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ANTOLOGIADEL P E NS AM I ENT O DE

CECILIO ACOSTA

I IB L . I

r» N » 9DE

d t e c a n a c io n a l

(Z M ** * C * *BIÓLICM tAFtCO ESPECIAL

A u ro è tts VENEZOLANOS

PUBLICACIONES DEL GOBIERNO DEL ESTADO MIRANDA

EDITORIAL AVILA GRAFICA, S. A. CARACAS — VENEZUELA, 1952

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E s t a p u b l i c a c i ó n t i e n e s u o r i g e n e n D e c r e t o d i c t a d o

CON FECHA 7 DE FEBRERO DE 1 9 5 2 POR EL D r . ESTEB A N AGUDO

F r e y t e s , G o b e r n a d o r d e l E s t a d o M i r a n d a , e n c o n s i d e r a c i ó n

a “ q u e l a d i v u l g a c i ó n d e l a v i d a y l a O b r a d e l o s g r a n d e s

p e n s a d o r e s p a t r i o s , a l p a r q u e c o n t r i b u y e a l a m e r e c i d a

e x a l t a c i ó n d e n u e s t r o s v a l o r e s h u m a n o s , e s i n s t r u m e n t o

EFICAZ Y ÚTIL ESTÍMULO PARA EL ESTUDIO Y EL CONOCIMIENTO DE

LAS CIRCUNSTANCIAS GENÉSICAS DE LA NACIONALIDAD, Y DE LAS

CONDICIONES TÍPICAS QUE INFLU YEN SU ADECUADO DESARROLLO

EN FUNCIÓN DE PROGRESO; QUE ES DEBER ESPECIAL DEL PUEBLO

y d e l G o b ie r n o d e l E s t a d o M ir a n d a , d i f u n d i r e l c o n o c i m i e n ­

t o DE LOS PROCERES NATIVOS PARA INCITAR A SEGUIR SU ENAL­

TECEDOR e j e m p l o ; y q u e l a v id a y l a O b r a d e C e c il io A c o s -

TA, MIRANDINO ESCLARECIDO, VENEZOLANO INTEGÉRRIMO Y PE N ­

SADOR UNIVERSAL, SON Y SERÁN SIEM PRE VENERO INAGOTABLE

DE ENSEÑANZA Y SÓLIDOS CUANTO INM ARCESIBLES MODELOS DE

ACENDRADA DEVOCIÓN Y SINGULAR RENUNCIACIÓN PATRIÓTICAS” .

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ANTOLOGIAt

DEL P E N S A M I E N T O DE

CECILIO ACOSTA

EDITORIAL AVILA GRAFICA, S. A. CARACAS — VENEZUELA, 1952 . rácT

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P R O L O G OPOR

PEDRO GRASES

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LA SELECCION DEL PENSAMIENTO DE

CECILIO ACOSTA

Las Obras de Cecilio Acosta fueron recogidas en cinco vo­lúmenes publicados en 1908-1909, en la Empresa El Cojo, nom­bre de resonancias múltiples en la historia de la moderna cul­tura venezolana. La recopilación y ordenación de los escritos fué hecha amorosamente, por hombres devotos de la perso­nalidad del excelente literato y pensador x- Después, han sido reeditados fragmentariamente algunos de los textos de Acosta, gracias especialmente a la impresionante labor edito­rial de Rufino Blanco Fombona 2 Posteriormente, se ha di­vulgado la obra de Acosta en dos ediciones antológicas de sus escritos: la de J. A. Cova, Páginas escogidas, publicada en 1940, como primer volumen de la “Editorial Cecilio Acosta”; y la de José Luis Salcedo Bastardo, intitulada Doctrina, edi­tada en 1950, por el Ministerio de Educación, formando par­te de la Biblioteca Popular Venezolana, que publica ese Des­pacho.

La admiración a Cecilio Acosta ha tenido, pues, en las últimas décadas, reiteradas manifestaciones, con la edición de

1.—Pablo Acosta y Juan de Dios Méndez y Mendoza realizaron la tarea de recolección, clasificación y edición. No es exhausti­va la compilación de los escritos de Acosta, pero está sin du­da lo fundamental.

2.—Publicó en Madrid, Estudios de Derecho Internacional, conprólogo de Carlos Pereyra; y Cartas venezolanas, como pre­facio, las bellas páginas de José Martí sobre Cecilio Acosta.

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10 PEDRO GRASES

sus escritos 3 Contribuir ahora con otra colección selecta de es­critos de Cecilio Acosta, podría haber parecido redundante, aunque no quepa, como no cabe, exceso alguno, cuando se tra­ta de honrar a los grandes hombres con la difusión de su pensamiento. Por más que se repita la lección de su ejem­plo, nada puede perder el pueblo que la reciba.

Nos propusimos, sin embargo, presentar la selección en otra forma, como siguiendo el consejo de Luis Beltrán Gue­rrero, cuando previene que para una Antología de Cecilio Acosta “se necesita desbrozar sus escritos de lo circunstan­cial, desglosar lo fundamental de sus conceptos, lo que tiene vigencia, hasta dejar desnudo y fecundante su pensamiento vivo”. Hasta las simples indicaciones de procedimiento, pa­rece que las hubiera dicho el buen amigo Guerrero para nues­tro propósito: “No importa que haya que recortar aquí, ade­rezar allá, imponer unos títulos nuevos a las materias sepa­radas de su contexto”.

Y así hemos procedido. A base de los cinco volúmenes de las Obras de Cecilio Acosta, hemos hecho la selección de los textos, con un doble propósito: recoger la parte que tie­ne fuerza de análisis de su tiempo, y que, por tanto, conser­va valor actual; y, al mismo tiempo, procurar que esté re­presentado el pensamiento de Cecilio Acosta en los diversos temas que trató en sus escritos, desde los más objetivos has­ta los más íntimos.

En esta Antología —sin pretensión alguna de que sea per­fecta— está la varia manifestación del ideario de Cecilio Acos­ta, y, del mismo modo, puede apreciarse, a nuestro entender, su peculiar estilo de escritor.

La ordenación y los rubros son nuestros, salvo en pocos casos, cuando se reproduce un trabajo por entero, como en las dos poesías transcritas y en algunas ocasiones más.

Hemos distribuido la selección en los siguientes grandes capítulos:

3 —No debemos silenciar, por lo mucho que significa, la edición de las poesías de Cecilio Acosta, hecha en Cura2ao, en 1889, por Víctor Antonio Zerpa, dentro de la Serie I del Parnaso Venezolano, impreso por la benemérita firma de A. Bethen- court e hijos.

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P R O L O G O 11

1. Temas de patriotismo.2. Temas sociológicos y filosóficos.3. Temas políticos.4. Temas educativos.5. Temas jurídicos.6. Temas de historia y cultura de España.7. Temas de crítica y de estética.8. Temas de intimidad.9. Temas poéticos.

Ojalá con esta ordenación sea fácil al lector acudir a la entraña del sólido juicio y del donoso decir de Cecilio Acos- ta. No pretendemos rectificar las otras clasificaciones que se han dado a la obra de Acosta 4 Posiblemente la forma mis­ma de la selección impone otra ordenación, pues hay que atender a temas más concretos. Por ello dentro de cada sec­ción, todavía incluyo otra sub-clasificación de pasajes o te­mas comprendidos en el más amplio rubro del capítulo cla­sificador 5

Al pie de cada porción escogida aparece fechado con la indicación del trabajo a que pertenece y la del volumen de las Obras en donde puede encontrarse.

La lectura de Cecilio Acosta produce viva impresión. La agudeza de su pensamiento y la pasión venezolana con que razona siempre, le dan un valor ejemplar para nuestros días.

4.—Picón-Febres divide los escritos de Acosta en las materias si­guientes: 1. Política y jurisprudencia; 2. Historia; 3. Sem­blanzas de hombres notables; y 4. Crítica, Bellas letras y Fi­losofía (Literatura venezolana del siglo XIX).

J. A. Cova distribuye su selección en los siguientes ca­pítulos: 1. El Orador; 2. El Patriota; 3. El Sociólogo; 4. El Polemista; 5. El Crítico; 6. El Hijo; 7. El Esteta; 8. El Apóstol; y 9. El Poeta.

J. L. Salcedo ordena la antología que intitula Doctrina, en: 1. Doctrina de las bellas letras; 2. Doctrina política; 3. Doctrina del porvenir de América; 4. Doctrina de la educa­ción venezolana; 5. Doctrina de la reflexión histórica; 6. Doc­trina ceciliana; y 7. Doctrina poética.

5.—Los fragmentos breves, más rotundos y sintéticos, nos han permitido reunir un tomito de Pensamientos y Sentencias, cuya publicación hemos recomendado por su alto valor edu­cativo en las escuelas nacionales.

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12 PEDRO GRASES

Hombre de meditación en su vida recoleta sin aventuras es­pectaculares, quiso adentrarse en lo más hondo de la cultu­ra coetánea, y se propuso divulgar valores, virtudes, princi­pios y conocimientos ante sus contemporáneos. Le tocó vivir un tiempo agitado 6 por los choques políticos y las corrien­tes de transformación social. Juzga con serenidad y equili­brio y su palabra tiene mucho de severo análisis y amoro­sa advertencia.

Jurista, formado en humanidades, gran lector de los clá­sicos de varias literaturas, y gran conocedor de la literatura de su tiempo, expuso sus ideas en estilo personal, siempre in­teresante y en bien sazonado castellano si bien un tanto aca­démico en algunos giros. Algunas veces el deseo de expresar muchos conceptos le lleva a digresiones excesivas, pero en todo momento regresa al tema emprendido para redondear magníficamente lo que se ha propuesto exponer. La parte final de sus períodos én prosa alcanzan a menudo calidades de clásico de la lengua.

Esta Antología forma parte del plan de homenaje a Ce­cilio Acosta, que el actual Mandatario del Estado Miranda, Dr. Esteban Agudo Freytes, lleva adelante con tanto celo y en­tusiasmo.

Pedro GRASES.Mayo, 1952.

6-—Cecilio Acosta nace en San Diego de los Altos el 19 de fe­brero de 1818, y fallece el 8 de julio de 1881.

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A N T O L O G I A

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TEMAS DE PATRIOTISMO

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La Cultura Venezolana¿Por qué no tengo yo a mi disposición la elocuencia varonil de

Jovellanos, que supo siempre encerrar en cláusulas de oro tanta rica joya de pensamiento sublime, o la palabra fácil, abundante y tersa de nuestro malogrado Baralt, abeja querida de todas las flores, cuan­do ambos en su recepción llenaron el recinto de aquella misma ilus­tre Real Academia con su voz, para llenar yo ahora este salón con la mía y poder así dar noble hospedaje al noble obsequio académico?

¡Ah! ¡si tal fuese! Hallara yo entonces manera, con mano ya más firm e y acertada, de derram ar aquí y exponer a vuestra vista nuestros más ricos tesoros. Presentaría a Bello, el que lo supo todo, Virgilio sin Augusto y pintor de nuestra zona. Presentaría la Zona suya ba­ñada en luz y en rocío, émula de la del cielo. Presentaría a Vargas y a Cagigal, sumos sacerdotes de las ciencias. Presentaría a Bolívar, la cabeza de los milagros y la lengua de las maravillas; a Peña, rival de la elocuencia antigua; a Manuel Felipe de Tovar, varón ilustrado que llevó puesta siempre la arm adura para el honor y el honor sin m an­cilla como fianza del deber; a Gual, inglés por escuela y americano por sentimiento; a Angel Quintero, hombre de líneas rectas, de vo­luntad incontrastable, y figura sublime de estadista; a los dos Li- mardos padre e hijo, ornamentos ambos de la Patria, de las cien­cias y de las letras y ambos pertenecientes (yo puedo decirlo) a una familia predestinada para la gloria; a Juan Vicente González, es­critor de brillante colorido, el Tirteo de nuestra política y el Hér­cules de la polémica; a Avila, nuestro Basilio, especie de ángel con don de lenguas; a Toro, el gran pensador artista y el poeta filósofo; a José Hermenegildo García, pluma encarnada en el carácter y al­ma de romano con epidermis de acero; a los dos Fortiques, los ta ­lentos de la diplomacia y de la estética; a los obispos Méndez y Ta­layera, controversista el uno y orador brillante el otro; a José María Rojas, generalizador profundo y publicista; a Andrés Eusebio Level, especie de urna donde cabía todo lo bello; a Espinal, bizarro pala­dín de parlamento y político con el oído puesto siempre a la opinión; al doctor Arvelo, médico sagacísimo y oráculo del diagnóstico; a Po­rras, que por su inmensidad no podía reducirse a ninguna esfera cien­

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20 CECILIO ACOSTA

tífica y las invadía todas audaz; al doctor Cristóbal Mendoza, ilustre abogado, gran patricio y grande administrador; a José Luis Ramos, humanista como pocos; a Revenga, Santos Michelena y Francisco Aran- da, vaciados en molde para el gabinete, y el último de ellos además na­cido para hablar en libro siempre; a mis maestros todos, sobre quienes por la modestia que de ellos me alcanza como a su alumno, me conten­to con echar un mismo manto de gloria. Por último, presentaría a la inmortal Teresa Carreño, que tiene hoy suspenso al mundo, hasta oír de su boca la misteriosa palabra del arte y ver salir de sus m a­nos, convertido en armonías, el magnífico drama social contemporá­neo. Más: evocaría en masa a la antigua Colombia, que nos perte­nece; haría ostentación de sus hombres, su historia y su esplendor; levantaría en alto todo ese conjunto, como para colgar en el espa­cio la gran vía láctea de nuestro espléndido cielo; y ya así y hom­breándome hasta donde me fuese posible con la Real Academia Es­pañola, podría decirle con justo orgullo patrio: “El orador es peque­ño, pero Venezuela es grande; y puesto que para ella es esa conde­coración con que se me ha distinguido, bien cabe en su pecho” .

(De: “Discurso pronunciado por Cecilio Acosta al term inar el Cer­tamen Literario que la Academia de Ciencias Sociales y Bellas Letras de Caracas celebró el 8 de agosto de 1869”, Obras, vol. I, Caracas, MCMVIII, pp. 2-5).

Venezuela v la culturaEsto hubiera yo querido; pero mis fuerzas son flacas, me en­

cuentro además por las impresiones un tanto cansado, sobre que no quiero cansaros a vosotros, y hago alto aquí. Por una razón tan prin­cipal como la dicha me gusta esta posa; porque con haberla hecho, he podido tropezar de nuevo con mi patria, con mi querida patria. He dicho mal: éste no es un accidente, sino un hallazgo voluntario y feliz, porque yo la buscaba adrede, a fin de decir sobre ella algu­nas cosas que siento aquí, aquí dentro del pecho. ¿Cómo, en el gran festín del espíritu, quedarse ella sin entrar, cuando tiene cubierto y silla? ¿Cómo, en la gran parada de la civilización, no form ar en fila ella, cuando tiene honra ganada y prez que lleva al pecho? Yo la amo con ese cariño que se tiene al lugar donde uno nació; donde atravesó en infantiles juegos el verde alfombrado de la menuda yer­ba; donde corrió tras las pintadas mariposas; donde se ve subir el humo del hogar y le sale a uno al encuentro el perro de la familia, que le halaga y le conduce donde está el árbol, el río, la cascada, la loma, a que subió de niño uno para ver despuntar el sol de la ma­ñana; donde oyó por la primera vez la voz del amor materno, tan dulce y al mismo tiempo tan desinteresado, historia ésta la única que se lee todos los días y que jamás se va del corazón. Amo ade­más a mi patria, porque es un patrimonio espléndido. ¿Sabéis, se­

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TEMAS DE PATRIOTISMO 21

ñores, lo que existe de una m anera casi visible en este lugar don­de hablo? Dios, que levantó su trono de regalo y pasatiempo so­bre esta naturaleza colosal. Aquí son los cielos palacios de luz y de zafir, tienen los mares por asiento perlas, pisan las bestias oro y es pan cuanto se toca coh las manos. ¿Sabéis lo demás que tene­mos? Casi todo: aquí se conocen las cosas sin los libros, se escribe sin modelos y se va adelante sin vapor; aquí hay una precocidad que adivina, un gusto que pule, un entendimiento que abarca, una ima­ginación que pinta y un espíritu que vuela.

Pero todo está en bruto aún, y es preciso desprender el cuarzo para dejar el oro fino, llam ar la industria con garantías, que es co­mo viene, llam ar el capital con halagos, que es como viaja, y traer a la civilización de pilón que es como crece, para de este modo apro­vechar en nuestro suelo tanto tesoro oculto y tanta riqueza natural. ¡Oh! éste será con el tiempo un gran pueblo, y yo asisto en idea al espectáculo. Entre tanto, y en cierto sentido, el genio nacional duer­me, las alas plegadas, el aliento ansioso, aguardando sólo aire en que sostenerse y espacio que devorar.

(De: “Discurso pronunciado por Cecilio Acosta al term inar el Cer­tamen Literario que la Academia de Ciencias Sociales y Bellas Letras de Caracas celebró el 8 de agosto de 1869”, Obras, vol. I, Caracas, MCMVIII, pp. 13-15).

Venezuela y su culturaNo podía ni debía pasar de aquí sin nom brar a mi patria, a mi

querida patria, que ha dado hijos tan ilustres; con la desventura de que sus nombres no han tenido eco fuera como era de desear, o no lo han tenido completo, como era justo. Sin periodismo extenso, sin órgano de comunicación, sin mucho contacto con el gran mundo, sin liceos, sin academias de estímulo, el talento ha florecido entre nos­otros sin anales; y salvo algunas excepciones, salvo alguna huella impresa en alguno que otro libro que perdura, la voz y la pluma se han ahogado, o en asambleas de horas, o en cátedras sin audito­rio, o en hojas volantes que después todos olvidan.

La culpa no es de mi patria, tan rica, tan envidiablemente rica en talentos precoces; ella harto tiene, harto ha producido y harto da que esperar: la culpa es de la suerte, que nos conserva aún en en­sayos en la vida política, y por lo mismo en atraso en la vida so­cial. Aún somos niños, aún estamos aislados del gran movimiento del progreso; la causa, la guerra; pero así y todo ¡qué índole! ¡qué adi­vinación de lo que debe ser! ¡qué adaptabilidad para los adelantos! ¡qué de dotes para ser éste con el tiempo un pueblo de renombre! Lo

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22 CECILIO ACOSTA

sé: hay defectos, hay hasta males que no me atrevería a mencionar si­no en familia; pero ¡qué quieres! Aquí nací, aquí cogí el prim er ni­do del árbol, aquí me enseñó mi madre a pronunciar el dulce nom­bre de Dios; y todo, todo esto que me rodea, lo amo con ese cariño de la primera edad de que quedan memorias tan tiernas y tan m e­lancólicas a veces: el sol que me calentó la prim era vez, el naranjo del seto que forma la cerca umbrosa de mi casa, la senda aún no bo­rrada de mis juegos infantiles, el agua cristalina que bebieron mis mayores. A ti puedo decirlo, que lo sientes: me gusta sentarme a la sombra fresca del plátano, oír m urm urar la fuente a mis pies, y ver a una bandada de palomas blancas, después de haber picado en la vega el grano recién puesto, alzar el vuelo y atravesar el cielo azul que las cubre. Me gusta más esto que todos los tesoros del mundo.

Después de esta digresión, vuelvo al hilo que llevaba. No quie­ro hablar de todas las secciones de la antigua Colombia; sería tarea prolija: de Venezuela no más. Zea (aunque granadino, lo cuento por haber hablado en el Congreso de Angostura, y escrito con tanta elo­cuencia en el Correo del Orinoco); el doctor Mendoza, Ramos, el doc­tor Pérez, el doctor Level d e ' Goda, el doctor Peña, Ramón García de Sena, el Arzobispo Méndez y los obispos Talavera y Fortique, fue­ron escritores distinguidos; el doctor Cruz Limardo, tu padre, un sa­bio, como el ilustre Vargas, y un espíritu filosófico, fino y delicado; Avila un erudito y un orador sagrado; Espinosa una imaginación de fuego, y Tomás Lander una pluma epigramática; Quintero escribió bien, pero en sus escritos hay más acción que reflexión; se parecen a él: gran figura y gran carácter. Bolívar debe estar solo, porque es el talento de la inspiración: ¡qué expresión tan colorida! ¡qué pen­samientos tan profundos! ¡qué estro en sus arranques! Sería no ha­llar término si quisiese yo agotar la lista de Toro, Gual, Michelena, José Hermenegildo García, José María Rojas, Lozano, Pardo, Espinal, Alegría, y tanto y tanto varón.

Merecen juicio aparte el obispo Fortique, ya nombrado, Bello y Baralt.

El ilustrísimo señor doctor Mariano Fernández Fortique era el talento de las gracias y el molde de la estética. Sus maneras, su gusto, su tacto exquisito, revelaban al hombre dotado de un alma hecha para depósito de la sensibilidad y para eco de lo bello. Era una especie de armónica de buen gusto: podía pedírsele el tono, y lo daba, en las letras, en el trato, en los consejos y en las costum­bres sociales. Era blando, blandísimo, tímido casi siempre; pero es porque reflexionaba mucho, y además, porque era todo luz;- pene­traba, pero no resistía. Organización enfermiza y débil, el espíritu la devoraba: veíase esto en sus ojos, que eran dos focos. Figura dema-

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TEMAS DE PATRIOTISMO 23

erada, piel sobre los huesos, líneas angulosas, irregularidad de prom i­nencias; a pesar de eso, su semblante tenía la herm osura de la alta inteligencia. En un salón nadie platicaba m ejor que él; con la palabra en la boca, m ayormente en medio de asambleas que no eran de tumultos, nadie decía frases más artísticas y propias; era in tere­sante hablando, contribuyendo a ello hasta el sonido m ate de su voz, como si fuese el tim bre natural de la casta parsimonia o el signo ca­racterístico de la ática elegancia. Si así no es, así lo hacía él apa­recer. Era finísimo; y en la conversación con los demás sabía siem­pre llevar las cosas a un terreno neutro por lo menos, en que no hubiese ni ofensa ajena, ni humillaciones del amor propio, ni sacri­ficio de los deberes: para él el corazón del hombre era un piano, y tenía la habilidad de tocar la tecla del momento. En nada de esto, esfuerzo; al contrario, en todo lo espontáneo de la ingenuidad y lo amable de la simpatía. Cuando uno salía de su casa, quería volver a ella otra vez y otra sin necesidad de invitación. Tal era su deli­cadeza, y tan notable la originalidad inocente de sus acciones, que todas eran fisonómicas, hasta la del andar: pisaba siempre suave­mente y como tentando el lugar, como si pisase sobre flores, para no lastimarlas. Se conocía que aquel hombre no pesaba ni sobre el suelo. No se consideren pequeñeces éstas, en un varón tan distin­guido, en que todo lo que le es propio le es orgánico, y lo que es más, explicativo.

Se comprenderá ahora lo que ha podido ser el señor Fortique: un sabio, un orador, un escritor correcto y puro. C arácter bellísi­mo que fué ornamento de esta sociedad, y que no vuelve a apare­cer tan fácilmente. El vacío que ha dejado no se ha podido llenar sino con lágrimas.

Aquí, en este papel, que amargo con estos melancólicos recuer­dos, caen tam bién las mías, que tengo que secar luego, a fin de que la pluma corra sin estorbos a expresar su gratitud. El señor Forti­que me echó el agua del bautismo, fué amigo íntimo de mi fami­lia, mi protector, mi consejero, uno de los que me guiaron en los in­ciertos pasos de mi adolescencia, uno de los hombres que más me han encantado por la riqueza de sus dotes personales, así como uno de los que más me han querido; y al evocar su gran memoria, yo debía hacerlo como quien favorecido agradece, como quien agrade­cido admira, como quien admirando hace justicia. No quita nada el fervor de lo que siento a la verdad de lo que digo: al contrario, se echan menos en el re trato muchos colores que por mi desmaña no he podido llevar al lienzo. Lo que hace falta no es la imparcialidad del retratista, sino la grandeza de la ejecución para responder a la grandeza del cuadro, a la celebridad del personaje, y a la im portan­cia de la galería histórica. Hago con esto una demostración de res­peto a la amada sombra y me vuelvo a hablar de otra cosa.

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24 CECILIO ACOSTA

B aralt era un talento privilegiado, una cabeza universal: hom­bre de arte, como hombre de inventiva. El hubiera florecido lo mis­mo en los negocios o en la carrera m ilitar, que en las letras; pero tomó el prim er rumbo que le deparó la suerte. Escritor castizo, do­noso, elegante y ameno, su estilo no se parece a ningún otro; y sus trabajos, por la espontaneidad del pensamiento, del mismo modo que por la perfección de las formas, serán tomados como modelo mien­tras se hable el hermoso idioma de Castilla.

El señor Andrés Bello tenía una comprensión enciclopédica. E ru­dición, fantasía, gusto, letras antiguas, adelantos modernos, todo lo poseía: fué publicista, humanista, poeta, legislador; y su nombre es hoy propiedad nuestra y gloria de la América. Varón afortunado, que cultivó los buenos estudios, que supo florecer en ellos, que vi­vió haciendo bienes y recogiendo consideraciones, respeto y gratitud, y que sin duda ha conquistado la inmortalidad. Hay obras suyas que no pueden ser mejoradas: su Derecho Internacional es citado como texto por los maestros de la ciencia, y su Silva A la Agricultura de la zona tórrida sabe a las Geórgicas de Virgilio. ¿Cómo pudo él des­de su gabinete abrazar toda esa faja de la naturaleza sin haberla re ­corrido, y trasladar al lienzo todos sus colores sin perder uno solo? De Bello aquí puede decirse lo que dijo Séneca de Fidias: Non vidit Phidias Jovem, nec stetit ante ejus oculos Minerva; dignus tamen illa arte animus et concepit déos et exhibuit.

Esa vida poderosa ha acabado. El último de esos venezolanos fué Juan Vicente González, formidable atleta y polemista sin rival. Después de eso nada queda comparable. Velo de bulto: yo no ten­go para enviarte sino esterilidad, ni hay en estas pobres líneas mal trazadas sino espinas y abrojos. Vuelvo atrás para corregirme: no todo ha acabado. Ahí queda Francisco Aranda, si bien enfermizo y pobre, por el cual tengo una gran veneración, y que por sus ta ­lentos administrativos y su profundidad en las ciencias sociales hu­biera sido orgullo hasta de la Inglaterra, a haber nacido allá. Ahí está Manuel Antonio Carreño, escritor cultísimo y hacendista, tan ilustrado, tan profusamente favorecido por Dios con los altos dones del corazón y del espíritu, y que hoy peregrina —por causas que le honran— con la inmortal hija, en patria extraña, con pérdida pa­ra la suya de lo que pudiera darle en su servicio. Amigo mío co­mo pocos y a quien yo amo con ternura. Ahí estás tú, de quien na­da más agrego porque tienes ya un nombre, y como fiador a la Aca­demia de la Lengua, que te lo ha dado. Ahí está por fin la gene­ración actual.

La generación actual ha vivido entre frecuentes conmociones: tie­ne alto espíritu y grandes talentos; pero no es la mejor coyuntura para desenvolverlos un estado político recién entrado en los odios o

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TEMAS DE PATRIOTISMO 25

recién salido de ellos. La sangre borra, la pobreza abate, las nece­sidades transigen; en medio de lo cual, ya que no esterilidad ni abandono absoluto, no se encuentra por lo común ni vagar de estu­dios, ni estímulos de gloria, ni altivez de miras, sino cuando más, esfuerzos ahogados y arranques generosos a fuerza de valientes. Las guerras civiles hacen yermo en los poblados y yermo en los institu­tos de enseñanza; en medio de ellos sólo bullen y forman algazara los enconos.

(De: “Carta al señor Dr. D. Ricardo Ovidio Lim ardo” , Caracas, enero 20 de 1869. Obras, vol. II, pp. 176-183).

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VENEZUELA: TIERRA, HOMBRES, LUZ Y PAISAJE

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Venezuela y su luzTamaña honra, la acepto en especial para mi patria, a quien per­

tenece. Yo, de propio merecimiento, nada soy; ella sí, con tantos tí­tulos. Creo no engañarme: anales tenemos que pudieran leerse con orgullo en el foro romano delante de las sombras de los Camilos y los Régulos; hechos de gloria que pudieran haberse entallado en el es­cudo de los Eneas; y en cuanto a ingenio nativo, nace aquí tan espon­táneo y tan fácil, que Venezuela será algún día la Grecia antigua de los tiempos modernos; sólo que nos falta aún edad que madure, cul­tivo que acendre, historia que narre, y ese cúmulo de adquisiciones en ciencias, artes e industrias, que son, al propio tiempo que depósi­to, fruto y enseñanza de los siglos.

Esta naturaleza nuestra está siempre de plácemes y de fiesta, o derram ando dones, o vistiendo galas; da gusto ver cómo nunca se can­sa ni se agota; y oso pensar, que a ello es debido, así como a estar estos horizontes de continuo llenos de luz, que haya tanta en los es­píritus para la inventiva y las ideas, tal disposición en los ánimos pa­ra lo bizarro y lo gentil, y tal gracia y bondad en las maneras, que las hagan equivaler a una galantería natural, sin afectación y sin re ­sabios. Usted habrá de ser tan bueno conmigo, como para perdonar­me este arranque de entusiasmo, ya que no hay vanidad en el can­dor, y que ninguno es más inocente que el que engendra el amor de la familia.

(De: “Carta al señor don Héctor F. Varela”, Caracas, 7 de di­ciembre de 1872. Obras, vol. II, pp. 292-293).

Venezuela, su pasado y su porvenirCasi se toca a la esperanza de que vuelvan para Venezuela aque­

llas condiciones sociales que le dieron alguna vez días clásicos en las letras y paz sabrosa en el hogar.

No se alcanza de pronto (y he de decirlo aunque de paso) por qué de años atrás ha m archado en descamino un pueblo tan precoz

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y espiritual como el nuestro; ni cómo, con llevar en su seno tanto talento nativo y conocer lo que aprovecha, y tanto don de cultura y saber de lo que sirve, se ha ido tras pasiones locas que no cosechan más que estragos, o se ha abrazado con los intereses de la fuerza, que Bólo dejan el vacío; males éstos que porque no se prevén es que se tienen, y cuyo remedio, si tardío, no borra los desastres. Pusiéramos menos atento oído a las instigaciones de bando, no tan ciego afán en dividirnos para aborrecernos, y m ayor y más generoso empeño en la promoción de los estudios, y hoy nuestra suerte sería otra, unidos to­dos para el bien, bien hallados con la causa de familia, la riqueza pública rebosando en los mercados, y pintando o de logro ya los fru ­tos del ingenio.

Lo contrario ha sucedido. Lo primero, tras largos años de repo­so, una vez constituida Venezuela, hemos visto desaparecer o m alo­grarse en lucha infecunda, si no es en lágrimas y duelo, una gene­ración floreciente, educada con primor, ávida de gloria y lauros en las letras, y capaz de oponer el criterio del progreso, que abre rum ­bo, a la rutina autorizada, que se estanca, y que tanto perjudica por los nexos que tiene con la barbarie en los países incipientes; des­pués de lo cual y como avenida de males que hacen turno, todo ha sido un m ar agitado con olas de partidos, en que la política contem­poránea podrá tener su m anera de apreciación particular y hasta su justicia relativa; pero en que tiene otra muy diversa, por absoluta, la historia, quedando sólo (por no hablar de personas y casos de ex­cepción) las ruinas de lo que fué, la confusión de lo que hay, por piedad indiferencia, por literatura oropeles o ponzoña, por saber in ­capacidad profesional de hablar o escribir, por sanción científica gue­rra sorda pero cruda al que la hace, por oráculos, momias, la igno­rancia que dicta y el verbo mudo. Las convulsiones intestinas pro­longadas eso tienen: hay calor en vez de luz para la idea, violen­cia en vez de armonía para el orden; con lo que no es extraño que las costumbres de nuestros mayores vayan desapareciendo poco a po­co, la moral tenga vergüenza, si es que no miedo, y el ingenio vea sus galas, porque lo son, o hechas mofa o puestas en olvido.

Da dolor esto, a que se deslizó la pluma por ir en pos de la ver­dad, y que bien borrara yo a estar por mi deseo. Mocedades son, lo reconozco, las expuestas, idénticas por lo común en todas las nacio­nes; pero sería mejor si no tenidas, o si, tenidas, no contadas. De la casa no me gusta que salga afuera sino honra, ni de la familia que se señale otra cosa que el blasón. Venezuela en cambio tiene su des­quite; patrimonio espléndido en que Dios vinculó, puede decirse, el mayorazgo de sus dones, así por los bienes de Naturaleza como por los del alma. Si por abundancia va, aquí los árboles no pueden con la carga; si por extensión, los horizontes se suceden y se agotan sin que agoten ellos mismos nuestras tierras; si por belleza natural, núes-

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tros panoramas son modelos para el arte; si por índole, el pan de uno es pan de todos; y en lo que toca a la imaginación y al talento, ésta es en germen la patria de los espíritus, y será algún día la G re­cia antigua de los tiempos modernos; sólo nos falta por ahora con­sistencia política que afiance, industria que explote y estímulo que aguije, para que haya después historia que cuente.

(De: “Carta a los Doctores Gerónimo E. Blanco, Rafael Seijas y Eduardo Calcaño”, Caracas, 15 de enero de 1872. Obras, vol. V, pp. 96 - 98).

El patriotaA nadie hemos ofendido, a nadie hemos querido ofender. ¡Pues

si son éstos nuestros hermanos; pues si es tam bién nuestra la causa de la libertad; pues si hablamos en familia; pues si es ésta nuestra patria, que tanto amamos, tierra bendita, donde el odio social no es índole, tienen los mares perlas por asiento, pisan las bestias oro, y es pan cuanto se toca con las manos!

(De: “A Clodius (Dr. Ildefonso M. Riera Aguinagalde)” , Caracas, enero 8 de 1868. Obras, vol. V, p. 160).

El patriotaEs solaz del ánimo que se dé tal ejemplo: así se sabrá, siquiera

con uno, o con algunos, aunque pocos, que los estudios serios son los que nutren, y que la frivolidad, por brillante que sea, molifica el alma, pero no da nervio a las fuerzas sociales. En esto nuestros pa­dres (y sea dicho de paso, como honra de familia) fueron muy su­periores a nosotros: labraron el m etal que tenían a la mano: fue­ron publicistas, porque habían de ser libertadores; y ahí están los mo­numentos de sus escritos como de sus virtudes. Nosotros, al contra­rio: con derram ar el mundo a nuestros pies tanto útil, escogemos lo liviano; y teniendo a nuestro servicio tanto oro, hacemos moneda de vellón: somos más poetas que industriales, más hombres de fantasía que de negocios; de donde viene a ser, que falten carreras, que fa l­ten especialidades, y que se eche menos aquel alto influjo, que es pro­fesorado en las ciencias, que es magisterio en las artes, y que da vi­da y tono al orden social. Hasta la política se resiente de este mal: inutilizado el talento por la molicie, viene otro género de acción y con­quista el poder, porque el poder es del que obra.

El que esto escribe, tenía esta queja dentro del pecho, y debía derram arla. No es una censura amarga; es una apelación a la inteligen­

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cia, para que despierte, para que se ponga a la obra, para que su­ba a la escena, para que desempeñe su papel. Si hay culpas, ella es la culpable; porque la responsabilidad es del que tiene el deber, y el deber del que tiene el encargo. Tome el pensamiento su altura, y entrará el país en el camino del progreso.

(De: “Crédito mutuo”, Caracas, mayo de 1866. Obras, vol. V, pp. 263-264).

Esperanza de VenezuelaSe ensancha holgadamente el ánimo cuando, sin necesidad de ocu­

rrir a tiempos más felices, como en reparo de males de hoy, o co­mo en vindicación de tanta mengua, ve uno que la Patria puede aún regenerarse en los hombres que aman las buenas letras, y en el es­píritu que las vivifica y las fecunda.

(De: “Obras Literarias del Dr. R. O. Limardo”, Caracas, marzo 21 de 1868. Obras, vol. V, pp. 79-80).

La gloria de VenezuelaLa que ilustra nuestros anales primitivos, mudos hoy de vergüen­

za porque no los imitamos, la que ostentamos en los días clásicos en que se renuevan grandes memorias, la que como caballeresco mote y gentil divisa figura en nuestro pecho y en nuestro escudo nobiliario, la que nos da puesto en la historia (ya se entenderá que vamos a hablar de nuestros próceres), es la obra suya, y como de ellos, de estos preciosos restos que nos han ido quedando y nos quedan, los cuales, después de haber creado una parte del mundo para la ci­vilización y la libertad —creado, porque antes no existía— no han logrado de ordinario más que flotar como vil alga en la ola de las revoluciones civiles, estar de puertas afuera en los festines de la pa­tria, ser olvidados en los presupuestos cuando no en las leyes, em ­peñadas en olvidarlos también o en hacer obscura la frase o esca­tim ar los servicios para pagarlos mal o no pagarlos, y vivir sin pan, sin hogar, sin honrosa sepultura, o llevados algunas veces de limos­na o por indignas manos a ella, cuando han debido vivir colmados de respetos y agasajos, siendo objeto de todas las atenciones públi­cas, gozando de una abundancia digna, y sin las sombras del aisla­miento, para dejar ver sus resplandores. Sus resplandores, decimos, porque los del genio no tienen más divino lampo que los del he­roísmo y la virtud.

Y aquí viene a nuestra memoria la Gran Colombia, la cual, si

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se presentara como una aparición, se presentaría magnífica, el m an­to recamado con mil combates pendiente al hombro, la veste ajus­tada con cinto de estrellas, cada una el nombre de un lidiador, a los pies coronas y cetros destrozados, y ella sobre los Andes, en son de quien preside a América y dicta al mundo el evangelio de la Liber­tad. Ningún acontecimiento más grande en los tiempos modernos, ninguna historia más heroica; sólo que esta historia es conocida has­ta ahora en el tiempo más que en el espacio, el cual abarcará en­tero cuando esté vertida en lenguas extrañas para entretenim iento y pasmo de las gentes, y que Colombia misma fué un relámpago su­blime, bien que para dejar siempre iluminados los cielos que cruzó.

La gran revolución inglesa dejó sus frutos en la propia casa, y vivió al principio de transacciones con las ideas antiguas para la con­quista de derechos futuros: la de Norte-América, comparada con otras, puede decirse que fué incruenta; la honrada frialdad de Washing­ton se entendió bien con la calculadora calma británica, y hubo arreglo; la francesa incendió su suelo y el ajeno para la replanta­ción que al cabo aguarda al mundo, pero muy pronto las antiguas raíces retoñaron: Napoleón el Grande fué un paréntesis puesto en nom­bre de la fuerza en el código moderno del derecho, una compuerta levantada en nombre del genio en la corriente de los siglos y de los sucesos humanos, los cuales, rebosando al fin, la cubrieron, para en­tra r de nuevo al cauce.

Lo que casi no tiene par, por los pocos medios con que se con­tó y por la trascendencia histórica, es que éstas, antes colonias es­pañolas, llamadas después de constituidas Colombia, sin recursos, sin comercio, sin armas, sin amigos, sin el contagio de las ideas gene­rosas que agitan y transform an las sociedades, hayan desafiado y vencido a una nación tan bizarra y noble como España; a la que no levantó la mano en ocho siglos de guerra galana hasta quitar una mancha de su seno y consumar actos de valor que no han cabido en menos que en romance; a la que sacó un continente de las aguas para donarlo al mundo; a la que logró con sus posesiones ponerle cinturón a la tierra; a la que vió cruzando los mares a sus arm a­das y flotas para llevar o traer, como ostentación de grandeza, vi­rreyes y tesoros, o mensajes de autoridad, de gloria o de conquista; a la que tuvo Cides y Gonzalos de Córdoba, Corteses, Pizarros y Gra- vinas; a la que hubo m enester más de un siglo de esplendor en le­tras con tanto ingenio, envidia extraña, para celebrar su galantería caballeresca, su espíritu guerrero y sus altos hechos de armas; a la que últim am ente no descansó hasta que hubo limpiado de extranje­ros su propio territorio, visto sepultado el medio millón de hombres lanzados sobre él para continuar la usurpación, quebrantado a lo* mejores mariscales del Imperio, y lanzado más allá del Pirineo a las derrotadas águilas napoleónicas, para que éstas fuesen a encon­

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trar al que las llevó un día en sus banderas, derrotado él también, lan­zador de rayos de mando, dominador de Europa, que preguntaba pa­ra obedecerle qué quería, amo de emperadores y reyes, y habitador soberbio de las Tullerías y un momento del Krem lin para ir después a m orir en Santa Elena.

He aquí a la nación que resultó postrada en tierra, y a la que postró con tanta bizarría, en lo cual no hay ni recuerdo amargo ni encono, sino la mención de un decreto ya sellado del destino. Es­paña luchó como buena por un derecho tradicional, la necesidad de sostener la integridad de sus posesiones, y Colombia por el elaterio del derecho moderno, y el que posee todo pueblo, si tiene la fuer­za para ello, de declararse independiente y señor.

Y así sucedió con sólo quererlo: la voluntad humana es un des­tello de Dios. Cual bramadores vientos desatados del antro de Eolo, así se vieron derram arse en avenida inmensa héroes, batalladores, pa­ladines, varones de seso en el consejo, y de pro en el día del com­bate; y se trabó la lucha, y el territorio fué todo un humo de pólvo­ra continuado que sólo se disipó con el iris de la paz, y un choque y un estampido constante de acero y de cañón que sólo cesaron con la diana del triunfo. Todos los llaneros se volvieron centauros, to­dos los serranos cazadores, todos los pescadores marinos; y así los ra ­paces con la leche en los labios como los jovencitos imberbes, corrían desalados a hacer sus prim eras armas, atraídos por una canción he­roica o una divisa de patria. Las madres entregaban a sus hijos o éstos se les escapaban sin saberlo ellas, contentos con saber por el camino el nombre del fusil o el del campo del honor, para ir a rendir en él en flor la vida o cantar el prim er himno de victoria. Todas las mujeres eran Porcias que se herían en el muslo para probar su áni­mo fuerte y lograr ser iniciadas en los misterios de la alta em pre­sa, y todos los hombres Traseas que protestaban en el Senado, o morían como Catón de Utica por conservar ileso el alto honor de Roma. El sol no hacía más que secar sangre, el viento que llevar hurras, el cielo que presenciar destrozos, y las mesetas y sabanas que mantener extendidas, como una sábana fúnebre, capas de osamentas humanas, la hierba ya hollada y seca con el correr y galopar de los bridones. El valor sucedía al valor, el sacrificio al sacrificio, la m uer­te a la muerte; y cuando ya quedaban las poblaciones desiertas, las calles solitarias, y el silencio reinando en las plazas, eran de verse acá y allá, como testigos mudos, para probar que no todo había aca­bado, inscripciones de constancia, lemas de heroicidades y motes de gloria. Si sucedía pasar por allí dentro de poco otras legiones de la reivindicación nacional, aquel silencio era musa, aquel horror alien­to, y se lanzaban, la ira dentro del pecho y el ardimiento en las ma­nos, a buscar venganza y triunfos. Y conseguidos, los cantaban, y cantándolos los comunicaban como voz de animación a los grupos

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patriotas que les salían al encuentro, o los proclamaban en las ciu­dades como buena nueva, o en los cerros para que pasasen de cum­bre en cumbre, o en los extendidos valles para que los repitiese el eco cual protesta heroica y grande.

Así siempre, con esa tenacidad, con ese tesón: no había sexo, no había edad exenta, sino que todas eran reclamadas por la guerra; ni bastaba el valor, el cual era m ercadería común, sino que era menester el heroísmo, a fin de poder vencer o m orir con él para los aplausos o para la historia. Por todas partes lucha empeñada, por todas partes vicisitudes, trances, reveses, escaramuzas, reencuen­tros, batallas, trofeos, proezas, m artirios, hasta que al cabo de quin­ce años, todos ellos una sola brega, declarada la suerte a favor nues­tro, se vistieron de gala y de pompa las ciudades, se vieron empa­vesadas las naves triunfadoras descender los anchos ríos para ir a dar la fausta noticia a la orilla de los mares, y apareció la Libertad en la más alta cum bre de los Andes, para darla ella en voz esten­tórea al universo.

Todas las repúblicas de Grecia juntas no tuvieron estas pági­nas; pero eran cohortes los varones que contábamos para la ardua empresa. Cristóbal Mendoza y Camilo Torres, Urbaneja y Nariño, Roscio y Zea, Sanz y Caldas, y Madariaga, y Coto Paúl, y Ramos, y Ramón Ignacio Méndez, y mil y mil más que no agotará jamás la pluma.

Urdaneta fué Ney sin su hora menguada, y sí con su ojo cer­tero, su impetuosidad, su denuedo y su incesante acción, pudiendo decir el uno lo que decía el otro, preguntado si alguna vez hubo mie­do delante de sus enemigos: jam ás tuve tiempo de pensarlo: ésa es una vida preciosa. Páez fué el nieto de Eaco, que sólo con un gri­to a la orilla del foso hizo retroceder a los troyanos, temerosos de que sin el auxilio de los aquivos, tomase él solo a Troya. Rivas en menos de cuatro años de lucha, dió m ateria a romances que en el día de la posteridad, y a la lum bre del hogar, recitarán las madres a sus hijos para que éstos crean que son fábulas. Soublette poseía las dotes de m ilitar, estadista y diplomático, tan aventajado en las últimas, que en años posteriores llamó en Europa la atención con tal carácter: igual a Soult por la organización y la estrategia, y a B erthier por el espíritu de orden, la regularidad y la administración civil y del ejército, lo que Napoleón I del último pudo decir Bolívar de Soublette: que no había quien pudiese reemplazarle. Bermúdez fué Diómedes. Los Monagas, jefes épicos, siem pre apercibidos en el día del peligro y la lealtad. M ariano M ontilla un Cimon por su probidad patriótica, y un Pericles por su esplendidez y modos cor­tesanos. Mariño, el Tancredo de la historia, ennoblecido por el pin­cel del Tasso. Sucre en medio de los desfiladeros, cumbres y pára­

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mos andinos antes de la acción de Ayacucho y durante ella, más admirable que Aníbal cuando atravesaba los Alpes; carácter singu­lar aquél, en que la modestia templaba el ardor del ingenio, para hacerlo sereno y dulce en el consejo y en el trato, e infalible en un día de batalla.

¿A qué más? Pero sobre todos está Bolívar, el Moisés de la pe­regrinación; más feliz que él, porque logró en trar a la tierra pro­metida. Bolívar es más grande que Alejandro, el cual pasó como el rayo para dejar desastres, y después la división; más grande que todos los Césares, que sólo se encuentran en Suetonio para presen­tar ante los ojos eunucos y parásitos, mesas opíparas y gustos frí­volos, intrigas de corte y torpezas bajas, y un género de molicie tan ­to más ruin, cuanto que trataba de cubrirse con la púrpura; más grande que Julio, el cual atravesó el Rubicón para el imperio. Bo­lívar, por último, se destaca en medio de los siglos y la historia, para m ostrar a los unos el rumbo, para enseñar a la otra sus doc­trinas; y Colombia, su obra, aparecerá siempre como un norte pa­ra la navegación del derecho, y como un faro para los mares de la libertad.

Deseábamos llegar aquí para preguntar, si son los autores de semejante obra los que tantas veces hemos olvidado, si merecen es­tar hambreando y sin nada los que nos lo dieron todo; si los fun­dadores de la familia y los arquitectos de la casa no han de tener puesto en una ni otra; si tendremos que negar a los extranjeros que nos lo pregunten, que sea progenitor nuestro uno que pasa por la calle vestido de harapos, sólo porque los lleva, bien que llevando al pecho y bajo ellos mismos, medallas ilustres, el recuerdo de cien combates por la libertad, y la constancia de haber oído las porten­tosas creaciones que salieron de la boca de Bolívar.

Vamos a reparar la falta, vamos a desagraviar a estos patricios.

Ahí está de los que nos quedan, Mejía, el Néstor de los L iber­tadores hoy, por sus años, tan prudente en el consejo e inmacula­do en conducta, como enriquecido de servicios de prim era magnitud en esa guerra de Oriente, no escrita aún, tal vez por lo pródiga en prodigios, y en que él militó con singular bizarría y clara inteli­gencia m ilitar al lado de Piar, Bermúdez y Mariño, habiéndole to­cado la gloria de encontrarse, entre otras acciones distinguidas, en el Juncal, la que, y San Félix más tarde dieron la base de Angos­tura, engendradora de la inm ortal expedición a la Nueva Granada. En Mejía el patriotismo es entusiasmo, cada cana un merecimiento, y no proseguimos por nuestro mismo afecto, temerosos de decir po­co para él, o decirlo con desmaña para la patria, que quiere gala­na la historia de sus hijos.

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TEMAS DE PATRIOTISMO 37

Ahí está Muñoz y Ayala, perteneciente a la que pudiera lla­marse entre nosotros la familia de los Macabeos, de palabra dada y buena fe cumplida, y para la cual siempre fué la patria antes que todo. Muñoz y Ayala dió a ella en la Victoria casi todo, porque ca­si le dió la vida, no habiéndole quedado sino restos mutilados, hoy como siempre venerables, y los cuales besa respetuosamente nues­tra pluma.

Ahí está Clemente Zárraga, de raza patricia toda ella, caballe­ro perfecto como los que re tra ta Calderón, alma heroica como las que pintan los romances, y enamorado de la gloria, para beber la cual, se fué jovencito aún, destetado de los salones galantes, al la ­do del Libertador, que la derram aba a torrentes; y allí a su lado o en sus legiones hizo, atendidos sus cortos años, lo que un doncel que en busca de renom bre pelea por su dama, por su escudo y por su honra. Estuvo en el asalto y toma de Puerto Cabello en 1823, se in­corporó al ejército auxiliar que se organizaba en Bogotá para la campaña del Perú, prestó im portantes servicios con el carácter de Edecán al lado de M ariano Montilla, que le distinguió como él lo merecía, salvó al partido boliviano de la infidencia de un jefe tra i­dor, se unió a las huestes que debían obrar contra Lamar, hizo par­te del Estado Mayor de Bolívar, tuvo mando en los cuerpos que ha­cían su guardia de honor, y mereció del grande hombre, cuyo cul­to conservó siempre y al que fué leal hasta el m artirio, considera­ciones, estímulo, agasajos y casi paternal cariño.

Ahí está Lope M aría Buroz, carácter romano y sin mancilla, de cuyos labios oye uno con encanto la historia de los grandes días, en que él fué testigo y actor, cuya hoja de servicios es tan rica, cu­yos hermanos perecieron casi todos en el campo del honor, y sin cuya ilustre familia estaría incompleto el árbol nobiliario de la Patria.

Ahí están, en fin, Mateo Guerra, veterano de tantos méritos, y uno de los tipos de esa raza oriental privilegiada; Minchín de tan­ta honradez como lealtad y denuedo, y José Rosario Ponte, tan de­cidido, leal y valeroso.

(De: “Un asunto de grave interés y de justicia nacional” (1878), Obras, vol. II, pp. 7-17).

El pasado gloriosoHabernos menester dar en miel por el agrado, o en condiciones

apetecibles por el método, el conocimiento de nuestra historia prim i­tiva, de la cual estamos como destetados y divorciados, sin tener por ello en medio de nuestras contiendas políticas —que muchas veces no son más que miserias doradas con nombres bellos— ni esos al­

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38 CECILIO ACOSTA

tos ejemplos como dechados, ni esa ejecutoria como título de no­bleza, ni esas sublimes virtudes con que nuestros antepasados su­pieron sacrificarse por la patria para fundarla e ilustrarla. Entre­gados a cuestiones del momento, que son con frecuencia como los adornos de bailes, buenos para lucir una noche y para olvidados al día siguiente; ávidos de luchas estériles por la prensa o en el campo de batalla, que fuera de la sangre, el escándalo o el ruido, no dejan otras huellas; contentos con nombres porque son apodos y desunen, en vez de vínculos que atan; embebidos en una literatura novelesca, frívola tanto como dañina, que corrompe el gusto del arte, duda de la virtud, disocia la familia y calumnia los afectos del hogar, o tal vez enamorados de las tradiciones de parcialidades y bandos, que afilian en los odios en lugar de afiliar en el progreso, no apreciamos, o si apreciamos no hacemos el estudio de esos gran­des anales, donde se halla la fortaleza para el deber, el sentimien­to del deber para el decoro, el de la justicia para la tolerancia, ac­ciones heroicas para conquistar la libertad y m artirios costosos pa­ra una gloria sin mancilla. Da lástima que teniendo esto en la pro­pia casa, lo desdeñemos; y que pudiendo ser ricos de abolengo, que­ramos ser pobres por capricho.

Varias causas y varias necesidades, todas ellas naturales en el desenvolvimiento de pueblos nuevos que se ensayan en los usos de­mocráticos, han tenido parte en esta negligencia, de que, con to­do, tenemos que acusarnos; porque, aunque la filosofía busca siem­pre los motivos generadores para explicar los efectos, y hasta ha­lla a éstos bien nacidos, queda en todo caso una justicia contempo­ránea que distribuye alabanza o vituperio según le toca a cada cual.

Entre semejantes causas está la necesidad que se reconoció, una vez terminada la Independencia, de establecer lo que se llamó liber­tad doméstica. El prestigio del heroísmo, el influjo m ilitar, los res­tos de la colonia no del todo avenidos con el flam ante orden de co­sas, las riquezas que todavía eran las que se habían adquirido en aquel tiempo; todo esto debió form ar un núcleo de fuerzas, que cuando no es el poder mismo, está cerca de conquistarlo; de don­de habían de ocasionarse como consecuencia el anhelo de novedades, e! pretexto de la ambición y de todos modos el deseo de mejoras del patriotismo, y los justos celos de la libertad. Esto trajo las po­lémicas ardientes, el encarnizamiento de los partidos, y por último, el motivo para desatarse el rayo de la guerra que ha desolado por varios años las varias regiones de Colombia, hasta lograrse el triun ­fo definitivo de las ideas liberales; en medio de lo cual no se es­tudiaba, sino se disputaba y combatía.

Como no hay una sola etapa en el camino de la humanidad, so­

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TEMAS DE PATRIOTISMO 39

brevino a poco la lucha de todos y de cada cual por el poder, que en una república es de aquel cuyo nombre sale de las urnas, salga él de donde saliere. Tales esfuerzos, tendencias y luchas, han debido ab­sorber la atención común, para llam arla a objetos más cercanos, a intereses más vivos, a la m anera de establecer y hacer duradera la existencia política y social. Con lo que, claro está, en la rapidez con que corrían los sucesos, en el afán que había de precipitarlos para llegar a un fin, y en la ansiedad por alcanzarlo que entre otros es­tudios serios, debía continuar olvidado el de la historia de Colombia.

Pero hemos entrado ya en el tiempo de que se sepa y de que se la siga en sus ejemplos de virtud, desprendimiento y grandeza, y de que ella se aprenda en todas las escuelas, se repita en todas las casas y se lleve como las filacterias de nuestras lecturas favoritas. La historia de antiguas edades se lee ciertam ente para instrucción de todos y como m ateria de observación y deducciones del filósofo; pero la his­toria de los pueblos democráticos debe leerse además como un de­chado que imitar. Los príncipes del Bajo Imperio no sacaron nada de provecho de la Roma de los primeros emperadores, ni éstos de las proscripciones de Mario y Sila, ni Mario y Sila de las olas sangrien­tas de la república romana cuando se agitaba en tre una plebe indis­ciplinada y voluble y un patriciado insolente. Pero sí tay mucho que aprender en los Estados Unidos, pasando y repasando la vida de Wash­ington, de John Adams, de Jefferson, de Madison, de Franklin, de Weíióicr, de Clay; y en las diferentes secciones de la antigua Colom­bia, en el Perú y en Bolivia se bebe sabiduría, y magnanimidad, y virtud, y valor, y todas las virtudes heroicas y civiles, leyendo las vidas de Bolívar, de Sucre, de Salom, de M artín Tovar, de Nariño, de Silva, de los Monagas, de Páez, de Soublette, de Mendoza, de U rda­mela, de los Ayalas y Muñozes, de Bermúdez, de Mariño, de Vargas, etc.

Vamos a ver si volvemos a aquella antigua buena fe, a aquel amor desinteresado por la libertad, a aquel afán por fundar y hacer prácticas las instituciones liberales, a aquel respeto por la ley, a aque­llos días hermosos, no repetidos después, en que todos eran pares por el mérito, hermanos por la causa y sólo competidores por la gloria. Se pensaba sólo en dar la batalla de San Félix para sitiar después a Angostura, en la de Bogotá para libertar a la Nueva Granada, en Ayacucho para fijar la suerte de toda la América del Sur, en Colom­bia para el Congreso de Panamá, en el Congreso de Panam á para si­tuar allí el Congreso universal del nuevo mundo, en la adm inistra­ción pública para el bien común y en el bien común, como en la me­jor prenda que puede dar una m agistratura que cumple. Este epicu­reismo político que hemos contraído, atento al mando por los goces; este deseo de obtenerlo, no porque se da sino porque se toma; esta falta de criterio público; esta indiferencia por lo bueno y por lo malo; este menosprecio de la v irtud por desvalida; esta propensión a ensal­

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zar o a deprimir, según está el objeto de ello exaltado o caído; esta servidumbre voluntaria que ya va haciéndose crónica; todo eso tiene que mejorarse o desaparecer a vista de lo que fueron nuestros pa­dres, llevado a la memoria, y de lo que hicieron, presentado como modelo.

(De: “La Obra del Doctor D. Nicolás González” , Caracas, 14 de enero de 1878. Obras, vol. IV, pp. 259-263).

El pasado de VenezuelaDe Venezuela se habló un tiempo mucho, y se habló muy bien;

virgen hermosa y de hermosos atavíos: hoy todo muerto, frío, inmó­vil. El manto de la virgen por el suelo, pero manto de estrellas; la corona pendiente, pero corona de siemprevivas; la fama de pie, y ca­llando, pero la fama de la historia.

(De: “A Clodius”, Caracas, enero 14 de 1868. Obras, vol. V, p.201).

La idea de ColombiaNo alzo la mano de este punto, sin celebrar contigo, aunque sea

de paso, a Colombia. ¿No es verdad que este pensamiento es una ne­cesidad de la época, un tributo hecho a la historia, una profecía de Bolívar? Después de muchos años de errores, volvemos al evangelio del Grande Hombre. Y no me arguyas con que él centralizó, y nos­otros queremos federar, como para hacerme ver la diferencia. Acá para los dos, cada cosa es lo que debe, y tú vas a decirme que es muy cierto.

La Nación tenía, por el tiempo de la Independencia (debido esto en mucha parte a las costumbres) los deseos, más bien que la unidad y la conciencia del poder para hacerla realizable: y sonada la hora del destino, él mismo debía proporcionar representante. No es la prim era vez que los pueblos se mueven de esa manera: mayormente a los principios, en que van a ensayar la vida social, y en que no tienen órganos para sus necesidades, su caudillo será el que las in terprete y satisfaga. En este sentido, la historia del heroísmo es de ordinario la historia prim itiva de la Patria, que ve su suerte unida al varón que la enaltece; y haciendo aplicación al Libertador, si su vida había de ser lucha, y la República el ejército, el ejército era preciso que estu­viese donde estaba el adalid. Los que lo sospecharon de ambición a la perpetuidad del mando, ¿por qué no hicieron su obra? ¿por qué no rescataron medio mundo? ¿por qué no dieron m ateria inacabable a la trompeta de la fama? ¿por qué no contrajeron con la gloria ese

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compromiso de honor que sólo se cumple en el m artirio? Con menos ceguedad, hubieran tenido más justicia. Cuando él murió, su espada estaba al lado, todavía con el olor de la pólvora quemada en el último combate: como un gigante bíblico, cuya sombra misma es pesada, que gasta sus fuerzas recorriendo el campamento para libertarlo de ene­migos, y después viene a expirar al pabellón. Pero recuerda conmigo, que él no cesó de recomendarnos las ventajas de la unión, que si para entonces era personal, porque debía estar consubstanciada con su p er­sona, para ahora ha de ser real, porque debe buscarse en la combi­nación y equilibrio de las instituciones. En suma, si en la Colombia de Bolívar, el alma era él, en la Colombia nuestra, el alma debe ser la federación, la cual no es otra cosa (si el fin es conciliar la libertad y los gobiernos) que la unidad en la pluralidad y la pluralidad en la unidad.

(De: “Cosas sabidas y cosas por saberse”, Caracas, mayo 8 de 1856. Obras, vol. Ill, pp. 264-265).

Venezuela y ColombiaLo manifiesto —amigo como soy de Colombia— para que se sepa

que conservamos sin rom per y nos son caros siempre los lazos de familia.

Estos lazos se form aron por la naturaleza, que los hizo eternos en el origen de raza, la religión, la lengua y las costumbres, y vinie­ron a estrecharse más en los combates por la libertad y en los esfuer­zos generosos por un destino común. Los pueblos que no quieren pe­recer, han de conservar ileso su escudo e intacto el tesoro de sus tra ­diciones y su gloria; y es imposible registrar la nuestra, escrita toda ella en páginas de oro que dan ya m ateria al romance y a leyendas mitológicas, sin reconocer que en los grandes días de prueba venezo­lanos y granadinos derram aron juntos su sangre, juntos llevaron al altar de la Patria holocaustos e incienso y a los campos del honor gentil bravura, juntos grabaron su nombre en el granito de los Andes, o lo dieron al viento de la fama en las costas de la m ar y en el curso de los ríos, y después de una cruzada brillante en que cada paso fué un sacrificio y cada hecho un asombro, y sonada la hora del triunfo definitivo, hallaron haber sido unos mismos sus trances, sus vicisitu­des, sus capitanes y trofeos, y que por sobre sus cabezas flameaba el pabellón de cien victorias, como un signo clásico de independencia y un título histórico de inmortalidad.

Hoy, pasado no más un tiempo puede decirse corto, con no tener éste aún lo indefinido de la distancia, ni la niebla de los siglos, vuelve uno sin cesar la vista a tanto suceso heroico y a tanto alto ejemplo,

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para llenarse de admiración y pasmo; para ver a Zea en el Congreso de Guayana, echando con su palabra, los fundamentos de la Gran Re­pública, o tronando como tronaba Demóstenes con estro patriótico contra Filipo; a Santander en los consejos y la Administración de la antigua Santa Fe, prestando servicios —bien que afeados después— que nunca olvidará la Libertad; a Sucre, atravesando páramos y des­filaderos y realizando prodigios; a Ricaurte pereciendo volado por el fuego; a Mariño que todo lo dió a la idea revolucionaria; a Páez que poseía el valor sin par y no la cólera de Aquiles; a Silva y Urdaneta, el Diómedes el uno, y el otro el Berthier venezolanos; a los Ayalas y Muñozes derramando su preciosa sangre, unidos como los eslabones de una misma cadena de glorias San Félix y Pantano de Vargas, Ca- rabobo y Boyacá; y a Bolívar, dirigiendo como Júpiter desde el Olim­po batallas de semidioses y héroes, o cargando sobre sus hombros, como Eneas, el escudo en que resaltaban ya en relieve los claros he­chos de la futura triunfadora Roma; para aprovechar en fin, todo ese conjunto de lecciones, y ver si al favor suyo, fortificamos, mejoramos y enaltecemos estas virtudes nuestras tan flacas, esta propensión a los goces epicúreos que equivale a la molicie, este ánimo movible a todo viento de poder —que es una forma de servidumbre— y este espíritu de partido, contento sólo con nombres por cosas y con personas por principios.

Lástima sólo que nuestros anales primitivos, permanezcan toda­vía dentro de casa, y no los conozca bien para admirarlos más el mundo, porque el castellano, en que están escritos, no es hoy, como lo fué un tiempo, órgano de comunicación universal, con serlo — y en esto no superado por ningún otro— de arte, expresión, elocuencia y gala; pero el día ha de llegar, y entonces nuestra grandeza épica en­trará a la alta historia cual entra el Amazonas al océano, abriéndose paso triunfal por en medio de sus enemigas, resistentes y poderosas olas.

(De: “El Dr. Don José María Samper”, Caracas, 31 de julio de 1877. Obras, vol. II, pp. 301-303).

ColombiaAmo mucho a ese país, donde tengo tantos y tan distinguidos e

ilustres amigos, y el cual considero como una nueva patria, por serlo por mi afecto, fuera de serlo también por el nexo de la gloria. El día grande de ella para nosotros, aquel en que se inscribieron en nuestro escudo nobiliario —escudo común— nuestros héroes, esta­distas, oradores y poetas; y hazañas tan brillantes como no las tu ­vieron nunca las repúblicas de la antigua Grecia juntas, quedó for­mada la familia y escrito para no borrarse jam ás el árbol genealógico

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cuyo entronque fué Boyacá, y cuyas ramas dos grandes pueblos, don­de figuraron Sucre y Joaquín Mosquera, Páez y Córdova, Soublette y Nariño, U rdaneta y Santander, Peña y Caldas, Urbaneja y Castillo, Mendoza y Zea, y un millón más, y sobre todos ellos Bolívar, equiva­lente él solo a un asunto de epopeya y casi a un mito de la historia. Aquellos tiempos avergüenzan el presente, pero pasarán las malas y obscuras horas y vendrá otra vez el lampo divino. Siempre he pen­sado que la justicia es eterna, que estos países nuestros tienen destino, y que la libertad se perpetúa en América.

(De: “Carta al señor don José M. Sam per”, Caracas, 20 de di­ciembre de 1878. Obras, vol. II, pp. 316-317).

VenezuelaMe toca ahora hablar de mi patria, país modelo un tiempo y de

días serenos, de días de luto después por causa de su lucha fratricida. Eso ha pasado ya, y son los tiempos otros. Nos esforzamos ahora por consolidar las instituciones, y pongo a Dios por testigo de que lo lo­graremos. No me ciega el amor: Venezuela, por su índole suavísima, por su precocidad adivinadora, por su espíritu fino, por su adapta­bilidad para todos los adelantos, por su culto por lo bello, será un día, así que venga un raudal m ayor de luz artificial ajena, y haya m ayor comercio y trato con el mundo, la Grecia antigua de los tiem ­pos modernos. Hago con esto justicia, y siento al hacerla noble orgullo nacional.

(De: “Carta a R. H.”, Caracas, junio 23 de 1869. Obras, vol. II, pp. 240-241).

El patriotaSiempre con nuestro tema, sembrando la sana simiente, para ver

si germina: siempre con la América, para verla crecer más: siempre con nuestra querida patria para que continúe siendo nuestro orgullo.

(De: “A Clodius”, Caracas, enero 14 de 1868. Obras, vol. V, p. 196).

La comunidad venezolanaApenas, después de esta lección, que nos sirve de enseñanza, nos

queda un voto que hacer: que en la obra de la civilización y de la dicha general andemos siempre unidos, como hemos sido hermanos el día de la común calamidad.

(De: “Caridad”, Caracas, diciembre 10 de 1855. Obras, vol. IV, pp. 63-64).

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VenezuelaUna tierra como Venezuela, donde (séame permitido este orgullo

nacional) el espíritu es tan fino, el genio nativo tan precoz, y el buen gusto, con modelos y aun sin ellos, o se acerca al arte o lo ennoblece.

(De: “Carta de don Cecilio Acosta sobre la Academia de la Len­gua de Venezuela”, Caracas, 26 de diciembre de 1873. Obras, vol. III, p. 125).

Después de la Guerra FederalSi se pudiera form ar la estadística actual sobre el estado de

nuestra riqueza, comparándola con la que fué en otro tiempo se vería de bulto el esqueleto a que ha quedado reducida. Familias numerosas, antes con comodidad, hoy mendigan: la propiedad pecuaria casi ha desaparecido; la agrícola vive hoy de sus entrañas; y hay muchos Es­tados, de los cuales algunos han quedado casi yermos y eriales, y otros no tienen con qué hacer sus gastos más indispensables. No hay ham ­bre porque aquí no puede haberla, con una naturaleza tan próvida; pero hay privaciones. La causa de todo esto ha sido el principio auto­nómico mal entendido, la relajación política como principio de go­bierno, y un gobierno que tuvo la habilidad de trasladar la persecu­ción, de las cárceles, que no dan dinero, a la expropiación de lo ajeno, que sí lo da.

El restablecimiento de la verdadera doctrina en este punto, para hacerla institución en la práctica, es ya una necesidad de la época. El país tiene hambre y sed de paz, de aprovechar su trabajo, de ver florecer sus industrias, y de que cada uno viva tranquilo en su casa, para la familia y la sociedad.

(De: “Leyes Secundarias” . Obras, vol. III, pp. 25-26).

La inmigraciónLa necesidad de la inmigración no ha menester pruebas. Desde la

fundación de la República, a vista de los elementos que entonces exis­tían, todos coloniales, no ha habido más clamor que ése. Hoy todavía es mayor, si cabe, por el estado de desfallecimiento, de m uerte casi a que se halla reducido el único m anantial de los ingresos públicos y privados. Las costumbres primero, las leyes luego, y por último, ciér- tos principios de buen parecer, pero de malísima condición, porque estaban divorciados de la m adre común de todos éllós, que es la ex­periencia, han tenido gran parte, puede decirse que toda, en la crea­ción y conservación de un estado del país, como el actual, que no es

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TEMAS DE PATRIOTISMO 45

el de la naturaleza, que no es el del destino, que no es el del progreso y bienestar de una nación. Da lástima ver a la nuestra, mendigando industrias, trabajo, trabajadores, artes, artefactos, hasta prim eras m a­terias, con tener en su seno todas las galas y pompas de la región in­tertropical; y tan desvalida y pobre, que, con campos de bendición ha menester rogar le den el pan de su alimento. Los terrenos, eriales; las plantaciones, sin cultivo; los derechos, enormes; los gastos de pro­ducción, devoradores; el pobre labrador no tiene a su vista otra cosa que obligaciones que cumplir, y un suelo que riega con sus lágrimas, y que no le acude, en sazón, con cosechas de recompensas.

Si hubiera de presentarse en un cuadro el estado de Venezuela m irada por esta faz de su historia económica, sería fácil hallar a la mano varios colores que dejarían ver en cada error un desengaño, y en cada desengaño una lección de la experiencia. No culpamos: conta­mos; hacemos como el viajero, que al pasar observa, coge y guarda. Las naciones se prueban como los metales: hay una época de erro­res: la verdad viene después. La vida colectiva, como la vida indi­vidual, es lucha, y no más; y esa lucha es la escuela. Hoy sabemos más, y sabemos porque nos han enseñado los extravíos. Sin traba­jadores al principio, sin artes que sirviesen de ejemplo, sin hábitos de trabajo, sin leyes de fomento (si no se admite la palabra protec­ción) para algunos ramos con otras que quitaban el valor a la pro­piedad, con algunas que desequilibrando por un peso ficticio los pro­ventos de las industrias, hacían inclinar la balanza del lado del di­nero, sin comunicaciones fluviales ni terrestres, y por último, con la abolición repentina, si bien necesaria y santa, de los brazos del cultivo, el resultado debía ser la ruina de éste, el desconcierto de la sociedad, y la m iseria de la nación. Ahora no tanto, mañana, se sabrá hasta dónde llega lo grande de la crisis, si no se ocurre con eficaz y pronto remedio. Las medidas que conmueven los pueblos de alguna manera, son como ciertos golpes, que al fin es que más se sienten.

Por lo mismo que se nota ya tan cerca el mal, la prudencia está en ocurrir presto a su cura, y la mayor de todas es la inmi­gración. No puede decirse que ésta no haya sido llam ada y pro­movida en la Legislación; pero los resultados no han correspondi­do. Los Estados Unidos abrían por el mismo tiempo sus puertas, tenían industrias, campos, talleres, movimiento de agitación indus­trial; y esto por no hablar de otras causas que estaban en la con­dición y las costumbres del país, ha sido bastante para que no ha­yan afluido aquí, ni todas las manos ni todos los trabajadores que habernos menester. Los pocos que llegaban, ligados a contratos for­zados con el propietario que los tomaba para sí para pagarle el pa­saje, se disgustaban de su estado, y disgustaban y desalentaban a

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los otros que se habían quedado en la patria común. La opinión influye más de lo que se cree en las cosas humanas: una idea difun­dida, un rumor, falso siquiera, precipita o para un acontecimiento; según lo cual, no es de extrañar, que desacreditada de esta m a­nera la introducción de extranjeros, Venezuela no alcanzase el fru ­to de sus esperanzas y esfuerzos.

Preciso es, según lo que se acaba de exponer, dar un tiento a la fortuna por otro lado, llam ar los inmigrados y dejarlos libres, abrir­les nuestros puertos, y permitirles que contraten como quieran; y he aquí justamente el blanco adonde se endereza nuestro propósi­to, y el pensamiento que explica la m anera de hacer nuestra es­peculación.

Cualquiera que se haga de esta clase con una basa diferente, no puede conducir a buen término, sino a la ruina cierta de los em­presarios. O no vendrían los extranjeros, o de venir se volverían, huyendo, no al hecho, sino a la imaginación de su cautiverio. El camino ahora para conseguir la inmigración se ve llano, y no cos­tará ni trabajo ni gastos. Dos ideas lo explican todo: los inmigrados deben quedar sin reato, y el Gobierno debe pagarles sin indemni­zación su pasaje.

Esto último, la paga, es lo que alarma, o por lo menos desalen­taría a algunos en el estado actual del tesoro. Antes de probar que no debe haber tales temores, debemos manifestar que el pensamien­to, cual lo hemos expresado, ha sido acogido y puesto en proyecto por la Comisión prim era del Interior del Senado, y sin duda lo será por toda la Legislatura.

Pero como nuestro fin es el convencimiento, como no queremos que se haga nada que no sea nacional y patriótico, como no estaría­mos tranquilos si no tuviésemos la conciencia del beneficio del país, nuestro propósito es hallar, y dem ostrar que está en el bien de él el motivo y la justificación de nuestra empresa.

(De: “Inmigración”, Caracas, marzo 25 de 1855. Obras, vol. IV, pp. 67-71).

El destierro¿Sabéis lo que es el destierro?.. . Un lugar donde las lágrimas

queman; donde no se ve subir el humo del techo paterno; donde no hay, para sentarse, sombra de árbol amigo; donde se abre la puer­ta al perro del amo, y se le cierra, se le echa a la cara al extranje­ro; donde no se puede decir esa expresión tan sabrosa, y que repre­senta una historia de amor: “Esto es mío, porque fué de mis m a­yores” ; donde no pueden los padres llevar los hijos a su pecho pa­ra enseñarles a pronunciar su nombre y el nombre de su Dios. No

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me digáis que no, yo sé que me diréis que sí, yo sé que contribuiréis a borrar esa palabra. Prendas habéis dado: desde este lugar donde estoy leo en esas cicatrices vuestras, ganadas en mil gloriosas lides, vuestro acendrado am or a la Patria, a esta Patria, que no es otra cosa que este cielo, este aire, estos climas, estas tierras, y la paz in­alterable del hogar, donde es tan dulce el sueño.

(De: “Discurso pronunciado el 4 de febrero de 1855, en nombre de la Universidad”. Obras, vol. V, pp. 316-317).

Venezolanos fuera de VenezuelaEl Doctor Ricardo O. Limardo es honra y lustre de la patria. En

el extranjero está, y se desvive por ella, dándole no sólo su nombre, sino sus generosos esfuerzos. No es extraño; él lo hereda: es miem­bro de una familia que ha hecho trato con las letras, e hijo de aquel Doctor José Cruz Limardo, que fué un día pasmo de saber, amigo de Vargas y dechado de virtudes; espíritu, como pocos, fino, y enten­dimiento investigador y ameno.

¿Qué hace tanto venezolano distinguido fuera de la casa pater­na? ¿Qué hacen Manuel A. Carreño, Elíseo Acosta, Francisco Del­gado Jugo, y tantos otros? Será así su destino, pero yo lo deploro. Quisiera verlos alrededor del hogar, yo con ellos, bebiendo juntos el agua de nuestros ríos, y comiendo el pan de nuestras trojes.

(De: “Legislación comercial comparada” , Caracas, 22 de enero de 1870. Obras, vol. V, p. 20).

Venezolanos alejados de su patria

Una gota de acíbar cae en este momento de nuestra pluma. ¿Por qué hemos permitido que algunos de nuestros más claros varones ha­yan ido a florecer a extranjeras playas, o a dorm ir allí el último sueño? Bello, el enamorado cantor de nuestra zona, el que supo trasladarla sin perder un matiz sólo, como a un lienzo, a sus versos in­mortales, el que atavió con nuevas joyas nuestra lengua, dando el vigor del tiempo a su espléndida molicie, el que fué delicado como Virgilio y pensador como Turgot, recibió su corona de siemprevivas de otras manos que las nuestras: Baralt, casi desconocido en la nues­tra, fué a ser en ajena casa, si bien casa de familia, orgullo, prez y gala; escritor adm irable por la donosura, la propiedad y la elegan­cia, y tan indolente como rico: por fin el modesto y sabio Vargas murió fuera de nuestra vista y nuestras lágrimas, y sus cenizas no han alcanzado aún de nosotros ni ciprés funerario ni grato monumen-

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to. Y sin embargo, aquí, en estos campos, donde soplan brisas car­gadas de perfume, bajo este cielo, que la luz tiñe con sus colores más lindos, en medio de esta naturaleza colosal, en que todo es sa­via, flor y frutos, y en que todo es grande y no hay necesidad de ser pequeño, aquí recibieron ellos el don de la fantasía, el poder de generalización y las gracias del ingenio, y aquí están como olvida­dos. . . ¡Oh baldón!

Se nos habrá de perdonar este desahogo inocente, y hasta es jus­to ponerlo a buena parte, atento a que lo ingenuo del sentimiento des­agravia lo duro, o dulcifica por lo menos lo amargo de la queja. La teníamos dentro del pecho, y debíamos derram arla; pero así y to­do, con amor de hijos de esta Venezuela que tanto queremos: por impulso de amor patrio, como quien reconviene en familia, como quien amonesta y no lastima.

Tocamos al llegar a este punto, con el Doctor Limardo, quien por el querer de la suerte, por causas harto complicadas, cuya explica­ción no entra en la naturaleza de este escrito, viene tam bién hace tiempo separado del país donde nació. Perteneciente a una fam i­lia respetable, en la cual la herencia de las virtudes ha pasado siem­pre como un mayorazgo, y es índole la afición a los buenos estudios, él empezó a adquirir desde edad tem prana aquellos hábitos que in­forman, y aquel gusto que purifica así los sentimientos como las ideas. Su padre, en especial, era un hombre notable: por una parte el me­jo r caballero del mundo, cumplido en tratos y en honra; por otra es­píritu observador y fino y de saber sólido y vario en medicina, cien­cias naturales y letras antiguas, reunía al propio tiempo el recto ju i­cio y el don de generalizar, con la conversación amena, el gracioso donaire y el punzante chiste. Carácter éste, a semejanza de otros muchos en países como el nuestro, que pasan sin huella porque pa­san sin historia.

Con esto es fácil ver que el Doctor Limardo debía llevar, aun­que de pocos años aún, como viático suculento para la carrera de los estudios universitarios que emprendió después en Caracas, una disci­plina doméstica de buenos ejemplos, que tanto labran, y un repues­to de ideas prem atura y sabiamente inculcadas, que tanto estimulan; así es que él entró a la casa de la enseñanza con librea ya puesta, con contraseña dada, como huésped conocido. Agréguese a esto la consideración de sus dotes naturales, que le venían como herencia le­gítima, la luz de sus talentos, que ya despuntaba, la delicadeza de su buen gusto, que ya escogía, y la vivacidad de su espíritu, lleno de gracia ligera y fina apreciación; y se comprenderá cómo pudie­ron ser sus progresos rápidos y su aprovechamiento singular.

(De: “Obras Literarias del Dr. Limardo”, Caracas, marzo 21 de 1888. Obras, vol. V, pp. 80-82).

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VARONES VENEZOLANOS

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Varones de Venezuela¡Recuerdos de nuestros primeros años! ¡Sombras venerandas de

nuestros maestros y directores! ¡Nosotros os invocamos! Aprendimos entonces a vuestro lado o con vuestros consejos, en libros que ha con­sagrado la historia, en palabras graníticas talladas en la roca del tiempo, en esos dogmas bellos a que la moral política ha dado for­mas ya, que la virtud es santa, que el mérito asciende, que la mo­ral obliga, que los deberes atan, que el desorden no es ley, que el empleo no es tráfico, que el poder no es negocio, y que los pueblos no son libres diciéndoles que lo son y esclavizándolos sino dejándo­les como propiedad suya, y no absorbiéndoselo por contribuciones im­posibles y otros medios reprobados, el pan de la enseñanza y el pan de la fa m ilia ... ¡Vargas, Avila, Espinosa, Cagigal, Sanabria, Nar- varte, Paúl! Vosotros, que pobremente vestidos, y ricamente dotados y reputados, nos enseñasteis esto tantas veces, venid, venid y defen­dednos con vuestra palabra poderosa, con vuestra elocuencia desinte­resada: venid a probar, con vuestro ilustre ejemplo en vida y vues­tra espléndida fama postuma, que no nos engañabais, y que vuestra doctrina era ingenua, grande y b e lla . . . Nunca llegamos a imagi­narnos que en esta tierra, donde habló Zea, administró Mendoza y triunfó Bolívar, llegara un día en que se achacase poco menos que a crimen invocar la libertad para el orden, el orden para la paz, la paz para el derecho, y el derecho, como patrimonio de todos, para el progreso indefinido.

(De: “A Clodius (Dr. Ildefonso M. Riera Aguinagalde)”, Cara­cas, enero 8 de 1868. Obras, vol. V, pp. 162-163).

Los héroes¿Quién como M adariaga y Coto Paúl, cual el trueno terribles y

cual la tempestad amenazantes? ¿ni como Cristóbal Mendoza, Cami­lo Torres, M artín Tovar, y Sanz, cuyo carácter más bien endurecía que debilitaba la desgracia? ¿ni como Nariño, tan hábil en la espa­da como en la pluma? ¿ni como Bermúdez, cuya alta cimera era

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el espanto de las filas? ¿ni como Córdova, el de las m ortíferas car­gas? ¿Quién como Páez?: si los griegos están sobre las naves es por­que Aquiles no ha salido, pero basta un grito suyo para hacer re tro ­ceder a todos los troyanos. Soublette encadena siempre la victoria a sus combinaciones militares. Mariano Montilla y Mariño por su espíritu caballeresco son héroes de romance. Sucre, cuya modestia allanó siempre el relieve de su ingenio, tuvo las virtudes amables y el tacto exquisito de Cicerón y grabó en los cristales de los An­des una gloria superior a la de Aníbal.

Son miles los varones eminentes que omito: la historia no los ha contado aún. Pero nadie como Bolívar. Aquella voz fina, pene­trante y aguda como el rayo desatado de su propio pensamiento, aque­lla elocuencia encantadora que era al propio tiempo incendio y luz, aquella m irada de águila, como de quien quería sondear el abismo y fecundar el caos, aquella frente levantada siempre por sus dos gran­des y abiertos ojos, como para tenerla meditando sin cesar, aquella cinceladura delicada, no meramente académica —que eso es poco— sino como la que tendría el espíritu si fuese capaz de asum ir for­mas, aquellas maneras elegantes, aquel alto tono, aquella flexibili­dad y gracia en la conversación, que hubiera sido prim or en los sa­lones de Luis XIV y en los palacios de los Césares, aquella profun­didad en los planes, obra de minutos para monumentos de siglos: semejante conjunto jamás llegó a ser, como en Bolívar, cualidades de un solo hombre, destinado, como él, no a ser el espanto de un día y la maldición del siguiente, ni a conmover las sociedades pa­ra dejarlas en ruinas, ni a disfrazar la usurpación del poder por­que tiene por púrpura el genio, sino a rehacer la historia, a desper­ta r el mundo a la libertad y a hacer pasar ésta, tímida peregrina aún, de las teorías de los filósofos y de las escuelas disputadoras a la reclamación de las urnas y a la conciencia del pueblo.

Dos cosas son ciertas: que la m ayor parte de América siguió el impulso y el movimiento de Colombia y su Caudillo, y que los he­chos de la una y del otro no son todavía del todo conocidos y admi­rados, por estar en castellano, y han menester su versión a otros idio­mas para dar la vuelta a la tierra; pero así que tal suceda y hayan logrado semejantes doctrinas raíces y extensión, nada habrá como el nombre y la fama de Bolívar. Si fuera posible trasportarse con la imaginación a un tiempo no distante, sería para ver el senado de los reyes recibiendo el bautismo de la sombra del Héroe, para ver a otros Antílocos cantando en sus yámbicos sus triunfos, para ver a nuevos Paneas colgando en un nuevo Pecilo en lugar de la bata­lla de Maratón la de Junín, y para ver a la Sibila de los Andes en su más alta cumbre señalando las tinieblas que se van y la luz que inunda el orbe.

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TEMAS DE PATRIOTISMO 53

Son los colores que da la fantasía, que no dejan por eso de ser verdad, y es fácil m ostrar en consideraciones de otro linaje, no me­nos vivas, la influencia de aquel gran Capitán en la civilización mo­derna.

(De: “José María Torres Caicedo” . Obras, vol. III, pp. 131-134).

BolívarAunque la Revolución Francesa había inundado el orbe con to­

das las ideas redentoras, sellada con la sangre del m artirio, que es lo que más la consagra, y dado el grito de alarm a en el fondo de to­das las conciencias para restitu ir su imperio a la razón, sobrevino a poco, como una tempestad salida del caos, el prim er Bonaparte, el genio de la observación, de la concentración y del cálculo, que con­cebía y levantaba imperios como quien sopla bombas de jabón, y ante el cual desaparecieron en breve todas las instituciones, las tra ­diciones y las leyes; las fronteras de los Estados, los canceles diviso­rios de sus salones y ante-salas; los reyes, sus parásitos, comensaleso aduladores; la Europa, su ajedrez. El gran jugador había burla­do la libertad, y era preciso refrendar la historia, contradicha o ca­llada por un momento.

¿En qué parte estaba, de dónde saldría el varón singular predes­tinado a la portentosa obra? ¿Quién volvería a hacer efectiva la m ar­cha triunfal de los principios? La Providencia le tenía preparado: había de poseer el fuego de los Gracos, las gracias, la elocuencia y los talentos adm inistrativos de César, la celeridad de Alejandro, el vasto genio de Cario Magno, la constancia de Federico segundo y el patriotismo de Washington; el teatro para sus ideas había de ser América, su patria Venezuela, su nombre Simón Bolívar. ¡Qué lucha, qué hazañas y qué hombres! Después de la prim era protesta, que fué el 19 de abril, después del prim er disparo, se marchó de batalla en ba­talla, de triunfo en triunfo, desde las orillas del m ar Caribe hasta fijar el pabellón de los libres en las argentadas cumbres del Potosí; tras todolo cual, frescos todavía los sucesos, aparecieron ya nuestros anales co­mo anales mitológicos, nuestros héroes como héroes homéricos; sobre todos ellos Bolívar, como el hijo de Peleo, y lanzada al otro lado del Atlántico una nación grande, hoy nuestra amiga, que un tiempo no veía ponerse el sol en sus dominios. ¿Qué tiene que ver con nosotros la Grecia antigua en la época de las guerras médicas? Aquél era por entonces un pueblo cultivado; y Maratón, Salamina y Platea no fueron sino el predominio del espíritu sobre la barbarie persa. Roma tiene más ruido m ilitar que grandeza épica: su oficio durante largo tiempo fué endurecerse para los combates y prepararse para vencer; especie de

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guerrero que dormía con la armadura puesta y tenía siempre centinelas avanzados. Lo que sí es admirable es crear de la nada, conmover un mundo para despertarlo al derecho, y decir al tren en que va la hu­manidad: “vuela a tu destino, que ya está el camino llano”.

(De: “Los Partidos Políticos” , en Obras, vol. I, Caracas, MCMVIII, pp. 268-269).

La inocencia de Andrés BelloA poco de haberse agitado por la prensa periódica de esta capital

la cuestión histórica relativa a la conducta de nuestro sabio Andrés Bello en la revolución de 1810, a cuya defensa salieron valientes plumas patrias, tuve el gusto de leer un trabajo manuscrito extenso, de un amigo íntimo mío, cuyos grandes talentos me cautivan tanto, como la riqueza de sus dotes morales.

Parecióme el escrito tan importante, por la crítica, por el modo hábil con que recoge y teje la historia, por la lógica con que juzga los sucesos, por la habilidad con que pasa por tamiz las especies vertidas para dejar en claro la verdad pura, y por el alto criterio y la nobleza del estilo, que creí desde el principio un servicio a nuestros anales la publicación de semejante documento. Bello nunca ha tenido sombras; pero sí algunos historiadores antiguos que le calumnian; y había de ser muy grato verlos así del todo confundidos en tan brillante Memo­ria. Su autor es un Hércules con clava en mano que barre el campo de enemigos, canta victoria en medio de él, y luego vuela a correr la cortina para dejar ver inmaculado al príncipe de nuestros ingenios sentado en el trono de su gloria.

Nuestro deseo, manifestado con harta instancia, no pudo cum­plirse entonces, tal vez porque el autor no quiso en trar en la ardiente polémica, ni lanzar su carro al circo polvoroso, más ávido, por su carácter mirado y circunspecto, de alcanzar la palma de la verdad que de vencer. Pero hoy las circunstancias han variado con la calma que ha sobrevenido, tan favorable a la apreciación imparcial de las ideas; y en nombre de la patria, las ciencias, las letras y el honor ve­nezolano, me atrevo a excitar a mi noble amigo a que dé por fin a la estampa su interesante disertación.

(De: “Andrés Bello”, Caracas, 22 de octubre de 1877. Obras, vol. V, pp. 271-272).

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El General Páezi

¡Páez! ¿Por qué os detenéis aún lejos de nosotros? ¿Por qué no os ven ya nuestros ojos? ¿Por qué no os tocan nuestras m anos?. . . Nos han dicho que venís a visitarnos: ¿y por qué tardáis? ¿por qué no voláis?. . . Los corceles de la victoria están a vuestro lado: ellos se beben el viento en la carrera: tomad uno, montadlo, y partid al escape a nuestros brazos.

II

Queremos ver de cerca esa aureola de gloria, que no cabe ya, según se dice, en vuestras sienes. Queremos descargaros del peso de los laureles que os agobian. Queremos veros en trar por nuestras ca­lles, apuesto y gentil sobre vuestro caballo de guerra, y entre Víctores y aplausos del entusiasmado pueblo que os oprima, oír de vuestros labios las nuevas de la victoria y la salud de la Patria. Queremos se­ñalaros con el dedo a los niños, que se agrupen apiñados para m ira­ros, y que nos pregunten al pasar vos, cuál es el Héroe. Queremos te ­neros a nuestro lado, y que estéis frisando con nosotros, para m irar de hito en hito esos ojos, que han fijado siempre la suerte de los com­bates; para tocar cien veces esas manos, que han dado otras tantas la paz; y para recoger de vuestra boca embelesados esas palabras, que forman la historia del heroísmo, y darían m ateria sobrada para es­cribir un poema.

Venid; volad presto; tomad uno de vuestros corceles de la vic­toria, y partid al escape a nuestros brazos.

III

Tal vez os detiene el agasajo de los pueblos que se hallan a vues­tro paso; tal vez os han tupido el camino de flores para d ilatar más nuestra dicha: tal vez os dan música que os embriaga, y largos festines, en que el placer sucede al placer, y las horas a las horas: tal vez los himnos son divinos, y la gratitud inmensa, y el amor con que os tra ­tan avaro y mágico, y por eso os habéis dormido un tanto, y porque os habéis dormido, nos habéis olvidado. Pero mirad: nosotros tene­mos más que esos pueblos; os daremos más que esos pueblos; os que­remos más que esos pueblos. Ahí tenemos en las faldas del Avila un bosque entero de palmas: todas son para vos: todas las gastaremos en tejer vuestras coronas. Ahí tenemos el sol de Caracas, bello y puro, que nos dará nuevos manojos de luz para llevar a vuestra frente. Ahí

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tenemos la historia de Bolívar, maravillosa, increíble, épica: pondre­mos en ella vuestro nombre. Ahí tenemos también la fama puesta de pie sobre la tumba del Libertador: le contaremos una por una vues­tras hazañas y hechos de armas, y le mandaremos que vaya volando a publicarlas a las cuatro playas del mundo. Y si esto fuere poco, ahí está nuestro amor: no os podemos dar más, porque os damos todo; no os podemos querer más, porque os queremos con el amor de los hijos.

No os detengáis, pues; partid volando, y llegad ya donde os po­damos ver con nuestros ojos, y tocar con nuestras manos.

IV

Ya otra vez nos habéis dado la paz de un modo igual. Vos de­béis acordaros aún, porque no hace mucho más de un decenio. El ge­nio de la rebelión había aparecido entre nosotros para devorarnos, y ocupaba la ciudad con sus aprestos bélicos y con sus armas de m uer­te; la silla de la autoridad suprema lloraba en la orfandad; las casas estaban de luto, las plazas yermas, las calles solitarias, y los mora­dores huyendo al despoblado sin volver atrás la cabeza. Entonces fué que vinisteis vos, y llegasteis y asentasteis vuestros reales en la plaza de San Pablo; y no fué menester más, para que volviese la autoridad a ocupar su dosel, y volviese el contento al recinto del hogar domés­tico, y se viese de nuevo bullir la gente en las calles, y se oyese en to­das partes bulla de fiesta y de algazara. En ese tiempo os aguardaba un enemigo que os quería mal, y que huyó despavorido a vuestra vista: ahora, por el contrario, os aguardan vuestros amigos, que os saldrán al encuentro, que os estrecharán contra su pecho, que os am arán con todos los amores, y que os pondrán sobre las niñas de sus ojos.

Y entonces, ¿por qué os detenéis aún lejos de nosotros? ¿Por qué no os ven ya nuestros ojos? ¿Por qué no os tocan nuestras m anos?. . . Los corceles de la victoria están a vuestro lado: ellos se beben el vien­to en la carrera: tomad uno, montadlo, y partid al escape a nuestros brazos.

(De: “Al ciudadano esclarecido” , Caracas, 6 de febrero de 1847. Obras, vol. V, pp. 259-262).

Luis SanojoNo tengo que dar a mi amigo en su últim a morada sobre la tie­

rra sino mis lágrimas, ya de antes tan amargas, y más amargas hoy con motivo de su muerte, que nunca acabaré de llorar. Yo sé lo que él era, un sabio, un hombre virtuoso, un padre de familia ejemplar; así como sé también y me espanta el vacío que deja, vacío en las le­tras de que fué timbre, en el foro de que fué lustre, en la m agistra­

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TEMAS DE PATRIOTISMO 57

tura en que fué oráculo y en la sociedad para la cual fué modelo. Aunque sea dura la palabra, es preciso decirla: los dioses se van y los altares se ven vacíos, sin incienso como sin adoradores, el templo so­litario y la religión de luto. No culpemos a nadie sino a la guerra civil cuya llama al fin todo lo acaba: los grandes caracteres, el valor cívico, la dignidad personal y la conciencia del deber, no quedándonos como herencia de las luchas sino pasiones que son debilidades, debilidades que son transacciones del momento, y un ánimo apocado y voluble, sumiso a todo impulso, y movible a todo viento. Han desaparecido las nobles aspiraciones: la gloria es fantasma, la buena fama humo, el buen nombre un embarazo, y se vive hoy por hoy, y cuando más, de goces que se han de saborear al día siguiente. Tenemos, es verdad, todo lo que puede tener un gran pueblo: entendimiento precoz, espí­ritu fino, ingenio fácil, índole generosa; pero carecemos de la sanción pública que prem ia o retrae, de las costumbres severas, que hacen práctica y respetable la moral; y sin brújula ni norte, navegamos per­didos en un m ar de tempestades que se suceden y de olas que nos arrastran. ¡Lástima grande! Venezuela está llamada a continuar siendo la Grecia antigua de los tiempos modernos por el espíritu y el arte, y la Roma de los Régulos, los Camilos y los Scipiones por el valor y el decoro; pero habernos m enester renunciar a la guerra que nos trae el caudillaje, conservando, cueste lo que costare, la paz, única nodriza de las virtudes cívicas y del progreso material.

Lo expuesto no es una queja n i una acusación, m uy lejos ello de quien quiere a su patria con delirio y la tiene sobre las niñas de sus ojos, y de quien ama a todos los venezolanos, sin exceptuar uno, como a hermanos, hijos de una familia común; ha sido únicamente el deseo de buscar un grande estímulo para despertar nuestra desidia. En esa tumba tenemos mucho que aprender; los días del sepultado en ella han sido todos llenos, y no ha habido uno que no sea lección y ense­ñanza. El nos ha mostrado que se sirve a la República siendo siervo de la ley, que se sirve a la sociedad siendo observador de sus reglas, y que el m ejor ciudadano no es el que grita y engaña, sino el que com­prende sus deberes y los cumple. Vivió cultivando los estudios útiles en los cuales dió m uestras de asiduo celo y talento claro; siendo las delicias de la amistad, que sabía cultivar con exquisita delicadeza; derramando bienes a los pobres, de quienes siempre fué ayuda, y buscando alegrías para su hogar, que era para él su único deleite.

(De: “Necrologías” . Obras, vol. V, pp. 302-304).

D. Rafael SeijasHe de pasar el libro para que lo disfrute como yo, al señor D.

Rafael Seijas, Secretario y Ministro de Estado que ha sido en las Re­

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laciones Exteriores del Gobierno de Venezuela. Gran publicista, pro­fundo conocedor de la lengua, cultísimo escritor, nada le falta, in­cluso el entusiasmo por lo bello, para ser juez competente. De len­guaje correcto, de estilo fácil, de frase graciosamente pulida, su ma­nera es la de Solís y la de Meló. ¡Cuánto celebraría yo, amigo mío, que ambos pudiésemos llam ar al señor Seijas, a quien m e une trato tan íntimo, colega nuestro!

(De: “Carta a don Aureliano Fernández Guerra y Orbe” , Cara­cas, 18 de agosto de 1873. Obras, vol. II, p. 267).

Ildefonso Riera AguinagaldeEsta carta sería incompleta, si no fuese tam bién para Ildefonso, a

quién asimismo pertenece, como le pertenecen mi corazón porque le ama, y mi entusiasmo porque le admira: carácter como pocos, noble, y alma enriquecida con todos los dones del ingenio; sólo, que nadie se aprovecha de sus frutos, con ser tantos; y que no quiere vencer a Héctor siendo Aquiles. Ildefonso nació con privilegio de Dios, por su palabra, por su pluma, porque jamás anda sin dejar huellas, y porque casi habla, cuando habla en serio, en oráculos.

(De: “Carta al Dr. Pablo Acosta”, Caracas, 23 de enero de 1876. Obras, vol. IV, p. 9).

Don Ricardo Ovidio LimardoEl señor Limardo nació de buena casa, de ésas en que se va bien

cuando la honra está buscada, el deber cumplido y la conciencia con Dios. Su m adre era una santa, y le enseñó desde niño a Jesucristo: provisión en la vida para todo, y el m ejor capital para el alma. El padre, médico de gran nota, versado en ciencias naturales y en estu­dios amenos, reunía a un entendimiento profundo un espíritu fácil y fino, en que el chiste urbano no es más que la forma natural de una filosofía graciosa y alegre: en las asambleas consejo; en el trato deli­cias; en los salones, con años y todo, sal de ingenio. Don José Cruz Limardo era ese hombre; lástima sólo que, al par de otros varones eminentes, haya vivido sin teatro, escaso siempre o nulo en países que principian, y haya m uerto sin historia, que casi nunca puede escribirse en medio del ruido y escándalo de las parcialidades intestinas. Su afán era la educación de la familia, a la que habían de tocar en herencia sus talentos. Una hija tuvo, Victoria, que casó muy joven y formó la suya de provecho, la cual de corta edad aún, oraba en francés como en su lengua, manejaba otros idiomas extraños, y herborizaba, alguna vez acompañada de sabios, en los alrededores risueños del Tocuyo,

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TEMAS DE PATRIOTISMO 59

ciudad de su nacimiento, antigua, linajuda y de costumbres verdade­ramente patriarcales, de donde ella, tanto como de las inspiraciones de su cuna (y he de decirlo porque complementa su retrato) bebió sus ideas religiosas, su modesta compostura, su espíritu de orden, su res­peto a lo que es digno de él, y esa especie de caridad que vive de in­ventar recursos para los pobres, y de salirles al encuentro para opri­mirlos a agasajos.

En suma, el apellido Limardo aparece siempre asociado con la historia de las letras venezolanas. Estas noticias no son superfluas: el árbol no es raro que se juzgue por el terreno en que nace; y luego los principios dan el fin.

Ricardo Ovidio desde muy tem prano fué dedicado al Semina­rio Tridentino de Caracas, para seguir, viviendo en él, los estudios de la Universidad; establecimientos ambos en uno entonces. Había aún rica mies, y el campo estaba hermoso: hubiera bastado Vargas, José Cruz Limardo, Aranda y Talavera, como universitarios, y aun­que no lo eran, Fortique, Toro, José Hermenegildo García, B aralt y Andrés Eusebio Level, para constituir toda una época de gloria.

El joven Lim ardo creció en provecho y en espíritu con uno co­mo el suyo, tan aventajado, y profesores y ejemplos tan dignos. Eran muy buenos aquellos tiempos, y sus hombres mejores: la honra es­cudo, la gloria estímulo, los hábitos honestos, las letras gala; flores que después tronchó la guerra para dejar casi el vacío.

Acabado el curso filosófico, entró Limardo al de Derecho, y reci­bió en esta ciencia el grado de Doctor. Al salir de las clases dejó un rastro luminoso, como lo deja siempre un talento superior. Ya pa­ra entonces, además de los estudios reglamentarios, había penetrado en la filosofía moral, la historia, las lenguas, los estudios estéticos, y se había ensayado mucho con la pluma: afán, refugio, al mismo tiempo que prez en las almas que tienen algo que se agita.

De aquí no había sino un paso al periodismo, y Limardo lo dió; o mejor dicho fué a él. Prim ero redactó un periódico de mucha sig­nificación en la época, y a poco fué instado para ponerse a la ca­beza del Diario de Avisos, que desempeñó con las gracias propias de su estilo, y la m aestría de un escritor que había nacido para publi­cista. En ese tiempo hubo las más altas cuestiones de derecho in ter­nacional y de política interna, en que se vela para su pluma como para una fuente de ilustración. Salió de la estacada después de ha­ber peleado de bueno a bueno.

No hacía mucho que había casado en una familia patricia y de lo más distinguido del país, en la cual la tradición del honor no es­tá interrum pida, y se conserva sin mancha la ejecutoria de las v ir­

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tudes; habiendo sido su esposa una de las beldades de su sexo, y si hay seres humanos parecidos a un ángel, ella lo es.

No muy tarde, causas que no hay por qué explicar llevaron a Europa al señor Limardo; y allí, mayormente en España, trabó amis­tades con lo más encumbrado de la ciencia. Si es en los círculos y en los salones, donde lucen las gracias del espíritu, entra; si es en la prensa, le buscan; un congreso médico le abre las puertas, admi­tiéndole como miembro suyo; y la Real Academia le acuerda el ho­nor de su correspondiente extranjero; Ochoa, Cueto, Campoamor, son sus amigos; los periodistas sus relaciones; las letras su culto. Enri­quece el diccionario con muchos modismos y palabras; emprende tra ­bajos filológicos que aún permanecen inéditos en su m ayor parte, y ejercita el nervio de su pluma en grandes discusiones que eran por entonces el afán de eminentes escritores en la Península española. De todas ellas salió o con lauro o con honra.

Su último trabajo hasta ahora ha sido su Legislación Comercial comparada, de que hay ya un volumen magníficamente impreso, de cerca de 700 páginas.

(De: “Don Ricardo Ovidio Limardo y su obra” , 2 de julio de 1872. Obras, vol. V, pp. 23-27).

Dr. Mariano de Tala vera y Garcés, Obispo de Trícala

¡Alma superior que no sabe estar sino volando! ¡Anciano vene­rable cuyas canas son el título y la señal de mil merecimientos! Re­volvía tal vez en su m ente a la sazón la humanidad, el hombre, sus destinos; y perdido en ellos, apelaba al llanto, que e sAel m ejor idio­ma para Dios. Las águilas son las que pueden elevarse para ver, cuan hondos son, los precipicios y el abismo. Había respirado la atmósfera de nuestra gloria primitiva, había visto salir las porten­tosas creaciones de la boca de Bolívar, había seguido el pendón de la Independencia, había predicado la acción de Boyacá y los triun­fos del Perú, había estudiado todo y lo sabía, había sido un pas­mo de elocuencia en la tribuna; y estaba allí como un monumento venerable de la Libertad y de la Iglesia. Docto, prudente, despren­dido, firme, generoso, el señor Talavera hubiera sido ornamento de cualquier siglo.

(De: “Funerales del señor doctor Manuel José' Mosquera, Dignísi­mo Arzobispo de Santa Fe de Bogotá, hechos en la S. I. M. de Cara­cas, el flía 23 de marzo de 1854” . Obras, vol. II, p. 224).

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TEMAS DE PATRIOTISMO 61

Dr. José Manuel AlegríaEl Doctor Alegría era bien conocido. Pertenecía a la clase de esos

hombres que se van luego a la parte superior de los gremios a que pertenecen, por el ascendiente de sus cualidades personales. Algunos lo pretenden y lo pueden; pero él lo alcanzó sin esfuerzos de su par­te, y dió ejemplos repetidos. No obstante sus méritos, quiso más ser que parecer; y en esto pagó tributo a la austeridad de sus cos­tumbres. Recibían éstas su tinte, no de sistema, sino de la idea siem­pre fija, incontrastable, del deber; así es que cuando éste estaba sa­tisfecho, ya no se veía en él al m inistro que enseñaba, inflexible, sino al amigo que quería, dulce. En los Congresos dejó huellas de celo público, en la Universidad de estudios profundos y de amor a las ciencias, en su ministerio de virtudes cristianas y espíritu evan­gélico, y en el trato común de lealtad severa a sus relaciones ínti­mas. Su modo de raciocinar era cortante: para él el camino de la verdad siempre era recto. Quería, pero no adulaba, ni a la socie­dad, ni a los amigos. Nos parece que nunca recogió conquistas de esas palabras usuales que suenan agradables al oído, y en que hay más forma que sentimiento; pero nos parece asimismo que jamás tuvo que arrepentirse en secreto, por desengaño, de ningún acto de debilidad. Era apegadísimo a lo que él creía su obligación, lo cual le daba cierta rigidez que estaba, no en su carácter, sino en su con­ciencia. Esto en cuanto a lo público: en cuanto a lo privado, era fá­cil y comunicable; y por lo que hace a sus otras dotes naturales y adquiridas, de muchas letras eclesiásticas y de claro talento.

(De: “Caridad”, Caracas, diciembre 10 de 1855. Obras, vol. IV, pp. 51-52).

Dr. Silvestre Guevara y Lira, Arzobispo de Caracas

El Illmo. y Dignísimo señor Arzobispo de Caracas Doctor Silves­tre Guevara y Lira, joven prelado nacido para hacer cosas grandes en medio de su grey. Donde hay un bien hecho o por hacer, don­de hay una acción magnánima, allí está su mano, su cooperación o su celo. Es un regalo de la Providencia hecho en un día de regoci­jo y de triunfo celestial. Si pudiéramos leer en su corazón, no halla­ríamos más que dos palabras: “Dios y am or”. Si la Piedad hubiera tenido que form ar un apóstol en los moldes secretos del Señor, él hubiera sido ese apóstol. Su físico participa de su índole: ni una ten­sión de músculos que indique la viveza de pasiones exaltadas, ni una demostración jam ás de enojo: su risa simpática, y la suave luz de

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62 CECILIO ACOSTA

sus ojos, dan con frecuencia a su semblante un baño de grave jovia­lidad que lo hace franco, dulce y fácil. La v irtud en él no es lucha, sino instinto. Su caridad es de siempre: no tiene mañana, mediodía, noche ni descanso. Sería menester ir hasta San Ambrosio, para en­contrar su mismo don de gentes, su mismo espíritu evangélico. Le co­nocimos y tratamos antes de ser exaltado al episcopado: llevaba ya en su compostura el sello del ministerio y la conciencia de su m i­sión. Dios escoge.

(De: “Funerales del señor doctor Manuel José Mosquera, Dig­nísimo Arzobispo de Santa Fe de Bogotá, hechos en la S. I. M. de Caracas, el día 23 de marzo de 1854”. Obras, vol. II, pp. 211-212).

Dr. Ramón Ignacio Méndez, Arzobispo de Caracas

En él el carácter era el hombre, la acción y el pensamiento dos gemelos, la vida deber duro, el honor necesidad. Quien tal tiene, es poderoso, para todo. Esto explica su valor genial. Comprendía lo grande, y por eso fué libre; alcanzaba la verdad, y por eso fué sabio; sentía lo sublime, y por eso fué católico. Nunca se juzgan m ejor los hechos, que pasado el tiempo de su existencia: se disipa entonces la niebla que los cubría, y se ven claros y en su verdade­ro tamaño los objetos. Se dice que la distancia los magnifica; es ilusión: lo que sucede es, que han desaparecido ya las pasiones, que­dan desembarazados los intermedios, y se ve como desnudo el cuer­po del relieve, que es la historia. El señor Méndez era un hombre singular. Cualquiera que sea el juicio que forme de él la crítica ju ­rídica, la Religión, más alta, la piedad, más generosa, tom arán a car­go suyo la defensa. Entre tanto que las escuelas altercan, quien sa­be m orir por su demanda, ése es grande y ése triunfa. La adm ira­ción no tiene reglas, sino sentimiento; ni cálculo, sino arranques. En los anales de nuestros varones eminentes, las letras de la historia del señor Méndez siempre estarán iluminadas.

(De: “Funerales del señor doctor Manuel José Mosquera, Digní­simo Arzobispo de Santa Fe de Bogotá, hechos en la S. I. M. de Ca­racas el día 23 de marzo de 1854” . Obras, vol. II, pp. 210-211).

El Doctor José María BobadillaDel Doctor Bobadilla, dominicano establecido tiempo hacía en

Venezuela, da dolor que nada se haya dicho hasta ahora. Había ya entrado en la época provecta de la vida, en que con el decaimien­

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TEMAS DE PATRIOTISMO G3

to, viene el hastío de las cosas; y con todo, tenía las fuerzas, el fres­cor y la agilidad vivida de un joven. Hay constituciones que se re ­sisten a la huella de los años. A los hombres como a las plantas, les favorece o les daña el terreno en que nacen y se crían: revolu­ciones de partido, intereses mezquinos, torpe emulación, aconteci­mientos sin historia, combinaciones parciales que se llam an de po­lítica, pueden hacer que caracteres superiores pasen sin gloria y sin provecho, y hasta oculten sus prendas para ponerse a salvo de los odios; y estamos seguros que si el señor Bobadilla hubiera sido ve­nezolano, habría tenido otro teatro, y más eco para su mérito. Ins­trucción sólida, piedad cristiana, conversación fácil, dialecto claro, sonoro y distinto, facundia inagotable, excitabilidad de pasiones, gra­ciosa sencillez en la narración, cualquiera ve que con tales dotes, que él tenía, está ya formado el hombre de pùlpito: y en efecto, se asistía a sus sermones por el orador y lo que oraba. Su virtud era alegre, y en él aparecía la Religión, no como la censora adusta, si­no como la amiga de la sociedad. Conocía el mundo, y tuvo la habi­lidad de hallar siempre en cada uno la parte que blandea, para ga­nárselo a su afecto. V ivir es conquistar amor e intereses, y saber­los conquistar: eso se llam a en el trato comedimiento, en las re la­ciones civilidad, en los gabinetes diplomacia; y eso lo poseía él en alto grado. De aquí nacían sus numerosos amigos: no los domina­ba, pero los persuadía, y podía hacer de ellos su falange. Con do­tes de ambición, hubiera sido un hombre temible; pero la malicia de él era la que combate por la Fe. Era generoso y servicial hasta olvidarse de sí mismo, y su dote privada característica era la llane­za: el prim ero era como el último día que trataba a una persona: o fiado de su valor, o del conocimiento de los otros, usaba de la familiaridad como de un derecho suyo. No aduló al poder, no se humilló al temor, no fué esclavo de la vanidad; sin lo cual, se com­prende bien que pudiera haber brillado más, y sufrido menos, y he­cho sentir sus talentos siempre. Amable, honrado, virtuoso y eru­dito, fué amigo en la casa, ciudadano en la calle, y eclesiástico en la Iglesia.

(De: “Caridad” , Caracas, diciembre 10 de 1855. Obras, voi. IV, pp. 53-54).

El doctor Eloy ParedesNON OMNIS MORIAR

Falleció en Mérida el 8 del actual, según se dice, de un modo súbito, este em inente ciudadano, después de haber llenado su vida, que no puede llam arse larga, con altos hechos y trabajos que le honran como patricio, como padre de familia, como estadista y co­mo hombre de letras.

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64 CECILIO ACOSTA

Dedicado al foro, en que figuró como abogado distinguido, bien pronto empezó a llenar sus anales de informes, memorias, defensas y otras obras, en que lo profundo del pensamiento y el seguro cri­terio jurídico iban a la par con la pureza del lenguaje y las gra­cias del estilo: lástima sólo que estas lucubraciones o la m ayor par­te de ellas, hayan quedado ocultas en los archivos. El señor doc­tor Paredes, por la extensión de sus miras, por su poder de concen­tración y generalización y por su extensa ciencia legal, era un ver­dadero jurisconsulto. Tal es la idea que tengo de él, que al leer sus juicios y dictámenes, me parecía que leía a Scott, a Kent o a Mackintosh. Para su ingenio no había nada nuevo ni nada ex tra­ño en estos estudios, que llegó a abarcar en toda su esfera, desde el derecho municipal al civil, de éste al político y del político al de gentes, en que fué maestro.

Le era familiar la economía política, y perteneció a aquella es­cuela práctica en que no se sacrifican los principios a ideas nova­doras o fiebres del momento. No quería institutos de créditos que no tuviesen la garantía necesaria para los valores circulantes, ni or­ganizaciones económicas en que no girasen desahogadamente en sus respectivos círculos las aspiraciones del capital y las del salario; y en cuanto al libre cambio, aunque lo sostenía ardientemente, lo que­ría establecer por grados, sin m atar de un golpe las industrias na­cionales. Con lo cual se ve que en él el hombre de negocios iba al mismo paso que el hombre de teorías.

En los diferentes congresos en que se halló, lució siempre como un grande orador; pero su oratoria no era la de Thiers, que iba al parlamento como a un torneo para ostentar bizarría y gala echan­do por tierra a los caballeros de más pro, o para pelear de solo a solo con otro en la estacada o para presentar en medio de una dis­cusión del momento el colorido de una época histórica, o la diplo­macia, la intriga y los manejos de gabinete de la Europa toda; ni era tampoco la elocuencia de Berrier, el cual estaba siempre de ga­la y de día de fiesta, y se exhibía en las sesiones para hacer ad­m irar aquella palabra siempre fresca y lozana, y aquella fecundi­dad que era una rica pedrería. La elocuencia del doctor Paredes era como la de Guizot: grave, pero sin severidad; amena, pero sin falsos adornos; y las flores que llevaba, no eran nunca las de la oratoria, campo en que nunca se detenía, sino las que producía el pensamiento mismo. No tomaba las cuestiones por el lado de la lu ­cha, sino por el lado de la patria, y era de notarse en sus oracio­nes —todas ellas improvisadas, porque para esas altas cuestiones esta­ba siempre de armadura puesta— la buena fe del pensador y las al­tas miras del publicista. No buscaba agradar sino convencer, y creía haberlo hecho todo, cuando bajaba de la tribuna, - después de ha­ber dejado una convicción formada o un principio establecido. En

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TEMAS DE PATRIOTISMO 65

estos casos se encontró en medio de hombres de prim era clase por su ciencia y práctica de negocios; y sin embargo, estuvo siempre con ellos de igual a igual.

La seriedad en el doctor Paredes era una parte de su carác­ter y le acompañaba en el parlam ento, en el salón y hasta en el trato familiar, en el cual, si se le notaban desahogos e intim ida­des, ra ra vez chistes. Apuesto de persona, bien cincelado de fac­ciones y con un ademán digno, revelaba con esto que tenía un es­píritu superior. Era conservador en ideas, si se llam a así al ene­migo de toda novedad peligrosa que no puede ser convertida en ins­titución; y al mismo tiempo era el más decidido apóstol del progre­so, y como el primero, paladín de las tendencias liberales.

Como político, la posteridad lo juzgará. Cualquiera que sea la época, los intereses forman siempre niebla, y es m enester que ésta pase, para que se vean los hechos desnudos, como la expresión ge- nuina de la historia.

El doctor Paredes fué un hom bre muy feliz: en la sociedad por­que siempre lo respetó; y en la familia, que llenó de miel sus días, y en la cual fué él ejem plar y espejo. Tuvo una esposa singular, la señora Josefa Méndez de Paredes. Si hay m ujeres que se parecen a ángeles, ella era una: todavía en M érida cuando se habla de los milagros de la caridad, se mencionan los suyos entre los primeros, y los pobres refieren de ella hermosas historias secretas.

Cuento entre los motivos de honra que he tenido, la que me dispensó el doctor Paredes con su amistad. El me la dió por ge­neroso; sin que m e sea lícito agregar más, ni aun dar la razón de esto mismo; porque aunque tal generosidad ceda en honor suyo, pu­diera ceder lo que yo dijese en honor de un sentimiento mío que no pasa de ser humildad.

Reciban la ilustre sombra y desolada familia esta demostración de mi sentido duelo.

(De: “Necrologías”. Obras, vol. V, pp. 307-310).

El Dr. Felipe Méndez DíazAcaba de saberse en Caracas, en que ha de ser un duelo tal

hecho, el fallecimiento en Ciudad Bolívar el 11 de los corrientes del erudito, hábil y honrado abogado doctor Felipe Méndez Díaz, con lo cual han quedado privadas la sociedad y la amistad de una de sus mayores delicias, y la jurisprudencia y las letras venezolanas de uno de sus más bellos timbres.

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66 CECILIO ACOSTA

Al lado de este recuerdo es preciso poner lo que honra al di­funto o es una propiedad suya. Su familia entra en el número de aquellas de que más se envanece la patria, no sólo porque perteneció al esplendor de nuestra gloria primitiva, sino porque es ejem plar y espejo de maneras cortesanas, gentileza de espíritu, decoro personal y virtudes sociales de todo género, y en cuanto al doctor Méndez Díaz, baste decir que el foro tendrá de hoy más una silla de luto, los buenos estudios un alumno que ya les falta, tan distinguido y aprovechado como él, y la amistad en que era tan extremado y fino, un adorador perdido para su culto.

El doctor Méndez Díaz era un hombre singular: sabio sin osten­tación, firme sin severidad, y con un trato tan franco y abierto pa­ra todos, que todos querían ser sus amigos, atraídos por aquella be­nevolencia que era un asilo, y aquella risa simpática, en especial cuando se derram aba su espíritu, que era una invitación. Alma pu­ra de esas que se ven poco, y corazón de esos que hacen falta para aprender a amar.

(De: “Necrologías”. Obras, vol. V, pp. 310-311).

Los PaúlPor fortuna el compañero que tengo no puede ser mejor: el doc­

tor Juan Pablo Rojas Paúl, inteligente, ilustrado, de una sagacidad jurídica rara; y me complazco en poner aquí su nombre, no sólo por esto, sino porque es amigo mío de corazón, porque es un hom­bre público de mi país que ha dejado siempre en el gabinete las huellas más honrosas, y porque es nieto del célebre doctor Feli­pe Fermín de Paúl, caballero de palabra dada y buena fe cumpli­da, y patriarca del derecho.

(De: “Carta al señor don Héctor F. Varela”, Caracas, 7 de di­ciembre de 1872. Obras, vol. II, p. 299).

Los hermanos RojasJosé María es escritor de costumbres, urbano y fino, economis­

ta de alta escuela y pluma de polémica y doctrina; y Arístides, con su inventiva fecunda y su observación sagaz ha sabido unir dos ex­tremos al parecer opuestos, hallando el punto de enlace entre la poe­sía que no quiere freno, y la naturaleza física que tiene el de sus leyes. Ellos lo heredan y lo tienen de caudal propio, porque hacen parte de una familia —varones y hembras— en la cual el talento

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TEMAS DE PATRIOTISMO 67

es patrimonio. Don José María, el padre, poseía dotes de hombre de Estado, fué uno de los que más se esforzaron por hacer conocer aquí a Bastiat y el Diario de los Economistas, y el que, con el sesudo Michelena, el sabio Aranda y el espiritual y culto Andrés Eusebio Level, propendió con m ayor celo a vulgarizar los conocimientos eco­nómicos. De él y de los últimos bebí yo lecciones que jam ás olvi­daré, y el gusto por una ciencia que es m i encanto. Teófilo se m a­logró cuando ya tenía aureola en la frente y convenios ajustados con la gloria; alma indefinida por lo grande y corazón donde latió todo lo bello. Marco Aurelio rindió la vida en flor cuando ya con­taba más de una recogida en el campo de la Historia Natural.

(De: “Carta a los doctores Gerónimo E. Blanco, Rafael Seijas y Eduardo Calcaño”, Caracas, 15 de enero de 1872. Obras, vol. V, p. 99).

José Antonio CalcañoContento mío tam bién es, que mi amigo José Antonio Calcaño

sea el que haya hecho el juicio: él sí es juez competente; mano se­gura para encontrar las bellezas, alto entendimiento para la alta crí­tica, y un millón de prendas más. José Antonio Calcaño se parece a Virgilio en la sensibilidad, y como él labra en encajes sus ideas; co­mo él no vive sino en rosadas auroras y en blancas albas, y como él no viste más colores que del iris; espíritu delicado, en que lo co­mún es lo bello, y la belleza la índole; y que siente más que sabe, con saber tanto. Su talento es el de Rafael, para vírgenes y ángeles, pero como hechos de su mano, divinos; y aunque por juego tome el pincel, es para labores de luz.

Tengo más que agregar a las dotes de mi amigo; pero ¿para qué necesita él de mi caudal, cuando tiene por suyo el de la gloria?

(De: “Apezechea y José Antonio Calcaño”, Caracas, 2 de ene­ro de 1875. Obras, vol. IV, pp. 150-151).

Don Simón PlanasApenas le decimos: que le reconocemos alta y práctica inteligen­

cia: que guarda un tesoro de conocimientos y de hechos que ha acu­mulado en su trato y comercio con el mundo civilizado: que co­noce de negocios de gabinete: que posee el don de obrar, como con­dición de su carácter: que tiene el tacto de las grandes oportunida­des de estado; y que deberá a sí mismo lo que gane o pierda en re­putación oficial, porque él puede hacer lo que sabe, y sabe lo que conviene. Con estos antecedentes, nos reservamos la sentencia. Le estimamos a él; pero antes estimamos a la Patria.

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Una esperanza nos halaga. El señor Planas tiene un corazón es­pléndido; y un hombre así siempre está cerca del bien, porque lo ama. La época, por otra parte, le es propicia: no hay ni odios ni lucha; y nos parece que la Providencia nos va a conceder por fin que no tengamos más guerra, y que continuemos estrechándonos to­dos como hermanos.

(De: “Simón Planas” , Caracas, marzo 13 de 1864. Obras, vol. V, pp. 257-258).

El señor Isaac PardoEl señor Isaac Pardo, comerciante de nombre de Caracas, es acree­

dor especial a honorífica mención. Es extranjero; pero parece que respiró al nacer los aires de nuestra Patria, tan apacibles, y se nutrió con los instintos de nuestra índole, tan generosos. Cuando el terrem o­to en Cumaná, cuando el cólera aquí, bien públicos han sido los fru­tos de sus humanitarios impulsos. Tal es su propensión: sus manos derram an obras buenas, como si no tuviesen otro empleo. Le hemos visto en la Sociedad de Beneficencia, y luego en la Jun ta Directiva, prestando, para ayuda, sus fuerzas poderosas. Cualquiera creería que pregunta por los males, sólo para ser su providencia. Seamos justos, seamos francos: la franqueza es el valor de la verdad. La Provin­cia le debe mucho, y lo tendrá siempre presente: el beneficio que se recoge en la adversidad no se va del corazón, porque se escribe allí con lágrimas, esa tinta indeleble de la sensibilidad, que hace eter­na la historia del dolor. ¿A quién queremos, si no queremos al que nos abre la puerta en la desgracia? Al que en ella es liberal, no se le pregunta de dónde es, sino quién es: la filantropía no tiene cli­ma, ni el desprendimiento domicilio; y basta que el señor Pardo ha­ya sido amigo de los venezolanos cuando es costoso serlo, para que le consideremos como una propiedad de Venezuela. La ciudadanía de los afectos vale más que la ciudadanía de las leyes. Reciba él, pues, este testimonio, como una demostración de gratitud, si corta en ex­presión larguísima en afectos. 1

(De: “Caridad”, Caracas, diciembre 10 de 1855. Obras, vol. IV, pp. 60-61).

Después de tener en prueba este escrito, hemos sabido que el señor Pardo está nacionalizado en Venezuela.

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LA MUJER VENEZOLANA

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La mujerNo se comprende la vida sin amar, ni hay nada grande sin ello.

El héroe y el sabio triunfan para recibir el laurel de manos bellas, para envanecerse de que su nom bre algún día corra de boca en boca en los salones cortesanos; el espíritu caballeresco lanzó al Asia media Europa, e ilustró a Europa con costumbres generosas, porque había crónicas de familia que registraban esos hechos, y ojos inte­resados que presenciaban esos alardes del valor; el placer, los sufri­mientos, la gloria, el m artirio, nada de esto se siente como goce ni se llora como desgracia, si no hay un ser unido a uno, que sienta y llore como uno. Dos almas así, comprometidas a una suerte común, y aparejadas para un fin idéntico, son la integración de la natura­leza, porque representan una fuerza, un desenvolvimiento y un destino.

Ya es la m ujer esposa, y para que lo sea en verdad, el vínculo ha de ser santo. La religión católica es la institución que ha com­prendido m ejor el matrimonio. Lo lleva a su santuario, lo cubre de bendiciones; y aunque lo instala después en la sociedad, lo deja ata­do a ella con un hilo, a fin de trasm itirle por él los socorros y las gracias espirituales; ya que es cierto que nada crece y prospera, si no crece y prospera en las virtudes. Aquí el sacerdocio es excelso, porque hay que educar una familia, infundiéndole los principios de la moral que comprende todo un código. Es preciso enseñarle la in­dustria para el trabajo, los sentimientos elevados para la gloria y el buen nombre; y sobre todo enseñarle a Dios para el deber. Es co­sa singular: la esposa llena estas funciones, y las llena bien por ins­pirada.

Antes ha sido la m ujer hija. Jam ás, de niña anduvo en la ca­sa sino como el ángel querido de sus amorosos padres, o como la dulce intercesora de sus hermanos traviesos. O en el jardín viendo las mariposas sin m altratarlas; o a la labor labrando telas para sus padres, o en las preces del hogar pidiendo favores para la familia; si se deja sentir en él, es como un acento dulce, una compañera ama­ble, una existencia innocua. Un ser con estas prendas, es adm ira­ble, y sobre esto gracioso. A estar en su mano, después de sus de­

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72 CECILIO ACOSTA

beres, que tan pronto alcanza, no haría más que ramilletes de flo­res, ni fabricaría otra cosa que panalitos de miel.

Pero el ministerio verdaderam ente divino de la m ujer, es el de madre. En este punto las palabras faltan. No se puede decir lo que es una madre: ¡es todo! ¡Cómo va en nuestro camino delante, quitán­donos los abrojos! ¡Cómo vela nuestro sueño! ¡Cómo nos trae en cesta de mimbres, de su huerta, la prim era fru ta del árbol que ella plantó con su propia mano! ¡Cómo nos sorprende a cada paso con la buena nueva de que en sus coloquios con Dios, él la prometió labrar por fin nuestra dicha! ¡Cómo nos aprieta contra su pecho! ¡Cómo nos ahoga en su am o r! ... No prosigo: yo tengo una madre a quien idolatro; y esto que describo, aunque de ternura, ¡me hace derram ar muchas lágrimas!

(De: “La m ujer”, Caracas, junio 18 de 1871. Obras, vol. V, pp. 348-350).

La mujer venezolanaPara pintar este fantástico ser, no bastaría ni el pincel de Rem-

brandt, ni el de Velázquez, ni el de Rafael, y eso que éste tenía el privilegio de las tintas del alba y de los arreboles del ocaso, y ape­nas bastarían aquellos colores mágicos con que se pintan las nubes en que pone Dios los pies cuando anuncia una nueva creación suya.

La belleza venezolana no es ni la muelle de los griegos, delica­da sí, pero sensual; ni la varonil de los romanos, que quería que el hermano viniese del campo de batalla con el escudo o sobre el escu­do; la belleza artística, la que sirve para el pincel por el arte, la que sirve para la piedad por la religión, la que sirve para la gloria por el laurel que distribuye, la que en el hogar como muchacho travie­so emboba a los padres con sus gracias y chistes, la que en el sa­lón da la horma de la galantería culta, ésa es la belleza de este cli­ma privilegiado, donde los campos son alfombras de esmeraldas, los pájaros cantan cánticos divinos para celebrar la aurora, y el cielo se viste de nubes blancas como nácares o, por gala, se despoja de ellas para ostentar su azul.

Si es el movimiento en nuestras mujeres, todo es donaire; si es el habla, todas ellas son mieles que se derram an; si es el espíritu, no tiene más que esplendores, ya como madre, ya como hija o es­posa, y aquí es donde debe venirse a buscar el modelo en este género.

Los rasgos fisonómicos de nuestras mujeres, son especiales: tie­nen de la georgiana la hermosura, de la andaluza el atractivo pi­cante, de la morisca las tintas misteriosas y el amor concentrado;

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TEMAS DE PATRIOTISMO 73

y lo que es en cuanto a trato , es el que más seduce, y en cuanto a bu v o z , la que expresa m ejor la música del alma.

Algún día, cuando la civilización haya derram ado todos sus do­nes adquiridos, y nosotros la hayamos enriquecido a ella con sus do­nes naturales, la belleza venezolana, ora en los salones, ora en el hogar, será el modelo de las bellezas, y Venezuela la gran galería de las bellezas del mundo.

(De: “La m ujer venezolana” . Obras, vol. V, pp. 351-352).

M argarita Sanavria de LlamozasJam ás he conocido, juntas en una persona, más ricas prendas,

para honor de su sexo, encanto de los suyos, y ejem plar y espejo de la sociedad; sólo que hoy en la nuestra, por otra parte tan cul­ta y de tan nobles tendencias, ocasionado ello de las frecuentes gue­rras entre hermanos, hace más ruido y engendra más interés la po­lítica que el prim or de las gracias naturales y los frutos del ingenio. Fuera de lo dicho, entre nosotros, país flamante, aún no recibe en general la m ujer toda la educación e instrucción de que es capaz, lo cual no es notable y hasta se oculta de ordinario a los ojos de los extranjeros, en medio de tal garbo y brío, ta l concepción rápida, tal buen parecer, y tanta flor púdica, bañada con el carmín del reca­to que dan de sí la gentileza y el decoro.

Con todo, la señora Llamozas sobresalió entre otras dotes, por sus modos, finos y amenos en el trato, generosos en la amistad, elegan­tes y dignos en el salón, y discretos en los juicios: tenía un corazón igual a su espíritu, y tan grandes ambos, que no era fácil conocer si sentía más que pensaba, o al revés; pero su gran teatro era el ho­gar doméstico, en que vivió siempre para el respeto y veneración de sus padres, prodigando afectos y cuidados a su ilustrado y exce­lente esposo, y sembrando avisos y documentos im portantes en el al­ma de sus hijos. Ella decía que el que sabe a Jesucristo, posee la sabiduría, y tal era su afán de enseñanza en la familia. Nunca pen­saba mal de nadie, y al contrario, se inclinaba siempre a no creer en las faltas o a atenuarlas. Tres cosas en ella eran sobre las de­más: su don de consejo, que sazonaba con la benevolencia; su ecua­nimidad de carácter, igualmente sereno en lo desfavorable como en lo próspero, y su claro talento, no el filosófico, mal avenido de or­dinario con la ternura, que era su índole, sino el social, esto es, el que penetra en las leyes del hombre y su destino.

Me parece no engañarme en creer que en otras circunstancias, con el esplendor que dan las luces, con las luces que trae el tiem ­

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74 CECILIO ACOSTA

po, y aprovechado este genio venezolano, que es el griego por el amor al arte, y el francés por el espíritu, la señora Llamozas hu­biera ostentado mucho de Madama Roland, de quien tenía la gran­de alma sin su fanatismo político, y mucho también de lo que fué Madama de Sévigné, tan notable por su piedad m aternal y por aquella delicadeza de sentimiento, equivalente a la gracia, derram a­da en cartas que ha inmortalizado la historia.

La señora Llamozas tiene de quien haberlo, si es que se he­redan los privilegiados dones naturales. Fué hija de aquel célebre doctor Tomás José Sanavria, cuyo recuerdo, por lo que me quiso, me es tan grato; grande abogado, grande estadista, grande adminis­trador y promotor celoso y entusiasta de la Universidad Central, la que, cuando quiere estar de gala y m ostrar que ha tenido edad de oro, acude a su ilustre memoria, como a la de Avila, que la resu­citó del sepulcro, como a la de Vargas, que la dotó de una cien­cia nueva y le infundió su fecundo espíritu, como a la de Paúl, el galante enamorado de los estudios. Y fué también la señora, reso­brina carnal del último Marqués del Toro, carácter espléndido con mesa siempre puesta y corazón franco para todos sus amigos, en quienes más que en sí gastaba sus tesoros, uno de los que hicieron las primeras armas en favor de la República, y caballero del linaje de los que, en el caso de una empresa, era capaz de acometerla, por su dama, por su patria, y por su honra.

Tal es el virtuoso y privilegiado ser cuya pérdida lloran hoy sus deudos y lloramos sus amigos. Reciban ellos mi sincero pésame.

(De: “Necrologías”, Caracas, 4 de junio de 1880. Obras, vol. V, pp. 294-297).

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TEMAS SOCIOLOGICOS Y FILOSOFICOS

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CIVILIZACION, HISTORIA, FE Y RAZON

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Las ideas y su difusiónDe lo justo, lo verdadero y lo bello, las ideas son el cristal de

trasmisión; y Dios la justicia misma, la verdad y la belleza. Admira ver que si delante del gran todo está la elaboración científica y artís­tica, detrás está la mina, y que la filosofía, cuyo oficio es disipar som­bras, no hace más que form ar transparencias para tener adquisicio­nes. El último día de las tinieblas, será el primero del progreso uni­versal.

Las ideas son las que le abren senda, le señalan rumbo, y le con­ducen por en medio de las vicisitudes, accidentes, transformaciones, experiencias, esperanzas y triunfos de la complicada, muchas veces incierta, y siempre ansiosa vida social. Ellas asisten a la cuna de las naciones flamantes, para echar sobre las leyes sus cimientos, y a la caída de los imperios vetustos, para recoger del polvo lecciones, y de las tumbas desengaños; o bien recorren los campamentos de la gue­rra, empapados aún en sangre humana, no para ver, sino para abomi­nar y maldecir esos horrores, o se sientan bajo el solio de la paz, para complacerse en su obra, la m oral que informa en las costumbres, el orden que organiza, y la industria que fomenta. Unas veces se p re­sentan en los areópagos a dictar fallos, o en las academias a enseñar sabiduría; otras en la plaza a inflam ar las ciegas m ultitudes por me­dio de la palabra encendida de los Gracos, o en el Senado de los P a­dres Conscriptos a tronar por la boca de Cicerón, para oprimir la cons­piración de Catilina, y salvar así el alto honor de Roma. Las ideas dan a Platón sueños divinos, a Francisco Bacon la filosofía experimental, al atrevido Genovés el derrotero para el descubrimiento de un m un­do, y a Newton el hilo que m antiene atado el sistema de los orbes ce­lestes. Las ideas son clamor en Isaías, sabiduría en Pablo, abismos de inteligencia en Agustín, ríos de oro en los labios del Crisòstomo, ceño, cólera y azote en Tácito, adivinación en Pascal, grandeza, majestad, profundidad y decoro con Bossuet, drama en Shakespeare, donaire y sal de ingenio en Cervantes, circunspección histórica en Guizot, cua­dros vivísimos tanto como verdaderos en las descripciones de Macau- lay» y palabras de fuego en la boca de Bolívar.

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80 CECILIO ACOSTA

¿Quién podrá decir todo lo que son las ideas? Ni ¿quién lo que serán, cuando invadiéndolo ellas todo, las bajas como las altas clases, el tugurio como el palacio, el desierto como la ciudad, distribuidas y equilibradas las fuerzas, estrechadas o a la mano las distancias, al ha­bla los intereses, y en familia ya todos los hombres, el mundo de un extremo a otro aparezca al cabo ser como un salón iluminado por el telégrafo eléctrico y la imprenta? La imaginación no lo ve, pero lo alcanza.

Lo que sobre todo da este privilegio al pensamiento es su forma estampada, haciéndole realizar dos prodigios al parecer opuestos: ir y venir sin descanso ni tregua y extenderse como atmósfera, y al m is­mo tiempo permanecer fijo en caracteres inmortales. El mundo físico es una serie de transformaciones incesantes tras otra serie de pano­ramas transitorios; el polvo con fuerzas, movimiento, colores y figura; una especie de caos bello, en que la instabilidad es la condición, y el orden, la armonía, la sublimidad, y la hermosura, rehechas ya las co­sas, la ley; la vida siempre al lado de la muerte, o la m uerte dando lugar a una vida que pasa: sólo el pensamiento impreso no pasa.

El tipo de imprenta es eterno; es como la luz concentrada, endu­recida, o como si dijéramos vuelta en granito; el relieve que queda después que han trabajado sobre la piedra bruta la fantasía o el en­tendimiento; la última forma de la verdad, de la justicia o de las le­yes cósmicas; en suma, el traje que viste la esencia de las cosas, y que tiene que perdurar mientras las cosas mismas no vuelvan, por m an­dato de Dios, a la nada de que salieron. La guerra puede tornar en yermos campos, ciudades e imperios; los siglos pueden barrer como escoba generaciones innúmeras, y sobrevenir el cambio, el vacio o la desolación que deja la muerte; pero se ven siempre aparecer, para continuar el camino de los adelantos humanos, como piedras miliarias, los frutos del ingenio.

Tal es la influencia que tienen, y el destino a que están llam a­dos los libros, como cabe decir también del periodismo. ¡Qué provi­dencia, mi amigo! ¡Qué porvenir! Las letras cubrirán la tierra, y la escuela, la universidad y la im prenta engrandecerán el género hu­mano.

(De: “Carta al señor José Miguel Rodríguez”, Caracas, 12 de oc­tubre de 1874. Obras, vol. IV, pp. 155-158).

Las ideas transformadorasEl mundo tiene sus épocas de transformación, que son aquellas

en que la humanidad se apodera de una nueva idea o de una nueva institución, que luego pone como piedra miliaria o máquina de em­

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TEMAS SOCIOLOGICOS Y FILOSOFICOS 81

puje en el camino del progreso, que es al propio tiempo su ley y su destino; lo cual viene a constituir esas edades célebres que la historia registra, y que la civilización guarda como preciado tesoro. El hom­bre, tomando esta palabra en sentido colectivo, m archa como un via­jero, y cada día que amanece tiene que ver nuevos panoramas y ho­rizontes y que adm irar en todos ellos la mano de Dios que le conduce por una vía de perfectibilidad indefinida, hasta hacer su vida más li­bre y sus fruiciones más ciertas. Si nos fuera dado en la estrecha ex­tensión de este artículo desdoblar los siglos como una tela y estudiar­los como un mapa, observaríamos en cada uno de ellos un paso ade­lante en la peregrinación universal, una conquista más hecha y un principio más obtenido de la naturaleza cósmica y la intelectual. Así como la vida de la m ateria es el movimiento, la vida de la sociedad es la agitación, no la febril sino la orgánica, en busca de elementos que contribuyan a su bienestar, sus comodidades y sus goces.

Tiempo había que se necesitaba una gran reform a en el modo de ser social, económico y político. La Europa, centro de tiempo atrás y centro todavía de la mayor civilización, organizada bajo las tradicio­nes de la conquista, del sistema feudal, del monopolio, de las preocu­paciones y de intereses preponderantes que nada ceden a la justicia por conciliación sino por fuerza, no ha podido del todo quebrantar estos grillos; y de resultas, todavía hay gobiernos absorbentes, tras­pasos de territorios por tratados, como si se vendiesen viles esclavos, la necesidad de un equilibrio continental en que se sacrifican inte­reses ajenos, convenciones diplomáticas en que va más el interés de los reyes que el de los pueblos, aranceles opresivos, ejércitos perm a­nentes, que comprometen el erario, mano de obra necesitada, capital despótico, y proletarismo, y miseria, y un estado en general en que el hombre que nació sin fortuna o sin antecedentes históricos hereda­dos, por más que trabaje, vive y m uere como la ostra pegada a la peña del m ar y combatida por sus olas.

Verdad es que las ciencias han alcanzado allí una altura que asombra; que las artes se han apoderado de poderosos motores natu­rales; que el ingenio ha arrancado a la naturaleza secretos que pare­cen confidencias divinas; y que el ruido de la civilización parece la diana del progreso después de su incruento triunfo sobre la materia: esto era natural: la Europa hace siglos que viene trabajando, y lógico es, tras tantos como han trascurrido, que presentase en la mecánica nuevas fuerzas, en la química nuevas afinidades, en la botánica nue­vas plantas tintóreas, en la geografía nuevos territorios, en el comer­cio nuevos rumbos, en la economía sistemas de crédito, y en todo lo que depende de la investigación hum ana sistemas más sencillos y mé­todos más claros.

Todo esto tiene su clave de explicación en las ideas contemporá-

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neas, que son las que siempre regulan las costumbres, las instituciones y los hábitos; y la justicia relativa —que como tolerancia que es con hombres y con cosas, siempre es justicia de la historia— tendrá que confesar que en todo ese conjunto de civilización hay grandeza incom­parable; que los resabios que tiene son los que deben ser corregidos por el tiempo, y que el tiempo no es el acusador, sino el reparador de los vicios del pasado.

(De: “Revista de Europa y de los Estados Unidos de la América del Norte”, en Obras, vol. I, Caracas, MCMVIII, pp. 236-239).

Esperanza, en 1872Al fin vendrá la calma, porque las malas ideas luchan para mo­

rir. Al fin vendrá un nuevo estado, siempre en bien de la humanidad, porque la vida es progreso. Al fin vendrá hasta el equilibrio de las razas, al cual están llamadas por sus propios intereses. La guerra franco-alemana tal vez ha principiado a abrir este rumbo. La Provi­dencia casi siempre sorprende y confunde al hombre con sus cálculos. Ella no más posee el secreto de las causas; siendo la historia de ordi­nario, sólo los anales de los hechos.

(De: “Situación política de Europa”, 1872. Obras, vol. V, pp. 133-134).

Las cuestiones históricasLas cuestiones históricas son muy complicadas: hay tanto inte­

rés, tantas faces, tantos resortes, tantos impulsos, la religión, las cos­tumbres, los hábitos, las creencias, la política, las industrias, las cien­cias, las artes, que es menester que el pincel sea muy fino para pintar, o el escalpelo muy cortante para la disección. Con la historia sucede como con el prisma, que divide y reparte los colores a voluntad y dándoles la dirección del que imprime el movimiento. Ese es un ca­mino muy difícil por escabroso, y tal vez extraviado por obscuro. Es un enigma que no dice nada y dice todo: calla y habla, convence y contradice. Es preciso mucho ingenio para llegar allí y hacer vendi­mia. Tácito descubre el crimen, Macaulay las revoluciones, Guizot el progreso, Bossuet a Dios; pero es preciso ser ellos para penetrar tan adentro con la sonda, o para subir tan alto con las alas.

(De: “A Clodius” , Caracas, enero 14 de 1868. Obras, vol. V, p.199).

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TEMAS SOCIOLOGICOS Y FILOSOFICOS 83

El pensamiento modernoEn el siglo XVI rayos divinos habían bajado a ilum inar las fren­

tes de Miguel Angel, Rafael y tanto insigne varón como ilustró las cortes de Julio II y León X; las guerras de religión, que según Macau­lay dieron por fin el triunfo a la Iglesia Católica, a vueltas de sus ciegos odios y más ciego fanatismo, dejaron sembrado un género de libertad, que si fué sangrienta en Alemania, hubo de ser más tarde civilizadora en Inglaterra, febril y contagiosa en Francia, fecunda en Norte-América; y cuando el trono de Luis XIV, levantado como una protesta contra la Reforma y una magnificencia de la púrpura, tocaba a sus últimos días, en la propia casa todo había sido grandeza de es­píritu con hombres que, como Bossuet, apenas caben en los siglos; y fuera, Bacon había encontrado el árbol genealógico de las ciencias, Grocio el Derecho de Gentes, Descartes la geometría analítica, Copér- nico los cielos, Galileo sus tesoros; así como Lope de Vega y Calde­rón habían hablado una lengua divina que no ha sido imitada después y creado el prim er teatro cómico de Europa, Shakespeare el prim er teatro trágico, y Cervantes un mundo de milagros de ingenio en que él solo habita.

(De: “Ensayo Crítico”, Caracas, noviembre de 1870. Obras, vol. V, pp. 65-66).

Las ciencias sociales y las experimentalesHay ciertos puntos, como los propuestos, que no pueden decidirse

de una manera absoluta, ni siquiera tratarse con visos de probabilidad, sin entrar en ciertas explicaciones que den claridad a los términos y luz a lo que ha de quedar como principio: arrancados aquéllos y aisla­dos de un sistema de conocimientos y estudios que todavía buscan base en la experiencia y vida en la armonía del conjunto, y que están su­jetos aún a la diferencia de las teorías y al ardor de las contiendas, no es extraño que presenten como prim er aspecto toda la vaguedad de la abstracción junto con todo el peligro de un tecnicismo incierto y va­cilante. Una disputa de palabras es estorbo que muchas veces ocurre en el camino de toda discusión, si no se alumbra; o un mal producto que se recoge si no se cierne el grano quebrantado en buen cedazo, para que vaya el salvado aparte de la harina.

Lo expuesto donde es digno de observarse es en las ciencias so­ciales, que tienen que ir floreciendo en medio de intereses absorben­tes, pasiones ciegas, preocupaciones fanáticas, riesgos del orgulloso dogmatismo, incertidum bres de ensayos e hilos cogidos aquí y allá como ideas en la siempre creciente y complicada tela humana: son

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viajeras cual la civilización, y cual ella situadas siempre en piedras miliarias y nunca en el punto final de su destino.

No sucede lo propio con las ciencias experimentales, ni con las que tienen sus sellos imperecederos en los arquetipos de la creación cósmica, esto es, con las ciencias físicas o las matemáticas o exactas: todas ellas son conjuntos de piezas de encaje, de las cuales cada una es un principio cierto o un cuerpo de idea definido, que puede des­prenderse y estudiarse sola, para después volverla a la traba; y le parece a uno, al ver tal fijeza de nociones, que son las que encuentra en las huellas de Dios, el cual no sabe dejar otra cosa, cuando pasa fecundando el universo, que tipos eternos y verdades inmutables. No es fácil con todo hallarlas, como quien halla una concha que busca en la playa del mar; porque todo ello es la obra de una aplicación asi­dua y de un talento sagaz; pero una vez que se ha logrado penetrar al fondo de la m ateria y a las condiciones de las fuerzas, y arrancar sus secretos al espacio y al número, se entra ya en posesión de un código, del que, si el todo es un designio, cada parte es un concepto.

(De: “Protección Aduanera”, Caracas, 19 de noviembre de 1880. Obras, vol. V, pp. 114-116).

El juicio históricoHay una cosa que no se veda a los que entran a estudiar el pa­

sado: concebir a priori la idea que ha de triunfar a la postre, y lle­varla como luz, así para dejar a un lado los errores, como para to­m ar la senda derecha, que es la que da paso a un principio que ya asoma, o a una ley que ya florece. Por complicado que sea el des­envolvimiento del hombre en su inmensa vida colectiva, caótico que aparezca ese estado por sus varios usos, gustos, costumbres, religio­nes y tendencias, hay en el fondo de todo una organización sencilla, que da solución a las dudas, recurso a las necesidades y m ateria a los códigos; porque está siempre allí el ojo de Dios que vela y su mano que provee; así es que la filosofía de la historia no es al cabo otra cosa que el arte de verificar las leyes providenciales en los he­chos de la historia misma. Puede no haber llegado a su madurez el desarrollo de una idea; puede que luche aún entre un optimismo que la exagera y una oposición que la depura; pero no se olvide que ca­da edad del mundo tiene su modo de ser, cada modo de ser sus con­diciones; y lo que importa es saberlas apreciar, para saber dar va­lor a las ideas que ellas nutren: las cosas sirven al tiempo, pero só­lo al tiempo que corre. Está de tal suerte conformada la sociedad, hay tal mezcla de pensamiento abstracto y de impulsos de egoísmo, y se confunden tanto la vida m oral y la vida fisiológica, que nada se logra si no se procede con tino, nada se atesora sí no' se saca la

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verdad del molde de la época; y quedan mudos los acontecimientos para el que los interroga, si no existe aquella tolerancia de la crí­tica, que es siempre la justicia coetánea.

Ni basta decir lo que conviene, si no se dice, sobre esto, lo que daña. Hay ciertos estudios en que hay sombras; y aquí más, porque hay que hacerlos sobre lo que está muerto. Dos cosas sobre todo de­ben evitarse con cuidado: los sistemas absolutos, que cierran el pa­so al progreso, y los sistemas artificiales que le dan paso torcido; viniendo a resultar, o escuelas que callan para la inmovilidad, o doc­trinas que cunden para el error: males ambos a cual más grave, por­que ni la idea duerme, ni la verdad es de moda. De donde viene a ser asimismo, que si hay ciertas manifestaciones sociales que son la forma pura de principios, no escasean códigos con reglas que son el producto bastardo de intereses transitorios; y que no porque se ten­ga recogida larga cosecha hay gran cosa, si no se sabe al mismo tiem ­po separar la granza de la semilla. Si la filosofía es la ciencia de lo que está escrito eternam ente como ley, y la historia el depósito de lo que está consumado como hecho, el pensador profundo no ha de esperar nunca de la una lo imperfecto, ni exigir siempre de la otra lo ideal; y nada habrá hecho respecto a instituciones, ni cuan­do las estudia ni cuando las enseña, si no toma para ellas del tiem­po lo que les ha legado de bueno, y de los principios organizadores el completo que les falte.

Se me habrá de perdonar lo abstruso, por lo cierto, de estas re ­flexiones. Si bien se mira, lo metafísico es el traje; lo demás tan­gible. Lo que sucede es, que hay ciertas verdades altas que no se pueden ver si no se sube; y que la crítica jurídica es tal de ardua, que no sólo es difícil ejercerla, sino tam bién explicar por qué es difícil.

(De: “Ensayo Crítico”, Caracas, noviembre de 1870. Obras, vol. V, pp. 39-41).

El criterio históricoNo es esto condenar que se haga la relación de los hechos pa­

sados, que tanto conviene recoger y analizar para el juicio de la historia contemporánea y de la póstera, ganosas ambas de presen­t i r ejemplos que ilustren o desengaños que retraigan, y hasta yo mis­mo, tan amigo de la templanza, tal vez tome el arco y las saetas; pe­ro me gustara que éstas fuesen más dirigidas a las cosas que a las personas, que se buscase más la enseñanza que el vituperio, y que hasta por sobre la cólera en que es justo rebose el patrio pecho, se

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vea el olvido que cura y la magnanimidad que perdona. La críti­ca así tiene grandeza y la justicia alto decoro.

(De: “Dos decretos de crédito público”, Caracas, 23 de julio de1877. Obras, vol. V, pp. 361-362).

Criterio históricoEstas disquisiciones históricas corren bajo mi responsabilidad. Así

es como yo comprendo las cosas. Entro a lo pasado como a una selva: descuajo, escojo, clasifico y diseco; y llamo a esto mío; y aun­que no alcance propia, no quito honra ajena. Otros tendrán más acierto; nadie, ni más candor ni más llaneza; con lo cual ya que no desarme, no irrito la censura.

Un nuevo motivo hay para lo hecho, y para que se vea en ello, y aun en la osadía de intentarlo, un capítulo de excusa. No se pue­de en ningún género, ni para ningún fin, hacer el estudio de las letras, ni el de las bellas artes, sin seguir en el tiempo contempo­ráneo las huellas del espíritu, de que ellas no tienen que ser más que la forma, o la expresión, o el monumento perdurable. Es tan orgánica la propensión del hombre a trasmitirse, y tan irrefragable la ley de la humanidad, que cuando no el mármol, la tradición oral, o el granito, ha sido el libro o la hoja volante órgano seguro para que pase el tiempo presente al museo de la historia. Allí se halla todo: miembros sueltos, como los del gigante del Ariosto, que sólo han menester juntarse para volver a la vida. La historia será siem­pre un campo erial para los que la atraviesan sin descuajarlo, o un campo improductivo para los que no conocen sus terrenos; pero las leyes sociales, en ella es que están, y su estudio será en todo caso el más difícil, así como el más útil para el entendimiento hu­mano. Desde el último siglo, especialmente en Alemania, han prin­cipiado a hacerse en esta materia exploraciones provechosas, de que

* ya hay fruto, y algún día la filosofía hará de ella ciencia exacta. Lo que importa por ahora saber es, que la historia es el teatro de las investigaciones serias para los estudios sociales, y que nada se sabrá, fuera de los hechos aislados, si no se busca el origen y no se sigue en ella la cadena. Otra cosa importa decir, siquiera en desagra­vio a las inculpaciones de una escuela, si tal es, que peca más de maligna que de cándida: las letras no son frivolidades, ni versitos, ni cuentecitos, sino el gran depósito de la civilización, el gran re­flejo de la luz de un pueblo culto, el alma en letras, y la vida so­cial hablando en el papel. Los pueblos que no han dado cosecha de espíritu, sólo han rendido culto a la materia, y son también m a­teria en la historia, en donde representan o número, o epicureis­mo, o fuerza, o escombros, que ve uno de paso, pero que no estu­

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dia. Tiro produjo colonias, para ser destruidas por Nabuco; Carta- go un nombre, para ser borrado por Scipión; y la Tartaria conquis­tadores, alimentados con leche de fieras, para llevar la destrucción a todas partes; y hoy no queda de ellas más que el nombre; m ientras que viven siempre, y serán fanales en los siglos, la Grecia de Só­focles, la Italia de León X, la España de los Felipes y la Francia de Luis XIV.

(De: “Influencia del Elemento Histórico-político en la literatura dramática y en la novela. La Tragedia” . Obras, vol. II, pp. 123-124).

De historia y de historiadoresLa historia es el gran tema de las ciencias histórico-sociales, que

serán siempre arduas, porque remueven cenizas e interrogan a los muertos. La m ayor parte de los historiadores se han ahogado en los hechos; y de aquí los varios sistemas, y nacidas de ellos, las va­rias conclusiones. De cuando en cuando es que se ven esos hábi­les segadores que saben llevar a las eras las gavillas del buen gra­no. Los abismos que hay que exam inar son muy profundos; y nada se hace, si la luz que ha de conducir no llega al fondo.

En los historiadores griegos no sobresale de ordinario sino el a r­te, tan bello y plástico de suyo, que contento uno con él, no echa menos, o confunde con él mismo, la verdad. El ingenio a veces la falsifica. Tácito entre los romanos sí la encontró, buscándola en el organismo del crimen, de que él fué al propio tiempo juez y azote; escritor admirable, que si habla truena, y si censura cauteriza. Es­tilo de puntas de diamante, ceño sombrío, oscuridad misteriosa, filo­sofía colérica, todos los tiranos vuelven la vista a sus escritos a ver si encuentran su retrato.

Bossuet es verdaderam ente un águila que jamás descansó el pie sino en las cumbres. Tiene de profeta, de historiador y de sabio. Si San Pablo se encerró como dentro de una nube en los arcanos re ­ligiosos, Bossuet pudo llegar a ellos con sólo seguir la economía de la Providencia. Es uno de los genios que han andado más cerca de sus pasos, porque es uno de los que han abarcado más. Escribió en granito, habló en oráculos, y hoy es texto en la ciencia.

Maquiavelo es un pensador que pagó tributo a su carácter, o lo pagó a las costumbres depravadas de su tiempo. El no sacó la verdad de sus moldes, sino que hizo moldes para la verdad. Lee uno sus escritos con horror; pero le gusta releerlos por la luz. Sus obras son su siglo, o m ejor dicho, su edad.

Macaulay es lo que llam an los ingleses un escritor gráfico: to­

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das son en él líneas geométricas y puras, pero que tienen el hechi­zo de la perspectiva y la gracia de los contornos. ¡Qué estilo y qué trasparencia de ideas! Si son las cosas, se ve su enlace; si los hom­bres, sus pasiones. Guillermo III, Somers, Russell, Wharton, Marl- borough, Tyrconell, Melfort, Sarsfield, son bustos históricos; las des­cripciones de las luchas del Parlamento, ensayos de ciencia consti­tucional; las escenas de las guerras de Irlanda, dramas vivos; las cos­tumbres, en Escocia, de los hombres de los valles y las llanuras (lowiand), y de los serranos (highlanders) pinturas tan candorosas y maestras, que no se sabe si es la naturaleza la que luce, o el arte el que la imita. Sus cuadros, un tanto sobrecargados de colorido; su corazón, no poco lleno de despecho y am argura contra ciertos hom­bres de Estado; pero así y todo, inimitable. Con razón decía el Lon- don Times, recién muerto ese escritor, que de los entonces vivos en el Reino Unido tal vez no había uno capaz de continuar su Historia de Inglaterra.

(De: “Historia. Carta a M. Guizot”, Caracas, 12 de diciembre de 1870. Obras, vol. V, pp. 90-91).

El progreso y sus causasNo se crea por esto que aplaudo el despojo ni que me pongo de

parte de la conquista. Sé bien que en las naciones los impulsos fi­siológicos no son la moral, ni los intereses la justicia; pero están tan ligadas ambas cosas con la historia del progreso, que si hay que lle­var a la una como regla, no se puede prescindir de los otros como estudio, sea porque sin su desarrollo no hay vitalidad, sea porque dan motivo con su lucha para el triunfo del derecho. El que es­cribe historia es como el que siega: que trae las gavillas a las eras para llevar los granos a las trojes.

(De: “Ensayo Crítico”, Caracas, noviembre de 1870. Obras, vol. V, pp. 55-56).

El progresoEl pensamiento libre, la prensa libre, la libertad de cultos, per­

sonal, de industria y de enseñanza, la propiedad, la asociación, lo sagrado de la correspondencia epistolar, la facultad sin trabas del tránsito, la extensión de todo sistema tributario que no sea el indi­cado por la Cámara del pueblo, y los demás derechos cuyo escudo es la Constitución, se obtienen m ejor o se aseguran más en un es­tado de sosiego que hace cundir las ideas y funda prácticas, que en otro de violenta agitación, que lo que hace es debilitar o contra­

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TEMAS SOCIOLOGICOS Y FILOSOFICOS 89

decir las unas y borrar las otras. Cuando sucede esto último es pre- ciso volver a comenzar; y fuera de que la guerra devora una gran parte de lo que existe, quedan en los odios que ella produce, chis­pas para engendrar después un nuevo incendio.

(De: Carta a R. H.”, Caracas, junio 23 de 1869. Obras, vol. II, p. 233).

Doctrina moralMe gusta ver la alabanza sin lisonja y la lisonja sin premio, y

que no haya de estos fabricantes de elogios, tan fáciles para ensal­zar como para deprim ir; linaje de moscones que zumban porque me­dran, y que se apegan a los gobiernos porque chupan. Me gusta que la verdad ande valida y no adulterada como moneda sin peso ni ley; y que no se crea que se gana nada aunque se gane dinero, porque se llame a feria para vender el honor.

Me gusta que campee la piedad en lo doméstico para el amor de familia, y el deber en lo social para el decoro, en vez de vicios do­rados y de complacencias y favores cortesanos, que pueden trae r ser­vidumbre espléndida, pero no virtudes cívicas. Me gusta el pundo­nor en la conciencia, el candor en las acciones, la m oral en las cos­tumbres, la buena fe en el trato, y que una filosofía cósmica, que al fin no es más que fuerzas mecánicas y barro, no venga a arre­batarnos, a título de novedad de escuela, a este Dios de misericor­dia, que vela nuestro sueño, que m ultiplica nuestros panes, que fe­cunda nuestras preces con una lluvia de gracias, que se alimentó de dolores para fabricar nuestro bálsamo, y que en la cruz tomó pa­ra sí el acíbar por regalarnos la miel. Me gusta la libertad prácti­ca, la que va y viene sin trabas, la que sube a la tribuna para la enseñanza, la que va a las urnas para el sufragio, y a las asambleas deliberantes para las leyes, la que enfrena a los gobiernos por el m an­dato, y magnifica a los pueblos por el poder, sin que por esto se crea que amo la libertad turbulenta: los Gracos siempre me han pa­recido mejor en la historia que en la plaza, y Cicerón, por su con­ducta, superior a Catilina.

<De: “Carta al Dr. Pablo Acosta” , Caracas, 23 de enero de 1876. Obras, vol. IV, pp. 6-7).

El CristianismoEntonces fué cuando una Religión bajada del cielo, santa como

su Autor, dulce como su Autor, penetró hasta el corazón de la so­ciedad, para inocular en él un sentimiento que le faltaba, el senti­

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miento de la caridad. Vestida de luz y hermosura, y cercada de una aureola de inspiración y de gloria, se monta al Capitolio, llama a los pueblos del cabo del mundo, y díceles: La humanidad es una sola familia: vosotros no lo sabíais, pero yo os lo digo: ¿por qué levan­táis manos airadas los unos contra los otros, vosotros los hermanos, vosotros los hijos del amor? Ese odio que os divide no es hijo del Cielo: miradlo; él no está escrito en vuestro corazón. Esa desigual­dad que os degrada no es hija de la naturaleza: leed en vuestras al­mas, y hallaréis en ellas el mismo noble orgullo, la misma elación de conceptos, la misma alteza de origen. Yo he venido a proscri­bir la enemistad; a maldecir la guerra como un azote, y la escla­vitud como un desafuero; a dar a las leyes un origen divino y a la m agistratura un carácter de firmeza; a restablecer la igualdad per­dida, a aterrar la tiranía entronizada, y a proclamar la libertad de las naciones.

No es posible entrar ahora a señalar uno por uno los bene­ficios que trajo el cristianismo a la sociedad, después que hubo de­positado en su seno este germen de progreso. Anudados otra vez los lazos que se habían roto desde que los hombres dejaron de ha­bitar una misma comarca; maldecido el egoísmo como un principio de atraso, y loado el interés común, como un medio de adelanto; al­zada la m ujer a la preeminencia de señora por medio de la santi­ficación del matrimonio, y restablecida así la dignidad primigenia de la mitad de la especie; derramado como un bálsamo el espíritu de mansedumbre, que debía amansar la barbarie; devueltos al hijo sus derechos, al padre su amor, y al hogar doméstico su paz l ; admi­tida al consejo de los gobiernos una moral pura, que debía ser el mejor fundamento de sus leyes, y el apoyo más firm e de los Esta­dos; abierto un porvenir inmenso ante la vista del hombre, a quien se le había dicho por la prim era vez, que era hijo del Cielo, que su estirpe era noble, que su alma no cabía en el espacio, y que su co­razón era capaz de todas las inspiraciones de la gloria: y en medio de esto, y como por cima y corona de todo, levantada en medio de los pueblos, que la miraban atónitos, una religión santa, que debía hacer habitar juntos el griego y el bárbaro, las palomas y las águi­las, los corderos y los leones. . . nunca se había presentado un es­pectáculo más magnifico. Era la humanidad que iba a pasar a otra época.

(De: “Reflexiones sobre la Historia”. Obras, vol. IV, pp. 28-29).

*• Se sabe que la antigua legislación daba al padre el de­recho de venta, y el de vida y m uerte sobre sus hijos. „ La religión cristiana predicó contra este abuso.

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TEMAS SOCIOLOGICOS Y FILOSOFICOS 91

El cristianismoAsí que se desbroce la historia y se quite la ceguedad a los sis­

temas y a la civilización lo que aún conserva de pagano, se verá el beneficio inmenso que ha hecho el cristianismo al mundo; en espe­cial en la Edad Media él lo salvó de la sangre y la barbarie, y la savia con que hoy crece es la suya. Las guerras que se economizan, el derecho que se difunde, las naciones que se abrazan en las fron­teras para el cambio del comercio y de las luces, bastarían, como obra suya, para decir que al cristianismo todo se debe.

(De: “José María Torres Caicedo” . Obras, vol. III, p. 153).

El SacerdoteSe ensancha el ánimo, casi hasta olvidarse uno del dolor, que

es nuestra estrella, cuando m ira a un hombre, que se llama Sacer­dote, no poner en cuenta su vida por salvar la del cristiano, no des­cansar hasta abrirle las puertas de la eternidad, ataviar al alma con la oración y las indulgencias de la Iglesia para que llegue galana a su morada, y ocurrir luego a bañar con sus lágrimas los despojos mortales, y a prepararlos con este bálsamo para el día de la uni­versal resurrección. Eso no lo puede hacer sino Dios o sus envia­dos, y la Religión que tal practique debe ser la verdadera.. . Só­lo el Catolicismo ha podido quitar a las sombras de la m uerte sus horrores.

(De: “Caridad”, Caracas, diciembre 10 de 1855. Obras, vol. IV, p. 46).

La dignidad hum ana¿Por qué, si ayer no más se nos negó el uso de la imprenta

y el derecho de asociación, se oprimieron con onerosos impuestos nuestras industrias, se sorbieron nuestros tesoros y se hizo gala de tenérsenos como ilotas, hemos hoy de perm anecer en silencio o de­sear la continuación del propio sistema? ¿Por qué, si la república consiste en que la acción y protección de las leyes alcancen a to­dos y en que de todos sean los derechos políticos activos y pasivos, aparecer como apóstoles de un sistema de exclusión? ¿Cómo ha de ser racional después de tanta sangre derram ada por la Independen­cia, después de tantos m artirios por los principios, abandonar la cau­sa de éstos por sostener hombres?

¿Por ventura ser ciudadano es ser mudo para no hablar, u obre­

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ro de ración, o eunuco de serrallo, o parásito de corte o siervo de látigo que cuando no lo recibe lo reclama? Si ha habido una época semejante que está pared por medio con nosotros, y mucho más, si esa época está caracterizada por la circunstancia de ser defensores de ella partidarios esclavos más humillados que los esclavos mismos, porque éstos alguna vez se huyen y aquéllos nunca, clamando siem­pre por amo, azote y pan, nada más natural que descargar el peso de la censura, sobre aquélla llamando a esos mismos extraviados al goce de una vida de derechos, a la práctica de la libertad, y a una situación que les quite los grillos y les abra los talleres.

(De: “Los Partidos Políticos”, en Obras, vol. I, Caracas, MCMVIII, pp. 258-259).

Solidaridad universalOtra es la grande escuela, la cristiana, la de asimilación de lo

que es útil, la de proceso orgánico, la de solidaridad universal. La solidaridad, ya que no sea el propio progreso, es una de sus condi­ciones, porque el destino es uno mismo, y la raza humana una. En esa inmensa elaboración social sin tregua que distingue a la hum a­nidad en su carrera, y en que andan confundidos instintos y razón, impulsos y derechos, errores y principios, aunque cada pueblo tiene su modo de ser, y cada época su tinte, se observa ahondando un po­co, que los intereses son los que dividen, el orgullo el que arras­tra, las pasiones las que ciegan, la guerra la que azota; y ahondan­do más hasta llegar al fondo de las cosas, que hay ideas generado­ras que siempre viven, y la continuación de una tram a nunca rota.

Llegar a ese fondo, o aproximarse a él, para apropiarse las ideas puras, debe ser el blanco del afán, la vida esa lucha, el fin del de­recho esa conquista. Pero el derecho, para hacerla, tiene que con­ta r con que también sea completa su sanción, que sólo será cuan­do la ilustración, y en especial el sentimiento religioso, estén en to­dos los espíritus como en todas las conciencias. Entre tanto, en lo que dependa de los hombres, la verdad no se tendrá sino en frag­mentos; la justicia no se deberá muchas veces sino al combate o a la súplica; las obras serán ensayos, los sistemas teorías, y las teorías con frecuencia transitorias. Vamos, vamos; pero no estamos. El de­recho político no es todavía el derecho público universal, ni el Ci­vil el llamado a ser el eco del de Gentes, ni la razón de hoy la ra ­zón de mañana.

Todo esto prueba que debemos ser observadores y pacientes; que si cosechamos en nuestros campos, tenemos que espigar en los aje­nos; que en todas partes ha estampado Dios sus huellas, y que la tolerancia con instituciones y con hombres, es, no sólo virtud, sino

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TEMAS SOCIOLOGICOS Y FILOSOFICOS 93

justicia de la critica. La filosofía de la historia es grande, porque no condena, sino juzga; y la civilización lo es, porque quiere todo pa­ra todos.

(De: “Carta al señor don Héctor F. V arela”, Caracas, 7 de di­ciembre de 1872. Obras, vol. II, pp. 295-296).

£1 progresoLa vida de las sociedades es ese eterno combate entre el de­

recho y la fuerza, entre el deber y el egoísmo; y lo que se llama progreso no es más que las conquistas que hace, y el predominio que ejerce, cada vez mayor, el elemento moral. El cristianismo y la ci­vilización son dos líneas que m archan a encontrarse.

(De: “Reseña Histórica y prospecto de Código del Derecho Pe­nal”. Obras, vol. III, pp. 84-85).

Religión de la sociedadHay tam bién religión en la sociedad, porque hay también obje­

tos santísimos en ella. Cuando se llevó a ella la propiedad, aunque llevaba ya sus principios que la constituían, se contó con ver adop­tados, asegurados y divulgados, por la revelación de la voluntad co­lectiva, esos mismos principios: se contó con verlos formulados en las leyes. Las leyes no vienen a ser otra cosa que el evangelio escrito de la propiedad, y las que m iran a los contratos especialmente, la re ­glamentación de esa misma propiedad según los diferentes acciden­tes que experim enta en su movimiento giratorio. Esas constituciones que tanto cuestan y tanto se respetan; esos códigos, obra de la ex­periencia de los siglos; los cuerpos deliberantes; las elecciones; la responsabilidad de los magistrados; el tren administrativo; cuanto hay en una nación; cuantos elementos alcanza la sociedad de orden, de economía y de justicia, no tienen más objeto que la propiedad y los contratos.

(De: “Cuestión Delfino y Jun ta Superior de Caminos de la P ro­vincia”, Caracas, febrero 9 de 1854. Obras, vol. IV, p. 277).

La ley del misterioNinguna ley es más general que la ley del misterio; en todas

partes está: en la religión para hacerla inaccesible, en las institucio­nes sociales para hacerlas respetables. La sociedad, como el hombre,

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no obra si no cree, y para creer es preciso prestigio; prestigio en la magistratura, que se llama respeto; prestigio en el sacerdocio, que se llama santidad. Pero ese prestigio, que sólo por abuso se a tri­buye a veces a la fuerza, no nace sino de la virtud, palabra subli­me que quiere decir el evangelio de los deberes. Ella es la clave que cierra la bóveda social, el centro de armonía, y la regla eficaz de las costumbres. Que se borre ese nombre, que se desprecie; y el mundo moral no será sino quimera. Con ese golpe se habrá viola­do la santidad de las instituciones, con la santidad de las institu­ciones la religión política, y con la religión política el prestigio —que es el origen— la autoridad y la fuerza de las leyes.

(De: “Honorable Cámara de Representantes”, Caracas, marzo 8 de 1853. Obras, vol. IV, pp. 295-296).

La continuidad socialTal es el organismo de las cosas, tal la condición solidaria de

la sociedad y tal la túnica inconsútil del progreso, que no hay si­tuación social que no tenga su razón de ser, que las generaciones se dan la mano las unas con las otras, que los gobiernos sucesivos de un Estado son los eslabones responsables de una misma cadena; y el historiador filósofo que la observa, que ve en ella la ley de un mismo desenvolvimiento aunque mayor éste o más ventajoso en una edad que en otra, y que tiene que investigar la vida íntegra, no de­be separar partes ni m utilar miembros para dejar el todo monstruo­so. Por mala que sea una época, y aun no queriendo oír para es­tudiarla sino a los que no figuraron en ella, dos cosas hay ciertas: que no se puede lanzar el anatema contra todos sus hombres, por­que es inexplicable que toda una colección sea perversa; y que en la crítica político-filosófica es preciso, al mismo tiempo que se dis­cierne la causa del malestar, procurar encontrar, aunque sea ahon­dando mucho, el hilo orgánico social que constituye el desarrollo del progreso humano.

(De: “Los Partidos Políticos”, en Obras, vol. I, Caracas, MCMVIII, pp. 254-255).

La civilización contemporáneaLa civilización presenta en cada etapa un aspecto nuevo: a se­

mejanza de un viajero, que en las varias latitudes y climas que a tra­viesa, tiene que acomodarse a las necesidades del tiempo en que es­tá y de las regiones que pisa. Por no ir más atrás, el feudalismo no fué otra cosa, en lo político, que descomposición y caos, organización

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TEMAS SOCIOLOGICOS Y FILOSOFICOS 95

trabajosa y lenta, rebatos, sorpresas, incursiones, luchas, un puen­te levadizo junto de otro, el señor como amenaza de la propiedad y de la vida, el castillo como amenaza del trono; la violencia todo, la ley nada: situación ésta en que se ve a razas que por fuerza han de confundirse, a vencidos y vencedores que al cabo han de acor­darse, y a Estados que buscan asiento. En ese largo y espantoso pe­ríodo, el único poder benéfico fué el eclesiástico, tan solicitado en­tonces como tan útil: la Silla Romana salvó más de un peligro, con­juró más de una tem pestad y restituyó más de una vez la paz al mundo; con irregularidades algunas veces, es cierto, pero toleradas o admitidas por el derecho público contemporáneo, y hasta con abu­sos y agravios, hijos de la flaqueza e intereses humanos, e imputables a las personas sólo y no a la Institución.

Sobrevino la regularización de los gobiernos, que debe ser vis­ta cual un paso adelante, pero como en el progreso siempre está uno de tránsito, por ser camino donde nunca se llega sino a piedras mi­liarias, semejante grave acontecimiento engendró del mismo modo ma­les que beneficios, bien que éstos preponderantes; y Luis XI fué du­ro, Enrique VIII avaro y cruel; Fernando V de Aragón, amigo de ho­gueras, aunque entendido monarca; Francisco I buscador de eternas lides, aunque buen caballero; Carlos V, cauteloso y absorbente; y Julio II tan apegado a los intereses de familia y a la tiara, como al escándalo y ruido de las guerras, por carácter, ambición y nepotis­mo: lo cual es para poner de relieve, que si la hum anidad marcha siempre, m archa entre sombras y luz, entre goces y sufrimientos, con esperanzas por norte, con el dolor por signo.

La Reforma, como suceso religioso, es juzgada variam ente según las varias creencias, en las que dejo a cada cual, conservando yo la mía, que es la santa que m e infundieron mis padres, pero como su­ceso que influyó tan profundam ente en el mundo social, bien me­rece ser mencionado, aunque sea de paso. La religión no es el fa ­natismo ni la filosofía el sistema; y con tal que se deje en salvo la conciencia, la verdad histórica debe decirse tal cual es. Bossuet en sus Variaciones, es cierto, acabó con Lutero, sea por la clava de su genio, que era la de Alcides, sea, como es más seguro pensarlo, porque en m ateria de instituciones que se alegan como divinas, tie­ne más argumentos y es más fuerte el que defiende la que es una, que el que defiende las que se cambian. Pero es cierto al mismo tiempo, que a favor de las controversias teológicas, se acendró el amor a la libertad, y que en unos pueblos nacieron y en otros comenza­ron a afianzarse los derechos individuales y los políticos.

Ganó con esto en cierto sentido, bien que costosamente, la Igle­sia Romana, cuyo clero y costumbres ya de atrás y entonces mismo necesitaban corrección y mejora: Alejandro VI se hizo re tra ta r en su

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propio palacio, aunque bajo la figura de en rey mago, postrado a los pies de Julia Farnesio: Julio II besó en el rostro al infame A reti­no, el original y precursor de Voltaire; Bembo se excusaba de asis­tir a los sermones por profanos y ridículos; Bibiena tenía una ca­sa de campo en el Vaticano con frescos voluptuosos debidos al pin­cel de Rafael; León X no se desdeñó una vez de asistir a la repre­sentación de la Calandria y la Mandragora, de escenas impropias e in­decentes, y muchas cosas más. Se abusó de las indulgencias, se acu­mularon los beneficios de una m anera anticanónica, y prevaleció en la Corte como gusto, cierto sabor gentílico, y como literatura, cier­tas alusiones politeístas, debido todo sin duda a la imitación de los clásicos antiguos.

Graves, doctos y piadosos varones aspiraban a una reform a pa­cífica; pero se desató el rayo, sobrevino la escisión, y luego las gue­rras religiosas. Con todo, el catolicismo es tan poderoso, y pudie­ra decirse es tan mágico, si no fuera divina su influencia, que sin que hubiese trascurrido siquiera un siglo, ya había recuperado pose­siones casi equivalentes a la mitad de las inundadas por la nueva doctrina.

De este suceso, que dejó estampadas tan profundas huellas, doy un salto hasta ésta nuestra edad moderna, de tanto procedimiento útil, tanta invención mecánica, tanto adelantamiento en las artes, tanto ardor de empresa y tanto espíritu industrial. La historia del tiem ­po intermedio vale para lo relativo a los conflictos internacionales, las guerras, las paces, el Derecho de Gentes, y cuanto más represen­ta la lucha de los intereses buscando armonía, y los esfuerzos del en­tendimiento humano buscando progreso; pero no dan, o dan esca­sos, los colores que retratan los pueblos de nuestros días. La in­dustria está volteando al mundo como una sábana. Si los demás ele­mentos de civilización mejoran y perfeccionan el corazón y el es­píritu, sólo los frutos del trabajo, difundidos y multiplicados en to­das las clases o el mayor número, producen situaciones políticas que no oprimen; porque crean en el individuo un estado independiente que le permite vivir sin más auxilio que el producto de su afán, y además, tratándose de derechos e invasiones, poder reclam ar o re­sistir. Donde se ve, oye o siente por todas partes el penacho de hu­mo del carbón de piedra sobre los techos, el ruido de la locomoto­ra, el m artillo del taller, el barco que hiende el m ar o los ríos, el arado que surca las tendidas vegas, la libertad es cierta, y la ac­ción representativa llamada a protegerla, nunca la ahoga, ni pue­de. Son tan decididas estas tendencias actuales, es tan sabia en es­to, como en todo, la Providencia, dada siempre a acudir con un re­curso cada vez que lo exige una necesidad, que multiplica cada vez más los medios de acción, acarreo, trasporte, comunicación, inven­ción y producción, llamando en ayuda de la mano de obra, o para

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TEMAS SOCIOLOGICOS Y FILOSOFICOS 97

economizarla o aliviarla, las fuerzas naturales, que se distribuyen y aprovechan en aparatos, máquinas u otros procedimientos mecánicos, en bien de la riqueza, que así es como abunda, y de la baratura de las m aterias prim as y artículos, que así es como viene.

(De: “Revista de Europa y de los Estados Unidos de la América del Norte” , en Obras, vol. I, Caracas, MCMVIII, pp. 221-225).

Las artes y la civilizaciónLo cual menciono, no para repetir lo que otros han dicho ya,

y se sabe, sino para hacer una observación que me es propia. Las artes del colorido y el diseño constituyen uno de tantos auxiliares de la civilización, lo cual es extensivo a las demás artes liberales. La música, por ejemplo, endulza los sentimientos y modifica las cos­tumbres: se nota otro y se siente inclinado al bien, o por lo menos apartado del mal, el que oye el Requiem de Mozart, el Stabat Ma- ter de Rossini o el Mondschein de Beethoven; y por eso, porque las cosas van siempre tras sus fines, y porque el vulgo no atiende si­no a lo que entiende, es que se han multiplicado tanto las varia­ciones, que son grandes temas glosados, con estilo más popular, y expresión, aunque más parafraseada, más sensible. Lo mismo está lla­mado a suceder con la pintura. El día que se piense más en ello, y se beneficien los salones que lo guardan, reproduciendo todas sus obras o una gran parte por el grabado en todas sus formas, el bien que se logre será inmenso: el que ve la Virgen de la Silla de Ra­fael o la Asunción del Ticiano, es posible, por lo menos alguna vez, que no medite un crimen o que se retraiga de él.

(De: “Revista de Europa y de los Estados Unidos de la América del Norte”, en Obras, vol. I, Caracas, MCMVIII, pp. 228-229).

El mundo espiritualLo que sostenemos es, que somos más que m ateria; lo que ape­

tecemos es, la armonía, que no puede hallarse sino en el conjunto de todas las relaciones. No hay progreso ni extravío, no hay idea ni sentimiento, que no sea sombra o luz de la verdad, su cuadro siem­pre. La habremos hallado completa, cuando seamos más amigos de la humanidad, cuando la odiemos menos, cuando la estudiemos siem­pre. El mundo interior como el exterior, la imaginación como el cálculo, la adversidad como la dicha, todo es, o lección, o ejemplar, o documento. Las m aravillas del universo, los secretos de las cien­cias, los productos del trabajo, al mismo tiempo que goce y patri­monio, son el libro donde se conoce a Dios; la Religión y sus do­

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nes de caridad, el libro donde se aprende a amarlo; y el Sacer­docio que dé al hombre asilo en la miseria, consuelo en el dolor, vino substancioso si flaquea, el que le devuelva sus títulos de gran­deza cuando la m ateria se los quita, el que le hable de otra vida cuando el mundo lo abandona, el que unja las manos para que las alce aún pidiendo, y los pies para que ande otros caminos, y casi salvando la tumba se los muestre, es el Sacerdocio escogido, y que tiene misión, prestigio y poder.

(De: “Caridad”, Caracas, 10 de diciembre de 1855. Obras, vol.IV, pp. 50-51).

La vida del espírituHay tres mundos unidos por un vínculo misterioso. El prim e­

ro es el de la materia, reducido a movimientos, apariencias, influen­cias, descomposición y recomposición de seres, en el cual las m ate­máticas y la física, apoderadas como están de los secretos de la ex­tensión, del número y las fuerzas, han asentado sus reales para ha­cer cada día mayores conquistas, si bien, considerando el campo que aun queda por explorar, siempre escasas, porque, la casi infinita variedad de formas hace casi insondable el piélago de sus leyes. El segundo es el mundo social, cuyo campo son los intereses, senti­mientos y pasiones, llamados a ser armonizados por la justicia, la religión, la moral, la libertad y las costumbres. Y el tercero, el m un­do de la imaginación; éste es, en cierto sentido, el más vasto, va­rio y bello de todos; porque no sólo abarca el infinito, que es el m ar del tiempo sin orillas; lo indefinido, en que el colorido es fan­tástico, y los misterios verdades; el cielo, que es pabellón que baja de alturas inaccesibles y se pierde en abismos sin fondo; que no só­lo presenta en la ficción del romance y fábula medios de entreteni­mientos y enseñanzas; en el drama ejemplos para desengaño y en­mienda; en el poema épico las hazañas de los héroes famosos; en la musa de la historia el numen que la hace filosófica y fecunda; en las bellas artes los encantos de la imitación y de las formas; sino que, remontándose a otras esferas, y no teniendo en cuenta el cálculo por pobre y el telescopio por tardo, cruza en un vuelo el espacio co­mo si fuese un salón, cuenta en minutos los sistemas solares en que el número es indeterminado y la unidad de millones, y sigue el ca­mino de la luz hasta dar con su hervidero, y se va tras las recien­tes huellas de Dios a ver salir de ellas inmensas agrupaciones de mundos para llenar el vacío.

(De: “Domingo Garbán y su Libro de Poesías” . Obras, vol. II, pp. 244-245).

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TEMAS SOCIOLOGICOS Y FILOSOFICOS 99

El mundo del espírituSi se pudiera atravesar de un vuelo, a la m anera de angosto

valle, el espacio que se concedió al alma para su completo desarro­llo, lo hallaríamos dividido en tres grandes regiones: la que preside el entendimiento, cuyo fin es el mundo m aterial: la que preside la razón, cuyo objeto es el mundo social, m oral y religioso, y la que preside la imaginación, que lleva por blanco el mundo de la esté­tica: triple modo de desenvolvimiento, explicativo del ser que pien­sa, sabe, acumula, ama, se arrodilla y siente padeciendo o gozando. La ley física como lám para que alum bra y camino que enseña los tesoros de la materia, hasta encontrar en ello holgura a la existen­cia; la ley social, m oral y religiosa, como medio de establecer el de­ber, que es para el individuo conciencia, para la sociedad vínculo, y para Dios homenaje; y la belleza como forma propia de expre­sión y de arte, y condición necesaria de cuanto está llamado a co­operar a la cultura y a las gracias del espíritu: ta l es, considera­da como estudio, la larga jornada que hay que rendir, y la descom­posición que produce el inmenso organismo cósmico y espiritual, des­composición que puede practicar el hombre, y que hace las ciencias útiles, la piedad santa, y las buenas letras y las bellas artes civili­zadoras y amenas.

De estas tres causas generadoras del progreso, ya que las otras sean más im portantes por la responsabilidad más seria que les to­ca y los más inmediatos fines a que aspiran, la imaginación es la que labra telas de más exquisito prim or: ora en gasas cambiantes de luz para reflejar en ella los colores: ora en delgadísimos y transparen­tes velos con la consistencia del espíritu para cubrir con donaire las formas bellas y guardar el decoro a las formas púdicas, a la m a­nera de la túnica sutil que se imaginase puesta al grupo de las G ra­cias, para dejar ver en ella y al través de ella, con un candor que parece malicia y no lo es, así lo que vela como lo velado.

La imaginación es el poder verdaderam ente creador: en lo demás, salvo la religión, que se aprende en el hogar o en los templos, basta soplar el polvo de la m ateria o el polvo de los si­glos, para que aparezca la letra de la ley natural o social del universo. La imaginación nunca está quieta: va, viene, viaja, atraviesa, lus­tra y recorre; llega al centro de la esfera para dirigir los radios; lle­ga al extremo de los radios para tocar a las puertas de lo infinito; puebla el vacío, puebla las estrellas o las vuelve añicos para tener por la distancia diamantes engastados en el azul del firmamento; des­encadena el huracán; se goza en las tempestades; encuentra los ve­neros de la luz, y oye esas voces, mudas para los demás, que en el silencio de la noche o en la soledad de los desiertos profiere la na­

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turaleza sombría y espléndida como el enigma insoluble de sus des­tinos o la última palabra de sus arcanos.

En virtud del mismo poder, Homero hace descender sobre el cam­po de Troya los dioses del Olimpo, que son dioses en su pluma; Miguel Angel trae el Juicio Final antes de tiempo, y Rafael halla pa­ra sus vírgenes castidad y dulzura en los colores; Shakespeare en­cuentra las pasiones del teatro, y Tácito las pasiones de la historia; Newton atrae el sol a la palma de su mano, y Bacon las ciencias a su árbol genealógico; Mozart casi es en su Requiem el profeta de las lágrimas, y Beethoven en sus sinfonías y sonatas el dios de la armonía universal; Milton crea un Satanás más grande que su in­fierno, y Dante un infierno capaz de contener todos los precitos del mundo; San Agustín necesita del cristianismo para hallar base a su genio, y Bossuet de la posteridad para hallar eco a sus oráculos. Por último, Cervantes hizo lo que ningún mortal: insuflar sobre la nada, para producir maravillas que sorprenden y universos en­teros que dan pasmo.

Es incansable la imaginación. En la guerra recoge en anales brillantes o sombríos cuanto sucede de hechos de pro o de hechos de sangre, para presentarlo como escarmiento o enseñanza; y en la paz la alegría con que se llevan los cestos de la vendimia, y la tranquilidad con que corren entre coloquios sabrosos los días sere­nos de la Arcadia. Ella es quien halla en el heroísmo grandeza, en la virtud sacrificios, en la limosna caridad, y en el pudor de una doncella la flor de la inocencia. Ella quien atesora todas las tin ­tas del alba, todos los arreboles de la aurora y del ocaso, todos los; cambios de las nubes, todos los encantos que ofrece el azul de un cie­lo vespertino. Ella quien explica los secretos del hogar tan íntimos, las palabras de la senectud tan sabias, la historia de los niños tan candorosa, las penas del que sufre pérdida irreparable, tan inten­sas. No hay lágrima histórica que se le haya escapado, desde las de Raquel, que las derramó inconsolables por sus hijos, hasta las de la Virgen sin mancha, que fué corredentora llorando, y dejó en esas perlas, que guardan los ángeles en urnas, prendas de valor infini­to para obtener favores del Cielo. No hay desgracia que no regis­tre: el libro de Job es el poema del dolor religioso, y el drama de Lear el poema del dolor profano. Ella se sienta del mismo modo so­bre las ruinas de Jerusalén, para m ostrar que Tito pudo destruir to­do menos el Gólgota, como sobre las ruinas de Babilonia, para ha­cer ver qué no queda ni polvo de mármol donde antes hubo puer­tas de bronce, algazara de muchedumbre, poder de Nemrod y so­berbia de Baltasar. Ella borra con igual brocha el nombre de G re­cia que vence a Jerjes, y el de Roma que intima y arrasa a Car- tago. Ella quien compone el manto de César para que m uera al­tivo delante de Bruto, y da a Napoleón el Grande aquella figura

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TEMAS SOCIOLOGICOS Y FILOSOFICOS 101

fría y oracular con que lo pinta David atravesando los Alpes pa­ra caer cual águila caudal sobre Marengo, o con que él mismo se exhibía delante de los emperadores y reyes de Europa, a quienes mandaba llam ar para preguntarles si ya estaban cumplidas sus órde­nes soberbias.

¿Quién dirá, quién agotará toda la acción e influjo de que es capaz la facultad em inentemente creadora? Ella no es cronista; no cuenta sólo; no lleva a tablas mudas cuanto acaece o cuanto descu­bre acá y allá; no deposita los hechos y las creaciones del espíritu en osarios profundos, donde únicamente se ven sin voz ni acción fríos esqueletos y huesos desprendidos, áridos y secos. Al contrario: a todo infunde alma y a todo da vida, a las profesiones liberales en su numen, a las letras en su inventiva, a las ciencias en sus puntos de entronque, a la historia en su musa filosófica, cuando se quiere que enseñe narrando; y hasta el polvo de los siglos anima de al­gún modo, para encontrar en él ideas que pasaron, y que están allí aún como doctrina escrita en caracteres de m uerte. En las costum­bres encuentra la moral, en los códigos los principios, en la opinión las tendencias, en la virtud el mérito, y en la fama el lampo divi­no. No hay nada que no comprenda e invada la imaginación: el tiem ­po que fué y el que es, la verdad y la fábula, lo finito y lo infi­nito, el cielo y la tierra; y pasando del fenómeno a la ley, de los efec­tos a las causas, de las combinaciones químicas a la gravitación uni­versal, del estudio de las formas a la belleza, de la contemplación del heroísmo a la palma que merece, del dolor al consuelo, y de la miseria a la misericordia, se constituye al mismo tiempo en san­tuario que guarda y en cátedra que enseña las cuatro grandes ideas del mundo espiritual: el arte, la gloria, las lágrim as y Dios.

(De: “Juicio sobre la oda de la señora Dolores Rodríguez de Tió, intitulada La vuelta del Pastor”. Obras, vol. II, pp. 157-161).

La vida ejemplarVivir para Dios, para la sociedad y la familia, en los deberes,

eso es todo: los héroes harán más ruido, pero no más bienes. Los placeres del alma son de varia índole; pero el que resulta de la con­ciencia de ser uno tenido por honrado, es el único que se aviene y hace paces con el sueño. El cálculo de los torpes intereses, las or­gías de las pasiones tumultuosas, son como la algazara de los fes­tines, que dura poco: al fin no queda sino la fama de un buen nom­bre, que suena tan dulce en el oído y el patrimonio de las virtudes, que pasa a los hijos en herencia.

(De: “Caridad”, Caracas, diciembre 10 de 1855. Obras, vol. IV, p. 59).

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La muerteA la orilla del sepulcro, que es para el hombre el término del

mundo, y la puerta de la eternidad, puede leerse la inanidad del uno y la certeza de la otra. Al apagarse la fiebre de las pasiones, al te r­m inar esa lucha de la materia y el espíritu, que se llama vida, se ve pasar ésta como las decoraciones de las nubes, a donde no alcan­zan, ni nuestro querer, ni nuestras manos; se va la una, como se van las otras, para siempre: y el Capitolio con sus triunfos, y Sa­marcanda con sus fiestas, y Versalles con sus pompas, han desapa­recido para los gozadores. El que pudo am ontonar riquezas, some­ter imperios, unir los continentes, recorrer y m edir el espacio como un salón, contar los mundos como sus dedos, domesticar el calóri­co, y hacer del rayo un mensajero, a vuelta de pocos días, o de pocos años, que es lo mismo, ya nada tiene; y esa alma que hizo tantas conquistas, y aspira a tener por patria el infinito, si no son mentira sus deseos, si no es humo su inventiva, si no son ilusión sus esperanzas, si no es juego su poder, tan infeliz y tan pobre como ha sido al principio, y tan venturosa y tan rica como está llam a­da a ser, es justo que alcance otros tesoros que no se le quiten, otro universo que no se le vaya, y una paz que perdure.

(De: “Caridad”, Caracas, diciembre 10 de 1855. Obras, vol. IV, pp. 46-47).

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I

EL PROBLEMA DE LAS RAZAS

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Las razas y el predominio históricoMe he detenido algo en este juicio histórico clásico, para ha­

cer notar en él que no hay raza exclusivamente destinada a la ci­vilización, y que si algunas la representan más o menos o no la re ­presentan del todo es porque toman más o menos o no toman na. da del espíritu del siglo. Cada época tiene sus necesidades y ten­dencias, con que constituyen el desarrollo v ital contemporáneo, y la que m ejor lo in terprete será la generación más civilizada, ora sea que se entregue al cultivo de las ciencias, las artes y las letras, co­mo sucedió en las edades de oro, ora a la m arina, a la industria y al tráfico, después que la aguja náutica dió rumbo a la navegación y abrió la puerta de los mares. Pero no hay razas predominantes en el sentido de un privilegio de índole, y si las hay por el perío­do que llenan, acaban con el período mismo para dar lugar a otras, como a nuevos alimentos que sirven para regenerar la sangre del cuerpo social.

(De: "José María Torres Caicedo”. Obras, vol. III, p. 163).

El progreso y las razasDesde que el carácter aventurero y m arcial dejó de ser título

de emulación y fama, y la conquista medio de engrandecimiento y poderío, apareció como elemento nuevo de civilización el espíritu de industria y de negocio, para sustituir los triunfos efímeros y san­grientos de la fuerza con las adquisiciones pacíficas y provechosas del trabajo; se benefició la naturaleza y se aprovecharon sus teso­ros; se empleó el capital como germen reproductivo; se utilizó la navegación como el principal agente de los cambios, y los cambios como la vida natu ral de la riqueza; ganó así creces el individualis­mo, ganó ensanche el poder municipal, ganaron mercado de expen­dio los valores; y siendo con esto, en tre las naciones, más feliz la más empresaria, y más poderosa la más rica, la faz del mundo que­dó cambiada. Los pueblos del Norte de Europa en especial, los de las razas anglo-sajona y teutona, los primeros, echaron a andar por

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este camino, no sólo para llegar a un término dichoso en lo m a­terial, sino para obtener reformas saludables en la legislación, la po­lítica, las prácticas de gobierno y las costumbres públicas, conten­tas ya nada menos que con la libertad en el desenvolvimiento ple­no de la acción humana; y no puede negarse, leyendo su historia, que las artes mecánicas, el comercio y los principales inventos que distinguen las edades últimas, a aquellas razas es que debieron su vida y su incremento.

No hizo lo propio la raza latina: al contrario, o por fatigada de su propia gloria, o por ser varia la suerte de las naciones, o más bien porque debía aprender con la experiencia, durmió larguí­simos años sin cuidarse de la nueva regeneración social que se efec­tuaba. Pero ella sin duda midió sus fuerzas y contó sus recursos. Sabía que el progreso no consiste sólo en m ateria m anufacturada, lí­neas matemáticas e intereses del dinero; que en la dicha tiene tanta parte el corazón como el cálculo; que algún día habría de encon­tra r intacto el arte en Italia, donde lo había encerrado en galerías y museos para la educación del alma y la modificación de las cos­tumbres; las ciencias, las ideas y las costumbres en Francia, y el ca­rácter franco, la imaginación romántica, la bizarría caballeresca y la inventiva cómica en España; que otro día habría de aparecer en América Bolívar, equivalente él solo a un destino, para decir la ú l­tima palabra de la redención humana y dar la prueba más clásica del genio; que sonada la hora de la civilización, habría ésta de recibir su complemento de la sensibilidad exquisita, los afectos tiernos, y el amor generoso de la que quiere que sean comunes los lazos de familia, para que aparezcan dándose las manos Fulton y Jouffroy, Cook y Colón, Shakespeare y Calderón, Bynkershoeck y Bello.

(De: “José María Torres Caicedo”. Obras, vol. III, pp. 208-209).

Raza latina y razas del NorteEste algo es, que a la raza latina —m ayormente desde que cun­

dió por todas partes el ardor de empresa y de negocio, y que las artes mecánicas, si no igual nobleza, alcanzaron más demanda que las artes liberales— le ha dañado mucho el demasiado apego a sus tradiciones gloriosas y el poco que con frecuencia ha mostrado al estudio de las necesidades del tiempo, al logro, para satisfacerlas, de los recursos necesarios, y al espíritu de investigación y análisis para beneficiar la naturaleza y hallar, en la aplicación de sus fuer­zas productivas, industrias provechosas, y en ellas medios de como­didades y goces para cada uno, y de bienestar y engrandecimiento nacional.

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Es cierto que ella en otros respectos de gran trascendencia his­tórica ha hecho lo que ninguna otra, y que ha dado origen a un millón de cosas y de hombres: a los códigos de la razón legal que rigieron el imperio romano, para convertirse, después de reform a­dos, en los códigos de justicia que al presente rigen la mitad de Eu­ropa y casi toda América; a Maquiavelo que será menos calumnia­do así que sea más entendido; a Dante, cuya imaginación partía lí­mites con lo infinito; a Colón que sacó un continente de las aguas para ser al mismo tiempo objeto de envidia y de renombre; a Mi­guel Angel y a Rafael, que desbarataban mundos y creaban cielos, al resto del siglo de León X, engendrador de obras inmortales que serán reproducidas por el grabado, norma del buen gusto y modifica­ción de las costumbres; a Bossuet, que por gala eligió un punto, cuando pudo haber tomado el espacio entero para escribir sus m a­ravillas; a Pascal, cuya profundidad nadie ha podido medir; a Cer­vantes, cuyo libro sin par leen todos y nadie imita; manco porten­toso; al teatro cómico español, todavía sin rival; a la Revolución Francesa, incendio al mismo tiempo y luz, pero ésta tan pura, que será siempre aliento y guía en los combates por la libertad y en la peregrinación de las ideas; a Bolívar, en fin, cuya figura llega­rá a la cumbre que le toca, así que sus anales acaben de dar la vuelta a la tierra, para ser entonces el hijo mimado de la poste­ridad, el monopolizador de las alabanzas y el amo de la gloria.

Esto es verdad, pero tam bién lo es, que las razas del Norte, por el aprovechamiento del tiempo, el espíritu de orden, el honor en que tienen a artes y a oficios, la atención que ponen y la acción que aplican a cuanto produce valores o riqueza, y la paciencia, por decirlo así, con que recogen espigas para form ar haces y se están a aguardar el tiempo para que llegue el oportuno, han conquistado en este sentido cierta excelencia sobre nuestra raza; bien que ésta será la prim era, luego que más doctrinada por la experiencia, reú­na semejantes condiciones, todas de cálculos o mecánicas, a lo que es propiedad suya, es decir, la sensibilidad exquisita, el amor ge­neroso, la galantería nativa, los modos cortesanos, la inventiva fácil, la imaginación fecunda y las gracias del ingenio.

(De: “Carta al señor don José M. Sam per”, Caracas, 20 de se­tiembre de 1878. Obras, vol. II, pp. 310-311).

La raza latinaLa raza latina es la que dió el hermoso espectáculo, por medio

del Papado, de interponerse en los primeros siglos del cristianismo entre la barbarie de los pueblos del Norte y la civilización contem­poránea, para doctrinar los unos y salvar la otra, y de detener la

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ola de sangre de las guerras para sustituir en lugar suyo la fra te r­nidad y el amor mutuo; la que ha llenado el mundo con su fama y las bibliotecas con sus obras, la que tiene en el español el tea­tro cómico más grande que existe, la que ha producido a Dante pa­ra que pinte con grandioso pincel las tres regiones desconocidas, a Calderón para que derram e perlas en sus versos y en sus d ra­mas, a Cervantes, el único ingenio que ha creado de la nada, por­que el Quijote salió a su voz del caos.

Ni es esto sólo. Francia difundió un tiempo las ideas de dere­cho público que hoy son el patrimonio común y el tim bre del li­naje humano y no cesa de derram ar torrentes de luz; nación ina­gotable. El museo Pío-Clementino y las galerías del palacio P itti y del Louvre son m aravillas del arte llamadas a contribuir, repro­ducidas por el grabado, a perfeccionar el buen gusto y a modifi­car las costumbres. Pascal llegó hasta el fondo de las cosas; m an­cebo divino, malogrado para las ciencias, a las cuales, con todo, de­jó como a herederas mil joyas. Descartes fué el regenerador de la filosofía y encontró el prodigio de aplicar a la geometría el cálculo algebraico. Moliére es el hombre del chiste fino, la gracia urbana y la de ingenio; se ve lo ridículo de las costumbres, como para guar­dar el decoro, detrás de un cristal, y ese cristal es la claridad y las tras­parencias de su estilo. Bossuet es el patriarca de la historia y el historiador filósofo que ha sabido encontrar en el polvo del sepul­cro la miseria humana y la grandeza de Dios: no habla sino en oráculos y se cierne sobre los siglos como un águila. Racine es pa­ra mí uno de los seres más delicados. ¡Qué naturaleza y qué varón! Parece como si Dios mismo le hubiera formado tomando de sus ve­neros el rayo más fino de luz, la masa más inocente de pasiones, el alma más candorosa y pura; y esto porque estaba alegre enton­ces y quería tener un hombre ángel. Puede decirse que se le ve m archar en sus obras con pies de espíritu: lo adivina uno siempre sin palparlo. En su drama el tejido es siempre íntegro y redon­do como el de una túnica inconsútil, y la acción se desenvuelve ca­llando, como una fuente del valle: el llanto corre pero no quema; el terror conmueve pero no postra. Cada sentimiento está en su to ­no, cada parte en su lugar: las fuerzas iguales, el equilibrio per­fecto; así es que se ve en la cristalización la trasparencia y al tra ­vés como una luz benigna y suave. No deja ajenjo el dolor, no de­ja sangre la herida, y parece que la desgracia se moja antes en tin ­tas cristianas para que salga después empapada en consuelos. Ra­cine es singular: su belleza es casta, su arte inmaculado, y casi cree uno que nació en el momento del alba, jugó de niño con ángeles, corrió entre flores y fiestas de cielo y se nutrió con cantos divinos.

Pues tales hechos y tales hombres pertenecen a la raza latina; como le pertenece Bolívar, el único genio que ha hecho alianza con

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la libertad; como le pertenece el eminente Torres Caicedo, objeto de es­te estudio; y como le pertenece, cual propiedad exclusiva suya, la caridad oficiosa, la benevolencia alegre, la hospitalidad franca, el co­razón abierto, el trato derramado, la amistad solícita, y ¡quién sabe lo más que será, después de tanto como ha sido, cuando, llamada de nuevo al escenario para salvar los sentimientos religiosos que se van, el sentimiento de lo bello que decae, y los lazos de familia que se aflojan, pueda desplegar una vez más su amor desinteresado, su don de gentes, su piedad cristiana, su fantasía fecunda, su enten­dimiento claro y las gracias de su ingenio!

(De: “José M aría Torres Caicedo” . Obras, vol. III, pp. 167-169).

Problema de la inferioridad de la raza latina

Han sostenido muchos con calor y aun con especioso viso de certeza, que las razas del Centro y Norte de Europa, la anglosajona, la teutónica, la eslava, etc., tienen reconocida excelencia sobre las razas del Mediodía y las demás latinas en América, fundándose pa­ra decirlo en que después que se apagó el espíritu aventurero y de conquista, tan bien avenido con el carácter de los pueblos del Sur, y cesaron las guerras de religión, todo lo cual tuvo agitada por más de una centuria gran parte del continente, algunos de aque­llos pueblos empezaron los prim eros a perfeccionarse en su orga­nización política y a tener como costumbres y patrimonio suyos go­biernos regulares, libertades ciertas, y el ejercicio de artes útiles para las comodidades y los goces; en que antes que otras regiones, se hicieron ellos más serios que soñadores, más prácticos que espe­culativos; y en que alcanzaron el acierto de ir atrayendo, para ir domiciliando, la industria, la m ejor compañera de las clases pobres y la m ejor sangre del cuerpo social. De resultas florecieron, ape­gándose a un género de vida que les daba en el tráfico ocupación para las turbulentas m ultitudes, y en sus frutos creces para la r i­queza nacional.

Los medios son diversos — se alega— y por eso lo son los re ­sultados, para comprobar lo cual se acude a la historia. Portugal después de haber hecho salvar a sus m arinos el Cabo de Buena Es­peranza, de haberse visto ilustrado y engrandecido por las expedicio­nes de A lburquerque, Almeida, Díaz, Vasco de Gama y Alvarez Cabral y de haber puesto el victorioso pie en Asia y el Brasil para ser rival de España, se vió empobrecido, humillado y sujeto por el espacio de sesenta años a extranjero yugo, hasta incurrir al cabo en firm ar, en 1703, el vergonzoso tratado de Methuén. España por

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su parte tuvo también en un tiempo a los pies de los Reyes Católicos un mundo traído a ellos por Colón, que lo sacó de las aguas, otras posesiones inmensas que eran sus dominios, islas remotísimas igual­mente suyas, en que no se conocían sino el nombre, las hazañas y la bandera de Castilla, alm irantes para trasm itir sus órdenes, virreyes para recibirlas, escuadras para el orgullo, minas para la riqueza, flotas para el transporte, tesoros para el regalo; pero como tanta gloria no tenía como una de sus bases la industria, se fué apagando poco a poco, se notaba apenas un crepúsculo de ella para cuando los dos últimos Felipes de la casa de Austria, todavía iluminados por el ingenio español, y se apagó del todo a la m uerte de Carlos II, con la cual el coloso vino al suelo.

Todo esto es verdad; mas no lo son las conclusiones. Es cierto que antes y después del tiempo mencionado, hubo en el Norte de Alemania y en Holanda y Bélgica, ciudades como Lübeck, Brujas, Amsterdam y Amberes que se entregaron a la contratación y al trá ­fico, y que Inglaterra, muy entrado ya el último tercio del siglo décimo séptimo, presentó el ejemplo de un gobierno regular y de instituciones con el carácter de permanentes; pero también hubo otras ciudades no menos célebres en el Mediodía, entre las cuales pueden ser citadas en Francia, Lyon, Tours, Abbeville y los puertos de Bur­deos y Marsella, que ya desde el siglo XV rivalizaron con los entonces emporios mercantiles.

En el particular no puede haber una regla fija que se deduzca de las latitudes del globo, de las condiciones antropológicas, ni de las observaciones etnográficas, porque la civilización entran a com­ponerla un conjunto de circunstancias, como las ciencias, la industria, las letras, las artes liberales, la religión y las tendencias mismas y el espíritu del siglo. Y tan de acuerdo va esto con la historia, que las Repúblicas italianas engrandecidas con motivo de las Cruzadas, lo­graron un poderío sin rival haciendo el trato de Levante y siendo algunas de ellas los mayores centros de comercio entonces, en es­pecial Génova y Venecia, que llegó a ser causa de recelos, emulación y envidia por parte del Emperador y otros príncipes, y que alcanzó a la longevidad de más de diez siglos.

Aquí es otra la reflexión que debe hacerse. Pudiera decirse que si las unas razas son más calculadoras y frías, y ta l vez aciertan más en pensamientos prácticos, las otras son de concepción más presta, de ideas más grandes y tal vez de más generosos sentimientos; que si aquéllas tienen más juicio, éstas más ingenio; y que si las prim eras se quedan en la m ateria para hacerla aprovechable, las otras vuelan por las regiones del espíritu para hacerlo fecundador.

Y sin duda todo esto ha estado, de lo que es hasta hoy, en las leyes y la conveniencia de la civilización, que ha habido menester

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TEMAS SOCIOLOGICOS Y FILOSOFICOS 111

nuevos continentes para difundirse, grandes luchas para aquilatarse, empresas arriesgadas para ennoblecerse, y libros ingeniosos que sean su título de honra. ¡Cuánto no debe a España el mundo! Le debe su lengua, donde, con superioridad en esto a todas las vivas, caben mejor Dios, la naturaleza y el arte. Le debe la vulgarización del Evangelio en América y otras partes, bien que mezclado esto con los males de la conquista, culpa del tiempo, según dice elegantemente un escritor, y no suya. Le debe costumbres caballerescas, modos cortesanos y una lealtad que no sabe quitar la mano del pecho. Le debe el ejemplo de un pueblo que sabe sacrificarse por la libertad. Le debe, por estar en su suelo, las reliquias y bienes de la civilización árabe, term inado con la expulsión de los moros, error explicable sólo porque España quería tener sin mancha su escudo y conservar sin extraños la familia. Le debe el teatro cómico más rico y grande que existe, y más de un siglo entero de esplendor literario, en que había ingenios como Lope y Calderón, que tenían como pueblo y súbditos suyos otros ingenios; era ésa, a que vuelve siempre la his­toria la vista para ufanarse, y las otras naciones para ver cómo la emulan. Le debe por último a Cervantes, que miento sólo porque él solo pudiera ser la gloria del género humano.

Italia se gloría de haber producido mayor número de varones eminentes en todos los ramos del saber y en todos los frutos de que es capaz la fantasía, que ninguna otra de las naciones cultas; y aun­que la aserción es aventurada y atrevida hasta para el orgullo nacional, y no cierta para la historia, es sin embargo prodigiosa la fecundidad de sus ingenios en ciencias, letras y bellas artes. A llí es a donde se puede ir para adm irar la sagacidad de los historiadores, la pro­fundidad de los sabios, y la gracia, pureza e invención de los artistas. El mármol habla, los frescos de Rafael re tra tan cielos, el pincel de Miguel Angel desbarata el orbe, Rossini encuentra todos los encantos de la armonía, Maquiavelo el crimen, dando lástima sólo que en vez de maldecirlo lo aplaude, y Dante las tres regiones adonde se extiende la gloria, el castigo y la omnipotencia de Dios.

Si no tanto en el mismo género, más o menos puede decirse en otros géneros respecto de los otros pueblos de raza latina, la cual se ha ostentado siempre heroica, ingeniosa, espiritual y grande, con­tribuyendo, si las otras razas una parte, ella a poner la otra que integra la civilización.

Ni cabe pasar en silencio una observación con que cerraré este artículo. No es patrim onio exclusivo de las razas anglo-sajona, teu­tónica, etc., el espíritu de orden y la regularidad de su vida domés­tica: tam bién lo será cada vez más de nuestra raza conforme vaya ésta apropiándose más las ventajas de la industria. Tenerla en su seno sin gravámenes ni trabas y tenerla para todos, es el gran secreto

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que explica la libertad y la grandeza de los pueblos. Obsérvase esto en Francia: desde que ella ha visto la suya generalizada y libre de otras cargas, diferentes de las que exigen estrictas necesidades fiscales, su preponderancia en este sentido ha llegado a un grado que nunca alcanzó, y al mismo tiempo que grande, es hoy una de las naciones más libres, productoras y opulentas.

(De: “Revista de Europa y de los Estados Unidos de la América del Norte”, en Obras, vol. I, Caracas, MCMVIII, pp. 216-221).

La decadencia latinaLos pueblos del mediodía de Europa empezaron a decaer en su

preponderancia material, y a algunos de ellos su propia grandeza los ahogó. Aquella Venecia ya no era la señora de los mares, n i la que llevó alguna vez su voz al seno de la India; y la España, ya cuando los últimos reyes de la casa de Austria, si bien brillante aún en letras, sentía ya la laxitud que la condujo por fin a la postre. Las naciones tienen también su destino; y aquí esto es lo natural. Al propio tiempo que esas comarcas llevaban una vida, si bien de fausto y renombre, no la más adecuada para avigorarse y estar de pie y alerta para el instante en que la industria difundida hubiese de ser una de las principales condiciones del poderío nacional, las ciudades de las razas teutónicas, anglosajona y otras del Norte de Europa o que derivaban de ellas su educación y sus costumbres, empezaban a florecer lenta pero efizcamente; tan enemigas de ruidos y empresas de peligro, como ganosas de todo trato y granjeria que les diese hogar tranquilo y pan seguro. Gante, Hamburgo, Brema, Brujas, Ipres, Amberes, Amsterdam, anduvieron por este camino, y casi siempre con dicha; si en guerra, aunque no obra suya, con r i­quezas; si en paz, buscándolas. Ni es la naturaleza del tráfico lo que influye: Florencia ya desde el siglo XIII fabricaba telas de seda y lana en demanda; Portugal tenía sus famosos vinos; Venecia sus cristales y espejos; y apenas es menester añadir que muchos otros puertos del Mediterráneo, mayormente desde que se abrió el A tlán­tico a los viajes, fueron célebres mercados de fabricación y expendio, o centros activos de artefactos.

Aquí es otra la ley que preside, y conviene explicarla aunque de paso. Esos países meridionales se han dejado conducir más de la ima­ginación que del cálculo; ganando laureles, pero durmiéndose sobre ellos; aficionados a las venturas por la gloria, y a la gloria por el brillo; amigos de estudios en que la teología es casuística y la m e­tafísica estéril; en los gustos, espléndidos pero frívolos; en las cor­tes, regios pero vanos; en las administraciones absorbentes; en las in­dustrias reglamentarios; en las tarifas recelosos; el gobierno todo, el pueblo poco o nada. Se pasa así a la historia; pero no se entra o se

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TEMAS SOCIOLOGICOS Y FILOSOFICOS 113

entra mal al progreso, cuya índole está en el desenvolvimiento indi­vidual por medio del tráfico, sin trabas, o con las menores trabas po­sibles. O tra cosa hicieron aquellas razas pensadoras: hallaron bien ir independizando las clases por la industria y alentando la industria por la libertad: dejaron al Estado el encargo sólo del orden, y a las fa­milias el cuidado de su suerte; y comenzando a desdeñar las maes­tranzas como inútiles y la institución gremial como opresora; deja­ron expeditos los caminos por donde encuentran siempre, la riqueza general el descanso de su nivel, y el trabajo honesto el premio de su afán. Después del descubrimiento de la imprenta, y dando un salto por el siglo XVI que fué el de las guerras más crudas de re ­ligión, y el de las artes liberales, que tanto cautivan; por el XVII en que el esplendor del espíritu distrajo un tanto de la humillación de la púrpura; y por el XVIII, gastada buena parte de él en la in­cubación de una filosofía que tuvo tanto de mal como de bien; cuan­do ya las cosas llegaron a asiento y los ánimos a juicio, alcanzó más poder quien tuvo más, y las razas del Norte tuvieron una prepon­derancia señalada sobre la raza latina.

Esta es la verdad y es justicia confesarla. La raza latina tie­ne (lo ve uno así) espíritu más presto, imaginación más fecunda, y ese caudal de pasiones que tanto valen, en las artes como colorido, y en las grandes empresas como impulso; tal vez guarda en germen mejores condiciones de adelantam iento por venir; y será sin duda la primera, así que tome de otras razas su sobriedad en los placeres, su severidad en las costumbres, su exactitud en los negocios, sus franquicias industriales y su aprovechamiento metódico del tiempo; pero ese caso no ha llegado todavía. El motivo de la decadencia no es más que el descuido en haberse asimilado los elementos que hoy constituyen el progreso: la civilización viaja, y quien no va en el tren, queda detrás. El mundo —como la serpiente de camisas— pa­ra regenerarse muda de instituciones y tendencias viejas para vestir­se de nuevas: hace tiempo que ta l regeneración ha principiado en las razas calculadoras de Europa, por la industria sin restricciones y sin m ala nota de infamia, para la libertad civil; y no hace un si­glo en la América del Norte, por la industria y el sufragio con con­ciencia, para la libertad civil y la política.

Pueblos organizados de este modo son prósperos en la paz y ca­si invencibles en la guerra: la conquista desaparece; y es posible que otro Napoleón I no se repita en la historia, porque además de ser él una especie de milagro, su aparición ha sido ta l vez el último aler­ta dado en medio de los siglos para advertir al derecho que no debe ya hum illarse ante el prestigio de la fuerza, aunque tenga por púrpura la gloria.

(De: “Ensayo Crítico”, Caracas, noviembre de 1870. Obras, vol. V, pp. 56-60).

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La raza hispánicaHe aquí por qué debemos estrechar alianzas y cultivar relacio­

nes y por qué celebro yo, y debemos celebrar todos, este nuevo vínculo que por medio de la Real Academia Española nos une aho­ra de un modo más estrecho con España. Causas ya olvidadas nos pusieron un tiempo en desacuerdo; pero ahí está la historia para de­cirnos que somos una misma raza, y el destino que nos promete que seremos una misma familia.

(De: “Discurso pronunciado por Cecilio Acosta al term inar el Cer­tam en Literario que la Academia de Ciencias Sociales y Bellas Letras de Caracas celebró el 8 de agosto de 1869”. Obras, vol. I, Caracas, MCMVIII, p. 15).

La raza hispánicaLos pueblos de un mismo origen al fin lo reclam an; las razas

se unifican por el espíritu; y yo, en el proceso de la actual civiliza­ción hispano-americana, no soy más que un accidente, un punto de mira, como hubiera podido serlo cualquier otro compatriota mío, en este último lazo que hoy estrecha la patria de Pelayo y de Isabel la Católica con la patria de Bolívar, de Mariño, de Urdaneta, de Ri­bas, y de Sucre.

(De: “Discurso pronunciado por Cecilio Acosta al term inar el Cer­tamen Literario que la Academia de Ciencias Sociales y Bellas Le­tras de Caracas celebró el 8 de agosto de 1869”. Obras, vol. I, Ca­racas, MCMVIII, p. 5).

Las razasPasó el tiempo en que los pueblos se estaban a aguardar siglos

para ser prósperos: hoy los que no se cruzan no adelantan. Las ra ­zas fuerzas mismas que se aíslan, se debilitan y decaen.

(De: “Ensayo Crítico”, Caracas, noviembre de 1870. Obras, vol.V, p. 36).

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TEMAS POLITICOS

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POLITICA, GOBIERNO, CONSTITUCION, INSTITUCIONES Y MORAL PUBLICA

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El hombre público

Si hay alguna cosa más que otra, merecedora de fama sin m an­cilla, si hay algo verdaderam ente envidiable en la carrera pública, por otra p arte tan llena de am argura y espinas, es estar en ella o dejarla, las manos limpias de pecado, el corazón puesto en el bien, y llevaT el prestigio personal, cuando se tiene, como venera de hon­ra y compromiso'de lealtad republicanas y no como emblema de opre­sión, señal de amenaza, o título de m edras personales. La Repú­blica no consiste en abatir sino en exaltar los caracteres para la v ir­tud; y cuando alguno de ellos, por su fortuna, su talento, sus ha­zañas m ilitares o el sufragio popular, ha logrado sobreponerse a los demás, en ser en la vida privada dechado y norm a y en la políti­ca magistrado fiel.

(De: “El General Ju lián Trujillo y consideraciones sobre política general y de actualidad” , Caracas, diciembre 3 de 1877. Obras, vol.III, p. 296).

El hombre público

Cuando la sociedad saca sus ricas libreas para investir con ellas a un hombre y le da sitial de autoridad, ya ese hombre es más que hombre, y su m inisterio un sacerdocio. La sociedad se desnu­da para vestirle, se desapodera para apoderarle, se quita sus galas para engalanarle, y llamándole su amigo, le entrega intereses, ha­cienda, leyes, todo. La paz del hogar, la paz pública, el pan del pobre y los goces del hombre acaudalado, la suerte de la viuda y los recursos del mendigo, el fomento de la agricultura, el vuelo de las artes, la prosperidad común, todo está en las manos, para mal o para bien, de ese escogido.

(De: “Honorable Cámara de Representantes”, Caracas, marzo 8 de 1853. Obras, vol. IV, pp. 305-306).

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120 CECILIO ACOSTA

Vida, honor y propiedadEl día que entre nosotros, como resultado de hábitos sociales, las

cuestiones que interesan a la vida, al honor y a la propiedad, en­cuentren eco en el juicio de las personas competentes, y lo que es más provechoso, reciban de él el influjo indirecto, pero justo, de una sanción imparcial, habrá más confianza en el sostenimiento de los derechos propios, habrá más celo en la aplicación de las leyes, y las leyes recibirán, en la práctica, aquella uniformidad que es al mismo tiempo guía cierta, y prenda de seguridad en las transaccio­nes comunes.

(De: “Cuestión jurídica sobre retracto convencional”, Caracas, se­tiembre 24 de 1860. Obras, vol. IV, pp. 327-328).

Doctrina socialY no me venga nadie a echarme en cara mis ideas: yo siem­

pre he defendido las más liberales en política, en administración, en instrucción, en imprenta, en industria, y estoy delantero como el que más; eso sí, sin separarme de la filosofía, de las prácticas racionales ni del derecho. Lo que quiero es, que haya progreso sin saltos, y vida social sin dolencias; que no hsigamos el de necios por el pa­pel de novadores; que no seamos vergüenza propia y escándalo aje­no, y que el sucio vicio y la vil abyección sean reemplazados por el alto carácter y la gentil libertad.

(De: “Carta a Don R. J. Cuervo”, Caracas, 15 de febrero de1878. Obras, vol. III, p. 17).

El orden socialCuando hay un gobierno que da garantías, una administración de

justicia que es imparcial, una policía que vela, una m agistratura que protege, una prensa que es libre, un sufragio que es eficaz y una ley que se cumple, todo movimiento irregular acaudillado por la fuerza, toda sedición que quiera imponerla, todo trastorno violento, es un cri­men social y político..

(De: “Leyes Secundarias”. Obras, vol. III, p. 39).

El interés generalNuestro interés es el de todos, nuestra causa la de todos: el a l­

ta r del patriotismo es ancho y común, y hemos querido llevar a él

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TEMAS POLITICOS 121

nuestro grano de incienso. No tenemos más, y por eso no damos más; pero las ofrendas valen por la intención con que se hacen. Tuviéra­mos joyas de oro fino y ésas diéramos a la Patria; le damos todo, porque le damos el amor. Le damos el interés por la clase menes­terosa, el interés por el progreso social, el interés por las rentas, y el celo por el cumplimiento de las leyes.

Con esto no hemos hecho mucho, pero hemos hecho nuestro deber: nos conformamos. Después que los intereses generales se han hecho tan im portantes para la comunidad, su defensa es el blasón del ciu­dadano; y nosotros de la que dejamos hecha, no queremos ni más honra, ni más gala, ni m ás prez.

(De: “Mercado Público” , Caracas, febrero 24 de 1853. Obras, vol.IV, pp. 184-185).

Los poderes públicosCada poder debe quedarse en su región, donde haya sustento,

ambiente y vida. No im porta que el uno sea más grande que el otro: el águila caudal no se apea, para fabricar su nido, de las altas ro ­cas, y el pájaro mosca no sale de las flores, de donde saca, para vivir, sabrosa miel.

(De: Cuestión “Privilegio del Guárico”, Caracas, 5 de abril de 1852. Obras, vol. IV, p. 242).

La religión socialLa inviolabilidad de la fe dada, la santidad de los contratos y

el imperio de los principios, son una religión social, cuyo respeto o profanación es causa de bienes o de males. El oficio que se ejerce en nombre de los unos para promoverlos, y en contra de los otros pa­ra condenarlos, es un oficio noble y desinteresado: es el sacerdocio de la moral, que siempre gana y siempre siembra con provecho en la vulgarización de su evangelio y de sus máximas.

(De: “Cuestión Delfino y Jun ta Superior de Caminos de la Pro­vincia”, Caracas, febrero 9 de 1854. Obras, vol. IV, p. 271).

Doctrina políticaNunca hemos sido hombres del poder, pero sí somos hombres de

doctrina. ¿Queréis saberla? Formas representativas, efectividad de ga­rantías, adm inistración política que obre y que custodie, adm inistra­ción de justicia independiente, gobierno responsable, libertad de im­

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122 CECILIO ACOSTAprenta y de palabra, no escrita sino en acción, enseñanza pora el pueblo tan extendida como el aire, instrucción científica, tan amplia cual pueda ser, instrucción religiosa como alimento del alma y alma de las costumbres, libertad del sufragio, libertad de representación, libertad de asociación, publicidad de los actos oficiales, publicidad de las cuentas, camino para toda aptitud, corona tejida para todo mé­rito; todo a fin de que haya industrias florecientes, paz y crédito in­terior, crédito fuera, funcionarios probos, moral social, hábitos ho­nestos, amor al trabajo, legisladores entendidos, leyes que se cum­plan; y de que la virtud suba, el talento brille, la ineptitud se es­conda, la ignorancia se estimule, y se vea al cabo en esta obra a r­mónica —que es la obra de Dios— una nación digna, un pueblo or­ganizado, y una patria que no avergüence.

Por esto, por haber pensado siempre así, se nos condena: éste es el partido de que somos partidarios: ésta es la culpa que te ­nemos . . .

(De: “A Clodius (Dr. Ildefonso M. Riera Aguinagalde)”, Caracas, enero 8 de 1868. Obras, vol. V, pp. 161-162).

La serena discusión públicaNos gusta eso; nos gustan esas luchas: después de ellas halla

uno que la razón es algo, y el acatarla más, y lo que es m ejor que esto, que se ha conquistado una idea, que entra luego en el tesoro que las guarda. Así, el pensamiento va, y la convicción viene, y la luz se esparce como una atmósfera que inunda. Así, la prensa es arma, la discusión recurso, la libertad derecho y la ciudadanía un título preciado.

(De: “A Clodius” , Caracas, enero 14 de 1868. Obras, vol. V, pp. 187-188).

La opinión públicaLas causas que se ventilan ante los tribunales, hallan siempre

su m ejor criterio en la opinión, que, desnuda de intereses, hace in­clinar la balanza de su juicio del lado donde se encuentran los de­rechos. Lo bueno o lo malo, lo justo o lo injusto, tienen su eco en la publicidad, porque allí está el instinto colectivo, que es el más seguro, por ser el más imparcial.

(De: “La verdad para todos”, Caracas, junio 27 de 1855. Obras, vol. V, p. 239).

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TEMAS POLITICOS 123

£1 gobiernoLa palabra debe ser inflexible: si no dice la verdad, blasfema;

y es preciso, cada vez que narra, que deje la lección que instruye, y ofrezca el ejemplo que escarmienta. No se olvide lo que vamos a decir. No es posible gobernar sin la opinión, porque al cabo ella fil­tra, afloja, descompone y desbarata. No es posible luchar con ven­tajas contra ella, porque su ejército, que cada vez crece más, y más si es combatido, es el único que no deserta. No es posible otro lina­je de energía, como sistema administrativo, que el que se busca en la trabazón, en vez del ataque de los intereses. Pasó el tiempo en que los gobiernos se ensangrentaban, no obstante lo cual vivían; por­que el espíritu de conquista también pasó, y hoy es menester que la administración quiera con benevolencia, y que el estadista transija con generosidad. Hay error en creer que la violencia es la acción, que hay unión cortando lazos y que cabe gobernar en el aislamiento. So­bre todo téngase presente, que la sociedad, en cierto sentido, es un conjunto de fuerzas, y la política la ciencia mecánica que las dirige y aprovecha. Quien ve y obra de otro modo, sueña dentro de sí, o pierde los Estados; pero ni piensa ni gobierna.

(De: “Simón Planas”, Caracas, marzo 13 de 1864. Obras, vol. V, p. 254).

Las leyes socialesLa fe privada recibe siempre el ejemplo de la fe pública, que

le sirve al mismo tiempo de espejo y regla. La sociedad está or­ganizada con tales leyes, que un desequilibrio en ellas causa un trastorno general.

(De: “Cuestión Delfino y Jun ta Superior de Caminos de la Pro­vincia”, Caracas, febrero 9 de 1854. Obras, vol. IV, p. 280).

Las leyes sociales y naturalesLas leyes, tanto sociales como naturales, no se inventan sino que

se hallan, y al que ignore esto, ni le ha aprovechado el agua del bau­tismo, si es cristiano, ni, en caso de no serlo, le viene bien levita sino enjalma. Cuando Képler encontró que los cuadrados de los tiem­pos de las revoluciones planetarias son proporcionales a los cubos de los grandes ejes, que las órbitas planetarias son elipses uno de cu­yos focos ocupa el sol, y que el tiempo empleado por un planeta en describir una porción de su órbita es proporcional a la superficie del área descrita durante ese tiempo por su radio vector, descubrió

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124 CECILIO ACOSTAleyes que han quedado como están. Después que Newton halló la des­composición de la luz y las principales leyes de la óptica, y pro­bó ser la ley de la gravitación universal aquella en virtud de la cual todos los cuerpos se atraen en razón directa de su masa e inversa del cuadrado de las distancias, fijó el código de Dios, invariable. Aquí no cabe mudanza, ni alteración, ni modificación, ni dibujos, como di­ría Don Quijote: To be or not to be that is the question. La natu ra­leza, tanto física como humana, es una tabla estereotipada, un mo­delo eterno, un tipo inmóvil. Hay esa diferencia entre las artes y las ciencias: sólo Miguel Angel ha podido hacer su Cúpula, su Juicio final, su Moisés, su Guerra de Pisa, sólo Rafael su Santa Cecilia, sus vírgenes inimitables, obras que no se repetirán cuando desaparezcan; pero no desaparecerán nunca las leyes cósmicas ni las leyes sociales. De Platón a Kant, de Aristóteles a Descartes, de Tácito a Bossuet y Guizot, el mundo orgánico es el mismo, y si los imbéciles no deliran con ello, no le ocurre a un ser con razón completa trastornarlo y echarlo patas arriba.

(De: “Códigos Nacionales”, Caracas, 9 de noviembre de 1877. Obras, vol. IV, pp. 192-193).

La leyEl cumplimiento de la ley se asegura por el derecho de repre­

sentación, por el de asociación, por el de tribuna, por el de censu­ra, por el de la prensa, que tiene un millón de voces, por el de la opinión, que tiene un millón de fuerzas; y cuando esto no basta, por la acción judicial, que desagravia y adjudica, por la imposición de la responsabilidad, que castiga y que retrae, y por la expresión del sufragio, que reemplaza, renueva y puede dar m ejor garantía al ejer­cicio del poder. Toda esta suma de recursos constitucionales y lega­les, y la estructura que sirve a hacerlos efectivos, es con el obje­to de evitar las rebeliones como medio de desagravio, como pretexto de codicia, como tema de ambición, y como cebo y blanco de tu r ­bulencias de partido. Es con el fin:

de que las poblaciones estén tranquilas, y descansen a la som­bra de una m agistratura legal;

de que los magistrados no tengan que tem er a cada instante a la encrucijada porque oculta, a los conciliábulos porque maquinan, y al fusil del faccioso porque mata;

de que la industria cuente con sus afanes, el trabajo con su sudor, y el espíritu de empresa con confianza para sus operaciones arriesgadas;

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de que el artesano tenga a quien venderle sus obras, y las en­cuentre para ello en el taller;

de que el labriego de cortijo duerma en paz, y encuentre a la mañana que no le han quitado, como elemento de guerra, su vaca de ordeño;

de que los caminos estén libres para el tráfico, y la propiedad segura en su protección;

de que la pólvora sea mercancía oficial, y no medio a la ma­no de frecuentes sediciones;

de que el sable no sea la idea, la barbarie el apostolado, y las vías de hecho el título de mando;

de que cada caudillo no sea un candidato de trastornos, y cada hecho consumado una expresión de la ley;

de que la libertad no cuente como teatro de proclamación los campamentos de muerte, sino las urnas del sufragio; y

de que la República no tenga que ir, para lograr existencia, a la cola de un caballo, a la boca de un cañón o a la sorpresa de un cuartel.

(De: "Leyes secundarias” . Obras, vol. III, pp. 35-36).

TEMAS POLITICOS 125

Las ideas de RousseauDiferimos de la idea de contrato social de Juan Jacobo, que te­

nía mucho talento, pero que en esto, como en varias otras cosas, no dió en el blanco. Después acá se ha errado menos, porque se ha pen­sado más.

(De: “Análisis de las doctrinas de Omega” . Obras, vol. V, p. 285).

Las constitucionesTenemos el mal hábito de creer que las constituciones están en

los libros, cuando las constituciones no tienen más raigambre que las costumbres. Escribimos frases hermosas, garantías preciadas, principios santos, y juzgamos haber hecho todo con esto. El pobre ya es r i­co, el ignorante sabio, el labriego presidente, corre el oro, florecen las industrias, vuela el comercio, se abre el crédito; y todo es ven­tura, y gozo, y bienandanza; y lo peor es que se dice, aunque no

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126 CECILIO ACOSTAse crea, y se finge creerlo, por traza o por lo que fuere, aunque el espectro de la miseria pública y privada se cierna sobre los campos y poblados. Algo más hacemos, hacemos cada rato constituciones co­mo quien sopla pompas de jabón, y la última es la mejor, de don­de resulta que ninguna es buena, porque al fin viene otra que la fulmina. Es un síntoma fatal en algunos pueblos el estar siempre en fábricas de leyes: resulta al fin que ninguna tienen, o que ninguna acatan, o que ninguna se consolida. El tiempo, el tiempo entra por buena parte en la formación como en la conservación de las ins­tituciones humanas.

(De: “A Clodius”, Caracas, enero 14 de 1868. Obras, vol. V, pp. 196-197).

Las InstitucionesA un pueblo le conviene mucho fundar instituciones; cuando ha

logrado esto el pueblo, ha entrado en su lecho natural, y corre por él como corre un río. Las instituciones que no con poca frecuencia se toman por las leyes, las tomo aquí, como es técnico y usual en casos semejantes, por el carácter y las costumbres que dan la prác­tica, y puede decirse fueron el primitivo patrón de esas leyes. Las leyes son buenas, es decir, van a resultado, cuando han sido vacia­das en ese molde, o cuando de no, pueden vaciarse en él después de algún tiempo. Una ley debe ser una figura de diseño hecha al pasar: si es lo contrario, es papel escrito y letra muerta. La doc­trina por sana que sea, la palabra por mucho que predique, la pren­sa por abundante que sea el caudal de sus aguas, son aspiraciones que quieren, tendencias que van, camino que se emprende; eso es mucho, pero no es todo: el término está más lejos. Con eso sólo pue­de haber vida agitada, movimiento irregular, códigos sabios, progra­mas bellos; pero no otra cosa. Un pueblo así va por el desierto, y hasta puede pretender ir a la tierra prometida; pero va sin nube de fuego, y va a tientas. Es preciso al fin tener instituciones, y . las instituciones son, si se me perm ite la frase por lo bien que expli­ca el concepto, las ideas petrificadas.

(De: “Leyes Secundarias”. Obras, vol. III, p. 31).

La fisonomía nacionalLlámanse instituciones las leyes, fundamentales o no, y los de­

más establecimientos de un pueblo que tienen la condición de per­manentes, ora por su duración, ora por la semejanza del carácter. Podría yo expresarlo también de otra manera que -explica lo mis­

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TEMAS POLITICOS 127

mo: son la fisonomía nacional. Cuando es práctico, y, hasta don­de es posible verdadero, el ejercicio del sufragio popular en las na­ciones que lo admiten; cuando la administración de justicia es el eco de la legislación existente y no de las pasiones de partido; cuando las administraciones políticas se suceden como los mandatarios respon­sables de un mismo poderdante; cuando el aparecimiento de los go­biernos es el fenómeno uniforme de una causa que perdura y de un poder que no varía; cuando en fin la máquina social funciona toda, y funciona sin peligros, exenta de esas revoluciones frecuentes que lo que hacen es derribar para reconstruir después sobre escombros; aunque haya muchos defectos, como el edificio está sobre suelo fir­me, se dice de él y se dice con propiedad, que tiene instituciones.

(De: “Carta a R. H.”, Caracas, junio 23 de 1869. Obras, voi.II, pp. 230-231).

La libertad y el GobiernoLa libertad como atributo colectivo, queda lim itada por el dere­

cho como atributo individual; el derecho, afirmado en la sanción; y la sanción, segura, en la distribución que hace, las precauciones que toma y la fuerza que da la forma política. La sociedad por sí sola es un ser fisiológico; sujeto a pasiones ciegas, instintos egoístas y movimientos desordenados: el Gobierno, la parte moral que inte­gra ese ser y lo hace viable. Desde el movible aduar al palacio, de la rústica arquería al escritorio del banquero, es menester que haya una mano que haga justicia al tuyo y al mío, una voz que ponga paz en las contiendas, un compás que trace los varios círculos de acción. Sueñan las escuelas anárquicas cuando sostienen que esa red previsora que abraza sin ahogar, y esa acción interna que dirige sin oprimir, pueden desaparecer algún día: su tema es imaginarse órga­nos sin organismo, partes sueltas, y el orden en el caos, que seña­lan como la forma más perfecta del progreso. Ninguna otra inter­pretación tiene su sistema del individualismo, última bandera que ha tomado la demagogia en sus furores, el charlatanismo en sus utopías y el tribunado en su ambición.

Se confunden dos cosas: la perfectibilidad con la perfección; el camino con el término: la fuerza de expansión, que cada vez va a más, con la acción adm inistrativa, que cada vez se reduce a me­nos. Pero esas fuerzas van como las asíntotas, que siempre se acer­can y nunca se tocan. Es principio que nunca fallará, porque es or- gánico-social: todo interés tiene o debe tener su fuerza respectiva que lo apoya. Fuerza aquí no es violencia, sino sanción. Se com­prenderá lo dicho con sólo observar que el interés no es una idea abstracta, sino concreta, es decir, que tiene que hacer o puede to­

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128 CECILIO ACOSTAcar con interés ajeno; y como uno y otro son opuestos, la acción reguladora, no sólo se alcanza, sino que se necesita. Así formó Dios el mundo; y mientras él exista, la sociedad será un conjunto de ten­dencias individuales, y el Gobierno tendrá que ser la acción colec­tiva que las haga obedecer en el sentido del derecho propio y del pro común.

(De: “Leyes Secundarias”. Obras, vol. III, pp. 62-63).

Sociedad, Gobierno y PolíticaEn la filosofía del progreso, la sociedad es la idea subjetiva, el

Gobierno la idea objetiva, la forma política, la idea formal: o en otros términos, lo uno el fin, lo otro el medio, y lo último el modo prác­tico de acción.

(De: “Leyes Secundarias” . Obras, vol. III, p. 64).

Los partidos políticosNo deja de ser común en ellos, mayormente en algunas partes

de nuestra querida América, el abuso que hacen de su triunfo y pre­ponderancia algunas veces, y otras de su posición, su número o la perversión de las ideas en las multitudes, para extraviar éstas, ino­cularles el veneno del odio, m entir principios que no observan, vivir en luchas que no acaban, y preparar eternam ente esas agitaciones fe­briles, causa de continuas guerras, errores repetidos, desengaños que no enseñan, y de un estado social en que hay más política que ad­ministración, más personalismo que ideas, y más anhelo por el p re ­dominio de cada bando, cueste lo que costare, que por el adelan­tamiento de las industrias y la difusión de las máximas salvadoras, con grave perjuicio de las costumbres, y de la riqueza pública, su­jeta a crecer hoy para ser ahogada mañana por el casco del cor­cel de guerra o por la mano gravosa del impuesto.

Da lástima en países como éstos, llamados por sus dones natu­rales a aprovechar la fecundidad de su suelo y las invenciones de las artes, ver que sólo se presenta al escenario segunda, tercera y ulteriores ediciones de la misma obra teatral de nuestras parciali­dades impenitentes, que se contentan con verse un día vestidas de farándula, para ir al siguiente a la platea a ver representar a sus contrarios, a quienes preparan su próxim a caída, sin más provecho en todo esto que una ridicula farsa, y no con poca frecuencia una sangrienta tragedia. Da indignación m irarlas ensañarse las unas con­

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TEMAS POLITICOS 129

tra las otras, enrostrarse los mayores crímenes y tratarse como ene­migos irreconciliables, fuera del campo de la doctrina, fuera de la justicia histórica, y contando con el pueblo ignorante, al cual se le inocula la saña para que se ensañe también. Da vergüenza que apa­rezcan como hipócritas los que no practican en los negocios lo que predican en la prensa, y como farsantes los que preparan astuta­mente su comedia para engañar a un público embobado. Y da r i­sa ver a algunos necios que nunca dejan de tener en la boca ni nun­ca dejan de sonar cierta m atraca como la de grillos, pontones, cala­bozos, tiranos, malvados, etc., cuando todo esto se halla detrás de medio siglo, por ejemplo, no hay ningún vivo responsable, está en me­dio el muro de la historia, están frías las cenizas, que ni m atan ni comen gente, y los niños pueden preguntar: ¿qué peste es esa que no cunde, y qué calamidad que no se siente ni se ve? ¿A quién se ha­ce el cargo? ¿Dónde está el reo? ¿Qué proceso puede abrirse de nue­vo al que ya ha sido sentenciado? ¿Cuándo es el día en que term i­na el odio, y en que principia la doctrina? A menos que se crea que el engaño puede ser de siempre, que la verdad no es el instin­to popular, que los sufrimientos y los males públicos no son la es­cuela de las masas, y que después de haberlas envenenado con cier­tas palabras de apariencia, se las pueda otra vez adm inistrar el mis­mo tósigo a título de medio de salud.

Los partidos, propiam ente hablando, son agrupaciones de hom­bres que profesan y predican ciertas doctrinas con el objeto de ha­cer efectivo el bien público en el gobierno como órgano, y en la sociedad como la llam ada a ser beneficiada; pero para que sean ú ti­les, han de combatirse entre sí en el terreno de los principios, y no deben ser ni excluyentes ni excluidos en sus derechos como ciu­dadanos y en sus relaciones con la patria. Uno puede ser más ex­pansivo, otro más moderado; uno más vehemente, otro más mirado en las reformas; uno más utópico, otro más previsor; y no sería ni orgánico en el Estado, ni racional en uno de los dos bandos, ni otra cosa que provocar luchas estériles en vez de emulación, el que uno de los dos acusase al otro de m iras proditorias, de enemigo de las instituciones y de que es contrario al sistema y a las leyes pro­clamadas. Fuera de ser esto imposible, porque nadie vive a perpe­tuidad — y un partido menos— en un país cuya manera de organi­zación no ama, es ridículo también, porque equivale a suponer dos campamentos enemigos uno en frente del otro bajo el amparo de unos mismos códigos, y los motivos de una guerra internacional, no entre dos naciones, sino en el seno de una sola.

Es necesario alguna vez cerrar el círculo, poner punto a las cosas y dejar descansar a los muertos.

La época en que figure un partido, si su fin es tener larga vi­

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130 CECILIO ACOSTA

da o tener buena sucesión, debe evitar el aislamiento que lo inha­bilita, y la propensión a no asimilarse prosélitos que lo desmedra. Debe evitar también el orgullo que lo desvanece en su predominio, y la locura que lo hace creer haber encontrado la fórmula que re­suelve todas las cuestiones sociales. El no es más que el tenedor pre­cario de una viña llamada civilización, destinada a ser mejorada por los otros tenedores que le sucedan; y por grande que él sea, por nu­merosas las conquistas que haya hecho, por preciados los presentes con que haya enriquecido la política, a vista de lo más que queda por descubrir, beneficiar y aumentar, de lo indefinido que es el pro­greso y de la lucha que cuesta convertir en instituciones las ideas y llevar los intereses a una tela común, debe ser siempre muy mode­rado en sentimientos y en pasiones, y decir cuando más como New- ton: “no sé por qué me llaman genio; lo que he hecho es encon­tra r unas conchitas pintadas en la playa, mientras que el inmenso océano permanece inexplorado ante mis ojos” .

(De: “Los Partidos Políticos” , en Obras, vol. I, Caracas, MCMVIII, pp. 260-263 y 266-267).

La extinción de la esclavitudQueremos hablar de la extinción de la esclavitud; medida que

llenará los anales contemporáneos de gloria pura, y que absorbe­rá la atención del cronista para no dejársela distraer a la observa­ción de otros hechos, pequeños por insignificantes, insignificantes por transitorios, transitorios porque no tienen causas serias, y que sólo pudieran estimarse agrupándolos a otros hechos de causas más graves y más profundas. A la administración del General José Gregorio Mo- nagas pertenece el lauro, verde siempre, de haber cumplido este, pue­de llamarse, legado del testamento de Bolívar.

(De: “Simón Planas”, Caracas, marzo 13 de 1864. Obras, vol. V, pp. 252-253).

La economía políticaEl gran tema de la economía política hoy es la igualación pro­

porcional de los rendimientos industriales y la movilización de to­dos los valores, a fin de que cada servicio tenga su paga y cada afán su recompensa; se busca que ningún trabajo quede muerto, ni in­dustria alguna rezagada; se busca en fin que haya un nivel, has­ta donde sea posible, natural; y he aquí el origen de tantos ins­titutos de crédito, entre ellos el agrícola. Se lucha- ahora con difi­

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TEMAS POLITICOS 131

cultades: desaparecerán un día, y al siguiente será la idea institución en todas partes.

(De: “Ensayo Crítico”, Caracas, noviembre de 1870. Obras, vol V, p. 64).Napoleón

Napoleón I, el genio más vasto y el carácter más absorbente que han producido los siglos, cubría a Europa como una red: la Eu­ropa la presa, el pulpo él. Todo lo que no era él mismo estaba aho­gado o para serlo: la Inglaterra era quien debía m atar al monstruo, el instrumento Pitt; y mal podía ésta ni nadie fom entar ningún gé­nero de industria, cuando el continente era todo él humo de bata­llas, batallas homéricas, milagros de combinaciones militares, y dia­nas de espléndidos triunfos. Al contrario, Pitt, el único que enton­ces desde su gabinete se opuso al gran Capitán, conoció muy desde el principio, que el mundo por muchos años sería otro con tal va­rón y tales proezas, y que este hombre sin par iba a ser el árbitro de todo, según lo m uestran aquellas palabras proféticas que el cé­lebre Ministro profirió al leer el boletín de la batalla de Marengo:

“Roll up that map (the map of Europe) it will not be wanted for these twenty years”.

(De: “Ensayo Crítico” , Caracas, noviembre de 1870. Obras, voL V, pp. 68-69).La sucesión de gobiernos

Variar nombres, y reform ar sin motivo leyes porque otros las han hecho, y hacer otras que no sean más que la expresión de un partido, y dar culto a utopías, y llam ar el gobierno que sube al go­bierno que cae tirano y opresor, constituye en mucha parte, la ín­dole fisonómica de nuestra raza. Propiam ente no sucede una admi­nistración a otra sino un gobierno a otro gobierno. Mala cosa y peor destino, porque gobiernos que siempre recomienzan nunca organi­zan. El derecho público tendrá que ser muy indulgente con nues­tros extravíos, y muy resignado con nuestras convulsiones.

(De: “A Clodius (Dr. Ildefonso M. Riera Aguinagalde)”, Cara­cas, enero 8 de 1868. Obras, vol. V, p. 168).

El Gobierno FederalEl Gobierno federal es una serie de círculos concéntricos de

los cuales el más exterior abraza, o una colección de gobiernos de

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132 CECILIO ACOSTA

los cuales hay uno superior. Este sistema es un todo en que las partes son independientes para la administración y dependientes para lo político; siendo la administración el manejo económico de lo que tiene reglas, y la política la dirección hasta cierto punto facul­tativa del orden general. Como consecuencia de este organismo, vie­nen los Estados a ser supeditados, o cuando menos a recibir la re ­gla, del Gobierno general: en la gran legislación, en la moneda, en los pesos y medidas, en los correos, en las relaciones diplomáti­cas, en las amnistías, en la fijación, organización y distribución de la fuerza pública, en el crédito, en las consecuencias de la guerra, en los efectos de la paz, y en todo lo que está en las atribuciones del Congreso Nacional, del Ejecutivo y la Alta Corte Federal. Co­mo que se quiso fijar en esa esfera la suprema confianza, la gran tutela de honor de los derechos colectivos; como que es ésa, ley fi­siológica de organización y de vida.

(De: “Leyes Secundarias”. Obras, vol. III, p. 46).

Centralismo, Federación y ConfederaciónSiguiendo el proceso de la verdad de los hechos y el camino

que marcan las leyes del progreso, debe decirse: que el sistema cen­tral, sin duda el más fuerte, es el de las naciones aventureras y bélicas que todavía quieren conquistar la gloria por la guerra: que el sistema federativo, sin duda el de más desenvolvimiento y el que aprovecha más las fuerzas sociales, es el de los pueblos que quieren vivir de la industria para tener pan, de la armonía común para tener sosiego, y de los derechos municipales en toda su latitud pa­ra tener derechos efectivos; y que la confederación, que para ser per­fecta debe componerse de partes verdaderam ente federadas, es el sis­tema a que deben aspirar los pueblos que quieren llegar a la per­fección social y política.

En el desarrollo de cualquier teoría, la lógica puede llevarla hasta sus últimas consecuencias, aunque éstas no sean todavía la prác­tica misma. Es porque la práctica va siempre detrás de la teoría; pero va siempre.

Corolarios de lo que queda sentado: que el sistema de la fe­deración, por lo mismo que es tan perfecto, proclama siempre y de­fiende por su organización el derecho ajeno y el propio; que todo derecho tiene su garantía, no en el extraño, que puede ser su an­tagonista, sino en el poder público que es su protección; que el po­der público, aunque en el personal compuesto de hombres, en su significación política, es la lazada que une y la unidad que conser­va; que la soberanía tiene dos formas de ejercicio; la perm anente

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TEMAS POLITICOS 133

en las funciones de la misma índole adm inistrativas y políticas, y la transitoria en la expresión del sufragio popular; que el pueblo, ejer­ciendo este acto, tiene a la mano el derecho de representación, el de acción en los tribunales, el de asociación, el de la prensa, etc., derechos todos que form an un universo en su extensión; y que le está vedado apelar a cada momento a motines para hacerse justicia, tum bar Gobiernos para reinar, y rom per la unidad para m antener un estado constante de desorden y anarquía.

(De: “Leyes Secundarias”. Obras, vol. III, pp. 27-28).

La Política y la AdministraciónLa administración comprende la policía, la justicia ordinaria cuan­

do se quiere que term ine en círculos, las subsistencias, el orden pú­blico, el fomento, en suma, todos los ramos de la acción colectiva e individual que están dentro del círculo social, que es, m ientras la ac­ción no es perturbadora, casi indefinido; m ientras que la política es la circunferencia del círculo, que lim ita porque modera, y modera por­que define. La gran legislación en las diferentes materias atribui­das al Congreso Nacional, las funciones que toca ejercer al Gobier­no general, y la jurisdicción de la Alta Corte Federal; son los gran­des actos y los grandes centros del poder político: toda la demás ac­ción que perm ite el pacto, es adm inistrativa. La administración re­presenta la acción m ultifaria, la política la acción armónica; la una se difunde, la otra se condensa; la prim era es expansiva, la segunda concentradora.

Me parece que podrá ser ahora fácil, como quien lo ve de re ­lieve, como quien rodea una cosa para m edir el contorno, compren­der lo que quiere decir centralización política y descentralización ad­ministrativa. No quiere decir que haya un solo punto de acción para la política, porque haya de haber varios para la administración. Lo que significa es: que la administración es la pluralidad, y la política la unidad: que la administración se mueve sin rumbo, con tal que no ofenda, m ientras que la política sólo lo hace por curvas que den ra ­dios iguales pertenecientes a un centro común; y que aunque la una está en todas partes como desarrollo vital, no deja de estarlo la otra como principio de vida. La administración obra, la política vigi­la: la una es actor en causa propia, la otra actor en causa general: en suma, la prim era es para bien de la sociedad, y la segunda pa­ra la conservación del sistema. La conservación del sistema como regla convenida de acción y como medio seguro de paz: he aquí la gran fórmula que resuelve los más complicados problemas del orden político y social.

(De: “Leyes Secundarias”. Obras, vol. III, pp. 65-66).

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134 CECILIO ACOSTA

Los vicios socialesLo que ha enfermado siempre a los pueblos americanos de la ra ­

za latina, y puede ser por algún tiempo su cáncer futuro, es el odio político: confunden de ordinario la idea con la persona, la doctri­na con la parcialidad, se oyen a sí solos, se niegan la cooperación de la labor común; y vienen, como resultas, la esterilidad en los es­fuerzos de la administración, la impotencia en los trabajos de la paz, y la pendiente que va a dar a los abismos de la guerra. Lás­tima grande, cuando ese odio no es social, cuando nos amamos más bien, y cuando los gobiernos, que con frecuencia son gobiernos de par­tido, tal vez continúan siéndolo a pesar suyo.

La mayor parte de estos vicios, si es que no todos, nacen de que aún no hemos querido entrar en las verdaderas prácticas republi­canas, en la discusión pacífica del derecho, en los usos respetables de asociación, en la prensa como luz, en la representación como re ­clamo, dejando con esto petrificarse los abusos y agravarse los m a­les públicos; para después ocurrir a la guerra como único remedio, y crear una nueva situación política en que se repitan, en perjuicio de vidas y fortunas, la misma negligencia por una parte, y por otra la necesidad de caer en idénticos desastres. Una cosa se ignora, o no ha alcanzado todavía a hacerse fisonomía perm anente de nuestras costumbres sociales, a saber: que cada cual es inmune en la deman­da de su justicia, que nada aterra más al espíritu de abuso que la vi­gilancia del derecho, que si hay quien se extravíe es porque hay quien calle, y que los gobiernos encuentran siempre en la actitud pacífi­ca pero al mismo tiempo celosa y digna de todos, sanción, consejo y guía.

Procediendo de esta m anera es como se conserva sin malos ac­cidentes la salud del cuerpo social, el crecimiento se hace capa a ca­pa y se logra el progreso sin saltos, las instituciones se acrisolan en el tiempo, que es su prueba, y el ejercicio de los derechos políticos en el respeto santo que debe haber por ellos, que es su escudo; vie­ne la inteligencia a ocupar su puesto, que es el de maestro, viene el verbo a subir al suyo, que es la tribuna, y deja de ser la constitución un libro de letra m uerta que se entierra con el partido que lo hace, para ser un código que perdura con la nación que la obedece.

No queremos adm itir ni como fatalidad de raza, n i como con­dición de índole, ni como influencia del clima, esta propensión al quietismo, este abandono culpable del derecho social en las clases instruidas y capaces, que deben tener el empeño porque tienen el deber de conservarlo. Es la misma raza de Colombia, la que dió ana­les épicos entonces, la que dió anales cívicos después, la que ha te ­

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TEMAS POLITICOS 135

nido alguna vez días blancos de paz pura y fiebre agitada de pro­greso, la que ha logrado más Aquiles que Homeros, más hechos que historia, la que se combate por la noche y se abraza en la m aña­na: el mal no es, no, de la raza, es de la falta de costumbres; y es menester fundarlas en el ejemplo y difundirlas con la enseñanza.

(De: “Discusión con Clodius” , Caracas, diciembre 16 de 1867. Obras, vol. V, pp. 150-151).

La guerra y las revolucionesLa guerra hoy sería un mal de largos años. No queremos en­

trar en la cuestión de si este medio en los países constitucionales es alguna vez un derecho perfecto, y cuándo; esta cuestión es ardua aun para los que admiten el principio, no por lo teórico de él, si­no por su parte de aplicación. P ara nosotros, amantes y enamora­dos de las formas, el derecho sólo es ta l por la sanción que le dé el tiempo, reservándonos entretanto la tribuna para combatir la vio­lencia y el uso de la palabra para conservar la armonía. Tenemos tanta fe en las prácticas de Gobierno y en el ejercicio de los de­rechos políticos, que, con ellos, juzgamos casi irrealizables los temo­res de perturbación. Haya intereses coligados, haya fuerzas respe­tables, reúnanse los gremios, persuada la imprenta, háblese de lo pú­blico, como de lo propio, osténtese más valor cívico y más cobar­día bélica; y no habrá que arrepentirse mucho del poder conferido, ni necesidad de ocurrir a agitaciones insanas y proceder violento para llamar a juicio al apoderado. Se dice que los gobiernos tienen con frecuencia la culpa de las revoluciones: es verdad; pero también lo es que la tienen del mismo modo los pueblos. Hablamos de aque­llos donde existen formas de constitución: en los tales la tiranía, si la hay, es más convencional que personal; y quebrante esto un tan ­to la vanidad de los aconsejadores, autores y fautores de revueltas piTblicas.

Debemos evitarlas en general por una m ultitud de consideracio­nes, comunes a todos los tiempos y a todos los países de la misma raza que la nuestra. En prim er lugar, la administración que nace de un campo de batalla por necesidad se ha de resentir del elemen­to personal: creada por la fuerza, continúa representando la fuerza, porque los hábitos no se cambian de un día para otro, y menos los que forma la discipina militar. Puede ser muy bueno el personal so­cialmente porque no mata, pero muy malo políticamente porque no administra: puede no ser la ley azote, pero puede ser muda, y existir un régimen sin sangre con una situación de quebranto.

En segundo lugar, las revoluciones nuestras no se hacen como

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136 CECILIO ACOSTAen otras partes, acaudilladas por los grandes intereses, que están en las ciudades populosas, en los bancos, en las bolsas, en los ricos gre­mios. Cuando así sucede, esos intereses, restituido el sosiego, vuel­ven otra vez a su caja, que es ancha, y a sus trabajos, que son lu ­crativos, a su posición, que es espectable; dejan al gobierno en liber­tad de acción, y no la reclaman como paga, aun ayudándolo, servi­cios de ciudadanos y deberes de patriotismo. Entre nosotros, al con­trario: la agitación va a asentar sus reales y a reclu tar la m ayor parte de sus prosélitos a los despoblados, gentes sencillas y buenas, a quienes, convertidos en funcionarios de repente con influjo y con poder, o se les despide disgustándolos, o se les retiene con g ra­vamen o ahogos del tesoro. Cuanto más larga se haga la serie de estas creaciones súbitas, m ayor será el peligro social, porque o po­der para todos, o revolución para los excluidos.

Además, conocida es la tendencia del espíritu democrático: el movimiento de abajo para arriba. Todo esto está bien, y es una ley, y es el blanco de nuestras instituciones. Pero es preciso que el proceso sea regular. El fin es la libertad, la libertad el equilibrio de los derechos, y los derechos, en especial los políticos, la facultad y capacidad de ejercer los propios, y de conocer, representar y p ro­teger los de los demás. La asociación no es una partida de jue­go, en que gana el que tiene a su favor la carta, sino una organi­zación divina en que hay un principio dominante, una graduación de méritos, una ley que los reconoce, un tesoro preciado llamado tuyo y mío, y una m agistratura competente que lo custodia, y que se da, no al que quiere, sino al que puede. Pues bien, la paz es la única que acrisola la virtud y la vende por su precio; y la guerra la que fabrica papel-moneda y lo hace circular por la violencia.

Da grima esto: al cabo de tiempo hay categorías baldías, fun­cionarios que no saben, administración que no ve claro, política que teme o que vacila, vocaciones frustradas, industrias desiertas, produc­ción diminuta, parásitos chupones; y flotando arriba, como una ame­naza, hombres en otro tiempo felices con el trabajo, que son des­pués, aunque desgraciados, enemigos de él, porque ya exánime, no les da medios para sus goces ni fomento para su lujo. Hay dos pue­blas: uno que se afana para las contribuciones, encorvado bajo el peso del impuesto, otro que vive de él; uno que llora, otro que ríe; y entretanto el desequilibrio reventando la m áquina social, el des­contento aflojando sus resortes, lucha sorda entre gobernantes y go­bernados, y señalado tal vez un campo donde se libre la final, para cambiar papeles y representar de nuevo el mismo drama.

En ese movimiento ascendente y rápido, en ese asalto, que no es menos, dado a las capas superiores; todo se pierde o se trastor­na. Pierde la virtud su estímulo, las costumbres su lustre, el talen­

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TEMAS POLITICOS 137

to su prez, las tradiciones su gloria, la gloria sus títulos, la ense­ñanza su objeto, la luz su esplendor; baja lo alto, sube lo bajo, se confunde la obra del tiempo, se desbarata la escala del mérito, se hace una sola masa de los panes de la justicia; después de lo cual, no se ve más que un revuelto caos, en que bram an las tempestades, y de donde salen como rayos revoluciones preñadas de desastres. Digamos la palabra: un país así se barbariza; y la América latina, si no retrocede en sus prácticas, si no adopta como sistema de vida la discusión pacífica del derecho, y el ejercicio regular de los usos re­publicanos, va a desacreditar la democracia.

Tales son las razones que tenemos para condenar toda revolución que tenga por objeto conseguir por ella lo que se puede en paz por las elecciones venideras. Nos parece que estas razones pueden con­vencer a todo ánimo medianamente despreocupado. En cuanto a nosotros, las hallamos tan palmarias, que juzgamos locura, locura in­sanable, cualquier procedimiento en contrario.

(De: “Discusión con Clodius”, Caracas, diciembre 16 de 1867. Obras, vol. V, pp. 152-156).Las revoluciones

Asentamos que es m ejor y más seguro el progreso regular, que el progreso que dan las revoluciones. Este es un aserto de fácil prueba, y que hemos ya probado. Es verdad que las revoluciones llevan y dejan inoculadas ideas nuevas; pero también lo es que echan abajo lo antiguo e imponen el trabajo de reconstruir. Son admisi­bles como providenciales, son justas como derecho; pero en uno y otro caso, son una convulsión que trastorna, aunque sean un remedio que regenera.

(De: “A Clodius” , Caracas, enero 14 de 1868. Obras, vol. V, pp. 199-200).Doctrina política

Tenemos el valor de la conciencia, y la conciencia de la causa. La causa es la del pueblo, del cual nos hemos hecho apóstol, por el cual abogamos y al cual queremos ver dichoso, grande y libre. Que en el ta ller suene el m artillo, que a la tierra abra el arado, que en el hogar se hable ventura, que la paz sonría a todos, que la familia tenga holganza, que el sol no alumbre lágrimas, que la propiedad no esté en zozobras, que la justicia no sea favor, que el favor no sea la ley, que la ignorancia no sea un título, que la ciu­dadanía no sea una burla, que la virtud y el saber no se encuen­tren sospechados; he aquí nuestro gran tema, y he aquí nuestra re ­

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pública. Naturalmente se alcanza que en este momento debe venir a nuestra memoria Venezuela, y que le deseamos que coseche tales bienes. ¿Y por qué no, si es nuestra patria? ¿Y por qué no, si es tan digna? Aquí, aquí en esta tierra habló Dios: aquí él, por gracia pura, derramó una parte de la redoma de sus bálsamos y de la urna de sus dones; y aquí fué magníficamente espléndido dando a la tierra toda su fecundidad, al clima toda su dulzura, a la índole toda su miel, a la vegetación todas sus galas, al cielo to ­dos sus tintes, y haciendo dudoso si fué éste u otro el asiento del Edén. ¿Por qué no ser felices? ¿Qué falta? ¿Quién turba?

(De: “A Clodius”, Caracas, enero 18 de 1868. Obras, vol. V, pp. 203-204).

En defensa propia.-Los espectros que son, y un espectro que ya va a serEra anoche el filo de la media noche, cuando cubría su negro

manto la ciudad de los muertos; hora cargada de tristezas que no admiten bálsamo ya, y lugar donde la tiniebla es espesa y fría, no tiene el adiós eco, se desespera uno llamando para que nadie le res­ponda, y el silencio, que se sienta allí como una deidad sombría y eterna, no sólo es mudo sino ominoso. El buho de las torres de­rruidas y el pájaro obscuro del mechinal, van allí a gozarse como en orgía fúnebre de que nadie bulle ni habla, y el grillo a soltar, no al viento, que no sopla, sino al aire que gravita como plomo, su canto monótono y su estridor seco, como una señal aciaga de que pasaron para no volver más nunca los días festivos y las músicas alegres: fuera de estos dos seres espantosos, ningún huésped más en la casa amarga. Las tumbas, sí, la pueblan como sus habitantes o su adorno, las unas medio inclinadas, hueco o flojo ya el descanso por haberlo abandonado los gusanos, las otras abiertas como cuen­cas horribles del esqueleto de un monstruo colosal, y acá y allá hierbas que no tienen más rocío que el del llanto, pinos que se en­derezan al cielo como en actitud constante de preces, y sauces que desgreñan y dirigen a la tierra removida sus ramas para expresar así su dolor.

Ninguna voz humana que se oiga, sino la del que va a orar o a enterrar; ningún movimiento de vida, sino de la que vegeta, y ésa misma poca: el rayo de la guerra duerme, la palabra de la elo­cuencia calla, de los siglos que han pasado no quedan ni segundos, de generaciones enteras ni memoria, y todas las riquezas de la con­quista y todo el poder del conquistador han venido a reducirse a un hoyo, en donde sólo entre la pala que saca y el pisón que re ­llena. Hubo un tiempo en que Alejandro ató a Egipto, inundó el

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TEMAS POLITICOS 139

Asia, pasó el Eufrates y el Indo vencedor, triunfó en Babilonia y en persépolis, y quiso por orgullo bañar sus corceles en las remotas aguas del Ganges; hubo otro tiempo en que tal vez jugó el hijo del sepulturero con su cráneo, y luego ni el mismo espíritu de las ruinas, que vive de hacerlas y conservarlas a su modo, pudiera dar razón de su polvo; como no la pudiera dar del de César, tan gran­de en las Galias como en el Rubicón y en el Senado, ni del de Aníbal, que cruzó los Alpes para poner espanto a Roma; y cuando más, podría señalar las cenizas, cenizas no más, del pasmo de la es­pecie humana, del que al galope de su caballo por Europa toda creaba constituciones e imperios, del que vió a reyes y emperadores haciéndole antesala y aguardando a que se desocupase César pa­ra hablarle, si él se dignaba, en Dresde y en Erfurt.

Con todo, aunque sepultadas algunas bajo lápidas de siglos, mu­chas de tales grandezas mundanas conservan recuerdos perm anen­tes en esos abismos de la nada, porque el vacío tiene huecos alfa­béticos y las sombras frases fúnebres; y es de verse en ocasiones, a períodos fijos, de ellos algunos milenarios, cómo ciertos espectros aviesos, o por insano capricho o por maligna complacencia, aman­tes como son todavía de la servidumbre y de la sangre, danzan alrededor de esos ruidos ya sordos, de esos renombres ya pálidos, de esa gloria ya negra. Sólo la virtud tiene allí culto: silencio la cubre siempre, pero silencio respetuoso.

Algo había de nuevo en la sombría necrópolis. Salía una som­bra, y otra, y otra, hasta form ar largas hileras; paseaban en grupos o de dos en dos tomadas de las manos; y como brujas descarna­das, sucias, fatídicas, ora se guiñaban del ojo y se hablaban para secretos profundos y risotadas impuras y sarcásticas, ora hacían círculos y los deshacían a luego, para mixtificaciones negras, planes ocultos o misterios de magia. En el centro estaba el osario, alrededor del cual dieron todas, nueve vueltas, echando sobre él al pasar polvo de reyes y de poderosos de la tierra que la principal sombra sa­có de caja preciosa que llevaba al pecho; y después se sentó, ella en medio y las demás en alas, en un tribunal delantero en son de juicio y de sentencia solemne.

“Es preciso, gritó con voz chillona que repercutieron los mu­ros espantados, es preciso traer para residenciar aquí al Viejo im­penitente, al llamado por sí mismo Prócer de 46, al amigo de Bo­lívar porque le proscribió, y del pueblo porque lo engañó, al fal­so Profeta, al Practicón político, a Petrus in cunctis y Paulus in nihil, al Evangelista sin fe, al Sabio sin ciencia, a la Máquina de pala­bras vacías y siempre las mismas, al Diccionario sin definiciones” ; y volviéndose a una de las del Consejo, la más flaca, le ordenó que, si era menester, como ave de rapiña que agarra su presa, trajese

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140 CECILIO ACOSTA

ya al reo en volandas. Sus dificultades hubo que dieron lugar al pequeño diálogo siguiente:

—“ ¿Y si resiste?”—“Es cobarde”.—“ ¿Y si se oculta?”— “Se registran los fogones”.—“¿Y si no puedo con él?”—“¡Valiente objeción! ¿Pues no ves que aquello de fuera no

es más que una concha delgada de menj urges, baños, unturas, en­caladuras, mudas y afeites? Sigue después un vacío, y él está en el fondo como si fuese una larva muerta. No creas con todo que lo está: al contrario, puedes encontrarle fabricando venenos. No te­mas sin embargo: tocas como quien toca a una puerta, para desper­tarle si está dormido, y él con toda probabilidad como medroso que es, se presta dócil a entregarse en tus manos. Y si no, arrancarlo de cuajo de todos modos, que para eso es tu resolución, que debe ser grande, y su peso, que es de plum a”.

Decir y hacer fué todo uno: en un abrir y cerrar de ojos, ya estaba el Procer en el banco; bien que, de resultas de la prisa, con la peluca rodada y parte de la crisma desnuda, y a trechos abierto el muro cosmético y untuoso, que dejaba ver desastres dentro, y que procuraba rem ediar con esfuerzos vanos y salivita.

“Pues bien, exclamó la Presidenta dirigiéndose al traidor, que temblaba de miedo, y rechinando de gozo la osamenta del carne­ro, tú eres acusado de varios capítulos: de vida póstuma que de­bes a caldos y otros artificios, y que mantienen sin empleo en el lugar de los castigos, las camisas de fuerza preparadas y los azo­tes que mereces, de fraude porque has vivido engañando, de hi­pocresía porque has vivido fingiendo, de codicia porque has vivido malamente acumulando, de lesa libertad porque has sido su burla, de leso pueblo porque has sido su embaucador, de lesa patria por­que has sido su enemigo, de lesa literatura porque has sido su to r­mento y de lesa moral porque has sido su escándalo y su ruina. Sal­gan los acusadores”.

Una sombra de la Independencia se levantó y dijo: — “Tú re ­cibiste educación frailuna y servil en Cádiz, y llegaste a Vene­zuela el año 25 para ser correveidile de proyectos monárquicos que sólo sirvieron a Bolívar de motivo de santa indignación, y dieron origen a aquellos documentos históricos espléndidos que le hacen aparecer cerniéndose sobre los siglos con la virtud de Washington y la elocuencia de Tulio. ¿Es verdad?”

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TEMAS POLITICOS 141

—“Es verdad. Esas ideas me enseñaron, y ésas conservo toda­vía. Fuera de que, yo siempre he estado a la que se cayó, si hago baza, y al prim er pleito que salga, si dinero; y en política muchas veces farolear es principiar. Como quiera fui y volví, até y des­até, y heme aquí desde entonces metido en ruidos y en la cosa. Si la opinión me acusa, yo me entiendo: al fin vale más panza h ar­ta que vacía, y goces epicúreos a la mano que virtud, que es vien­to, e historia hermosa, que es palabras”. Y con esto se acicaló las patillas, y se vió en un espejito que sacó del frac.

—“Tú fuiste sólo un escribiente entre centenares como tenía aquel Genio portentoso, ¿no es verdad?”

—“Es verdad”.—“Y entonces el procerato ¿de dónde vino, y qué lo abona?”—“Vino de un congreso y de la voluntad de mi hijo; y lo abo­

na mi peluca, que empezó a tejer Venus, tan hija de los dioses co­mo Marte, fuera de abonarlo mis m entiras, que he logrado conver­tir en tipos y en leyes” .

—“Se te hace el cargo de especulador y procurador de malasobras”.

—“Vaya en diablo, ya que no puede ir en Dios”.Y se sentó la sombra.Entonces una que estuvo por la separación de Venezuela, pues­

ta de pies, cargó así al Prócer:—“Paseaste por las calles de Valencia —junto con otros distin­

guidos venezolanos que después prestaron los mejores servicios al nue­vo Estado— el acta de desconocimiento de la autoridad del Li­bertador. Firm aste como Secretario interino del Interior, el decreto de 11 de setiembre de 1830, en donde se tildaba la conducta de aquel Padre de la Independencia como insidiosa, y se daban facul­tades para proscribirle. Fuiste mucho tiempo Secretario privado de Páez y su adulador y cortesano. Le calificaste de alma de Washington y corazón de Murat, en un escrito tuyo que se publicó en un perió­dico de la capital. Condenaste las reform as y a los reformistas co­mo criminales en los Fragmentos del cáustico y célebre escritor To­más Lander, y llamaste del extranjero al señor N arvarte en oficio que se conserva original, tachando otra vez a aquellos de reos, pa­ra llamarlos en otra época m ártires, y llam arte a ti mismo su de­fensor, con lo cual te presentas, o como juez pravaricador o como testigo falso. Tú fuiste actor en todas estas fiestas porque bailabas en ellas, y después saliste del baile, no salido por tu propia cuen­

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142 CECILIO ACOSTA

ta, sino corrido, porque se te echó de la casa de Gobierno en que eras empleado en 1839. ¿Por qué aquella conducta, y por qué es­ta corrida?”

Se le derritieron los ungüentos, no de pena, sino de confusión y humillación; se limpió, se repuso y contestó:

__“En prim er lugar, siempre he creído en los refranes, que pa­ra mí son sentencias de verdad, y desde entonces sabía yo que el rey es mi gallo, que para un toma debe haber dos dacas, que más valen las espumas de Camacho que las estrecheces de Basilio, que al sol que sale no hay como un salve, que árbol caído da siempre leña, y que el que se va, se fué y adiós. En segundo lugar, y va­liéndome de la oportuna expresión de un galeote renombrado que venía en la cadena de Ginés de Pasamonte, si me corrieron, fué por canario de lo indebido y por cantor de lo secreto, que es todo uno. A mí nunca se me han podrido las cosas en el estómago, si con echarlas logro medras. Y dejémonos de cuentas y cuentas, que ya es mucho preguntar y se me arrisca el genio”.

—“Tu cargo, tú mismo lo has pronunciado” ; y terminó la sombra.Después se le encaró una que había cultivado la elocuencia;

"y tú, le dijo, no has hecho hasta ahora más que embaucar a los simples con frases hidrópicas y palabras huecas. ¿Cómo ha sido eso?”

—“Muy fácil: con vivan los derechos del pueblo, en que nun­ca he creído, viva la libertad (dicho esto con voz de garganta, y no de pecho), y con las expresiones ampulosas de la razón públi­ca, el volumen de las ideas, la conciencia granítica, el pabellón de los libres, la tiranía doméstica, las faldas del Pichincha, el desierto de Se- chura, mezclado todo con algunos verbos de mi cuño, por supues­to retumbantes, y variado eso poco según las combinaciones del bi­nomio de Newton, que dan p ara acabar tarde o casi nunca, se tiene la salsa que he compuesto, y el fárrago con que he rellenado periódicos, memorias y discursos, y que me ha servido para llenar mi caja también”.

—“ ¿Y eso sólo ha bastado para el objeto?”—“No; que sin Gramática parda (black gram m ar), que me la sé

de coro, y mejor que eso, la he ejercido como profesor sin par, no hay ni tontos que engatusar, ni dinerillo, que es todo. Cuando he echado mis arengas (siempre las mismas como los sermones del pa­dre Comins), he echado también mis cuentas, y pensado para mí: pa­labras dichas, engaño hecho, y coma y beba yo con mis cincuenta casas que lo dan, y que he adquirido sin sudor, aunque otros pordio­seen, hambreen y rabien” .

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TEMAS POLITICOS 143

—“ ¿Y no has fundado escuela ni tienes discípulos?”—“Lo que es en la gramática parda, todos me han salido tor­

pes; en la elocuencia, mi más distinguido alumno fué Francisco F ran­co Flores, pero era harto candoroso y bueno, y se murió a lo me­jor del tiempo, es decir, cuando ya campaneaba más. El arte muere con el artista, y mi parola m orirá conmigo” .

—“ ¿Y no estás arrepentido y quieto?”— “No; que todavía afilo mi raboncito a ver si corta, y pongo

curare a mi romo aguijón a ver si envenena”.Acusado de embaucador por la sombra, se levantó la de la jus­

ticia para acusarlo.—“ ¿De qué has vivido toda tu vida?” —le dijo.—“De cizaña para la discordia, de invenciones para la calumnia,

y de hacer el m al por el mal mismo y por ver correr las lágrimas” .—“Eres un maligno”.—“Yo doy de mí lo que tengo”.Entonces la sombra que representa las clases trabajadoras, “te

ofreciste, le apostrofó, como el Moisés de los pobres, y en vez de conducirlos a la tierra de Promisión, los has sepultado en la mise­ria; tú y los tuyos opulentos, y ellos sin pan; tú y los tuyos con millones, ellos de puerta en puerta. Contesta”.

—“Defendí al pueblo para hacerm e rico con sus despojos y su sangre: desde que lo fui, lo que hago es echarlo de mi casa, o echar­le los perros, o voltearle la espalda, o hacerme el desconocido. Gri­to, pateo, insulto, blasfemo, y nadie me tose, porque el saco del li­mosnero es humilde. Ellos cogen y se van, y yo cojo y paso la lla­ve, me arrellano después en mi sillón a fum ar mi puro, y no hay más nada. Ande yo caliente, y ríase la gente. Muy cándido me creen si se figuran que yo me la he pasado perdiendo el tiempo y papan­do moscas. Que me m etan los dedos en la boca a ver si muerdo aún, aunque sea con las encías, que cuando tenía dientes, nadie lo hubiera intentado ni por pienso. Bonico me soy yo para simplezas: soy de los que creen que más vale un toma que dos te daré, que el que agarra la ocasión por el copete en casa la mete, que vale más que andar en cuero buen dinero, que el que no se apertrecha no pele­cha; y soy también el que con estas maximitas y otras parecidas, prac­ticadas, ha llegado a la opulencia en que vive, dejando a los de­más, entre ellos a mis protectores y amigos, cargando mandil y di­vertidos con las nubes”.

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144 CECILIO ACOSTA

— “Tu boca te ha sentenciado”.Ahora, una sombra que había estado en el Perú. — “ ¿Y el m i­

llón, dijo, que dió la nación del Sol para la familia de Bolívar?”__“Ese milloncito me lo engullí casi todo, que para eso son mis

tragaderas grandes; pero si se me volvió sal y agua, ya está visto cómo sin trabajo ninguno ni trabajar, pues nunca he agachado la espalda, engordo de nuevo y vivo como príncipe, cuyos aires tomo” .

Entonces la sombra de la buena fe.—“Tú, le interpelaba, atacaste ayer a Cecilio Acosta, llamándo­

le de oligarca empedernido y comparándolo con Robespierre y con Marat, de manera que, según tú, M arat y Robespierre eran godos y la Revolución francesa para establecer el godismo. Y luego, Cecilio Acosta ha sostenido siempre las doctrinas liberales, quiere gobierno de leyes, el ejercicio de todas las libertades, paga lo que debe, no engaña, no calumnia, no persigue, ha sido buen hijo, es buen herm a­no, buen ciudadano, buen amigo, y sólo enemigo de las tiranías y por todo, universalmente querido y respetado en Venezuela, en el resto de América y en Europa, en donde, como en nuestro continen­te, tiene las más altas relaciones. Persuádete de una cosa, nadie te tiene a ti por liberal sino por monstruo: liberal, según lo expresó muy bien un sabio de América, es el que da y no el que quita. ¿Pues no ves que Cecilio Acosta y malvado son vocablos que, como decía Mirabeau aunque con diferente motivo, bram an entre sí al verse juntos?”

__“Es verdad: mi chirumen está perdido: estoy cierto que si meabren la cabeza como patilla (sandía), me sacan los pocos sesos que me quedan, y me la rellenan con estopa, pienso lo mismo con la estopa que con los sesos. El tiempo es la madre de las ruinas” .

__“ ¿Y no sabes que Cecilio Acosta tiene una vida sin manchas?”—“Sí, pero yo la he tenido siempre llena de crímenes, y mi po­

lítica es engañar, fingir y calum niar”.—“Y luego ¿cómo te has atrevido a suponer que Bolet Peraza

necesita de ayuda? ¿No sabes que su ingenio es tan fecundo como abundante, festiva y fácil su pluma, y cuando quiere terrible, como un volcán en acción? ¿Quién deja de ver la luz del sol sino los ciegos?”

—“La culpa está en estos pocos sesos míos ya secos, y en es­ta resistencia que tengo a confesar la verdad. Le temo por su por­tentoso talento, pero trato de embotarlo con mis injurias, y le apli­co mi raboncito y mi curare”.

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TEMAS POLITICOS 145

—“¿Y por qué te desgañitas contra la fusión, cuando no hay con quién hacerla, ni nadie la pretende, ni tú tienes derecho a con­denarla, después que el 15 de marzo de 1858 se te vió por las ca­lles de esta capital (te vió el mismo Cecilio Acosta) proclamándo­la, a caballo, chafarote al cinto, y gritando “abajo los ladrones”, es decir, ruede la cabeza del que me libertó del patíbulo?”

Bajó la cabeza y nada contestó.Tras esto se levantó la sombra del decoro y la interpeló así:—“ ¿Tú no tienes vergüenza?”—“Ninguna”.—“ ¿Por qué?”—“Porque su color es de carmín, mis m ejillas ya no lo tienen,

y siempre he creído que el que se corre, corre y es vencido. Lo mejor es tener cara de no me doy por entendido, corazón de va­queta, y ánimo dispuesto al viento que corra, si corre dando. Pa­ra mí la filosofía es lo que entra, y la m oral lo que engorda. Y no me esté preguntando mucho, porque saco mi raboncito”.

— “ ¿Y sigues calumniando y maldiciendo?”—“Por supuesto” .—“Pues Cecilio Acosta no te contestará ni una palabra más. Le

atacaste y se defendió con tu historia, que es para una sola vez y no para repetida, porque produce asco. Lo que él te ha dicho, y esta sesión tétrica que va a imprimirse, quedarán como un monu­mento de verdad y un padrón de tu ignominia, que llevarán al b ra­zo todos como las filacterias los judíos, que se fijará en las casas en cuadros como un documento de horror, y que estudiarán de memo­ria los ancianos y los niños, para aprender con la ayuda de Dios a preservarse del m al”.

En este momento, la tiniebla fué más negra, el silencio más profundo, el te rro r más tétrico, la atmósfera más pesada, los pre­sagios más obscuros, la escena más espantosa; los muros se estre­mecieron, las tumbas se abrieron, los pinos se inclinaron, los sauces destilaron acíbar, y las sombras se vieron entre sí pero no se ha­blaron: como que había llegado un instante de grandes revelacio­nes, de oráculos terribles, de verdades fúnebres, y una campana se oyó temerosa y sombría, que se toca cada centuria, y que anun­ció llegada una hora suprema. El reo no pudo sudar a pesar del miedo, pero se fué todo él en chorreras de óleo.

Era la sombra de la libertad que pasaba, y que afrontándose con él, le dijo con voz estentórea:

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146 CECILIO ACOSTA

— “Tú no has sido el fundador del partido liberal, porque no lo fuiste en verdad, y porque al fin lo traicionaste. Lo fueron la no­bilísima familia Ayalas y Muñozes, con cuyo m artirio y cuyos he­chos, como los de los Régulos y los Camilos de la antigua Roma, tendría Colombia para ennoblecer sus anales. Lo fueron los Cara- baños, de ingenio fácil y patriotismo ardiente. Lo fueron los Mona- gas, tan bizarros en el campo de batalla como amigos de Bolívar. Lo fué Aranda, el gran escritor y estadista, como no hubo ninguno superior, m ientras vivió, en el Gabinete inglés. Lo fué Mariano Montilla, el conquistador de Cartagena y el padre de la cortesanía y de las gracias. Lo fué Tomás Lander, el pensamiento profundo, la sal de ingenio y el chiste cáustico. Lo fué Francisco Mejía, nuestro Néstor hoy, y varón que ha vivido para la patria como un alumno para la libertad. Lo fué Manuel María Echeandía, el enamorado de ella, el paladín de los principios y el Tancredo del progreso. Lo fué Tomás José Sanavria, el eminente abogado, el promotor de los estudios universitarios, y que tenía de hombre público, de m agistra­do y caballero. Lo fué Diego Ibarra, el edecán amado de Bolívar. Lo fué Luis Blanco, que murió sin remordimiento propio ni ofen­sa ajena. Lo fué el General José Félix Blanco, cuya probidad, in­teligencia y patriotismo serán ejemplo póstero y gloria patria. Lo fueron mil otros, como el gremio agrícola casi en masa, y dejo de contar” .

“Tú fuiste instrumento que después se quebró, y agente que abusó de los poderes.

“El partido liberal que es la causa de los pueblos y el porve­nir de América, no quiere sino un gobierno de leyes, y tú has sos­tenido el despotismo; sino principios, y tú quieres personas; sino res­peto a las garantías, y tú has aconsejado que se violen; sino amor a los demás, y tú los desprecias; sino tolerancia con todos, y tú vi­ves en guerra continua; sino acatamiento a las opiniones ajenas, y tú no quieres sino que prevalezca la tuya, como tu dinero, tus ca­sas, tu orgullo y tu insolencia. Al fin has terminado por defender el guzmancismo, es decir, tu obra; y la República no quiere seño­res sino ciudadanos.

“A ti nadie te quiere, ni te solicita, ni te oye, ni te aplaude, y estás aislado sin otro compañero que tus gritos cuando los das en tu casa, y tus disparates cuando los escribes por la im prenta; so- lus in Israel.

“Se te acusa por todo, porque estás ya juzgado, y se te aguar­da para la condena” .

El instante más solemne de la hora suprema había llegado: co­sa que no sucede sino como cada cien años, cruzó un relámpago por

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TEMAS POLITICOS 147

el Cementerio y se iluminó de súbito; se articularon los huesos del osario, y empezaron a pasar por delante del reo un esqueleto tras otro que, o le señalaban con el dedo, o se le reían en su cara, por­que todos habían sido sus víctimas, o sus perseguidos o sus m árti­res. Hubo un crujido espantoso en el osario cuando todos se reco­gieron, se desarticularon y ocuparon su asiento fúnebre.

Después de esto pasó la sombra de Bolívar, el manto de la li­bertad pendiente al hombro, la corona de la gloria y de todos los prestigios ciñendo su frente, en la mano la ejecutoria de todos los genios que le reconocen a él como al prim ero, y dijo al reo:

—“Tú no querías para mí ni un palmo de tierra en la que yo conquisté con mis hazañas: ¿no es verdad?”

— “Sí es verdad” .Luego pasó la sombra de Páez que llevaba un escudo con re­

lieve en que se representaba a Aquiles arrastrando a Héctor con correones que lo ataban a su carro, alrededor de los muros de Tro­ya, y volviéndose al Prócer le interpeló:

—“Yo he derram ado mi sangre por la patria, y tú me llamas godo: me atribuyen valor, y tú m e lo niegas. ¿Es verdad?”

— “Es verdad” .Tras esto pasó la sombra de Soublette, el B erthier venezolano,

el director de la guerra de Colombia, el varón inmaculado, e in ter­peló al criminal:

— “Tú me has llamado ladrón, y profanas todos los días mi se­pulcro: ¿es verdad?”

—“Es verdad” .El Prócer, cayó con esto en desmayo, no bullía ni mano ni pie

aunque estaba vivo, la escena había dejado de tener interés, y la sombra que presidía el Consejo, mandó que se le asiese y se le lle­vase en volandas al lugar de donde se le trajo. Así se hizo, se di­siparon las sombras, y volvió el silencio más profundo a ocupar la ciudad de los muertos.

(De: “En defensa propia” , Caracas, noviembre 15 de 1877. Obra* vol. IV, pp. 217-232).

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EL MUNDO CONTEMPORANEO

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HispanoaméricaEstando por lo común sujeta la mocedad de los pueblos a agi­

taciones continuas, nacidas de su propia inexperiencia, y siendo la índole democrática propensa a esa movilidad que va en pos de los medios para fundar instituciones, ni tienen nada de extraño seme­jantes luchas internas, como síntoma general que son de desen­volvimiento fisiológico, el cual de ordinario es ciego de suyo, ni pue­den tomarse en ese sentido como tema de censura y de acusación excepcional. Ni son los nuestros los únicos países que han dado el ejemplo, ni los que lo han llevado más adelante, y antes por el con­trario, nuestras convulsiones son las más civilizadas, y concluidas, no quedan ni rastros de odios: los campamentos se ven uno en frente del otro el día del combate, y después confundidos, como si fuesen de una misma familia, ofrecimientos y servicios. Aquí hay dos co­sas que tener presentes: la justicia coetánea y la justicia póstera o filosófica. La prim era, es verdad, debe fruncir el ceño y ser se­vera contra los promovedores de bandos civiles y los que tienen por oficio quitar la compuerta a las pasiones para preparar un esta­do de cosas en que el progreso no se contradice, pero se para: en este caso es conveniente que haya Plutarcos que cuenten con candor, y Tácitos que castiguen con azote. Pero la justicia filosófica es la que se sitúa en eminencias para ver a gran distancia las hondo­nadas y los valles sin quiebras ni hormigueros, la que observa la ley del movimiento y las tendencias del impulso, y la que deja los pormenores para atender al conjunto. Bajo este punto de vista na­die puede echarnos en cara nuestra situación ni nuestra marcha, que si algunas veces está llena de embarazos, al cabo vuelve al camino y va al progreso. En nuestra casa tenemos a Dios, que quiso derra­mar aquí sus más ricos dones naturales; nuestra índole es un atrac­tivo continuo porque tiene abiertos los brazos para todos; nuestros horizontes agotan el espacio sin agotarse ellos mismos, para cubrir montes que son tesoros y ríos que son mares; nuestras tierras acli­matan todas las plantas; en nuestros pastos no se pueden contar los rebaños; y con el espíritu industrial, que ya lo tenemos, y con gran­des empresas, ya fundadas, y con nuestro genio, tan propio para las

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154 CECILIO ACOSTA

artes como para las ciencias, éste será dentro de breve uno de los mayores emporios de la civilización.

Sin duda con el fin de disminuir la frecuencia, cualquiera que ella sea, de estas conmociones, que encuentran algún correctivo, aun­que indirecto, en el estrechamiento de los lazos de familia, es que el señor Torres Caicedo trata de la Unión latino-americana, con el pro­pósito de verla establecida y con la mira puesta a una m ultitud de intereses internacionales que no se pueden fundar sino tras discusión y avenimiento. Conviene uniform ar hasta donde sea posible la le­gislación interna de los varios países así en lo civil como en lo criminal, los aranceles de importación y el régimen postal, telegrá­fico y de caminos de hierro: asegurar la propiedad de las marcas de comercio y los privilegios literarios y artísticos; comprometerse a ligas aduaneras (zollverein) temporales, buscando en ellos junto con las mayores facilidades para el tráfico, mayor baratura en los con­sumos; fundar en precedentes americanos y en enérgicas declaracio­nes la protesta correspondiente contra ciertas prácticas abusivas del Derecho de Gentes, que no tienen otro apoyo que la fuerza; definir de un modo más preciso los principios y extender más el uso del derecho internacional privado; reconocer la necesidad de ofrecer me­diación o buenos oficios en el caso de rompimiento o cuando ame­naza haberlo entre pueblos hermanos; convenir en las facultades y aun privilegios que deban reconocerse a los cónsules, a fin de hacer su acción más expedita y clara y su ministerio más fecundo, etc. Estas y otras materias de igual importancia debieran ser tratadas y resueltas en un congreso de plenipotenciarios, y si fuere menester en congresos periódicos del mismo carácter, estableciéndose en pre­visión de esto último bases constitutivas o reglas para los puntos de discusión, y en todo caso la sanción que hiciera obligatorias las re­soluciones, ya que éstas habrían de tener de suyo por lo menos el carácter de acuerdos diplomáticos.

Así, creados estos nuevos vínculos internacionales, la necesidad de mantenerlos por la observancia recíproca, los nuevos beneficios resultantes, y hasta el ejemplo extraño, contribuirían poderosamen­te a m ejorar la condición moral y m aterial de las naciones respec­tivas, a que cooperaría también la índole misma del pacto con su tendencia a moderar el sistema tributario aduanero, puesto que se­ría menor el cebo de la ambición personal, ávida siempre de tras­tornos y de aspirar al poder, no por la gloria que él dé, sino por medros torpes e hidrópicas ganancias. La mayor suma de paz, con­secuencia natural de lo dicho, sería de suyo una ventaja inmensa, calculable a prim era vista por los muchos millones que devora año por año la guerra, y si entran en cálculo los otros frutos casi in­definidos del sistema, se verá la conveniencia de adoptarlo. Con es­to la idea de Monroe tendría más sanción, seríamos más respeta­

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TEMAS POLITICOS 155

dos, pues nuestro progreso sería más rápido, y lo que es hablando de presente, la espantosa lucha entre Chile, Bolivia y el Perú, o no se verifica o no llega a estos desastres.

(De: “José María Torres Caicedo”. Obras, vol. III, pp. 155-159).

HispanoaméricaMe entran ganas, siquiera por vía de queja, de paso no más, y

como aquel a quien le duele ver el mal en el suyo, de mencionar algo de lo que sucede en algunos países de Hispano América: que se llame orden la servidumbre, política la cábala, progreso el delirio, y liber­tad la agitación: que las paces sean para perder derechos, porque los gobiernos los absorben, y las convulsiones para perder con la vida los bienes, porque los caudillos m ilitares los codician: que el más influ­yente o el candidato favorito, sea el que más mató, o el que más robó, o el más animal, como coco o bien como instrum ento de partido: que se haga ostentación de proteger las luces, al mismo tiempo que, o se persiguen o se temen, de m anera que los hombres inteligentes honra­dos, que todo lo crean, hasta los códigos, hacen en política el papel de los músicos en los bailes, tocarlos, pero sin bailar ni cenar, que anda­mos con frecuencia tras doctrinas vetustas o lo que es lo mismo, bus­cando trapos viejos, después de desechados por el mundo culto, ya de gala: que las leyes sean para escritas, las constituciones para cambia­das y la justicia para ser la acusadora de las faltas; junto con todo lo cual se m irarán también con espanto administraciones que se empu­jan, pueblos que se destrozan, intereses que hierven, pasiones que se inflaman, y como el espectáculo más aterrador, la virtud vergonzante y por el suelo y el vicio a la puja y ensalzado.

(De: “Carta al señor don José M. Samper” , Caracas, 20 de diciem­bre de 1878. Obras, vol. II, p. 312).

AméricaEn nuestra América se fundó el edificio sobre área limpia y los

cimientos se echaron con los principios más hermosos y los derechos más amplios. La sociedad se encontró sin amos al organizarse; los do­nes se repartieron iguales para todos; no fueron vinculaciones de la fuerza o imposiciones del destino, ni privilegios, ni monopolios, ni cla­ses poderosas, y la máquina pudo funcionar igualmente bien para el progreso como había funcionado bien para la gloria. Desórdenes es verdad ha habido y continuará habiendo por algún tiempo en los va­rios Estados, trastornos, guerras y los demás de que adolece la moce­dad de las naciones; pero, sobre que no es posible destruir la fisiología

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156 CECILIO ACOSTA

antropológica, nótese que los malos gobiernos se derriban pronto, que los caudillos pasan y que esa misma instabilidad con que los farsantes políticos llevan una careta hoy que les quita mañana la ley, está p ro­bando que si se engaña es a nombre de ella y que la ley es la llamada a ser al fin práctica y norma. En este sentido la inmovilidad es muerte, como es vida el movimiento.

El que hay en los espíritus para todas las conquistas de que ellos son capaces, el que hay en la prensa para la expresión del pensamien­to, el que hay en las constituciones para las reglas, máximas y orga­nizaciones más adelantadas en política, el que hay en la legislación para ponerla al nivel de lo más alto, el que se nota ya en las indus­trias para aprovechar nuestras fuerzas productivas, en suma, el que hay en todo es tan grande, que estas comarcas, si no tienen la más grande, van a tener, llegado el tiempo, la m ejor civilización; a que se agrega, para hacerlo deseable por todos y que se trasiegue acá el Viejo Mundo, esta índole nuestra que no tiene enemigos, esta nuestra hospi­talidad que no reconoce extraños, y este territorio espléndido sobre que el cielo difunde todas sus luces y la naturaleza derram a todos sus dones

(De: “José María Torres Caicedo”. Obras, vol. III, pp. 134-136).

Las Repúblicas hispanoam ericanasEn nuestra América latina, Chile toma consistencia; la República

Argentina, cuyo cerebro está en la provincia de Buenos Aires, ha lo­grado ya allí vida regular; y Colombia ha dado más de un ensayo de buena nota y crece con esa savia que yo hallo siempre en el periodis­mo libre, porque sirve a dar la voz de guía, de alarm a o de consejo en todas partes; si bien algo la daña el fermento, subido de punto, de no­vedades peligrosas, y el peligro, por lo anticipado, de teorías sólo be­llas. El Brasil también está fundado, y no falta alguna República de Centro-América en donde se ha empezado a ver lo mismo; bien que, para decir la verdad, en uno y en otro caso la situación favorable de los países respectivos depende casi en un todo de la influencia perso­nal de los Jefes del gobierno. De resto, casi todos los demás pueblos van mal, o van a saltos, o están en anarquía si no de hecho, legal; sobre todos México, ejemplo vivo de lo que valen constitución sin base, leyes sin costumbres, costumbres sin freno, y el uso de una libertad cuyos únicos apóstoles y ejecutores son los tribunos de esquina y los cau­dillos de matanza.

(De: “Leyes secundarias". Obras, vol. III, p. 3*).

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TEM AS POLITICOS 157

La civilización y el destino de HispanoaméricaLa civilización viaja: ora sea que haya menester sacudir los re ­

sabios del tiempo o quebrantar los grillos de rancias tradiciones, vé- sele muchas veces levantarse en sus alas para buscar otros espacios y otro suelo, testigos Egipto, Grecia y Roma; y hasta le conviene tam ­bién in jertarse en otras razas, como hicieron las comarcas del Bajo Imperio con los enjam bres del Norte, para así lograr una savia más abundante y una regeneración más poderosa. El que obra esto no es el hombre, de suyo imprevisivo y flaco, sino las grandes leyes del mundo social, así como obran tam bién en su esfera las leyes del mundo físico, desencadenando las tempestades para fecundar la atmósfera, desatando las lluvias en torrentes para abonar las tierras y alegrar los sem bra­dos, y llenando el vacío luego que se forma, para que todo esté poblado y lleno.

El destino, en efecto, inclina hacia nosotros su rum bo para le­vantar aquí sus tiendas, no m eram ente por esta naturaleza m últiple y rica con tanto producto y clima vario, para la inmensa extensión de estas tierras, en las que los horizontes parece que agotan los cielos sin agotarse ellos mismos; sino por nuestra índole, con los brazos abiertos para todos los hombres, nuestro entendim iento fácil para todos los co­nocimientos, nuestra adaptabilidad de genio a toda clase de cultura, y nuestro delicado gusto, que cuando no conoce el arte lo adivina. La civilización no se vincula sólo en la industria, que va o viene como el comercio, sino en las razas que tienen espíritu, y la nuestra posee el más fino e ingenioso. Apenas falta que corra un poco más el tiempo y entonces se verá florecer la paz y crecer el progreso a la sombra de instituciones como las nuestras, levantadas sobre una base nueva, sin complicaciones con lo pasado ni contratos con la fuerza. Entonces se reconocerá más la obra de Bolívar, San M artín, Sucre, Páez, Nariño y tanto claro varón, sobre todo del prim ero, que dejó la huella más profunda en la historia. Entonces tendremos una nueva ley externa convencional, en que aparezca extirpada la guerra por medio de a r­bitramentos con sanción. Entonces habrá nuevos consistorios para las artes liberales y en las letras, para dar la joya al vencedor, m ostrán­dose así “aquel avantaje que Dios y natu ra ficieron entre los claros engentas y los obscuros”, se hablará el castellano por gala en ex tran­jeras tierras, y se proclam arán, sirviendo él de órgano, en las cortes de la libertad, los últimos triunfos del derecho.

(De: “José María Torres Caicedo”. Obras, vol. III, pp. 234-236).El porvenir de América

Acierta usted en antever para nuestra América el espléndido por­venir que le prepara la suerte, y en señalar en los sucesos contempo­

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158 CECILIO ACOSTA

ráneos, tomados en globo y estudiados en sus tendencias generales, el desarrollo de ideas sociales y políticas que van en marcha rápida y triunfal a hacer, en época que ya casi se toca, la industria común, la agricultura próspera, las artes florecientes, las ciencias populares, la libertad práctica, y a abrir para la humanidad una nueva era, no en que se defiendan resabios antiguos o se luche estérilm ente contra ellos, sino en que el progreso se siente en medio de una naturaleza flam ante y rica en dones y de los recursos que ofrece un talento fácil y un in ­genio feliz, para poblar los caminos, ocupar los rumbos del mar, inun­dar los mercados, llenar las universidades, museos y escuelas, y trans­form ar el continente en una inmensa área en que no se oiga otra cosa que el silbato de la locomotora, el ruido del tráfico, la voz del derecho, la reclamación de la tribuna, el contento del hogar, y la historia de una felicidad que pasa, aumentada con los anales de otra felicidad que le sucede.

No será m aravilla que esto acaezca, aunque sea una m aravilla, acaecido; porque ni lo uno está distante, sino antes bien muy de acuer­do con el desenvolvimiento progresivo, ni lo otro aparecerá menos que como un hallazgo providencial, después de que por una experien­cia dolorosa hasta ahora, hemos visto: a los siglos pasar como espec­tros para encerrarse en tumbas que no representan sino generacio­nes empobrecidas y humilladas: o, para depositarlos en ellas, a la historia cargada de despojos traídos o de leyes cesáreas, todavía sub­sistentes, que no han dado sino servidumbres, o de campos de ba­talla que no han dado sino sangre, o de sistemas filosóficos que no han dado sino errores, o de sistemas políticos que no han dado sino burlas, o de lágrimas de la m ayor parte del género humano, que sólo han sido lluvia para regar los campos, aceite para mover las m á­quinas, y título infame para asegurar el dominio de los opulentos señores.

La mala organización de que atrás he hablado 1 no tocó a Amé­rica, en que no había hábitos vetustos y tenaces que combatir, una vez consumada la Independencia, ni distinciones de raza, ni p riv i­legios seculares, n i vínculos, ni monopolios, ni absorción de propie­dad, ni preocupaciones dinásticas: nada de esto ni otra cosa es hoy estorbo, y la máquina social y política puede moverse libremente. Dejos coloniales quedaron; pero sobre ser éstos de segunda mano, per­tenecen al número de los que es más fácil desechar que retener. Errores puede haber, y para eso es la censura, lo mismo que puede haber abusos, que se previenen y corrigen por la responsabilidad; pero ésas son pedrezuelas que ceden o se desquebrajan al impulso y pe­

l- Ha enumerado los males y miserias que aquejan a la hum a­nidad. N. del E.

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TEMAS POLITICOS 159

so de la rueda: la m ala escuela desaparece, la farsa se acaba, y al fin la verdad reluce, la institución queda, y el derecho triunfa.

La empresa que los libertadores llevaron a cabo en la parte es­pañola de este nuevo continente todavía no ha podido ser bien apre­ciada en el antiguo, porque hasta ahora la m ayor parte de su histo­ria no está escrita más que en castellano, que casi sólo se sabe y se lee en los países de su raza; y sea por esto, sea porque se crea hallar creces para la honra propia en el decaimiento o deslustre de la ajena, sea porque algunos o muchos en u ltram ar no amen nues­tras instituciones, y hayan creído útil ponerles malas notas, lo cier­to es que algunas veces se nos ha juzgado pésimamente y se nos ha desacreditado, citándose para ello nuestros ensayos como prematuros, nuestras novedades como peligrosas, nuestros cambios como frecuen­tes, nuestras constituciones como efímeras.

El juicio es un derecho; pero no lo es en nadie inclinarlo a mala parte, ni buscar en él de propósito un motivo de desprecio a los demás. Nada tenemos de que avergonzarnos delante de los ex­tranjeros, y ellos sí mucho que aprender, gozar y adm irar en esta índole nuestra que va al encuentro a dispensar el bien, o busca los me­dios de hacerlo por hacerlo; en estos cielos, todos de zafir, y como barridos, para hacer divino el azul, por la mano de los ángeles; en este aire, todo fomento; en esta vida, toda delicias, patriarcal, fran ­ca y de familia; en este espíritu, fino en el salón, alto en el gabi­nete y desparram ado en la confianza; en este carácter, que da con la mano lo que lleva dentro del pecho; en esta libertad, que si cla­ma como los Gracos, salva como Cicerón, y es la misma en el foro, en el senado y en los comicios; en esta naturaleza, en que basta extender la mano para hallar pan, y pedirle cualquiera de sus for­mas o espectáculos sublimes o hermosos para en ellos ver a Dios.

Si algo retarda el que se posean de lleno estos goces, es que las cosas no han llegado aún a su punto, y se remueven en busca cada cual' de su descanso; o la impaciencia de lo m ejor o el deseo de hacer figura, o los celos del mando, o la ambición desapoderada, que es mal de todos tiempos, m antienen a veces una agitación febril, que si en los pormenores culpa, dejan tam bién ver en el fondo un desarrollo de vida, y un movimiento de ascensión. Vamos, vamos con todas nuestras faltas, que son sombras de los cuerpos, en pos de un gran destino, y pronto tendremos en ejercicio, en medio de una abundancia que rebose, y de una paz, envidia ajena, la invención griega para las artes y el genio de Roma para las leyes.

Entonces se com prenderá lo que han hecho los libertadores de Colombia, y sobre todo, lo creado por Bolívar. Bolívar es un hom­bre portentoso. Cuanto se platicó en las plazas de Atenas en la exul­

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160 CECILIO ACOSTA

tación de sus brillantes triunfos, cuanto soñó Platón de sublime y bello, todo lo realizó él. Pasó por la tierra como un relámpago, por­que sus días fueron cortos, y asombró el cielo de las grandezas humanas. Tuvo la celeridad de Alejandro, la elocuencia graciosa de César, el cálculo profundo de Napoleón; y sin embargo, ni domi­nó a Roma, ni sojuzgó a Europa, ni ató a Asia, sino que desató al mundo. Con su espada y con su genio dividió la historia en dos mitades, y se colocó y colocó a su obra en la m itad del derecho, de que fué adalid, amparo y numen. Purificó el templo de la glo­ria, de donde lanzó a los tiranos, emancipó de la fuerza a las ideas; y tan extraordinaria se alza su figura en la corriente de los siglos, que si alguna vez las sociedades llegan a envolverse de nuevo en tinieblas y errores, se volverá la vista a él, como a un evangelio p a­ra la doctrina y como un faro para la luz. El día que la libertad tenga su Olimpo, él será el Júpiter; el día que el tiempo presente tenga nieblas, él será el mito; el día que la política universal ten ­ga sistema planetario, él será el sol.

(De: “Carta al señor don Florencio Escardó” , Caracas, 25 de mayo de 1878. Obras, vol. II, pp. 20-21, 25-28).

Europa y AméricaEuropa todavía tiene en muchas partes la armazón feudal; toda­

vía allí hay vínculos y nobleza territorial, clases privilegiadas, in ­dustrias sin desahogo o sin el que les conviene m ientras el capital imponga la ley al salario, y el pueblo no progresa sino que está; m ien­tras que América es llamada a otro destino con esta naturaleza v ir­gen y fecunda, estos sus hijos amantes todos de la libertad, y la ven­taja de haber hecho la prim era planta de su edificio sin compromi­sos anteriores, ni tradiciones añejas. Para los Napoleones y los Em­peradores de Rusia, amigos de servidumbre de los otros y de tro ­nos para ellos, tenemos aquí a Bolívar y a Washington, que alcan­zaron la redención humana en espléndidas campañas que nunca aca­bará de bendecir y magnificar la historia, y dieron por esto m ate­ria inacabable para lo que hoy en adelante se llam ará la epopeya de la humanidad, en que ellos son los protagonistas, y el salvado y res­tituido a sus derechos el pueblo todo.

(De: “El General Ju lián Trujillo y consideraciones sobre políti­ca general y de actualidad”, Caracas, diciembre 3 de 1877. Obras, vol. III, pp. 303-304).

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TEMAS POLITICOS 161

El BrasilA pesar de la distancia —que no fuera nada, a haber trato más

íntimo— y de la falta casi absoluta de éste, al B rasil lo tenemos siem­pre en Venezuela ante los ojos, por la cultura que ha alcanzado, el or­den de que disfruta y la sabia adm inistración que lo rige; sin sernos desconocidos: ni sus cosas internas, de ordinario puestas en justicia; ni su agricultura, que va delantera; ni su espíritu, que nos gustara más ver asiduo dentro que inquieto fuera de la propia casa; ni sus hombres así de Estado como de estudio, de los cuales cuenta tantos; ni su gobierno, notable en general por su cordura, fruto éste el más preciado de la sabiduría política, y para práctica, la m ejor lección de la experiencia.

El Brasil es un gran pueblo: la constitución (cuya fecha me pa­rece ser de 1834) se cumple religiosamente, los cuerpos deliberantes son independientes, el poder m oderador no abusa, el municipio es po­der como lo es la prensa, la asociación derecho, la ley verdad, y lo mío mío y lo tuyo tuyo; lo cual sirve para enseñar una vez más, que las instituciones, para ser útiles, no deben estar sólo en el papel si­no en la práctica.

(De: “Quintín Bocayuva o Un nombramiento digno” , Caracas, 24 de junio de 1878. Obras, vol. II, pp. 277-8, 281-282).

ChileNo quiero poner punto sin felicitar por todo a Chile, pueblo que

amo por sus preciadas conquistas. Después de haberse distinguido tanto por su cordura adm inistrativa, el timón más seguro en el m ar de la política, viene ahora a ofrecer esta nueva prueba de su antiguo amor a los estudios; y no puedo ocultar la satisfacción que experi­mento. Miro éstos como triunfos de familia, aunque no fuese más que por ese Bello, cuya cuna se alzó aquí para producir allá sus fru ­tos más sazonados, y que quiso tener dos patrias para darles su in ­mortalidad, notable en él por un ingenio clásico, una vida serena y una virtud sin mancilla.

(De: “Contestación a la Academia de Bellas Letras de Santiago de Chile”, Caracas, 2 de noviem bre de 1874. Obras, vol. III, p. 118).

José M aría Torres CaicedoEl Excelentísimo señor Don José M aría Torres Caicedo, Ministro

Plenipotenciario y Enviado Extraordinario del Salvador, nacido en la

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162 CECILIO ACOSTAentonces Nueva Granada, hoy Colombia, fué agregado por su precoci­dad, imberbe aún, a una legación diplomática de prim er orden de su país acreditada cerca del gobierno francés, y desde entonces ha perm a­necido como en residencia principal en París, en donde continuó for­mándose él solo hasta ser lo que hoy: un centro de notabilidad de aquella capital, que acuden a su casa como a una cita de ingenio, un caballero sin mancha en el escudo, un hombre que piensa lo que hace y cumple lo que dice, un diplomático americano que ha desempe­ñado misiones importantísimas en Europa, un estadista cuyas doctri­nas son citadas en obras de prim era nota y un escritor eminente así en lo ameno como en lo elevado, filosófico, histórico y político, cuyas obras han merecido el juicio favorable nada menos, entre otros céle­bres escritores, que de Víctor Hugo, Lamartine, Castelar y Julio Janín.

Mi amigo es (puedo re tra tarle sin haberle jamás visto) de muy pequeña estatura, actitud erecta, rostro animado, ojos pequeños y vi­vos como dos chispas de diamante, nariz fina y correcta, andadura activa, habla fácil y rápida. Esto en cuanto a lo físico, en lo que mira a lo moral, amigo de etiqueta y hábil en el trato que la exi­ja; el primero en observarla, pero siempre celoso por la paga; cul­to y cortesano en maneras; apercibido siempre para el deber, prepa­rado siempre para el trabajo, y tan lleno de benevolencia en la amistad, que por ella se quedaría uno sin saber que hay debajo de aquel velo tal sabiduría oculta y ta l grandeza de espíritu como la suya. Es amabilísimo y hasta íntimo, pero siempre está de arm a­dura puesta, o como un signo de consideración al amigo mismo o como un escudo de su decoro personal. No cree nada hecho si hay algo por hacer, y es incansable. Teniendo relaciones con todo el mundo civilizado, casi todas las cartas son de su puño; pero escri­tas con rapidez de rayo, apenas se entienden, y es preciso aprender a interpretarlas. Con comunicaciones con toda Europa y América, con una legación que desempeñar, con inmensas relaciones que cultiva, tiene sin embargo tiempo, para él elástico, para los amigos y para estudios serios con cuyos frutos enriquece cada día más las biblio­tecas. Nadie más cumplido que él: jamás deja de contestar una car­ta ni de corresponder a una demostración o un afecto. Nadie más sensible al honor: los caballeros de Calderón están pintados; pero To­rres Caicedo es un caballero vivo. Puedo citar entre m il un rasgo suyo, el siguiente: disgustos cuya causa no importa decir produje­ron un duelo que se verificó el año pasado entre él y un Ministro público de Guatemala. Torres Caicedo era realm ente el ofendido y tenía la razón. Pues bien, verificado el acto, y habiéndome escrito, nada me dijo, y a pesar de que yo en tres cartas mías le hablé so­bre el suceso, a la tercera fué que vino a contestarme estas meras y textuales palabras: “me batí, querido amigo, porque vi abiertas las puertas de la cárcel para un americano investido con un carácter pú­

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TEMAS POLITICOS 163blico, y creí deber mío ennoblecerle poniendo en sus manos un a r­ma”. Esto lo trascribo de memoria, porque tal impresión me han hecho. Plutarco no tiene en ninguno de sus hombres frases más ele­vadas, y sólo Foción entre los griegos y Catón entre los romanos hu­bieran hablado con tal nobleza y ta l desinterés.

(De: “José María Torres Caicedo” . Obras, vol. III, pp. 140-142).

Los Estados UnidosDescansando muy desde los principios en la escuela y la in­

dustria como en dos ejes, los Estados Unidos han llevado una m ar­cha y alcanzado un progreso desconocido en los tiempos históricos; no pudiendo decirse, en vista de tales condiciones de sanidad y se­mejante vigor y lozanía, cuándo puede en trar en descomposición tan bien organizado cuerpo, a no ser que sea por una de esas grandes re­voluciones sociales que todo lo conmueven y desquebrajan; y aun en­tonces mismo no sería sino para presentar en sus fragmentos nuevas entidades de salud perfecta y de crecimiento vital. Cuerpos así, si se quebrantan, es como el vidrio para dejar en las partes puntos lu ­minosos.

Lo prim ero que se nota en los Estados Unidos es la consolida­ción de las instituciones, las cuales consisten en aquella forma or­gánica que da una m anera de ser por lo menos sólida y muchas ve­ces permanente: allí no existen esos trastornos que conmueven has­ta el fondo la sociedad, ni es cada campamento el teatro de la pro­clamación de una nueva constitución, ni se sucede un gobierno a otro gobierno, sino una administración a otra administración; lo cual es importantísimo, no sólo porque la vida se desarrolla por procesos regulares y no por convulsiones epilépticas, sino porque así se for­man costumbres y se crean hábitos sociales, que sólo pueden con­servarse en medio de la uniform idad tradicional y del respeto a las cosas existentes. Son tan im portantes las instituciones cuando han echado raíces, que aun aquellos mismos pueblos que las tienen, no por amor de los súbditos a ellas, sino por la fuerza de la tradición o el poder de los gobiernos, logran a su sombra fundar por lo m e­nos el orden, prim era condición de la vida social y elemento po­deroso de la paz: verdad es que esto no es la suma de todos los bienes, pero ya es uno, y tal vez abre camino para en trar en pose­sión de los demás. Nada es más fatal a las naciones que las fre ­cuentes guerras intestinas que hacen tabla rasa de todo, porque im­ponen la necesidad de reconstruir de nuevo el edificio, para nin­gún bien de él, porque es con los mismos escombros, ni de la so­ciedad, que va a verse de nuevo en la intemperie: se obra de esta

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164 CECILIO ACOSTAmanera como obraría un segador que quemase todos los días las gavilla* que trae, sólo porque pudiera traer otras del campo a la era.

Lo más digno de atención y lo que sirve de ejemplo en los Es­tados Unidos, es que allí las instituciones están asentadas en tres condiciones que las hacen siempre respetables y sólidas: que la ley siempre se cumple; que ésta es la expresión de la voluntad nacio­nal; y que los ciudadanos la miran como un escudo que protege su vida, su honra, su propiedad y su industria. Y como todos saben y experimentan esto, porque lo leen en los periódicos y lo ven de bulto en sí mismos, cada día que trascurre el organismo se afina más, porque la unión es más íntima y la traba más fuerte. Con cuyo motivo es de observarse la diferencia que hay entre las institucio­nes norteamericanas y las de algunos países europeos; en éstos aqué­llas nacen de un orden de Estado, mientras que en los Estados Uni­dos es el resultado de un orden armónico y vital.

Como consecuencia (y éste es otro punto que llama la atención), las elecciones que en otros países pueden ser causas de revueltas, de proyectos de ambición, de trastornos, en los Estados Unidos pasan sin más movimiento que el que nace de los intereses bien enten­didos: obra en ellas el bando político y no la facción, la pluma y no el sable: y después que los partidos se han agitado en plazas y ca­lles o alrededor de una plataforma, callan y obedecen sumisos a la ley, después que salió el voto definitivo de las urnas sagradas. Es­ta regularidad de procedimiento proviene, por una parte de la vene­ración que inspira la constitución, y por otra de que siendo la m a­yoría del pueblo americano trabajadora e industriosa, y por lo mis­mo independiente individualmente, no tiene la fiebre de la empleo­manía, que en otras partes forma costumbres públicas o medios de vida o de carrera. Lo cual se dice, no porque falten aspirantes, que siempre es bueno que existan, sino porque tal no es el carácter do­minante de la nación.

La distingue además el espíritu de empresa, que no reconoce lí­mites, el espíritu de industria, que no admite descanso, y ese afán con que va tras los inventos mecánicos, para hacer aprovechables las fuerzas naturales, barato el trabajo y general la riqueza. En agri­cultura sólo cede, y eso en muy poco, a la Francia, lo que es m u­cho decir; en maquinaria no se avergüenza delante del pueblo más adelantado, y en marina mercante, sólo tiene que ir detrás de In­glaterra, a la cual sobrepujará dentro de poco. Tiene más de cua­renta mil millas de ferrocarril, una red de telégrafos que cubre el territorio, numerosas ciudades que son emporios de comercio, y un pueblo que lee y escribe casi en su totalidad, y que trabaja tan ­to, que parece un enjambre de abejas, sin otro oficio que enrique­cer los panales de la colmena. Ha ajustado tratados públicos con

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TEMAS POLITICOS 165

todas las naciones, para hacer prácticos los mejores principios de de­recho internacional; sus tribunales de presas han sido siempre cé­lebres, como sus fallos, textos de jurisprudencia; su Corte Suprema es un oráculo; sus Congresos, legítimos órganos de la voluntad na­cional; el jurado la garantía del honor y de la vida, y la adminis­tración de justicia en general, un modelo digno de imitación. Sólo es sensible que en punto a Derecho de Gentes haya llevado algunas veces sus pretensiones hasta proclamar teorías que no tienen en su origen más que un rigor metafísico, y que serían en la práctica de dura aplicación; en lo cual me refiero en especial a lo que se pro­clamó como doctrina respecto a derechos de beligerantes en la Gue­rra Separatista, y a lo que pasó con algún buque neutral. En esto aludo al Trento, cuya cuestión tengo tratada con alguna extensión y aún inédita.

Por lo demás, nada hay más maravilloso hoy en el mundo so­cial que los Estados Unidos: cultivan las ciencias y las artes; promue­ven todo género de industria; están en todas partes como especula­dores, comerciantes, sabios, viajeros; cuentan una población de más de cincuenta millones; y lo que es su propia casa, es tan extensa, que poseen tres millones de millas cuadradas, es decir, el territorio más grande después de Rusia, las posesiones inglesas y la China, co­mo si hubiesen menester tanto espacio para mover sus gigantescos miembros.

(De: “Revista de Europa y de los Estados Unidos de la Améri­ca del Norte” , en Obras, vol. I, Caracas, MCMVIII, pp. 246-250).

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b) Otros países

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FranciaNo hay en los tiempos modernos un país más adm irable que

Francia, principiando por su im portancia industrial, agrícola y fabril y acabando por la distribución proporcional de su riqueza; y es me­nester ir a ella, especialmente a París, para conocer que allí es donde han alcanzado sus más brillantes triunfos las ciencias y las artes, tiene su asiento la cultura social y el espíritu reina. Se va a París como se entra a su casa, por el agasajo de su brillo, pero ade­más es la gran m etrópoli de la civilización. Todas las ideas viajan, todas las ideas que cunden, todas las doctrinas que florecen, todos los libros que enseñan, de donde salen es de Francia, la cual es ade­más el eco de todas las ideas generosas y de todos los infortunios colectivos, como es tam bién la engendradora de un carácter distingui­do que en los salones es galantería, en el trato modos cortesanos, en las academias ingenio y en el campo de batalla amor del prez y de la gloria. Sus anales m ilitares son los prim eros en el mundo, así como lo es su genio propagandista para cuanto ella crea ser útil al progreso, y tam bién su patriotism o en los momentos supremos. Pa­ra probar esto último basta recordar que se cubrió en diez tantos y en pocos días la indemnización de la últim a guerra, la más gran­de nunca impuesta, y que Thiers, el gran Thiers, ya sobre los ochen­ta años, recorre todas las cortes europeas, se interpone entre la si­tuación de su país desprevenido y la preponderancia de las armas ale­manas, preparada para la lucha medio siglo había, arráncale la paz, emprende desde Versalles a la cabeza de poco menos de quince mil voluntarios la campaña contra París alzado, capaz el solo de rugirle a Europa entera, lo toma, funda la República, se hace el centro de los partidos, y entrega, retirándose, el mando y la paz de su nación.

(De: “José M aría Torres Caicedo”. Obras, vol. III, pp. 154-155).

Francia y AlemaniaEl aspecto social, político y económico de Europa ha cambiado

notablemente con motivo de la guerra franco-prusiana. Reducién­

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170 CECILIO ACOSTAdome al campo y a los países a que ella se extendió, es de obser­varse, primero, el estado de la Francia: el segundo Imperio fué só­lo una tradición de la gloria del primero, mucho más débil que la de éste __como que siempre el reflejo es menos que el foco— y lla­mada a desaparecer con el monarca; porque si bien su genio era vasto, su previsión sagaz y su pensamiento profundo; aunque había puesto la mano en grandes designios, como el engrandecimiento de París y de Marsella, la conquista definitiva de la Argelia, los triu n ­fos de la Crimea, el sostenimiento del Poder temporal del Papa, la incorporación de Niza y Saboya a la Francia, y una guerra feliz que preparó la creación del reino de Italia; aunque había llevado m u­chas veces a la balanza su nombre, su autoridad y su influjo como contrapeso para m antener el equilibrio continental, es, con todo, ver­dad al mismo paso, que sus ideas eran harto absorbentes, y su go­bierno puramente personal, condiciones que al cabo destruye la li­ma sorda del tiempo, y que puede destruir más pronto, sin aguardar a que él corra, un pueblo como el francés, impaciente, heroico y gran­de. La Francia, si no canta la marsellesa en los campamentos ene­migos, si no lucha con la Europa coaligada, si no atraviesa los Al­pes para caer sobre Marengo, vencer allí e imponer leyes al Austria, si no llega a Tilsitt para pedir como suya la mitad del continente, ha menester un estado interno de cosas en que su espíritu esté sin trabas, y tenga su imaginación un ancho espacio: de lo contrario, rompe para buscarlo, y lo halla. Después de la revolución de 1789 ella no puede vivir más que de la victoria por el heroísmo, o del desenvolvimiento de sus poderosas facultades por la libertad; así es que Napoleón III, carcomido ya su trono, fué derribado, puede de­cirse, bien que con ocasión de la lucha, más por los franceses ene­migos suyos que por la Prusia. Hay veces que falta, no el patrio­tismo, sino la cohesión; que la máquina se afloja y las fuerzas son inútiles para la resistencia como para la acción; y esto fué lo que sucedió entonces: los franceses asistieron a combates en que veían más bien un motivo de nuevo arreglo en la casa, que un duelo in­ternacional; pelearon menos por el triunfo que por el honor; y he aquí explicada la causa de la catástrofe y vergüenza de Sedán.

Sin embargo, siempre serán lauro incomparable del augusto ven­cido para acreditarle de uno de los más eminentes estadistas, igual en esto a Guillermo III de Inglaterra (que es mucho decir), fuera de lo expuesto, llevado a cabo en su administración, los tratados de co­mercio que ajustó con aquella potencia y la reforma arancelaria que efectuó; obra a que contribuyeron como estipulantes, de parte de F ran­cia, Miguel Chevalier y M. Rouher, el uno economista y el otro pu­blicista, y de parte de la Gran Bretaña Mr. Cobden, el que viajó en Europa y América (1834 a 1838) para estudiar las leyes de la rique­za, el jefe de la Liga inglesa (1839), el que hizo whig a Sir Robert

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TEMAS POLITICOS 171

Peel (1848); para que suprimiese la prohibición que pesaba sobre los cereales, el gran predicador y vulgarizador del libre cambio (free trade). Francia debe su preponderancia actual agrícola y fabril a ese sistema económico, que es la regla y el principio, y que no tiene más excepción, y ésta transitoria, que la de industrias del país ali­mentadas con grandes capitales y derechos protectores, a las cuales es preciso ir rebajándoles éstos hasta que desaparezcan del todo, a fin de que logren dos cosas: salvarse de una pérdida, no justifica­ble ni aun por los intereses del consumo, e irse estimulando para sos­tener la competencia, que es la condición de la baratura. Toda és­ta es gloria de Napoleón III, el cual, aunque grande hombre, cayó al fin, porque la libertad puede más y es más grande que los hombres célebres.

Prusia, por otra parte, hacía medio siglo que guardaba rencor contra la nación que en 1870 había de ser su adversaria, y ta l vez se adestraba al manejo de las armas: le dolían mucho Jena, Eylau y las conferencias del Niemen: aspiraba a un desagravio contra los hechos del prim er Napoleón, que la dividió en jirones, y al cual vió un tiempo atravesar a caballo la Europa para poner espanto a los reyes; y el momento propicio llegó. Dividida Francia, sin organi­zación m ilitar ni armamento, sin generales de prim era clase, o po­cos, y con un partido rojo que pululaba en todo el Imperio, que era poderoso, clamaba por la guerra y en toda circunstancia se atrave­saba en sus designios al césar francés, no tuvo éste más recurso que discurrir y obrar así: “con mis enemigos domésticos, si pierdo, p ier­do; y si gano, pierdo también, porque siempre los tengo encima, yo ya débil y enfermo y mi gobierno en decadencia; m ientras que con los prusianos, declarándoles la guerra, si pierdo, pierdo; pero si gano, ga­no, porque aseguro el reino de mi hijo, y me hago fuerte en mi casa por el triunfo”.

Sobrevino la declaración de las hostilidades, luego la colosal guerra: y hecha la paz, obra exclusiva del patriotismo de Thiers, para condecorar al cual su país nunca hallará bastantes laureles, apa­reció consolidado en el centro de Europa el Imperio alemán, recién establecido, y volvió a en trar la Francia en un reposo reparador, que en ciencias, artes, industrias y riquezas la ha hecho ascender a un grado de preponderancia casi sin par, y le ha inspirado ideas de cor­dura, ya probadas, que le harán buscar su seguridad en los intere­ses permanentes, en vez de los azares, los peligros y el camino cos­toso de la gloria por las armas.

Las dos potencias referidas, esto es, la Alemania y la Repúbli­ca francesa, si bien opuestas por índole y hasta enemigas por odios de raza y de lucha, están llamadas a conservar, a lo menos por hoy,

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i 7 a CECILIO ACOSTA

el equilibrio y la paz europea, o a contribuir a afianzarla, engran­decida como se halla la una por las ventajas del triunfo, fuerte por la unidad, más fuerte aún por la mano del estadista de hierro que la dirige, y situada en el centro de las cosas; y poderosa, como es­tá, la otra, influyente, rica, recostada en el m ar de los viajes, del comercio y del porvenir del mundo, y cercada del m ayor ruido del progreso humano.

Véase cómo, por otras razones, es probable, y no fuera osado decir que cierto, este juicio.

El rayo de la guerra, como causa endémica (por no hablar de las accidentales), únicamente pudiera desatarse de Francia o Rusia. De la primera, sólo sería probable esto, por su nombre histórico, por sus brillantes tradiciones, por su poderío casi incontrastable, por su espíritu aventurero y heroico, porque un tiempo su enciclopedia fué la ciencia, su tribuna la voz de la enseñanza, su doctrina el evan­gelio de la política, y porque aún hoy, dondequiera que ella echa­se su peso, podría hacer inclinar la balanza del mundo. Pero, en prim er lugar, lo que es en la propia casa, ya no existen ciertas cau­sas de turbulencias que pudieran irradiar fuera, por razón de que el Duque de Burdeos o Conde de Chambord poco vale o nada p re ­tende, convencido de impotencia; de que los príncipes de la casa de Orleans, aunque tan inteligentes, ilustrados y dignos, no gozan de popularidad ni opinión; y de que ha cesado todo tem or en unos y to ­da esperanza en otros, de la dinastía napoleónica, con la m uerte del malogrado y sentido Príncipe imperial: y por lo que toca al exterior, ya Francia con su Revolución ha enseñado al mundo lo que éste te ­nía que saber; ya no necesita lanzar sus legiones para reducir a Bél­gica e inundar a Holanda, ni hacer en un año los prodigios de Mon- tenotte, Millesimo, Dego y Lodi, de Castiglione, Roveredo y Bassa- no, y de Areola, Rívoli y Mantua, venciendo cinco generales de p ri­m er orden y haciendo desaparecer cinco ejércitos, hasta lograr el a r ­misticio de Leoben, que no fué sino el miedo del Austria; y ya en fin sabe que la sangre no produce sino sangre, aunque el triunfo que ella dé tenga por aureola la gloria. Más que esto sabe Francia por dolorosa experiencia: que le conviene siempre la paz; así es que de algún tiempo a esta parte ha entrado en una era de prudentes re ­servas y de meditada conducta, que la inclina a pensar únicamente en el modo de afianzar más su organización política, de m ultiplicar más su riqueza, ya sorprendente, de aprovechar más su espíritu observa­dor e inventor, y de obtener con creces dentro lo que sólo le da p é r­didas fuera.

(De: “Revista de Europa y de los Estados Unidos de la Am érica del Norte”, en Obras, vol. I, Caracas, MCMVIII, pp. 203-209).

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TEMAS POLITICOS 173

ItaliaDespués de estas ideas orgánico-sociales explicativas de la civili­

zación contemporánea, vuelvo a hablar de Italia, nación igual a las primeras por los tesoros de la sabiduría y los frutos del ingenio, y superior a todas por los acontecimientos históricos verificados en su seno. Me veo tentado, con este motivo, a escribir sobre Roma dos palabras, siquiera por lo grande de su poder, lo trascendental de su influjo y lo largo de su vida.

El triunfo de los reyes produjo un estado social informe y una organización política llam ada a empresas. Sobrevino la República, que cual guerrero armado de punta en blanco, peleó sin tregua pa­ra vencer siempre, en Sicilia, en Zama, en Iliria, en Numidia, en Ma­cedonia, en España, en las Galias, en la región de los Partos y a don­de más pudo llegar la voluntad indómita o la ambición sin freno: alcanzó, de resultas, a ser una nación poderosa, y unida y resuelta siempre cuando se tra taba de invasión o de conquista, a pesar de las frecuentes discordias internas, para el tum ulto o para la sangre, que casi no cesan entre una plebe indisciplinada y voluble y un patriciado insolente; y al acabar, pudo llegar al Imperio el mundo entonces conocido, que era el sujetado por sus armas.

Fué tal la vitalidad trasm itida por la República al Imperio, que no obstante que muchos de sus monarcas eran bestias feroces, e indolentes príncipes otros, y que el libertinaje llegó a ser la pes­te de la corte, acostum brada ya a viv ir en placeres torpes y ocio blando, el de Occidente no vino a m orir sino a fines del siglo IV, y el de Oriente, ya enfermo con la corrupción que corroía sus en­trañas, conservó vigor para prolongar su existencia por más de diez centurias: prueba ésta de que de ordinario dura mucho y es muy perjudicial un inmenso poder acumulado sin correctivo ni contra­peso, porque se hace alrededor silencio y pánico, y nadie se a tre­ve. Una cosa grande hizo y o tra dejó el pueblo romano: la cultu­ra, la que él tenía, que difundió en las comarcas sometidas; y sus có­digos, que han sido el patrón de los demás.

¿De qué han servido a Roma sus termas, templos, obeliscos, acue­ductos, y otros monumentos? Le han servido de un testimonio de orgullo y de una ostentación de fuerza, para que el tiempo con­vierta en ruinas los que aún quedan, y la historia vea en ellos que aquel polvo fué amasado con sangre y lágrim as de manos míseras y esclavas. Lo que sí sobrevive es la idea. Ese pescador que veis con bordón y sandalias, de modales toscos e ingenio rudo, que sa­lió primero de las orillas del lago de Galilea a catequizar varias co­marcas con palabra no propia sino ajena, y salido últim am ente de Antioquía, es Pedro, que va a la Ciudad Eterna en el tiempo de su mayor extensión y poderío, a fundar cátedra, a establecer enseñan­za, a levantar un poder inerm e en frente del im perial armado, a echar

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174 CECILIO ACOSTAabajo los ídolos, a destruir una superstición vetusta, a cam biar en mejores las costumbres, a hacer de los Césares creyentes y proséli­tos, a dejar una línea continuada de sucesores con la propia doctri­na y ministerio, que habían de tener por otra parte tan ta mano en las mejoras de la civilización y en los triunfos del progreso; y así sucedió en efecto. Jam ás se ha visto igual fenómeno en la historia: un rústico amenaza un Imperio, que cae, porque se pasa a sus ban­deras, y crea una monarquía electiva nunca vista, porque después de más de mil ochocientos años dura aún no interrum pida. Nueva gloria ésta para Italia.

¿Y cómo no admirar, por lo que toca al arte, la edad de los Médicis y León X tan fecunda en artistas e ingenios de prim er or­den? ¿Quién compite con Miguel Angel, Rafael, Leonardo da Vin- ci, el Ticiano, el Dominiquino, el Veronés, el Tintoreto, Julio Ro­mano y cien y cien más que no agotará nunca la pluma? ¿Qué de­cir de tanta profusión de obras como se ve en tanta galería, en las llamadas Sciarra, Ruspoli, Doria, Chigi, en los Museos de Nápoles y Milán, y sobre todo, en el palacio P itti y en el Museo Pioclemen- tino; que una vez mereció que Canova, por medio de una combina­ción que animaba el mármol de las estatuas, por complacer a ilus­tres y curiosos viajeros, presentase a su vista, cada cual con la ex­presión propia, aquella ciudad de dioses, héroes, Césares, genios y ninfas?

(De: “Revista de Europa y de los Estados Unidos de la Amé­rica del Norte”, en Obras, vol. I, Caracas, MCMVIII, pp. 225-228).Inglaterra

El estado social contemporáneo no puede ser bien conocido si no se conoce el estado político, que tanto lo afecta y modifica, v i­niendo a ser este último muchas veces, con tal motivo, o la clave de explicaciones, o la ley relativa a fenómenos, de otra suerte in­comprensibles u obscuros. Tiempo hace que Inglaterra por su po­der monetario, y más que por ello, por su habilidad de cancillería, ejerce un influjo casi decisivo en los gabinetes europeos, llegan­do a ser vista por este respecto, hasta cierto punto, como el árbitro de la paz y de la guerra; y esto sin emplear fuerza ni amenazas, que de ordinario valen menos que las combinaciones de una política profunda.

Sea que a lo propio haya coadyuvado o coadyuve, como causa remota o actual, la paz interna, puede decirse no interrum pida, de que goza desde la época de Guillermo III (Gran Revolución de 1668), lo cual da peso y autoridad a la conducta y los consejos; sea que desde entonces creó definitivamente su adm irable sistema parlam en­tario, y fijó su constitución, que tantos pasos dió hacia su m ejora

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TEMAS POLITICOS 175

en los reinados de los Enriques III y IV y de los Eduardos I, II yIII, sin más interrupción, bien que larga, que la que trajeron las gue­rras con Francia, la de las dos Rosas y el despotismo de los Tudo- res, lo cual es una tradición gloriosa y respetable; sea el inmenso po­derío que le dan sus posesiones, que casi abrazan la octava parte del mundo habitado; sea en fin el modo exquisito con que tra ta las altas cuestiones o desata las graves dificultades, la verdad es, que aquella potencia pone la mano en todas las cosas para dirigirlas al bien, hace parte de todos los grandes dram as para un desenlace fe­liz, y aunque con pasos cautelosos que no se sienten, va siempre firme por camino que la conduce a un éxito calculado y seguro.

Cuando el prim er Napoleón tenía ahogada la Europa, la Ingla­terra prodigó sus tesoros para la coalición de todos los pueblos, y poder así cortar los brazos al pulpo; que no menos fué preciso con­tra un hombre que valía él solo un continente, y pudo, por su ge­nio, hacer un paréntesis en la corriente de la civilización y del de­recho. Cuando el Africa entregaba sus hijos o se le arrebataban para 'un tráfico inhumano y cruel, la Inglaterra se afanó por celebrar convenciones para la abolición de la tra ta y el registro y detención de los buques negreros. Cuando se trató de barrer los m ares de piratas, ella fué la más pronta; cuando de im pedir el despojo de Francia vencida, su mano se interpuso; cuando de proclam ar el De­recho de Gentes en la fatal expedición de México, aunque ya había dado imprudentes pasos, retrocedió; cuando los congresos de Lay- bach, Troppau y Verona quisieron m eter su hoz en mies ajena, ella hizo enérgicas protestas; y cuando ha sido preciso p restar voz o auxi­lio a la libertad en todas sus manifestaciones, ella ha sido su após­tol desinteresado o eco generoso. Nunca olvidaremos cuánto coope­ró, de una m anera no m al vista por la ley internacional, a la inde­pendencia suramericana.

No es justo, venida la ocasión a la mano, om itir en lo tocante a este pueblo ciertos rasgos que constituyen su carácter nacional y que en mucho retratan su política: el inglés tiene la circunspección del decoro, la conciencia del deber, la energía del honor y la fran­queza de la verdad; en lo doméstico, el amor entrañable a los suyos: y en el trato común, cuando hay motivos que lo autorizan, cierto gé­nero de consideración que no pasa de respeto, y un linaje de es­parcimiento que no llega a liviandad: en el respeto a la ley exqui­sito, en las costumbres puro, en la m oral severo, en trajes y comi­das modesto y parco, y en lo que toca al tipo de familia, el más in­teresado en no perderlo, como una ejecutoria de raza y un tim bre de la historia.

A algunos podrán parecer insignificantes estas cosas, pero no lo son, porque los hábitos y las m aneras y tendencias de una nación, le dan aquel sello y le im prim en aquellas facciones que la hacen luego figurar en el proscenio de la política y en el campo de la

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176 CECILIO ACOSTAhistoria. Inglaterra, ocasionado ello de las buenas condiciones de una raza cual la suya, emprendedora y perseverante, del aprovechamien­to y distribución metódica del tiempo, del espíritu de orden, de la afición a las artes útiles y de su consagración al trabajo, en todo lo cual sobresale, ha llegado a ser el centro más activo de la industria, de la fabricación y del comercio, a ennegrecer la atmósfera con el humo de sus chimeneas, a vestir el mundo con sus telas, a poseer ca­si la mitad del tonelaje de los buques mercantes que atraviesan el océano, a enriquecer los mercados con sus productos, invenciones y artefactos, a dar la norm a en los institutos de crédito, y a gozar del privilegio de que todos vuelvan la vista a ella para el rumbo de las negociaciones, para la dirección de la política y para las condicio­nes de la paz. Una prueba más es ésta, entre mil que existen, de que es preciso que haya fundamento, esto es, juicio en los pueblos como entre los hombres, y de que sólo aquellos que lo poseen, son estima­dos y valen por el honor y la virtud. Me acuerdo haber leído en un grande escritor (me parece que es Macaulay: History of England) que la Gran Bretaña es grande, entre otras causas, porque ha más de un siglo que sus Ministros de Estado bajan del gabinete con sus m a­nos puras.

Inglaterra, es cierto que tiene numerosas colonias; pero no per­tenecen al número de las antiguas, colecciones éstas de esclavos con­denados a servir a la codicia y voluntad de la metrópoli; son, al con­trario, poblaciones con una especie de semi-alianza, con una especie de semi-autonomía, y a las cuales no les será difícil en trar en la in­dependencia absoluta el día que apelliden libertad. Hay en ellas to­do género de prosperidad, todo género de artes y progreso, y ciuda­des, por ejemplo, Calcuta, que, con sus arrabales, tiene un millón y medio, y Madrás medio millón de habitantes.

En suma, ese gran pueblo desempeña un importantísimo papel en la sociedad de las naciones: en la parte económica, porque alimenta los cambios; en la parte política, porque enseña con su conducta y ayuda con sus consejos; en la parte social, porque presenta el dechado de buenas costumbres; en el crédito, porque sabe conservarlo; en adm inistra­ción, porque da el ejemplo, y en el caso de guerras, porque sabe ofrecer a tiempo su mediación y buenos oficios. Si fuese posible su­prim ir con la imaginación a la Gran Bretaña, se echarían de me­nos esa escuela suya de buena fe, sobriedad y honor, y el contra­peso, que ha servido en Europa, a m antener el equilibrio universal.

(De: “Revista de Europa y de los Estados Unidos de la Améri­ca del Norte”, en Obras, vol. I, Caracas, MCMVIII, pp. 212-216).

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TEMAS POLITICOS 177

RusiaOtra causa perm anente de guerra del carácter expuesto pudie­

ra también existir en Rusia, nación por su índole más asiática que europea, más tártara y mongólica que eslava; con amistades dudosas y alianzas egoístas, que son las que de ordinario la unen con las po­tencias de Occidente y Mediodía; con una civilización de corte, su­perior y brillante, en medio de una barbarie de siglos en las ba­jas clases, y de una superstición y de un miedo a los señores que hacen de los hombres máquinas, fanáticos o esclavos, a pesar de haber suprimido Alejandro II la servidumbre de la gleba; con hor­das en el Don, que puede lanzar como las hordas de Atila, y con más de ochenta millones de habitantes, de los cuales está en su ma­no sacar masas enormes para que se descarguen en cualquier pun­to como las cataratas del cielo.

Un pueblo así, duro, imbuido en el espíritu de conquista que le infundió sobre todo Catalina II, aconsejado ta l vez de las ideas erran­tes e invasoras del desierto, ávido de nuevas Polonias que borrar del mapa y agregar a sus dominios, creyente ciego de la orgullosa y soberbia profecía de Pedro el Grande, con los ojos fijos en Cons- tantinopla y el M ar Negro, como medio de alcanzar, teniéndolos en su mano, las llaves del Oriente, y con la codicia puesta en el Asia del Sur para lograr allí factorías o mercados, ha sido siempre un pue­blo temido; y las complicaciones que hasta ahora ha ocasionado, hubieran sido mayores, a no ser el poder y vigilancia de Inglate­rra, que abarca el orbe con sus brazos, puebla los mares con sus buques mercantes y sus flotas, se ve respetada de los primeros ga­binetes, que con frecuencia han menester su autoridad y su influ­jo, y posee el gobierno más sabio, previsivo y consecuente de que hace mención la historia.

(De: “Revista de Europa y de los Estados Unidos de la Améri­ca del Norte”, en Obras, vol. I, Caracas, MCMVIII, pp. 209-210).Rusia

Todavía es cosaca y tiene hordas temibles en el Don, posee un gobierno que impone la obediencia con m etralla, y no ha alcanzado aún sino una organización de círculos de hierro donde la libertad se ahoga o muere: confusa mezcla de primado religioso, fanatismo político y tiranía m ilitar.

(De: “Carta a R. H.”, Caracas, junio 23 de 1869. Obras, vol. II, p. 235).

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T E M A S E D U C A T IV O S

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La educación de la juventudEl espectáculo que más postra el ánimo es el de la juventud

ciudadana que ha de inform arse con sem ejantes costumbres. A bier­ta la puerta de tantos halagos, se lanza desatentada y ciega tras ellos; y tan ardiente como sin freno, sólo piensa en fruiciones continuas, li­viandades locas, esperanzas necias y ocio blando. Sin más ilustración que la disolvente novela francesa, y ésa en m alas traducciones, sin más gimnástica in telectual que el libelo que lee o en que se ensaya, ni otro afán con apariencias de inocente que fabricar versecillos pa­ra conquistar puestos o pasar divertida las indolentes horas, no h a­brá que pedirle aquella mano que se endurece y honra en el ta ller o en el campo, n i aquella disciplina severa, aquella sabiduría sólida, aquel alto decoro, aquel vigor de alm a y aquella gentileza de espíri­tu que form an los grandes repúblicos del Estado, y sirven tan ven­tajosamente para ennoblecer las artes de la paz y de la guerra.

(De: “Carta a Don R. J. Cuervo”, Caracas, 15 de febrero de 1878. Obras, vol. III, p. 15).

La opiniónLas masas tienen hasta en su silencio majestad, y es oprimido por

ellas quien lo turba con el rum or de la pelea. Se triunfa con la opinión, no contra la opinión; y la opinión es lo que existe. Más que los pueblos no puede saber sino Dios; y si el gobierno que ellos tienen no es el me­jor, es el que quieren, y eso basta. Basta, no por humillación, sino por filosofía; no porque es lo deseable, sino porque es lo posible. Quien aspire a otra cosa, enseñe y persuada; que la luz es la única arma que penetra y no lastima, que conmueve y no trastorna. Para la colección no hay m ás que ideas; y quien no tenga prestigio para in ­fundirlas, debe tener patriotism o para esperar. Peor es alzar estéri« les altares, donde expiran las víctimas sin Dios, y crear para las fa­milias un duelo que no les abona en cuenta la posteridad, porque la posteridad jam ás condena en cuerpo a las naciones. Tengo la confian­za de que la historia de todos los tiempos no m e dejará m entir: el m ar­

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182 CECILIO ACOSTA

tirio en tre hermanos no ha tenido altares nunca; y es porque la san­gre de lucha fratricida no se seca, y sólo da gloria la que se derram a en lucha nacional.

(De: “Cosas sabidas y cosas por saberse”, Caracas, mayo 8 de 1856. Obras, vol. III, pp. 266-267).

La escuela y el tallerComo los Estados Unidos son los que más desarrollo han dado a

la escuela y a la industria, y han hecho de ellas, no sólo institucio­nes, sino partes del organismo social, no será mal visto, sino antes bien, necesario para comprender el carácter de aquella nación singu­lar, decir de ambas, aunque sea a la ligera, aquellos rasgos d istin ti­vos que las han hecho más que aliadas, porque son las fuerzas rad i­cales del progreso humano. Después que las ciencias se enriquecieron con tantos tesoros; después que trasparentaron, por decirlo así, una gran parte del mundo m aterial, para ver y recoger al través las le­yes cósmicas, y cuando ya entronizadas en las academias y liceos, se hicieron las maestras del género humano, se notó que sus principios, sus leyes y descubrimientos, tenían toda la obscuridad del tecnicis­mo, sólo inteligible para los sabios, y que era m enester larga inicia­ción y estudios asiduos para penetrar en su santuario y sus misterios. Desde entonces se vió la necesidad de fundar la escuela, no porque ella sea el teatro propio de las ciencias, sino porque sí pueden apren­derse en ella, sin necesidad de una penosa gimnástica intelectual, aque­llos resultados prácticos a que conduce el estudio superior, y que abren la inteligencia de los niños y la preparan para las necesida­des, tendencias y usos de la vida. La naturaleza es simple en ge­neral: lo que tiene ella de complicado es el camino que hay que ha­cer para llegar a una ley suya: se pasa como en tre breñas: pero des­pués de hallado el principio, éste es tan claro como la luz; y para continuar el símil, al sabio le toca atravesar la breña y al que estu­dia en la escuela recibir la luz. Esto además está en las m iras de la Providencia; si ella descubre su obra a los ojos humanos, y abre el seno de sus riquezas, es para que, conocidas, sean de provecho co­mún; y hasta le parece a uno que se complace en esta distribución de sus dones, porque van a p arar a las clases necesitadas y pobres. Queden, pues, las academias donde están, en una alta esfera, como el sol; pero continúen las escuelas cayendo como las lluvias, para la fe­cundidad y lozanía de los campos.

La escuela, que por si es un prodigio, lo es mayor, considerada en este sentido, esto es, como el prim er ejercicio gimnástico de la in ­teligencia, y como la mesa donde se sirven los panes ya preparados y más sanos, formados de la masa de los conocimientos humanos. Lo más maravilloso que hay es el tipo de im prenta, que es lo prim ero

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TEM AS EDUCATIVOS 1 8 3

que ve el niño en la cartilla: no sólo es él la forma m aterial del pen­samiento, la form a inm ortal de la m ateria y la form a amada de la luz, sino que al través de él se ve de un golpe todo lo que las a r­tes han inventado y labrado, todo lo que la experiencia y los siglos han acumulado, y el universo todo como un panoram a hasta don­de ha llegado hoy el telescopio, que va cada vez más buscando m un­dos. Al través del tipo de im prenta se observan la gravitación uni­versal de Newton, los cielos de Herschell y las nebulosas de Ross; él deja ver la creación, cuando Dios la sacó de la nada con su sola pa­labra, y llenó con ella el vacío con su solo querer; él presenta a la historia como la lección de lo pasado, y las necesidades del progre­so como la aspiración del porvenir, y por último, él es quien da ana­les a las ciencias, inm ortalidad a la idea, y alimento incesante al es­píritu.

No quiere esto decir que en la escuela haya de enseñarse todo; pero sí pueden y deben sacarse de ella todos aquellos conocimien­tos que hagan al escolar, cuando no quiere pasar adelante, hábil pa­ra los m enesteres sociales que han de ser su ocupación, y para la vida que quiere o puede llevar como ciudadano, padre de familia, em­presario, m enestral o artista. En la escuela se aprende a Dios pa­ra ponerlo en la conciencia; el número, que contiene las condiciones eternas del tiempo y el espacio; la geografía que nos hace ver to­do el mundo de cerca; la estadística industrial, para conocer el p ro­greso de la mecánica y las artes, y lo m ás necesario para desbastar el entendimiento, inclinar bien la voluntad y hacer del hom bre un ser útil para sí y para la patria. Ya de allí sale el niño con la con­ciencia de sus deberes y sus derechos, y para decirlo en suma, sa­biendo leer y escribir, que es el grande instrum ento de comunica­ción, de adquisición, de m ejora y de progreso.] Ya sí tiene la puer­ta abierta para todas las carreras, el paso franco para todas las in­dustrias, el horizonte sin nubes para todas las excursiones; y sea que suba a estudios mayores o que se quede con los adquiridos, ya sa­be valorar su propio sufragio, entender las relaciones que lo ligan con los otros, contenerse a sí en sus propias obligaciones, exigir el cum­plimiento de ellas a los comisarios públicos, y por último, y como el mayor bien, por ser la fuente de los demás, poder leer el perio­dismo, que así como la atm ósfera para los pulmones, es él de nece­sario para el aliento de la libertad.

La escuela y el periódico se dan la mano como dos amigos, y andan siempre tan juntos y son tan im portantes en su influencia común, que parecen dos peregrinos de la civilización, o dos nubes que cüando se acercan es para dar la chispa fecundante del progre­so. El periódico es el gran m otor social, y el depósito adonde van a parar todos los productos de la industria y del ingenio humano, que así es como circulan y son conocidos de todos. Desde el drama al madrigal, desde la h istoria a las efemérides, desde el poema épi­

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184 CECILIO ACOSTA

co a la oda, desde las lucubraciones metafísicas al ensayo mecánico, desde las descripciones de viajes a las descripciones topográficas, des­de las disquisiciones filosóficas al chiste fino, todo sale allí y de to­do es el órgano, nuncio y propagador. Es tribuna en el foro, voz de animación en las asambleas deliberantes, voz de consejo en los ga­binetes, voz de alerta en las crisis, norte de rumbo en la política; y en todas partes se halla, ora como la atmósfera para cubrirlo to­do, ora como la luz para fecundarlo. Cuanto pasa en la vida social, cuanto nuevo hay en el progreso científico, cuanta forma bella ha creado la plástica de las artes liberales, cuanto artefacto flam ante sale del taller de la mecánica, todo va al periódico, como la exhi­bición diaria y solemne del progreso contemporáneo. Se halla en to­das partes, o como narrador, o como fiscal, o como juez, o como el medio más seguro de instrucción popular. Sirve al comercio con el anuncio de los precios, sirve a la agricultura con la noticia de los mercados, es el órgano de todas las artes, porque hace conocidas sus obras; y ya viajando en el barco que atraviesa los mares, ya yendo en el tren del ferrocarril, que jamás descansa, lleva a todas partes o la buena nueva de un nuevo progreso, o el aspecto de la vida ac­tual del mundo con muy pocos días de atraso, si no es con el del mismo día o tal vez horas.

Harto se comprende por este nuevo organismo que ha tomado la sociedad, por esta forma alígera que ha asumido el pensamiento, que éste ya, en los países que gozan de tales prácticas, tiene que ser como un nuevo maná para alimento de todas las clases y condicio­nes sociales; y que así, siendo cada hombre señor de sí mismo, co­nocedor de sus deberes y derechos, y estando en posesión o pudien- do estarlo, de lo que pasa en el mundo, y especialmente en su país, podrá ser un servidor de éste sin ser un siervo, y un miembro útil del género humano. Una nación con periodismo extenso está llamada a ser poderosa, próspera y grande, porque alcanza dos cosas a cual más importante: una ciudadanía que por el conocimiento de sus de­beres no es la amenaza de su gobierno, y un gobierno que se m an­tiene en los límites de la regularidad, porque no dejan traspasarla ciu­dadanos que conocen su derechos.

Tales son los frutos que nacen de la escuela, frutos inmensos por lo visto, y llamados a ser mayores conforme se perfeccione o se di­funda la institución. Pero esto no es todo: esta institución debe es­ta r acompañada de la industria, otra institución con diferente carác­ter, aunque no con diverso fin que la anterior, siendo el de ambas la paz y el adelantamiento social. La escuela da las luces que se han dicho, y hasta pudiera dar algunas veces, aislada de la industria, una nación de disputadores, o de sofistas, o de escolares ham brien­tos, puesto que por sí sola no dan pan, y lo que lo da, esto es, el taller, el banco, el campo y el barco, son los que proporcionan la independencia personal. El ser social no sólo tiene que ser un hom­

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TEM AS EDUCATIVOS 1 8 5

bre o un ser que sepa, a lo cual le llam a su inteligencia; sino un ciu­dadano o un ser que tenga bienestar, al cual le llam an el ejercicio de sus facultades. A eso le convida la propia naturaleza, que por to­das partes extendió las tierras fértiles, que por todas partes m ultipli­có sus recursos y sus fuerzas, por todas partes abre su seno y presen­ta sus riquezas, y quiere que por lo mismo todos las aprovechen. Por otra p arte es tal la organización social y ta l la fuerza de los go­biernos, que a poco pueden ser absorbentes por el influjo que ejer­cen, si no encuentran para restablecer el equilibrio, la acción que opone, como ejercicio de un derecho, el individualismo independien­te. Un pueblo que trabaja, que produce, trasporta, fabrica, vende y «compra todos los días; que al cerrar la noche, al b ajar el toldo, recoger los aperos de labor y abrigar la nave al puerto, puede ha­cer cuenta de ganancias para el día siguiente y cuentas de ahorro para el otro día, es un pueblo que vive para la naturaleza, que lo quiere industrial, para Dios, que lo quiere virtuoso, y para la socie­dad, que lo quiere libre. Sólo un pueblo industrioso tiene liber­tad: el que siente en su casa el sonido del yunque o el cru jir de las ruedas de la máquina, el que ve su vega cruzada de entresulcos que llevan la simiente de la próxim a cosecha; el que viaja en el tren o en el barco para una expedición o negocio, o para enriquecer los mercados o trae r de ellos artículos de retorno, no piensa en revolu­ciones ni en empleos ni en intrigas políticas, y dos cosas hace im ­portantísimas: ser el m ejor ciudadano para la sociedad, y ser el me­jor apoyo del gobierno, que nunca ve en él, ni un rebelde, ni un esclavo.

(De: “Revista de Europa y de los Estados Unidos de la América del Norte”, en Obras, vol. I, Caracas, MCMVIII, pp. 240-246).

La escuela y el tallerUna nueva puerta se ha abierto, y una gran novedad se anun­

cia al mundo, m ayorm ente después que los Estados Unidos del Nor­te con su doctrina y con su ejemplo han mostrado que hay dos co­sas llamadas a hacer regulares a los gobiernos, e independientes a los pueblos: la escuela y la industria.

(De: “Revista de Europa y de los Estados Unidos de la América del Norte”, en Obras, vol. I, Caracas, MCMVIII, p. 239).

El tallerYa está escrita la palabra mágica, la palabra del siglo, que ex­

plica al mismo tiempo sus glorias y su estrella. Las casas del mono­polio, las fortalezas guarnecidas de altas atalayas, los castillos de es­

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1 8 6 CECILIO ACOSTA

pesísimos muros, las trabas opresoras del tráfico, la infamia anexa a los menesteres más honrosos, las ordenanzas gremiales, todas las demás instituciones que desigualan, han dado lugar, o lo van dan­do, a la libertad como medio, al desarrollo del individualismo co­mo fin; y el taller es hoy el palacio del ciudadano. A llí impera el menestral como señor, porque él provee, porque él impone leyes al mercado, porque todos lo necesitan, y porque sus escarpias, sus arm a­rios y sus bancos, son el museo diario del trabajo humano. El no lee en in-folios, porque no va a disertar, sino en papeles sin coser, por­que busca precios o instrumentos; y a la hora del descanso, es más feliz él con pan, vino y avisos, que el doctor ayuno, hastiado y con textos. La agricultura, que da granos y m aterias primas, el comer­cio, que las trasporta, la mano de obra y las fábricas, que las labran y hacen formas y tamaño, son ramos todos tributarios del taller, adon­de llevan sus aguas como al mar. Allí están las creaciones de la in ­ventiva, y los frutos del sudor; el perno de la m áquina de gas que va a atravesar el golfo, y las labores de la mesa para el festín del hombre acaudalado: allí hay luciente seda y paño pardo para todos; preparaciones que alimentan, y afeites que acicalan; allí está, en con­clusión, el orgullo de la sociedad en lo m aterial, porque está la his­toria de sus progresos.

Pues bien: si tal es la perfección, pónganse los fundamentos pa­ra alcanzarla: si no come quien argumenta, sino quien obra, prefié­rase el escoplo al silogismo: si no hay propiedad pública ni p arti­cular sin el trabajo, hónresele para que aliente, edúquesele para que rinda, alárguesele mano amiga para que florezca. Vamos, vamos por fin a ver si tenemos hombres de provecho en vez de hombres bal­díos. ¿Qué falta? Querer, y nada más. Descentralicemos la ense­ñanza, para que sea para todos; démosle otro rumbo, para que no conduzca a la miseria; quitémosle el orín y el formulario, para con­vertirla en flam ante y popular; procuremos que sea racional, para que se entienda, y que sea ú til para que se solicite. Los medios de ilustración no deben amontonarse como las nubes, para que estén en altas esferas, sino que deben bajar como la lluvia a hum edecer todos los campos. No disputemos al sabio el privilegio de ahondar en las ocultas relaciones; pero después que éstas son principios, pon­gámoslos cuanto antes en contacto con las inteligencias, que son el campo que fecundan, y habremos logrado quitar a las ciencias el misterio que las hace inaccesibles. La verdad es colectiva, está hasta en el mozo de cordel; y se acortará el camino para hallarla, m ulti­plicando sus elementos y sus órganos. Cuantos más ojos vean, más se ve, cuantas más cabezas piensen, más se piensa; y si del bien pú ­blico nace a su vez el privado, cuanta más familia coopere, será más abundante la labor. Nada vale seguir lo que fué, sino ejecutar lo que conviene. Si es menester penas a los padres para que obliguen a los hijos a aprender, que haya penas: si el inglés y el francés son

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los idiomas de las artes e industrias, hagámoslos, en lo posible, genera­les: si hubiere gastos, ningún gasto más santo que el que se reem ­bolsa con usura. Los conocimientos, como la luz, esclarecen lo que abrazan: como ella, cuando no ilum inan a distancia, es porque tie­nen estorbos por delante.

Ya no puede haber tales estorbos, o es mengua que los haya. En otros tiempos, a pesar de la im prenta, a pesar de lo que se ha­bía atesorado y se sabía, no obstante, había lentitud en la propaga­ción de las ideas. Decíase, con este motivo, hablando del progreso de las naciones, que para ellas los siglos eran días. Pero hoy, especial­m ente después del telégrafo, que tan pronto como se tiene el pen­samiento, lo lleva como de la mano a fecundar la materia, es al re ­vés: un día que corre es un siglo que pasa.

(De: “Cosas sabidas y cosas por saberse”, Caracas, mayo 8 de 1856. Obras, vol. III, pp. 276-278).

El periódicoEl periódico, libro del pueblo, que él compra por nada, y pue­

de leer a escape en el vapor. Los periódicos no dispensan, sino de­rram an los conocimientos; los periódicos del um bral para fuera, no dejan nada oculto; los periódicos hacen la vida social verdaderam en­te independiente y de familia; los periódicos dan valor para decir la verdad; los periódicos proporcionan al público criterio; los perió­dicos enseñan artes, ciencias, estadística, antigüedades, letras. En su­ma: los periódicos son todo: y es una cosa que asombra, ver, que al ab rir el carretero o el cerrajero la puerta de su casa por la m a­ñana, vengan a dar a sus pies al favor de esos heraldos de la im ­prenta, las oleadas del movimiento político, industrial y m oral del mundo, después de pasados cortos días, y del movimiento idéntico de su país tras pocos minutos de intermedio. Estos prodigios se deben a la instrucción prim aria, no a las Universidades, que Dios m anten­ga en paz, pero en su puesto.

(De: “Cosas sabidas y cosas por saberse” , Caracas, mayo 8 de 1856. Obras, vol. III, p. 280).

La Universidad de C aracasLa Universidad de Caracas no era entonces, como no es todavía,

un cuerpo científico en la verdadera extensión de la palabra: como todas las universidades españolas del tiempo de Felipe V, modeladas para la jurisprudencia curial, la escolástica disputadora y la teología dogmática, ha conservado el sello estereotípico de la inmobilidad de la raza; y salvo los adelantos en algunos ramos, como la medicina, para

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188 CECILIO ACOSTA

honra de Vargas, las matemáticas puras para honra de Cagigal, y m u­chas ideas excelentes en filosofía intelectual, debidas a Ibarra, en lo demás casi es hoy lo que fuá en la época de su fundación. Sin mucha difusión de las lenguas vivas, que son la portada del edificio; con po­cas lenguas muertas, que son el camino de la antigüedad; sin ciencias experimentales, las únicas consejeras de las artes mecánicas; sin esta­dística industrial, que forma hoy estudio aparte, como que es itinera­rio del progreso; sin historia, que es el mapa de los efectos al lado de las causas; sin filosofía trascendental, especie de bomba que sólo ex­trae principios, luz y leyes, nuestra academia está muy distante de ser lo que son otras en Europa del mismo linaje y denominación.

Se ha dicho esto porque es preciso decir la verdad; pero ella mis­ma sirve, por el contraste que resulta, para alegar una gloria que nos pertenece. En ese cuerpo, así y todo como es, hemos tenido profesores eminentes, y de él han salido clarísimos varones, honor de la magis­tratura y el foro, oradores disertos y estadistas consumados, que han podido ser ornamento de cualquier nación; debido esto, menos a ad­quisiciones de escuela, que a ingenio propio, a talentos precoces y a índole de raza. Venezuela no se conoce hoy sino por sus guerras; pero algún dia, así que m ejor educación social y más consistencia política traiga otras ideas, otro gusto y otras necesidades, se hablará de ella como de la antigua Grecia, por su imaginación viva, su culto por lo bello y la adaptabilidad de su genio para toda clase de estudios y pro­greso.

(De: “Obras Literarias del Dr. Lim ardo”, Caracas, marzo 21 de 1868. Obras, vol. V, pp. 82-84).

La educaciónA lo que me preguntas de Universidad de Caracas, aunque sólo

soy lego de ese convento, y voy poco a él, te responderé, que se le asiste con bastante celo por sus altos funcionarios, y se cuidan y p ro ­mueven los estudios por el método que hay. Solicitas, además, sobre esto, mis id e a s .. . para seguirlas (aseguras). Y lo último, ¿para qué? In hoc non laudo. En los países donde no hay diarios muchísimos y locomotivas a centenares, tengo para mí (como hombre honrado) que debe decirse siempre verdad, pero no siempre la verdad. Sin embargo, como yo la amo tanto, la echaré fuera completa, aunque me perjudi­que. La carta ya es una reserva, tú eres o tra . . . y bien, si se hubiere de saber, aunque se sepa. Al fin vale más ser mal mirado por ingenuo, que aplaudido por tonto; y si han de sobrevenir decires, hablillas y calificaciones, más consolador es que le pongan a uno del lado de la electricidad y el fósforo, que del lado del jumento, aunque tenga bue­na albarda, el pedernal y el morrión.

La enseñanza debe ir de abajo para arriba, y no al revés, como se usa entre nosotros, porque no llega a su fin, que es la difusión de las

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luces. La naturaleza, que sabe más que la sociedad, y que debe ser su guía, da a cada hombre, en general, las dotes que le habilitan para los menesteres sociales relacionados con su existencia: para ser padre de familia, ciudadano o industrial; y de aquí, la necesidad de la instruc­ción elemental, que fecunda esas dotes, y la especie de milagro que se nota en su fomento. Es una deuda que es preciso satisfacer, y que ade­más, cuesta muy poco. ¿Quién no ve que la capacidad colectiva nace de la individual, y que no hay bien público, si no hay privado antes? ¿Quién dirá que ese bien pueda hacerse sin ser conocido, ser conocido sin ser buscado, ni buscarse en otra cosa que en los inmensos trabajos que la hum anidad ejecuta día por día? ¿Y quién negará que las p ri­meras letras abren para ellos un órgano inmenso, por donde se da y se recibe, por donde se enseña y se aprende, por donde va y viene el caudal perenne de las necesidades y los recursos, de los hechos y las ideas, de las comodidades y los goces? No hay duda: quien anhele al­canzar felicidad, ha de v iv ir con el género humano; y para no ser, aun en medio de él, un desterrado, poseer su pensamiento, es decir, poderlo leer y escribir. De esta m anera, todos inventan, obran y la ­bran para cada uno, cada uno labra, obra e inventa para todos, y se puede comer, al precio de corta moneda, en un banquete aderezado por muchas manos, y costeado con el tesoro de muchos. El prodigio es ése; y los Estados Unidos no tienen otra explicación para sus precoces maravillas.

Pero el talento especulativo, las facultades sintéticas, el genio, es de muy pocos: el estadista, el mecánico trascendental, el poeta, el ora­dor, el médico de combinaciones, el calculador que ve en los números las relaciones, el naturalista que sorprende en los hechos las leyes, se cuentan con los dedos, y puede decirse en cierto modo (por lo que ha­ce a la inspiración e intuición) que nacen ya sabidos. La enseñanza secundaria nada da cuando no hay germen, nada, más bien extravía el sentido común, aunque parezca esto paradoja: cuando lo hay, hace sobre él el efecto de la lluvia, que coopera sin crear. Y una de dos, co­mo consecuencia de lo dicho: o las Universidades, que son los cuerpos para los estudios de la últim a especie, deben quedar como museos, para que el que se sienta llamado, pueda ir a decir a ellos como el Correggio en su caso, al ver un cuadro de Rafael: Anch’io son pittore; o m ientras no llega esa suspirada ocasión, tener como juez la sanción pública, como método la disertación, como monumentos las memorias, como gala los actos literarios, como prueba las obras de erudición o inven­tiva, y como días grandes los días de concurso. De esta m anera, se ex­perimentan en la lucha los que han de quedar como adalides, y he­cha la cernidura en el cedazo, queda separada la harina del salvado.

F igúrate ahora, por contraposición, un Cuerpo científico como el nuestro, puram ente reglam entario, con más formalidades que subs­tancia, con preguntas por único sistema, con respuestas por único ejercicio; un Cuerpo en que las cátedras se proveen sólo por votos, sin

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190 CECILIO ACOSTA

conceder al público una partecita de criterio; en que se recibe el t í ­tulo, y no se deja en cambio nada; en que no quedan, con pocas y hon­rosas excepciones, trabajos científicos, como cosecha de las lucubra­ciones, y en que el tiempo mide, y el diploma caracteriza ¿no te pa­rece una fábrica, más bien que un gimnasio de académicos? Agrega ahora, que de ordinario se aprende lo que fué en lugar de lo que es; que el Cuerpo va por un lado, y el mundo va por otro; que una Uni­versidad que no es el reflejo del progreso, es un cadáver que sólo se mueve por las nadas; agrega, en fin, que las profesiones son sedenta­rias e improductivas, y tendrás el completo cuadro. El título no da clientela, la clientela misma, si la hay, es la lám para del pobre, que sólo sirve para alum brar la miseria de su cuarto; y de resultas, vienen a salir hombres inútiles para sí, inútiles para la sociedad, y que ta l vez la trastornan por despecho o por hambre, o la arruinan, llevados de que les da necesidades y no recu rso s.. . ¡Qué de males! ¿Yo dije que se fabricaban académicos? Pues ahora sostengo que se fabrican des­graciados, y apelo a los mismos que lo son.

Lo m ejor en esto es, que mi testimonio es imparcial: Et non igna- rus mali, etc.; y así no se me podrá decir, que me meto a catedrático sin cátedra, o a evangelista sin misión. Si yo no dogmatizo (contesta­ría); si yo no predico; si yo no hago otra cosa, respecto a mí, que que­jarm e; respecto a los demás, que señalar. Ahí está: véase el doctora­do, ¿qué es? véanse los doctores, ¿qué comen? Los que se atienen a su profesión, alcanzan, cuando alcanzan, escasa subsistencia; los que as­piran a mejor, recurren a otras artes o ejercicio: y nunca es el granero universitario el que les da pan de año y hartura de abundancia. En cuanto a mi personita, para libertarla de censura, si ta l fuera preciso, harto sabes que yo cambiaría la pluma del jurisconsulto por el delan­tal del artesano, y que suspiro por el momento en que, dado a otro trabajo análogo a mi gusto, pueda reírm e a carcajadas del buen G re­gorio López, por bueno que sea, y de otros tan buenos como él, que han pretendido sustituir las citas a la lógica, el comentario a la ley, y la autoridad a la razón.

(De: “Cosas sabidas y cosas por saberse” , Caracas, mayo 8 de 1856. Obras, vol. III, pp. 267-271).

El estudio del latínNo se puede decir otro tanto del tiempo presente, en que da lás­

tima ver a la noble y riquísima lengua latina tenida en menos, olvida­da como un trasto inútil, y casi escarnecida como un símbolo de igno­rancia y de rancia erudición. Mientras en las naciones cultas de Euro­pa, mayormente en Alemania, se elevan altares a los grandes hombres de la gran Nación, se cotejan manuscritos, se desenvuelven rollos de viejos pergaminos, se desentrañan monumentos, y se establecen socie­

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TEMAS EDUCATIVOS 191

dades de estudios para m ejorar las lecciones, concordar los textos, ase­gurar la fidelidad de las ediciones, y perfeccionar la enseñanza del la ­tín; nosotros aquí, o más negligentes, o más vanos, lo echamos en ol­vido, y hasta hacemos de ignorarlo necia gala.

(De: “Inform e sobre texto latino”, Caracas, mayo 8 de 1850. Obras, vol. IV, pp. 87).

Los estudios metafísicosLa moda por las innovaciones, tan caprichosa y liviana en el reino

de las letras, como en las otras instituciones humanas, ha dado en es­tos últimos tiempos la preferencia sobre los otros estudios, a los estu­dios metafísicos; ha llam ado descoloridos a los que no tienen su color; ha llamado pobres a los que no tienen sus ideas; ha llam ado plebeyos y humildes a los que no tienen sus abstracciones elevadas, y tirana como siempre, y dando y quitando reputaciones, y destronando e inau­gurando nombres ilustres, ha quitado la púrpura a los que la tenían antes, para dársela a Platón y Aristóteles, y que m anden como reyes absolutos. Por eso se ve hoy que la política, la estadística, la historia, el derecho, la economía social, y hasta los secos estudios dem ostrati­vos, están vestidos, como por gala, de las ideas metafísicas: por todas partes abstracciones, por todas partes prurito de generalizar, por to­das partes síntesis y deducciones, y principios generales, y leyes que no qu iebran . . . No parece otra cosa, sino que el hom bre se cansó de analizar, y de buscar y am ontonar hechos, y que subiendo por ellos a la contemplación de algunas causas, creyó que ya podía com prender y explicar la naturaleza, y hacer de las ciencias un código.

(De: “Inform e sobre texto latino”, Caracas, mayo 8 de 1850. Obras, vol. IV, pp. 89-90).

El estudio de los idiomasEn el orden natural de las cosas prim ero está el saber un idioma

que los principios que lo rigen: y la prueba palm aria de esto es, que no hubo gram ática general sino después que hubo gramáticas particu­lares, es decir, después que existieron las lenguas; porque de los he­chos es que se sube como por escala a las comparaciones, de las com­paraciones a los principios, de los principios a las deducciones, de las deducciones a los teoremas, y de los teoremas a las ciencias; sin que sea posible invertir este orden regular. Como consecuencia de esto, primero es saber un idioma, que la ideología que analiza el pensa­miento, y que la gram ática general que le da cuerpo y lo atavía y en­galana con palabras: y como consecuencia también, será m ejor una gramática particu lar a proporción que tenga más idiotismos y más re ­

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192 CECILIO ACOSTA

glas prácticas, y sabrá más castellano quien haya leído más a Cervan­tes y a Granada, y más latín quien haya estudiado más a los autores del siglo de oro, sin que al uno le hagan notable falta las meditaciones abstrusas de Balmes y de Luna, ni al otro los principios y reglas de Plotino. Todavía no se había conocido de un modo cabal en Grecia la generación del verbo, y la necesidad de dividir el pensamiento en va­rios miembros para diferenciar a cada cual con su librea, y ya Ho­mero había perfeccionado su lengua, y la había hecho la lengua de los dioses y los héroes, para representar, ora el fuego de la indignación y de la rabia en boca del iracundo Aquiles, ora el espíritu de la paz y reconciliación en boca del suavílocuo Néstor; ya Safo y Anacreón ha­bían cantado el vino y el amor, en tiernos, fugitivos y delicados ver­sos; y ya Píndaro y Corina, sacando de la poesía tonos robustos, y dán­dole alas a la musa, y elevándola a altas regiones, la habían hecho celebrar las pasiones fuertes y grandes, el valor, la ambición y el he­roísmo.

(De: “Informe sobre texto latino”, Caracas, mayo 8 de 1850. Obras, vol. IV, pp. 91-92).

El estudio de los idiomasEn las lenguas hay dos cosas que aprender; lo que ellas son, y lo

que deben ser, y pierde el tiempo (testigo la experiencia) quien tra te de enseñar a los niños lo segundo antes o en vez de lo primero: sería lo mismo que pretender hacer perfecta la razón en la edad más tierna, y trastornar el orden regular de los conocimientos humanos.

(De: “Informe sobre texto latino” , Caracas, mayo 8 de 1850. Obras, vol. IV, pp. 95).

El periodismoEl periodismo es hoy, y es hace algún tiempo, puede decirse la

prim era condición de la vida social, intelectual y moral; especie de atmósfera que se respira, de alimento que nutre, de órgano que co­munica, de sol que alumbra. Es la nueva forma, la más palpable, la más sencilla y clara del pensamiento: es la conversación fam iliar, y la conversación para todos, del espíritu. Se comprende ahora por qué pueblo que no lo tiene, ni se gobierna, ni sabe, ni marcha. Más: los cuerpos científicos mismos sin él, a pesar de sus tribunas y enseñanza, no son otra cosa que depósitos de aguas estancadas, y a veces de aguas corrompidas.

(De: “Obras Literarias del Dr. Limardo” , Caracas, marzo 21 de 1868. Obras, vol. V, p. 84).

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t TEMAS EDUCATIVOS 193

El PeriódicoPero nada es como el periódico, la forma más aérea que puede

asumir el pensamiento. El libro es para la inmortalidad, el periódico para la actualidad y para dar circulación a lo que se controvierte, o se desea y se necesita en el momento. Hay veces que la idea debe estar caliente aún como se concibe, y sólo la hoja suelta puede conservarle ese calor, que luego lleva a las calles para la opinión, al hogar para el aviso, a los congresos para la ley, a l gabinete para el consejo, a los comicios para el sufragio, al mercado para los precios y a todas partes como órgano de cuanto se habla, discute, forja, teme, desea, inventa o tiene. Es un Proteo el periodismo: la de chiste, sátira, ataque, de­fensa, censura, libelo, doctrina, todas las transform aciones toma; está en todas partes, y como el del m ar, su movimiento es incesante; como el calórico penetra, como la atm ósfera inunda todo; y ora asiste al nacimiento de las instituciones, que anuncia y conserva, ora crea la opinión, cuyas conquistas celebra, ora, si no es oído, forma la borrasca y levanta la ola de las revoluciones populares para que triunfen con la sangre las ideas que no han podido triu n far con la luz.

(De: “José M aría Torres Caicedo” . Obras, vol. III, pp. 138-139).

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TEMAS JURIDICOS

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Sentido del derechoEs ahora la ocasión de exponer los fundamentos de nuestro dic­

tamen. Aunque éste es un punto harto claro en el sentido que usted sostiene su derecho, como se le ha querido hacer controvertible y no sea difícil buscar argum entos especiosos hasta contra los más sólidos principios de jurisprudencia, vamos a exponer lo más brevem ente po­sible los que rigen en la m ateria y en el caso que usted somete a nues­tra consideración. Justam ente el de usted es de los más triviales, de los que se presentan con más frecuencia en los negocios de la vida; y será por lo mismo más fácil ver, que lo que enseña la ciencia es ni más ni menos lo que se practica todos los días, por instinto, por necesidad y por conciencia pública.

(De: “Consulta Ju ríd ica” , Caracas, 22 de abril de 1876. Obras, vol. III, p. 312).

Progreso del Derecho PúblicoDespués de los progresos que ha hecho la civilización; después

que la Revolución francesa colgó en el cénit el sol que hoy alum bra los derechos del hombre, dijimos adiós a las doctrinas de la Edad Me­dia, en que cada río era un pontazgo, cada encrucijada una amenaza y cada roca una fortaleza con su señor de horca y cuchillo, y para lle­gar por fin a un Gobierno en que no estén los derechos a merced del que quiera quitarlos, y en que cada uno pueda vivir de m anera que la propiedad tenga garantías, la paz sea estado y el pacto social convenio que se cumpla.

(De: “Leyes Secundarias” . Obras, vol. III, p. 29).

El análisis de las cuestiones jurídicasCon ciertas cuestiones debe hacerse como con los cuadros que se

ponen a la luz que proporcione verlos mejor, o como con los mapas que se orientan para relacionar los puntos bien.

(De: “Cuestión jurídica sobre retracto convencional”, Caracas, setiembre 24 de 1860. Obras, vol. IV, p. 360).

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198 CECILIO ACOSTA

Los contratosNo los crearon los códigos, porque son anteriores a ellos: na­

cieron de las necesidades de los hombres, que siendo recíprocas, pro­dujeron para ellos, en esa misma reciprocidad, una sanción natural. El cumplimiento de nuestras obligaciones es la salvaguardia de los propios derechos; y como esta reflexión de doble faz es común y necesaria en todos los hombres, la palabra dada vino a hallar su primera fianza en el sentimiento general de la conciencia pública. El salvaje, lo mismo que el hombre civilizado, el pobre como el r i ­co, saben que las obligaciones obligan, que los derechos dan, y que en el cumplimiento de las unas y los otros están los intereses de to­dos y la armonía social. Se cumple respecto de otros, porque se espera que se cumpla respecto de uno; y así se ve que los contra­tos, hijos siempre de las necesidades generales, tienen la misma se­guridad y la misma fuerza irresistible que ellas tienen.

(De: “Cuestión Delfino y Junta Superior de Caminos de la Pro­vincia”, Caracas, febrero 9 de 1854. Obras, vol. IV, p. 275).

La fuerza de los contratosEl vigor de los contratos está en ellos mismos, y en las leyes

su fianza. Las leyes los han clasificado, han sido su historiador, y luego les han prestado el apoyo colectivo, de donde han derivado ellos su mayor fuerza, su mayor santidad, y el abono y defensa que hallan en las costumbres generales.

(De: “Cuestión Delfino y Junta Superior de Caminos de la Pro­vincia”, Caracas, febrero 9 de 1854. Obras, vol. IV, p. 277).

£1 Derecho RomanoJustiniano hizo un gran servicio a la ciencia del derecho, po­

niendo en colecciones ordenadas lo que antes de él andaba disperso en varias fuentes y en libros sin número. El pueblo romano, que tu ­vo bastante poder para someter al orbe, lo tuvo asimismo para con­quistar la inmortalidad; y hoy, tornados en polvo hasta sus m árm o­les, ocurrimos a su legislación para adm irar su grandeza.

Pero así como estas colecciones están llenas de sabiduría en la parte civil, dejan casi todo que desear en la parte criminal, por falta de clasificaciones, por deficiencia de materia, por crueldad sis­temática. El Código, las Pandectas y la Instituta, no tienen más, ca­da cuerpo, que un título que trate de penas propias: el título 47 del libro 9 en el primero, el título 19 del libro 48 en el segundo, y el t í ­tulo 18 del libro 4 en el tercero. De resto, y derramadas acá y allá,

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TEMAS JURIDICOS 199

sólo se ven algunas acciones llam adas penales, nacidas de daños u obligaciones m eram ente civiles, y cuyo fin es el desagravio privado.

Esto tiene su explicación. Roma era un gobierno cuyo espíri­tu era el m ilitar, cuyo elemento la fuerza, cuyas tendencias la ab­sorción. El Capitolio, el templo; el Em perador en tiempo del Im pe­rio, el Pontífice; los reyes atados al carro triunfador, los adorado­res de ese culto. Así es que desde Augusto, salvo ciertos delitos que afectaban a los individuos, todos los demás como que se habían inventado para hacer más grave, o para hacer único, el delito de lesa majestad.

Visto lo cual, y teniendo en cuenta la horrible severidad de algunas penas, como la exposición de los reos a las fieras del cir­co, y la transm isibilidad de otras, como las con que se castigaba la traición, no es extraño se admire uno de que quienes fueron tan ade­lante en la una, se hayan quedado tan atrás en la otra jurisprudencia.

Aunque sea al concluir este parágrafo debemos decir con llane­za, si bien con profundo acatamiento, no participar nosotros en un todo de la opinión del sabio Ortolán de que el derecho romano ha ejercido el m ayor influjo en la antigua jurisprudencia penal europea, como tam bién en la moderna. Es verdad que la confiscación, el to r­mento y alguna otra pena pasaron a otros códigos; pero en gene­ra l las demás quedaron borradas o modificadas esencialmente con la irrupción de los Bárbaros del Norte, que echaron abajo el vetus­to edificio, con el establecimiento del feudalismo, que levantó nue­vas instituciones, y más que todo con el derecho eclesiástico, de ten­dencias más civilizadoras, por ser de origen más elevado.

(De: “Reseña Histórica y prospecto de Código del Derecho Penal” , Obras, vol. III, pp. 88-90).

El Derecho EspañolEspaña es una nación que por más de un título merece ser ci­

tada con no mezquino elogio en la historia de la jurisprudencia, por nadie más que por nosotros, que heredamos de ella, además de su religión y su sangre, sus costumbres y sus leyes. Hubo un tiempo en que mencionar sólo su nombre era un oprobio: celos estos de derecho, o recelos de la guerra; mas hoy, sellada ya la gloriosa in­dependencia como un decreto irrevocable del destino, es justo que renazcan los antiguos lazos, y que seamos imparciales para juzgar­la, como fuimos libres para combatirla.

Los Godos fueron los prim eros que hicieron algo digno de re ­ferirse. Sin hablar de las leyes de Eurico, del Breviario Aniano, ni de la reforma que hizo Leovigildo del código euriciano, fundada según la expresión de San Isidoro, en que muchas de sus provisiones eran ya inconvenientes, incondite constituta, lo que nos debe ocupar

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2 0 0 CECILIO ACOSTA

de preferencia es el Fuero Juzgo, cuerpo de derecho publicado en la­tín del VII a principios del VIII siglo.

Ha sido fluctuante en cuanto a él la opinión de los sabios. Mon- tesquieu lo hallaba hasta pueril, y Ferrand lo prefería en algunas p a r­tes al Contrato social; no obstante lo cual, es hacedero, y aun se ve­rá bien, un juicio en que se guarden los fueros de la verdad.

Las creencias, los hábitos y el estado de mi pueblo, son la luz al favor de la cual debe verse y estudiarse una institución contem­poránea. Hay tres rasgos que constituyen fisonomía en la época gó­tica: la resistencia de la nación a adoptar las costumbres de los ven­cedores, causa ésta de frecuentes parcialidades y tumultos; el enca­minamiento de los reyes a hacer cada vez más opresivo su poder, y el influjo del clero como fuerza aliada en el mando y la legisla­ción; o de otro modo: lucha abajo, despotismo arriba, y carácter teo­crático en la forma del sistema.

Prueba de lo primero es, que de 16 reyes que hubo de Ataúlfo a Leovigildo, 9 m urieron asesinados; y sin insistir en lo segundo, por­que es bien sabido, para lo tercero basta recordar los concilios de Toledo.

Según lo cual, y teniendo en cuenta que los Godos eran parte y recibieron la educación de los antiguos Germanos, no tiene de ex­traño que su código se resintiese de los vicios, las pasiones y las necesidades del tiempo; confirmándose así que cada institución es hi­ja del suyo, y que no debe apreciarse ninguna por las ideas de otros tiempos. La justicia relativa es la justicia de la historia.

Aunque hay otros libros que tratan tam bién algo de lo mismo, los que del Fuero Juzgo se ocupan más especialmente en las penas y en los delitos, son los que corren del seis al nueve inclusive; y los citamos para que sea fácil verificar en ellos la mayor parte de las observaciones que vamos a hacer.

En lo tocante a las penas, hallamos que censurar su dureza, su prodigalidad, y el carácter que se les daba con frecuencia de ven­ganza privada. Nos disgusta leer en escritores tan aventajados co­mo don Juan Sempere y Caravantes, que en el Fuero Juzgo la m e­dida de ellas se ajusta de ordinario a la gravedad de los delitos, co­mo encontrando en esto un principio de equidad. La equidad nunca está en el tanto por tanto, sino en que el castigo, tan económico co­mo ser pueda, retraiga, enmiende y corrija.

Ellos lo decían por el talión, que se imponía, salvo ciertos ca­sos, cada vez que había daño corporal. Pero estaba esto tan distan­te de ser justo, que, en prim er lugar, era el ofendido el facultado para tom ar el desagravio; y en segundo, sustituida a éste una m ul­ta, se sometían a tarifa delitos tan graves como rom per las piernas y arrancar los ojos.

Si aquí había relajación, otras veces crueldad extrema, u omi­sión deplorable. Los azotes, prodigados-hasta para los jueces; las

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TEMAS JURIDICOS 201adúlteras, puestas a disposición del ofendido, que podía imponerles hasta la pena de m uerte; los ladrones, entregados a los robados en servidumbre perpetua; la sodomía castigada con la castración, el infanticidio con la extracción de los ojos, la fuga de los presos en el alcaide con la m uerte. Se ponía a torm ento a los siervos para que declaresen contra sus amos, y se arrancaba todo el pelo de la cabeza a los testigos falsos.

En cambio, los homicidas asilados podían componer y rescatar su crimen, el concubinato estaba tolerado, y no podía nadie acusar a persona de clase superior.

El tormento aunque lleno de restricciones, existía. Hay un tí­tulo que habla de la prueba del agua hirviendo. Con excepción del homicidio voluntario, en los demás casos no se adm itía ministerio público en los procesos. Y lo que es más grave, la administración de justicia venía a quedar en nada con el poder que tenía el rey de anular las sentencias, y de incorporar la suya, como una de tantas leyes, al libro que las contenía.

He aquí las grandes manchas del Fuero Juzgo. A pesar de ellas, queda siendo un gran código. Unificó la jftsticia, fundió las dos razas, mejoró las costumbres, y sirvió a reg ir un pueblo que no veía en la acción legal sobre las suyas más que una jurisdicción propia, y una apreciación natural contemporánea. El ilustrado crim inalista se­ñor Pacheco tiene razón en decir que son inferiores a este cuerpo de leyes la ripuaria y la borgoñona, y que ni los mismos Capitulares de Cario Magno, aunque publicados dos siglos más tarde, pueden en trar en cotejo con él.

Apenas haremos otra cosa que dar un salto por los Fueros m u­nicipales. Apoderados los sarracenos de gran parte de España hasta su expulsión completa en 1492, en que los Reyes Católicos reconquis­taron a Granada, los diferentes reinos cristianos creados en medio de la guerra habían producido, como consecuencia, una nobleza inso­lente, porque llevaba las armas y la gloria, y un pueblo humillado, porque no las tenía. Necesitado el trono, ricos los señores, sus ser­vicios debían ser tan provechosos para ellos como opresivos para las clases inferiores.

De aquí la casi impunidad de la nobleza. Un hidalgo no de­bía sufrir ninguna pena por in ju ria a otro hidalgo, incluso el homi­cidio: a sus labradores y vasallos podía m atarlos impunemente un noble, y el que m atara a un perro suyo tenía la misma pena (cien sueldos) que por sacar un ojo o arrancar la lengua a un hombre libre.

Pues re ferir ahora las gabelas, impuestos y tributos, sería cuen­to de no acabar. Baste decir, como trae Sempere, “que no se po­día por los plebeyos dar un paso ni ejercitar ninguna industria ni acto civil, sin un gravam en determ inado”. Estos fueron los dere­chos llamados después dominicales y feudales, y de los que enumera Llórente más de ciento cincuenta.

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202 CECILIO ACOSTA

Con el objeto de quebrantar este poderío, por una parte, y es­ta opresión, por otra, fué que se dieron tantos Fueros, y tan dife­rentes, hasta el Real, que precedió inmediatamente a la formación de las Partidas; bien que aquel código fué hecho según lo da a en­tender en su prólogo el legislador, para que fuese general.

No es de esperarse, a pesar del fin que se propusieron los mo­narcas en esta nueva legislación, que el derecho penal hiciese no­tables adelantos. Mejoró un poco el pueblo; pero el sistema crim i­nal se resentía de la rudeza de los tiempos.

Las Partidas, debidas a Don Alonso el Sabio, formadas a m edia­dos del siglo XIII, aunque diferidas en su publicación hasta casi un siglo después, son un cuerpo bien ordenado, que contiene riquísi­ma doctrina en la parte civil, pero que en la penal, está lleno de defectos y vicios lamentables. No hay más que leer la Partida 7*: no hay nada de código aquí, sino un hacinamiento de penas bár­baras o inaplicables, y de delitos que no tienen escala, o creados por creencias supersticiosas.

La marca con hierro ardiente en la lengua, los azotes, la pena de muerte prodigada, el horrible suplicio del parricida, el torm en­to, son un catálogo que espanta; tanto más, cuanto que no falta ca­so en que se hace trasmisible la pena a los hijos, como si fuese he­redable el crimen.

Se sucedieron, entre otras colecciones, las Leyes de Toro en 1505, la Nueva Recopilación en 1567, y la Novísima en el reinado de Car­los IV.

Estos cuerpos nada dieron a la ciencia, porque no la tenían. El último, en especial, después de tra ta r largam ente de varias m ate­rias, muy poco dedica a la jurisprudencia criminal, en la que se conservan aún restos antiguos de la falta de criterio filosófico.

Por este cuadro vemos que hasta principios del presente siglo, la legislación española no había alcanzado todavía la purga de sus resabios. Ni debe ser aquí dura la crítica. En los Estados que no han alcanzado instituciones sólidas, en que el derecho nace, y la orga­nización resulta, de la armonía constante de los intereses, la ley, para que sea buena, tiene que ser la obra de circunstancias muy fa­vorables, y de esos entendimientos poderosos y organizadores que crean anales e ilustran las naciones. Sin hablar del tiempo anterior, des­de los Reyes Católicos, que en medio de las turbulencias de la gran­deza, y de los afanes y resultas de la guerra con los moros, harto hicieron, entre otras cosas, con la formación de las leyes de Toro, aunque publicadas después de la m uerte de Doña Isabel, sólo ha­llamos dignos de mencionarse a Carlos V (I de España), ocupado en sus proyectos de monarquía universal, a Felipe II, empeñado en la herencia de su padre, no obstante lo cual dió a luz la Nueva Reco­pilación, y a Carlos III, en cuyo reinado, si bien ilustre por mil

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TEMAS JURIDICOS 2 0 3

títulos, nada se pudo hacer en la legislación, cuando el derecho na­tural y el de gentes tenían cátedra por la prim era vez.

En este estado, enriquecido el espíritu humano con sus herm o­sas conquistas, sostenida como una necesidad la forma representati­va de los gobiernos, y creadas en este continente las Repúblicas His- pano-Americanas, en que los derechos no son concesiones de cartas, sino propiedades del individuo, la consecuencia había de ser que entre nosotros, como en España misma antes de su última legislación penal, la recopilada y de partidas fuese poco menos que im prac­ticable.

A este mal vino a agregarse otro mayor. En la necesidad de castigo, y no pudiendo ser este el sancionado, el juez tuvo con fre ­cuencia que sustituirse a la ley, resultando de aquí una jurispruden­cia vacilante, incierta, varia e inicua. La arbitrariedad es la m ayor corruptela; porque el canon que es la garantía, se suplanta con la persona, que es el capricho.

(De: “Reseña Histórica y prospecto de Código del Derecho Pe­nal". Obras, vol. Ill, pp. 101-108).

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t e m a s d e h i s t o r i a

Y CU LTU R A DE E S P A Ñ A

6

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LA NACION

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EspañaNo hay aquí ningún recuerdo amargo para España, ninguno. Co­

mo buenos combatimos un día, ella por un derecho tradicional y dis­cutible y nosotros por un derecho moderno y absoluto; y pasada la gloriosa lucha, renacieron los antiguos vínculos. No puede haber sino amor y admiración por un pueblo tan célebre en las armas como en las letras, que es de nosotros como ejecutoria y familia, que luchó ocho siglos por lanzar de su seno una civilización tan bella como la arábiga, sólo porque no hacía parte de su escudo nobilia­rio; que desdobló el mundo para sacar del fondo un continente, que llenó la tierra con sus tercios y el m ar con sus galeones carga­dos de oro y plata, que ha tenido tantos capitanes cuantos nombres la bizarría m ilitar, que habla una lengua divina en que caben Dios, la naturaleza y el arte, que ha producido ingenios como Cervantes, él solo una gloria, que tiene un teatro cómico todavía sin rival y que posee un carácter en que puede siempre aprenderse la condición abierta, el alma amiga y la caballerosidad franca.

(De: “José María Torres Caicedo” . Obras, vol. III, p. 136).

EspañaEspaña merece párrafo aparte, siquiera por ser nuestra madre:

nación grande y de dilatada fama un tiempo como pocas. En el de Carlos V fué la monarquía universal, en el de Felipe II puso es­panto en el corazón de la Inglaterra, y cuando el cuarto Felipe, lle­gó el teatro nacional a su m ayor esplendor. Ha tenido escritores co­mo Cervantes, que ha dado el fruto más ingenioso y tal vez el más grande del espíritu humano; como Lope de Vega, que pudo conver­sar en verso y escribir El Nuevo Mundo, y como Calderón, que era un río de cascadas sonoras: ha producido por imitación de lo que se hacía en la propia casa a Corneille y a Moliere en casa ex tra­ña; y ha hablado una lengua divina que se hablaba al mismo tiem ­po por gala en las cortes de Bruselas, de Baviera, de Nápoles, de Viena y de Milán. Tiempos esos de alta caballerosidad, de haza­

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ñas fabulosas, y de un esplendor tan deslumbrante, que la historia vuelve hacia ellos los ojos y señala con el dedo, como para hacer ver hasta dónde ha podido llegar el poderío humano.

Con todo, es lo cierto, que tras ese tiempo, España ha dormido más o menos; pero ha dormido con el sueño de las razas fuertes, para despertar después más enérgica. Y esto hasta su explicación tiene: dedicada al cultivo del espíritu y floreciendo en ingenios de prim er orden cuando era conquistadora, creaba epopeyas para can­tarlas, y se sentaba en el trono para recibir culto divino. Cuando más tarde otras naciones volvieron la vista a otras necesidades, y em­pezaron a ser industriosas para conseguir preponderancia o influjo, ella desdeñó seguir las mismas huellas, se contentó con sus trad i­ciones, y tuvo en menos toda otra grandeza y nombre que no fue­se el de las letras o la gloria. ¡Inocente candor éste, en que lo g ra­ve de la falta encuentra gracia apenas en lo generoso de la idea!

(De: “Carta a R. H.”, Caracas, junio 23 de 1869. Obras, vol. II, pp. 236-237, 238).

La interpretación de la LeyEs preciso irse con tiento y como quien desconfía, con los in ­

térpretes del derecho patrio, que fueron esclavos del romano, y que han querido acomodar a él, muchas veces forzándolas, las disposicio­nes más claras y más libres. Ya en ese tiempo se lamentaba Jovella- nos de que se fuese sustituyendo insensiblemente la glosa a la ley, y manifestaba el deseo de que se buscase en las autoridades, menos el autor que la razón. Esos intérpretes muchas veces han dado a la interpretación diferente destino del que le corresponde: en vez de buscar con ella la forma de la ley, la han hecho molde para vaciar en ella la ley. Ya tengo dicho que la prim era condición de la in­terpretación, es que ella sea la explicación natural, respecto de la ley, de lo que los contratantes conciben cuando se avienen, hasta sin conocerla.

(De: “Cuestión jurídica sobre retracto convencional”. Caracas, se­tiembre 24 de 1860. Obras, vol. IV, p. 337).

Los descubrimientos geográficosEl mundo iba a cambiar de frente y sólo se aguardaba la hora

en que el siglo XV estuviese ya al cerrar su curso. En efecto paré- cele a uno ver al espíritu de la navegación levantarse, y abrir para el un pueblo las puertas de la América, y para el otro, por el cabo de Buena Esperanza, las puertas de la India. Los continentes se to­can y el barco es el huésped de los mares.

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HISTORIA Y CULTURA DE ESPAÑA 211

Emularon en este camino los holandeses, los ingleses y los fran­ceses. Cada cual tuvo sus escalas de tránsito y sus lugares de con­sumo; vinieron el oro y la p lata de los puntos de u ltram ar; salieron enjambres de pobladores; volvieron flotas llenas de curiosidades y riquezas; el estímulo trajo el deseo, el deseo la agitación; y la faz del comercio fué ya otra. ¿Quién será bastante eco a tanta gloria? ¿Ni cómo, puestos ya al habla los trópicos, trae r a un solo punto tanta extensión de poderío y tan ta ley en germen para la ciencia económica? Se alteran los precios; se aumentan los cambios; circu­lan más los valores; hay fiebre de viajes; media tierra antes ocul­ta, descubierta ahora, es blanco de codicia a la otra media; y con nuevo teatro ya para las especulaciones, y con nuevos mercados pa­ra el expendio, el espíritu de progreso ve ensancharse al propio tiem ­po sus límites, sus empresas y sus goces.

No hay tregua al duro afán, y medio siglo basta para coronar­lo. Los portugueses tienen navegantes como Díaz, Vasco de Gama y Alvarez Cabral; y conquistadores como Alburquerque; entran al m ar del Sur; hacen suyos los golfos Arábigo y Pérsico; reciben parias de los reyes de Siam y del Pegú, levantan ciudades que son empo­rios, y ponen el pie en las costas del M alabar, en Ceilán, en Su­matra, en Ormuz y en el Celeste Imperio con lo que, el Asia del mediodía quedó, puede decirse, ahogada entre sus brazos. Sin em­bargo, tantas conquistas y grandezas sirvieron al fin de poco al con­quistador y a los conquistados. El Portugal no supo aprovechar­se de ellas; y corriendo días, su suerte había de ser el eclipsarse y reducirse, entre un rey poderoso vecino, que lo ahoga, y la In ­glaterra que le impone el vergonzoso tratado de Methuen; bien que (para decir la verdad íntegra) cuando él pudo sacudir toda traba y disponer de su casa como dueño, ésta ha marchado en orden y sus cosas en aumento. Por lo demás no se olvide que la índole oriental es resistente; que a veces varias naciones se han quebrantado con­tra ella, y que el Indostán ha necesitado al fin del yunque inglés para hacerse maleable de algún modo. Esa ha sido una civilización petrificada.

Pero ningún pueblo contemporáneo alcanzó a más que el espa­ñol: medio continente como conquista a los pies del trono, imperios sometidos, virreyes como súbditos, el m ar desdoblado como para dar paso a sus bajeles, flotas para el negocio, armadas para el respeto, tesoros para el regalo; y sobre esto, y después de unidos Castilla y Aragón, un monarca que engrandece estas coronas con una he­rencia rica, otro m onarca que la conserva, casi m edia Europa va­salla o temerosa de serlo, y aquel esplendor de gloria literaria, m a­yormente en tiempo de los Felipes, que no se ha repetido más en el mundo; he aquí la España de los siglos XVI y XVII, poder sin rival, causa engendradora de recelos, y tanto como orgullo propio en­vidia ajena.

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Contribuyó a esto poderosamente la consolidación y unidad de la Monarquía, en que eran de notarse una misma fe en todos y una raza emprenderora y aventurera, a tiempo que en otras partes an­daban agitados los espíritus, y que la Reforma tenía a la Alema­nia inquieta para la sangre, a la Francia convulsa para el desorden y a la Inglaterra lacerada entre dos religiones enemigas y una rei­na que lo era de ambas. Así es que el poder español, con un ce­tro consentido y una vida que sobraba, tuvo fuerzas bastantes para imponer con ellas su civilización a pueblos que no la querían, y derram arla y extenderla a los cuatro vientos del orbe. Es ley histó­rica m archar el mal con el bien: se pobló para la violencia, pero el huevecillo quedó fecundado; y la colonia no vino a ser otra co­sa que un desengaño de servidumbre para una escuela de libertad.

El comercio vió con esto ensanchados sus límites, y España flo­recientes sus ciudades: el campo era muy vasto y el movimiento muy vivo. Podrá juzgarse lo que fué esa nación entonces, cuando es sabido que recién descubierta América, tenía ya 1.000 buques m er­cantes, 300 ciudades muradas, y 6.000 pueblos y aldeas; que Guicciar- dini no halla cómo ponderar el esplendor de Flandes; y que un em­bajador veneciano no vacilaba en comparar a Amberes con la reina del Adriático, hasta el punto de agregar un célebre crítico de Pres- cott y de Motley: a n d t h e s a m e s o v e r e ig n h a d a t h i s d i s p o s a l t h e g o ld of México a n d Perú, t h e S c ie n c e , t h e t a s t e a n d t h e s t a t e c r a f t of Italy.

(De: “Ensayo Crítico”, Caracas, noviembre de 1870. Obras, vol. V, pp. 52-55).

La decadencia española en el siglo XVII¿Qué fueron esos reinados? Largos años de inacción doméstica:

guerras estériles fuera; paz sin frutos dentro. Se vivía sólo de re­cuerdos, del esplendor pasado, de las flotas poderosas, de los te r­cios de Flandes, de la monarquía alumbrada a todas horas por el sol del mediodía; a que daba ayuda —para hacer más viva la molicie y más descuidada la conducta, en un tiempo en que ya las necesi­dades del trabajo y de las investigaciones científicas tocaban a la puerta— la mezcla difícil del espíritu bélico godo y de la imagina­ción ardiente de los árabes. Después que Colón había puesto a los pies de Isabel la Católica un mundo de prodigios, que Pizarro y Cor­tés habían conquistado comarcas y reinos de plata, oro y esmeralda, y que la lengua española se hablaba en todas las cortes y el galeón español cruzaba todos los mares, se creyó que todo estaba hecho, y los ingenios por lo común no hicieron más que dorm ir sobre laure- lea. Unas veces tras la imitación latina, esclavos otras de un gus­to transitorio; muchos de ellos, a pesar de sus talentos, m albarata­

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HISTORIA Y CULTURA DE ESPAÑA 213

ron sus dotes dejando obras en que no es el arte al que se admira sino al artista. La pasaban como herederos ricos en soberbios lechos, sin hacer nada, o haciendo poco, o mucho menos de lo que les per­mitían sus hercúleas fuerzas. La grandeza histórica de la nación trajo la espléndida molicie de las letras.

(De: “Influencia del Elemento Histórico-político en la lite ratu ­ra dramática y en la novela. La Comedia”. Obras, vol. II, pp. 82-83).

España, en 1872Puede estar cercana allí la guerra civil. La raza latina es fá ­

cil, la pasión política inquieta, y la demagogia desapoderada y am ­biciosa a ta l punto en los pueblos inexpertos, que no hay malas ideas que no instigue, proyectos absurdos que no adopte, ni hogueras que no levante, para ver después sólo cenizas. La democracia así es un azote: viene el espíritu tribunicio, viene el libelo de la im pren­ta, viene el odio de razas o de gremios; la noche es para el conci­liábulo, las calles para el tumulto, los congresos para el desorden y el gobierno para oprim ir en nombre de una libertad que es la úl­tima palabra del último motín. Una nación en este estado da lás­tima; muchas veces sucede que tiene que verse toda tin ta en san­gre, antes de volver al buen sentido; como si el dolor fuese el úni­co camino de la experiencia en la vida social.

Tales son los presentimientos que tengo sobre España. Quiera Dios lib rarla y protegerla con su escudo; pueblo que amo por su espíritu caballeresco, y porque ha dado como el que más, grandes te ­mas a la historia.

(De: “Situación política de Europa”, 1872. Obras, vol. V, p. 130).

España“Me alegro mucho de que vaya U. a España, y ojalá fuera con

un carácter diplomático que lo acreditase en ese país, que yo tan ­to amo.

“Allí tendrá U. el gusto, envidiado por mí, de estrechar la m a­no a nuestros colegas de la Academia Española, y de dársela al ilus­tre Cánovas del Castillo, a quien yo desearía conocer personalmen­te, por haber resultado ser uno de los prim eros estadistas de Euro­pa, y quien ha logrado dar a su país una consolidación firme, que lo ponga a salvo de continuas revueltas. El papel que le ha tocado desempeñar es un papel histórico, y el éxito que ha obtenido, b ri­llante, hasta cierto punto más que el de Jovellanos, que no pudo salvarse de la C artuja de Mallorca; más que el de M artínez de la Rosa, que no alcanzó a evitar los tum ultos de M adrid ni el alzamien­

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to de las Juntas provinciales; y encanta verle, ora ir al Parlam ento a luchar con los más insignes oradores, entre ellos nada menos que con Castelar, cuyo río de elocuencia arrastra, ora encerrarse en el ga­binete para trazar el plan de una política, cuyo m ejor elogio es de­cir que ha salido bien.

“Para conocer lo arduo del empeño del señor Cánovas, es p re­ciso tomar las cosas de atrás. La decadencia política de España em ­pezó a hacerse notable desde los dos últimos Felipes de la Casa de Austria; y aunque la Casa de Borbón le dió desde el principio algunos buenos príncipes, sólo a Carlos III tocó en el siglo XVIII pro­porcionarle algún aliento de vida para poco provecho duradero, no tanto porque la simiente que sembraba no prendía, cuanto porque a poco se desató el torbellino de la Revolución francesa, que había de ser causa de estragos como de bienes.

“Las razas fuertes como la española, que han creado una civi­lización que después sepulta el tiempo, son muy apegadas a sus há­bitos; y aunque fuera de la Península ya había otros en industria, en artes y en prácticas de gobiernos, España se mantuvo aferrada a los suyos: no sabía apartar los ojos de Pavía y San Quintín, de un mundo sacado de las aguas por Colón, y de flotas que un tiem ­po atravesaban el m ar como su casa e iban y venían cargadas de tesoros o virreyes, propiedad y súbditos suyos: continuó el país opri­mido bajo el peso de las tradiciones: continuó la rutina como ca­mino sin estorbos: la literatura, aunque cultivada con tanto fruto, na­da hizo en el particular, por encerrada dentro de los límites del a r­te, ni los partidos tampoco, porque sólo pensaban predom inar en la corte; de donde provino, con un pueblo que creía que nada le to­caba hacer, y con gobiernos que creían poder hacerlo todo o ha­berlo hecho ya, que éstos se hiciesen absorbentes u omisos, los m i­nistros mayordomos de palacio, los entorchados influencias, y los cuar­teles campos decisivos de luchas, para m antener agitada una nación que, aunque las fuerzas sí, no tenía el espíritu quebrantado.

“Al contrario, de larga fecha notábanse incubados principios de descontento y tendencias de reformas; pero como las reformas no se pueden fundar de repente sobre meras ideas, que así, sólo son gér­menes, sino sobre las costumbres, que son las ideas endurecidas o arraigadas, no es raro que, de intentarlo sin tal cautela, resulten en­sayos prematuros y efímeros, para después, como remedio inútil, reac­ciones violentas o situaciones precarias: la República española fué la obra de un aborto, sin más explicación que lo generoso de los fi­nes y la grandeza del apóstol; y el reinado extranjero, el de Amadeo, que la precedió, un error, sin la disculpa siquiera de lo noble y en­tendido del monarca.

“La República hoy en España es un sueño, que puede p arar en delirios, el absolutismo una tradición, que si continuara, no engen­draría más que luchas; y la nación tiene que pasar por una vida in­

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termedia, que es la monarquía constitucional. Este ensayo lo ha comprendido muy bien Alfonso XII, y lo está llevando al cabo m a­ravillosamente el señor Cánovas del Castillo.

“El es mucho hombre para ello, bien que tan ardua es la ta ­rea, porque tiene que darle consistencia a una formación blanda, y librarla del crudo combate entre los intereses antiguos y los nue­vos. A dicha las Cortes son una corporación en lo general de hom­bres distinguidos, donde casi m aterialm ente se ve reverberar la luz de la inteligencia; los partidos principian a perder su acrimonia de otros tiempos y a agruparse alrededor de los principios sensatos, la prensa lleva m ejor rumbo, y el sentido práctico en las cosas nota ya que éstas van m ejor por el camino de la organización y de la paz, que por el de las locas turbulencias. Con todo, mucha parte de esta misma situación es debida al señor Cánovas del Castillo. El ha em­pezado ya a asentar instituciones y a acostum brar la nación a ellas, lo que es mucho; ha salvado más de una borrasca con el timón en la mano, lo que es heroico; ha dado el tono para las opiniones mo­deradas; y conociendo que la palabra no es provechosa cuando agi­ta sino cuando enseña, se le ve muchas veces ir a las sesiones legis­lativas para tem plar las exaltadas con la suya, para luchar como un atleta, y para dejar en el salón una creencia arraigada o traer a su silla un lauro de gobierno; a semejanza del eminente Thiers, que salía muchas veces de París a conjurar las tempestades de la Asam­blea de Versalles desde la tribuna, para poder hacer así sus traba­jos fecundos y la república viable.

“Yo amo entrañablem ente a España, como un hijo agradecido, por haber recibido honores de ella, y deseo su bien por mil mo­tivos: por la lealtad de su carácter, por la generosidad de sus sen­timientos, por su bizarría caballeresca, por la entereza de su ra ­za, por su amor a las letras y por la m ultitud de sus ingenios, que han llegado a ser causa de alto orgullo patrio y envidia ajena. El juicio que he formado sobre su situación política me lo ha dictado mi convencimiento, bien que yo hubiera podido decir más breve­mente y con igual verdad lo que me enseña mi afecto, a saber: que España después de su grandeza histórica había dormido, y que le ha tocado despertarla a Alfonso XII como su rey, y al señor Cáno­vas como su prim er m inistro”.

(De: “Revista de Europa y de los Estados Unidos de la Amé­rica del Norte”, en Obras, vol. I, Caracas, MCMVIII, pp. 233-236).

La República en EspañaEn estos días he leído en los periódicos que se ha organizado

de nuevo el Gobierno provisional, y habiendo demostraciones colo­sales en favor de la República en varias partes, m ayormente en Ma­drid, Barcelona y algunas ciudades de Andalucía: todo esto a tiem ­po que debían practicarse las elecciones.

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Como americano e hijo de este suelo, donde esas ideas se m a­man con la leche y se acarician con ternura, ya tú podrás im aginar si me gustará la República, y que se funde en la patria de Pelayo esa forma política que restituye a la libertad todo su ensanche, al pensamiento todo su vuelo, a la dignidad todo su decoro, y en que es la ciudadanía título, la prensa poder, la opinión guía y el gobier­no encargo ajeno. No hablo aquí de la libertad de Catilina, ni de la de Clodio, la que muge en los comicios para ensangrentar des­pués las calles, y sólo sueña, aun anteviendo trastornos y desgracias, en cambiar la sencilla túnica por el soberbio laticlavio: hablo de la libertad de Bolívar y de Washington, la que nace en el sufragio, crece en la representación legítima, y da frutos en medio de la con­cordia de los intereses comunes.

Creo no equivocarme respecto a España y vas a ver mi juicio. Isabel II ha sido una desgraciada señora —no debo decir más por­que es m ujer— y con esto una mala reina. Revivió el tiempo de los reyes holgazanes de la raza de Mero veo: en el palacio sólo m ayor­domos; en la distribución de los empleos sólo favoritismo; en las antesalas, en los despachos, en el gabinete, sólo el nombre del ído­lo del día, que despotizaba a la soberana misma, hasta que ésta, más por capricho que de cansada, o m ás de cansada que por re ­flexión, lo sustituía con otro al día siguiente. Linaje de gobierno és­te que no lo era, de administración que no adm inistraba sino inte­reses personales, y de desorden regio, en que la púrpura era el manto, el monarca el cómplice, y el ministerio, como medio de pro­grama, la causa inmediata de tanta torpeza y de tanto crimen ofi­cial. Malos antecedentes de muy atrás, mala historia reciente de fa­milia, de espíritu pobre, Isabel, indolente ella de suyo, ávida ta l vez de comprar cortas horas de gozo con sacrificios que cuestan años de quebrantos, no comprendió, o si comprendió, no pudo ya evitar, la pendiente por donde ella misma se iba, y la efervescencia que h a­bía y la cólera en que rebosaba la nación.

El trono estaba socavado: debajo una mina, y en ella todos los elementos reaccionarios: los demócratas, los unionistas, los progre­sistas, los amantes de la forma pura inglesa, y, como m ala hija de todos estos partidos, los anarquistas. El peligro común une, y el ins­tante de la resistencia o de la lucha, es el instante de las alianzas. Pero se sabe lo que sucede después: hecha la explosión volcánica, la lava va a dar a varios puntos, no para quedarse allí, sino para continuar el incendio.

Puesto por tierra el trono, como ha sucedido, cada partido ha entrado en el lleno de sus intereses propios; y éste es el momento de juzgarlos y de apreciar sus influencias. Con excepción del de­mócrata, que no es el más numeroso, todos los demás son m onarquis­tas. Aunque el deipócrata fuese el mayor: más, aunque excediese en partidarios al conjunto de los otros, esto no bastaría para augurar

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de su triunfo. Nótese una cosa respecto de él: sus doctrinas están aún en la categoría de ideas, son gérmenes, si se quiere, que no han llegado a la categoría de instituciones. Las instituciones, que con­sisten verdaderam ente en las creencias, en los hábitos, en general en las costumbres, y que tienen hondas raíces, son, si se me perm i­te la expresión, las ideas petrificadas, y, sin que lo desmienta la ex­periencia, la única base de los gobiernos permanentes. Entre tanto, lo que se hace es predicar, llevar la luz a todas partes, fecundar el huevecillo. Orense y Garrido son videntes, Castelar un apóstol, y el ejército que conducen, el de Moisés; pero aún no está a la vis­ta la tierra de promisión. No se olvide que en todo proceso de re ­generación social hay Mar Rojo que atravesar, dificultades que ven­cer y enemigos que combatir. No se olvide tampoco que toda obra supone planta y todo triunfo previo combate.

Nada de esto es especulativo, todo es práctico. Las leyes son inexorables; se estudian, pero no se inventan; es aquello de quo«l scripsi scripsi. ¿De qué vale quererse engañar creyendo una cosa, cuando es lo contrario? Las tradiciones de corte, los antecedentes de familia, la ambición palaciega, los títulos heráldicos, las candidaturas de nobleza, los recuerdos dinásticos que viven, el sello histórico que dura, el sistema de privilegios que halaga, la obediencia pasiva que es rémora, y la fuerza de los intereses antiguos que caen como un peso de plomo; todo esto forma en el camino un estorbo colosal que es m enester qu itar del todo antes, para que pase la locomotora del progreso.

En países como los de Europa la gestación de la libertad repu­blicana es muy larga, y la República una lucha, aunque no puede ser un hecho tan de pronto. La Francia hizo tabla rasa en 1789, en­sangrentó su propio suelo, asombró al mundo y derram ó un caudal de ideas que serán m ateria de digestión para diez siglos; pero pa­sado el estremecimiento, las antiguas raíces retoñaron. Tengo la opinión de que en Europa, poniendo aparte la Suiza, que viene siendo hace tiempo una excepción, sólo hay dos pueblos que pue­den considerarse como bastante preparados para recibir la forma de gobierno de todos: Inglaterra y Bélgica; pero para el prim ero sería menester un movimiento tan serio como el de 1668, y para el segun­do una convulsión continental.

El establecimiento de la República en América, es otra cosa: en­tre nosotros, salvo el Brasil, que es una superfetación del Portugal, aquella forma libre es planta indígena. La República aquí es orgá­nica porque la República es la aspiración prim era del hombre en su estado natural. Tenemos, es verdad, algunas veces extravíos, errores, guerras, barbarie oficial, caudillaje, miseria, hambre, desastres; pero al fin el timón está en nuestras manos, y el barco es nuestro. Vivir es navegar, y otros días han de amanecer. Eso de poder decir uno esto es mío, es muy sabroso, porque el yo es la independencia, la in­

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dependencia la libertad, y la libertad la gran ley de Dios y el ca­mino más ancho del progreso. Nadie nos m anda como extraño, na­die; y pereceríamos hasta el último antes que adm itir otras distincio­nes que las del talento y la virtud, ni más gobierno que el de nues­tro propio sufragio. He aquí nuestras instituciones. Las institucio­nes son epidermis, más, son un organismo complicado.

Es fácil después de esto ver la aplicación de la ley, que es la misma para ambos casos. Así como entre nosotros es imposible la monarquía, es imposible por ahora la República en España.

Conozco bien el espíritu de la nación española: noble, genero­so, levantado y grande, y hoy además liberal; pero el carácter es di­ferente, es aristocrático. El carácter lo forman los intereses, el es­píritu las ideas, y tiene que continuar la lucha, y que darse la ba­talla campal, para que el triunfo quede por fin por las últimas co­mo es justo.

A España le aguarda una guerra civil, el encarnizamiento de los bandos, banderas opuestas, odios de hermanos y algunos años de san­gre, horror y luto. Habrá muchos gobiernos provisionales, muchas caídas de gobiernos, muchos programas, muchos ensayos de formas, muchos congresos, y hasta una iturbidada puede haber, es decir, una corona de farsa. Hay hasta el mal de que no existen allí grandes hombres de Estado, de administración cuando más, pero no de esos que organizan, concentran, dirigen, e imprimen sello a las cosas. La bravura bélica de anales militares, pero no políticos: y justam en­te porque la índole española es muy aventurera y bizarra, es de­cir, inquieta, es que amenaza tanto el riesgo de la anarquía, la cual es, traducida en los hechos, la agitación de los espíritus.

Todo lo que digo puede suceder; pero no que sea todavía en ese pueblo viable la república. Acompaño con mis votos a sus elo­cuentes y generosos apóstoles, la deseo con todo mi corazón, y has­ta la sellaría, si fuera menester, con mi sangre; pero delante de la verdad, que no miente, delante de la fuerza incontrastable de la ley histórica, que siempre se cumple, no queda más recurso que re ­conocer la una, y proclam ar la otra sin rebozo. Sed de hoc satis.

(De: “Carta al señor Dr. D. Ricardo Ovidio Limardo”, Caracas, enero 20 de 1869. Obras, vol. II, pp. 186-190, 192-193).

La cultura de España y su valoración en el mundo

Hay todo eso en Lspaña, y es mucho. ¿Por qué no suena en el mundo, y se queda dentro de cuatro paredes, y como si dijéramos, para la familia no más?

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Obran en esto, a mi ver, dos causas, engendrada la una de la otra, y tan solidarias en tre sí, que la responsabilidad les es común, a saber: el estado social y la lengua. Bien merece la importancia del asunto la pena de decir algo sobre él, aunque sea no más que de paso.

Después que los intereses se han proclamado patrimonio, y pues­to al alcance de los diversos gremios del cuerpo social, el movimien­to del progreso consiste en quo ellos circulen por las varias venas de él, y para esto, que haya un estado de justicia que los afiance, y condiciones de fomento que les den calor y vida. De esta manera el pensamiento toma todas sus manifestaciones, la industria todas las suyas, los recursos acuden a las necesidades, el capital al trabajo, y florece éste a la sombra de la libertad que lo protege al mismo tiempo que fecunda. Pasó el tiempo en que el poderío nacional se cifraba en la fuerza b ru ta y la conquista: hoy ser para los pueblos es crear; y aquel de en tre ellos es grande, que tiene mercados re ­pletos, costas visitadas, talleres en acción, bolsas que ajustan, diplo­macia que arregla y periodismo que difunda una atmósfera de luz. En naciones así constituidas, donde el valor vuela y el telégrafo eléc­trico devora espacios inmensos, es donde el reloj del tiempo sue­na para la historia, y que ésta recoge y graba cuanto pasa en sus varios monumentos, el prim ero de los cuales es la lengua hablada o escrita. Una lengua con tales dotes, y enriquecida además, con el desenvolvimiento de cuanto se produce, que ella bautiza, con el cau­dal de cuanto se aprende, que ella atesora, y con el influjo del es­píritu, de que ella se impregna, tiene el recurso de la riqueza en las voces, la trasparencia de la verdad en las ideas y es una ver­dadera credencial, porque da entrada, y un verdadero órgano, por­que trasmite.

Repárese, en prueba de esto, lo que va de nación a nación, aun en la parte más culta del antiguo continente. La Rusia es una masa de granito, tem ible sólo por su peso; el Austria, una for­mación feudal, que la ahoga a ella y a las partes; la Turquía una ataracea del Asia, que tiene el sueño de su origen; la Italia, un con­junto de escombros de grandeza, unidos, diversificados apenas por la débil yedra y el am arillo jaram ago; no habiendo en ninguna de esas regiones más que quietismo perfecto, o movimientos convulsivos, o fuerza en desequilibrio, o formas vanas: la corte como regla, la ser­vidumbre como estado, o la guerra algunas veces como la única voz autorizada del derecho. Dan lástima esas sociedades, cuando no dan grima: porque no hay en ellas, o hay escaso, lo que son signos de progreso en las naciones que lo tienen: la escuela, el banco y la hoja suelta.

No sucede lo mismo con pueblos como Inglaterra, Francia, los Estados Unidos de Norte América y el Imperio Alemán, donde no hay plétora social, sino fuerzas igualm ente repartidas. En ellos se hace todo lo que se quiere, y se sabe cuanto se hace: son como a r­

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terias del gran mundo, como teatros donde se representa el drama universal; y la m ateria prima, el artefacto, el invento, la obra de arte, la obra de pensamiento o imaginación, y las demás conquis­tas del espíritu, no se producen, no nacen allí sino para dar la vuel­ta al mundo. He aquí por qué lo que se escribe en francés, inglés o alemán, es como si se dijera al oído, a la conciencia del orbe, o como si se estampara en las crestas de las más altas montañas.

Igual cosa no pasa con lo que se escribe en castellano: por pro­fundo que sea en filosofía, o ejemplar por el ingenio, ha menester, puede decirse, dar de gritos a la puerta de la civilización, para que se traduzca la obra, y logre al fin entrada; de manera según esto, que España tiene hoy mucha riqueza propia acumulada, pero que no circula porque no tiene el sello corriente. Pasó el tiempo en que el castellano se estudiaba por necesidad o conveniencia en casa aje­na; y aun en la propia, después de su grande época, no es el ór­gano de todas las manifestaciones del espíritu: con lo cual, no por bueno se busca, ni buscado mismo aprovecha; y las obras escritas en él — con raras excepciones— no pasan de ser joyas guardadas. Re­sulta de aquí que desfallece todo anhelo; que se entibia el am or de la gloria; que se trabaja sólo en familia, y que se va cubriendo de pol­vo el oro acendrado de la lengua. Las lenguas son siempre efecto y nunca causa del progreso. Como está al presente el mundo, ellas nada son, si no representan de la industria sus conquistas, de las artes sus bellezas, de las ciencias sus tesoros y del estado social sus varios modos, reuniendo hasta donde se pueda el tecnicismo que se­ñala, con la gracia que cautiva. Pasó el tiempo de los idiomas de hipérbaton: hoy se va al vapor; y lo que queda de aquéllos se ad­mira como la talla antigua de algunos artesones, o como los ador­nos mudos de algún soberbio mausoleo. El francés se distingue por su manera melindrosa y blanda, eso sí artística y bella; el inglés por su enérgica concisión; el alemán por su exactitud filosófica, su variedad y el caudal casi inagotable de sus palabras compuestas; pero nótese que todos éstos son instrumentos que tienen los tonos que dan todas las variaciones del progreso.

No hace diferencia lo fácil o difícil de una lengua, para s»r o dejar de ser órgano principal del pensamiento, con tal que lo sea de la civilización contemporánea. Grecia fué un pueblo eminente y casi puede decirse único por las artes de la imaginación y del buen gusto: creó cielos con la fantasía e idealizó la m ateria hasta el pun­to de encontrar, puede decirse, las huellas de Dios en sus formas puras y castas; y aunque se comprende lo delicado que tenía que ser un idioma que tal expresase, lo cierto es que llegó a ser tan po­pular en el mundo la teogonia de Hesiodo, como los dioses de Ho­mero, la historia de Tucídides como los versos de Anacreonte. El latín no puede ser más hermoso y vario, tan correcto en Horacio, abundante en Ovidio, profundo en Tácito; no obstante lo cual, pu­

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do hablarse de la Hibernia al m ar Bermejo, del Ponto Euxino al monte Atlas; pero es porque Roma llegó a extender su asiento a don­de llegaron sus águilas, a tener un Foro que era el oráculo del m un­do, y a escribir en granito cifras de gloria, que aún no ha podido borrar el orín del tiempo.

No he de pasar de este lugar, ya que la ocasión es propicia, sin decir dos palabras siquiera sobre la suerte actual del castella­no, así como el género de cultivo que debiera dársele en el uso. Cualquiera comprende fácilmente que una lengua en que ha podido escribirse el Quijote, bajo cuyo estilo, no el más perfecto, pero sí el más vario conocido, se oculta el pensamiento más ingenioso del entendimiento humano; la Guía de Pecadores, en cuya frase, en tre­tejida de encantos místicos toda, casi ve uno a Dios (según la frase de Linneo) de paso y por la espalda, y que sirvió de cauce a Lope y Calderón, debe ser una lengua ennoblecida con muchas dotes; y, cierto, que a ser la España de hoy la que ilustraron los Felipes de la ram a de Austria, el español, sobre ser una lengua sabia por su organismo, fuera un instrum ento expedito de la vida social con­temporánea. Está visto que no puede ser así; pero en tanto que llegan las circunstancias que producen siempre de suyo el milagro de la transformación en el estilo y de la abundancia en la expre­sión, es laudable todo celo que se m uestre en el sentido de conser­var y aum entar depósito tan rico. A la Real Academia Española se deben en esta m ateria servicios importantísimos: por una p arte po­ne diques a la irrupción del estilo gacetero que tanto cunde y p e r­vierte; y por otra, fija los buenos usos y trasm ite las buenas tra ­diciones, manteniéndose en medio, como un tribunal que juzga, y co­mo un cuerpo de sabios que da ejemplo. Es tanto más difícil este encargo, cuanto que en los países adelantados hay muchos centros de sanción para las lenguas, por lo cual se observa ser el periodis­mo más o menos correcto, y las traducciones más o menos regula­res; m ientras que en una nación que va detrás, el cultivo de aqué­lla está reducido a un corto número de prosélitos. Fuera de que, en este último caso, ta l culto (y sea dicho para ignominia de los profanos) o es vergonzante, porque se afea; o es tibio, porque se ignora; a tiempo que en el primero, esos estudios están en boga, y casi no se conoce hombre de Estado que no sea hom bre de letras, como lo prueban Bacon, Colbert, Thiers, Guizot, Lord Derby, autor de la m ejor traducción inglesa de la Iliada, y Disraeli, uno de los más célebres novelistas de su nación.

Quisiera dos cosas respecto al castellano: que se conservase la índole de la lengua, y que fuese ésta atem perándose al espíritu, a las necesidades y a las tendencias reinantes: las lenguas tam bién tie ­nen despojos que dejar. Hay un tejido íntimo que hace parte de la complexión, y que no cabe que se pierda. Cervantes, los dos L ui­

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ses, Santa Teresa, Malón de Chaide, Nieremberg, Ercilla y mil otros de los grandes siglos, quedarían siendo modelos, y, o se ocurre a ellos por oro, o no hay moneda; pero junto con esto, es de ob­servarse que hay cierta escoria, es decir, ciertas formas que en tra­ron en uso de antiguo, que, o quedan para arcaísmos, o quedan mal empleadas siempre. Las frases no son piezas de encaje, para que sean los idiomas juegos chinescos. Por casta que sea la m ane­ra de San Juan de la Cruz, estaría mal para una arenga popular, y todo el afeite de Solís no excusaría su empleo en una obra didác­tica. Hay cierto movimiento, cierta calor de situación, que exige, no otro carácter, sino otras formas: las formas de que hablo, no son el lenguaje, que es el organismo; ni el estilo, que son las líneas del contorno, sino por decirlo así, los trajes de moda que exigen las necesidades de la época. De otra suerte, se escribiría con elegancia, pero con amaneramiento; con pureza, pero con trabas; y una obra así, sería curiosa como antigualla, pero no una obra de uso.

(De: “Influencia del Elemento Histórico-político en la literatura dramática y en la novela. La Novela”. Obras, vol. II, pp. 148-154).

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LAS LETRAS

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Lope de Vega, poetaDe todos los nacidos, acaso es él (Lope de Vega) quien ha m a­

nejado el habla en verso con más agilidad, soltura y gracia: las pa­labras le ocurrían de tropel para vestir sus pensamientos, que salían ya con un tra je al justo por natural, y trasparente por ser de luz, no teniendo él más que abrir la boca para derram ar ideas, como la aurora sus puertas para derram ar colores.

(De: “Influencia del Elemento Histórico-político en la literatura dramática y en la novela. La Tragedia” . Obras, vol. II, pp. 128-129).

Lope, monstruo de la naturalezaDe repente aparece el gran Lope, que en breve se alzó con la

monarquía universal, según frase, me parece que de Quintana. To­do cambia, todo lo hace Lope, y nada es bueno sino lo de Lope. Su vena era inagotable, su fantasía una prim avera eterna, escribía como hablaba y hablaba como llueve; llegó a ser un m ito en vida; y cuando tram ontaba el siglo, había enriquecido ya el teatro con más de trescientas piezas que el pueblo oía embelesado y aplaudía con locura.

Su vida fué un aplauso prolongado, su m uerte un luto nacional: monstruo que con dificultad vuelve a nacer. No todo es bueno en sus obras, que más bien están plagada« de defectos, pero todo es grande y todo es rico.

(De: “Carta al señor Dr. D. Ricardo Ovidio Lim ardo” , Caracas, enero 20 de 1869. Obras, vol. II, p. 171).

Cervantes, dramaturgoDe aquí pasó a Cervantes por considerarlo como dramático; y

debo m anifestar de una vez, que en este particu lar se le ha juzgado con harta dureza y, para decir todo lo que siento, con sobra de sin­

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razón. En el interesante prólogo que él antepuso a la edición, en 1615, de sus ocho entremeses y sus ocho últimas comedias, hoy exis­tentes, asegura haber escrito antes 20 ó 30 piezas dramáticas, de las cuales sólo quedan, por haberse rescatado del olvido en 1784, Los Tratos de Argel y la Numancia. De las prim eras afirma él mismo, que no fueron estimadas, y que tuvo a dicha venderlas a un libre­ro, quien le dijo: “que de su prosa podía sacarse mucho, pero de su verso nada” ; lo cual revela que las prim eras obras de este género que compuso, o no fueron aceptadas en el público, o fueron m al recibi­das en la escena.

No hay por qué callarlo: Cervantes, con muchas prendas exce­lentes, en lo cual no hacía más que dar de su tesoro, pero que eran sólo adornos accesorios, promiscuó tanta irregularidad y desorden, que en general el conjunto de sus piezas es un monstruo. La tragedia Numancia es lo mejor, y no es buena; sobra de magia, falta de verosi­militud, y hasta un muerto que habla; sólo que hay muchas situacio­nes bien traídas, y no pocas veces la entonación del coturno, como se ve aquí, hablándose del estrago de la ciudad:

Presto veréis que por el suelo, rasa Está la más subida y alta almena,Y las casas y templos más erguidos,En polvo y en ceniza convertidos.

En los Tratos de Argel hay hechicerías, conjuros, entes alegóri­cos y hasta un león que sirve de escudero, todo sin traba, en re­vuelto caos y con una versificación sin aliño ni estro. En la del Ru­fián Dichoso, baste saber que él mismo dice por boca de la Comedia que no sigue los preceptos de Plauto y Terencio. La Entretenida es una mala tram a en que no hay ni propiedad, ni interés, ni estilo, por más que el erudito Don Agustín García A rrieta se empeñe en en­contrarle algunas dotes.

Cervantes sale siempre m al librado como trágico; peor aún co­mo cómico, y como poeta malísimamente: la historia no ha levan­tado aún este fallo. Como quiera, considérasele como uno de los que contribuyeron, con Lope de Rueda, Pedro Naharro y otros, a levan­ta r la suerte del teatro y a ponerlo en decente altura, humillado antes por el suelo, y entregado tanto tiempo hacía a farsas viles y a representantes de pan ganar.

Pero no he de pasar de aquí sin dejar asentada una opinión, en que yo no sé que me acompañe otro, bien que tenga por gran padrino al mismo Arrieta. Semejante sentencia contra el autor del Quijote, la tengo por injusta, no tanto porque califica sus obras d ra­máticas, sino porque le descalifica a él; y es ta l el respeto que m e­rece varón tan extraordinario, que tiene uno que poner la mano

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con mucho tiento sobre una fama que ya es histórica y un nom­bre que casi es único.

El teatro francés no empezó a dar frutos en sazón hasta m e­diados del siglo XVII: de Italia, con quien más comunicación hubo desde las guerras dex Gran Capitán y de Carlos V, apenas se to ­maba lo caballeresco y fantástico, por el halago de ficciones tan extrañas como las de Boyardo y Ariosto; y el teatro inglés, plaga­do primero de lo que llam aron Milagros, Misterios y Moralidades, quedó lleno a fines del siglo décimo sexto y principios del siguien­te, por el inm ortal Shakespeare, a cuyos pies, según la expresión de Schlegel, “el mundo de los espíritus y de la naturaleza derram ó to­dos sus tesoros”, pero en cuyas obras lo grande es el genio, y la escuela dañina. No es éste lugar oportuno de explicar este fenómeno.

Lo que sí im porta saber es que Cervantes nada pudo aprove­char de esa escuela, y mucho menos de la de la propia casa, don­de no obstante haber ya blasón histórico y escudo de nobleza, los ejemplos eran perniciosos y las costumbres relajadas. En ese tiem ­po justam ente empezó la gran cosecha: el gran sem brador Lope; pe­ro el gran culpable también. Daba el tono, im prim ía el sello, era tirano, y se alzó con I» monarquía universal, según la expresión de Cervantes.

Este no necesitaba de aprender nada; todo lo sabía, y quien quiera convencerse, lea el famoso coloquio entre el Cura y el Canó­nigo de Toledo. Lo que hay de cierto es que tuvo ham bre: que las comedias las hizo para comer; y que si no logró su fin, rindió pa­rias al mal gusto. Lope ganaba a pesar de todo, y se comprende: como poeta, era una caja de música, a la cual apenas había que darle cuerda para encantar, y bajo la magia de acentos que no lle­gaban más que al oído, pero que llegaban: lo imposible, lo real, lo deforme y lo bello, todo encontraba disculpa y aplauso en oídos poco educados, para los cuales la música es prestigio, y las formas m étricas locura.

Bien conocía el estado de corrupción dominante, quien en el referido coloquio, trae como una especie de desahogo: “Pero como las comedias se han hecho m ercancía vendible, dicen, y dicen v er­dad, que los representantes no se las com prarían si no fuesen de aquel jaez” (disparatadas); y quien más después, en el Viaje al Par­naso escribe:

Adiós, teatros públicos honrados Por la ignorancia, que ensalzada veo En cien mil disparates recitados!Por las rucias que peino, que me corro De ver que las comedias endiabladas,Por divinas se tengan en el corro.

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Además, los grandes poetas filósofos, salvo Shakespeare, Goethe, y algunos más, los que han menester derram arse para encontrar ge­neralización a sus ideas, los que son como las olas del océano, que van a dar a todas las playas, no es raro que no quepan en moldes de convención, y se encuentren como ahogados — cuando debieran campear por su cuenta— en formas rítmicas, siempre exigentes, o en ideas reglamentarias que no sean las de la naturaleza, que enseña, o del propio genio, que agita. Lo fantástico hasta el delirio, lo vul­gar hasta la bajeza, lo conceptuoso hasta la hinchazón, la magia gen- tilica con las virtudes cristianas, anacronismos de siglos, ángeles en coloquios amistosos con los diablos, pollinos en las tablas, sierpes vo­mitando encantadores, y como dice el Cura, lacayos retóricos, pajes consejeros, reyes ganapanes y princesas fregonas; he aquí, más o m e­nos, la tiranía de la escuela contemporánea. Lope, que la autorizó, y que, para cuando escribió su apología, nos dice que de 483 come­dias, sólo seis no pecaban contra el arte, pudo vivir rico con ellas, así como con las demás que salieron de su fecunda fantasía, porque su palabra salía labrada en hojas de oro que servían para dorar los pensamientos, aun esos mismos falsos; pero no pudo hacer lo mismo Cervantes, o porque versificaba menos, o porque se independizaba más.

Fuera de esto, él vivió siempre en la indigencia, que si es m u­sa a veces para lo grande, es ocasionada también a lo humilde. En los ingenios en ese estado hay una gran voz para la inmortalidad: ése fué el Quijote; después viene el desengaño, el abatimiento, la pos­tración; ésas fueron las novelas, las comedias y sus demás obras.

Estudiándolas en conjunto, hallo que su autor es el padre de la musa filosófica, la que burla sin odio, anonada sin veneno y ejerce el alto desdén que torna en despreciable lo ridículo; que el donaire, el chiste agudo, las sales oportunas, eran fruto espontáneo de su talento, y oro precioso de su vena inagotable; que las ideas salían de su enten­dimiento a tomar las formas bellas que todos repetían por agrado y festejaban después como donosas; que la malicia urbana y la vivaz travesura eran dotes originales de su espíritu; que su pluma era un arma, su fantasía un astillero, y su frase un castillo fuerte de tiro se­guro contra los resabios y los vicios. Ingenio superior, que corrigió riendo, que hizo la burla inmortal, y cuya boca, órgano de pensamien­tos festivos, fué siempre venero de gracias cómicas. Tengo, pues, para mí, que si Cervantes hubiera vivido con holgura y puesto sólo de su caudal, o seguido sin trabas su genio, habría sido un Menandro o un Terencio; y que si no lo fué, está la razón en la tiranía de las ideas coe­táneas, o en la falta de estímulo y favor, o en la sobra de desgracias con que anubló siempre su vida la pobreza.

Ñeque cuiquam tam statim clarum Lngenium est, ut possit emer- gere; nisi illi materia, occasio, fautor etiam commendatorque contin­ua t.

Plin. Epist.

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Desahogo el pecho al poner aquí este ingenuo juicio mío: desa­gravio no es, porque mis fuerzas son flacas; justicia sí, porque la sien­to. Pido venia por ello: en sustancia no he hecho más que evocar la memoria de un grande hombre, y poner una siempreviva a la orilla de su tumba.

(De: “Influencia del Elemento Histórico-político en la literatura dramática y en la novela. La Comedia”. Obras, vol. II, pp. 56-62).

Calderón, poeta y dramaturgo

Cuando Lope iba ya al ocaso, despuntaba del lado opuesto Cal­derón. Por lo que tengo dicho de sus autos podrá venirse en cuenta de lo que fué en sus otros dramas, ya que es cierto que nadie se des­miente en su género y estilo. De una imaginación florida, y esas flores de perfume, aunque con menos follaje que Lope, asiste uno como a un huerto a la lectura de sus obras, y ve en cada una de ellas, un na­ranjo vestido de azahares: hasta le sucede a uno, en medio de ese ja r ­dín, que se le olvida su irregularidad y sus confusos laberintos, si en cambio puede pasar sabrosas horas en kioscos de enredadera o en p a­bellones de verdura, con fuentes cristalinas que pasan a sus pies y el viento que m urm ura en la enramada. Su inventiva es poderosa, con dos faltas sólo, a saber: que los caracteres llevan no pocas veces fiso­nomía idéntica, y la fábula, cuando es de su cuño, ficciones parecidas; teniendo cauces de sobra, y ésos amplios, echaba las aguas casi siem­pre por uno; con lo cual, o pagó parias al mal gusto o mostró capricho de ingenio. En lo que era único era en la tram a y artificio, llegando a multiplicar los incidentes y a enredar los lances a ta l punto, que el interés se ve crecer a la par que crece tam bién la dificultad de darles corte: sin relaciones cansadas, sin conferencias frías, cuyo objeto es, en los que no saben otra cosa, dar cuenta al que lo oye o lo lee de la trabazón y dificultades del drama, la acción de éste se ve desenvolver sin afán ni sobrealiento, y tom ar las hebras, como si se moviesen por sí solas, el puesto que les corresponde en el tejido. Su afán era crear: no hay que pedirle, es cierto, ni verdad histórica, ni verosim ilitud es­tética, ni armonía clásica del conjunto, ni la observancia de las recla­madas unidades: pero a trueque de ello, está Calderón, su originali­dad, los mundos que salieron de su verbo. Donde él ponía la mano, quedaba siempre, por humilde que fuese la m ateria, sello de inm or­talidad, y salían de pie seres con vida y movimiento. El célebre escri­tor don Eugenio de Ochoa, con su habitual alto criterio literario, lo compara a Miguel Angel, trayendo a cotejo, en tre otros casos que pudieran citarse, el Moisés de éste y el Hércules del otro en Fieras afe­mina amor. El diálogo toma de los incidentes motivo, de la tram a en­

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lace, de los afectos interés, y es al propio tiempo desarrollo de la ac­ción y camino para conducir los pasos de la fábula; semeja por lo co­mún una pieza orgánica y no superpuesta; bien que si se ha de decir todo, no es raro que aparezcan hablando caballeros presuntuosos, p rín­cipes vanos, damas retóricas y otros personajes más que m edianamen­te impropios o ladinos. Pero para honra de Calderón, el diálogo es su fuerza: animado, oportuno, bullente; tiene éste tanta vida y se la da tanto al drama, que no ve uno más que movimiento y llega a olvidarse del autor. Un gran defecto suyo es la entonación constante: siempre está de orquesta numerosa, y rara vez se abaja a la humilde vihuela: gran rey que no sale jamás de palacio; a que contribuiría tal vez la afición suya —que era también del tiempo— a lo caballeresco y a lo heroico, tinte que tomaron no pocas veces sus composiciones. Otro de­fecto era el lirismo: le gustaba gallardear; y como era tan rico, tenía oro de sobra para sobrecargar sus hechuras de profusos atavíos. Dic­ción casi siempre pura, versificación siempre fresca y lozana, elocu­ción espléndida hasta encontrarse en ella todos los veneros del habla, y el romance octosílabo suyo, uno de los que m ejor han logrado reu ­nir, sin que se dañen unas a otras, las pausas de sentido con las pau­sas métricas. Estas formas son en su pluma nichos donde vienen los pensamientos al justo, y en lo que hace al ritm o musical, cantos divi­nos. Cuando se apodera el estro de él parece una sibila, y habla y fa­tiga y derram a sin cesar por su boca bellezas y oráculos; admirable sobre todo en las descripciones; y aunque las alarga a veces con ador­nos, esos adornos son perlas; la musa de Calderón es regia, viste púr­pura, lleva cetro y manda. Su estilo es hermosísimo: es un velo sutil y trasparente con los colores del iris, que nunca se disipan, porque nun­ca faltan sol que dé rayos y aljófares que cuelguen.

El pensamiento que sigue equivale a un libro entero sobre el co­razón de la mujer:

No sé que se tiene El ser una amada,Que aun penas que ofenden,Ofenden si faltan.

Es difícil hallar pintura tan natural como ésta:

Pequeña boca, que unida,Es un hermoso clavel,Y partida, dos rubíes,Que le sirve de cancel El tesoro de sus perlas Oculto, tal vez negado,O concedido tal vez.

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HISTORIA Y CULTURA DE ESPAÑA 231

Ni que esta otra:

¿Nunca has visto de una fuente Bajar un arroyo manso,Siendo apacible descanso El valle de su corriente;Y cuando le juzgan falto De fuerza las flores bellas,Pasa por encima de ellas,Rompiendo por lo más alto?

Ni por último que ésta, donde se ve la gala, el lujo, el dominio a lo señor del habla castellana:

El traje que se vestía Era un bien mezclado traje;Ni bien de corte, ni bien De aldea, sino a mitades:De señora en el aliño,De aldeana en el donaire.Segufla hasta que llegó A la cuadrilla, que errante Coro tejido de ninfas,A los templados compases De hojas, pájaros y fuentes,Cada paso era un festín,Cada descuido era un baile.

Hasta aquí he considerado a Calderón más como poeta que como dramático, pero como ese escritor sublime es tan grande bajo el ú l­timo aspecto, he de exponer aquí con brevedad m i propio juicio, bien que separándome, en los motivos de la admiración que causa, de Schle- gel, cuya m anera de ver en el particu lar me parece más ingeniosa que verdadera. Cree él que las tradiciones, las creencias, las formas re li­giosas paganas son fragmentos de la vida de los pueblos; y hasta ahí va bien; pero no va lo mismo cuando asegura que la grandeza de la poe­sía antigua italiana, en que sin duda alude a Dante y Tasso, consistió en incorporar esas alegorías y hechos a la realidad del cristianismo, para ofrecer a la vista cuadros completos; y la grandeza de Calderón en hallar un símbolo cristiano que pusiese en armonía a Dios y al mundo, al espíritu y a la m ateria. Tiene esto el defecto de ser nebulo­samente metafísico, sobre tenerlo además en la parte inteligible, de ser falso: el comunismo histórico es cierto en cuanto a la vida social, pero no hay comunismo de sentimientos en cuanto a la vida religiosa. Jesucristo con un linde creó dos mundos, y con su verbo otra doctrina.

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Sin duda que Schlegel dirá esto por las figuras alegóricas, paga­nas y judaicas que Calderón emplea, especialmente en sus autos; pero nótese que el objeto en todas estas piezas es m atar con la verdad el error, con el dogma el símbolo; y para esto se valía de su inmensa erudición bíblica, sin que le hubiese ocurrido nunca ni unir partes inconexas, ni formar teogonias, ni echar las bases de una escuela no­vadora. Tomaba sus materiales donde quiera, en la historia, en las creencias, en los recuerdos, los primeros que le venían a la mano, y con ellos formaba sus alcázares soberbios, sin dársele nada de la es­pecie, con tal que la labor fuese prima y el aspecto del conjunto gran­dioso.

La tragedia es para las grandes pasiones, y la comedia para las costumbres y los afectos comunes o apacibles, comprendiendo ambas el drama, cuya forma orgánica es la acción como fuerza, y el diálogo como medio de llegar al desenlace. Su forma interna, su objeto, es más alto: es la representación del sentimiento íntimo de las grandes épocas en sus grandes hombres, o como ley histórica que se cumple, o como ley del progreso que marcha, o como continuación de los hilos que forman la tela misteriosa de la humanidad. Imaginación, ciencia, inventiva, verdad, parsimonia, buen gusto; don de crear, concentrar, persuadir; poder de llam ar a los reyes a la puerta de los panteones y de detener los sucesos en la corriente de los siglos; sensibilidad exqui­sita, facilidad para las lágrimas cuando es menester: ta l es el con­junto de dotes que debe tener un autor dramático. Nadie las ha tenido completas; ni puede decirse, por las razones expuestas para Lope, que Calderón sea trágico aunque haya tenido dotes para ello; pero nadie ha creado más n i.ha legado a la posteridad cuadros más vivos donde se ven la carne y la sangre de ideas poderosas. No ha dejado persona­jes como Shakespeare, Corneille y Racine; pero ha dejado épocas en­teras, instituciones enteras adonde van la historia y la religión a re­coger su propio diseño y colorido. La mitología pagana figura en él, pero como relieves de sarcófago, formas clásicas en cuerpos fríos: prueba de que usaba de ella para enterrarla; lo que tienen de grande sus obras es la edad caballeresca con sus altos hechos de pro, la ga­lantería castellana con su donaire comedido, aquellos duelos de amor para que lo supiesen las damas, aquellas damas disertadoras por cul­tas, y cultas porque se habían criado en el decoro; y más que esto la hermosura, las promesas y los esplendores del cristianismo, el dogma, la gracia, la fe, los ángeles y el Dios encarnado que regenera la raza de Adán, transforma al mundo y da otra vida a la historia. Calderón no delineó con precisión caracteres particulares, pero pintó con maes­tría el carácter completo de sucesos portentosos que se han verificado en el espacio y en el tiempo.

(De: “Influencia del Elemento Histórico-político en la literatura dramática y en la novela. La Comedia”. Obras, vol. II, pp. 84-90).

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HISTORIA Y CULTURA DE ESPAÑA

Calderón y los Autos SacramentalesDel que quedan más obras de éstas es de Calderón, que las es­

cribió por espacio de trein ta años, en los cuales no había quien no pendiese de sus labios, o no fuese a buscar m aravillas en su pluma; y como todas son abundantísimas, bien que mezcladas de tierra y broza, no puede uno pasar de largo sin m irar siquiera un momento. Era m u­cho hombre ese ingenio, que casi jugando creaba. Los grandes talen­tos se conocen: él mismo, en el prólogo que escribió cuando imprimió el prim er tomo de sus Autos, contestando a la tacha que se le imponía de introducir a cada paso las propias figuras alegóricas, como la Fe, la Gracia, el Pecado, el Judaismo, la Gentilidad, contesta: “que el m a­yor prim or de la naturaleza es, que con unas mismas facciones, haga tantos rostros diferentes; con cuyo ejemplar, ya que no sea prim or, sea disculpa el haber hecho tantos diferentes Autos con unos mismos per­sonajes”.

Con esto tenemos, en lo tocante a estas piezas, la piedra de toque de su valor. Los personajes, inconexos; la tram a, de hilos flojos; la fá­bula, absurda; la acción, sin interés; el desenlace, glacial, o cuando más, inocente por pueril; pero en cambio, ¡qué de dotes! ¡qué matices! ¡qué riqueza! ¡qué versos! y la versificación ¡cuán lozana! Varios metros hay, pero los romances octosílabos de que más usa para lo descriptivo, y en que no tiene el autor rival ninguno, son museo todos ellos de jo ­yas finas, que la poesía saca algunas veces por gala en días de pompa. Va uno a ellos como va a la m añanita cuando es el cielo azul a ver derram ar al alba gayos colores; y Calderón, irregular y todo como es, se me parece en su conjunto a una m adre-perla por fuera, pero que está por dentro cuajada de aljófares que duermen en bruñido lecho de nácar.

El excmo. señor don Eugenio de Ochoa, juez tan competente en la materia, considera los Autos como el monumento más sublime de ese ingenio. En cuanto a mí, debo sólo agregar, que aquel a quien no le gusten puede hacer cuenta que Dios no la tuvo con él como ser ra ­cional, sino que lo dejó para bestia, aunque curse en Universidad latín y estudios serios.

(De: “Influencia del Elemento Histórico-político en la literatura dramática y en la novela. La Comedia”. Obras, vol. II, pp. 51-52).

Leandro Fernández de Moratín, dramaturgoDon Leandro Fernández de M oratín, uno de los destinados a ser

regeneradores del teatro.Y lo fué en efecto. Amigo de Cabarrús, de Llaguno y de Cean,

creció en una atmósfera, si no de grandeza, sí de esperanzas litera-

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rías, y tuvo siempre, junto con el afán, el mérito de sobresalir en cuan­tos géneros cultivó. Como poeta lírico, es uno de los que más han sabido dar a sus versos, en especial a los blancos, aquella combinación feliz de acentos que los hace gratos al oído; se nota el arte y con él también el ingenio; ni ahuecamiento por hinchazón, ni estitiquez por sequedad; era un artista que no se dejaba ver la obra m ientras estu­viese sin concluir; pero cuando decía que ya estaba, estaba bien: tenía la desconfianza junto con el orgullo de su habilidad. Como prosista es puro, correcto y fácil: ni novador que pervierte, ni pelucón que no transige: le gustaba conservar el escudo antiguo, pero poniendo en él los nuevos blasones conquistados.

No menos que este conjunto hermoso de prendas llevó Moratín a la composición del drama, en el cual su afán fué que campease el ingenio, pero sólo en el espacio que le dejasen libre las reglas; y cier­to que a estar a los ejemplos que nos dejó, si no del todo aceptable la escuela, por ser tan estrecha, sí fué feliz la práctica en la mayor parte de sus piezas. Le ayudaba a ello la índole: su propia modestia le traía a andar siempre con los pasos medidos y las alas recortadas; o quizá también el temor de extraviarse en regiones desconocidas e inseguras. Su exposición es natural, su tram a bien tejida, su diálogo animado, su acción desenvuelta; todo esto con lenguaje castizo y estilo propio; sólo que el artificio es pobre y el interés mediano. La causa de este último se sabe: él tenía grande ingenio, pero lo sacrificó a un programa: vivió de miedos, y trabajó con miedo: si tiene más aliento, hace m ejor y deja más. Pudo haber labrado sus estatuas, porque tenía cincel y nu ­men, pero se contentó con hacer moldes para vaciarlas; de donde re ­sultan en ellas líneas geométricas, pero no toques de arte. Se la pasó poniendo compuertas al desborde del mal gusto; pero tantas puso, que llegó a esterilizar ricos terrenos.

Como quiera, Moratín es una gran figura; y sin contar lo que hizo a principios del XIX, con lo que hizo a fines del XVIII desagra­vió en parte y cerró noblemente el siglo.

(De: “Influencia del Elemento Histórico-político en la literatura dramática y en la novela. La Comedia” . Obras, vol. II, pp. 99-101).

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LA LENGUA

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Lengua españolaGran parte de los pueblos modernos que han alcanzado cierto

grado de cultura —o que así esté en sus condiciones orgánicas, o que la civilización contemporánea halle su monumento más duradero en los idiomas vivos— cual más cual menos han engalanado el que le es propio con todas sus joyas; los pueblos que hablan español no han sa­cado todavía del suyo, ni todas las ventajas, ni todas las riquezas que posee. Hasta es justo, como triste, decir que los extranjeros, debido sin duda a que España no mete hoy el miedo ni tiene el brillo de la época de Carlos V, ni es lo que fué en poderío y en letras cuando los Felipes de la ram a de Austria, han dado en no adm itir y casi ostentan desdeñar nuestro órgano de comunicación, sólo porque carece aún de algunos nombres técnicos de productos químicos y de algunos voca­blos de taller; y eso que ese órgano es la lengua castellana, la que reflejó un tiempo la civilización universal de dos siglos enteros de esplendor, la que es capaz de expresar todos los misterios y gra-. cias del espíritu, la en que se escribió el teatro cómico más grande que existe, la que transfiguró a Jesús en las Moradas y en los éx ta­sis de Santa Teresa, la que se convirtió en ríos en la palabra de Lope, la que se cuajó en perlas en la boca de Calderón, la que se deshizo en donaires en la plum a de Solís, la que sirvió a Cervan­tes para form ar su cielo, es decir, el cielo de la gloria.

Menciono esto, porque deploro el olvido de tanta grandeza; pe­ro abrigo la esperanza de que un día no distante el castellano vol­verá a ser lo que fué, el idioma de moda en las cortes, y el de es­tudio favorito en los pueblos cultos; sea considerado como sabio por su índole, y generalm ente se crea de él que posee todas las m ane­ras de expresión, desde las que por delicadas toman el tra je de cuen­to culto, chiste fino o sal de ingenio, hasta las abstracciones más pro­fundas de la filosofía, y aquellas formas severas que dan lugar de preferencia en el panteón de la inmortalidad.

(De: “Carta de Don Cecilio Acosta sobre la Academia de la Len­gua de Venezuela” , Caracas, 26 de diciembre de 1873. Obras, vol. III, np. 125-126).

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La lengua castellanaSiempre he creído que, fuera de la riqueza acumulada por los

escritores del ultimo tiempo de España y nuestra América, hay en los que pertenecen a la edad de oro de nuestra literatura una mina casi inagotable, y que sólo falta acabar de beneficiarla haciendo re ­vivir sus formas constitutivas, de tantas ventajas al vario estilo, sus modismos innumerables, especie de articulaciones para dar movimien­to, soltura y gracia al lenguaje, y una infinidad de acepciones de vo­cablos, perdidas en el uso, para que se proclame por fin, de una vez, ya sin disputa de nadie, que nuestra lengua es la más hermosa de las vivas.

Yo me extasío contemplando la sobriedad de Mariana, la senci­llez de León, la música y el amor divino de Granada, la abundan­cia de Lope, la galanura de Calderón, el donaire de Solís, todas las dotes juntas en Cervantes; reconozco en esto una ejecutoria de fa­milia, y veo en ella el reflejo de un esplendor en letras que ha de volver algún día, si es que no principia ya a despuntar.

Los acontecimientos contemporáneos y el poderío de un país tie­nen más influjo del que comúnmente se cree en la suerte de sus instituciones y de su manera de ser, de comunicarse y de vivir; y habiendo llegado España en esa época a un punto de grandeza, que fué tanto como satisfacción propia envidia ajena, hubo de im primir el mismo sello a cuanto la rodeaba y le era peculiar. Debió ser el habla magnífica, y los caracteres y asuntos, nobles y altos; debieron ser los caballeros cumplidos, las damas de alta guisa, el porte en los salones y en los campos de batalla bizarro y gentil, las costum­bres sin resabios, la religión pura, la mística elevada: para un m i­llón de triunfos debía haber un millón de ideas y de formas de expresión; y como los ingenios que las crearon y cultivaron eran de prim er orden, se vió salir de sus manos, ya perfecto, el idioma, y enriquecerse con él una nación que había llegado a poner sus plantas en dos continentes y abarcar el mundo con sus brazos.

Es tanta la belleza y perfección del castellano; se acomoda tan­to a todos los géneros de composición, desde el m adrigal a la forma épica, desde la fábula a la historia; y es tal de rico en galas, que así que las tenga puestas todas, no se ruborizará de que le llegaren a decir, por lisonja, que es lengua sabia.

Ignoro si haya quien no piense como yo: en cuanto a mí, con­fieso que no sé apartar la vista de nuestros clásicos, y que aunque a otros les haya tocado aprovechar la cosecha, yo hago lo que puedo cuando espigo.

(De: “Carta al señor Tamayo y Baus” , Caracas, 6 de agosto de 1879. Obras, vol. V, pp. 230-231).

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La lengua castellanaTú has dado un paso adelante, y abierto nuevas puertas al p ro­

greso de la lengua: la despiertas del sueño que la tenía embargada, y la convidas a ataviarse con joyas modernas que no deslustran ni su prim itiva gala ni su esplendor de abolengo. Ella fué un tiempo renombrada por lo extenso de su jurisdicción, la gracia de sus con­tornos y la grandilocuencia de su frase. Tuvo historiadores como Coloma, Hurtado de Mendoza, Mejía, Meló y Solís; poetas como Gar- cilaso, Ercilla, Gil Polo, Rioja, León y H errera; hablistas como San­ta Teresa, Oliva, Nieremberg y Granada; autores dramáticos como Moreto, Rojas, Lope de Vega y Calderón; e ingenios que, como Cer­vantes, constituyen todo un titulo de gloria, hacen creer más de ve­ras en la semejanza del hombre con Dios, y crean una especie de culto al cual no se puede llegar sino de rodillas, ni con una ofren­da m enor que incienso para quemarlo en sus altares.

El habla castellana entonces era bella, sublime y varia: en la égloga sencilla; en el poema épico noble, en la oda lírica, en la can­ción amena, en el m adrigal ligera, en el epigrama punzante, en la elegía patética, en la epístola fam iliar, en el romance gentil, en las meditaciones sagradas mística, en el dram a fecunda e ingeniosa. No es extraño: eso fué en su m ayor p arte el producto de los siglos XVI y XVII: para ese tiempo España era o había acabado de ser la na­ción más grande de la tierra; y los idiomas toman de ordinario el orgullo de la raza, la osadía del poder, el espíritu de conquista y el reflejo de la civilización contemporánea.

(De: “Carta al señor Dr. D. Ricardo Ovidio Lim ardo”, Caracas, enero 20 de 1869. Obras, vol. II, p. 166).

La lengua castellanaTienes razón: el castellano es un instrum ento adm irable de co­

municación, expresión y arte; rico, sonoro, elevado, flexible, de for­mas tan varias como el pensamiento, de gracias tan puras como el espíritu, casi puede ser espejo a todas las ideas, fuera de ser m ú­sica al oído; y tal es su organismo y tanta su riqueza, que no osa­ría a mucho quien lo llamase idioma sabio. En su molde se vació la civilización de dos siglos enteros de gloria; lo que es notable, por­que la civilización da fijeza, y la gloria esplendor a las lenguas. Cas­tellano hablaron por lujo y por imitación la m ayor parte de las cortes de entonces; se escribió en él toda la sabiduría contem porá­nea; ingenios de prim er orden le dejaron sus joyas en herencia; el teatro cómico más grande que existe, en él está; Cervantes le dió su donaire, Lope su fecundidad, sus galas Calderón; y como la m onar­

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quía española llegó a ser, puede decirse, un imperio universal, ese mismo poderío, que nunca pasa sin huellas profundas, dejó en su lengua la vida que tiene, la inmortalidad que está llamada a tener y el renombre de que goza.

(De: “Contestación a Epsilon Kappa (Eduardo Calcaño)” . Obras, vol. IV, p. 12).

La lengua castellanaLa lengua con esto (siglos XVI y XVII), en fuerza de un culti­

vo tan feliz, y tanto como por esto, por el desenvolvimiento de su propia índole, llegó a ser rica, sonora, fácil, numerosa y llena; un órgano tanto de comunicación como de armonía; la prim era de las que se hablaban en Europa; y un monumento soberbio, preciado en­tonces, hoy en olvido, pero que merece estudiarse, como la catedral de Sevilla por la gracia gótica y la ligereza atrevida de sus formas, como el Escorial por su magnificencia sombría. Las causas de todo esto están a la vista. Los idiomas son (que se haga gracia del sí­mil) la columna en que queda más grabada, y es, puede decirse, eter­na la historia de la vida social contemporánea. En todo ese tiempo hubo un caudal de hechos que fueron, o palmas de regocijo, o re ­cuerdos de gloria nacional. El poderío de España había estado en todas partes: sus dominios eran inmensos; el sol se fatigaba para recorrerlos; un hemisferio era joya de su corona; el oro del mundo, tesoro de sus arcas; y había tenido flotas para barrer los mares, es­critores para ilustrar las letras, capitanes para fundar imperios, e in­genios de prim er orden para ser las delicias del prim er teatro del mundo. El castellano entonces, como el latín del tiempo de Augus­to, fué un grande instrumento de fuerza y de prestigio: todos que­rían saberlo, porque a todos interesaba; y al mismo tiempo que ser­vía de órgano del gabinete en Nápoles, en Milán y en los Países Bajos, y de lengua diplomática en París, era gala y orgullo de la propia casa y llevaba el lustre del nombre español a los extremos de la tierra.

(De: “Carta al señor Dr. D. Ricardo Ovidio Limardo”, Caracas, enero 20 de 1869. Obras, vol. II, pp. 172-173).

"Móvil e inmóbil"Queda ahora la cuestión gramatical, en que diré sólo lo nece­

sario. Yo no hallo contradicción en que móvil, verbal substantivo ac­tivo, se escriba con v, e inmóbil, adjetivo, con b. Todo consiste en que se tenga presente, así Gomo el origen, la construcción orgánica de

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HISTORIA Y CULTURA DE ESPAÑA 241

estos vocablos. Prescindiendo de si ideológicamente precede el nom­bre substantivo al verbo, o viceversa, lo cierto es que se llam an ver­bales las palabras, substantivas o adjetivas, que se derivan de ver­bos; que lo ordinario es que estos verbales tomen del vocablo ge­nerador las radicales; y que por esta causa se dice previsión de pre­ver, provisión de proveer. Tal es la regla; pero como al mismo tiem ­po, y contrayéndome al caso presente, antes de 1 nunca va v sino b, los verbales en ble de mover toman por esta excepción la últim a le­tra. De aquí resulta que puede escribirse indiferentem ente móvil y móbil, la prim era palabra como un verbal común, y la segunda como un verbal en ble abreviado (prim itivam ente movible, moble); y de la misma m anera inmóvil e inmóbil. Así es que la Academia en su última edición usa promiscuamente de estas letras.

(De: “Contestación a Epsilon Kappa (Eduardo Calcaño)”. Obras, vol. IV, p. 23).

NeologismosEl castellano ha permanecido estacionario. Después de su edad

de oro, casi está como estaba. Se ha ejercido sobre él una policía h ar­to severa; se han establecido como aduanas para que no entren de im­portación palabras extrañas; más que un sistema protector se ha prac­ticado un sistema prohibitivo. El Diccionario de Galicismos (me pa­rece que ta l es el título) de Baralt, es una especie de cordón sani­tario. El hizo lo que otras habían hecho antes, lo que aún se hace de ordinario: considerar como apestado todo o casi todo vocablo de fuera, por significativo y propio que sea para el uso. Nunca, ni aun con esas condiciones, o rarísim a vez, se les da derecho de ciudada­nía, ellos entran por contrabando, toman suelo, encanecen en el do­micilio y en la aplicación común, y al fin la declaratoria es de he­cho. Las necesidades sociales triunfan en este caso de las previsio­nes académicas.

Resulta de aquí que en las ciencias, en las artes, en los ofi­cios, en los inventos, en la m aquinaria —que puede llamarse ya una segunda naturaleza o una naturaleza artificial— en ese mundo del progreso del día, no tenemos palabras que lo representen: nuestro Diccionario es pobre: “Los M iserables” de Víctor Hugo casi no se pue­den traducir, y lo mismo sucede con muchas obras extranjeras. Se comprende: las demás naciones crean, y bautizan con nombres ade­cuados lo que inventan: España ni crea, ni admite los vocablos in­ventados. C ierra la puerta, m ira a su ejecutoria, y no quiere acep­ta r más ramas que las del árbol viejo.

Otra consecuencia: que el castellano antiguo ha permanecido co­mo un tesoro bajo de llave y el que se suele usar es esa jerga de

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las gacetas, inaccesibles ambos a las mejoras del tiempo: el uno por encerrado y huraño y el otro por impotente y rutinero.

Diferente cosa se hace en otras partes. Los franceses toman por adopción las palabrsa y frases de que necesitan. Los ingleses lo mis­mo: éstos tienen a Beau, Rendez-vous, Cuerpo, Clairvoyant, Faux pas, Cul-de-sac, Fauteuil, Beau monde, Billet doux, Sansculottes, Sans souci y a miles de voces más.

Los alemanes de la misma manera: Véanse los vocablos que me ocurren: Jurist, Environs, Bonvivant, Conduite, Fabula, Ingenieur, Speculum, Parvenú, Vacuum, Solitude, Forum, Vademecum, Sou, Cotelette, Maladie, Gendarme, Cousin, Agio.

La voz inglesa meeting, ¿por cuál otra española puede ser sus­tituida? Si no se dice mitin no se dice lo que ella significa. Y así de otras voces. Los idiomas también crecen por intususcepción o por capas y el que no lo hace así, o se estaciona o se muere. Se va que­dando, cuando mejor le vaya, para idioma sabio, que es quedarse para viejo.

(De: “Carta al señor Dr. D. Ricardo Ovidio Limardo” , Caracas, enero 20 de 1869. Obras, vol. II, pp. 183-184).

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TEMAS DE CRITICA Y DE ESTETICA

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Las letrasLas letras lo son todo. Las letras viajan, son la luz que inun­

da en un instante el espacio y lo colora, la arista que lleva el gra­no de la idea y que es arrebatada por el viento de las edades, para llevar a todas partes germen, árbol, ílo r y frutos. Las letras crean: Homero ha dado origen a mundos en que él no soñó y que hoy rue­dan en el vacío de la gloria; sin la palabra de Demóstenes la suer­te de Grecia no llega a Queronea: sin la de Cicerón, Catilina su­planta a César y precipita el tiempo de Farsalia; y el siglo de Julio II y León X es grande, y Canova hubiera podido poblar el museo Pío-Clementino de obras suyas, porque había libros santos que ha­blan maravillas, e historiadores y poetas que son dechados. ¡Qué si­glo ése! Las galerías del Vaticano son historias del cielo; y se al­canzó a poseer, entre otros genios, a un Miguel Angel, que pudo des­baratar el orbe para llam arlo a juicio, y a un Rafael, que por la fuer­za sola de su mano, hizo encarnar la Virgen en colores, tras de los cuales ve uno su misma gracia divina. Las letras han engendrado el canto y la armonía: Beethoven, Haydn y Mozart, los maestros profundos, y Rossini, Bellini y Donizetti, los maestros melodiosos, crea­dores todos ellos de un poder incontrastable que va derecho al a l­ma y la cautiva, y después que la cautiva, la enseña, han cal­cado en su mayor parte las obras m aestras que los ilustran, en las obras m aestras de la poesía y de las letras; la poesía precede siempre a la música, como el rayo de luz al arco iris. Las letras son el tesoro inagotable de las bibliotecas, que ocupan hoy los palacios mudos del saber, así como son el oleaje incesante del periodismo, que baña, agita y fecunda industrias, opiniones, costumbres y creen­cias. Las letras han producido en las artes la estética, ciencia que encanta, naturaleza que ríe, especie de creación, donde no hay so­nidos sin acorde, ni formas sin belleza. Las letras son en la am ar­gura de la vida miel, en la vida de los pueblos aliento, en el espí­ritu cultura, en los anales del género humano la única página sin mancha, y en la corriente de los siglos el único bajel que no hace estadía ni naufraga. Las letras son las que han venido labrando este progreso que tenemos, esta civilización que nos honra, esta li­

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24G CECILIO ACOSTA

bertad que es nuestro orgullo. Las letras, por fin, han necesitado del fósforo para domesticar y poner a logro el fuego, del ferrocarril para trasportar el fruto que da el tipo de imprenta, y del alam bre para poner a su servicio la electricidad, el único órgano capaz de tras­mitir, con la rapidez que él tiene, el rayo fecundador del pensa. miento.

Y aquí, señores, me siento como con alas, como llevado por el hipógrifo de Astolfo, para recorrer de un vuelo los siglos. ¿Qué que­da de Roma?—Sus Libros. ¿Qué de la Edad Media?— Sus cróni­cas. ¿Qué del siglo XV?—El Renacimiento. ¿Qué de la edad ho­rrible de César Borgia?—Maquiavelo. ¿Qué de la Italia humillada del siglo XVI?—Ariosto y T asso .. . Ved: hay en la larga jornada de la humanidad —como se nota ahondando un poco, y a veces sin ello— una estrella que siempre va, un rastro que siempre queda: de luz to­do. ¿Será ésta la aguja misteriosa que marca sin cesar el rum bo del viaje, la voz de alerta dada a la peregrinación del porvenir, o el hilo de la Providencia, que, oculto a veces, a veces ostensible, bur­la todas las lógicas para hacer triunfar la suya, y hace precipitar la corriente de los sucesos hacia sí, como hacia un centro absorbente? Mirad el siglo de Pericles: la musa del drama y de la historia de­ja más para la Grecia y para el mundo, que las batallas de M aratón y Salamina; Tucídides casi fué el maestro de Tácito, y Eurípides fué tan grande, que había de ser corona histórica suya que el adusto Só­crates asistiese a la representación de sus obras, y que más tarde hubiese de inmortalizar sus páginas la sangre preciosa de Tulio, que las leía, derramada sobre ellas por los sicarios de Antonio. ¡Hermo­sos días ésos, en que los juegos olímpicos fueron también palestra a ingenios lidiadores, hubo en ellos susurro de aplauso en el con­curso, voz de grata fama corriendo de boca en boca, y en el autor afortunado, rubor de gloria bañando sus m ejillas!. . .

¡Oh, me siento trasportado! Quisiera hacer alto delante de esa edad florida, y que levantásemos aquí tres tabernáculos, para contemplar de nuevo esa transfiguración del espíritu que todavía, después de más de veintidós siglos, se ve pasar por sobre nuestras cabezas como un meteoro brillante. ¿Qué dirá ahora la barbarie (yo la interpelo pa­ra que comparezca a este lugar), qué dirá cuando, en presencia de ese espectáculo espléndido, vea ella por sus propios ojos, que la sangre no deja sino sangre, las tinieblas sino olvido, y que en la pos­teridad, sólo para la virtud hay honra y para el talento lau re l? . . .

Mi conmoción es extrema, pero prosigo. Augusto, soberano as­tuto y frío, para cuyo gobierno sensual y despótico no hay más ex­plicación que el haberse encontrado al fin sin rivales o el haberse deshecho de ellos en tiempo, halló su ilustración en los varones de letras de su época, y su mejor título o la vida póstera en la in­mortal lisonja de Horacio y de Virgilio. El reinado de Isabel de In­glaterra se nombra menos por su infame conducta con María Estuar-

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do, que por Spencer, Bacon y Shakespeare. El de Luis XIV es cé­lebre por el esplendor del espíritu, que iluminó más su gusto regio que sus triunfos; todavía, después de casi dos centurias, ese faro se al­canza a ver lo mismo: la soberbia pasó, el rastro de luz se m ira aún; y si el gran monarca hace gran figura en la historia, es por­que le lleva de la mano el gran Bossuet. Ese mismo siglo XVII fué el siglo de las ciencias, así como lo fué tam bién el siglo XVIII, sien­do éste además, por lo que hace a la religión y a las ciencias socia­les, el de los espíritus fuertes, el de los libres pensadores. Del fon­do del último saltó la chispa que produjo el incendio de la Revo­lución francesa, el acontecimiento más grande del mundo político, bautismo ese de todas las ideas, piscina probática para todos los erro­res, gran biblia donde hay para la libertad anales, para el derecho enseñanzas y para el progreso humano advertimientos.

España fué un tiempo la monarquía universal; no estaría m al dicho de ella que el sol se fatigaba para recorrerla. De Carlos V, en quien recayó por m uerte de su abuelo materno, pudo escribir en sig­nificativa frase Montesquieu, aunque comprendiendo la Alemania también, que la tierra se había ensanchado para dar espacio a su grandeza. Felipe II, su hijo, salvo la dignidad im perial que tocó a Fernando su tío, todo lo demás lo heredó: dominios colosales que se extendían a la Península, aumentados éstos después en vida su­ya por la adquisición de Portugal, a Holanda, Bélgica, Oceanüa, Asia, Africa y América. Este monarca poderoso pudo en su reina­do hacer oír su voz de las islas Chiloé a las islas Filipinas, ha­cer hablar por gala su lengua en casi todas las cortes, poblar los mares con sus flotas, obtener la mano de María, triunfar en San Quintín, poner espanto a Inglaterra y colmar a España con el oro del Perú. ¿Qué queda de todo eso y de lo demás del poderío es­pañol? Queda sólo (por no hablar más que de esos tiempos) la abun­dantísima cosecha de las letras en los siglos XVI y XVII, y en par­te del XVIII, llena, rica y varia, de rubios granos y jugosos vinos, co­secha que casi no cabía en las trojes y que rebosaba en los laga­res; quedan las obras de erudición e inventiva, muchas de ellas ini­mitables, que llenaron las bibliotecas y los teatros. Quedan los es­critores distinguidos y los ingenios de prim er orden, algunos de ellos, puede decirse, únicos: Santa Teresa de Jesús, que habló de la san­tidad en formas tan castas como castizas; Hurtado de Mendoza, de frase atildada, si bien concisa por extremo a fuerza de recortes. Me­ló, como historiador cultísimo y capaz de asuntos más vastos, como si dijéramos Roma; Garcilaso, cuyos versos deben leerse en medio de un jardín de tomillos, que tenga nardos por cerca; Solís, estilo de filigrana; Ercilla, que componía bajo el pabellón del campamento el libro que le dió inm ortalidad; H errera, águila siempre entre las nu­bes; F ray Luis de León, rival de Horacio hasta en la lengua; Fray Luis de Granada, escritor de epítetos espléndidos y enamorado del

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amor divino, que él sabía encerrar siempre, como dentro de cajas de música, en sus cláusulas cantantes; Calderón, un río de cascadas so­noras, por la armonía; y Cervantes, cuya creación es un mundo, por­que la sacó de la nada, y cuya inm ortal obra será siempre la de­sesperación de los demás, porque casi no puede tener imitadores. ¡Tesoros todos ésos preciosos, que forman como un museo en los anales de las grandezas humanas!

Heme aquí, señores, de vuelta y.a de mi largo, si bien rapidí­simo viaje por el ancho campo de la historia. Vengo contento, muy contento, porque os traigo lo que buscaba. Os traigo, que eso que hemos aprendido y leemos diariamente en los libros del progreso, es todo cierto: que la civilización marcha; que la conciencia hum a­na es tribunal; que la justicia es código; que la libertad triunfa y que el espíritu reina. He interrogado a los fastos de todos los si­glos y todos me han respondido lo mismo. He atravesado la es­pesa noche de la barbarie y sólo silencio he hallado allí; la histo­ria misma calla. He extendido a la humanidad delante de mí, como si fuese un mapa de estudio, para examinar lo que contiene, y he visto, de un lado fósiles sólo, osamentas, las petrificaciones y ce­nizas del error, que no sabe dejar por donde pasa sino escombros, cementerios, osarios; y del otro, el panteón de la inmortalidad, don­de se ven viviendo en galerías espléndidas todas las conquistas del trabajo y del talento: la industria que independiza, la riqueza que sustenta, las ciencias que ilustran, las artes que adornan, el libro que enseña, el periódico que difunde, el vapor que viaja, el rayo que obedece, y el derecho, que va siendo ya, por los triunfos que cuenta, patrimonio común, y, lo que es más, blasón acariciado de las clases oprimidas. ¡Qué porvenir, señores! ¡Qué gloria!

Este es el punto adonde yo deseaba llegar para apostrofaros; ahí lo tenéis; ésas son las letras, que representan realmente en el pue­blo que las cultiva, el cultivo de su espíritu. Aunque con desmaña, que debe perdonárseme en gracia siquiera del noble empeño que he puesto, no me ha sido difícil el haber logrado confirmar, si bien por modos diversos, el tema del certamen. Yo hubiera querido otra cosa. Hubiera querido tener voz de hechizo para evocar de sus tum ­bas los muertos ilustres, ojos de águila para penetrar desde la al­tura en los abismos del tiempo, y alas de fuego para atravesar sin fatiga la prolongadísima extensión; hubiera querido ser Plutarco, que cuenta con candor, Tito Livio que pinta con elegancia, Tácito que castiga con azote, Bossuet que crea y magnifica, y Guizot que ge­neraliza y abarca; hubiera querido recoger hechos, deducir leyes y amontonar fastos, para de esta manera, y con tal mundo grandioso a nuestra vista, poderos decir: esa luz, que deja como un rastro de estrellas detrás y lleva como un camino de estrellas delante, es la luz de la civilización: ved, no se extingue; ese esplendor de las ciu­dades, ese afán de los mercados, ese hervir de los caminos, esa faci­

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lidad de tener cada uno, por su salario, pan y goces, es el apro­vechamiento de la naturaleza por la industria y el rescate del hom­bre infeliz por el trabajo: ved, ni la una se cansa, ni el otro cede; ese espíritu que va es la libertad; este concierto que queda es el orden; esa justicia que se distribuye es el derecho. Después de todo lo cual, si me alcanzaran las fuerzas para tanto, salvando el tiempo presente y ahondando más, divisando más y viendo abrirse en su­cesión continua, como para dar paso al progreso, horizonte tras ho­rizonte y bóveda tras bóveda, hasta tocar con el linde tem poral de lo futuro, podría agregaros por último con voz de aliento y espe­ranza: ese camino inmenso, casi infinito, que recorro sólo en idea, es el camino de la humanidad, y este palacio de cielos el palacio de las letras.

(De: “Discurso pronunciado por Cecilio Acosta al term inar el Cer­tamen Literario que la Academia de Ciencias Sociales y Bellas Le­tras de Caracas celebró el 8 de agosto de 1869” . Obras, vol. I, C ara­cas, MCMVIII, pp. 5-13).

Las letras clásicasItalia precedió a todas las demás naciones en este camino; y no

puede negarse que allí despuntó más tarde, y siempre prim ero, el día de las artes y las letras. Su m ayor cercanía y contacto con el Imperio de Oriente, del cual recibió una colonia de artistas y de sa­bios, después que Mahomet II tomó a Constantinopla, fué causa de ello; a que contribuyó tam bién por su parte el haber sido Roma desde el principio asiento de los Papas, muchos de ellos varones em i­nentes, el haber sido la nación teatro siempre de guerras fecundas, y sobre todo el haberse recogido allí las más grandes espigas de la cosecha helénica. Desde el siglo de Augusto ya decía Horacio:

Graecia capta ferum victorem cepit, et artes Intulit agTesti Latió.

Ep. ad Aug.

Colígese de aquí que el estado embrionario de la lengua ita­liana duró tal vez menos que el de la lengua española, que se des­arrolló entre varias y encontradas razas dominantes; bien que (pa­ra decir la verdad) el empeño de los que cultivaron la últim a en no contam inar su origen, ni admitir, hasta donde fuese posible, en­laces que pudiesen deslustrar el escudo de familia, contribuyó gran­demente a conservarle mucho de la nobleza del abolengo y aque­lla gravedad, sonoridad, entonación y armonía que la hace tal vez hoy el idioma más bello de la Europa.

Voy a em itir aquí, aunque sea de paso, una opinión que me es exclusiva, y en que creo no m e engaña la idea que me han deja­do estudios de conciencia. El griego y el latín son sin duda más

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250 CECILIO ACOSTA

perfectos que los idiomas vulgares, pero sólo (si bien esto es m u­cho) por la concisión, la traba armónica y el acento sonoro: seme­jan juegos chinescos, en que las piezas ajustan todas, o sus propios edificios clásicos en que todas las partes son geométricas y artís­ticas. Se comprende: en el un pueblo el arte fué un culto, en el otro la elocuencia una enseñanza privilegiada de las razas patricias. Cicerón nos pinta a los Gracos educados, non tam in gremio, quam in sermone matris; y Plinio el joven, con ser quien era, escribía sus oraciones, y no halla cómo ponderar su esmero en atildarlas: Nullum emmendandi genus omitto, dice, ac primum quae scripsi mecum per- tracto; deinde duobus aut tribus lego, mox aliis trado adnotando, notasque eorum cum uno rursus aut altero pensito.

La Grecia, aunque varia en la forma política de sus diferentes Estados, recibía de Atenas el tono en el buen gusto, y Roma: era ella sola, por su influencia, el mundo latino; viniendo a ser esta concentración de vida o esta absorción de intereses, causa de que fuesen sus lenguas menos un instrumento de comunicación para to­dos los casos, que una joya de gala para algunos, y una masa pre­parada sólo para formas estéticas. Tan cierto es esto, que tras la absorción macedónica el griego dejó de ser lo que era, y después que los pueblos del Norte quebrantaron la unidad del Imperio y hubo que entrar en relaciones con otros pueblos, el idioma del La­cio empezó a corromperse, hasta el punto de ser muy otro, mucho antes de que Justiniano sancionase sus códigos, pues comenzó a per­der las desinencias, la voz pasiva y el hipérbaton, trabas de oro, y a dar lugar a la formación de las lenguas francas, que fueron a po­co el habla común del continente.

Los idiomas, pues, son más o menos propios, según los objetos a que sirven; sin que los unos tengan sobre los otros, en razón de su organismo, mayores causas para dar mejores frutos de ingenio. El ingenio es obra sólo del acaso o la fortuna, y en cualquier te­rreno nace y crece: Sófocles es más sencillo en la expresión, pero Shakespeare es más escénico en sustancia. Tito Livio más pulido en la forma, pero Bossuet es más profundo en pensamiento.

Todo esto es para concluir que si los idiomas de hipérbaton son para las artes, los que carecen de él son para las industrias, el tra ­to social y el comercio; y que si el castellano conserva mucho de la estructura latina (lo que le da formas varias sin trabas duras) y ha tomado como dotes propias la flexibilidad y soltura que lo ha­bilitan para ser intérprete fiel del progreso, sus condiciones son las más ricas: y así que los países donde se habla sean más florecien­tes que hoy, su mérito, como órgano de expresión, llegará a ser sin rival.

(De: “Influencia del Elemento Histórico-político en la literaturadramática y en la novela. La Comedia” . Obras, vol. II, pp. 44-46).

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TEMAS DE CRITICA Y DE ESTETICA 251

La traducción de VirgilioTraducir a Virgilio es empresa que pocos, entre tantos, han lle­

vado a cabo con fruto, así por la contextura del latín, de cuyas for­mas severas, labradas, puede decirse, a m artillo y redondeadas por el arte, es difícil extraer, sin m altra tar el pensamiento, como por la índole que constituye el talento del autor, todo él delicadeza, la cual puede encarnar una vez en el idioma propio, para infundirle colo­res inefables y contornos bellos, que casi no se pueden después re ­producir, y que son como el polvillo de la mariposa, que no está bien sino en sus alas, o como los arreboles que produce el sol, que no están bien sino en las nubes; a lo que se agrega, para hacer más desesperante el empeño, que esa misma ternura ha debido dar cier­to tono de corrección fina, cierta m ajestad de buen gusto, si regia, a la trom pa épica con que el Mantuano canta las ruinas de Troya, la peregrinación de Eneas, las tempestades del mar, los amores de Di­do y las sangrientas guerras de Turno.

Para prueba de lo que digo, me bastaría citar de la Eneida el libro II, obra de talla, puede decirse gigantesca, en que los huecos parecen abiertos por las pisadas de los héroes, y el alto relieve ser el lugar desde donde los dioses paganos, con rabia olímpica, anima, ban al choque y destrozo de dos imperios y al aniquilamiento de dos civilizaciones, para dejar ver después en Italia, como una ley del Hado, el germen del valor latino y el alto origen de la triun­fadora Roma. No hay modelo de estilo más acabado que éste; la majestad en él se nota asociada con la gracia, la sublimidad con la belleza, el tinte sobrio con los colores arrebatados del estro; y a él es que acude la plástica para sus formas, el arte para sus re ­glas, y el genio para ostentar las galas de sus triunfos.

Todo es aquí magnificencia. El fondeadero y el campamento de los Griegos, es decir, el teatro de mil prodigios épicos, el espacio donde ha podido caber y obrar todo el ejército de Agamenón y la movilidad y la cólera del hijo de Peleo, lo describe Virgilio con dos pinceladas no más:

Hic Dolopum manus, hic saevus tendebat Achiles;Classibus hic locus; hic acies certare solcbant.

En dos versos, toda la Ilíada.Héctor, aconsejando la fuga a Eneas, que le ve en sueños, no

pierde la oportunidad para definirse a sí propio, con un orgullo que es nobleza, con una nobleza que es lealtad a su raza, y con la con­ciencia de un valor que sólo ha podido ceder al destino.

........................................... Si Pergama dextraDefendí possent, ctiam hac defensa fuissent.

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252 CECILIO ACOSTA

Las tinieblas cubren a la ciudad condenada a perecer, con una espesura que espanta, y, casi se las mira extenderse y cerrar:

........................“Nox atra circumvolat umbra”.

Ayax, hijo de Oileo, a quien no hartaba la sangre, es acerrimus, y el que había de ser el m atador de Príamo, se presenta a la en tra­da del palacio así:

“Vestibulum ante ipsum primoque in limine Pyrrhus Exultat, telis et luce coruscus ahena”.

Para expresarse que la m uerte está en todas partes, y la salva­ción en ninguna, se dice meramente:

“plurima mortis imago”.

Y el derribar de las puertas, el desencajar de los quicios y la ocupación instantánea de la residencia real por las tropas de los Dáñaos, en otros casos m ateria de un libro, aquí lo es de pocas palabras:

........................................ “labat ariete crebroJanua, et emoti procumbunt cardine postes.Fit via vi: rumpunt aditus, primosque trucidantImmisci Danai, et late loca milite complent”.

Parécele a uno ver una inundación que rompe y entra.No hay para qué m ultiplicar los ejemplos de un libro en que

todo es admirable; y si alego los que copio, es para hacer resaltar el afán que es, y cuanto laurel da, poner a Virgilio sin afearlo, y mucho más cuando es con las dotes que él tiene, en lengua extraña.

Queda por decir, para agravar, si cabe, la dificultad, la que hay en verter las obras monumentales del ingenio, que no sabe des­cansar el pie sino en las cumbres, y al cual es menester seguir —co­mo que sus producciones son su carácter— en su impetuoso vuelo.

Con esto es fácil concluir, si la traducción no ha de quedar en mero ejercicio de gimnástica, que el traductor ha de poseer un gran caudal de imaginación y de ciencia, ha de m anejar bien uno y otro idioma, y hasta ha de tener una perspicacia especial, para ver por entre la corteza de las formas, para otros opaca, y aun para ver en la corteza misma, que es epidermis, el arranque, el movimiento, los afectos, las pasiones, y la naturaleza íntima del libro que traduce.

Oso por último agregar, como opinión puram ente personal, y con el temor que abrigo de que no parezca bien a los demás, que la filosofía gentílica de los romanos, aficionada de suyo a un destino

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TEMAS DE CRITICA Y DE ESTETICA

ciego, hubo de dar a las obras de ingenio y arte, cierta especie de rigidez granítica, cierto linaje de belleza sabia, pero muda e inmó­vil, que cabía bien en una lengua como el latín, de formas geomé­tricas y puras, él mismo expresión y reflejo de su tiempo; pero que es arduo representar, si no es con fatiga y sobrealiento, en los idio­mas cultos vivos, que se nutren con sentimientos cristianos, y que tienen el colorido, no sólo de una Providencia que vela, sino de una economía en que la oración mueve y el mérito logra, poniendo has­ta cierto punto de su parte cosas y sucesos.

(De: “Apezechea y José Antonio Calcaño”, Caracas, 2 de ene­ro de 1875. Obras, vol. IV, pp. 145-149).

Ovidio, Virgilio y Horacio

Tal fué Ovidio, escritor que durará lo que la lengua latina. Careció de grandeza y sencillez, pero tenía una inventiva sorpren­dente y fué el poeta más abundante de su siglo. Sus versos son vo­luptuosísimos cuando son de amor, lágrim as cuando son de triste­za; y el caudal de su vena corre sin saber a dónde, pero siempre o por lechos con márgenes de m irto y arrayán, o por bosques de sau­ces y adelfas. Podría establecerse un cotejo entre él, Virgilio y Horacio: en el uno sobresale el lenguaje, en el otro la composición, en el tercero el estilo; Ovidio es más fecundo, Virgilio más bello, Ho­racio más correcto, filosófico y conciso.

(De: “Causa de la desgracia de Ovidio” . Obras, vol. V, pp. 106-107).

Corneille y RacinePedro Corneille y Racine caracterizan perfectam ente el teatro de

su nación, y ¡qué hombres éstos! El prim ero es notable por el ner­vio, la entonación y la fuerza; y las seis o siete composiciones que le han dado inm ortalidad, si no superan, no envidian el m érito de Sófocles, del cual tienen el interés de las situaciones y la oportu­nidad del momento en que la palabra trágica va derecho al corazón. El verbo es una chispa, y la tragedia, como composición, un aparato eléctrico, en que sólo un momento da la combinación de gases, la abundancia de fluidos, el penacho de luz y la explosión. En esto es inimitable el gran poeta francés. Su regularidad no daña en nada a su magnificencia; su parsim onia a su facundia; y él es el que ha sabido con más ventajas poner su ingenio al servicio del arte, sin que el uno obedezca como esclavo, ni el otro mande como señor.

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254 CECILIO ACOSTA

Racine es otra cosa. ¡Qué naturaleza y qué varón! Parece como si Dios mismo le hubiera formado, tomando de su urna más secre­ta el rayo más fino de luz, la masa más inocente de pasiones, el a l­ma más pura y candorosa; y esto porque estaba alegre ese día, y quería tener un hombre ángel. Puede decirse que se le siente m ar­char en sus obras con pies de espíritu: lo adivina uno sin palpar­lo. En su drama el tejido es íntegro y redondo, como el de un ves­tido inconsútil, y la acción se desenvuelve callando, como una fuen­te del valle que se desliza mansa entre guijas. Las impresiones que produce están como purificadas: el llanto corre, pero no quema; el terro r conmueve, pero no postra. Cada sentimiento está en su tono, cada parte en su lugar; las fuerzas iguales, el equilibrio perfecto; así es que se ve en la cristalización la trasparencia, y al través una luz benigna y suave. No deja ajenjo el dolor, no dejan san­gre las heridas; y parece que la desgracia se moja antes en tintas cristianas para que salga después empapada en consuelos. Racine es singular: su belleza es casta, su arte inmaculado: casi cree uno que nació en el momento del alba, jugó de niño con ángeles, cre­ció entre flores y fiestas de cielo, y se nutrió con cantos divinos.

Me da lástima term inar este cuadro, sin decir siquiera dos pa­labras sobre Andrómaca, la obra maestra de ese escritor, a mi en­tender, contrario en esto al de Voltaire, Schlegel y Martínez de la Rosa, que juzgan ser la Atalía; y me fundo en que los sentimientos más nobles del corazón humano, la fe jurada sobre la tumba de un esposo, y ese esposo Héctor, y el amor de hijo, van en empeñada lucha, despertando cada vez más interés, hasta un desenlace que no sacrifica el uno por el otro; en que las pasiones vienen como na­cidas, y las situaciones como piezas de encaje, y en que el todo es­tá formado, como para dar al drama hermosura y vida, de los cua­dros más grandiosos de Homero, los anales más épicos de Troya, los recuerdos más gratos de la antigua casa de Príamo, y de ese esti­lo en que se nota, no obstante ser la lengua francesa tan dura pa­ra el ritmo, el noble decoro, la corrección graciosa y el encanto de Virgilio. Tiene hasta el mérito la fábula, de que toma del mito lo que no ofende, y de la verdad lo que anima, para dejar de esta manera una impresión viva, sin ser destrozadora: es una verdad dramática y una ilusión histórica: aquello no ha pasado o ha po­dido no pasar; y leyéndolo, u oyéndolo, se conmueve, pero no se ofende el ánimo, y después de un momento de intenso placer, pue­de uno volver la cara a otra cosa tranquilo. La Andrómaca es una vista real, un objeto fantástico y una creación maravillosa, porque amedrenta como nube de tempestad y toca ligera como rocío.

Citaré como m uestra varias frases interesantes: Andrómaca es llevada al Epiro como prisionera de Pirro, que la solicita en vano para esposa, y cree ganar su amor interponiendo su poder entre As- tianax y los griegos, que habían pedido su m uerte con calor. Insis­

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te el am artelado príncipe, resiste la altiva princesa, la cual al p ro­pio tiempo que habla de su lealtad, hace mérito con orgullo de raza de la inocencia del hijo, como para defenderse y defenderle.

Un enfant malheureux qui ne sait pas encoreQue Pyrrus est son maitre et qu’il est fils d’Hector.

No cede ella, no logra nada su señor, no desisten los griegos; mil veces se ha humillado el hijo de Aquiles y otras tantas ha sido rechazado: ya es el último trance, está echada la suerte, está le­vantada la p ira y él viene para saber la última determinación: o la mano o el sacrificio; y Andrómaca lo sabe. Cefisa, su dama de honor, le anuncia que llega: Andrómaca recibe un golpe de ra ­yo: aquel hijo es su hijo, y además es el último vástago de una familia dinástica inmortal: revive entonces la memoria de Héctor que, antes de irse al combate, tomó en sus brazos al hijo para re ­comendarlo a su madre, que ve en él el continente marcial y he­roico de su padre, y prorrum pe casi en las mismas palabras que se habían dicho de Ascanio.

Sic oculos, sic ille manus, sic ora ferebat.

Parece que no le quedan fuerzas; que se rinde, y Cefisa así lo cree, instándole a que salga al encuentro al am ante furioso, que entra ya, por el sí o por el no definitivo. Se resuelve con esto a salir; pero reviven el orgullo y la empeñada fe, y la ruega a Ce. fisa que salga por ella. Cefisa entonces: — ¿Y qué queréis que le diga? —Decidle, contesta, “que el amor de mi hijo es muy grande”.

—Dites-lui que l’amour de mon fils est assez fort.

Una madre, así es como habla. Se encuentra reducida o a ser desleal o a ver inmolar a su hijo, y no pudiendo hacer ninguna de las dos cosas, deja insoluta la cuestión, y lo que le ocurre es cu­brirse, como con un manto, con la ternura de madre. Registra en un instante la naturaleza entera, y no encontrando nada más eficaz para ablandar la ira, que el amor filial, coge y lo usa como escudo entre ella y Pirro.

No se queda esto aquí. El trance apura: es menester decidir­se. La altiva princesa al fin dice: —Vamos. Cefisa contesta: ¿a dón­de? y ella, sin vacilar un momento:

Allons sur son tombeau consulter mon époux. . .

Esto es al mismo tiempo épico y trágico. Así es como debe ha­blar Andrómaca, la viuda de Héctor, la que vió a Troya grande y en cenizas, y a Pérgamo famoso y en el suelo.

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256 CECILIO ACOSTA

Al cerrar este punto me ocurre una cosa respecto de Racine: su sensibilidad es tan exquisita que el buen gusto es su tacto, y las palabras pedazos de sus entrañas. Nótese una cosa: que hay músculos y vasos en sus obras, que llegan a ser con esto seres vivos, y por eso se agotó en tan poco número. Nótese otra cosa: que la luz que las baña, viene menos de su espíritu que de su alma, y hace que sea ésta miel toda, suaves los pensamientos y dulcísimo el estilo, que no es una forma superpuesta, sino una forma orgánica.

(De: “Influencia del Elemento Histórico-político en la literatura dramática y en la novela. La Tragedia”. Obras, vol. II, pp. 114-118).

Víctor HugoEs olímpico el lauro que ciñe las sienes de Víctor Hugo. Como

poeta lírico es el Píndaro moderno: oye uno sus golpes de m artillo como los de un cíclope sobre su yunque, y su voz, que se desata co­mo un rayo y retumba como un trueno; o bien ve que hace jiro ­nes la tiranía para arrojarla al abismo; o que, adornado con todas las joyas ya halladas de la civilización, y con las que ha hallado él de nuevo, cual nuncio de la libertad y de los pueblos, lanza su carro al circo polvoroso para dejar obrar a sus rivales, obtener triunfos, y oír al volver vencedor, gratísimo murmullo de aplauso y gloria. Como poeta delicado, ora toma entre sus dedos el polvo de oro de la mañana, ora asiste al coloquio de las flores con las gotas de rocío que las enamoran dándoles perlas, ora interpreta los pensamientos de un ángel o el sueño de un niño. Como escritor so­cial, desbarata la historia para pulirla, recorre los siglos para estu­diarlos, se encara con el tiempo cuando lo ve cargado de despojos y cenizas de guerra en vez de frutos de paz, interroga a los protago­nistas de los grandes dramas y a los culpables de los grandes crí­menes, residencia a los reyes, revuelve el osario de la humanidad pa­ra echarle en cara sus errores, no ama más civilización que la perfecta, ni más arte que el puro, ni más religión que la justicia; y sentado en medio de todas las cosas como sacrificador al mismo tiempo y creador, no hace más que echar abajo instituciones viejas para sustituirlas con nuevas vaciadas en su molde.

Lástima grande que Víctor Hugo, a semejanza de Lope de Ve­ga y de Voltaire, haya abusado tanto de sus talentos, y que sus es­critos sociales sean inferiores a su inm ortal nombre, por aparecer en ellos más el soñador que el hombre de Estado, más el bello ideal que la naturaleza. Esta tiene excepciones y él quiere suprimirlas, intereses y él quiere extirparlos, líneas curvas y él las quiere todas rectas; y sin tener en cuenta que lo que existe echa raíces, y cues­ta dolor y ruina derribarlo, desde el fondo de una filosofía abs­

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TEMAS DE CRITICA Y DE ESTETICA 2 5 7

tracta y absoluta, que es el carácter de su genio, proclama su vo­luntad de hacer tabla rasa de todo, y de levantar una sociedad y un mundo a su manera. Una sola plum ada suya puede form ar una cruzada de pueblos, y lo prestigioso de su estilo enloquece a la ju ­ventud; así es que ha formado una escuela entusiasta cuyas conse­cuencias en lo político, o buenas o malas, se ignora hasta dónde lle_ guen. Sin embargo, dígase lo que se quiera de este varón singular, siempre se dirá tam bién de él que fué un Hércules que luchó con­tra la corriente hasta hacerla retroceder, y un Tirteo que no cesó de cantar el engrandecimiento y dicha del género humano.

(De: “José María Torres Caicedo”. Obras, vol. III, pp. 212-214).

Don Miguel Antonio CaroEntre los motivos que hacen interesantes mis relaciones con us­

ted, está como el que más el nexo que las produjo. Ya usted com­prenderá que voy a hablarle de nuestro distinguido amigo D. Miguel Antonio Caro, cuyo trato, hoy sólo por cartas, es ya para mí tanto como necesidad ejecutoria. Aquí en el seno de la confianza he de decir a usted lo que siento de él; le tengo en la punta de la len­gua, y he menester soltarle, siquiera por desahogo de cariño. Po­niendo a un lado sus grandes talentos, tan cultivados y hermosos, me encanta su corazón.

En Caro la madurez se ha adelantado a los años, y me parece verle en la flor de ellos con aquella circunspección reflexiva que es, tanto como decoro, ornato de conducta; ni en las palabras liviano, ni en pensamientos frívolo, n i en efectos derramado; para la amistad, cuando la ofrece, caballero; para los deberes que siempre cumple, apercibido. Medita lo que dice, y dice lo que conviene, notándose en su expresión, si aliño y gala, compostura, como si fuese un ver­bo heráldico.

Tiene un culto tierno, el de su ilustre padre, cuyo nombre lleva tan dignamente; tiene otro íntimo, el de las grandes tradiciones. Concibe el progreso como un resultado de ideas de enlace, y halla este enlace en el entroncamiento con un principio único, que para él es el principio religioso.

Si la m ateria en su variedad de formas casi inagotable está some­tida a una ley que la encadena, el espíritu en su desenvolvimiento pro­gresivo debe estar sometido a otra, que no pudiendo ser el criterio in­terno, porque la inteligencia es lim itada y la voluntad antojadiza, tiene que ser el externo, es decir, lo abstracto, lo inmutable, lo justo. Para convencerse de esto, basta ver la obra humana representada por la his­toria, océano éste en su m ayor parte de sangre, lágrimas y errores. La

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filosofía puede observarlos y delatarlos; pero sólo la religión revelada corregirlos.

Nuestro inteligente amigo ha penetrado hasta el corazón de las cosas, y encontrado en él estas verdades, que, ora por lo que ellas va­len, ora por lo que él las ama, si es que no forman el fondo de su ca­rácter, emplea él como arma, como reserva o como tesoro, en la polé­mica, en la política y en la enseñanza.

De aquí la rigidez que algunos pudieren hallar en sus principios, lo cual no es más que la fuerza de sus convicciones y la honradez de sus creencias. Los hombres de alto pensamiento participan con frecuen­cia de éste, que no es orgullo sino decoro.

El que distingue a Caro en porte, m aneras y escritos, le es tan innato, que nunca lo busca, sino que lo tiene. En el chiste parco, tal vez negado; en la conversación medido, tal vez solemne; y siempre está, por miramiento a los demás tanto como por el que se debe a sí mismo, o en traje propio o de arm adura puesta.

De sus combates, cuando los tiene por la prensa, puede salir el rayo, pero no el libelo; de su dialéctica el azote, pero no la ira; de su doctrina indignación, pero no amargura; y muchas veces, después de haber llevado lo mejor en el palenque, sale de él olvidado de todo, de luchas y de triunfos, contento sólo con haber sostenido la causa de Dios, que es la causa del progreso.

Como escritor, sus faces son varias. Si es en tendencia, se distingue por la impersonalidad de la causa, lo cual, aunque conduce a ideas ex­clusivas, nunca a partidos excluyentes; ventaja grande, porque las ideas oyen y los partidos no. Si es en doctrinas, se ha fijado en el catolicismo, que es quien las enseña castas, sin mezcla de intereses que pasan como las olas, ni de opiniones que cambian como las nubes; institución ad­m irable por su vitalidad eterna, la única que ha atravesado los siglos incólume, la única también que en las transformaciones incesantes de la sociedad queda siempre de pie, para continuar el hilo orgánico y dar la voz de rumbo y de destino. Por lo que hace a lenguaje y estilo, Caro no sabe vaciarlos sino en moldes antiguos. No ama otras formas que las bellas, ni quiere otro arte que el puro.

Su traducción castellana de la Eneida, de la cual he visto un trozo, sabe a latín: tiene la grandeza de Ercilla, la sencillez de León, y m u­chas veces, hasta donde cabe hacerlo, el contorno de la frase y los ver­sos mórbidos, graciosamente dormidos, numerosos o espléndidos del ori­ginal. Ya éste es lauro suyo, y yo no envidiaría más nada para mi gloria.

Bajo otro aspecto, Caro tiene su fisonomía particular. En las lu ­chas, ni se fatiga, ni se abate; en la fe, ni es fanático, ni tibio. Es ene­migo de toda familiaridad y con frecuencia serio; pero debajo hay un alma que se agita y una sensibilidad delicada, a la cual son tan co­munes las fruiciones como los martirios. Como patricio, ardiente; como ciudadano, bueno; como miembro de familia, mejor; y para term inar su carácter en dos palabras más, podría decirse de él que se encuen­

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TEMAS DE CRITICA Y DE ESTETICA 259

tra siempre satisfecho, cualesquiera que sean las vicisitudes de su vida, si está bien en su conciencia, en su decoro y sus deberes.

Tal es el amigo que llevo en mi imaginación, por sus escritos, sus cartas y hasta el rum or de la fama, que siempre da facciones. Si hu ­biere puesto de menos, aunque él pierda, yo gano, porque eso más tengo que no tenía.

(De: “Carta a Don José María Vásquez”. Obras, vol. V, pp. 217-221 .)

La oratoria modernaLa oratoria moderna no es la que se limita a confundir a Verres

o a defender a Ligario, sino la que sostiene principios generales o que abarca el gran cuadro de la civilización, para probar que en él puede caber el género humano con sus aspiraciones y sus goces.

(De: “José María Torres Caicedo” . Obras, vol. III, p. 204).

El tribunoTribunos llamo yo, por su noble elocuencia y sus grandes hechos,

a Tiberio Graco, que salvó una vez por su habilidad el ejército de su patria, que trató de distribuir a los pobres las riquezas que Atalo rey de Pérgamo había legado al pueblo romano, y que con su ley agra­ria, sancionada a pesar de los patricios, propendió a distribuir equita­tivamente las tierras arrancadas al dominio público que las tenía ab­sorbidas, sin tom ar de nada de esto nada para sí; y a Cayo su hermano, que admitió a los pueblos de Italia al derecho de sufragio, embelleció a Roma y creó muchas colonias para dar tierras a los ciudadanos m e­nesterosos, sin apropiarse nada para sí. Tribuno llamo a Mirabeau, la elocuencia de trueno y el trueno de la libertad, que supo inocularla en la Revolución Francesa, el acontecimiento más grande y más glo­rioso de los siglos. Tribuno a Garibaldi, que más obra que habla, el enamorado eterno de la igualdad legal, uno de los caracteres más no­bles y más bellos que ha producido el mundo, el liberal para dar y no para quitar, y el verdadero fundador de la unidad de Italia, que estaba supeditada y dividida, que tiene el depósito más rico de la civilización en sus museos, sus creaciones y sus genios, y que ya empezará a de­rram arlo por toda Europa y América con tanta profusión como el Amazonas sus aguas. Tribuno a Mazzini, que en Marsella, en el Pia- monte, en Londres, en Suiza, en Milán, no hizo otra cosa que pensar en la República, la sostuvo siempre con su voz poderosa y eléctrica que quemaba como la voz de Isaías, y murió tan querido de todos, como limpias sus manos de todo manejo sucio o torpe. Sin embargo, debe decirse que ya los tiempos han variado; que ya estos zurcidores de

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frases huecas, tomadas en gacetas, en proclamas y en malas traduccio­nes castellanas del francés, han caído en total descrédito, y que los muchachos de escuela apenas necesitan para batirlos de otra cosa que de su compendio de gramática.

(De: “El General Julián Trujillo y consideraciones sobre política general y de actualidad”, Caracas, diciembre 3 de 1877. Obras, vol. III, pp. 301-302).

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TEMAS DE INTIMIDAD

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RELIGION

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Sentimiento religiosoLa Religión Católica, más que ninguna otra institución, ha sabido

dar a los suyos un tem ple tan superior de alma, que se busca, y no se encuentra en las fuerzas naturales. Homero tuvo que fingir a sus hé­roes invulnerables o dioses, para hacerlos sufridos, valientes y sere­nos. M orir haciendo ruido, m orir soñando en la fama, m orir en Far- salia, se comprende: el hombre es capaz alguna vez de dar su sangre por la gloria; pero m orir por doctrinas abstractas, m orir olvidado de la sociedad, m orir sin más testigo que el Cielo, sólo el Cielo puede inspirarlo. Cambiar el dolor por el renombre, es posible; cambiar el dolor por Dios, sólo es de Dios. El m artirio alegre y reflexivo, y la confesión que lo prepara, son palmas que no tocan más que al Cris­tianismo.

(De: “Funerales del señor doctor Manuel José Mosquera, Digní­simo Arzobispo de Santa Fe de Bogotá, hechos en la S.I.M. de Cara­cas el día 23 de marzo de 1854” . Obras, vol. II, pp. 202-203).

El maestro y guiaTenemos necesidad, no solamente de un maestro que nos enseñe,

sino que además necesitamos, de un guía que nos conduzca por la ma­no, nos socorra y nos sostenga. Nuestra voluntad busca y quiere el bien; pero es arrastrada sin cesar hacia el mal. El bien que quie­re hacer, no lo hace; el mal que detesta, lo hace, Aspira al bien, y no puede alcanzarlo. A cada paso, a cada esfuerzo, cae de nue­vo en el abismo.

Quiero pues la mano que me guíe, el ojo que me ilumine, el paso que asegure y sostenga mi paso, el vivo y enérgico impulso de un brazo, que me ponga en movimiento si me detengo, que me despierte si me duermo, que me levante si caigo, que me resucite si muero.

(De: “La Iglesia”. Obras, voi. IV, p. 310).

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266 CECILIO ACOSTA

Sentimiento religiosoEl cristianismo, pues, no es otra cosa que el complemento de

una ley y la satisfacción de una necesidad. Sólo él explica el dolor, y sobre todo lo hace santo, porque lo hace meritorio. De la mise­ria no hay sino un paso a la misericordia, y de la misericordia otro a la religión verdadera, que es el modo de pedirla y alcanzarla. La oración es al propio tiempo homenaje, y si cabe decirlo así, orga­nismo espiritual, porque el espíritu con el habla es como se acer­ca a otro espíritu que es su igual, y con la súplica al que le es su­perior.; ' M ‘ 1

El sistema cristiano, que es el dogma del sacrificio, está de acuer­do hasta con la filosofía, no obstante la dureza y la falta de flexi­bilidad en estas m aterias de la razón pura. La prosperidad es el co­mercio con la materia, es decir, con el vil oro y los precios de m er­cado; nada da sino ciego orgullo y la saciedad del sibarita: la des­gracia es la que da elevarse a Dios, porque el postrado es el que invoca y el necesitado el que toca a la puerta del que tiene.

Pero no basta eso, sino que es menester saber pedir y pedir con humildad. Toda la filosofía moral pagana, todas las ciencias no alcanzarían para hallar remedios a los quebrantos, y lo mismo supo en esto Platón, que éi último pagano. Se puede llegar al deseo de m ejorar; se puede llegar hasta la desesperación, si no se cumple el deseo; pero no más allá, a no haber un Verbo revelado para en­señarnos qué la congoja de la carne es la fortaleza del espíritu, y que el que busca a Dios en el llanto le encuentra en el consuelo.

Por eso es que Salomón llama hermosa a la misericordia del Se­ñor y nada tobe elqi te no sabe a Jesucristo. El hombre poco logra con conocer la extensión y los números, que lo hace matemático, ni con el conocimiento de las leyes naturales, que lo hace filósofo: le queda por saber cómo se redime del mal moral, que lo cerca por todas partes como una atmósfera. Esa es la sabiduría de que ha­bla el Sabio, y esa es la Religión que fundó Jesús.

Todo se explica por ella: los acontecimientos encuentran su cla­ve, las causas y efectos su hilo de relación, las sociedades su ley, la vida, en la fragilidad que le es natural, su apoyo cierto. La des­igualdad de las riquezas la corrigió la limosna, y el vacío que apa­reció en el mundo por la ruina que deja siempre la desgracia, que­dó lleno por la acción de una Providencia que acude a todo reclamo y otorga todo ruego. ¡Es muy consolador tener quien nos diga al oído palabras dulces y ponga en nuestras llagas ungüentos olorosos!

El amor desinteresado, el generoso sacrificio, la caridad ardien­

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TEMAS DE INTIMIDAD 2 6 7

te, todo esto lo enseñamos por Dios y lo practicamos por El. En su voluntad vemos todo, y su voluntad es la que reconocemos como regia. ¿Por qué nos olvidamos de esta doctrina en el sufrimiento extremo? ¿Por qué sentimos tanto con la carne y no nos modera­mos más en el espíritu?

Desengañémonos: nada se hace ni se permite sino para altos fi­nes, y en cuanto al hombre, su vida está en manos del que le hi­zo. Delante de esa inmensa legislación, delante de esa economía que pasa por todo, sin m altratar ni la hierba de los campos, sin romper ni una gota de rocío, y que lo mismo rige los mundos que pone en contacto los átomos, toda queja es vana si pasa más allá de un homenaje de humildad, y hasta es injuriosa si es persisten­te. Las lágrim as deben caer como una debilidad de la naturaleza; pero deben enjugarse como un tributo hecho a Dios.

No digas que predico: encontré estas verdades en mis refle­xiones de estudio, encontré a Jesucristo en el fondo de mi corazón, no podía callar las unas y dejar de presentar al otro como un con­suelo al tra tarse de la memoria de tu caro R.

Dios le dotó espléndidamente. El lo dió y El lo quitó ¿de qué te lamentas más de lo que has hecho? No te. dió que sentir nun­ca; lograste cerrarle los ojos con tus manos; y la fe te manda creer que goza y ruega por ti y por los tuyos: ¿qué más quieres? ¿Que­rrás alterar la ordenación de la P rovidencia. . . ? Quizá los males que evitas, él los evita, y la gracia que logras, él la alcanza. Tú necesitabas de quien orase por ti donde la oración alcanza siempre.

(De: “Carta al señor Dr. D. Ricardo Ovidio Limardo”, Caracas, enero 20 de 1869. Obras, vol. II, pp. 196-199).

El Nazareno de San PabloHele ahí, cristiano, va cargando con el peso de nuestros peca­

dos, va al Calvario a consumar la redención, clavado en la misma cruz que lleva; y sin embargo esa víctima propiciatoria es nada me­nos que el Hijo de Dios, que se ofrece El mismo en sacrificio.

Desde este acto sublime en que nuestro Señor empeñó su gran­deza y sus dolores para rescatarnos de la mancha original, el mun­do cambió de faz: se fueron las tinieblas, se fué el error, cayeron so­bre su pedestal mismo los ídolos del Imperio romano, y los Cé­sares tuvieron que ab jurar su superstición y abrazar la religión del Galileo.

Ese que ves estampado, cristiano lector, es el propio que nació

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sobre humildes pajas en Belén, y había de inundar con su luz el universo.

Nada más grande tiene la historia en sus anales. Figúrate a San Pedro, carácter rústico en maneras, ignorante, pero al cual ha­bía de llenar el espíritu de Dios, en viaje de las orillas del lago de Galilea, con sus sandalias, su bordón en la mano y su sencillez de campesino; que tú le encuentras en el tránsito, que le preguntas a dónde va, y que él te contesta: voy a la capital del mundo a ha­cer variar de manera de pensar a ciento veinte millones de almas, a quebrar el cetro a los Césares en sus propias manos, a hacer ca­llar las sibilas, a echar abajo el Capitolio, y a levantar mi silla, que algún día estará en la basílica que lleve mi nombre, desde donde, como Vicario de Dios sobre la tierra, dicte fallos inapelables de las reglas de las costumbres, sea el prim er Pontífice de la nueva reli­gión, y logre que las naciones todas vuelvan la vista a mí y a mis sucesores para encontrar la luz y practicar la justicia. Tal res­puesta, cristiano lector, parecería un delirio, si la experiencia no hu­biese venido a comprobar la profecía. Conforme corrió el tiempo, el orbe latino empezó a cambiar, cesaron los combates de gladia­dores, cesaron las luchas con las fieras, se desacreditaron las tu- percales y saturnales, los hábitos se hicieron más suaves, las ten­dencias más generosas; y tomando la legislación el tinte de la nue­va doctrina, se humanizaron los códigos, subió la m ujer a la cate­goría de señora, llegaron los hijos a estar más cerca del amor de sus padres, llegó a dulcificarse el horror de la conquista, y todo tomó un aspecto nuevo en el sentido de la civilización y la cultura.

Pues bien, San Pedro, que al fin fué el Jefe de la Iglesia mi­litante, y los demás Apóstoles, fueron los pescadores, primero de peces y después de almas, que eligió Jesús para divulgar su evan­gelio.

Este evangelio es la revolución más grande que han presen­ciado los siglos, y la piedra angular que permanecerá intacta hasta el último día de ellos.

La religión de Jesús, no sólo ha sido productora de milagros, sino que ella es un milagro continuo: desafía al tiempo, que no puede nada sobre ella; desafía a la filosofía, a la cual vence en su propio campo, o la obliga a ab jurar sus errores; y sobreponiéndo­se a todas las adversidades y siendo más poderosa que todas las borrascas juntas, después que el m ar agitado por ellas ha sepulta­do todas las flotas y armadas, la nave de Jesús es la única que se ve empavesada con gallardetes y banderas, quedar inmune, y cortar las olas con su misma marcha triunfal.

Pasó el imperio griego, que duró más de diez siglos; pasó el

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TEMAS DE INTIMIDAD 269

imperio de Occidente; pasaron todas las m onarquías formadas por los enjam bres del Norte. ¿Qué queda de los godos, suevos, nor­mandos, vándalos y hunos, que atronaron un tiempo la tierra con sus victorias? ¿Qué queda del imperio de Carlo-Magno?

Pasó Alejandro, del cual sólo queda la tiniebla que cubre et rastro de esplendor que deja el rayo, sin más recuerdos que nom­bres vanos o ejemplos tristes, como las embriagueces del héroe, y la memoria de Arbela y del Gránico como teatros de matanza. P a­só César, que fuera de sus Comentarios y su genio labrado para hacer su grandeza personal, nada ha legado al mundo que lo mejo­re y lo haga progresar. Pasaron las Repúblicas italianas, entre ellas Venecia, que nació cuando el cristianismo era ya viejo y que duró más de mil años para desaparecer y dejar al cristianis­mo en pie.

Todas esas grandezas, todas esas naciones poderosas, a lo más tener, tienen la m ajestad de las tumbas, adonde va uno a cono­cer el imperio de la m uerte y a tom ar entre sus dedos el polvo de la nada. Lo único que está fuera de esta ley de destrucción, lo único que se liberta del huracán que derriba cuanto nace, es la re ­ligión de Jesús. En el espacio de más de mil ochocientos años, ge­neraciones innúmeras, pueblos poderosos, instituciones célebres, sis­temas, costumbres, legislaciones, tendencias, usos, modas, conquista­dores y reyes, héroes y caudillos, han aparecido sobre la tierra pa­ra pasar uno tras otro como las nubes. Las nubes siempre pa­san: lo que nunca pasa es el cielo azul, que es la religión del Na­zareno.

¡Qué religión ésta! ¡Qué bella! ¡Qué consoladora! Ella es la que dice al oído del que sufre, que hay quien cure el mal. Ella quien está en el punto de todo extravío y en el fondo de toda desgracia, para conducir de la mano al caminante y convertir en miel el acíbar. Ella quien pone en boca de la m adre aquellas palabras autoritativas que labran en el corazón del hijo la propensión al bien. Ella quien toma el traje de la caridad y llena su cesto de panes pa­ra llevarlos a la casa de los que han hambre. Ella quien toca a la puerta del que llora para llevarle el paño que enjuga. Ella la que no nos desecha por pobres ni nos envanece por ricos, y no tenien­do en cuenta la desigualdad de la fortuna, promete que todos, si son buenos, tendrán por gala la vestidura blanca de la justicia, y por premio el asiento excelso de la gloria. Ella quien lleva al hogar la paz, quien crea los lazos de familia, quien santifica el amor, quien enseña la sociedad, y quien predica que el dolor es un sacrificio que cuando se sufre con ánimo resignado, es merecedor de la tranquili­dad del espíritu y la gracia. En suma, el cristianismo es todo, y la verdad es que si no nos entregamos en sus brazos, tendremos que caer en los brazos de la desesperación.

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2 7 0 CECILIO ACOSTA

Es una cosa digna de notarse la impresión profunda que causan to­dos los pasos de la Pasión, y nada es más hermoso por ejemplo, nada cautiva más el espíritu, que la figura del Nazareno o de un Crucifica­do. Esta impresión está fuera de la estética, y sólo puede explicar­se por la religión, que es la que obra más sobre los sentimientos. La paleta del pintor es la naturaleza: la bóveda celeste que pintaban Miguel Angel y Rafael, los estremecimientos del dolor que pinta­ba Ribera, el aura de la mañana que pintaba Murillo; pero las lí­neas y colores que dan la figura de Jesús son los que se toman en la redención humana, en los designios de la Providencia y en los tintes místicos del cielo. No es Tintoretto quien ha hecho esa imagen, ni Leo­nardo de Vinci: son los ángeles, que fueron al hervidero donde se cría la luz para tomar el rayo más fino y el matiz más delicado.

(De: “El Nazareno de San Pablo”. Obras, vol. V, pp. 337-341).

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HOGAR

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El hogarEs ése un cuadro hermosísimo, cuyos colores los ha tomado el

autor, del sueño, que en el hogar es que se tiene, de la paz, que en él es que se goza, del candor, que allí es que vive; fuera, en el mundo exterior, que allí es que vive; fuera, en el mundo exterior, fatiga no más, discordias y engaño. Nada es más encantador que un niño durmiendo y una m adre al lado, velando o contemplando, o bien para que no despierte, o para extasiarse mirando aquella cin­celadura delicada y casta, en que la naturaleza no ha recibido aún la injuria del tiempo: los niños cuando duermen, sueñan blancas albas que no son de aquí, o ideas ligerísimas, como mariposas místicas que los divierten un instante para volverse a su cielo, y cuando des­piertan, de nada se acuerdan sino de la que les dió el ser, cuyos brazos piden. Nada más solemne que la oración dominical pronun­ciada en la mesa por el jefe de la casa: el alimento así sabe m e­jor, y se hace una comida religiosa. Nada más imponente que un oratorio, donde los coloquios son santos, las promesas son ciertas, y el Dador se inclina a oír y otorgar lo que se pide. Nada más diver­tido que ver una turba de traviesos muchachos corriendo acá y allá o cruzándose por entre los rosales del jardín, cuyas flores desho­jan, o bien intentando coger de uno de los frutales un nido, que algunas veces no logran, porque tam bién aquél es un hogar y vie­nen los pájaros padres a defenderlo. Nada más tierno que sentir a nuestra herm ana acudiendo a abrirnos la puerta de la calle, por­que conoció nuestro toque, nuestra voz y nuestros pasos. El prim er pedazo de cielo que vemos, del patio de la casa o del um bral es que lo vemos, y de uno u otro resguardados, es que observamos, simple- cilios, pasar por fuera odios que se devoran, pasiones que hierven, y una sociedad presa de luchas. El hogar es donde pasa la histo­ria de la inocencia, toda ella pensamientos de ángeles, hasta con sus candideces divinas; la historia de la infancia, llena de incidentes, en

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274 CECILIO ACOSTA

que los juegos son gracias, y los engaños donosas burlas para los padres; la historia de la virtud, en que es el Cielo que derram a do­nes por preces. El hogar, por último, es donde hay concordias, fami­lia, consuelo, ventura, lumbre, pan y Dios.

(De: “Adriano Páez. Señor Redactor de La Tribuna Liberal”, Ca­racas, enero 22 de 1879. Obras, vol. II, pp. 287-288).

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AMOR FILIAL

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HijoEl Autor dedica este opúsculo a su Madre, y por ser su cora­

zón tan rico en caridad. Aquí hay, al mismo tiempo, justicia y amor. El homenaje hecho a los padres, es uno de esos sentimientos que no se quedan en el mundo, sino que son llevados, como cosecha de buen grano, hasta lo alto; y allí Dios es quien les abre la puerta, y los guarda él mismo en sus graneros.

(De: “Caridad”, Caracas, diciembre 10 de 1855. Obras, vol. IV, p. 35).

*

Tengo a mi excelente madre muy enferma, y yo vivo con su vida.

(De: “Carta al señor don Héctor F. Varela”, Caracas, 7 de di­ciembre de 1872. Obras, vol. II, p. 299).

*

Vea usted todavía los bordes de esta carta por mi luto negros, y la carta misma sin m ateria y sin sustancia; y no lo extrañe us­ted, porque después de la m uerte de mi adorada madre, no hay de­lante de mí sino tinieblas, y a mi alrededor sino vacío: ella era al propio tiempo numen y luz, e ida la suya, sólo tengo el color de la tristeza. No puedo olvidarla nunca, nunca: me enseñó a pronunciar el nombre de Jesús, me informó en las buenas costumbres, me afi­cionó a am ar el honor y la gloria, me trajo siempre después de sus oraciones, con una alegría celestial de que me hacía participar, la bue­na nueva de gracias para mí alcanzadas por ella en sus coloquios con Dios, y no hizo jamás otra cosa en su ingenioso amor que tom ar para sí el acíbar de la vida para dejarm e la miel. Perdóneme, mi amigo: el elogio de sí mismo es necio orgullo; la justicia hecha a los padres es piedad.

(De: “Parta al señor don José M. Sam per”, Caracas, 20 de di­ciembre de 1878. Obras, vol. II, p. 317).

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278 CECILIO ACOSTA

Ahora en lo tocante a nuestra madre. Ha seguido con sus altos y bajos, y Rafael, el grande amigo, asistiéndola con el mayor inte­rés. Una intensa pena de estómago es lo que más la m olesta. . . Dios ha de conservárnosla para nuestro bien. Todo el que nos sucede sale de su oratorio. Tú sabes que ella es fuerte en la oración, que es para sus esfuerzos campo de lucha y campo de victoria. Esta victo­ria se la da una alma piadosa y un corazón de rodillas. Nuestra m a­dre fué vaciada en un molde hecho por la caridad, y no puede es­ta r tranquila si no se le presenta modo de ejercerla en todas las ho­ras del día; así, con un semblante alegre, y luego con capital para pedir por nosotros.

(De: “Carta al Dr. Pablo Acosta”, Caracas, 23 de enero de 1876. Obras, vol. IV, pp. 8-9).

El hijo ante la pérdida de la madre

Yo no alcanzo a encarecerte lo que ha pasado por mí, si no es señalando, como quien señala ruinas, mi desgracia, que nada me ha dejado de lo que me era propio hasta ayer: el polvo apenas de lo que fué, y la historia no más de hermosos días. Hoy no quedan de ellos sino como espectros que cruzan la memoria, la cual en trances como éste, sólo sabe vivir de hechos muertos, tragedias lastimosas e inscripciones lapidarias. Cuanto me cerca lo veo negro, lo siento helado: la soledad es fría y lo peor que tiene, es insensible.

Ahora es que vengo a comprender el bien perdido, que se ha ocultado a mi vista como una nube que no vuelve, como el tope de un buque tragado por el mar. Se fué, y se fué para no tornar más nunca, la que me llevó en su seno, meció mi cuna, dirigió los in­ciertos pasos de mi infancia, puso a Dios en mi conciencia, me hi­zo aprender el dulce nombre de María, me dió en miel —porque me dió en sus labios— la doctrina de Jesús, acumuló cuantas luces pudo para ilustrar mi entendimiento, me hizo am ar la gloria, me informó en las buenas costumbres, y me enseñó que la vida social nada vale sin la virtud, ni la virtud es digna y fuerte sin el decoro y el carácter. Ella fué la que velaba mi sueño, la que me advertía los peligros, la que se interponía, cuando la suerte me era adversa, para recibir sus dardos por mí, la que salía a encontrarme a la puerta de la ca­lle para ahogarme a cariños y colmarme de regalos, la que planta­ba frutales en su huerto para traerm e después en verde ramo la primera fruta madura.

La buena nueva, ella era quien me la daba; mi dicha, ella quien me la labraba; y cuanto bien gocé en su vida —yo, no merecedor

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TEMAS DE INTIMIDAD 2 7 9

de él— salió siempre de su oratorio, de sus preces y sus coloquios divinos. Ya no tengo a quien referir mis cosas, ni de quien tom ar consejos, ni quien sea en mis ideas norte, en mi memoria guía, y en mis empresas aliento. Todo se ha acabado para mí: todo, si no es estas tristes lágrimas que caen, y con que borro estas líneas, más tristes todavía.

Mis hermanos y yo, en efecto, hemos debido la existencia a bue­nos padres; raza fuerte por el espíritu, celosa en el cumplimiento de los deberes, y fácil y pronta para el bien. Mi padre murió dejando su familia pequeña, yo el mayor, de diez años; y salvo una herma- nita que murió en años harto tiernos, los demás recibimos todo gé­nero de educación e instrucción; Pablo y yo en la Universidad de Caracas y el Seminario Tridentino; Florencio, que acabó sus días a poco, en el acreditado colegio del caballeroso señor Ignacio Paz del Castillo; y la única herm ana que nos queda, María de los Angeles, en la casa paterna: baste decirte respecto a esta última, que has­ta estudió buena parte de latín. Todo obra de nuestra madre, que buscaba los mejores profesores, que se ingeniaba en los recursos, que se desvivía por nosotros; y te lo cuento, para que veas cómo una viuda con escaso patrim onio pudo hacer tanto.

Con voluntad firme, con capacidad para los negocios, con cons­tancia a toda prueba, llevó a cabo lo que hubiera rendido a un áni­mo que no hubiese sido varonil. Pensó en nuestro buen nombre y lo procuró, nos inculcó que vale más que ser rico ser honrado, y lo que es mejor, nos enseñó a Jesucristo.

Ser superior a mi m adre no he conocido (y aquí pongo a un lado mi entrañable am or); doble naturaleza en que se reunía a una profunda penetración y a una vivacidad extrem ada el candor de un ángel; las manos siempre llenas de dones de caridad, o en busca de otros para llenarlas de nuevo, los pobres sus amigos, los niños a su lado. Casi siempre partida de éstos traviesos, en su presencia afec­tuosos, la cercaban y acompañaban en nuestra casa desde las ora­ciones hasta las ocho de la noche, ella en medio, entretenida con sus gracias, sus risas, sus bromas y sus fiestas. Caritativa como no se puede significar: tenía en sus campos cuartos para alojar, alimen­ta r y curar desgraciados, a no pocos de los cuales llevaba después a su mesa; en la ciudad era el amparo de muchas familias indigen­tes; y en el hogar de los desamparados, a que asistía de ordinario a llevar consuelos y limosna, como no tuviese dinero consigo, dejó al­guna vez su túnica y se volvió sólo con el tra je exterior, contenta con haber dado lo que tenía en el momento.

(De: “Carta al doctor I. Riera Aguinagalde”, Caracas, 1? de di­ciembre de 1876. Obras, vol. II, pp. 32-33, 39-40).

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280 CECILIO ACOSTA

Hijo, ante la muerte de la madreAdrede he dilatado contestar su triste carta, buscando así treguas

al dolor propio, que ha venido a renovarse, y al de usted, que es mío también. Créamelo usted, no tenía fuerza para escribirle, y luego ni bálsamo que llevarle, tan abundante siempre en mi casa en mis días hermosos, y ahora sustituido por este acíbar eterno que destilan mis labios y mi pluma.

¡Qué de veces llamo a la que no me responde, cuando antes era ella la que me llamaba, y tiento a ver si la encuentro, para encon­tra r sólo el vacío!

¡Ahora alcanzará usted cómo puedo yo comprender la inmensa pérdida! ¿No nota usted lo impotente que es la naturaleza, que for­ma sus obras para no conservarlas; que el tiempo es accidente suyo, y no le obedece, y que aproximándose la última hora, no puede evi­tarla ni aplazarla? Los mundos que ruedan en el espacio, como la región poblada de creaciones microscópicas, no tienen más que gran­deza m aterial; los fenómenos son apariciones transitorias; los siglos se componen de instantes que no perduran, los cuerpos de partes que se disuelven; y al cabo todo se reduce a fuerzas, que se reúnen pa­ra organizaciones efímeras, y a un polvo que se amasa para formas pasajeras, por carácter la instabilidad y por fin de cuentas la muerte.

Pues bien; ya que todo eso es miseria es m enester echarse en los brazos de Dios. Delante de El ¿qué son las lágrimas sino ig­norancia de su obra, y si persiste uno en no enjugarlas —como de­biera ser, por sentimiento de religión— sino blasfemias? Nada te­nemos propio, ni nuestra vida, ni nuestros padres, deudos y amigos. El nos lo quita como nos lo da.

Lo que nos quita es la oración para adorar su santa voluntad, y para pedirle fortaleza y gracia.

(De: “Carta al señor R. Escobar”, Caracas, enero 28 de 1878. Obras, vol. IV, pp. 267-268).

*

Todavía tengo luto por la m uerte de mi adorada madre, porque ese duelo nunca se me va del corazón, nunca; y, puede usted creér­melo, riego esto que escribo con mis lágrimas. ¿Cómo he de olvi­dar jamás a la que sacó de su oratorio cuanto bien me sucede en el mundo?

He escrito para su lápida dos inscripciones, y me he decidido por la siguiente: por supuesto, está en nombre de todos sus hijos:

Lachrymae hinc in coelum advolant nostrae.Hágame limosna de una oración para ella.

(De: “Carta a Don R. J. Cuervo”, Caracas, 15 de febrero de 1878. Obras, vol. III, pp. 18-19).

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TEMAS DE INTIMIDAD 281

Yo de mío nada tengo que enviarles después de mi catástrofe, cu­ya causa no menciono por no lastim ar más mis heridas: ni aun lá ­grimas me quedan, porque todas las gasté en mis luchas con el do­lor, sin haber podido llenar con ellas el vacío que me cerca.

El hombre nada sabe sino cuando tiene motivos de llanto: an­tes, solo ilusiones; entonces, la verdad, y ve uno que todo es frágil y caedizo, y que los afectos nacen para desaparecer a poco, yéndo­se de nuestro lado para dejar en el alma sus espinas. Los recuerdos son amargos todos, copas doradas con acíbar en el fondo; y como fuera de esto no existe sino esperanzas que no llegan, resulta ser el goce únicamente un vientecillo que pasa, y la vida afán y lucha. La vida misma es m uerte, porque para allá va, y el tiempo que la mide nuncio de pérdidas continuas.

Lo sé por experiencia: en estos trances supremos, después de los combates de la carne, que no da de sí sino desmayos y congojas, al que encontramos siempre cerca de nosotros es a Jesucristo para ex­plicarnos este enigma de la existencia, y para traernos en nuestros males el iónico remedio que los cura. Siempre nos oye El en el aba­timiento de nuestra angustia, y cuanto más necesitados, más oídos.

(De: “Mi duelo” (“Necrologías” ), Caracas, octubre 31 de 1879. Obras, vol. V, pp. 312-313).

*

Yo también (usted lo sabe) tengo cipreses que riego con llanto; así es que al compañarle en duelo, siento renovarse el mío; como para comprobarse así la verdad de que el dolor es herencia común. Pero ahí está Jesucristo, que nos hace compañía en nuestros desam­paros crueles y nos da consuelo y bálsamos en nuestros tristes días.

(De: “Carta al Doctor Vicente del Castillo” (“Necrologías” ), Ca­racas, 29 de marzo de 1881. Obras, vol. V, p. 306).

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RASGOS AUTOBIOGRAFICOS

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AutobiografíaSiem pre es bueno decir lo que uno es: somos humildes por pen­

samiento reflexivo; pero no tanto cuando se trata de creencias de convicción. Entonces, en la necesidad de defenderlas, la ciudadanía debe hacerse activa, y el temor resuelto; y olvidando hasta donde es dable delicadezas vanas, decirse la verdad desnuda y la doctrina se­vera. Pagamos con esto tributo al deber, que es sagrado, y a la so­ciedad que lo reclama. En ese campo deben poner todos su planta o su simiente, desde la que da la yerba de los campos, hasta la que alza el cedro del Líbano.

(De: “A Clodius (Dr. Ildefonso M. Riera Aguinagalde)”, Cara­cas, enero 8 de 1868. Obras, vol. V, pp. 159-160).

*

Antes que otra cosa, que este año sea muy feliz para nosotros, y que nos traiga en su seno lo que ambos deseamos para nuestra fa­milia, pasar modesto y vida sin ahogos.

(De: “Carta al Dr. Pablo Acosta”, Caracas, 23 de enero de 1876. Obras, vol. IV, p. 5).

*

Una cosa sí he notado de más y otra de menos. Mi nombre hu­biera estado m ejor para omitido. Pienso de mí con tanta humildad, que creo que es comprometerme mencionarme. Yo nunca he sido otra cosa que vocero de intereses públicos o intérprete de sentimientos candorosos, siendo lo poco que he escrito como los adornos de un baile, que duran lo que el baile mismo.

(De: “Carta a los Doctores Gerónimo E. Blanco, Rafael Seijas y Eduardo Calcaño”, Caracas, 15 de enero de 1872. Obras, vol. V, p. 98).

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2 8 6 CECILIO ACOSTA

Por eso, por poner la buena simiente a ver si crece el árbol de la vida, es que se me ve a ocasiones, y se me ve ahora, en esta tribuna. Y alguna vez debo hablar de mí, ya que no está vedado ni envanece, alegar como título el deber. Puedo decirlo sin temor: no se ha abatido nunca mi pluma al poder porque lo es, ni ha li­sonjeado jamás a la licencia: o bien en el campo del derecho, se­gando espigas de buen grano para llenar las trojes de la libertad, o donde ésta ha flameado su bandera proclamando los derechos del hom­bre o un estado que dé hogar, policía y orden, es donde siempre se me habrá visto, y se me verá siempre, como humilde pero como a r­doroso partidario.

(De: “Leyes Secundarias” . Obras, vol. III, p. 45).

*

Estoy muy pobre. No tengo para pagar el porte de esa carta para Ospino, que pondrás en la estafeta. Dios dará. Tengo el aliento de la esperanza, el valor de la conciencia, la fe en que he de ser­vir; y eso es todo. Mañana no es hoy.

(De: “Carta al Dr. Pablo Acosta”, Caracas, 23 de enero de 1876. Obras, vol. IV, p. 9).

*

Una explicación hay: el deseo que ha habido en mí de agra­darte; una disculpa: mi inocencia. Eso tengo yo: decir las cosas co­mo me vienen, y dejar correr la pluma por donde fuere el pensamien­to, pobremente vestida ella y sin aliños, porque el otro no tiene có­mo dárselos. Otra cosa también tengo: que no tengo amor propio, porque lo mató un enemigo que nunca perdona: el desengaño. Con que tú, tras el perdón que debes dar, borra lo malo, corrige los erro­res, y quita todo lo que quieras, con tal que dejes lo único excusable: mi afecto.

Mis estudios, por otra parte, no son ésos; cuando cursaba en la Universidad, no dejaba de hacerlos, ni ellos dejaban de agradarme, porque todo muchacho se entretiene con lo dulce. Pero después ha venido la vida de los negocios y con ellos otros gustos. El derecho civil y el público, la ciencia administrativa, las ciencias sociales y todo lo que se les parece por lo práctico, yo no diré que lo cultivo, porque es mucho decir, sino que es lo único que leo.

(De: “Carta al señor Dr. D. Ricardo Ovidio Lim ardo”, Caracas,enero 20 de 1869. Obras, vol. II, pp. 185-186).

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TEMAS DE INTIMIDAD 287

Cuento con que conozco los hechos, con que soy independiente, con que tengo una vida sin mancha, y con que (por estas circunstan­cias y otras) lo que yo digo perdura.

(De: “Códigos Nacionales” , Caracas, 9 de noviembre de 1877. Obras, vol. IV, p. 195).

*

Aunque soy hombre de discusión, no de polémica estéril y des­honrosa con quien no ama la verdad y lleva puesto el manto del de­coro. Hay ocasiones en que el desdén no es menosprecio, sino justi­cia, y hasta necesidad en caso de entendimientos que no quieren en­tender y de oídos que no quieren escuchar.

(De: “Códigos Nacionales”, Caracas, noviembre 9 de 1877. Obras, vol. IV, p. 188).

*

No soy pretendiente ni enemigo: soy ciudadano; como tal respe­to el orden actual, y como conozco la herencia de las guerras, san­gre primero, y después odio y exclusión, me atengo a lo que hay, y fío en que bajo la sombra del sosiego público, que equivale a un desenvolvimiento regular de fuerzas, la salud del cuerpo social vol­verá a ser del todo buena, y la m anera ulterior de vivir, mejor. En este punto estoy fijo: el pueblo que no tiene valor para las urnas eleccionarias, no tiene derecho para la guerra.

No llames esto política; llámalo impresiones mías, buenas o m a­las, acertadas o erróneas, con tal que las llames impresiones relati­vas a asuntos de mi casa, en que junto con el derecho de la crítica, quiero tener la indulgencia del amor. Sed de hoc satis.

(De: “Carta al Dr. Pablo Acosta”, Caracas, 23 de enero de 1876. Obras, vol. IV, p. 8).

*

Endurecido mi espíritu a causa de los estudios rudos y ásperos, sin más recuerdos de los amenos que los de la prim era edad, que se complace en cultivarlos, y abatida mi alma con un dolor que nun­ca acaba, ni tengo alas para rem ontar el vuelo, ni otra cosa que m a­nos encallecidas para m anejar asunto tan delicado.

(De: “Juicio sobre la Oda de la señora Dolores Rodríguez de Tió, intitulada La Vuelta del Pastor” . Obras, vol. II, p. 155).

*

Bien conozco que he debido excusar las precedentes reflexiones,no sólo por ajenas de mi incompetencia propia, sino por mal halla-

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288 CECILIO ACOSTA

das —amenas como tienen que ser— con la situación de mi espíritu, endurecido ya a fuerza de mis estudios habituales áridos y secos.

(De: “Domingo Garbán y su Libro de Poesías”. Obras, vol. II, p. 246).

*

En cambio ahora, no tengo otra cosa que prom eter a usted sino mi buena voluntad, que estará siempre dispuesta, ocúpela usted o no, a obras de su servicio y a servicios de su agrado. Yo de mí soy ingenuo en sentimientos y sé guardar la memoria de los beneficios recibidos, lo que me veo forzado a confesar, no como retrato de mi persona, que estaría mal de propia mano, sino como seguridad que doy y fianza que ofrezco, de que, pequeño como soy, si no igualdad encontrará usted en mí correspondencia.

(De: “Carta a don Aureliano Fernández Guerra y Orbe”, Cara­cas, 18 de agosto de 1873. Obras, vol. II, p. 258).

*

Ha llegado a mis manos el diploma con que la Academia de Be­llas Letras de Chile ha tenido a bien admitirme en la clase de So­cio Honorario suyo, y mi deber es presentarle mi agradecimiento más profundo por esta señalada m uestra de su bondad para conmigo.

No otro motivo —a tanta distancia y desnudo como estoy de me­recimientos y títulos— puede explicar semejante espléndida demostra­ción, que ha venido, con tal vacío en mí, a buscarme para mi honra y a tom ar el don en lauro, sino es que diga que mi afición a los bue­nos estudios, regalo y delicias de mi vida, y el culto que profeso a la lengua de mis padres, en cuyo campo espigo o labro siempre, hayan sido parte a que ese ilustre Cuerpo, amante y promotor de la una y de los otros y ejemplo y guía de ambos, haya creído conveniente as­pirar, si en los demás nombramientos al acierto, en el mío a una causa eficaz de emulación y estímulo.

(De: “Contestación a la Academia de Bellas Letras de Santiago de Chile”, Caracas, 2 de noviembre de 1874. Obras, vol. III, pp. 111- 112 ) .

*

La Academia Española, ilustre Cuerpo al cual estoy ligado por amor, por respeto y gratitud.

(De: “Apezechea y José Antonio Calcaño”, Caracas, 2 de enerode 1875. Obras, vol. IV, p. 150).

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Demás está decir que no se quebrantarán las leyes del decoro: lucha franca, y más nada; hechos y cosas, no personas. La discu­sión es como la luz, que todo lo que no sea puro la ofende, las pa­labras descompuestas, sobre todo, que la turban porque irritan. No quiero, no puedo, no me conviene pensar de otro modo; aspiro a que el público, si logro convencerlo, me dé la razón, que siempre prin­cipia por la calma, y que mi contrario, si lo venzo, me pueda llam ar caballero.

(De: “Cuestión Jurídica sobre Amparo”, Caracas, mayo 18 de 1853. Obras, vol. IV, p. 197).

*

Altivos, pero caballeros: ésa es nuestra divisa.

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(De: “Un Privilegio” , Caracas, enero 3 de 1857. Obras, vol. IV. p. 326).

*

Muévenos meram ente el propósito del bien común; no seremos ni blandos por tímidos, ni duros por exaltados: la imparcialidad es la justicia de la palabra.

(De: “Discusión con Clodius”, Caracas, diciembre 16 de 1867. Obras, vol. V, p. 149).

*

Respecto a mí, los sentimientos son para la justicia, las ideas para el progreso, y la amistad para el candor.

(De: “Carta al señor José Miguel Rodríguez”, Caracas, 12 de octubre de 1874. Obras, vol. IV, p. 154).

El que no tiene joyas, da lo que tiene.

(De: “Contestación a Epsilon Kappa (Eduardo Calcaño)”. Obras, vol. IV, p. 22).

*

Estos deseos míos tan naturales e ingenuos, espero que los pon­gas a buena parte, no sólo por los motivos expuestos, sino porque hasta a mí, el último aunque no el menos celoso de los venezolanos, me ocurre pensar, que alguna vez llegará el día, por que tanto sus­piro, de servir a Venezuela.

(De: “Carta al Dr. Pablo Acosta” , Caracas, 23 de enero de 1876.Obras, vol. IV, p. 7).

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Respétese mi juicio, porque es el que tengo de buena fe.

(De: “El General Julián Trujillo y consideraciones sobre política general y de actualidad”, Caracas, diciembre 3 de 1877. Obras, vol. III, p. 306).

*

No se me juzgue antes de concluir. Tengo aún que alegar, y que llegar a las últimas conclusiones. De mi pobre tesoro ofrezco a mi patria lo único que poseo: mis pobres, pero cándidas ideas. Si­quiera por eso véaseme bien.

(De: “Leyes Secundarias” . Obras, vol. III, p. 53).

290 CECILIO ACOSTA

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I

9

TEMAS POETICOS

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Epitafio

Sobre la tumba de una niña

Lindísimo botón, partido en dos,hojas dió al mundo y el perfume a Dios.\

La Casita BlancaEn un álbum.

Luzcan tus tardes de zafir y grana;Rosal disfrutes de tu mano injerto; Goces, en medio a perfumado huerto, Las auras frescas de gentil mañana!

No insomnios turben tu tranquilo sueño; No sombra empañe tus ensueños de oro, De esos que suben hasta el almo coro,O infiltran en la sien dulce beleño!

Palomas bajen a picar tu suelo,Que al lado esté de tu casita blanca,Y a poco veas que su vuelo arrancaLa turba inquieta hacia el azul del cielo!

Mires cual sitio de encantada Ninfa Tersa laguna cual a veces vemos,Y ánsares niveos de pintados remos Cortando lentos la argentada Linfa!

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CECILIO ACOSTA

Haya no lejos alfombrada loma,Que se alce apenas a la tierra llana,Y allí subas a ver cada mañana,Si el alba ríe, o cuando el sol asoma!

Haya manto de verde y de rocío En el momento que los campos dora La pura luz de la rosada aurora;Y en calle de naranjos que va al río

Y se abre al pie de la felpuda falda, Césped encuentres para muelle alfombra, Follaje rico para fresca sombra,Y fruta en que el color es de oro y gualda.

A un lado esté la vega; el campo raso;Los ya formados surcos por la reja;El último que traza y detrás deja La tarda yunta en perezoso paso;

Y montado en el sauce culminante El canario gentil ser rey presuma,Y, ajustando la de oro regia pluma,A vista de su imperio gloria cante!

La partida de caza vocinglera La quinta deje al despuntar el día;Agil salga y festiva la jauría,Atraviese del valle a la ladera,

Recorra sin ser vista la cañada,Y tras de tram ontar los altos cerros, Saltando observes los pintados perros, Entre alegres ladridos, la quebrada;

Y después de subir agrio repecho,De la cima en los altos miradores,Divisen los cansados cazadores Alzarse el humo del pajizo techo!

Al term inar el día, el afán duro Del campo cese, que el vigor enerva; Llegue buscando la feliz caterva Descanso en el hogar libre y seguro!

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TEMAS POETICOS

La parda luz de la tranquila tarde Apague de la noche al fin el velo;A poco luzca en el remoto cielo De las estrellas el vistoso alarde;

Y m ientra el aura entre las hojas suena, Haya para el placer bebida helada,En barros de prim or blanca cuajada,Y en medio a bromas mil rústica cena!

Cerca esté del cortijo la vacadaQue a las veces se sienta estar bramando,Y al tiempo del ordeño, en eco blando,Se queje la paloma en la hondonada!

Venga en totuma con su pie de plata La blanca leche a rebosar la artesa,Que el aire luego con su soplo espesa, Tem blar haciendo la movible nata!

Que el ave m atinal tus pasos siga,Vuele confiada a tu graciosa mano,Y allí pique atrevida el rubio grano,Que tú propia tomaste de la espiga!

Que tengas frutas que en sazón maduren,Y vayas con tu cesta a recogerlas;Que tengas fuentes que salpiquen perlas; Que tengas auras que al pasar murmuren!

M urmuren cantos bellos, celestiales,Que sirvan a borrar fieras congojas,De esos que form an al tem blar las hojas, O el arroyo al mover de sus cristales!

Ante el a ltar que en sacras llamas arde, Por ti tu m adre su oración eleve,Que grato Dios hasta su trono lleve,Y El mismo en urna misteriosa guarde!

No la mía separes de tu historia;No mis deseos más te sean ignotos;No olvides nunca mis fervientes votos,Ni me apartes jamás de tu memoria!

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I N D I C EPágs.

PROLOGO .................................................................................................. 9ANTOLOGIA

1. TEMAS DE PATRIOTISMOLa cultura v en ezo lan a ............................................................... 19Venezuela: tierra, hombres, luz y p a is a je .......................... 29Varones v en ezo lan o s.................................................................. 51La m ujer v en ezo lan a .................................................................. 71

2. TEMAS SOCIOLOGICOS Y FILOSOFICOSCivilización, historia, fe y r a z ó n ............................................ 79El problema de las r a z a s ......................................................... 105

3. TEMAS POLITICOSPolítica, gobierno, constitución, instituciones y moral pú­

blica .......................................................................................... 119El mundo contemporáneo

a) A m é r ic a ............................................................................. 153b) Otros p a ís e s ....................................................................... 169

4. TEMAS EDUCATIVOS................................................................... 1815. TEMAS JU R ID IC O S ........................................................................ 1956. TEMAS DE HISTORIA Y CULTURA DE ESPAÑA

La n a c ió n ........... ...................................................................... 209Las l e t r a s ....................................................................................... 225La le n g u a ...................................................................................... 237

7. TEMAS DE CRITICA Y DE ESTETIC A ..................................... 2458. TEMAS DE INTIMIDAD

R elig ió n .......................................................................................... 265H o g a r .............................................................................................. 273Amor f i l i a l .................................................................................... 277Rasgos au tob iográficos.............................................................. 285

9. TEMAS POETICOSE p ita f io ........................................................................................... 293La Casita B la n c a ......................................................................... 293

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So termino de imprimir este

libro en los talleres de la

Editorial A V IL A G R A F IC A ,

S.A., Caracas, Venezuela, el

dia 5 de ¡ulio de 1952.

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■ i b l i o t e c a n a c i o n a l .C a r a c a s

FONDO B IB L IO G RA F IC O E SP E C IA L

OE AU TO RES VEN EZO LA N O S

BIBLIOTECA HACIOHAL-CARACa í

H as.

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