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Andy Robinson: «La juventud en España no tiene una reacción instintiva contra el capitalismo y las grandes multinacionales» Publicado por Ramón Lobo Andy Robinson tiene cincuenta y dos años. Es inglés de Liverpool, una marca de calidad añadida: su legendario equipo de fútbol, el himno de sus hinchas, You’ll never walk alone («Nunca caminarás solo»), los Beatles… Trabaja desde hace años en La Vanguardia. Ha logrado un estatus envidiable: viajar por el mundo y contar qué sucede, algo que despierta la envidia, y algo más, entre sus compañeros de redacción. Se ha especializado en economía, que está de moda desde 2008, cuando estalló la crisis que se está llevando puestos de trabajo, empresas y derechos. Se declara de izquierdas

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Andy Robinson: «La juventud en España

no tiene una reacción instintiva contra el

capitalismo y las grandes

multinacionales»

Publicado por Ramón Lobo

Andy Robinson tiene cincuenta y dos años. Es inglés de Liverpool, una marca de

calidad añadida: su legendario equipo de fútbol, el himno de sus hinchas, You’ll never

walk alone («Nunca caminarás solo»), los Beatles… Trabaja desde hace años en La

Vanguardia. Ha logrado un estatus envidiable: viajar por el mundo y contar qué

sucede, algo que despierta la envidia, y algo más, entre sus compañeros de redacción.

Se ha especializado en economía, que está de moda desde 2008, cuando estalló la crisis

que se está llevando puestos de trabajo, empresas y derechos. Se declara de izquierdas

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y harto de Inglaterra. La entrevista se celebra en la azotea de la Casa Encendida de

Madrid. Un sarcasmo muy británico pues se trata de un centro cultural auspiciado por

Caja Madrid, es decir, Bankia. Vive cerca del lugar de la cita, un dato que apunta que

Robinson es un tipo práctico. Adora el barrio de Lavapiés desde que se instaló en él en

2008, recién llegado de Nueva York. Acaba de publicar un libro titulado Un reportero

en la Montaña Mágica (Ariel). Por si hubiera dudas de si se trata de un estudio sobre la

gran novela de Thomas Mann, el subtítulo centra al lector en el tema y en la línea:

Cómo la élite económica de Davos hundió el mundo.

Han pasado cinco años del hundimiento de Lehman Brothers. ¿Qué hemos

aprendido, qué se ha corregido?

Creo que hemos aprendido muy poco. Hace poco hablé con Bob Shiller. Escribió un

libro en 1996 llamado Exuberancia irracional. Fue antes del pinchazo de la burbuja de

las punto com, la primera burbuja en EE. UU., mucho antes de la burbuja de la vivienda

en la siguiente década. Dijo eso: no hemos aprendido ninguna lección en la peor crisis

financiera desde la Gran Depresión de los años treinta. Es alucinante, pero tengo la

misma sensación. Toda la legislación de reformas financieras del presidente Barack

Obama y de los demócratas ha sido más o menos desmontada tras una campaña muy

fuerte del lobby de Wall Street. Hasta el punto de que incluso Larry Summers se ha

quejado. Y eso que él fue el arquitecto de la desregulación con Bill Clinton…

Y uno de los culpables de lo ocurrido.

Culpable, sí; y con doble moral. Ahora se queja de la presencia de lobistas en

Washington. Hubo hasta cuatro lobistas de Wall Street por cada congresista. Tenían

10.000 millones de dólares para los miembros de la Cámara de Representantes y los

senadores. Han quedado pocas cosas. Queda un organismo de protección de derechos

del consumidor de productos financieros, diseñado por Elizabeth Warren, una mujer

valiosa que ganó el escaño de Massachussets en las últimas elecciones al Senado, en

noviembre de 2012. Cuando piensas en todas las cosas que supuestamente se tenían que

hacer, que era rediseñar y reconstruir un sistema de regulación siguiendo el modelo de

Roosevelt, parece muy poco.

Obama dijo: vamos a refundar el capitalismo. Al final lo único que se ha hecho es

refinanciar el mismo capitalismo que nos condujo a la ruina.

Sí, con dinero público, dinero federal. Se realizó un rescate bancario pactado con el

Congreso diez días después de la quiebra de Lehman. Fue cuando George Bush dijo

aquello de «si no soltáis la pasta este cabrón se hunde» (this sucker is going down) en

referencia al hundimiento del sistema financiero. Henry Paulson, secretario del Tesoro

en aquel entonces y exconsejero delegado de Goldman Sachs, se puso literalmente de

rodillas delante de Nancy Pelosi, líder demócrata en la Cámara de Representantes. Le

dijo: «Por favor aprueba este rescate de 700.000 millones de dólares, si no, se va a

acabar todo». Hubo un debate sobre si el rescate era necesario o no. Aunque me aleje un

poco de las posiciones de izquierdas con las que en otros aspectos me sentía

identificado, creo que fue necesario. Permitir que se hundiera el sistema financiero y

quebrasen sus bancos, como ocurrió en los años treinta, hubiera sido catastrófico. El

impacto en la economía real, en el empleo, hubiese sido desastroso. El error fue no

aprovechar el momento de extrema debilidad de los bancos, ese poder fáctico, que de

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repente se quedó sin nada, pidiendo limosna al Estado federal. Obama debería haber

aprovechado ese momento para desmantelar los grandes bancos.

Cuando pasó el huracán Sandy por Nueva York, en octubre de 2012, dejó la

ciudad sin luz excepto la zona donde está Wall Street. Una de las bromas que se

hacían era que a Goldman Sachs la luz le venía del infierno. ¿Es Goldman Sachs

un símbolo de todo lo que está mal o es exagerado?

Matt Taibbi, uno de los periodistas de Rolling Stone por el que siento más admiración

por su forma de escribir, calificó a Goldman Sachs como un gran calamar vampiro, con

sus tentáculos extendidos por todo el mundo, chupando la sangre. Creo que no se pasó

con ese símil. Goldman es tan poderoso que tras el estallido de la crisis, el Gobierno de

EE. UU. le ofreció protección con garantías de depósitos, como si fuera un banco

comercial normal que proporciona dinero a la economía productiva. En EE. UU. todos

los bancos cuentan desde 1929 y el New Deal con la protección del Federal Deposit

Insurance Corporation; todos menos los bancos de inversiones porque se consideran

bancos metidos en un negocio especulativo. Después de la crisis, Bush primero y

Barack Obama después ofrecieron esas garantías a Goldman Sachs y gracias a eso han

ganado cada vez más dinero. Lo último que leí, aquí en España, es que el Instituto de la

Vivienda de Madrid ha vendido miles de casas de protección oficial a un fondo de

Goldman Sachs. Como decimos en inglés: you couldn’t make it up, no podrías

inventártelo.

Hay dos grandes películas y un documental que explican la crisis; el documental es

Inside Job y las películas Margin Call y Too Big to Fall. La primera es la historia de

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uno de estos bancos de inversión que se da cuenta de que todo se desmorona y

decide vender sus activos tóxicos. Los vende para salvarse de la quema. Siempre se

ha dicho que es Goldman Sachs que consigue colocar esa basura financiera a

Lehman Brothers y a otros. ¿Es esta orgía financiera de Wall Street responsable

de la crisis que aún padecen millones de ciudadanos en todo el mundo?

Está clarísimo. La recesión del 2009 que hundió la economía mundial fue la

consecuencia de la congelación de los mercados financieros. En España hay otro factor:

esa especie de corsé reaccionario de la unión monetaria. El euro nos quitó soberanía

macroeconómica además de soberanía política. No hemos podido, aunque hubiéramos

querido, hacer políticas contracíclicas. Es interesante lo que decías de la producción

cinematográfica y cultural que se ha generado en esta crisis. Porque realmente hay algún

rayo de esperanza. Creo que el ciudadano tiene consciencia de lo que pasó, tanto en EE.

UU. como aquí. Por fin sabemos lo que está pasando y entendemos la realidad. Han

ayudado mucho documentales como Inside Job, que delata la complicidad de personas

como Glenn Hubbard. Era uno de los asesores de la Administración Bush, defensor a

ultranza de la libertad financiera y de la economía de mercado. No transcurrieron ni dos

preguntas de su entrevista en el documental cuando se queja: «Oye, pero no me ibais a

preguntar por esto; si seguís así, hacemos una pregunta más y me voy». Se vio cómo un

segmento amplio del mundo académico está coartado por el sistema y la banca. Es lo

que trato de plasmar en el libro porque Davos es un microcosmos de eso: economistas,

periodistas, emprendedores sociales. Enseguida te das cuenta de que es un gran

intercambio de favores. Tanto economistas como periodistas ajustan sus análisis y su

lectura intelectual de lo que está pasando a un sistema que, en cierta medida, los ha

comprado.

¿Ha desaparecido la izquierda? No existe una propuesta global ni un discurso de

izquierdas. En una reseña de 1945, la nueva película de Ken Loach, un periódico

citaba al cineasta británico: «Necesitamos desesperadamente un partido de

izquierda». No hay discurso contrapuesto al discurso dominante, que es el discurso

de Davos, el de los mil más ricos que se reúnen todos los años allá. ¿Carece la

izquierda de un discurso alternativo?

No ha desaparecido la izquierda. Existe una conciencia en la calle que es más de

izquierdas que nunca. Lo que pasó en 2008 ha sido blanco sobre negro: socialización de

las pérdidas de la banca y privatización de los beneficios empresariales. Ha quedado tan

claro que ahora somos más de izquierdas que nunca. El problema es la ausencia de

partidos políticos que puedan canalizar una conciencia popular más madura que

permitiría un nuevo programa de izquierdas. En EE. UU. es obvio desde hace tiempo:

hay un bipartidismo comprado, una corrupción institucionalizada mediante el sistema de

lobby que no permite que haya una política de izquierdas fuera del Partido Demócrata.

Debe haber un tercer partido.

Me dijo una vez un norteamericano que la diferencia entre los republicanos y los

demócratas es la diferencia entre la Coca-Cola y la Pepsi Cola.

Nunca mejor dicho. Estamos en un sistema político secuestrado por grandes

corporaciones. Syriza, en Grecia, es un buen ejemplo de cómo un partido puede

canalizar esta frustración y aprovechar el derrumbamiento del sistema bipartidista. Ojalá

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que Izquierda Unida y otros partidos puedan hacer lo mismo en España. Hay alguna

señal de que puede estar pasando.

En España lo más próximo a Syriza es Xosé Manuel Beiras. En Galicia fusionó su

sector del BNG con Izquierda Unida, que era irrelevante excepto en Ferrol y Vigo

por los astilleros. Su Anova Irmandade Nacionalista obtuvo más votos que el

Bloque y se está comiendo al PSOE en las encuestas. Como dice, hay un caldo de

cultivo, mucha gente buscando partido. Somos como Pirandello: Seis personajes en

busca de autor.

Ha sido muy decepcionante lo que pasó después del 2011 con el Movimiento 15M. Un

ejemplo es lo ocurrido con la estación de metro de la Puerta del Sol, un lugar

emblemático. Me parece muy fuerte que ahora se llame Vodafone Sol, cuando esa

empresa telefónica es una de las más maquiavélicas en el aprovechamiento de las causas

progresistas. Vodafone realizó en 2011 un anuncio en el que reivindicaba la paternidad

de las protestas de la plaza Tahrir en El Cairo: «Nosotros vamos a traer la libertad»,

decía el eslogan. Tienen una arrogancia que les permite alcanzar un acuerdo con el

Ayuntamiento de Madrid, pagar un millón de euros y poner su marca en un sitio

histórico como la Puerta del Sol. Lo más deprimente es que no ha habido reacción. Ni

del movimiento 15M ni de los madrileños.

¿Por qué cree que este país está tan silencioso, tan pasivo? La fuerza se nos va por

la boca en bares, Facebook y Twitter. No existe una movilización social.

Sí, es extraño que el 15M desapareciera de las calles porque después de Tahrir, Madrid

fue la inspiración del movimiento Occupy Wall Street. Existe un problema con este tipo

de organizaciones a través de las redes sociales: aparecen y desaparecen. La juventud en

España no tiene una reacción instintiva contra el capitalismo y las grandes

multinacionales; parecen centrados en que los diputados cobran demasiado. Si

tuviéramos que redactar un catálogo de problemas, ese estaría muy por debajo de las

relaciones endogámicas entre poderes económicos bancarios, empresariales y políticos.

¿Cree que los medios de comunicación están haciendo su trabajo?

No. Estamos haciendo un trabajo lamentable. En parte, porque hemos perdido nuestra

independencia como medios de comunicación, y eso es otra tragedia. Como

consecuencia de una crisis provocada por actividades especulativas de bancos impunes

surge una crisis económica que ha hundido la publicidad y ha hundido a muchos medios

de comunicación. Al final terminamos perteneciendo a los bancos. Directa o

indirectamente casi todos los grandes diarios españoles, y también unos cuantos fuera

de España, pertenecen a los bancos. Habría que replantear el sistema de financiación de

medios de comunicación. Entiendo que existe una alternativa que son los nuevos

medios en Internet, pero tengo la sensación de que necesitamos diarios. Tengo suerte:

La Vanguardia me permite viajar y hacer reportajes; tengo bastante independencia,

bastante margen de libertad. Pero noto que ese margen es cada vez más estrecho. Por

buenas que sean las intenciones de la gente que ha montado medios en Internet no

tienen el presupuesto para hacer periodismo de verdad.

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En América Latina han surgido webs y revistas. Tienen claro que la base es el gran

reportaje y el periodismo de investigación. Son sitios pequeños, en los que en el

mejor de los casos trabajan veinte personas, pero tienen reporteros dedicados dos,

tres y cuatro meses a investigar. Es algo que está en el ADN del periodismo

latinoamericano, como lo está en el anglosajón. Pero no existe en el periodismo

español. Los nuevos medios no incluyen este tipo de reportajes e investigaciones.

España debería ser una mina con todos los casos de corrupción.

No sé si es una cuestión de cultura o de recursos. Si alguien te ofreciera esa posibilidad,

lo harías encantado, pero cuesta mucho dinero. España tiene sus problemas particulares,

pero este es un problema generalizado. Estamos en un momento en el cual diarios bien

editados y bien financiados que apuestan por el periodismo de investigación están

cayendo como moscas, en Estados Unidos más que en ningún sitio. Cuando piensas en

las barbaridades que han cometido en The New York Times, con Judy Miller

inventándose historias sobre armas de destrucción masiva en Irak, uno de los motivos

que justificaron la guerra… Es un indicio de lo mal que están los medios, aunque

admiremos tanto The New York Times.

Los medios han perdido protagonismo con la caída de la publicidad, han ido

pasando a manos de bancos, como decía antes. Es como si la democracia estuviera

en manos del poder financiero. Es la esencia de su libro: el gobierno real es el de

Davos.

Hay algo del gobierno real en Davos. Pero existe una diferencia con el Davos anterior a

la crisis, cuando se produjo una victoria ideológica del capitalismo globalizado y

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parecía que todo funcionaba muy bien: apenas había inflación, se habían alcanzado

niveles de empleo respetables, incluso en España con su histórico déficit de creación de

empleo. El crecimiento de la economía mundial era de los más altos desde los años

sesenta, la edad de oro de las políticas keynesianas. En Davos se respiraba

autosatisfacción. Habían convencido a la mayor parte de la población de que esto

funcionaba, de que no había alternativa ni necesidad de buscarla.

Ya no estamos en esa situación. Se ha producido una ruptura entre las élites

representadas en Davos y el ciudadano normal. Por eso es importante para ellos elaborar

políticas de relaciones públicas. Davos es el escaparate del filantrocapitalismo y de la

filantropía. Pretenden vender la idea de que, aunque sea inevitable esa concentración de

la riqueza en un segmento de la población cada vez menor, más poderoso y más rico,

están dispuestos a utilizar sus grandes dotes empresariales y sus grandes fortunas para

rellenar, en cierta medida, el agujero dejado por la retirada del Estado.

Hay tipos como Arpad Busson, gestor de hedge funds, que administra una treintena de

escuelas públicas en el Reino Unido, una de ellas en Liverpool, mi ciudad, a través de

una empresa sin afán de lucro. Para ello utiliza la terminología del sector financiero más

especulativo. Su empresa de gestión de la enseñanza infantil se llama Absolute Returns

for Kids, un término de hedge funds: de rentabilidad absoluta para los peques. Algo

grotesco. En Inglaterra todo el mundo da por hecho que el siguiente paso será la

conversión de esas empresas en otras con afán de lucro, como las que están gestionando

parte del sistema de enseñanza público en Suecia. Un sector supuestamente filantrópico

está protagonizando la última fase de la privatización.

Que nadie se deje engañar con esa operación de relaciones públicas. Es parte de lo

mismo. A Davos acude Bill Clinton con su fondo, el Clinton Global Initiative, también

filantrópico con decenas de miles de millones de dólares. Según un reportaje que fue

primera página en The New York Times, los Clinton están utilizando ese fondo para

financiar la campaña de Hillary para llegar a la Casa Blanca.

En Davos se habla mucho de los paraísos fiscales, pero las grandes fortunas viven y

se nutren de los paraísos fiscales y se habla poco de las grandes empresas que

evaden de forma legal el pago de impuestos.

En Davos no se habla de manera crítica de los paraísos fiscales gracias a la campaña

genial de imagen de la que hablábamos antes y de la ausencia de una organización de

izquierdas. En el Reino Unido surgió una contestación en la red en favor de una justicia

tributaria. Tax Justice Network ha organizado una campaña de protesta contra la

evasión fiscal legal de empresas como Starbucks y grandes marcas como Apple y

Google. Han tenido un éxito impresionante. Los consejeros delegados de esas empresas

tuvieron que comparecer en el Parlamento británico y ahora se van a tomar medidas

para evitar que las multinacionales se aprovechen de la ingeniería fiscal. Antes era casi

imposible escribir sobre esto. Primero porque parecía imposible cambiarlo; segundo,

porque era tan árido y complejo, difícil de escribir un artículo medianamente interesante

sobre temas como evasión fiscal corporativa. De repente puedo escribir textos centrados

en una marca como Apple. Bloomberg lo ha hecho, Reuters lo ha hecho, El País lo está

haciendo. Es un cambio positivo.

En España se ha empezado a escribir sobre El Corte Inglés, que era un tema tabú.

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Es importante que la crítica no se centre solo en la banca. La banca está

endogámicamente relacionada con las grandes empresas de marcas multinacionales:

Telefónica, Repsol, El Corte Inglés también, con alguna diferencia histórica. Tendemos

a pensar que los malos son los banqueros y los consejeros delegados de empresas

aparentemente productivas son mejores, pero cuando miras las tendencias de

remuneración de los consejeros delegados de empresas como Telefónica, Zara y las

multinacionales americanas y europeas, te das cuenta de que ese es un escándalo si cabe

mayor que Goldman Sachs.

El Gobierno español vende que ya estamos saliendo de la crisis. Pero salgamos

cuando salgamos, ¿cuál es el precio que vamos a pagar? ¿Cuánto vamos a

retroceder?

Con el aniversario de la quiebra de Lehman Brothers hemos hablado de esta etapa de

crecimiento en EE. UU., que ya lleva dos años y medio, y en qué se está basando. Es la

historia más esperanzadora. Europa va a depender cada vez más de mercados exteriores

como el estadounidense y el chino. En Europa estamos adoptando el modelo alemán:

exportar y tener superávit comercial. Berlín quiere convertir la zona euro en un área con

superávit comercial permanente. Quiere que todos seamos alemanes, como dice Ulrich

Beckt en su libro Una Europa alemana. Si es así, tendremos que basar el crecimiento

en mercados exteriores; es decir EE. UU. y las grandes economías emergentes. Parece

que las economías emergentes están entrando en la nueva fase de la crisis. Ha habido

una fuga de capitales de los llamados BRICS [Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica]

que se asemeja a lo que le pasó a España en 2010. El crecimiento brasileño es muy

pobre ahora mismo, apenas un 1%. Respecto a China, tengo admiración por el

economista Michael Pettis, que acaba de escribir el libro The Great Rebalancing, (La

gran reestructuración). Él es norteamericano, nacido en Málaga, pero vive en Pekín.

Hace un análisis convincente de la necesidad china de superar una economía basada en

inversión en viviendas e infraestructuras, como España antes de la crisis, sin que esté

claro que haya tanta demanda de viviendas e infraestructuras. Este ajuste —y hay

consenso en que es necesario—supondrá, según Pettis, una caída del crecimiento entre

el 3 y el 4%. Eso es un crecimiento muy muy bajo para China.

Desde hace treinta años, EE. UU. ha sido el consumidor de último recurso de la

economía mundial, el famoso consumidor americano. ¿Cómo se puede fundamentar una

nueva fase de crecimiento en EE. UU. basada en el consumo si los salarios de la clase

media y la clase trabajadora se han recortado tanto desde el inicio de la crisis? Según

Emmanuel Saez, un economista de la Universidad de Berkeley que hace un

seguimiento de asuntos de desigualdad, el 95% del aumento de la renta registrado en

EE. UU. desde el 2008 ha ido a parar al 1% de la población. La recuperación, que en

EE. UU. viene produciéndose desde hace doce años y medio, ha beneficiado a un

segmento estrecho de personas de elevadísimo poder adquisitivo. Estamos en una fase

de crecimiento basada en productos de lujo, pero cuesta creer que el gran éxito

económico de EE. UU. y Europa desde la Segunda Guerra Mundial esté basado en el

consumo de la clase media. Y cuesta creer que sea sostenible, si puede basarse otra vez

en una expansión de deuda. Ese fue el motivo del colapso de 2008, así que no lo veo

claro. Tampoco veo que pueda aplicarse aquí. ¿Cómo va a haber crecimiento en España

si hemos sufrido recortes del salario real de hasta el 10%? ¿Si no tenemos para comprar

y no va a haber inversión pública para sustituir el vacío de consumo?

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La economía española se ha basado en los últimos cincuenta años en el turismo,

primero, y en la especulación inmobiliaria, después. El mayor fracaso de la

democracia ha sido no haber creado un verdadero tejido productivo.

España es, según el Gobierno de Rajoy y según Bruselas, un alumno ejemplar de la

escuela de la devaluación interna. Ante la ausencia de una divisa que pueda devaluarse

se ha adoptado una disciplina que permitirá a España devaluar salarios y costes. Vamos

a salir de la crisis, y utilizan el término en inglés lean and mean [«perfeccionado y

simplificado»], preparados para hacer lo necesario agresivamente para competir en la

economía global. El problema de España en los años de la crisis fue un déficit por

cuenta corriente que tenía que financiarse externamente. Se terminó la financiación

externa y el modelo colapsó. Ahora tenemos superávit y Mariano Rajoy dice: «Hemos

hecho lo necesario aunque ha sido duro». Pero en realidad tenemos superávit comercial

por cuenta corriente debido al colapso catastrófico de la demanda interna, es decir, del

consumo y la inversión. Sería engañarnos pensar que España puede volver a crecer sin

tener los mismos problemas de antes.

Si queremos cambiar el tejido productivo sería lógico invertir en ciencia,

tecnología y educación en vez de recortar. ¿Se está haciendo?

No, no se está haciendo. Quizá porque el diseño de la zona euro y la respuesta a la crisis

por parte de las autoridades europeas no permiten el ajuste hacia una economía

productiva porque haría falta una inversión pública. François Hollande acaba de

anunciar una serie de políticas industriales en una amplia gama de industrias que los

franceses consideran estratégicas. En España se debería hacer lo mismo, pero cómo se

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va a hacer si estamos sometidos a un corsé fiscal que Rajoy presenta como muestra de

nuestra disciplina, pero en realidad es un suicidio para la economía productiva. Hay una

incapacidad en Alemania para entender lo más elemental de la economía keynesiana.

Empobreces al vecino utilizando políticas que supuestamente te van a beneficiar a

medio plazo, pero si todos hacemos lo mismo no va a haber demanda.

En España hay problemas por el lado de la oferta. Es una economía que ha apostado por

sectores no comerciables, que no permiten exportar y generan problemas en una cuenta

corriente que tiene que financiarse y acabas dependiendo de capitales externos. Son

necesarias reformas estructurales, no reducir los salarios, porque eso conduce a un

problema de demanda aún más grave. Digamos que hay que tratar de hacer ese ajuste

hacia sectores productivos de exportación. Pero creo que lo primero que hay que hacer

en Europa es restablecer la demanda, así empezaremos a crecer. Eso se hace con

políticas fiscales expansivas. En Alemania, seguro; también en España. Estuve hablando

con un economista escocés que está en la Universidad de Brown, en Rhode Island.

Acaba de escribir un libro sobre la austeridad. Hizo un catálogo de países que han

adoptado este tipo de políticas. Nunca funcionan. En los años veinte fue un desastre:

todos haciendo lo mismo que estamos haciendo en Europa, con la misma idea de

disciplina. Ahora dicen que es el euro el que crea esta disciplina. En aquellos tiempos

fue el patrón oro. El resultado fue la Gran Depresión. Hay países que han llevado

políticas de austeridad, Suecia y Canadá, pero solos y en un momento en el que los

mercados crecían. Hacerlo todos a la vez es una auténtica locura.

¿Podemos pasar aún de una doble recesión a una triple recesión o a una

depresión?

Diría que va a ser un período larguísimo de muy muy bajo crecimiento. Mario Draghi

asegura que esos brotes son de un verde muy pálido. Soy británico y tengo, a pesar de

mí mismo, instintos euroescépticos. Creo que esta crisis no se ha resuelto en Europa.

Que Draghi dijera «haremos lo que haga falta» no significa que los problemas

subyacentes de una unidad monetaria con grandes fallos de diseño hayan convencido a

los mercados. Todo depende de las impresiones de unos mercados ciclotímicos y

desquiciados. Solo hace falta que un par de bancos de inversión tengan dudas sobre la

disponibilidad del BCE en la compra de deuda española y se generará otra epidemia de

miedo. La frase de Draghi era un reconocimiento de que había temor en los mercados.

Como buen psicoanalista les quitó ese miedo. Pero había motivos para tenerlo. El

principal es la relación entre la deuda soberana española y el sistema bancario. Un bucle

pernicioso, según el FMI. Mientras tengamos un crecimiento bajo con una morosidad en

niveles insostenibles, los bancos van a tener cada vez más problemas de capitalización y

esto, en algún momento, volverá a contagiar a la deuda soberana.

Después de lo ocurrido con las preferentes hay una enorme desconfianza hacia los

bancos y hacia cualquier producto bancario. Tampoco hay crédito, el dinero no

fluye. La gente que tiene poco lo guarda bajo el colchón, como en Argentina, y los

que tienen mucho lo trasladan a paraísos fiscales.

Estamos todavía en una edad del miedo, financiero y económico. Esto crea lo que

Keynes llamaba la paradoja del ahorro: si todos ahorramos no hay nada que vaya a

estimular la demanda. Tampoco la imposibilidad de conseguir crédito, tanto de

particulares como de pymes. Si queremos ir por el camino de la zona euro, lo primero

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que se tendría que hacer es una unión bancaria y el rescate de la banca española. Una

recapitalización de la banca española desde Europa, no desde Madrid. Pero los alemanes

no quieren hacerlo. Se creó un Frankenstein con la complicidad de Felipe González,

Jordi Pujol, José María Aznar… Meternos en ese proyecto ha sido una auténtica

catástrofe para España.

¿Se refiere al euro?

Sí. Cuando trabajaba en Cinco Días en los años noventa, en el Grupo Prisa, la zona euro

era incuestionable, pertenecía a los principios de la democracia. El diario El País tenía

como lema ser un periódico europeísta. Ser europeísta era como un valor de libertad de

expresión. Pero la realidad era que cuando querías cuestionar el diseño de la zona

monetaria, que era muy cuestionable, no te lo publicaban. Te tachaban de anglosajón

euroescéptico que trata de sabotear el noble proyecto europeo. Todavía se dice eso en la

prensa española. Todavía en 2008, antes de la crisis, leías «la pérfida Albión y los

euroescépticos del Financial Times quieren hundir el euro». Ese era el discurso de

Zapatero y de El País. Demencial.

Además de la crisis económica, tenemos un problema territorial no resuelto desde

la Edad Media: qué somos. ¿Un estado federal, plurinacional o autonómico?

Parece que Cataluña está dando pasos hacia su independencia. Usted es inglés, vive

en Madrid pero mantiene una relación estrecha con Barcelona porque trabaja en

La Vanguardia, un periódico catalán. ¿Cómo lo ve?

Es complejo y no pretendo entenderlo. Entrevisté a Oriol Junqueras, el líder de

Esquerra Republicana, para un artículo que preparo para la revista The Nation. Hay

interés fuera por la situación de Cataluña. Lo interpretaría como una manifestación más

de un pueblo que se siente privado de su soberanía en un momento de grave crisis de las

instituciones públicas. La sanidad pública en Cataluña está en una situación

espeluznante. Conozco personas que han pasado la noche en una camilla esperando a

que una enfermera les limpie. A una amiga que tenía un bulto en el pecho y le dijeron

que tenía que esperar tres meses para la prueba. Son cosas graves en una sanidad que ha

sido un orgullo para el pueblo catalán. En cierta medida, las manifestaciones en la plaza

Sintagma de Atenas son una forma de responder a esto, a una sensación de impotencia:

que nuestros gobiernos no nos representan. Y aunque quisieran representarnos no

pueden porque su soberanía se ha desplazado a Frankfurt, Bruselas y Berlín. Siento

simpatía por las personas que salen a la calle para reivindicar el derecho a decidir, una

reivindicación que quiere recuperar espacios democráticos. Son familias las que salen a

reivindicar el derecho de Cataluña a decidir y a la independencia.

David Cameron parece más astuto en el manejo del caso de Escocia. Londres

acepta el referéndum pero hace campaña activa en favor del «no».

En Escocia la campaña del «sí» no logra rebasar el 30%. Alex Salmond, primer

ministro escocés e impulsor del «sí», trata de movilizar a los escritores. Estuve en

Glasgow en julio con el editor de un nuevo libro con artículos de novelistas sobre la

independencia; tiene a escritores como James Kelman y Alasdair Gray, cuyo último

libro Lanark acaba de salir en español y es una maravilla. Salmond quiere que le ayuden

para crear una visión de lo que sería una Escocia independiente. También hay un

movimiento que se llama The Common Weal, gestado en la Fundación Jimmy Reid, un

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líder sindical de los estibadores escoceses del Partido Comunista, muy conocido en

Escocia y héroe popular. El escocés medio está bastante más a la izquierda que el inglés

medio. Ese Common Weal trata de identificar una Escocia independiente con los

valores socialdemócratas, acercarse al modelo escandinavo. Dicen que no son

nacionalistas, que son republicanos socialistas. Quieren la independencia porque creen

que es imposible alcanzar objetivos de izquierda mientras Escocia pertenezca al Reino

Unido. Es un argumento que tiene cierta lógica. Si miras la composición electoral del

Reino Unido en estos momentos, quien decide quién tiene la mayoría en la Cámara de

los Comunes es principalmente el sur de Inglaterra, donde ganan los tories. En Escocia

no tienen ni un diputado. Los escoceses lo llaman el Doomsday Scenario: están

privados de sus derechos democráticos porque cualquiera que sea su decisión en las

urnas, acaban con un Gobierno que no les representa.

En el caso de España-Cataluña no hay debate. Aquí es una pugna entre

sentimientos y prejuicios. Hablaba antes del discurso único sobre el euro, algo que

ha sucedido con la candidatura olímpica de Madrid… Nadie discrepa, nadie ofrece

opiniones diferentes, matices.

Es verdad. En Escocia, Cameron ha adoptado una política distinta. Artur Mas y

Junqueras lo utilizan como ejemplo de que la democracia británica funciona mejor que

la española. Personalmente creo que Cameron tiene su agenda. Si Escocia se

desvinculara del Reino Unido, y esto es algo que dice Neil Ascherson en el London

Review of Books, los tories tendrían la mayoría garantizada en Inglaterra hasta el

infinito. No digo que sea su objetivo, pero es la verdad. La idea de que el Reino Unido

es una democracia antigua en la que se respeta el derecho a decidir de los escoceses es

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ingenua. El Reino Unido es un país que ha sido el centro de uno de los imperios

genocidas y tiene un sistema democrático anacrónico. Hay que tener cuidado al admirar

tanto al Reino Unido.

Creo que si hicieran en Madrid un referéndum para comprobar si queremos ser

catalanes, un 20 o 25% estaría dispuesto con tal de respirar un poco.

[Risas] Sí. Antes de la crisis tampoco teníamos muchos derechos democráticos. Era una

democracia falsa. No podías, por ejemplo, encontrar un partido que propusiera volver al

control de capitales para que no pudiera haber este dominio financiero. No existía como

opción, se consideraba infantil y utópico plantear esas cosas. Pero ahora no tenemos

nada. Ni siquiera nuestro Gobierno tiene poder para decidir el fin de una política de

austeridad que es suicida porque la economía en España está en depresión. Diría que

hasta Luis de Guindos sabe que no tienen razón de ser. Hay una ausencia de poder.

Una pregunta obligada para un británico, ¿cómo ve el asunto de Gibraltar?

Hay una lectura de que se trata del viejo truco de un Gobierno con problemas: jugar la

carta patriotera. Si te digo la verdad, no creo que sea así. Creo que Gibraltar es una

barbaridad y debería ser español, así de simple. Gibraltar es un paraíso fiscal muy

turbio. No hay transparencia de lo que se hace con los flujos de capitales ilícitos, dinero

ruso, etc. A través de la Tax Justice Network, la red de justicia tributaria británica,

conozco gente como Nicholas Shaxson, que escribió un libro fantástico: Treasure

Islands, (Islas del tesoro), una especie de análisis muy legible y divertido sobre los

paraísos fiscales. Cuando surgió el asunto de Gibraltar pensé que igual podía escribir

algo sobre eso desde el punto de vista de los paraísos fiscales. Le llamé y me dijo «no

tengo ni idea». Nadie ha podido entrar a ver lo que pasa en Gibraltar por culpa del

Gobierno británico y del Gobierno de Gibraltar, unos impresentables, en mi opinión. No

es justificable la existencia de Gibraltar y ya va siendo hora de que empiecen a ver todo

lo de los casinos online, etc. No sé si hay complicidad española en eso. Me extraña en

cierta medida puesto que hay una ofensiva contra paraísos fiscales. Si el Gobierno

español quisiera hacer una política inteligente, sería esa. En el G20 acaban de anunciar

una medida para evitar que haya centros offshore que permitan salidas de dinero hacia

Luxemburgo o las islas del canal de la Mancha.

En España, sobre todo en momentos de crisis de la democracia española y con un

Gobierno tan poco democrático como el de Rajoy, hay tendencia a buscar ejemplos

fuera. Inglaterra no es un buen modelo. El Reino Unido es una democracia fallida. Hay

que ser muy crítico con su apoyo a lo que está pasando en Gibraltar, sin defender al

Gobierno español. Vine a España huyendo. Me resulta difícil estar en Inglaterra, un país

que se ha convertido en una gran parodia de sí mismo.

Hay una frase genial de Bernard Shaw. Le entrevistaban en la BBC y dijo:

«Ustedes los ingleses presumen de lo que no tienen. Presumen del té, que viene de

India o de Sri Lanka. Del whisky que es escocés y de Bernard Shaw, que es

irlandés». Por lo menos a Inglaterra le queda siempre el sarcasmo, que es una

válvula de escape.

Supuestamente es un valor nacional, pero creo que ahora es una especie de afectación

nacional. Hemos tenido tanto Monty Python, que en su día fue subversivo, que ya es

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un componente de la identidad nacional. Soy de Liverpool y siento un poco lo mismo

que Escocia: Londres es una ciudad tan sobredimensionada, tan poderosa, en la que se

concentra tanta riqueza y tanto poder político que el resto de Inglaterra no pinta nada.

¿Cree que el célebre discurso de Ana Botella del relaxing cup of café con leche en

la plaza Mayor escenifica las miserias y limitaciones de España?

No, no estoy de acuerdo con esa idea de los españoles. Estoy de acuerdo con la idea de

que Ana Botella es una política poco preparada y que no debería ser la alcaldesa de

Madrid. Es alcaldesa porque es la mujer del expresidente del Gobierno español que más

daño ha hecho a España, responsable de la muerte de decenas de españoles y muchos

iraquíes, que pertenece a un partido que no tiene la más mínima idea de cómo gestionar

la ciudad. Madrid debería ser una ciudad con un gobierno moderno, al margen de

ideologías.

Este es un país con una enorme energía que durante mucho tiempo se ha

expresado de forma luminosa. Ahora vivimos tiempos de oscuridad pero esa

energía sigue ahí, a la espera de algo que libere esa imaginación. ¿Qué es lo que se

puede hacer para que esa energía creativa colectiva se ponga en marcha?

Lo primero que hay que hacer es cambiar la zona euro para que haya dinero para

invertir en economía productiva y en cultura. España ha tenido Madrid, que ha sido una

ciudad con una cultura efervescente, un crisol. Recuerdo un club al que iba. Se llamaba

Suristán. Era un emblema de lo que podría ser Madrid si tuviera un buen gobierno:

música latina, africana, flamenco. Todo se juntó de una manera espontánea y con mucha

libertad. El barrio de Lavapiés, donde vivo, debería ser un modelo para España. Hay una

convivencia que no he visto en ningún otro país. La gente dice que existen guetos y no

es verdad. Es una coctelera. Ha dejado de existir la idea de de dónde eres; somos todos

de Lavapiés y de Madrid.

Es algo muy neoyorquino, que nadie te pregunte de dónde vienes.

Con la diferencia de que en Nueva York las comunidades están más separadas. En

Chinatown nadie habla inglés. En Lavapiés todo el mundo habla español. El castellano

es nuestra lengua aunque no seamos españoles. No es que quiera ser español, lo que

quiero es seguir viviendo en un barrio con vida en la calle, mucha oferta cultural y sin

prejuicios de clase. Una cuarta parte de la gente que está en la plaza de Lavapiés, tan

castigada por la crisis, son indigentes. No tienen casa o tienen una infravivienda. Se

pasan el día bebiendo, están alcoholizados. Es terrible. Son el ejemplo de los estragos de

esta crisis. Muchos son inmigrantes. Pero no están aislados como sucede en EE. UU. y

en el Reino Unido. En San Francisco tienes la «plaza de los indigentes», los down and

outs. Están todo el día bebiendo y vigilados por la policía, que los mantiene allí; casi

nunca tienen interacción con el resto de la ciudad. Ese no es el caso de Lavapiés. El

indigente está probablemente trabajando en algo, cobra un poquito y hay familia a su

alrededor. Existe más cohesión que en otras ciudades europeas y norteamericanas. Ese

debería ser el modelo para Ana Botella. Pero seguro que ella no ha pisado en su vida

Lavapiés. También es verdad que hay mucha gente que lo está pasando muy mal. Es un

barrio muy creativo. Hay que partir de jóvenes que se sienten dispuestos y abiertos a

asimilar las culturas que vienen de fuera. Si empezaran a apoyar con dinero público la

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multitud de nuevos proyectos culturales en Lavapiés habría regeneración cultural en

Madrid. Es solo un ejemplo, lo sé, pero es uno muy bueno.

Fotografía: Guadalupe de la Vallina