Al lado de un narco

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Al lado de un narco Con cierto temblor en sus manos, gestos llenos de angustia, y su mirada fija en el recuerdo. Adela, como la llamaré a petición suya, me explicaba cómo se sentía frente el carácter de Antonio Correa al principio, cuando poco lo conocía. Un hombre que hablaba con mucha propiedad, fuerte, su presencia era muy notoria en el lugar que estuviese. Inspiraba respeto. Me contaba que los empleados le tenían miedo pero que a al mismo tiempo era muy amable. Comúnmente él decía que había sido un hombre humilde, como todas las personas de su pueblo natal, Apia, pero que perseverando en ‘los negocios’ había llegado donde estaba. Otra de las cosas que lo hacían particular era lo enamorado, “le decía a uno que estaba ‘muy buena’ mis compañeras y yo le huíamos. Pero eso sí, con traguitos encima empezaba a repartir plata porque sí y porque no.” Antonio Correa fue uno de los narcotraficantes que reinaron en la región durante los años ochentas y noventas del siglo anterior, al lado de Alquíver Tamayo y Olmedo Ocampo. Una época que marcó la historia del narcotráfico en el país. También conocido por el edificio que lleva su nombre y que está ubicado en la Carrera séptima en el centro de la cuidad. Además, el concesionario ‘Correautos’ que estaba situada en la avenida 30 de Agosto con calle 37, funcionó durante 10 años y fue donde Adela trabajó para Antonio, 5 años. Adela ingresó a la empresa en el año 1987 como secretaria de gerencia, al lado de Consuelo Correa, la hermana de Antonio, con quien llevaba una buena relación y era en ella en quien él tenía depositaba la mayor confianza.

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Al lado de un narco

Con cierto temblor en sus manos, gestos llenos de angustia, y su mirada fija en el recuerdo. Adela, como la llamaré a petición suya, me explicaba cómo se sentía frente el carácter de Antonio Correa al principio, cuando poco lo conocía. Un hombre que hablaba con mucha propiedad, fuerte, su presencia era muy notoria en el lugar que estuviese. Inspiraba respeto. Me contaba que los empleados le tenían miedo pero que a al mismo tiempo era muy amable.

Comúnmente él decía que había sido un hombre humilde, como todas las personas de su pueblo natal, Apia, pero que perseverando en ‘los negocios’ había llegado donde estaba. Otra de las cosas que lo hacían particular era lo enamorado, “le decía a uno que estaba ‘muy buena’ mis compañeras y yo le huíamos. Pero eso sí, con traguitos encima empezaba a repartir plata porque sí y porque no.”

Antonio Correa fue uno de los narcotraficantes que reinaron en la región durante los años ochentas y noventas del siglo anterior, al lado de Alquíver Tamayo y Olmedo Ocampo. Una época que marcó la historia del narcotráfico en el país. También conocido por el edificio que lleva su nombre y que está ubicado en la Carrera séptima en el centro de la cuidad. Además, el concesionario ‘Correautos’ que estaba situada en la avenida 30 de Agosto con calle 37, funcionó durante 10 años y fue donde Adela trabajó para Antonio, 5 años.

Adela ingresó a la empresa en el año 1987 como secretaria de gerencia, al lado de Consuelo Correa, la hermana de Antonio, con quien llevaba una buena relación y era en ella en quien él tenía depositaba la mayor confianza.

Me contó que una de sus primeras experiencias frente al carácter y la particular personalidad de Antonio, después de tener ya un poco más de confianza, fue un día que él invitó a todos los empleados a comer a ‘Pupeto’ un restaurante muy conocido, que en ese entonces estaba ubicado en la avenida 30 de agosto, “nosotras tratábamos de buscar mesas lejitos de él, pero él percibía que uno no quería sentarse cerca, entonces me decía: tranquila gordita que si vienen aquí a matarme, hacen ‘ochi’ con todos los marranos. Refiriéndose a que si venían a matarlo nos iban a matar a todos.”

Adela recordó particularmente un día que Antonio, mientras su esposa estaba en el baño, preguntó a su hermana “¿ella sabe de la llamada que no puede pasarme mientras mi esposa esté aquí?” Señalándola. Consuelo su hermana, con mucha discreción le informó rápidamente que cuando llamara Socorro Ramírez, por ninguna circunstancia debía pasar

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esa llamada; aunque Adela se imaginó el motivo de la advertencia, poco tiempo después confirmó que esa persona era la amante de ‘Don Antonio’ como ella le decía.

En el año 1989, en un día de trabajo normal, Consuelo informó a Adela que su hermano Antonio había sido secuestrado. Adela totalmente conmovida, me describía el momento en que se enteraba de tan trágica noticia; pues para ese tiempo ella ya le guardaba mucho cariño. Durante los días siguientes, Consuelo hizo constantes viajes sin informar a nadie para dónde se dirigía con tanta frecuencia, Adela era quien manejaba los cheques y pagaré, por ello sabía que Consuelo estaba manejando mucho dinero en los viajes.

“Un día ella me contó que todos esos viajes era para llevarle dinero a Don Antonio, pues ya había sido liberado después de 18 meses. Yo me entrevisté con él en Bogotá 15 días después de haber sido liberado, necesitaban a una que no fuera Consuelo para ir, y yo me ofrecí por darme el paseíto. Llegué a un hotel y estaba él, los guardaespaldas y el guerrillero que lo ayudó a salir del secuestro. Yo llevaba un sobre con tarjetas de crédito a nombre de Don Antonio y unos pagaré, y él súper contento me dijo

-gordita yo quedé muy agradecido porque todos fueron investigados y toda mi gente es muy honrada-

Y yo le dije sí señor pobres pero honrados.”

Entre lagrimas, recordaba cómo había encontrado a su jefe después de tanto tiempo de secuestro, “yo lo vi súper envejecido, muy, muy delgadito y me mostró una cicatriz de una herida que le hicieron en el antebrazo con un machete; estaba recostado en un sofá porque estaba muy débil. Yo le pregunté ¿Don Antonio y cómo lo liberaron? Y me dijo

-vea gracias a este hijo mío, estoy contando esta horrible historia- señalando al ex guerrillero.-Él y yo nos hicimos muy amigos cuando los que me secuestraron me vendieron a la guerrilla, yo no tenía idea quién me había secuestrado y él me contó quiénes había sido, además de eso gordita, me ayudó a salir de por allá y a vengarme de todo lo malo que me hicieron-”

Con mucha facilidad, como si hubiera sido ayer, Adela me narraba detalladamente cómo Antonio Correa, le especificó lo que había pasado durante su secuestro.

“Me mostró un recorte de periódico donde estaban todas las fotos de los hermanos y el esposo de Socorro Ramírez, la amante, en total eran cuatro personas, Don Antonio me dijo.

-estos ‘hijuetantas’ son los que me hicieron esto a mí, cuando consuelito dio 500 millones, ellos hicieron una fiesta, allá estaba Socorro, y después me vendieron a la guerrilla para que me mataran. Por eso ellos deben pagar-

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Yo le dije -¡ay Don Antonio pero uno no debe pagar con la misma moneda!- y él me respondió;

-gordita, ¿A vos te gustaría que te hubieran dejado encadenada en una mesa de madera de pies y manos?, yo traté de quitarme las cadenas con la misma mesa y ahí fue donde me pegaron el machetazo-”

Para Adela, todos esos asesinatos a los familiares de Socorro ocurrieron mientras su jefe seguía secuestrado. En ese entonces ella no entendía la razón de la masacre, eso la tuvo muy impresionada, aunque no lo relacionó mucho con Antonio pues, según ella, por esa época muy frecuentemente llegaban a la oficina y se enteraban de que habían matado a algún cliente. Pero después del relato de Correa le encontró sentido a dicha masacre.

Socorro Ramírez terminó viviendo en Bogotá con su madre y el hijo que había tenido con un hombre que se casó mientras Antonio Correa estuvo secuestrado. Ella quedó minusválida a causa de un atentado que Correa, en venganza por el secuestro y todo lo que tuvo que pasar a raíz del plan de Ramírez con sus hermanos.

Con mucha nostalgia y cierto sabor de amargura en sus ojos, Adela termina diciendo “Don Antonio murió hace 7 años de un enfisema pulmonar en la ciudad de Medellín.”