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ALEMAN DEL VOLGA, NOMBRAN A MI RAZA ¿Quién alguna vez no se preguntó acerca de su origen? Quizás, a algunos no les interese la razón por la que su apellido no se asemeje a el de sus amigos, ni mucho menos, se pondrían a investigar sobre su origen. Sin embargo, siempre quise saber sobre mi origen, sobre aquella foto vieja sacada en blanco y negro. Es por eso que comencé a investigar, y qué mejor forma que saber sobre tus antepasados, que empezando por tu familia. “Mis abuelos eran alemanes del Volga” me dijo una vez mi mamá, y ese es el punto de partida: los alemanes del Volga. Asentados en Buenos Aires, Ana Margarita Bohl y Santiago Wagner, le contaban a mi mamá, su nieta, infinitas historias sobre sus orígenes. Ambos llegaron en 1912 a Argentina, provenientes de Saratov, en Rusia, a orillas del gran Río Volga, tras 8 meses de viaje escondidos en un buque de carga inglés, que traía mercancías. Para entender la razón de su inmigración, debemos remontarnos a unos 150 años atrás, cuando una multitud de alemanes emigró a tierras rusas por cuestiones económicas y sociales. Este grupo se asentó a orillas del Río Volga, en Saratov, lejos de otras comunidades, manteniendo sus costumbres, idioma, cultura y sin las obligaciones de los rusos, tales como reclutarse en el ejército y pagar impuestos. Luego de 100 años, lograron constituir una comunidad que se asentaba en tierras rusas, pero era alemana, por eso, a los pobladores de esta zona se los denominó “Alemanes del Volga”. Pero todo eso cambio a fines del siglo XIX, cuando Rusia impuso un plan de “rusificación” por la que todas las etnias debían nacionalizarse, cambiar de cultura y tener las mismas obligaciones que el resto de los habitantes. Por esta razón, los alemanes del Volga decidieron emigrar nuevamente porque no estaban de acuerdo con las condiciones impuestas. Este segundo éxodo comenzó en 1877 y se dirigió a América, principalmente a Brasil y Argentina, y en menor medida a Estados Unidos y Canadá. El 24 de diciembre de ese mismo año, llegó un gran grupo de alemanes al Hotel Inmigrantes de Argentina, ya que el clima de Brasil era muy tropical, y ellos estaban acostumbrados al clima frío o más templado continental de Rusia. Meses más tarde, estos embarcaron en un buque con destino a Diamante, en la provincia argentina de Entre Ríos. Ese lugar, lleno de palmares y rodeado por ríos, lagunas y esteros, fue el ideal para ellos, que se dedicaban a la agricultura. Luego de otras inmigraciones al lugar, los alemanes pudieron construir sus colonias, tales como poseían en Rusia, a orillas del Volga. En 1885, crearon las aldeas de San Antonio, Santa Celia y San Juan. Una vez formada una sociedad homogénea, comenzaron a llegar nuevos grupos de inmigrantes por información que les llegaba de sus familiares que estaban en Argentina. Desde 1891 hasta 1914, año en el que comenzó la primera Guerra Mundial, inclusive, llegaron ininterrumpidamente inmigrantes no solo provenientes del Volga, sino Carolina Magalí Sotelo Sittner

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ALEMAN DEL VOLGA, NOMBRAN A MI RAZA

¿Quién alguna vez no se preguntó acerca de su origen? Quizás, a algunos no les interese la razón por la que su

apellido no se asemeje a el de sus amigos, ni mucho menos, se pondrían a investigar sobre su origen. Sin

embargo, siempre quise saber sobre mi origen, sobre aquella foto vieja sacada en blanco y negro. Es por eso que

comencé a investigar, y qué mejor forma que saber sobre tus antepasados, que empezando por tu familia.

“Mis abuelos eran alemanes del Volga” me dijo una vez mi mamá, y ese es el punto de partida: los

alemanes del Volga.

Asentados en Buenos Aires, Ana Margarita Bohl y Santiago Wagner, le contaban a mi mamá, su nieta,

infinitas historias sobre sus orígenes. Ambos llegaron en 1912 a Argentina, provenientes de Saratov, en Rusia, a

orillas del gran Río Volga, tras 8 meses de viaje escondidos en un buque de carga inglés, que traía mercancías.

Para entender la razón de su inmigración, debemos remontarnos a unos 150 años atrás, cuando una multitud de

alemanes emigró a tierras rusas por cuestiones económicas y sociales. Este grupo se asentó a orillas del Río

Volga, en Saratov, lejos de otras comunidades, manteniendo sus costumbres, idioma, cultura y sin las

obligaciones de los rusos, tales como reclutarse en el ejército y pagar impuestos. Luego de 100 años, lograron

constituir una comunidad que se asentaba en tierras rusas, pero era alemana, por eso, a los pobladores de esta

zona se los denominó “Alemanes del Volga”. Pero todo eso cambio a fines del siglo XIX, cuando Rusia impuso

un plan de “rusificación” por la que todas las etnias debían nacionalizarse, cambiar de cultura y tener las

mismas obligaciones que el resto de los habitantes. Por esta razón, los alemanes del Volga decidieron emigrar

nuevamente porque no estaban de acuerdo con las condiciones impuestas. Este segundo éxodo comenzó en

1877 y se dirigió a América, principalmente a Brasil y Argentina, y en menor medida a Estados Unidos y

Canadá. El 24 de diciembre de ese mismo año, llegó un gran grupo de alemanes al Hotel Inmigrantes de

Argentina, ya que el clima de Brasil era muy tropical, y ellos estaban acostumbrados al clima frío o más

templado continental de Rusia. Meses más tarde, estos embarcaron en un buque con destino a Diamante, en la

provincia argentina de Entre Ríos. Ese lugar, lleno de palmares y rodeado por ríos, lagunas y esteros, fue el

ideal para ellos, que se dedicaban a la agricultura.

Luego de otras inmigraciones al lugar, los alemanes pudieron construir sus colonias, tales como poseían

en Rusia, a orillas del Volga. En 1885, crearon las aldeas de San Antonio, Santa Celia y San Juan. Una vez

formada una sociedad homogénea, comenzaron a llegar nuevos grupos de inmigrantes por información que les

llegaba de sus familiares que estaban en Argentina. Desde 1891 hasta 1914, año en el que comenzó la primera

Guerra Mundial, inclusive, llegaron ininterrumpidamente inmigrantes no solo provenientes del Volga, sino

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también de todo el resto de Europa, principalmente, de la parte occidental como Italia, España y Francia. Las

razones para emigrar seguían siendo las mismas que las de los grupos alemanes, y el lugar era elegido según en

donde se ubicaba el resto de su familia.

Así, retomamos los relatos de quienes, en ese momento, llegarían a América para comenzar una nueva

historia, una nueva vida. En 1912, Juan Bohl junto con su esposa Eva Noi y sus hijos Anna Margarite, Jorge,

Felipe y Pedro, fueron una de las familias que accedieron a la inmigración que sus familiares les ofrecían. Ellos

eran, al igual que el resto de las familias, procedentes de Saratov. Al llegar al nuevo país, el nombre de Anna

Margarite fue cambiado por el de Ana Margarita, según sus propios relatos, que en distintas oportunidades se

convirtieron en anécdotas, muchos años después. Asimismo, su apellido, Bohl, fue cambiado en algunos de sus

hermanos por “Pol”, ya que así era su pronunciación.

Paralelamente llegaban Jakob Wagner y María Hoffman de Saratov, junto con sus hijos Santiago, de 6

años y Enrique de 8 años, en el mismo contingente de inmigrantes en 1912. El nombre de Jakob, fue cambiado

por el de Jacobo, al igual que a todos los inmigrantes que ingresaban en el país con ese nombre. Ambas familias

se instalaron en la Aldea San Antonio, ya que tanto Bohl como Wagner eran fundadores de la misma, e

informaron a sus familiares de la buena vida que allí llevaban.

En Argentina, los alemanes del Volga podían mantener sus tradiciones. De este modo, el idioma que

usaban era el alemán y seguían siendo evangélicos, divididos en tres grupos: congregacionales, luteranos y

adventistas. Las iglesias a las que asistían, según el grupo al que pertenecían, eran: Iglesia Evangélica

Congregacional; Iglesia Evangélica Del Plata; Iglesia Evangélica Luterana; Iglesia Adventista Del Séptimo Día.

En cuanto a sus costumbres y tradiciones, los alemanes no compartían muchas con los americanos. El kerb era

una celebración en homenaje al Santo Patrono de cada Colonia, que incluía rituales religiosos y fiestas

populares. Eran jornadas especiales en las que la comunidad abría sus puertas de par en par y recibían la llegada

de visitas (previstas e imprevistas), creando un clima de reencuentro, fraternidad y de compartir una mesa

abundantemente servida con productos típicos. Para año nuevo, Luego de la despedida del año viejo, los niños

tenían una costumbre muy singular: prepararse para "wünsche gehend", que consistía en visitar tíos, primos,

abuelos y demás parientes para expresarles buenos augurios y felicidad para el Año Nuevo que se iniciaba. Los

pequeños eran recompensados según la originalidad de sus dichos, y al cabo del día, ostentaban orgullosos los

frutos del wünsche gehend.

Mientras los pueblos iban creciendo, nuevas familias se iban formando. Así fue como se conocieron Ana

Margarita Bohl y Santiago Wagner, ambos habitaban la Aldea San Antonio desde su llegada a Argentina. Quién

sabe si no habían viajado juntos una década atrás. Él se dedicaba a la agricultura "Sembraban, oraban,

luchaban cantando", recuerda mi abuela mientras recita esas palabras, que forman una canción en homenaje a

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los trabajadores de la aldea. La agricultura era posible en esas tierras por los caudalosos ríos, al igual que a

orillas del Volga, ¿Sería esa la razón por la que se asentaron allí? Probablemente.

Luego de contraer matrimonio, Ana Margarita y Santiago Wagner, tuvieron 8 hijos: en 1927 nació

María Luisa; en 1929, Santiago; en 1930, Elena; en 1932, Ema; en 1934, Jorge; en 1936, Alejandro; en 1937,

Emilio; y por último, en 1940 nacía Luisa Elvira, quien me relata parte de esta historia: mi abuela materna. En

esas épocas, era algo común el tener una gran cantidad de hijos, porque podían mantenerlos con su trabajo, y los

pueblos eran tan seguros que no era necesario cuidarlos desde cerca, eran chicos muy sanos. Sin embargo,

Alejandro Wagner murió a los pocos meses de vida por una gripe, que a pesar de ser una enfermedad que puede

parecer muy simple, en ese momento y lugar no tenía una cura.

En la Aldea San Antonio, los 7 hermanos asistieron a la escuela primaria N°24 “Patricias Argentinas”.

En esa escuela se les enseñaba el idioma castellano, ya que en sus aldeas solo se les hablaba en alemán, y si

querían seguir otros caminos, se les dificultaría por el idioma. Sin embargo, sus padres, al igual que la mayoría

de esa generación de alemanes del Volga, no manejaban el idioma nacional, ya que no necesitaban tener

relación alguna con el resto de los pueblos. La forma de llegar hasta la escuela era a caballo, por eso, según las

anécdotas de mi abuela, sabían andar en ellos desde muy pequeños, porque luego sería su medio indispensable

de transporte.

Hacia 1950, María Luisa con 23 años y Ema con 18 años, decidieron viajar 400 kilómetros, bajando por

el río Paraná hasta Buenos Aires para seguir otro camino y descubrir el mundo mas allá de su aldea y sus

costumbres extranjeras. Para esos años Buenos Aires era el destino de muchos trabajadores en busca de una

mejor posición económica, y desde otras provincias como Santiago del Estero, Santa Fé, Corrientes y Entre

Ríos, se dirigían a la ciudad capital y sus alrededores. Al poco tiempo después, su hermano Santiago también se

trasladó a Buenos Aires, más precisamente a la ciudad de Villa Ballester, cerca de la ciudad capital, por haber

conseguido un trabajo. Como este les dio noticias buenas sobre su vida en la nueva ciudad, en 1952 toda la

familia Wagner Bohl migró nuevamente, en este caso en una migración interna, a la ciudad de Villa Ballester,

llegando a destino el 18 de abril de ese mismo año. No obstante, había una trampa en esas noticias: Santiago

estaba preso por haber causado alborotos, aunque en realidad, nunca supieron la verdadera causa.

En las primeras décadas del siglo XX, la ciudad de Villa Ballester recibió un notable número de

inmigrantes alemanes. Por esta razón, Santiago Wagner y Ana Margarita pudieron adaptarse sin problemas a la

nueva ciudad. Allí había iglesias evangélicas, escuelas alemanas y toda la población compartía la misma cultura

y las costumbres alemanas del Volga. Estos dejaron testimonio de su influencia en la localidad con sus típicas

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construcciones, estableciendo centros educativos como el Hölters Schule, Deutsche Schule/Instituto Ballestery

y una institución deportiva, la Sociedad Alemana de Gimnasia de Villa Ballester. Casualmente, esta historia

tiene muchos lazos, ya que ese club deportivo tiene otras sedes en Buenos Aires, como por ejemplo la Sociedad

Alemana de Gimnasia de Los Polvorines (otro partido de la provincia de Buenos Aires), lugar en el que vivo, y

club al que asisto a hacer hockey, sin saber hasta ahora, cual era el significado que tenia para mi familia y mi

historia.

En 1959, mi abuela Luisa Elvira Wagner se casó con Luis Francisco Sittner, un argentino cuyos abuelos,

Eva Schulteis y Juan Zitterkopft, habían llegado a Argentina en la segunda mitad del siglo XIX desde Hassen,

en Alemania, y se asentaron en una colonia del pueblo de Irazusta, departamento de Gualeguaychú. Los dos se

habían conocido en Entre Ríos, pero su relación comenzó cuando ambos, casualmente, se trasladaron a Villa

Ballester, en Buenos Aires. En 1961 tuvieron a Oscar Sittner, mi tío, y en 1964 a Alicia Estela Sittner, quien 35

años después, sería mi madre. Ambos poseen rasgos que los caracterizan como descendientes de alemanes, tales

como los ojos de color claro y el cabello rubio. Sin embargo, esta generación se toparía con una totalmente

distinta: mi mamá, Alicia, se casó en 1989 con Fidel Herminio Sotelo, cuyas raíces se perdieron en el tiempo,

con origen misionero y un apellido claramente español. En 1991 tuvieron a su primera hija, Paula Florencia

Sotelo Sittner, mi hermana; y en 1999 nací yo, Carolina Magalí Sotelo Sittner. Ambas, por la mezcla de

ascendencias, somos de tez más morena por mi padre y cabello claro por mi madre.

Para finalizar con las inmigraciones, luego de una vida entera de trabajo en Buenos Aires, Jorge Wagner,

un hermano de mi abuela Luisa Elvira Wagner, merecidamente logró jubilarse y así decidió cumplir su sueño:

volver a sus raíces, trasladándose nuevamente a su provincia natal, Entre Ríos, eligiendo como lugar de vida la

ciudad de Victoria, a orillas de Río Paraná. Y así es que hasta el día de hoy, viví allí con su esposa Raquel,

ambos dedicándose a la hotelería en un lugar tan turístico por su belleza, como lo es toda la provincia de Entre

Ríos.

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FUENTES

http://es.wikipedia.org/wiki/Villa_Ballester

http://es.wikipedia.org/wiki/Alemanes_del_Volga

http://www.eldiaonline.com/tras-la-huella-de-los-alemanes-del-volga-en-tierra-entrerriana-2/

http://www.alemanesdelwolga.com.ar/index.php

“Centenario San Antonio~ Santa Celia~ SanJuan” Carlos Brotzman, Amparo María Isabel Morán de Pessini-

Mercedes Leonor Poenitz

“HISTORIA Argentina y el mundo la primera mitad del siglo XX” Andrea N. Andújar, María Morichetti,

Valeria S. Pita, Victoria M. Vissani, Cecilia Wahren

“HISYOTIA ARGENTINA Y LATINOAMERICANA II. Desde 1930 a nuestros días” Hector E. Recalde/

Daniel Omar de Luc

CUADROS Y MAPAS

Árbol genialógico de mi familia

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Mapas de la República Autónoma Socialista de los Alemanes del Volga, en Rusia.

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Imagen que se les tomaba a las familias de inmigrantes que llegaban a Argentina

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