Alegoria de Nuestro Amor

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Ahora, me encuentro sentado en la ribera de tu isla, dándole la espalda al templo que erige tu dorso, que a la vez se apoya en los pies de un árbol contiguo a mi espalda, solo nos divide la piel seca de un muro que sube hasta el mundo de los fríjoles mágicos, piel agrietada, fría, olvidada. Muro color ocre, que en su corteza cuenta las más grandes tragedias. Decidí estar de pie un tris para poder leer una de las historias, mi sorpresa no fue poca, allí me enteré que en la antigua Grecia los dioses admiraban más el sacrificio del amado que el del amante, en ese tris el árbol me dijo que estaba exhausto, no del tiempo, si no de las historias que diariamente quedaban en sus hendiduras. Para alentarlo un poco eché un poco de agua en su raíz y se lamentó tan fuerte que pudiste advertir de alguien más en la isla, con brevedad lo abracé y percibí que esto era todo lo que él necesitaba, una abrazo entero, sereno, tal que sus grietas me fueron abriendo camino para poder verte. Sin dejar de enlazarlo con mis brazos pude abrirme paso entre el camino de grietas para estar contigo, como lo hacía en la libertad del tiempo, de las miradas, de los objetos pero fue ridículo, sí, allí estabas, sentada en posición fetal, refugiándote de nada, olvidándote de todo, estando ahí descubrí que las puntas de tus cabellos azules se juntaban con el verde del pasto, era como si el final del uno marcara el inicio del otro. Yo aún tenía la mitad del cuerpo en el interior del árbol, llamé a tu nombre por mucho tiempo, fue en vano, no recibí una respuesta concreta, no recibí nada, caí de rodillas y distinguí papeles blancos a tu al rededor, eran mis fragmentos, los que escribí para ti, todos! Ninguno estaba leído. Un sonido en el agua me advirtió el galopar de un caballo, dejé el muro por un momento y regresé a mi ribera, dicho galopar era de un unicornio, supe quién era. Siendo sincero no me agradaba verlo, la última vez, fue cuando él me dejo en una esquina, en una sucursal de Panamericana, me dejo allí esperando por ti, aquel día, él, antes de partir, me advirtió que nos volveríamos a ver en mucho tiempo “pasarán muchas cosas antes de volver por ti”-me dijo. En una de nuestras charlas él me contó que incluso había sido el unicornio de Confucio, el animal que se habia presentado a su madre antes de su nacimiento y volvió a presentarse a él antes de su muerte. Pues bien, ya sabía que al abandonarme en esa esquina tomaría sentido nuestra historia, lo que no concebí es que fuera tan; tan corta. Cuando vi su luz en la oscuridad de nuestro mar, comprendí que ya era momento de despedirte, era instante de responder el adiós que de tus labios yo había leído días antes. Ulteriormente le solicité un deseo, que me dejara escribir para ti un único y último poema.

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Ahora, me encuentro sentado en la ribera de tu isla, dándole la espalda al templo que erige tu dorso, que a la vez se apoya en los pies de un árbol contiguo a mi espalda, solo nos divide la piel seca de un muro que sube hasta el mundo de los fríjoles mágicos, piel agrietada, fría, olvidada. Muro color ocre, que en su corteza cuenta las más grandes tragedias.

Decidí estar de pie un tris para poder leer una de las historias, mi sorpresa no fue poca, allí me enteré que en la antigua Grecia los dioses admiraban más el sacrificio del amado que el del amante, en ese tris el árbol me dijo que estaba exhausto, no del tiempo, si no de las historias que diariamente quedaban en sus hendiduras. Para alentarlo un poco eché un poco de agua en su raíz y se lamentó tan fuerte que pudiste advertir de alguien más en la isla, con brevedad lo abracé y percibí que esto era todo lo que él necesitaba, una abrazo entero, sereno, tal que sus grietas me fueron abriendo camino para poder verte.

Sin dejar de enlazarlo con mis brazos pude abrirme paso entre el camino de grietas para estar contigo, como lo hacía en la libertad del tiempo, de las miradas, de los objetos pero fue ridículo, sí, allí estabas, sentada en posición fetal, refugiándote de nada, olvidándote de todo, estando ahí descubrí que las puntas de tus cabellos azules se juntaban con el verde del pasto, era como si el final del uno marcara el inicio del otro. Yo aún tenía la mitad del cuerpo en el interior del árbol, llamé a tu nombre por mucho tiempo, fue en vano, no recibí una respuesta concreta, no recibí nada, caí de rodillas y distinguí papeles blancos a tu al rededor, eran mis fragmentos, los que escribí para ti, todos! Ninguno estaba leído.

Un sonido en el agua me advirtió el galopar de un caballo, dejé el muro por un momento y regresé a mi ribera, dicho galopar era de un unicornio, supe quién era. Siendo sincero no me agradaba verlo, la última vez, fue cuando él me dejo en una esquina, en una sucursal de Panamericana, me dejo allí esperando por ti, aquel día, él, antes de partir, me advirtió que nos volveríamos a ver en mucho tiempo “pasarán muchas cosas antes de volver por ti”-me dijo.

En una de nuestras charlas él me contó que incluso había sido el unicornio de Confucio, el animal que se habia presentado a su madre antes de su nacimiento y volvió a presentarse a él antes de su muerte. Pues bien, ya sabía que al abandonarme en esa esquina tomaría sentido nuestra historia, lo que no concebí es que fuera tan; tan corta. Cuando vi su luz en la oscuridad de nuestro mar, comprendí que ya era momento de despedirte, era instante de responder el adiós que de tus labios yo había leído días antes.

Ulteriormente le solicité un deseo, que me dejara escribir para ti un único y último poema.

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No(s) dejamos.

Déjame ser tu mejor atuendo y escóndeme en el pozo de tu closet, recuerda no utilizarme en tus fechas especiales. Hazlo como siempre, desempólvame solo cuando me necesites.

Me dejo ser tu gato para que me ahogues y en tus brazos y pueda dormir en tu regazo.

No me dejaste ser el labial que nunca utilizas, estar inerme en tu boca y besar unos labios que no serán los míos.

No dejo que hagas de mi un libro cerrado, una cosa dentro de las cosas. Pero de ser así Déjame en el olvido que está bajo tu cama para poder guardar tus sueños caídos.

Deja que mis dedos actúen como una pluma, no me resigno a no dejar que tu cuerpo quiera ser papel, dejemos que las sabanas sean nuestro estudio, no dejemos que las lágrimas sean nuestra tinta. De este modo solo mi pluma y tu espalda sabrán de esa historia que escribimos en un alba que no queríamos dejar que fuera día.

No me dejo ser tu borrachera para que en una noche me disfrutes y al amanecer me olvides.

No dejaré que te salude para que no puedas despedirte.

No me dejaste, no te dejé, no dejaste que pasara, no dejé que pasara. No(s) dejamos.

Antes de tomar partida con el unicornio le dije que me diera unos minutos más, abrace al árbol tan fuerte que llegué a ti sin mucha dificultad, dejé el poema en tus piernas y me aferre a ti tan

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estrechamente mientras pude. En ese corto fragmento solo quise incorporarme en ti, como tú lo hiciste en el frio alba de tu morada, en un sofá donde hice el amor como nunca lo había hecho, donde reinvente el amor. Incorporate/incorporarme, aún me es difícil de comprender.

En nuestro estrechamiento mire tu rostro, era inexpresivo, no me importó, recosté mi cabeza cerca a tu oído y dije “deja que me lleve esas pequeñas cosas que no vi en su tiempo, déjame guardar tu sonrisa en mis oídos, tu mirada en mis fotografías, tus labios en mis dientes, tu olor en mi respirar, tu respirar en mi cuello, tus brazos en mis hombros, y tus manos en mi espalda.

Deja que me lleve cada una de tus palabras, las pensadas, las habladas y las escritas, cada confesión, cada momento de tristeza, de rabia, de alegría, dame tu miedo y prometo que a la mitad del camino lo dejaré en la mitad de la nada”.

Sentía que tenía tanto, tanto por decirte pero todo lo dejé al lado tuyo, soñando con que tus ojos se pierdan entre sus líneas, di un beso en tu frente, me levanté y vi que mis lágrimas no separaron el pasto de tu cabello, -ya no más –me dije. Éste ya es nuestro último adiós, como no creo en la existencia del tiempo tampoco creo que sea poco lo necesario para poder sacarte de mi, para poder hablarte, para extrañarte, para no querer besarte, para amarte…

Me subí al unicornio enfrentando la oscuridad, pensando en lo rico que era y lo pobre que ahora soy, tan solo me acompaña este traje de lino que se confunde con el amarillo del desierto, aún así me alegra lo rico que llegaré y lo pobre que veré a los demás.