Alejandro dumas el vizconde de bragelonne

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  • 1. 1 1 El Vizconde de Bragelonne Alejandro Dumas
  • 2. 2 2 INDICE I La carta II El mensajero IIILa entrevista IVPadre e hijo V Crpoli, Cropole un notable pintor desconocido VIEl desconocido VIIParry VIII.Como era su Majestad Luis XIV a los veintids aos. IXEl desconocido de la hostera Los Mdicis revela su incgnito X Las cuentas de Mazarino XILa poltica del seor Mazarino XIIEl rey y el teniente XIIIMara Mancini XIVSu Majestad y el teniente patentizan su respectiva memoria XVEl proscrito XVI Remember! XVIIBscase a Aramis y slo se encuentra a Bazin XVIIIArtagnan busca a Porthos y slo halla a Mosquetn. XIXReltase lo que Artagnan iba a realizar en Pars XXSe forma sociedad en El Piln de Oro, para explicar la idea del seor Artagnan XXIPreprase Artagnan a viajar por cuenta de la casa Planchet y Compaa XXIILos soldados de Artagnan XXIIIDonde el autor se ve obligado, aunque a pesar suyo, a hacer un poco de historia XXIVUn tesoro XXVEl pantano XXVICorazn y cabeza XXVIIE1 da siguiente por la maana XXVIIIEl contrabando XXIXArtagnan teme haber puesta su dinero y el de Planchet en negocio ruinoso XXXLas acciones de la sociedad Planchey Compaa pnense a la par XXXIEl golpe de Monk XXXIIAthos y Artagnan vulvense a encontrar en la hostera El Cuerno de Ciervo XXXXIAudiencia XXXIV Qu hacer con tanto capital? XXXVEn el canal XXXVIArtagnan saca, como hubiera hecho un hada, una casa de recreo de un cajn de pino, como por encanto XXXVIIArtagnan arregla el pasivo de la sociedad antes que su activo XXXVIIIDonde se ve cmo el abacero francs se haba ya rehabilitado con el siglo XXXIXE1 juego de Mazarino XLAsunto de Estado XLIEl relato XLIIMazarino se hace prdigo XLIIIGunaud
  • 3. 3 3 XLIVColbert XLVConfesin de un hombre honrado XLVILa donacin XLVIIDe cmo Ana de Austria dio un consejo a Luis XIV, y el seor Fouquet le dio otro XLVIIIAgona XLIXPrimera aparicin de Colbert LPrimer da del reinado de Luis XIV LIUna pasin LIILa leccin de Artagnan LIIIE1 rey LIVLas casas de Fouquet LVEl abate Fouquet LVILa galera de Saint-Mand LVIILos epicreos LVMQuince minutos de retraso LIXPlan de batalla LXLa taberna La Imagen de Nuestra Seora LXI Viva Colbert! LXIIDe qu modo el diamante del seor de Eymeris fue a parar a manos de Artagnan LXIIIDe la notable diferencia que encontr Artagnan entre el seor intendente y monseor el superintendente. LXIVFilosofa del corazn y de la cabeza LXVEl viaje LXVIArtagnan entabla relacin con un poeta que se hizo tipgrafo para que sus ver- sos fuesen impresos LXVIIArtagnan contina sus investigaciones LXVIIIDonde seguramente se sorprender el lector como se sorprendi Artagnan, al encontrarse con un antiguo conocido LXIXDonde las ideas de Artagnan, confusas al principio, empiezan a aclararse algn tanto LXXProcesin en Vannes LXXISu Ilustrsima el obispo de Vannes LXXILPorthos comienza a enojarse por haber ido con Artagnan LXXIIIDonde Artagnan corre, Porthos ronca y Aramis aconseja LXXIVDonde el seor Fouquet obra LXXVArtagnan le echa al fin man a su despacho de capitn LXXVIEl enamorado y la amada LXXVIIDonde reaparece por fin la verdadera herona de este relato LXXVIIIMalicorne y Manicamp LXXIXManicamp y Malicorne LXXXEl patio del palacio Grammont LXXXL El retrato de Madame LXXXIIEn el Havre LXXXIIIEn el mar LXXXIVLas tiendas LXXXVLa noche LXXXVIDel Havre a Pars LXXXVIILo que el caballero de Lorena pensaba de Madame. LXXXVIIISorpresa de la seorita de Montalais
  • 4. 4 4 LXXXIXl consentimiento de Athos XCEl duque de Buckingham inspira celos a Monsieur. XCIFor ever! XCIIDonde Su Majestad Luis XIV no encuentra a la seorita de la Vallire ni bas tante rica, ni bastante bonita para un gentilhombre de la categora de Ral. XCIIIMultitud de estocadas en el vaco XCIVBaisemeaux de Montlezun XCVEl juego del rey XCVILas cuentas del seor Baisemeaux de Montlezun XCVII El almuerzo del seor Baisemeaux XCVIIIEl segundo de la Bertaudire XCIXLas dos amigas CLa plata labrada de la seora de Bellire CILa dote CIIEl terreno de Dios CIIITriple amor CIVLos celos del seor de Lorena CVMonsieur est celoso de Guiche CVIEl mediador CVIILos consejeros CVIIIFontainebleau CIXEl bao CXLa caza de las mariposas CXILo que se coge persiguiendo mariposas CXIIEl baile de las estaciones CXIIILas ninfas del parque de Fontainebleau CXIVLo que se deca bajo la encina real CXVLa.ansiedad del rey CXVIEl secreto del rey CXVIICorreras de noche CXVIIIDonde Madame adquiere la prueba de que escuchando se puede or lo que se dice CXIXLa correspondencia de Aramis CXXFuncionario de orden CXXIFontainebleau a las dos de la maana CXXIIEl laberinto CXXIIIDe qu modo fue desalojado Malicorne de la hostera El hermoso pavo real CXXIVLo que realmente sucedi en la hostera El hermoso pavo real CXXVUn Jesuita del ao onceno CXXVISecreto de Estado CXXVIILa misin CXXVIIIDichoso como un prncipe CXXIXHistoria de una drada y de cierta nyade CXXX Termina la historia de una drada y de cierta nyade. CXXXIPsicologa real CXXXII Lo que no previeron nyade ni drada CAPTULO I
  • 5. 5 5 LA CARTA En el mes de mayo del ao 1660, a las nueve de la maana, cuando el sol ya bastante alto empezaba a secar el roco en el antiguo castillo de Blois, una cabalgata compuesta de tres hombres y tres pajes entr por l puente de la ciudad, sin causar ms efecto que un movimiento de manos a la cabeza para saludar, y otro de lenguas para expresar esta idea en francs correcto. Aqu est Monsieur, que vuelve de la caza. Y a esto se redujo todo. Sin embargo, mientras los caballos suban por la spera cuesta que desde el: ro condu- ce al castillo varios hombres del pueblo se acercaron hombres ltimo caballo, que llevaba pendientes del arzn de la silla diversas aves cogidas del pico. A su vista, los curiosos manifestaron con ruda franqueza, su desdn por tan insignifi- cante caza, y despus de perorar sobre las desventajas de la caza de volatera, volvieron a sus tareas. Solamente uno de estos, curiosos, obeso y mofletudo, adolescente y de buen humor, pregunt por qu Monsieur, que poda divertirse tanto, gracias a sus pinges ren- tas, conformbase con tan msero pasatiempo. No sabes le dijeron que la principal diversin de Monsieur es aburrirse? El alegre joven se encogi de hombros, como diciendo: Entonces, ms quiero ser Jua- nn que prncipe. Y volvieron a su trabajo. Mientras tanto, prosegua, Monsieur su marcha, con aire tan melanclico. y tan majes- tuoso a la vez, que, ciertamente, hubiera causado la admiracin de los que le vieran, si le viera alguien; mas los habitantes de Blois no perdonaban a Monsieur que hubiera elegido esta ciudad tan alegre para fastidiarse a sus anchas, y siempre que vean al augusto abu- rrido, esquivaban su vista, o metan la cabeza en el interior de sus aposentos, como, para substraerse a la influencia de su largo y plido rostro, de sus ojos adormecidos y de su lnguido cuerpo. De modo, que el digno prncipe estaba casi seguro de encontrar de- siertas las calles por donde pasaba. Esto era una irreverencia muy censurable por parte de los habitantes de Blois, porque Monsieur era, despus del rey, y aun tal vez antes del rey, el ms alto seor del reino. En efecto, Dios, que haba concedido a Luis XIV, reinante a la sazn, la ventura de ser hijo de Luis XIII haba otorgado a Monsieur el honor de ser hijo de Enrique IV. No era, por tanto, o al menos no deba ser motivo sino de orgullo, para, la ciudad de Blois, esta prefe- rencia dada por Gastn de Orlens, que tena su corte en el antiguo castillo de los Esta- dos. Pero estaba escrito, en el destino de este gran prncipe, no excitar ms que mediana- mente, en todas partes donde se hallaba, la atencin y la admiracin del pueblo: Monsieur haba tomado el partido de acostumbrarse a ello. Quiz esto era lo que le daba su aspecto de tranquilo aburrimiento. Monsieur haba es- tado muy ocupado en su vida. Imposible es hacer cortar la cabeza a una docena de sus mejores amigos, sin que esto haga algn ruido, y como desde el advenimiento de Mazari- no no se haba cortado la cabeza a nadie; Monsieur no tena qu hacer y se fastidiaba.
  • 6. 6 6 Era, pues, muy melanclica la vida del pobre prncipe; despus de su cacera matutina en las orillas del Beuvron, o en los bosques de Cheverny, Monsieur pasaba el Loira, iba desayunarse a Chambord, con apetito o sin l, y la ciudad de Blois no volva a hablar hasta da cacera prxima de su soberano, seor y dueo. Esto era el aburrimiento extramuros; en cuanto al fastidio interior, daremos una ligera idea de l al lector, si quiere seguir con nosotros la cabalgata y subir hasta el suntuoso prtico del castillo de los Estados. Monsieur montaba un caballo de poca alzada, enjaezado con ancha silla de terciopelo rojo de Flandes y estribos en forma de borcegues; el jubn de Monsieur, hecho de ter- ciopelo carmes, y la capa, que era del mismo color, confundanse con el jaez del caballo; y solamente por este conjunto rojizo era por lo que poda conocerse al prncipe entre sus dos compaeros, vestidos uno de color violeta y otro de verde. El de la izquierda era el escudero; el da la derecha, el montero mayor. Uno de los pajes llevaba dos gerifaltes sobre una percha y el otro una corneta, en la que soplaba con flojedad a veinte pasos del castillo. Todo lo que rodeaba a este prncipe pere- zoso haca con pureza lo que l hubiera hecho del mismo modo. A esta seal, ocho guardias que paseaban al sol en el patio, corrieron a tomar sus ala- bardas, y Monsieur hizo su entrada en el castillo. Cuando desapareci, a travs de las profundidades del prtico, algunos pilluelos que haban subido al castillo detrs de la cabalgata, mostrndose mutuamente las aves ca- zadas; se dispersaron, comentando lo que acababan de ver; luego que desaparecieron, la calle, la plaza y el patio quedaron desiertos. Monsieur se ape del caballo sin pronunciar palabra; pas a su habitacin, donde le mud de vestido su ayuda de cmara, y como Madame no hubiese todava enviado .a tomar las rdenes para el desayuno. Monsieur se tendi sobre una poltrona, y se durmi de tan buena gana como si hubieran sido las once de la noche. Los ocho guardias, que comprendieron estaba terminado su servicio por el resto del da, se acostaron al sol sobre sus bancos de piedra, los palafreneros desaparecieron con sus caballos en las cuadras, y a excepcin de algunos pjaros, que se picoteaban unos a otros con chillidos agudos en la espesura de las alheles, hubirase dicho que todos dorman en el castillo del mismo modo que Monsieur. De pronto, en medio de este silencio tan dulce, reson una risotada nerviosa que hizo abrir un ojo a algunos de los alabarderos que hacan la siesta. Esta carcajada sala de la ventana del castillo, visitada en aquel instante por el sol, que 1a conglobaba en uno de esos grandes ngulos que dibujaban mirando al medioda, sobre los patios, los perfiles de las chimeneas. El balconcillo de hierro cincelado, que sobresala ms all de esta ventana, estaba ador- nado con un tiesto de flores rojas, otro de primaveras, y un rosal, cuyo follaje, de un ver- de encantador, estaba salpicado de capullos rojos, precursores de rosas. En la habitacin a que daba luz esta ventana, distinguase una mesa cuadrada, revestida de antigua tapicera con muchas flores de Harlem; sobre esta mesa haba una redomita de piedra, en la cual estaban sumergidos algunas lirios; y, a cada extremo de dicha mesa, una joven. La actitud de estas dos jvenes era particular; se las hubiera tomado par dos pensionis- tas escapadas del convento. Una de ellas, con los codos apoyados en la mesa y una pluma
  • 7. 7 7 en la mano, trazaba caracteres sobre una hoja de papel de Holanda; la otra, arrodillada so- bre una silla, lo que le permita adelantar la cabeza y el busto por encima del espaldar hasta la mitad de la mesa, miraba a su compaera cmo vacilaba al escribir. De aqu pro- venan los gritos y las risas, uno de las cuales, ms ruidosa que las otras, haba espantado a los pjaros que saltaban en los aleles y turbado el sueo de los guardias de Monsieur. La que iba apoyada sobre la silla, la ms ruidosa, la ms risuea; era una linda mucha- cha de diecinueve a veinte aos, morena, de cabellos negros y ojos encantadores, que ardan baja unas cejas vigorosamente trazadas, con unas dientes que resplandecan como perlas entre labios de coral. Todos sus movimientos parecan el resultado de un gesto; su vida no era vivir, sino sal- tar. La otra, la que escriba, miraba a su bulliciosa compaera con ojos azules y lmpidas como el cielo de aquel da. Sus cabellos, de un rubio ceniciento, peinados con delicado gusto, caan en trenzas sedosas sobre sus nacaradas mejillas; posaba sobre el papel una mano delicada, pero cuya delgadez denunciaba su juventud. A cada, risotada de su amiga, alzaba como despechada sus blancos hombros, de una forma potica y suave, mas a los cuales faltaba esa elegancia de vigor y de modelo que tambin se deseaba ver en sus bra- zos y manos. Montalais! Montalais! exclam por fin con voz dulce y cariosa como un cntico Res demasiado fuerte, como un hombre, y no solamente os notarn los seores guar- dias, sino que tampoco oiris la campanilla de Madame, cuando llame. La joven, llamada Montalais, no ces de rer ni de gesticular por esta amonestacin, y contest: No decs lo que pensis, querida Luisa; sabis que los seores guardias, cmo vos los llamis; empiezas ahora su sueo, y que ni un can los despertara; sabis tambin que la campanilla, de Madame se oye desde el puente de Blois, y que, por consiguiente, la oir cuando mi obligacin me llame a su cuarto. Lo que os molesta, hija ma, es que yo me ra cuando escribs; lo que temis es que la seora de Saint-Remy, vuestra madre, suba aqu, como hace a veces cuando remos estrepitosamente; que nos sorprenda, y que vea esa enorme hoja de papel, en la cual, despus de un cuarto de hora, no habis trazado ms que estas palabras: Caballero Ral. Tenis razn, amada Luisa, porque despus de esas palabras, caballero Ral, se pueden poner tantas otras, tan significativas y tan incendiarias, que la seera de Saint-Remy, vuestra madre, tendra derecho para arrojar fuego y llamas. Eh! No es esto? Hablad! Y Mantalais, aument sus risas y provocaciones turbulentas. La joven rubia se enfureci de repente; desgarr el papel en que estaban escritas las pa- labras Caballero Ral con hermosa letra, y, arrugndolo entre sus nerviosos dedos lo arroj por .la ventana. Hola, hola! dijo la seorita de Montalais. Cmo se enoja nuestro corderito, nuestro nio Jess, nuestra paloma!... No tengis miedo, Luisa; la seora de Saint-Remy no vendr, y si viniera, ya sabis que tengo el odo muy fino. Adems, qu cosa ms na- tural que escribir a un antiguo amigo que data de doce aos, sobre todo, cuando se em- pieza la carta con las palabras Caballero Ral? Est bien, no le escribir dijo joven.
  • 8. 8 8 Ah!... Ya est Montalais bien castigada! exclam, sin dejar de rer, la morenita bur- lona.. Vamos, vamos, otro pliego de papel, y concluiremos pronto nuestra correspon- dencia. Bien! Ahora s que suena la campanilla! Tanto peor! Madame pasar la maana sin su primera camarista. En efecto, la campanilla; anunciaba que Madame haba concluido su tocado y esperaba a Monsieur, que le daba la mano en el saln para pasar al comedor. Hecha esta formalidad con grande ceremonia, los dos esposos almorzaban y se separa- ban hasta la hora de comer, fijada invariablemente a las dos de la tarde. El sonido de la campanilla hizo abrir en la repostera, a la izquierda del patio, una puer- ta por la cual desfilaron dos maestresalas, seguidos de ocho marmitones con una parihue- la cargada de manjares cubierta con tapaderas de plata. Uno de estos maestresalas, el que pareca el primero en ttulo, toc en silencio con su varita a uno de los guardias que roncaba sobre un banco, y llev su bondad al extremo de poner en manos de aquel hombre, muerto de sueo, la alabarda que estaba arrimada a la pared y a su lado; despus de lo cual, el soldado, sin preguntar una palabra, escolt hacia el comedor la comida de Monsieur, precedida de un paje y los dos maestresalas. Por todas partes por donde pasaba la comida de Monsieur, precedida de un paje y los dos maestresalas. Por todas partes por donde pasaba la comida, los guardias acompabanla con sus ar- mas. La seorita de Montalais y su amiga haban seguido con la vista, desde su ventana, el pormenor de este ceremonial, al cual, sin embargo, deban estar habituadas, pero miraban con cierta curiosidad para asegurarse de que no seran molestadas. As es que, cuando pasaron marmitones, guardias, pajes y maestresalas, volvieron a su mesa, y el sol que antes ilumin un instante sus rostros encantadores, ahora slo alumbraba los lirios, las primaveras y el rosal. Bah! dijo Montalais, ocupando su asiento. Madame almorzar bien sin m. Oh! Seris castigada; Montalais contest la otra joven sentndose muy despacio. Castigada? Ah! S, es decir, privada del paseo. Eso es lo que yo deseo, ser casti- gada! Salir en el gran coche colgada a una portezuela; volver a la izquierda, torcer a la derecha por caminos cubiertos de surcos, por donde se adelanta una legua en dos horas, y despus, volver derecho por el ala del castillo donde est la ventana de Mara de Mdicis, para que Madame diga como acostumbra: .Quin creyera que por ese sitio se salv la reina Maria! Cuarenta y siete pies de altura! La madre de dos prncipes y de tres Prince- sas! Si esto es una diversin, Luisa, deseo ser castigada todos los das, sobre todo si mi castigo consiste en quedarme con vos y escribir cartas tan interesantes como las que es- cribimos. Montalais! Montalais! Hay deberes que es menester cumplir. De esto podis hablar muy cmodamente, querida, vos, a quien dejan libre. Vos sois la nica que recoge todas las ventajas, sin tener ninguna obligacin; vos, que sois ms dama de honor de Madame que yo misma, porque pone de rechazo en vos todos sus afec- tos; de modo que entris en esta triste casa, como los pjaros en este patio, respirando el aire, jugueteando con las flores y picoteando los granos sin tener que hacer el menor ser- vicio, ni sufrir el menor aburrimiento. Y sois vos quien me habla de deberes! En verdad,
  • 9. 9 9 bella perezosa, cules son vuestros deberes sino escribir a ese hermoso Ral? Y como no le escribs, resulta; segn creo, que tambin vos abandonis un poco vuestras obliga- ciones. Luisa asumi grave aspecto, apoy la barba en una mano, y, con aire ingenuo: Echadme en cara mi bienestar! exclam. Vos tenis un porvenir; sois de la Corte, y si el rey se casa llamar a su lado a Monsieur. Veris esplndidas fiestas, y tambin al rey, que, segn dicen, es tan hermoso! Y, adems, ver a Ral, que est al lado del prncipe repuso con malignidad Man- talais; Pobre Ral! dijo Luisa suspirando. ste es el momento de escribirle, querida ma: vamos, volvamos a comenzar ese fa- moso Caballero Ral que estaba al principio del papel desgarrado. Entonces le entreg la pluma, y, con una deliciosa sonrisa, dio valor a su mano, que tra- z vivamente las palabras indicadas. Y ahora? dijo Luisa. Ahora, escribid lo que pensis respondi Montalais. Estis cierta de que yo pienso algo? En alguno pensis. Eso creis, Montalais? Luisa, Luisa, vuestros ojos azules son profundos como el mar que vi en Boulogne el ao pasado. No, me engao, el mar es prfido; vuestros ojos son profundos como el azul que vemos all arriba, sobre nuestras cabezas. Pues bien, una vez que tan claro leis en mis ojos, decidme lo que pienso. En primer lugar, no pensis en el caballero Ral, sino en mi querido Ral. Oh! No os ruboricis por tan poca cosa. Mi querido Ral, decimos, me rogis que os es- criba a Pars; donde os retiene el servicio del prncipe. Como es preciso que os aburris ah para buscar distracciones con el recuerdo de una provinciana... Luisa se levant de repente. No, Montalais replic sonrindose, no; no pienso ni una palabra de todo eso. Mirad, esto es lo que pienso. Tom atrevidamente la pluma, y traz con pulso firme las palabras siguientes: Habra sido muy desgraciada, si vuestras obstinadas instancias para lograr de mi un recuerdo, hubiesen sido menos vivas. Todo me habla aqu de nuestros primeros aos, tan dulce como rpidamente transcurridos, que nunca reemplazarn otros su encanto en mi corazn. Montalais, que minaba correr la pluma y que lea, mientras que su amiga iba escribien- do, la interrumpi palmoteando: Sea enhorabuena! dijo. Aqu s que hay sinceridad, corazn, estilo; demostrad a esos parisienses, querida ma, que Blois es la ciudad donde mejor se habla:
  • 10. 10 10 Sabe que Blois ha sido para m el cielo. Eso es lo que yo quera decir, y que hablis como un ngel. Termino, Montalais. Y la joven continu en efecto: Decs que pensis en m caballero Ral; os doy las gracias; mas esto no puede sor- prenderme, pues s muy bien cuntas veces han latido juntos nuestros corazones. Oh! exclam Mantalais . Tened cuidado, corderita ma, mirad que hay lobos all. Iba a contestar Luisa cuando reson el galope de un caballo bajo el prtico del castillo. Qu sucede? dijo Montalais acercndose a la ventana. Un hermoso caballero, a fe! Oh Ral! murmur Luisa, que haba hecho el mismo movimiento que su amiga, y que, ponindose plida, cay palpitante cerca de la carta sin terminar. ste s que es un amante listo! exclam Montalais . Y que llega a tiempo. Retiraos, os lo ruego murmur Luisa. Bah! Si no me conoce! Permitidme saber lo que le trae aqu. II EL MENSAJERO Tena razn la seorita de Montalais: el caballero mereca llamar la atencin. Joven, de unos veinticuatro aos y de hermosa estatura, llevaba con delgada, gracia el traje militar de la poca. Sus largas botas encerraban un pie que no hubiera desdeado la seorita de Montalais, si se hubiese transformado en hombre. Con una de sus manos, de- licadas y nerviosas, detuvo su caballo en medio del patio, y con la otra alz el sombrero de largas plumas que sombreaban su fisonoma, grave y sincera a la vez. Al ruido del caballo despertaron los guardias y pusironse en pie. El joven dej que uno de ellos se aproximara hasta el arzn de la silla, e inclinndose hacia l dijo con voz cla- ra, que fue oda perfectamente desde la ventana en que se recataban ambas jvenes: Un mensaje para Su Alteza Real. Ah! Ah! exclam el guardia . Oficial, un mensajero! Pero este excelente sol- dado saba muy bien que no parecera ningn oficial, porque el nico que poda aparecer permaneca en lo ltimo del castillo, en una habitacin pequea que daba a los jardines. As es que se apresur a aadir: Caballero, el oficial est de ronda; pero en su ausencia debe avisarse al seor de Saint-Remy, mayordomo del Palacio. El seor de Saint-Remy! repiti el caballero ruborizndose. Le conocis? Oh! S Os ruego le avisis al punto, para que mi visita sea anunciada lo ms pronto posible a Su Alteza.
  • 11. 11 11 Parece que el asunto es urgente dijo el guardia como si hablase consigo mismo, pero en realidad con la esperanza de obtener una contestacin. El mensajero hizo un signo afirmativo de cabeza. Entonces aadi el guardia, yo mismo voy a buscar al mayordomo de Palacio. El joven, entretanto, ech pie a tierra, y mientras los otros soldados advertan todos los movimientos del caballo del mensajero, el guardia: volvi atrs diciendo: Dispensad, caballero, mas decidme vuestro nombre, si gustis: Vizconde de Bragelonne, de parte de Su Alteza el seor prncipe de Cond. El soldado hizo un reverente saludo, y, como si el nombre del vencedor de Rocroy y de Lens le hubiese dado alas, subi ligero la calera para penetrar en las antecmaras. No haba tenido tiempo siquiera el seor de Bragelanne de atar su caballo a los barrotes de hierro de la escalinata, cuando lleg desalentado el seor de Saint-Remy, sosteniendo su abultado vientre con una de sus manos, mientras que con la otra henda el aire, como un pescador las olas con su remo. Ah, seor vizconde; vos en Blois! murmur. Esto es una maravilla! Buenos d- as, caballero Ral, buenos das! Mil respetos, seor de Saint-Remy. La seora de La Vallire, quiero decir que la seora de Saint-Remy va a tener un gran placer en veros. Pero venid, Su Alteza Real est almorzando. Hemos de interrum- pirle? Es grave el asunto? S y no, seor de Saint-Remy. Con todo, un momento de tardanza podra producir al- guna desazn a Su Alteza Real. Si es as, quebrantemos la consigna, seor vizconde. Venid; Monsieur est hay de un humor delicioso. Adems, nos daris noticias, no es cierto? Grandes, seor de Saint-Remy. Y buenas; presumo? ptimas! Pues entonces, venid pronto, muy pronto exclam el buen hombre que se arreglaba caminando. Ral siguile, sombrero en mano; algo asustado del ruido solemne que hacan las es- puelas sobre el tillado de las inmensas salas: En el momento de desaparecer en el interior del palacio, volvi a orse en la ventana del patio un cuchicheo animado que demostraba la emocin de las jvenes; pronto debieron tomar alguna resolucin, porque una de las dos cabezas desapareci: la del pelo negro; la otra permaneci detrs del balcn oculta entre las flores y mirando con atencin, por los recortes de las ramas la escalinata por la que el seor de Bragelonne hizo su entrada en el palacio. Mientras tanto prosegua su camino el objeto de tanta curiosidad, siguiendo las huellas del mayordomo de Palacio. El rumor de pasos acelerados, el olor de vinos y viandas, y el ruido de cristales y de vajilla le dieron a entender que llegaba al fin de su carrera. Pajes, criados y ofciales, reunidos en la sala que preceda al comedor, acogieron al re- cin llegado con la proverbial cortesa de este pas; algunos conocan a Ral, y casi todos
  • 12. 12 12 saban que llegaba de Pars. Podra decirse que su entrada suspendi por un instante el servicio. El hecho es, que un paje que echaba de beber a Su Alteza, al or las espuelas en la c- mara vecina, se volvi como un nio, sin notar que continuaba vertiendo, no en el vaso del prncipe, sino en los manteles. Madame, que no estaba preocupada como su glorioso marido, not la distraccin del paje. Muy bien! dijo ella. Muy bien! repiti Monsieur. El seor de Saint-Remy, que asomaba la cabeza por la puerta, aprovech el momento. Por qu molestarme? dijo Gastn acercndose el enorme trozo de uno de los ms enormes salmones que hayan remontado el Loira para dejarse pescar entre Paimboeuf y Saint-Nazaire. Es que viene un mensajero de Pars. Oh! Pero despus del almuerzo de monseor tenemos tiempo De Pars?... exclamo el prncipe dejando caer su tenedor, Y de parte de quin viene ese mensajero? De parte del prncipe; apresurse a decir el mayordomo. Sabemos ya que as era como se llamaba al prncipe de Cond. Un mensajero del prncipe? dijo Gastn con inquietud que no se ocult a ningu- no de los presentes, y que en consecuencia redobl la general curiosidad. Monsieur se crey quiz trasladado a los tiempos de aquellas bienaventuradas conspira- ciones, en las cuales produca inquietud el ruido de las puertas, en que toda epstola poda contener un secreto de Estado, y todo mensaje servir a una intriga sombra y complicada: Tal vez tambin el gran nombre del prncipe se desplegaba bajo las bvedas de Blois con las proporciones de un fantasma. Monseor ech atrs su asiento. Digo al mensajero que espere? pregunt, el seor de Saint-Remy. Una mirada de Madame anim a Gastn, que replico: No, al contrario, hacedle entrar al instante. A propsito, quin es l? Un caballero de este pas; el seor vizconde de Bragelonne. Ah! Muy, bien! Que entre, Saint-Remy. Y cuando hubo dicho estas palabras, con su acostumbrada gravedad, Monsieur mir de tal manera a la gente de su servicio, que todos, servidores, oficiales y escuderos, dejaron la servilleta y el cuchillo, e hicieron hacia la segunda cmara una retirada tan rpida como desordenada. Este pequeo ejrcito abrise en dos filas cundo Ral de Bragelonne, precedido del seor de Saint-Remy, entr en el comedor. El breve momento de soledad que haba proporcionado esta retirada, permiti a Mon- sieur tomar un aspecto diplomtico. No se movi de su postura, y esper a que el mayor- domo colocara al mensajero frente a l. Ral se detuvo a la mitad de la mesa, de modo
  • 13. 13 13 que se encontrase entre Monsieur y Madame. Desde ste sitio hizo un saludo muy reve- rente para Monsieur; otro muy elegante para Madame, y esper a que Monsieur le dirigie- se la palabra. El prncipe, por su parte, esperaba a que las puertas estuviesen bien cerradas; no quera volver la cabeza para asegurarse de ello, lo cual no hubiera sido oportuno; pero escucha- ba con toda su alma el ruido de la cerradura, que le prometa, por lo menos, una aparien- cia de secreto. Cuando estuvo cerrada la puerta, Monsieur levant los ojos, mir al vizconde de Brage- lonne y le dijo: Segn parece llegis de Pars, caballero. En este instante, monseor. Cmo se encuentra el rey?, Su Majestad goza de perfecta salud. Y mi cuada? Su Majestad, la reina madre, sigue padeciendo del pecho. No obstante, hace un mes que est mejor. Me han dicha que vens de parte del prncipe? Seguramente, se engaan. No, monseor. El seor prncipe me ha encargado que ponga en manos de Vuestra Alteza, esta carta, y espere la contestacin. Ral se haba conmovido algo con esta acogida fra y meticulosa; su voz haba descen- dido insensiblemente hasta el diapasn de la del prncipe, de modo que ambos hablaban casi en voz baja. El prncipe olvid que l era la causa de este misterio y tuvo miedo. Recibi con ojos extraviados la epstola del prncipe de Cond, rompi el sobre como si hubiera abierto un paquete sospechoso, y para que nadie pudiese notar el efecto de su rostro se volvi de espaldas. Madame sigui con una ansiedad casi igual a la del prncipe todos los movimientos de su augusto esposo. Ral, impasible y algo desembarazado por la preocupacin de sus huspedes, mir des- de su puesto por la ventana, abierta ante l, el jardn y las estatuas que lo adornaban. Ah! exclam de pronto Monsieur con una sonrisa radiante. He aqu una sor- presa agradable y una deliciosa carta del prncipe de Cond. Tomad, seora. La mesa era bastante ancha para, que el brazo del prncipe pudiese alcanzar la mano de la princesa: Ral se apresur a ser su intermediario, y lo hizo con tanta gracia que admir a la princesa, valiendo un cumplimiento adulador al vizconde. Sin duda sabris el contenido de esta carta pregunt Gastn a Ral. S, monseor; el prncipe me dio primero verbalmente el mensaje, mas despus re- flexion S. A. y tom la pluma. Es una hermosa letra repuso Madame, pero yo no puedo leer. Queris leer a Madame, seor de Bragelonne? dijo el duque. S, leed, os lo suplico, caballero. Ral comenz la lectura, a la cual prest Monsieur toda atencin.
  • 14. 14 14 La carta estaba escrita en estos trminos: Monseor: El rey marcha hacia la frontera, y ya sabis que est para celebrarse el matrimonio de S. M. El rey me ha hecho el honor de nombrarme su mariscal aposentador para este viaje, y como yo s cuan intensa ser la alegra que tendr. S. M. en pasar un da en Blois, me atrevo a pedir a V.A.R., permiso para sealar con mi lpiz el castillo que habita. Pero si lo imprevisto de esta demanda pudiera causar alguna molesta a V.A.R., os suplico me lo digis por el mensajero que os envo, que es un gentilhombre de mi casa, el seor vizconde de Bragelonne. Mi itinerario est pendiente de la decisin de V.A.R., y en vez de seguir por Blois indicar a Vendme o Remoratin. Me atrevo a esperar que V. A. R. acoger mi peticin como una prueba de mi consideracin sin lmites y de mi deseo de serle grato. Nada tan honroso para nosotros contest Madame, que haba consultado ms de una vez durante la lectura las miradas de su esposo. El rey aqu! exclam quiz algo ms alto de lo necesario para que el secreto permaneciese guardado. Caballero dijo a su vez Su Alteza, tomando la palabra, daris las gracias al prn- cipe de Cond, y le manifestaris todo mi reconocimiento por el placer que me propor- ciona. Ral se inclin. Qu da llega Su Majestad? prosigui el prncipe. Segn todas las probabilidades, esta noche. Pues entonces, cmo se sabra mi respuesta, en caso de ser negativa? Yo tena el encargo de volver apresuradamente a Beaugency para dar la contraorden al correo, quien volviendo tambin atrs la dara al prncipe. Conque Su Majestad est en Orlens? Ms cerca, monseor; Su Majestad debe haber llegado a Meung en este momento. Le acompaa la Corte? Si, monseor. A propsito: me olvidaba pediros noticias del seor cardenal. Su Eminencia parece gozar de buena salud. Sin duda, le acompaarn sus sobrinas. No, Monsieur; Su Eminencia ha mandado a las seoritas Mancini marchar a Bour- ges; seguirn por la orilla izquierda del Loira, mientras la Corte viene por la derecha. Cmo! La seorita Mara Mancini abandona de ese modo la Corte? pregunt Monsieur, cuya reserva empezaba a debilitarse. Sin duda contest discretamente Ral. Una sonrisa fugitiva, vestigio imperceptible de su antiguo talento de ruidosas intrigas, ilumino las mejillas del prncipe. Gracias; seor de Bragelonne dijo entonces Monsieur; quiz no queris dar al prncipe la comisin, que deseara encargaros, y es que su mensajero me ha sido muy agradable; pero yo mismo se lo dir. Ral inclnse para par las gracias a Monsieur por el honor que le hacia.
  • 15. 15 15 Monsieur hizo una sea a Madame, que dio un golpe en el timbre que haba a su dere- cha. Al instante entr el seor de Saint-Remy, y la cmara se llen de gente. Seores dijo el prncipe, Su Majestad me hace el honor de venir a pasar un da en Blois; cuento con que eI rey, mi sobrino, no tendr que arrepentirse del honor que me hace. Viva el rey! exclamaran con entusiasmo frentico todos los oficiales de servcio, y el seor de Saint-Remy antes que nadie. Gastn baj la cabeza tristemente; toda su vida haba teenido que oir, o ms bien, que sufrr ese grito de viva el rey! que pasaba por encima de l. Ya haca algn tiempo que no lo escuchaba, haban descansado sus odos, y ahora una monarqua ms joven, ms viva y ms brillante, surga delante de l como una nueva y dolorosa provocacin. Madame conoci los sufrimientos de aquel corazn tmido y sombro, y se levant de la mesa; Monsieur la imit maquinalmente; y todos los servidores, con rumor de colmena, rodearan a Ral para hacerle preguntas. Madame observ este movimiento y llam al seor de Saint-Remy. Esta no es hora de charlas, sino de trabajar dijo con acento de ama de gobierno que se enoja. El seor de Saint-Remy se apresur a romper el crculo formado por los oficiales que rodeaban a Ral, de suerte que ste pudo salir a la antecmara. Que se cuide a ese caballero repuso Madame dirigindose al seor, de Saint- Remy. El buen hombre corri al instante detrs de Ral. Madame nos ruega que refresquis aqu dijo; adems, hay para vos otro aloja- miento en el castillo. Gracias, seor de Saint-Remy contest Bragelonne; ya sabis cunto tardo en ir a ofrecer mis deberes al seor conde, mi padre. Es verdad, caballero Ral; os suplico que, a la vez, le presentis mis respetos. Ral se despidi del caballero y continu su camino Al pasar por el porche llevando de la brida su caballo, una vocecita llamle desde el fondo de una avenido obscura. Caballero Ral! dijo la voz. El joven volvise, sorprendido, y vio una muchacha morena que apoyando un dedo en sus labios le tenda la mamo. Esta joven le era desconocida. III LA ENTREVISTA Ral se adelant hacia la joven que lo llamaba, y le dijo:
  • 16. 16 16 Y el caballo, seora? Y eso os apura! Salid; en el primer patio hay un cobertizo; atad en l vuestro caba- llo y venid al y instante. Obedezco; seora. Ral no tard en hacer lo que le haban mandado, y al volver vio en la obscuridad a su misteriosa conductora, que le aguardaba en los primeros peldaos de una escalera de ca- racol. Sois bastante valiente para seguirme, seor caballero errante? pregunt la joven rindose de la duda que haba manifestado Ral. ste respondi siguiendo la obscura escalera. As subieron tres pisos, l detrs de ella, y tocando con sus manos una ropa de seda que rozaba por las paredes de la escalera. Cada vez que Ral daba un taba un chito severo y le tenda una mano suave y perfumada. Se subira as hasta la torre del castillo, sin curarse del cansancio en falso, su conduc- tora le gricio dijo Ral. Lo cual significa, caballero, que estis muy fatigado y muy inquieto; pero tranquili- zaos, ya hemos llegado. La joven empuj una puerta, y al instante, sin transicin alguna, llense de un torrente de luz la escalera. La joven; marchaba, l la segua; ella entr en una cmara, Ral tambin. Al momento oy dar un grito se volvi a dos pasos, con las manos juntas y los ojos ce- rrados; a aquella hermosa joven rubia, de ojos azules y de blancos hombros, que al cono- cerle le haba llamado Ral. La vio y advirti tanto amor y tanta felicidad en la expresin de sus ojos, que se dej caer en medio de la sala murmurando el nombre de Luisa. Ah! Montalais! Montalais! exclam sta suspirando. Es un gran pecado en- gaar de este modo. Yo! Yo os he engaado? S, me dijisteis que bais a adquirir noticias, y hacis subir aqu al caballero. Eso era preciso. De otro modo, cmo haba de recibir la carta que le escribais? Y seal con el dedo la carta que an estaba sobre la mesa. Ral se adelant para co- gerla; pero Luisa, ms rpida, aunque con una vacilacin fsica muy notable, alarg la mano para detenerle. Ral encontr aquella mano tibia temblorosa, la estrech entre las suyas y la aproxim respetuosamente a sus labios, que deposit en ella ms bien un soplo que un beso. Entretanto la seorita de Montalais haba tomado la carta; y despus de haberla doblado con cuidado en tres dobleces como hacen las mujeres; la desliz en su pecho. No tengis miedo Luisa dijo; este caballero no vendr a cogerla de aqu, pues el difunto monarca Luis XIII no coga las billetes en el cors de la seorita de Hautefort. Ral se ruboriz al ver la sonrisa de las dos jvenes, y no not que la mano de Luisa permaneca an entre las suyas. Bueno! dijo Montalais . Ya me habis perdonado, Luisa, por haberos trado al seor, y vos caballero, me debis amar por haberme seguido, para ver a esta seorita.
  • 17. 17 17 Ahora, pues, que la paz est hecha, charlaremos como antiguas amigos. Presentadme, Luisa, al seor de Bragelonne: Seor vizcondedij Luisa con su graciosa sonrisa, tengo el honor de presentaros a la seorita Aura de Montalais, dama de honor de Su Alteza Real Madame, y adems mi mejor amiga. Ral salud ceremoniosamente. Y a m, Luisa pregunt ste, no me presentis tambin a esta seorita? Oh! Ella os conoce! Lo conoce todo! Estas palabras hicieron rer a Montalais y suspirar de dicha a Ral, que las haba inter- pretado de este modo: ella conoce todo nuestro amor. Ya estn hechos los cumplimientos, seor vizconde dijo Montalais, sentaos aqu y decidnos muy pronto la noticia que nos trais corriendo de ese modo. Eso ya no es un secreto, seorita; el rey, al ir a Poitiers, se detiene en Blois a fin de ver a Su Alteza Real. El rey aqu! exclam Montalais palmoteando. Vamos a ver a la Corte! Con- cebs eso, Luisa? La verdadera corte de Pars! Oh Dios santo! Pero, cundo ser eso, caballero? Tal vez hoy, seorita; pero de seguro maana. Montalais hizo un ademn de despecho. No hay tiempo para prevenirse, ni para prepararse un traje! Vamos a parecernos a los retratos del tiempo de Enrique IV Ah; seor, qu mala nueva habis trado! Seoritas, siempre estis hermosas: S, siempre estaremos hermosas, porque la naturaleza nos ha criado pasaderas; mas estaremos en ridculo, porque la moda nos habr olvidado. Ah, ridculas! A m me han de ver ridcula? Quines? dijo cndidamente Luisa. Quines? Qu singular sois, querida!... Es una pregunta la que me hacis? Han de ver, quiere decir todo el mundo, quiere decir los cortesanos, los seores, el rey. Perdonad, mi buena amiga, pero como todo el mundo est acostumbrado aqu a ver- nos tales como somos... No lo niego, mas esto va a cambiar, y nosotras estaremos en ridculo, aun para Blois; porque junto a nosotras van a verse las modas de Pars, y al instante se echar de ver que estamos a la moda de Blois... Esto desespera! Tranquilizaos, seorita. Ah! Basta.! Corriente, tanto peor para los que no me encuentren a su gusto dijo filosficamente Montalais. Esos sern muy descontentadizos respondi Ral, fiel a su sistema de galantera. Gracias, seor vizconde. Decamos que el rey viene a Blois? Con toda la Corte. Y vendrn las seoritas Mancini?
  • 18. 18 18 No, ciertamente. Como dicen que el rey no puede estar sin la seorita Mara Pues ser menester que se conforme. As lo quiere el seor cardenal, y ha desterrado a sus sobrinas a Bourges. Hipcrita! Silencio! murmur Luisa poniendo un dedo sobre sus rosados labios. Bah! Nadie puede orme. Digo que el viejo Mazarino es un hipcrita, que trata de hacer a su sobrina reina de Francia. No, seorita, por el contrario; el seor cardenal hace casar a su Majestad con la in- fanta Mara Teresa. Montalais mir de frente a Ral, y le dijo: Y lo creis vosotros, los parisienses? Somos ms poderosos que vosotros en Blois. Seorita, si el rey sale de Poitiers y parte para Espaa, y si se firman los artculos del contrato de matrimonio entre don Luis de Haro y Su Eminencia, bien comprenderis que stos no son, ya juegos de nio. Ya! Pero creo que el rey es el rey. Sin duda, seorita, pero el cardenal es el cardenal. No es un hombre el rey? No ama a Mara Mancini? La idolatra. Pues bien, se casar con ella; tendremos guerra con Espaa; Mazarino, gastar algu- nos millones que tiene guardados; nuestros caballeros harn heroicidades peleando contra los fieros castellanos; muchos volvern coronados de laureles, y nosotras los coronare- mos de mirto. As concibo yo la poltica. Sois una loca, Montalais repuso Luisa, y cada exageracin os atrae como la luz a las mariposas. Luisa, sois de tal manera razonable, que no amaris nunca. Oh! dijo Luisa . Comprended, Montalais! La reina madre desea casar a su hijo con la infanta: queris que el rey desobedezca a su madre? Es digno de un corazn real, como el suyo, dar malos ejemplos? Cuando los padres prohben el amor, hay que renunciar a l. Y Luisa respir; Ral baj los ojos; Montalais se ech a rer. Yo no tengo padres dijo de pronto. Sin duda, tendris noticias de la salud del seor conde de la Fre dijo Luisa des- pus de ese suspiro, que tantos dolores haba manifestado en su elocuente expansin. No seorita contest Ral, an no he hecho visita a mi padre, pues iba a su casa cuando la seorita de Montalais tuvo a bien detenerme; espero que el seor conde est bueno; no habris odo decir nada en contrario, es cierto? Nada, caballero, nada, gracias a Dios! Rein aqu un silencio, durante el cual dos almas preocupadas por la misma idea se comprendieron perfectamente, aun si la asistencia de una sola, mirada.
  • 19. 19 19 Ay! Dios, mo! Alguien sube exclam de pronto Montalais. Quin ser? dijo Luisa levantndose muy sobresaltada. Seoritas, yo estorbo mucho, y sin duda he sido muy imprudente observ Ral. Es un andar pesado dijo Luisa: Ay! Si es slo el seor Malicorne replic Montalais, no nos movamos. Luisa y Ral mirronse para preguntarse quin era ese seor Malicorne. No os sobresaltis prosigui Montalais, no es celoso. Pero, seorita murmur Ral. Comprendo... Pues bien, es tan discreto como yo. Dios santo! exclam Luisa, que haba puesto el odo en la puerta entreabierta. Son los pasos de mi madre! La seora de Saint-Remy! Dnde me ocult? dijo Ral, asindose al vestido de Montalais, que pareca haber perdido la cabeza. S dijo sta, s, oigo, crujir los chapines. Es vuestra excelente madre!.. Seor vizconde, es bien lamentable que la ventana de sobre un empedrado y est a cincuenta pies de altura. Ral mir abajo con ojos extraviados, y Luisa le cogi de un brazo y le detuvo. Ah! Soy una loca! dijo Montalais. No est aqu el armario de trajes de cere- monia? Verdaderamente, parece hecho para esto. Ya era tiempo; la seora de Saint-Remy suba ms aprisa que de costumbre, y lleg en el momento mismo en que Montalais, como en las escenas de sorpresa, cerraba el armario apoyando su cuerpo en la puerta. Ay! exclam la seora de Saint-Remy. Vos aqu, Luisa? S, seora respondi sta, ms plida que si hubiese sido convicta de un crimen. Bueno! Bueno! Sentaos, seora dijo Montalais ofreciendo el silln a la de Saint-Remy, y . colocndole de suerte que diese la espalda al armario. Gracias, seorita Aura, gracias venid pronto hija ma, vamos. Dnde 'deseis que vaya, seora? Dnde? A la habitacin, es preciso preparar vuestro tocado. Cmo? dijo Montalais simulando sorpresa; pues tema que Luisa cometiese al- guna indiscrecin. Conque no sabis las noticias? pregunt la seora de Saint-Remy. Qu noticias, seora? Queris que dos jvenes sepan algo desde este palomar? Qu!... No habis visto a nadie?... Seora, hablis de un modo misterioso y nos hacis quemar a fuego lento! exclamo Montalais; que espantada de ver a Luisa cada vez ms plida, no saba a qu santo encomendarse.
  • 20. 20 20 Pero acentu en su compaera una mirada elocuente, una de esas miradas que daran in- teligencia a un muro. Luisa sealaba a su amiga el sombrero de Ral que permaneca sobre la mesa. Adelantse Monlalais, y cogindole con la mano izquierda, lo pas detrs de s a la de- recha y lo ocult sin dejar de hablar. Pues bien dijo la seora de Saint-Remy, acaba de llegar un correo que nos anun- cia la prxima llegada del rey. Conque, seoritas, se trata de estar hermosas. Pronto! Pronto! exclam Montalais , seguid a vuestra seora madre, Luisa, y dejadme arreglar mi traje de ceremonia. Luisa levantse, su madre la tom de la mano y la condujo hacia la escalera. Venid dijo. Y aadi en voz baja: Cuando yo os mando que no subis al cuarto de Montalais, por qu no obedecis? Seora, es mi amiga. Adems, acababa de venir. No ha hecho ocultar a nadie delante de vos? Seora! Os digo que he visto un sombrero de hombre; el de ese perilln. Seora! exclam Luisa. De ese haragn de Malicorne! Una doncella frecuentar de ese modo... ah! Y sus voces perdironse en las profundidades de la escalera. Montalais no haba perdido ni palabra de este dilogo, que el eco le enviaba como un embudo. Encogase de hombros, y viendo a Ral fuera de su escondite, que tambin haba escuchado. Pobre Mantalais! dijo Vctima de la amistad!... Pobre Malicorne! Vctima del amor! Detvose mirando el aspecto tragicmico de Ral, que estaba. asombrado de haber sorprendido en un da tantos secretos: Oh! Seorita dijo cmo podr pagar tantas bondades? Algn da ajustaremos cuentas repuso; por el momento; salid pronto, seor de Bragelonne, porque la seora de Saint Remy no es muy indulgente y alguna indiscre- cin por su parte podra traer aqu una visita domiciliaria enojosa para todos. Adis! Pero Luisa... Cmo saber...? Andad! Andad!.. El rey Luis XI supo muy bien lo que haca cuando invent el correo. Ah! exclam Ral. Y no estoy yo aqu que valgo por todos, los correos del reino? Pronto! A caballo, y que si la seora de SaintRmy sube a echarme un sermn de mara, que ya no os en- cuentre aqu! Todo se lo dir a mi padre; no es verdad? murmur Ral .los reir! Ah, vizconde! Ya se ve que vens de la Corte; sois miedoso como el rey: Vaya!
  • 21. 21 21 Aqu, en Bleis, nos pasamos muy bien sin el consentimiento de pap. Preguntdselo a Malicorne. Y al pronunciar estas palabras, la joven puso a Ral en la puerta empujndole por los hombros; ste se desliz a lo largo del porche, mont a caballo, y parti a todo escape como si llevara detrs los ocho guardias de Monsieur. IV PADRE E HIJO Ral continu, sin detenerse, el camino de Blois a la casa en que viva el Conde de la Fre. El lector nos dispensar una retratada descripcin. Ya en otros tiempos hemos penetra- do all juntos y la conoce. Slo que, desde la ltima vez que la cogimos, los muros se han obscurecido algo por razn de la intemperie; los rboles han crecido, y algunos que antes extendan apunas sus flexibles ramas por entre las desigualdades del suelo, acopados ahora y espesos, extien- den su ramaje arenado de vegetacin; ofreciendo al viajero flores y frutos: Ral distingui desde lejos el caballete del tejado; las dos torrecillas desde las que se divisaba su casa solariega, y vio tambin entre los olmos su palomar, a los pichones que revoloteaban alrededor del cono de ladrillos, como los recuerdos alrededor de un alma tranquila. Cundo se acerc ms, oy l ruido de las garruchas que reclusaban bajo el peso de los macizos cubos; y le pareci tambin, or el melanclico gemido del agua que vuelve a caer en el pozo, ruido triste, montono, solemne; que hiere el odo del nio y del poeta, soadores; que los ingleses llaman splash, los poetas rabes gasgachau, y que nosotros los franceses, que bien quisiramos ser poetas, no podemos traducir ms que con una perfrasis: le bruit de l'eau tombant ches l'eau. Haca ms de un ao que no iba Ral a ver a su padre. Todo ese tiempo lo haba pasado al lado del prncipe de Cond: Este gran seor, despus de las antiguas parcialidades del tiempo de la Fronda, se haba reconciliado con la Corte de una manera franca y solemne: Mientras haba durado la divi- sin entre el rey y el prncipe, ste; pues se aficion al de Bragelonne, le haba ofrecido cuantas ventajas pueden seducir a un joven en el principio de su carrera porque siguiese su partida. El conde de la Fre, siempre fiel a sus principios de realismo, explicados un da bajo las bvedas de San Dionisio, hablase negando siempre en nombre de su hijo a todos los ofre- cimientos. Hizo ms en lugar de seguir al Cond en su rebelin, sigui al de Turena, combatiendo incesantemente por el rey igualmente cuando Turena parece construido del agua cayendo en el agua. Pareci abandonar la causa real, le abandon tambin para ponerse de parte del de Con- d, como antes lo hiciera del de Turena. Result de esta lnea de conducta, que Ral, ttan joven como era, tena, inscritas ms de diez victorias en su hoja de servicios, y ninguna derrota de que tuviera ,que sonrojarse conciencia.
  • 22. 22 22 As, pues; Ral, segn lo haba querido su padre; sirvi constantemente la fortuna de Luis XIV, no obstante todas las oscilaciones endmicas y casi inevitables en tiempos tan azarosos. El de Cond, vuelto a la gracia real, us del privilegio de amnista, pidiendo entre otras cosas la vuelta de Ral a su servicio. El conde de La Fre, que comprendi el estado de las cosas con su talento perspicaz, se lo mand inmediatamente. Un ao haba transcurrido despus, de esta ausencia del padre y el hijo; algunas cartas haban dulcificado en parte los rigores de la ausencia. Ya hemos observado que Ral, dejaba en Louis otro amor que el filial y afectuoso entre padres e hijos. Mas hemos de hacerle justicia; a no haber sido por la casualidad y la seorita de Monta- lais, dos demonios tentadores, Ral hubiese partido sin detenerse a ver a su padre, as que ejecut el mensaje; aun cuando llevase en el corazn el amante recuerdo de su querida Luisa. La primera parte del camino iba preocupado con el recuerdo de la entrevista que acaba- ba de tener con su amada; la segunda, con el pensamiento del amigo amado a quien tar- daba en abrazar. Encontr abierta la puerta del jardn Y se meti por ella con su caballo, atropellando las filas y cuadros, y atrayendo sobre s la ira de un viejo, vestido con capotillo de color vio- leta y gorro viejo de terciopelo en la cabeza. El buen viejo estaba escardando una calle de rosales enanos y margaritas, y no poda to- lerar que se destruyese con el casco de un caballo el piso de sus calles de arena cernida. Aventur el principio de un juramento contra el recin llegado; pero volviendo ste la cabeza, la escena cambi en un momento. Apenas le hubo conocido, cuando incorporn- dose ech a correr en direccin de la casa, dando gritos, que eran en l el paroxismo de una alegra Inca. Ral lleg hasta las cuadras, dio su caballo a un lacayo joven, y subi las escaleras con una alegra que hubiera regocijado el corazn de su padre: Atraves la antecmara, el corredor y el saln sin encontrar a nadie; por ltimo, habiendo alegado, a la puerta del gabinete del conde de Fre, llam impaciente a su pa- dre, y sin escuchar apenas la voz grave de ste, que le contest al punto que entrase, se hall dentro de la habitacin. El conde permaneca sentado junto a una mesa cubierta de libros y , papeles: Su conti- nente era siempre el de un noble y bien portado caballero, pero, el tiempo haba dado a su nobleza y hermosura un carcter ms imponente y distinguido: frente sin arrugas, blanca cabellera, ojos vivos bajo un cerco de cejas perfecto, bigote fino y apenas encanecido, marcando unos labios delgados que no parecan haber sentido la contraccin de las pa- siones; cuerpo derecho y delgado, mano descarnada: tal era el caballero cuyas nobles hazaas haban merecido el aplauso de mil personas ilustres, bajo el nombre de Athos. Cuando lleg Ral ocupbase en corregir las pginas de un cuaderno mamegrito, todo l redactado de su puo y lenta. Ral se lanz en brazos de su padre con tanta precipitacin, que el conde no tuvo ni tiempo ni fuerza suficientes para dominar la emocin que le embargaba. Vos aqu, vos aqu, Ral! exclm. Es posible? Oh padre mo! Cunto me alegra de volveros ver!
  • 23. 23 23 No me contestis, vizconde? Habis obtenido licencia para venir a Blois, o ha ocurrido en Pars alguna desgracia? A Dios gracias, seor respondi Ral, serenndose, no ha ocurrido nada malo; el rey se casa, como tuve el honor de anunciares en mi ltima carta, y marcha a Espaa. Su Majestad pasar por Blois. Para ver a Monsieur? S, seor conde. El prncipe me ha mandado delante para que la venida del rey no le cogiese de improviso, o ms bien deseando parecerle agradable. Habis visitado a Monsieur? pregunt vivamente el conde. He tenido ese honor: En el castillo? S, padre mo contest Ral bajando los ojos, porque sin duda haba sentido en la interrogacin del conde algn otro sentido que una simple curiosidad. En verdad que tengo el honor de cumplimentar por ello. Ral inclinse en seal de agradecimiento. No habis visto en Blois otra persona? , Seor, he visto, a Su Alteza Real Madame. Est bien. No es de Madame de quien yo hablo. Ral ruborizse como un nio y no contest una sola palabra. No me entendis, se- or vizconde? insisti el conde con indulgente severidad. Os entiendo perfectamente, seor; y si preparo una respuesta, no es que trate de dis- culparme con una mentira: Bien, s que no acostumbris a mentir: Por eso me admiro de que tardis en darme una respuesta categrica: s o no: No, puedo contestaros sino; comprendindoos bien; y si os he entendido bien, vis a recibir de mal talante mis primeras palabras. Sin duda os desagrada, seor conde, que haya visto A la seorita de La Vallire; no es as? Bien s que es de ella de quien queris hablar, seor conde dijo Ral con indecible dulzura. Y yo os pregunto si la habis visto: Seor, ignoraba cuando entr en el castillo que se hallaba en l la seorita de La Va- llire; pero cuando me volva, despus de concluir mi encargo, la casualidad nos ha pues- to en presencia uno del otro: He tenido el honor de ofrecerle mis respetos. Y cmo se llama la casualidad que os haya reunido a la seorita de La Vallire? La seorita de Montalais. Quin es esa seorita de Montalais? Una joven que no conoca, y a quien nunca haba visto, la camarista de Madame. Seor vizconde, no continuar mi interrogatorio, del cual me hago cargo por haber durado demasiado. Os tena recomendado que huyseis lo posible a la seorita de La Va- llire y que no la vieseis sin mi permiso. Bien s que me habis dicho la verdad y que no
  • 24. 24 24 habis dado ni un solo paso para acercaros a ella. La casualidad sola me ha engaado, y yo no tengo de qu reconveniros. Me contentar, por tanto, con lo que ya os he dicho acerca de esa seorita. Dios es testigo, rige que nada tengo que decir de ella; pero no en- tra en mis designios que frecuentis su casa. Os ruego otra vez, mi querido Ral, que lo tengis entendido. A estas: palabras, se hubiera dicho, que se turbaban los ojos lmpidos y puros de Ral. Ahora, amigo mo prosigui el conde con su dulce sonrisa y su voz habitual, hablemos de otra cosa. Volvis quiz a vuestra obligacin? No, seor, nada tengo que hacer sino permanecer hoy a vuestro lado. Felizmente, no me ha impuesto el prncipe ms deber que ste, que tan de acuerdo est con mi deseo. Est bien el rey? Perfectamente. Y el prncipe? Como siempre, seor. El conde se olvidaba de Mazarino, siguiendo su antigua costumbre. Bien, Ral, ya que hoy me pertenecis, tambin, por mi, parte os dedicar todo el da. Abrazadme... otra vez, otra vez estis en vuestra casa, vizconde... Ah! Aqu est nuestro vicio Grirmaud! Venid, Grimaud, el seor vizconde desea abrazaros tambin. El anciano no se lo hizo repetir; y corri con los brazos abiertos. Ral le ahorr la mitad del camino. Queris, Ral, que vayamos ahora al jardn? Os ensear el nuevo alojamiento que he mandado preparar para vos cuando vengis con licencia; y mientras miramos los plan- tos de este invierno y dos caballos de regalo que he cambiado, me daris noticias de nuestros amigos de Pars. El conde cerr su manuscrito; tom el brazo del joven y pas con l al jardn. Grimaud mir tristemente salir a Ral, cuya cabeza casi tocaba al marco de la puerta, y. acariciando su blanca barba dej caer esta profunda palabra: Crecido! V CROPOLI, CROPOLE Y UN NOTABLE PINTOR DESCONOCIDO En tanto que el conde de la Fre visita con Ral los nuevos edificios que haba manda- do construir, y los caballos que haba cambiado, el lector me permitir que volvamos de nuevo a la ciudad de Blois y que asistamos a la no comn actividad que la agitaba. En las hosteras, principalmente, era donde ms se hacan sentir las consecuencias de la noticia llevada por Ral. En efecto, el rey y la Corte en Blois, es decir, cien caballeros, y otros tantos criados, dnde se metera toda esa gente? Dnde se alojaran todos los caballeros de los contor- nos, que quiz llegaran en dos o tres horas, tan pronto como la noticia se fuese ensan-
  • 25. 25 25 chando, a la manera de esas circunferencias concntricas qu causa ila cada de una pie- dra lanzada en las aguas de un lago tranquilo? Blois, tan apacible como lo hemos visto por la maana, como el lago ms tranquilo del mundo, se llena de repente de tumulto y de temor a la noticia de la regia llegada. Los criados de Palacio, bajo la inspeccin de los oficiales, iban a la ciudad en busca de provisiones, y diez correos a caballo galopaban hacia las reservas de Chambord a fin de traer la caza, a las pesqueras del Beuvrn por el pescado, y a los huertos de Cheverny por las Priores y por las frutas. Sacabnse del guardamuebles las valiosas tapiceras y las araas con sus grandes cade- nas doradas; un ejrcito de pobres barra los patios y lavaba los pavimentos de piedra, al paso que sus mujeres destruan los prados del Loira recogiendo sus capas de verdura y sus flores. La ciudad toda; para no permanecer extraa a este gran lo, haca su toilette con gran azacaneo de escobas, cepillos y agua. Los arroyos de la ciudad alta, hinchados con estos incesantes lavatorios, se convertan en ros en la parte baja de la ciudad, y preciso es decir que hasta el fangoso empedrado se adiamantaba a los rayos benficos del sol. Por ltimo, se preparaban msicas, las gavetas se vaciaban, los mercaderes acaparaban cintas y lazos de espadas, y las tenderas hacan provisin de pan, carne y especias. Hasta un buen nmero de vecinos, cuyas casas se hallaban provistas como para sostener un sitio no teniendo ya de qu ocuparse, se ponan sus trajes de fiesta y se dirigan a la puerta de la ciudad para ser dos primeros en anunciar o ver el squito. Saban muy bien que el mo- narca no llegara hasta la noche; y tal vez, hasta el da siguiente, pero, qu es esperar, sino una especie de locura? Y la locura, qu es sino exceso de esperanza? En la ciudad baja y a unos cien pasos del castillo de Los Estados, en cierta calle bastan- te hermosa que se llamaba entonces calle Vieja, y que, en efecto, deba ser muy vieja, alzbase un respetable edificio de poca elevacin y de caballete puntiagudo, provisto de tres ventanas que daban a la calle en el primer piso, de dos en el segundo, y de una pe- quea claraboya en el tercero. Haba una tradicin, segn la cual, esta casa fue habitada, en tiempo de Enrique III, por un consejero de los Estados, que la reina Catalina haba ido, segn unos a visitar, segn otros, a estrangular. Despus de muerto el consejero por estrangulacin o naturalmente, pues esto no hace al caso, la casa fue vendida, luego abandonada, y por ltimo, aislada de las otras casas de la calle. Slo a mediados del reinado de Luis XIII, cierto italiano llama- do Crpoli, escapado de las cocinas del mariscal de Ancre, haba ido a establecerse en esta casa. En ella fund una pequea hostera, donde se servan unos macarrones de tal modo refinados, que la gente iba a comer a ella de muchas leguas a la redonda. Lo ilustre de esta casa proceda de que la reina Mara de Mdicis, prisionera en el casti- llo de los Estados, haba mandado a buscarlos una vez. Y eso aconteci, precisamente, el mismo da en que escap por la famosa ventana. El plato de macarrones haba quedado sobre la mesa, desflorado solamente por la boca real. Este doble favor, de una estrangulacin y de un plato de macarrones, haba sugerido al pobre Crpoli la idea de nombrar a su hostera con un ttulo pomposo. Mas su cualidad de italiano no era una recomendacin en aquellos tiempos; su poca for- tuna, cuidadosamente guardada, no quera ponerse demasiado en evidencia.
  • 26. 26 26 Cuando se vio prximo a morir, lo cual aconteci en 1643, despus de la muerte del Rey Luis XIII, llam a su hijo, joven marmitn de las ms bellas esperanzas, y con las lgrimas en los ojos le rog que guardase bien el secreto de los macarrones, que afrance- sase su nombre, que se casase con una francesa, y, en fin, que cuando el horizonte polti- co se desembarazase de las nubes que 1e cubran, se hiciese fraguar por el herrero vecino una magnfica muestra, en la cual un famoso pintor, que l indic, dibujara dos retratos de reina, con esta leyenda: LOS MDICIS El bueno de Crpoli, despus de tales recomendaciones, slo tuvo fuerza para indicar a su joven sucesor una chimenea, en cuya campana haba escondido mil luises de diez francos, y expir. Crpoli hijo, que era hombre de energa, soport esta prdida con resignacin y el lucro sin insolencia. Primero comenz por acostumbrar al pblico a hacer pronunciar tan im- perceptiblemente la i final de su nombre, que, ayudndole la general complacencia, no se llam sino Cropole, nombre puramente francs. En seguida, casse con una francesita de quien se haba enamorado, y a cuyos padres arranc una dote razonable, mostrndoles lo que haba en la chimenea. Terminados estos dos negocios, ocupse en buscar al pintor que deba pintar la muestra, al cual encontr bien pronto. Era ste un viejo italiano, mulo de los Rafael y de los Correggio, pero mulo desdi- chado. Deca l que era de la escuela veneciana, sin duda porque le gustaban mucho los colorines: Sus obras, de las cuales jams vendi una; lastimaban la vista a cien pasos y disgustaban tanto a los vecinos, que concluy por no hacer nada. Siempre se alababa de haber pintado una sala de bao, para la seora marscala de An- cre, y se quejaba de que la tal sala se hubiese quemado cuando el desastre del mariscal. Crpoli, en su calidad de compatriota, era indulgente para con Pittrino. Este era el nombre del artista. Tal vez haba visto las famosas pinturas de la sala de bao. Siempre tuvo tal deferencia al famoso Pittrino, que, finalmente, se lo llev a su casa. Reconocido Pittrino y alimentado de macarrones, aprendi a propagar la reputacin de este manjar nacional; y ya en tiempo de su fundador haba prestado, por medio de su len- gua infatigable, grandes servicios a la casa Crpoli. Cuando iba envejeciendo se uni al hijo como al padre, y poco a poco se convirti en una especie de vigilante de una casa donde su probidad, su sobriedad reconocida, su cas- tidad proverbial y otras mil virtudes que juzgamos intil enumerar aqu, le dieron plaza, eterna en el hogar con derecho de inspeccin sobre los criados. Por otra parte, l era quien probaba los macarrones para conservar el gusto puro de la antigua tradicin, y preciso es decir que no perdonaba ni un grano de pimienta de ms, ni un tomo de queso de menos. Su gozo fue inmenso el da en que, llamado a compartir el secreto de Crpoli, hijo, fue encargado de pintar la muestra famosa. Se le vio revolver con entusiasmo en una antigua caja, donde hall unos pinceles un tanto rodos por los ratones, pero todava servibles, colores casi desecados en sus vejigas, aceite de linaza en una botella, Y en paleta que en otro tiempo haba pertenecido a Bron- cino, dios de la pintura, segn deca en su entusiasmo siempre juvenil el artista ultramon- tano.
  • 27. 27 27 Pittrino estaba preocupado con la alegra de una rehabilitacin. Hizo lo que haba hecho Rafael; cambi de escuela y pint a la manera de Albano dos diosas ms bien que dos reinas. Estas ilustres damas estaban de tal manera graciosas en la muestra, ofrecan a las sorprendidas miradas tal conjunto de blanco y rosa, resultado admirable del cambio de escuela de Pittrino, y afectaban posiciones de sirenas tan anacrenticas, fue el regidor primero, cuando fue admitido a ver esta obra maestra en la sala de Cropole, confes in- mediatamente que aquellas damas eran demasiado hermosas y estaban dotadas de un en- canto harto incitante para figurar como ensea a la vista de los transentes. Su Alteza Real Monsieur dijo que viene muchas veces a la ciudad, no quedara muy contento al ver a su ilustre madre tan ligera de ropa y os enviara a un calabozo, porque este glorioso prncipe no es muy tierno de corazn que digamos. Borrad, pues, ambas sirenas la leyenda, sin lo cual os prohibo la exhibicin de la muestra. Esto est en vues- tro inters, maese Cropole, y tambin en el vuestro, seor Pittrino. Esto no tena ms contestacin que dar las gracias al regidor por su atencin, y as lo hizo Cropole. Pero Pittrino qued mudo y decado. Conoca muy bien lo que iba a pasar. Apenas haba salido el regidor, cuando Cropole se cruz de brazos. Veamos, maestro dijo, qu hacemos? Vamos a quitar la leyenda contest con tristeza Pittrino. Aqu tengo un negro de marfil excelente; es cosa que se hace en una hora y reemplazaremos a los Mdicis con las Ninfas o las Sirenas, como mejor os plazca. Nada de eso repuso Cropole; as no se cumplira la voluntad de mi padre. Vuestro padre se refera a las figuras dijo Pittrino. Se refera a la leyenda replic Cropole. La prueba de que se refera a las figuras es que mand que fuesen parecidas, como lo son en efecto repuso Pittrino. S, pero si no lo hubieran sido, nadie las reconocera sin la leyenda. Hoy mismo, que esas personas clebres vanse borrando de la memoria de los habitantes de Blois, quin conocera a Catalina y a Mara, sin estas palabras: LOS MDICIS? Pero, seor, y mis figuras? pregunt Pittrino desesperado, porque senta que Cro- pole tena razn . Yo no quiero perder el fruto de mi trabajo. Tampoco yo deseo ir a la crcel. Borremos los Mdicis dijo Pittrino suplicante. No replic Cropole. Se me ocurre una idea sublime. Aparecern vuestra pintura y mi leyenda... Mdicis no quiere signifcar mdico en italiana? S, en plural. Iris, pues, a mandar al herrero que haga otra plancha para muestra; pintaris en ella seis mdicos y pondris debajo: LOS MDICIS... lo que hace un juego de palabras muy agradable. Seis mdicos! Imposible! Y la composicin? exclam Pittrino. Eso os asusta? Pues as ha de ser, lo quiero, es preciso, mis macarrones lo exigen. Esta razn no tena rplica, y Pittrino obedeci.
  • 28. 28 28 Compuso la muestra de los seis mdicos con la leyenda, que el regidor aplaudi. La muestra tuvo un gran xito. Lo que prueba que el pueblo nunca es muy artista, segn deca Pittrino. Cropole, para indemnizar a su pintor de cmara, colg en su alcoba las ninfas de la muestra desechada,: lo cual haca ruborizar a su mujer cuando las miraba al desnudarse por las noches. As fue cmo la casa de que hablamos tuvo su muestra, y cmo hubo en Blois una hos- tera de este nombre; teniendo por propietario a maese Cropole, y por pintor de cmara al maestro Pittrino. VI EL DESCONOCIDO Fundada y recomendada de esta suerte por la muestra; la hostera de maese Cropole, marchaba prsperamente. . No era una gran fortuna lo que se propona Cropole, pero confiaba con fundamento du- plicar los mil luises de oro que le dej su padre, sacar otros tantos de la venta de la casa, y vivir holgado e independiente como cualquier vecino de la ciudad. Cropole era muy aficionado al lucro, y acogi con mucha alegra la noticia de la llegada de Luis XIV. l, su esposa, Pittrino y dos marmitones, echaron mano a todos los habitantes del palo- mar, del corral y de las conejeras, de suerte que en los patios de la hostera de los Mdicis se oan tantos gritos y cacareos, como nunca se oyeron en otro tiempo en Roma. Por lo pronto slo haba un viajero en casa de Cropole: Era ste un hombre que no tena treinta aos, alto, hermoso y austero, o ms bien me- lanclico en todos sus gestos y miradas. Vesta traje de terciopelo negro con guarniciones de azabache, y un cuello, blanco y sencillo, como el de los ms severos puritanos, haca resaltar el color mate y delicado de su garganta juvenil; un bigote que apenas cubra su labio movible y desdeoso. Hablaba a las personas mirndolas de frente y sin afectacin, pero tambin sin timidez, de manera que el brillo de sus ojos azules se haca de tal manera insoportable; que ms de una mirada se' bajaba ante la suya, como sucede a la espada ms dbil en singular comba- te. En aquel tiempo en que los hombres criados todos iguales por Dios; se dividan, gracias a las preocupaciones, en dos castas distintas, el noble y el pechero, como se dividen ver- daderamente las dos razas negra y blanca, en aquel tiempo, decimos, el hombre cuyo re- trato vamos a bosquejar, no poda pasar sino por caballero, y de la mejor raza. Bastaba para esto ver sus afiladas y blancas manos, cuyos msculos y venas transparentbanse bajo la piel al menor movimiento, y cuyas, falanges enrojecan a la menor crispacin. Aquel caballero lleg solo a la casa de Cropole. Se haba apoderado, sin vacilar y aun sin reflexionar, del departamento ms importante que el posadero habale indicado, con propsito de rapacidad muy humilde segn unos, y muy loable segn otros; si admiten que Cropole fue fisonomista y conoca a la gente a primera vista.
  • 29. 29 29 Este departamento era el que formaba toda la fachada de la vieja casa: un gran saln iluminado por dos ventanas en el primer piso, un cuartito y otro encima. Apenas toc el caballero la comida que le sirvieron en su cuarto; slo haba dicho dos palabras a su husped pura prevenirle de que llegara un viejo llamado Parry, y para en- cargarle que lo dejasen subir. Despus guard un silencio tan profundo, que casi se ofendi Cropole, pues gustaba mucho de las gentes de buena compaa. En fin; el caballero se haba levantado muy temprano el da que comienza esta historia, y asomado a la ventana d su saln, apoyado en el alfizar, miraba tristemente a entram- bos lados de la calle, acechando sin duda la llegada del viajero de que haba hablado a su husped. De este modo vio pasar el escaso acompaamiento de Monsieur cuando volva de caza, y saboreaba, despus nuevamente la profunda tranquilidad de la ciudad, absorto como permaneca en sus meditaciones. De pronto, la multitud de pobres que iban a los prados, los correos que salan, las personas que fregaban el suelo, los proveedores de la casa real, los habladores mancebos de las tiendas, los carretones en movimiento, y los pajes que es- taban de servicio, todo este tumulto y baranda, le sorprendieron sin duda, pero sin que perdiera nada de la majestad impasible y suprema que da al guila y al len esa mirada suprema, y despreciativa en medio de los gritos y algazara de los cazadores o de los cu- riosos. Luego, los alaridos de las vctimas degolladas en el corral, los pasos apresurados de la seora Cropole en la escalera de madera, tan estrecho y sonora, y los saltos que al andar daba Pittrino, que haba estado fumando a la puerta con la flema de un holands, 'todo esto produjo en el viajero un principio de sorpresa y agitacin. Al tiempo que se levantaba, a fin de informarse, se abri la puerta de la sala. El desconocido crey que sin duda le conducan el viajero que impaciente esperaba, y dio con precipitacin tres pasos hacia la puerta que se abra. Pero en lugar de la cara que esperaba ver, fue mase Cropole quien apareci, y en pos de l, en la penumbra de la escalera, el semblante bastante gracioso, pero trivial por la curiosidad, de la seora Cro- pole, que ech una mirada furtiva al hermoso caballero y desapareci. Cropole se adelant alegre, con el gorro en la mano; y ms bien encorvado que inclina- do. El desconocido le interrog con un gesto sin decir una palabra. Caballero dijo Cropole, vena a preguntar cmo... deber llamar a vuestra seo- ra, si seor conde o seor marqus... Decid caballero y hablad al momento respondi el desconocido con acento altane- ro que no admita ni discusin ni rplica. Vena, pues, a enterarme de cmo habis pasado la noche, y si el caballero tiene in- tencin de conservar este aposento. Caballero, es que ha sucedido un incidente con el cual no habamos contado. Cul? S. M. Luis XIV entra hoy en nuestra ciudad y descansar en ella un da, o quiz dos. Una viva sorpresa apareci en el rostro del desconocido.
  • 30. 30 30 El rey de Francia viene a Blois! Est en camino, caballero. Entonces, razn de ms para que yo me quede dijo el desconocido. Muy bien, seor, mas os quedis con toda la habitacin? No os comprendo. Por qu he de tener, hoy menos que ayer? Porque, seor, vuestra seora me permitir decirle que no deb, cundo ayer escogisteis esta habitacin, fijar un precio cualquiera que hu- biese hecho creer a vuestra seora que yo prejuzgaba sus recursos..., al paso que hoya. El desconocido se ruboriz, pues al instante le ocurri la idea de que sospechaban que fuera pobre y que le insultaban por ello. Al paso que hoy repuso framente prejuzgis? Caballero, soy hombre honrado, gracias a Dios, y posadero, y con todo y como apa- rezco, hay en mi sangre noble. Mi padre era servidor y oficial del difunto seor mariscal de Ancre, que en gloria est! Yo no os contradigo sobre este particular; slo deseo saber, y saber pronto, qu se reducen vuestras preguntas. Sois demasiado razonable, caballero, para conocer que la ciudad es pequea, que la Corte va a invadirla, que las casas se llenarn de gente, y que, por consiguiente, los alqui- leres van a adquirir un valor considerable. El desconocido se ruboriz otra vez. Poned las condiciones djole. Lo hago con escrpulo, caballero, porque busco una ganancia honesta, y porque deseo hacer mi negocio sin ser descorts ni grosero con nadie. Y como el aposento que ocupis es grande y estis solo. Eso es cuenta ma. Oh! Verdaderamente; yo no despido al caballero! La sangre fluy a las venas del desconocido; y lanz sobre el pobre Cropole, descen- diente de un oficial del seor mariscal de Ancre, una mirada que le hubiera hecho entrar bajo la campana de la famosa chimenea, si Cropole no hubiera estado clavado en su sitio por tratarse de sus intereses. Deseis que me vaya? dijo. Explicaos, pero pronto seor. Seor, no me habis comprendido; esto que hago es muy delicado, pero yo me ex- pres mal, o quiz como sois extranjero, lo cual reconozco en el acento... En efecto, el desconocido hablaba con esa dificultad que es el principal carcter de la acentuacin inglesa, aun entre los hombres de esta nacin que hablan ms correctamente el francs. Como sois extranjero, repito, quiz seis vos quien no penetre todo el sentido de mi razonamiento. Yo pretendo que el caballero podra dejar una o dos de las tres piezas que ocupa, lo cual disminuira bastante el alquiler y tranquilizara mi conciencia, pues es duro aumentar extraordinariamente el precio de las habitaciones, cuando se tiene el honor de evaluarlas en un precio equitativo. Cunto es el alquiler desde ayer? Seor, un luis con la manutencin y el cuidado del caballo. Est bien. Y el de hoy?
  • 31. 31 31 Ah! He ah la dificultad! Hoy es el da de la llegada del rey, si la Corte viene a dormir aqu se cuenta el da de alquiler. Resulta, que tres cuartos a dos luises cada uno; son seis luises. Dos luises, caballero, no son nada; pero seis luises son mucho. El desconocido; de rojo que se le haba visto, convirtise en plido, y sac con valor heroico; una bolsa bordada de armas que ocult cuidadosamente en el hueco de la ma- no. La tal bolsa era tan flaca, tan floja; tan hueca, que no escap a los ojos de Cropole. El desconocido vaci la bolsa en su mano; slo contena dos luises dobles, que compo- nan seis; como el hostelero le pidi. Sin embargo, eran siete los que Cropole haba exigido; y mir al desconocido como pa- ra decirle: No ms? Falta un luis, no es eso, seor posadero? S, seor, ms... El desconocido meti la mano en el bolsillo de su gabn y sac una cartera pequea, una llave de oro y algunas monedas de plata. Con estas monedas compuso el total de un luis. Gracias, caballero dijo CropoleAhora me resta saber si pensis habitar todava maana este departamento, en cuyo caso os lo conservar; mas si el caballero no piensa en eso lo prometer a las gentes de Su Majestad que van a venir. Eso es razonable dijo el desconocido despus de un largo silencio; pero como ya no tengo ms dinero, segn habis podido ver, como, a pesar de eso, deseo conservar este departamento, es necesario que vendis este diamante en la ciudad, o que lo guardis en prenda. Cropole examin tanto tiempo el diamante que el desconocido se apresur a decir: Prefiero que lo vendis, porque vale trescientos doblones. Un judo, vive algn ju- do en Blois? os dar por l doscientos, ciento cincuenta tal vez; tomad lo que os diere, aunque no os ofrezca ms que el precio de vuestro alquiler. Corred! Oh! Caballero exclam Cropole avergonzado de la inferioridad que le echaba en cara el desconocido, por ese abandono tan noble y tan desinteresado, y tambin por su inalterable paciencia a tantas mezquindades y sospechas. Ah! caballero, me parece que no se robar en Blois, como vos parecis creer, y va- liendo el diamante lo que decs... El desconocido lanz nuevamente a Cropole una de sus miradas. Yo no entiendo de eso, compaero, creedme exclam ste. Pero los joyeros s entienden; preguntadles dijo el desconocido. Ahora, creo que nuestras cuentas estn terminadas, no es verdad? S, seor, y tengo un gran sentimiento porque temo haberos ofendido. De ninguna manera replic el desconocido con la majestad de quien todo lo puede, Ha de haber parecido llevar ms de lo equitativo a un noble viajero... Poneos en el caso, seor, de la necesidad. No hablemos ms de eso, os digo, y hacedme el favor de dejarme solo.
  • 32. 32 32 Cropole inclinse profundamente y sali con aire extraviado, que anunciaba en l un corazn excelente y un verdadero remordimiento. El desconocido fue a cerrar la puerta, y mir cuando estuvo solo el fondo de la bolsa de donde haba tomado un saquito de seda donde estaba el diamante, su nico recurso. Tambin interrog el vaco de sus bolsillos, mir los papeles de su cartera, y se persua- di de la absoluta desnudez en que iba a encontrarse. Entonces levant los ojos al cielo con un movimiento sublime de calma y de desespera- cin, enjug con sus manos alguna gota de sudor que humedeca su noble frente, y des- cans sobre la tierra aquella mirada, llena un momento antes de majestad divina. La tempestad acababa de pasar lejos de s; quiz haba orado en el fondo de su alma. Volvi a acercarse y a tomar su sitio en la ventana, y all permaneci inmvil, muerto, hasta el momento en que, comenzando el cielo a obscurecerse, brillaron las primeras an- torchas, dando la seal de la iluminacin a todas las ventanas y balcones. VII PARRY Mientras el desconocido miraba con inters estas luces y prestaba atencin a tales mo- vimientos, maese Cropole entr en su habitacin con dos criados que prepararon la mesa. El extranjero no prest a ningno de ellos la menor atencin. Entonces Cropole, aproximndose a su husped,, le desliz al odo estos palabras con el ms profundo respe- to: Caballero, el diamante ha sido apreciado. Ah! murmur el viajero . Y en cunto? Seor, el joyero de Su Alteza Real da por l doscientos ochenta doblones de oro. Los tenis? He credo que deba tomarlos, caballero; no obstante, he puesto por condiciones de venta que si querais conservar vuestro diamante hasta que tuvieseis fondos... el diamante os sera devuelto. Nada de eso. Os he dicho que lo vendis. Entonces, he obedecido, o algo menos, puesto que sin haberlo vendido definitiva- mente he tomado el dinero. Cobraos repuso el desconocido. Lo har, caballero, ya que lo exigs tan imperiosamente. Una melanclica sonrisa pleg los labios del caballero. Poned el dinero sobre ese cofre dijo volviendo la espalda al mismo tiempo que le indicaba el mueble con un ademn. Cropole coloc en l un saco bastante repleto, de cuyo contenido sac el precio de su alquiler.
  • 33. 33 33 Ahora, caballero dijo, no me daris el disgusto de no cenar... Ya habis rehusa- do la comida, lo cual es ultrajante para la casa de Los Medicis. Ya veis, la cena est ser- vida, y aun me atrevo a aadir que tiene buena cara y buen sabor. El desconocido pidi un vaso de vino; cort un pedazo de pan, y no, se separ de la ventana ni para comer ni para beber. Al poco rato oyse un estrepitoso ruido de timbales y trompetas; los gritos que se alza- ban a lo lejos y un confuso rumor aturdi la parte alta de la ciudad; el primer ruido distin- to que hiri los odos del extranjero, fue el andar de los caballos que se aproximaban. El rey! exclam Cropole, que se alej de su husped y de sus ideas de delicadeza para satisfacer su curiosidad. Con Cropole tropezaron y confundieron en la escalera la seora Cropole, Pittrino, los ayudantes y los marmitones. El squito avanzaba lentamente, iluminado por centenares de antorchas, ya desde la calle, ya desde las ventanas. Despus de una compaa de mosqueteros y de un cuerpo compacto de caballeros, vena la litera del cardenal Mazarino, arrastrada como una carroza por cuatro caballos negros. Detrs de ella marchaban los pajes y las gentes del cardenal. A continuacin iba la carroza de la reina madre, con sus damas de honor a las portezue- las y sus caballeros montados a los lados. El rey apareca detrs, montado en un admirable caballo de raza sajona de largas crines. El joven prncipe mostraba, saludando a algunas ventanas, de donde salan las ms vivas aclamaciones, su noble y gracioso rostro iluminado por ras antorchas de sus pajes. A los lados del rey, pero dos pasos ms atrs, el prncipe de Cond, el seor Dangeau y otros veinte cortesanos, seguidos de sus gentes y bagajes cerraban la marcha verda- deramente triunfal. Esta pompa era de ordenanza militar: Tan slo algunos viejos cortesanos llevaban el vestido de viaje; todos !os dems vestan el traje de guerra. Muchos de ellos se vean con el alzacuello y coleto, como en la poca de Enrique IV y de Luis XIII. Cuando el rey pas par delante del desconocido, que se haba inclinado sobre el' alfi- zar para ver mejor, y que haba ocultado la cara al apoyarse sobre los brazos, sinti hin- charse y desbordar su corazn de amargos celos. Embriagbale el ruido de las trompetas, las aclamaciones populares ensordecanle, y por un momento dej abandonada su razn en medio de aquel torrente de luces; de tu- multo y de brillantes imgenes. El es rey! exclam con tal acento de desesperacin y de angustia, que debi llegara los pies del trono de Dios. Y, antes de que volviera de su sueo sombro, se desvanecieron todo aquel ruido y todo aquel esplendor. Slo quedaron algunas voces discordes y roncas que gritaban de vez en cuando. Viva el rey! Tambin quedaron las seis luminarias que tenan los habitantes de la hostera Los M- dicis, es decir: dos por Cropole, dos por Pittrio y una por cada marmitn: Cropole no cesaba de repetir:
  • 34. 34 34 No. hay duda que es el rey, y que se parece a su difunto padre, en lo hermoso deca Pittrino. Y que tiene un aspecto orgulloso! aada la seora Cropole, ya en promiscuidad de comentarios con los vecinos y vecinas. Cropole alimentaba estos propsitos con sus observaciones personales, sin notar que un anciano a pie, pero que arrastraba de la brida a un caballito irlands, trataba de penetrar por el grupo de mujeres Y de hombres que estaban estacionados ante su casa. Pero en este momento oyse en la ventana la voz del extranjero: Buscad el modo, seor posadero, de que se pueda entrar en vuestra casa. Entonces se volvi Cropole, distingui al anciano y le hizo abrir paso. Cerrse la ventana. Pittrino mostr el camino al recin venido, que entr sin pronunciar una palabra. El extranjero le esperaba en el descanso de la escalera, abri sus brazos al viejo y le lle- v a una silla; pero ste se resisti. Oh! No, no, milord! dijo ; sentarme en vuestra presencia! Jams! Parry dijo el caballero, os lo suplico... vos que vens de Inglaterra de tan lejos! Ah! No es a vuestra edad cuando deben sufrirse fatigas semejantes a las de mi servicio. Reposad... Ante todo, milord, tengo que daros una respuesta. Parrypor Dios, no me digas nada... porque si la noticia hubiese sido buena; no comenzaras tu frase de ese modo. Das un rodeo, y eso quiere decir, que la noticia es ma- la. Milord replic el viejo, no os alarmis tan pronto. Pienso que no se ha perdi- do todo. Lo que se necesita es voluntad y perseverancia, y especialmente resignacin. Parry contest el joven aqu he venido solo, atravesando mil peligros: crees en mi, voluntad? He meditado este viaje por espacio de diez aos, a pesar de todos los con- sejos y de todos los obstculos: crees en mi perseverancia? Esta misma noche he ven- dido el diamante, el diamante de mi padre, porque ya, no tena con qu pagar mi