricio Montes de OcaRelaciones Institucionales y ventas

[email protected]

Dr. Rafael Abascal y MacíasCoordinador de Análisis Político

Wendy Coss y LeónCoordinadora de Relaciones Públicas

Samuel SchmidtCoordinador de Relaciones Internacionales

Ana Karina SánchezCoordinadora [email protected]

Lic. Alejandra Sánchez AragónDiseño

Raúl UrbinaAsistente de la dirección general

Revista Mexicana La Crisis es una publicación editada por el Centro de Estudios Económicos, Políticos y de Seguridad, S.A. de C.V. Editor responsable:

Carlos Javier Ramírez Hernández. Reserva de derechos de Autor: 04-2016-071312561600-102. Demás registros en trámite. Todos los artículos son de

responsabilidad de sus autores. Oficinas: Durango 223, Col. Roma, Delegación Cuauhtémoc, C. P. 06700, México D.F.

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Editorial

Índice

Cambio y continuidadLa situación de pánico en que han entrado los intereses empresariales elitistas impide tener una valoración real de lo que

vendría para México si López Obrador ganara las elecciones. Y no habría más que lo mismo de siempre: el cambio como conti-nuidad.

López Obrador no encabeza una alternativa de república, de modelo de desarrollo estabilizador ni de política económica antiinflacionaria. Su diferencia con los gobiernos de 1983 a 2018 radica en su preocupación por los pobres y en sus programas asistencialistas.

López Obrador, por tanto, no representa un cambio revolucionario —como la revolución bolivariana de Chávez y Maduro—; el populismo del tabasqueño se reduce a las experiencias de Cárdenas, López Mateos, Echeverría y López Portillo. Es decir, el cambio de López Obrador es un modesto péndulo al que nos habían acostumbrado los gobiernos priístas desde que nacieron con el Partido Nacional Revolucionario en 1929.

Las bases sociales militantes de López Obrador están dominadas por la adoración hacia su líder, carecen de fuerza de clase para impulsar una revolución y los domina el rencor anti PRI. Pero nada más. Para cambiar de régimen se necesita de base sociales estructuradas, incrustadas en la relación obrero-patronales y con conciencia de clases.

Por tanto, López Obrador será un movimiento pendular dentro del mismo sistema/régimen/Estado priísta.

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3La CrisisJunio, 2018

“Hora cumplida”

2018: crisis terminal del sistema político priísta

Por Carlos Ramírez

E l titulo primario de este ensayo —“Hora Cumplida”— es tomado del ensayo publicado por Octavio Paz en julio de 1985 en la revista Vuelta: Hora cumplida (1929-1985). La intención del poeta y ensayista, desde mi punto de vista, fue la de señalar que el PRI

había cumplido su función histórica —mal que bien o bien que mal— y que era la hora de retirarse. Las circunstancias eran propicias: agotamiento del viejo PRI, dispersión fuera del partido de las relaciones sociales, cancelación del populismo, nueva élite priísta tecnocrática en el gobierno y funcionarios dispuestos a abrir la democratización. En 1985, al calor de las elecciones intermedias legislativas, era la hora de propiciar una transición pactada y conducida por el PRI con apertura democrática para un nuevo equilibrio de partidos.

Si el ensayo de Paz implicaba una toma de conciencia priísta, mi objetivo es señalar que el sistema político priísta no entendió los tiempos históricos de 1985 y que su vigencia ha llegado a su fin. Y si en 1985 pudo haber sido una transición administrada, ahora será una transición forzada. López Obrador y Morena no van a administrar el sistema con pactos con el PRI como el PAN en 2000-2012 no pudo lograr; López Obrador y Morena querrán sustituir al PRI sin lograrlo, desplazándolo de las instancias de ejercicio del poder. El sistema político priísta dejará de funcionar, pero Morena no podrá asumir su control porque no es el PRI. Y ahí se dará, sucesiva, la crisis del sistema político morenista.

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1.- Ni inmortal ni inmorible

Desde la crisis de represión y credibilidad de 1968 se comenzó a cantar el fin del PRI. La izquierda siempre propuso una alternativa socialista-marxista. El centro y la derecha se escabulleron por los senderos de la dinámica crisis-reforma. Sólo el sector liberal atendió al tema central: el agotamiento en la funcionalidad del sistema po-lítico. En enero de 1984 Enrique Krauze publicó su ensayo Por una democracia sin adjetivos y en julio de 1985 Octavio Paz difundió su texto Hora cumplida (1929-1985) y Gabriel Zaid su ensayo Escena-rios sobre el fin del PRI.

El debate desde el sector liberal llevó a Fidel Velázquez a pro-nunciar su apotegma: “el PRI no es inmortal; es inmorible”. La dife-rencia de conceptos es clara: el inmortal nunca muere, el inmorible vive muerto.

Pero llegó la hora. No habrá opciones. ¡El sistema político priísta ha muerto, viva el sistema político

morenista!El sistema político priísta morirá el primero de julio del 2018,

cualquiera que sea el resultado electoral: si gana el PRI, si logra la victoria Morena o si el PAN recibe una segunda oportunidad.

La muerte del sistema político priísta —como se ha analizado desde mediados de los setenta— solo podría darse con el fin del PRI.

Los principales datos de la muerte del sistema político priísta están a la vista:

1.- El candidato presidencial priísta José Antonio Meade Kuri-breña no es del PRI y tampoco se afilió al partido cuando le dieron la candidatura. Si gana, el dinamo político presidente de la repúbli-ca-PRI no podrá funcionar porque no marcha la relación presidente de la república-PRI que exige una militancia real. El compromiso —incumplido— de Zedillo de “mantener una sana distancia del PRI” llegará con Meade —si gana—. Y si pierde, el PRI carecerá de un liderazgo reconstructor porque será una baja primera minoría o Morena le quitará el control legislativo. Y sin el PRI bajo su mando por liderazgo de poder, el presidente de la república se quedará sin sistema político.

2.- SI López Obrador gana las elecciones presidenciales y More-na se coloca como la primera o segunda fuerza legislativa, tampoco podrá sustituir al PRI como el eje del sistema porque el PAN descu-brió en el 2000-2012 que no se trata sólo de sustituir a un partido por otro. Las bases de Morena no son sectores corporativos, sino un lumpen de organizaciones de masas sin influencia en el sistema productivo. Morena sería posiciones políticas, en tanto que el PRI era estructura de poder.

3.- Si Ricardo Anaya Cortés se alza con la victoria electoral, sus fuerzas partidistas habrían quedado desarticuladas: el PAN sería el mismo del 2000-2012 y el PRD trataría de reproducir sus bases en función del modelo populista de Morena. Anaya enarboló la ban-dera de cambio de régimen y Miguel Ángel Mancera representó la propuesta del gobierno de coalición, pero la primera es una forma de gobierno que trataría de superar la funcionalidad del sistema fue-ra del presidencialismo centralizador y autoritario y el gobierno de coalición no es más que la búsqueda de una mayoría legislativa.

El PRI —lo demostró Mario Ezcurdia en 1969 con Análisis teórico del Partido Revolucionario Institucional— no es un partido político tradicional, sino una estructura de poder. El PAN en la presidencia y el PRD en el gobierno del DF-Ciudad de México no

supieron reproducir esa estructura de poder para ejercer los gobier-nos y tuvieron que formar una especie de cogobierno con el PRI legislativo.

La clave del PRI como eje del sistema político priísta fue su conformación corporativa que reproducía en su seno el espacio de funcionamiento de la lucha de clases como motor de la economía y ésta determinó por extensión la estructura ya mediatizada del poder. Un dato que desarrollaremos más adelante en este ensayo: los secto-res del modo de producción —trabajadores y empresarios— fueron siempre sectores estructurales del PRI y con ello diluyeron la lucha de clases a través de acuerdos de producción administrados por la autoridad del presidencialismo. Y ni Morena, ni el PAN, ni el PRD han sabido construir en sus senos esas relaciones administradas de poder.

El sistema político priísta sólo funcionaba con el PRI y su es-tructura corporativa de clases como los engranes del poder real que se ejercía desde la presidencia. Por eso, a pesar de parecer lo con-trario, era el presidente de la república el que dependía del PRI; cuando Zedillo se alejó del PRI, la presidencia pasó a manos del PAN; ahora que el presidente Peña ha desdeñado al PRI, la derrota se reflejó desde el comienzo del proceso electoral en las encuestas. Ninguno de los partidos fuertes —PAN, PRD y Morena— ha po-dido —a veces no han querido, sin entender la lógica del poder presidencial priísta— reproducirse como una estructura tipo PRI. Los tres tienen sus grupos dominantes, pero sin representación cor-porativa de clase. Por tanto, son partidos en competencia, no el principio dinamizador del sistema.

El dato más importante del proceso electoral del 2018 radica en el hecho de que el PRI perderá la primera minoría en las dos cámaras por el ascenso de Morena. Y ninguno de los hoy partidos en la oposición podrá rescatarlas para sí. El problema no radica en que en los hechos los obreros, los campesinos, las clases medias y los sectores empresariales en la realidad hayan perdido su potencial revolucionario —en el modelo marxista de la lucha de clases como motor de la historia— y electoral —en el pragmatismo del poder—, sino en que sus masas bajo control del PRI fortalecían las negocia-ciones del presidente-PRI con la clase empresarial.

El PRI no fue sólo el espacio de control de la lucha de clases bajo la conducción presidencial, sino que siguió operando como el espacio de control de las relaciones sociales derivadas de las relacio-nes de producción. Y si en el 2018 las clases corporativas del PRI y sus sectores aliados no garantizaban los votos para sumar victorias, de todos modos dentro del PRI ofrecían el control de la disputa por la riqueza. EL populismo morenista, panista y perredista carece de imbricación con las clases sociales productivas.

El corredor del poder político presidencia-PRI no debe asumir-se como mecánico, de tal manera que baste con sustituir al PRI por Morena o el PAN o el PRD, sino que constituye un andamiaje histórico basado en los arreglos políticos y de intereses de clases. El PRD y Morena se han concretado sólo a crear sus bases sociales en el lumpen de la sociedad afectada por el largo ciclo neoliberal de austeridad y programas sociales en retroceso, sin poder captar a las clases sociales del modo de producción, todas ellas ajenas a las clases obrera y empresarial productivas. El inconveniente no es de habilidad —en el PRD y Morena sobreviven algunos marxistas de las catacumbas y no pocos priístas del viejo régimen corporativo—, sino de costo-beneficio: reconstruir al proletariado de los cincuenta a setenta requiere de un Estado de clase con enorme intervención en el proceso productivo que la oposición nunca entendió y menos podrá reproducir.

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En este sentido, el sistema político priísta dependía de los últi-mos lazos de lealtad con trabajadores, campesinos, clases medias y clase populares apenas entretejidas con cuotas de poder en cargos públicos. La lealtad empresarial no pasaba por el PRI, sino por las decisiones de política económica manejada desde Los Pinos y con objetivos de estabilidad y no de intervencionismo. En este escena-rio, Morena, el PAN y el PRD carecen de capacidad, fuerza y con-trol del Estado como para heredar esas relaciones con esas clases productivas básicas.

López Obrador o Anaya en la presidencia tendrán a su lado par-tidos débiles en cuanto a estructuras de clase y sin mucha capacidad para negociar con la burguesía ya suelta de sus compromisos con el PRI en segundo o tercer sitio, lo que implicaría una presidencia sin poderes reales y fácticos. Los acuerdos de cualquiera de ellos dos con los sectores de clase tendrán que darse desde la debilidad del poder —a menos, claro, que se ejerza el monopolio de la fuerza y de la represión— o desde nuevos entendimientos que iniciarían con la subordinación presidencial a esos poderes reales productivos; es decir, requerirían de la fundación de otro sistema político no priísta.

Una presidencia opositora sin un PRI con control de clases productivas sería un sistema político débil, porque la construc-ción de alianzas-compromisos-complicidades del PRI pasaron por una revolución y la construcción de un Estado autoritario. Y una presidencia priísta con un presidente no priísta terminaría por conducir al PRI a una guerra de facciones como las que existían en el periodo sangriento de 1911-1928. En cualquiera de los dos escenarios, el fin histórico del PRI será, de manera correlativa, el fin histórico del sistema político priísta que dio vida al modelo de presidencialismo mexicano que tanto reconocimiento tuvo en México y en el extranjero.

Este ensayo hará una revisión teórica, histórica y política del sistema político mexicano, de sus crisis, de sus renacimientos de sus propias cenizas; y a partir de un modelo politológico presentaré el desafío y el dilema del fin del sistema político priísta: autoritarismo o república, el primero como necesidad y el segundo como utopía. Y que la clave del fin del PRI como partido y como pieza central de la relojería sistémica estará en la victoria de Morena o del PAN-PRD sin fundamentos históricos, ni contradicciones suficientes como para reconstruir el sistema priísta con otro partido.

2.- Teoría del sistema político priísta

La teoría de los sistemas políticos es relativamente nueva: apenas tres cuartos de siglo, contra los diez siglos de historia de la organi-zación política de la polis —de Homero siglo VIII a.C. a la fecha—. Los sistemas políticos como instituciones de administración del po-der comenzaron a estudiarse con Platón en el año 370 a.C. en su diálogo La República —fecha tentativa porque no hay seguridad en cuanto a su publicación— y el primer acercamiento fue de formas de gobierno como régimen y su operatividad como algo parecido a un sistema político.

La primera tesis formal sobre los sistemas políticos fue del po-litólogo canadiense David Easton con la publicación de su ensayo de 1953: The political system. An inquiry into the state of political science, publicado en español como Política Moderna en 1968. Su teoría del sistema político la resumió en su ensayo Categorías para el

análisis sistémico de la política publicado en ingles como A framework for political analysis (1965). Más procedimental que filosófico, el modelo de Easton formalizó el concepto funcionalista y conductista de sistema político.

La teoría de Easton se basa en dos puntos concretos:1.- El conjunto de interacciones entre actores para la distribu-

ción autoritaria de valores o bienes y servicios.2.- El sistema dibujado como una caja negra dentro de la cual

ocurrían esas interacciones y esa distribución de beneficios.Hasta antes de la formalización teórica del sistema como un

espacio específico cerrado, el esquema de distribución de valores ocurría en las relaciones políticas, de poder y de producción, con conflictos y acumulaciones irregulares a favor de los más fuertes. La distribución se daba en función de reparto de beneficios, de lealta-des, de acuerdos, de riqueza o de lucha de clases. La originalidad de Easton ocurrió al construir el espacio simbólico de una caja cerrada a los ojos extraños para una distribución autoritaria pero equilibrada de los beneficios. Pero lo que le faltó indagar a Easton fue la forma en que se daban esas interrelaciones y la manera en que se asignaban valores de manera autoritaria sin derivar en guerras civiles.

El modelo Easton operaba así:Las demandas y apoyos entraban a la caja negra sistémica para

interrelaciones, negociaciones y asignaciones y salir convertidas en

decisiones y acciones de políticas públicas. Las instancias con ca-pacidad para influir al interior de la caja negra eran las figuras de poder y sus aliados políticos y de clase. Y si bien la asignación de valores y bienes y servicios se hacía de manera autoritaria, el funcio-namiento de esas interacciones utilizaba mecanismos que evitaran la violencia: las técnicas de pesos/contrapesos, tensiones/equilibrios, repartos/acumulaciones dependía de las fuerzas con capacidad para distribuir sin rupturas.

La relación entre insumos y producción tenía una segunda fase: la retroalimentación. La capacidad política de las fuerzas dominan-

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tes al interior de la caja negra ayudaba a eludir los conflictos. Hacia los setenta, Samuel Huntington desarrolló la relación gobernabili-dad/ingobernabilidad en el modelo de demandas/políticas públicas del sistema de Easton, encontrando un punto de equilibrio en la velocidad entre la exigencia de reformas por parte de grupos socia-les y la capacidad de respuesta de las instituciones para atenderlas. Cuando el ritmo de reformas era dinámico y mayor a las demandas, los sistemas se localizaban en las coordenadas de la gobernabilidad; cuando las demandas superaban a las ofertas institucionales, el esce-nario se hundía en la ingobernabilidad.

Easton dividió los sistemas en dos conjuntos de exposiciones: los intrasociales y los extrasociales; los intrasociales tenían que ver conductas, actitudes e ideas referentes a la cultura, la economía, la estructura social y los individuos; los extrasociales estaban constitui-dos por organizaciones fuera del sistema e inclusive en la escena in-ternacional. Los dos configuraban el ambiente del funcionamiento del sistema político. Easton definió las demandas como inputs y las decisiones como outputs.

Se trataba de un modelo dinámico, procedimental, de equili-brios sociales, sin ningún referente de filosofía política. Los sistemas tenían la función de distribuir sin tensiones y satisfacer todas las demandas. Las dimensiones de las cajas negras han tenido que ver con las instituciones encargadas de recibir las demandas, procesar-las, jerarquizarlas, tomarlas y distribuirlas.

La teoría política posterior a Easton ha desarrollado los sistemas políticos en función de la relación tensiones/equilibrios.

Por su localización en la base de la pirámide del poder —debajo del Estado y del régimen o forma de gobierno—, los sistemas polí-ticos son el principio rector de las sociedades organizadas. El Estado delega la administración del poder a los regímenes y estos ceden a los sistemas la relación del gobierno con la sociedad. En este sen-tido, los sistemas son estructuras de relación directa de demandan-tes y demandados, una instancia de intermediación y mecanismos institucionales para el reparto de beneficios. Las tres tareas básicas de los sistemas políticos tienen que ver con demandas, beneficios y distribución. La faena de los sistemas políticos está definida por las tensiones en la medida en que el número de demandantes es superior a los recursos por repartir; Easton habló de la “distribución autoritaria” de los beneficios, en tanto que las democracias moder-nas crearon formas más equitativas de distribución.

Los sistemas políticos distribuyen tres tipos de beneficios: polí-ticos, de bienestar y de legitimidad. En teoría los sistemas políticos deben dejar satisfechos a demandantes y demandados; sin embargo, siempre los beneficios son menores a las demandas, por lo que los sistemas viven en estados permanentes de ingobernabilidad, aunque la clave radica en la administración/represión de los conflictos. La capacidad de gestión de los sistemas políticos define los grados de gobernabilidad-ingobernabilidad de los regímenes, tomando a los primeros como los que tienen crisis de demandas de un cuarto de los totales, en tanto que los segundos reflejan insatisfacción de más de la mitad de los demandantes.

El estudio teórico de los sistemas políticos fue retrasado por el funcionamiento de los regímenes políticos. Sin una caracterización categórica o directa, los sistemas políticos han funcionado como un subsistema de gobierno. Si se quiere referir dos fechas de fundación de los sistemas políticos como mecanismos de representación y ad-ministración de demandas, habría que registrar la Carta Magna de 1215, la Bill of Petition de 1618 y la Bill of Rights de 1689, las tres referidas a Inglaterra. La primera sometió el control del voluntaris-mo del rey John I a reglas aprobadas por los barones de la burguesía,

la segunda le puso control a la vulneración de derechos sociales por parte del rey Charles I y la tercera estableció un coto al rey Jacob II al establecimiento de impuestos con la aprobación del parlamento. Estas tres leyes, producto de la disputa entre el poder absoluto de los reyes contra el poder limitado de las burguesías, dieron el salto cualitativo entre la edad media (siglos V-XV d.C.) y el absolutismo (siglos XV a mitad del XVI) al renacimiento (siglos XV-XVI).

El debate central ocurrió en la colocación de límites al poder absoluto de los reyes. La frase atribuida a Louis XIV (reinado de 1643 a 1715) de que “el Estado soy yo” ilustraba la inexistencia de contrapesos en las monarquías europeas. A nivel teórico se dio un gran debate sobre la filosofía de la autoridad real y la filosofía del poder civil. En 1680 el inglés Robert Filmer publicó su texto Pa-triarca o el poder natural de los reyes para fundamentar que el poder de los reyes provenía directamente de Dios y que ninguna autoridad terrenal podría acotarlo y en 1689 John Locke —el padre ideológico del liberalismo— publicó sus Tratados sobre el gobierno civil en res-puesta directa a Filmer. La Carta de los Derechos de 1689 le dio la razón a Locke por encima de Filmer. Un poco tarde y más referido al debate del absolutismo francés en ese entonces encarnado por Louis XIV, Jacques Bénigne Bossuet publicó su ensayo La política a partir de las sagradas escrituras como una defensa tardía del modelo de absolutismo monárquico. Este debate lo cerraron el baron de Montesquieu con El espíritu de las leyes (1748) y Benjamin Constant de Rebecque con Principios de política aplicables a todos los gobiernos representativos (1815).

Los parlamentos como contrapeso de las monarquías pueden ser considerados como el primer paso hacia la formalización de los sistemas políticos, sobre todo por sus dos efectos: limitar el poder de los reyes y reconocer la jerarquía de la sociedad organizada para equilibrar el poder absoluto de los monarcas a través de la represen-tación parlamentaria. El segundo paso hacia los sistemas fue la crea-ción de los partidos políticos como espacios de confluencia social y participación en el debate de los gobiernos. Los primeros partidos políticos nacieron en Inglaterra en el último cuarto del siglo XVII, definidos ideológicamente: los whigs o liberales y los tories o conser-vadores. Un siglo después la base de los partidos franceses fueron clubes que derivarían en partidos: los jacobinos como progresistas radicales y los girondinos como conservadores moderados; la colo-cación de las bancadas en la Asamblea Nacional fundó la caracteri-zación de izquierda (jacobinos) y derecha (girondinos) en función del peso de las demandas sociales —los primeros— y los privilegios —los segundos—.

Los parlamentos y los partidos fueron las células fundacionales de los sistemas políticos como espacios de agrupamiento de deman-das, administración de peticiones y distribución de beneficios, tres de las principales funciones —entonces y ahora— de los sistemas políticos.

El estudio de los sistemas políticos comenzó con Easton a me-diados del siglo XX y a lo largo de tres cuartos de siglo se ha metido en los caminos sinuosos y oscuras de la crisis de las formas de or-ganización del funcionamiento de las polis. Las formas de gobierno han dificultado el funcionamiento de los sistemas: el parlamenta-rismo, el presidencialismo y la crisis de los regímenes monárquicos han encontrado también dificultades en las nuevas ideas políticas, algunas más superficiales que otras, pero al final todas han afectado la distribución autoritaria de valores y bienes: los derechos sociales, las minorías sexuales, el feminismo, el ecologismo, la sustentabili-dad, entre muchas otras.

Y la dificultad más grave del funcionamiento de los sistemas

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políticos ha sido el agotamiento de la estructura interna de los par-tidos por las ideas de las coyunturas, lo que ha conducido a una fragmentación de las demandas atomizándolas, a un conflicto en la asignación de los beneficios y a sus efectos también particulares de las decisiones. La reducción de los espacios de acción y de militancia de los partidos ha llevado a la multiplicación de esos organismos de participación política y por tanto a la configuración de coaliciones de partidos que afectan la definición concreta de las demandas. Y a ello se ha agregado también la consolidación de la acción directa de grupos sociales sin reglas ni compromisos internos y con demandas estalladas en movilizaciones, violencias e intolerancias.

La proliferación de grupos demandantes ha obligado a ir trans-parentando la caja negra para llevar por la vía de las movilizaciones sociales a una caja gris y en democracias exigentes a una caja trans-parente. Pero el problema real no ha sido la dimensión de oscuridad/luz al interior de la caja negra, sino el hecho de que la dispersión de demandantes impide políticas públicas generalizadoras. Y entonces los sistemas políticos entran en zonas de incertidumbre/tensiones/conflictos/rupturas/revoluciones ante la imposibilidad de que la distribución autoritaria de valores y beneficios no cumpla con las expectativas y los demandantes se salgan del esquema sistémico para exigir por la vía directa (la ingobernabilidad de Huntington) benefi-cios que la distribución institucional no alcanza a satisfacer.

3.- Historia del sistema político priísta

El sistema político mexicano comenzó a estudiarse por la academia mexicana apenas en 1972, aunque en los Estados Unidos hubo aná-lisis desde mediados de los cincuenta. De manera formal, se asume al sistema político mexicano como el operado en el siglo XX, pro-ducto de la revolución que derrocó al dictador Porfirio Díaz —en el poder desde 1876—. Sin embargo, estructuras sistémicas han existi-do desde las primeras monarquías indígenas. En este sentido, el sis-tema político priísta ha sido un proceso progresivo de acumulación de experiencias, a pesar de las rupturas revolucionarias.

Como forma de gobierno e instituciones de conducción de so-ciedades, el sistema político mexicano nació con las primeras comu-nidades indígenas y sus instancias de conducción de gobierno: el Tlatoani o titular del poder, el consejo de ancianos, los comerciantes y los guerreros. Esta primera organización viene de las primeras tri-bus sedentarias de Mesoamérica en el siglo I a.C. Como dato reve-lador, la institución del Tlatoani representa el papel que hoy tiene el presidente de la república o titular del poder ejecutivo.

Las fases de ruptura-construcción del sistema político mexicano pueden periodizarse así:

—Monarquías indígenas: siglo IX a.C.-1521, de los mayas como la Grecia de América a la conquista española con la ocupación de Tenochtitlan.

—Virreinato español: de Antonio de Mendoza como primer virrey en la Nueva España 1535 a la consumación de la indepen-dencia en 1821 firmada en Córdoba por Juan O´Donojú como jefe político superior porque no llegó a asumir el cargo de virrey.

—Primer Imperio Mexicano de Agustín de Iturbide y prime-ra Corte mexicana organizada como sistema político monárquico: 1822-1823.

—Primera República Federal; 1824-1836. De la Constitución

de 1824 que fijó la forma republicana y representativa de gobierno y la primera estructura de poder a la república centralista de 1836.

—Primera República Centralista: 1836-1846.—Santa Anna como hombre fuerte 1836-1855. —Segunda República Federal: 1846-1872. Invasión estadu-

nidense, guerra civil de Reforma, invasión francesa e Imperio de Maximiliano, muerte de Juárez y control político de Porfirio Díaz.

—Segundo Imperio Mexicano: 1863-1867. Llegada de Maxi-miliano de Habsburgo como emperador importado. Derrota de los franceses, reinstalación de la república en Palacio Nacional y muerte de Juárez.

—República presidencialista autoritaria: 1872-1911. Porfirio Díaz como figura dominante de la muerte de Juárez a su renuncia.

—República democrática: 1911-1913. De la elección a la muer-te de Francisco I. Madero por el cuartelazo de Victoriano Huerta.

—Dictadura militar de Huerta: 1913-1914 y el nacimiento de la revolución constitucionalista de Carranza.

—Liderazgos militares en pugna: 1914-1917. De la Conven-ción de Aguascalientes a la promulgación de la Constitución.

—República federal caudillista: 1917-1929. De la Constitución a la fundación del Partido Nacional Revolucionario como reorga-nización de las élites revolucionarias militares por el asesinato del general Álvaro Obregón.

—República priísta: 1929-2018. Dominio constitucional del PRI en el sistema/régimen/Estado, incluyendo el periodo panista presidencial 2000-2012 en que el PRI cogobernó con el PAN desde su mayoría en el Congreso.

La continuidad de las instituciones sistémicas ha mostrado un modelo constructivista. La institución presidencial del siglo XXI priísta fue la acumulación de experiencias de los Tlatoanis indíge-nas, el rey-virrey-jefe político del dominio español, el modelo del hombre fuerte de Santa Anna, el liderazgo de Juárez y la mano dura de Díaz.

El sistema político priísta puede definirse como la caja negra de Easton en cuyo seno, con la mano dominante del presidente de la república como el hombre fuerte del partido, que adminis-tra las interacciones y define la distribución autoritaria de valores y beneficios. La construcción del sistema priísta fue pragmática y se basó en los enfoques de dominación autoritaria del militarismo revolucionario de los jefes de las facciones en lucha. La dialéctica de mando —militares de grado/comandantes de bandas— derivó en estructuras de poder vertical. El genio político-militar de Carranza, Obregón y Elías Calles estuvo en la arquitectura del sistema político.

La caracterización de sistema político priísta a sucesos anteriores a la fundación del PRI —1929 como Partido Nacional Revolucio-nario— refiere el hecho de que el partido fue el edificio terminado. Es decir, el PRI fue la caja negra final del sistema político en su largo periodo de construcción 1908-1946, de la crítica de Francisco I. Madero al sistema presidencialista autoritario de Díaz en La sucesión presidencial en 1910 a la fundación formal y final del partido como Revolucionario Institucional. La lucha de facciones que puedo ha-ber derivado en una nueva guerra civil en 1928 fue administrada a través del partido del gobierno/Estado/régimen.

El sistema político fue analizado de manera dispersa:• En 1908 el libro La sucesión presidencial en 1910, de Made-ro, fue el primer enfoque politológico y sistémico del sistema político mexicano: analizó el presidencialismo de Díaz, hizo la primera caracterización del poder absoluto, detectó el modelo

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de sucesiones presidenciales —poder heredado— como la pie-za política clave del sistema, reveló que el poder presidencial se fundaba en el poder del presidente en la designación de su sucesor —Díaz a sí mismo y luego el PRI convirtiendo la suce-sión en el poder absoluto— y presentó a la democracia como el modelo político a seguir.• En 1958 el ensayista marxista José Revueltas publicó un breve ensayo de 80 páginas sobre el sistema político —México: demo-cracia bárbara— a partir del análisis de la elección presidencial de ese año. Revueltas presentó el primer ensayo de la simbiosis Estado-PRI en cuanto a estructuras de representación: el partido representaba al Estado y el Estado al partido. Puso un ejemplo: las delegaciones agrarias del Estado estaban representadas por las delegaciones de la CNC, sector agrario del PRI. En el prólogo a una nueva edición del ensayo en 1975 concluyó que el Estado controlaba a través del PRI la totalidad de las relaciones sociales.• En 1963 el sociólogo Pablo González Casanova terminó su ensayo La democracia en México —era entonces director de la Escuela Nacional de Ciencias Políticas— presentando la estruc-tura de poder desde el enfoque cuantitativo de las estadísticas. El ensayo se publicó en 1965.• En julio de 1968 el político priísta Manuel Moreno Sánchez comenzó a publicar en Excélsior una serie de artículos para reve-lar en funcionamiento interno del sistema político priísta. Los textos comenzaron pocos días antes del estallamiento del mo-vimiento estudiantil de 1968. Los textos, con otros más, con-formaron el libro Crisis política de México circulado en 1970. Líder del senado durante el sexenio de López Mateos, Moreno Sánchez reveló las estructuras de dependencia del poder y sobre todo los mecanismos de dominación. La coincidencia entre los textos de Moreno Sánchez y el colapso provocado por el movi-miento estudiantil cruzaron la teoría con la realidad.• En octubre de 1968 el poeta y ensayista Octavio Paz envío a la Secretaría de Relaciones Exteriores de México, en su condición de embajador en la India, reflexiones sobre los movimientos es-tudiantiles en el mundo y obviamente el mexicano. Sus evalua-ciones fueron críticas y mostraron el agotamiento del sistema político priísta como institución autoritaria. En cartas apreta-das, presentó el dilema de democracia o dictadura. Luego de su renuncia al cargo por el 2 de octubre en Tlatelolco, Paz participó en octubre de 1969 en una conferencia en la Universidad de Texas en Austin, dentro de un ciclo sobre el sistema político mexicano, y leyó un ensayo crítico sobre la crisis del sistema mexicano. Esa conferencia terminaría en el ensayo Posdata de principios de 1970. Las cartas, la conferencia y el libro mantu-vieron el común de nominador de señalar el agotamiento del sistema político priísta.• En 1972 el historiador Daniel Cosío Villegas también exten-dió su breve conferencia sobre el sistema político en un libro titulado El sistema político mexicano. Posibilidades del cambio. Se trató de un enfoque historicista, acrítico, de registro de hechos. Su valor consistió en presentar formalmente el sistema sobre dos piezas clave: el presidente de la república y el PRI. Y el registro histórico del proceso de formación del sistema político quedó como eferente básico para estudios posteriores.• En 1972 el politólogo Arnaldo Córdova publicó un breve ensayo titulado La formación del poder político en México, una propuesta de construcción del poder político como sistema a través de instancias específicas: el Estado, la ideología, el partido y el presidencialismo como piezas funcionales al ejercicio del

gobierno y del poder.• En 1974 el politólogo José Luis Reyna publicó en El Colegio de México el ensayo Control político, estabilidad y desarrollo en México, el primer esfuerzo de enfoque sistémico a partir de la lectura de David Easton. El enfoque fue el del control corpora-tivo vía el PRI y el ejercicio del autoritarismo para mantener la disciplina y lealtad. La línea de investigación de la Revolución en El Colegio de México fue la que insistió en la construcción de instituciones sistémicas o la institucionalización del régimen revolucionario.• En 1977 Manuel Camacho publicó, en El Colegio de Méxi-co, el ensayo Los nudos históricos del sistema político mexicano, el primer enfoque sistémico de la crisis de funcionalidad de las instituciones de la caja negra. La indagación de Camacho rastreó el saldo institucional en la distribución de beneficios dentro del sistema, pero ya con instituciones corporativas o excluyentes. El modelo fue el del anudamiento de los hilos del poder. Si Paz en 1968 hablaba de la opción democrática para eludir la dictadura, Camacho planteó la reforma del sistema desde dentro.

La crisis del sistema político como fin de la capacidad de esta-bilización del PRI como la caja negra de los arreglos corporativos, de sectores y de demandas fue planteada por el pensamiento liberal en la primera mitad de los ochenta. El PRI había atravesado con abolladuras la crisis estudiantil de 1968 y se había tambaleado con la crisis devaluatoria de 1982. El propio sistema priísta, con sensibi-lidad para prever conflictos, emprendió dos cambios en las élites: en 1975 designó como candidato presidencial al burócrata José López Portillo, con raíces históricas pero sin la red elitista que sólo da la configuración de redes de poder, por encima de una sucesión en el escalafón burocrática que representaba Mario Moya Palencia, se-cretario de Gobernación del presidente Luis Echeverría; y en 1981 López Portillo escogió como candidato del PRI y seguro sucesor a Miguel de la Madrid Hurtado, un oscuro burócrata, abogado con especialización en economía y jefe de un pequeño grupo de econo-mistas educados en los Estados Unidos al mando del joven Carlos Salinas de Gortari, nieto de la Revolución e hijo de Raúl Salinas Lozano, secretario de Economía del gobierno de López Mateos y frustrado precandidato a la presidencia en 1963.

La clase política que había arribado al poder con Miguel Ale-mán Valdés en 1946, año por cierto en que el propio Alemán había transformado el Partido de la Revolución Mexicana en Partido Re-volucionario Institucional, pasó a retirarse en 1976. López Porti-llo encabezó un fugaz sexenio de administrativismo funcionalista; y De la Madrid irrumpió con sus economistas para dar un golpe de timón en el rumbo de la política económica: del populismo es-tatista al neoliberalismo de mercado. La política económica de los gobiernos de De la Madrid y Salinas de Gortari fue equidistante con el pensamiento del Fondo Monetario Internacional en materia de estabilidad macroeconómica y con el Banco Mundial y sus reformas estructurales, ambas instituciones al frente de la ola internacional y sobre todo latinoamericana de desestatización, instalación del mer-cado y pensamiento económico monetarista.

Sin demasiados sobresaltos, el sistema político se ajustó al nuevo escenario. En lo político, De la Madrid y Salinas de Gortari impul-saron un relevo de cuadros políticos que llevó a la ruptura dentro del PRI en 1987 al excluir del PRI y de la definición del candidato presidencial para las elecciones de 1988 al grupo neocardenista y neopopulista de Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano; la salida del PRI de Cárdenas y la Corriente Democrática condujo a la fundación del

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PRD como partido neopopulista-cardenista, dejando en el PRI a los neoliberales solidarios. El costo de ese éxodo priísta fue de cuando menos 30 puntos porcentuales electorales, porque Salinas de Gor-tari cono candidato priísta apenas acumuló 50% de la votación y el PRI desde entonces perdió la mayoría absoluta.

El PRI como caja negra del sistema política perdió su eficacia en 1968, el estatismo de Echeverría le inyectó oxígeno social por el re-parto de beneficios, el petróleo lopezportillista dibujó la ilusión del paraíso social, pero la crisis inflacionaria, devaluatoria y de colapso de las finanzas públicas llevaron el ingreso al PRI de los neoliberales estabilizadores y ahí la caja negra sistémica perdió funcionalidad: grupos sociales marginados por el nuevo Estado con menores com-promisos sociales, el recorte de gasto público, la baja del PRI y el achicamiento del Estado encontraron un PRI sin capacidad para administrar las movilizaciones sociales; y desde 1989, el PRD cons-truyó una base social que le quitó el control de los dependientes de los beneficios públicos. Así, la caja negra priísta perdió una parte que se fue al PRD y que decidió confrontar al sistema desde fuera con acciones directas. El PRD y ahora Morena han logrado construir pequeñas cajas negras con grupos sociales dependientes del gasto asistencialista intercambiando lealtad electoral por programas de beneficio directo.

4.- Anatomía del sistema político priísta

Como estructura dominante desde el Estado en el largo periodo 1917-1982 y con reducción de sus alcances sociales por restricciones presupuestales y estabilizadoras en el periodo 1983-2018, el sistema político perdió cohesión en 1989 con la fractura en el Estado, el PRI y el sistema político; mientras el PAN nunca se preocupó por en-tender al sistema político ni su funcionamiento —en el 2000-2012 gobernó con el PRI y como PRI—, el PRD cardenista construyó su propia caja negra desde la oposición y luego en el DF-Ciudad de México y Morena no ha hecho más que instalar una tercera caja negra más priísta que perredista en el modelo de López Obrador.

El sistema político priísta —y de muchas formas en el sistema político perredista y morenista— ha funcionado en dos esferas es-pecíficas: los pilares que lo sostienen y las fuentes de legitimidad que lo legalizan.

Los pilares del sistema político se dividen en dos grupos; de un lado, los fundamentales que lo hacen funcionar como caja negra: presidente de la república, PRI y Estado de bienestar; de otro lado, los que articulan la funcionalidad como círculo de refuerzo: poderes fácticos, ideología y facultades constitucionales. Cada uno de ellos tiene su configuración histórica en la lucha por el poder:

• El presidente de la república. El titular del ejecutivo ha sido el poder central, aunque acotado por otros poderes: el consejo de ancianos, la iglesia y los guerreros, en el pasado indígena; el rey y las comunidades indígenas latentes, en la colonia: el congreso que elegía al presidente, en la primera constitución federal; los electores indirectos con la Constitución de 1857; y la elección directa como beneficio de la Revolución de 1910 en la Constitución de 1917. El presidente de la república en el sistema político priísta tuvo tres tiempos: el voto directo con la Constitución de 1917, la reunión del presidente Elías Calles con

los militares en 1928 para tener el poder militar subordinado en la designación de su sucesor y el corporativismo del PRM creado por Calles. El presidente de la república es, con poderes constitucionales, pragmáticos y delegados, el centro del poder político, con facultades constitucionales, fácticas, autoritarias, directas-indirectas e históricas.• El PRI. Nacido en 1929 para coordinar el reparto del poder después del asesinato del presidente reelecto Álvaro Obregón en julio de 1928, el partido oficial-del gobierno-del Estado fue el centro de administración del poder y del reparto de beneficios, la caja negra de Easton: primero porque nació del poder militar centralizado por Elías Calles, segundo porque controló a las ma-sas de clases productivas como estructura corporativa y tercero porque depende directamente del presidente de la república. El PRI ha sido el espacio de administración y distribución del po-der político y de los beneficios sociales. Sin el PRI, el presiden-cialismo hubiera sido una dictadura al estilo Porfirio Díaz.• El bienestar social. A partir del inciso a) de la fracción II del 3º constitucional, la democracia como forma de ejercicio de la política y el poder ha sido desplazada por el bienestar; el man-dato constitucional señala que la democracia es el bienestar. Los años del autoritarismo priísta 1934-1983 fueron posibles por la tasa promedio anual del PIB de 6% y una política social en salud, educación y alimentación. Mientras hubo bienestar, la sociedad aceptaba el autoritarismo; la gente prefería el bienestar a la democracia. La crisis de legitimidad del sistema priísta se explica por el PIB promedio anual de 2.2% en el periodo 1983-2018, el de los gobiernos neoliberales, de mercado y de Estado decreciente. El PRI y el presidencialismo comenzaron a perder posiciones de poder con la crisis de bienestar. La quiebra del PRI en 1987-1988, del conflicto con Cárdenas en el PRI hasta las elecciones presidenciales, consolidó el tránsito del Estado de la Revolución Mexicana al Estado neoliberal de estabilidad ma-croeconómica a costa del bienestar social.• Poderes fácticos. Alguna vez dentro de la caja negra del sistema priísta, importantes sectores fueron estableciendo una autono-mía relativa del Estado priísta: militares (fueron sector del PRI de 1938 a 1940), empresarios, medios de comunicación, opo-sición leal, inversionistas extranjeros, embajada de los Estados Unidos, movimientos sociales de acción directa, intelectuales, iglesia católica, liderazgos indígenas y burocracia fuera del par-tido, todos ellos conocidos como sectores invisibles del sistema; quedaron fuera de la caja negra, pero dependiente de las directri-ces presidenciales. El sistema prefirió acuerdos y entendimientos a sometimientos autoritarios que hubieran llevado a la ruptura, aprovechando que esos sectores dependían del sistema y no de su insuficiente fuerza. El modelo priísta no fue totalitario (en el modelo Hannah Arendt o Raymond Aron), sino “total y tota-lizador” en el modelo José Revueltas de México: una democracia bárbara. Los sectores corporativos —incluyendo a los grupos empresariales dependientes de las políticas públicas— garanti-zaban el control corporativo de la economía sin estar en el PRI. Los sectores fuera del sistema formal están dentro de su ámbito de influencia y tienen formas de entendimiento con el sistema. La fuerza del PRI y del presidente de la república lograba nego-ciaciones sin represión. • La ideología. El sistema político creó dos instrumentos de do-minación: la ideología histórica convertida en cohesión nacio-nal y la educación como aparato ideológico (modelo Louis Althusser) del Estado priísta. El qué pensar como pensamien-

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to único y cómo reproducirlo han sido los instrumentos de dominación priísta. Este mecanismo se reforzó, durante de-cenios, con el hecho de que el PRI ostentaba en su escudo los tres colores nacionales de la bandera antes de que hubiera una ley que reglamentara los símbolos patrios. La ideología oficial historia-PRI construida a partir del pensamiento histórico ha determinado que los gobiernos priístas son los titulares de la herencia social de la república. El pensamiento histórico es la interpretación oficial de la historia convertida en ideología. Desde Santa Anna, los titulares del poder ejecutivo son los guardianes de la Historia Nacional. Y la historia nacional se reproduce, vía el PRI y el discurso político priísta, a través de la educación como aparato ideológico del Estado priísta y como mecanismo de control social.• La Constitución. La legitimación del poder sistémico en México ha sido construida a través de la Constitución: cada fase revolucionaria (Independencia, Reforma, Revolución) fue reforzada con una Constitución correspondiente a va-lores y controles. La simbiosis historia nacional-presidente-PRI-ideología encuentra en la Constitución el mecanismo de dominación social. Aún sin que el presidente de la repúbli-ca cuente con votos de mayoría absoluta para su partido, la fuerza del presidencialismo se apoya en las facultades cons-titucionales y autoritarias. El modelo de constitucionalismo autoritario libraba los retenes democráticos con facultades absolutistas a partir de que el presidente de la república es el titular del Estado y el presidente de la república es la autori-dad responsable de la conducción del Estado.

Las fuentes de legitimidad del sistema político mexicano priísta son tres:

• La Constitución como sumatoria del poder, con el presi-dente de la república en la punta de la pirámide. La Cons-titución ha sido la garantía de los abusos autoritarios y de dominación del PRI.• El pensamiento histórico oficial como consenso consciente e inconsciente. En 1964 los politólogos Gabriel Almond y Sidney Barba realizaron una encuesta sobre cultura cívica y en México el factor dominante era la Revolución Mexicana como ideología social.• Y el PRI como ejercicio de la dominación en el espacio de control de las relaciones sociales, la caja negra de David Eas-ton. Más que un partido tradicional el PRI fue en sus mejores momentos el espacio de administración del poder, las crisis y el reparto de posiciones.

La historia de los tres pilares básicos —presidente de la re-pública, PNR-PRM-PRI y Estado de bienestar— revela la cons-trucción de un poder central fuerte, no democrático, “totaliza-dor y no totalitario” —tesis de José Revueltas— y legitimado por la historia oficial. Se trató de un proceso de construcción progresiva, a pesar de las rupturas revolucionarias.

1.- Presidente de la república. Hay dos características del sistema presidencialista mexicano: la centralización del poder en el ejecutivo y el fracaso en el modelo parlamentario. En las monarquías indígenas el poder central era el Tlatoani y el Tla-toani-Tlacatécatl (jefe militar). La colonia española instauró un sistema basado en tres puntales: el rey, el virrey y el jefe político.

Hacia 1812, con la crisis de Bayona por el secuestro de los reyes Carlos II y Fernando VII y la coronación falsa de José Napoleón Bonaparte (hermano del caudillo) en 1808, la monarquía espa-ñola pasó a monarquía parlamentaria con Cortes, vía la Consti-tución de Cádiz, la cual, a su vez, instauró en la Nueva España los ayuntamientos y sobre todo las diputaciones provinciales.

La Constitución de 1824 creó la figura del jefe del ejecuti-vo federal, aunque dependiente del Congreso: su nominación era producto de propuestas de las diputaciones provinciales al Congreso federal y la selección del nominado más repetido. Este modelo fue modificado por la Constitución de 1857 porque in-trodujo el sistema estadunidense de elección indirecta vía elec-tores. Entre las dos constituciones se implantó el modelo de jefe político en funciones: Antonio López de Santa Anna de 1935 a 1855 y Juárez de 1857 a 1872; Porfirio Díaz logró la mixtura de un presidente constitucionalmente fuerte y un caudillo autorita-rio aún más fuerte.

La Constitución de 1917 sentó las bases de la autonomía presidencial al terminar con el esquema de elección indirecta vía electores e instauró la elección directa, universal y secreta, separando al presidente de cualquier dependencia del legislativo.

El presidencialismo posrevolucionario retomó esas experien-cias, pero creó las propias. Carranza, Obregón y Elías Calles con-solidaron el modelo de caudillo personal fuerte, autoritario y constitucional. El asesinato de Obregón en julio de 1928 llevó a Elías Calles a dar un paso audaz que fortaleció la presidencia: en septiembre de 1928 tuvo una reunión con todos los generales y ahí les solicitó el voto de confianza para designar al presidente sustituto y al presidente constitucional, en el entendido de que no debía ser militar para no tentar la guerra civil. Los generales le dieron ese poder a Elías Calles y ahí nació la nueva fase del modelo de sucesión presidencial en la que el presidente saliente designa a su sucesor, un mecanismo inaugurado por Díaz aun-que auto designándose como candidato a la reelección.

La segunda fase del presidencialismo fue la fundación desde el ejecutivo de los sectores corporativos —obrero, campesino, popular y militar— y luego su articulación como pilares oficia-les del PRM. Este paso fue dado por Cárdenas, cuya obsesión por el presidencialismo mesiánico se quedó como operatividad institucional. La transformación del PRM en PRI también salió del ejecutivo.

2.- El PRI. Nacido desde el poder para mantener el poder del grupo militar dominante de Elías Calles ante la división en-tre las facciones militares metidas en la disputa por el poder, el PRI fue consustancial del modelo callista: luego de obtener el apoyo y subordinación de los generales, Elías Calles promovió la fundación del PRI como el espacio —caja negra dentro del grupo gobernante— de arreglos pacíficos por el poder con una distribución pacífica. El error de Elías Calles fue romper la de-pendencia presidente-PNR y tratar de colocarse por encima del presidente constitucional Cárdenas.

El PRI mantuvo el dominio absoluto de la competencia elec-toral de 1929 a 1976, con un sistema de partidos determinado por el presidencialismo priísta: dos partidos comparsa —el Par-tido Popular Socialista del colaboracionista Vicente Lombardo Toledano y el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana de generales afines a Venustiano Carranza—; el PAN fue un partido nacido de la vertiente conservadora liberal del PRI como una opción de honestidad y moral y funcionó como oposición leal —concepto de Soledad Loaeza— hasta 1982; en las elecciones

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presidenciales de 1988, 1994 y 2000 compitió por la alternancia partidista, aunque sin diseñar una alternativa real.

El PRI como partido del Estado-gobierno-elite priísta se re-produce a nivel nacional a través de las estructuras del Estado y del gobierno. Ningún otro partido tiene los recursos para hacer-lo; el PRI lo logra a través del poder presidencial en el manejo del presupuesto público. Los seccionales del partido son células del gobierno-Estado (Revueltas en México: una democracia bárbara, de 1958). La dependencia del PRI del poder presidencial crea un circuito de poder, pero al final de cuentas el poder efectivo está en el PRI y el presidente de la república sabe cómo ejercerlo. Por ello el presidente la república determinó hasta la fecha las prin-cipales candidaturas a alcaldes, gobernadores, diputados locales, diputados federales, senadores y presidente de la república.

El poder del PRI aparece en sus números electorales:—Para presidente de la república el promedio electoral fue

de 86.5% en las elecciones de 1929 a 1976 y de 30% de 1988 al 2012, con el sótano de 22.2% en la elección presidencial del 2006 que perdió Roberto Madrazo Pintado. El PRI perdió las elecciones en el 2000 con 36.1% de los votos y en el 2006 con 22.2%. Por sí solo el PRI ganó 32% de los votos presidenciales en el 2012 y subió a 38.2% por los votos del Partido Verde.

—En el Senado, el PRI tuvo el 100% de las curules de 1929 a 1982; en 1988 perdió cuatro y bajó a 93.7% y en 1994 volvió a bajar a 74.2%. En las tres elecciones sexenales de 2000, 2006 y 2012, las curules promedio en la cámara alta fueron de 39%, con el nivel más bajo en 2006 con sólo 30.4%.

—En la Cámara de Diputados el promedio de 1946 a 1952 fue de 74%, de 85.7% de 1958 a 1976, de 58% de 1982 a 1994 y de 21.8% de 1997 a 2015. En dos grandes bloques, el prome-dio fue de 79.8% de 1946 a 1976 y de 45.4% de 1982 a 2015.

—A nivel de gobernadores, el PRI mantuvo el 100% de los mandatarios estatales hasta 1988 y en 1989 perdió el primero gobierno estatal, Baja California. En el 2018 el PRI mantiene apenas 14 gubernaturas, el 43.76% del total.

—Hacia las elecciones presidenciales, legislativas y de nueve gobernadores en el 2018, el PRI asiste con el 38.2% de votos presenciales del 2012, el 40.6% de curules en el Senado en el 2012 y el 40.6% de diputaciones en el 2015, un promedio total de 39% del poder político nacional.

3.- El Estado de bienestar arroja cifras que revelan que el PRI ya no garantiza el nivel de vida de los mexicanos; fijó la meta de mínimos de bienestar con López Portillo y quedó en mera soli-daridad con Salinas de Gortari. Las cifras de la pérdida de nivel de vida a la fecha son reveladoras de la crisis del PRI como garan-te de un bienestar que apenas beneficia al 20% de los mexicanos:

—Según el último reporte de 2018 del Consejo nacional de Evaluación de Políticas de Desarrollo Social (Coneval), el 78% de los mexicanos vive con una o varias carencias sociales.

—Según el Inegi, el 55% de los trabajadores labora en condi-ciones de marginalidad y subempleo.

—Las últimas cifras de distribución del ingreso en deciles de familias, el 70% de los mexicanos tiene el 50% del ingreso, en tanto que una minoría de 30% acapara la otra mitad.

—En el periodo de estabilidad 1934-1982 (cuarenta y ocho años), el PIB promedio anual fue de 6%. En el ciclo del PRI sin compromiso social, de 1983 a 2018 (treinta y cinco años), el PIB promedio anual fue de 2.2%. Para atender las demandas de los mexicanos que se incorporan cada año a la población económi-camente activa, le economía debe crecer en 6.5%; por tanto, el

promedio de 2.2% es apenas un tercio de las necesidades míni-mas, condenando a dos tercios a condiciones de marginalidad, subempleo e informalidad.

Al perder el ritmo del bienestar en 1982, el PRI comenzó a disminuir su legitimidad política e inició su ciclo de declinación electoral. En 1982 no sólo cambió el diseño social de la políti-ca económica del desarrollo pasando del Estado de bienestar al mercado capitalista sin cobertura de políticas sociales, sino que hubo un relevo en la élite gobernante pasando de los políticos y populistas a la generación de tecnócratas. El Estado de bien-estar terminó su ciclo en 1982 e inició, según definió en 1985 Carlos Salinas de Gortari como secretario de Programación y Presupuesto y arquitecto del proyecto neoliberal de crecimiento, la del Estado responsable de directrices y ya sin representación de compromisos sociales o de clase, el Estado mercado de Theda Skocpol.

De modo natural, la falta de liderazgo social y político del presidente de la república en el periodo neoliberal, la declinación electoral del PRI al perder sus bases sociales populares legitima-doras y con un Estado responsable de la estabilidad neoliberal macroeconómica, el modelo de PRI diseñado por Elías Calles terminará su ciclo en 2018.

5.- Las muchas crisis del sistema político priísta

En su trabajo El sistema político mexicano. Las posibilidades del cambio, el historiador Daniel Cosío Villegas hizo un repaso su-cinto sobre el escenario histórico del sistema de 1929 a 1970, año de las elecciones presidenciales posteriores a la crisis política provocada por el movimiento estudiantil de 1968. Y escribió que la estabilidad del régimen mexicano había atraído el reconoci-miento mundial por ocho elecciones presidenciales —en el mé-todo de la sucesión revelado por Madero en su libro La sucesión presidencial en 1910— sin crisis ni conflictos. Como el tema de su estudio, basado en su conferencia en el ciclo mexicano de la Universidad de Texas en Austin, era la arquitectura del funciona-miento del poder político en México, Cosío no hizo mucho caso a los tropiezos cotidianos del sistema porque al final de cuentas los mecanismos procedimentales estaban funcionando sin inte-rrupciones.

Sin embargo, el sistema político mexicano 1908-1928 y el sistema político priísta 1929-1971 —las dos caras del Jano del poder— nunca tuvo un día de tranquilidad. Los gobernantes mi-litares —Carranza, Obregón, Elías Calles, Pascual Ortiz Rubio, Cárdenas y Avila Camacho— y los civiles —Miguel Alemán, Adolfo Ruiz Cortines (pagador del ejército pero no jefe revo-lucionario), Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría— lograron superar los últimos alzamientos militares, las protestas sindicales, las rebeliones campesinas y las largas lu-chas estudiantiles desde 1951, además de algunas tentaciones del poder como el intento de reelección de Alemán, las rupturas sin-dicales por liderazgos del Partido Comunista Mexicano en 1958 y el endurecimiento del poder con Díaz Ordaz.

La legitimidad revolucionaria del régimen se transformó en ejercicio del monopolio de la fuerza y la represión y, como con López Mateos, en declaraciones que generaron incertidumbre y

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movilizaciones empresariales, como la de López Mateos: “mi ré-gimen es de extrema izquierda, dentro de la Constitución”. Los presidentes militares revolucionarios se encargado de liquidar el poder político de la espada y lograr la lealtad castrense a las au-toridades civiles, el gran triunfo de Elías Calles en su reunión con generales en septiembre de 1928. Los políticos consolidaron el avance con un funcionamiento sistémico del poder con reglas más institucionales, civiles y políticas, como lo consolidó el poli-tólogo estadunidense Peter H. Smith al definir, en su estudio Los laberintos del poder basado en las biografías de políticos mexica-nos, las veintidós reglas para hacer política en México, ninguna de las cuales tuvo que ver con la fuerza o el uniforme militar y todos giraban en torno a la configuración de redes, grupos y relaciones de grupo.

En el periodo del sistema político priísta 1917-2018 —un siglo y un año— atravesó por las tolvaneras de crisis en sus di-ferentes grados, algunas de las cuales llegaron a cimbrar y hasta tambalear la existencia del sistema/régimen/Estado, pero en to-das ellas hubo siempre una salida de emergencia: la solidez del sistema, la viabilidad de sus reglas y la inexistencia de una fuer-za de recambio. Y fueron, algunas de ellas, crisis de viabilidad sistémica: el 68, las devaluaciones, el alzamiento zapatista y la alternancia panista, entre las más importantes.

Las crisis respondieron a protestas sociales, rupturas de acuerdos y/o reorganización en las élites. Algunas de esas crisis contribuyeron a configurar procedimientos políticos, no nece-sariamente de rompimientos. Otras enfrentaron movimientos sociales. Y algunas fueron provocadas por decisiones erróneas.

La larga lista de crisis del sistema político priísta 1929-2018, ochenta y nueve años, tiene registros precisos:

1. 1936-1938: crisis de institucionalización del poder presi-dencial. Elías Calles impuso la candidatura de Lázaro Cárde-nas y quiso gobernar desde su poder como hombre fuerte de la Revolución, un caudillo posobregonista. Calles lo subió a un avión y lo mandó exiliado a Los Ángeles, California. Fue el primer gran paso hacia la institucionalización del presi-dencialismo como eje del poder. Luego de la expropiación petrolera en marzo de 1938, Cárdenas reformó el PRM y lo convirtió en Partido de la Revolución Mexicana con es-tructura corporativa de los sectores del modo de producción: clase obrera, clase campesina y clase popular y los militares como sector defensor del modelo revolucionario dentro del partido.2. 1940: sucesión o ruptura. El radicalismo revolucionario de Cárdenas enfrentó problemas al interior del régimen por el costo de la continuidad cardenista. Las opciones de Cárdenas fueron el radical Francisco J. Mújica o el conservador Ma-nuel Ávila Camacho. La crisis del modelo económico y polí-tico del cardenismo estaba reventando en 1940 por el agota-miento de los acuerdos sociales y políticos con los factores de poder externos al sistema pero con acuerdos con el sistema, elevando el costo de la continuidad revolucionaria. Algunos indicios de militares descontentos encendieron los focos del tablero estratégico del presidente. Ante la imposibilidad de la reelección presidencial y sin voluntad autoritaria tipo Elías Calles como para seguir controlando al siguiente gobierno, Cárdenas superó la crisis con un candidato conservador. No

hay datos duros que indicaran el riesgo de un golpe, pero sí descontentos que hubieran regresado los alzamientos de militares descontentos.3. 1958: la rebelión obrera. Controlados en el PRI por la CTM, los sindicatos dejaron de ser un problema. La contra-rreforma cardenista había desactivado la movilización obrera de la CTM y había expulsado de su seno al radical Lombardo Toledano. Fidel Velázquez se hizo del control de la CTM des-de 1941 y lo mantendría hasta su muerte en 1997. La deci-sión de Cárdenas de organizar a los trabajadores como masa y no como clase había dado resultados: los obreros apoyaban al régimen a cambio de políticas obreristas, sin aspirar al poder. Pero en 1958 líderes sindicales comunistas de maestros, fe-rrocarrileros, tranviarios y maestros tomaron el control de sus sindicatos. En 1958 ya era candidato el secretario del Trabajo ruizcortinista López Mateos y la rebelión obrera mandaba señales hacia una sucesión que rompía la transferencia del poder en el sector político de Gobernación. El uso de la fuer-za por el entonces subsecretario de Gobernación Díaz Ordaz abrió el ciclo del endurecimiento del poder: la legitimidad del régimen comenzaba a ser cuestionada. 4. 1964: rebelión de clases medias. El relevo de López Ma-teos a Díaz Ordaz movilizó en contra del nuevo presidente a grupos sociales de clases medias: la revista Política —de tendencia radical dentro del PRI— y los doctores del sector salud pasaron al enfrentamiento con el poder presidencial. Los médicos fueron citados al despacho presidencial de Los Pinos para recibir la advertencia: nada de protestas, el uso de la fuerza sería privilegio del régimen y las demandas tendrían que ser encauzadas a través del PRI como la caja negra del sistema. Fue la fase más aguda del autoritarismo presiden-cialista. Díaz Ordaz consolidó el modelo de desarrollo esta-bilizador de controlar la inflación —y evitar las devaluacio-nes— con salarios bajos, control del PIB y políticas sociales limitadas. Este modelo requería de un mayor control social y Díaz Ordaz no vaciló en mandar los mensajes pertinen-tes sobre el uso de la fuerza contra sindicalistas, campesinos, grupos populares y estudiantes. Fue el periodo autoritario del sistema político priísta sin contrapesos de poder.5. 1968: crisis política. El autoritarismo presidencialista no tuvo suficiente con el discurso de la Revolución Mexicana para mantener y extender los acuerdos de estabilidad. Los estudiantes se convirtieron en el factor de inestabilidad. El movimiento estudiantil se salió de control: sus motivos origi-nales fueron callejeros, pero el exceso de respuesta autoritaria del Departamento del Distrito Federal —bajo la dirección del general Alfonso Corona del Rosal, quien aspiraba a ser sucesor de Díaz Ordaz— impidió una negociación. La cri-sis escaló la violencia hasta el colapso en Tlatelolco el 2 de octubre, todavía sin elementos suficientes para una conclu-sión analítica. El uso de la fuerza contra estudiantes rompió acuerdos de estabilidad. Y esa crisis llevó a reformas que de-bilitaron al sistema/régimen, abrieron espacios a la oposición radical, provocaron un relevo de clase política y llegaron has-ta la alternancia en el 2000.6. 1976: crisis del modelo de desarrollo. Como efecto de la crisis del 68 en su lectura de crisis social y de expectativas por la marginación derivada del modelo económico de de-sarrollo estabilizador —control de la inflación por el lado de la demanda—, el gobierno de Echeverría combatió la

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marginación social con programas asistencialistas cargados al presupuesto, aunque sin políticas fiscales agresivas de ingre-sos. A más gasto y menos ingresos, la inflación distorsionó la estabilidad económica. Y a ello se agregó el temor de los empresarios y sectores políticos de derecha a una radicaliza-ción socialista —imposible en la realidad, pero vigente en los miedos— y por tanto los llevó a una rebelión de inversio-nes. El resultado fue inflación alta y un déficit presupuestal de 8% que precipitaron la devaluación del peso, después de veintidós años de tipo de cambio fijo, libre y bajo. Echeverría no era socialista ni radical; usó el discurso crítico para recu-perar la legitimidad perdida por el régimen en Tlatelolco. Sin embargo, el PRI sirvió para el control de los sectores corporativos, pero no para construir una nueva legitimidad del régimen. En 1976 la estabilidad nacional se le quebró a Echeverría y entregó el poder en medio de rumores de golpe de Estado para mantenerlo en el poder más allá de su tiempo sexenal. La nueva fase del neopopulismo —gasto social sin apoyo en ingresos fiscales correlativos— prohijó el aterrizaje del neoliberalismo estabilizador.7. 1992: crisis de los equilibrios económico-políticos. El des-cubrimiento de enormes yacimientos petrolero y el ingreso de México a las ligas mayores de la exportación de crudo le dio al gobierno casi 45 mil millones de dólares que se in-virtieron en infraestructura petrolera, programas sociales, aumentos salariales y corrupción. La segunda fase populis-ta —sustituyendo ingresos fiscales por petrodólares y deuda externa— volvió a disparar el déficit presupuestal a tasas de 12% en 1981 y 1982, provocando una grave crisis inflacio-naria: 35% promedio anual, contra 2% en los gobiernos de López Mateos y Díaz Ordaz. La crisis financiera en 1982 por el desplome de los precios petroleros, la disminución en los ingresos y el vencimiento de deuda a corto plazo llevó a una especulación grave de tipo de cambio. La decisión de López Portillo fue la expropiación de la banca privada, rompiendo el acuerdo de economía mixta. La expropiación catapultó a los principales empresarios y sus cúpulas a pasar de sector leal e invisible del sistema político priísta a la oposición panista para definir el ciclo por la conquista del poder vía la alternan-cia. Fue la peor crisis del sistema porque perdió a su aliado corporativo fundamental.8. 1988: crisis de cohesión interna. En 1987 estalló una fuer-te disputa por el poder en el PRI, a propósito de la designa-ción del candidato presidencial para el periodo 1988-1994. La tradición le asignaba al presidente de la república —desde los tiempos de Díaz, según explicó Madero en su libro La sucesión presidencial en 1910— y todos los grupos de poder aceptaban esa decisión. Cuauhtémoc Cárdenas exigió un proceso abierto con voto de la militancia y creó la Corriente Democrática. La batalla se dio en febrero en la XII asamblea nacional del PRI, donde Cárdenas y seguidores encontraron las puertas cerradas. Esa asamblea incorporó como documen-to básico y plan de gobierno el Plan Nacional de Desarrollo de Salinas de Gortari y su grupo de tecnócratas. En octu-bre Salinas de Gortari fue nominado candidato y Cárdenas aceptó la candidatura del Partido Auténtico de la Revolución Mexicana, anterior aliado del PRI. El saldo no sólo fue la salida del PRI del hijo del general Cárdenas, sino que su can-didatura le dio —en cifras oficiales que nadie cree— el 31% de los votos y colocó a Salinas en la línea debajo de la ma-

yoría absoluta: 50.3%. Los priístas cardenistas consiguieron el registro como partido del Partido Comunista y fundaron el Partido de la Revolución Democrática para quedarse con el proyecto histórico social de desarrollo del PRI, porque el neoliberalismo salinista se olvidó de ese origen del PRI.9. 1994: crisis de legitimidad. Fortalecido el neoliberalismo de mercado como estrategia de desarrollo, disminuido el Es-tado a la administración del capitalismo de mercado y enfi-lado México en el tratado comercial con los Estados Unidos abriendo las fronteras comerciales, el sistema político recibió un torpedo debajo de su línea de flotación: el alzamiento guerrillero en Chiapas. El EZLN fue una guerrilla castrista, clasemediera, sesentayochoera. El primer efecto fue el apoyo social que impidió la respuesta represiva. Pero la guerrilla, que quería avanzar hacia el DF y derrocar al gobierno de Salinas, fue contenida por el ejército en su propia zona de influencia chiapaneca. Derrotada militarmente pero con un amplio apoyo popular, el líder guerrillero subcomandante in-surgente Marcos giró el contenido de su alzamiento hacia la agenda indígena. La protesta se desinfló y pasó a la negocia-ción institucional. La crisis de sistema/régimen se redujo a una crisis de gobernabilidad; demandas sociales mayores a las políticas públicas. La negociación de la paz regresó la ruptura violenta a una estabilidad precaria, pero demostró la fortaleza del sistema/régimen/Estado priísta. En las elecciones presi-denciales de 1994 el PRI ganó con el 48.7% de los votos, contra 26% del PAN y un magro 16.7% para Cárdenas como primer candidato presidencial perredista.10. 1997: crisis de hegemonía. Presionado por los resabios de la crisis del 68 y acorralado por la crisis electoral de 1988 y por la crisis rebelde de 1994, el sistema político priísta permitió una reforma electoral que le quitó al gobierno la organización de las elecciones. Si bien la Revolución Mexi-cana se alzó al grito de sufragio efectivo, el voto nunca fue respetado por el poder revolucionario-priísta. Sin el control oficial sobre comicios, el PRI perdió la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados y perdió el gobierno electo en el DF, la capital del poder. Asimismo, el presidente Zedillo tuvo que alejarse de la visibilidad como priísta, pero al costo de que la militancia del partido le pusiera candados a la candidatura presidencial exigiendo un cargo de elección popular. La ju-gada priísta fue triple: asumir el control del partido, evitar el dedazo presidencial en la designación directa desde Los Pinos del candidato y romper con el neoliberalismo que le había ido quitando votos al PRI y enfilándolos al neopopulista-neocardenista PRD.11. 2000: crisis de sistema. La pérdida de la mayoría absoluta en las votaciones para presidente y para congreso condujeron a la pérdida de la presidencia de la república, Zedillo prefirió la derrota de Francisco Labastida como candidato de un PRI populista que iba a regresar el neoliberalismo al populismo priísta. La victoria panista de Vicente Fox definió la alternan-cia partidista en la presidencia de la república, pero no ofre-ció una alternativa de proyecto de desarrollo: Fox y Calderón mantuvieron el rumbo neoliberal entregándole la Secretaría de Hacienda a personeros del neoliberalismo tecnocrático y pactando reformas con el PRI en el Congreso. En esos doce años se consolidó la figura opositora de Andrés Manuel Ló-pez Obrador como candidato perredista a la jefatura de go-bierno del DF en el 2000 y a la presidencia de la república en

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el 2006 y en el 2012 y ya con su partido Morena en el 2018. Del 2000 al 2017 el PRI siguió bajando en votaciones y en el 2018 apenas tiene, además de minoría en la presidencia y en las dos cámaras, catorce de las treinta y dos gubernaturas estatales.12. 2006: crisis de oportunidad. La pérdida de apoyo social del PAN y su gobierno con Fox fue una oportunidad para el PRI, pero el partido entró en una disputa por la candidatura presidencial: Roberto Madrazo usó la presidencia del comité ejecutivo nacional para amarrar esa candidatura presidencial para sí y la fractura del partido llevó a una votación de 22.2% en el 2006, quedando en el tercer sitio. Calderón y López Obrador tuvieron un empate técnico, aunque legalmente el medio punto porcentual le dio el poder al panista. El PRI y el sistema político priísta no le dio al escenario nacional una lectura estratégica. Calderón dividió al PAN en la nomina-ción del candidato presidencial panista y prefirió pactar con el candidato priísta Enrique Peña Nieto. Con los recursos presupuestales de la gubernatura del Estado de México, Peña construyó una imagen mediática que lo colocó siempre arri-ba de un López Obrador afectado por sus radicalismos irra-cionales —plantón en reforma y presidencia legítima— y lo-gró construir un liderazgo priísta por su formación política y sin condicionalidades de pensamiento económico neoliberal.13. 2012: crisis de la restauración. El fracaso del PAN en la presidencia, los radicalismos de López Obrador y el saldo ne-gativo en materia de seguridad le abrieron la oportunidad al PRI para regresar a Los Pinos. Sin embargo, Peña Nieto leyó mal el escenario: le dio prioridad a las reformas estructura-les que aumentaron el costo social de la modernización, per-dió el control de la seguridad con el caso de Ayotzinapa por malos manejos de gobierno y las revelaciones de corrupción con la Casa Blanca le redujeron las expectativas sociales. Las elecciones de gobernador con candidatos priístas sin com-promisos llevaron a casos escandalosos de corrupción. La po-sibilidad de la restauración priísta se topó con una sociedad activa en las redes sociales sin controles y la crisis de expec-tativas colocó a López Obrador en la punta de los escenarios electorales presidenciales. El tamaño de los errores priístas se puede medir con el hecho de que el electorado le perdonó a López Obrador sus radicalismos rupturistas y sus populismos del pasado, porque el tabasqueño logró encarrilar a su favor todo el repudio a la marca PRI y a la figura de Peña Nieto.14. 2017: crisis de la república priísta. En las elecciones de gobernador el PRI perdió siete de las doce en disputa y ape-nas pudo alzarse con la victoria en cinco. El problema radicó en el manejo de candidaturas y campañas desde Los Pinos, sin dejarle al experimentado presidente priísta Manlio Fabio Beltrones la oportunidad de reconstruir la política electoral del partido. En el 2017 el PRI movilizó todo el aparato de poder del gobierno y del Estado y el PRI apenas pudo mante-ner la gubernatura en el Estado de México, pero dejando un partido quebrado: el PRI perdió un millón de votos respecto a 2011 y su votación en solitario —sin los del Verde y otros aliados— fue de 29.8% contra 30.8% de la candidata de Mo-rena. Si en votación presidencial y en votación legislativa el PRI ya no ha tenido mayoría absoluta, a nivel de gobernado-res apenas mantiene ante el 2018 catorce de las 32, el 43.7%. La república priísta no sólo perdió espacios estatales, sino que en varios de ellos el PRI carece de competitividad elec-

toral. Pero el subsistema nervioso del sistema político priísta era la circulación del poder a nivel federal. Y el PRI perdió en 1997 el gobierno de Ciudad de México, la capital de la república y no hay indicios de que pueda recuperarla alguna vez, porque Morena ha ido desplazando al PRD.15. 2018: crisis terminal. En la alternancia del 2000, el PAN no pudo sustituir al PRI como eje del sistema político priísta. Y el PAN pudo mantener el poder en el 2012 porque fue la única posibilidad de evitar la victoria de López Obrador. En cinco años, López Obrador ha construido a Morena como un partido de alternativa, no nada más de alternancia. La can-didatura priísta de un no-priísta terminó por reventar al PRI desde dentro e imposibilitará —en caso de una victoria del candidato Meade— la funcionalidad de la relación de poder presidente de la república-PRI. En cambio, López Obrador, al final de cuentas un activo del viejo sistema político priísta, ha sabido entender que la capacidad de gestión de la presi-dencia de la república —en caso de ganar— dependerá de te-ner un partido político propio y subordinado, reproduciendo el modelo PRI, lo que el PAN nunca supo prever ni instru-mentar. Si pierde las elecciones, el PRI queda al garete, sin mando, reventado en sus grupos de poder y sin liderazgo. Los peñistas en el congreso no tendrán capacidad para mantener-lo a flote por la razón de que la mayoría llegaron directo a las candidaturas legislativas y sin representar a grupos priístas. De perder las elecciones presidenciales, ha dicho el exgober-nador oaxaqueño Ulises Ruiz Ortiz, la militancia se quedará con un cadáver de partido. La clave de la crisis terminal del PRI radica en que López Obrador y su Morena legislativo no necesitarán al PRI para gobernar.

6.- Las razones del fracaso sistémico del PAN 2000-2012

El tiempo histórico 1910-1938 fue una verdadera montaña rusa para todos los que participaban en la construcción de las institu-ciones del México posrevolucionario. La Constitución de 1917 había señalado el fin de la guerra civil y del proceso de distribu-ción del poder político, económico y social. La disputa entre las élites, el agotamiento del discurso revolucionario y la correlación de fuerzas sociales, políticas y productivas de las primeras insti-tuciones decantaron las tendencias políticas, sociales, culturales, ideológicas intelectuales e históricas.

En casi treinta años el país atravesó la vorágine de una tol-vanera de vientos y arena. El punto culminante de la Revolu-ción fue la transformación del Partido Nacional Revolucionario —creado para administrar el reparto pacífico del poder— en el Partido de la Revolución Mexicana como el mecanismo de ejercicio del poder y como la caja negra de la negociación de demandas y políticas públicas. La radicalización cardenista ha-bía provocado la redefinición de ideas, proyectos y lealtades. Pero la nueva fase de la Revolución se encontró ya sin revolu-cionarios y con mecanismos de neutralización de polarizacio-nes. El avance cardenista constó del exilio de Elías Calles, la expropiación petrolera y la refundación del PNR como PRM. La sucesión presidencial de Cárdenas optó por una solución conservadora en la figura de Manuel Ávila Camacho, el último

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presidente-general-revolucionario.En la cresta de las contradicciones ideológicas y de clase y

de la polarización proletariado-burguesía, el banquero privado, funcionario fundador de instituciones financieras del Estado y político ajeno a la corrupción Manuel Gómez Morin decidió fundar en 1939 el Partido de Acción Nacional —luego Partido Acción Nacional, PAN— como un contrapeso al PRM. Pero por el pensamiento político e institucional de Gómez Morin, el PAN nació de una costilla —la del Estado— del sistema político ins-titucionalizado. Su tesis central fue reencauzar las desviaciones morales, ideológicas, sociales y políticas de los revolucionarios que se habían convertido ya en una casta ajena a los ideales ma-deristas del movimiento social de 1910.

El PAN fue ideado en 1928 por el repudio al fraude electo-ral contra José Vasconcelos como candidato independiente a la presidencia y el ánimo despertó entre los jóvenes idealistas de la primera generación de la Revolución Mexicana. El PAN se movió en su origen en el dilema planteado en 1939 por Vascon-celos en una carta a Gómez Morín: un partido para la presencia ideológica y moral o un partido para la contienda electoral. En 1940, para enfrentar la sucesión de Cárdenas, el PAN no presen-tó candidato y decidió apoyar al general Juan Andreu Almazán, de no buena calidad ética, En su carta al PAN, Vasconcelos fue dialéctico:

La honra no está en preferir poca ignominia a mucha ignomi-nia, sino que rechazar entera la ignominia.

La sugerencia de Vasconcelos fue que el PAN se abstuviera de participar en la contienda electoral. A nivel legislativo, el Partido ganó en 1946 su primera curul distrital, participó con candi-dato propio hasta las elecciones presidenciales de 1952 y ganó la presidencia de la república en el 2000. En este itinerario de contradicciones entre la presencia moral y el ejercicio brutal del poder con sus exigencias no-éticas.

La lucha por las posibilidades electorales de acceder al poder marcó las fases de participación política del PAN:

—1939-1972: liderazgo de panistas históricos.—1972-1987: transición entre el PAN ético y el PAN del

poder.—1987-1996: irrupción en el PAN de los empresarios neo-

panistas.—1996-2018: el PAN en el poder.

Los elementos que motivaron el salto cualitativo del PAN estuvieron determinados por tres hechos: el populismo Echeve-rría-López Portillo 1970-1982, la expropiación de la banca en 1982 como ruptura del pacto de economía mixta y el avance del Estado en el territorio financiero privado, la decisión del PAN en 1982 de pasar de oposición leal a oposición en lucha por la alternancia, la alianza embajada de los Estados Unidos-PAN-empresarios-iglesia católica conservadora en 1985 por el avance electoral del PAN en municipios del norte y la elección a gober-nador en Chihuahua que obligó al PRI a un fraude escandaloso para evitar la entrega del cargo al PAN y el modelo económico conservador de De la Madrid-Salinas de Gortari a partir de 1983 con base en el programa económico del PAN de menos Estado y más mercado.

La cercanía al poder y la posibilidad de alcanzar la presiden-

cia de la república llevaron al PAN a decantarse hacia la dere-cha católica, empresarial y pro estadunidense. A nivel interno, declinó el idealismo y abrió espacios al pragmatismo, ganando espacios en el poder pero perdiendo compromisos originales. La gran oportunidad del PAN llegó en el 2000: la crisis del neoli-beralismo salinista, el alzamiento zapatista y el caos sistémico de 1994, la devaluación de diciembre de 1994 que provocó ajustas inimaginables en tasas de interés en 1995, la ruptura Salinas-Zedillo que llevó a la cárcel a Raúl Salinas de Gortari y la necesi-dad de pactar un programa de ajuste con el Congreso llevaron a Zedillo a una reforma del poder que se concretó en una decisión histórica: sacar del control del gobierno a los organismos electo-rales, lo que llevó a la demanda de sufragio efectivo que exigió Madero en 1908.

El PAN llegó a la presidencia ondeando la bandera de la tran-sición, pero confundió transición con relevo en la élite. En los doce años en la presidencia, las reformas políticas del PAN no modificaron la estructura de funcionamiento del sistema político priísta, si acaso algunas hicieron más fluido el proceso electoral y no pudo negociar con el PRI las modificaciones de carácter sistémico. En el fondo, el PAN quedó atrapado en el hecho de que el PRI de Salinas y su modelo neoliberal le había arrebatado las banderas al neopanismo.

Fox y Calderón cogobernaron con el PRI en el Congreso, mientras el PRD y López Obrador buscaban sustituir al PRI en los espacios sociales de programas asistencialistas. En el DF-Ciu-dad de México, el PRD y López Obrador fueron sacando de las estructuras de poder al PRI y creando su propio sistema como caja negra administrada por gobernantes perredistas y lopezobra-doristas. El PAN en la presidencia, en cambio, no le otorgó prio-ridad al modelo de caja negra y dejó que el PRI la administrara.

El PAN tuvo la visión de entender el modelo sistémico del PRI, pues al PAN se le debe la caracterización del PRI como PRI-gobierno. Pero al PAN le faltaron los politólogos sistémi-cos —los tuvo, pero sin influencia en el diseño de la presidencia panista de la república— que configurarán una transición de sis-tema. La dificultad para construir un nuevo sistema fue obviada por el PRD y López Obrador: como los sistemas nuevos se fun-dan de sacudimientos revolucionarios y construcciones estructu-rales de poder, los perredistas aprovecharon el hecho de que se habían forjado en el PRI para establecer la meta de sustituir o suplir al PRI en el mismo sistema político, solo que en espacios locales ya sistemas perredistas o sistemas lopezobradoristas.

En este contexto, el problema del PAN radicó en su per-cepción de no necesitar posicionarse de la caja negra sistémica del PRI, sino en dejar que el PRI regenteara esa función para beneficio del PAN. En este sentido, la meta de una alternativa en proyecto de nación con el PAN en la presidencia ni siquiera se evaluó; y lo más grave fue el hecho de que tampoco logró esta-blecer una alternancia de partido; a lo más que llegó el PAN fue a un relevo de ciertas élites en oficinas de gobierno.

La superficialidad en el ejercicio de la política presidencial del PAN hizo crisis en las dos sucesiones presidenciales: Felipe Calderón le arrebató a Fox la candidatura, porque Fox no supo/no pudo construir una autoridad presidencial en torno a la fa-cultad política de todo presidente de la república en la era priísta de imponer a su sucesor; y a Calderón le quitaron también la oportunidad de designar sucesor cuando Josefina Vázquez Mota llevó la nominación a votación panista.

La crisis del sistema político con el PAN fue doble: no supo

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administrar el funcionamiento de la caja negra y los presidentes Fox y Calderón carecieron de instrumentos políticos para desig-nar a su sucesor.

7.- 2018: las dos crisis terminales del sistema político priísta

La crisis del PRI fue larga, tediosa, casi en silencio político, pero terminal. Comenzó en 1968 cuando el PRI no supo dar respues-tas políticas a las exigencias política de estudiantes y sociedad. Como en Francia, la estructura del partido en el poder se movió a favor del gobierno: la continuidad del establishment. Y a pesar de que el PRI se confió en su capacidad de control de las estruc-turas sociales y de poder y absorbió las movilizaciones en contra, de todos modos ese mismo sistema comenzó a abrirse por ne-cesidad de sobrevivencia: el presidente Luis Echeverría Álvarez, secretario de Gobernación en el año de 1968 y co-operador de la respuesta política autoritaria del Estado a las demandas estudian-tiles, obtuvo la candidatura presidencial priísta en 1969 y ganó las elecciones presidenciales en 1970 con el 83% de los votos.

El ritmo estabilizador de la política se había roto en 1968 por el tamaño de la contención de las protestas. Echeverría abrió la crítica, profundizó la vertiente populista de la política social con gasto inflacionario, movió el discurso de la política exterior hacia China, el Movimiento de los No Alienados, Cuba y Chile socialista, pero rompiendo los acuerdos con los grupos sociales polarizantes. Hacia finales de su sexenio riñó con el sector priva-do financiero elevando las tensiones dentro del sistema.

Pero la decisión que inició la debacle en cámara lenta del sistema priísta fue la nominación de su sucesor: el ritmo insti-tucional señalaba al secretario de Gobernación, Mario Moya Pa-lencia, como su heredero escalafonario, toda vez que esa posición administraba la política como el cruce de todos los caminos del sistema en la estructura presidencialista y como el funcionario encargado de la funcionalidad de la relación PRI-ejecutivo: el sistema se manejaba, operativamente, desde Gobernación.

Echeverría optó por José López Portillo como el candidato presidencial del PRI en 1975, un funcionario sin grupo político, ajeno a las redes de poder del PRI, amigo personal de la infancia de Echeverría, abogado, profesor universitario de teoría del Es-tado, funcionario medio-bajo del gobierno de Díaz Ordaz donde había sido acusado de malversación de fondos. En el gobierno de Echeverría tuvo un ascenso rápido: subsecretario de Patrimonio Nacional, director de la Comisión Federal de Electricidad y a mediados de 1973 secretario de Hacienda en pleno estallamiento de la crisis que duraría hasta la devaluación del peso en agosto de 1976.

La nominación de López Portillo fue el inició del ciclo tecno-crático en el poder presidencial y la marginación de los políticos; aunque salido de familia política, López Portillo fue el brevísi-mo ciclo de administradores eficientistas entre los políticos y los economistas. Por ello fue que en 1981 López Portillo designó como candidato del PRI a la presidencia a Miguel de la Madrid Hurtado, un abogado constitucionalista experto en finanzas pú-blicas, quien había llegado en 1979 a la titularidad de la Secreta-ría de Programación y Presupuesto acompañado por su grupo de jóvenes economistas que sería el nuevo núcleo de funcionarios

y políticos: Carlos Salinas de Gortari, Manuel Camacho Solís, Rogelio Montemayor Seguy y Joseph-Marie Córdoba Montoya. A pesar de que Salinas y Camacho eran considerados nietos de la Revolución Mexicana porque sus respectivos padres habían sido funcionarios de gobierno de la segunda generación de la Revolución, su preparación técnica se había hecho en centros universitarios privados y estadounidenses.

El PRI entró en la dinámica tecnocrática en 1977, no sólo con la nueva generación de funcionarios sino con la reforma po-lítica que legalizó al Partido Comunista Mexicano y lo llevó al congreso. De golpe, el PRI entró en la competitividad políti-ca e ideológica. Salinas y Camacho redactaron en 1979 el Plan Global de Desarrollo 1980-1982, que fue el centro ideológico, político e histórico del nuevo discurso del sistema: el agotamien-to del compromiso político de la burocracia con la Revolución Mexicana, la incorporación de México a la dinámica del nuevo capitalismo comandado por el Fondo Monetario Internacional y el agotamiento del perfil del Estado social para construir un Estado ajeno a los compromisos sociales.

La transición del PRI de partido dominante-hegemónico-de clases-corporativo a un partido en competencia con una oposición incipiente fue posible por la desarticulación de las estructuras de dominación del sistema: la separación orgánica —aunque siguió autoritaria— entre la élite gobernante y las masas del PRI, la creación de instancias autónomas políticas, la disminución del dominio del PRI de 95% a 70% en elección presidencial, la pérdida de la mayoría calificada en el congreso —60% o menos de la bancada necesaria de 67% para modificar la Constitución por sí mismo— y la apertura crítica en los me-dios de comunicación.

Esa transición se completó en 1987 cuando el PRI de De la Madrid y Salinas cerró los espacios de consenso e impuso la línea tecnocrática, provocando la salida del partido de Cuau-htémoc Cárdenas y otras figuras del priísmo histórico. El golpe fue fuerte: el PRI ganó la presidencia en 1988 con el 50.3% de los votos, menos de la mayoría absoluta, pero depuró sus lide-razgos permitiendo la salida de los diferentes grupos populistas. Sin equilibrios ideológicos, el PRI se convirtió en el aparato de control político de las corporaciones, disminuyó la presencia del discurso histórico de las Revolución Mexicana hasta que lo borró formalmente en 1992 y quedó en un partido de apoyo al proyec-to económico neoliberal de capitalismo de mercado.

Entre 1987 y 1992 el PRI perdió su fuerza, legitimidad e ideología y quedó en una mera estructura de control del poder y en 1992 Salinas de Gortari anunció la desaparición del concep-to de Revolución Mexicana de los documentos y discursos del PRI y su sustitución por el gelatinoso concepto de “liberalismo social”. La relación PRI-Estrado cambió; de un lado, el PRI fue sometido a una operación de lobotomía ideológica para borrarle su pasado revolucionario. Las medidas neoliberales anticrisis pa-saban por el tránsito del Estado revolucionario a un Estado sin compromisos sociales. La función del Estado priísta ya no fue la del bienestar social, sino la del equilibrio macroeconómico; de 1992 al 2018, pasando por dos sexenios panistas con conti-nuidad neoliberal, la prioridad del Estado ya no fue social sino económica: PIB promedio anual de 2.,2% en el periodo 1983-2018, control de la inflación por el lado de los salarios y atención sólo a los más pobres.

Ahí, en ese momento histórico, el PRI dio su primer paso hacia su crisis terminal.

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Como punto culminante del proceso, en noviembre de 2017 el PRI nominó como su candidato presidencial a José Antonio Meade Kuribreña, un burócrata que laboró lo mismo para el PAN que para el PRI, y cuya principal característica fue la de no ser militante del PRI; en agosto, el PRI había modificado sus estatutos en su XX asamblea nacional para permitir candidaturas de no militantes. Meade había sido dos veces secretario del gabi-nete del presidente panista de la república con Felipe Calderón Hinojosa y dos veces secretario del gabinete presidencial de Peña Nieto. A pesar de que tuvo oportunidades de afiliarse al PRI du-rante el proceso de definición del candidato a lo largo de 2017, Meade no lo hizo.

Como candidato sin militancia en el PRI, Meade rompió con la condición priísta de los candidatos presidenciales. El PRI, con el pretexto de que la marca estaba bastante deteriorada, presenta-ba a un candidato no priísta. Sólo que el PRI no era una agencia de colocaciones y un candidato no priísta generó la dispersión de militantes. Y de ganar Meade las elecciones, el circuito de poder Los Pinos-PRI estaría roto.

8.- Morena, placebo de sistema político priísta

López Obrador y su estructura de poder han dejado la creencia de que su objetivo será sólo el de ir sustituyendo las estructu-ras del PRI. Por su pasado priísta y populista-cardenista, López Obrador en realidad no busca la transición ni ofrece una alter-nativa; su propuesta ni siquiera es de alternancia: se trata de una mera sustitución de un grupo por otro, dejando intacta la con-figuración del sistema político priísta. Inclusive, en sus confron-taciones en campaña con sectores básicos del sistema —aliados desde fuera— López Obrador nunca ha pensado en sustituir el Estado neoliberal por un Estado populista; su meta es más senci-lla pero clara: rehacer el papel dominante del Estado, en condi-ción de hegemonía al estilo Gramsci —una coalición de grupos sociales— y reasumir el mandato constitucional de “rector” del desarrollo. La intención de López Obrador es la de reconstruir el papel del Estado en la dirección política y económica de la república.

La clave más importante de la elección presidencial radica en la comprensión de sus alcances. Cuando el PAN ganó la presi-dencia en el 2000 y en el 2006, en realidad se dio un relevo de élites, no una alternancia partidista ni menos aún una alternati-va de proyectos: por falta de un plan panista de reorganización del sistema político/régimen de gobierno/Estado constitucional, el PAN se concretó sólo a la administración del cargo en tres tiempos: acordó con el PRI como primera minoría en el Con-greso una agenda de reformas de funcionalidad del desarrollo, los secretarios de Hacienda como jefes del proyecto neoliberal de crecimiento salieron del Banco de México como Xanadú del pensamiento priísta neoliberal —Francisco Gil Díaz con Vicente Fox y Agustín Carstens con Calderón— y mantenimiento del sistema/régimen/Estado priísta.

En este sentido, los gobiernos panistas fueron superficiales, no alternativos.

López Obrador ha ofrecido una imagen paradójica: sus ideas,

propuestas, estructuras y aliados son un desprendimiento del sis-tema/régimen/Estado priísta, pero su objetivo de fondo radica en una reorganización de estructuras priístas sin el PRI. Ningu-no de los pronunciamientos de López Obrador —aún los más radicales— ha implicado alguna reformulación audaz del viejo régimen priísta 1929-2018; la propuesta ha sido la de recons-truir el sistema político sobre las bases de las alianzas de López Obrador. Es decir, la intención de López Obrador es la de re-fundar el sistema priísta sobre las bases partidistas de Morena, tratando de usar la estrategia de Cárdenas: liquidó el cacicazgo de Plutarco Elías Calles en 1936, sometió a los empresarios na-cionales y extranjeros en 1936 y 1939 a la autoridad del Estado, le dio al Estado el recurso energético como instrumento clave del desarrollo —el petróleo es la sangre del capitalismo— y cerró el candado con la transformación del Partido Nacional Revolu-cionario de liderazgos militares en el Partido de la Revolución Mexicana de corporaciones clave del modo de producción capi-talista —proletariado y burguesía—.

La clave del éxito del PRI en el poder desde 1929 fue la con-figuración de un sistema político, es decir, una estructura de poder. El sistema político priísta se sostiene sobre seis pilares: presidente de la república, PRI, Estado de bienestar, acuerdo con sectores sistémicos fuera del sistema, la educación y la cultura como eje reproductor de la ideología y la cohesión Constitucio-nal. De los seis pilares, el más importante es el PRI, no el presi-dente de la república. Los presidentes son sexenales, cambiar no sólo de persona sino de grupo dominante; por tanto, lo único constante es el PRI., Y el PRI no es sólo el partido que canaliza la lucha por cargos públicos —electos o designados—, sino que opera como el espacio físico-político para las disputas y distribu-ciones del poder.

El PRI podría ser la institución que probara la tesis de David Easton en 1953 de la primera teoría formal del sistema político. Hasta mediados del siglo pasado, el concepto de sistema político se asumía —o confundía— con el de forma de gobierno. Easton organizó una explicación teórica al analizar la política desde el punto de vista de un sistema estructurado, inclusive al margen de la forma de gobierno: el aparato de la estabilidad de la polí-tica. Y razonó que la estabilidad era producto de acuerdos para la distribución de los beneficios del poder. De ahí nació su de-finición de sistema: interacciones para la asignación autoritaria de valores y beneficios. Dentro de un espacio físico, una fuerza superior distribuía valores y beneficios no para beneficiar a un grupo sobre otro sino para buscar la estabilidad en función de un reparto equitativo. Al espacio de las interacciones le llamó Estado “la caja negra”.

Cada experiencia de sistema político ha obtenido su propia caja negra para asignar la distribución de valores y beneficios. En México, sin que los generales políticos y ni siquiera los primeros políticos civiles lo supusieran así, el PRI se convirtió en la caja negra que imaginó Easton: de un lado entraban las demandas, dentro del PRI-caja negra se distribuían los beneficios y salían como políticas públicas garantes de la estabilidad en tanto las asignaciones fueran negociadas con equidad. La sabiduría de los fundadores y reformadores del PNR-PRM-PRI radicó en crear como estructura decisiva a los garantes del modo de producción capitalista: proletariado y burguesía, obreros y empresarios. El Presidente la república controlaba al PRI por el poder de la institución y por ello el PRI asumió la condición de partido-sistema, la caja negra de distribución de beneficios y poderes.

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Y la clave la dio Cárdenas al organizar a los trabajadores como clase-masa dentro del PRI y usarlos como contrapunto en las ne-gociaciones con la burguesía productiva; Alemán y Díaz Ordaz dieron el paso siguiente: no controlar como PRI a la burguesía, sino darle un espacio dentro del partido. Así, el partido-sistema tuvo en su seno la lucha de clases, sólo que administrada por la élite gobernante con la distribución más o menos equitativa de beneficios —relaciones utilidad-salario—, con el factor estabili-zador de la política social del Estado que completaba el bienestar de los trabajadores con programas asistencialistas y de protec-ción del bienestar de las mayorías.

El partido-sistema funcionó hasta 1982; el nuevo grupo tec-nocrático neoliberal arribó al poder en 1983, recortó el gasto social para estabilizar la inflación, rompió la relación Estado-bienestar social y redujo al PRI a un mero aparato de control del poder sin funciones redistribuidoras. El PRI como caja negra disminuyó su efectividad en el control social, lo que se reflejó en un aumento permanente de movilizaciones sociales fuera del PRI y en acción directa de lucha por beneficios sin la función distributiva del partido. Los grupos sociales se fueron saliendo del PRI, con el caso simbólico del PRD como el partido del priísmo cardenista y Morena como desprendimiento del PRD peleando el mismo espacio de priísmo cardenista. El dato más importante es que el PRI abandonó su función de partido-sis-tema-caja negra y la política quedó al garete en la asignación de valores y beneficios.

López Obrador tiene el diseño de una reconstrucción del sis-tema político como caja negra, con Morena como la pieza fun-cionalista o el engrane principal de la maquinaria del poder. Por tanto, la propuesta central de López Obrador es la de reconstruir una nueva fase del sistema político priísta, sólo que ahora con Morena como el pivote.

Sin embargo, la tarea se presenta imposible porque el sistema político priísta funcionaba porque el PRI —como PRI, con su historia y transformaciones— había sido construido como caja negra específicamente para cumplir el área de sistema de enten-dimiento. Morena, en cambio, carece de una estructuración tipo PRI. Los problemas que tiene Morena para ser el partido-sistema que fue el PRI son los siguientes:

1.- Morena es un movimiento, no un partido. Su estructura interna no reproduce el modo de producción capitalista —bur-guesía-proletariado— que determina la estabilidad social y polí-tica de un régimen. El genio político de Cárdenas logró organi-zar a obreros y empresarios como masa, no como clase, y tenerlos en el PRI para reducir la lucha de clases a un entendimiento en la distribución de valores y beneficios. Al atenuar la lucha de clases dentro de la caja negra, la estabilidad del régimen estaba garantizada por el presidente de la república y el PRI. Sin More-na como caja negra ni la lucha de clases administrada en ese m movimiento, el sistema carecerá de estabilizadores. Las veces que obreros y empresarios sacaron sus luchas del PRI el país entró en la inestabilidad de la crisis.

2.- La fuerza del presidente de la república como pilar de poder del sistema político no dependía de sus facultades o del monopolio de la fuerza o de la represión, sino del control social, político y económico del PRI donde se insertaba la lucha de clases controlada. El modelo de desarrollo neoliberal —control macroeconómico estabilizador— sacrificó control de clases en aras de las cifras de inflación y los hilos de la estabilidad social y política no sólo se aflojaron, sino que se rompieron. Sin una

cadena de mando político presidente-partido y sin un partido del presidente como primera e inobjetable primera fuerza polí-tica por sí misma —más del 40% de curules en ambas cámaras, sin alianzas—, el sistema no funcionará por defecto del partido como partido de control de clases y como instrumento redistri-buidor de valores y beneficios.

3.- Morena no será un sustituto del PRI; es decir, no será un partido-sistema. Morena, en las reglas de la ciencia política, no es un partido sino un movimiento de grupos desorganizados que son beneficiarios de los programas asistencialistas. Como partido de grupos lumpen (capítulo VII de El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, de Karl Marx), los grupos desclasados son multitud, pero no clase, llenan plazas pero no doblegan a la burguesía, gri-tan mucho y toman tribunas legislativas pero no articulan los tres subsistemas políticos: el sanguíneo, el nervioso y el óseo. Para ser un partido-sistema, Morena necesitaría la mayoría de los gobier-nos estatales, la mayoría de los congresos locales y la mayoría en los asientos en los organismos autónomos, tener organizada a la clase obrera y establecer relaciones de dominación política de los grupos empresariales como sector y como empresas y sobre todo controlar la administración de las relaciones de producción con autoridad y autoritarismo. Sin ese control de estructuras de poder, Morena será sólo un partido-escoba o partido-Babel por la multiplicidad de grupos e intereses individuales en su seno. Y con un partido así, el presidente de la república no podrá admi-nistrar el sistema; peor aún, con un partido así simplemente no habría sistema político.

4.- Morena no es un partido político formal y como movi-miento es una organización de caudillo. López Obrador es el eje-pivote del partido. En la campaña se vio que Morena sólo jalaba militantes y votos por el liderazgo personal de López Obrador; pero ya en la presidencia, López Obrador no podrá ejercer ese liderazgo porque existe un sistema de partidos que ya no podrá funcionar con favoritismos a uno sólo como en el largo periodo 1929-1978. La imposibilidad de funcionar como partido-go-bierno o partido-Estado limitará el funcionamiento del sistema político. Aún usando las mañas del PRI para disfrazas dedazos en la designación de gobernadores, alcaldes, senadores y diputados, López Obrador no podrá utilizar el poder presidencial para con-solidar la fuerza de Morena. Y sin una red estatal y municipal, el partido-sistema con Morena será insuficiente.

5.- Una de las claves funcionales del sistema presidente de la república-PRI radicó en el ejercicio de la facultad pragmática y de poder del presidente de la república de designar directamente a su sucesor en el cargo presidencial. El poder se ejercía a partir del voluntarismo presidencial en una estructura electoral contro-lada por el presidente para garantizar la victoria: la mera nomi-nación del precandidato priísta era la elección. A partir de 1988 el nivel de competitividad en elecciones presidenciales ha subido al grado de haber existido dos alternancias: de PRI a PAN, de PAN a PRI y ahora la posibilidad de PRI a Morena. Sin la ga-rantía del triunfo por la disminución en el control presidencial de las estructuras electores le disminuye el poder al presidente de la república. Y a nivel de caudillismo, López Obrador es todo Morena y sin él en la continuidad de poder por la no reelección su fuerza podría diluirse ya no en un sexenio sino después de las elecciones intermedias en el 2021. El problema de los caudillos radica en que el liderazgo se consume con el jefe, como lo prueba Venezuela al desaparecer el líder Hugo Chávez.

6.- Los ciclos de desarrollo mexicano han agotado sus posibi-

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lidades en sí mismos: el largo periodo populista 1924-1982 y el periodo neoliberal 1983-2018. Cada uno construyó sus reglas, sus funcionalidades sistémicas, sus posibilidades reales. Y cada uno terminó su tiempo histórico agotando sus posibilidades: el populismo construyó una base de desarrollo, pero concluyó con una economía reventada por la inflación, el gasto desordenado y el Estado intervencionista ineficaz; el neoliberalismo comenzó poniendo orden en la economía, pero terminó con Estado social, sin estructura de administración de las demandas y con más de la mitad de los mexicanos en situaciones de crisis social. El popu-lismo de López Obrador es una mezcla de objetivos sociales del populismo y la crisis de pobreza del segundo. Ello quiere decir que la propuesta de López Obrador no le alcanzará para regresar al nivel de vida de 1970, su costo será un desorden financiero de 1982 y arrastrará el mantenimiento de la crisis social de 2018.

En este escenario de imposibilidad de reproducir el sistema político priísta con el caudillismo personal de López Obrador y Morena como partido-Babel, la administración del sistema como equilibrio de demandas-satisfactores estallará desde el día siguiente de la victoria electoral. Morena carece de mecanismos de contención, mediación y liderazgos institucionales y los dife-rentes movimientos sociales no tienen tiempo para negociar sus demandas. Como movimiento, estas organizaciones populares se construyen en función de demandas cuantitativas de corto plazo.

A ello hay que agregar la configuración de los aparatos políti-cos, de gobierno y de Estado, ahora dominados por la burocracia acostumbrada a los beneficios al estilo PRI y cuya configura-ción responde a un precario e ineficiente servicio civil de carre-ra. Por desidia, por incapacidad de control y por corrupciones de las organizaciones sindicales de trabajadores del gobierno, se fue configurando un Estado burocrático fuera del control presi-dencial. La corrupción gubernamental más importante —la del funcionamiento día a día del gobierno y de sus tareas de obra— es producto de un Estado burocrático o de una burocracia que controla para sí mismo el funcionamiento del Estado, desde el agente de tránsito de la esquina hasta el responsable de otorgar obra concesionada o dar los permisos cotidianos o aliviar los pro-cedimientos en las oficinas públicas.

La clave de la viabilidad del gobierno de López Obrador es-tará en tres variables:

1.- La ausencia de un partido-sistema.2.- El agotamiento de su caudillismo personal.3.- Las restricciones del presupuesto.

De ahí que el gobierno de López Obrador se vaya a mover dentro de las coordenadas de la peor de las crisis que pudiera existir: la crisis de expectativas.

9.- Hora cumplida

El sistema político priísta llegará a su fin histórico con las elec-ciones del primero de julio de 2018.

Gane quien gane no podrá gobernar como antes.Y ni el PRI, ni el PAN, ni el PRD, ni Morena hicieron un

diagnóstico de la crisis para ofertar una transición. La que más se acercó a la realidad de la crisis fue la coalición PAN-PRD con

su propuesta de cambio de régimen y de gobierno de coalición, pero sin un diagnóstico de la crisis y sin ofertar la construcción de nuevos partidos y nuevas formas de asociación y en busca sólo de espacio para la gobernación del poder.

Si gana el PRI, su minoría no le permitirá reconstruir el sistema.

Si gana el PAN, carece de una propuesta de sistema.Si gana Morena, el caudillismo personal se agotará por la

crisis de expectativas.El que gane, de todos modos, tendrá que gobernar en medio

de una sociedad fuera de los mecanismos de participación del inservible sistema político priísta.

En su texto de junio de 1985 en la revista Vuelta, Octavio Paz hizo uno de los mejores análisis sistémicos del sistema político mexicano —valga la redundancia— y, en resumen, enlistó los tres beneficios: estabilidad a la república, eludió el terror ideo-lógico y fue el gran canal de movilidad social. Pero a renglón seguido enumeró las tres herencias negativas: inmovilizó la vida política, no ha vacilado en usar la fuerza y la represión para man-tener el poder y ha sido determinante en la corrupción. Luego pasó revista a los principales problemas: aumento de la pobla-ción, fracaso de la agricultura, escasa productividad, ruina del sistema educativo

Frente a esas contradicciones de avances-retrocesos, Paz pre-sentó el camino: la democracia como método para discutir las crisis y buscarles soluciones. “Hasta hace algunos años creía, como tantos, que el remedio era la reforma interna del PRI. Hoy no es suficiente. Lo intentó Madrazo, y después, con mayor rea-lismo e inteligencia, Reyes Heroles. Pero la opinión pide más. Pide una democracia sin adjetivos, como ha dicho Enrique Krau-ze. En cuanto al PRI: ojalá que retome en su totalidad, es decir, sin olvidar al demócrata Madero, su herencia como partido de la Revolución Mexicana”.

Al PRI le había llegado su hora cumplida. La referencia de Paz al texto de Krauze tenía mucho de fondo: un año antes, el texto de Krauze había sacudido al PRI: pedía, simple, una democracia sin adjetivos y para ello proponía el camino de la transición española 1975-1978. La respuesta del sistema priísta fue de resistencia; paradójicamente la élite gobernante elogiada por Paz en Hora cumplida que estaba tratando de modernizar la gestión del gobierno en los hechos se resistía a democratizar. La respuesta más directa al ensayo de Krauze fue de Manuel Ca-macho Solís, entonces secretario de Desarrollo Urbano y pieza clave del grupo político de Carlos Salinas de Gortari, secretario de Programación y en 1984 principal estratega de la propuesta del presidente Miguel de la Madrid: atender la democracia sin adjetivos sería la entrega del poder a otro grupo ajeno al de la Revolución Mexicana. Pero en el fondo el grupo ajeno a la Revo-lución era el de De la Madrid, Salinas y Camacho.

La propuesta de Paz era sencilla: la democracia por el camino de la pluralidad, pero sobre todo “compartir el poder con los otros partidos y grupos”. En 1984 el gobierno de De la Madrid había dado la orden de respetar el voto en los procesos electorales y el PAN había conquistado alcaldías en la zona norte de la repú-blica. Entre la crisis heredada del gobierno de López Portillo y el colapso de 1982, el programa de ajuste drástico para controlar la inflación con la caída del PIB a 4.2% en 1983 y el relevo en las élites priístas por políticos tecnócratas, las elecciones federales de 1985 fueron un ligero aviso: 60% de votos y el 72% de la Cáma-ra de Diputados. Hacia 1988 el PRI de De la Madrid y Salinas

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habría de cargar con la salida del partido de Cuauhtémoc Cár-denas Solórzano y las élites del grupo Corriente Democrática: el PRI cayó en votación presidencial a 50%, la de diputados se des-plomó a 52% y por primera vez el tricolor perdía 4 senadurías.

10.- La alternancia que no será

La crisis terminal del sistema político se va a localizar en el hecho de que Morena no es —ni será— un PRI como partido-sistema. En las dos presidencias del PAN (2000-2006 y 2006-2012) se dio una alternancia de élite gobernante, no una alternativa de sistema político: el PAN se quedó igual, como partido de po-siciones, y los presidentes panistas Fox y Calderón prefirieron trabajar en consonancia con el PRI. A ello contribuyó, además, el hecho de que los gobiernos panistas no modificaran la política económica ni el modelo de desarrollo priísta neoliberal.

La estrategia de López Obrador se basa en tres partes:1.- Reconstruir el liderazgo presidencialista verticalista y

autoritario.2.- Consolidar a Morena como primera fuerza nacional y

legislativa.3.- Promover un programa asistencialista de gobierno.

En síntesis, el modelo de López Obrador buscará mantener el esqueleto del sistema político priísta, sólo que ahora con Morena en el lugar del PRI.

Sin embargo, este objetivo de López Obrador será imposible de imponer por razones muy concretas:

1.- Morena no es un parido político formal, sino un movi-miento de movimientos sociales.

2.- Morena es un partido-escoba o partido-licuadora o parti-do Babel. Su militancia garantiza programas asistencialistas y los militantes de otros partidos llegaron por posiciones de elección popular o cargos en el gobierno de López Obrador.

3.- Morena no será un partido de corporaciones de las clases dominantes en el modo de producción: los obreros han perdido espíritu sindicalista y los empresarios construyeron sus propias corporaciones distantes de los controles del Estado.

4.- Como partido de bases lumpen, Morena no será capaz de imponerse sobre las clases productivas.

5.- Con un López Obrador autoritario en la presidencia y un partido-movimiento sin control sobre clases determinantes, la estructura del sistema político carecerá de los hilos de poder presidente-partido. La presidencia de López Obrador podría ser como la de Ernesto Zedillo en 1994-2000: sin partido, el pre-sidente no pudo ejercer sus tres facultades sistémicas de poder absoluto: poner a su sucesor, hacerlo ganar y controlar a las fuer-zas productivas como garantes de la funcionalidad del sistema. Si López Obrador no fija el control absolutista del sistema desde el primer día en función de su sucesión en 2024, Morena no le servirá como partido-sistema.

Los conflictos y choques adelantados de López Obrador con estructuras sindicales —los maestros, los petroleros, los mine-ros y los sindicatos del sector público federal y de Ciudad de México— y con empresarios con argumentaciones de ruptura

de relaciones de confianza y colaboración dejaron a las fuerzas sociales productivas sin un espacio sistémico. El elemento anti-corrupción como factor de negociación con trabajadores y em-presarios no le dará a López Obrador, por más autoritaria que sea su presidencia, los suficientes controles de fuerza para evitar que la disputa por la riqueza se salga de cauce.

La clave de la estabilidad productiva —y por tanto política y social— estuvo de 1929 a 1992 en el PRI como partido-sistema o como la caja negra del modelo de David Easton y el liderazgo estabilizador del presidencialismo absolutista. Y la clave de la fuerza del binomio presidente de la república-PRI se dio hasta 1994 en la capacidad autoritaria del jefe del ejecutivo de decidir al candidato sucesor y hacerlo ganar. Zedillo no pudo poner can-didato y el PRI perdió en el 2000 y el 2006; Peña Nieto se auto impuso como candidato en el 2012 y logró el acuerdo del PRI; pero como presidente de la república impuso a su candidato en el PRI y la presidencia la ganó —de continuar la tendencia mos-trada en la campaña electoral— López Obrador.

Sin un sistema político priísta —presidente, PRI, Estado de bienestar, control de poderes fácticos, ideología de pensamiento histórico y estructura constitucional—, López Obrador se en-contrará sin un sistema político funcional, con una presiden-cia operando con decretos y las fuerzas productivas al garete o conflictuadas entre sí por la ausencia de un espacio sistémico de distribución autoritaria de valores y beneficios (modelo Easton) y su escenario es de conflicto permanente por la falta de un sis-tema articulado para administrar las demandas y los beneficios.

La crisis terminal del sistema político priísta se presenta como el escenario dominante después de las elecciones:

1.- Si gana el PRI, Meade Kuribreña no será priísta y el PRI entrará en disputa entre tecnócratas y bases militantes. La fun-cionalidad del liderazgo presidente de la república-PRI habrá desaparecido.

2.- Si gana la presidencia la alianza PAN-PRD, sus propues-tas de cambio de régimen y de gobierno de coalición no serán posibles sin un sistema político que administre las reformas y el conflicto productivo: el PRI y Morena estarían en la oposición y el PAN y el PRD saldrán desarticulados de las elecciones.

3.- Si López Obrador gana las elecciones, su presidencia será caudillista, verticalista y de arribapara abajo, carecerá de un partido-sistema para administrar su proyecto populista y las ex-pectativas requerirán de decisiones inmediatas y de beneficios de corto plazo. Morena ha sido incapaz de construir una red de poder con los grupos soltados por el PRI.

En este escenario, México entrará en una severa crisis po-lítica, de sistema y de políticas de desarrollo porque el PRI ya no tiene el control del sistema político, Morena no será un partido-sistema y la alianza PAN-PRD es de élites y no de sec-tores productivos.

De ahí que el saldo de las elecciones de 2018 es muy claro: la muerte del sistema político priísta, sin que exista un sistema político de relevo; por tanto, la transición mexicana de sistema/régimen/Estado obligada por las circunstancias de la autodisolu-ción del viejo sistema político priísta provocará una severa cri-sis de estabilidad y su detonador será una crisis de expectativas que tendrá niveles altos con López Obrador, decepcionantes con Meade y de tensiones con Anaya.

Y lo peor de todo es que ninguno de los tres principales can-didatos tiene clara la crisis terminal de sistema político y desde la estrechez de su victoria y sólo tendrá posibilidades de impro-

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visación en el día a día, porque los tres candidatos están prepa-rados para llegar al poder y aplicar sus propuestas, pero sin en-tender que la estructura de poder del régimen posrevolucionario —1920-2018— que le daba legitimidad máxima-mínima al PRI o al PAN en la presidencia, ya no existirá después de las eleccio-nes de julio de 2018.

Y la debilidad electoral del ganador —cualquiera de los tres— no le dará capacidad de iniciativa y control al ganador para construir un nuevo sistema político, por lo que se puede prever que el ganador —quien quiera que sea— sólo tenga el camino de trabajar sin sistema político. La única salida institu-cional de la crisis terminal del sistema político priísta se localiza en la construcción democrática de una república de instituciones para la que ninguno de los tres, sus partidos y sus fuerzas activas está preparado.

En consecuencia, después de las elecciones presidenciales México caerá en la peor de las crisis de transiciones: cuando el viejo sistema político no funciona, pero el nuevo no está siquiera diseñado. De ahí que a México se le presente el escenario sovié-tico de 1988-1991 explicado con pesimismo por Mijaíl Gorba-chov: el desmoronamiento del viejo régimen y el nacimiento de uno nuevo liderado sobre las bases de un caudillismo persona-lista (Vladimir Putin desde 1999) autoritario, depredador y sin bienestar social.

11.- Ensayo bibliográfico

I

El seguimiento teórico y práctico del sistema político mexicano ha sido siempre un pasivo y por tanto una deuda de la academia mexicana. Los primeros estudios formales en la academia poli-tológica surgieron después de tres eventos importantes: las crisis mismas del sistema político, los primeros estudios de la polito-logía estadunidense desde finales de los sesenta hasta finales de los ochenta y —quizá la más importante— la falta de autonomía teórica de la ciencia política mexicana desde la fundación del Instituto de Investigaciones Sociológicas de la UNAM en 1939 y la Escuela Nacional de Ciencias Políticas y Sociales de la misma universidad en 1951.

En ambos casos, la ciencia política estadunidense y la ciencia política mexicana, el detonador fue la crisis política de 1968. Hasta esa fecha, los estudios sobre la estructura de poder de Mé-xico se enfocaban hacia el presidencialismo, el Estado, la ideolo-gía de la Revolución Mexicana y el papel del PRI. El gobierno de los Estados Unidos prefirió delegar en el PRI y en el presidente de la república la administración de la estabilidad mexicana y no distraer a sus organismos de inteligencia y seguridad nacional. La CIA —Agencia Central de Inteligencia— fue suficiente en México para tener información de inteligencia, toda vez que la Dirección Federal de Seguridad (DFS) había nacido a propuesta de la CIA y las relaciones de dependencia eran estructurales.

La agenda política de México en los Estados Unidos se redu-cía a la guerra fría y a la contención de Cuba. La CIA logró pe-netrar en las altas esferas del poder y llegar hasta los presidentes de la república Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz y Luis

Echeverría Álvarez, quienes en el presidencialismo centralizaban también la información de seguridad nacional. Sin estudiar al PRI ni al presidencialismo, los mexican desk de la comunidad estadunidense de servicios de inteligencia, seguridad nacional y militares tenían la seguridad de una alianza estratégica de altos niveles.

El primer libro sobre el sistema político publicado en los EU fue Mexican government in transition, de Robert E. Scott, pu-blicado en 1959. El primer libro formal de estudio del sistema político mexicano fue publicado en 1972 por el historiador Da-niel Cosío Villegas (Cuadernos de Joaquín Mortiz). En medio, algunos estudios y ensayos fueron acercamientos indirectos. Por ejemplo, México: una democracia bárbara, de José Revueltas en 1958, abordó el proceso de designación del candidato presiden-cial del PRI y las elecciones —agrupados en el concepto político de “sucesión presidencial”— y aportó algunos enfoques del fun-cionamiento de la estructura de poder como sistema político. Y en 1965 Pablo González Casanova, en La democracia en México, consolidó la estructura de poder a través de seguimiento estadís-tico de los espacios de dominación de los grupos políticos.

El interés estadunidense sobre la política en México tuvo como espacio de indagación el Instituto de Estudios Latinoa-mericanos de la Universidad de Texas en Austin. En México, la crisis de la estabilidad centró la atención con enfoques sistémicos en espacios periodísticos y editoriales y en El Colegio de México. La UNAM tardó demasiado en abordar críticamente el sistema político, toda vez que en los sesenta y setenta —años de ruptu-ra del modelo epistemológico de sociedad política— funcionó como escuela de cuadros de la estructura partidista, de poder y de gobierno del sistema político priísta. En 1981 El Colegio de México publicó la traducción de Los laberintos del poder. El reclu-tamiento de las élites políticas en México, 1900-1971, de Peter H. Smith, en donde consolidó las formas de hacer política en vein-tidós reglas y la uno decía con claridad: una carrera universitaria, “de preferencia en la UNAM”. Por tanto, los enfoques de análisis político de la UNAM padecían de la dependencia del Estado.

La vertiente estadunidense de análisis teórico sobre el siste-ma político priísta se centró en el Institute of Latin American Studies de la Universidad de Texas en Austin, donde, por cierto, se localizan los más importantes archivos de políticos, escritores y académicos mexicanos. Dos fases ha tenido ese instituto: de 1966 a 1970 abrió cátedras especiales donde acudieron analistas mexicanos a dar conferencias sobre la vida política de México. La más recordada conferencia fue la que impartió en octubre de 1969 el poeta y ensayista Octavio Paz, cuyo texto México: la última década, de apenas veinte cuartillas a doble renglón, fijó la más precisa interpretación de la crisis de 1968; la conferencia fue la base del ensayo Posdata, la primera crítica al sistema político por las protestas estudiantiles reprimidas por la fuerza.

II

Varios libros permiten ofrecer una revisión bibliográfica del sis-tema político mexicano, por su tiempo histórico.

1.- En 1970-1971. El Institute of Latin American Studies de la Universidad de Texas en Austin realizó un seminario sobre el sistema político mexicano bajo el extraño título —traducción oficial al español del propio Instituto— de “Encuesta Política: México”, aunque la palabra inglesa inquiry debió traducirse me-

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jor como “indagación”. Pero la palabra es lo de menos. El conte-nido del seminario fue un abordaje desde la perspectiva estadu-nidense del sistema político mexicano. El seminario impulsó a la academia mexicana a abrir más su interés sobre México.

Algunos de los textos del seminario fueron editados en un libro en español, con una palabra que sonó a cuidado: Críticas constructivas del sistema político mexicano, con fecha de impresión de 1973. Como participante en el ciclo, Cosío Villegas leyó el ensayo El sistema político mexicano. Las posibilidades del cambio, que ampliaría como libro en 1972. Hubo otra conferencia que no se incorporó al libro, pero de la que se hizo una edición espe-cial: México: 1968-1972. Crisis y perspectiva, de Manuel Moreno Sánchez, político priísta, jefe político del Senado en el sexenio de Adolfo López Mateos en 1958-1964, fuera del PRI a finales del gobierno de Díaz Ordaz y autor de artículos analíticos y críticos del sistema político mexicano publicado en Excélsior de julio de 1968 a finales de 1979 y luego acomodados en el libro Crisis política de México, Editorial Extemporáneos, 1970.

La otra parte interesante de ese seminario fue la presentación como ponente, en dos sesiones de dos horas cada una, del ex presidente Miguel Alemán Valdés (1946-1952), publicado como breve libro de sesenta páginas bajo el título de Miguel Alemán contesta, aunque en el libro la transcripción de las conferencias se subtitula como “Ensayo”. Las conferencias se dividieron en cuatro temas: historia del sistema político mexicano, estructura y funcionamiento del sistema, problemas actuales y perspectivas futuras (redundante). Las conferencias no fueron escritas, sino que se desarrollaron con improvisación —consulta de algunos datos escritos por el ponente— y se basaron en tres preguntas: ¿cuáles fueron los motivos que condujeron al establecimiento del sistema político, único, de México?, ¿ha habido alguna evolu-ción de los objeticos del sistema a través de los años? Y ¿cuál fue la contribución de su administración a esa evolución? Alemán había refundado el Partido de la Revolución Mexicana en enero de 1946 como candidato presidencial del PRI y el nuevo parti-do consolidó avances revolucionarios y proyectó nuevas alianzas políticas y sociales.

La otra parte interesante de las conferencias de Alemán —di-ciembre de 1970— fue un intercambio de preguntas y respues-tas con uno de los presentes que era al mismo tiempo asistente y conferenciante, el historiador Cosío Villegas, quien para ese entonces contaba ya con setenta y dos años de edad, había sido fundador del Fondo de Cultura Económica, presidente de El Colegio de México, coordinador de la monumental Historia mo-derna de México y responsable del proyecto de investigación en El Colegio de México de los veinticuatro tomos de Historia de la Revolución Mexicana. Asimismo, Cosío había comenzado una colaboración semanal en la página editorial de Excélsior.

Cosío hizo a Alemán cinco preguntas con el conocimiento de la historia del sistema político mexicano: sobre el número de militantes del PRI, sobre el proceso de “auscultación” interna en el sistema para definir al candidato presidencial, sobre el tapo-namiento en la circulación de las élites, un breve debate sobre la toma de decisiones corporativas por sectores en el PRI, el con-flicto estudiantil de 1968 y el tema de la clase media. Nunca ha-bía ocurrido antes y nunca ocurrió después un debate —a veces ríspido, pero respetuoso— entre un ex presidente con reglas de omertá o código de silencio y un historiador crítico y comenta-rista de periódicos.

En ese ciclo de conferencias participó Porfirio Muñoz Ledo,

recién designado secretario del Trabajo del gabinete del presiden-te Echeverría. Y en calidad de enviado de Echeverría participó en las conferencias de Austin tratando de explicar las reformas políticas para bajarle tensión a las secuelas del movimiento es-tudiantil.

El tiempo histórico de 1968-1973 fue clave para la reconfi-guración del sistema político priísta. El movimiento estudiantil mexicano fue impulsado por el agotamiento del pensamien-to histórico revolucionario, el tránsito generacional de la clase media, la burocratización de la política, la penetración del PRI como grupo de choque en las escuelas de educación superior y hacia septiembre-octubre de 1968 el aumento en la participa-ción en los liderazgos estudiantiles de estudiantes del Partido Comunista Mexicano y la Juventud Comunista. El pliego peti-torio estudiantil fue de repudio al autoritarismo y de incipientes demandas democráticas, producto de la ausencia de una direc-ción política incoherente y pulverizada.

El seminario de Austin ayudó a encauzar, cuando menos a nivel académico, algunas de las reflexiones sobre la crisis del sis-tema político en ese periodo: del movimiento estudiantil a la mitad del sexenio del gobierno del presidente Echeverría, sobre todo por el posicionamiento de los intelectuales y académicos. Los ensayos de Revueltas, González Casanova, Paz, Carlos Fuen-tes y el papel de La cultura en México de la revista Siempre y los espacios editoriales en el periódico Excélsior despresurizaron el debate y revelaron nuevos enfoques ideológicos y políticos del sistema.

Los estudios sobre el sistema político mexicano pasaron del silencio y/o la justificación a las evaluaciones parciales de sus pilares, tales como el presidencialismo, el estudio del PRI, las élites burocráticas, los avances de la izquierda. Sin embargo, el estudio del sistema político por sí mismo ha sido escaso en la academia y en la crítica, a pesar de que la teoría política sobre los sistemas políticos se relanzó en los Estados Unidos en 1953 con la fundamentación teórica de David Easton sobre lo que es un sistema político: la interacción entre grupos e instituciones para la asignación autoritaria de valores y la figuración física del sistema político como una caja negra en cuyo seno se distribuían los beneficios de las demandas. El libro The political system de Easton se publicó en 1968 en español con el título nada atractivo de Política moderna.

En este sentido, los primeros estudios formales sobre el sis-tema político se publicaron en el periodo 1965-1980, al calor del sacudimiento epistemológico sobre la realidad del funciona-miento de la política mexicana.

2.- El segundo libro importante para analizar el sistema po-lítico recoge textos de un seminario realizado por el PRI en no-viembre de 1982, justo en el cruce de cuando menos tres crisis históricas mexicanas: el relevo de la élite política por la élite tec-nocrática en la dirección del gobierno y del Estado, el colapso financiero de 1982 que condujo a la expropiación de la banca y el control generalizado de cambios y el uso de la ciencia política como una prognosis del corto-mediano plazo del sistema políti-co priísta. Huelga decir los resultados: la tecnocracia se apoderó del aparato director, los priístas históricos salieron del PRI en 1987, el candidato Salinas de Gortari en 1988 logró 50.3% de los votos y el país entró en un largo túnel de modelo neoliberal de desarrollo hasta el 2018.

El libro Perspectivas del sistema político mexicano ha sido el único producido por el PRI sobre su propia estructura de poder.

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A ese seminario, realizado el 4 y 5 de noviembre de 1982, a me-nos de un mes de la toma de posesión de Miguel de la Madrid Hurtado, participaron sobre todo politólogos extranjeros, lo que le dio un doble valor a la reunión: Stanley R. Ross, Robert E. Scott, Michael C. Meyer, Oscar J. Martínez, Sidney Weintraub, Henri Favre, Wolfgang König, entre otros. El comentarista gene-ral fue el politólogo José Luis Reyna, entonces director de la Fa-cultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, y los mexicanos ac-tuaron como comentaristas de ponencias: Leopoldo Zea, Blanca Esponda, Salvador Carmona, Francisco Casanova Álvarez, Hora-cio Labastida, Soledad Loaeza, Miguel Basáñez, Miguel Covián Pérez, Carlos Sirvent, Ricardo Méndez Silva, Vicente Fuentes Díaz y José Luis Molina Piñeiro.

Los enfoques de los extranjeros fueron analíticos y disminu-yeron la dimensión de la crisis; inclusive, Ross, un conocedor a fondo de México, le restó importancia al relevo en la dirección política de tecnócratas por políticos y acreditó ese tránsito como parte de la modernización y la necesidad de “talentos especia-lizados”. Y hacia ese 1982 Ross —quien calificó a los críticos como “profetas de la ruina”— afirmó que “la Revolución sigue siendo la base de legitimación política”, cuando en realidad no se trató de especialización de dirigentes sino de ruptura de grupos de poder: los tecnócratas de Miguel de la Madrid dieron por terminada la Revolución, el Estado de bienestar se convirtió en un Estadio de eficacia técnica y México fue enrolado en la lógica de la globalización productiva que liquidó el modelo social re-volucionario. Scott aconsejó “actualizar” el sistema a las nuevas correlaciones de fuerzas y equilibrios. Ian Roxborough afirmó que el camino para encarar los problemas era más democracia. Y König, profesor de la Universidad de Gotinga, en la entonces República Federal Alemana, puso el dedo en el principal elemen-to de la crisis: el modelo de desarrollo, la política económica y la gestión del crecimiento en medio de enormes desigualdades, poniendo énfasis en la capacidad de sistema para superar conflic-tos y contradicciones.

El comentario final fue de José Luis Reyna, el politólogo de El Colegio de México que abortó desde la ciencia política al sistema en 1976: frente a la crisis en 1982, el sistema político mostraba “todavía capacidad de reproducirse institucionalmen-te”, una especie de versión autopoiética del sistema. Además de la corrupción como problema grave, Reyna apuntó otros: in-flación, déficit presupuestal, devaluaciones crónicas del peso, disminución del poder adquisitivo de los salarios, desempleo y subempleo crecientes y crecimiento económico deprimido. Es decir, el sistema político, el modelo de desarrollo y el Estado del régimen estaban agotándose y planteando la urgencia de “accio-nes racionales y de fondo” para evitar crisis terminales.

3.- Hacia mediados de 1976, ya con José López Portillo como candidato presidencial del PRI, la revista Nueva Política —con auspicio oficial— dedicó su número 2 al tema de El sistema mexicano, con ensayos, artículos y entrevistas. Y por primera vez, sin registro legal pero operando ya en la política abierta y con el legendario líder ferrocarrilero Valentín Campa como candidato presidencial sin registro, sólo simbólico, el líder del Partico Co-munista Mexicano, Arnoldo Martínez Verdugo, introdujo en el debate en esa revista el método de análisis marxista para caracte-rizar la crisis mexicana y perfilar opciones: la crisis mexicana no era de coyuntura sino “un conjunto de fenómenos en la esfera político-ideológica”. La irrupción de nuevas categorías ayudó a posicionar con mayor precisión los elementos de la crisis; por

ejemplo, se hablaba de una disminución del liderazgo presiden-cial y de un avance de la oposición hacia un nuevo sistema de partidos. Martínez Verdugo llevó el análisis a los extremos: Mé-xico padecía una deslegitimación de “régimen presidencialista-despótico”. Asimismo, el dirigente comunista le dio una lectura menos dominante a la Revolución mexicana. Por primera vez la izquierda socialista y/o comunista irrumpía el debate frente a una sociedad adormecía por el control del pensamiento histórico y de la educación, ambas como aparatos ideológicos del Estado.

Frente a nuevas formas y más profundas de la crítica, el sis-tema político priísta carecía de argumentaciones de fondo. El encargado de responder fue Muñoz Ledo en su calidad de presi-dente nacional del PRI, un político formado en la retórica pro-gresista pero ya oscilante entre el autoritarismo diazordacista y el progresismo echeverrista. El dato mayor que adelantó Muñoz Ledo fue la disminución lógica en la base electoral del PRI —debido, sobre todo, al nuevo sistema de partidos— y por tanto el abandono del modelo de partido único que funcionaría hasta las elecciones presidenciales de 1976, pues el presidente López Portillo —que careció de adversario real en las votaciones por-que el PAN se fracturó y no pudo definir candidato— realizaría la primera gran reforma estructural del sistema político priís-ta: la legalización del Partido Comunista reorganizó el sistema de partidos y rompió el dominio del PRI en el congreso por la irrupción de una oposición real y de alternativa que representaba el PCM.

4.- En 1970 irrumpió en el escenario del ensayo político el texto Posdata de Octavio Paz, un reconocido poeta y ensayista de importantes aportaciones al debate político y social. Posdata sacudió el sosiego del medio político nacional, sobre todo por-que la candidatura presidencial de Luis Echeverría Álvarez había encauzado las protestas. Posdata fue un ensayo con elegante esti-lo literario, enfoque histórico y un capítulo muy crítico sobre el movimiento estudiantil de 1968 como producto de la desigual-dad social y política.

Pero detrás de Posdata existieron dos expresiones más po-litológicas de Paz: en septiembre de 1968 el canciller Antonio Carrillo Flores le solicitó a Paz, entonces embajador de México en la India, unas notas sobre los movimientos estudiantiles en el mundo, a petición del propio presidente Gustavo Díaz Ordaz. El reporte de Paz —conocido como “Cartas a la Cancillería” y publicadas en la revista Vuelta en marzo1998, dos semanas des-pués de su fallecimiento y treinta años después de haber sido fir-madas— no causó buenos efectos en el canciller mexicano ni en el presidente de la república, pero revelaron a Paz en una faceta importante de politólogo. Las cartas y Posdata completaron un análisis de Paz de la crisis política mexicana con el texto México: la última década, un texto de presentación de una conferencia en dos días en la Universidad de Texas en Austin.

La conferencia de Paz —un apretado análisis de veinte cuar-tillas— fue uno de los más importantes textos politológicos so-bre la crisis del sistema político priísta. Sus conclusiones fueron tres: la crisis fue consecuencia del cambio en la estructura de clases, sólo una solución democrática permitiría una salida y sin salida democrática el régimen llegaría a una dictadura. Su esce-nario fue de una década: 1958-1968, un enfoque de una crisis progresiva. En 1958 ocurrió la primera gran ruptura política: obreros militantes del Partido Comunista llegaron a la dirección de importantes sindicatos: maestros, ferrocarrileros, tranviarios, electricistas, universitarios, petroleros, telegrafistas, entre otros.

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Fue el año de la elección presidencial con la candidatura priísta de Adolfo López Mateos, paradójicamente secretario del Trabajo y Previsión Social del gobierno de Ruiz Cortines. El gobierno endureció el puño, reprimió todos los movimientos y encarceló a sus principales líderes. Un grupo de intelectuales, entre ellos Octavio Paz, firmó una carta de protesta contra el gobierno y pidió atender las demandas de los sindicalistas.

Por alguna razón, Paz prefirió darle más importancia a Pos-data que a su conferencia de Austin. De todos modos, aún sin la difusión amplia, el texto fue incluido en algunas antologías y en sus obras completas y debería tener una relectura más de fondo porque fue pionero en la caracterización de la crisis mexicana de 1968.

5.- El 15 de julio de 1968, once días antes de la marcha anunciada por estudiantes para recordar el inicio formal de la Revolución Cubana con el asalto al Cuartel Moncada el 26 de julio de 1953, apareció en el periódico Excélsior un artículo de crítica política firmado por Manuel Moreno Sánchez, un vete-rano priísta que había sido, como culminación de su carrera en el PRI, líder del Senado a lo largo del sexenio de López Mateos en 1958-1964. La sucesión presidencial de 1963-1964 lo dejó fuera de posiciones de poder porque sus simpatías no habían estado con el candidato Díaz Ordaz. Ya fuera del sistema priísta, Moreno Sánchez emprendió el camino del análisis periodístico. Su primer texto periodístico, “Radiografía del PRI. 1.- PRI y pluripartidismo”, inició la develación de los interiores orgánicos del sistema político priísta.

A lo lago de veinte artículos, Moreno Sánchez abordó tres partes fundamentales del sistema político priísta: Disidencia y democracia, Radiografía del PRI y Política y desarrollo. Excélsior irrumpía entonces con una nueva línea editorial de debatir los grandes temas políticos de México, inclusive sin suponer que pocos días después del primer artículo de Moreno Sánchez el país entrara en la vorágine de la protesta estudiantil muy en el contexto de la descomposición del sistema que adelantaba el au-tor. Los temas del político ya en condición de disidente fueron reveladores: “La simbiosis política”, “La unidad PRI-gobierno”, “Decadencia programática”, “El PRI como burocracia”, y “Cen-tralización política”, entre los más importantes.

El estilo de Moreno Sánchez fue prácticamente de delación, asumiendo desde su ruptura priísta los argumentos críticos de la oposición; por ejemplo, el concepto del PRI-gobierno fue creado por el PAN. Y a favor de las aportaciones de Moreno Sánchez corría el hecho de que hasta 1970 no existía ningún ensayo académico sobre el PRI o sobre el sistema político priísta como tal, de no ser el ensayo Posdata de Octavio Paz. En 1970 Moreno Sánchez agregó otros ensayos sobre política, economía y desarrollo, en la misma línea de crítica al PRI y los publicó en un libro pequeño en tamaño aunque muy amplio en escenario: Crisis política del PRI.

Los artículos de Moreno Sánchez llamaron bastante la aten-ción, al grado de que en 1970 fue invitado a participar en el ciclo de conferencias “Encuesta política: México”, del Instituto of Latin American Studies de la Universidad de Texas en Austin, bajo el título de “México 1968-1872: crisis y perspectivas”, base del libro Crisis política de México. Por las revelaciones sobre la estructura interna del sistema político priísta, el análisis de Mo-reno Sánchez se convirtió en vital para cualquier estudio sobre la política mexicana.

6.- A principios de 1968 apareció, con circulación mínima,

el libro Análisis teórico del Partido Revolucionario Institucional, publicado por el militante priísta Mario Ezcurdia, periodista y funcionario partidista. Se trató del primer esfuerzo por ra-zonar, desde la teoría política, al PRI, aunque a veces el autor cayó en las explicaciones oficiales —no tan profundas— del partido como un partido de un tiempo histórico especial, un proceso revolucionario gelatinoso y una función estabilizadora de gobierno.

El modelo principal de Ezcurdia fue la teoría de los partidos de Duverger. Sin embargo, el PRI era un partido histórico que nació en la coyuntura de una lucha violenta por el poder en 1928 y tuvo dos redefiniciones en función de las coyunturas del gobierno y del Estado: el PRM con el cardenismo con la expro-piación petrolera y el PRI con la institucionalización política del relevo de los militares en el poder por políticos universitarios.

Lo cierto fue que el estudio de Ezcurdia sólo comprobó ana-líticamente lo que se percibía en las apreciaciones sobre el PRI como partido: no era un partido tradicional, sus tareas iban más allá de la de los partidos y en realidad el PRI funcionaba como el partido-sistema. Las crisis políticas de 1958 a comienzos de 1968 probaban que el PRI era el brazo político del sistema, del régimen y del Estado y que era un partido producto de la historia mexicana.

7.- En 1981, cuando apenas comenzaban los primeros estu-dios sistémicos sobre México, el politólogo Miguel Basáñez en-sayó una interpretación de las crisis políticas mexicanas de 1968 a 1980 (luego haría ampliaciones hasta llegar a 1990): la confor-mación de una hegemonía de control del Estado mexicano, ya no un Estado de una élite; es decir, el Estado era una dirección ideológica, más que una dominación económica y política.

El estudio de Basáñez profundizó la observación crítica de los sectores que confluyen en la orientación del desarrollo nacio-nal, las coaliciones políticas dominantes y las disputas entre los grupos por los beneficios de las políticas públicas. Las crisis de finales de sexenios 1968, 1976, 1982, 1988, 1994 y 2000 y aho-ra el 2018 revelan la solidez de la propuesta analítica de Basáñez: el Estado dominante cardenista pasó a una coalición de intereses dominantes con capacidad para infundir dirección ideológica al Estado y por tanto ir reconfigurando los equilibrios internos en el sistema político.

8.- En 1984, un breve ensayo de diez páginas de un histo-riador liberal —la caracterización es importante— sacudió los excesos de confianza del sistema político. El texto de Enrique Krauze Por una democracia sin adjetivos fue publicado en la re-vista Vuelta, de circulación cultural y literaria en círculos inte-lectuales y poca lectura en los niveles políticos, pero tuvo efectos en los diferentes posicionamientos políticos. La tesis de Krauze se resumía así: el sistema político tenia un agravio pendiente con la sociedad: la democracia. Por tanto, en 1984 había llegado el tiempo de atenderlo. A partir del modelo —no copiado sino referencial— de la transición de España a la democracia 1976-1978, habría llegado el momento de empujar a México a una transición del sistema de partido dominante a un sistema de-mocrático.

Las reacciones fueron inusuales: el gobierno priísta de Mi-guel de la Madrid leyó el texto de Krauze como el de la entrega del poder al PAN como partido de alternancia, la izquierda se enredó en su dialéctica y el PAN no entendió los caminos de la democratización. El debate se desvío hacia las viejas polémicas sobre el ejercicio del poder. Por tanto, la propuesta de Krauze se

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quedó en el vacío: un proceso de democratización que implicara transitar del priísmo dominante y controlador de instituciones a una democracia procedimental basada —como en España— en el principio fundador del respecto al voto.

En 1984, después del texto de Krauze, el PAN ensayó la libe-ración electoral de procesos municipales y el PRI perdió su bas-tión en el norte de la república. En 1987 el PRI se fracturó con la salida de Cuauhtémoc Cárdenas y su Corriente Democrática y en 1988 el PRI vio desplomarse sus preferencias electorales en un proceso presidencial menos autoritario y quedar en el umbral de la mayoría absoluta: 50.3%.

IIIEn diferentes tiempos políticos y circunstancias partidistas, el sistema político priísta acumuló una serie de ensayos que confi-gurarían una bibliografía indispensable:

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