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Desacatos ISSN: 1607-050X [email protected] Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social México Caballero, Juan Julián Recordando al maestro Luis Reyes García Desacatos, núm. 17, enero-abril, 2005, pp. 171-176 Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social Distrito Federal, México Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=13901710 Cómo citar el artículo Número completo Más información del artículo Página de la revista en redalyc.org Sistema de Información Científica Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto

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Desacatos

ISSN: 1607-050X

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Centro de Investigaciones y Estudios

Superiores en Antropología Social

México

Caballero, Juan Julián

Recordando al maestro Luis Reyes García

Desacatos, núm. 17, enero-abril, 2005, pp. 171-176

Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social

Distrito Federal, México

Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=13901710

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Tee Ñuu Yuku Yata.

E l tiempo sigue su curso; nada ni nadie osa dete-nerlo. Lamentablemente quienes vivimos sobrela faz de la tierra “vamos de paso”, aunque muy

pocos nos damos cuenta de ello. Cuando somos jóvenesvivimos nuestro mundo y nadie se molesta por escucharal otro, al viejo. Existe como una especie de ruptura en-tre una generación y otra. Cuando al joven le toca vivircomo vivió el viejo, entonces recuerda con melancolía yse pregunta por qué no escuchó cuando se le decía quetenía que comportarse bien ante los demás. En ese sen-tido, quienes vivimos en otras regiones, lejos de aquellosseres queridos a quienes conocimos en otros tiempos,no nos percatamos de lo que les sucede.

Los primeros días del mes de enero de 2004 estabantranscurriendo con mucha tranquilidad; al menos eso eslo que se supone que estaba ocurriendo. Aquel jueves 22

de enero era como otro día más en el calendario grego-riano cuando súbitamente se difundió la noticia entre loscompañeros del CIESAS-Istmo de que el maestro Luis Re-yes García había dejado de existir, aquel indio nahua quecon tanta pasión propuso y defendió el proyecto de for-

mación profesional de los indígenas mexicanos. La últi-ma batalla de su vida fue contra la enfermedad cardiacaque venía padeciendo desde hacía tiempo, a pesar de sufortaleza, fruto de una dieta alimenticia constituida conbase en productos naturales y, por supuesto, en el pulque,que abunda por el poblado de Tlatelulco, una comunidadde origen nahua cercana a la ciudad de Santa Ana Chaiun-tempan, Tlaxcala, donde el maestro estaba avecindadodesde hacía cerca de dos décadas.

Quienes lo conocimos de cerca, primero como alum-nos del Programa de Formación Profesional de Etnolin-güistas desarrollado en Pátzcuaro, Michoacán, y más tardeen el Centro de Integración Social (CIS) de San PabloApetatitlán, Tlaxcala, como parte del cuerpo docente, lanoticia nos dejó casi fríos y caló en lo más profundo denuestro ser. No dábamos crédito de la fatal noticia. Paraquien escribe estas notas, aún con las limitaciones de tiem-po por la carga de actividades, no era momento de decirNO, había que realizar un esfuerzo por acompañar en elúltimo momento al maestro y, por supuesto, a sus her-manos y hermanas a quienes también conocimos, cuan-do nos reuníamos a compartir alguna alegría en estosmás de veinte años transcurridos.

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Recordando al maestro Luis Reyes García

Juan Julián Caballero

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juan julián caballero: Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología [email protected]

Desacatos, núm. 17, enero-abril 2005, pp. 171-176.

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Quien escribe estas notas arribó a Amatlán de los Re-yes, Veracruz, cerca de la media noche del 23 para estarpresente en su sepelio que se llevó a cabo a mediodía delsábado 24 de enero. Había mucha gente, entre amigos,conocidos y familiares. Casi en la madrugada del sábado24 de enero, sus sobrinos, hermana, cuñado y otras per-sonas que se encontraban en la sala principal donde ya-cía su cuerpo, entre la bruma del humo de copal que seacostumbra en estos casos y que sirve para purificar elcuerpo de quien está a punto de partir a otra vida, súbi-tamente comenzaron a conversar con él como si estuvie-ra presente ahí, ora reclamándole que por qué regresó aTlaxcala a morir, ora alabándole que dejaba un mar deamigos con quienes compartió alegrías y consejos. Enotros momentos se escuchaban algunas canciones queel maestro solía oír en vida, como “Amor eterno”,“Cieli-to lindo”, etcétera.

Todo parece indicar que al maestro Luis Reyes Garcíano le alcanzó el tiempo para terminar muchos compro-misos. En su natal pueblo de Amatlán de los Reyes, su

casa estaba inconclusa; se quedó a medio construir. Locurioso es que era el mismo diseño de la vivienda quedejó en Tlatelulco: una casa muy alta y espaciosa en laplanta baja; espacio propio para reuniones con amigos yconocidos del mundo de los antropólogos, de los etnólo-gos y de los historiadores.

Con la desaparición física del maestro Luis Reyes Gar-cía (el indio nahua, como él se autonombraba), quieneslo conocimos de cerca y que por accidentes de la vidafuimos sus alumnos y posteriormente sus colaboradoresen la tarea de formar a otros jóvenes de origen indígena,no podemos sentir en este momento más que nostalgiapor la irreparable pérdida de alguien como él que co-noció y convivió con dos generaciones de los primerosintelectuales de los pueblos originarios de México: losEtnolingüistas. Desde mi experiencia personal, quieroresaltar aquí al maestro como estudioso del pasado y delpresente de los pueblos indígenas, al humanista y, final-mente, al defensor y acompañante de quienes necesita-ban de sus consejos.

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Luis Reyes, 1979. Foto: Fondo Teresa Rojas, CIESAS.

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En su empeño por contribuir en la formación de nue-vos dirigentes de sus comunidades de origen, según loque hemos leído de los estudiosos que se han preocupa-do por la situación precaria en que aún viven los pueblosindígenas, Luis Reyes junto con otros destacados indige-nistas como Enrique Valencia, Guillermo Bonfil Batalla,Mercedes Olivera, Salomón Nahmad, Leonel Durán, Ar-turo Warman, Teresa Rojas, Stefano Varese, Nemesio J.Rodríguez y otros, se aventuraron a diseñar el proyectoque más tarde se denominaría Programa de FormaciónProfesional de Etnolingüistas, que por cuestiones políti-cas sólo tuvo dos generaciones: una en las instalacionesdel CREFAL de la ciudad de Pátzcuaro, Michoacán, entre1979 y 1982; y la segunda en el Centro de Integración So-cial de San Pablo Apetatitlán, Tlaxcala, entre 1983 y 1987.El maestro Luis Reyes García fue el dinámico e infatiga-ble coordinador del proyecto en ambas generaciones.

En su empeño por formar a sus correligionarios no so-lamente soportó las críticas y cuestionamientos de suscompañeros antropólogos, etnólogos, lingüistas e histo-riadores que no son de origen indígena, sino también dequienes ya no se sienten indígenas. Por citar algunos ejem-plos, en el marco del foro “Política del lenguaje en Méxi-co”, celebrado los días 13 y 14 de junio de 1980, hubo detodo: desde propuestas para enriquecer el contenido delPrograma de Etnolingüistas hasta críticas viscerales co-mo las expresadas por Marcela Lagarde y Daniel Cazéscuando sostenían que con el programa, refiriéndose a losdiseñadores del proyecto,

Los intelectuales indigenistas idean la formación de un nue-vo tipo de intelectuales orgánicos seleccionados de entrelas élites de técnicos aplicadores de la política educativa;nace así, con criterios segregacionistas, una Escuela Nacio-nal de Caciques Ilustrados e Indios Profesionales a la quese ha llamado provisionalmente Programa de Formaciónde Etnolingüistas… (Lagarde y Cazés, 1980: 168).

Según estos críticos, con la formación profesional de et-nolingüistas se estaba preparando a los futuros “caciquesilustrados” para sustituir a los tradicionales que estabanmanipulando a sus coterráneos en las comunidades.

Quienes vivimos esta etapa de formación profesionalpodemos señalar que el maestro Luis Reyes García, así co-

mo otro antropólogo de origen purépecha, el maestroAgustín García Alcaraz —autor del libro Tinujei. Lostriquis de Copala—, no sólo estaban preocupados por eldesarrollo del programa, sino que ambos conocieron decerca los vicios arraigados de los jóvenes de origen indí-gena, es decir, el rostro oculto de los jóvenes. Antes dedesaparecer físicamente de este mundo, el maestro LuisReyes escribió sobre muchos temas y dejó constancia deello, pero quedaron muchas cosas pendientes: su impre-sión sobre los hábitos y comportamiento de los cerca decien etnolingüistas formados bajo su coordinación du-rante las dos generaciones y también de quienes estuvi-mos colaborando tiempo después con él.

Su profundo conocimiento sobre la situación de colo-nización de los pueblos originarios de México, a travésde los documentos de archivos parroquiales, judiciales,Archivo General de la Nación y del Archivo General de In-dias, y de sus propias vivencias personales como nahua, lollevó a cuestionar cualquier forma de colonización. Unaevidencia de esta posición la podemos confirmar en susescritos cuando señala:

Los españoles siempre han tratado de ocultar y justificar labrutalidad de que se han valido para imponerse. No merefiero […] al genocidio de sobra conocido al producirsela invasión, y que se prefiere llamar con el eufemismo de“guerra de conquista” e incluso como “pacificación”. Merefiero aquí el etnocidio llevado a cabo por hombres quellaman “santos”, “seráficos” y “humanistas” (1983: 11).

Sus enseñanzas sobre la realidad indígena, eternamentenegada por las instituciones educativas mexicanas, pro-vocaron de alguna forma reacciones muy positivas en sumomento de quienes participamos como alumnos en elPrograma de Formación Profesional de Etnolingüistas,pero también de quienes colaboramos con él durante eldesarrollo de la segunda generación entre 1983 y 1987.A algunos de nosotros, los Etnolingüistas, como dice eldicho popular, “nos cayó el veinte”; en otros casos ni si-quiera eso. Entre los primeros, aunque no de manerasuficiente, al término de nuestra formación como etno-lingüistas tratamos de provocar reflexiones entre otroscorreligionarios sobre nuestra realidad social, cultural,política, lingüística y económica frente al otro sector de

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la sociedad mexicana: los mestizos. En el segundo caso, lagran mayoría de los Etnolingüistas, cuando en su posi-ción, por muchos compartida, de maestros bilingües noencontraron condiciones óptimas para desarrollar lasactividades etnolingüísticas en sus propias regiones deorigen, simplemente se olvidaron de su formación pro-fesional y se refugiaron en sus labores cotidianas comosi no hubiera pasado nada y sólo quedó el bello recuerdode la oportunidad que tuvieron de obtener una beca-co-misión para su formación profesional en otros niveles.

Tomando en cuenta a las dos generaciones podemoshablar de 95 etnolingüistas: 53 de la primera generacióny 42 de la segunda, procedentes de 19 pueblos originarios:maya, mixteco, nahua, ñahñú, purépecha, totonaco, za-poteco, chinanteco, chol, mayo, mazateco, mixe, tének, tla-paneco, tzeltal, tzotzil, zoque, popoluca y chontal, de once

estados de la República (Julián Caballero, 1988: 1-4). Lostemas abordados en sus tesis giran en torno a la realidadde sus pueblos y son, entre otros, los siguientes: cuatrotesis sobre etnobotánica; diez temas de educación; 28 te-sis sobre lingüística y sociolingüística; 26 tesis sobre pro-blemas agrarios, recursos naturales y economía; diez sobreclases sociales y relaciones políticas; dos de etnocidio;siete sobre problemas religiosos y, finalmente, ocho sobreproblemas de resistencia armada y cultural.

Además, durante el desarrollo de la primera genera-ción del Programa de Etnolingüística se produjeron lossiguientes ensayos, trabajos y documentos: tres trabajosmayas, siete ensayos mixtecos, un trabajo nahua, tres pu-répechas y cuatro trabajos del Taller de tierras (Reyes Gar-cía, 1982: 306-307). Durante el desarrollo de la segundageneración se produjeron los siguientes textos: 15 pro-puestas de alfabetos prácticos, 15 bibliografías y fuenteshistóricas, 12 ensayos sobre educación, 14 vocabularios, 15

programas de radio, 52 ensayos sobre temas de lingüís-tica, medicina, educación y de problemas sociales y losdiarios de campo de 45 estudiantes (Reyes García, 1988).

Quienes compartimos los momentos de alegría y deangustia con el maestro Luis Reyes nunca detectamosenojo alguno de él; siempre estuvo atento a escuchar lasdemandas y los reclamos hasta de sus propios impugna-dores. Sin embargo, de manera calculada resolvió, enalgunos casos, deslindarse de su responsabilidad, pres-cindiendo del apoyo académico de algunos profesorescuando se enteraba de que algunos de éstos se expresabanmal de los estudiantes indígenas o incurrían en actitudesdiscriminatorias y racistas. Así ocurrió durante el desa-rrollo de la primera generación llevado a cabo en Pátz-cuaro, Michoacán, y también durante la segunda gene-ración en San Pablo Apetatitlán, Tlaxcala.

De la misma manera en que estuvo atento para defen-der a sus “muchachos” de cualquier agresión física o ver-bal, también lo estuvo para intervenir en la solución legalde los problemas de algunos, no pocos, que por no respe-tar las normas legales de la sociedad cayeron en manos dela autoridad judicial. Así ocurrió en la ciudad de Pátzcua-ro y en la población de San Pablo Apetatitlán. Lo mismosucedió cuando algún estudiante sufrió algún accidente;a todos nos tocó participar no pocas veces.

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Antonio Escobar, Luis Reyes, Teresa Rojas y Jorge Chávez, 1984. Foto:Fondo Teresa Rojas, CIESAS.

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En las relaciones personales allí establecidas siemprereinó el “buen humor” del maestro Luis Reyes García.Cuando aludíamos a alguna situación de infidelidad enla familia por el hecho de estar lejos del hogar, nos con-solaba diciendo que la infidelidad se da en todas las so-ciedades y que por qué preocuparnos de ello, total “conagua y jabón se borran los pecados…”

Cuando por alguna razón lo acompañábamos hacia laciudad de México desde San Pablo Apetatitlán, y cuan-do lo veíamos muy de madrugada bien bañadito, le pre-guntábamos a qué se debía el “sacrificio” por el frío tanintenso de los meses de diciembre y enero, simplementenos decía: “Me bañé temprano por si las dudas no hayoportunidad por ahí.”

Cuando veía a alguno con preocupaciones o molesto,vociferaba solamente: “Qué les pasa, maestros…, de quése preocupan, para todo hay solución en esta vida.” Siem-pre contaba con distintas formas de consolar las preo-cupaciones de sus amigos y conocidos. Con el paso deltiempo, nos percatamos de que el maestro Luis Reyesvivía para todos sin esperar nada a cambio; departió pa-labras de aliento para todos.

En otras ocasiones, al maestro Luis Reyes le tocaba vi-sitar a sus estudiantes cuando éstos se encontraban rea-lizando su periodo de trabajo de campo en sus propiasregiones o comunidades. Entonces lo hacía sin escatimaresfuerzo si había que llegar a pie o en camión. La “rutacrítica” que se nos exigía al salir al trabajo de campo leera más que suficiente para saber dónde se encontrabansus estudiantes. En una tarde de mayo de 1981 arribó a lacomunidad de San Antonio Huitepec, Zaachila, Oaxaca,lugar de origen de quien escribe estas notas, para super-visar si se estaban aplicando correctamente las técnicas deinvestigación. Al no haber un hotel en este poblado, nosfuimos a casa y ahí tuvimos el privilegio de hospedar almaestro Reyes en una cama de madera improvisada ysobre el petate. Al día siguiente, al compartir en la cocinade mi abuela Benita Santiago el almuerzo compuesto demole, frijoles, tortillas calientes recién quitadas del comal,una salsa hecha a mano y un atole de maíz, el maestroLuis Reyes disfrutó lo natural del almuerzo, y mi abuela,que no articulaba una sola palabra en castellano, a mí,su nieto, me comentó un par de veces lo bien que se

sentía al observar que el visitante había consumido to-do lo que le había servido, porque eso significaba quele había gustado lo “pobre del almuerzo”, pero que conese gesto compartía el espacio sagrado que es el solar decada quien.

Una anécdota que no se olvida. En las cercanías de San-ta Ana Chiautempan, Tlaxcala (comunidad de Tlaltelul-co), a mediados de la década de 1980 se hizo acreedor deun lote de terreno (unos tres mil metros cuadrados). Ahíconstruyó una casa a su estilo y allí fue el punto de en-cuentro de amigos y conocidos. También muy pronto sehizo de compadres de distintos niveles, porque fue pa-drino de cualquier ceremonia religiosa. Recuperó la for-ma de vivir de nuestras comunidades originarias: viviren la milpa. Resulta que una parte del terreno la ocupópara edificar su casa y otra buena parte para el cultivo demaíz, frijol y haba. Cuando compró el terreno ya habíamagueyes en los camellones (bezanas); tiempo más tar-de comenzó a “calarlos” para obtener primero el agua-miel y después el pulque listo para el consumo, pues elmaestro Luis Reyes tenía buen gusto por los productosdirectos del campo.

Durante el tiempo de la pizca de la mazorca llegabansus compadres (hombre y mujer). Su compadre lo acom-pañaba a recoger la mazorca y la comadre se dirigía a lacocina a preparar los sagrados alimentos. Cuando másfuerte se ponía el sol a las once de la mañana o doce deldía, el compadre, que es de la misma comunidad de Tlal-telulco, sabía exactamente dónde se podía conseguir pul-que a esa hora para calmar la sed. Ni tardo ni perezoso,el compadre se ofrecía a ir a buscar algo de ese “vital” lí-quido y no tardaba en regresar con un jarro de pulque.A esa hora se sentaban en la sombra de algún capulinara saborear el pulque y, cuando se agotaba, volvía el com-padre a buscar más. A la hora de la comida eran llama-dos a comer en la cocina y para entonces estaban ya ebrioscon puro pulque.

Después de la comida ya no regresaban a pizcar. Con-tinuaban saboreando pulque o bien algún otro tipo delicor, que a esa hora cualquier cosa caía bien. Al día si-guiente, volvía a repetirse la misma actividad, aunqueeran otros compadres. El asunto es que ese tramo de cul-tivo del maíz y otros granos le duraba al maestro Luis

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Reyes más de treinta días para terminar de recoger la co-secha, pero eran días de verdadera fiesta.

Esperamos que en otra vida siga compartiendo la mis-ma alegría y las mismas cualidades humanas con otrosseres que también se nos adelantaron.

Bibliografía

CIESAS, 1983, Plan de Estudios del Programa de FormaciónProfesional de Etnolingüistas, México (mecanograma).

CIS-INAH, 1979, “Plan de Estudios del Programa de Forma-ción Profesional de Etnolingüistas”, en Noticias del CIS-INAH, publicación bimestral, México.

Julián Caballero, Juan, 1988,“Algunas notas acerca de los et-nolingüistas indios”, en Aborigen, núm. 2, junio-julio,México.

Lagarde, Marcela y Daniel Cazés, 1980, “Política del lengua-je y lingüística aplicada: del segmento fonético al ejérci-to”, en Indigenismo y lingüística. Documento del Foro “Lapolítica de lenguaje en México”, UNAM, México, pp. 159-

169.

Reyes García, Luis, 1982, “Programa de formación profesio-nal en etnolingüística”, en Arlene Patricia Scalon y JuanLezama Morfín, México pluricultural. De la castellani-zación a la educación bilingüe y bicultural, SEP-DirecciónGeneral de Educación Indígena, México, pp. 389-307.

——, 1983, “La represión religiosa en el siglo XVI; la orde-nanza de 1539”, en Civilización, “Configuraciones en ladiversidad”, núm. 1, CADAL, México, pp. 11-35.

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Guadalupe Escamilla, Carmen Orozco, Alfredo López Austin y su esposa, Luis Reyes y Mario Ruz, 1993. Foto: Fondo Teresa Rojas, CIESAS.