Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

187

description

Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

Transcript of Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

Page 1: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

~! Alfaomega ~rrJaj<S marcombo ~

Metodolog²A cualitativa en la ' hwatigacl·n &Odocultural t i

Emograf²a . ..

AngdA!,>tlirrc Bazr§n (Ed.) Å ) Å ~ Å ' Å ' Å ' Å ' Å ) Å ) Å ' Å } Å ) Å ') Å ) Å ') Å ) Å ) Å ' ) Å ) Å ) Å ) Å ) Å ) Å } Å ) Å ) Å Å Å Å Å Å Å Å

~ ; Universidad Nacional 1 Ŀ Federico Villarreal tÅ ANTRO PO LOGIA

https:/IWWW. facebook.comfgroups/espantropologla. untv/

Page 2: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

V

Cuando leo y escribo es habitual en m² o²r m¼sica, generalmente cl§sica. Tengo espe- cial predilecci·n por el piano y el viol²n, especialmente cuando act¼an de solistas en una orquesta. He o²do incontables veces los veintisiete conciertos de piano y Jos cinco conciertos de viol²n de Mozan, as² como los cinco conciertos de piano y el ¼nico protagonizado por un viol²n de Beethoven,

Su audici·n incansable me han hecho comprender, sentimientos aparte, las propiedades fractales de la m¼sica, as² como la naturaleza opuesta de uno y otro instrumento. Por esto, no tiene sentido preguntarse qu® es m§s m¼sica, si Ja que se interpreta con un piano o la interpretada con un viol²n. Y es que las notas producidas por el teclado producen uo sonido discontinuo, como las im§genes sueltas de los fotogramas de una pel²cula, mientras que las cuerdas van deshilvanando un sonido totalmente continuo, corno la acci·n que transcurre en el escenario de un teatro. De ah² que uno y otro instrumento despierten emociones diferentes. Esto puede comprobarse. por ejemplo, con la audici·n de dos conciertos de Bach: el concierto para viol²n y orquesta (BWV.1042) y el tercer concierto para clave y orquesta de cuerda (BWV.1054) el cual es una transposici·n del primero hecha por el propio compositor.

Justamente, por sus caracter²sticas opuestas, obras que se basan en el çenfrentamientoè entre ambos tipos ele sonido alcanzan momentos sublimes. Desde los austeros conciertos de Bach para clave y orquesta de cuerda (BWV.1052 a 1058) hasta el brev²simo pero intenso y expresivo, por sus contrastes r²tmicos, Concierto para piano y orquesta (op.42) de Schonberg, para ir desde el contrapunto polif·nico al dodecafonismo. El efecto es m§s visible. si cabe, en una obra como el popular Quinteto para piano y cuerdas (D.667) que Schubcrt escribi· inspir§ndose en la primera estrofa de su lied titulado Die Forelle (la trucha), pieza en la que desde el a/legro vivace inicial las teclas y los arcos desarrollan un di§logo homof·nico, considerado una de las expresiones m§s depuradas del romanticismo musical.

A mi modo de ver, esta dial®ctica entre la continuidad y la discontinuidad no es sino un reflejo del dualismo parad·jico con que accedemos a la realidad, dualismo que se ma- nifiesta tambi®n en otros pares fundamentales de la misma, como la materia y la energ²a, o, en t®rminos de la mec§nica cu¶ntica, los corp¼sculos y las ondas. La propia constante k de Planck es, a la vez, un signo de lo discontinuo dado por los saltos cu§nticos y de lo continuo como constante que es. Nuestro conocimiento necesita de ambos aspectos para aprehender el significado global, que no total, de la realidad.

Ruego al lector que no se sorprenda ante las anteriores disquisiciones musicales y f²sicas para prologar un libro sobre metodolog²a etnogr§fica. Porque, un reflejo de las citadas dualidades epistemol·gicas es el par cuantitativo y cualitativo. Lo cuantitativo (el

Pr·logo

Impresç en M®xico - Printcd in Mexico

Edi:-i~n autorizada para venta en M®xico, Colombia, Ecuador, Per¼, Bolivia, Venezuela, Chile, Centroam®rica, Estados Unidos y el Caribe.

Derechos reservados. Esta obra es propiedad intelectual de su autor y los derechos de publicaci·n en lengua espa¶ola han sido legalmente r.ansfcr²dos

" . al editor. Prohibida su reproducci·n parcial o total por cualquier medio sin permiso por escrito del propietario de los derechos del copyright.

Å

ISUN 970-15-0215-9

1\'licmbro de la C§mara Nacional de Ja Industria Editorial Registro No. 2317

0 1997 ALFAOMEGA GRUPO EDITOR, S.A. de C.V. Apartado Postal 7-1032, 06700 M®xico. D.F.

ÅÅ Å Å ÅÅ Å Å . , Å Å ÅÅ Å Å' .1. .l t

Ŀ' > Å > . , Å > . , . , Å Å - !) . ~ .. , . . , . , . ' Å - t Å... , . , . , . , . , a.,

Edici·n origina/ publicada por Marcombo, S. A., Barcelona, Espa¶a Derechos reservadosÉ 1.995

(()de los autores, 1995

Page 3: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

VII

Frcderic MUNN£

)

l .)

) ) ) ) ) ) ) )

1::)

?

11 d -are Es lo mismo que la conversaci·n entre un piano y un de bits suministrada por e iar 11 Å ÅÅ Å Å ff . de complemcntariedad. fom1ulado por viol²n, y que lo postulado por el pnncipio micro sico

Planck. . . . lo cualitativo sobre lo cuantitativo. lo cual El nuevo paradigma emerg~n~e pnonza r ado la ciencia tradicional. Esta inversi·n

invierte la relevancia que a ~ste ultimo le ha ot~ gd os.como son la matem§tica y la f²sica, conlleva un cambio de ®nfasis en los campos mr s u~ontramos en una etapa de lo que he hasta el punto de que puede afirm~r~e ~u~e nl~~ ;~ncias naturales, dxprcsi·n que no debe llamado çreblandec!miento mc~odol?grc~odo lo ~ontrario. y lo m§s interesante es que ese ser tomada en sentido ~yo:-iuvo sm~ ... humanas heterocalificadas de blandas. Proceso acerca dichas ciencias Û las cicnc1.1is . ' '. s humÅn:is puedan nrescindir ol²m-

. T ca que as ciencia ÅÅ Ŀ ,. En modo alguno, esto s1gn.Å ' . la realidad ue estudian. Es de esperar que 13

p²camente de Jos enfoques c~ant.1t~uvos ,de a re ensnrqla relaci·n entre los m®todos cua- nueva situaci·n \leve a las ciencias humanas P Ŀ . d Ŀ Ŀ modific:idos 1an10 en sus . . . tros quedan por çin ucc1onè . litalivos y euantuauvos. pues ~~n~~ Y 0 L 1~ ²co y trnscendcnte de la nueva situaci·n limitaciones como en sus pos1bihdades. o JÜ1"~1~omcntaristas cr²ticos de la teor²a de las se advierte a trav®s de las palabras ~e duno e r~Ŀst'vos es renunciar a predecir a cambio de cat§strofes de Thom: adoptar Jos meto os cua Å ,1 ' Å

comprender. . , 1 A . ensiblc a las cuestiones disputadas. ha 'En el presente libro, el profesor Ange guirre, s t rar una selecci·n de temas sobre . b d asto equipo de autores para ra " reunido y enea eza o u.n v §f Ahora bien como ®l mismo nos recucr-

Ja investigaci·n cualitativa de car§cter etno~r. reo. . Ŀ' Ŀ se propone la cmocro¶a Ŀ Ŀ Ŀ por el objeuvo que en pnnc1p10 Å Ü , da tanto e11molog1camentc como 1 . ~fi'a 1.1 p~\eogrnfia 0 la !!eogruf1a. Å . . . Ŀ CI est§ que como a soc1ogr.. Å Å " Å -

es una ciencia descnpuva. aro . Å . 1 to sin traspasar las presuntas fronteras de Ŀ Ŀ 6 se queda en lo mtenc1ona , Y es ' f² r , Ja pura scnpci n . . 1 Åfa de la antropolog²a. Si la ctnogra in uera

que la separan definic1onnlmente de la ctno 0.!l .Y Å .. aparte tendr²an -nayor . . 1 < d cuan111at1vos taxonom1.1s .. ~. meramente descriptiva, os meto os ' 'd ' Ŀ cia descr²otive los m®todos Y las . d. p or ser ante to o una cien ,. 1Ŀ 'Å relevancia en sus estu ios. ero p . . . aci·n etno r§fica quedan afectados por lo compren- t®cnicas con que se trabap en la mvcsugt . 1 gtodolog²a eualitativa les es inherente.

® Ŀ y en consecuencia, a me Å sivo y lo herrnen uuco, , . Ŀ1ĿdĿ des este; libro es un excelente est²mulo y, por P d ello Y ĿipĿ1rte de sus ull 1 a Ŀ Ŀ Ŀ . 1Ŀ . . .~ or to o ' Å . . . f1 . sobre los cuestiones comentac ĿÅ~. cu)"

consiguiente, una constante rnv1tac1·n a re, e~1onnr ~ Si"uen En este sentido, el inter®s de probl~m§tica subyace en cada una d:. las áy~gĿ;Û~ àu ra²; y 1ie":I hasla el de quienes cst~n su Jcctura sobrepnsa a las preo~upacionc~ e de ~ g .' Ŀa soclal y del conocimiento cienĿ interesados en Jos problemas ep1stemol·g1cos e. a c1enc! . , l E 'incluso de quienes nos de\e11:1 l:i mus1ca. ttfico en genera . .

,

Å Å Å Å Å Å Å Å Å Å Å Å Å Å Å VI

n¼mero, las unidades, el c§lculo) es discreto, discontinuo como las notas duras dadas por las teclas de un piano tpianofortc le llamaron los italianos). Pcrm²tascme advertir, de paso, que esto implica que por muchas teclas que hubiera siempre faltar²an notas intermedias, en las que subyacen las nociones de lo posible hasta lo infinito. S·lo en el l²mite, dado por el sallo a ese infinito. aparece la continuidad (el viol²n) y emerge lo cualitativo, Es lo que sucede con las curvas monstruosas, precedente de ln geometr²a fractal, estudiadas ya corno curio- sidad por algunos ma²cm§ticos del traspaso de siglo como Pcano.

Ahoru hicn. al menos hay dos posturas que expl²cita o impl²citamente tratan en Ja actualidad de dirimir este dualismo mcrapnrndigm§tico de 1111 modo radical: la positivista, que ndora el cuautitativismo, y la posunodcrnista, que conf²a en el cualitativismo. Para la primera. el conocimiento cient²fico debe venir avalado por la dureza metodol·gica, dada por 1111 rigor y un control traducibles en lo cuantificable y cuantificado. Es obvio que, desde tal perspectiva. referirse a la metodolog²a cualitativa, sea en etnograf²a sea en la ciencia social en general. resulta siempre desafiante.

Por su parle, el pensamiento postmodcrno. con una actitud ingenua, altisonante y de- cadente. va contra la uniformidad tecnocr§tica (Lyotard) y para solucionar las separaciones conceptuales tradicionales elimina el sujeto, el objeto. la realidad y la historia (Baudrillard), considerando que ®sta ha llegado a su fin como unidad (Vattimo), punto este ¼ltimo en el que parad·jicamente viene a coincidir con el liberalismo capitalista de Fukuyama. Pese a este çborr·n y cuenta nuevaè, en el fondo, el rechazo postmodernista de cualquier cuan- ti¶cnci·n as² como su visi·n fragmentada y nihilista sigue movi®ndose en las mismas coordenadas epistemol·gicas frente a las que reacciona, pues sus ataques a la totalidad Je contin¼an situando epig®nicnrncntc. aunque por v²a negativa, en un paradigma de las partes Ŀ y el todo. Por otra parte y sin perjuicio de la gratuidad de su apolog²a de la incertidumbre y lo imprevisible asf como de una aprehensi·n discontinua del mundo, estas caracter²sticas le aproximan al nuevo paradigma emergente de la complejidad.

Anlcs de referirme a dicho paradigma, debo se¶alar que de lo expuesto hasta aqu² creo que pueden deducirse dos cosas. La primera. que, irremediablemente, la mctodologfa cua- litutiva conltcva la metodolog²a cuantitativa. La segunda, que la discusi·n de fondo entre m®todos cuantitativos y cualitativos no es metodol·gica. S·lo tiene sentido planteada cpistcmol·gicamcntc y s·lo desde la epistemolog²a puede ser resucita. Y, desde ®sta, se ad- vierte que In cuesti·n no est§ ni en lo cualitativo ni en lo cuanritativo sino en c·mo se relacionan :1111ba.~ vertientes de lo real. Justamente esta relaci·n se encuentra hoy en un proceso de cambio.

Desde minutes de los a¶os sesenta estarnos asistiendo a un inter®s creciente por la matcnuitica cualitativa, cuyo origen moderno puede situarse representativamente en Poincar®. Esto es importante porque con ello el fundamento del pensamiento matem§tico se desplaza del c§lculo y la cantidad hacia el an§lisis de las propiedades. Una buena ilustraci·n de ello la proporcionan las geometr²as topol·gica y simpl®ctica, Pues bien, recicntfsimamentc est§n desarroll§ndose un n¼mero ya considerable de teor²as, con apoyo m§s o menos emp²rico, que en esta misma l²nea se aproximan cualitativamente a la realidad, descubriendo sendos aspectos in®ditos de la misma. Su com¼n denominador est§ en Ja complejidad. Con ello emerge un lenguaje conceptual nuevo, cuyos t®rminos (conjuntos borrosos, cat§strofes, fracta- les, caos, pcrcolaciones, cte.) responden a un conocimiento cualitativamente fundamentado.

Lo sugestivo de esto es que en tal contexto, lo cualitativo y lo cuantitativo dejan de tener un sentido alternativo. Porque la complejidad, si bien entroniza decididamente lo cualitativo, confiere a lo cuantitativo un ineludible car§cter instrumental. Un reflejo de ello lo tenemos en la evoluci·n de 111 inform§tica. Si ®sta. en principio, parec²a ser un puso mris hacia la rnatcmatizaci·n del conocimiento y a la postre de la realidad. su evoluci·n esl§ dejando claro que la clave del proceso reside en la base l·gica en que se sustenta, ya que el significado emerge de lo relacional y estructural sirvi®ndose del n¼mero como la cantidad

Page 4: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

lX

El Instituto de Antropologta de Barcelona ha trabajado, desde sus comienzos, en el estudio de la antropolog²a espa¶ola, promoviendo primeramente investigaciones sobre su fondo hist·rico, para as² conocer mejor nuestra realidad cultural, y procurando herramientas conceptuales para el trabajo antropol·gico.

A la primera demanda, respondi· con publicaciones como, La antropologia cultural en Espa¶a (1986), Historia de la antropologia espa¶ola (1992), Una historia de la antropo- logia balear (1992); Anuario de historia de la antropolog(a espa¶ola (desde 1992), etc., teniendo en curso de publicaci·n o preparaci·n, las historias de antropolog²a en Catalu¶a, Galicia, Asturias y Navarra. A trav®s de este fondo historiogr§fico, que sigue acrecent§ndose, podemos evaluar la espl®ndida realidad de la çescuela espa¶ola de antropolog²aè, as² como conocer m§s a fondo nuestro legado cultural del que podemos partir para nuestros trabajos aplicados.

La dependencia extranjera de textos y herramientas docentes en antropolog²a, nos im- puls· a publicar el Diccionario tem§tico de antropologia (2.Û ed., 1993), que ahora com- pletamos con este excelente trabajo en equipo sobre Etnograf²a. Metodolog²a cualitativa de la investigaci·n socio-cultural, que ser§ completado en breve con un texto introductorio sobre Antropolog²a para psic·logos. Esta Etnograf²a, trabajada en equipo por una treintena de especialistas, constituye una

publicaci·n de indudable valor, no existiendo en nuestro §mbito cient²fico una obra de tales caracter²sticas.

Fue en el marco del JI Congreso Nacional de Historia de la Antropolog²a (1994) donde naci· el trabajo en equipo, que hoy presentamos, con la intenci·n de aportar un marco te·- rico en reflexi·n, no s·lo a nuestros j·venes etn·grafos, sino a todo un grupo de antrop·logos aplicados que entienden la etnograf²a como activa y aplicada. La obra consta de cinco partes diferenciadas: En la primera parte, los Profesores A.

Aguirre (Universidad de Barcelona) y E. Gonz§lez Pell·n (Universidad de Cantabria) nos introducen en la definici·n e historia del concepto de etnograf²a; la segunda parte trata de analizar la metodolog²a etnogr§fica y, a tal efecto, los Profesores A. Gonz§lez Echevarr²a (Universidad Aut·noma de Barcelona), M.Å J. Bux· (Universidad de Barcelona), M.Å T. Anguera (Universidad de Barcelona), A. Aguirre (Universidad de Barcelona) y J. Alcina (Universidad Complutense de Madrid), estudian la observaci·n participante, el arte y la ciencia en el trabajo de campo, las perspectivas ernic/etic y la deontolog²a etnogr§fica; en el tercer apartado, los Profesores X.M. Gonz§lez Reboredo (Museo Galego), P. Sanch²z y M. Cant·n (Universidad de Sevilla). C. Junquera (Universidad Complutense de Madrid),

Preliminar

el) .1 ' .1 ~

Å1 Å1 } Å Å Å Å År' ., "') . ~, ./ ' Ŀ~ ., Å. ' Å') ~1) ., .Å r ,

.Å 1 ' a , a > a >

) ) -) } )

~

' )

' )

' ' '

ANTROPOLOGĉA https:/lwww.facebook.com/groups/espantropologla.unfv/

Ŀ un1vers11:lacj Nac1ona1 F'ederico VillarreaJ

F

Page 5: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

XI

60 62

49 49 50 54 57 58

21 21 23 28 34 40 44

3 3 3 5 6 15 18 19

IX

V

Etnograf²a Y m®todo cient²fico (Aurora Gonz§lez Echevarda~ : : : : : : : : : : 3 1 Introducci·n . Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ 3.2 Etnograf²a y teor²a antropol·gica : "1" tĿ. Ŀ .: t . Ŀ . ( d § d Ŀ terpretaUva) y no re a 1v1s a . Ŀ Ŀ 3.3 Antropolog²a explicativa a em s e m . . 3.4 E.! veto etnogr§fico: çMi pueblo no se desvinculaè . 3_5 Etnograf²a y contrastaci·n de teor²~s ', Ŀ Ŀ : Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ - ~á Ŀ Ŀ teor²a 3 6 Conclusiones. Movimientos de rev1ta11zac1·n de la etnog a y Ŀ sociocultural . . . Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Å Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Bibliograf²a Ŀ . Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ .

3.

2.

l. Etnograf²a (Ćngel Aguirre Bau§n) Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā : . : : : : : : : : 1 1 Demarcaci·n conceptual Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ . 1.1.1 Introducci·n ..... Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ

1.1.2 El estudio etnogr§fico Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ : : 1.2 El proceso etnogr§fico Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ. Ŀ. Ŀ. Ŀ. Ŀ. Ŀ. Ŀ. . : : .. 1.3 El producto etnogr§fico Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ . . . . . . . . . l 4 Conclusi·n .... Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Bibliograf²a .. Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ : Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ .

La evoluci·n del concepto de etnograf²a (Eloy G·mez Pell·n) . 2 1 El nacimiento de un t®rmino Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ 2:2 Las primeras ç~escripcionesè Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ : : : : : : : : : : : : : : 2 3 La etnograf²a çilusrradaè Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ 2. 4 La etnograf²a cient²fica . Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ 2Ŀ5 Nuevas formas de etnograf²a . Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Bibliograf²a ... Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ . Ŀ .....

METODOLOGĉA ETNOGRĆFICA

INTRODUCCIčN

. . Preliminar .... Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ

................... Pr·logo Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ

ĉndice general

' ' - ) }

} ) ) ) ) ) )

l -> ~ }

~

' ) ) ) ) )

' X

Instituto de Antropolog²a de Barcelona Universidad de Barcelona.

Ćngel AGUIRRE BAZT ĆN i. á

J.A. Gonz§lez Alcantud (Universidad de Granada), J.M. Fericgla (Universidadde Barcelo- na), S. Tr²as (UNED Palma de Mallorca), S. Aguirre (Empresa ECCO), F.. Lara (Univer- sidad de Burgos), X. Serrano (Universidad de Barcelona) y C. Ascanio (Cabildo Insular de Gran Canaria) nos introducen en las diversas facetas del proceso etnogr§fico; en una cuarta parte, J.A. Mart²n (Universidad de Salamanca), F. Vicente (Universidad de Extrernadura), M. Rodr²guez (INFAD Barcelona), P. Jimeno (Universidad Aut·noma de Madrid) y L. D²az Viana (CSIC, Madrid) abordan las secuencias y problemas de la redacci·n de la monograf²a etnogr§fica; finalmente, los Profesores F. Giner Abati (Universidad de Salamanca), J.L. Ac²n (Diputaci·n de Arag·n), F'). Zubiaur (Museo de Navarra), J.O. S§nchez F. (Universidad Complutense de Madrid), T. Calvo Buezas (Universidad Complutense de Madrid), P. Ro- dr²guez (Escritor), R. Mar²n (INFAD Barcelona), l. B§dillo (INFAD Barcelona), A. Aguirre (Universidad de Barcelona), L. Ccncillo (Universidad de Salamanca), X.R. Mari¶o (Uni- versidad de Santiago de Compostela) y C. Faur²a (Museo Etnol·gico de Barcelona) relatan y analizan doce campos y experiencias etnogr§ficas.

La calidad y n¼mero de los investigadores que participan en esta investigaci·n sobre la metodolog²a etnogr§fica, son una garant²a de presentaci·n, no s·lo ante la comunidad antropol·gica, sino ante todos los que trabajan en el campo de las ciencias sociales y humanas.

No dudamos de que se trata de una obra importante que pretende marcar un hito dentro de la antropolog²a espa¶ola.

No me ha resultado especialmente dif²cil coordinar a los treinta y dos profesores que han participado, bajo mi direcci·n en esta investigaci·n de equipo, a pesar de las dificul- tades que conlleva una obra as². Para todos, mi reconocimiento.

Mi reconocimiento y gratitud tambi®n para con mis alumnos de doctorado del Depar- tamento de Psicolog²a Social de la Universidad de Barcelona, a los que imparto el curso sobre metodolog²a etnogr§fica, por su atenci·n y sugerencias.

Quiero adem§s. destacar la especial ayuda de Silvia Aguirre e Isabel Badillo, sin cuya colaboraci·n me hubiera resultado mucho m§s dif²cil este trabajo.

Page 6: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

)

' EL PROCESO ETNOGRĆFICO

64 } Demarcaci·n de campo y documentaci·n previa (Xos® M. Gonz§lez. Reboredo) 115 65 8. 69 ) 8.1 Introducci·n .............. ......................... 115

72 } 8.2 El campo de estudio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 116

8.3 El campo de observaci·n ............................... 119

) 8.4 Documentaci·n previa ................................. 122

73 8.5 Consideraci·n final ................................... 125

73 ' Bibliograf²a citada .............................. Ŀ .. Ŀ .. Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ 125

73 73 ) 9. Acceso y adaptaci·n al campo (Pilar Sanchiz Ochoa & Manuela Cant·11 75 )

Delgado) .................................. Ā .. Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā 128

76 9.1 Las fronteras de la negociaci·n o los l²mites de la mentira. La etnograf²a 76 ~ entre conversos ................................... 130

78 9.2 Cenizas de la experiencia. La etnograf²a sumergida ............. 133

80 ~ Bibliograf²a ............................... Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ 134

80 ., 81 10. Los informantes (Carlos Junquera Rubio) .................... : ... 135

82

"' Bibliograf²a ............................ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ 141

83 Å 83 1 ., 11. Oralidad: tiempo, fuente, transmisi·n (Jos® Antonio Gonzdlez Alcantud) ... 142

83 11.l Oralidad y temporalidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Ŀ . 142

83 ) 11.2 Las fuentes orales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 144

83 ) 11.3 La tradici·n oral . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . , . . . . . 145 .. 11.4 Transmisi·n oral . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Ŀ . . Ŀ Ŀ 147

85 ) 11.5 Registro oral . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 148

85 .. Bibliograf²a ............................................. 150

88 ., ~, 151

88 12. La etnograf²a y el comportamiento no verbal (Josep Maria Fericgla Gonz§lez)

90 .. ) 12.l La investigaci·n de C.N.V .............................. 151

91 ' 12.2 Demarcaci·n conceptual . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 154

93 .,

12.3 Formas de comunicaci·n gestual .......................... 157

94 ._ ) Bibliograf²a ..... : ..................... Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ 159

94 ., Los documentos y la cultura material (Sebastidn Tr²as Mercant) ........ 160 95 .. 13. 96 Ŀ1 13.l Estado de la cuesti·n . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 160

96 Å 13.2 La cultura material de un pueblo y su evaluaci·n etnogr§fica ....... 160

97 .. Å) 13.2.1 Tecnolog²a cultural ............................. 161

97 13.2.2 Patrimonio documental ........................... 162

99 .á, -~ 13.3 Infraestructura te·rica del patrimonio cultural: archivos y museos .... 162

13.3.l Historia, etnograf²a y archivo ....................... 163 1 {)() ) I02 - 13.3.2 Museo y etnograf²a ............................. 164

1m -~ 13.4 Etnohistoria y etnotecnolog²a: su estatuto cient²fico ............. 165

103 Å 13.4.l Etnohistoria y patrimonio documental ................. 165

l(J.1 - ' 13.4.2 Etnotecnologfa y patrimonio material . . . . . . . . . . . . . . . . . . 167

Bibliograf²a ............................. Ŀ . Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ 169 105 ) Å ) 14. Entrevistas y cuestionarios (Silvia Aguirre Cauh®) ................. 171

107 .. 14.1 Introducci·n ....................................... 171

lOX } 14.2 La entrevista . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Ŀ . Ŀ 172

lOX w 14.2.l Concepto ................................. Ŀ Ŀ Ŀ 172

I09 Å Ŀ) 11 () XIII ., ) .) XII

Deontolog²a etnogr§fica (Jos® Alci11a Franchá . 7 .1 El s~crc~o profesional . 7.2 àQui®n investiga a qui®n? . 7.3 Entre el zoo y la modernidad . . . . 7.4 Etnograf²a o pol²tica : . : : : : : : : : : : : : : : : : : : : : : : : :

7.

£mica, ®tica y transferencia (Ćngel Aguirre Baztdn] . 6.1 Preliminar . 6.2 Los relatos emic .

6.2.1 àQui®nes son los nativos? : . 6.2.2 Emic, el punto de vista del nativo Ŀ . 6.2.3 Emic, un concepto de vista poco definido . 6.2.4 Cr²tica del emicismo . Ŀ 6.3 Los relatos etic : Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ

6.3. L Forastcr~ ~.aĿ~á~~ : : : : Ŀ. : : : : Ŀ. : : : : : : : : : : : : : : : : : : : : 6.3.2 La personalidad del etn·grafo . 6.3.3 El etn·grafo como autor . 6.3.4 Necesidad cient²fica de los relatos etic .

6.4 El acto etnogr§fico y su validez cient²fica ... ." : ." : : : : : : .: : : : : : : : 6.4. I El hecho de la relaci·n 6.4.2 El momento afectivo Ŀ . . Ŀ Ŀ Ŀ 6.4.3 El momento cognoscitivo Ŀ. Ŀ. Ŀ. Ŀ. Ŀ. Ŀ. Ŀ. :. : : : : : .. 6.4.4 El momento operativo .. Ŀ Ŀ . . . . . Ŀ . 6.4.5 El momento ®tico : : : : : : : : : : : : : 6.4.6 El momento social ..............................

6.5 En conclusi·n . . . . . . . . . . . . . . . Ŀ Bibliograf²a . . . . . . .. Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ . Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ .......................................

6.

La obs.ervaci·n participante (Mar(a Teresa Anguera Argilaga) . 5.1 Conceptualizaci·n . 5.2 Enclave en Ja metodolog²a cualitativa .

5.2.1 Perfil . 5.2.2 Principios inspiradores .

5.3 çContinuurnè participativo . 5.3. l Niveles de participaci·n . 5.3.2 Tipos de participaci·n .

5.4 Tratamiento del registro . 5.4.1 Exigencias metodol·gicas . 5.4.2 De la descripci·n al registro . 5.4.3 Del registro a la codificaci·n .

5.5 Utilizaci·n de la observaci·n participanĿ!~ : : : : : : : : : : : : : : : : : : : : 5.5.1 Ventajas , . 5.5.2 Inconvenientes Å Å Å Å Å Å Å Å Å Å Å Å Å Å Å Å Å Å 1 ÅÅÅÅÅÅÅÅÅÅÅÅÅ

5.6 Conclusiones . Dibliograffa : : ." : : : : : : : : : : . : : : : : :

El arte de la ciencia etnogr§fica (Mar²a Jes¼s Bux§ Rey) . 4.1 Sensibilidad est®tica en el trabajo de campo . 4.2 Ni esencializar ni problcrnatizar . Bibliograf²a .

r 1: 4. ;

il 5.

Page 7: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

XV

273 273 274 275 275

Etnograf²a en una comunidad çprlm²tivaè (Francisco Giner Abati) . 23. l Introducci·n . 23.2 Los primeros pasos . 23.3 Revisi·n de trabajos anteriores . 23.4 Organizaci·n del trabajo de campo .

23.

CAMPOS Y EXPERIENCIAS ETNOGRĆFICAS

22. La etnograf²a como actividad y discurso (Luis Dia; Via11a) . . . . . . . . . . . 260 22.l La proyecci·n aleg·rica en antropolog²a: objetividad y subjetividad. . . 260 22.2 El etn·grafo como traductor eotre culturas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 262 22.3 Escritura cient²fica y creaci·n literaria: la po®tica de la persuasi·n . . . 263 22.4 El debate sobre la etnograf²a çpostmodemaè: la antropolog²a como

ciencia y como disciplina ret·rica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 267 Bibliogra¶a. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 269

21. Los diarios de campo (Pilar Jime110 Salvatierra) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 248 21.1 Cuestionamiento del diario . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 248 21.2 El antrop·logo econ·mico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 249 21.3 El estudio de la vida sexual entre los trobriandeses . . . . . . . . . . . . . 252 21.4 Los valores entre los trobriandcses Ŀ. . . . . . . . . . 253 21.5 La publicaci·n de los diarios de campo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 254 21.6 Del trabajo de campo a la monograf²a: la etnograf²a . . . . . . . . . . . . . 256 21.7 El holismo culturalista y la especializaci·n antropol·gica . . . . . . . . . 258 Bibliograf²a . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 259

20. Testimonio y poder de la imagen (Marisol Rodrtguez Guti®rrez} . . . . . . . . 237 20.1 La imagen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 237

20.1. l G®nesis de las im§genes y de lo imaginario . . . . . . . . . . . . . 237 20. l .2 El significado de los mensajes visuales en nuestra sociedad . . . 239

20.2 La imagen-acto: la fotograf²a . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 241 20.2. l Significado de la fotograf²a en la historia . . . . . . . . . . . . . . . 241 20.2.2 El marco fotogr§fico: espacio y tiempo . . . . . . . . . . . . . . . . 242 20.2.3 La lectura fotogr§fica: el espectador . . . . . . . . . . . . . . . . . . 242

20.3 Antropolog²a y fotograf²a: la Antropolog²a visual . . . . . . . . . . . . . . . 243 20.3.1 Fotograf²a y Antropolog²a . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 243 20.3.2 El testimonio fotogr§fico: çHe estado all²è . . . . . . . . . . . . . . 245

Bibliograf²a . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 246

19. Tipos de monograf²as etnogr§ficas (Florencio Vicente Castro) . . . . . . . . . . 227 19 .1 La monograf²a etnogr§fica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 227 19.2 Las monograf²as cl§sicas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 228

19.2.l Estudios de familias . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 228 19.2.2 Estudios de biograf²as . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 230 19.2.3 Estudios de comunidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 232

19.3 Las monograf²as actuales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 235 Bibliograf²a . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 235

18.5 Redacci·n de la monografTa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 224 18.6 Conclusi·n . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 225 Bibliograf²a . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 225

203 203 203 205 206 207 207 208

190 192 202

181 181 182 182 183 184 186 186

221 221 221 222 7.2J

211 21 l 212 215 216 217

209 209 210

XIV

Am²lisis y organizaci·n del material eta ,.fi 18.J Jntroduccion ogra reo (Jos® A. Marttn Herrero). 18.2 Redefinici·n d~IĿ ~r~;~c;~ ~rl~i;i~l Ŀ. Ŀ. Ŀ. Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ . 18.3 Lectura, revisi·n y clasificaci·n .

18.4 Elecci·n del modelo de clnograff~Ŀ. Ŀ. Ŀ. Ŀ. Ŀ. Ŀ. Ŀ. Ŀ. Ŀ. Ŀ. Ŀ. Ŀ. Ŀ. Ŀ. Ŀ. Ŀ.: : : : : : : : :

18.

EL PRODUCTO ETNOGRĆFICO

Biograf²a etnogr§fica (Can11e11 Ascanio S§11chez) 17.1 De los clocumc t . 1 Ŀ Å Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Å Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Å Ŀ Ŀ .. 17 2 U 1. . . nos. p~rs?na es a la çperspectiva biogr§ficaè Ŀ na ustor²a 1ntcrd1sc1plmar . . . . . . . . Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ

17.3 So~~~i~~or²a, m®todo y t®cnica o nuevas ~f~á ~;r~ ~j ~~n~~i~i~~t~ d~ j~ 17Ŀ3Ŀ 1 L~. s~~á~j ~~n~~ ~bj~~oĿ de. ~sĿt~di~ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ 17.3.2 El proceso biogr§fico Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ

1 '. .4. Una çmiradaè antropol·gica . Ŀ. Ŀ. Ŀ. Ŀ.- Ŀ. Ŀ. Ŀ. . Ŀ Ŀ Ŀ. Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Bibliograf²a utilizada . . . . . . Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ . , .. Breve bibliograf²a comentada Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ . .............. ............. ~ .

17.

Estudio de cas?s (Javier Serrano Blasco) ..... ~~Ŀ~ :1 ~~h1d1~ de lo particular: . . . . . . . . Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ. ~I saber sobre el caso particular : : : Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ

16.3 El m®todo de caso ¼nico . . . . . . Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ l~.4 Sclecci6n y funci·n del caso . 1~Ŀ5. La cuesti·n de la evaluaci·n ~~ ~IĿ ~s;uĿd: Ŀ d Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Bibliograf²a . . . . . . . . . . . 10 e casos . Bibliograf²a comentada Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ . ............. .............. ..........

16.

15.

14.2.2 E!emcnlos mi²s importantes en la entrevista 14.2.3. Tipos de entrevista Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ 172 14.2.4 La entrevista Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ 173

14.3 El cuestionario Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ ; Ŀ . . 175 14.3.J Dcfinicič~ .. Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ 176

14.3.2 F?scs en JaĿeĿl~~~aĿcá·Ŀn.de. ~nĿ ~~e~tĉ~nĿari~ Ŀ. Ŀ. Ŀ. Ŀ. Ŀ. Ŀ. Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ 176 14.3.3 Tipos de preguntas . . . . . Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ 177

14.4 Conclusi·n . . . . . . . . . Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ . . 178 Bibliograf²a Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ . . . . . 180 ................... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 180

A";!'.~;~;1~0.r~.§~i~~ ~~~~~o~ en la in.vcstigaci·n cualitativa (Femando Lara 15.1 Presentaci·n Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ 15.2 An§lisis infor~§;i~~ d~ d~t~~ ~~ á~ ĉn~~sĿ1Å1Ŀga. cĿĿ·Ŀ Ŀ Ŀ ĿalĿ :laĿ: Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ ..

l5 2 1 y Ŀ . . ' 1 n cu 1 Uva .Å..... . . anabl~ cuantitativas y variables cualitativas . . . :;Ŀ~Ŀ32 Preparaci·n de los datos para su an§lisis infonn§tl~oĿ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ

Ŀ Ŀ Pongamos un ejemplo . . . . . . Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ 15.2.4 El editor de texto ele SPSS/PC+:. R.£vrnv/ .... Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ 15Ŀ2Ŀ5 Introd.~cci·n de los datos en SPSSIPC+ .. . . . . . Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā 15.2.6 Creaci·n de un fichero en SPSS/PC d . . .

datos + capaz e interpretar esos

. . 15.2.7 An§lisis inĿf~~§.ti~~ ci~ Ŀd~á0~ Ŀe~ Ŀ5ĿPssiP® Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Bibliograf²a b§sica + Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ . ................... ........... . . . . . . . . . .

Page 8: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

xvn

353 356

349 351

344 344 345 346 347 348

337

329 329 331 333 336

323 323 323 324 324 325 327 328

316 316 316 316 317 317 318 318 318 319 320 320 320 321 321 322

34.

Etnograf²a hist·rica (Xos® Ram·n Mari¶o Ferro) .. Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā 33.l Las coordenadas espacio-temporales .. Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ 33.2 La brujer²a europea Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ 33.3 La medicina brujeril Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ. Ŀ Ŀ 33.4 La medicina humoral Ŀ .. Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Bibliograf²a Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ

Etnograf²a en el museo. Una exposici·n para ~l di§logo (Carme Fauria Roma) 34.1 Grupo de investigaci·n de las sociedades norteaf~canas Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ. Ŀ Ŀ 34.2 La .exposici·n como experiencia cultural: un estudio de un caso relativo

a mujeres marroqu²es visitando el museo ..... Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Bibliograf²a Ŀ .. Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ

33.

32. Etnograf²a desde la consulta cl²nica (Luis Cencillo Ramirez) Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā

31.

Etnograf²a en una comunidad emigrante (Rosa Mar²n Benet) Ā . Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā 29.l Introducci·n Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ 29.2 Para una antropolog²a de la inmigraci·n Ŀ . Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ

29.2.l Concepto de emigraci·n Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ 29.2.2 Tipolog²as Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ. Ŀ Ŀ Ŀ: Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ 29.2.3 Momentos o etapas psicol·gicas de la emigraci·n .. Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ 29.2.4 La culturalizaci·n Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ

29.3 Migraci·n y psicopatolog²a cultural Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ 29.3.l El choque cultural Ŀ . Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ 29.3.2 La migraci·n como proceso de duelo .. Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ 29.3.3 Migraci·n e identidad Ŀ Ŀ Ŀ . Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ

29.4 Etnia, etnicidad y biculturalismo Ŀ. Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ 29.4.l La educaci·n intercultural o multicultural .... Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ 29.4.2 Racismo y xenofobia Ŀ . Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ

29.5 Reflexi·n final Ŀ . Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Bibliograf²a Ŀ . Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ

Etnografla en el centro escolar (Isabel Badillo Le·n) .. Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ 30. l Pre-observaci·n participante Ŀ . Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ 30.2 Etnograf²a en la escuela Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ

30.2.1 La escuela-chalet Ŀ . Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ 30.2.2 La escuela-cuartel/convento Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ 30.2.3 La escuela-f§brica Ŀ . Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ

30.3 La monograf²a etnogr§fica Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Bibliograf²a Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ

Etnograf²~ en la empresa (Ćngel Aguirre Bazt§n] Ā . Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā Ā 31. l Descubriendo la cultura de la empresa ... Ŀ . Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ 31.2 La cultura es eficaz . . . . . . . . . . . Ŀ . Ŀ . Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ 31.3 El trabajo de campo etnogr§fico en la empresa .. Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Bibliograf²a Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ

30. 288 288 Å 1)

289. ) 290 291 J 293 294 )

295. ) 295. ) 296 298 .l ) 299 ) 299. 300. )

Å ) 301 301. 1 302. 1 303 30:1. 1 304 Å ) 30."² } 3(á~.

) ) ")

) )

29. 276 278 278 278 279

280 280 281 282 284 ' ) 285 286 1)

' )

XVI

28. El retrato imposible: la etnograf²a de grupos cerrados (Pepe Rodrtguez) .. 28.1 Introducci·n . 28.2 Etnograf²a en una secta . Bibliograf²a : .

27. Etnograf²a y minor²as ®tnicas. Chicanos, puertorrique¶os, indios y gitanos (Tom§s Calvo Buezas) .

27.1 El fetichismo del trabajo çCamperoè . 27.2 No se investigan culturas, sino problemas . 27.3 El estudio antropol·gico de un movimiento social . 27.4 àEs posible la antropolog²a pol²tica en sociedades complejas? . 27.5 El falso y maniqueo dilema entre mentalistas y materialistas . 27.6 El .an§lisi~ marxiano radicalmente necesario, pero radicalmente

insuficiente . 27.7 Emigrantes temporeros en losestados centrales de Estados Unidos . 27.8 Igualdad simb·lica y desigualdad sociai" en una ciudad pluri®tnica

neoyorquina . 27 .9 Indios cunas, narcotr§fico y guerrilla . 27.10 La percepci·n paya de los gitanos: los n¼meros son cualidad . Bibliograf²a .

Etnograf²a en una comunidad de pescadores (Juan Oliver S§nche; Fern§ndez) 26.1 Principios metodol·gicos en la investigaci·n de campo . 26.2 Interacci·n verbal . 26.3 T®cnicas no verbales . 26.4 àAn§lisis cuantitativo o cualitativo? . 26.5 Interpretaci·n y explicaci·n . Bibliograf²a .

26.

Etnograf²a en una comunidad agr²cola de Navarra: San Mart²n de Unx (Francisco Javier Zubiaur Carre¶o) .

25.1 Los or²genes de la investigaci·n . 25.2 La metodolog²a de Barandiar§n . 25.3 Su aplicaci·n a San Mart²n de Unx . 25 .4 El m®todo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25 .5 Las referencias de apoyo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25.6 Los temas de especial inter®s .

25.

Etnograf²a en una comunidad de pastores (Jos® Luis Acfn Fanlo] . 24.1 Reencuentro . 24.2 Por montes y veredas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 24.3 Entre la monta¶a y el llano . 24.4 Los ¼ltimos pastores . 24.5 La universalidad del pastoreo . Bibliograf²a .

24.

23.5 Toma de contacto y primera orientaci·n . 23.6 Fase exploratoria . 23.7 Investigaci·n concreta . 23.8 Valoraci·n y publicaci·n . Bibliograf²a .

Page 9: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

1 ., ) .., ")

á Å1 ) -)

1

1 ' Introducci·n L ~) . .., f~ Å J -~ ) -,

_) )

) ")

Å ) Å ) Å ) Å ) }

) ')

) ') )

) ) )

' á

Page 10: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

3

a) Las tres etapas de la investigaci·n cultural Como dec²a L®vi-Strauss, çetnograf²a, etnolog²a y antropolog²a no constituyen tres

disciplinas o. tres concepciones distintas de los mismos estudios. Son en realidad, tres etapas o momentos. de una misma investigaci·n y la preferencia por uno u otro de estos t®rminos, s·lo expresa que la atenci·n est® dirigida en forma predominante, hacia un tipo de inves- tigaci·n, que nunca puede excluir a los otros dosè (L~vc-STRAUss, 1968: 31). . .,, s . r

L~ etnografia constituye la primera etapa de Ja investigaci·n cultural, es a la vez como

La etnograf²a es el estudio descriptivo (egrapbosè) de la cultura (eethnosè) de una comunidad.

Su car§cter descriptivo (como sucede con la çpatograf²aè respecto a la enfermedad) queda patente en las monograf²as etnogr§ficas y se diferencia de la etnolog²a que (a! igual que la patolog²a) resulta de an§lisis comparativos, entre varias etnograf²as, con intenci·n te·rica.

En la etnograf²a, la dimensi·n descriptiva no es obst§culo para el an§lisis de la cultura en t®rminos de identidad, totalidad, eficacia, por lo que, como resultado de la acci·n etnogr§- fica, estamos en condiciones de conocer la identidad ®tnica de la comunidad, de comprender la cultura como un çtodo org§nicoè y de verificar c·mo esa cultura est§ viva y es eficaz en la resoluci·n de los problemas de. la comunidad. Hay dos tipos de etnograf²a: la etnograf²a çmeramente descriptivaè, cuyos destinatarios son los de la cultura del etn·grafo (casiĿ siempre del mundo acad®mico); - la etnograf²a çactivaè, que ha sido encargada por los etnografiados, como çdiagn·stico culturalè y que, una vez realizada, es çdevueltaè a la comunidad solicitante, que puede aceptarla o no, en vistas a su eficacia en la resoluci·n de los problemas.

1.1.1 Introducci·n

La etnograf²a es el estudio descriptivo de la cultura de una comunidad, o de alguno de sus aspectos fundamentales, bajo la perspectiva de comprensi·n global de la misma.

Expliquemos los t®rminos y el marco conceptual de esta definici·n.

1.1 DEMARCACIčN CONCEPTUAL

1 . Etnograf²a

Ćngel Aguirre Bazt§n

!

1 á l

Page 11: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

5

En el estudio etnogr§fico de una comunidad, podemos distinguir entre proceso, o realizaci·n del çtrabajo de campoè mediante la çobservaci·n participanteè, durante un tiempo suficiente de uno o dos a¶os, y en una comunidad no muy numerosa que no supere los tres

1.1.2 El estudio etnogr§fico

mioerlÅĿ ená., guocrao. on á.,""'"Á'"'filmando o! 'Á'nudo do'" "1ol=n"' en lÅ "'' va, etc., para vender exclusivas a la televisi·n, o las revistaS gr§ficas.

Este tipo de exotismo es la contraexperiencia antropol·gica.

e) Desde el etnoce11trismo al particularismo Es etnoc®ntrico el que se comporta como si no existiese sino su cultura o como si las

çotras culturasè fuesen çinferioresè. Por el contrario, la etnograf²a nos descubre las otras culturas, en toda su grandeza y

dignidad. Boto relativ;,mo eonttÅriÅ al etoocentriÅmo, Åucgi· como reÅP"'"Û Å la violenciÅ go""'li"'Ü" do! evolucioniÅmÅ y Å,.m®todo compmcotivo. So opoo²a Å'""y ÅÅ""" loÅ bochoÅ cultuml" do '"' contextÁ' googn\fico-hi'16ricÁ', pMÅ, nogondo '" difecenci"Ŀ poder homologar las culturas, realizando as² consnucciones te·ricas.

El relativismo ha puesto de manifiesto la si.ngularidad y particularidad de los procesos oultural"Ŀ CÅdÅ otnio "hÅ fonnodo en un nicho gwgnlfico concreto y Å ""'' do uno h"- toria singular; por eso, cada cultura es ¼nica e irrepetible, un particularismo hist·rico. Esta reacci·"n relativista ha generado, a veces, un exceso de etnografismo en su aver-

si·n al comparatismo. Sus conclusiones pod·an ser estas: Å Los grupos humanos son diversos en sus adaptaciones espacio-temporales y sus sistemas

culturales resultantes son ¼nicos e irrepetibles. Å Admitir semejanzas de unos con otros no infiere principio alguno de universalidad. Å Quoce< gonocWi<M y unive~'1ioM repreocnta unÅ onOedad poc homolog" (unltoriÅmÅ unificodo<), nacidÅ de 1Å i""guridÅd anguotiÅ" o do unÅ P"i·n inconÅciente do pode<

centralizador. Å LÅ gonoralioaci·n comp""i'1a" un reduccioniÅmÅ quo empobrnco 1' riquow pluml do

lo real. Metodol·gicamente, para los particularistas, la ¼nica realidad es la verificada etno-

gr§ficamente: Å En ol relotiviÅmÅ " admito la realidod oboolnto do lo rn1'tivo y lo realidÅd rel>tiVO de lo ÅbÅoluto, <' dcck, la rea!id"1 p.,átivo de lo otnog<ifiCO y 1' re\otivo rn00id"1 de lo etnol·gico.

Å Lo particul"" complejo, roiontraÅ quo 1Å """'cci·n genoralioanto" uno Åimplific"'i·n La isomorf²a comparativa disuelve la realidad en beneficio de los principios. Toda construc- ci·n te·rica es una abstracci·n que homologa la realidad (la des-cualifica) para poder ma- nlpu!MlÅ (en.ntificindola). S·lo ÅÅn copac" de produci< univocÅWided 1" cultom qoe oon

sacadas de su sem§ntica interna. Å Las culturas son absolutas para s² mismas y relativas para las dem§s. Todas las culturas son igualmente dignas porque han sido capaces de construir çSU mundoè cultural. Por eso, la etnograf²a. dicen, es la ¼nica transcripci·n posible de la cultura. La forma "m" gooemlioabl< qoe ol contonido, 1Å cantidÅd m§Å qoe la cu'1idad- Po< olio, el rel'1iviÅmÅ

cultural cuestiona el valor y la legitimidad de la etnolog²a, en cuanto conocimiento antro-

pol·gico. Eoto p.rticolmiÅntÅ IW<t·rico, de corto boa~"'Ü' ha recibido un notoblÅ impulÅo con d diferenciof¿mo y d pootmodomiÅmÅ ,.ogidoÅ como 1Å cdtico ,á monocultucaliÅmÅ troncal

propuesto por el estrocturalismo.

v~re_m~s, un trabajo de cam d~sc1phna que estudia ç ~ (proceso) y un estudio Á'P'"~ y desde el Ånl,;,;~"':,~1~Å J' cultura de una comu':i~:~";,~;;" 1 (producto ). f¿ '""'

a ctnologia surge desd 1 atos observados. s e a observaci·n p.ut²

~ c?m_o. construcci·n te·rica de e a comparaci·n de las di ver . hist·rico-temporal y sist .- . la cultura, dentro de una tri 1 sas_ aportaciones etnogr§ficĿ . La antropologla . cm§tico-cstructural, ip e smtesis: geogr§fico-espĿ1c.'Ŀ'N1,

todo "'P""" a un e Ŀ Ŀ Å ''', su extensi·n geogr§fica e . , . onocnruento global del h d~senvolvimiento del hombre hist·rica, aspira a un conocimi ombre ~ abarca el objeto 1Å11

s~ones, positivas o negativ . desde 1.os hom²nidos a las cnto aplicable al conjunto d ĿI ciudad m d aa. pcro v§lidas razas modernas y ti d ' E o erna hasta la pcque¶ t ib Å para todas á., sociedad h Å ien e a conclu- La etn~gn~:f~~f²a, etnolog²a y antr~p~ogu ²~nclancsiaè (L£v1-STRAUS~~ l ;;~n;ls), desde la grun 1

1'1Å representa 1 l Ŀ . . son, pues, tres et Ŀ Ŀ çdescr~ptivosè; la etnolo;²~ a~a inicial de la investigaci·n c~~a; de àa. i.nvestigaci·n cultural entre diversas culturas

0 ,.,:,:O,.,';'~Ü ;'gundo etapa, oom~rt..n:"p suos, fundo~talmco;,Ŀ

n?' proporcionarfa u" tercer . un ~entalç de dichas cu! ."" an§lisis >comparntivn; ~~m~oto PMÅ comprender

1,:Å::ltde s²ntesis, lo creaci·n d:".'.'.:;!n;l~nto, la antropologfn

m re. uras humanas, haci®ndol 1 e os o teor²asè de co110 . Lo ctnograffa se constitu e as Åp icablcs al desarrollo del dicho, un poro maliciosame y en la base emp²r²ca delco . . . que desde la madurez se ll nte, que los j·venes antrop·l nocirruento antropol·gico Se 1 "'""á,~Ü!Ü' C<>n>tro~~n :;;:"~:;.~~~~'. _ÅetnologfaÅ y q::!~~~:~.~:~~~"" Åotno;ramo:'. etnolo , s, pn< eso, do extra¶ar que ab d y experimentados

gias y contemos con oca un en las etnograf²as .T~1bi®n se ha insisJ.ido~n ~1 teo~²a de ~ntropologfa. ' no sean tan numerosas las

en ciencias de la cultu"';\ El c'.11' cter çinici§ticoè de la etn como la pr§ctica neces;ia c~~baJo de campo ha sido decl::;~affa para los posrgraduados antropolog²a (que P~Å el R;ino u!:d qu_o completar los estudios ~,~orno el P"Ü obligmlo;, b) El ç I o significaba, tambi®n, inki"i·:c~Å u~ve,.it"1oÅ de

e toque culturalè a gobierno colonial) No se d Ŀ '

1 . pue e ser antro 61 . ia sufrido el çchoqueè de p ogo :1. ~o se han vivenciado

todoÅàÅÅ ~'"''"'Ü' cultm~~~Ŀ,::"''~" Ŀ""'"ulturnlo ,..,; ::,;n;:i~Ŀ dos culturas, ,; no sr ti uan o un etn·grafo se ac re auvos y comparables. en otras culturas y que icmpo) se encuentra in crea a çotra culturaè ( encuentra ç crmc Y desamparad a veces çlejanaè e 1 mi· como un ni¶oè que dcb . , .. o, pu" su cultura no le 1 n e "P'Á'Ü y el n. e micsarse en los procesos de ayuc a a entenderla. Se . Un etn·grafo que lle a a enculturaci·n y sociali-

JOr los contrastes) nece . g una cultura çdistintaè (el id . los olo e ' sita, sobre todo el Ŀ egt a, justamcnt la cultt~r;;> Ŀ;Û~~:dem§s, aprender su 1e~:~~1.e~~;;~~aptard s~ a las con:d!'sar~~~~~~varbmc- El ç h Ŀ 0' ecir que fil r² ", Ŀ umurcs, p . e oque culturalè tiene d , .' . ' p ncipro, çbalbucea

A part~:~ los etn·grafos, conoccr,Ü~,~~~~s1tlos principales: . e esta nueva vi Ŀ n e a observaci· . . smo que su vida se parti~~1:ntadcultural, .el etn·grafo, no s~lopartr 11cti1~ante, la cultura elegida suerte de . os y ya no § . e a vizar§ ' Ŀ vivenciar 1:c:~~Ŀ;:~f~~\1:~ r ~~sturalè die acon;;~¶~;d ~d=a~u²:_.dnid Ce ;<all²:ut~~~~~~~:si~:~; 1)

Por el Ŀ ' cuan o se la h h 1 a. uando h '

de choqueè ;~~:~:;,ex~Å" una mirad; Åuci:dc ~~:~ropia (ÅÅproá>irul,.á'.' a llegado o 1) ::.':~'ÜĿ'_de safnri. Su m:ra~:':!;.;: :;';"'P" con diocro: ~::di::. que compra_ çsensaciones , )

rvosè, etc. All² est§n esos turi~t ca trata a los çOtrosè como cg1l.1 en su vida sino como - ) , as reporteros çpu ircxè çsal Ŀ -

4

Å esos mercaderes del .d' vaJCSè, çpri- . olor, el sexo o la a ) ... )

Page 12: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

7

çProced² a consultar con varios expertos en el ramo, que coincidieron en su- gerir que regresara a Ćfrica, donde los permisos para investigar eran m§s f§ciles de obtener y las condiciones m§s estables. Me hablaron de los bubi de Fernando Poo. Para quienes no han tenido nunca contacto con Femando Poo, dir® que se trata de una isla situada frente a la costa occidental de Ćfrica; antigua colonia espa¶ola, forma hoy parte de Guinea Ecuatorial. Empec® a husmear en la bibliograf²a. Todos los autores mostraban la misma actitud desfavorable respecto a Femando Poo y los bubi. Los brit§nicos lo desprecian por ser un lugar "donde es muy probable que a

a) Demarcaci·n del campo i) La elecci·n de una comunidad concreta para realizar el trabajo de campo, constituye

la primera decisi·n etnogr§fica. En la elecci·n intervienen diversos factores: psicol·gicos, pues hay muchos elementos

proyectivos y hasta çterape¿t²cosè en la elecci·n de un tema y una comunidad para la inves- tigaci·n. Lo que çgustaè es, muchas veces, lo complementario, lo reactivo, como sucede en la elecci·n de una carrera o de la pareja; econ·micos, pues los criterios de elecci·n de un trabajo de campo dependen de que los intereses de quien financia, coincidan con los intereses del investigador; institucionales, por formar parte de un equipo departamental universitario, ministerial, etc.; coyunturales, por aprovechar la estancia en el lugar como funcionario colonial, cooperante, o simplemente aprovechando los informantes-parientes de su pueblo o de la residencia vacacional, corno han hecho algunos. La mayor²a de los graduados realizan sus trabajos en comunidades inmediatas, con

d®bil contraste cultural, bajo los imperativos y condicionante de realizar su çtesis doctoralè: sobre su pueblo, sobre un grupo marginal o sobre una instituci·n.

S·lo unos cuantos privilegiados que tienen acceso a becas y fondos de investigaci·n se permitir§n el çlujo acad®micoè de realizar sus trabajos en la comunidad elegida; los dem§s, realizar§n su investigaci·n con cargo a partidas econ·micas distra²das de su sueldo, simultaneando estas tareas con su trabajo habitual.

De todas las maneras, hoy hay menos lectores de una investigaci·n etnogr§fica sobre una çtribu primitivaè que sobre una çtribu urbanaè, ya que la primera es recibida como exotista y hasta colonialista y la segunda como abordaje responsable de un problema social cercano.

Unos ejemplos de c·mo se elige el çcampoè etnogr§fico nos lo proporcionan estos tres textos:

Barley, en su conocido libro El antrop§logo inocente, nos dice que, despu®s de que las guerras locales le impidieran recalar en el sudeste asi§tico, eligi· Ćfrica:

Y es que, siguiendo algunos Ja supuesta pr§ctica de los çnaturalistasè, seg¼n la cual el observador no debe tener çprejuicioè metodol·gico previo, sino s·lo debe observar y trans- cribir, nos entregan sus monograf²as con el ¼nico certificado de su afirmaci·n: çestuve all² y soy testigo de lo que vi, tal como sucedi·è. Es evidente que un trabajo cient²fico no se basa en la autoridad, sino en la demostraci·n.

çAntes de abandonar Harvard, fui a ver a Kluckhohn. A pesar de la ¼ltima ex- periencia que ya ten²a como estudiante de Harvard, esta ¼ltima sesi·n me dej· com- pletamente frustrado. Cuando pregunt® a Kluckhohn si ten²a alg¼n consejo que darme, me cont· la historia de un estudiante de postgrado que hab²a preguntado a Kroeber la misma pregunta. Como respuesta, se dice que Kroeber cogi· de su estante la etno- graf²a de mayor tama¶o y grosor y dijo: "vete y hazlo asf'è (NADER, 1970: 98).

El problema de los que comienzan la etnograf²a puede ser grande si no encuentran ca- minos indicativos de su proceso. Como cuenta Nader,

) ) ) } ) ) ) ) ) ) ., Ŀ) , L-Ŀ,

6

,á 1

1 1

1

1.2 EL PROCESO ETNOGRĆFICO

. El proceso etnogr§fico corresponde al trabaio de . . vaci®n participante a lo largo .ele un tiempo s~fi~ientc.campo realizado mediante la obser-

Este proceso comprende los siguientes pasos: a) Demarcaci·n del campo - clccci~~ de una comunidad, delimitada y observable - rcdacc~un de un proyecto definido: objeto, lugar, tiern o ele - redacci·n de un presupuesto y b¼squeda de ti . . ~ Å .

b . , Å 111anc1ac10n - apro acion del proyecto b~ Preparaci§n y documcntacfr²n - documentaci·n bibliogr§fica y de archivo - fuentes orales - preparaci·n f²sica y mental - mentalizaci·n

c) Investigaci·n - llegada - infom1antcs - registro de datos - observaci·n participante

d) Conclusi·n - elaboraci·n de Ja ruptura - abandono del campo

. Este proceso etnogr§fico, en cuya secuencia h di . . ser igualmente aplicable al estudio etnogrMico . lizado ist.mgutdo cuatro momentos, dehc pesquera mediterr§nea, en el movimient~ Ski rea iza o entre los tuareg, en una comunidad

En 1 n o en una empresa e~ ?s supuestos aducidos, se trata de çculturasè .

Tradtctonalmente, los etn·grafos ele ²an ara . : . q.uc¶as y aisladas, lo que les permit²a el c~~la~~ di!~c~rabaJo de campo, ~o.munidades pe- cillez de su estructura cultural-social. 0 personal Y la facilidad de la sen-

Hoy, la etnograf²a empieza a ser predominantemente b no pueden s·lo referirse a los Dusum los N t . ur an? Y los manuales ctnogr§licus grames, Û. las factor²as, a los barrios, etc, ucr, e c., sino tambi®n, a los colectivos de i11111i-

AI .dise¶ar este plan de acci·n en cuatro momentos h . . secuencial al proceso etnogr§fico En la l ff Å cmos ~uendo dar un cierto onk-n realizadas y esto es inconvenient~ por d sose negra tas, .ÛP~nas se dice nada de c·mo han sido t² d , razones pnnc²pates. porque d as e como se ha realizado el trabajo o; ue no : no se nos an gnrun para los nuevos etn·grafos. y p q proporcwnan esquemas de ac1uad6n

Corno dicen Jongmans y Gutkind,

çLa literatura existente ofrece pocos d 1 llevado a cabo sus investigaciones En lo Ŀ1 .Ûos sobre c·mo los arurop¼loá:u.~ han Ŀ Ŀ ., su trmos cuarenta 3- h id cientos de rnonogrnffos, pero un cuidadoso cstudi '.nos an s1 o puhlicacla\ menos el sesenta por ciento de los auto h o de l~s mismas nos revela qiu-, ni

1 .1 Å Å res no acen mencr·n alguna J 1 1 Cn.1p cnua, quizrl un veinte nor ciento 1 1 di Å e a meto, oloáŲn ~ . 1 1-- e e e ique unas pocas l²neas 0 el Ŀ Ü'Y so amente el restante veinte por cient d . os o tres pf¿rn sus respectivos estudiosè (JoNGMANS & G~1:0 Û1~~1;~ca clara de c·mo cfec11111rn11

o cuatro mil habitantes: y el producto 0 çrnon aff im§genes, ctc.), a trav®s de la cual se çreco t ogrt taè etnogr§fica (escrita, filmada, en estudiada. . ns ruycè Y vertebra la cultura de la comunidad

Page 13: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

9

Pongamos un ejemplo de cultura urbana: se ha realizado la fusi·n de dos bancos y un psic·logo cultural es invitado con su equipo a investigar la forma de çintegran> las dos culturas de los bancos en fusi·n, en una sola cultura.

Tenemos, pues, la çcomunidadè a estudiar: el nuevo banco resultado de la fusi·n. Co- nocemos, adem§s, el objetivo, que no es otro que el de integrar en una sola cultura las dos previas. El tiempo que se adscribe, normalmente, al cambio de una cultura en una empresa es el de çcinco a¶osè, pero seg¼n las dificultades con las que se encuentre, puede rebajarse esta duraci·n.

En la presentaci·n del proyecto, no s·lo se especificar§n estas cinco cuestiones, sino que se concluir§ que la nueva cultura com¼n otorgar§ identidad ®tnica, cohesi·n organizacional y eficacia en la resoluci·n de los problemas.

iii) Es evidente que, las condiciones econ·micas incluir§n: - cubrir los costes del trabajo, en los que se incluye alg¼n tipo de ganancia. bien sea pecu- niaria, de prestigio, de cartera de trabajo, etc. - demostrar que, mediante este trabajo de çetnograf²a activaè y dentro de garant²as de efica- cia, los costes del trabajo etnogr§fico ser§n muy inferiores al coste de la no integraci·n o de integraci·n traum§tica de las culturas, refiri®ndonos al caso antes mencionado de la fusi·n de dos bancos. Tradicionalmente, la rentabilidad no ha sido incluida en los proyectos etnogr§ficos y

esto es un error que ha llevado a no ser entendida la' antropolog²a como aplicable a la reso- luci·n de problemas sociales.

Porque, la rentabilidad no tiene por que ser s·lo pecuniaria (aunque vivimos en una sociedad muy mercantilizada). Un estudio sobre las çtribus urbanasè puede ser encargado por la polic²a, pero tambi®n por el Ministerio de Educaci·n y hasta por una empresa de confecci·n de ropa juvenil. La rentabilidad ofrecida lleva a demostrar que con el trabajo de campo ofertado dis-

minuir§n los costes (vg. de una fusi·n), se rebajar§ la conflictividad social, habr§ mejores expectativas de ventas, conoceremos mejor nuestra identidad cultural, lo que favorecer§ la cohesi·n social, etc.

Nadie da nada a cambio de nada, por lo que todo proyecto etnogr§fico ha de saber çofertarè algo.

Adem§s, hay que mitigar la sensaci·n de çinutilidadè que tienen algunos antrop·logos, al ver que sus investigaciones çduermenè en un estante de la biblioteca y s·lo son le²das por estudiantes como textos obligados. Hay que promover un mayor acercamiento a la rea- lidad y hacer que toda etnograf²a sea çactivaè, comprometida con un diagn·stico o con la soluci·n de un problema.

b) Preparaci·n y documentaci·n Tradicionalmente, para el estudio de las comunidades çprimitivasè, por el car§cter de

su reciente descubrimiento, se dispon²a de una escasa documentaci·n previa, generalmente proveniente de relatos de viajeros y aventureros o de funcionarios coloniales. Estas primeras çetnograf²asè se convert²an en çinformesè, çrelacionesè, etc., de misioneros o de militares y gobernadores.

En el proyecto etnogr§fico se especifica, pues:

- qu® comunidad se va a estudiar - qu® objetivos se pretenden en el estudio de la comunidad - con qu® medios t®cnicos se cuenta para ese estudio - durante cu§nto tiempo durar§ la investigaci·n - de qu® financiaci·n se dispone.

8

~ ci·nv r otro factor que, frecuentemente, juega un papel significativo en In <l~7~~~~rn Je~~~:~~~~~ 1~~~~?blc;1:15 de in~estigaci·n en la etnograf²a: la naturaleza de los problemas de in ti ~o·. s o es as ' porque en la etnograf²a, el desarrollo . ves rgaci n, raramente se completa antes de uc e mi 1 Ŀ Ŀl

J~~:ba10 de cam1po1; el comienzo de Ja recogida directa de informaci6n}recu~nl~~1~~~1~ ga un pape e ave en su proceso de desarrollo Suele Ŀ ' g;:1~~:;1pÛ:e~i::i~:;::nrscid1o identificados o el_aborados en ~c;1:~c~~~ic~~!u~t~~o~~1~::~

Å . a mente no son pertinentes en el lugar el. id Ŀ el estudioè (HAMMERSLEY & ATKINSON, 1994: 53-S4). eg o para realizar

me~ia tarde uno se encuen~ a un desali¶ado funcionario espa¶ol todav²a en iia- ma Å Y se extend²an nost§lgicarnente en consideraciones sobre el t·rrido y f®tidop!. bicntc Y las numerosas enfermedades a las que ofrec²a refugioè (BARLEY, 1989: 23).

d CNue_s~o ingl®s s~ fue, pues (por no encontrarse a un espa¶ol en pijama) a las monta¶as

e amcrun, a estudiar otros çnativosè. Ŀ Otros, por el contrario, tienen razones de m§s fundamento:

çLa raz·n de elegir Galicia hay que buscarla primero, en su fuerte ersonalidad cul~ural y, segu~do, en que hasta esas fechas me constaba ue nin un pantr social se h_abfa interesado por el estudio de Ja regi·nè (Lrs·~ TOLO~ANA, 19~~~1~f~

çVanas han sido las ~ones que nos llevaron a acometer este Estudio etnogr§fico de San Mart²n de Unx. Sin duda, la primera de ellas fue el es ecial cari¶o sentimos po~ el pueblo de nuestros antepasados, en el que transcurrieron muchos ~~~ de nuestr? ni¶ez. ( ... ) La segunda raz·n que nos movi· a iniciar este trabajo fue la ~on;tatac1·n por nuestra p~c, de que.es un p~eblo en donde se acaba, pr§cticame~te e ar una ruptura con el sistema de vida tradicional por lo que hab²a ' a reco 1 Ŀ d Å " Å que apresurarse ~cr para . a posten ad el mayor n¼~cro posible de datos acerca de los com-

portamientos de sus hombres, de sus oficios, usos costumb Ŀ Ŀ liosè (ZUDIAUR & ZUBIAUR, 1980: 13). Å res, creencias y utcns²-

ii) En. la redacci·n _del proyecto del trabajo de campo intervienen algunos factores: - la capacidad çproycct1~aĿ: del que elabora el proyecto, proponiendo çidealmenteè (a ve- ces, ingenuamente) objetivos y desarrollo - la pr~ctic~ acad®mica en la elaboraci·n de proyectos de tesis ~as. direc1~~esdprevias que establecen los organismos que financian la investigaci·n (tra- aJOS ~Ü. 1_ctta os, concursos, becas, etc.)

- la posibilidad de hacer coincidir el proyecto con los intereses personales 0 de terceros.

General~ente, hay tres. etapas en la elaboraci·n de un proyecto:

~sico~?~~~;,11~~~~·e~~~~~~~~~~uhc%~:1~:s~ec~~~~~~~~~;sf~~~l~~~~e(~~~~:~tia::d~ fa~_torcs asta imagmauva, pues no est§ basada en el conocimiento de la realidad ex e, .1 e~ ~va y trat§ -dLa sdeg1mda elaboraci·n vie.n~ dada por la lectura sistem§tica de la dic;~~~~a~i·n n ose e un proyecto de transici·n. ' - La tercera elaboraci·n es la que se realiza cuando se d 1 Ŀ

~~r;n d;~~c~:i'.d:~ ~Ü;r~~:~fi~;o~e:~e~e q1~c~~~:~;~;f~~ en pr·l~~o:~~n~o~~~:?:!e~~ r:~~~ proy E~ p~o~~c~o es un ça prioriè que constantemente se revisa. Entre el resultado final y el . e~ o uncia no suele h~ber. muchos puntos de contacto, cuando el trabaio de cam 0 ha ~á~~ ~~e~~~l~~~: an~:~~·<<Jus;1fic~è el p;opio proyecto. Precisamente, la a~siedad psfcol·Ŀ ligada para que quepa en s~;Ûe o a ogmat²zar su proyecto y a çdomesticarè la cultura invcs-

1 . . . squemas o çapruebeè Y confirme sus propias tesis. A gunas de estas vicisitudes, quedan reflejadas en el siguiente texto:

Page 14: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

11

çSaluda al jefe, se le da una choza y se le alquilan informantes. El jefe convoca a todo el mundo, a los notables en primer t®rmino, para la palabrer²a con el antrop·logo. En seguida se establece el contacto. Entonces, se sacan las grabadoras, los fi~he~s y, por ¼ltimo, las c§maras filmadoras. A esta altura, ya el pueblo ha tomado conciencia del inter®s por ciertas cosas. Entonces las vendeè (AUZIAS, 1977: 93-94).

) ) _,

) Hay comunidades que han elaborado, asesorados por el misionero, el arancel d.e las ) actuaciones etnogr§ficas para ser filmadas: la danza ritual, un n¼mero de pantalones tejanos " y camisetas; el rito inici§tico de las adolescentes, tantos medicame~tos, etc._ -' Esto, sin contar con los pagos y çsobornosè a Ja polic²a colonial o nativa. _ ) Salvo cuando el trabajo es solicitado, en las comunidades urbanas pue~e ocum~ lo mismo, que nos encontremos ante un mundo, o bien mercantilizado (se paga la informaci·n) ) o bien hostil (alguien que viene a husmear en nuestros asuntos). _ . _

Por cierto, si la identificaci·n del etn·grafo no es clara o no ha sido debidamente ç111Ŀ ) troducidoè por alguien influyente dentro de la comunidad, el investigador puede ser tomado , , '

çEs un mundo que tiene sus reglas y sus riesgos. ( ... ) Hay cá.ue tratar c~n fan§: ticos y enfrentarse a soterrados e importantes intereses econ·m1co~ Y pol²ticos, $1 entras en ®l, no cabe tener miedo, pero tendr§s que extremar la precauci·nè (RooRIGUEZ, 1990: 17).

De la misma manera, se necesita la doble condici·n de preparaci·n f²sica 'J mental, ~n ) el estudio, por ejemplo, de sectas y sociedades secretas, no s·lo p~rque ~uedes quedar çatrapadoè, si no tienes un autodominio, sino por el peligro, tambi®n f²sico, que estas etnograf²as comportan . . , ,., , ) No siempre las .s²tuaciones son tan extremas, aunque todo trabajo etnop-§fico requiere _) preparaci·n y mentalizaci·n previas antes de entrar en la escena del trabajo de campo.

) c) La investigaci·n de campo . La investigaci·n de campo comienza con la llegada al lugar donde se .realiza la etnograf²a.

} Es entonces cuando tiene lugar la çinmersi·nè en la cultura çnativaè '. se trata de un . ) momento crucial, aunque de alguna manera, siempre estarnos çaccediendoè nuentras estamos en el escenario etnogr§fico.

Ā) i) La llegada. Las cosas han cambiado mucho en las comunidades ~<primitivasè'. desde _ que el antrop·logo era visto como un agente colonial m§s o menos çpor Iibreè, pero siempre ) protegido como s¼bdito brit§nico o americano. . . . } Ya no existen, pr§cticamente, culturas çV²rgenesè. Has~ el rmsionero se queja ~e que Ŀ su çtribuè ha sido redescubierta m§s de treinta veces por los j·venes graduados amencanos. Ŀ ) Una an®cdota de J.M. Auzias, nos lo confirma:

~ ~, ~ .l Û1 Å ~, 'it á ~

ilJ f Q :á ~

~

a ~

a

) cunas, etc.) y una preparaci·n log²stica (veh²culos, c§maras, medicamentos, etc.) antes de _,emprender el viaje a Namibia; para estudiar una secta P. Rodr²guez tuvo, sobre todo, que realizar un çviaje mentalè de infiltrado, que le permitiera analizar, desde dentro, la cultura ) de la secta. ' Aunque, en todos los casos sean necesarias la.s dos ve~entes de pre~araci·n, la men~ y la corporal, el riesgo es prevalente, seg¼n las circunstancias. Se necesita u~a buena dis- ' posici·n f²sica para ir a zonas insalubres, con alimentaci·n. ~ higiene deficientes Y poca _,atenci·n m®dica, sobre todo si se va acompa¶ado de la familia:

çPeggy, mi mujer y mi hijo Rhys vivieron en condiciones dif²ciles y compar- tieron conmigo el aprendizaje de la naturalezaè (WILLIAMS, 1974: 35).

1 (\

La ctnohistoria se constituye como un aut®ntico m®todo etnogr§fico donde el trabajo de campo se realiza en archivos y bibliotecas. Aqu² Ja consideramos como una metodolog²a auxiliar que nos ayuda a conocer Ja informaci·n documental previa sobre una cultura.

Si el estudio etnogr§fico de las comunidades, primitivas o urbanas, se presenta, las m§s de las veces como çespacial y sincr·nicoè (la cultura de un lugar en un corte sincr·nico del tiempo), la etnohistoria nos devuelve (desde su diacron²a), el sentido etiol·gico de las culturas y hasta su verdadera hermen®utica. Completaremos as² las dos coordenadas, espacio y tiempo, de la <?ultura. ii) La utilizaci·n de las fuentes orales se da como complemento a Ja tradici·n escrita

en documentos. Se han contrapuesto las comunidades §grafas o çprimitivasè (que no tienen textos es-

critos, sino çtradici·n oralè) a las comunidades y sociedades con escritura (las religiones monote²stas tienen çlibroè, çsagradas escriturasè), Pero, en verdad, en todas las comunida- des existe una çtradici·n narrativaè, altamente presente en los rituales inici§ticos, que a veces, se presenta incluso como çcontraculturaè (vg. el lenguaje çoralè del patio de recreo frente al texto acad®mico, oficial) o, simplemente, como complemento (vg. en la judicatura hay çescriturasè de propiedad, sumarios, etc., junto a la çVista oralè).

Es manifiesta Ja importancia de la transmisi·n oral en el folklore infantil (cuentos, juegos, cantos, ctc.) y en la cultura popular (romances, refranes, leyendas, fiestas, etc.).

La entrevista para obtener tradici·n oral ha sido comparada con la sesi·n psicoanal²tica (THOMPSON, 1988), donde la oralidad es recibida y analizada por el terapeuta. iii) Una vez obtenida la documentaci·n oral y escrita, el antrop·logo procede a reor-

ganizar su proyecto, a la vista de los datos obtenidos. S·lo queda ya la preparaci·n f²sica y mental para emprender el çViaje etnogr§ficoè. Es evidente, que no es lo mismo ir a estudiar Ja cultura de los Himba, que estudiar una

secta. Para estudiar los Himba, F. Giner Abati necesit~ una preparaci·n f²sico-m®dica (va-

çEl etnohistoriador sustituye la estancia en una comunidad y el uso de infor- mantes por los documentos generados por sociedades y culturas ya desaparecidas, adaptando sus m®todos y t®cnicas tradicionales al estudio del pasadoè (SANCHIZ, 1993: 271).

çLa documentaci·n que hace posible una aut®ntica Etnohistoria -es decir, que permite trabajar como antrop·logo en sociedades del pasado-, es aquella que surgi· espont§neamente en la interacci·n social, que no se produjo pensando en el futuro ... La mejor fuente de informaci·n para la Etnohistoria es la masa de documentaci·n que, en su momento, se cruz· entre individuos e instituciones como parte del sistema de comunicaci·n de la ®pocaè (J1Mi;.l'IEZ, 1974).

Despu®s, se ha podido contar para el estudio de estas comunidades, con mapas y carto- graf²a oficial, generalmente a®rea, as² como de relatos de misioneros que pese a ser denostados por algunos etn·grafos, son Jos que verdaderamente conocen las comunidadesĿçprimitivasè, por los muchos a¶os que llevan conviviendo con ellas.

En los estudios actuales de biograf²as, familias, comunidades, grupos urbanos, empre- sas, etc. Ja documentaci·n etnohist·rica es fundamental. Thomas & Znaniecki en su magis- tral monograf²a sobre El campesino polaco utilizaron abundante documentaci·n (archivos parroquiales, cartas, ctc.), J.O. S§nchez Fern§ndez, en su estudio sobre la comunidad pesquera de Cudillero, o P. Rodr²guez en sus trabajos sobre las sectas, etc., han utilizado rica y sclec- clonada documentaci·n. Lo mismo sucede cuando un antrop·logo estudia la cultura de una empresa o la cultura de otros grupos urbanos.

i) En todo estudio etnogr§fico se hace imprescindible la documentaci·n bibliogr§fica y de archivo. Se trata de un trabajo etnohist·rico previo para conocer las fuentes de su iden- tidad cultural:

Page 15: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

13

o algunos miembros que han abandonado estos grupos, aunque este ¿ltimo supuesto es m§s problem§tico.

Hay informantes globales (aquellos que tienen una visi·n completa de la comunidad) e informantes espec²ficos (vg. una mujer informar§ sobre los roles de la poblaci·n femeni- na). Hay informadores con estatus adquirido (se Jo han ganado) y otros con estatus adscrito (se lo han otorgado). Los primeros tienen una visi·n m§s din§mica de la comunidad, y los segundos, m§s institucional y oficializada.

El informante es un endoetn·grafo, o bien de su cultura global o de su microcultura espec²fica. As², el dirigente tiene una visi·n global de la cultura de su comunidad, mientras que para entender la cultura infantil de la comunidad hay que contar con informadores infanta-juveniles. La informaci·n suministrada por Jos informantes debe, algunas veces, ser confidencial. Normalmente est§n orgullosos de aparecer en los pr·logos, con su nombre como infor-

mantes, pero otras veces, s·lo consignaremos sus iniciales o un nombre supuesto para que no puedan ser identificados y perjudicados.

Gran parte del trabajo etnogr§fico, adem§s del çestar all²è observacional, descansa en la aportaci·n de los informantes, y qu® poco se ha investigado sobre el control de datos facilitados por los informantes.

iii) Registro de datos. El investigador, como el psicoterapeuta, mantienen una cons- tante atenci·n flotante, para captar todo lo que pasa, por rutinario que parezca. El ejercicio de la observaci·n, como el de la terapia anal²tica, requiere aprendizaje y reglas.

El registro de datos se realiza en dos dimensiones: - dimensi·n global: atenci·n flotante, relatos, lenguaje no verbal, registro audiovisual, his- toria oral, etc. sobre toda la comunidad - dimensi·n espec²fica: focalizaci®n en el aspecto fundamental sobre el que descansa la et- nograf²a (parentesco, econom²a, religi·n, etc.) - La primera observaci·n se realiza sobre lo que se ve y se toca: la cultura material

(casas, tecnolog²a, monumentos, documentos, instrumentos, etc.), debiendo ser considerada la comunidad como un çmuseo vivienteè, explicado por los gu²as-infonnantes. - La segunda observaci·n puede versar sobre el comportamiento social de la comuni-

dad en su expresi·n verbal, no verbal y conductual (rituales, costumbres, h§bitos), recogiendo toda esta actividad en registros audiovisuales (sonoros, filmaciones, fotograf²a, etc.), adem§s de en las notas escritas. Ŀ - Puede procederse, seguidamente, a las entrevistas y encuestas para profundizar en as-

pectos concretos. . La entrevista posee la inmediatez del di§logo oral con el entrevistado, mientras que la

encuesta Je emplaza, mediatamente, en un di§logo prefigurado. . Encuestas y entrevistas pueden realizarse a trav®s de visitas a amigos, dirigentes, etc.

procediendo en forma de çred capilarè: a los amigos, a los amigos de los amigos, en las fiestas y concentraciones familiares, etc.

Hemos dicho que, en ese çmuseo vivienteè que es la comunidad cultural, el informante hace de çgu²a cualificadoè y nos aclara y explica el 'S1gnificado de lo que observamos:

çSi se observa a un hombre pegando a una mujer y en el censo de la poblaci·n aparece que la pareja est§ casada, lo m§s conveniente ser²a clasificar la observaci·n como un caso de "marido que pega a su mujer". Sin embargo, se puede uno enterar, despu®s, que en la comunidad local, los hombres y las mujeres est§n, generalmente, de acuerdo en que, la mejor forma de ahuyentar una enfermedad es una paliza p11- blica o que las mujeres aprenden mejor cuando se las golpea duramente en publico, o que las esposas tienen que demostrar peri·dicamente la fuerza de sus maridos, su- friendo un paliza a la vista del p¼blicoè (Wn.LIAMS, 197~: 96).

1)

' 1, 1 )

) I}

I~

IÁ}

f ' ,, , ., ,, ) )

) )

' ' ")

1 -~

) ) ) } ) )

Tambi®n resulta dif²cil la adaptaci·n a comunidades urbanas extra¶as al investigador: Å comunidades marginales, instituciones, etc., porque hay que adaptarse a sus normas, cultura, prejuicios, etc.

En todos Jos campos etnogr§ficos, las dificultades son grandes. Algunos estudiantes creen que esto de la etnograf²a es una mezcla de Indiana Jones y espots .de aventura Camel:

çLa imagen del investigador especializado, abri®ndose paso heroicamente n Å trav®s de la jungla, con poco m§s que una muda de calcetines, un cepillo de dientes. y un cuaderno de notas, es la que nos atrae, tomando una hamburguesa de queso y una coca-cola, en el snack del campus universitario.

èSin embargo, hay una diferencia entre esta imagen idealizada y estar realmente perdido, hambriento, empapado, herido, exhausto y desangr§ndose por las sanguijuelaa. Å ( ... ) Se dice que, a menor cantidad de aventuras, mejor trabajo de campoè (Wu.uAM~. 1974: 56-57). Å

De todas las maneras, la entrada en el §rea de trabajo, no es tanto una cuesti·n ffsica, Å porque aparecen barreras psicol·gicas tanto m§s dif²ciles de franquear que las otras, cornoe sucede cuando se realiza un trabajo de campo entre çSkinsè a los que no se debe nunca aguantar la mirada, o en una comunidad sectaria o religiosa en la cual no eres iniciado, oÅ en el campo de una empresa donde siempre se teme por el espionaje industrial o financiero.

ii) Los informantes son aquellos çnativosè bien informados que nos proporcionan InĿĿ formaci·n sobre una cultura.

A veces, los informantes, cumplen las funciones de traductores, cuando el investigntlor. no domina la lengua nativa.

El etn·grafo debe elegir bien sus informantes, como quien elige a su m®dico, ponáur depender§ en gran parte de ellos. S·lo ser§n buenos informantes los que tienen voluntad tlo. Informar, lo cual significa que estos informantes han çaprobadoè al etn·grafo. Nadie da nada a cambio de nada, por lo que el intercambio mutuo, de amistad, favores

etc. es una buena garant²a de ®xito. Hay que evitar los informantes çoficialesè, los que proporcionan la verdad oficial co1111

çportavocesè. Es ¼til confrontar la informaci·n que proporcionan los distintos informantes entre Hf -1"

cotejarlo con lo que el investigador percibe. Esto evita la ingenuidad. No hay que olvltl11r. que el informante es un çtraductorè no s·lo de lenguajes sino, sobre todo, de signi¶cados.

Entre Jos informantes urbanos, para no incidir s·lo en los informantes çprirnitivoxè Å rurales, est§n los porteros y conserjes, las secretarias, la escolta y los ch·feres y los dirigen A tes colaboradores. áLo que llega a saber el conserje de un hotel o una secretaria de clrth,.... nivel! . Å

Cuando se trata de grupos cerrados, como sectas o tribus urbanas, el ¼nico infornmutr posible es _el mismo infiltrado que convive preguntando (participaci·n observacional tutnl).

çLos primeros d²as, despu®s de la llegada al §rea general de la investignci®n propuesta, son normalmente muy importantes para la marcha general del trabajo. No obstante, suelen ser los d²as m§s diffciles para el investigador de campo con poca experiencia, porque tiene que adaptarse f²sicamente al §rea, soportando cambios, 11 veces dr§sticos, en cuanto al clima y la alimentaci·n, y acostumbrarse a utilizar procedimientos muy diferentes en gestiones tan simples como llamar por tel®fono, buscar direcciones o encontrar un lugar para comerè (WILLIAMS, 1974: 50).

por polic²a, investigador de hacienda, proselitista de una secta, per²odista, etc., lo que, en algunas ocasiones, puede poner en peligro hasta su propia integridad f²sica.

Por lo dem§s y sobre todo en las culturas çprimitivasè, los inicios son dif²ciles:

Page 16: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

15

A la hora de analizar el producto etnogr§fico, estudiaremos los diferentes pasos que hay que dar para convertir el trabajo de campo en monograf²a etnogr§fica y que comprenden: a) an§lisis y organizaci·n del material b) elecci·n del tipo de monograf²a e) redacci·n de la monograf²a.

El etn·grafo ha terminado ya de escuchar los relatos çsintom§ticosè de la culcura de los nativos y ha registrado mediante diversas t®cnicas, la cultura de la comunidad estudiada. .Queda ahora, pues, la tarea de redactar el çinformeè, es decir, çdecidir el diagn·sticoè y expresarlo en una monograf²a.

a) El an§lisis del material etnogr§fico se realiza en una doble direcci·n: por una parte, el material recogido obliga desde la realidad experiencia! (presi·n çemicè) al etn·grafo a redefinir el proyecto original; por otra, este material recibido debe ser çreorganizadoè, des- de la perspectiva cient²fica, para ser devuelto como diagn·stico a los nativos o como mo- delo a los dem§s etn·grafos (presi·n çet²cè ). En primer Iugar, pues, el etn·grafo es çinvadidoè por el contexto cultural de Ja comu-

nidad que observa participativamente, y a lo largo de su estancia ir§ tomando notas de lo que le çdicteè la comunidad. Es tan grande esta dependencia que no ser²a posible objetivar los datos sin mediar un alejamiento. En segundo lugar, el etn·grafo para efectuar esa distancia, se ir§ a otra parte a redactar

la monograf²a. All² repensar§ los datos, los organizar§ de acuerdo con su proyecto y redac-

1.3 EL PRODUCTO ETNOGRĆFICO

Finalmente, una etnograf²a puede abandonarse por no responder a las expectativas que -ĿĿ en ella se hab²an puesto en el proyecto. -

por lo que la investigaci·n es interminable. Pero, hay un punto de inflexi·n en el que nos damos cuenta .que las preguntas del proyecto ya han sido colmadas y ese es el momento de çCortarè, de terminar. Las principales situaciones an·malas por las cuales debe çinterrumpirseè un proyecto,

son: los problemas transferenciales del investigador, la p®rdida del rol de etn·grafo y la i;i®r- dida de inter®s por la cultura elegida para estudiar. Respecto a los problemas transferenciales y por similitud con Ja situaci·n terap®utica,

diremos que cuando çlos problemas emocionales del paciente repercuten con excesiva in- tensidad en los puntos ciegos y en los conflictos neur·ticos del terapeuta, despertando en ®ste una fuerte ansiedad, se perturba la adecuada comprensi·n y, por tanto, la- evoluci·n del tratamientoè (CODERCH, 1987: 270). Lo mismo diremos del etn·grafo sometido, vg. a situa- ciones de presi·n o chantaje por parte de la comunidad que va a estudiar, como el secuestro, la presi·n nacionalista, las reivindicaciones sociales, etc. a trav®s de las cuales queda pre- sionado por una suerte de çS²ndrome de Estocolmoè, etc.

Otro aspecto, no menos importante, es el de la indefinici·n del rol etnogr§fico por parte de los nativos, como queda patente en este texto de Hollander:

çPocos d²as despu®s de haber llegado a una ciudad del sur de Georgia (1932) se rumoreaba que yo era un agente de una empresa de fibras sint®ticas, enviado para estudiar la viabilidad de la instalaci·n de una industria en la ciudad. Mis desmentidos no hac²an otra cosa que reforzar el rumor; todo el mundo trataba de venderme las excelentes cualidades de la ciudad y su poblaci·n. El observador se hab²a convertido en una verdadera hada madrina, hasta el punto de que se hizo imposible realizar un trabajo m²nimamente serio. La soluci·n fue abandonar la ciudadè (DEN HoLLANDER, 1967: 13).

áI á! 1

1

~~~ ' i) Finalmente, hay que preparar la terminaci·n del trabajo y comenzar a elaborar la

ruptura: como en la psicoterapia, en el trabajo de campo se crean v²nculos y lazos afectivos' que cuesta romper. . '

Cuando los informadores, que hab²an adquirido un estatus en la comunidad a causa de su actividad, y las personas m§s cercanas en la convivencia que se serv²an del etn·grafo, se enteran de la pr·xima partida, se produce un cierto desasosiego. , t

Es el momento de racionalizar y verbalizar la ruptura, prepar§ndola con tiempo. Å Pero, sobre todo, se trata de concluir el proyecto. Una tesis doctoral si no se la limita,. t

puede ser interminable, pues la investigaci·n se enriquece progresivamente y genera nuevas hip·tesis. Å

A veces, la terminaci·n del trabajo de campo se efect¼a, de una manera m§s prosaica., l por la terminaci·n de los fondos econ·micos. Å - á Una vez terminado el trabajo de campo, conviene recoger y ordenar los datos acmnu-Åt -(

lados para permitir su traslado y su utilizaci·n posterior en la redacci·n de la monograf²n.. J

ii) Se ha dicho que la meta de un tratamiento terap®utico no es la çcuraè, sino la 1 capacidad que alcanza el sujeto o la comunidad para proseguir su desarrollo, por s² mis11111s.- )

Por eso, hay dos tipos de terapias: la çterminableè, que es la que se ha realizado h11jo Ja direcci·n del terapeuta, y la çinterminableè o proceso indefinido de autonornfa salmlal1I...._ ) que desarrolla el sujeto o la comunidad, desde que abandona al terapeuta (FREUD, 19.1'/). - )

Del mismo modo, en etnograf²a, hay un proceso de trabajo de campo çterminableè, 1111r acaba cuando las tareas del etn·grafo han finalizado, y un proceso çinterminableè, que r - ) realizado por la propia comunidad a partir de recibir la monograf²a (diagn·stico cultumt), ) mediante el cual reconocen su identidad Y. sus potencialidades culturales.

Habitualmente, hasta ahora, s·lo se ha elaborado el trabajo de campo desde la áwrnpr1' , tiva del an§lisis terminable, pero, en las çetnograf²as activasè, que son las que çdevurlvcÅ11.,C. el diagn·stico cultural a la comunidad ind²gena estudiada, la propia comunidad sigue 11Ŀ1111. ) zando este fruct²fero an§lisis interminable. Pero, volvamos al tema de la çterminaci·nè del trabajo de campo. ) El trabajo etnogr§fico debe finalizarse, o bien porque ha concluido la recogida 1lr 1l;c111Å )

sobre Jos aspectos fundamentales de la cultura estudiada, o bien por circunstancias :uu'²11111f;1~. En el primer caso, el trabajo de campo debe finalizarse cuando se han recoHiclo clu111 )

suficientes para explicar la totalidad de la cultura estudiada y puede obtenerse, n lrnvc'~ 11ÅĿ ellos, una visi·n hol²stica de la misma, de acuerdo con el proyecto de investigaci·n, SltĿ111p1 ) es posible investigar nuevas cosas y ya hemos dicho que, en s², toda cultura es lnnh11H'11lilr )

lA J

Por eso, el registro de datos debe hacerse desde la fidelidad çnaturalistaè de registrar l lo que se ve, pero tambi®n, desde la continua dotaci·n de sentido de los datos dentro de la ~ ' semi·tica cultural de la comunidad que se estudia.

iv) La observaci§n participante nos aporta, a lo largo de la estancia en la comunidad \ estudiada, el conociruicnto çdirectoè y experiencia! de Ja cultura. Esto quiere decir que, rea- lizamos el estudio de la cultura en çsituaci·n naturalè y que nuestro trabajo es de çnatu- \ ralistaè,

A lo largo del trabajo de campo, el etn·grafo es el çprincipal instrumentoè de an§lisis \. de la cultura nativa, siendo la observaci·n participante un çcontinuo acto participativoè, un \ continuo di§logo intcrcultural e interpersonal, donde se da un çintercambioè entre las pers- pectivas çernicè y çeticè. \ En la observaci·n participante, el etn·grafo analiza lo que le parece çrelevanteè y esto

puede parecer un rcduccionismo, pero como veremos en otro cap²tulo al hablar de diagn®s- ' tico, esta çrelevanciaè es aceptada por el nativo si es çeficazè.

Page 17: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

17

e) La redacci·n de una monograf²a ha sido definida como un ejercicio literario:

sobre e] d²a que nuestros çnatĉVOS urbanosè encarguen oh.-Ŀ-.~r,A'f,"

y aceptarlas, sino para exigirles eficacia, habr§n acabado la etnograf²a es o no ret·rica.

y a un franc®s, vacaciones en el Med²-

la misma cosa.

Podemos concluir que, el tipo habitual de etnograf²as realizadas y publicadas, ha sido el acad®mico, pero que la antropolog²a debe salir de este enclaustramiento o prisi·n, para ofer- tar soluciones diagn·sticas en la resoluci·n de Jos problemas de cada comunidad cultural.

Por eso, apenas si podemos hablar de çmonograf²as diagn·sticoè, controladas por los propios nativos, como cuando se controla el diagn·stico de un m®dico, de un arquitecto, etc.

Lo que tenemos son monograf²as çacad®micasè y ®stas han sido redactadas en forma de estudios de biograf²a, de familias o de comunidades, tal como queda patente en el cap²- tulo dedicado a los de monograf²as etnogr§ficas.

tres biogr§fica, comunitaria, aunque pueda lo contrario. como de Ja cultura de un grupo o comunidad.

Hasta ahora, de acuerdo con el çcanonè malinowskiano, un ele campo se hacia durante unos dos a¶os, en una comunidad peque¶a de unos dos mil y por medio de la observaci·n participante que permit²a poder interactuar con todas las personas (biogra- f²as). De all² surg²a la biograf²a de la comunidad, el modo cultural de organizarse la vida, a trav®s de su cultura material v formal.

Hasta aqu², los antrop·logos eran unos investigadores de çculturas primitivasè, dejando casi. Jos soci·logos el estudio de la sociedad civilizada

recientemente, las han cambiado. Lejos ya a los con los antiguos coloniales. de campo sobre çnuestro tercer mundo todo lo prostituci·n, inmigrantes, etc.), la misma metoco²ozta etnograf²as a las comunidades çprimitivasè.

Pero, comienzan a surgir algunos problemas. Nuestros etnografiados pueden leer las monograf²as que se escriben sobre ellos y al igual que los espa¶oles se llenan de estupor o de risa cuando leen algunas monograf²as que han escrito ingleses o norteamericanos sobre ellos, de la misma manera, se comienza a desautorizar este tipo de etnograf²a etnoccntrista y ret·rica.

Se trata del primer aviso. Europa, espa¶ol italiano no les gusta que terr§neo, mediante una etnograf²a llena

Pero, la dificultad mayor est§ por llegar. un an§lisis sobre el impacto cultural que realiza el turismo en una isla, o sobre la cultura del funcionariado, etc., ®ste no puede presentarse con una monograf²a pintoresca, sino que le pedir§n un buen an§lisis y una prospectiva de actuaci·n, es decir, que tome decisiones diagn·sticas y que las presente en informes monogr§ficos inteligibles aplicables. Porque. los çnativos urbanosè o sus responsables, no quieren çret·ricas y les seleccio- nar§n su eficacia.

s·lo tienen salida como textos (obligados) universitarios. (, .. ) Sin embargo, hay que constatar, la reacci·n de algunos antrop·logos espa¶oles, que han decidido "pasar" de las rencilla "tribales" y tratar de salir de este callej·n sin salida, ofertando la antropolog²a a graduados en otras disciplinas ( ... ) como perspectiva aplicable a sus conocimientos cient²ficos t®cnicos. ( ... ) El antrop·logo no tiene otra opci·n que sentarse a la mesa, en inrerdisciplinar con otros y, desde su humil- dad y coraje, ser capaz los saberes en Ja resoluci·n de los problemasè (AGUIRRE, 1993c: 10).

16

nuestros profesores universitarios, apenas si les. nada que a de una antropolog²a end·gama, de "curr²culum , dispuesta para el recelo y la envidia entre "colegas", que se est§ convirtien-

en "tribal" ( ... ). Muchos de los libros que escriben los antrop·logos espa¶oles,

Dif²cilmente puede plantear m§s crudamente la realidad de una antropolog²a que s·lo escribe para s² misma, para Ja envidia profesional, para la endogamia acad®mica.

Desde que el fin del colonialismo, ingl®s sobre todo, alter· el rol del antrop·logo y pas· a ser, de çagregado culturalè a simple profesor, la antropolog²a camina un poco err§tica: çen el nombre del cielo, qu® es lo que estamos buscandoè exclamaba LEACH (1962: 131). No acaba de enraizar la antropolog²a porque hay miedo a la propia desnudez, a tener que competir con otros saberes Escrib²a, no hace mucho, a este prop·sito:

çPor lejos de Jos la Academia que el vaya a buscar sus temas -escarpadas playas Polinesia, un socarrado llano Amazonia, Akobo, Mekes o el arroyo de la Pantera- escriben sus relatos con los atriles, las bibliotecas, las pizarras y los seminarios que tienen a su alrededor. Este es el mundo que produce a los antrop·logos, que les permite hacer el tipo de trabajo que llevan a cabo y, en cuyo seno, el tipo de trabajo realizan, debe encontrar su lugar si merece llamar atenci·n. En s² mismo, el All² es una experiencia de tur²stica ("He

en Katmand¼. t¼?"). El Estar Aqu², en como universi- la antropolog²a se publique, se 139-140)

nosotros, de estas monograf²as, es la cornu- Para ellos. un tipo de ni dad

por una parte, las para los (comunidades,

deber²an encargar los trabajos de cam- ser²an çdiagn·sticosè el paciente (comunidad, empresa,

etc.) en culturales (vg., fusi·n de empresas, cambio cultural, etc.) encargar²a al etn·grafo un estudio çdiagn·sticoè para ser çdevueltoè a la comunidad solicitante, que pue- de aceptarlo o no, en vistas a su eficacia en la resoluci·n de los problemas.

Pero, este tipo de çetnograf²a activaè, que debiera ser el habitual, es tan escaso como Jos trabajos aplicada.

El el habitual

intervienen diversos factores. En primer de expresarse, su forma çret·ricaè, como Jugar,

dicen

Hay pues, como una confrontaci·n entre las dos perspectivas: Ja perspectiva çnatura- listaè o çernicè, decir, el dejarse llevar por la estructura y din§mica de la cultura nativa y çtranscribirlaè fielmente; y la perspectiva del observador o çeticè que reorganiza el dis- curso para hacerlo inteligible desde sus categor²as. como hemos apuntado ampliamente en otro cap²tulo.

b) En la

çPara mi sorpresa, la monograf²a final., contiene poco material recogido a de Ja observaci·n a pesar de mis voluntariosos diarios de campo pacientemente (NEWBY, 1977: 127).

tar§, o bien un diagn·stico cultural para los nativos, o bien un informe para su comunidad acad®mica.

Desde la distancia, pues, el etn·grafo redactar§ su monograf²a, abandonando la pers- pectiva de campo y girando la orientaci·n hac²a quienes va dirigido el informe:

Page 18: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

19

Aou1RRE, A. (1993a) (Ed.). Diccionario Tem§tico de Antropolog(a. Marcombo. Barcelona. AountRE, A. (1993b). tè identidad ®tnica. R.A.D., Barcelona. AaUIRRE, A. (1993c). El antrop·logo como autor y actor. Anuario de Historia de La Antropo-

log²a Espa¶ola, 2 (1993): 43-48. AoUIRRE, A. (1994). La cultura de la empresa. Anthropol6gica, 15/16 (1994): 17-51. AouIRRE, A. & RooRtouez, A. (1995) (Ed.). Patios abiertos y patios cerrados. Psicolog²a cul-

tural de las instituciones. Marcombo, Barcelona. ALLARD, G. & LEFORT, P. (1988). La m§scara. FCE, M®xico. ANTA FELEZ, J.L. (1990). Cantina, garita y cocina. Estudio antropol·gico de soldados y

cuarteles. Eds. Siglo XXI, Madrid. AUZIAS, J.M. (1977). tè antropolog²a contempor§nea. Monte Ćvila Eds., Caracas. BALINT, M. (1968). El m®dico, el paciente y la enfennedad. Ed. Libros b§sicos, Buenos Aires

(ed. 1986). ' BARANDIARĆN, J.M. (1984), en A: Monterola. La etnia vasca, Ed. Ayerbe, San Sebasti§n. BARLEY, N. (1989). El antrop·logo inocente. Anagrama, Barcelona. BUENO, G. (1990). Nosotros y ellos. Pentalfa, Oviedo. CooERCH, J. (1987). Teorta y t®cnica de la psicoterapia psicoanaUtica. Herder, Barcelona. CAPEL, H. (1981). Filosof²a y ciencia en la geograf²a contempor§nea. Barcanova, Barcelona. CuFoRD, J. & MARCUS, G.E. (1991) (Eds.). Ret·ricas de la antropolog(a. J¼car, Madrid. CRESSWELL, R. & GoDELIER, M. (1981). Đtiles de encuesta y de an§lisis antropol·gicos. Ed.

Fundamentos, Madrid. DEN HoLLANDER, A.N.J. (1967). Social Description: Problems of Reliability and validity, in Jongmans & Gutkind (Eds.) Anthropologists in the Field. Van Gorkum, Assen N.L.

DENZIN, N .K. & LINCOLN, Y .S. ( 1994). H andbook of Qualitative Researcb- Sage Ed., California. EuADE, M. (1975). Iniciaciones mtsticas- Taurus, Madrid. ' FERNĆNDEZ. J. (1993). Emergencia etnogr§fica. Tiempos heroicos, tiempos ir·nicos y tarea

antropol·gica, en J. Bestard (Ed.) Despu®s de Malinowski. A.C.A., Tenerife. FoucAULT, M. (1968). Las palabras y las cosas. Ed. Siglo XXI, M®xico. FREUD, S. (1912). El delirio y los sue¶os en la gradiva de W. -Iensen (trad. de L. Balleste-

ros), Biblioteca Nueva, Madrid, o.e., I, pp. 585-628.

BIBLIOGRAFĉA

Sin embargo, hemos considerado que hay dos tipos de monograf²as: las que se entregan a los nativos, como informes diagn·sticos con intenci·n de que sean eficaces en la resolu- ci·n de los problemas y los relatos etnogr§ficos orientados hacia la comunidad cient²fica. Ambos, nativos y comunidad cient²fica deben de validar el trabajo etnogr§fico, pero como hemos visto, han aparecido duras cr²ticas para una etnograf²a end·gama que no toma de- cisiones diagn·sticas, no resuelve nada y se ahoga en su propio relato literario.

Necesitamos una etnograf²a çactivaè que analice, incluso por encargo, la funcionalidad de la cultura de una comunidad, proponga decisiones diagn·sticas y resuelva los problemas.

Abogamos por este tipo de etnograf²a activa, aplicada y eficaz, que, a nuestro entender, redefina el papel de la antropolog²a en general y el de la etnograf²a, en particular.

c) Ante la limitaci·n de este cap²tulo, no hemos querido abordar cuestiones metodo- l·gicas que otros autores analizan en este libro, sobre todo, las relativas a la observaci·n par- ticipante (Anguera) y Ŀ1as que se refieren a las perspectivas çemicè (punto de vista del nati- vo) y çeticè (punto de vista del observador) a las que nos referiremos con detalle en el cap²tulo ç£tnica, ®tica y transferenciaè, donde, adem§s, analizamos el rol del etn·grafo y los cinco momentos del acto etnogr§fico: afectivo, cognoscitivo, operativo, ®tico y social.

Comprender el m®todo etnogr§fico es haber encontrado la çV²a regiaè para analizar

cualitativamente la realidad social-cultural.

a) La etnograf²a es el estudio descriptivo d Rcpre_senta el primer paso, la recorrida de e una cultura. áj Invadiendo la membrana o frontera datos, dentro de la investigaci·n cultural

und çchoque culturalè que lo relativiza qu~~= !:.!:"' a la çotra culturaè, el etn·grafo red;be áá ra o ~ste paso inici§tico, s·lo si se ha llegad ru.ye su. etnocentrismo. S·lo si se ha supe- conocimiento antropol·gico o a vrvenciar dos culturas se puede d ..

El anT . d . Å a qumr . . a isis e una cultura delimitada ue á, cibir ~u çparticular existenciaè (parlicular~m:~;l~s p~;senta como çotraè, nos permite per mas e organizar la vida, adem§s cie la nuestra. ura , y comprender que hay çotrasè Ior- W

b) El estudio etnogr§fico com d d ..., çprocesoè y á , pren e os momentos fund 1 Å de , ~ etnografia como çproductoè El r. arnenta es: la etnograf²a como campo, realizado durante un tiempo f :Ŀ p oceso etnogr§fico corresponde al trab . r)

comunidad - su Ŀic1ente que permita ' ÛJ11 a la comun~:~ue~~ad~r ese proceso'. se¶alamos como,mon²'en~~;~:r ~oda la cultura. en una ~ 1 ~

A . Å 13 ogo con los informantes el . s importantes, el acceso . . ~e~ar de que esta secuencia bioor§fic~ ; reg1s.tro ?e datos y la atenci·n flotan~e ~

::::n~v~d;::a,:i:i~~ '::~~d~á~::;'ic~6~ P"iv~~::::~~~:i~:, ':'.f:i ~:Ŀ=~~~~ all²è) h; qa l de estancia sit¼a al etn·grafo com ue Û.y captaci·n de materiales y datos- todo el que co- ~ t 1 Ŀ Ŀ o çnativo margi 1 . . proceso ~ ura Ŀ;tcr'.b1endo lo que e~a cultura le çdictaè cad~~;'Å como prisionero de _un contexto cul-

. á11 oducto etnogr§fico se constru . a, Û.trav®s de la experiencia de cam Å Lo 1~r~me~Ŀo que hace el etn·grafo es çd ye mediant~ un informe etnogr§fico o mono P~Ŀ l parucipauvamcnte, para poder çobJeliv~~~a~'.'.textuahzarseè, alejarse de la cultura obs~~!~i'.; Å i IQ Å

1.4 CONCLUSIčN

çEs evidente que, as² las e cursos "literarios" que de los "c~~~~fi,1claos~?tr(0Gpolog²a est§ m§s del lado de los dis- è EERTZ, 1989: 18). '

Como dice Gccrtz, muchas de las mon f . en l_os cuales se n_os quiere convencer, a :cg::s fas cl§s~cas son aut®nticos relatos literarios sufn·Ecn sus propias carnes todas las dificultadc~xpres1lv~~1ente, que el autor estuvo ali(

stoy de acuerdo en que la , Y vo v10 para cont§rnoslo ' Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ mayona de la Ŀ p~m1ll~asè a las que s·lo tuvo acceso el etn·g;a;10nograf²as escritas sobre çComunidades e çv~nsmoè ya que no aportan pruebas de lo q o,~~ esfuerzan en reforzar literariament~

ue~e ponerse como ejemplo el libro de D ue icen. ~:>e ~~a~11Āit''~ u11111aki11g of a11 a11thropologic;~e!:r~~e~and çft!argaret Mead and Samoa. e : ca sobre la arcadia feliz de 1 è on _e mtenta desmontar la çf§bu- ~ expresi·n, m§s de lo que quiso ver q~: :=o~~Ŀ El libro de Mead, probablemente Å E.UU. para que cambiase la orientaci·n pcd: àu~ vio. C?_n este çtestimonioè influy· en t Algunos argumentan que un pueblo . b" g gica de nmos y adolescentes.

que á~estudie. Esto significa el <<particu~~~7~n:~ ~due ;~§ dlif~rente para cada antrop·logo - . asta ya, puc.<;: çciento quince a¶os p icu. ansmoè.

suficientesè (Gecr.z) porque co de prosa aseverativa e inocencia lite . d Å Å n un poco de imagi Ŀ · rana son ya se p~: e <;constmirè la etnograf²a de un bl _mac_1 n y con relatos de otros etn·grafos t ernpmca smo experimental, como la u pue ? mexistente y esto ya no ser²a etno r '.' ~~d~:~~~~ oh~ tu·n~ regi·n cuando no ~s eti~~~e:~z: l~:r~e:~otarfiè ?e tradiciones cultur~1::r;~ t rs neaè. su ²cientemente, para otorgarle

Cuando la monograf²a etnogr§fica u d ~on toda la literatura que se quiera, per~. :1 ~~:~ :~ida por los ~ativos, podr§ adom§rscla 4' unque esta verdad (como en un diagn·stico negat~ene) lqlue reflejar la verdad reconocible ivo egue a doler. Ŀ Å

Page 19: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

21 Å

?.O

2.1 EL NACIMIENTO DE UN T£RMINO

la evoluci·n del concepto de etnograf²a Eloy G·rnez Pell·n

2. 1')

Ŀ) , 1)

11

FREUD, S. (1937). An§lisis terminable e interminable (trad. de L. Ballesteros), Bibliotect Nueva, Mad1id, O.C., rn, pp. 540.

G111GNEBET, C. ( 1986). El folklore obsceno de los ni¶os. Alta Fulla, Barcelona. GARCĉA-GUAL, C. ( J 992). La visi·n de los otros en La antigiiedad cl§sica, en Le·n Portilla et al. (Eds.) De la palabra en el Nuevo Mundo. Siglo XXI Eds., Madrid, vol. l.

G!NER ABATI, F. (1992). los Himba. Amar¼, Salamanca. Gosrz, J .P .. & LE CoMPTE, M.D. ( 1988). Etnograf²a y dise¶o cualitativo en investigaci·n edu-

cativa. Morara, Madrid. GoNzALEZ EcHEVARRĉA, A. (1990). Etnograf²a y comparaci·n. Universidad Aut·noma de

Barcelona, Bellaterra (Barcelona). GoooENOUGH, W.H. (1975). Introducci·n, en J.R. Llobera (Ed.) La antropologta como cienĀ

cia. Anagrama, Barcelona. Ŀ GRUGEON (1995). Implicaciones del g®nero e11 la cultura del patio de recreo, en Woods "- Å ) Hammersley. G®nero, Cultura y Etnia en la Escuela. Paid·s. M.E.C. Barcelona. 1 ~

HAMMERSLEY, M. & ATKINSON, P. (1994). Etnograf²a. M®todos de investigaci·n. Paid·s, B~ ) celona. )

HARRIS, M. (1979). El desarrollo de la teor²a antropol·gica. Siglo XXI, Madrid. En los primeros lustros del siglo xtx se hace frecuente en los ambientes refinados JIM~NEZ, A. (1974). Sobre el concepto de la Etnohistoria, en Primera Reuni·n de Antrop6'1l ) europeos el uso de un neologismo que inmediatamente adquirir§ carta de naturaleza. Tal

logos Espa¶oles, Ed. Universidad de Sevilla. ) t®rmino era el de çetnograf²aè, que perfilado en Ja primera d®cada del siglo -parece ser que JoNGMANs,D.C.&GUTKIND,P.C.W.(I967).A11thropologistsinthefield. VanGorkumAssen,N.~ como consecuencia de los cursos impartidos por B.G. Niebuhr bajo este ep²grafe en la LAIN ENTRALGo, P. (1984). Antropologia M®dica. Salvar, Barcelona. ) Universidad de Berl²n-, pasaba poco m§s tarde a ocupar los t²tulos de grandes obras, como LEACH, E. (1962). 011 certain Unconsidered Aspects of Double Descent. Man (1962) 131. la de A. Balbi, Introduction a l'Atlas ethnographique du Globe, publicada en 1826. Natu- L£vr-STR11uss, C. (1968). Antropolog²a estructural. Eudeba, Buenos Aires. } ralmente, la voz era empleada en su sentido estricto, esto es, el de la descripci·n de las etnias Ltsoç TOLOSANA, C. (1977). Antropologta Social en Espa¶a. Akal, Madrid (2.Å ed.). . ) 0 los pueblos que habitaban la Tierra, si bien conteniendo una agobiante carga de exotismo, Lrs·x TOLOSANA, C. (1983). Antropologia cultural en Galicia. Akal, Madrid. un tanto basculada hacia los aspectos ling¿²sticos y raciales. Simult§neamente, se hace MAESTRE, J. (1990). La investigaci·n en antropolog²a social. Ariel, Barcelona. ) com¼n otro t®rmino que es el de çetnolog²aè, a pesar de que tambi®n se empleaba anterior- MALINOWSKI, B. (1967)."Diario. Ed. esp. J¼car, Madrid. mente, con un significado muy pr·ximo al se¶alado, en cuanto tratado de los pueblos que MALINOWSKt, B. (1922). los argonautas del Pacifico Occidental. Ed, esp. Pen²nsula, Barcelon ) poblaban el planeta, y que cobrar²a fortuna al igual que el anteri_or. De h~cho, la socie.dad

(1973). 1 _) de antig¿edades que nazca en la capital francesa en 1839 se denorrunar§ Soci®t® Ethnologique NADER, L. (1970). From anguisli to Exultation, in P. Golde (Ecl.) Women in the Field. Aldin. de Paris, y a ella le seguir§n otras en Europa. En el clima progresivista que hab²a surgido

Chicago. lila ) en los tiempos de la Ilustraci·n, y que por entonces caminaba hacia el pleno apogeo, tales NARROLL, R. & COHEN, R. (Eds.) Handbook of Method in Cultural Anthropology. Naturul""" 1 t®rminos pose²an un sesgo caracter²stico, cual era el de atisbar Jos or²genes de la humani_dad,

History Press, New York. ) el desarrollo de sus componentes ®tnicos y raciales, la historia de sus progresos hacia la NEWBY, H. ( 1977). /11 the Field. Reflections 011 tite Study of Suffolk: Farm Workers, in Bell 8f.... , civilizaci·n, etc. .

Newby (Eds.) Doing Sociological Research. Allen, London. Å Å Å Precisamente, y en relaci·n con este mismo clima progresivista, forjado en esa etapa PEL.TO, P.J. & Pu.ro, G.H. (1978). Anthropologicat Research. Tite Structure of lnquiry. Can 1 ) que va desde finales del primer cuarto del siglo xvm a los a¶os cuarenta del xtx (F. _voo~, bridge Univ. Press, London (2nd ed.). 1975), tiene Ipgar el desarrollo de una nueva fase que llega hasta finales de ~a centun~ ~cc1-

PtKE, L. (1954). Language i11 Relation to a Unified Theory of tite Structure of Huma ) mon·nica, propiamente evolucionista, y m§s a¼n tras el triunfo de las doctnnas darwin²stas Behavoir. Gendale, The Hague (1971) (2nd ed.). a mediados de dicho siglo, en Ja que alcanza singular protagonismo el t®rmino de antropo-

PowDERMAK.ER, H. (1966). Stranger and Friend. Norton, New York. logra, como un estudio del hombre distinto del propuesto hasta entonces por .la fil~sof²a Y RooRIGUEZ, P. (1988). LA conspiraci·n Moon. Ed. B., Barcelona. por las ciencias positivas. Este nuevo sentido de Ja antropolog²a, q_u~ se evidencia en. la Roomousz, P. (1990). El poder de las sectas. Ed. B., Barcelona. segunda mitad de Ja centuria decimon·nica, aparece claramente explicitado ~m la soco~da SANc1mz FERNĆNDEZ, J.O. (1992). Ecolog²a y estrategias sociales de los pescadores de Cr obra de E.B. Tylor Primitive Culture, escrita en 1871. Frente a la antropolog²a especulativa, dillero. Eds. Siglo XXI, Madrid. sistematizada por Kant al publicar su Anthropologie en 1798 y desarrollada por Hegel, Y

SANClllZ, P. (1993). Etnohistoria, en A. Agu²rre (Ecl.) Diccionario Tem§tico de Antropok. separadamente de Jos principios racionalistas, nace una antropolog²a que pone sus OJOS en g²a, Marcornbo, Barcelona. los logros humanos que tienen por marco la vida social. Estos logros, englobados en el con-

SCHEtN, E. (1988). La cultura empresarial y el liderazgo. Plaza y Jan®s, Barcelona. l cepto de cultura por el propio Tylor, se constituir²an e? el objeto de esta nueva antropol?~²a: STURTEVANT, W.G. (1964). Studies i11 Etnoscience. A. Anthropologist 66 (1964): 99-131. el estudio del hombre a trav®s del an§lisis comparativo de las culturas. Tras la definici·n WtLUAMS, Th. R. (1974). M®t.odos de campo en el estudio de la cultura. Ecls. J.B., Madrid. 1 Zunixua, F.J. & ZumAUR, J.A. (1980). Estudio etnogr§fico de S. Mart(n de Unx. Diputaci61J

Foral de Navarra, Pamplona.

!J ~

Page 20: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

23

Aunque parece evidente que hasta el siglo xvm no comienzan a <lesarr~lla_rse las ciencias sociales, que m§s tarde van adquiriendo personalidad para quedar constltui~as en el siglo posterior, no es menos cierto que ello es posible porque a lo la_rgo de much? tie~po se hab²a ido reuniendo un corpus de conocimiento. Dicho corpus, prec1samen~e, sena Objeto de sistematizaci·n y tambi®n de especulaci·n por parte de los pensadores ilustrados, ela- borando ingeniosas hip·tesis, que se vieron animadas por el increi:i~nto que .P~alelamente se produjo en ese elenco de conocimientos, hasta crear las condiciones objetiva~ para el advenimiento cient²fico, al cual la antropolog²a en general y la etnograf²a en particular no son ajenas. Este corpus precient²fico, cuya validez hoy resulta discutible al car~cer, por definici·n, de las garant²as necesarias, se hab²a configurado a lo l~go de mu~hos siglos, de manera heterog®nea, al socaire de los choques culturales producidos en el _u~mpo. As² se entiende que en las grandes metr·polis mediterr§neas de la A?tig¿edad se pro-

dujeran descripciones en las cuales subyace un impulso etnogr§fico, propio de autores fas- cinados por las diferencias entre los pueblos, y sobre todo por el contraste entre las culturas. Realmente se trata de una curiosidad que ha existido en todas las ®pocas Y en todos los lugares, aunque s·lo algunos individuos hayan conseguido transmitirla con una notab~e cla- rividencia. Bien conocido es, por lo que respecta a Grecia, el caso de Herodoto, quien .en el siglo v a.c., el gran siglo de Pericles, en su Historia, nos leg· po~enorizadas descn~- cienes de los pueblos por los que viaj· o tuvo conocimiento, desde ~gi~to '! Me~opotarrua hasta las orillas del Mar Negro y el Norte de Ćfrica, con las naturales limitaciones impuestas por la din§mica de su obra, en Ja cual las noticias sobre las costumbres de los pueblos que cita eran accesorias, en relaci·n con las guerras griegas que comportaban el aspecto ~n~a- mental de su prop·sito. Sorprende m§s todav²a la mesura que se descubre en sus no~ci~, impropia de la ®poca, y a pesar de la ausencia del necesario rigor,. denotando la conciencia de un relativismo cultural y la huida del punto de vista etnoc®ntrico .

M§s a¼n esa distinci·n entre los patrones culturales del obse:y~?! y Jos _d~ lo.s obser- vados que se ~dvierfeĿ en Herodoto esĿ tanextra¶a que no es f§dI 'adivinarla en sus contem- p·r§neos griegos, que con frecuencia se fijan en las cost~~?res_ de otros pueblos, de otras gentes, pero a modo de contraste con la grandeza de su civilizaci·n que es su?rayada enor- gullecidamente. En otras ocasiones, los autores griegos de ®poca cl§sica ~fectuan pro~~as reflexiones sobre los or²genes de la sociedad y el estado, como se aprecia en La Rep¼blica de Plat·n, o sobre determinadas instituciones como la esclavitud, como se denota en la PoU- tica de Arist·teles. La primera, sobre todo, ha tenido una extraordinaria repercusi·n en ~a escuela sociol·gica francesa, y tambi®n entre los funcionalistas ingleses, que como B_:_ Mali- nowski se sirvieron del planteamiento plat·nico de las necesidades humanas en s_u ~l-8.bo- raci·n te·rica (A. PALERM";Á 1974, 1). Desde otro punto de vista, y a pesar del car§cter viajero de ambos pensadores griegos, su proyecci·n etnogr§fica no llega.Û percibU:s~ ~Ŀcomo se ha se¶alado, sus obras poseen un car§cter especulativo, sin pretensiones pos²t²v²stas ..

En cualquier caso, las permanentes colonizaciones llevadas a cabo en el Mediterr§neo por las metr·polis griegas en los siglos de esplendor supusieron un fuerte choque c~ltur~ para los griegos de la ®poca, que a menudo se tradujo en docu~~?tos de un ext_ra~rdmano valor etnogr§fico para el conocimiento de los pueblos de la Antig¿edad. El surgmuento d~

2.2 LAS PRIMERAS çDESCRIPCIONES~

poiogica na creano en nuestro siglo una nueva concepci·n de la etnogra~Ia, ponien.do en cuesti·n el valor de la vieja etnograf²a. Al fin y al cabo, se trata de una c²rcunstanc²a que no distingue a la antropolog²a de otras ciencias sociales, en las que, igu~mente, ~e han .ope- rado destacados cambios a lo largo del siglo que corre, como consecuencia del aquilatamiento metodol·gico que se ha producido en su seno.

22

... ,

.. , 1 .. ' 1 Å ,

Ŀ-) ) ) ) )

)

) ) ) ) )

' ' , i l _)

J . '

I -Ŀ' 1 '

se hallaba la idea de que la cultura cambia en el tiempo y en el espacio, lo cual implicaba la existencia de .nuiltiplcs culturas.

Los elementos fundamentales de la propuesta efectuada por Tylor -Ia cultura, la socie- dad y el individuo-, habr²an de dar lugar con el tiempo a diferentes concepciones en el seno de la antropolog²a, sin merma de su unidad epistemol·gica. Por un lado, se reconocer²a una antropolog²a cultural, centrada en las producciones humanas, tanto materiales como inma- teriales, y por otro lado una antropolog²a social, orientada hacia el estudio de las relaciones entre los individuos que forman parte de la estructura social. Es evidente, sin embargo, que. en uno y en otro caso, m§s all§ de las matizaciones, la cultura, en cuanto expresi·n de las '\ ĉ producciones y de las representaciones sociales, es el objeto primordial de estudio. Un inten- 1 to de superaci·n de esta doble perspectiva, llevado a cabo a mediados del siglo actual, dio lugar a la influyente antropolog²a estructural, en la cual se persigue ahondar en la ra²z expli- cativa que permita interpretar la estructura del inconsciente del pensamiento humano, al admitirse que el hombre se incardina progresivamente en el acontecer puramente mec§nico del universo.

Por tanto, y a pesar de que su brote se produce con anterioridad, es en el siglo xrx cuan- do se constituyen formalmente tres disciplinas sumamente cercanas en su objeto -la etnograf²a, la etnolog²a y la antropolog²a-, cuyas denominaciones iniciales se han mantenido en el correr del tiempo de acuerdo con las particularidades de su institucionalizaci·n, a las que ni siquiera el §mbito acad®mico ha sido ajeno. Sin embargo, y por encima de estas particu- laridades institucionales, la ²ntima relaci·n existente entre ellas ha dado lugar a que por Jo general se utilice el t®rmino de antropolog²a social o cultural como englobador de los otros dos, los cuales aluden a sendas etapas de la investigaci·n que posibilitan el conocimiento antropol·gico. As², mientras que la etnograf²a representa la etapa inicial de la investigaci·n, puramente descriptiva, la etnolog²a comporta una etapa analftico-comparativa intermedia, que conduce a la elaboraci·n teor®tica m§s elevada que supone la antropolog²a (C. L§vr- Smxuss, 1958: 317-323), si bien la denominaci·n de estas dos ¼ltimas se confunde con fre- cuencia en la tradici·n acad®mica de algunos pa²ses. Es el rigor del m®todo el que impone el camino de la investigaci·n, que partiendo de la observaci·n descriptiva, trata de verificar distintas hip·tesis para alcanzar una conclusi·n. Por ello, ninguna de las etapas excluye a las restantes, sino que las complementa. Dicho de otro modo, las sucesivas etapas impuestas por el conocimiento antropol·gico, encadenadas y solapadas, contribuyen a trascender el fen·meno que estudian, a fin de contribuir al descubrimiento de las causas que lo generan. Por tanto. la etnograf²a lleva aparejado un car§cter descriptivo de las sociedades huma-

nas que constituye el fundamento del conocimiento antropol·gico. Ese car§cter descriptivo lo hallamos en el pasado, confundido con la curiosidad, en m¼ltiples relatos de viajeros y costumbristas, en los que late un contenido etnogr§fico, carente a¼n de Ja necesaria orguni- Å zaci·n. Habr§ de esperarse al siglo xtx para que la etnograf²a organice su dispersa literatura, lo cual le permitir§ alcanzar a finales del mismo la madurez necesaria para incardinarse metodol·gicamente como fase inicial del conocimiento antropol·gico. La etnograffn cons- .. tituye el ineludible sustento de la teor²a antropol·gica, la cual no se construye sino hilva- nando los datos que suministran las minuciosas observaciones de aqu®lla. M§s a¼n, el htĿĿ ai cho de que a esa primera y elemental etapa de la investigaci·n antropol·gica se la denomine etnograf²a no oculta que en ®sta se hallan presentes los aspectos te·ricos, bien oricntnndo Å las descripciones, bien generalizando y comparando, impl²cita o expl²citamente.

Pues bien, ®ste es el sentido que posee el t®rmino de etnograf²a en el presente, nrt²cu lado en otro m§s amplio que es el de antropolog²a, y superando el viejo concepto que po~cĿyl\ en el pasado, como conjunto de saberes independientes acerca de los pueblos. Para que l'HhÅ haya sucedido se ha tenido que producir una transformaci·n, que se halla indisotublcmenn- unida a la que han sufrido los estudios del hombre y de su mundo, particulnnncntc tlr~tl los ¼ltimos lustros del siglo xrx. El progresivo perfeccionamiento de la rnctodologfu 111111 ..

Page 21: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

) )

25

) ) ) )

1) )

D o 4) o Å> 4 ) ) ) )

1) G®nova reside en que merced a ellas se crea una imagen de Asia que perdurar§ durante tres siglos, hasta que los navegantes portugueses y los misioneros espa¶oles ?frezcan una nueva dimensi·n de Asia. Gracias a las descripciones de Marco Polo se conoc1eron.d~talles so~re Jas costumbres de los pueblos t§rtaros, mongoles, chinos y otros p~eblo~ asi§ticos. Cuno- samente, el impacto de sus anotaciones fue tan grande que durante c1e~o tiempo su obra fue incluida dentro del g®nero fant§stico, hasta que poco a poco fueron validadas muchas de sus explicaciones (A. PALERM, 1974, l). . . . . . . El relato de Marco Polo abri· una ®poca de curiosldad y fascinaci·n por lo ajeno, por lo desconocido que tendr§ su continuidad en otros relatos de viajeros y de <:escubrido~es, a prop·sito de las ansias de conocimiento de tierras lejan~ y de gentes extranas. A~n~ue en circunstancias muy distintas de las del aventurero veneciano, al~unos de estos sent1m1entos animan las descripciones del norteafricano Ben Battuta en el siglo .x1v, cuando efect¼a su recorrido por las extensas tierras del Islam, visitando los pueblos unidos por un cre~o Y por una lengua que eran Jos suyos. No es, en consecuencia, un caso el suyo de acusado 1~pacto cultural, sino m§s bien limitado, a pesar de las diferencias entr~ los. pue~los que visit· e~ Ćfrica, Asia y distintos lugares situados en el §rea de expansi·n .1~l§mtca, a los. q~e m siquiera fue ajena Ja Pen²nsula Ib®rica. Consecuentemente: fue un viaje de reconocimiento, m§s que de conocimiento de otros mundos como hab²a s~do ~á ~e Marco Polo. C?n ~odo, lo inhabitual de un periplo sumamente dilatado y la mtnuc10s1d~d de las descr²pc²ones suponen un documento etnogr§fico de excepcional inter®s, s·lo lirrutado ?Ür la desafortuna- da transcripci·n que del mismo hicieron los escribas de la corte magreb² para componer la obra que llevar²a por t²tulo Los viajes. . . . .

Otros contempor§neos de Battuta, §rabes como ®l, realizaron valiosas descnpc1ones etnogr§ficas, tambi®n en el §mbito isl§mico, y m§s restringidas geogr§ficame~te .. Uno de ®stos fue lbn Khaldoun, quien recorri· las tierras occidentales del Norte de ~frica en la segunda mitad del siglo xiv, dej§ndonos un_a de~allada descripci·n d~ las mismas en su Historia de Los bereberes, que a menudo es incluida entre uno de los inexcusables antece- dentes de la etnograf²a moderna. Ŀ . .

Pero es en el Renacimiento, cuando. el choque cultural produce una extraordman.a producci·n etnogr§fica. La era que se inicia tras el descubrimiento de Am®rica est§ salpi- cada por las cr·nicas y los relatos de gentes europeas que entran en c.ontacto con otras cultu- ras distantes de la suya, al hilo de la colonizaci·n que se est§ produciendo. En este context~, Espa¶a juega un papel relevante, que ha hecho de l~s re.latos etnogr§ficos de los descubr²- dores el antecedente inmediato de Jo que ser§ la ciencia etnogr§fica mode~a (C. ~1s·N, 1971: 102-103). Tratando de dar cuenta de todo lo que se alzaba ante sus OJO~, Y sm que

) faltara en ocasiones un temperamento cr²tico, dichas descripciones poseen el m®nto d~ haber ) dejado constancia de la existencia de culturas que desaparecer²an _en el corre~ ~el tiempo, precisamente por la acci·n desmedida de la colonizaci·n. Cuando aun Europa v1~ia el sob:e-

) salto del d®bil conocimiento asi§tico, tomaba contacto con otro mundo m§s dtsta~te e m- ) trincado a¼n, que si en un principio se confundi· con el asi§tico, luego ser²a conocido, con raz·n, como el Nuevo Mundo. .

) Tras el descubrimiento del continente americano realizado por Crist·bal Col·n. fueron muchos Ios expedicionarios que se introdujeron en lasĿ desconocidas se~das q~e av1st~ban.

) Uno de ®stos fue el sevillano Alvar N¼¶ez çCabeza de Vacaè, que recom· las tierras tejanas pr·ximas al R²o Grande, penetrando despu®s en el Norte de M®xico. ~l ~ hizo que per-

') maneciera durante meses como cautivo de los indios del Golfo de M®xico primero, Y de los de la Tierra Firme por espacio de un lustro despu®s. C~beza de. Vaca ex~e~ment· entre estos indios sus condiciones de vida derivadas de la pr§ctica forrajera, perc1b1end~ un mod? de vida extraordinariamente distinto del suyo, de suerte que tras su desplazamtento hacia el Noroeste mexicano pudo observar Ja actividad de los nativos como incipientes agricultores. advirtiendo Ja distancia cultural entre unos y otros. Mas Jo relevante de la expenenc1a de

24

gran estado romano ir§ acompa¶ado de conquistas que supondr§n el conocirr¼ento de gentes con pr§cticas y costumbres ajenas a la tradici·n metropolitana, y en suma del descubrimien- to de una diversidad similar a la que se produjo en las ciudades estatales griegas. Los escri- tores romanos de los primeros tiempos del imperio, de formaci·n helen²stica, o griegos incluso, recogieron testimonios de acusado inter®s etnogr§fico. En la Geografta de Estrab·n -concluida a comienzos de nuestra era- se contienen m¼ltiples noticias sobre las sociedades sometidas por Roma, a Jo que contribuy· su excelente formaci·n helen²stica y su talante viajero. La curiosidad que sent²a por el conocimiento de las costumbres le llev· a poner en pr§ctica una t®cnica de informaci·n indirecta de los acontecirr¼entos, que todav²a se observa entre los llamados antrop·logos de gabinete del siglo xtx, y que sin duda no era nueva, aunque en Estrab·n adquiera un gran refinamiento. Consist²a esta t®cnica en valerse de los testimonios de mi litares, funcionarios, viajeros, etc., que hab²an sido testigos directos de los acontecirr¼cntos que transmit²a. Sus detenidas descripciones de los pueblos ib®ricos, de ineludible consulta para los estudiosos de las ciencias sociales, fueron reunidas de este modo, puesto que no lleg· a conocer personalmente la Pen²nsula Ib®rica.

La sorprendente neutralidad, o el mod®lico relativismo cultural, que descubr²amos en Herodoto lo encontramos tambi®n en algunos autores romanos, como T§cito. Llama la atenci·n en su obra Sobre la geografia, costumbres, maneras y tribus de la German²a la cau- tela con que trata las formas de vida de los pueblos situados al otro lado del limes del imperio, en las que reconoce la alteridad, elogiando su organizaci·n. Su valor etnogr§fico se acre- cienta considerando que es probable que tales observaciones fueran obtenidas por el autor de primera mano, bien en su juventud mientras vivi· en la Galia, o bien en el desempe¶o de sus cargos en el funcionariado y en la pol²tica.

Tras la ca²da de Roma en el a¶o 476, coincidiendo con la deposici·n del ¼ltimo emperador, se inicia un largo per²odo hist·rico que es conocido como Edad Media, y que no concluye hasta mediados del siglo xv, En los primeros siglos de este per²odo tiene lugar un proceso social, pol²tico y econ·mico, variable seg¼n las distintas regiories del mundo occidental, pero con algunos rasgos comunes, entre los que sobresalen la intensa ruralizaci·n y el empobrccirr¼ento de la cultura, aparte de un vac²o pol²tico y una situaci·n de inesta- bilidad sobre los que se deja sentir el poder de la Iglesia. Este debilitarr¼ento cultural de los primeros siglos medievales, en los que no faltan relatos de viajeros, afecta a la visi·n etnogr§fica, al verse inclinada hacia una interpretaci·n teoc®ntrica y etnoc®ntrica de la vida humana, que ahora quedaba supeditada a la perspectiva cristiana. En muchas ocasiones se ha se¶alado a San Agust²n, que desarrolla su obra entre Jos siglos tv y v, como genuino representante de esta l²nea del pensamiento, en Ja que la armon²a y la santidad cristianas son Å contrapuestas a la perversi·n del paganismo.

La renovaci·n cultural y espiritual que se produce en Europa despu®s del a¶o mil, al W calor del incremento de la producci·n agr²cola y del crecirr¼ento demogr§fico, dibujan 1111

nuevo horizonte social, en el que la actividad urbana y comercial, junto a los contactos con 4iill otros pueblos d~I N01te ~e. Europa _Y. de Asia, adquieren una enorme preponderancia. A venĿ .. tureros, comerciantes, viajeros, nusioneros yĿ cruzadosĿ ser§n los iniciadores de un nuevo g®nero etnogr§fico en el que el exotismo se convertir§ en el epicentro de todos los pueblos Qa que describen. El largo enclaustramiento medieval del mundo occidental se ve roto a partir d~l ~iglo xn, a modo de anuncio de lo que ser§ la llamada revoluci·n comercial del siglo siguiente.

Acaso, el relato etnogr§fico bajomedicval m§s conocido sea el de Marco Polo, a rn(r. del viaje por tierras asi§ticas de este intr®pido viajero, perteneciente a una familia de merca- deres venecianos, aprovechando Ja apertura de los intercambios con Oriente a trav®s 11<~ Constantinopla que se lleva a cabo en el siglo xm. La importancia de las observaciones ti/# d? ²ndole etno~r§fica ~e Marco ~olo, r~cogidas en .El libro de las maravillas del mundo _. dictado al escntor Rustichello hacia comienzos del siglo xrv durante su encarcelamiento cĿ11

Page 22: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

27

soffa europea con la realidad natural y cultural de Am®rica, de suerte que habr²a de cons- tituirse en referencia de otros autores posteriores. Entre los funcionarios que contribuyeron al estudio etnogr§fico del Nuevo Mundo se halla, sin duda, Gonzalo Fern§ndez de Oviedo, que public· una exhaustiva Historia general y natural de. Indias a partir de los a¶os trein~ del siglo xvr, la cual resulta expresiva de los intereses econ·micos que guiaban a la potencia colonizadora, muy interesada en la explotaci·n de los recursos naturales, de forma que comporta un detallado estudio del medio natural y de sus aprovechamientos. A. Palerm ha puesto muy bien .de relieve c·mo la ambig¿edad de estas obras, tan frecuentes por otro lado, reside en haber prestado un servicio a la metr·poli al mismo tiempo que procuraban un rele- vante an§lisis cultural. Ŀ

En el lado opuesto al de Fern§ndez de Oviedo se halla el dominico Bartolom® de las Casas, integrante del primer grupo de cl®rigos llegados al Nuevo Mundo, y defensor de una concepci·n extraordinariamente cr²tica de los acontecimientos. q~c vivi·, pru:ticularmente de Ja explotaci·n del indio, hasta el extremo de empe¶ar su prestigio y su trabajo en la defensa de su dignidad. El hecho adquiere mayor notoriedad si se advierte que con anterioridad hab²a adoptado un punto de vista opuesto, enriqueci®ndose con las encomiendas y lo~ repar- timientos, y m§s a¼n si se considera su cualificada informaci·n de las sociedades nativas de Nuevo M®xico, Las Antillas, Centroam®rica y el §rea del Norte de los Andes. La abundante producci·n literaria del P. Las Casas no adquiere relevancia tanto por su valo~ etno~r§fico como por la carga reflexiva que conlleva. De ah² que sea su denostada, y al rrusmo tiempo alabada Brevfsima relaci·n de la destrucci·n de las Indias, impresa en 1542, aunque escnta primero', la obra m§s conocida, a la vez que una de las m§s traducidas, al ser considerada como el germen de la llamada çleyenda negraè de Ja colonizaci·n espa¶ola en el Nuevo Mundo, y que, en suma, no fue sino el intento de este obispo cat·lico de crear un estado de conciencia del hecho americano en el seno de Ja Corona espa¶ola. En todo caso, la refle- xi·n cre· una sensibilidad duradera, a la que no han sido ajenos los antrop·logos modernos que han apostado por una ciencia independiente. Las observaciones etnogr§ficas recogidas por los escritores espa¶oles en el Nuevo

Mundo no fueron las ¼nicas que se hicieron en el Renacimiento, la era de los descubrimient~s por antonomasia, aunque es probable que fueran las m§s significativas corno _conse.cu~ncia de la magnitud de las tierras y las gentes descubiertas. Sin embargo, una actitud similar a la de los observadores espa¶oles en Am®rica la encontramos por entonces en los observadores europeos en Asia, al tiempo que se descubren y redescubren nuevas culturas. Y son de nuevo los misioneros, y entre ellos los jesuitas, quienes nos han legado un mayor cuerpo de conocimientos etnogr§ficos, muy satisfactorio para la ®poca por lo com¼n. Este es el e~so de Ja visi·n contenida en las informaciones del jesuita aragon®s Adriano de las Cortes, quien permaneci· en Asia durante dos largas d®cadas, a comienzos del siglo xvt, deteni®ndose en los modos de vida de las gentes del Extremo Oriente (C. Lrs·x, 1973 y B. Mosc·, 1991). Si la vivacidad de su relato etnogr§fico es fascinante y minuciosa, sorprende m§s a¼n su confesada y permanente huida de la observaci·n etnoc®ntrica, tanto de su parte ~Ü':11.Ü de la que se contiene en las explicaciones de los observados, hasta ofrecer un ex~a.ordmano rela- tivismo cultural. El otro caso es el del jesuita italiano Ricci, recogiendo Ja tradici·n etnogr§fica de la orden en Am®rica y Asia, cuyo relato de la China de la segunda mitad del siglo xvr puede considerarse como extraordinario, en tanto que fue obtenido tras un largo per²odo de entrega a lo que, una vez m§s, podemos denorninar.eobservaci·n participanteè, esto es, zam- bull®ndose en Ja cultura nativa y viviendo como uno m§s de los observados, comenzando por la utilizaci·n de su misma lengua y siguiendo por la de sus costumbres.

A lo largo del siglo xvr se re¼ne una gran masa de literatura etnogr§fica, no s~lo. proĿ cedente de los mundos que se descubr²an sino tambi®n de la propia Europa. El Renacimiento introdujo en Ja cultura europea la pasi·n por los viajes, por e~ conocimie~to de otr~s ?e~tes y de otros lugares, pr·ximos o lejanos, convirtiendo esta actitud en un signo de distinci·n

)

l ) )

Å Å Å Å Å Å Å Å Å Å Å Å

Cabeza de Vaca entre estos indios americanos, a comienzos del siglo xvr, es el quehacer etnogr§fico que se desprende de sus Naufragios, plasmado en las numerosas anotaciones reunidas al calor de su convivencia con las gentes observadas, mediante una estrategia muy pr·xima, salvando las distancias, a lo que en la etnograf²a cient²fica se denomina la obser- vaci·n participante.

Un excepcional testigo de la peripecia de los descubridores americanos fue Bernal D²az del Castillo, quien casi a\ mismo tiempo que el anterior, como miembro de la expedici·n de Hern§n Cort®s que hab²a sido, compuso la cr·nica contenida en su Historia verdadera de la conquista de Nueva Espa¶a, en directa alusi·n a su participaci·n en los hechos que vivi·; y que hoy, despu®s de haber resistido Ja cr²tica y el recelo de quienes consideraron desmesurados los acontecimientos que narra y los aspectos que describe, posee un valor inestimable. La sospecha que recay· sobre la citada obra fue la de considerar hiperb·lica su concepci·n de las altas civilizaciones mesoamericanas, especialmente por parte de los an- trop·logos acad®micos de las primeras d®cadas del siglo actual, desconocedores a¼n de la importancia de dichas culturas. Berna! D²az del Castillo, que, en efecto, no fue un observa- dor riguroso y que redact· su obra mucho tiempo despu®s de haber contemplado los hechos que transmite, a expensas de su memoria, habr²a de contribuir al conocimiento etnogr§fico del mundo azteca, y sobre todo al derrumbe de Ja idea de un mundo que incesantemente ha sido tildado de miserable.

Al tiempo que los descubridores exploraban d mundo nuevo que acababan de avistar, una pl®yade de funcionarios de la Corona espafiola se establec²a en el continente americano, al objeto de administrar las tierras reci®n incorporadas, mientras que numerosos eclesi§sticos desplegaban su cometido evangelizador. Eran estos funcionarios y estos misioneros los que se sumerg²an en las sociedades americanas, en aras de un conocimiento que les permitiera llevar a cabo la tarea impuesta por el Estado y por Ja Iglesia, por la espada y la cruz. Por eso, es ahora, en el momento de la aproximaci·n de los colonizadores a los colonizados, cuando se afinan los mecanismos de la percepci·n intercultural, con una intensidad mayor a¼n que en otros momentos hist·ricos, tanto por la inmensidad y la diversidad del Nuevo Mundo como por el ah²nco colonizador.

No extra¶a en consecuencia que la obra que nos ha llegado de uno de ®stos constituya un mod®lico esfuerzo por la conquista del necesario conocimiento. Es el caso de Fray Ber- nardino de Sahag¼n, el franciscano espa¶ol que estudi· los indios de Nuevo M®xico en el segundo cuarto del siglo xvt, convirti®ndose en un excelente conocedor de la lengua de los nativos, el nahuatl, as² como de sus costumbres. Cual si se tratara de un moderno etn·grafo, convirti· la lengua y la escritura pictogr§fica de los estudiados en las suyas propias, creando una verdadera red de colaboradores, m§s que de informantes, que sirviera a la metodolog²a que puso en pr§ctica, cuyas respuestas se contienen en el llamado C·dice Florentino. Tan singular y prolongada permanencia entre Jos indios de Nuevo M®xico le hizo modificar pro- gresivamente su punto de vista, en el marco de una acusada ernpat²a, en tanto que supo mirar los acontecimientos desde dentro de la cultura que analizaba, desde la perspectiva de las gentes observadas, tal como se advierte en su ÜHistoria general de las cosas de la Nueva Espa¶a. Si bien es cierto que B. de Sahag¼n no lleg· a obtener una visi·n absolutamente desapasionada de la sociedad azteca, no lo es menos que su obra resulta colosal para la ®poca en que fue' escrita, hasta convertir a este curioso franciscano en uno de los padres de la etnograf²a moderna. _ Otro religioso, el jesuita Jos® Acosta, escribi· una Historia natural y moral de las Indias

que vio la luz en 1590 que tiene el valor de haber sido redactada con una enorme meti- culosidad, a partir de los vastos conocimientos de su autor, que permaneci· en el §rea pe- ruana y en la mexicana en el ¼ltimo cuarto de aquel siglo xvr y que utiliz· la lengua quechua para comunicarse con sus informantes. La obra, que no posee una orientaci·n decididamente etnogr§fica, debe su ®xito a la reflexi·n que suscita, al tratar de enfrentar las tesi~ de la filo-

Page 23: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

29

mientras que en Francia y otros estados de la ®poca la raz·n produceĿ la renovaci·n, mer- ced a la reflexi·n que se efect¼a respecto de los conocimientos que se han ido acumulando en siglos de historia, en Espa¶a no es ello posible. Si hasta entonces, y debido al hecho del descubrimiento del Nuevo Mundo, numerosos autores espa¶oles hab²an contribuido a la creaci·n de una abundante literatura etnogr§fica, a partir de ese momento ceden a cualquier esfuerzo comparativista y sintetizador. No es exagerado decir que en Espa¶a se produce un fen·meno de despotismo intransigente que ahoga cualquier posibilidad de encauzar el arse- nal de conocimientos reunidos a lo largo de siglos.

Mas el triunfo de la raz·n que produjo la Ilustraci·n, all² donde ello fue posible, esti- mul· no s·lo todo tipo de conjeturas sino tambi®n Ja comprobaci·n de muchas de ellas. Los viajeros franceses de Ja ®poca nos han transmitido valiosos documentos etnogr§ficos en los que impl²citamente se apela al comparativismo, tratando de crear el ambiente propicio para el encauzamiento de una f®rtil discusi·n evolucionista. Las circunstancias se ilustran espe- cialmente a trav®s del caso del investigador franc®s J.F. Lafitau, cuya vida transcurri· en Am®rica del Norte. Este sabio jesuita es el autor de una influyente obra que lleva por ¼tulo Costumbres de los salvajes americanos comparadas con las costumbres de los primeros tiempos (1724), en la que, como buen conocedor de la historia cl§sica, establec²a numerosos paralelismos entre las culturas antiguas y las culturas de Jos indios americanos. Los nativos hurones e iroqueses le serv²an como punto de partida para ver en ellos un remoto pasado de la civilizaci·n de su tiempo, situando a las culturas cl§sicas en un punto intermedio, y configurando de este modo una teor²a de corte evolucionista (A. PAGDEN, 1982). Aunque, ciertamente, el P. Lafitau estaba influido por el relato b²blico, su temperamento anal²tico le llev·, en primer lugar, a subrayar la idea de que las culturas s·lo pod²an ser comprendidas en su propio contexto, y no en el de la cultura del estudioso. Pero, no es menos importante que Lafitau advirti· que las culturas se ordenan conforme a un orden de progreso, de forma que las m§s antiguas arrojan luz sobre las m§s modernas, alertando al mismo tiempo sobre la idea de que la conclusi·n no pod²a establecerse a trav®s de la especulaci·n, sino de la verificaci·n directa por parte del investigador. No en vano, Lafitau es tenido por uno de los antecesores directos, m§s que de la ciencia etnogr§fica, del conocimiento antropol·gico moderno.

La idea de J.F. Lafitau de comprender a los nativos seg¼n sus h§bitos y costumbres, indudablemente distintos de los que practicaban los europeos, pose²a un claro significado. Separ§ndose un tanto de Ja tradici·n tomista de la ley natural que part²a de Ja premisa de la existencia de una ley natural universal -que hab²a de encontrarse en todos Jos seres humanos-, y separ§ndose por igual de las corrientes esc®pticas que sosten²an que de la enorme variedad de culturas no se pod²a deducir que existiera una moral com¼n a todas ellas, no siendo la m²nima derivada de las necesidades de supervivencia, trataba de probar que los h§bitos y costumbres de todos los pueblos son comparables, y que en los mismos se advierte el resultado de una evoluci·n. Precisamente, de esta comparaci·n, probada me- diante el examen etnogr§fico detallado, se segu²a la existencia de principios comunes, entre los que tambi®n se hallaban los relativos a las creencias. Siguiendo el camino contrario al recorrido por Jos tomistas, demostraba algo no muy distante, y de paso contradec²a abier- tamente la tesis de Pierre Bayle, mantenida en su Diccionario, seg¼n la cual las pr§cticas religiosas no son sino el resultado de un consenso social.

Ser²a dif²cil buscar en el siglo xvm otro cultivador de la etnograf²a de la talla de Lafitau, tanto por la calidad de sus observaciones emp²ricas, como por la sagacidad de sus tesis. Otros autores de su ®poca, franceses como ®l, llevaron a cabo importantes elaboraciones acerca del estado de los estudios etnogr§ficos, aunque sin verificar ninguna de sus elucu- braciones sobre el terreno. As² sucede con J.N. Demeunier, quien pasa por ser uno de los grandes pioneros de la etnograf²a en el siglo xvm, a cuya autor²a se debe un detallado es- tudio sobre El espiritu de los usos y de las costumbres de los diferentes pueblos, que public·

Esa b¼squeda de \a verdad y esa renovaci·n de\ conocimiento que se ven²a experimcn- Å tanclo desde el Renacimiento encuentran un caldo de cultivo adecuado en el siglo xvm, cuando a la luz de la raz·n, y fuera de las sombras ele los siglos precedentes, los individuos ilustra- Å cl?s alumbran los grandes problemas humanos, en Jo que acertadamente se ha llamado el Å Siglo de las Luces o ~e la Ilustraci·n. La fe que se deposita en Ja raz·n provee al hombre de l~s me~1os neces.ai:10s para comprenderse a s² mismo, al margen de las creencias y con- Å ven~1onahsmos tradicionales, en el marco de un feroz empuje de la creciente burgues²a que aspira a transform~r. las estructuras. de la sociedad estamental. La fuerza con que se dcsn- Å ?'ollan estas condiciones en Francia ~an hecho de este estado el centro del pensamiento Å ilustrado, tanto m§s por cuanto fue posible una transformaci·n revolucionaria de Ja sociedad sobre la ~ue se levantaron los cimientos de una nueva era. Å

. Curiosamente, la enorme potencia colonial espa¶ola alimentada por una poderosa bum. c~a~ta Y por un desm?surado apego al pasado, no concita las condiciones necesarias paraÅ vrvir esta transformaci·n, a la que no resultaban ajenos los aspectos ideol·gicos. Por eso,.

2.3 LA ETNOGRAFĉA çILUSTRADAè

del caballero renacentista, cuyos c§nones fueron expuestos por Baldassare de Castiglioae en El co~esano (1528.). As² se entiende la difusi·n que alcanzan las gu²as destinadas a Jos viajeros d~l siglo renaccnusta, como el Methodus de Theodor Zwinger, o el De peregrinatione de Hieronymus Turlcrus, publicados a comienzos del ¼ltimo cuarto del siglo xvr. La centuria del xvn mantendr²a esta exaltaci·n del gusto por las costumbres extra¶as, incrementando a¼n m§s un corpus etnogr§fico ya rico de por s². . Es, justamente, a medida que se produce este crecimiento cuando Ja reflexi·n que se ejerce es mayor, demandando ®sta, a su vez, nuevas informaciones. La Edad Media, a pesar del aldabonazo que representaron las observaciones de Marco Polo, Ben Battuta, Ibn Khal- doun _Y otros, no era. ter;eno abonado para que prendiera el pensamiento cr²tico que llevaban aparejadas las de~cnpc1ones etnogr§ficas, porque ni el desd®n por la experiencia, ni Ja vali- dez qu~ se le atribu²a a~ argumento de autoridad lo permi¼an. El menosprecio, y hasta el desprec1?, por culturas d1stinta.s .de la propia impidieron poner en marcha un comparativismo que hubiera sentado las condiciones para el surgimiento de una reflexi·n cr²tica, hasta el extremo de que los relatos ex·ticos fueron a menudo puestos en cuesti·n, como se ha visto. Por el contrario, en el Renacimiento, cuando comienzan a desvanecerse algunas de las certi- dumbres medievales, se produce un ambiente m§s propicio para sentar las bases de lo que habr²an de ser los planteamientos del siglo xvu y m§s a¼n los del xvm.

El arsenal ele conocimientos que se re¼ne en la centuria del xvn resultar²a decisivo para que~ poco a poco, se agrande la ola de contestaci·n al colonialismo que hab²a surgido en el siglo precedente, y sobre todo para que a la sombra del humanismo se comprenda mejor a las gent~s de la~ ti.enas lejanas .. Se sab²a cada vez m§s de los indios americanos, y tambi®n de los nativos asi§ticos y oce§nicos, por lo que autores como Francois Bernier se aventu- rar?n a efect~~ aproximaciones a la tipolog²a de las razas humanas. Y se pod²a comprender meJO~ la. Antig¿edad, ~orque su~ textos eran m§s conocidos, de forma que al amparo de las Å descripciones etnogr§ficas: de signo creciente, comienzan a trazarse paralelos culturales, y Å en sun~a a adoptar una actitud comparativista de cauces restringidos. Todo ello se produc²a al socaire de un progreso cient²fico, basado en la b¼squeda de Ja verdad que hab²a predicado Å Ren® .Descartes en la primera mitad del siglo xvn, y en el empirismo, seg¼n hab²a sido enunciado por Isaac Newton en Ja segunda mitad del siglo, y que daba pie a una renovaci·n Å del i:i®toclo y de los cont~nidos cie1~L²fic?s, los cuales desplazaban lentamente las creencias Å medievales basadas en Ja interpretaci·n literal del relato b²blico y tambi®n en pseudocicncias como la astrolog²a. Å Å Å

Page 24: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

31

etnogr§fica, sino que por el contrario la reflexi·n fij· las bases de lo que serla la etnograf²a posterior. . Ŀ

A prop·sito, en los cimientos de esos futuros plantearruentos etno~cos, se hallar§n cuestiones que, surgidas en los siglos xvr y xvu, basculan sobre todo el siglo x~m. Una de ellas.es la de la posici·n del etn·grafo ante los estudiados, ~n tanto deben s~r rru.rados fr²a- mente, cual objetos del conocimiento experimental preconizado por ~l racionalismo .new- toniano, y al que rinden veneraci·n, o si por el contrario deben se~ mirados como ~UJetos, en cuyo lugar el estudioso se deb²a colocar, trat~do de ~rear un c~ma de comprensi·n, .tal como defiende Rousseau, el mismo que se deja seducir porfa idea del. çbuen ~a~vaJeè (G. LECLERCQ, 1972: 272-274), por la del ser que vive en estado de pureza,~ por utilizar la expresi·n acu¶ada por entonces, en çestado de natural~za>>, frente a los que viven en çest~do de civilizaci·nè. El prestigio del pensamiento newtomano conduce a la idea, muy extendida en el siglo xvm, de que es posible el enunciado de leyes s~iales similares a las de la .f²sica, con s·lo establecer una relaci·n de causa y efecto, a partir de la detallada observaci·n de los fen·menos suministrados por la descripci·n del observador, y del an§lisis posterior. Otra de estas ideas que est§ presente en el Siglo de las Luces es la del anti~oloni~ismo, que percibimos, por ejemplo, en el mismo Rousseau y atenuadamente ~n Voltaire. Mie~tras que el primero es .un aut®ntico apologeta de la vida llamada por los il~strados çsalvajeè, este ¼ltimo es partidario de Ja progresiva civilizaci·n, lejos de cualquier abuso, a fin de que gocen lo antes posible del progreso. Por ¼ltimo, es preocupaci·n pe.nnanente de los aut~~es ilustrados la posibilidad de establecer paralelismos culturales, mediante los datos s~rmrus- trados por la literatura etnogr§fica, y a partir de categor²as que por en~onces se ~1s~uten. Las exploraciones que tienen lugar en todo el mundo a ~nales d~l siglo xvm, melladas

por la necesidad de buscar nuevas soluciones para una poblaci·n creciente como la e~o~, y tambi®n por la curiosidad de muchos estudiosos, conducen a una .Pe.rmanente amphac~·n de las informaciones etnogr§ficas. Las especulaciones sobre el crecimiento de la poblaci·n que llevan a cabo Malthus y otros pensadores a fi.nales de la centuria, alim~ntan m§s. a¼n el inter®s por un acercamiento al mundo desconocido y pleno de recursos. S1 en los siglos xvr y xvn Europa hab²a puesto la mirada en 'Am®rica y Asia, en los siglos xvm Y xix, a~e- m§s, la pone en Ćfrica, dando lugar al consiguiente choque cul~. Entre ambas cent~nas parece consolidarse una concepci·n del hombre que se ven²a atisbando a lo largo del s!glo, gracias a la liberaci·n que experimenta el pensamiento de la ®poca de l~ ataduras teo~·gtc~, consistente en. una postura cuya ¼nica sujeci·n empezaba a ser el ngor de I~ evidencia.

. El avance que se hab²a producido en el conocimiento ~el hombre en. particular, ~ del mundo geogr§fico en general, estaba abriendo numerosos interrogantes sob~ cuestiones tales como el origen del hombre, la clasificaci·n de las raz~s hu~anas, la an~~Uedad. del Universo y otras. Humanistas y naturalistas se lanzan a la verificaci·n de las multiples hip·- tesis sugeridas por los fil·sofos, por lo que no son pocas las expediciones geogr§ficas qu~, auspiciadas por los gobiernos europeos, realizan met·dicos estudios. En p~ena controversi.a sobre la antig¿edad de la Tierra que se produc²a entre los ort~oxos nepturu.s~ ~ los her®ti- cos vulcanistas, el ge·logo ingl®s Charles Lyell tercia, pubhcando los Principios de Geo- log(a (1830), para atribuir una edad a la Tierra extraordinariamente alejada de la que sos- ten²an los primeros, aunque separ§ndose de las interpretaciones de los se~dos. El debate sobre el origen del hombre conduce a una larga discusi·n, en esa ®poca de bisagra entre dos siglos, cuyos polos est§n representados por los llamados monogenistas,;qne def~nd²~ la unidad de la especie humana, y los denominados poligenistas, que sugen~ una div7rsidad de especies atendiendo a las razas. Naturalmente, eran ®stos los que a partir de una smgul:U- interpretaci·n del G®nesis consideraban que las razas oscuras no compart²an ~s~e~denc1a con las razas claras, justificando as² la inferioridad de aqu®llos y, de p~so, la legitimidad de la esclavitud. No obstante, algunos monogenistas se mostraban convencidos de la supremac²a de la raza blanca o cauc§sica.

en 1776, a partir del estudio de un enorme elenco de categor²as que inclu²an el uso de los alimentos, el adorno corporal, el matrimonio, los castigos, la magia, el funeral, la sepultura, etc. (M. HARRIS, '1968: 15-16). La importancia de los estudios de Demeunier, como primero la de los de Lafitau y otros, radica, no s·lo en haber puesto de manifiesto la diversidad de las culturas, cuya idea era ya antigua, sino en haberlas conectado con la supuesta gran humanidad del hombre europeo, del hombre blanco, cristiano y civilizado, cuya imagen es- taban haciendo saltar en pedazos los pensadores ilustrados. La vieja idea de Locke, contenida en su An Essay Concerning Human Development

(1690), de que la mente humana es en el momento del nacimiento una caja vac²a, que se va colmando de experiencias hasta hacer distintos a los hombres, a trav®s de la socializaci·n y la educaci·n, cal· profundamente entre los ilustrados, que buscaron §vidamente en los relatos de los etn·grafos, y en sus conclusiones, la verificaci·n de sus hip·tesis. Las del P. Lafitau adquirir²an un valor inconmensurable, al igual que las de otros muchos estudio- sos. La fuerza de la raz·n iba a forjar una idea de progreso, que trascendiendo la Ilustraci·n iba a llegar, seg¼n Voguet (1975), hasta 1840, a modo de antecedente inequ²voco de las doctrinas evolucionistas. Si Ja idea de progreso se halla impl²cita en el planteamiento de Locke y explicitada en la experiencia de Lafitau, no es menos acusada en un contempor§neo de ambos que es Giambattista Vico, quien especula con la posibilidad de que la sociedad civilizada se haya deslizado por una serie de etapas, no necesariamente satisfactorias, que explican que quienes a¼n no las han recorrido sean diferentes. La obra de Vico posee, por otra parte, una acusada dimensi·n etnogr§fica, que no se halla en otros pensadores de la ®poca. Sus an§lisis filol·gicos de los t®rminos ind²genas, su disecci·n de los mitos y de las leyendas y su an§lisis comparado de las costumbres, previos a su concepci·n de la sociedad y de la historia, ofrecen la aut®ntica medida de G. Vico.

Es entre los pensadores de la Ilustraci·n escocesa y de la francesa donde, efectivamen- te, mejor aparece enunciada la idea de progreso. Entre los escoceses, la hallamos formulada en Adam Fergusom, en William Robcrtson y en Adam Srnith, entre otros; y entre los fran- ceses en Voltaire, en Montesquicu, en Condorcet, etc. Para todos ellos, la sociedad civili- zada supone el logro que permite al hombre realizar el potencial de su naturaleza humano, de manera que el ser humano s·lo se entiende en el marco de una progresi·n. Tanto Ro- bertson como Montesquieu circunscriben a tres estadios el discurrir humano, que son el salvajismo, la barbarie y la civilizaci·n, y en ello coinciden la generalidad de los ilustrados, aunque introduzcan diversos matices (M. HARRIS, 1968: 7-45). En general, su concepci·n de la unidad ps²quica de la humanidad les sirve para entender que los grupos sociales recorren an§logos estadios en su evoluci·n, y que cada uno de ellos se acompa¶a de la correspon- diente estructura tecnol·gica y econ·mica, y de id®ntica organizaci·n social. El estableci- miento de paralelismos culturales permitir²a conocer, no s·lo el grado evolutivo de cada grupo, sino el camino que hab²an recorrido los m§s civilizados. En suma, estos racionalistas estaban convencidos de la posibilidad de enunciar leyes sociales similares a las f²sicas. Desde el punto de vista propiamente etnogr§¶co, que es el que nos interesa m§s aqu²,

el gran m®ritoĿdc la Ilustraci·n consiste en haber sistematizado el corpus etnogr§fico co- nocido hasta el momento, y que se hallababa disperso en numerosas obras elaboradas desde la Antig¿edad, con particular atenci·n a las producidas desde el Renacimiento, tras el des- cubrimiento del Nuevo Mundo. A¶adidarnente, establecen relaciones entre todas ellas, a fin de extraer conclusiones. Para ello, llevan a cabo un perfeccionamiento del m®todo, recu- rriendo a la configuraci·n de categor²as y al establecimiento de paralelismos culturales que permitieran un avance del conocimiento. Y por otra parte, el empleo de la raz·n les conduce a demandar aquellos datos etnogr§ficos aun desconocidos, y que les han de servir para mejorar la verificaci·n de sus hip·tesis. La obra de Voltaire, titulada Ensayo sobre Las costumbres, escrita en 1756, constituye un significativo ejemplo de esta situaci·n. Sin embargo, se puede decir que en el siglo xvm no se produjo un sustancial incremento en la literatura

Page 25: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

concepci·n evolucionista, que alcanzar§ todo su desarrollo en L.H. Morgan y E.B. Tylor, aunque tambi®n en G. Klemrn, Th. Waitz, J.J. Bachoffen, H. Sumrner Maine, J.F. McLennan y en otros muchos m§s. Sin embargo, desde el punto de vista de la etnograf²a interesan aqu² especialmente Morgan y Tylor, m§s preocupados por el estudio real de las sociedades que por la especulaci·n acerca de las mismas.

La gran novedad en el desarrollo de la etnograf²a es que ahora, a mediados del siglo XIX, tal como se ha se¶alado, los te·ricos comienzan a dejar de tomar prestados de otros autores los relatos etnogr§ficos. El ejemplo m§s significativo es el del abogado neoyorkino L.H. Morgan, que antes de mediados del siglo xix realiza algo similar a un trabajo de campo entre las tribus iroquesas, fruto del cual fue la publicaci·n de una s·lida monograf²a sobre el tema, Tite League of tite lroquois (1851), donde se repasaban todos los temas de lama- teria, pero donde se atend²a singularmente a los aspectos pol²ticos, y sobre todo al paren- tesco como forma de organizaci·n social, y que a la postre se revelar²a de una enorme tras- cendencia, no tanto por lo que significaba en s², sino por cuanto supon²a el anticipo de su gran preocupaci·n, tratada en una obra posterior, Systems of Consanguinity and Affinity of the Human Family (1871), que abrir§ un gran ciclo investigador en el seno de la antropolog²a, cual es, precisamente, el referido a los estudios de parentesco. Al mismo tiempo, esta obra preced²a a otra que resulta fundamental, Lo sociedad antigua, salida de la imprenta en 1877.

La conclusi·n de Morgan, caracter²stica del evolucionismo social, y contenida b§sica- mente en la ¼ltima de las obras citadas, consist²a en reafirmarse en la tesis ilustrada de Ro- bertson, que era la misma de Montesquieu y de otros muchos autores dieciochescos, es decir, que, al abrigo de la unidad ps²quica de la humanidad, todas las sociedades recorren unilinealmente unos mismos estadios que, en esencia, son los correspondientes al prim²tivis- mo, a la barbarie y a la civilizaci·n, aunque distinguiendo en el seno de ®stos una serie de etapas. La citada inducci·n se llevaba a cabo a partir de su trabajo de campo entre los indios norteamericanos, pero tambi®n a partir de lo que a¼n segu²a siendo habitual en los etn·grafos de la ®poca, el env²o de minuciosos cuestionarios a eruditos, curiosos y visjeros de muchas partes, a fin de poner en pr§ctica lo que habr²a de ser el m®todo comparativo, y que resulta inseparable de la pr§ctica antropol·gica de la ®poca.

La obra antropol·gica del brit§nico E.B. Tylor, poseyendo un extraordinario significa- do, comparable al de L.H. Morgan, no responde m§s que en escasa medida a sus propias observaciones etnogr§ficas, efectuadas en Am®rica en su juventud. Sin embargo, en la s·lida plasmaci·n de su teor²a evolucionista,' an§loga a la de Morgan, aunque conciliando algunos de sus aspectos con las tesis difusionistas, y contenida sobre todo en La cultura primitiva (1871), s² se advierte una progresi·n en el riguroso empleo de los datos etnogr§ficos, en aras del empleo preciso del m®todo comparativo, hasta sentar uno de Jos precedentes sustancia- les del empleo del mismo. El rigor etnogr§fico en Tylor, con quien se institucionaliza la an- tropolog²a acad®mica, al convertirse en lector de la materia en la Universidad de Oxford en 1884, es singular, sobre todo por comparaci·n con la ausencia metodol·gica que se advierte en el enorme arsenal etnogr§fico correspondiente a culturas de todo el mundo utilizado por J.G. Frazer, el conocido evolucionista ingl®s, cuyos planteamientos fueron seriamente repro- bados por A.R. Radcliffe-Brown, no s·lo por el procedimiento empleado para reunirlos, mediante cuestionarios enviados a individuos de la m§s variada condici·n, y sin contribuci·n emp²rica alguna por parte del autor, sino por el uso dudoso que hizo de los mismos a la hora de construir la teor²a antropol·gica, contenida de modo expreso en su obra Tire Golden Bough, publicada en 1890. A pesar de todo, la etnograf²a hab²a alcanzado su pleno estatuto en la segunda mitad

del siglo XIX, y lo que era m§s importante hab²a quedado incardinada en la construcci·n te·rica de la naciente antropolog²a sociocultural, allanando la vieja disociaci·n existente entre ambas. La etnograf²a ya no se hallaba a merced de curiosos y viajeros, sino de profe- sionales dotados de una excelente formaci·n. El etn·grafo de finales del siglo XIX ya no

". ff. ;,,. ~' ,~Ŀ '\. . 33 Åiá~~ '"' aĿ1\1\10H\Ca <Å (l.áJ. _ . .,

,á:1-1<--- ;sĀ ,) e-

.)

) ) ) ) ) } ) ) ,

Å

1

'Ŀ) ' ) ' ) . Llegados a este punto, l~ era del pensamiento progresivista iniciada en el siglo xvm habfa ~lc.a1:zado su punto .culmmante, y dejaba paso a otra que es conocida como evolucionista, cuyos 1~1.c10s se suelen s1Lt~af en torno a 1840. El ®xito de la publicaci·n de la obra de Lyell persuadi· a Cha~lcs Darw1.n de la conveniencia de profundizar en la orientaci·n que hab²a dado a sus estudios naturalistas, cuya teor²a se plasmar²a en 1859 en la conocida obra El ori- gen de las especies, donde se demostraba Ja continuidad de la vida a trav®s del mecanismo '.eprcsent~do P~~ la selecci·n natural de las especies, esto es, el ®xito de los individuos mejor adaptados y el l 1 acaso ele !os menos aptos, lo cual contradec²a la idea tradicional de las suce- s1v~s creaciones y desarrollaba el precedente sentado en la obra de J.A. de Lamarck, un tanto olvt~ada por entonces~ E! trabajo ~e Darwin ~o s·lo deslumbr· a los contempor§neos por la brillantez de su leona gen.e.mi, sino porque situaba al hombre en su justo t®rmino, haci®n- dolo den:ar de formas prumtrvas m§s antiguas, aunque sin detenerse exhaustivamente en el asunto. ~1~ dud~, a la espera de la discusi·n suscitada por tan heterodoxa posici·n intelec- tual, decidi· dejar los aspectos humanos para su ulterior obra Descent of Man que saldr²a a la luz en 1871. - '

àPor qu® la obra. de Darwin fue tan ²mportante para el devenir de la etnograf²a y de la antropolog²a? En pnmer lugar hay que se¶alar que porque sirvi· para estimular los logros alcanzados .ha~ta.entonces, provocando su r§pido desarrollo, y en esfe sentido es bien sabido que t~lcs d1sc1phnas. fraguan en el marco evolucionista. La obraĿ de Darw²n empuj· a los l cstudws?s .Û des~ubnr c·m? hab²a evolucionado la sociedad. humana, ya que en aqu®lla se reconoc²a ,1mplfc1ta y expl1c~t~mente esta evoluci·n al comp§s del progreso cultural, tal e com.o hab²an supuesto los te·ricos del siglo xvnr y de la primera mitad del xtx, y por su- \ puesto ~!gunos .de los autores de los relatos etnogr§ficos que se han citado. De otra parte, el propio Darwin se reconoce en sus obras heredero de pensadores sociales como Mathus ~cudo a su vez de Robertson- o Spcncer, quienes con sus ideas de la evoluci·n social Å mfluye~o.n n~tablemente .sobre el na~uralista: De hecho, Spencer hab²a precedido a Darwin Å en la utilizaci·n del t®rmino çevoluci·nè, e igualmente en la de Ja expresi·n çsupervivencia de los m~s aptosè (M. HARRIS, 1968: 105-112). En este mismo sentido, cuando se publicanÅ l~s trabajos de Dar~i~ y de Spencer, otros estudiosos como Bastian, Morgan y Tylor, con- siderados estos. dos ¼ltimos como pad~es de la antropolog²a, se hallaban ya muy adelantados en su elaboraci·n de la teor²a evolutiva de la sociedad.

Per?, .adem§s, la teor²~ darwinista re~ult· estimulante para-los estudios etnogr§ficos y antropolog~cos, po~qu~ al Slt~ar la humanidad en e) seno de las ciencias naturales, confiri· a a cs~as nacientes ~1enc1~s sociales un car§cter emp²rico, que no s·lo se tradujo en un afian- zm~1~1;to de s~ orientaci·n y de su metodolog²a, sino que catapult· a las mismas hacia una 1 posicron de_ relieve en el conjunto de las ciencias. Los grandes logros de la ciencias naturales a por e~tos anos centrales ,del siglo xix supusieron un estimable referente para la antropologfn, que hizo de la et,nograf1a .su .fundamento esencial, abandonando su indecisa posici·n espe- a e.uladora. La teor²a evolucionista de la antropolog²a ser§ construida a partir de una abundante literatura etnogr§fica, que d®bilmente comenzaba a ser reunida por los propios te·ricos, en~ t~ lo, q.uc supoma un intento por superar la vieja disociaci·n entre el trabajo emp²rico y el teonco. Durante la primera mitad del siglo XIX la etnograf²a hab²a experimentado un notable~

~rogrcso c1~ ,su metodol.og²a .. La b¼squeda de la objetividad gener· desde comienzos de siglo la elaboraci·n de cucstronarios, dispuestos para ser aplicados por los investigadores. El pre-~ parado por G®ra~do en 180~, con .motivo de la expedici·n francesa a las regiones australes,a Y q~e lleva por titulo Consideraciones sobre los diversos m®todos a seguir para la obser- vac16n de los pueblos salvajes, es un buen ejemplo, cuya expresi·n m§s elocuente es la frase~ c?ntcnida en el m.ism? de que çel primer medio para conocer a fondo a los salvajes es ~11 cierta ~anera ~onvertJr~c en ~no. de ellosè (J; PrnRJER, 1969: 29). Naturalmente, el t®rminoO çSalvajeè no tiene aqu1 un significado peyorativo, sino que simplemente responde a unaÅ

Page 26: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

~.- . 1

L. Frobenius. A ello se unieron los resultados de la etnograf²a en este pa²s, cuyo fundamento se hallaba en los ricos materiales llegados de Ćfrica, Ocean²a y diversas islas del Pac²fico, donde Alemania contaba con una s·lida .implantaci·n colonial, as² como los resultados de algunas importantes expediciones cient²ficas. El examen de dichos materiales en los museos germanos m§s relevantes, como el de Colonia, permitieron a algunos estudiosos fundamen- tar una teor²a difusionista, seg¼n la cual Jos pr®stamos parec²an constituir el fundamento del desarrollo de las culturas. La corriente, sustentada en la etnograf²a muse²stica, y no en el trabajo de campo, y amparada en la especulaci·n, encontrar§ en Fritz Graebner y en Wilhelm Schmidt sus m§s cualificados difusores.

A punto de finalizar el siglo xix, tiene lugar una gran expedici·n brit§nica al Estrecho de Torres, organizada por la Universidad de Cambridge, que permanece en Australia Y en Nueva Guinea, dirigida por Alfred Haddon, y en la cual se inclu²an, entre otros, Charles Seligman y William Halse Rivers. Este ¼ltimo, que en los primeros a¶os del siglo desarrollar²a un exhaustivo trabajo de campo entre los toda de la India, Ja gran colonia asi§tica del Reino Unido, y que en principio hab²a sido un abierto partidario de las tesis evolucionistas, se ads- cribe a partir de entonces a Jos postulados difusionistas. Rivers, m®dico de formaci·n, se convert²a, as², en uno de los primeros antrop·logos europeos que cimentaba su teor²a en el trabajo de campo desarrollado por ®l mismo, en l²nea con lo que iba a ser la. antro~olog~a brit§nica en el futuro (M. GLUCKMAN, 1961). Esta actitud de defensa de la observaci·n di- recta de los dlfusion²stas ingleses pretend²a ganar en rigor, frente a las generalizaciones etnogr§ficas de los antrop·logos evolucionistas, muy escasamente contrastadas. De hecho, la investigaci·n etnogr§fica de Rivers (1910) en el §mbito del parentesco puede considerarse como excelente.

Esta misma actitud, m§s acusada a¼n, la hallamos en el difusionismo norteamericano, y m§s en concreto en el particularismo hist·rico de Franz Boas. Alem§n de nacimiento, su formaci·n te·rica al lado de Ratzel le hab²a introducido en las tesis difusionistas. Asimismo, Boas hab²a participado en distintas expediciones cient²ficas, como la que tuvo por destino la Tierra de Baffin, en el Ćrtico, o la que se dirigi· a la Columbia brit§nica, en Canad§. La postura particularista de F. Boas (1911) con respecto a la etnograf²a y a la antropolog²a se explica por razones diversas, comenzando por su rechazo abierto del determinismo geogr§fico, a partir de sus observaciones emp²ricas, y contradiciendo en este aspecto la tesis ratzeliana, En la consideraci·n de Boas, el medio act¼a m§s bien como un condicionante de la cultura. Pero en su formaci·n, heredera de Bastian y de los neokantianos, se hallaba tambi®n la in- fluencia de Dilthey, seg¼n la cual admit²a la "divisi·n de las ciencias entre las de la natura- leza y las del esp²ritu, adscribiendo Boas la antropolog²a a las segundas por hallarse la disciplina incapacitada para participar del m®todo de las ciencias naturales. Por ello, F. Boas incluye a la antropolog²a entre los estudios idiogr§ficos, y no entre Jos nomot®ticos -siguiendo Ja clasificaci·n de Windelband de las ciencias-, dada la dificultad de la misma para enunciar leyes generales. La visi·n boas²ana enunciada en las l²neas precedentes se derivaba, en buena medida,

de los estudios realizados por Boas en su Alemania natal, orientados hacia la f²sica y la matem§tica, juntamente con la geograf²a. Esta formaci·n fue la que le condujo, tras su es- tablecimiento definitivo en Norteam®rica en 1898, y despu®s de. dedicarse por entero al estudio y a la docencia de la antropolog²a cultural, a convertirse en un gran innovador, y a conferirle ?. !,, antropolog²a muchos de los caracteres que presenta en nuestros d²as. Con ®l, 1:-. ~~;irupolog²a perdi· el componente especulativo que a¼n conservaba en la escuela evo- iucionista, para adquirir un car§cter marcadamente emp²rico, a partir del conocimiento pro- porcionado por una minuciosa etnograf²a, basada en la observaci·n directa del investigador. Las t®cnicas de observaci·n y recogida de datos se transformaron radicalmente, puesto que en las mismas hab²an de estar presentes, antes que nada, las categor²as de los observados, empezando por ser registradas en su misma lengua, la cual deb²a ser bien conocida por el

Partiendo de la idea de que los or²genes de cualquier ciencia son extremadamente im- precisos. y de que la misma no es sino la consecuencia de un conocimiento acumulativo que prende de manera imprecisa, parece haber acuerdo en que la antropolog²a sociocultural nace disciplinarmcntc en el siglo xrx, en un contexto hist·rico determinado por la herencia ilustrada y el apogeo colonial, y cuando las m¼ltiples aproximaciones etnogr§ficas hechas por una vasta literatura estaban en condiciones de proporcionar un procedimiento cient²fico de conocimiento. Esto ha hecho observar, en sentido amplio, que mientras la etnograf²a na- ci· de la mano del imperio espa¶ol en su descubrimiento de un mundo nuevo, la antropo- log²a lo hizo de la mano del brit§nico, en plena era victoriana, cuando tiene lugar su adve- nimiento disciplinar (C. L1s·N, 1971, 95). Estos or²genes l§biles de la antropolog²a, y por ello de la etnograf²a que la sirve, se advierten claramente cuando se trazan genealog²as su- mamente diversas que tratan de justificar el nacimiento. Ahora bien, hay acuerdo, por lo \ general, en considerar a los evolucionistas decimon·nicos, y concretamente a Morgan y Tylor, como los padres de la antropolog²a contempor§nea. Ellos representan la plasmaci®n \ t de un viejo proyecto, al traspasar los umbrales de la excrecencia del conocimiento que re- presentaban hasta entonces las descripciones etnogr§ficas, y al superar la especulaci·n a que estaba sujeta la antropolog²a, confiri®ndole un estatuto epistemol·gico.

Es verdad, entonces, que surgida la antropolog²a sociocultural en la segunda mitad del siglo xrx, su desarrollo se halla indeleblemente unido en una primera fase a la expansi·n imperialista de las grandes potencias, lo cual, a prop·sito, supuso un enriquecimiento de su objeto, un acercamiento profundo a la diversidad cultural y una ampliaci·n de sus bases emp²ricas. El aumento de la poblaci·n de estas potencias y la necesidad de recursos motivados Ŀ por su industrializaci·n, aparte de la lucha por Ja hegemon²a, motivaron la expansi·n de los , estados dominantes por todos los continentes, enfrentados a culturas distintas de las suyas. Fue de esta liza de la que surgieron los imperios coloniales, destacando entre ellos el bril:'I- t nico y el norteamericano, adem§s del franc®s, que se instalaron a lo largo y ancho de Ja Tierra, aunque la decidida pol²tica imperialista del primero de ellos le llev· a una posici·n Ŀ t de privilegio. Es en estas circunstancias en las que se produce la interrelaci·n entre Ja necesidad de la antropolog²a de estudiar Ja diversidad cultural y el deseo de los imperios por ' conocer mejor las sociedades situadas bajo su dominio. Al socaire de este clima favorable. Å las expediciones cient²ficas patrocinadas por las potencias coloniales se suceden inccsan Ŀ tem~nte, y ~o son pocos los inv~stigadores_ que acuden a estudiar estas culturas lejannx y Ŀ ex·ticas, estimulados por los gobiernos occidentales. No extra¶a, en consecuencia, que N<'n en Gran Breta¶a donde se produzca la eclosi·n de la antropolog²a, as{ como en Norteam®ricn y algunos otros pa²ses. ~

En el ambiente evolucionista de los ¼ltimos lustros del siglo xtx se afirma un mov² miento de r®I?lica, que adquirir§ una .fuerte implantaci·n en el campo de la antropologfu y ' que es conocido con el nombre de d²fusionismo. Se trataba de una vieja corriente, inscnu en la tradici·n europea, a la que ni siquiera Tylor hab²a sido ajeno, y que entonces 1011111

cuerpo en Alemania, a partir, sobre todo, del magisterio de F. Ratzel y de su disc²pulo

2.4 LA ETNOGRAFĉA CIENTĉFICA

' ' J

recoger§ sus dalos con fines religiosos o administrativos, sino con la pretensi·n de enfrentarlos a una hip·tesis previa, supeditada a la teor²a antropol·gica. La descripci·n de curiosidades acerca del hombre y de la sociedad deja paso a una observaci·n rigurosa que permita la conquista .del conocimiento cient²fico. No obstante, la dilatada inercia de los estudios eru- ditos subsistir§ enquistada, aunque cada vez m§s residualmcnte, en el seno de los estudios sociales. En suma, la antropolog²a, sin duda favorecida por el hecho de su institucionalizaci·n acad®mica, hab²a adoptado el perfil caracter²stico de una disciplina cient²fica.

Å \) ) , '} }

Page 27: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

37

~\JlllU ®J UUlCUU\..V "''Cauv1. iĿi'"''"'Ŀ"' a. u.1. "'->}'"""'"'\.U."'"".1.v,1.~ 6vuva.-.. .. .., .. _ -Ŀ -- - , .á

frente al difusionismo historicista, los funcionalistas proponen un conocimiento sincr·nico de la sociedad, en el que los distintos elementos que la componen sean estudiados significa- tivamente dentro de un contexto, lo cual en Malinowski constituye el presupuesto b§sico a la hora de establecer su teor²a general de Ja cultura. Los estudios funcionalistas se definen por el rigor de su conocimiento etnogr§fico, llevado a cabo en comunidades de peque¶a es- Ŀ Ŀ cala, y a trav®s de una larga permanencia en el seno del grupo estudiado, tal como se pone de relieve en la obra de Bronislaw Malinowski y en la de Alfred Radcliffe-Brown . La experiencia etnogr§fica de Malinowski, consiguiente a sus estudios en la Universi-

dad de Oxford, e iniciada en Mailu en 1915, de donde _pas· a las Islas Trobiand en 1916, alarg§ndose all² su estancia durante algunos a¶os -si bien es cierto que forzadamente, al ser sorprendido en tierras australianas por la Gran Guerra cuando a¼n era s¼bdito austriaco--, puede considerarse muy intensa y prolongada. Pero no es menos verdad que la disciplina antropol·gica hab²a ya inaugurado por entonces este g®nero de investigaci·n, y Jos j·venes licenciados ingleses llevaban a cabo sus estudios en las distintas partes del imperio, contri- buyendo con ello no s·lo a introducirse en la investigaci·n, sino a escalar_ los . diversos puestos del funcionariado colonial. Radcliffe-Brown realiz· por aquellos mismos a¶os su trabajo de campo, m§s restringido, entre los nativosĿ de las Islas Andam®n.icornenzando una obra que se har²a con el tiempo mucho m§s te·rica, como seĿ desprende de Ja larga serie de art²culos contenida en Estructura y funci·n en la sociedad primitiva ( 1952); aunque no exenta de una s·lida defensa de la observaci·n sistem§tica de los hechos etnogr§ficos, como parte sustantiva de la construcci·n antropol·gica. As², las obras de Malinowski y de Radcliffe-Brown representan la madurez del procedimiento etnogr§fico, la cristalizaci·n de un proceso ini- ciado tiempo atr§s, caracterizado por un enf§tico realismo y por un riguroso cicntifismo. La gran conquista de Malinowski fue la aplicaci·n de un- procedimiento para penetrar

en la mentalidad de los nativos, consistente en la observaci·n participante, a partir de la idea de que s·lo sumergi®ndose en una cultura, y siendo uno de los estudiados, elĿ observador puede descubrir y analizar las relaciones entre los elementos que componen dicha cultura. La observaci·n participante es para Malinowski (1944) la clave del an§lisis funcional, en tanto que ninguna funci·n puede ser aprehendida fuera de este procedimiento. Este an§lisis funcional es tan exhaustivo que le lleva a la consideraci·n de entender que la historia en el §mbito de la antropolog²a no produce el soporte cient²fico necesario. La historia es para Malinowski una nebulosa, cuya interpretaci·n es siempre especulativa, de lo que deduce que la labor del antrop·logo se ha de reducir, sistem§ticamente, a la identificaci·n de una rela- ci·n un²voca entre instituciones y funciones. La defensa por parte de Malinowski del procedimiento etnogr§fico de la observaci·n

participante, la huida de cualquier especulaci·n diacr·nica y la apuesta por consideraciones puramente sincr·nicas, dieron lugar al ®xito de un modelo de monograf²a etnogr§fica que no s·lo ser²a propia de los funcionalistas en el futuro, asentada fumemente sobre una prolongada observaci·n participante, de dos a¶os al menos, y caracterizada }?Orla zambullida plena del autor en la cultura estudiada, que encuentra en Los argonautas del Pacifico Occidental (1922) de Malinowski su modelo perfecto. A este estilo de presentar los hechos examinados, en el m§s puro present® etnogr§fico, como si el tiempo no transcurriera, y que dominar§ durante d®cadas el panorama antropol·gico, persistiendo a¼n en nuestros d²as, se le llamar§ realismo etnogr§fico, La gran diferencia con la etnograf²a anterior, aparte de su ®nfasis en la intencionalidad cientifista que la escuela boasiana estaba implantando en Am®rica simult§neamente, y que Ja diferencia sustancialmente de la etnograf²a predisciplinar, es el empe¶o por captar n²tidamente la imagen del çOtroè, y por dejar o²r su voz.

Este ®nfasis en la monograf²a etnogr§fica lo hallamos en otros autores de la antropo- log²a inglesa, como en E.E. Evans-Pritchard, alumno de Malinowski, con igual rigor y precisi·n .Å y que pone de manifiesto su singular cualidad para lograr el çarte de la ciencia

investigador. La aprehensi·n de los ~atos etnogr§ficos derivados' del trabajo de campo; jun- tamc~t~ con el conocmucnto de la ling¿²stica, de la historia y de la antropolog²a f²sica, se convrrtrcron en el fundamento del an§lisis antropol·gico del particularismo hist·rico. Con Franz Boas, en consecuencia, la etnograf²a fue elevada a la necesaria consideraci·n (R. LOWIE, 1937: 191 ). . . . .

. Debido a la concepci·n particularista de Boas acerca .de Jos hechos etnogr§ficos y a la cr²tica fonnulad~ ~I comparativismo evolucionista, a menudo se le ha considerado como un consumado relativista, cuando en el fondo su metodolog²a lleva impl²cito un comperat²vismo c~nlrolado ~Ŀ Boxs, 1920). Una rigurosa recogida de datos etnogr§ficos en un §rea deter- nu_nada, dcb1da111c111c_ contextualizada, posibilitaba la leg²tima comparaci·n con los datos c~1~adosan~cn1c n:u111dos e_n_ otras §reas de caracteres an§logos. La acumulaci·n del cono- enmonto asr obtcm_do permitir²a llegar a la aplicaci·n de un procedimiento deductivo seguro. Boas no fu_c, _de nmguna manera, partidario de la generalizaci·n evolucionista, construida sobre los c11111cn1os de la especulaci·n, y consecuentemente alejada de la realidad de unos hechos que s·lo el an§lisis etnogr§fico pod²a garantizar.

La pasi·n bo3:5~ana por la _et~ograffa de campo se refleja en el sorprendente cat§logo de datos que rcc~g10 entre los indios del Noroeste americano, y explica que la escuela de antrop.·logos reunida _en torno_ al maestro, tal vez la m§s f®rtil que ha conocido la antropolog²a, y C?n las naturnl_cs divergencias: se lanzara a un interminable trabajo de campo en Am®rica Y, fuera del continente, que d~ia sus ~rut?s ~ lo largo de la primera mitad del siglo xx, y aun m§s tar~c dada. ~a enorme m~uenc1a ~1entJfica y acad®mica de Franz Boas. Mientras que Robcrt Lowie rc111110 abundante informaci®n etnogr§fica entre los indios de las llanuras ccn- U:ales de los Estados_ Unidos, Alf~ed Kroeber estudi· las tribus del Sudoeste, y as² se podr²a citar. una larga n·mina de estudiosos. Uno de los muchos alumnos salidos del semillero boasiano de Columbia fue Paul Radin, quien mostrando un notable grado de criticismo con la postura del maestro, acentu· la idea de ®ste de captar las categor²as de los estudiados en u~ e~fuerzo aproximativo, para dotarla de un car§cter humanista, huyendo del agobiante c²ent²flsmo boasiano, par~ subrayar la importancia de la observaci·n participante (P. RAoiN, 1927), o I? que es lo mismo, el gran principio etnogr§fico que sustenta la construcci·n antro~ol·g1~a, y del cual los trabajos de los func²onalistas ingleses estaban brindando es- pl®n?tdos ~Jcrnplos. Con Paul Radin se experimentaba un extraordinario avance en el pcr- feccionam²ento del comparativismo etnogr§fico. . ~n pleno apogeo de la escuela boasiana, y en total actividad de su creador, hac²a su 1rrupc1~n. en el panora_ma ~ntropol·gi_co u~ movimiento, de clara implantaci·n brit§nica, y que rcc²b²na la de~on11~ac1·n de_ func1onahs~a, de acuerdo con las propuestas te·ricas de .~ns creadores. El funcionalismo nacia en el §mbito temporal de los a¶os siguientes a la Primera Gran Guer;a. los <le la d®cada_ de los veinte, cuando tras recobrar la paz perdida e imponerse las p~tencias vencedoras, ®stas retomaban con nuevos br²os expansionistas a un mundo c?lomal que comenzaba a transformarse lentamente, despu®s de mucho tiempo de domina- ci·n'. Y g~c por otro lado, comportaba la imagen de la grandeza occidental en el pasado, EJ func10~1ahsrno, que hund_ia sus ra²ces c_n la e~c~cla sociol·~ica francesa de E. Durkhcim, y cuyo concepto ~e la sociedad respondfa al s²mil del orgarusmo vivo en el que la vida del nusmo ~e supedita a la armon²a de sus ·rganos, concordaba con los anhelos occidentales ik 1111 apacible mundo colonial (A. Kut-sn, 1973: 123-147). Es a comienzos de los a¶os veinte cuando se publican los primeros trabajos funcional islas,

llevados a cabo en ~os ~ltim~s a~os del conflicto y en los primeros de fa paz. Sus autores, qu:: de~otan la fascinaci·n e1erc1d~ en ellos por el ~xotismo de las sociedades coloniales, s.c.~,in, sm ~n~bargo, l?~ grandes ĉ01J~do_re~ de una s·lida _Y precisa etnograf²a, que les pcnni- LJJa consol!dar d~~111t1vamcnte ~a disciplina antropol·gica, mediante la aportaci·n de 1111a mctodologfa mod®lica que advertimos tanto en B. Malinowski corno en A.R. Radcliffe-Brown sus grandes impulsores, a pesar de gue R. Lowie ( 1937: 280-303) y otros se¶alen al prim<Ŀn;

Page 28: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

39

un çuniverso culturalè, mediante los datos reunidos en todo el mundo a lo largo de Jos ¼ltimos siglos.

Al mismo tiempo que se afianza el comparativismo etnogr§fico en la antropolog²a, dis- tintas escuelas optan, a partir de los a¶os treinta, por separarse del estatismo etnogr§fico, encauzando sus investigaciones de campo hacia los estudios del cambio, con una especial preferencia por los aspectos materiales. Ello es bien visible en los movimientos neoevolu- cionistas, tanto en su vertiente general -L. White- como en su vertiente multilineal -J. Ste- ward- de las d®cadas anteriores a la mitad del siglo xx. Y lo seguir§ siendo en los que surjan tiempo despu®s, en los a¶os sesenta, inspirados en este neoevolucionismo de corte materialista, tales como el neofuncionalismo ecol·gico -A. Vayda y R. Rappaport-, el materialismo cultural (M. HARRIS, 1979), el materialismo dial®ctico-cr²tico, etc. En la etnograf²a que susten- ta todas estas corrientes, en general, se aprecia por los aspectos cambiantes de la vida social y por la din§mica de los sistemas culturales, en el seno de lo que podr²a llamarse dinamismo etnogr§fico.

Es preciso se¶alar que en plena gestaci·n de los m®todos correlativos, surge en el seno de la antropolog²a sociocultural una corriente de pensamiento que se designa con el nombre de estructuralismo. Brota, por tanto, en los a¶os inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial, cuando el mapa colonial se ha transformado y camina hacia un dr§stico cambio, y cuando las sociedades ex·ticas que hab²an atra²do la atenci·n de los etn·grafos est§n a punto de desaparecer, si no lo han hecho ya, lo cual si bien no supuso una crisis en el objeto de la antropolog²a -porque dichas sociedades eran una parte m§s del objeto-, s² una limitaci·n del mismo. La corriente, de adscripci·n b§sicamente francesa, al menos en sus or²genes, tomaba por referente la escuela sociol·gica francesa de E. Durkheim y M. Mauss, al igual que lo hab²a hecho el funcionalismo ingl®s. Mas la atenci·n no se centra en aprehender la funci·n de los elementos, como suced²a en ®ste, sino en comprender las estructuras del pensamiento que rigen el sistema analizado. La antropolog²a estructuralista guarda una estrecha analog²a con el m®todo fonol·gico del c²rculo de Praga, de Trubetzkoy y de Jakobson, al considerar los elementos de Ja cultura al modo que Jos fonemas forman elementos de significaci·n. Ello se entiende al considerar que es la ling¿²stica estructura\ista Ja fuente de inspiraci·n de la antropolog²a estructural, a la que se a¶aden las influencias del psicoan§lisis, y otras m§s remotas de los pensadores ilustrados.

Con estos caracteres, la metodolog²a estructuralista parte, necesariamente, de una v²- vida experiencia etnogr§fica, marcada por Ja sincron²a de los acontecimientos examinados, cuya pretensi·n no es la captaci·n minuciosa de los hechos, que resultar²a empobrecedora y ahogar²a la perspectiva generalizadora, pero tampoco es un permanente comparativismo globalizante que cegar²a la posibilidad de descender a los detalles significativos. Esta actitud intermedia que se advierte en la antropolog²a estructural de C. L®vi-Strauss, el conocido creador, fue Ja que desarroll· durante su trabajo de campo en Am®rica del Sur, al objeto de poder penetrar en cada aspecto de la sociedad y Ja cultura -el parentesco y la mitolog²a son Jos preferidos- y descubrir su red de oposiciones binarias, partiendo de la funci·n estruc- turadora de la mente de los actores. Dicha mente, seg¼n L®vi-Strauss, se comporta de ma- nera an§loga en todos los lugares y en todas las ®pocas, en tanto que racional, universal y eterna. La tarea del etn·grafo consiste, pues, en describir las pautas observables, y recons- truir antropol·gicamente las estructuras m§s profundas. El hecho de que la etnograf²a al estudiar una sociedad descubra la distinci·n entre lo que los individuos hacen y lo que dicen que hacen, que ya fue puesta de relieve por B. Malinowski, es la raz·n de la concepci·n estructuralista, que, sin embargo, tiene un prop·sito deductivo-inductivo, mientras que el de Jos funcionalistas, al rev®s, era m§s inductivo-deductivo. Esta visi·n estructuralista de la sociedad que se advierte en C. L®vi-Strauss es similar

a la que se percibe en E. Leach (A. KuPER, 1973: 187-200), al defender un enfoque racionalista contrario al empirismo que hab²a caracterizado a los funcionalistas ingleses. Mientras que

,, ) } ) )

' ) j

' )

' ) ) -') ) ) )

J ) ²) ~ ~)

antropult²gic:~'.>, pero con una dim~nsi·n distinta a la de los funcionalistas, que ahora son recusados, dejando paso .Û una onentaci·n m§s hist·rica de la antropolog²a (E.E. EVANS- Å PRITCHARD, [950). Las_ dilatadas campa¶as etnogr§ficas de E.E. Evans-Pritchard entre los pu~blos su~ai1cscs a f~nalcs de los a¶os veinte y entre los nil·ticos en la d®cada de los tremta, p~1s1eron de relieve el valor de su magistral procedimiento etnogr§fico, contenido en sus trab~JOS sobre los azande y en su excelente monograf²a acerca de Los nuer (1940). La proyecci·n ~u~opca de esta mi~ma concepci·n etnogr§fica la hallaremos, corriendo los a¶os, entre_ l?s disc²pulos del propio Evans-Pritchard, como se observa en la monograf²a de C. Lis·n sobre Be/11w11te de los Caballeros (1966). En Estados Unidos, donde sus confines territoriales se hab²an extendido durante la

®poca del colo~ialismo ~l~cimon·nico hasta los Mares del Pac²fico Sur, las largas estancias ?e ca~po en tierras cxo~1cas _cobran tambi®n carta de naturaleza, particularmente con una investigadora, M. Mead, influida por Boas y por los movimientos freudianos que confluir²an en la escuela de Cultura y Personalidad, a la que se adscribe esta autora. La tradici·n norte- america~a de i_nvestigaci·~ etnogr§fica entre las tribus indias se ve enriquecida desde finales de los ~~os veinte con las mvcsugacrones emp²ricas que M. Mead realiza en Samoa (1928), Y tam~1en con las de otros cstudi?sos, que, sin embargo, en vez de cultivar \a monograf²a etnogr§fica, _se c~ntran en determinados aspectos de la realidad que estudian, y que en el caso de la .citada autora son fundamentalmente los derivados de los condicionamientos de la pers?nalldad y de sus variaciones. A pesar de que, tal como ella reconoce, con su actitud Å l!tn~grafica t_rata d.e emular a Mnlinowski, a fin de encontrar la mayor precisi·n anal²tica posible, la_ distancia entre ambos es considerable. Aun coincidiendo los dos en el llamado contacto d1~e_cto, en M. Mead (1955) hay un alejan¼ento progresivo del estatismo etnogr§fico que se advierte en su paulatino inter®s por los procesos de cambio. '

~o cierto_ e~ que a finales de los a¶os treinta el volumen de las informaciones etnogr§ficas Å recogido e~ :d1.stmtas partes del mundo aconsej· a un grupo de profesores de la Universidad de Yale, dirigidos por G.P. Murdock, su sistematizaci·n (A. GoNZĆLEZ EcHEVARRIA, 1990: 35-53), .contmuando con el empe¶o de algunos investigadores por aplicar los m®todos correlacionales a los hechos etnogr§ficos, cuya tendencia era patente desde los tiempos de Tylor, Y que por aquel entonces estaba muy presente en los trabajos de J. Witing, otro de Å los destacad?~ represen~antes de la escuela de CulturaĿ y Personalidad. El intento, que contaha con la oposici·n de quienes contemplan el empleo de la estad²stica en la cultura como u11 Å atentad,Ü ~ontra su misma unidad, se realiz· a partir de un archivo etnogr§fico, constituido con m¼ltiples datos correspondientes a culturas de todo el mundo, que se denomin· Yo/1Å Cross-Cultural Su.r:vey. Dicho archivo supuso el germen de un proyecto intcrunivcrsiun io, de. mayor complejidad, que fue el Human Relations Area Files, en el cual quedaban 11Ŀ Ilejadas las .regularidades y las correlaciones etnogr§ficas de numerosas socieclaclcs, quiĿ hasta entonces se hallaban dispersas. El Human Relations Area Files supuso una importante contribuci·n al conocimirntu

antropol·gico, por cuanto permit²a la construcci·n de hip·tesis v§lidas, no refutadas 1101 otr~s ,hechos etnog~§ficos. coi:nprobados, ac~ivando el valor del m®todo comparativo. 1.11 validez de este arc~1~0 se just²ficaba por el ngor de su construcci·n, a partir de abumlnutc-, datos _sobre la familia, el parentesco, la organizaci·n pol²tica, etc., hasta convertirse 1Á11 la e~en.l;ta ele los estu~ios ~omot®~icos, si bien su contenido hubo de ser adaptado en los atlo.'Å sigurcntcs a las exigencias derivadas del progresivo perfeccionamiento que dcmanduha ,.á ~is.tema, 7, que se ~oncretar²a en el World Etlmographic Sample (1957), el cual contcufn mlor~11~'.c1~n ctnogra~ca codi_ficada _sobre varios cientos de culturas, y cuya diferencia r1111 damcntal con el antenor archivo reside en.la naturaleza y en el n¼mero de Jos datos rc11nid11,,

La cima de la ambici·n cient²fica de Murdock quedar²a expresada en el Etlmogr~pliic 1t1111:; (1967), donde se reunieron minuciosamente los datos de 863 sociedades, y en el que MI pec§ndose la t®cnica de muestreo utilizada hasta entonces se abogaba por la construcci·n diĿ

Page 29: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

41

q~e se consideran fundamentales, aptas y apropiadas en la cultura que estudia, aunque pre- viendo que pueden ser vulneradas, justamente de acuerdo con las reglas de contravenci·n de dichas reglas. Por ello, se supone que en cualquier cultura el individuo separa continuamen- te lo fundamental de lo accesorio, seg¼n un cierto n¼mero de principios l·gicos, nacidos de la raz·n, los cuales no pueden ser infinitos sino limitados, por lo que cabr²a suponerse que forman parte de un fondo com¼n de ideas, que ha hecho proclamar a algunos cognitivistas la vuelta a la consideraci·n de la unidad ps²quica de Ja humanidad.

Los trabajos m§s insistentes de los integrantes de la çnueva etnograf²aè se han venido co~cretando en lo que se denomina çsistemas de clasificaci·n popularè, es decir, en el es- tud1~ de la forma en que los nativos organizan su mundo, clasificando las ideas y las cosas medi~t~ taxonom²as, a partir de su lenguaje. Es de este modo como el individuo integra sus conocmuentos acerca de lo que le rodea en un todo ordenado, que le resulta imprescindible para dar sentido a su propia vida (S. Tyler, 1969). Los etn·grafos cognitivistas han mostrado una extraordinaria preferencia por las concepciones nativas del universo ordenado de las plantas, de los animales, del parentesco, etc., proyectadas sobre minuciosas tenninolog²as, que son aprehendidas en el trabajo de campo, y que no hacen sino poner de relieve la estre- cha relaci·n existente entre Jos conceptos y las palabras (B. CoLBY et al., 1981).

El giro efectuado por la çnueva etnograf²aè hacia la perspectiva emic resultar²a tras- cendente, pero no por novedoso, sino porque desarrollaba instrumentos etnogr§ficos distintos a los que ven²an utiliz§ndose. Pero si bien se trataba de instrumentos destinados a captar el punto de vista del nativo, novedosos no pod²an ser considerados porque la preocupaci·n por capturar las cate~orfas de los estudiados ven²a manifest§ndose, al menos, desde los tiempos de Fray Bemardmo de Sahag¼n, y la apreciamos con extraordinaria nitidez en las obras de F. Boas ~Åm§s tod~vfa en las de B. Malinowski. Sin embargo, y a pesar de una cierta recurrencia en el estilo (E. LuQuE, 1985: 224-239), no es menos cierto que el procedimiento etnogr§fico gana en precisi·n ahora, lo cual juega en beneficio de los resultados. Al hallarse . siste~atizada la recogida de informaci·n y ser p¼blicos Ja metodolog²a y los resultados, el expenmento es susceptible de verificaci·n. Advi®rtase que hasta entonces los trabajos etno- gr§ficos, salvo raras excepciones, no ofrec²an explicaciones acerca de Ja metodolog²a em- pleada en la recogida de datos, con lo cual eran la promesa del autor y el acto de fe del lector los que validaban la tarea etnogr§fica. Se ex.plica, entonces, que sobre un cierto n¼mero de estos viejos trabajos etnogr§ficos haya reca²do a menudo la duda de la garant²a.

. La defensa del particularismo realizada por la çnueva etnograf²aè, vieja en alguna medida, frente a la del dr§stico universalismo preconizada por el estructuralismo, y a pesar de la com¼n concepci·n que poseen ambas de la cultura como sistema ideacional acabar²a por abrir nuevas v²as interpretacionistas a la etnograf²a. Una de ®stas ser²a la de la llamada antropolog²a simb·lica, cuyos cultivadores coinciden en la concepci·n de las culturas como sistemas de significantes y significados compartidos. Esta corriente, que irrumpi· en el pa- no~ama antropol·gico con las obras de V²ctor Turner (1967), de Mary Douglas (1970), de Cl~ord Geertz (1973) y de algunos otros, a finales de los a¶os sesenta, se distingui· en se- guida por su enfoque hermene¼tico, centrando su atenci·n en el estudio del empleo de !os s²mbolos que los individuos hacen en contextos concretos, y alej§ndose un tanto de los mt~reses de la çnueva etnograf²aè -explicitados en la aprehensi·n de los principios cognitivos b§sicos-, y m§s a¼n de las pretensiones universalistas del estructuralismo de captar las estructuras inconscientes del intelecto humano. Realmente, al igual que otras corrientes antropol·gicas, la simb·lica se halla anclada

en concepciones previas, que en este caso resultan ser la filosof²a fenomenol·gica de M. Heidegger y la 'filosof²a hermene¼tica de H.G. Gadamer. La concepci·n simb·lica en- tra¶a una visi·n semi·tica de la cultura, seg¼n la cual los distintos elementos que forman parte de la cultura llevan aparejado un significado que es necesario desentra¶ar, considerando que s·lo tienen sentido en su propio contexto. Del mismo modo que si se tratara de un texto

40

Con posterioridad al nacimiento de la antropolog²a estructuralista, a finales de los a¶os cincuenta, surgen otras corrientes que como ®sta abordan los fen·menos culturales como sistemas idcacionalcs. Una de ®stas, al igual que el estructuralismo influenciada por los plan- teamientos te·ricos de la ling¿²stica, ser§ la llamada çnueva etnograf²aè, bajo el impulso incial de W. Goodenough (1964: 35-39) y de otros autores como S. Tyler, C. Frake, P. Kay, etc®tera. Partiendo de la idea ya espigada en otros movimientos anteriores, y sobre todo en el estructuralismo, esta corriente nacida en la Universidad de Yale, entiende cada cultura como un sistema de cogniciones compartidas. Tales cogniciones, creadas por el intelecto hu- mano, explican Ja organizaci·n de las cosas, de los acontecimientos y de las conductas, con- siderando que el intelecto humano genera cultura vali®ndose s·lo de un n¼mero finito de reglas, con intervenci·n del inconsciente. Consecuentemente, s·lo una intensa labor etnogr§fica puede descubrir la utilizaci·n de las reglas que gu²an cada cultura.

En efecto, tales postulados, an§logos a los sostenidos por N. Chomsky en sus obras sobre la gram§tica transformacionista, relativos a la existencia de reglas gramaticales sub- yacentes a las distintas lenguas, se hallan muy pr·ximos a los principios de la antropolog²a estructuralista. Pero, as² como los estructuralistas defienden la b¼squeda de reglas univer- sales, v§lidas para todas las culturas, los integrantes de la çnueva etnograf²aè -tarnbi®n lla- mada emociencia o etnosem§ntica-, constri¶en su b¼squeda a las reglas de cada cultura en concreto. Para lograrlo, los cultivadores de la çnueva etnograf²aè han recurrido al an§lisis da las formas con que los individuos integrantes ele una cultura perciben su mundo, vali®n- <lose los investigadores de la utilizaci·n de la perspectiva emic o interna, esto es, adoptando el observador el punto de vista de los observados, frente a la perspectiva etic o externa, en la que prevalece el punto de vista del observador.

Esta distinci·n de perspectivas que se opera en la çnueva etnograf²aè (GoooENOUGl-1, 197 1: l 66-169), responde a la idea introducida por aquellos a¶os centrales del siglo por el ling¿ista K. Pikc, al proponer dichos sufijos, emic y etic, para calificar el estudio de la cultura, de modo an§logo a como lo hacen en la ling¿²stica la fonolog²a -phonemtc- y la fon®tica -phonctic-: Mientras aqu®lla se centra en el estudio de las unidades de sonido significativas para el hablante, ®sta se refiere a la descripci·n de los sonidos del hablante efectuadu por un observador exterior a efectos comparativos, y exenta de sentido para el hablante. De ahf que el investigador de la çnueva etnograf²aè trate, mediante el trabajo de campo, de averi- guar la prelaci·n. de ideas que utilizan los individuos cuando toman decisiones en orden a la conducta m§s adecuada que han de adoptar, consecuentemente con la cultura en la que viven. El etn·grafo trata, por tanto, de captar la cultura de los nativos de forma an§loga a la que ®stos han seguido para aprehenderla, mediante un proceso.de enculturaci·n.

Esta forma de cultivar la etnograf²a no deviene, como podr²a parecer, en una predicci·n del comportamiento de los sujetos, como tampoco la gram§tica lo hace con respecto ti los hablantes de una lengua. £sta, la gram§tica, tan s·lo explicita las reglas que se consideran m§s apropiadas para un hablante, y en consecuencia las que se espera que siga cuando hahla, considerando que tales reglas son ocasionalmente transgredidas.Ŀ Con la conducta de lox sujetos sucede lo mismo, y el etn·grafo ¼nicamente trata de conocer las normas de conductn

2.5 NUEVAS FORMAS DE ETNOGRAFĉA

los empiristas entienden la tarea del etn·grafo como la de un investigador de campo, que ha de saber describir los comportamientos de Jos individuos, tal como los observa, en un co11ti1111u111 de transacciones econ·micas y sociales, los estructuralistas atribuyen al etn·grafo una labor consistente en descubrir la estructura de las ideas que tienen los individuos, por encima de sus conductas aparentes, m§s fingidas que reales. Se trata de una estructura que expresa la dimensi·n de la colectividad panhumana.

Page 30: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

43

'1 ! 1 _; j

! á : )

'J

( Å

. á á

1

: 1

Ŀ., Å 1

1 '

,!

seg¼n J.F. Lyotard (1979)-, en alusi·n a su extremado vanguardismo. Este vanguardismo se halla asentado sobre el posestructuralismo que se acaba de mencionar, pero tambi®n, y de nuevo, sobre la filosof²a fenomenol·gica y la hermen®utica, as² como sobre la ling¿²stica vinculada al formalismo en general y al C²rculo de Praga en particular. La cultura esconce- bida por estos posmodemistas de manera semi·tica, reclamando por parte del antrop·logo una actitud acusadamente hermen®utica. La obra antropol·gica de C. Geertz, de clara orien- taci·n simb·lica, se convertir§ en el punto de arranque del posmodernismo, y su autor ser§ elevado a la condici·n de abanderado desde su magisterio de la Universidad de Princeton, que poco a poco perder²a con el tiempo, al ser rebasado por sus compa¶eros de movimiento (C. REYNOSO, 1991).

En el interpretativismo de Geertz (1980) se contiene el germen de lo que hab²a de ser la nueva tendencia. En la misma se abogaba por una especie de metaetnograffa, en la que el antrop·logo hab²a de transmitir los textos que los nativos çle²anè, a partir de un aspecto o un tema elegido como materia de investigaci·n; en el que se pusieran de relieve los sig- nificados de las formas p¼blicas que adoptaban los s²mbolos, y en el seno de lo que viene a ser un di§logo entre los estudiados y el lector, donde el antrop·logo hace de intermediario, muy lejos de lo que hab²a sido la atemporalidad rom§ntica de los pioneros de la çmonograf²a etnogr§ficaè. El etn·grafo dejaba de ser el apasionado descubridor de una cultura de Ja cual levantaba un acta en presente, para asumir el papel de redescubridor de una cultura en la cual vive y de Ja cual narra las vivencias nacidas de su convivencia con los individuos que ha conocido. Precisamente, esta narraci·n tem§tica confiere una diacron²a a los acontecirnien- tos, que constituye el contrapunto con la etnograf²a monogr§fica.

Pues bien, algunos a¶os despu®s de que se publicara el trabajo de C. Geertz, y como resultado de la carga que se pon²a en la dimensi·n cobrada por esta novedosa idea de la percepci·n etnogr§fica -rnuy insistente por aquel entonces en obras de talante desmitificador, como la de N. Barley (1983)-, se organizaba un seminario en Santa Fe (Nuevo M®xico), en 1984, del cual habr²an de salir los textos b§sicos del posmodernismo antropol·gico, conte- nidos en el n¼mero 26 de la revista Curr®nt Anthropology (1985), y reflejados sustantivamente en las Ret·ricas de la antropolog²a, cuyo significativo t²tulo corresponde al libro editado por J. Clifford y G.E. Marcus (1986), los activos impulsores de la corriente, y defensores de una concepci·n de la etnograf²a que supone una radicalizaci·n del proyecto de C. Geertz, Para estos firmes entusiastas de la etnograf²a como texto, el etn·grafo se convierte en el autor de una ret·rica creada por ®l mismo, en una suerte de cultivo literario, en el que el autor se sit¼a a un paso de la condici·n de novelista, lo que le implica en un papel creador. El documento etnogr§fico, convertido as² en texto literario, deja de contener el discurso del observado, que parec²a ser el objeto primordial de la antropolog²a m§s renovada, para hacerse cargo de un papel en el que el etn·grafo se convierte en portador de una representaci·n ajena.

Este ®nfasis interpretativista ha supuesto un salto cualitativo que se ha sustanciado en una defensa de la etnograf²a reflexiva, y que se hace manifiesto en la estructura novelada de sus trabajos, en los que no faltan los comentarios y hasta las exclamaciones del etn·grafo, al hilo de su estancia etnogr§fica, junto a los di§logos con los individuos que han dado vida a su experiencia de campo. Estos individuos se convierten en el epicentro de la construcci·n etnogr§fica, por contra de lo que suced²a en las construcciones realistas de la ®poca colonial, en las que era el sistema o la organizaci·n. social el n¼cleo del examen etnogr§fico. El etn·- grafo trata de reflejar su experiencia mediante un texto literario, cuyo arte consiste en el uso de la met§fora y de todas las figuras que hagan posible una ret·rica con capacidad de co- municar al lector las vivencias m§s profundas (J. CUPFORD, 1986: 151-182). Los trabajos de J. Clifford, de G.E. Marcus y M. Fischer, de P. Rabinow y de V. Capranzano son exponen- tes de esta etnograf²a ret·rica y posmodema, en cuyo extremo se sit¼an los trabajos de S.A. Tyler. Con Tyler (1991), el viejo representante de Ja çnueva etnograf²aè, el texto etno- gr§fico se convierte en evocaci·n po®tica de la experiencia pasada, en una alegor²a vivencia!

' )

literario, su comprensi·n se sit¼a en el marco de una ex®gesis, en Ja que cada signo posee un significado, y donde lodo s²mbolo debe ser interpretado (V. TURNER, }975). Al igual que el lector del, texto no podr²a entenderlo sin desvelar sus claves sem§nticas, el estudioso de una cultura no puede entender ®sta sin descifrar Jos s²mbolos que contiene, y que se hallan velados en el enrrnmado que los esconde. Dicho de otro modo, Ja cultura viene a ser una estructura plena de significaci·n, que s·lo se hace inteligible cuando situamos los elementos que la forman en su justo t®rmino.

En consecuencia, el procedimiento etnogr§fico consiste en asimilar la cultura estudiada a un çtextoè codificado que los individuos que Ja integran Icen permanentemente, y que el antrop·logo debe tratar de interpretar, cual si de un texto literario se tratara, poniendo de manifiesto el valor de Jos c·digos empleados por los actores en su vida cotidiana. Cuando el etn·grafo estudia una cultura lee un libro complejo, en el que la polisemia, la met§fora y la elipse copan el texto, y donde no faltan los equ²vocos y los deslices. Para poder comu- nicar el contenido del libro de Ja cultura, el etn·grafo debe transcribirlo, esto es, interpre- tarlo, como explica C. Geertz en su conocida obra La interpretaci·n de las culturas (1973: 19-40). Seg¼n el mismo autor, los distintos acontecimientos sociales contienen una dimen- si·n simb·lica que el etn·grafo puede abstraer, en forma de una totalidad emp²rica suscep- tible de ser estudiada. El propio Geertz ha empleado este procedimiento semi·tico (1973: 87-117), y marcadamente interpretativista, para estudiar la religi·n, bajo el convencimiento de que los s²mbolos sagrados sintetizan una variada informaci·n acerca de Ja cultura estudiada.

Este interpretativismo de C. Gecrtz es similar al que se advierte en V. Turncr, en cuyas obras se denota con especial transparencia el estudio hermen®utico de Jos s²mbolos. La ausencia de los aspectos emocionales y afectivos que se percib²a en el fr²o racionalismo estructuralista es cubierta por V. Turner con una visi·n humanista de Ja acci·n simb·lica. La etnograf²a que se halla impl²cita en sus trabajos, realizados entre los ndembu de Zambia (1967), sugiere que, m§s importante que Ja supuesta objetivaci·n de la cultura analizada, es que el investigador plasme de forma imaginativa los entresijos que la componen.

Pero la contestaci·n al universalismo estructuralista no s·lo proced²a de Ja çnueva etnograf²aè y de la antropolog²a simb·lica americanas, convergentes por otro lado en algu- nos aspectos, como ha planteado E. Ohnuki-Tierney (1981). Se hallaba tambi®n, y con inusitada fuerza, en el difercncialismo franc®s nacido en el contexto posestructuralista de los trabajos del psicoan§lisis de J. Lacan, y sobre todo en los del relativismo epistemol·gico de M. Foucault, en Ja hermen®utica de P. Ricoeur y en los del deconslruccionismo radical Å ' de J. Derrida, y, en general, en diversas propuestas vinculadas a Ja cr²tica literaria que scrfuu plasmadas en la revista Tel Quel, verdadero catalizador del posestructuralismo franc®s ., (A. Aournne, 1993 ). La personalidad de estos pensadores y el excepticismo imperante en la a Francia de finales de los a¶os sesenta, m§s notorio si cabe en la obra de J. Derrida (1967), f 1 acabar²an por conceder a la producci·n de estos autores una inusitada repercusi·n, cuyos ecos se dejar§n o²r de manera creciente en la antropolog²a americana, curiosamente m§s que en la europea donde su incidencia ser§ limitada. El movimiento interpretacionista, de r®plica a la antropolog²a realista que se hab²a desencadenado a partir de la çnueva etnograf²aè, hi1.o como coadyuvante de una tendencia que intentaba remarcar tanto la necesidad de conquistar f i ' una antropolog²a independiente, libre de ataduras con el poder establecido, de cuyo vicio el f , colonialismo de las d®cadas pasadas ven²a a ser su expresi·n m§s elocuente, como tambi®n 1 en la necesidad de una renovaci·n del procedimiento etnogr§fico, m§s controlado y mrix f ) expuesto a la cr²tica. r.c este modo, un grupo de intelectuales norteamericanos de los a¶os ochenta, entre- los Å f á

que_ no_ falt~r§n algunos an~iguo~ representantes de Ja çnu~v~ etnograf²aè y de la antropo- l , Logia simb·lica, conformaran la respuesta a la -antropologfa imperante por entonces. y por 1 supuesto a la m~s tradicional, por medio de una post~ra que se ca~ificar§ como posmodc~11isla ( 1 á :~Å posmodernidad es un momento de IÅ modernidad, fronterizo con el pasado reciente. f Ll:!

Page 31: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

45

DERRIDA, J. (1967). L'®criture et la dijf®rence. Par²s: Seuil. DouoLAS, M. (1970). S²mbolos naturales. Madrid, 1988: Alianza. EvANS-PRiTCHARD, E.E. (1950). Antropolog²a social: pasado y presente. En BOHANNAN, P.;

GLAZER, M. (eds.) (1973). Antropolog²a. Lecturas. Madrid, 1993: McGraw-Hill. 424-436. FERNĆNDEZ, J. (1993). Emergencia etnogr§fica. Tiempos heroicos, tiempos ir·nicos y la tarea

antropol·gica. En BESTARD 1 CAMPS, J. (coord.). Despu®s de Malinowski. Tenerife: Aso- ciaci·n Canaria de Antropolog²a. 33-68 .

¦EERTZ, C. (1973). La interpretaci·n de las culturas. M®xico, 1987: Pen²nsula. GEERTZ, C. (1986). El reconocimiento de la antropologfa. Cuadernos del Norte, 35. 59-63. GBERTZ, C., CuFFORD, J. et al. (1991). El surgimiento de la antropolog(a posmoderna. M®xico,

1991: Gedisa. GLUCKMAN, M. (1961). Datos etnogr§ficos en la antropolog²a social inglesa. En LLOBERA, J.R.

(comp.) (1975). La antropologta como ciencia. Barcelona: Anagrama. 141-152. GoNZĆLEZ EcHEVARRIA, A. (1990): Etnograf²a y comparaci·n. La investigaci·n intercu²tural

en antropologta. Barcelona: Universitat Aut·noma. GoooENOUOH, W.H. (1971). "Cultura, lenguaje y sociedad". En KAHN, J. S. (comp.). El concep-

to de cultura: Textos fundamentales. Barcelona, 1975: Anagrama. 157-248. HARRIS, M. (1968). El desarrollo de la teor²a antropol·gica. Una historia de las teor²as de

la cultura. Madrid, 1987: Siglo XXI. HARRIS, M. (1979). El materialismo cultural. Madrid, 1986: Alianza. KAPLAN, D.; MANNERS, A. (1972). Introducci·n crttica a la teor²a antropol6gica. M®xico,

1979: Nueva Imagen. Ŀ KuPER, A. (1973). Antropolog{a y antrop§logos. La escuela brit§nica: 1922-1972. Barce-

lona, 1973: Anagrama. LECLERCQ, G. (1972). Antropolog(a y colonialismo. Madrid, 1973: Alberto Coraz·n Editor. Ltv1-STRAuss, C .. (1958). Antropolog{a estructural. Buenos Aires, 1980: EUDEBA. L1s·N TOLOSANA, C. (1971). Peque¶a historia del nacimiento de una disciplina. En L1s·N

TOLOSANA, C. (1971). Antropologia social en Espa¶a. Madrid, 1977: Akal. L1s·N TOLOSANA, C. (1973). Ensayos de antropologia social. Madrid, 1973: Ayuso. L1s·N TOLOSANA, C. (1983). Antropolog(a social y hermene¼tica. M®xico: Fondo de Cultura

Econ·mica. LowIE, R.H. (1937). Historia de la etnologta. M®xico, 1981: Fondo de Cultura Econ·mica. LUQUE BAENA, E. (1985). Del conocimiento antropol·gico. Madrid, 1990: CIS. LYOTARD, J.F. (1979). La condition posmoderne. Par²s: Ed. de Minuit. MALINOWSKI, B. (1922). Los argonautas del Pacifico occidental. Barcelona, 1975: Pen²n-

sula. MAUNOWSKI, B. (1944). Una teorfa cient(jica de la cultura. Barcelona, 1988: EnHASA. MEAD, M. (1928). Adolescencia, sexo y cultura e11 Samoa. Barcelona, 1982: Laia. MEAD, M. (1955). Cultural Pattems and Technical Changes. New York: New American

Library. Mosc·, B. (ed.) (1991). Viaje de la China del P. Adriano de las Cortes. Madrid: Alianza

Universidad. MERCIER, P. (1966). Historia de la antropologia. Barcelona, 1977: Pen²nsula. MoRGAN, H.L. (1877). La sociedad primitiva. Madrid, 1975: Ayuso. ¦HNUKI-TiERNEY, E. (1981). Phases in Human Perception, Conception, Symbolization Pro-

cesses: Cognitive Anthropology and Symbolic Classification. American Ethnologist, 8 (3). 451-467.

PAGDEN, A. (1982). La ca(da del hombre natural. El indio americano y los ortgenes de la antropologfa comparativa. Madrid, 1988: Alianza Editorial.

PAGDEN, A. (1991). Historia y antropolog²a, e historia de la antropolog²a: reflexiones sobre algunas confusiones metodol·gicas, Anales de la Fundaci·n Joaqutn Costa, 8. 43-54.

AA

AGUIRRE B~ZTĆN, A. (1993). El discurso etnogr§fico. El antrop·logo como autor y actor. Anuario de. Historia de la Antropologta Espa¶ola, 2. 43-48.

BARLEY, N. (1983). El antrop·logo inocente. Barcelona, 1988: Anagrama. BOAS, F. (1911). Cuestiones fundamentales de antropologia cultural. Buenos Aires, 1%3:

Solar: Hachette, (Traducci·n al castellano de The Mind of Primitive Man.) Boxs, F. (1920). Los m®todos de la etnolog²a. En BoHANNAN, P.; GLAZER, M. (eds.) (1973,). Antropolog²a. Lecturas. Madrid, 1993: McGraw-Hill. 93-100.

Cr,IFFORD, J.; MARCUS, O.E. (eds.) (1986). Ret·ricas de la antropolog{a. Madrid, 1991: J¼cnr. COLBY, B.; ~ERNĆNDEZ, J.; KRoENEl'ELD, D. (1981). Toward a convergence of cognitive nnd

syrnbolic anthropology. American Ethnologist, 8 (3). 422-450.

BIBLIOGRAFĉA

Y experie~cial que trata de hacer part²cipe al lector de la convivencia del autor con otras per- s~nas, valt®ndose para ello de un sorprendente lirismo. Se trata, realmente, de lo que J. Fer- n§ndcz (1993! h~ llamado ~na çautor-izaci·nè de los textos etnogr§ficos, cuya praxis se h_ace _extraordmanamentc evidente en el relato de P. Rabinow (1992), respecto de su expc- nencia de campoĿ en Marruecos. . Se impone_ aq~² citar ~na reciente reflexi·n de A. Pagden (1991) a prop·sito de la evo-

luci·n de las ciencias sociales, y de la historia y la antropolog²a especialmente. No cabe duda de que la antropolog²a, y con ella la etnograf²a, han llegado a ser lo que son hoy des- pu®s de un largo pro~eso evoluti~o, en el _que las viejas formas de entender las disciplinas ocu~a?as _en el estudio de l_a sociedad dejaron paso a otras nuevas, con las consiguientes modificaciones <le orden epistemol·gico. En las l²neas precedentes se ha visto c·mo en la se?un~a mitad d~l sig~o ~vm come~z· a emerger lentamente la ciencia antropol·gica, para cn~tahzar en el siglo siguiente, gracias al encuentro de un empirismo que se adivinaba desde antiguo -peroĿque no era a¼n propiamente etnograf²a- y una dilatada especulaci·n sobre el hombre -que ~1²n_ n? era te?r²a antropol·gica-. Naturalmente, ello fue posible porque los- bordes de las disciplinas sociales, extremadamente difusos y cambiantes, se desvirtuaron por efecto de las nuevas concepciones racionalistas. Desde el siglo xrx las ciencias sociales no han_ cesa~o de transformarse, en una especie de metamorfosis, de modo que la historia, la sociolog²a o la antropolog²?, por po~er algunos ejemplos, se han convertido en algo nuevo, en el contexto de esa continua erosi·n de sus bordes. Esta erosi·n ha de servir sin duda para que al mismo tiempo que se afianzan unas disciplinas, nazcan otras nuevas,' al comp§s de un imparable avance del conocimiento.

En el seno ~e las distintas ciencias sociales se advierte c·mo al mismo tiempo que tiene luga~ el asent~11~nto de los aspectos fundamentales o centrales de las mismas, se produzcan cont1~uos cor~untcn~os en sus periferias. De otro modo, y por lo que se refiere a la antro- polog²a, _al mismo _tiempo que se ha perfeccionado su metodolog²a en aras de una mejor aprehensi·n del objeto por parte del sujeto cognoscente, que es el etn·grafo, han surgido en los. confines de la antropolog²a colindantes con disciplinas como la filosof²a o Ja cr²tica lite- rana, otras formas de ~onocimiento en las cuales el sujeto y el objeto del conocimiento se a~ercan hasta con:und1rse, en una especie, si se prefiere, de metaantropolog²a. Mas todo lo dicho, Y a prop·sito, pone de relieve algo sumamente importante, cual es que las distintas fo~as de abordar los _hechos etnog~§fico~ no son sino la consecuencia de Ja teor²a que los a_hmenta. Frente a _la idea d~ la extstencia de hechos etnogr§ficamente puros, que poste- normente son te·ncamentc mter_pr~tados, se hal~a la idea m§s evidente a¼n de que los hechos etnogr§ficos se hallan n~ediat1zados, de partida, por la teor²a que alimenta su recogida: l~s documentos etn~gr§ficos siempre s~n ~el~ctivos. El distancian¼ento que se est§ produ- c~endo entre las teonas. centrales de la disciplina y las que tienen lugar en la periferia no son sino la prueba de la vida que late en la antropolog²a y en la etnograf²a que la nutre.

Page 32: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

1) -) )

' ) ) ) ) ., ) ) ) )

> )

") ) ) ) ) ) ) ) )

1 1 1

1' /

Metodolog²a etnogr§fica

46

PALERr.Å, A. (1974). Historia de la etnologta. 2 vols. M®xico, 1987: Editorial. Alhambra Me- xicana.

Pol!UER, J. (1969). Una historia de la etn.olog(a. M®xico, 1987: Fondo de Cultura Econ6- mica,

RAlllNOW, P. (1992). Reflexiones sobre 1111 trabajo de campo en Marruecos. Gij·n: J¼car. RAocUFl'E-BRowN, A.R. (1952). Estructura y funci·n en la sociedad primitiva. Barcelona,

1972: Pen²nsula. RAocuFr-E-BROWN, A.R. (1958). El m®todo de la antropologCa. social. Barcelona, 1975: Ana- grama.

RADrN, P. (1927). El hombre primitivo como fil·sofo. Buenos Aires, 1964: EuDE.BA. REYNOSO, C. (1991). Presentaci·n. En GE.ERTZ, C., CUFFORD, J. et al. El surgimiento de la

antropologia posmoderna. M®xico: Gedisa. 11-62. RlvE.RS, W.H. (\9l0). El m®todo geneal·gico de investigaci·n antropol·gica. En LL()BERA, J.R. (cornp.) (1975). La antropolog²a como ciencia. Barcelona, 1975. 85-96.

TERRADAS SABOR!T, l. (1993). Realismo etnogr§fico. Una reconsideraci·n del programa de Bronislaw K. Malinowski. En BESTARD 1 CAMPS (coords.). Despu®s ele Malinowski. Te- ner²fe, 1993: Asociaci·n Canaria de Antropolog²a. 117-146.

TURNER, V. (1967). La selva de los s²mbolos. Madrid, 1980: Siglo XXI. TuRNER, V. (1975). Symbolic Studies. Annual Review of Anthropology, 4. 145-161. TYLOR, E.B. (1871). La cultura primitiva. Madrid, 1975: Ayuso. VooET, F. (1975). A History of Ethnology, New York: Holt, Rinehart & Winston.

Page 33: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

49

1Me he ocupado de estos temas en dos libros publicados. estos ¿ltimos a¶os: La construcci·n te§rica en Antropologia, Barcelona, Editorial Anthropos, 1987 y Etnograf(a y comparaci·n. La i11vestig11ci·11 inter- cultural en Antropolog²a, Barcelona, Publicaciones deAntropologfa Cultural, UAB, J 990. Una cierta s²ntesis Ja he realizado en çDel estatuto cient²fico de la Antropolog²aè, en J. Prat et al., eds., Antropolog²a de los pueblos de Espa¶a, Madrid, Editorial Taurus, pp. 177-191, art²culo. para el que he recuperado el que fue en 1981 titulo y objetivode mi tesis de doctorado. Y aunque he tratado en este cap²tulo de plantear estas cuestiones de modo m§s tentativo y abierto, porque me siguen preocupando y ocupando, algunas repeticio- nes han sido inevitables.

*Para Ferran Garriga, hereu de Can Boadella, 1Ram·n Vald®s, Comentarios etnol·gicos a algunas tesis recientes sobre el origen del pensamiento

positivo en Grecia. Oviedo, 1971-

' ) )

Los antrop·logos hacen trabajo de campo y escriben monograf²as etnogr§ficas. En la medida en que estudian la diversidad sociocultural, lejana y pr·xima, -esas monograf²as tienen inter®s por sf mismas. Nos hablan de otras formas de ser mujeres y hombres, y -por ese solo hecho- nos hacen m§s libres con respecto a los imperativos de nuestra cultura. Antes yĿ ahora los antrop·logos han reflexionado sobre los procedimientos de investigaci·n que permiten penetrar en la diversidad sociocultural y en ocasiones eclosiona una aut®ntica conciencia cr²tica. As² se da la nueva etnograf²a de Jos a¶os cincuenta y sesenta, o la etno- graf²a posmoderna de Ja pasada d®cada. Estas etapas suponen una reconsideraci·n de los fundamentos epistemol·gicos de la encuesta etnogr§fica pero tambi®n una sofisticaci·n de los recursos t®cnicos, saltos adelante en ese discurso -que creo s² es en buena medida acu- mulativo- sobre las t®cnicas de investigaci·n, discurso tan bien representado en sus contenidos actuales en este curso. Son tambi®n, estas etapas cr²ticas, un est²mulo para Ja construcci·n de renovadas etnograf²as.

Yo he tenido, desde mis primeros a¶os de antrop·loga, inter®s por un aspecto parcial de esas monograf²as etnogr§ficas que se acumulan en las buenas bibliotecas.à Para qu® sirven? Llegu® al tema un poco por azar, como sucede siempre. El profesor con el que trabajaba presentaba su tesis y formulaba en ella una propuesta de construcci·n de conceptos etnol·gicos." Me sugiri· como memoria de licenciatura que tratara de aplicarlo a las ordal²as (un tipo de pr§ctica adivinatoria particularmente com¼n en el Ćfrica Negra en conexi·n con las acusaciones de brujer²a). Durante a¶os me pele® con informes etnogr§ficos que hablaban primero de adivinaci·n y despu®s de brujer²a. Para mis prop·sitos eran parciales e insufi-

) ,

3.1 INTRODUCCIčN

Aurora Gonz§lez Echevarr²a*

Etnograf²a y m®todo cient²fico 1 3.

' )

' ' i_'

' J

Page 34: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

,/

51

çotrosè no inmediatamente inteligibles, a diferencia de la Sociolog²a, que pudo ser m§s posi- tivista porque part²a de una supuesta familiaridad que parec²a pe~tirle o~jetivar a ~os sujetos que investigaba. Recordemos aquellas brillantes l²neas de Sap²r r~cog1das. por Pike en 1954, como ilustraci·n de lo que ®ste iba a entender por enfoques etic y em1c:

çEs imposible decir qu® est§ haciendo un individuo a menos que hayamos aceptado t§citamente los esencialmente arbitrarios modos de interpretaci·n que la tradici·n social nos est§ sugiriendo constantemente desde el mismo momento de n~estro nacimi~nto. J?®jes~ a quien dude de esto realizar el experimento de tratar de hacer un mforme labonoso [i.e. e~c] de las acciones de un grupo de nativos entregados a alguna actividad cuya clave cultural [i.e. un conoc²rniento del sistema emic) no posee. Si se trata de un escritor h§bil, puede conseguir un relato pintoresco de lo que ve y oye, o piensa que ve y oye, ~ero las posib~lida~e.s de que sea capaz de proporcionar una relaci·n de lo que sucede en t®rmmos que sean inteligibles y aceptables para los propios nativos son pr§cticamente nulas.è (Sap~, 1927, en Selected Writings: 546-547, citado por Pu<E, 1971: 39. Los corchetes son de Pike).

El experimento que Sapir propone no trata de ejemplificar el quehacer etnogr§fico sino de mostrar sus dificultades por reducci·n al absurdo. Aquella descripci·n de una cultura cuyas claves no se poseen ser²a la v²a no para hacer una etnograf²a, sino una caricatura.

En la denostada (entre nosotros) tradici·n estructural-funcionalista, se trat· de entender el lobola (las transferencias econ·micas que forman parte del matrimonio en Ćfrica del Sur) m§S all§ de su apariencia de çcompra de la noviaè antes de hablar de la filiaci·n como prin- cipio b§sico estructural (RAocuFFE-BROWN, 1924); se trat· de entender las concepciones azande acerca de los ira mangu (las personas que porque pose²an mangu en el abdomen pod²an causar desgracias a sus vecinos) antes de aproximarse a las acusaciones de brujer²a como indicio de situaciones de tensi·n social (EvANS-PRITCHARD, 1937). Precisamente por eso una buena parte de la filosof²a de la ciencia social posterior se nutre de informes etnogr§ficos como ejemplos de la opacidad de los fen·menos socioculturales y sobre ell~s ejerce su reflexi·n. Pero se trata de elementos de la cultura thonga o azande que la filosof²a de las ciencias sociales conoce a trav®s de Radcliffe-Brown o de Evans-Pritchard Y no a trav®s de un trabajo de campo de nuevo cu¶o realizado por fil·sofos inspirados por Pike.

En este sentido no hay una etnograf²a interpretativa y otra que no lo sea. Todas las monograf²as etnogr§ficas son interpretativas y algunos antrop·logos insisten en que no se puede hacer otra cosa. Esta forma de relativismo epistemol·gico no es nueva en Antropolo- g²a, pero tiende ahora a apoyarse en la Sociologfa del Conocimiento que desarrolla una Sociolog²a que tiene que hacerse (tambi®n) antietnoc®ntrica y cualitativa porque lo era me- nos o no lo era. No se trata de subestimar los movimientos de renovaci·n etnogr§fica de los boasianos,

ni los de los a¶os cincuenta, ni los de los ochenta, sino de situarlos en una tradici·n auto- cr²tica que puede hacerse comenzar con la etnograf²a. O, en t®~nos m§s provocativo~, de sostener que Morgan, en La Liga de los iroqueses, pon²a en pr§ctica las dos hermen®uticas. Si no hubiera sido as², el libro habr²a sido no ya ininteligible, sino imposible.

Como se sabe, Morgan (que al parecer, y a diferencia de McLennan, no hab²a le²do a Lafitau) redescubri· entre los iroqueses lo que en los t®rminos t®cnicos de los antrop·logos iban a ser el principio de filiaci·n matrilineal y la terminologfa de parentesco qu_e clasifica juntos a los parientes colaterales y lineales. Lafitau hab²a presentado estos. t®munos. c~mo apelativos corteses. Apreciaci·n por lo dem§s nada inocente, puesto que su 1~ter®s p1:mc1pal al comparar las costumbres de los salvajes americanos con aquellas de los pnmeros t²empos radicaba en la interpretaci·n de los textos b²blicos. Si los iroqueses denominaban çpadreè a su t²o paterno, los jud²os muy bien habr²an podido llamar çhermanaè de la esposa a una sobrina de ®sta, o incluso a parientes femeninas m§s alejadas. Y as², determinadas relaciones matrimoniales con cu¶adas que aparec²an en los textos sagrados y eran utilizadas por los esc®pticos para poner en cuesti·n la reglamentaci·n moral cat·lica podr²an no ser m§s que

50

. 3á,Por 9u® çteor²a antro_pol·gicaè? àPor qu® çcienciaè social? Sin duda alguna por enculturnciou, r11 pruner t_®~nmo. ~or ciertos 1deal_cs culturales heredados respecto a la adecuaci·n entre ciertos ohjcllvm C?)?nosc111vos y ciertos proce~1m1entos. En segundo lugar, por inter®s cognoscitivo. Por alcanzar 1111:1 1., s1_c1·n Ŀ~~s razonada e~< relaci·n i;on aquellos procedimientos vagamente conocidos y aquellos idc:nk~ 1lr adecunc10~. Pero tambi®n por antnl~gmallsmo. Por reacci·n ante el autoritarismo de una praxis supurÅl²l mente cr²tica .YĿ s<;ibre todo, por la libertad que parec²a ofrecer el conocimiento de la diversidad c11l111111t. Frenl~ a dos iglesias que estaban de acuerdo en que fuera ele ellas no hab²a salvaci·n, Pemba, en el 1111!1 d~ origen dogon -á.o era el ba_mbarn?- fue torbellino. El estudio de las çSociedades primitivasè s·lo <Åta 111111 e~1q1_1c1'.1 heredada, m§s que: inc·moda, arcaica. que remit²a a las diferencias de objeto de estudio r11h<' disciplinas afines, s1 las hubiera. La Antropologfa siempre fue para mi el estudio de la variabilidad, .tÅĿ 1 .. ~ c~lturas humanas. Y la cultura _de los çOtro~è ~nmca fue para m² ni una utopfa, ni un objeto de deseo l"a111h.1I, 111 una reconfortante contr~stac1·n de superioridad. sino la posibilidad de adquirir, frente a las constrlccioue, de la nuestra, grados de libertad. Yo tenla en 1968 dieciocho a¶os, y nunca me he arrepentido de dio.

. ~csde el principio ~n Antropolog²a se dio la doble hermen®utica, interpretativa y r-x- phcaltv~, con la_ que. Giddens caracteriz· en 1967 las que deb²an ser nuevas reglas tlt"I pe~sa011ento sociol·gico. La Antropolog²a ha sido siempre en sus çdescripcionesè interpre- tattva, porque los sujetos cuya cultura constitu²a su objeto de estudio eran b§sicamente

cientes. En este contexto realic® una prospecci·n de campo en Camer¼n, interes§ndome por la vigencia de las creencias en brujer²a. Pensaba que tal vez el ¼nico camino era dejar los libros y hacer trabajo de campo. Pero aquella corta estancia en dos cercados de la selva camerunesa, habitados por peculiares familias extensas, fue un aut®ntico shock conceptual. Si los çprimitivosè no exist²an ya, ni siquiera en la selva, ten²a poco sentido buscar residuos de primilividad (o tradici·n) en Catalu¶a, tras la sierra del Cad². Si la complejidad no caracterizaba s·lo el barrio de Horta en Barcelona -donde acababa de vivir un afio imagi- nando una posible investigaci·n altemati~a sobre parentesco- sino tambi®n aquellas unidades ' dom®sticas camcruncsas, no tenia sentido alguno mantener supuestas distinciones entre primitivismo y complejidad. Volv² con el prop·sito de trabajar, en alguna medida, en una' Antropolog²a cuyo prop·sito fuera explicar la diversidad humana desde una perspectiva intercullural y contribuir al desarrollo de una ciencia social de alcance mundial.'

Con una idea de çcienciaè que se ha ido rodeando de todas las reservas extendidas por Kuhn y Feyerabend, he reflexionado sobre la posibilidad de formular teor²as antropol·gicas de dominio te·ricamente delimitado susceptibles de ser criticadas y sobre las formas de poner a prueba teor(as sobre fen·menos socioculturales, sean ®stas sobre una cultura deter- minada o de §mbito intercultural. De ah{ mi inter®s en la utilizaci·n de materiales etnogr§ficos preexistentes en la contrastaci·n.

Esta contribuci·n va directamente encaminada a analizar el uso de informes etnogr§ficos previos en la puesta a prueba de teor²as antropol·gicas dentro de los procedimientos cr²ticos 4' 1

de que disponemos, pero quisiera situar estos procedimientos t®cnicos en su contexto epistemo- l·gico y metodol·gico, entendiendo por çm®todoè no el dise¶o de una investigaci·n, sino la l·gica -las l·gicas- de la investigaci·n. Feyerabend ha persuadido a muchos cient²ficos sociales de que todo vale, y yo estoy bastante de acuerdo, pero si bien todo vale para algo no todo vale para tocio, y en cuestiones de procedimiento la selecci·n se opera a partir de t presupuestos que vale la pena explicitar. No fuera a ser que este ®nfasis renovado en la etnograf²a lleve impl²cita una orientaci·n inductivista que nos sit¼e -dentro de un tiempo - Å Å en crisis parecidas a las que sufri· la teor²a antropol·gica cuando, tras la insistencia de 111 .. , p~mera m~tad de este siglo en recoger pronto el contenido de culturas que estaban dcsapare- ciendo, dejando la teor²a para m§s adelante, la teor²a no pudo hacerse a partir de informes Å etnogr§ficos dif²cilmente comparables.

3.2 ETNOGRAFĉA Y TEORĉA ANTROPOLčGICA

Page 35: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

53

'Ver A. Gonz§lez Echevarrfa, çM®todo antropol·gicoè, en A. Aguirre, coord. Diccionario Tem§tico de 'Antropologta. 2.Å ed. Barcelona, Boixareu Universitaria: 424-430. 1993.

Por tanto, la cuesti·n no es si la Antropolog²a debe de ser o no interpretativa, que no puede dejar de serlo aunque esto suscite no pocos problemas de vali~aci·n,.sino que ~gunas antropolog²as quieren ser adem§s te·ricas, o cient²ficas, o nomol·gicas +Sl este t®nruno no est§ excesivamente vinculado a una concepci·n de las teor²as cient²ficas rechazada hoy por muchos-.

Creo que aqu² se debe hablar de Antropologfa cientifica para no eludir una cascada de cuestiones problem§ticas:

- definici·n de m®todo cient²fico, - demarcaci·n de ciencia, - concepci·n de las teor²as cient²ficas, - aplicaci·n de teor²as cient²ficas a §mbitos socioculturales .

Respecto a unas y otras voy a tratar de precisar mi postura de una manera somera.6

El m®todo cienttfico, entendido como un sistema para desarrollar y fundamentar el conocimiento, esto es, como l·gica de la investigaci·n, se ha formulad~ en .un contexto cultural espec²fico (creo) y se ha ido transformando a lo largo de nuestra historia. As², a los enunciados cient²ficos, para serlo, se les ha exigido sucesivamente que fueran:

certezas basadas en principios axiom§ticos y deducciones l·gicas o en inferenci~s ind~c- tivas a partir de una base emp²rica firme. Pero ni se fue nunca purame11:te axiom§tico -a los principios se llegaba a trav®s del an§lisis de conjeturas que se m~dt!i~aban en el proceso- ni se fue nunca consistentemente inductivista y para aceptar pnnctp:os genera- dos inductivamente se exigieron confirmaciones adicionales; - conjeturas verificables (Carnap) o refutables (Popper), pero -contra Carnap- ning¼~ co~- junto finito de evidencias verifica una proposici·n universal y co~O:Û Popper, ~a h1st~na de la ciencia muestra -como ha defendido Kuhn- que a) no se cnucan enunciados sino teor²as (como ya dijera Duhem) y b) no se abandonan teor²as refutadas si no se dispone de otras mejores.

De este modo, el ®nfasis metodol·gico pas· de Jos enunciados a las teor²as y se pidi· a las teor²as cient²ficas, para serlo, que fueran resultado de substituir teor²as por otras m§s progresivas te·rica y emp²ricamente (Lakatos). Pero como han mostrado, e.ntre ~tros, Kuhn, Feyerabend, Toulmin y Bunge, ni el conocimiento cient²fico es acumulativo m las teor²as son siempre comparables.

Lo que ha supuesto un duro golpe tant~ para las propue~tas de delimitaci·n n~rm_ativa del m®todo cient²fico como, en consecuencia, para el prop·sito de establecer un cnteno de demarcaci·n claro entre la ciencia y otros modos de conocimiento, criterio que Popper Y sus disc²pulos fue~on -desde el racionalismo cr²tico- los ¼ltimos en busc~. .

Si -al margen de posturas epistemol·gicas extremadamente anarquistas que remiten en nuestro §mbito al primer Kuhn y a Feyerabend- existe hoy alg¼n consenso res~e.cto al m®todo cientifico, se basa en el rechazo de cualquier criterio normativo! en la adnus1·n.de la coexistencia de racionalidades pragm§ticas y l·gicas en el proceso cient²fico (y tambi®n de irracionalidades). En cuanto a la racionalidad, ®sta se analiza mejor desde una nueva concepci·n de las teor²as cient²ficas entendidas no como un co.njunto artici:lado de axiom~s que se deriva de una base emp²rica ni como un conjunto de axiomas a la busqueda.' a traves de reglas de correspondencia, de una base emp²rica que eventualm~nte. los refute, s~no como una estructura que se predica de un sistema determinado y que -s1 existen regulandades en el mundo natural o en el mundo sociocultural- se aplicar§ a otros sistemas.

Å Å Å . )

'.'

r:' . :' '.) !) ! )

'., -~, -: ) ~' ~) . ~) ~} .,

52

'L~1fi1au, !'. Moeurs _des sw1~Ŀa_gc.r .ameriq11ai11e.r. Cf!mpar® aux moeurs des premiers tenips, Par²s, 1724, 2 vols, 1,1 t²tulo de la reciente edici·n inglesa es m§s piadoso. Customs o/ the American /11di011s comparrd with thc Customs o/ Primitivc Times, Toronto, The Champlain Society, 2 vols, 1974. En cuanto a los debates sobre la forma de interpretar las afirmaciones del Lev²tico sobre la prohibici·n de describir la desnudez de los parientes y afines -cn cuyo contexto hay que leer el cap²tulo VI, çDes Marriages et de l'Educationè de Lafitau- ver J. Goody, La evolucion de la familia y del matrimonio en Europa, Barcelona, Herder J 986 (1983), cap. 7. 'Por ejemplo en Kupcr, The lnvention o/ Primitive Society. Tronsformations o/ a11 Illusion, Londres,

Routledge, 1988. En Gonz§lez E'.chcv~rrfa Te.arfas del Parentesco. Nuevas Aproximaciones, Madrid, Euderna, 1994, he

sostenido la necesidad de diferenciar lo que hubo en In Antropolog²a del Parentesco de proyecci·n etnoc®nrricn y lo que hubo de propuestas te·ricas.

una mala interpretaci·n de las costumbres de los jud²os." Morgan, por su parte, enfatiz· la eficacia ele aquella forma de adscripci·n al grupo y esta forma de denominar a los parientes para individualizar los derechos y el car§cter corporativo de cada tribu.

çNo la menos notable entre sus instituciones era la que confinaba la transmisi·n de todos los t²tulos, derechos y propiedad en la l²nea femenina con exclusi·n de la masculina. Muy distinta a los c§nones de filiaci·n adoptados por las naciones civilizadas, cumpl²a sin embargo diversos objetivos importantes. Si la tribu Dcer de los Cayugas, por ejemplo, reci- b²a un cargo de sachen en la distribuci·n original de estos oficios, la sucesi·n a este titulo se limitaba a la l²nea femenina y nunca pod²a salir fuera de la tribu. As² resultaba instrumental en dar a la tribu individualidad. Un resultado m§s notable y quiz§s objeto primordial de esta reglamentaci·n, era la perpetua desheredaci·n del hijo. Ser de la tribu de su madre formaba contra ®l una barrera infranqueable ( ... ). La herencia, para la protecci·n de los derechos tri- bales, era as² dirigida de los descendientes lineales del sachen a sus hermanos, o a los hijos de sus hermanas o, en ciertas circunstancias, a alg¼n otro individuo de la tribu.è (MORGAN, 1954 -1851-: 79 y ss.).

Consideraciones que repite a prop·sito de las clasificaciones de parientes: çEl modo iroqu®s de computar grados de consanguinidad era distinto al civil y al ca-

n·nico, pero no dejaba de ser un sistema claro y definido. ( ... ) El objeto central de la ley iroquesa de filiaci·n era hacer converger a los colaterales con los lineales ( ... ) Ninguno de los colaterales se perd²a por remoto que fuera el grado de relaci·n. ( ... ) y de este modo se evitaba la subdivisi·n de una familia en ramas colaterales. Esta forma de relaci·n, tan nueva y original, no exist²a simplemente en teor²a sino que era real, su reconocimiento era constante y establec²a el fundamento tanto de su organizaci·n social como de su organizaci·n pol²- tica.è (ib²dem)

Dejando aparte las provocaciones, y el problema no menor de validar las interpretacio- nes, esto es, de saber si los iroqueses unificaban terminol·gicamente al padre y al hermano del padre como se¶al de respeto tal como sostuvo Lafitau y sostendr²a McLennan contra Morgan, o si lo hac²an para evitar que la familia saltara en pedazos, tal como indic· Morgan. (Que ahora, ya se sabe, es sospechoso de tratar de inventar -con interpretaciones de este tipo- la Antropolog²a del parentesco)." Dejando aparte tambi®n las consideraciones sobre las distintas formas de analizar normas culturales y comportamientos, Pike ten²a toda la raz·n al decir en 1954, como ya hab²a dicho Boas en 1896, que un enfoque interpretativo, en t®rminos de Pike un enfoque emic, proporcionaba la ¼nica base fi1111e sobre la que podrian esperarse logros de una ciencia predictiva del comportamiento porque casi nunca ser²an v§lidos estudios estad²sticos predictivos que no trabajasen con homogeneidades reales. Y estas homogeneidades, para ser reales, tendr²an que darse no s·lo en el plano de la morfolog²a, sino tambi®n en el de la significaci·n. Parafraseando a Boas en su ejemplo sobre Ja occisi·n de ancianos, si los jud²os agrupasen juntos terminol·gicamente a determinados parientes en se¶al de respeto, y los iroqueses lo hicieran para mantener juntas las diversas ramas familiares, sus terminolog²as de parentesco ser²an distintas.

Page 36: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

55

'Defiendo estas tesis desde hace tiempo, pero mi confianza en ellas aument· cuando naci· el hijo de unos amigos, hereu de una familia troncal en Ja sexta generaci·n. Al ver el entusiasmo de su abuela, que hab²a sido pu billa, pens® en el art²culo de Y anagisako y dud® de la especificidad de las familias troncales de aquella segunda generaci·n de inmigrantes japoneses a los que hace referencia. Esta abuela sab²a m~y bien que es improbable que este ni¶o siga de mayor el oficio de su padre, de sus abuelos. Pero repet²a, feliz: çeste nieto es distinto, este no se va de casaè. àSon contenidos de identidad y continuidad cultural muy distintos a los que expresaban -con sus estrategias residenciales y hereditarias- aquellos abuelos japoneses? Y de manera m§s general, àc·mo podemos estar seguros de que las familias troncales de Seattle eran espe- c²ficas si no las comparamos con las de Banyoles?

turales semejantes por diferentes medios culturales, por ejemplo, familias nucleares.' No debemos perder de vista, en definitiva, que las cosas son diferentes o semejantes respecto a alg¼n criterio que se utiliza en la comparaci·n.

Desde la perspectiva de lo que podr²amos llamar principios suprate·ricos, defiendo pues una Antropolog²a que sin dejar de ser interpretativa -porque no puede- sea tambi®n explicativa, y conf²o en una investigaci·n guiada por ideales metodol·gicos cr²ticos que permita una menos err·nea comprensi·n de la sociedad y una menos err·nea intervenci·n en ella. Pienso que esta Antropolog²a explicativa puede ser ²ntercultural, Tylor es doble- mente expl²cito en relaci·n con sus objetivos: le interesa el desarrollo de las instituciones, pero tambi®n le interesa mostrar que en ese estudio es posible el uso de m®todos cient²ficos:

çSe da todav²a una cierta inc·moda vacilaci·n en hombres comprometidos en las pre- cisas operaciones de las matem§ticas, la f²sica, la qu²mica y la biolog²a, a la hora de admitir que los problemas de la Antropolog²a son susceptibles de tratamiento cient²fico. Mi prop·- sito es mostrar que el desarrollo de las instituciones puede ser investigado sobre la base de la tabulaci·n y la clasificaci·n.è (TYLOR, 1961, p. ĉ).

Para alcanzar su prop·sito se dedic· durante muchos a¶os a obtener datos sobre dos temas cuyas leyes quer²a establecer: el matrimonio y la filiaci·n, y recogi· informaci·n que hac²a referencia a unas trescientas cincuenta sociedades, que inclu²an desde çinsignificantes hordas salvajes hasta grandes ilaciones civilizadasè (ib²dem), y que hac²an referencia a va- rios ²tems. Llegado a un punto que le result· satisfactorio, correlacion· sus -datos para comprobar si eran independientes o si se daban entre ellos asociaciones que no se deb²an al azar. Cuando las encuentra ofrece explicaciones desde su orientaci·n te·rica evolucionista, pero vale la pena subrayar. que estas explicaciones las aduce con reservas:

çPorque la raz·n puede ser s·lo an§loga a la raz·n real o corresponderse con ella s·lo indirectamente, o expresarse s·lo parcialmente, corno su correlaci·n con otras conexiones puede eventualmente mostrar.è (1961, p. 4). El segundo hito lo constituye Radcliffe-Brown, que en 1923 trat· de diferenciar con

precisi·n entre Etnolog²a y Antropolog²a social, y lo hizo caracteriz§ndolas por el empleo de dos m®todos, el m®todo hist·rico, que vincul· a Ja etnolog²a, que trata de explicar cada instituci·n o conjunto de instituciones averiguando las etapas de su desarrollo y, si era posible, Ja causa u ocasi·n de cada uno de los cambios, y otro tipo de estudio al que propone llamar çinductivoè porque por sus fines y m®todos es esencialmente semejante al de las ciencias naturales o inductivas, y que ser²a el propio de la Antropolog²a social. Radcliffe-Brown confiaba con cierto retraso respecto a la filosof²a de la ciencia en que

esa ciencia inductiva, que hab²a conquistado un reino de la naturaleza tras otro: astronom²a, fisica, qu²mica, biolog²a, psicolog²a, diese cuenta, en el siglo xx, de los fen·menos de la cultura o de la civilizaci·n, explicando los hechos particulares çmediante la demostraci·n de que son ejemplos de una regla generalè. Pero no debemos. minimizar la propuesta de Radcliffe-Brown. En el art²culo citado, la cr²tica a las teor²as sobre el origen de las insti- tuciones no pone el ®nfasis en generalizar a partir de los hechos, sino en la imposibilidad de verificaci·n. Como ejemplo avanza lo que ser²a su teor²a sociol·gica del totemismo y la contrapone a la de Frazer, que vinculaba a las creencias de los hombres primitivos sobre la

54

La b¼squeda de explicaciones te·ricas en Antropolog²a puede hacerse en el marco de una cultura -si presenta suficiente variedad interna corno para ponerlas a prueba- 0 en un marco m§s amplio. En este sentido, ni el relativismo antropol·gico es necesariamente idio- gr§fico, cuando afirma la futilidad de comparar distintas culturas, ni las teor²as antropol·gicas son necesariamente interculturales. Creo que la existencia de regularidades trans~ulturales no puede afirmars~ a priori, pero

tampoco puede negarse. Tras una historia mediada por el funcionalismo -tanto en An- tropolog²a corno en otras Ciencias Sociales- parece claro que muchas sociedades tienen instituciones con funciones aparentemente an§logas (organizaci·n de la procreaci·n educa- c~·~ de los ni¶o~, mantenimient~ ?el orden) pero con estructuras internas y significados muy distintos, Por ejemplo, las familias troncales del Pirineo aragon®s (COMAS o' ARGEMIR & PuJADAs, 1985) y. las de la segunda generaci·n de inmigrados japoneses en Seattle (Y ANAOl- SAKO, 1984). . Se entiende la resistencia de la Antropolog²a actual a considerar a estas y aquellas insti-

tuc²ones an§logas, este rechazo -que ya se produjo en otros momentos por razones an§logas- de la comparaci·n, este ®nfasis en los an§lisis cualitativos, esta desconfianza en Ja fecun- didad de la b¼squeda de uniformidades intcrculturales.

. Pero tampoco debemos perder. de vista, como se¶al· Goodenough en 1970, que si bien es cierto que rasgos aparentemente iguales pueden tener significados culturales distintos tambi®n lo es que pueblos con diferentes recursos culturales pueden elaborar artefactos cul-

3.3 ANTROPOLOGĉA EXPLICATIVA (ADEMĆS DE INTERPRETATIVA) y NO RELATIVISTA

1) Se acepta una teor²a porque explica un dominio problem§tico. 2) Se mantiene porque se apoya en un n¼cleo de aplicaciones paradigm§ticas, aunque

fracasen muchos intentos de establecer nuevas aplicaciones (Sneed, Stegm¿ller, Moulines). 3) Se va modificando en un proceso en el que se desarrollan los conceptos te·ricos

(Lakatos). Ŀ 4) Se abandona no porque est® refutada -cosa que en todo caso s·lo se producir²a

cuando se da un cambio progresivo en el seno de un programa de investigaci·n- sino por- que interesan otros problemas o se ven de otro modo.

En el estado actual de Ja reflexi·n filos·fica no hay un criterio l·gico que muestre la superioridad de Ja ciencia sobre otras formas de conocimiento. Optar en Antropolog²a por la utilizaci·n de un m®todo cient²fico o, de manera m§s precisa, optar en Antropolog²a por aprender algo de otras disciplinas con una m§s larga tradici·n cient²fica y de la reflexi·n sobre el m®todo cient²fico que ha jalonado este trabajo es una cuesti·n (metaf²sica) de con- fianza. En mi caso, de confianza en una forma de conocimiento que trata m§s de autocontrolarse que de apuntalarse. Conf²o en la capacidad de la Antropolog²a para ayudar- nos a entender el mundo y a cometer menos errores en la acci·n social. Y conf²o -de manera genuina, aunque suene ingenuo y/o bienintencionado y/o grandilocuente- en su potencial liberador y transformador. Y conf²o m§s en una Antropolog²a que pone a prueba sus teor²as que en la que se gu²a por las intuiciones de los antrop·logos.

En definitiva, no s·lo no estoy de acuerdo con la cr²tica a la Antropolog²a cient²fica por sus aplicaciones (algunas o muchas de las cuales sin duda deben criticarse) sino que es la posibilidad de aplicaci·n de la Antropolog²a al bienestar social (sic) la que pienso que exige una Antropolog²a cient²fica.

De manera que, en relaci·n con las teortas cientificas podr²amos estar de acuerdo en que:

Page 37: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

51

La expresi·n es de la antrop·loga americana Margare! Clark que subraya el uso del veto etnogr§fico a las generalizaciones, en este caso la propuesta por Cumrning y Henry a principios de los sesenta, al plantear que cuando las personas van entrando en la ¿ltima parte de su vida y se suponen cercanas a la muerte se van desvinculando progresivamente de su medio. Esta teor²a, que se propuso para todo tiempo y lugar, ha sido tachada de metaf²sica por irrefutable y con los a¶os la desvinculaci·n ha pasado a ser considerada un fen·meno variable a explicar m§s que una teor²a general (ver SAN RoMAN, 1990); pero la teor²a y la cr²tica a la ingenuidad de algunos de sus cr²ticos apuntan a otro tipo de dificultades en el uso de la etnograf²a en la cr²tica de las propuestas te·ricas.

Voy a apuntar s·lo dos problemas que acechan a la contrastaci·n. El primero tiene que ver con la formulaci·n de las teor²as antropol·gicas. Muchas de ellas se plantean como de- tem¼nantes universales de condiciones que se postulan como universales e incitan a f§ciles refutaciones desde cualquier sociedad donde no se den estas condiciones o aquellos deter- minantes. Hay muchos ejemplos de este tipo de formulaciones en los enfoques contrapuestos de los setenta respecto al estatus femenino, que argumentaban en unas ocasiones que las mujeres ®ramos (consideradas) inferiores en todas las sociedades y en otras que todas las sociedades eran originalmemte igualitarias y que la extensi·n del dominio masculino se debi· a la colonizaci·n y a la expansi·n del cristianismo (por ejemplo, ¦RTNER, 1974 y LEACOCK, 1981).

A estos errores de delimitaci·n del dominio de las teor²as antropol·gicas se une el extremo falsacionismo de muchos antrop·logos no inductivistas, que critican el uso en Antropologf a de m®todos de investigaci·n que suponen propios de las ciencias naturales arguyendo que, dada la extrema maleabilidad de la naturaleza humana, siempre es posible

3.4 EL VETO ETNOGRĆFICO: çMI PUEBLO NO SE DESVINCULAè

consciente de las reservas que hab²a que mantener frente a las razones que daba de las adhe- siones entre rasgos culturales; Radcliffe-Brown, de que su teor²a sobre el totemismo no estaba suficientemente verificada. Esto concuerda con la reconstrucci·n que hace Lakatos del circuito de an§lisis-s²ntesis de Descartes. Al margen de las propuestas normativas de m®todo cient²fico, la pr§ctica cient²fica moderna se habr²a caracterizado por el doble recurso a la inducci·n y la deducci·n. En esta l²nea Tylor dudaba de sus conjeturas; Radcliffe- Brown sab²a que sus principios estructurales deb²an ser puestos a prueba; aunque no lo hiciera. La tercera es que la Antropolog(a social habria alcanzado logros m§s claros si hubiera

recurrido a la contrastaci§n, tanto de generalizaciones inductivas como .de conjeturas ima- ginativas. No estaba muy justificado el entusiasmo de Meyer Portes, cuando en 1951 hac²a balance de los logros de la Antropolog²a social otorgando un lugar prominente a la acu- mulaci·n de datos obtenidos por observadores preparados, porque pensaba que iban a proporcionar m§s oportunidades que nunca para el estudioso çde sill·nè, para que se cons- truyeran y se pusieran a prueba hip·tesis con la ayuda de infonnaci·n m§s detallada y fiable (FoRTl!S, 1975, p. 170). Parec²a confiar en que las monograf²as acumuladas eran, de acuerdo con el ideal, holfsticas. Todo el que haya intentado poner a prueba una hip·tesis intercultural con fuentes preexistentes sabe, sin embargo, que en muchas ocasiones no encuentra los datos que busca. Pienso que la Antropologia de orientaci·n inductivista es responsable en buena parte de los escasos logros te·ricos de la Antropologfa, pero no por defender la inferencia inductiva para formular sus hip·tesis, sino por no ser consciente de que 110 eran m§s que hip·tesis, o por no encontrar el tiempo necesario para verificarlas o por pensar -in su versi·n m§s empirista- que primero hab(a que acumular los datos, y que lafomu¿ac²®n de las hip·tesis y su contrastact§n podr²a hacerse m§s adelante.

1.

Å' f Å ) Å ) Å ) Å ) Å ) Å ) . , ) Å1 ) Å 1 )

Å ) .. ., l ) '')

) ~> ) ') ) ) Ŀ)

Ŀ1 ) ) -)

~

~ )

56

ingesti·n de ~omida como causa del embarazo, insistiendo en que su objeci·n metodol·gica a la teor²a de Frazer, y a todas las del mismo tipo, es imposible de verificar (1975: 41).

Sobre la g®nesis de su propia teor²a indica que, cuando empez· a interesarse por el totemismo decidi· estudiar, en primer lugar, çun pueblo primitivo que no conociera el tote- mismo~ si es que pod²a encontrarloè (19_75: 43). Terminado en 1908 su trabajo de campo en las islas Andam§n, donde dedic· especial atenci·n a los comportamientos rituales de los . ind²genas en relaci·n con los alimentos o con los animales que se utilizan como fuente de alimento. De ah( sali· su hip·tesis sobre el totemismo que contrapone la vinculaci·n ritual de las sociedades segmentadas con los objetos importantes para Ja vida social con la de las sociedades indiferenciadas como la Andam§n.

Con esta hip·tesisĿ fue Radcliffe-Brown a Australia, donde pod²a encontrar algunas de las formas m§s interesantes de totemismo, con el prop·sito de pasar all² los ocho o diez a¶os que pens· serian necesarios para verificar su hip·tesis. Al cabo de dos a¶os la guerra in- terrumpi· Ŀsu trabajo. Volvi· a Inglaterra y m§s tarde se traslad· a Polinesia, donde encontr· restos de lo que pod²a ser un sistema tot®mico incorporado en una sociedad polite²sta, de modo que concluye:

çSi bi.en no puedo decir que haya conseguido verificar completamente la hip·tesis, sf que he podido ponerla a prueba en un terreno bastante amplio. En cualquier caso, la presento aqu² como un ejemplo, no de una hip·tesis verificada, sino de una que por su naturaleza se puede verificarè (1975: 43).

Es decir, Radcliffe-Brown, a partir de su trabajo de campo (y si hemos de creerle en relaci·n con su elecci·n de las islas Andam§n parcialmente antes), formula hip·tesis, trata de ponerlas a prueba, admite que no ha llegado a verificarlas pero valora que puedan veri- ficarse.Y aunque inconsecuente en su pr§ctica te·rica y etnogr§fica con sus propios principios, porque una y otra vez no llega a contrastar las hip·tesis que propone, en todos sus escritos metodol·gicos sigui· sosteniendo que tras el establecimiento de generalizaciones ®stas deb²an ser verificadas a trav®s de la comparaci·n intercultural.

La defensa de un m®todo cientffico ²nductivista no se dio s·lo en la tradici·n brit§nica. En ~ 953 L®vi-Str.auss, siguiendo a Durkheim, hablaba de çm®todo estructuralistaè, que consist²a en çanalizar .en ~rof~ndidad un peque¶o n¼mero de casos y probar as² que, a fin de cuentas, una cxpcncncra bien hecha vale una demostraci·nè y ha de colocarse çen un punto de vista lo bastante general para hacer v§lidas las explicaciones m§s all§ del dominio limitado para e! que se las concibi· originalmenteè (Lsvr-Smxuss, 1977, p. 260). M§s recientemente, Meillassoux (1977a y 1977b) ha construido los modelos de sociedad

cineg®tica Y s~ciedad agr²cola de subsisten~ia ~uc incorpora a Mujeres, graneros y capitales bas§~dose .casi exclusivamente en la descripci·n de Tumbull de los pigmeos mbuti, en las consideraciones de Althabe sobre el cambio social entre los balea y en su propio estudio de los guru, Y Meillassoux no se ha sentido nada inc·modo por generalizar a partir de tres casos e~nogr§ficos .. (Ver A: GONZĆLi:z EcHEVARRfA, 1987, pp. 246-259). Geffray, 1990, con su estu- dio de la sociedad gmccoest§tica makhuwa, ha a¶adido un cuarto caso a la base etnogr§fica de esta corriente te·rica. Ŀ Ŀ

.Pien~o qu~ _este breve recorrido .pcnnite concluir tres cosas. La primera es que se hace ~ma identlficacion apresurada entre inductivismo y funcionalismo, La defensa de m®todos mductiv?s es compatible con diversas orientaciones te·ricas en Antropolog²a y probablemente las r~lac1011cs entre orientaciones te·ricas y orientaciones metodol·gicas deben pensarse en t®rm1~os de compatibilidad ~ incom~atibilidad. Asf es posible reinterprctar la cr²tica de Radchffe-Bro~n a la et~o~~gia -t®rmmo que reservaba p~a la investigaci·n sobre los or²- ?enes-:- por su .mco~pallbtl~dad con lo q.ue ~ara ®l era ~I m®todo cienUfico: Ja generaci·n inductiva de hip·tesis seguida de su validaci·n en t®rminos de verificaci·n .

. La segunda considcraci®n es ~uc 11i Tylor 11i Radcliffe-Browa fueron inductivistas en sentido estricto, al menos no Radchffe-Brown en sus declaraciones de principio. Tylor era

Page 38: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

59

contrastar las hip·tesis de un modo no experimental, buscando o esperando que se produz- can casos en que estas condiciones espec²ficas se den espont§neamente, y comprobando luego si E se produceè (HEMPEL, 1979, p. 40)

Que la cita corresponda a la Filosof²a de la Ciencia Natural, de Hempel, nos indica que las situaciones en las que no pueden provocarse a voluntad las condiciones contrastadoras en modo alguno son espec²ficas de las ciencias sociales, pero s² es cierto que la experimen- taci·n rara vez es posible en ciencias sociales, aunque la Antropologia aplicada nos permite pensar en ciertas formas de control experimental de hip·tesis, ya que al modificar factores de cambio que previamente se han establecido como tales o al modificar condiciones que, tambi®n previamente, se asume que son necesarias para mantener invariables ciertas carac- tertsicas culturales, pone a prueba la validez de los supuestos te·ricos de partida. Pero sin duda, el procedimiento que puede utilizarse con m§s frecuencia en ciencias

sociales para poner a prueba las teor²as es la investigaci·n controlada no experimental. Como se ha dicho tantas veces, el laboratorio en Antropolog²a es el trabajo de campo, aun- que no sea ®ste el ¼nico laboratorio. Volvamos, pues, los ojos al trabajo etnogr§fico, fuente de muchas de las hip·tesis y al mismo tiempo lugar por excelencia para la contrastaci·n de las teor²as antropol·gicas.

àC·mo poner a prueba teor²as intraculturales o de alcance intercultural? No creo que existan m§s de dos posibilidades. O podemos encontrar los datos pertinentes en informes previos, o se deben dise¶ar trabajos de campo especificamente encaminados a este fin. En uno y otro caso la contrastaci·n servir§ para apoyar las hip·tesis o para mostrar su inadecuaci·n, obligando a modificarlas, tal vez a desecharlas, y eventualmente para modificar su dominio. Sucede lo mismo cuando lo que se trata de ver es si una teor²a formulada para un aspecto de la cultura es capaz de dar cuenta de otro, por ejemplo, si la alianza puede explicar no s·lo el reparto de mujeres, sino tambi®n la distribuci·n de bienes o si una teor²a que se ha propuesto para minor²as ®tnicas puede aplicarse a otras situaciones de marginaci·n social. Este tipo de desarrollo de una teor²a a trav®s de sucesivas aplicaciones o especia- lizaciones obliga a desarrollar los ¿t²les te·ricos y a diversificar los §mbitos de contrastaci·n.

Sabemos bien que pocas veces se han realizado de este modo los trabajos de campo etnogr§ficos. Las razones son varias, y ya hemos hablado de alguna de ellas. Por una parte, laĿ Antropolog²a se ocup· durante mucho tiempo de la cultura de sociedades sometidas a procesos r§pidos de cambio social generados por el contacto con la cultura occidental. Se dio prioridad a la descripci·n del mayor n¼mero posible de sociedades con culturas distintas a la nuestra. El ideal de descripci·n holista hizo confiar en una recogida exhaustiva de datos que permitiese la ulterior verificaci·n de hip·tesis te·ricas.

Hay otra raz·n menos coyuntural, m§s permanente. La Antropolog²a estudia muchas veces culturas que nos son desconocidas, o aspectos de nuestra cultura de los que tenemos previamente una visi·n folle. Con frecuencia las hip·tesis s·lo llegan a formularse durante un trabajo de campo exploratorio, o despu®s de ®l, y en esta fase prospectiva la recogida de datos se hace m§s que con un dise¶o espec²fico, de acuerdo con el background te·rico previo. En este caso, las conclusiones del trabajo no son sino hip·tesis que, si bien en ocasiones se pueden poner a prueba con los datos recogidos previamente, con m§s frecuencia exigen la realizaci·n de trabajos de campo especialmente dise¶ados para su contrastaci®n. Pero en este tipo de situaciones de campo se entiende bien el rechazo de dise¶os muy cerrados que puedan dificultar los descubrimientos. Al igual que la Antropolog²a te·rica no agota las formas de hacer Antropolog²a, el trabajo de campo para poner a prueba hip·tesis te·ricas no agota los objetivos del trabajo de campo.

Ŀ Cuando Ja puesta a prueba exige dise¶ar y realizar nuevas investigaciones sobre el terreno, el proceso puede ser laborioso y lento. Si un trabajo de campo prospectivo puede ser realizado por un investigador, o una investigadora, dise¶os contrastadores suelen exigir un equipo m§s diversificado y el recurso a t®cnicas cuantitativas. El problema se complica

\

58

Cuando Radcliffc-Brown hablaba de la utilizaci·n del m®todo experimental en ciencias sociales, recordaba que etimol·gicamente experieri signific· çponer a pruebaè, y su idea era que se pusieran a prueba las hip·tesis sobre la organizaci·n social observando un n¼mero de sociedades diferentes. Pero sin duda en su uso actual m§s com¼n çexperimentaci·nè significa provocar voluntariamente un hecho en circunstancias determinadas de antemano y, si nos atenemos a ese uso, hemos de pensar en dos formas'de contrastaci·n, una experimen- tal y otra no experimental. .

En su forma m§s general, unaĿ hip·tesis H dar§ lugar a implicaciones contrastadoras prediciendo que si se dan condiciones de tipo C. se producir§ un acontecimiento de tipo E. En situaciones con las que el control experimental es posible, se crean las condiciones C y se comprueba si el acontecimiento E se produce o no se produce, pero cuando el control experimental es imposible, es decir, cuando las condiciones contrastadoras no pueden ser provocadas o variadas a voluntad por medios tecnol·gicos disponibles, çentonces habr§ (tUC

3.5 ETNOGRAFĉA Y CONTRASTACIčN DE TEOIĐAS

a) En primer lugar: que una teor²a, cuando se propone, resulta aceptable si explica un dominio problem§tico. Y en este sentido çnace verificadaè, çse apoya en un conjunto _de aplicaciones paradigm§ticasè, tiene un çn¼cleo duroè o como queramos llamarlo. Su ultenor puesta a prueba depende tanto de su adecuaci·n como de su ~ecundidad, de su capacidad de ajustarse a Ja clase de culturas a las que se supone que se apbca y de extenderse a nuevos §mbitos. Pero para que esta contrastaci·n sea posible, hay que especificar el §mbito de aplicaci·n de las teor²as que se formulan.

b) En segundo lugar, que no se avanza rechazando teor²as, sino modific§ndolas, refor- mut§ndolas, y que esta modificaci·n es el lugar de la construcci·n de los conceptos te·ricos. Pensemos en las formas de residencia. Conceptos corno çrnatrilocalidadè y çpatrilocalidadè fueron utilizados por Tylor en el interior de una teor²a evolucionista que establec²a la transformaci·n de un tipo en otro por la presencia fuerte o residual de otros rasgos como la evitaci·n entre el esposo y la familia de la esposa y la tecknon²mia, M§s tarde, se vincularon estas formas de residenciaá al predominio del trabajo femenino y masculino. En 1975 Meillassoux propuso substituirlos por çginecoestat²smoè y çginecomovilidadè cuando pens· que las cuestiones pertinentes para explicar la residencia ten²an que ver, en las socie- dades de autosubsistcncia, con la coerci·n ejercida por unos ancianos que basaban su poder en el control de las semillas y del deĆtino de las mujeres. Pero si prestarnos atenci·n a las tesis de Divale, 1974, que explica la ~1atrilocalidad por la solidaridad de que instaura entre Jos hombres de un conjunto de comunidades, ser²a m§s adecuado hablar de virilocalidad. Divale piensa que esta movilidad de los hombres resulta particularmente funcional en situa- ciones de emigraci·n y de enfrentamiento con los anteriores propietarios de un territorio ahora ocupado. Enfoque que, entre otras cosas, permite dotar de contenidos concretos y de l²mites, como tambi®n lo hacen. las formas de endogamia del parentesco ç§rabeè a la teor²a de la exogamia de L®vi-Strauss, tan parecida formalmente a la teor²a de la universal des- vinculaci·n de los ancianos o a la teor²a de la inferioridad universal de las mujeres.

encontrar varios casos en contra de cualquier generalizaci·n te·rica, aunque con uno seria suficiente. Es decir, puesto que mi pueblo no se desvincula, cualquier esperanza explicativa es vana. Contra el inductivismo de antes y de ahora, y contra formas muy elementales de falsa-

cionismo, conviene introducir en la reflexi·n epistemol·gica sobre el estudio de los fen·menos socioculturales ideas hoy generalmente admitidas por los fil·sofos y los historiadores de la ciencia:

Page 39: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

61

hoc. Estos t®rminos interpretativos se introducen estipulando que van a traducir un t®rmino nativo y, o bien se eligen porque tienen implicaciones pragm§ticas comparables, o se deja de lado su significado est§ndar y se les atribuye un significado determinado. Otras veces son los propios t®rminos nativos los que pasan a integrar ese vocabulario t®cnico, con ejemplos como mana y guru.

Sperber recuerda las cr²ticas que Leach y Needharn, entre otros, han hecho a este voca- bulario t®cnico y piensa que son acertadas pero excesivamente puntillosas, porque se trata de t®rminos que se han ido introduciendo no para responder a intereses te·ricos sino a necesidades interpretativas, y que traducen nociones nativas que son muchas veces polit®ticas. As² defiende el uso de t®rminos corno çsacrificioè, çadivinaci·nè, çmatrimonioè, çtribuè, etc., en la traducci·n y en la libre interpretaci·n de los datos etnogr§ficos. Otra cuesti·n es que se los utilice en la teor²a, y que se formulen teor²as que no son

m§s que generalizaciones de interpretaciones etnogr§ficas ... o de interpretaciones nativ~s. Y lo que es m§s grave, que los t®rminos interpretativos trasladen a la Antropolog²a cuestiones mal planteadas como: àqu® es el totemismo", o àcu§l es la funci·n de la brujer²a?, o àcu§les son las diferencias entre religi·n y magia? Porque estos t®rminos interpretativos son con- ceptos inadecuados para la construcci·n te·rica que no tienen por qu® corresponder a clases de fen·menos homog®neos y distintos.

Frente a una etnograf²a que har²a posible la construcci·n te·rica, se puede defender una etnograf²a que se acabe en s² misma, en la experiencia de alteralidad y especificidad. La ha habido siempre. Pero tambi®n parece posible analizar las condiciones de un trabajo de campo que trate de ser directamente ¼til para la puesta a prueba de teortas antropol·gicas, y la posibilidad de utilizaci·n de materiales etnogr§ficos, recopilados previamente, para la puesta a prueba de estas teortas. .

Para estos objetivos te·ricos, parece que las cuestiones m§s urgentes ser²an:

a) discutir las condiciones de Ja interpretaci·n etnogr§fica de los comportamientos, de las normas y de las representaciones ind²genas,

b) analizar el papel de los t®rminos y de las representaciones folk y de los t®rminos y las generalizaciones interpretativas en la g®nesis y en la puesta a prueba de las elaboraciones te·ricas, y

e) formular preguntas y proponer hip·tesis explicativas sobre los m§s diversos fen·menos socioculturales, y utilizar las situaciones de aplicaci·n de la Antropolog²a, el trabajo de campo y la comparaci·n intercultural para someter a cr²tica nuestras elaboraciones te·ricas.

Como he escrito en otras ocasiones, pienso que la tesis metodol·gica del relativismo, en lo que tiene de cr²tica a las representaciones etnoc®ntricas, constituye la mayor aportaci·n de la Antropolog²a a la sociedad contempor§nea. Pero tambi®n me interesa y atrae de la An- tropolog²a otra aportaci·n m§s limitada, m§s problem§tica, m§s tentativa: su capacidad para colaborar en un cambio social y cultural que el relativismo nos impulsa a imaginar, porque nos muestra que muchas de las construcciones vienen de la cultura humana, no de la naturaleza. Frente al peso de aquellos modos de interpretaci·n que Ja tradici·n social nos est§ sugiriendo constantemente desde el momento mismo de nuestro nacimiento, para Sapir çt§citamente aceptados y esencialmente arbitrariosè (yo no me atrever²a a decir tanto), la experiencia etnogr§fica y el an§lisis antropol·gico nos ayudan a liberamos de lo que en t®rminos de otra tradici·n te·rica ser²an fen·menos de falsa conciencia y de alienaci·n. Es en este punto donde las tesis interpretativas m§s extremas y la epistemolog²a m§s relativista nos limitan las posibilidades de analizar las culturas y promover y/o controlar reflexivamente las transformaciones. Porque muchas de las proposiciones te·ricas de la Antropolog²a s·lo pueden ponerse a prueba con alg¼n recurso a la comparaci·n intercultural. Si aceptamos que la racionalidad est§ culturalmente pautada, no tendr²a mucho sentido basar nuestro compor- tamiento en el or§culo del benge azande. Y pienso, desde los desarrollos que guiaron en

60

Aunque la Antropolog²a haya tenido siempre una dimensi·n interpretativa y toda etno- graf²a -incluso la de Morgan- sea una hermen®utica, no tendr²amos que perder ninguna de las ense¶anzas de los esfuerzos cr²ticos entre Jos que subrayar²a:

a) las advertencias de Boas sobre la necesidad de asegurarnos -antes de comparar- de la homogeneidad de las unidades que comparamos sin separar las instituciones sociales de sus significados culturales,

b} el esfuerzo iniciado por Pike para dilucidar las diferencias entre las perspectivas que de- nomin· emic y etic, y

e) la luz que arroja el ®nfasis de los a¶os setenta y ochenta en Ja hermen®utica sobre el ca- r§ctcr interpretativo de muchos de Jos t®rminos que integran el vocabulario t®cnico de los antrop·logos.

La oposici·n emic/etic al modo de Harris.carece de sentido, porque supondr²a explicar una cultura que no conocemos. Usando etic como lo usa, parece que las explicaciones se aplican a una realidad conocida a trav®s de un lenguaje de observaci·n fisicalista. En la tradici·n Pikc/Goodenough, qu® es un enfoque emic parece claro: es el ¼nico posible en etnograf²a, çredescubiertoè por la filosof²a de las ciencias sociales y Ja sociolog²a interpretativa, y sobre el que s® agudiza peri·dicamenteĿ la cr²tica. Qu® es el lenguaje etic es m§s proble- m§tico, porque substituyendo las propiedades del aparato fonador humano por Jos universales ele la cultura, parece que se apunte de nuevo a. un lenguaje neutral.

Mi impresi·n, y aun m§s, mi hip·tesis actual de trabajo, es que cada teor²a se aplica a una suerte de çbase cmpfricaè integrada por fen·menos socioculturales previamente inter- pretados y descritos en un lenguaje pre-te·rico que se construye con acopios distintos, procedentes unos de Jos conocimientos folk de los antrop·logos, otros de los esfuerzos inter- pretativos, otros de los desarrollos te·ricos previos, y que sobre estos fen·menos as² definidos se construye una estructura te·rica.

En cuanto al vocabulario que Ja etnograf²a aporta a Ja Antropolog²a, Ja discusi·n que hace Spcrbcr me parece particularmente interesante. Se¶ala Sperber que las interpretaciones pueden introducir una utilizaci·n peculiar de los t®rminos y que tas interpretaciones siste- m§ticas -corno la etnograf²a- llegan incluso a desarrollar una terminolog²a interpretativa ad

3.6 CONCLUSIONES. MOVIMIENTOS DE REVITALIZACIčN D£ LA ETNOGRAFĉA Y TEORĉA SOCIOCULTURAL

y encarece cuando el dise¶o es de alcance intcrcultural, aunque existen trabajos pioneros como el estudio de ni¶os de seis culturas dirigido por los Whiting (B.B. WmT!NG, ed., 1963, B.B. WmTING & J.W.M. WrnTING, 1975). La cuesti·n es aqu² de representatividad de las unidades analizadas y debe confiarse en otros trabajos que recojan e incorporen 1as hip·tesis.

Si la contrastaci¼n se realiza con datos disponibles previamente la tarea es m§s f§cil y mayor el n¼mero de sociedades con las que se puede trabajar. Los problemas que se sus- citan son otros y el m§s serio es Ja dificultad para encontrar los datos pertinentes en las monograf²as realizadas con anterioridad que responder²an, en muchos aspectos.ia intereses te·ricos distintos.

En este punto yo quisiera recordar las observaciones biogr§ficas que hice al principio, y no por narcisismo. He tenido inter®s circunstancial en el aprovechamiento de materiales etnogr§ficos previos y creo que estos materiales pueden tener una cierta utilidad en un desarrollo te·rico (para desechar ciertas hip·tesis, pulir otras, eventualmente corroborarlas). pero no pretendo en modo alguno sostener que el recurso a los materiales etnogr§ficos archi- vados sea la ¼nica manera de poner a prueba hip·tesis interculturales. Hay otras; y este recurso ser§ muchas veces insuficiente.

Page 40: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

63

MORGAN, L.H. (1954 [1851]). League of the Ho-Do-Wo-Sau-Nee or lroquois. (Nueva edi- ci·n con a¶adidos editada y anotada por HerbertM. Lloyd. New York: Dood Mead and Co., 1901. Reimpreso en 1954 por HRAF Press).

¦RTNER, S.B. (1974). Is Female to Maleas Nature to Culture?, en M.Z. Rosaldoy L. Lamphere, eds. Woman, Culture and Society. Stanford University Press: 67-88.

PlKE, K.L. (1971 [1954 y ss.]). Language in Relation to a Unified Theory of the Structure of Human Behavior. Paris, The Hague: Mouton and Co.

RAocuFFE-BROWN, A.R. (1972 [1924]). El hermano de la madre en Ćfrica del Sur. Estructura y funci·n en la sociedad primitiva. Barcelona: Pen²nsula, pp. 25-41. .

RAoc:LIFFE-BROWN, A.R. (1975 [1923]). El m®todo de la etnolog²a y de la antropolog²a social. El M®todo de la Antropologia Social. Barcelona: Anagrama, pp. 25-~9. .

SAN ROMĆN, T. Vejez y Cultura. Hacia los limites del sistema. Barcelona, Caixa de Pensions, 1990.

SPERBE.R, D. (1975). Interpretative ethnography and theoretical anthropology. On Anthropo- logical Knowledge. Cambridge: Cambridge University Press, pp. 9-3~. . .

TvLOR, E.R. (1889). On a Method of Investigating the Developrnent of lns~tut1ons ', Applted to Law of Marriage and Descent. Joumal of the Royal Anthropolog1cal lnstitute. 18, pp. 245-256 y 261-269. (Reproducido en Moore, ed. [19~1}, pp. 1-28.) .

WHITING, B.B., ed. (1963). Six Cultures: Studies of ChildRearmg. New York: John Wiley and S·ns.

WHITING, B.B. & WHITING, J.W. (1975). Children of Six Cultures. A Psycho-Cultural Analysis. Cambridge (USA): Harvard University Press. . . .

y ANAGJSAKO, S.J. (1984). Explicating Residence: A Cultural Analysis of Changmg Household among Japanese-Americans. R. Netting, R.R. Wilk y E.J. Amould, eds. H_ous~ho/d. Comparative and Historical Studies of the Domestic Group. Berkeley: University of California Press, pp. 330-350.

' ;

62

BOAS, F. (1896). Thc limitations of the comparative method ofAnthropolcgy. Science, N.S. 4, pp. 901-908; reproducido en F. Boas (1940), Race, Language and Culture, New York: The Free Press, pp. 270-288.

CoMAS o' ARGEMIR, D. & PUJADAS, J.J. (1985). Aladradas y gilellas. Trabajo, sociedad y cul- tura en el Pirineo aragon®s. Barcelona: Anthropos.

D1vALE, W.T. (1974). M²gration, Externa! Warfare and Matrilocai Residence. Behavior Social Research, 9: 75-133. .

EvANs-PRrrcHARD, E.E. (1975 [1937)). Or§culos, magia y brujerta entre los azande. Barcelona: Anagrama. .

FoRTES, M. (1975 [19511). La estructura de los grupos de filiaci·n unilineal. L. Dumont, Introducci§n a dos teortas de la Antropologta Social: Barcelona: Anagrama, pp. 170- 198.

GEERTZ, C. (1984). Distinguised lecture: Anti Anti Relativism. American Anthropologist, 86, pp. 263-278 .

GEF!'RA Y, C. (1990). Ni p®re 11i mere. Critique de la patent®: le cas Makhuwa, Paris, Eclitions du Seuil,

GtoDENS, A. (1987 [1967]). Las nuevas reglas del m®todo sociol·gico. Buenos Aires: Amo- rrortu.

GoNZĆLEZ EcHEVARRfA, A. (1987). La construcci·n te·rica en Antropolog(a. Barcelona: Anthropos.

GoNZĆLEZ EcHEVARRfA, A. (1990). Etnografia y comparaci·n. La investigaci·n intercultural e1t Antropologta. Barcelona: Publicaciones de Ja Universitat Aut·noma de Barcelona.

GoNzAu::z EcHEVARRIA, A. (1991). Del estatuto cient²fico de la Antropolog²a, en J. Contrcras & J. Pral, eds. Antropolog²a de los pueblos de Espa¶a. Madrid, Taurus: 177-179.

GoNzALEZ Ec11EVARRfA, A. (1993). M®todo antropol·gico, en A. Aguirre, coord. Diccionario Tem§tico de Antropolog²a. 2.Å edici·n, Barcelona, Boixareu Universitaria: 424-430.

GoNZĆLEZ EcHEVARRfA, A. (1994). Teorias del parentesco. Nuevas aproximaciones. Madrid, Eudema, 1994.

GoooENOUGll,. W.H. (1970). Description and Comparison in Cultural Anthropology. Cam- bridge: Cambridge University Press.

Goonv, J. (1986). La evoluci·n de la familia y del parentesco en Europa. Barcelona: Herder. HEMPEL, C.G. (1979). Filoso/fa de la Ciencia Natural. Madrid: Alianza. KurER, A. ( 1988). T/1e invention of primitive society. Transformations of an illusion. Londres:

Routlcdgc. LAl'!TAU, P. (1974 [1724]). Customs of the A111erica11 lndians comparated with the customs

o.f primitive times. 2 vols., Toronto: The Champlain Society. LEACOCK, E.D. (1981). Myths of Male Dominance. New York, Monthly Review Prcss, L£vt-STRAUSs,,C. (1977). La noci·n de estructura en Antropolog²a. Antropologta Estructu- ral. Buenos Aires: Eudeba.

MEILLAssoux, C. (1977a). Mujeres, graneros y capitales. Madrid: Siglo XXI. MEILLAsso"ux, C. ( l 977b ). Essai d' interpretation du ph®nom®ne ®conomique dans les soci®t®s

traditionellcs ¼'autosubsislence. Terrains et Th®ories. Paris: Maspero, pp. 21-62. MooRE, F.W. ed. (1961). Readings in Cross-Cultural Methodology. New Haven, HRAF Prcss,

BIBLIOGRAFĉA

nuestra cultura el alejamiento del error -en ocasiones el error de buscar las certezas- y el alejamiento de Ja irracionalidad, que s·lo podemos modificar racionalmente una cultura si somos capaces de formular teor²as que puedan aplic§rsele, y que puedan someterse a contras- taci·n y la resistan.

Page 41: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

65

4.1 SENSIBILIDAD EST£TICA. EN EL TRABA.JO DE CAMPO

Es notorio que la Antropolog²a Cultural nace sobre las bases cient²ficas del naturalismo

En este sentido, entiendo que el concepto nuclear que abre estas posibilidades de contraste e interacci·n cient²fica no es el de arte, sino el de est®tica. Y en este punto con- viene aclarar qu® quiero decir por est®tica ya que, siendo un concepto sujeto a mil y una reflexiones y debates sobre la belleza en diferentes tradiciones filos·ficas y teol·gicas, pue- de prestarse a confusi·n y usarse con diferentes matices de significado. Por est®tica no hago referencia al arte o a lo art²stico, sino que comparto con Dilthey

y Dewey que lo est®tico tiene su g®nesis en la sensibilidad humana y no procede de un dominio ideal, esto es, un reino plat·nico de arquetipos superiores a las actividades humanas vulgares. Es una actividad experiencia! cognitiva y emotiva que hace uso de im§genes, ideas y s²mbolos para establecer asociaciones sensoriales y afectivas en busca de significados y armon²as. La impresi·n sentimental o emocional que produce, aun pudiendo quedar en sim- ple deleite sensual, una vez ha pasado por los sentidos se convierte en intelecci·n, implicando vicaria y virtualmente a los actores (nativo y antrop·logo) con la naturaleza y lo sobrenatural as² como los acontecimientos y las personas.

Esto nos indica que la est®tica trata con dimensiones impl²citas de la experiencia muy veladas o escondidas. No quiere decir que se trate necesariamente de facetas reprimidas u oscurecidas, lo que ocurre es que Å. aunque la experiencia est®tica resulte en satisfacci·n sensorial o intelectiva, es relevante al hilo del pensamiento kantiano, que el inter®s por lo propio queda sumergido en la cosa misma, en la apreciaci·n y la potenciaci·n de los detalles de la belleza o sublimidad olvid§ndose o relegando. la finalidad con la que se inici·. De ah² que como experiencia se note poco y a la vez sea tan elusiva. La experiencia est®tica corresponde a unas estrategias de representaci·n que no indican c·mo son las cosas, sino c·mo pueden ser desde diferentes perspectivas guiadas por la naturaleza de la imaginaci·n que se define en .esas situaciones y no implican una visi·n general de la vida, ni de la identidad o cualesquiera de las cuestiones en las que se implique. En general, la est®tica se ha considerado en referencia al arte y la semi·tica del poder

en su implicaci·n por el control de los s²mbolos pol²ticos y de clase, as² como en Ja ela- boraci·n ret·rica de todos los discursos cient²ficos, histriogr§ficos y literarios. Pero rara vez se considera en tanto que una forma de pensar la realidad 'cotidiana y la resoluci·n de problemas, es decir, como una actitud creativa ante la vida y una acci·n creativa que salvaguarda los interes personales y del colectivo. En el quehacer etnogr§fico, m§s all§ de la distinci·n ya cl§sica de empatfa y simpat²a,

emic y etic, la sensibilidad est®tica ayuda a liberar al antrop·logo de la pre-ocupaci·n por las descripciones realistas, una cierta concepci·n cl·nica del nativo y el sentido can·nico de la cultura, la apreciaci·n de que no hay una soluci·n ni explicaci·n ¼nicas para un plan- teamiento ÜĿ problema, s~~Q ,que depende de los conceptos y juicios espec²ficos que se comunican o intersubjetivizan en el di§logo de una experiencia etnogr§fica concreta, esto es, coloca la sensibilidad antropol·gica en otro plano de realidad. As², la subestima anterior por las experiencias sensoriales, las peculiaridades de la memoria, las fantas²as y los ensue¶os de nativos y antrop·logos se revalorizan en el proyecto de construcci·n de realidades antro- pol·gicas.

Y esto es justamente lo que puede contribuir a potenciar la sensibilidad en la direcci·n de darle una categor²a o un valor epist®mico en el que se reconozca su implicaci·n b§sica en las estructuras perceptuales y conceptuales del mundo experiencia! de la observaci·n y la interacci·n, y con ello presumiblemente desvelar matices y formulaciones relativos a la experiencia del antrop·logo y el nativo ayudando a conocer mejor lo que sentimos y a sentir lo que conocemos. .

64

. . <<De~de un punto de vista l·gico, no son simplemente refutables los sistemas leoncos.~mo el mundo cn~cro. Por lo tanto no hay nada en Jo que podamos descansar e'.1 relaci·n a nuestros conjuntos <le creencias para evaluar diferentes hip·tesis 0 solu- cronos a un problema, ya que cualesquiera que esas sean, pueden ser modificadas desde otros puntos de vista. De forma que cualquiera que sea la soluci·n que adop- lemo~ es una convenci·n cuyo ¼nico valor es que nos aporta un sistema m§s 0 menos man~Jable de ~recncias ~tites. Puesto que la elecci·n te·rica es un asunto <le con- venci·n, es racional elegir sobre la base de la elegancia, }a simplicidad y otras consi- dcracioncs de car§cter est®tico.è

~ecuerdo si:ndo estudiante que Claudio Esteva sol²~ preoc~pamos en clase con la duda n:iet·dtca sobre si el quehacer antropol·gico era arte o ciencia. Sin duda este contraste ha sido, un referente constante para discutir y acotar la naturaleza t®cnica y te·rica de la etno- graf²a '. Asf: ya en 1938, en su art²culo çScience is 'Sciencing'è, Leslie White distingu²a entre c1enc1~ y arte co~o dos :orm~s de tratar con Ja experiencia argumentando que si bien ambas tr~baJan en la 1:111sn:ia direcci·n de hacer inteligible. la experiencia, se aproximan de manera. diferente: la ciencia trata con particulares en t®rmino de universales y el arte trata con universales en t®rmino de particulares. Ŀ . Ciertamente, esta distinci·n pertenece todav²a a la ®poca de las categor²as bien estable- cidas Y al contraste entr~ de ~os. mundos:. el natural de las cosas y el de Ja mente a partir de los cuales se. es.tablec1.an pnond?des epist®rnicas. Actualmente, Ja complejidad de los sis- tem~s. de cono~1rruento ttend~ a dejar atr§s las definiciones y prioridades can·nicas, esto es, la ~1g1dez ?e c1er~as concepc~ones .cl§sicas de ciencia y el sentido realista de cultura, para a~nrsc a v1~culac1?nes entre.mvesttgador y ~bjeto de estudio as² como relaciones interdisci- pl²nares mas sensibles, flexibles y productivas adscritas a los procesos de investigaci·n e~pc~f~cos. En ger~eral, pues, nos encontramos ante una apreciaci·n est®tica del discurso c1~nt1f1co que podr²amos r~dondcar con una reflexi·n de Quine en From a Logical Point o/ V1cw (1963) cuando nos dice que:

Claude L®v²-Strauss.

El significado ... çun aroma particular pecibido por la consciencia cuando prueba una combinaci·n de elementos de los cuales cada uno por s² mismo no produce ~n sa~or _comparable ... el etn·logo intenta recuperar el significado, reconsutuir el significado, por medios mec®nicos.-lo construye, lo desenvuelve y despu®s de todo ®l es un hombre y lo saborea.è

Mar²a Jes¼s Bux· Rey

4. El arte en la ciencia etnogr§fica

Page 42: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

67

Incorporar al antrop·logo y criticar la ret·rica antropol·gica quiere decir buscar solu- ciones m§s confiables de tratar .con la experiencia etnogr§fica. Esto implica ir m§s all§ de las distinciones cl§sicas de emic y etic y plantearse la cuesti·n de la intersubjetividad. Desde la filosof²a y la semi·tica se orientaron diversas f·rmulas de inter®s: conseguir el cruce o Ŀ la conversaci·n de los discursos sobre la base de la fusi·n de horizontes y la transvaloraci·n. Una f·rmula, ahora, bien aceptada, es la de Gadamer en Verdad y M®todo (1978), quien afirmaba que el producto cultural de la otredad o el extranjero se descubr²a a trav®s de la fusi·n de horizontes en forma de una conversaci·n donde los discursos se desarrollan dial®cticamente guiados por su l·gica y no por .Ja imposici·n de sus interlocutores. Y en contra del monologismo, Bakhtin (1981) en The Dialogical Imagination propon²a la dial·gica

çEn general, el antrop·logo asume que el nativo hace lo que Ā®l hace, es decir cultura. Y as², C0'"'10 una forma de entender a su sujeto, el etn·grafo se obliga a in- ventar una cultura para ®l, como una cosaplausible, Pero dado que la plausibilidad es una funci·n del punto de vista del investigador, la "cultura" que ®l imagina para el nativo est§ obligada a mantener una relaci·n distinta a la que ®l clama para s² mismo. Cuando un antrop·logo estudia otra cultura, la inventa al generalizar sus im- presiones, experiencia y otras evidencias como si fueran producidas por alguna cosa externa ... La invenci·n hipot®tica de una cultura por un antrop·logo constituye un acto de extensi·n, es una derivaci·n nueva y ¼nica del sentido abstracto de cultura en su sentido m§s estrecho ... No debe sorprendemos si los modelos parecen raros y desajustados, porque nacen de la paradoja creada por imaginar una cultura para gente que no se la imaginan para ellos mismos. Esos constructos son puentes tentativos para construir significados, son parte de nuestra comprensi·n, no su objeto, y los tratamos como reales con el peligro de convertir la antropolog²a en un museo de cera de curiosidades, f·siles reconstruidos, y grandes momentos de historias imaginarias ...

La antropolog²a no quedar§ bien establecida en su calidad mediadora hasta que nuestra invenci·n de otras culturas pueda reproducir por lo menos en principio, la forma en que esas culturas se inventan a s² mismas.è

En este sentido, Wagner trata de sensibilizarnos no s·lo sobre el concepto de cultura, sino tambi®n de sociedad, progreso, decadencia, industrializaci·n los cuales, abstra²dos de su historicidad y relaciones concretas, por lo tanto como abstracciones, act¼an a nivel de presuposici·n y como esquemas explicativos en nuestra epistemolog²a antropol·gica, a veces teleol·gicamente y otras m§s all§ de nuestra consciencia. Por ello:

çLa l·gica de la cultura en nuestras sociedades se considera algo consciente de forma que todo tiene que tener un prop·sito, y esto crea un efecto surrealista cuando nos enfrentamos a esas gentes de tal manera que nos forzamos a pensar que las razo- nes y prop·sitos aducidos te·ricamente son subliminales, subconscientes o propiedades universales implicitas.è

Con lo cual cab²a concluir que cualesquiera que fuesen los datos etnogr§ficos resultan- tes nunca son particulares est§ticos que pueden ser reducibles a leyes y principios etnol·gicos, sino el resultado de procesos din§micos, una identificaci·n simpat®tica y una producci·n creativa.

En esta misma direcci·n se cuestiona el concepto nuclear de la Antropolog²a, Ja cultura. Wagner- en su art²culo çCulture as Creativityè (1977) hizo una aguda cr²tica de la imagina- ci·n antropol·gica en relaci·n a la metaforizac²·n de los grupos tribales entendidos como cultura. Llena de l·gic~s explicativliS,nl"vele.S-Ŀy- sistemasĀ he"Ui²sticos, iii- culf¿ra aparece como la misma met§fora del orden:

trabajador de campo, la naturaleza espec²fica de sus m®todos descriptivos y la capaĿ cidad art²stica del nativo en disfrazarse y la credibilidad de su informaci·n.è

66 çEn otras palabras, la etnograf²a implica las sensibilidades personales del

y la empiria y no obstante se establece en el territorio acad®mico de las humanidades. En este §mbito ha sido una constante el inter®s y combate intelectual por superar el concepto ambiguo de Letras y abrirse a la sistematizaci·n cient²fica mediante la adoptaci·n y la apli- caci·n de aquellas t®cnicas y m®todos anal¿icos que mejor formalizasen la b¼squeda de In~ datos y las andaderas para moverse entre ®llos y as² lograr construir modelos que permitiscn orientar explicaciones o interpretaciones. .

Ese af§n por hacer de la Antropolog²a una ciencia formal queda consignado en ®nfnsiN y apropiaciones metodol·gicas que son una constante en la historia de la Antropolog²a. A~² queda ilustrado en el t²Culo del libro donde Malinowski perfila su enfoque funcionalista: CJ11r1

teorta cientifica de la cultura (1948) y en el riguroso programa estructuralista de L®vi- Strauss sometido a la disciplina con mayor capacidad de formalizaci·n, la ling¿²stica y In sistematicidad de la cibern®tica. Y no pod²an ser menos en reiterar su car§cter cient²fico lo~ enfoques materialistas desde el procesualisrno sist®mico de la ecolog²a cultural hmlln el materialismo dial®ctico. Tanto es as², que a modo de an®cdota recordar® el comentario 1lr un ingeniero ex-alumno de antropolog²a de finales de los a¶os 70 quien siempre comentaba que lo que m§s le sorprend²a de las facultades de humanidades en contraste con las dr ciencias era la preocupaci·n permanente de las primeras por afirmar el caracter c²entffico dr sus m®todos mientras en las otras eso era una obviedad.

En esos a¶os, la Antropolog²a se llena de otros aires abiertos a una concepci·n 11111~ amplia del concepto positivista de la ciencia. Recordemos que mientras se crey· acertar tĿ1111 Ja racionalidad cient²fica del positivismo, no se cuestion· la ideolog²a subyacente. Pero, 111 invertir la conexi·n supuesta entre objeto y representaci·n en cuanto que m§s que refkjar, las representaciones creaban el universo, el ®nfasis hacia la realidad como una venlnd objetiva se modifica substituy®ndose por el inter®s en los procesos simb·licos a trnvi's 1k los-cuales se percibe y se comprende. Por lo tanto crecen las cuestiones sobre la Antroáml1111fll en su calidad de discurso y de instituci·n cultural.

Por una parte, esto contribuye a superar las viejas concepciones de ciencias nu11h1111N e inmaduras, las confusiones en la relaci·n entre ciencia y verdad, y el caracter cnusnl 1lr las explicaciones racionales. Frente a lo normativo y can·nico, se perfilaron las ideas de 1111 radigrna, programa de investigaci·n y la concepci·n de que, como una actividad soclul, la racionalidad cient²fica cambia con el tiempo influida por normas y estructuras culturales, 1lr forma que la ciencia constituye formas progresivas de conocimiento. . Y, por otra, se rompe la vieja dicotom²a ciencia y letras o arte para abrirse a una nmyur sensibilidad etnogr§fica que incorpora la discusi·n sobre 1a representaci·n y el valor ck '" subj~tividad. Se_ei:tiende que la etnograf²a no es simplemente una empiria que descubre y explica el conoc²rruento cultural de una comunidad, sino una ret·rica que plantea problcuuç de autenticidad nativa y de autor²a antropol·gica, lo cual obliga a repensar a los nn¿vos y a los antrop·logos. .

En este sentido, se abre un proyecto en el que la experiencia est®tica juega 1111 á>npd relevante en la compresi·n del proceso creativo en Antropolog²a, especialmente en 111 vinculaci·n entre la intersubjetividad, la reflexividad y el 'dialogismo.

En un art²culo titulado çToward a Reflex²ve and Critica! Anthropologyè (1974), lluh Scholte planteaba que el an§lisis autocr²tico de los paradigmas cient²ficos y sociales rcvcluhn invariablemente la presencia inescapable de un contexto ideol·gico u otro. As², puesto 11111Å la actividad antropol·gica estaba culturalmente mediatizada, deb²a a su vez sujetarse 11 descripci·n etnogr§fica y an§lisis etnol·gico. En este proyecto autorreflexivo, Scholte af¿ulln que Ja tradici·n etnol·gica formaba parte operativa de las pres~²Cione..<á del antrop·logo al igual que las presuposiciones del nativo, formando ambas una mediaci·n intercultural y una experiencia interpersonal muy complejas:

Page 43: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

69

En 1985 este olvido se remedia y en el Annual de dicho a¶o se publica un resumen sobre çCh²c~o St~dies, 1970-1984è realizado, por Rosaldo. En su presentaci·n, Ros~ldo pone en evidencia la falta de sensibilidad y la restrictividad de ~ie~tos estudio~ antropol·gicos que s·lo buscan la actitud cr²tica y patrones regulares para delimitar la espec1fi~1dad c~ltural de estos grupos: el chicano monol²tico. Asimismo, cita a Paredes (1978), qmen senala la

En relaci·n a mi trabajo de campo en Nuevo M®xico, siempre me ha preocupado el hecho de que la mayor parte de los estudios elaborados por antrop·logos hispanos Y anglos se han guiado generalmente por describir Ja cultura. hispana ~ chicana como. ~~ modelo tradicional o costumbrista y problematizarla en relaci·n al matnstream: o ~ad1c1_on mayo- ritaria anglo. Ninguno de estos aspectos da pistas para entender la complejidad interna d.e las expresiones culturales hispanas o chicanas que se han construido en el pasado y contn- buyen a construir su identidad cultural en el presente. .

Recordemos que en el volumen 12 del Annual Review of Anthropology, 1983, Spmdler & Spindler presentaron un estado de la cuesti·n sobre American Culture que se entend~a como mainstream y ven²a guiado obviamente por la mirada anglo respecto a los demas grupos ®tnicos. La versi·n de estos autores sobre la identidad ®tnica general de USA se concreta de la siguiente manera:

çLa ¼nica diversidad con la que nos hemos encontrado es la diversidad de las elecciones individuales. Pero los Estados Unidos de Am®rica se considera diversos regionalmente, estructuralmente y culturalme~te. Sin embargo, .c~ando ~e cruza el pa²s en coche y se para en poblaciones medias, y usas las facilidades junto a las carreteras, y muestreas los asuntos locales a trav®s d~ los diarios_ y la .radio, te quedas impresionado con la uniformidad de la escena americana. La d1vers1d~d .en US~ ~s menos ®tnica o regionalmente cultural, aunque pueda haber algun~s variaciones sigm-

. ficantes, que interacc²onal. Eso es, varios grupos entran en conflicto y se acomodan de forma variable con el "establishment", o el "mainstream", o la estructura de po- der, o el hombre, o el hombre blanco, o sus parientes, y al as² hacerlo crean una cierta y transitoria diversidad.è

4.2 NI ESENCIALIZAR NI PROBLEMATIZAR

considerando cr²ticamente las ideaciones vict²mistas, la fijaci·n en los grupos de poder, las normas y los principios estructurales, tanto antrop·logos como ~~tivos, como c~leccionistas de la memoria seguimos buscando en la cultura ·rdenes, autenticidades y esencias; '.'A§s que en la selecci·n de datos, eso se mide por una cierta actitud que da a entender 1mphc1t~mente que los colectivos, al combinar y usar ad hoc y parad·jicamente la Á'.Û~eri~ cult~ral, tienden a imitar, a perder en gusto est®tico y a vulgarizar o desordenar su 1d1osmcra.sia. . .

Ciertamente, unos m§s que otros y por razones distintas, el registro de la d²ferenc²alidad ex·tica o traum§tica, permite a los antrop·logos aunar las expectativas sociales respecto a la profesi·n. con el prestigio asociado al detalle etnogr§fico origin~l ĿyĿ cr²ti~o en. la ~onstruc- ci·n te·rica, y, a los nativos combinar productivamente la sensibilidad identitaria con. el marketing ®tnico cuya conversi·n en evocaci·n rom§ntica o aventurera son un valor a¶adido en la construcci·n del etnoturismo y la venta electoral. . .

Siendo 'iodo ello bien conocido, el problema no reside simplemente en la fijaci·n estereotipada resultante, sino en obviar la creatividad cotidiana de los actores en su capa- cidad para mezclar, improvisar y resolver sus situaciones particulares, aunque sea ~e forma ambigua y parad·jica. Como dice Renato Rosaldo en Culture and Truth (198~). ~1~ negar la importancia de las reglas y los c·digos, conviene hacer relevante la variabilidad, la ambig¿edad, 'y lo indeterminado para improvisar y crear.

Å Å ÅÅ

68

A partir de aqu² la pregunta obvia es c·mo captar esa narratividad constitutiva de identidades superando nuestra fijaciones te·ricas sobre las razones que mueven las ideolog²as, finalidades, intereses y conflictos de los actores. Es decir, a¼n sabiendo que el repertorio de narrativas predominantes gira al entorno de la distribuci·n y de los mecanismos del poder, c·mo podemos abrimos mejor a la consideraci·n de otrasrazones sensibles y espor§dicas en la elecci·n de narrativas que las gentes usan para caracterizarse y guiar m¼ltiples expc- ricncias en multitud de redes e historias particulares.

A partir de este ambiente intelectual enfrentado a la rigidez de ciertas concepciones cl§sicas de ciencia: las descripciones realistas, el sentido can·nico de la cultura y la exclu- si·n de contradicciones y paradojas, los 80 postmodernos abrieron las compuertas para In convivencia de los contrarios, la uni·n de ®ticas y est®ticas, y en definitiva, la reflexividad dial·gica que quer²a integrar Ja autor²a de nativos y antrop·logos en sus diferentes modos de pensar, imaginar y tener sensaciones. Tyler, en su art²culo çEtnograf²a postmodcrna: desde el documento de lo oculto al oculto documentoè (1991), define la etnograf²a post- moderna, entre otros muchos matices, como una vuelta a la idea de la integraci·n est®tica como terapia conceptual en busca de la armon²a entre las partes.

Ahora bien, a pesar de esa sensibilidad asociada a la experiencia etnogr§fica y la responsabilidad social que afecta profundamente el quehacer antropol·gico est®tica y ®ticamente, no obstante se mantiene la tendencia a escncializar y a problematizar la rcalidml de nuestros objetos de estudio, dejando repetidamente de lado la fuerza de su creatividad cultural. As², por ejemplo, llevamos mucho tiempo estando de acuerdo en que los cambios y la innovaci·n en las culturas tradicionales no es una tragedia, y que el impulso de los mismos no proviene exclusivamente de fuerzas y turbulencias hist·ricas, l²deres carism§ticos y grupos de poder, ni de las condiciones de contacto y las imposiciones aculturativas. Y 111²11

çY as² podemos llegar a la completitud de nuestra capacidad humana, y quiz§s el deseo humano de observamos y disfrutar sabiendo que sabemos.è

como el modelo m§s apropiado de conversaci·n con la alteridad cuyo fin no era la unani- midad o la verdad, sino hacer crecer la consciencia. A lo cual, siguiendo a Bakhtin, Todorov en çEl cruzamiento entre culturasè (1983), anadi· el concepto de transvaloraci·n en el sen- tido de aprender a verse una vez se ha puesto la mirada en el otro. O dicho de otra manera, volver sobre s² la mirada previamente informada por el contacto con el Otro.

En este proyecto de contribuir a matizar e inventar las experiencias culturales sin pretensiones de verdad pero s² con la sensibilidad de la reflexividad y la transvaloraci·n, cabe destacar la obra pionera de Barbara Myerhoff-Peyote Hunt (1974), Number Our Days (1979)-. Rompiendo normas cient²ficas convencionales, esta antrop·loga se introduce en la vida de sus sujetos y a ®stos en su trabajo, produciendo ese efecto de voces m¼ltiples y contradictorias con las que se pone en evidencia c·mo la gente crea significados e identi- dades en sus vidas, por ejemplo, mediante la improvisaci·n de historias, o el relato de un . diario personal.

Narrar es un rasgo constitutivo de la vida social que no se impone sobre la misma, sino que la vida social se hace narr§ndose. De ah² que sea importante entender que los informantes ajustan sus narraciones a su sensibilidad y sentido de la identidad y las relaciones sociales, y, por ello, modelan la realidad encaj§ndola en esas historias.

El m§ximo acierto consiste en que este proceso de di§logo, reflexividad y transvaloraci·n no se mueve s·lo entre datos e interpretaciones, sino que aporta criterios para maximizar las posibilidades de acuerdo intersubjetivo y, puesto que ya no se busca una garan¼a de verdad, se constituyen las bases est®ticas para establecer criterios de relevancia y de gusto perso- nales. Y as² concluye en Lije History among the elderly: Performance, Visibility, and Re111e111beri11g (1982):

Page 44: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

71

en este punto, donde conviene que la sensibilidad antropol·gica ayude. a salir de ciertos cri- terios de convenci·n y autenticidad para abrirse a nuevas v²as de acci·n que ayuden. a ver que la cultura y la etnicidad chicanas no son un simple referente de lo e~pa¶ol, .~exicano:Ŀ anglo o caribe¶o, ni supone lealtades ling¿²sticas y liter.arias un²vocas, m son _bdmg¿es m biculturales. Son interling¿es e interculturales con capacidad para. cr~ar un realidad c~ltural propia en el flujo amplio de una transculturalidad mayor const1tu1_da hoy p~r el sistema mundo. àEn qu® aspectos cabe fijarse? Es f§cil pensar en las expresiones est®ticas como e) arte pict·rico mural, la literatura y la cinematograf²a. Pero no basta pen~ar en ~sto por~ue ah² tambi®n act¼a lo can·nico. No s·lo existen los prejuicios antropol·gicos, smo tambi®n Jos estereotipos culturales basados en un entramado de razones e int~re~es cultu~~es .Å pol²- ticos e intelectuales que, por su consistencia, resultan a vece~ m§s diff~1les de dirimir. Por ejemplo, los prejuicios derivados de intelectuales como ?cta~10 Paz quien por entender que este colectivo olvida su mexicanidad, les acusa de malinchismo cultural, o el peso de las editoriales anglos y chicanas que publican siempre y cuando los esc?t~res chicanos ~an- tengan ciertos criterios esenciales de lo chicano, o que expresen el M?vm1:1ent?. En definitiva, toda una chicanesca, que como define Lorneli en Chicano Perspectives m L1te:ature (_1976) en relaci·n con 'la literatura, quiere ser una representaci·n perfecta de un ambiente chicano, bien cercano a lo que se hab²a entendido como descripci·n realista en e_tnograff.a. . Lo relevante en cualquier caso no es tanto la cultura que esta expresi·n escnta _re~eJa,

sino la capacidad para crear un mundo propio, indicativo, por una parte, de la vitalidad cultural, y, por otra, de c·mo se organizan y orientan las formas de pensar y ser de este co- lectivo diverso llamado cultura chicana. .

Pero veamos, por ¼ltimo, alg¼n aspecto m§s relativo a los efectos de_ la transvalorac1?n en cuanto ®sta contribuye tambi®n a Ja sensibilidad etnogr§fica e~ l~ medida en que permite advertir un buen n¼mero de incongruencias derivadas de esencializar y problemauzar. ex- clusivamente. ' . Ŀ al

As², por ejemplo, es bastante dificil que en ~spa¶a, al~nos pol²ticos e mte~ectu e.~ entiendan que en el suroeste de Norteam®rica los hispanos o c~1c~no~ h~blen y escriban ~as1 0 s·lo en ingl®s. Unos ven ah² toda suerte de imposici~nes as²m²²ac²on²stas, pero, tambi®n, una falta de resistencia muy grande motivada por rrul razones: leyenda n~gra, falta de consciencia ®tnica, una pol²tica ling¿²stica desacertada, entre otras. En camb1~, les P:U-ece absurdo que las etnicidades hist·ricas de su propio pa²s resuelvan hacer mmer~1ones ling¿²sticas en .lengua vern§cula porque esto va en detrimento de la sa.lud del espanol. Y otros, en este caso las comunidades hist·ricas, operan de forma. semejante pero al rev®s cuando no reconocen como literatura propia aquella que se escnbe en. cas~ellano, 1? cual tiene implicaciones negativas no s·lo en la selecci~n ~e lo_ que se publ~c~ smo tambi®~ en lo que se premia y adquiere valor can·nico en la d1stnbuc1·!1 del prestigio Y la educaci·n. Unos y otrosno se dan cuenta de la contradicci·n en la que mcurr~n por no tr~ns;al~rar su comprensi·n en ambas situaciones. y para cei:rar e_l c²rculo d~ la~ m~ongruencias. _rruentras cr²ticas y contracrfticas circulan en ambas direcciones, las m~tituciones acad®1_111cas Y la prensa muestran toda clase de anuncios que avisan de la nece~1dad de aprender ingl®s. Por ejemplo: çDe cada diez personas que triunfan, nueve hablan el ingl®s correctamenteè. Cuan- do llega el verano, todos los que pueden huyen a los cu~sos. de verano de foglatei:a Y USA, incluso los hijos de aquellos que critican la falta d~ ente?~ por parte de los chi.c~nos:

Afortunadamente, a pesar de verse sujeta a las 1mposi~1ones del can.o~, la originalidad y la calidad literarias de los chicanos son el mejor ariete y aliado de la etm,c1dad.para romper limitaciones Y. fronteras m§s all§ del mainstream. De_ ah² ~ace _una magn²fica ltteratura que intenta superar reduccionismos culturales en cualquier .d1Tecc1·n y no busca m§s soporte que toda Ja expresividad que permite la capacidad creativa humanayara c~ntrastar Y ~om- binar sus tradiciones con la cultura universal. Con ello, la culturalidad chicana se asienta sobre un patrimonio cuyo poder yace en ampliar la perspectiva de considerar las cosas Y las

70

As² pues, en general, la historia y el discurso desde los cuales se propone el an§lisis de la cultura chicana remite a la situaci·n de dominaci·n ejercida por el poder polftico y la ideolog²a angloamericana. De ello derivan dos escenarios: una cultura chicana marginal constituida en resistencias in¼tiles, reivindicaciones permanentes nutridas de la inmigraci·n, y una etnicidad chicana asimilada, aunque sea de modo parcial.Y aun as² se oyen voces en la direcci·n de que la ideolog²a chicana ha terminado y con ello repeticiones de anta¶o sobre que los chicanos no han sabido desarrollar estrategias adecuadas de lucha y defensa de .~11

identidad ®tnica, y que, a pesar de protestas puntuales y resistencias continuadas, han sido asimilados culturalmente al mainstream. En definitiva, se-estudian m§s las razones del fraca- so del movimiento chicano que la producci·n cultural que este movimiento ha animado hasta hoy. Ŀ - .

Esta perspectiva act¼a en menoscabo o tiende a oscurecer otras formas de elaboraci·n cultural y ®tnica m§s creativas como la revitalizaci·n o los sincretismos innovadores. y es,

çEl resultado final de esta producci·n cultural es una voz colecĐva, popular, poderosa, que contiene las eternas cualidades de Jo Iolkl·rico.è

dificultad de definir lo chicano por la explotaci·n que se hace del estereotipo cultural en los escritos etnogr§ficos y la deformaci·n acad®mica que afecta incluso aquellos antrop®logos que, procediendo de la cultura chicana, escriben sobre s² mismos hasta el extremo de forzar la etnograf²a hasta la misma irrealidad. Son temas universales los aspectos ex·ticos del fata- lismo, el bandolerismo, el machismo, las mujeres recluidas o traidoras, los patrones desp·ticos y los pobres campesinos.

Pero de igual modo que se incurre en el error de querer ver Ja cultura hispana o chicana como un monolito del pasado ocurre cuando se describe como una realidad homog®nea del presente en t®rminos de problemas raciales y de marginalidad. As², en los numerosos art²cu- los que recoge Rosaldo los temas en su mayor²a refieren a problemas de la salud, la vejez, la victimizaci·n de la mujer, el trabajo a destajo, y las dificultades ling¿²sticas y laborales. Triste perspectiva que nos obliga a preguntamos cr²ticamente si esta forma de asociaci·n constante con la aculturaci·n, la asimilaci·n, la pobreza y la marginalidad no es una forma secundaria de alienaci·n cultural. àNo ten²an noticia, no les interesa. o no eran capaces de ver los antrop·logos en estos colectivos chicanos elementos de creatividad o la dinamiza- ci·n de una forma m§s innovadora de constituirse ®tnicamente? àC·m~ es posible que despu®s de una convivencia hist·rica y cultural de tantos siglos no se pusiera de manifiesto la creatividad, interculturalidad o la innovacion sint®tica?

En este punto, cabr²a considerar que el discurso del postmodemismo al auspiciar la cr²tica antropol·gica respecto al control de las ret·ricas ser²a m§s sensible e innovador res- pecto a los convencionalismos etnogr§ficos. Sin embargo, no es as² y justamente en el libro program§tico del postmodemismo antropol·gico Ret·ricas de la antropologta (1991) se en- cuentra un art²culo de Fischer sobre çEl etnicismo y las artes postmodernas de la memoriaè, en el que trata conjuntamente la autobiograf²a ®tnica de las literatura chicana, negra e irlandesa.

Partiendo de forma sugerente que el etnicismo es algo reinventado y reinterpretado, en definitiva, es dinamismo puro, un proceso imparable de interacciones y de referencias m¼l- tiples entre dos o m§s tradiciones culturales, este autor nos sorprende con la incoherencia de sus conclusiones en la que nos dice que los autores chicanos que usan indistintamente -Y en combinaci·n ingl®s y espa¶ol son indefectiblemente biling¿es. Y, en poderosa contra- dicci·n con la propuesta de apertura hacia el dinamismo puro de la creatividad y la.innovaci·n ®tnicas, de la cual la literatura chicana es una obra monumental por la expresividad del intcrling¿ismo en tocia clase de interferencias y alternancias ling¿²sticas y discursivas, con- cluye sencillamente:

Page 45: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

73

En principio, la observaci·n participante no deber²a gu~rda: relaci·n ".Ün la natural~za cualitativa 0 cuantitativa de una investigaci·n o de una aph~ac1·n cualquiera ". La relaci·n entre los sujetos de la observaci·n es cuesti·n distinta del upo de dato obtenido Y de ~u tratamiento y an§lisis; no obstante, la tradici·n y la praxis nos muestran que su trayectona ha transcurrido de forma pareja, e, incluso, integrada. . Habr§ que profundizar, pues, en desvelar las claves por las c~al~s la ob.serva:16n

participante se ha encuadrado en el paradigma de la metodolog²a cualitativa. La investiga- ci·n cualitativa (.ANauERA, en prensa), .en efecto, ha sido considerada desde el rango de paradigma en sentido kuhniano, cuyo punto b§sico .de partida es el .de~arrollo de c.onceptos y teor²as derivados de los datos. Precisamente este inter®s por l~s significados sociales Y la insistencia en que tales significados s·lo pued~n ser examm~dos en el contexto de la interacci·n de los individuos es lo que caractenza a este paradigma (F1LSTEAD, 1986~. Erickson (1977) dice textualmente que çlo que la investigaci·n.c~alitativa ?ace mejor

y m§s esencialmente es describir incidentes clave en t®nnino~ descriptivos ~unc1onalmente relevantes y situarlos en. una cierta relaci·n con el m.§s ampho conte~to .s~cial, empleando el incidente clave como un ejemplo concreto del funcionamiento de pnncipios abstractos de organizaci·n socialè (p. 61). .

Son innumerables las discusiones y pol®micas que pueden desprenderse de estas P.ala- bras, y de forma especial la detecci·n y plasmaci·n de incidentes clave en t®rminos

5.2.1 Pe¶d

5.2 ENCLAVE EN LA METODOLOGĉA CUALITATIVA

Å En metodolog²a observacional, uno de los criterios taxon·micos b§sicos para enmarcar

un estudio es el nivel de participaci·n entre observador y observado. . . . La observaci·n participante se caracteriza por la existencia de un conocnmento previo

entre ambos y una çpermisividad en el intercambioè establecido, lo cual da lugar Û.una iniciativa por parte de cada uno de ellos en su interrelaci·n con el otro. El o?s.ervado puede dirigirse al observador, y el observador se dirige al observa~~ en .una posici·n de mayor çcercan²a psicol·gicaè que con un nivel bajo o nulo de participaci·n .

5.1 CONCEPTUALIZACIčN

Mar²a Teresa Anguera Argilaga

5. La observaci·n participante

Å Å Å Å Å Å Å Å Å Å Å Å Å Å Å Å 72

BAKHTlN, M. (1981). The Dialogical Imagination. GAD,\MER, H. (1978). Verdad y M®todo. F1sc11ER, M. (1991). El etnicismo y las artes postmodernas de Ja memoria. En J. Clifford &

G. Marcus (cds.) Ret·ricas de la antropologia. . LoMELI, F. & URIOSTE, D. (1976). Cf1ica110 Perspectives in Literature. A critical and A1111oted Bibliography.

MALINOWSKI, B. (1948). U11a teorta cient²fica de la cultura. MYERJJOFF, B. (1974). Peyote Hunt. MYERIJOFF, D. (1979). Number Our Days. MYERHOFF, B. (1982). Lije History a111011g the elderly: Performance, Yisibility, arul Remembering.

QUJNE, W. (1963). From a Logical Point of Vieu1. . RosALDO, R. (1984). Chicano Studies, 1970-1984. En A1111ual Review of Anthrapology. RosALDO, R. (1989). Culture and Truth. . . Sc110Lrn, B. (1974). Toward a Reflcxive and Critica) Anthropology. En D. Hymes (cd.) Reiuventing Authropology.

SPINDLER. G. & SPINDLER, L. (1983). American Culture. En Amzual Review of Anthropology . Toconov, T. (1988). Cruce de culturas y Mestizaje Cultural. TYLER, S. (1991). Etnograf²a postmoderna: desde el documento de lo oculto al oculto docu- mento. En J. Clifford & G. Marcus (eds.), Ret·ricas de la Antropolog²a.

WAGNER, R. (1977). Culture as Creativity. En. J. Dolgin et al. (eds.) Symbolic Anthropologv. W1mE, L. (1938). Sciencc is çSciencingè. Phylosophy of Science, 5.

lllBLIOGRAFĉA

En este sentido es de gran inter®s el proyecto postmodemo de romper con una Antro- polog²a de ajuste entre conceptos y realidades fijas, en la cual todo era apariencia de sentido y orden, incluso en relaci·n con aquellos acontecimientos que se defin²an como conflicto y crisis. No cabe duda que estos ejercicios intelectuales y experimentales contribuyen a incrementar nuestra sensibilidad para reconocer las implicaciones de la cultura acad®mica y la propia y por ello dejar de ser un portador inconsciente de sus significados expl²citos e impl²citos, y, m§s concretamente, Ja apertura est®tica para aprender a apreciar con nuevos ojos lo habitual y sabido de las otras culturas desarrollando una reflexividad a trav®s de la cual generamos consciencia de nosotros mismos en la medidaen que vemos nuestras accio- nes y las de los otros, as² como la propia subjetividad y la de los informantes s.e 'enlazan en el proceso de interpretaci·n. De ello derivan virtualidades cognitivas y sensoriales que son de gran inter®s en el di§logo metodol·gico que nos proponemos para mejorar nuestras antropologias.

çEn cada particularidad, tanto si es hist·rica o mitol·gica como si procede de una f§bula o ha sido inventada de manera m§s o menos arbitraria, se ver§ cada vez m§s brillar y transparentarse lo universal a trav®s del car§cter nacional e individual ...

acciones como realidades exclusivas y particulares para abrirse en la direcci·n de un sentido m§s universal. Es decir, la particularidad propia no produce m§s particularidad, sino m§s universalidad.

Ciertamente, esto puede ser terrible para un pol²tico o un etnicista, pero humanamente es una maravilla, como as² nos ense¶a Goethc citado en Todorov (²dem 1988):

Page 46: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

75

Es indudable la existencia de caracter²sticas diferenciales de la perspectiva cualitativa (.ANouERA, en prensa) en la que se enmarca la observaci·n participante. £stas. constituyen un marco de referencia que en mayor o menor medida son tenidos en cuenta en las diversas situaciones en que resulta de aplicaci·n.

Como axiomas comunes podemos se¶alar los siguientes (GUBA & LtNCOLN, 1985): a) Concepci·n m¼ltiple de la realidad. Existen muchas realidades que no pueden ser

consideradas de_forma unitaria, por lo que cabe una diversificaci·n en la interpretaci·n de dicha realidad. Son diversas las facetas que se pueden estar considerando.

b) El principal objetivo cient²fico ser§ la comprensi·n de los fen·menos. Se pretende llegar a captar las relacionesĿ internas existentes, indagando en la intencionalidad de las acciones, sin permanecer ¼nica.mente en la capa externa al§ que parece propicia la descripci·n de los fen·menos.

e) Se interrelacionan el investigador y el objeto de la investigaci·n, de forma tal que se influyen mutuamente.

d) Se pretende un conocimiento deĿ car§cter idiogr§fico, de descripci·n de casos indi- viduales. La investigaci·n cualitativa no pretende llegar a abstracciones universales, y de ah² que abogue por el estudio de casos en profundidad, que luego se comparar§n con otros, con el fin de hallar regularidades y generar redes. Se pretende averiguar lo que es ¼nico y espe- c²fico en un contexto determinado y lo que es generalizable a otras situaciones .

e) La simultaneidad de los fen·menos e interacciones mutuas en el hecho educativo hace imposible distinguir las causas de los efectos. j) Los valores est§n impl²citos en la investigaci·n, reflej§ndose en las preferencias por

un paradigma, elecci·n de una teor²a, etc. Como consecuencia de los principios inspiradores indicados se derivan una serie de

caracter²sticas que concretan los rasgos diferenciales que los identifican, y que, seg¼n sea la t®cnica concreta de recogida de informaci·n se manifiestan de forma m§s o menos acu- sada. Precisamente es en la observaci·n participante donde adquieren una especial relevancia que justifica el enclave de ®sta en la metodolog(a cualitativa y, en consecuencia, la raz·n ¼ltima del porqu® la tradici·n y la praxis han llevado a considerar la observaci·n partici- pante bajo la cobertura de la metodolog²a cualitativa.

Las principales caracter²sticas son las siguientes: a) La fuente principal y directa de los datos son las situaciones naturales. Ning¼n fen·-

meno puede ser entendido fuera de sus referencias espacio-temporales y de su contexto. b) El investigador se convierte en el principal çinstrumentoè de recogida de datos, en

el sentido de actor del proceso que implica la captaci·n de la realidad, y con la capacidad para aportar datos tan fiables como los generados por medios m§s objetivos. Entre las prin- cipales ventajas que ello reporta, destacan:

Å Su adaptabilidad. para registrar informaci·n simult§nea sobre m¼ltiples factores y a varios niveles.

Å Visi·n hol²st²ca, es decir, capacidad para captar el contexto de forma global. Å Mayor amplitud de conocimientos. Å Posibilidad de explorar respuestas at²picas e idiosincr§sicas, las cuales son dif²ciles

5.2.2 Principios inspiradores

titativo de las operaciones a realizar, pero a nuestro juicio es secundario, a pesar de que tenga su importancia. La naturaleza del dato de partida -registro observacional- la vamos a considerar constitutiva para la caracter²zacion de la metodolog(a seguida, aunque no todos los autores est§n de acuerdo con esta consideraci·n.

'I

74

descript!vos, as² como el situarlos en una cierta relaci§n con el m§s amplio contexto social. àEs posible esta contextualizaci·n si existe un radical desconocimiento entre observador y observado? àC·m? se lo~ra. sin caer en una mera praxis acient²fica y exenta de rigor? àEs que la metodolog²a cualitativa debe quedar proscrita a un mero estudio exploratorio? ĿSe trata de una etiqueta con connotaciones de ¼nica verdad para algunos y peyorativas para otros? .La metodolog²~ cualitativa parte de unos supuestos, y se delimita a partir de unas de-

temuna~asĿ caractcrtsucas, que son las que la configuran, por lo que no cabe atribuirle valorac1o~es ~n ning¼n s~ntid?. M®todo o metodolog²a significa çcamino para.è, y su encua- dre en el §mbito .de las Ciencias del Comportamiento o de las Ciencias Sociales lo acota en cuanto al c?ntemdo y, por .consiguiente Å. delimita las cuestiones sustantivas a las que puede r de~e aplicarse:. En ocasiones cab~ una opci·n en cuanto al reduccionismo inicial que 1mp~1ca la obtenci·n del dato (por ejemplo, en psicolog²a deportiva, Ja transcripci·n de un p~d~ de hockey o ?e un combate de judo, en los cuales es posible tanto una descripci·n ~nuc1osa de las acciones concretas en que se plasma la estrategia de juego, como un mero listado de longitudes de desplazamientos, tiempos, §ngulos, etc.); por el contrario: en otros casos ?Ü cabe otra v²a por la propia naturaleza de la situaci·n y el anclaje del marco te·rico (por ejemplo, el proceso de elaboraci·n del duelo por la muerte inesperada de un familiar cerc~no a trav®s de una intervenci·n psicoterap®utica). Desde un planteamiento paralelo propio d: la metodolo.gfa obsc~acional, en el primer caso la descripci·n minuciosa a la que nos referimos no requiere el atnbuto de participaci·n, mientras que en el segundo podr²amos afirmar que se reconuenda. .. En el fondo s~ tr~ta de un pro~lema de operativizaci·n, o, lo que es lo mismo, de çlicitudè del reducc.1omsmo que permitir§ seleccionar la informaci·n considerada relevante, y como c~nsecuenc.1a recoger los datos de una u otra forma. £ste es el n¼cleo del problema, Y la cuesti·n esencial en torno a la c~al se conforman las actitudes a favor o en contra, y, por tanto, dand~ lugar ~ la. vertebraci·n de una metodolog²a cualitativa o cuantitativa. . . La e~trat~gia 9ue inspira la metodolog²a cualitativa (.ANGUERA, en prensa) implica un ~nt:rcam~10 din§mico entre la teor²a, los conceptos y los datos con retroinformaci·n e 1~c1d~nc1a constante de los datos recogidos. En muchas ocasiones, adem§s, el marco te·rico, si existe, se. halla sumam~nte debilitado (por la falta de comprobaci·n emp²rica de sus postulados; srn que por realizar dicha afirmaci·n se nos pueda acusar de reduccionismo), por lo que actua. d~ mane~a ~uramente referencial, a modo de metateor²a, De ah² que se afirme que el parad1g1?a cualitativo se ha caracterizado por una preocupaci·n por el descubrimiento de la t~or²a mas que por el de su comprobaci·n; de igual forma, en la observaci·n partidĿ pante interesa m§s el proceso que el producto, y, por tanto, la propia din§mica establccidu entre ob~ervador Y observado, que el registro neutro en donde no interesa el observador como sujeto.

Las situacione~ problema no plantean un necesario cumplimiento de requisitos, a menos que en su forn:ulac1~n q~cde exp.l²cita la opcrativizaci·n que conlleve a iniciar y proseguir el pr?ceso de mv~st1gac1·n mediante una metodolog²a cuantitativa; si nos planteamos 1111 cstu?10 relativo a llempo_s de re~cc.i·n ante determinado est²mulo es indudable que 110 resulta pertinente la mcto?olog1a cuaht~~1va, pero. en c~i;ibio es indiscutible en una investigaci·n s?brc pautns. de enanza de los hijos, o de irrupcron de sujetos extra¶os en conducta coum- mcativa, o en el an§lisis de redes de apoyo social en tercera edad. . ~~ mati~a~i·n que acabamos de realizar tiene una enorme trascedencia posterionuente.

La inicial .dcc1s1·n sobre la selecci·n de determinada informaci·n entresacada del cntrnuuuln que .c?nshtuye. el problema va a conformar una trayectoria correspondiente a la observaci·n ~art~c1pantc, siendo ®ste unĿ rasgo relevante del perfil caracter²stico de la metodolog²a cua litativa.

Incluso es posible que en fases posteriores predomine el ca~§cter cualitativo 0 ,.11,111

Page 47: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

77

'El control interno significa la existencia de dominio sobre la situaci·n, y, por consiguiente. nivel de intervenci·n o de mempolabllidad, Este criterio es precisamente el que. permite diferenciar entre sf las tres metodolog!as b§sicas observacional, selectiva y experimental (ARNAU, ANGUERA & G·MEZ, 1990), que se disponen ocupando tres tramos contiguos en un çcontinuumè definido por dicho criterio.

5.3.J.2 Observaci·n participante propiamente dicha Se da un tipo especial de interrelaci·n entre observador y observado. Por lo que se refiere al observador, cabe distinguir entre la figura del investigador que

inspira y planifica el estudio, y el mero observador que efect¼a el registro de las sesiones de observaci·n, aunque es cierto que en ocasiones una misma persona a¼na los dos roles. En el primer caso, es decir, qui®n planifica las fases y actividades de que consta el estudio, debe partir de la base de que se trata de una metodolog²a no interventiva, y por consiguiente no reactiva (WEBB, CAMPBE.U., ScHWARTZ, SECHREST & GROVE, 1981), lo cual implica un grado de control interno' m²nimo o nulo.

La observaci§n participante propiamente dicha consiste en un proceso caracterizado, por parte del investigador, como una forma çconsciente y sistem§tica de compartir, en todo lo que le permitan las circunstancias, las actividades de la vida, y, en ocasiones, los intereses y afectos de un grupo de personas. Su prop·sito es la obtenci·n de datos acerca de la con- ducta a trav®s de un contacto directo y en t®rminos de situaciones especfficas en las cuales sea m²nima la distorsi·n producida en los resultados a causa del efecto del investigador como agente exteriorè (l<LUCKHOLM, 1940, p. 331). Es relativamente frecuente que una ob- servaci·n que inicialmente es no participante, con el transcurso del tiempo se vayan conociendo observador y observado y se transforme en observaci·n participante. Aunque tradicionalmente se ha favorecido desde diversos §mbitos (Etnograf²a, So-

ciolog²a, Pedagog²a, Antropolog²a, ... ), resaltando como aspecto positivo el de una mejor comprensi·n del comportamiento estudiado y la mejor accesibilidad a los sujetos observa- dos, encierrael grave peligro de la subjetividad, atribuyendo al(a los) sujeto(s) observado(s) sus propios se~timientos o prejuicios.

5.3.1.3 PartU:ipaci·n-observaci·n Resulta de una intensificaci·n de la observaci·n participante, cuando un miembro de

un grupo adquiere la cualidad de observador de otro(s) perteneciente(s) a un grupo natural de sujetos, como d²ada madre-hijo, o con una relaci·n interactiva continuada, como profe- sor-alumno, etc., y aunque implica un posible sesgo de expectativa, disminuye el de reactividad y aumenta la accesibilidad del sujeto, y por consiguiente Ja viabilidad del estudio, pues no hay que olvidar que en metodolog²a observacional es frecuente el grave problema de falta de acceso al sujeto observado durante todo el tiempo necesario.

Existen notables diferencias entre el papel del observador participante y del participan- te-observador (BABCHUK, 1962), referidas, especialmente, a la tarea a realizar, donde el participante-observador tiene mayor libertad de movimientos, pudi®ndose relacionar con todas las personas de su grupo en sus propios niveles. El significado de ciertos compor- tamientos escapa siempre, al menos en parte, a los que observan desde fuera, mientras que la observaci·n en el propio grupo ofrece, adem§s de la mayor posibilidad de acceso, garant²a de logro de mayor volumen de informaci·n.

al sujeto observado (as², en el patio de una escuela se puede observar al çni¶o del chandal azulè, o en una competici·n deportiva al integrante del equipo que en su camiseta figura el 9), y el observado en ning¼n momento se dirige al observador como inicio de conducta interactiva, o, si lo- hace, no sobrepasa en intensidad la forma como se dirigir²a casualmente a cualquier sujeto extra¶o,

16

5.3 çCONTINUUM,. PARTICIPATIVO

S.3.1 Niveles de participaci·n

La caracter²stica m§s relevante de Ja obs Ŀ · d. taneidad del sujeto observado, por lo que la e~~~~i nac:~~c~e~ la preservaci·n d~ la cspon- corre el riesgo de vulnerarla. La multi licida~ d p . observador en Û.lgun scnll~lo considerar la participaci·n como una !mensi·n ~umallc: };~Jde aqu² se derivan pernnte riable, y que posee los lfmites l·gicos de m²nima ye !~ime a carargsaepsarta~r~da _de forma va

icrpauva: 5.3.1.l ¦bservaci®n no participante

El observador act¼a de forma claramente neutra sin qu Ŀ Ŀ . Ŀ Ŀ Å e ru siquiera se precise co111K'C'r

de captar ~·or medios ordinarios, y tienen una enorme relevancia para lograr una m§s ·ptima comprenst n.

e) !~corporaci·n del conocimiento ¦icito, es decir el corres ndiente a Ŀ Ŀ Ŀ aprehensiones o sentimientos que no se expresan de form' a li g¿f t~ rntu²ciones, a as t Ŀ Ŀ d , n u s rea pero que se refieren P: os conoci os dealg¿n modo. Muchos de tos matices de la realidad s·lo pueden

ctJ_aptad os por esta v²a, a ~a vez que muchas de las interacciones entre investigador e invesse~ ga o ocurren en este nivel. d! Aplicaci·n de t®cnicas de recogida de datos abiertas por ada tars Ŀ 1 Ŀ

fluencias mutuas ~ ser ~n§s sensibles para detectar parrones, de comp~rta~i:~~or a as m- bl -~) Mues~eo .mtenc1onnl. L~ selecci·n de la muestra no pretende representar. a una po- aci n con e objeto de gencrahtar los _resultados, sino que se propone ampliar el abanico ~ ~~ti~gol de lol~ddadtos tanto como sea posible, a fin de obtener la m§xima informaci·n de las u P es rea 1 a es que pueden ser descubiertas. Ŀ Ŀ Ŀ !) An§lisis inductivo de los datos. Ello i~plica _una primera descripci·n de las situacio-

~es d~ z: u~o de los casos. o eventos estudiados, con el fin de detectar progresivamente exts encra e unas regulandades entre ellos que constituyen la base 0 enne d futura teor²a adecuadaa las condiciones y valores locales. . g n e una 8). La _teor²a se g~n~ra a partir de los datos de una realidad concreta, no artiendo de

generalizaciones ça pnonè, Autores relevantes como Goetz y Le Compte (1988p) d fi 1 leona como: e nen a

: ~~ner~tiva, por preocuparse por el descubrimiento de constructos y proposicionesĿ id I~ uctidva, pues las. teor²as. se desarrollan desde abajo, a trav®s de la interconexi·n de evr encias y atos recogidos; Ŀ

1 bÅ cons~· ctivda, da~o ~ue las unidades de an§lisis comienzan a aparecer en el curso de a o servaci n y escripci®n; arti Å. subjetiv~_entendido como el propes²to de reconstruir categor²as espec²ficas que los P ~'f ~1t~Ŀ u 1z: P~ con~pt~alizar sus propias experiencias y su visi·n de Ja realidad '. ²se¶o e la 1_nvest1_gac1_·n es emergente y en cascada, ya que se va eleborando

Û mc?tda q~e avanza_ la ²nvcstigaci·n. La situaci·n generadora del problema da Ju ar a un cuesuonam²ento continuado y a una reformulaci·n constante en funci·n de la inco g '· de nuevos dato~. Esta. filosof²a de çdise¶os no est§ndarè flexlbiliza el estudio d.e foZ~~~:ir~ ~s~i~i~:árop~~rea~dad y l?s datos_q1~ se obti~nen, lo cual le aporta infinito n¼mero de

es,- . em s, este tipo de dise¶os pernute una adecuaci·n a las m¼lti les rcnlidu- d~s, a los ~ontextos espec²ficos y a las interacciones entre Invest² d p d1se¶? previo prefijado relegar²a la realidad v²venc²a². rga or y contexto. 1111 . 1) La .metodolog²a c~alitativa se plantea criterios de validez espec²ficos utilizando I(! . meas propias que garantizan la credibilidad de los resultados. ' 1

Page 48: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

79

'Mientras no se especifique lo contrario, con el t®rmino çobservaci·n participanteè nos referiremos siempre a la observaci·n participante directa.

S.3.2.2 Observaci·n participante indirecta

En el an§lisis de la realidad social ocupan un papel relevante las conductas verbales del sujeto. Es innegable que, como ser social por naturaleza, la comunicaci·n humana se realiza predominantemente mediante la conducta verbal, aunque sea igualmente cierto que en la mayor²a de los casos se completa y/o modula en virtud de que act¼an otros niveles de res- puesta, especialmente el vocal y el no verbal. La conducta verbal ofrece la posibilidad de ser analizada desde una doble perspectiva .

Por una parte, es perfectamente susceptible de observaci·n directa, sola o complementada con otros niveles de respuesta; pero, por otra, se abre lentamente un nuevo horizonte de posibilidades si tenemos en cuenta que adem§s de ser directamente perceptible puede serlo tambi®n indirectamente, dado que Ja interpretaci·n de çlo habladoè puede tener diversos sentidos en funci·n del contexto, del sujeto emisor, del sujeto receptor, de ambos, ... Es ob- vio, adem§s, que la conducta verbal se puede grabar y transcribir, con lo que adopta la forma de material documental . La observaci·n participante indirecta, muy cuestionada desde diversos §ngulos, im-

plica Ja existencia de conductas encubiertas que requerir§n una inferencia y, por tanto, una carga interpretativa que puede redundar en detrimento y menoscabo de la objetividad requerida en toda metodolog²a cient²fica. De ah² los recelos que inspira y su car§cter un tanto ambiguo a Ja hora de considerar su inclusi·n.2 Sin embargo, y como se indic· anteriormente, en los ¼ltimos a¶os se ha avanzado considerablemente en este sentido, y el estudio de los procesos cognitivos superiores ha impulsado a empujar los l²mites que la circundan. En la actualidad, por ejemplo, se est§ trabajando en indicadores externos de la conducta intencional de los ni¶os y en autoinformes. Adem§s, es muy posible que Ja mejora de las t®cnicas que permiten su estudio riguroso contribuya a su progresiva consolidaci·n. Forman parte de la observaci·n indirecta (ANGUERA, 1988), entre otras posibilidades,

ciones ficticias mediante diversos procesos cognitivos (intelectivos, mnem·nicos o imagina- tivos). Pero, àqu® conductas del §mbito cl²nico, escolar, etol·gico, etc., comportan una percep-

ci·n de la realidad desde la perspectiva de la observaci·n participante? En primer lugar, para hacer viable la recogida de datos, tendr§ que desencadenarse el correspondiente proceso representacional, que proporciona un retrato de la realidad-seg¼n Bernard (1976, p. 41), çel observador debe ser como el fot·grafo de los fen®menosè-, y para el cual se precisa del mecanismo representac²onal, que act¼a selectivamente e implica tanto aspectos org§nicos (cada individuo, ya que sus representaciones son puras y totalmente propias, y no pueden ser experienciadas por otra persona) como inorg§nicos (mecanismos aut·nomos de registro), y se manifiesta mediante signos de diverso orden (sensaciones, elementos convencionales, etc.) que, en cualquier caso, estar§n insertos en un contexto de representaci·n que fijar,§ las dimensiones b§sicas espacio-temporales, etc.

El problema y consiguiente pregunta que ello sugiere es: àC·mo podr²a obtenerse informaci·n sobre conductas en el aula, hospital, despacho de un terapeuta, etc., de las que todav²a no se posee ning¼n conocimiento? Mediante un mecanismo org§nico deber§ desen- cadenarse adaptativamente la sucesi·n de cambios necesarios a Jo largo de un proceso de desarrollo que permitir§ la representaci·n del correspondiente segmento de Ja realidad y enlazar§ con el planteamiento inductivo o deductivo de la investigaci·n, que implica. res- pectivamente, la ausencia o presencia de un conocimiento previo, y permitir§ adoptar la decisi·n acerca de cu§ndo pueden o deben formularse hip·tesis en un estudio observacional.

Å Å Å Å

Å Å

Å

., J .r ÅÅ '1

Å Å Å Å Å Å Å Å Å Å

78

5.3.2.l Observaci®n participante directa

Corresponde a un objeto de observaci·n formado por conductas manifiestas, y, por tanto, susceptibles de ser percibidas a trav®s de nuestros ·rganos sensoriales. Se trata de un proceso que se inici· con la percepci·n de un evento y/o conducta y/o situaci·n que dio lugar a un registro determinado, con la ¼nica excepci·n de material textual, o, del que no si®ndolo inicialmente, despu®s es analizado como texto o documento.

Seg¼n Longabaugh ( 1980), es observable la conducta que, si ocurre en presencia de otro sujeto, tiene la capacidad de actuar como est²mulo para dicho sujeto, el cual puede obtener de ella un registro de conducta. Para Mucchielli (1974, p. 6), çobservar es en primer lugar percibirè, por lo que la percepci·n se constituye en elemento b§sico de la observaci·n al existir verdaderamente un mundo externo y objetivo con propiedades reales, abstractas, u otras, que pueden ser experieeciadas en virtud de la percepci·n m§s que como construc-

Independientemente del nivel participativo en <!,lle nos situemos, aunque no se puede negar su repercusi·n diferencial, hay que distinguir entre dos tipos de observaci·n, en general, y espec²ficamente, de observaci·n participante: .

5.3.2 Tipos de participaci·n

5.3.1.4 Autoobservaci§n

En el çcontinuumè indicado va reduci®ndose Ja distancia entre observador y observado hasta llegar a Ja autoobscrvaci·n, en que coinciden en una misma persona. La autoobservaci·n implica el grado m§s elevado de participaci·n en la observaci·n, donde el observador es a la vez sujeto y objeto. Ŀ Ŀ Tradicionalmente se ha desatado una pol®mica sobre Ja autoobservaci·n, en la cual

act¼a un doble proceso consistente, por un lado, en atender deliberadamente a la propia conduela, y, por otro, en registrarla mediante alg¼n procedimiento previamente establecido. La autoobservaci·n se ha revelado especialmente indicada en el estudio de conductas que pertenecen a la esfera de Ja privacidad (por ejemplo, desavenencias familiares), las que resultan poco detectables a observadores externos (como sentimientos de timidez, agresividad controlada), conductas encubiertas (tomar decisiones, reflexionar sobre determinados argu- mentos) y aquellas conductas que se supone que est§n precedidas por reacciones internas o estados emocionales (como comportarse asertivamente, fumar, etc.) .. Hay que distinguir entre autoobservaci·n de conductas heteroobservables, en que se

puede contrastar con el registro de un observador que sea una tercera persona (por ejemplo, n¼mero de cigarrillos fumados en un per²odo de tiempo diario por. una persona que est§ siguiendo un programa de deshabituaci·n al h§bito de fumar), de autoobservaci·n introspectiva, que se refiere a vivencias expcricnciadas en primera persona (como terrores), y que presenta importantes riesgos, especialmente el de inferencia desmesurada y el de distorsi·n.

Como se¶ala Lieberman (1979), la autoobservaci·n e informe de un sujeto sobre sus sentimientos y pensamientos no deber²an diferir de la observaci·n externa de sus actividades motoras. El problema, en lo fundamental, est§ en que mientras el primer tipo de _compor- tamiento no siempre puede ser verificado independientemente, s² puede serlo el segundo. De aqu² que un reparo habitual hacia la autoobservaci·n se debe a las garant²as sobre la calidad del registro cuando se trata de eventos privados inobservables para otros sujetos. Ah² se podr²a oponer que el mundo privado es igualmente observable, aunque s·lo para una ¼nica persona; y ah² habr²a que tener presente que el individuo aprende a dar cuenta de su mundo privado seg¼n le ense¶a la comunidad a hacerlo.

Page 49: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

81

La descripci·n es la expresi·n verbal del contenido de la observaci·n y la primera tarea que debe llevar a cabo una ciencia. Pero es cierto que actuamos desde niveles de descripci·n diferentes cuando anotamos rigurosamente cada uno de los movimientos y sonidos emitidos por un reci®n nacido que cuando describimos globalmente lo ocurrido en una discusi·n pro- fesional.

Por otra parte, el registro es una çtranscripci·n de la representaci·n de la realidad por parte del observador mediante l§ utilizaci·n de c·digos determinados, y que se materializa en un soporte frsico que garantiza su prevalenciaè (ANGUERA, BEHAR, BLANCO, CARRERAS, LoSADA, QUERA & RlBA, 1993), aunque resulta evidente que dicha transcripci·n no es auto- m§tica, y habr§ que tomar diversas decisiones en su materializaci·n.

Uno de los elementos determinantes en estas decisiones y, en consecuencia, en la forma c·mo se lleva a cabo la captaci·n del significado es la adopci·n de un criterio-base (o varios) sobre' la segmentaci·n de la conducta y la demarcaci·n de sus unidades, la cual depende a su vez de la naturaleza de los par§metros del comportamiento que se poseen y de los fines espec²ficos de la investigaci·n, con lo que se establecer§ el car§cter predomi- nantemente molar, molecular o mixto del sistema taxon·mico, que est§ en estrecha relaci·n con un nivel elevado o pr§cticamente inexistente de abstracci·n, el inter®s por una taxonom²a predominantemente natural, estructural, o funcional y, de forrna relativamente m§s distante,

S.4.2 De la descr²pcl®n al registro

Jo cual se debe en parte al car§cter çblandoè que se les atribuye. La ausencia de procedi- mientos anal²ticos y sistem§ticos hace dif²cil la tarea en una investigaci·n cualitativa, en donde adem§s no tiene sentido la replicaci·n.

b) Requiere un gran volumen de trabajo. El analista cualitativo debe analizar y darle sentido a p§ginas y p§ginas de material que primero fue narrativo y despu®s descriptivo. Por ejemplo, un estudio que se realice en un centro hospitalario en donde se llevan a cabo treinta entrevistas a enfermos de c§ncer en fase terminal que son sabedores de su estado; las trans- cripciones var²an de 40 a 80 p§ginas por entrevista, lo cual da como resultado gran cantidad de material que hay que leer, organizar y sintetizar. La investigaci·n cualitativa implica una dedicaci·n considerable de tiempo, lo cual, combinado con el hecho de que las muestras son peque¶as, aumenta la dificultad, adem§s de que es costoso, y su generalizaci·n es limitada.

c) Es precisa una reduci·n de datos para la elaboraci·n del informe. Con frecuencia, los principales resultados de una investigaci·n cualitativa se pueden esquematizar en algunos cuadros; no obstante, si se sintetizan demasiado, se pierde la integridad del material narrativo de los datos originales: Comn consecuencia, es dif²cil presentar resultados de investigacio- nes cualitativas en un formato que sea compatible con las limitaciones de espacio de las publicaciones cient²ficas profesionales.

Si se dispone de una flexibilidad en los niveles descriptivos m§s adecuados, de forma que exista una gradaci·n continuada que incluya una gama de niveles descriptivos intermedios no situados en los extremos de posiciones bipolares, ser§ mayor el ajuste y la articulaci·n entre percepci·n e interpretaci·n, con lo cual resulta beneficiada la calidad del registro ob- servacional. Podr²a arg¿irse en contra que aumentar²a la complejidad en la codificaci·n y posterior an§lisis, pero ello puede solventarse adecuadamente si se hace uso adecuado de los par§metros observacionales establecidos y se lleva a cabo un tipo de an§lisis que se adec¼e a los datos recogidos.

En buena parte de los casos, la inclusi·n en un mismo registro de varios niveles des- criptivos dar(a .Iugar a Ja superposici·n de diversas unidades y cubrir el çcontinuurnè de conducta, lo cual permitir§. establecer una convergencia entre diferentes tipos de an§lisis (BLANCO, 1983).

80

La finalidad del tratamiento de datos, sin importar el tipo de datos que se tenga, es imponer algt²n orden en un gran volumen de informaci·n, asf como proceder a una reduc- ci·n de datos, de manera que sea posible obtener unos resultados y unas conclusiones, y que se puedan comunicar mediante el informe de investigaci·n.

Se detecta una cierta contradicci·n -al menos aparente- entre el hecho de que el inves- tigador cualitativo prefiere que la teor²a emerja de los propios datos, averiguando qu® esquemas de explicaci·n son empicados por las materias sometidas a estudio para proporcionar un sentido a la realidad con las que se encuentran, y, por otra parte, que para analizar la infor- maci·n se empleen procedimientos estad²sticos de diversa complejidad (Ruiz-Mx YA, MARTIN-PLIEGO, L·rtz, MoNTERO & UR1z, 1990). En consecuencia, es preciso esmerarse para resolver la cuesti·n sin desviarse de Ja filosof²a de referencia, pero con un m§ximo de rigor.

Esta tarea es un reto especialmente en la metodolog²a cualitativa en la que habitual- mente se ubica la observaci·n participante, y ello por tres principales razones:

a) No existen reglas sistem§ticas para el an§lisis y presentaci·n de datos cualitativos,

5.4.1 Exigencias metodol·gicas

5.4 TRA'l'AMIENTO DEL REGISTRO

las mencionadas a continuaci·n, en todas las cuales la originaria conducta verbal se ha trans- formado en material documental, motivo por el que le ser§n aplicables las mismas t®cnicas en cuanto al tratamiento cualitativo de datos:

a) Textos documentales obtenidos por la grabaci·n de la conducta verbal de un sujeto, y que pueden ser sometidos a un an§lisis de contenido, proceso que corre en paralelo con el de la observaci·n directa, pero con la diferencia fundamental -que constituye un indu- dable riesgo- de delimitaci·n de las unidades ling¿²sticas (sint§cticas, estructurales y tem§ticas) y su codificaci·n.

b) Los dalos verbales obtenidos oralmente mediante t®cnicas diversas (generalmente entrevistas) implican en parte una vuelta al introspeccionismo desde el momento en que el sujeto puede estar explicando sus vivencias en un momento determinado. Esta informaci·n, que corresponde a los informes verbales o protocolos, o an§lisis de tareas, puede ser igualmente susceptible de an§lisis de contenido, cada vez m§s sofisticados, e incluso contando con el prometedor apoyo de Ja teor²a de grafos. La principal dificultad sigue siendo de garant²a de validez. Ŀ

c) Los autoinformes, procedentes del registro propio de la autoobservaci·n, deben tambi®n incluirse en tanto en cuanto que se refieren a conductas -en su sentido m§s amplio-- no perceptibles por heteroobscrvadores (aunque en algunos casos en la autoobservaci®n se registre desde la observaci·n directa -por ejemplo, cigarrillos fumados en un per²odo de tiempo-, debiendo contemplarse como tal), y en donde se externaliza el lenguaje interno de diversas formas, algunas muy caracter²sticas, como los diarios (por ejemplo, el de sujetos anor®xicos) o cartas que dejaron escritas algunos .suicidas, y que igualmente deber§n someterse al an§lisis de contenido.

Finalmente, en la observaci·n participante indirecta se considera igualmente incluido un conjunto de materiales de registro que desde su origen adoptan una forma diversa, sean documentos escritos (entre los que se encuentran libros, publicaciones diarias y peri·dicas, series estad²sticas, diarios autobiogr§ficos, documentos hist·ricos, etc.) y -rnatcrla²es audiovisuales (como discos, pel²culas, fotograf²as, videos, etc.), y en donde ambos pueden ser tanto de car§cter privado como p¼blico. No obstante, seguiremos considerando como prototipo el material escrito textual.

Page 50: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

83

ANGUERA, M.T. (1985). Metodolog²a de la observaci§n en las Ciencias Humanas. Madrid: C§tedra (3. Å ed. revisada).

ANGuERA, M.T. (1988). Observaci§n en la escuela. Barcelona: Gra·. ANGUERA, M.T. (en prensa). Metodolog²a cualitativa. En M.R. Mart²nez Arias (Coord.) Metodolog²a de la investigaci·n en Ciencias del Comportamiento. Madrid: S²ntesis.

ANGUERA, M.T .Å BEHAR, J., BLANCO, A., CARRERAS, M.V., LOSADA, J.L., QUERA, v. & RmA, C. (1993). Glosario. En M.T. Anguera (Ed.) Metodolog²a observacional en la investi- gaci·n psicol§gica (pp. 587-617). Barcelona: P.P.U., Vol. Il.

BIBLIOGRAFĉA

La observaci·n participante conlleva una indudable complejidad en su conceptualizaci·n, desarrollo y uso. Su revisi·n es una tarea inacabada en nuestros d²as, y el movimiento pen- dular de encomio y descr®dito en que se halla es buena prueba de ello, dado que la adscripci·n m§s o menos r²gida a determinados planteamientos vigentes puntualmente en determinado momento le impide la necesaria perspectiva hist·rica que ofrezca una mayor angular para su profundizaci·n cr²tica.

5.6 CONCLUSIONES

Existe un buen n¼mero de detractores de la observaci·n participante, y no es casualidad que en buena medida ejerzan m§s o menos presi·n en funci·n del §mbito sustantivo en que se sit¼an. Ŀ

Los inconvenientes o dificultades que se arguyen con m§s contundencia son:

a) Subjetividad del observador, canalizada en funci·n de las caracter²sticas propias y las del(de los) sujeto(s) observado(s).

b) Posible. falta de espontaneidad. e) Tratamiento como caso ¼nico, lo cual incide sobre la individualizaci·n del observa-

dor y anulaci·n de la posibilidad de su sustituci·n por cualquier observador entrenado y adiestrado.

d) Peligros de sesgo (BEHAR & RIBA, 1993), tanto el correspondiente al observador (expectancia) como a la situaci·n de observaci·n (reactividad).

5.5.2 Inconvenientes

Son diversas, y generalmente se vinculan a la propia naturaleza de Ja situaci·n. No obs- tante, y en un intento por sistematizarlas (ANGUERA, 1985), podr²an se¶alarse las siguientes:

a) Facilita la çpercepci·nè, en cuanto resulta m§s viable de estudio el escenario social de las interrelaciones entre los miembros y la din§mica del grupo.

b) Desde un punto de vista psicol·gico, los sujetos observados van modificando y mo- dulando su propia actitud respecto al observador, al que acaban por aceptarlo e incluso a considerarlo como un miembro m§s del grupo.

c) Hay m§s situaciones de observaci·n con la necesaria viabilidad. d) Facilita el acceso a datos e informaciones restringidas.

5.5.1 Ventajas

5.5 UTILIZACIčN DE LA OBSERVACIčN PARTICIPANTE

82

5.4.3 Del registro a la codificaci·n

La fase emp²rica de la observaci·n participante se inicia desde el momento en que el observador empieza a acumular y clasificar informaci·n sobre eventos o conductas, con lo que posee unos datos provinientes de una traducci·n de la realidad, y que deber§ sistematizar progresivamente, pudi®ndolo hacer a lo largo de una gradaci·n con much²simos eslabones intermedios -desde Ja observaci·n pasiva a la activa-, los cuales suelen sucederse entre s², al menos parcialmente, a medida que avanza el conocimiento del observador acerca de las conductas estudiadas y se acrecienta su rodaje espec²fico.

Si se trabaja con notas de campo, transcripciones provenientes de entrevistas no estruc- turadas, documentos hist·ricos o alg¼n otro material cualitativo, una tarea determinante es la preparaci·n cuidadosa de la codificaci·n (STRAuss & CoRBIN, 1990) mediante Ja imposi- ci·n de alguna estructura en la mayor parte de la informaci·n. .

En primer lugar, al igual que en Jos estudios cuantitativos, es importante revisar que los datos est®n completos, que tengan buena calidad y que est®n en un formato que facilite su organizaci·n. Se debe confirmar que las transcripciones textuales en realidad lo sean, y que se hallen completas.

La principal tarea en la organizaci·n de los datos cualitativos procedentes de una obser- vaci·n participante es desarrollar un m®todo para indizar el material; por ejemplo, listados que relacionan los n¼meros de identificaci·n de materia con otros tipos de informaci·n, como fochas y lugares de la recogida de datos. Todo registro, por ajustarse al objetivo previamente delimitado, implica una selecci·n

de las conductas consideradas relevantes, y en base a sus caracter²sticas, a la t®cnica de registro elegida y a los recursos de que se dispone, deber§ escogerse un sistema (escrito, oral, mec§nico, autom§tico, ic·nico, etc.) que facilite su simplificaci·n y ahnaccnamiento.

Ahora bien, el plano en que se sit¼a el registro es pobre e insuficiente si pretendemos, como se indic· anteriormente, una elaboraci·n posterior -y tambi®n la cuantificaci·n- de In plasmaci·n de la conducta espont§nea mediante la observaci·n sistem§tica. Y de ah² In necesidad, mediante la codificaci·n, de construir y utilizar un sistema de s²mbolos - <111r pueden ser de muy diversos ·rdenes- que permita la obtenci·n de las medidas rc<1111ĿiidnĿ1 en cada caso, y que permitir§n un ulterior an§lisis.

con la superposici·n de niveles en la estructura de la conducta al puntualizar su disposici·n jer§rquica.

El tipo o modalidad de descripci§n repercute de forma determinante. No existe criterio un§nime en la literatura especializada, y se ha ido imponiendo el criterio de profesionales de diversos §mbitos (soci·logos, ct·logos, etc.). Desde una consideraci·n cercana al grado de implicaci·n del observador, se distingue entre descripci·n ®tica (HEADLAND, Pum & HARRJS, 1990), que tiene un indudable car§cter externo, objetivo y exhaustivo, haciendo referencia a categor²as previamente explicitadas en donde no act¼a una selecci·n de lo relevante y todos los detalles tienen igual importancia, y una descripci§n ®mica, que se sit¼a en un nivel de identificaci·n y precisi·n de las categor²as significantes para el sujeto, y que se lograrla intentando componer y relacionar las informaciones ®ticas extra²das por el observador.

Si se dispone de una flexibilidad en los niveles descriptivos m§s adecuados, de forma que exista una gradaci·n continuada que incluya una gama de niveles descriptivos intermedios no situados en los extremos de posiciones bipolares, ser§ mayor el ajuste y la articulaci·n entre percepci·n e interpretaci·n, con lo cual resulta beneficiada la calidad del registro ob- servacional. Podr²a arg¿irse en contra que aumentar²a la complejidad en la codificaci·n y posterior an§lisis, pero ello puede solventarse adecuadamente si se hace uso adecuado de los par§metros observacionales establecidos y se lleva a cabo un tipo de an§lisis que se adec¼e a los datos recogidos.

Page 51: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

85

a) En 1954, el ling¿ista y misionero Kenneth L. Pike describe en su obra Language In Relation ro a Unified Theory of the Structure of Human Behavior (Glendale 1954, 2ĿÅ Ed. La Haya 1971) una çdistinci·nè entre dos modos de hablar de una cultura: emic y etic. Para Plke, estos dossufijos proceden de phonemic y phonetic, siendo çfon®micaè la perspectiva que se centra en el estudio de las unidades significativas para el hablante, mientras que la çfon®ticaè estudiar²a los sonidos del hablante desde el exterior, a efectos ling¿²sticos.

Se¶alemos que Pike efect¼a esta distinci·n como misionero (que quiere entrar en comunicaci·n con los nativos mixtecas) y como ling¿ista (desde una perspectiva intercultural).

Sapir, a quien cita Pike y en quien probablemente se inspira, describe la çdiferencia comprensivaè del interior y el exterior:

çResulta imposible decir lo que un individuo est§ haciendo sin haber aceptado t§citamente los modos de interpretaci·n esencialmente arbitrarios que la tradici·n social est§ constantemente sugiri®ndonos desde el momento mismo de nuestro na- cimiento. Si alguien lo duda, que haga el experimento de dar un informe detallado (debe entenderse etic) de las acciones de un grupo de nativos entregados a alguna actividad, digamos religiosa, de la que ®l no tenga la clave cultural (o sea, que no conozca el sistema emic). Si es escritor h§bil, conseguir§ hacer una descripci·n pintoresca de lo que ve y oye, o piensa que ve y oye; pero las posibilidades de que sea capaz de dar una relaci·n de lo que acontece en t®rminos que resulten a la vez inteligibles y aceptables a los nativos mismos, son pr§cticamente nulas. Se har§ culpable de toda clase de distorsiones y su inter®s lo pondr§ siempre donde no debe. Encontrar§ interesante Jo que los nativos dan por descontado como una muestra casual de conducta que no merece comentario especial; y, en cambio, dejar§ corn- pletamente de observar los momentos cruciales que en el trascurso de Ja acci·n, dan significado formal al conjunto, en las mentes de aquellos que poseen la clave de su comprensi·nè (en PJKE, 1954: 9).

Si el observador exterior no est§ en la çmentalidadè del nativo, no podr§ entender el significado de la cultura.

Emic y Etic son.pues, çdos puntos de vistaè o perspectivas, que desde la ·ptica de Pike s·lo significan dentro/fuera: la descripci·n ®mica o punto de vista del nativo, se sit¼a dentro de la perspectiva del actor, mientras que la descripci·n ®tica o punto de vista del observador exterior, se sit¼a fuera del agente.

6.1 PRELÊ1NAR

, ~ Angel Aguirre Bazt§n

6. £mica, ®tica y transferencia

ARNAU, J., ANGUERA, M.T. & G·MEZ, J. (1990). Metodolog²a de la investigaci§n en Ciencias,._ del Comportamiento. Murcia: Secretariado de Publicaciones de la Universidad de Murcia.Å

BABCHUK, N. (1962). Thc role of thc rcsearcher as participant observer and part²cipant-as observer in the field situation. Human Organization, 21, 225-228.

BEHAR, J. & RlaA, C. (1993). Sesgos del observador y de la observaci·n. En M.T. Anguer (Ecl.) Metodolog(a observacional e11 la investigaci·n psicol·gica (pp. 15-148). Bar- celona: P.P.U., vol. II.

BERNARD, C. (1976). Introducci·n al estudio de la medicina experimental (ed. orig., 1865) Barcelona: Fontanclla.

BLANCO, A. (1983). An§lisis cuantitativo de la conducta en sus contextos naturales: De sarrollo de un modelo de series de datos para el establecimiento de tendencias, patrones y secuencias. Tesis Doctoral no publicada. Barcelona: Universidad de Barcelona.

ERICKSON, F. (1986). Qualitative methods in research on teaching. In M.C. Wittrock (&lit.la. Handbook of researcli on teaching. New York; McMillan. Ŀ.a.

Fn . .srnAo, W. (1986). M®todos cualitativos. Una experiencia necesaria en la investigaci· evaluativa. En T.D. Cook y Ch.S. Reichardt (Eds.) M®todos cualitativos y cuantitativos e11 investigaci·n evaluativa (pp. 59- 79). Madrid: Morata.

GOETl, J. & LE CoMPTE, M. (1988). Etnograf(a y dise¶o cualitativo en investigaci·n educa tiva. Madrid: Morata. .

Gusx, E. & L1NCOLN, Y. (1985). Effective evaluation. San Francisco: Jossey-Bass. HEADLAND, T.N., PIKE, K.L. & HARRIS, M. (Eds.) (1990). Emics and etics. The insider/outsider debate. Newbury Park, Ca.: Sage.

KLucKHOLM, F.R. (1940). The participant-obscrver technique in small comrnunities. Americar.:.... Journal of Sociology, 46, 331. Ŀ Å

LIEBERMAN, D. (1979). Behaviorism andthe mind, Ahierican Psychologist, 34, 319-333. LoNGABAua11, R. (1980). The systematic observation of behavior in naturalistic settings. In

H.C. Triandis & J.W. Berry (Eds.) Handbook of cross-cultural psychology. Vol. * Metliodology (pp. 57-126). Boston: Allyn & Bacon.

Mucc111ELL1, R. (1974). L'observation psychologique et psychosociologique. Paris: E.S.F. Ru1z-MAYA, L .Å MA1rrrN-PL1EGO, J .. L·PEZ, J., MONTERO, J.M. & URJZ, P. (1990). Metodologr.

. estad²stica para el an§lisis de datos cualitativos. Madrid: Centro de Investigaciones Sociol·gicas y Banco de Cr®dito Local.

STRAuss, A. & CORBIN, J. (1990). Basics of qualitative research. Grounded theory procedurer and techniques. Newbury Park: Sage. .

Wnnn, E.T., CAMPBELL, D.T., ScHWARTZ, R.O., SECHREST, L. & GRovE, J.B. (1981). Nonrcactlv measures i11 the Social Sciences. Boston: Houghton Mifflin.

84

Page 52: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

87

El etn·grafo es un çret·ricoè de la antropolog²a y el texto etnogr§fico es una <<autor-izaci·nè (FER,NĆNDEZ, 1993).

Frente al relato realista (emicista) de los antrop·logos çnaturalistasè y frente al discur- so emicista de la çnueva etnograf²aè, surge aqu² un eticismo çsui generisè, donde lo ¼nico v§lido es el relato experiencial del etn·grafo. La biograf²a etic es antepuesta al discurso, sobre el otro, con pretensiones neutras y cient²ficas.

Tanto el campo em²c como el etic tienen çdos versionesè: lo que se piensa y lo que se hace, lo cual hace imposible hablar de la intenci·n o mentalidad a la que alud²an Sap²r y Pike. Lo emic ser²a, para-Harris, tanto lo que el nativo nos informa (discurso .manifiesto) como lo que calla (discurso t§cito). Es como cuando le preguntamos a un cat·lico sobr~ el aborto y responde que es detestable, pero piensa que en caso de apuro (sobre todo si es propio) se puede transigir (privadamente) la ley enunciada. . .

Harris lo argumenta con el recurso, al que hemos de volver m§s adelante, del an§lisis de la relaci·n entre el terapeuta y el paciente:

çHay algunas opciones que de una forma sutil anulan 1a distinci·n emic-etic. Por ejemplo, es un lugar com¼n de la investigaci·n y de la pr§ctica psicoanal²tica el considerar que el actor es un mal observador de su propios estados internos. La tarea del analista consiste en penetrar detr§s de las fachadas, los s²mbolos y las otras de-

' Censas de Jos pensamientos y de los sentimientos inconscientes de l?s que el actor no se da cuenta. Hasta aqu² todo es etic: las afirmaciones del analista no quedan

ĿĿfalseadas, aunque se demuestra que los contrastes que 61 establece no son signifi_cativos, ni tienen sentido, ni son reales, ni resultan apropiados para el puntoĿ de vista del actor. Pero, de todos modos, esto parece conciliarse con la suposici·n de que si el actor acepta que la descripci·n del analista s² corresponde a su propio "verdadero" estado interno, entonces s² se ha logrado la verificaci·n. Y, en esta medida, Ias d~s- cripciones psicoanalfficas son emic. Mas hay que se¶al~ que tal aparente an_ula~1·n de la distinci·n emic-etic lleva aparejado un castigo bajo la forma de un bajo nivel

'Ŀ de verificabilidad y un estatus emp²rico dudoso. Es el mismo castigo que pagan siempre quienes, indiscriminadamente, pasan repetidas veces de la estrategia ernic a Ja clic y viceversaè (liARRJS, 1977: 497).

El terapeuta sabe que, en psicopatolog²a, todo discurso del paciente sobre el s²ndrome (signos y s²ntomas) que le aqueja, cuanto m§s .elab~rado y cerrado (aparente~ente seguro) s® presenta, m§s falseado y construido desde la ansiedad resulta. En este sentido, la. narra- ci·n cultural de un nativo puede estar, desde impregnada de nacionalismo hasta magn²¶cada desde el complejo de inferioridad.

d) Proveniente del movimiento diferencialista franc®s de los a¶os setenta y que surge como reacci·n al estructural²smo, Ja etnograf²a çpostmodemaè (Reinoso, 1991; AGUIRRE, 1993c) que se proclama como çmeta-etnograf²aè, en la cual el etn·grafo, en vez de levantar acta presencial de la cultura nativa etnografiada, çde-spejaè (se mira en el espejo de la otra cultura) sus propias inc·gnitas y redescubre su propia cultura:

-..La anti:opologfa est§ mucho m§s del lado de los discursos literarios que de los cient²ficos. Los nombres personales aparecen ligados a libros y art²culos y m§s oca- sionalmente a sistemas de pensamientos ( ... )Lo cual, no nos convierte sin embargo en 'novelistas, del mismo modo que el hecho de construir hip·tesis o escribir f·nnulas tampoco nos convierte, como algunos parecen pensar, en f²sicosè (Geertz 1989: 18).

çEn Ia investigaci·n etnogr§fica, la voz. del investigador se manifiesta siempre en primer plano; pero, Jo convencional de su texto, las limitaciones de su explica- ci·n, a medias entre el discurso fundamentado y el estilo realista, hacen de su obra un todo cerrado, unidimensionalè (CuFfORD & MAAcus, 1991, 42).

86

Cuando no hay alimento, se snlvu 11 los machos que sobreviven mejor.

Una madre nunca debe dejar morir a sus hijos y defiende su vida.

Pensamiento individua!:

Una madre deja morir de hambre 11. sus hijas.

Una madre no deja morir de hambre a sus hijos.

Conducta del grupo:

Etic Emic Cultura nativa:

. La perspectiva emic o interna a la cultura estudiada, ser²a la çv§lidaè por ser la pers- pectiva de los nativos, mientras que Ja perspectiva etic s·lo tendr²a sentido en cuanto pers- pectiva çValidadaè, si se aprende tal como los nativos Ja han aprendido, por enculturaci®n previa. Ŀ

Esta explicaci·n emidetic, dada por Ja çnueva etnograf²aè supone una ampliaci·n notable de la formulaci·n de Pike, de la que se aleja, dando un giro de predominancia hacia el siste~a ernic y hacia el particularismo cultural.

e) De los recientes desarrollos conceptuales de la obra de Pike, destaca el de M. Harria, el cual desde su posici·n materialista cultural, critica el emicismo de la çnueva etnograffuè y define el dentro de Pike, m§s como çdentro de la menteè que çdentro de cada cu!t\lra>), desde una suerte de çeticismoè de los nativos respecto al çemicismoè de sus culturas. çSe dir²a que Harris ha entendido inicialmente la perspectiva etic de un modo 'inverso a como la entendi· Pike, es decir, como la perspectiva esencial; y de ahf la ambig¿edad del t®rmino "etic" en manos de Harris, que, por un lado, conserva residualmente alguna connotaci·n de Pike -el fisicalismo ... y, por otro lado asume las caracter²sticas de lo que es esencialè (BUENO, 1990: 58). Esquematicemos con un ejemplo, su postura:

çGeneralizando ( ... ) podemos decir que cuando describimos cualquier sistema de comportamiento socialmente significativo, la descripci·n es ®mica, en la medida en que se basa en los elementos ya componentes del sistema. El objeto de los an§lisis ®rnicos es llegar a un conjunto m²nimo de componentes conceptuales que puedan ser- vir como los puntos originales de referencia para describir el resto del contenido del sistema. Pero este conjunto m²nimo de componentes conceptuales s·lo puede ser descrito en t®rminos ®ticos, 'es decir, con referencia a conceptos que son extr²nsecos al sistema que se est§ describiendo. L'I ®mica, pues, se refiere a todo lo que participa metodol·gica y te·ricamente al hacer una descripci·n ®mica de los sistemas de com- portamiento socialmente significativos, tanto ling¿fsticos como culturales. La ®tica se refiere a todo !o implicado en la conceptualizaci·n y descripci·n de Jos componentes ®tnicos b§sicos u originarios de tal sistema de comportamientoè {GOODI!NOUOH, 1975: 166-167).

con las que se puede acceder a comprender Ja çdistinci·nè de Pike, aunque no todos est®n de acuerdo en su homologaci·n conceptual,

I>) La cuesti·n se complica cuando la llamada çnueva etnogca¶aè (STuKrEv t\NT, 1964 ), nacida en Yale con reminiscencias cstructuralistas levistraussianas, que entiende la cultura como un siste1~a de cogniciones compartidas, asimila la distinci·n de Pike, integr§ndola en su particular perspectiva:

gencralisrno externo absoluto formal ahist·rico

particularismo interno relativo material hist·rico

etic cmic

Existen otras aproximaciones conceptuales a dentro/fuera:

Page 53: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

89

Tambi®n podr²amos, pues, llamar çnativosè a los miembros de una organizaci·n em- presarial, de un centro educativo, o de un club de f¼tbol, ya que si bien la categor²a de abo- r²genes (nativo = de çnascerè, nacer) no es muy adecuada, de alguna manera çse naceè al grupo cuando se irigresa en ®l.

d) Concluiremos diciendo que, cuando hablamos de la perspectiva emic, refiri®ndonos al çpunto de vista de los nativosè, incluiremos all², tanto la cultura de los pueblos çprimi- tivosè (aislados geogr§fica e hist·ricamente), como la cultura de Jos grupos urbanos (ais-

çEl proceso de formaci·n cultural es, en un sentido id®ntico al proceso de formaci·n grupal, en cuanto que la misma esencia de "colectividad" o la identidad del grupo -los esquemas comunes de pensamiento, creencia, sentimientos y valores que resultan de las experiencias compartidas y el aprendizaje com¼n-, es Jo que, en ¼ltima instancia, denominamos "cultura" de ese grupo. Sin un grupo no puede existir cultura, y sin la existencia de un cierto grado de cultura, en realidad, todo Jo que . podemos es hablar de un agregado de personas y no de un grupoè (Schein 1988: 65).

çDe hecho, existe la posibilidad, poco considerada en la investigaci·n sobre el liderazgo, de que lo ¼nico realmente importante que hacen los l²deres sea la crea- ci·n y conducci·n de la cultura y que el ¼nico talento de los l²deres est® dado por la habilidad para trabajar con la culturaè (ScHEIN, 1988: 20).

Este choque con otras culturas les permiti· comprender que las çotrasè culturas eran otras formas de vida, tan leg²timas y eficaces, en s², como su propia cultura. A partir de aqu², resquebrajado parcialmente su originario etnocentrismo, pudieron admitir que cada comu- nidad representaba un çparticularismo culturalè, con su propia y singular lengua, religi·n, etc®tera.

Para toda la ideolog²a dependiente del colonialismo, los çnativosè, los çind²genasè, etc. han sido esas comunidades subdesarrolladas, que un dfa fueron sus colonias y que son visi- tadas por nuestros antrop·logos, misioneros, cooperantes, etc., con intenciones tutelares, m§s o menos encubiertas.

Hasta podr²amos decir que, çnativosè (antes se dec²a: çprimitivosè, çsalvajesè, ç§grafosè, etc.) son todos aquellos que no somos nosotros.

e) Podemos decir que las cosas han cambiado, porque se hace etnograf²a çat homeè, entre nosotros (por lo tanto ya somos çnativosè), en nuestras propias ciudades, de dos mane- ras muy diferenciadas:

- en nuestro tercer mundo suburbano (marginaci·n, inmigrantes, enfermos, presos, etc.) - en Jos grupos urbanos, como las empresas, las asociaciones, las instituciones, etc.

Como dice Barth (1969: 9) el antiguo concepto de çetniaè estaba ligado al concepto de aislamiento geogr§fico rural (tanto las comunidades çprimitivasè de los paises coloniza- dos, como nuestros n¼cleos rurales aislados). Este concepto ha evolucionado hacia el de çetnicidadè que se aplica a toda cultura resultante de un agrupamiento urbano (aislamiento psico-sociol·gico), no por nacer en una comunidad sino por çadscribirseè a ella.

Respecto a las çculturas suburbanas (marginados, gitanos, tribus urbanas, presos, etc.) el comportamiento etnogr§fico ha sido el mismo que con los çnativos primitivosè: etnograf²a sobre su aislacionismo ps²co-soc²ol·g²co y sobre su cultura suburbana, con matices de com- prensi·n reivindicadora. Por mucha capacidad de çidentificaci·n con la causa de los opri- midosè, en estas etnograf²as est§ bien claro qui®n es el observador y qui®n es el observado.

En lo que concierne a los grupos urbanos (empresas, colegios, hospitales, clubes, etc.). el autoagrupamiento, crea un aislamiento psico-sociol·gico que genera una cultura grupal. Para que exista un grupo se necesita una cultura y all² donde hay un agrupamiento estable, surge una cultura urbana:

Å

88

El b§rbaro no tiene l§gos (no habla griego), es decir, no tiene çraz·nè y por lo tanto, no tiene çderechoè.

Es el cristianismo el que se abre a los çgentilesè (etnikoi), a los çotrosè, para fundar su catolicidad (katolik·s = universal)

Sin.embargo, estos pueblos çOtrosè que denominamos con el eufemismo de çnativosè, casi siempre han sido los dominados y su discurso (su cultura) s·lo pod²a ser analizado çdesde fueraè.

Fue colonialismo el que produjo la mirada y el discurso etnogr§ficos: çel imperio espa- ¶ol produjo la Etnograf²a, el brit§nico -con la Universidad- la Antropolog²aè (Lisoè, 1977: 103). Parece que ~oy, la vieja distinci·n entre el Nos-Otros, ya no puede traducirse por çgrie-

gos/b§rbarosè, sino por la amarga dicotom²a de pobres/ricos. No es que los çb§rbarosè, çprimitivosè, etc., no tengan çlogosè, es que no tienen

dinero. Ŀ

b] Los conquistadores y m§s tarde los etn·grafos, cuando descubr²an culturas aishulus en el espacio (en islas, selvas, desiertos, monta¶as, etc.) y en el tiempo (incomunicadas hn~la ser descubiertas), pudieron percibir que hab²a çOtrasè formas de organizarse comunitariarncnn- y de dar respuesta a las necesidades materiales y sociales de las comunidades.

çSi la lengua expresa el l·gos, palabra y raz·n, seg¼n la sem§ntica del t®rmino griego, ese l·gos que es lo m§s caracter²stico del ser humano, seg¼n la famosa definici·n de Arist·teles, Ja lengua griega conviene como ninguna otra a la racionalidad, que eleva al hombre por encima de los animales carentes de l§gosè (¦ARCIA-GUAL, 1992: 7).

a) Parece como si el t®rmino çNos-Otrosè resumiera perfectamente la çviolenciaè con que nos referimos a los extra¶os. El çnosotrosè etnocentista es el discurso del çNosè sobre los çOtrosè.

En el mundo griego, losĿ b§rbaros eran aquellos cuya existencia, perturbante y perif®rica, amenazaba a los griegos (Arist·teles. Pol²tica 1324, b. 10).

6.2.1 àQui®nes son los nativos?

La etnograf²a trata, sobre todo, de obtener relatos de c·mo otras culturas organizan la vida social de los pueblos.

Cuando el antrop·logo se introduce en una cultura en condici·n de çnativo asociadoè por medio de la observaci·n participante, trata de percibirla çdesde dentroè, desde su çcom- prensi·n internaè, desde Ja çmentalidad nativaè.

Es entonces; cuando el etn·grafo se transf~rma en un çnativo m§sè, cuando se percibe el relato emic, en el di§logo permanente que realiza desde Jo vivenciado all² con la versi·n de Jos infonnantcs.

6.2 LOS RELATOS EMIC

. e) àD·nde est§ Jo interno y lo externo a que se refer²a Pike? àEs preferible el discurso emicista o el cticista? àD·nde encontrar la seguridad te·rica que valide Ja metodolog²a etno- gr§fica como cient²fica? Entre el relato emicista del enfermo y la respuesta diagn·stico-®tica del terapeuta hay un enclave que nos proponemos analizar para poner de manifiesto la pertinencia cient²fica del proceso etnogr§fico. Ŀ

Page 54: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

91

6.2.3 Emic, un concepto poco definido

a) Si 'la valoraci·n çemicè parte del supuesto de que el actor (nativo) est§ m§s capa-

Este expresivo texto patentiza todo el fervor emicista de la endoetnograf²a. Su programa est§ claro: çeste contexto s·lo lo puede ofrecer una persona que haya crecido en el medio cultural que se trata de analizarè, pues s·lo un endoetn·grafo sabe lo que significan las palabras y las cosas (Worten und Sachen). No hace falta interpretaci·n, ya que la cultura habla desde dentro, desde s² misma. S·lo hay que explicar las cosas a los de çfueraè.

. Pero a nadie .se le 'oculta que, detr§s de este ejercicio de çinventarioè etnogr§fico, subyace en Barandiar§n (como en todos los endoetn®grafos, seg¼n cada caso) la reconstruc- ci·n nost§lgica e id²lica de un Pueblo Vasco, rural y cat·lico, tradicionalista y diferencial (çradicalmente diferenteè), y que la pretendida çmera descripci·n de los hechosè, oculta no poca ideolog²a. No se trata aqu² de legitimar o no, esta u otra ideolog²a, sino de descubrir si el ernic²smo de la endoetnogra¶a es cient²fico (objetivo) y no est§ viciado por el etno- centrismo. Ŀ Ŀ

çY o estuve interesado en los estudios de Etnolog²a general. Me interesaba, sobre todo, la Etnolog²a religiosa y hab²a le²do muchos estudios comparados sobre Religiones . .Sin embargo, lo que ven²a leyendo no me aportaba m§s que ciencia li- bresca. Pero luego, cambi®. Fue a partir de mi encuentro con el Prof .. Wundt quien me indic·, de manera contundente y en repetidas ocasiones, lo siguiente: "El m®todo que est§' empleando para el estudio de la Etnolog²a religiosa no es nada bueno. Usted se est§ basando en libros, en libros de etn·grafos que han hecho estudios en tal o cual pueblo, generalmente en pueblos lejanos. (En aquel entonces, el t®rmino Etnolog²a se aplicaba a Jos estudios de pueblos de cultura 'inferior' y la Etnolog²a social reci- b²a el nombre de Folklore.) Pues bien, en el mejor de los casos, esos etn·grafos que han escrito los libros que usted lec, se han dedicado a investigar; pero, su investi- gaci·n, en la mayor²a de los casos, ha estado mediatizada por un desconocimiento de la lengua del pueblo cuya cultura analiza, teniendo que recurrir por ello a la ayuda

- de un int®rprete. En tal caso, como usted comprender§, el etn·grafo hace sus pre- guntas al int®rprete, quien a su vez las traduce al ind²gena, el cual contesta al int®r- prete y este traduce para el etn·grafo. En este largo camino de mediaciones se corre el peligro de perder mucha materia sustantiva en la investigaci·n e incluso, en mu- ~hos casos, los datos que recoge el etn·grafo le han llegado tan cambiados que poco llenen que ver con la realidad original. El etn·grafo que escribe, dando incluso una interp.retaci·n de estos datos, no puede resultarle de gran utilidad para acercarse a las ~entes, porque adem§s, al leer usted el libro de un tal etn·grafo, se ve obligado a interpretarlo conforme a la cultura que usted ha recibido". Cuando comprend² este problema que me planteaba el Prof. Wundt, estuve en condiciones para entender sus consejos pr§cticos en orden a la investigaci·n que yo deber²a emprender.

èWundt me ofreci· un programa de acci·n, habl§ndome en estos t®rminos: "àTiene usted problemas? ... àproblemas de car§cter social? Pues, la mejor manera de estudiar cienttficamente el comportamiento de los grupos humanos, es que usted se dedique a estudiar el grupo humano a que usted pertenece. Usted tiene en su Pa²s, un Pueblo con una lengua y una cultura propias; usted deber²a de estudiar la cultura de ese grupo humano. Usted est§ perdiendo el tiempo dedic§ndose a la investigaci·n libresca que no le garantiza el acceso a las fuentes. Sin embargo, si usted se centra en el estudio de la cultura de su pueblo estar§ en condiciones de recoger datos con el sentido original que les corresponde en su contexto. Este contexto s·lo lo puede ofrecer una persona que haya crecido en el medio cultural que trota de analizar. Usted tiene ese contexto, porque lo ha vivido". Me convenci·. Este acontecimiento fue para m² una revelaci·n; un cambio culturalè (J.M. BARANDIARĆN, en A. Manterola, 1984: 31).

90

El etn·grafo, para tener un conocimiento emic, deber²a experimentar esta çmutaci·n ontol·gicaè, convertirse en çotroè.

Esta es la raz·n por la cual, muchos recelan de que esto se d® realmente y prefieren una endoetnografta, que podr²amos definir asf: uno no puede ser etn·grafo si no ha vivenciado dos culturas y ha superado as² su percepci·n etnoc®ntrica, Pues bien, tomemos a un etn·grafo nativo que vaya a vivenciar otra cultura y, despu®s de haberse çrelativizadoè, vuelva a estu- diar la propia cultura. Ŀ Ŀ

Tradicionalmente, el etn·grafo dejaba (<SU>> cultura y marchaba a estudiar çotraè cultura. Este acto çeticistaè no le garantiza, al decir de los endoetn·grafos, conocer suficientemente la otra cultura, porque siempre le ser§ çajenaè,

Sin embargo con la cndoetnogra¶a, se deja temporalmente la propia cultura (para sentir el çchoque culturalè de vivenciar otra cultura) y, despu®s, se vuelve a estudiar la çpropiaè cultura. Que es la ¼nica, dicen, que uno puede estudiar.

La soluci·n parece sencilla y hasta leg²tima; pero lo que no se ve claro es como se puede vivenciar plenamente la otra cultura, es decir conseguir çrelativizarè, en poco tiempo, el propio etnocentrismo.

Adem§s, la endoetnograf²a es el tipo de etnograf²a que propugnan los etn·grafos çnacionalistasè o çloca listasè.

Un ejemplo nos aclarar§ este tipo de postura: Barandiar§n ha sido fiel disc²pulo de Aranzadi, un naturalista y a la vez, un etn·grafo con apasionamiento nacionalista. De ®l ha heredado, a Ja vez, la precisi·n en la recogida de datos y la convicci·n de que hay que recoger la esencia cultural-rural del pueblo vasco, antes de que la cultura urbano-industrial la destruya por completo. Si se llegara a tiempo, a recoger este legado de cultura tradicional rural-cristiana del pueblo vasco, en los momentos de crisis, se podr§ çvolver a los or²genesè, a la propia çidentidadè perdida.

Barandiar§n sigue, fielmente, este programa, y lo asume, d§ndole caracteres de çcon- versi·nè. Aprovechando (y magnificando) una conversaci·n con Wundt (el Wundt que influenciar§ tambi®n el proyecto etnogr§fico catal§n de T. Carreras Artau), decide entregarse a un crnicismo militante:

çPor iniciaci·n se entienden, generalmente, un conjunto de ritos y ense¶anzas orales que tienen como finalidad la modificaci§n radical de la condici·n religiosa y social del sujeto iniciado. Filos·ficamente hablando, la iniciaci·n equivale a una mutaci§n ontol§gica del r®gimen existencial. Al final de las pruebas, goza el ne·fito de 1111a vida totalmente dlferente de la anterior a la iniciaci·n: se ha convertido en otroè (ELIADE, 1975:. 10) (encursivado m²o).

6.2.2 Emic, el punto de vista del nativo

La manifestaci·n fundamental emic de una cultura se da en los procesos de enculturaci§n. Es all², donde çdesde dentroè, se transmiten a los nuevos miembros los c·digos que definen su cultura. Por eso, para Frazer la iniciaci·n constitu²a el misterio central de las sociedades primitivas. Este acontecimiento era como una çepifan²a ernicè, una manifestaci·n p¼blica de la propia cultura a los çne·fitosè. All² se trasmit²a, adem§s, la ortodoxia de las creencias y la ortopraxis de Ja conducta. Ŀ .

De alguna manera, el etn·grafo que quiera conocer çdesde dentroè una cultura, deber§ seguir la secuencia de los tres pasos inici§t²cos: separaci·n de su propia comunidad, margen o situaci·n de tr§nsito, y agregaci·n a la cultura nativa (Van Gennep) para llegar a ser çnativoè:

lados psicol·gica y sociol·glcamente), aunque m§s que çnativosè habr²a que hablar de çVivientesè o çvivcncialesè de una cultura.

Page 55: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

93

En los ¼ltimos a¶os, como hemos .v²sto, la çnueva etnograf²aè ha seguido insistiendo,

çEste objetivo es, en pocas palabras, captar el punto de vista del nativo, su relaci·n con la vida, llegar hasta su visi·n del mundo. Estudiar las instituciones, las costumbres y los c·digos. o estudiar la conducta y la mentalidad sin el deseo sub- jetivo de sentir qu® hace vivir a esas gentes, de entender la sustancia de su felicidad, equivale en mi opini·n a renunciar a la mayor recompensa que podernos obtener del estudio del hombreè (MALlNOwsKJ, 1973: 25).

Condiciones ambientales, factores psicol·gicos, conexiones hist·ricas se revelan como las tres claves de todo particularismo cultural, que se origina en un nicho geogr§fico, (antropo- geogra¶ak-que tiene una mentalidad (Volkgeist) y que genera una cultura (Volskunde).

Para analizar cada culturahay que hacerse çcomo si se hubiera nacido en ellaè, porque vg.: si un pueblo mata a sus ancianos por razones econ·micas y otro para asegurarles un final feliz, nos encontraremos ante dos fen·menos ®micamente distintosĿ que pueden ser iguales para un observador etic que no capte la intenci·n y la çmentalidadè de cada pueblo.

Hasta el mismo Malinowski, cuyo m®todo etnogr®fico-funcionalista se hizo can·nico, (Maestre 1990: 37) repite la tradici·n em²cista:

çUn estudio detallado de las costumbres en relaci·n con la totalidad de la cultura de la tribu que las practica y en conexi·n con una investigaci·n de su distri- buci·n geogr§fica entre tribus vecinas, nos proporciona casi siempre un medio para determinar con considerable precisi·n las causas hist·ricas queĿ llevaron a la forma- ci·n de las costumbres en cuesti·n y al proceso psicol·gico que act¼a en su desa- rrollo. Los resultados de investigaciones realizadas con este m®todo pueden ser triples. Pueden revelar las condiciones ambientales que han creado o modificado los ele- mentos culturales; pueden esclarecer los factores psicol·gicos que conforman la cultura o pueden presentar ante nuestros ojos los efectos que han tenido las conexiones hist·ricas sobre el desarrollo de la culturaè (Boas, 1896 ed. 1968: 276).

El determinismo geogr§fico de Ratzel, del cual es deudor el tambi®n alem§n F. Boas (vg. en su obra The Central Eskimo J 888) impregna Ja escuela boasiana norteamericana, no tanto desde un r²gido condicionamiento f²sico, sino desde el contexto de un nicho ecol·gico:

çGeograf²a y etnograf²a eran, en Ja segunda mitad del siglo XIX, ciencias muy relacionadas, como lo prueba, entre otras cosas, la elecci·n del etn·grafo A. Bastian para presidente de la Sociedad Geogr§fica de Berl²n (de 1871 a 1873). Es tambi®n interesante destacar que dos ge·grafos alemanes, Peschel y Ratzel, escribieron sendos tratados de Volkerkunde, que han sido considerados par algunos antrop·logos mo- dernos como obras cl§sicas de dicha disciplina (Lowie 1937) y que Ratzel inici· en 1882, una serie de publicaciones monogr§ficas que llevaban el t²tulo general de Forschungen zur deutschen landeskunde und Volkerk1mdeè (CAPEL, 1981: 279).

El propio an§lisis formal que los naturalistas, sobre todo los que aplicaban la perspectiva çbot§nicaè (formalista y atemporal) de Linneo (FoucAULT, 1968: 126-163), puede servir de punto de referencia para explicar el enfoque ernicista, heredero tanto del pensamiento ilustrado franc®s del siglo xvtu, como de la antropogeograffa alemana.

. El positivismo representa un empirismo racionalista y un enfoque naturalista, colocando a las ciencias de la naturaleza como modelo de toda cientificidad.

La antropogeograf²a alemana, aport·, adem§s, la explicaci·n geogr§fico-determinista de la cultura:

6.2.4 Critica del emicil>mo

92

citado para conocer çdesde dentroè (Pike), su propia cultura, el aut®ntico etn·grafo ser²a el nativo que recoge y describe su propia cultura (endoetnograf²a).

Pero, sin darnos cuenta, al describir Ja endoetnograf²a, lo que hacemos es hablar de Ja figura del çinformanteè, del çnativo bien informadoè, que es capaz de trasmitir al. for§neo (etic) la cultura de un pueblo çtal como esè, çtal como se entiendeè. En este sentido, Ja figura de Barandiar§n ser²a la de çun nativo bien informadoè, pues nos servimos de sus çfielesè descripciones para entender la cultura vasca desde fuera. .

Tomaremos, pues, aqu² Ja figura del çinformanteè como Ja de un aut®ntico endoetn·grafo, pues, adem§s de haber tenido contacto con otras culturas (las de los for§neos para los que trabaja como çint®rpreteè de su cultura), es un nativo çbien informadoè.

El emicismo cndoetn·grafo nos llevar²a a afirmar que s·lo los nativos bien informados nos pueden describir ( ctnografiar) su cultura y que çnuestra etnograf²aè no serta otra cosa que una meta-etnograf²a çeticè o interpretativa y reconstructiva. Seg¼n esto, s·lo los vascos entender²an a los vascos, s·lo las mujeres entender²an a las mujeres, s·lo los ni¶os entender²an a los ni¶os y podr²an explicar çSUè cultura a los çOtrosè para que hicieran todas las metaetno- graf²as que quisieran.

En el di§logo intercultural s·lo se admitir²a una direcci·n: desde los nativos (los que poseen ®micamente la cultura) a los de fuera; y no, desde el çfuera-eticè hacia el çdentro- emicè,

ĿEste ernicismo niega, en primer lugar, la posibilidad del conocmuento cient²fico çobjetivoè (ob-jectum), por la incapacidad de llegar al n¼cleo sem§ntico de la cultura nativa çdesde fueraè. Pero, adem§s en segundo lugar, niega la posibilidad misma de un an§lisis intercultural, puesto que la çgeneralizaci·nè constituirla una violencia exterior, superior al an§lisis etic., Ŀ .

El ernicismo, al afirmar su particularismo cultural, queda aislado (a veces, paranoide- mente), como una singular çm·nadaè, asediada por acechantes miradas çeticè.

b) Cuando un çinformanteè recibe a los for§neos les da una descripci·n de su cultura, un tanto çnormativa y oficialè (lo que el pueblo quiere ser, la buena imagen, la çcara bue- naè), olvidando, como dice Harris, que no s·lo hay reglas de conducta, sino tambi®n, reglas para quebrantar la conducta. En las escuelas, por ejemplo, la cultura çoficialè de las aulas es contrarrestada con Ja cultura çclandestinaè del patio de recreo (GRUGEON, 1995: 23-48), donde se desarrolla, no pocas veces, el llamado çfolklore obsceno infantilè (GAIGNE²llfl' 1986). '

Lo que un nativo o informante çcallaè, oculta, olvida o no sabe es, muchas veces, mih in~po~ante que lo ~ue ex~\ic.a, y no hace falta recurrir a psicoan§lisis para descubrir que exĿ plicaciones demasiado çid²licas y perfectasè est§n construidas desde una posici·n <le in- ferioridad y de ansiedad. Ŀ Ŀ .

e) Finalmente, puede perfectamente ocurrir que, mientras la descripci·n emic de In cultura de ~111 pueblo sea correcta, su interpretaci·n çdesde dentroè sea totalmente err·nea Y.que los çinformantesè, aunque act¼en de buena fe, no est®n capacitados para informarnos bien: G. B~eno adu_ce, a este r~specto, un clarificador ejemplo etnohist·rico: çDesde la pers- pectiva enuc de Cnst·bal Colon, de Jos Reyes Cat·licos, o de quienes apoyaron las empre- sas de "navegaci·n hacia el poniente", puede decirse que Col·n no descubri· Aru®ricn (Col?n crey·_ haber llegado a Cipango o a Catay) y que la empresa no se organiz· para des. cubrirla. Decirlo ser²a un anacronismo, tanto m§s grave, cuanto que hist·ricamente los moti vos q~e determinaron la empresa colombina actuaron, precisamente, al margen de Arn®rirn (por ejemplo, actuaron a trav®s del proyecto estrat®gico de "coger a los turcos por la 1Ŀ~ palda") '. Pero, dcs~e una per~pectiva etic, que es la nuestra (la de nuestra geograf²a), hnlu (a que ~ec1r que Colon descubri· Am®rica y podremos fijar en 1992, la fecha del Quinto CiĿn tenario del descubrimiento por antonomasiaè (BUE.NO, l990: 11).

l 1

Page 56: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

95

6.3.2 La personalidad del etn·grafo

Naroll (1970: 935-937) trat· de asegurar el control de calidad de la etnograf²a, anali- zando 25 factores de control:

l. Papel del etn·grafo 2. Duraci·n del trabajo de campo 3. Circunstancias temporales del trabajo de campo 4. Experiencia previa de campo 5. Composici·n del equipo investigador 6. Nacionalidad Ŀ 7. Universidad donde se form· el autor 8. Profesores 'que influyeron en su formaci·n 9. Financiaci·n 10. Objetivos del estudio de campo 11. Razones de la elecci·n de la cultura estudiada 12. Razones. deĿ la elecci·n de la comunidad estudiada 13. N¼mero de comunidades visitadas por el autor 14. Sentimientos personales del autor para con los nativos 15. Orientaci·n te·rica 16. Familiaridad con la lengua nativa 17. Asistentes nativos 18. Asistentes no nativos 19. Informantes 20. Lugar di: residencia durante el trabajo de campo 21. Uso delm®todo geneal·gico 22. Participaei·n Ŀ 23. Enumeraci·n de los rasgos culturales . 24. Referencia a etnograf²as anteriores 25. Extensi·n del trabajo

pero nada aclara este autor, sobre la personalidad del etn·grafo. Esto me recuerda, la obligaci·n que tienen los funcionarios docentes espa¶oles, al tomar posesi·n de su plaza, de presentar un certificado antituberculoso, sin importar a la administraci·n gran cosa que el sujeto sea neur·tico agudo, paranoide, etc., aspectos que evidentemente perjudican m§s a su relaci·n docente.

Y es que.la personalidad del etn·grafo, al igual que la del terapeuta, es demasiado im- portante para. no someterla a control. - Como dijera M. Balint (1986) respecto al m®dico, su figura es el f§rmaco m§s fre-

cuentemente utilizado en la pr§ctica m®dica. Una droga que se administra con frecuencia, sin conocer su composici·n, ni su uso, ni sus contraindicaciones y que produce, por ello, enormes efectos secundarios. Ŀ

Una etriograf²a puede estar realizada de modo tan cerrado y perfecto que puede hacer dudar. Otras, como se¶ala Devereux, son aut®nticas reconstrucciones proyectivas, que silen- cian aspectos reprimidos (vg. los temas de sexualidad en las monograf²as de misioneros), o magnificando situaciones con las que se identifican (vg. algunas etnograf²as çrevoluciona- r²asè hechas 'por marxistas).

Estos etn·grafos transforman en tem§tica su propia problem§tica .. - Otro aspecto no menos importante concerniente a la personalidad del etn·grafo es

que, al igual que el terapeuta, -el etn·grafo posee un poder protopl§stico de reorientaci·n inicial de todo el curso de la investigaci·n, polarizando el inter®s narrativo de los informan- tes, moldeando la intensidad de los contenidos. Si el curso de una enfermedad puede ser

94

El papel del investigador etic podr²a concretarse en estas funciones: ser un sujeto que viene de otra cultura y es portador de una metodolog²a de an§lisis; ser un sujeto que se adentra en la cultura nativa y participa de ella como nativo asociado; ser un sujeto que, a la vez, observa la cultura nativa; ser un sujeto que reconstruye la cultura nativa como un todo y; ser un sujeto que plasma 'en una monograf²a esa cultura, mediante la cual devuelve a la comunidad su versi·n sobre la misma para su autocomprensi·n. Powdennakcr ha definido al etn·grafo como Stranger and friend ( 1966), como una per-

sona que ha traspasado las fronteras territoriales de una cultura para estudiarla. Estas fron- teras pueden ser f²sicas (r²os, monta¶as, etc.), sanitarias y alimentarias (adaptaci·n), psico- l·gicas (entendimiento) y, sobre todo, culturales (inicio de enculturaci·n).

Aunque viene de fuera, se çadentraè en la cultura nativa para realizar el çtrabajo de campoè. Despu®s, reconstruir§, a trav®s de una monograf²a, su visi·n sobre la cultura nativa.

Sigue siendo forastero pues, adem§s de que viene de fuera, mantendr§ por encima de la familiaridad cotidiana, una distancia objetiva, que se har§ completa cuando, una vez acabado el trabajo de campo, abandone el escenario y se repliegue a otro lugar para, ya lejos del con- tacto con los nativos, organizar el material y escribir la monograf²a.

Pero intentar§ tambi®n ser amigo, es decir, çnativo asociadoè con los nativos, comer .su comida, vivir sus problemas, hablar su lengua y hasta dejarse atrapar afectivamente como por un çs²ndrome de Estocolmoè, a causa de la prolongada convivencia en aislamiento.

Su estatus de extranjero al grupo cultural ser§ permanente; su condici·n de amigo tendr§ que gan§rsela cada d²a.

La estancia en la comunidad debe ser lo suficientemente prolongada para permitir vivenciar todas las facetas de la cultura nativa. As² por ejemplo, no se concibe el estudio de una comunidad agr²cola sin la permanencia, al menos, durante un çciclo anualè a trav®s del cual se realizan las cosechas.

El acceso a la comunidad, el primer mes de estancia, los altibajos y la rutina, la des- pedida al final de la estancia, etc., han sido prolijamente estudiados por algunos etn·grafos, pero no por eso dejan de causar, cada vez, abundantes sorpresas para el etn·grafo çforastero y amigoè.

6.3.1 Forastero y amigo

La perspectiva etic nos viene dada por la comprensi·n de una cultura, realizada por un observador exterior a ella. çLas proposiciones etic quedan verificadas cuando varios obser- vadores independientes, usando operaciones similares, est§n de acuerdo en que un aconte- cimiento dado, ha ocurrido. Una etnografia etic es, pues, un corpus de predicciones sobre Ja conducta de clases de personasè (HARRIS, 1977: 497).

La mirada çneutraè del observador imparcial es la mirada que objetiva el relato sujetual (y subjetivo) del nativo informador. En el §mbito terape¼tico, ser²a la perspectiva diagn·stica del terapeuta sobre el paciente. Ŀ

En la historia de la etnograf²a no ha sido siempre bien mirado defender la perspectiva etic; al contrario, se lo ha tomado como un signo de violencia exterior sobre las culturas.

6.3 LOS RELATOS ETIC

en esta.perspectiva ®mica, basada en un cierto çcomplejo naturalistaè de cientificidad, que se agarra a los fen·menos, al dato çen s²è, a çlas cosas mismasè, .como dir²a Husserl.

Page 57: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

97

çUn enfermo lleva, a menudo, la m§scara de su enfermedad: palidez, rasgos tensos, ojos hundidos, color terroso, sin olvidar todos los aspectos exteriores corres- pondientes a una degradaci·n de su cuerpo; entonces, es f§cil imitar de all² una m§s- cara de teatro, donde lodos sus defectos se agrandar§n desmesuradamente, aparece- r§n hinchados cada vez que ello sea veros²mil.

èEl m®dico, por el contrario, deber§ ocultar sus observaciones cl²nicas, no de- . jar aparecer lo que siente; en una palabra, permanecer impasible, sea paca reconfortar al enfermo, sea para reflexionar m§s en extremo sobre el m®todo que deber§ aplicar

Me referir®, a trav®s de dos textos, a la relaci·n existente entre el terapeuta y el enfer- mo y, a partir de ellos, analizar® la relaci·n inicial en la etnograf²a:

6.4.1 El hecho de la relaci·n

Voy a proponer la comparaci·n entre el acto etnogr§fico y el acto terape¼tico para comprender c·mo, entre el relato emic del nativo y del paciente, y la respuesta etic del etn·- grafo y el terapeuta, hay un punto de fusi·n, el acto etnogr§fico y acto terape¼tico. En lugar de analizar en paralelo, como las v²as de un ferrocarril que no se juntan nunca,

las perspectivas emic y et²c, estudiaremos un modelo de conjunci·n al que llamaremos acto etnogr§fico, siguiendo los pasos, (mejor estudiados y que por lo tanto nos allanar§n el ca- mino), de la acci·n terape¼tica, bien analizada en la antropolog²a m®dica (LAIN ENTRALGO, 1984: 343-454).

6.4 ELACTO ETNOGRĆFICO Y SU VALIDEZ CIBNTĉFICA

a) Como hemos dicho al principio de este apartado: çlas proposiciones et²c quedan verificadas cuando varios observadores independientes, usando operaciones similares, est§n de acuerdo en que un acontecimiento dado, ha ocurrido. Una etnograf²a etic es, pues, un corpus de predicciones sobre la conducta de clases de personasè (HARRtS, 1977: 497). Existe pues un empirismo etic, cuando los observadores exteriores coinciden. b) çCuando realizarnos un trabajo cl²nico, el paciente nos aguarda esperando un diag-

n·stico, absolutamente controlable, lo mismo que cuando realizamos el trabajo etnogr§fico sobre nuestra propia sociedad. La etnograf²a es aqu² relato y diagn·stico, en una palabra, ciencia. El etn·grafo es autor de una decisi·n de diagn·stico sobre una culturaè (AGUJRRE, 1993c: 46-47). è:

Decidir un diagn·stico, despu®s de un cuidado an§lisis ®rnico, aunque hubiera equivo- caci·n, ser²a un acto cient²fico. e) çEn definitiva, este lenguaje etic, o jerga profesional, o vocabulario t®cnico (como

dir²a Sperber) de los antrop·logos, que en mi opini·n se elabora no s·lo a partir del voca- bulario emic y de la terminolog²a interpretativa, sino tambi®n de la lengua foik del antrop6Iogo y de los conceptos te·ricos de la Antropolog²a, es el que sirve de punto de partida, tanto para abordar un sistema, como pensaba Pike, como para la traducci·n y libre interpretaci·n de los datos etnogr§ficos, en t®rminos de Sperber, como para la clasificaci·n y archivo de los materiales etnogr§ficos de los que se disponeè (GoNZĆLEZ EcH!!VARRfA, 1990: 169). Sin con- ceptual²zac²·n, con su terminolog²a correspondiente, no hay pos²bil²dad de comparaci·n y de an§lisis intercultural. En conclusi·n: la perspectiva emic puede ser emp²rica y objetivada, es una decisi·n

diagn·stica y desde su construcci·n conceptual admite la comparaci·n intercultural, lo que permite niveles de generalizaci·n cient²fica.

96

Por un lado, el m®todo çnaturalistaè ha tenido una preferencia manifiesta por el enfoque çemicè, por la pura y simple descripci·n de los hechos; por otro, tanto la llamada çnueva etnograf²aè, de corte ernicista, como el postmodernismo antropol·gico que reduce el relato etnogr§fico a texto literario, han denostado, repetidamente, el enfoque çeticè,

No vamos a insistir aqu² en la pertinencia de la perspectiva çeticè, sino que propondre- mos algunos puntos de an§lisis que corroborar§n su absoluta necesidad. Ŀ

6.3.4 Necesidad cientffica de los relatos etic

6.3.3 El etn·grafo como autor

Durante los siglos xvtu y xix visitaron Espa¶a muchos viajeros ingleses y franceses, que nos dejaron narraciones ex·ticas y hasta inefables, casi siempre distorsionadas, como la de aquel que describ²a a los vascos bailando flamenco. çAs² nos vieronè y ças² nos descri- bieronè, podr²amos decir.

Resulta divertido leer estos libros de viajes, aunque dudamos, desde el principio, de su fiabilidad.

àSon etnograf²a estos libros de viajes? Por supuesto que no, son m§s bien relatos. Por su sola çexperiencia subjetivaè (çestuvieron all²è) no se les confiere autoridad cient²fica.

En esta l²nea, algunos antrop·logos çpostmodernosè, proclaman que çes evidente que, asnas cosas, la antropolog²a est§ mucho m§s del lado de los discursos. çliterariosè que de los çcient²ficoseè (Geertz, 1989: 18) y otros hablan de la etnograf²a como çret·ricaè, un discurso que hace cre²ble la experiencia personal all² vivida.

Lo que vienen a decir estos autores es que la experiencia etnogr§fica es propia del autor (como un çDiario de campoè) y hay que entenderla simplemente como vivencia personal, mientras que la escritura de una monograf²a es una entrega que se hace al lector, con un mensaje impl²cito: lo que çcomparativamenteè se quiere decir. (M. Mead quiso cambiar, con su monograf²a sobre Samoa, la formaci·n norteamericana de los adolescentes.)

No vamos a abundar en la cr²tica a esta forma de eticismo radical que representa estas posturas postmodernas, donde el relato etnogr§fico es un discurso sobre el etn·grafo, que surge çal contacto con el Otroè (AautRRE, 1993c: 43-48). Aqu² no hay discurso emic, pro- piamente dicho, sino relato vivencial, El relato postmoderno es un discurso etic surgido çal contactoè con la otra cultura, a la que, en realidad, no se intenta analizar.

predeterminado por una reoricntaci·n protopl§stica inicial, de la misma.manera, el etn·grafo puede dar un sesgo personal profundo a la investigaci·n etnogr§fica.

- Finalmente, existe en muchos etn·grafos una doble personalidad: la çesc®nicaè (que niega los conflictos vg. haci®ndose protector de los nativos) y la çprofundaè (aquelladonde emergen las pulsiones y conflictos censurados, vg. el desprecio hacia los nativos)

Leyendo en paralelo Los argonautas del Pacifico occidental y el Diario en el sentido estricto del t®rmino, pueden rastrearse estas contradicciones en la personalidad de. su autor, B. Malinowski. Y es que, esta çdoble versi·nè de la realidad nos pone de manifiesto, Ja çdoble verdadè interior de Malinowski, que corresponde a dos tiempos psicol·gicos: el pulsional y el autocensurado. As², mientras el Diario fue escrito, cotidianamente, en las Trobriand, Los Argonoutas fue redactado en Tenerife, a considerable distancia (f²sica y psicol·gica). La misma dicotomia podr²amos establecer entre el idealismo optimista con que M. Mead se refiere a los samoanos y el pesimismo cr²tico con que los trata D. Freeman. Al final, dos versiones, àcu§l de las dos est§ escrita desde la realidad çpersonalè y proyectiva y cu§l desde la realidad çobjetivaè? Ŀ Ŀ Ŀ

Page 58: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

99

La transferencia afectiva que vincula al enfermo y al m®dico se constituye en el con- texto y veh²culo donde se realiza toda curaci·n.

çàPor qu® al m®dico y al preceptor le soy deudor de algo m§s, por qu® no cumplo con ellos con el simple salario? àPor qu® el m®dico y el preceptor se con- vierten en nuestros amigos y no nos obligan por el oficio que venden sino por su benigna y familiar buena voluntad?è (S®neca De beneficiis VI. 18).

El momento afectivo del v²nculo terape¼tico es puesto de manifiesto en aquellas pa- labras de S®neca:

6.4.2 El momento afectivo

escucha, analiza e interpreta .Cultura çet²cè: Medicina, Psicolog²a,

Antropolog²a

operativo ®tico social

ĿB o ~ = ~

Acto terap®utico Diagn·stico

afectivo cognoscitivo

n c:s

5Ŀ '(') 'O

Cultura çemicè: signos y s²ntomas Ŀ relatos de enfermos y nativos

Nativos

cohesionador, identificante y eficaz

Acto etnogr§fico Ŀ

En el segundo caso, el diagn·stico es una confirmaci·n de la perspectiva etic, a efectos de comparaci·n o de reelaboraci·n te·rica.

Bn In relaci·n terap®utica hay dos discursos: B1 discurso emic que describe la vivencia de la enfermedad: s²ntomas som§ticos (algias, dl1ton(as, etc.), signos externos (rostro, forma de vestir, etc.). Este discurso est§ elabo- rado (sobre todo en psicosom§tica) por el paciente desde su angustia, por lo que no puede ÅC1r utilizado poi ®l (el autoan§l²sis es un fracaso y se aconseja a los terapeutas (m®dicos, paic·logos, etc.) no actuar terap®uticamente sobre s² mismos o sobre las personas afectiva- mente cercanas). El discurso ernic est§ psicol·gicamente distorsionado. Bl discurso etic sale al encuentro del discurso emic con una respuesta interpretativa, de acuerdo con Jos conocimientos acad®micos previos. Ambos discursos se encuentran en un punto cr²tico: el diagn6stico (emitido por etic y

iwoptado por emic). El diagn·stico, si est§ bien construido, cohesiona el di§logo emic/etic, ldÅntifica el problema y es eficaz en su resoluci·n. El diagn·stico es, pues, un acto de drd.rl6n cienufica, realizado a trav®s de cinco momentos: el afectivo, el cognoscitlvo, el operativo, el ®tico y el social.

98

La relaci·n terape¿tica, aunque interpersonal, representa el di§logo de dos formas cul- turales, una emic (el discurso sintom§tico del paciente o de los pacientes) y otra, etic, el discurso acad®mico, a trav®s del m®dico.

Esta relaci·n di§dica se realiza en tres planos:

- de hombre a hombre (de observador a observado) - de ayuda (es una relaci·n vertical) -. de caracter t®cnico (es eficaz, mediante el diagn·stico).

a) Como en la relaci·n etnogr§fica, aqu² hay un di§logo cultural entre una cultura que es observada (posici·n pasiva) y una cultura que observa (posici·n activa).

El observador es portador de una cultura que analiza, desde fuera, lo que observa, me- diante todos lo procedimientos posibles, pero sin que la t®cnica sustituya el di§logo çhombre a hombreè, çcultura a culturaè, propio de la observaci·n participante.

El etn·grafo, como el terapeuta, çhan estado all²è, en presencia, midiendo con su cuer- po y su mirada la realidad. -

b) Al tratarse de una relaci·n de ayuda, definimos a esta relaci·n como vertical y esto no comporta trato vejatorio alguno. De la misma manera que el enfermo se conf²a en el m®dico, la cultura nativa se deja etnografiar por el observador for§neo. Una buena etnogrnffn puede ser una excelente ayuda.

e) La relaci·n es de car§cter t®cnico, es decir, orientada a recibir un diagn·stico. No todos los m®dicos son t®cnicamente buenos, ni todos los etn·grafos hacen bien su trabajo. La validaci·n del enfoque etic vendr§ dada por el eficaz diagn·stico, el cual deber§ ser acep- tado (o no) por la comunidad nativa/enferma, seg¼n los casos.

Que un enfoque etic es imprescindible es tan cierto como que se necesita un buen diagn·stico para curar. Lo etic representa una çdecisi·nè diagn·stica sobre el discurso cmic. La relaci·n terap®utica o etnogr§fica puede ser debida:

- a una demanda del enfermo o de la cultura nativa, para establecer un diagn·stico m®dico o de identidad ®tnica, seg¼n los casos; - a una demanda del propio observador que busca verificar comparativamente, datos que posee de otras etnograf²as o exploraciones.

En el primer caso, una etnograf²a (lo mismo que un diagn·stico) se entrega o devuelve a la comunidad estudiada para que lo utilice en su mejora.

con objeto de obtener una curaci·n final. El aspecto serio del m®dico tal. vez ocul- ta un desconcierto interno, una incapacidad de curar; el enfermo no debe darse cuen- taè (Al.l.ARD & LEFORT, 1988: 25).

çSean emp²ricas, m§gicas o. t®cnicas, la mentalidad y la pr§ctica del sanador, cuando ®ste se acerca al enfermo, entre ambos se establece un modo peculiar de relaci·n interpersonal, determinado por la situaci·n vital de una de las dos personas (un hombre que, a consecuencia de su enfermedad, necesita ayuda) y las capacidades que se atribuyen a la otra (un hombre dispuesto a prestar esa ayuda conforme a lo que de ®l se espera). Bajo tan enormes diferencias en el contenido y en la forma, algo com¼n tiene, en efecto, la relaci·n sanador-paciente en estos tres casos: la ope- raci·n del curandero que emp²ricamente reduce una fractura ·sea, el rito del cham§n o el hechicero en cuya virtud m§gica creen, tanto ®l como el enfermo y la existencia del m®dico que seg¼n los recursos del diagn·stico y la terap®utica actuales, trata una insuficiencia coronaria. No puedo pensar que para este ¼ltimo sea motivo de des- honra la existencia de una radical comunidad, a la postre humana, entre ®l y un ocasional sanador del paleol²tico o el medicine-man de una tribu primitivaè (LAIN ENTRALGO, 1984: 343).

Page 59: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

101

çA trav®s de la mirada, la expresi·n del m®dico debe ofrecer al enfermo un §mbito en el que ®ste se sienta envuelto y protegido. ( ... ) Su mirada, en fin, debe ser objetivante. El distanciamiento mental respecto de la cosa mirada y Ja atenci·n perceptiva y distintiva hac²a ella, dar§n a la objetivaci·n del explorador, toda Ja perfecci·n deseableè (LAIN ENTRALGo, 1984: 379).

A trav®s de la mirada se globaliza la enfermedad, se la sit¼a en su contexto de signi- ficaci·n, se la objetiva en su concreto nicho corporal. - En la anamnesis nos acercamos al relato biogr§fico, a la interrogaci·n por el pasado

y aunque no somos hoy çlo mismoè. Hay tres formas principales de anarnnesis: la testifical, la elaborada y Ia silenciada. En el relato testifical, el enfermo informa de las manifestaciones (signos y s²ntomas) de la enfermedad. Se trata de un relato experiencial, vivido en propia carne (®l s² que çestuvo all²è), un testimonio directo.

En el relato elaborado, el paciente intenta çcolaborarè con el terapeuta, ayudarle en la interpretaci·n. Sin embargo, la mayor²a de las veces, la elaboraci·n interpretativa es una estrategia angustiosa que intenta desviar la atenci·n del terapeuta. Todo autoan§lisis lleva al error por lo que nadie puede constituirse en sanador de s² mismo (etic), necesit§ndose del concurso del terapeuta exterior (etic).

El relato silenciado est§ constituido por los expresivos silencios, a trav®s de los cuales se expresa unaĿ enfermedad (silencios sobre la muerte, la sexualidad, el amor; amnesias anest®sicas sobre hechos significativos, etc.). El terapeuta debe hacer hablar a esos silencios. - Finalmente, el acercamiento sensorial completo: tocar, oler, a veces gustar, escuchar,

mirar, ... nos sit¼a çsobre el terrenoè de la enfermedad. La palmaci·n exploratoria, la escucha respiratoria y circulatoria, etc., nos acercan a la realidad enferma. El instrumental cl²nico, como prolongaci·n de nuestra exploraci·n sensorial, nos alarga

el poder del an§lisis, a la vez que lo perfecciona. b) La decisi·n diagn·stica se realiza a partir del reconocimiento de la enfermedad

(an§lisis emic de signos y s²ntomas), desde modelos y esquemas de enfermedad (an§lisis etic). Este çreconocimientoè se efect¼a a trav®s de la constataci·n objetiva (signos y s²ntomas)

de hecho m·rbido, de la selecci·n adecuada de los datos, de la inducci·n tipificadora y de la definici·n diagn·stica.

Ŀ La secuencia diagn·stica va desde el hecho particular (el enfermo) hasta la teor²a (la enfermedad) y vuelve, de nuevo, al enfermo (reconocimiento). Se trata de un çjuicio cl²ni- coè desde un razonamiento previo que analiza los datos, los comprueba y permite hip·tesis o inferencias diagn·sticas. Ŀ Ŀ

Algunos autores distinguen entre la inferencia intuitiva, la inferencia estad²stica y la inferencia hermen®utica, para se¶alar que, en la intuitiva hay m§s arte que ciencia, en la es- tad²stica habr²a m§s ciencia que arte y en la hermen®utica habr²a experiencia, ciencia y arte. Cuando decimos que el diagn·stico es una decisi·n, nos referimos a que se basa en un

juicio razonado y ponderado de los hechos (nivel emic), que son çreconocidosè desde mo- delos (cient²ficos) de rnorbidad (nivel etic) y a partir de este hecho inferido, se toma la decisi·n definitoria, con su consecuente acci·n terap®utica. Es evidente que existen formas deficientes de diagn·stico (por deficiencia exploratoria,

por impericia cient²fica, por deficiencia t®cnica, etc.), pero esto no invalida la cientificidad del acto cognoscitivo diagn·stico. Hay cierta medicina que queriendo extremar el conocimiento, reduce el acto m®dico a

la constataci·n de variaciones f²sico-qu²micas en el organismo, sin sopesar la importancia de la variable cultural en el comportamiento humano y en la enfermedad. Por eso, y a pe- sar de la racionalidad del proceso diagn·stico, al final hay que tomar una decisi·n y afirmar una hip·tesis prevalente. Ŀ

1nn

6.4.3 El momento cognoscitivo

La exploraci·n del enfermo cristaliza en la decisi·n diagn·stica, la cual hace pusihlcĿ la intervenci·n curativa eficaz. Ŀ

a) La enfermedad es un çestado vitalè que afecta a toda la persona y a la comuuhlnd en la que est§ integrado. Curar es restaurar el çequilibrioè del microcosmos corporal y 1ItĿI macrocosmos comunitario. Ŀ Ŀ En la exploraci·n cl²nica hay un triple acto cognoscitivo: la mirada; la anamncsis y 111

sensorializaci·n. - La mirada (çojo cl²nicoè) descubre la distorsi·n global y' la diston²a particular queĿ

ha creado la enfermedad en el organismo, el individuo y la comunidad:

El paciente llega siempre herido y devaluado en su psiquismo, a causa de una enfer- medad experimentada, no pocas veces, como castigo (castraci·n). Su debilidad Je hace regresar a posiciones infantiles de dependencia, concentrando,

narcis²sticamcntc, todas las energ²as disponibles sobre s². Desde esta posici·n reclama protecci·n çparentalè y el m®dico, el psic·logo, el profesor, el sacerdote, el curandero, etc. son investidos de ese çpoderè (omnipotencia m§gica del deseo infantil).

Esta omnipotencia profesional recibe la çfeè del paciente (la fe çmueve los montesè y, sobre todo, cura los enfermos), una fe que no est® exenta de exigencia para que el tera- peuta demuestre que es capaz de curar, que tiene çpoderè, que es aut®ntico.

La respuesta (clic) del terapeuta (çcontratransferenciaè) ante esta movilizaci·n afectiva por parteĿ del paciente, puede ser negativa (satisfacci·n de su propio narcisismo, enruno- rarn²ento, mora!ismo, cte.) o positiva (seguridad; neutralidad, trato bondadoso, etc.). La historia personal, las ra²ces ®tnicas, .los prejuicios religiosos, etc. no pocas veces

mediatizan, contratransferencialmente, la decisi·n cl²nica. Est§ fuera de toda duda que la transferencia afectiva impregna, igualmente, el acto

etnogr§fico, pues el observador (extranjero) nunca se adentrar§ en el contexto nativo, si no se hace çamigoè. Del etn·grafo se espera, no s·lo que mejore la calidad de vida de 111 comunidad (sobre todo si es m®dico, agr·nomo, etc.), sino que les descubra y valore su riqueza cultural. Esta cualidad de nativo dependiente que espera protecci·n y reconocimiento del ex-

tranjero es patente en los gestos de bienvenida (como en la ir·nica pel²cula de Bcrlangn, çBienvenido Mr. Marshallè), No siempre la transferencia es cordial, pues a veces se toma hostil y desconfiada, 11

causa del rechazo vg. a todo hombre blanco como s²mbolo del colonialismo, como sucedi· con la muerte del P. Foucault a manos de los tuareg. Amistad u hostilidad, dependcncin y rebeli·n, constituyen la doble cara de la transferencia nativa (emic) para con el observador extranjero.

No menos importante es la consideraci·n de la contratransferencia (etic), del etn·grafo para con los nativos, presente, por ejemplo, en el Diario de Malinowski, con su ambivalencia hacia los ind²genas.

A los nativos se les estima o se les rechaza contratransferencialmente. Pero, t11mhicl11 se les manipula. Hay etn·grafos que tr§tan de çdemostrarè sus teor²as en los nativos, quc1 desde su ansiedad, fabrican descripciones demasiado çcompletasè, silencian aspectos çNr cundariosè (por inquietantes) o, simplemente, se encuentran a los nativos como çrcdeuton-s pol²ticosè (a veces, guerrilleros), frente a la causa colonial de su cultura de origen. El control de la transferencia y la contratransferencia es de vital importancia, tanto 1111111

la curaci·n como para el trabajo etnogr§fico. De la misma manera que, sin esa transfrrr11d11 afectiva no puede realizarse el acto terap®utico o el etnogr§fico, tampoco es posible Kll correcta ejecuci·n sin un control de distancia contratransferencial.

Page 60: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

103

La terape¼tica es un acto de interacci·n social, entre el enfermo y el m®dico, pero tambi®n, entre el enfermo y su entorno. , Cuando uno enferma, modifica sus relaciones con el entorno, lo altera y la curaci·n es un acto de restablecimiento del equilibrio en la propia comunidad. En la psicosom§tica hay abundante etiolog²a situacional (sucesos vitales, p®rdidas afectivas, presi·n ambiental, etc.), pero, a su vez, las enfermedades tienen, epiderniol·gicamente, una amplia repercusi·n social. Finalmente, 'el mismo concepto de normalidad tiene una dimensi·n social, pues si bien

) un individuo puede sentirse autonormal o autopatol·gico, la sociedad puede considerarle como normal (heteronormal) y viceversa. )

Å

6.4.6 El momento social

El hombre act¼a siempre ®ticamente porque, desde su libertad, da çValorè a las cosas. El valor (lo que es bueno) es normativizado por las culturas, constituyendo un c·digo de referencia para sus miembros. As², cada cultura profesional tiene su c·digo deontol·gico que le exige actuar moralmente, adem§s de unas leyes de coercitivo cumplimiento. La responsabilidad terap®utica exige, ante todo, curar, pero este ejercicio comporta no

-f pocas çalternativasè, referentes a la elecci·n del modo de curaci·n, al secreto, a la oculta- ci·n de la enferm®dad, .etc,

De la misma manera, el trabajo etnogr§fico debe regirse por un c·digo ®tico. Claro est§ que, los etn·grafos no ponen en peligro la vida de las comunidades estudiadas, pero deber§n, en todo caso, actuar como competentes profesionales, superando su etnocentrismo, no distor- f sionando la realidad, no siendo agentes de los m§s varios colonialismos, siendo discretos ,. con la vida de las personas y, sobre todo, procurando que la investigaci·n etnogr§fica tenga 7 como principal beneficiario al pueblo nativo estudiado.

Nada m§s pernicioso que aquellos etn·grafos çpolitizadosè que quieren liderar la revo- luci·n indigenista, o la de aquellos que quieren aislarlos de cualquier adelanto tecnol·gico para mantenerlosĿ çpuros e incontaminadosè (salvaje feliz), o por el contrario, mantienen la atenci·n de un exotismo mercader con fines tur²sticos (fotograf²as de adolescentes desnudas en revistas gr§ficas, vestido y h§bitos chocantes, etc.). àQu® decir de aquellos que, desde una insolvencia profesional o desde la mala fe, embarcan a empresas, asociaciones, comunidades y otros colectivos, 'en cuantiosos gastos por informes culturales completamente ineficaces, que sirven s·lo para desprestigiar la figura del antrop·logo? àY qu® decir de aquellos que, mediante una monograf²a tendenciosa denigran a un pueblo, ridiculizando sus creencias (vg.: , filmando un video çdesvistiendoè a Ja virgen patrona del lugar para çdesmitificarè su fe)?

Urge, como en otros colectivos de profesionales, elaborar un c·digo deontol·g²co del t antrop·logo que potencie la responsabilidad a la hora de realizar una antropolog²a aplicada.

6.4.5 El momento ®tico

f tiene problemas de adaptaci·n a la cultura receptora, para una comunidad aislada en situa- ci·n de etclase o marginaci·n, para una cultura d®bil por los efectos de una intensa acul- Å turaci®n, etc. Ŀ Ŀ .

El acto terap®utico es un acto de gran responsabilidad, al que s·lo deber²an acceder los antrop·logos bien adiestrados, lo cual no significa que tengan como ¼nica experiencia la Å docencia, ni el haber hecho un çtrabajo de campoè donde pasan las vacaciones, en vistas a su tesis doctoral. Å Los desastres que un çaprendiz de brujoè puede acarrear (iatropatogenia, antropo- t patogenia) pueden costnrle la vida a una comunidad cultural (empresa, .grupo, hospital, es- cuela, etc.).

102

6.4.4 El momento operativo

El diagn·stico cl²nico, cuando detecta çestado de enfermedadè, se manifiesta como operativo, tiene intenci·n tcrape¼tica.

Reproduciendo el esquema sobre el que ha operado el acto diagn·stico, la acci·n tera- p®utica se sit¼a entre el enfermo çpacienteè y el terapeuta çagenteè.

El enfermo, conducido (a veces contra su voluntad) por la çviolenciaè del s²ntoma, desea restaurar el equilibrio corporal y social que ha perdido, quiere curarse.

Toda estructura viva, como es el individuo o el grupo, lucha constantemente contra la çentrop²aè o autodisoluci·n y trata de mantener el tono y la tensi·n necesarias para pervivir. En caso de quebranto y enfermedad acude al sanador a quien se entrega como çpacienteè, con çfe esperanzadaè.

Los antrop·logos pensaban que las culturas çprimitivasè eran incontaminadas, sanas, puras (çroussonianasè) y que el trabajo de campo buscaba s·lo su çreconocimientoè. Con Devcreux se ha puesto de manifiesto, que en todas las culturas hay momentos de salud y de enfermedad, de vitalidad cultural y de dcculturaci·n. Una cultura est§ enferma cuando no es capaz de resistir el choque aculturador, cuando no es eficaz en la resoluci·n de los problemas de la comunidad, cuando no proporciona indentidad, ni cohesi·n grupal, etc. La demanda de una cultura enferma puede advertirse vg. en una comunidad-empresa

que decide hacer un çCambio culturalè (reingcnicr²a) a la vista de su inadaptaci·n al mer- cado, o de la crisis interna (cultural) que se ha desatado despu®s de la fusi·n de dos em- presas, etc. (Aou1RRE, 1994); o, cuando una comunidad necesita un proceso de çinculturaci·nè (:\GumRE, 1993a: 384-387) que le potencie su perspectiva intercultural, m§s all§ de su aisla- miento cultural.

El terapeuta act¼a a demanda del enfermo para restituir su equilibrio corporal-an²mico. Su acci·n puede ser positiva (sanadora) o negativa (iatropatog®nica). Se receta a s² mismo (Balint hablaba del çm®dico-rnedicarnentoè) inspirando confianza o traslada Ja çrecetaè a un programa de rehabilitaci·n (dieta, f§rmaco, cirug²a o, simplemente, la palabra).

En parecidos t®rminos, el etn·grafo act¼a sobre una cultura enferma o desestabilizada, como çconsultorè (antropolog²a aplicada) que receta f·rmulas de reingenier²a cultural, tanto para una empresa en crisis interna a consecuencia de una fusi·n, para una poblaci·n agr²cola que ha sufrido el impacto de la industrializaci·n, para una comunidad de inmigrantes que

En el acto etnogr§fico operamos de la misma manera. La recogida de datos de una cul- tura debe ser t®cnicamente correcta. Una vez explorada y constatada (nivel ernic), Ja cultura pasa a ser explicada inferencialmente, desde unos modelos acad®micos, cient²ficamente construidos (nivel ctic).

En el diagn·stico, una cultura (vg. la cultura de una empresa o de una comunidad) puede manifestarse como sana, enferma, ineficaz, etc.

En primer lugar, pues, debernos analizar la cultura tal como- es, se¶alando su capacidad de identificaci·n ®tnica, de cohesi·n grupal y de eficacia en la resol¼ci·n de Jos problemas. Posteriormente, vendr§ Ja orientaci·n diagn·stica y la actuaci·n consiguiente (vg. incrementar el uso, çnormalizaci·nè, de la cultura nativa).

Conocer una cultura, mediante un trabajo de campo etnogr§fico, no pretende, de en- trada, actuar sobre ella. La constataci·n de su existencia nos ofrece ya el imponderable de su singularidad respecto a la nuestra. _ _ El acto cognoscitivo etnogr§fico, al igual que el terape¼tico, se basa pues, en un pro-

ceso cient²fico de recogida de datos, mediante la exploraci·n participante, sobre Jos cuales se infiere un diagn·stico (monograf²a), a partir de sistemas cientfficos de conocimiento. La conjunci·n de los datos cmic, con la decisi·n o juicio cognoscitivo etic, constituye la base esencial del acto etnogr§fico. Ŀ

l

Page 61: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

105

Aou1RRE, A. (1993a). (Ed.) Diccionario Tem§tico de Antropologfa. Marcombo, Barcelona. Aou1RRE, A. (1993b). La identidad ®tnica. R.A.D. Barcelona. AouJRRE, A. (I993c). El antrop·logo como autor y actor. Anuario Historia de la Antropo- log²a Espa¶ola. 2 (1993). 43-48.

Aou1RRE, A. (Ed.) (1993d). Diccionario Tem§tico de Antropolog²a. Marcombo, Barcelona. AGUIRRE, A. (1994). La cultura de la empresa. Anthropol·gica. 15-16 (1994). 17-51. ALLARD & LEFORT. (1988). La m§scara. FCE, M®xico. BALINT, M. (1968). El m®dico, el paciente y la enfermedad, ed. 1986, Ed. Libros b§sicos,

Buenos Aires. BARANDIARĆN, J:M. (1984) en A. Manterola, La etnia vasca, Ed. Ayube, San Sebasti§n. BUENO, G. (1990). Nosotros y ellos. Pentalfa, Oviedo. CAPEL, H. (1981). Filosoj(a y ciencia en la geograj(a contempor§nea. Barcanova, Barcelona. CLIFFORD, J. & MAR1<.us, G.E. (1991). (Eds.) Ret·ricas de la antropolog²a. J¿car, Madrid. ELIADE, M. (1975). Iniciaciones m²sticas. Tauros, Madrid. FERNĆNDEZ, J. (1993). Emergencia etnogr§fica. Tiempos heroicos, tiempos ir·nicos y tarea antropol·gica en Bestard J. (Ed.) Despu®s de Malinowski. A.C.A. Tenerife.

FoucAULT, M: (1968). Las palabras y las cosas. Ed. Siglo XXI, M®xico. FREUD, S. (1912). El delirio y los sue¶os en la Gradiva de W. Lensen (trad. L. Ballesteros),

B. Nueva; Madrid O.C.I. pp. 585-628. GAJGNEBET, C. (1986). El folklore obsceno de los ni¶os. Alta Fulla, Barcelona. GARCfA-¦UAL, C. (1992). La visi·n de los otros en la antig¿edad cl§sica, en Le·n Portilla

et al. (Eds.) De la' palabra en el Nuevo Mundo. Siglo XXI Eds. Madrid, vol. 1 GoETZ, J.P. & LE COMPTE, M.D. (1988). Etnograf²a y dise¶o cualitativo en investigaci·n

educativa. Morara, 'Madrid. GONZĆLEZ EcHEVARRIA, A. (1990). Etnograf²a y comparaci·n. Univ. Aut. Barcelona, Bel!aterra

(Barcelona). GoooENOUGH, W.H. (1975). Introducci·n, en J.R. Llobera (Ed.) La antropolog²a como cien-

cia. Anagrama, Barcelona GRUGEON, (1995). Implicaciones del g®nero en la cultura del patio de recreo, en Woods &

Hammersley. G®nero, Cultura y Etnia e11 la Escuela. Paid·s/M.E.C., Barcelona. HAMMERSLEY, M: & ATKINSON, P. (1994). Etnograf²a. M®todos de investigaci·n. Paid·s, Bar-

celona.Ŀ HARR1s; M. (1977). El desarrollo de la teor²a antropol·gica. Siglo XXI, Madrid. LAfN ENTRALGO, P. (1984). Antropologfa M®dica. Salvat, Barcelona. L1s·N, C. (1977) Antropolog²a social en Espa¶a, 2Û ed. Akal, Madrid. MAESTRE, J. (1990). La investigaci·n en antropolog²a social. Ariel, Barcelona. MALINOWSKI, B. (1922). Los argonautas del Pac²fico Occidental. Ed. esp. Pen²nsula, Bar-

celona (1973). MALINOWSKI, B. (1967). Diario. Ed. esp. J¼car, Madrid. NAROJ.,L, R. & COHEN, R. (Eds.) (1970). Handbook of Method i11 Cultural Anthropology.

Natural History Press, New York. PELTO, P.J. & PELTO, G.H. (1978). Anthropological Research. The Structure of Inquiry. (2nd

ed.) Cambridge Univ. Press, London.

BIBLIOGRAFĉA

munidad, a no crear cohesi·n interna y a no ser eficaz en la resoluci·n de los problemas, es que esta cultura est§ enferma y necesita de la acci·n de un experimentado etn·grafo que act¼e sobre ella y promueva un cambio cultural. Estos son los nuevos caminos de una etno- graf²a nacida en el §mbito de una antropolog²a aplicada.

104

Los conceptos de çernicè y çeticè, nacidos en el contexto de la ling¿²stica, para expli- car las relaciones entre el etn·grafo y la comunidad nativa, siguen siendo v§lidos todav²a, no s·lo por su general aceptaci·n, sino porque expresan dos realidades: el punto de vista del nativo y el punto de vista del observador exterior.

Pero, a la hora de explicar su interacci·n, se nos presentan, m§s bien, como dos v²as de ferrocarril que nunca se conjuntan. Unos insisten m§s en el enfoque çernicè, otras escue- las aluden a la necesidad del enfoque çeticè.

A la pregunta, àqui®nes son los nativos? hemos contest§do que hoy, lo son tanto los habitantes de las comunidades primitivas como Jos miembros de una agrupaci·n o empresa y que el momento m§s importante de la proclamaci·n de lo çemicè son los procesos ini- ci§ticos de enculturaci·n.

A la pregunta sobre qui®n es el etn·grafo, hemos respondido que es un forastero y un amigo (un consultor) que elabora un diagn·stico cultural y que su momento m§s importante es la redacci·n de una monograf²a donde reconstruye y totaliza la cultura nativa estudiada,

Pero, las dificultades de explicaci·n de la interacci·n emic-etic, en el marco de In ling¿²stica, nos han llevado a trasladar el planteamiento al marco de la acci·n terap®utica, donde se explica mejor la conjunci·n de los dos discursos: el sintom§tico y el diagn·stico, por 'ĿÜ que hemos procedido al an§lisis conjunto del acto etnogr§fico y terap®utico, a trav®s de cinco momentos: afectivo, cognoscitivo, operativo, ®tico y social. Ŀ

La acci·n del etn·grafo, hasta ahora, ha sido la de descubrir culturas y describirlas, pero en la actualidad, el trabajo etnogr§fico se orienta m§s a describir y diagnosticar las culturas que se lo solicitan (empresas, agrupamientos, comunidades rurales, cambios culturales, etc.) para sobre ellas elaborar un proyecto de identidad, cohesi·n y eficacia en la resoluci·n de sus problemas. Å . Ante este nuevo consultor-etn·grafo, la comunidad solicitante reclama un buen diaH. nostico del problema y un proyecto de resoluci·n eficaz. Diagn·stico que deber§ ser rn111 partido por la .co~mnidad demandante (conjunci·n ernic/etic) y que recibir§ su respaldo 101111 (y su agradecimiento) en el momento en el que haya sido eficaz.

Cuando una cultura comienza a no proporcionar identidad a los miembros de 111111 rn

6.5 EN CONCLUSIčN

Menci·n aparte merece el tema de la socializaci·n m®dica que ha definido las rela~io- nes econ·micas y cl²nicas entre el enfermo y el m®dico.

Por lo que respecta al momento social del etn·grafo, podemos afirmar que entre ®ste y la comunidad nativa se inaugura una fuerte interacci·n social. Al principio es visto como turista extranjero, despu®s como afincado y nativo asociado, al final, como una persona de la que cuesta despedirse. Por su parte, el etn·grafo percibe a la comunidad nativa, al prin- cipio, como impactante, despu®s, trata de acomodarse y, finalmente, tambi®n siente la partida. El etn·grafo para adentrarse en la comunidad nativa experimenta una eneulturaci·n y una socializaci·n, un aprendizaje de las normas culturales y sociales de la comunidad.

Los nativos, por su parte, desarrollan pautas sociales con el extranjero, a veces tole- rantes, a veces hostiles, diferentes de las suyas habituales.

En cierto modo, la acci·n del etn·grafo modifica el contexto de la comunidad nativa y la cultura nativa modifica la percepci·n social del etn·grafo ..

El etn·grafo es percibido a trav®s de su rol y su estatus, Ja comunidad nativa es analizada desde su estructura social-cultural.

En este juego, pues, de interacciones sociales se desarrolla la relaci·n etnogr§fica, ba- sada en la observaci·n participante, en una peque¶a comunidad y durante un periodo medio de dos a¶os de estancia.

Page 62: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

107

\r.~ { ; ~ .Ŀ : \ t.

oĿ, tč,

/-.Ŀ . El primer çdeberè de u~®dic_?).todos lo sabemos en la medida en que hemos sido

pacientes de un çDoctor>>- es no matar a sus enfermos. àC6mo podr²amos çtraducirè esta primera norma deontol·gica deĿ fa'"j)i-§'®ti®'iid~Ta.Medicl.ita .Å a la pr§ctica de la Etnograf²a, sin caer, por eso, en el chiste f§cil o en lo obvio? Todos los que nos consideramos a nosotros mismos como verdaderos indigenas, u originarios de nuestro pa²s, miembros de nuestra propia cultura, somos potencial o realmente çpacientesè o sujetos de la acci·n del agente, en este 'caso del etn·grafo, que viene a investigarnos.

Claro que el paciente de un m®dico se dirige voluntariamente a ®ste cuando se halla enfermo, para que averig¿e qu® enfermedad padece y le sane. No es ®ste el caso del paciente del etn6grafo, el cual no solicita que se le investigue, sino que es m§s bien el etn·grafo quien desea investigado para descubrir eso tan et®reo a lo que ordinariamente llamamos incontinentemente, çverdadè. Si en el caso del enfermo que pide el concurso del m®dico debe exigir de ®l que no le lleve a lo contrario de lo que le solicita -la muerte en lugar de la salud- parece que en el caso del ind²gena ser§ cm~ mayor raz·n exigible que quien le investigue no provoque la destrucci·n de lo que investiga, es decir, del ind²gena, no como ser individual, sino como ser social y cultural. ~

Es evidente que quien se propone investigar una sociedad o ente sociocultural no pre-á tende o tiene como objetivo la destrucci·n de lo que investiga, p~g-,e~~v.ide11~~.tambi®n.q~e quien ~uiern .. m.t~-~PQP~ -~!l. contacto co~ una .. sociedad distinta de la suya propia act¼a como .: V;Ŀ~ ag(,!~~~.-~~p_ropia C1JlW!!l.Y. ~aj.<'.Olll~.-si.s.e tratara de un enfermo portador de una enfermedad 'Ŀ

0 ÅÅ

contag!.Qsa,. expone a todos a quienes trata a los efectos de su propia. cultura que, por eso, '-' v Å

pudi®r11 _1!..aJ1~~~fm.~seĿ en .. eCgerii²en Ŀ®l.e .. su propia .. enfermedad. .. - Esto es particuliirme¶te notablecuando el etn·grafo, como suele suceder, es un agente encubierto de la cultura occidental -¿n²ca que se sepa que produce este g®nero de profesio- nales a\los que denominamos etn·grafos- ya que su grado de diferencia o contraste con culturas extra¶as, suele ser m§s notable y, por lo tanto, los resultados del contacto pueden conducir casi inevitablemente, a la destrucci·n o, al menos, al da¶o irreparable de la socie- dad investigada. Claro que el grado del da¶o provocado por el etn·grafo, como agente de la cultura

occidental es variable. El da¶o directo puede ser muy grave, pero no menor puede ser el da¶o indirecto, ya que una mala interpretaci·n del çhecho etnogr§ficoè investigado, puede distorsionar la realidad investigada y, por consiguiente, las conclusiones a que se llegue y los çjuicios de valorè que se construyen acerca de la cultura o grupo ®tnico en relaci·n al cual el ente de cultura occidental. que muchas veces es el grupo nacional dominante, ela-

7. Deontolog²a etnogr§fica Jos® Alcina Franch

106

'I

P1KE, L. (1?54). Language in Relation to a Unified Theory of the Structure of Human Behavior, Glendale (2nd ed.) The Hague (1971 ).

PowDERMAKER, H. (1966). Stranger and Friend. Norton, New York. Scusrs, E. (1988). La cultura empresarial y el liderazgo. Plaza Jan®s, Barcelona. STURTEVANT, W.G. (1964). Studies in Ethnoscience. A. Anthropologist 66 (1964). 99-131. WJLUAMs, Th. R. (1973), M®todos de campo e11 el estudio de la cultura. Ecls. J.B. Madrid.

Page 63: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

109

Una vieja discusi·n en un caf® de Lima: àlos çind²genasè deben quedar en el zoo de la reserva ®tnica o, por el contrario, tienen derecho a disentir de los indigenistas y desear la supuesta o real çmodernizaci·nè, la tecnificaci·n de sus vidas, la çc²v²l²zac²·nè (?) ... ? Todas son voces comprometedoras y habr²a que precisarlas para enteder mejor el problema global. No es este el lugar y el momento m§s adecuado, pero es inevitable algun g®nero de precisi·n. La çreserva ®tnicaè àes deseable en la misma medida en que estamos obligados a preservar nichos ecol·gicos sagrados -Il§mense parques nacionales o no- al menos como una contribuci·n semirrom§ntica y una ense¶anza de regeneraci·n para nuestros descendien- tes de modo que inicien al menos esa recuperaci·n del medio natural? Tambi®n el medio social y cultural vale la pena que lo rescatemos y contribuyamos as² a la regeneraci·n de nuestro planeta.

Sin embargo, no podemos .desde¶ar que çtodosè -tambi®n los indios- nos hallamos Inmersos en un complejo proceso de cambio, que nos puede llevar a la ruina -que quiz§s nos lleve inevitablemente a la ruina- pero del que dif²cilmente nos podemos librar salvo que echemos mano de la çdictadura del ecologismoè. àEs posible, es preferible (?) sacrificar la libertad y aun el esp²ritu democr§tico, en aras de la regeneraci·n biol·gica sociocultural del planeta? àC·mo podr²a decirle a Tom§s Huam§n que no llamase William a su hijo peque¶o -estoy rememorando hechos pasados hace treinta a¶os casi- o que no se vistiese ®l mismo con prendas vaqueras o impedirle desear la compra de un frigor²fico, para guardar qu®? àO es que su propia identidad ®tnica e incluso su lengua -la qu®chua- no deber§ cambiar nunca m§s? El 'castellano de hoy en d²a no es el mismo que yo escuchaba a mi padre hace sesenta a¶os. àNo estaremos magnificando cosas que -como todo- ser§n antiguallas dentro de muy poco? àHasta d·nde debe llegar el derecho a la defensa de lo propio, de lo tradicional, de la identidad cultural ele los pueblos, sin que nosotros mismos nos transformemos en un lastre, en un dique insensible? O bien, àcu§l podr²a ser el punto equilibrado que mantenga,

7.3 ENTRE.EL ZOO Y LA MODERNIDAD

por ning¼n etn·grafo o antrop·logo, por bueno o aun benefactor que sea o pretenda ser. Imagino el sentimiento de horror y hasta de odio que pueden sentir hoy Jos yanomami al contemplar la llegada de unos çblancosè como posibles antrop·logos. No me extra¶ar²a que los recibiesen a flechazos y aun a tiros .

Durante a¶os y a¶os fueron çinvestigadosè, sin que previamente se les hubiese pedido autorizaci·n para ello. En realidad, àqu® diferencia habr²a entre un antrop·logo y un misio- nero? Ambos habr§n sido visualizados y entendidos como çagentesè blancos, intrusos curiosos en su medio, a los que habr§n observado casi con tanta minuciosidad como ellos iban a ser observados por los blancos. En realidad, un buen etn·grafo es aqu®l que se deja observar y analizar como ®l pretende hacerlo con el grupo ®tnico objeto de su inter®s çcient²ficoè. Quiz§s Ja empat²a nace de esa mutua curiosidad que en los çcient²ficosè conduce a la obra etnogr§fica y en los ind²genas lleva al enriquecimiento de sus experiencias humanas. Por eso, podemos preguntarnos muchas veces, àqui®n investiga a qui®n?, àqui®n se burla de qui®n? El etn·grafo, disfrazado de çingeniero socialè, que no es otra cosa en realidad que

Ŀ un agente del gobierno, para que ese pueblo en concreto responda adecuadamente a los intereses generales de un estado lejano y desconocido puede, a su vez, ser utilizado por el çcaciqueè o por las çfuerzas vivasè de la poblaci·n para que aquel lejano gobierno conceda las siempre incumplidas promesas, las çmejorasè nunca llevadas a la pr§ctica.

Y, àqu® dir²amos de las burlas? En este caso la acci·n mutua y la solidaridad no existe: se trata de una relaci·n asim®trica en la que los çblancosè son siempre motivo de mofa por parte de los ind²genas; ¼nicamente cuando los çblancosè no son tan blancos, como es el caso de los latinos, el entendimiento burlesco puede ser m§s parecido, equiparable o equilibrado.

Å Å ' t t

108

De la misma manera que como miembros de una sociedad suficientemente culta po- demos ex~resar nuestro d~seo y ~un desearlo fervientemente que nadie venga a çsalvarnosè, a quedar hbres de p~etendidos çhbera?oresè, algunos pueblos ind²genas (?) podr²an expresar el deseo y, como digo, desearlo fervientemente y aun con todo coraje, no ser investigmhç

7.2 àQUI£N INVESTIGA A QUI£N?

Aunque el concepto de çsecreto profesionalè no podemos extenderlo sin m§s al campo del trabajo etnogr§fico, es bien cierto que no afecta exclusivamente a la pr§ctica m®dica o period²stica, tal como lo conocemos habitualmente, sino que, en cierto modo, afecta tambi®n al trabajo etnogr§fico y esto, especialmente, al menos desde dos o tres perspectivas. Es bien sabido y consagrado como pr§ctica habitual el hecho de cambiar el verdadero nombre de la localidad o grupo ®tnico investigado, aunque se indique con mayor o menor precisi·n su localizaci·n geogr§fica, con lo que el investigador interesado identificar§ satisfactoriamente ese extremo; del mismo modo, los nombres de los informantes, al menos los m§s habituales, tambi®n ser§n sustituidos por otros ficticios, de tal manera que sus opiniones queden salva- guardadas por el secreto; por ¼ltimo es evidente que multitud de otros nombres de personas o de lugar ni siquiera ser§n mencionados en tanto que lo que interesa estudiar y, por lo tanto, los hechos que sirven de base para la investigaci·n en conjunto son, obviamente, hechos çbiogr§ficosè o bien determinados en tiempo y espacio, pero todas esas circunstancias son obviadas no por el simple requerimiento de salvaguardar el secreto de personas y circuns- tancias sino porque tales detalles no interesan en puridad a la investigaci·n misma.

Claro es que en la çocultaci·nè de tales detalles identificadores pesan fundamentalmen- te consideraciones ®ticas que se refieren o tratan de salvaguardar derechos individuales o colectivos cuya transgresi·n afectar²a muy negativamente a las personas o grupos implica- dos. No debemos ocultar u olvidar, sin embargo, el hecho de que en una investigaci·n etno- gr§fica hay que preservar tambi®n el derecho que otros investigadores, interesados. en ese estudio, o en el §rea de trabajo, tienen en relaci·n con las çfuentesè de la informaci·n mane- jada p~r el etn·grafo. Ello'. junto con otros aspectos que afectan a la metodolog²a utilizada, permitir® comprobar, en cierto modo, a sus colegas, la çcalidadè de la investigaci·n y Ja exc7lencia o no de los ~esultados obtenidos en la misma. De tal manera esto es as² que, en r~hdad, el çsecretoè s~em~re debe ser relativo y no s·lo por lo que -aparente contradic- ci·n- acabamos de decir, sino porque, ocasionalmente, los çinformantesè o ciertos çinfor- mantesè podr²an estar interesados no s·lo en que oculten sus nombres sino, por el contrario, en aparecer como personas relevantes en el proceso de la investigaci·n e incluso cercanos a la çautor²aè de la misma, lo que en alg¼n caso podr²a hallarse m§s cerca de Ja verdad de lo que podr²a pensarse, si tenemos en cuenta la dependencia que muestran algunos etn·grafos a determinados de sus çinformantesè.

7.1 EL SECRETO PROFESIONAL

hora un juicio, podr²a llegar a ser incluso çpenalè. Muchos çcient²ficosè siguen pensando -err·neamente- que la ciencia es inocente; lo que implica que su propia çmaldadè pueden llegarla a considerar como çnaturalè. De ah² que, si es malo que algunos pol²ticos sigan con- fundiendo modernizaci·n con çcivilizaci·nè, mucho peor es que esa confusi·n anide en el propio etn·grafo. No es extra¶o pues que algunos de estos etn·grafos se conviertan en agentes conscientes -y aun a sueldo- del cambio que las fuerzas centr²petas çnacionalesè propugnan para acabar definitivamente con cualquier vanedad social o cultural distinta de la que ellos representan.

Page 64: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

111

el çcient²ficoè se ha hermanado, y a los que muchas veces ha alentado a sentirse orgullosos de su propia lengua, su religi·n o sus tradiciones m§s ²ntimas. En esa hora, muchas veces dram§tica en la que el periodista o el çCasco azulè llega a perder la vida, el etn·grafo, el antrop·logo, tiene que estar con esos que, definitivamente, son los çsuyosè y no meramente su oscuro objeto de curiosidad. Una vez m§s repetir® lo que tantas veces he dicho de lo que constituye el n¼cleo de

mi vocaci·n y de mi hacer profesional. çYo -dec²a- soy arque·logo, pero m§s que la ar- queolog²a, lo que me interesa es la antropolog(a; claro que m§s que la antropolog²a me inte- resa la educaci·n y siempre, mucho m§s que la educaci·n me interesa -aunque en el mejor sentido de la palabra- la pol²ticaè. Como mu¶ecas rusas o cajas chinas, cada una de esas capas de cebolla se justifican a s² mismas y a las quecontienen.

Y eso, naturalmente, para siempre.

110

Cuando Ja Antropolog(a comenz· a ser 'considerada como una disciplina cient²fica, su objeto principal de estudio eran los peyorativa y err·neamente llamados çpueblos primiti- vosè; ya en nuestro siglo se empez· aĿ utilizar el concepto de çcampesinoè, aplicable n aquellos que se hallaban entre çla tribu primitiva y Ja sociedad industrialè, pero ®sta ¼ltima que hab²a sido objeto exclusivo de estudio para los soci·logos lo fue igualmente para los antrop·logos. Aquellos çprimitivosè y/o campesinos parec²an d·ciles minor²as ya integradas o en proceso de integraci·n en las sociedades nacionales çmodernasè: hab²an protagonizado revueltas m§s o menos violentas y sonadas en el pasado peto, en conjunto, parec²an sola- mente descosas de salvar su patrimonio cultural. El pujante çindigenismoè de los af1011 cuarenta y cincuenta en Am®rica era fundamentalmente paternalista: una especie de institu- ci·n Iascasiana deseosa de impedir la çdestrucci·nè total de los pueblos indios del conti- nente. Nadie sab²a lo que hab²a dentro de la olla a presi·n que era en realidad la Uni·n ele Rep¼blicas Socialistas Sovi®ticas (URSS). Todo eso ha cambiado radicalmente en muy pocos a¶os. Los conceptos de çetnicidadè y de çnacionalidad ®tnicaè juegan un papel im- portante en la moderna antropolog²a y el indigenismo se radicaliza desde los a¶os setenta y cobran fuerza las organizaciones que agrupan a nivel nacional o internacional a un sinf²n de etnias ind²genas que reclaman no s·lo Ja defensa de su lengua y su cultura, sino su derecho a estar representadas en el parlamento nacional de cada pa²s e incluso su derecho a la autodeterminaci·n y a la independencia. Ŀ Pero aquellos çind²genasè de anta¶o, a los que defend²a el Instituto Indigenista Intr

~americano, o los Institutos Indigenistas nacionales de cada pa²s de Am®rica, son hoy Ju8 ind²genas de todo el mundo: son los chechenos del sur de la antigua URSS o los kurdos cll'! Tu~qu(a e Iraq, los tutsis, Los i'.1dio_s de Chiapas o los catalanes y vascos de nuestro p11f11, 11 mejor, de nuestro estado plurinacional, Todos ellos, en realidad, reclaman lo misml), 1111 çnuevo orden mundialè -no el anunciado a bombo y platillo como presente de los l.!stnclo²C Unidos de Am®rica al resto de los pa²ses del mundo- sino un nuevo orden aut®ntico en rl qu~ las rclaci?nes de poder internacional tenga 'en cuentaĿ a esas nuevas -cn realidad muy antiguas- naciones con lenguas y culturas diferentes que desean gobernarse a sf mismas 1:011 plena independencia. Pues bien, àcu§l es el papel del etn·grafo en ese nuevo/viejo panorama real del 1111uHl11,

siempre aplastado por la çhistoriaè de conquistas, violentas o no, pero siempre injustas, rou absurdas fronteras coloni~lcs -cxtcrnas o internas- que se siguen manteniendo a sannro y fuego para dc~cnder lo_s _mtercses de algunos? La responsabilidad ®tica del etn·grafo qrnĿ ayud· a definir la etnicidad de aquellos pueblos es de dimensiones incomparablemente mayor que en otros casos. Ya no se trata de responsabilidad cient²fica, del buen uso drl secreto profesional, de la imperiosa necesidad de defender la verdad; se trata de adquirir 1111

nuevo compromiso, esta vez pol²tico, con aquellos con quienes se ha convivido, con los <111r

7.4 ETNOGRAFĉA O POLĉTICA

respete y aun acreciente la cohesi·n sociocultural de un grupo sin que le impida al mismo tiempo cambiar, ser algo que algunos pensar§n que es mejor aun cuando otros crean que se pierden definitivamente las çesenciasè de Ja cultura propia? . Ŀ . Aquella vieja discusi·n en un caf® de Lima junto a colegas experimentados en mil lides de antropolog²a de campo, est§ viva, a no dudarlo, en Ja conciencia de cualquier etn·grafo Ja primera vez que se pone en contacto con el çotroè. Podr²a decaer, olvidarse, acorcharse el entendimiento ante este problemaĿ y eso es nocivo para el investigador y el investigado. Ni uno ni otro son inertes, pero no deben serlo -sobre todo el activo, el agente- si no que- remos adocenamos y adocenar la etnograf²a. El fiel de la balanza implica una pesada respon- sabilidad moral que es imposible disimular.

Page 65: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

El proceso etnogr§fico

Page 66: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

115

Entre los etn·grafos -es decir, los antrop·logos en acci·n a la busca de datos- existe una especie de sustrato colectivo de ra²z naturalista que tiende a reconocer que el trabajo de campo dif²cilmente puede ser ense¶ado y planificado previamente de manera detallada. Como dice M. C§tedra çhay una tradici·n ya cl§sica en Antropolog²a de considerar que no se puede ense¶ar a hacer etnograf²a; simplemente hay que hacerla y con ello superar el rito de passage que convierte al iniciado en un profesional adultoè (M. CATEDRA, 1988b, 321). La idea de que el trabajo de campo no necesita especial preparaci·n se apoya en presupues- tos como el de considerarla in¼til porque la misi·n del investigador es enfrentarse con lo inesperado o porque las comunidades, §reas o temas a investigar est§n in®ditas y no ofrecen informaci·n previa.

De todos modos esta actitud (cultivada por eminentes antrop·logos como Kroeber, quien se limitaba a dar una informaci·n muy superficial a sus disc²pulos partiendo quiz§s del principio de que les bastaba su formaci·n acad®mica) no se puede sostener hoy y tampo- co pas· muchas veces de ser una mera pose en el pasado. Ya uno de los padres de la Antro- polog²a de nuestro siglo, Malinowski, indica claramente que las ideas preconcebidas son pe- ligrosas para el cient²fico, pero las conjeturas previas al trabajo de campo son un don indis- pensable (B. MALINowsK1, 1973, 26). A¼n no pudiendo predecir el curso que tomar§ nuestra investigaci·n sobre el terreno, es necesaria una preparaci·n previa y un plan inicial de actua- ci·n que evite un comportamiento ca·tico del investigador o un impacto desorientador en la investigaci·n (J. MAESTRE ALFONSO, 1976, 72. M. HAMMERSLEY & P. ATKINSON, 1994, 42).

Desde los comienzos se deben plantear y seleccionar los temas a abordar, los enfoques a utilizar como herramienta te·rica, los problemas o hip·tesis a resolver/comprobar y tambi®n las razones que nos conducen a elegir un sector, comunidad o §rea de estudio. Todo ello puede tener una relaci·n con aspectos extracientfficos, como la situaci·n personal del in- vestigador o las inquietudes de la sociedad en que est§ inmerso; un buen ejemplo de lo primero nos lo facilita S. Brandes, que eligi· como campo general d® estudio Espa¶a porque para ®l nuestro pa²s representaba un lugar donde pod²a encontrar refugio mental en medio de unas relaciones personalizadas y un ideal muy diferente de la sociedad americana de fines de los ai\os sesenta, inmersa en una tensa conflictividad con el drama del Vietnam como tel·n de fondo (S. BRANOES, 1991, 144-154); es bien sabido, por otra parte, que antrop·logos norteamericanos le han prestado a lo largo del siglo xx, con Boas como iniciador, bastante atenci·n al problema racial porque esa era una preocupaci·n incrustada en la propia socie-

8.1 INTRODUCCIčN

8. Demarcaci·n de campo y documentaci·n previa

Xos® M. Gonz§lez Reboredo

Page 67: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

117

El primero de los niveles enunciados tiene poca aplicabilidad en Etnograf²a. El segundo sirve para establecer un marco gen®rico de estudio en el que se insertan las ideas plasmadas en la Investigaci·n puntual. En-cuanto al tercero, es seguramente el que necesita una mayor atenci·n para delimitar el campo de estudio -en las ciencias sociales. Dentro de esos corpus te·ricos concretos se pueden encontrar fundamentos para enunciar hip·tesis de trabajo y principios para desarrollarlas, as² como insinuaciones para delimitar el objetivo inicial del trabajo. Una muestra de ello puede ser la propuesta hecha por T. San Rom§n y A. Gonz§lez Echevarr²a para un estudio del parentesco; su formulaci·n se basa en la siguiente hip·tesis general de partida: en la base de la instituci·n del-parentesco y la familia est§ la regulaci·n social de la procreaci·n; para llevar a cabo una contrastaci·n de esta hip·tesis las autoras proponen varias fases, entre las que destacamos la primera, encaminada a abordar una re- visi·n cr²tica del parentesco, de la construcci·n te·rica en Antropolog²a y tambi®n la rea- lizaci·n de un dise¶o general que permita formular diversas hip·tesis auxiliares que completen a la general de partida; el objetivo de este proyecto es la construcci·n de un modelo interpretativo del parentesco (T. SAN ROMĆN & A. GoNZĆLEZ EcttEVARRIA, 1993, 129 y ss.). Ejemplo de caracter²sticas diferentes puede ser, entre otros, el que llev· a estudiar una co- munidad de Irlanda a R. Creeswell, en el que se parti·, con el objetivo de construir un modelo, de una hip·tesis inicialas² formulada: la estructura tecnoecon·mica determina las formas que adoptan otras estructuras sociales; esta infraestructura es el resultado del fundo- . namiento pasado y actual deĿ todas las estructuras (R. CRESSWELL, 1969, 15-16).

Con frecuencia losĿ planteamientos te·ricos iniciales no son fruto de un investigador aislado, sino que se enmarcan dentro de planes generales que pretenden establecer objetivos comunes y fijar hip·tesis o problemas que luego se validar§n o reforrnular§n con datos obte- nidos no solamente en una localidad o §rea, sino en varias localidades distintas mediante el trabajo de varios observadores, lo cual favorece posteriormente an§lisis comparativos. Un ejemplo de ello es la propuesta, hecha por un grupo de estudiosos, de acercarse a la antro- polog²a de Ja educaci·n mediante el estudio en varias localidades del maestro como trans- misor de cultura y la educaci·n como un proceso de transmisi·n de cultura, lo cual conduce a aprovechar conceptos sacados del metalenguaje espec²fico, como encutteraci®n. aculturaci·n o emic/etic (M. KN!PMEYER, M. GONZĆLEZ BUENO & T. SAN ROMĆN, 1980, 5 y ss.). Otra muestra ser²a, dentro de los estudios sobre Antropolog²a del g®nero, el llevado a cabo en el marco de un proyecto amplio para estudiar el tema çMujeres y cambio soc²oecon·m²coè desde una perspectiva que pretende profundizar en los factores econ·micos, sociales e ~deol·gicos ~ue act¼an para crear y reproducir condiciones que son espec²ficas de las mujeres de bamos urbanos; este planteamiento fue desarrollado en trabajos puntuales como el de K. Bohman en una barriada de Medell²n (Colombia) (K. BoHMAN, 1984, 7). La detecci·n de un problema que atraiga la atenci·n del investigador puede no estar

relacionada inicial y directamente con los planteamientos basados en la teor²a o en la casu²stica etnogr§fica conocida -aunque s² lo est® en sus aspectos generales-. El punto de partida para un proyecto investigador se puede hacer presente eri un hecho o una serie de hechos que llaman la atenci·n del estudioso; as², Measor percibi· que no solamente las chicas tend²an a ir peor que los chicos en los ex§menes de ciencias, sino tambi®n que esta diferencia estaba m§s acentuada en Nuffied, lo cual le llev· a planificar una investigaci·n sobre el fen·meno (cit. por M. HAMMERSLEY & ATKJNSON, 1944, 44). Muchos estudios de comunidades o §reas rurales se iniciaron a partir de un primer contacto del investigador, que detect· all² Ja presencia de un problema, lo que le condujo a formular un dise¶o basado en esa apreciaci·n inicial. Eso es lo que sucedi· con respecto a un estudio nuestro sobre el valle de Aneares, en el l²mite entre Le·n, Asturias y Galicia, recientemente llevado a cabo.

construido en tomo a los estudios de las sociedades campesinas, el parentesco, las religiones populares, la marginalidad, la educaci·n, etc.

a) Grandes teor²as o paradigmas te·ricos, que aspiran a tener un alcance universal y a formular reglas generales. bá Teor²as formales o de rango intermedio, es decir, conjuntos de proposiciones ²nter-

relacionadascuyo objeto es explicar una clase abstracta de comportamientos o fen·menos. Teor²as sobre estructura social, tecnoeconom²a o personalidad entrar²an dentro de esta ca- tegor²a. '

e) Teor²as sustantivas o proposiciones interrelacionadas que se centran en cuestiones puntuales de P?blaciones, espacios o tiempos identificables por su concreci·n. En el campo de la Etnograf1a/Antropolog²a estas teor²as sustantivas estar²an r~ptesentadas por el corpus

116

Son varias las formas de enunciar las distintas fases de una investigaci·n antropol·gica. Una, sencilla y gen®rica, es la que aporta Tentori, quien distingue las cinco siguientes:

Primera: definici·n del problema y programaci·n de laĿ investigaci·n. Segunda: recogida de datos, sean estos documentos de informantes o fruto de la observaci·n de las acciones humanas. Esta es la fase etnogr§fica por antonomasia.

Tercera: ordenaci·n de los datos. Cuarta: an§lisis de los datos. Quinta: redacci·n de la monograf²a (J. TENTORJ, 1981, 127-128).

En este cap²tulo nuestra atenci·n debe de centrarse principalmente en la primera de lns enumeradas, aunque no evitaremos hacer alguna alusi·n a las posibles -y frecuentemente necesarias-: reformulaciones del problema y del programa en las fases siguientes, especial- mente en la segunda.

Todo an§lisis etnogr§fico esl§ condicionado porlos principios que asimil· el inve11(l- gador durante su formaci·n y por el enfoque concreto que adopte para programar su trabajo, Cualquiera que sea la investigaci·n a realizar, las orientaciones te·ricas sirven para formulnr unos interrogantes precisos, los cuales facilitar§n la detecci·n de respuestas adecuadas du- rante el trabajo de campo (J. FRJGOL~ RE1xACH, 1983, 26); aunque el enfoque sea meramente descriptivo, tanto los datos recogidos (objeto) como la ordenaci·n de los mismos (m®todo) dep~nden de conceptos. manifiestos o latentes, utilizados en la descripci·n, es decir, de In teona. (l. Rossr & E. O'HoGGJNS, 1981, 157). No es este lugar adecuado para hacer un recorrido anal²tico a trav®s de los distintos y plurales planteamientos usados por la Antro- polog²a. De todos modos creemos preciso recordar (J. GoE"T'Z & M.D. LE CoMPTE, 1988, 60 Y ss.) que se puede establecer una jerarqu²a .en los enfoques te·ricos de la siguiente manera:

8.2 EL CAMPO DE ESTUDIO

dad americana. Mas, por encima de personalismos ajenos a la ciencia en s², en general los trabajos etnogr§ficos necesitan de un punto de arranque epistemol·gico y t®cnico del que nos ocuparemos en las l²neas que siguen. Dividiremos nuestra exposici·n en tres apartados. Distinguiremos inicialmente fo que

es la unidad o campo de estudio y la unidad -unidades- o campo de observaci·n, entcn- dicndo por lo primero un conjunto teor®tico y estrat®gico que establece un marco conceptual del proyecto, y por lo segundo los lugares concretos donde se desarrolla el trabajo de campo, aunque cabr²a establecer diferencia entre campo de observaci·n y unidad de observaci·n, en tanto que en muchos casos el campo elegido (como veremos en alg¼n ejemplo) comprende m§s de una unidad. A ello dedicaremos Jos dos primeros apartados. El tercero estar§ cen- trado en el tema de la documentaci·n previa, advirtiendo que las tareas preparatorias de los dos primeros suponen tambi®n el manejo de documentaci·n bibliogr§fica inicial.

Page 68: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

119

Hay muchos casos en que un conocimiento previo del campo de observaci§n conduce a delimitar el campo de estudio, del que nos acabamos de ocupar. En otros casos puede suceder al rev®s, siendo entonces necesario localizar un campo de observaci·n adecuado para poder iniciar la acci·n guiada por el plan trazado. Es verdaderamente grande la casu²stica que los distintos autores nos ofrecen sobre su elecci·n de un campo o unidad de observaci·n, la cual siempre ha de adaptarse al principio de que cuanto m§s restringidos o concretos sean los presupuestos te·ricos que se van a aplicar, o cuanto m§s precisas sean las cuestiones planteadas, con mayor precisi·n ha de definirse la unidad de observaci·n (J.G. GoETZ & M.D. Le COMPTE, 1988, 81). A veces se llega a la meta despu®s de diversas peripecias, como las que simp§ticamente nos cuenta Barley (N. BARLEY, 1990, 22-24). En otras circunstancias pueden influir insinuaciones de las autoridades, de lo que es muestra el caso de Evans- Pritchard, que se dedic· a estudiar los nuer porque as² se lo solicit· el por entonces gobierno del Sud§n anglo-egipcio (E.E. EVANS-PRITCHARD, 1977, 21). Sin embargo esta casu²stica, plagada muchas veces de personalismos, debe de estar siempre relacionada con un m²nimo de criterios cient²ficos que justifiquen la elecci·n, puesto que, como se¶ala Geertz, los etn·grafos no aspiran a estudiar aldeas sino que estudian en aldeas para llegar a construir una visi·n espec²fica sobre el hombre (C. ¦EERTZ, 1988, 33).

En Antropolog²a se usan t®rminos como çcomunidadè o ç§reaè para definir el campo

8.3 EL CAMPO DE OBSERVACIčN

a) Teor²a o corpus te·ricos predominantes que orientar§n Ja investigaci·n. b) Tema o temas en los que se pretende incidir. c) Problemas que se quieren dilucidar, es decir, objetivos o fines de la investigaci·n. d) Hip·tesis de partida, tanto principales como secundarias.

como el reparto igualitario del patrimonio, nos pareci· posible encontrar aqu² un inquietante sistema de residencia postmatrirnonial, la residencia natolocal, que hab²a sido estudiada en contextos parecidos en la isla de Tory, Irlanda (R. Fox, 1978, 156 y ss.), en Tras-os-Montes (B.J. O'Naur, 1984, 320 y ss.) e incluso en el sur de Galicia (C. L1s·N TowsANA, 1971, 310 y ss.); la hip·tesis se hab²a reforzado adem§s, con alg¼n informe escueto e indirecto en este sentido; pero una vez iniciado el trabajo y cuestionado sobre el asunto a numerosos informantes de distintas localidades del valle, tuvimos que abandonar este aspecto al comprobar que esa posibilidad no era contemplada, ni en el pasado ni en la praxis presente, por Ja sociedad local (X.M. GoNzALEZ REBOREDO & C. GoNzALEZ P®REZ, en prensa). La pausa en Clfie/d-work, con reflexi·n sobre el plan de trabajo y delimitaci·n previa del campo, trae como resultado nuevas formulaciones, se incorpora a posteriori a la delimitaci·n inicial del campo concep- tual, y convierte a todo proyecto en un proyecto abierto; esta realidad fue detectada desde siempre por los etn·grafos preocupados por el m®todo; como dice M. Griaule çel etn·grafo, generalmente, se ha fijado un programa de estudios antes de su llegada al terreno. Luego, en numerosos casos, se ver§ obligado a cambiarlo, o bien porque lo hab²a establecido a par- tir de datos insuficientes, o bien porque las circunstancias lo colocan frente a instituciones interesantes cuya existencia ignoraba.è (M. GRJAULE, 1969, ~9). La necesidad de reformular el plan inicial de trabajo no supone necesariamente que ®ste

sea superfluo, ni mucho menos. Si el acercamiento a un tema de estudio tiene dosis de im- precisi·n con un plan detallado inicial, la actuaci·n sin esta planificaci·n conduce siempre a un caos del que dif²cilmente se pueden extraer conclusiones coherentes. Por eso todo in- vestigador. ha de preguntarse desde el mismo momento de Ja concepci·n del estudio por una serie de cuestiones, precis§ndolas y document§ndolas de la manera m§s exacta posible. Los interrogantes a plantear est§n referidos, primariamente, a Jos siguientes aspectos:

118

Nuestro conocimiento inicia\ de esta zona a ra²z. de un estudio anterior, dedicado a la ver- tiente gallega de la Sierra de Aneares, nos hab²a permitido observar algun~s _fen·mcn?s '!e inter®s como la diferencia entre Lugo y Le·n en lo que se refiere a la tradici·n hcrcditnrin prcdon~inante, 0 la presencia en el valle de. A~cares de ofic!os ~rnbulantes cjercid_os has.';'. hace pocos a¶os (espor§dica y aisladamente aun hoy), algo me~1stente o s~c~ndar10 en lus aldeas gallegas pr·ximas. Ambos hechos fueron puestos en relaci·n con la bibliograffa sobn- la familia y herencia en ?alicia (vid., por ejemplo, C. L1s·N TOLOSANA, 1971), con ~lgu1nas aproximaciones a los oficios ambulantes (X.A. FIDALGO SA~TAMARI¤A. & F. RooRIG~Ez, ~ !>~K y X.A. FmAl.GO SANTAMARI¤A, 1990) y con los datos recogidos antenormente en tierras ~ Å. 1- llegas vecinas (X.M. GONZALEZ REBOREDO & X. RooR{GUEZ C~11u>os, 1990~ Å. lleg~ndo .Û la conclusi·n de que era oportuno orientar la investigaci·n al estudio de la familia, la 1dcntid111I y los oficios caracter²sticos del valle de Aneares (X.M. GONZALEZ REBOREDO & C. GoNZĆIN. PtREZ, en prensa). . . . . , El ejemplo anterior puede servirnos para 1~c1d1r. en un. aspecto hasta ahora s·lo 1.11s~:

nuado. Nos referimos a que es normal que las hip·tesis y Objetivos no lleguen a formularse de una manera acabada si no se realiza una exploraci·n inicial de unidades o campos de observaci·n en Jos que se piensa trabajar. En muchos casos este trabajo exploratorio resulta fundamental, puesto que nos permite adaptar objetivos e hip?tesis a la r~alidad_(A. GoN1.A11-:1. EcHEVARRfA, 1987, 232). Mar²a C§tedra, por ejemplo, deja constanc.ia escnta ~e que 1111 inter®s por el estudio de una minor²a marginal, los çvaqueirosè astunanos, surgi· ~urante un viaje exploratorio preliminar por tierras de Asturias y, m§s concretan:ente, gracias a 111 observaci·n en un chingre de aldea de una escena en la que dos çvaqueirosè se cruzaban reproches e insinuaciones intencionadas con otros aldeanos all² presentes (M. CArnrn1~, Ŀ 1988a, 20). En otros casos, adem§s, el contacto previo puede suponer 1~ torna de una d~nĿ si·n radical, como Ja de cambiar el proyecto esbozado o buscar otra unidad de obscrvacion que re¼na las caracter²sticas exigidas por aqu®l. P. Navarro Alc~l§ Zamor~ nos cuenta c·mo, tras haber seleccionado una localidad como campo de observaci·n a partir de datos esrnd²s- ticos y documentales, y de construir una hip·tesis de trabajo basada en la idea de çbosque mantenedor de la poblaci·nè, tuvo que renunciar al estudio porque la realidad observada sobre el terreno era muy distinta de la que se pod²a deducir de Ja documentaci·n previa (P. NAVARRO ALCALA-Zi\MORA, 1979, 19 y SS.). . .Å.

Si el cambio de orientaci·n de la investigaci·n tiene lugar a veces antes de que se 11m:11: el trabajo de campo, Jo m§s normal es que el investigador tenga que replantearse NllN objetivos o hip·tesis a lo largo de su ejecuci·n, momento en el que suelen aforar nuevos problemas y perspectivas a las que conviene prestar atenci·n. Una investigaci·n llcvndn 11 cabo por Dollard sobre los negros del sur de Estados Unidos ten²a como objetivo cstu.cliar la personalidad de este grupo ®tnico renunciando a hacer un estudio global de la comunidad donde residfan; cuando ya estaba en marcha el proceso etnogr§fico pudo comprobar que ln comunidad estaba enraizada en la vida de los individuos que quer²a estudiar, y que lo" blancos all² afincados formaban parte tambi®n de la vida de las gentes de color, lo cual le oblig· a aproximarse a la comunidad en su conjunto y renunciar a las historias de vkb aisladas (M. HAMMERSL.EY & P. ATKINSON, 1994, 47).

No obstante, si la planificaci·n inicial del campo de estudio est§ adecuadamente hecha, Ja rcformulaciones necesarias a partir de la experiencia etnogr§fica suelen ser peque¶as. As², una investigadora centrada en el tema de la casa en la Catalunya Nova nos manifiesta que se vio obligada a reformar la pregunta sobre el çHereuè porque este t®rmino, utilizado c11 un sentido concreto por los estudiosos, ten²a entre los informantes unas connotaciones que provocaban errores en las respuestas, lo cual, obviamente, no supuso alteraci·n grave de .~11N planes (M .I. JocrLES Rumo, 1989, 11). Personalmente hemos tenido tambi®n una expcriencin en este sentido durante nuestro ya citado estudio sobre el valle de Aneares; teniendo en cuenta las que cre²amos caracter²sticas generales de la famili.a en esta zona y rasgos asociados,

\

Page 69: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

121

participante, eje principal de la pr§ctica antropol·gica. Una de las cr²ticas que se han diri- gido a la Antropolog²a funcional-estructuralista de tradici·n brit§nica ha sido precisamente su ®nfasis en el estudio de peque¶as comunidades, que al final llega a confundir la unidad de estudio con la de observaci·n (J. PRAT, 1991, 127). La cr²tica, de todos modos, hay que entenderla como cr²tica de presentaci·n de los resultados y de su generalizaci·n, puesto que no est§, desde luego, presente esta intenci·n en los investigadores implicados en ella. En la cl§sica monograf²a de J. Pitt-Rivers sobre una localidad andaluza, el autor deja bien claro que su estudio se centra el! un pueblo, pero la b¼squeda de fondo es çdar una idea de la cultura de Andaluc²a mediante la definici·n de su rafz estructuralè. (J. Pm-RIVERS, 1971, 11). En una l²neasemejante estuvo la corriente sociol·gica conocida como la çEscuela de Chicagoè, que buscaba §reas naturales para sus estudios, considerando como tales un barrio de inmigrantes, un gueto jud²o, una banda juvenil, etc., porque se part²a del principio de que cada una de ellas. era. tratada como un universo queĿ creaba y perpetuaba un ethos y una organizaci·n espec²fica. No es este el lugar para indicar las lagunas de estos planteamientos, que encajan mejor en una disquisici·n sobre las teor²as de la Antropolog²a. Lo que s² debe- mos de abordar son las distintas maneras en que se puede llegar a determinar una unidad o unidades de observaci·n para un trabajo determinado. Y lo haremos a trav®s de algunos ejemplos. .

El supuesto. m§s elemental es el de un investigador solitario que, vinculado o no a un grupo de trabajo (equipo, departamento universitario, centro de investigaci·n), decide en- frentarse con un tema y una comunidad determinada. Dejando a un lado las posibles motiva- ciones personales es evidente que tiene que encontrar un campo de observaci·n adecuado a su campo de estudio (siempre que este no se haya elegido previamente). Y àc·mo hacerlo?

Una posibilidad es localizar una comunidad que sea significativa para el tema pro- gramado y adecuada por sus caracter²sticas. Para elegir una comunidad significativa dentro de una comarca, . pa²s o naci·n se puede acudir a contrastar algunos aspectos generales con esos mismos aspectos en la localidad hasta llegar a.la conclusi·n de que el lugar analizado re¼ne el requisito de significatividad; eso precisamente fue lo que hizo E. Frield en Grecia, llegando a la conclusi·n de que Vas²l²ka, en Beocia, pose²a unos rasgos generalizables a un §rea amplia; tambi®n comprob· que Vasilika era una unidad de observaci·n adecuada porque se pod²an utilizar all² las t®cnicas de trabajo de campo usuales (E. FRIELD, 1962, 3). Con una orientaci·n semejante podemos decir que se movi· J. Aceves para elegir El Pinar (Segovia) como campo de. observaci·n; aparte vinculaciones personales que le permit²an conocer esta localidad desde bac²a tiempo, Ja elecci·n se bas· en el hecho de que El Pinar era un pueblo m§s desarrollado y mejor que otros de la comarca, aunque tampoco era radicalmente diferente, todo lo cual lo converuaen apto para el estudio del cambi· social (J. AcEVllS, 1973, 29-31). Si bien se da en algunos estudios la tendencia a buscar lo ins·lito, la comunidad significativa, como se deduce de lo antes dicho, no es la que presente unos rasgos peculiares sino la que pueda responder a una media adecuada del §rea en que se inserta; como dice J. Cutileiro sobre su unidad de estudio en el Alemtejo çessa fregues²a nao tem nada que a torne par- ticularmente original entre as fregues²as alemtejanas. H§ estudos antropol·gicos de comu- nidades fe²tos para registrar, enquanto sobrevivem, instituc¶es ou costumes peculiares ... Nestc livro existe a preocupac§o contrariaè. (J. CUTILE!RO, 1977, X).

Otro modelo para localizar la unidad de infonnaci·n nos lo ofrece P. Navarro Al- cal§-Zamora. Este investigador hizo en el a¶o 1971 una selecci·n de pueblos de una comarca andaluza, partiendo de un esquema basado en que la localidad adecuada deb²a de contar en- tre mil y tres mil habitantes, que el municipio no tuviera demasiadas entidades de poblaci·n y que reuniera otras condiciones deducibles del estudio previo, como poseer un santo patr·n masculino porque eso era le² m§s normal en la zona, a diferencia de otras tierras andaluzas; finalmente tuvo en cuenta que el pueblo estuviera en la provincia de Granada y no en la de Almer²a por 18: proximidad de las fuentes escritas y archivos. Tras aplicar estos criterios, en-

120

En las l²neas que siguen nos ocuparemos de algunos casos concretos que pueden Krtvlr de muestra de las posibilidades que se presentan para la delimitaci·n de campos de ohsrr vaci·n. Tradicionalmente, como ya indicamos antes, la Antropolog²a opt· por estudiar n111111

nidades çprimitivasè o peque¶as comunidades principalmenteĿ rurales, partiendo del pdu. 1 pio de que era en esos §mbitos donde se pod²a ejercitar con cierta garant²a la 11h~1Ŀ1 VÅIÅ 1 .. 11

a) En una sola comunidad. b) En varias comunidades del mismo tama¶o. c) En varias de distintos tama¶os. d) En un §rea con sociedades dentro de un rango de tama¶os restringidos (50-300 prrMÅnwlJ e) En un §rea grande continua dentro de sociedades de tama¶o grande (R.A. Li;vrNr~. 111/0,

183 y SS.)

En el caso de las historias de vida, autobiograf²as o estudios de casos, lamhi~n t'I individuo o individuos seleccionados act¼an como çunidad de observaci·nè, puesto que 111~ rasgos derivados de su descripci·n/an§lisis son una muestra de otros casos semejantes 11111 los que forman un çgrupoè o çcomunidadè; ejemplos de ello los encontramos en In )'11 cl§sica obra de O. Lewis (O. LEW!S, 1961) o, por lo que a Galicia se refiere, en la 11u1nhl11 graf²a de. un labriego publicada por X.R. Mari¶o Ferro (X.R. MARIFIO FERRO, 1986 ). l.1 Å~ estudios de etnohistoria, de tanta importancia en la actualidad, encuentran por su parte 1111 campo de observaci·n espec²fico en las colecciones documentales, que sustituyen en <"ShĿ Å §mbito a las comunidades humanas. Ausente el ser vivo, la etnohistoria se define como 111111 aplicaci·n sistem§tica de la teor²a antropol·gica a la documentaci·n del pasado (A. J1Ml'INrt, Å 1975, 91 y ss.). Un ejemplo puede ser el estudio hecho por B. Morell Peguero sobre lm archivos de protocolos, que se convierten aquf en un sustituto de los cl§sicos infrn111111111Ŀ- del trabajo de campo ordinario (B. MORELL PEGUERO, 1981).

Aunque la literatura antropol·gica tiene alguna de sus mejores joyas en laR m111111w 111111- dedicadas a peque¶as comunidades, lo cierto es que el etn·grafo puede aplicarse 11 ""~Ŀ 1 \' .. ,

una gama-muy amplia de espacios y personas. De acuerdo con Levine, Jos trabajos tlr 1111111Å11 pueden hacerse:

a) Comunidad' de sangre (familia, clan, tribu). b) Comunidad de lugar (aldea, barrio, §rea rural). c) Comunidad de esp²ritu (grupos religiosos, sectas, grupos nacionales, etc.). d} Grupos que comparten un rasgo com¼n, como la marginalidad (bandas, pandillas, ctr->. e) Grupos unidos en tomo a una instituci·n (escuelas, cuarteles, iglesias, etc.).

o unidad concreta en la que el etn·grafo lleva a cabo su observaci·n. La etnograf²a de prin cipios de este siglo se concentr· b§sicamente en comunidades primitivas, por lo que las uni- dades de observaci·n fueron tribus o bandas (abarcadas con m§s o menos detalle seg¼n In~ casos). Posteriormente se desarroll·, a partir del segundo tercio de nuestro 'siglo, un amplio inter®s por estudiar sociedades campesinas, fruto de lo cual fue que una aldea o pueblo dr tama¶o controlable para el investigador se convirti· en campo de observaci·n privileglado, En los ¼ltimos treinta a¶os, Ja Antropolog²a se ha abierto a numerosos problemas nuevos 'I tambi®n ha fragmentado en distintas subespecialidades el saber antropol·gico unitario -1á11r nunca se debe, con todo, perder de vista-. Por eso definir en el presente lo que es una nnicln1I de observaci·n requiere la enumeraci·n de un amplio conjunto de agrupaciones humanna que se pueden clasificar como tales. Tomando un modelo elegido entre otros, podemos 1lrri1' que una unidad de observaci·n, denominada frecuentemente çcomunidadè, presenta In ~á guiente tipologfa (A. SANCHEZ, 1988, 179):

Page 70: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

123

estas l²neas- suele necesitar una revisi·n de lo escrito en general sobre la cuesti·n propuesta. As², un investigador novel que se dirija a estudiar una comunidad campesina puede echar mano de algunas obras que pretendan dar una visi·n gen®rica de las sociedades rurales, como puede ser el ya cl§sico libro de E. Wolf (E. WoLF, 1971), el escrito de Gamst dedicado al mismo tema e incluido en una colecci·n, Basic Anthropology Units, destinada a facilitar conceptos fundamentales sobre el estudio antropol·gico (F.C. GAMST, 1974), o conjuntos de textos sobre campesinado como el dirigido por T. Shanin (T. SHANIN, 1971). Si su inclina- ci·n le lleva aĿ enfrentarse con comunidades del mundo mediterr§neo, le ser§ de provecho la consulta de obras como la de Davis (J. DAVIS, 1983), y selecciones de textos como los recogidos en el libro colectivo Les soci®t®s rurales de la Mediterranee (citamos por la edici·n francesa porque es la que tenemos a mano, Edisud, 1986). Si, por el contrario se orienta hacia el estudio de la llamada çantropolog²a del g®neroè, le ser§ de utilidad, para el caso de Espa¶a, la lectura de obras como las de Mar²a Jes¼s Bux· o Lourdes M®ndez (M.Û J. Bux· REY, 1988; L. M£NDEZ, 1988). El recordatorio que contienen algunas obras elemen- tales de etnograf²a general, como la bien conocida de M. Mauss (M. Mxuss, 1971), puede ser tambi®n aprovechable para cuestiones como la elaboraci·n de cuestionarios generales. En lo que a Espa¶a se refiere, la lectura de algunas obras introductorias a la problem§tica antropol·gica en nuestro estado, como la de Frigol® y otros (J. FRIGOLI~ et al., 1983) o la de J. Prat y otros (J. PRAT et al., 1991), es recomendable para el etn·grafo incipiente que pretende iniciarseĿ en un estudio monogr§fico. A ello habr²a que a¶adir las variadas obras escritas sobre zonas concretas y sobre planteamientos te·ricos de estos §mbitos que omiti- mos para no alargar en exceso estas insinuaciones. Una muestra de c·mo se puede acumular informaci·n al respecto la encontramos en

una investigaci·n llevada a cabo en cinco comunidades marineras de Galicia por un equipo dirigido por el profesor Galv§n. Aunque los resultados creemos que no est§n a la altura de la planificaci·n propuesta, lo cierto es que ®sta se llev· a cabo con minuciosidad y exigi· la consulta de m§s de doscientos tirulos bibliogr§ficos dedicados a la pesca -y de manera especial al enfoque procesual-, as² como la realizaci·n de seminarios para discutir los principios te·ricos en ella contenidos (A. ¦ALVAN, 1989, 236 y ss.). Conocida la 'unidad o unidades de estudio en las que se va a realizar la investigaci·n,

o, al menos, conocida ya el §rea o sector a observar, se impone una nueva tarea, que es la de consultar informaci·n bibliogr§fica existente sobre ella. Esta informaci·n puede ser de dos tipos, la que nos facilitan otros estudios antropol·gicos sobre la zona y la que nos proporcionan obras descriptivas o elaboradas desde perspectivas no antropol·gicas. Esta obligada recomendaci·n aparece reiteradamente en varios escritos dedicados al m®todo etnogr§fico (por ejemplo, T.R. WrLLIAMS, 1973, 38-39; J. MAESTRE ALFONSO, 1976, 76; 1. Rossr & E. O'H1001Ns, 1981, 161). Tambi®n se explicita en la introducci·n de algunas monograffas fruto del trabajo de campo, como la ya cl§sica de Evans-Pritchard (E.E. EvANS-PRITCHARO, 1977), aunque esta muestra la citamos para ejemplificar c·mo en algunos casos fue, y a¼n es, muy precaria la informaci·n que se puede obtener por esta v²a. Una cuesti·n que resulta obvia en principio es la de dominar una lengua que le permita

al investigador entraren contacto con los nativos, evitando dentro de lo posible la utilizaci·n de intermediarios que, consciente o inconscientemente, introduzcan matices personales en los informes. El conocimiento de la lengua es considerada por algunos antrop·logos funda- mental y por otros algo accesorio (E. LUQUE BAENA, 1985, 222). En general, sin embargo, suele haber mayor²a de opiniones a favor del dominio previo del lenguaje cotidiano de las comunidades antes de iniciar la investigaci·n, o al menos de una çlengua francaè (J. MAESTRE ALJ:ONSO, 1976, 63; R. CRESSWELL, 1981, 61, etc.). En las sociedades biling¿es/digl·sicas se plantea el problema, experimentado por nosotros, de que los informantes cambian con faci- lidad y frecuencia de registro ling¿²stico ante el investigador, dando lugar a informes en los que se mezclan con frecuencia dos lenguas o elementos aislados de una dentro de otra. En

122

Entendemos por documentaci·n previa en cualquier trabajo de campo un co11j1111h1 cltĿ elementos que podemos clasificarĿ en tres grupos:

a) Los que se refieren a la programaci·n del campo de estudio. b) Los relacionados con la unidad de observaci·n elegida. e) La preparaci·n de materiales, la organizaci·n de su consulta y la selecci·n de t®cnicas a emplear. La programaci·n del campo de estudio exige una documentaci·n bibliogr§fica que nnx

ponga al tanto del tema a abordar y facilite una puesta a punto de principios te·ricos 1111c orienten la investigaci·n. Generalmente los etn·grafos poseen ya una preparaci·n remota recibida durante su per²odo de formaci·n, la cual incide en su actividad investigadora inlcn samente. En cualquier caso el etn·grafo incipiente -al que van dirigidas fundamcnt:1lme11t<Ŀ

centr· seis municipios que reun²an estas condiciones, de los cuales dos quedaron eliminados al comprobar que en el ¼ltimo padr·n hab²an descendido por debajo de los mil habita~tcs; de los cuatro restantes se decidi· por Mecina por tener mejor conservados los archivos parroquiales y municipales, por las facilidades encontradas y por la buena acogida inicial que allf encontr· (P. NAVARRO ALCALĆ-ZAMORA, 1979, 19 y SS.).

Posibilidad m§s compleja se presenta cuando el trabajo de campo es programado por un equipo de investigadores que pretenden estudiar algunas cuestiones concretas en dist_intas comunidades. En este caso la elecci·n ha de realizarse en funci·n de que el conjunto seleccionado presente una .variabilidad suficiente para dar c_uenta de l?s. diversos ~atices emanados de las hip·tesis de partida y tambi®n una adaptaci·n al an§lisis comparauvo de los resultados. Este ser²a el caso de una investigaci·n llevada a cabo por un grupo de antro- p·logos sobre rituales y proceso social. La elecci·n de las unidades de obse_rvaci·n vino determinada por la siguiente hip·tesis inicial: la naturaleza concentrada o dispersa de la poblaci·n, por tener una incidencia en Ja organizaci·n ~e la dive~sida~, ha de tenerla tambi®n en la estructura de los rituales que contribuyen a orgamzar esa diversidad, Consecuentemen- te hab²a que elegir §reas que fueran significativas de un vari_ado espectro en cuanto al h§bitatĿ la elecci·n -cn la que influyeron otros factores que no vienen al caso ahora- recay· en zonas de acusada dispersi·n de la poblaci·n, como Oscos -Ibias- Taramundi, en el l²mite de Asturias con Galicia, otra de claro poblamiento concentrado, el valle del Jerte (Extrcmadura) y otras dos intermedias, Vcgadeo-Castropol (Asturias) y el valle de Corneja (Ćvila) (J.L. GARCIA, et al., 1991, 19 y ss.)

Hemos mostrado algunos ejemplos de delimitaci·n del campo de observaci·n, que puede estar integrado por una o varias unidades. La regla gen®rica que se deduce es ~l~c.cl campo elegido ha de dar respuesta suficiente a las pregu~tas f~rmulada~ en el plan inicial de investigaci·n. Y ello exige tambi®n el tomar en consideraci·n cuestiones pragm§ticas (M. HAMMERSLEY & P. ATKINSON, 1994, 55), sin las cuales el trabajo de campo puede verse obstaculizado. Entre ellas podemos se¶alar dos grupos, las generales y las espec²ficas de cada comunidad concreta. Dentro de las primeras hay que destacar una de especial importancia, los costes del trabajo y la b¼squeda de financiaci·n (T.R. W1LLIAMS, 1973, 41 y ss.), Entre las segundas es preciso mencionar la evaluaci·n de las posibilidades de a_cccso a la comu- nidad, tanto f²sicas como sociales, Ja disponibilidad de personas que nos introduzcan en la sociedad local y la colaboraci·n de las autoridades locales. Ejemplos de previsiones hcrhM en este sentido pueden ser las que nos narra Pina-Cabral, que consigui· cartas de pnĿs1Ŀ11 taci·n del Arzobispado de Draga para facilitar sus contactos en Paco, en la ~om:m:a á1or tuguesa ele O Minho (J. P1NA-CAURAL, 1989, 23). Ŀ

8.4 DOCUMENTACIčN PREVIA

Page 71: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

125

Acavss, J. 1973. Cambio social en un pueblo de Espa¶a. Barral editores. Barcelona. ALVAR, J. 1981; Etno/og(a (M®todo y pr§ctica). Editorial Guara. Zaragoza. BARLEY, N. 1989. El antrop§logo inocente. Editorial Anagrama. Barcelona. BOHMAN, K. 1984. Women of the Barrio. Class and Gender in a Colombian City. Stockholm

studies in Social Anthropology. Stockholm. BRANDES, S. 1991. Espa¶a como objeto de estudio. En J. Prat et alii: Antropologfa de los pueblos Āde Espa¶a. Ed. Taurus. Madrid.

Bux· REY, M.J. 1988. Antropolog(a de la mujer. Ed. Anthropos. Barcelona. CATIIDRA, M. 1988a. La muerte y otros mundos. Enfermedad, suicidio, muerte y m§s all§ entre los vaqueiros de alzada. Ed. J¼car. Madrid.

CATI!DRA, M. 1988b. Etnograf²a. En A. Aguirre (Ed.) Diccionario tem§tico de Antropolog(a. Ed. PPU. Barcelona. P§g. 321 y ss.

CRESSWELL, R. 1969. Une communaut® rurale de l'lrlande. Institut d'Ethnologie. Par²s. CRESwELL, R, 1981. Fotograf²as a®reas oblicuas y El campo antropol·gico. En R. Cresswell

& M. Godelier: Đtiles de encuesta y de an§lisis antropol·gicos. Ed. Fundamentos. Madrid. P§g. 53 y 59.

CuTILEIRO, J. 1977. Ricos e pobres no Alemtejo. Livraria S§ da Costa. Lisboa.

BIBLIOGRAFĉA CITADA

Hemos pasado una r§pida revista a las cuestiones previas que puede plantear la deli- mitaci·n del campo de estudio y de observaci·n, y hemos dado algunos consejos sobre la documentaci·n previa que se debe preparar antes de iniciar el trabajo de campo. Es, de todos modos, dificil y 'largo de apuntar ideas sobre los numerosos temas, lugares y documentos que usa el etn·grafo, dada la variada gama de cuestiones y/o situaciones posibles. Por eso hemos recurrido reiteradamente a citar algunos ejemplos que sirven de muestra o de insi- nuac²·n.: las m§s de las veces centrados en Espa¶a. Terminaremos resumiendo muy sucin- tamente las preguntas b§sicas -y elementales- que todo etn·grafo ha de hacerse antes de salir al campo.Ŀ Ser²an las siguientes:

l. àQu® es lo que se va a investigar y desde qu® perspectiva? 2. àCu§les son los lugares -o el lugar- id·neos para la investigaci·n? 3. àQu® t®cnicas o documentaci·n es necesario manejar? 4. àCon qu® medios es preciso contar?

De la adecuada respuesta a todas estas preguntas iniciales depender§ en buena parte el resultado de la investigaci·n.

8.5 CONSIDERACIčN FINAL

En las l²neas antecedentes hemos hecho algunas sugerencias sobre la documentaci·n previa que debe de acumular el investigador antes de iniciar el trabajo de campo. A todo ello habr²a que a¶adir las previsiones sobre el diario de campo, las grabaciones magnetof·nicas, y los cuestionarios o encuestas a utilizar, los modelos de fichas donde reflejar datos esta- d²sticos o documentales e incluso previsiones aparentemente in¼tiles, corno las referidas a forma de alojamiento, medios de locomoci·n, etc. Muchas de ellas pueden demorarse hasta un estadio avanzado de la investigaci·n y por ello s·lo las mencionamos de forma tangencial, siendo abordadas con m§s profundidad en otros apartados de esta obra. De todos modos, su mera enumeraci·n no deja de ser un recordatorio de las m¼ltiples facetas que es preciso tener en cuenta para sacarle el mayor fruto posible a la investigaci·n.

124

cualquier caso es preferible conocer, o al menos, entender adecuadamente la lengua cotidia- na de la comunidad, lo que resulta de especial trascendencia en el caso que el etn·grafo cen- tre su estudio en el an§lisis sem§ntico o de textos orales.

La informaci·n previa sobre el campo de estudio se complementa frecuentemente con datos facilitados por la cartograf²a, las estad²sticas y Ja documentaci·n. Esta ¼ltima puede convertirse en el propio campo de observaci·n cuando la perspectiva adoptada es la etno- hist·rica, y es siempre complemento ¼til, incluso necesario, en la realizaci·n de un trabajo cuando el investigador afronta el estudio de sociedades hist®ricas (L.A. Roumx, 1981, 31 y ss.). Aunque Ja consulta y vaciado de documentos se realiza generalmente durante el trabajo de campo, el etn·grafo ha de informarse inicialmente de las posibles fuentes a consultar, aRf como establecer unos modelos de ficha para sintetizar los datos obtenidos. Cada pa²s tiene sus propias peculiaridades en cuanto a documentaci·n hist·rica, de ah² que no se pueda dar una norma general unitaria, necesitando el estudioso informarse previamente de las carac- ter²sticas de la zona donde va a realizar su trabajo. En Espa¶a fuentes documentales de es- pecial relieve suelen encontrarse en Jos archivo parroquiales (libros de matrimonios, de defunciones o de bautizados), en los archivos municipales (padrones de habitantes, libros de actas, de plenos, ctc.), judiciales (legajos con pleitos de los juzgados de paz., municipales o de primera instancia) y de notariado (protocolos notariales). Para una fecha que se sitlln en 1752-53 existe una fuente de informaci·n de primera magnitud si se pretende remontar la profundidad hist·rica hasta el siglo xvm; nos referimos al Catastro del Marqu®s de la Ensenada, del que suele existir copia amplia en los Archivos Provinciales y un resumen general en el Archivo de Simancas. Un ejemplo, entre otros, de aprovechamiento de este tipo de documentaci·n nos lo ofrece Luque Baena en su monograf²a sobre un pueblo <le Andaluc²a (E. LuQUE BAENA, 1974).

- La necesidad de informarse sobre Ja cartograf²a y las fotograf²as a®reas ha sido desta- cada por diversos autores (por ejemplo, C. LACOSTE, 1981, 39 y ss.; R. CRESSWELL, 1981, ~:l y ss.) y su utilidad pr§ctica se pone de relieve en algunas monograf²as (J.A. FERNĆNDliZ 1>11 ROTA, 1984). Suelen los municipios disponer de planos urbanos de gran utilidad para inves- tigaciones en este medio. Tambi®n existe -nos referimos estrictamente a Espa¶a- una amplio gama cartogr§fica editada por el Instituto Geogr§fico, dentro de Ja cual destaca el Mapa To- pogr§fico en dos escalas, 1/25000 y 1150000, obra de necesaria consulta especialmente parn los etn·grafos que realicen trabajos relacionados con la tecnoeconon¼a, la ecologta o el poblamiento. Para llegar a manejar este mapa con soltura y precisi·n hay publicaciones que informan sobre ello, como la de R. Puyo! y J. Est®banez (R. PuYoL & J. EsT®BANEZ, 1971!). Los datos estad²sticos publicados peri·dicamente por el Instituto Nacional de Estad²stlca aportan tambi®n sugerencias importantes para la investigaci·n. En este sentido es de desta- car la utilidad de los diferentes Nomenclator provinciales editados, en los que constan dato11 sobre entidades de poblaci·n, habitantes, viviendas, etc. Entre los planes del investigador deben figurar, siempre que sea posible, Jos referidos

a ciertas t®cnicas usuales en el trabajo de campo, seleccionando y estableciendo el uso dr, las m§s id·neas seg¼n cada caso. Una cuesti·n. que a veces se descuida es la referida 111 dibujo, de gran importancia en los trabajos que incluyen documentos materiales. Los etn·grafos no tienen por qu® ser buenos dibujantes (aunque haya algunos que lo son) pero sf han de prever la necesidad de efectuar dibujos, evaluando su cantidad y caracter²sticas, as² como la posibilidad de contar con un t®cnico que Jos realice. Entre las obras que pueden sugerir soluciones en la fase de preparaci·n de Ja investigaci·n se encuentra la de J. Alvar (J. AL- VAR, 1981). El registro gr§fico se complementa generalmente con la fotograf²a y, en algunos casos, con la filmaci·n; de ser as², tambi®n resulta ¼til programar o, al menos, informarse sobre las aplicaciones pr§cticas que en nuestra disciplina tienen estas t®cnicas, para lo cual se puede acudir a escritos como los de J.D. Lajoux o Lis·n Arcal (J.D. Lxroux, 1981, 119 y ss.: J. Ltsoè ARCAL, 1988, 169 y ss.). Ŀ

Page 72: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

127

M~oááz, L. 1988. Causas de mulleres. Campesinas, poder y vida cotidiana. (Lugo 1940-1980). Ed. Anthropos, Barcelona.

MORELL PEGUERO, B. 1981. Contribuci·n etnogr§fica del archivo de protocolos. Ed. Uni- versidad de Sevilla.

NAVARRO ALCAL~-ZAMORA, P. 1979. Mecina. La cambiante estructura social de u11 pueblo de la Alpu;arra. Ed, Centro de Investigaciones Sociol·gicas. Madrid. Ŀ

O'NE!LL, B.J. 1984. Propriet§rios, lavradores e jornaleiras. Ed. Don Quixote. Lisboa. PINA CABRAL, J. 1989. Filhos de Ad§o, filhas de Eva. Ed, Don Quixote. Lisboa. Prrr-RIVERS, J. 1971. Los hombres de la Sierra. Ed. Grijalbo. Barcelona-M®xico. PRAT, J. 1991. Teor²a-metodolog²a, Estudio introductorio. En J. Prat et al.: Antropolog(a de los pueblos de Espa¶a. Ed. Taurus. Madrid.

Puvoi, R. & ~BANEZ, J. 1978. An§lisis e interpretaci·n del mapa topogr§fico. Ed. Tebar Flores. Madrid. (2.Å ed.)

Rossr, l. & O'HlGGINS, E. 1981. Teor²as de la cultura y m®todos antropol·gicos. Ed. Anagrama. Barcelona. Ŀ Ŀ

Rouatn, L.A. 1981. Archivos Hist·ricos. En R. Cresswell & M. Godelier: Đtiles de encuesta y an§lisis antropol·gico. Ed. Fundamentos. Madrid. Pag. 31 y ss.

SAN ~OM~N, T. & GoNzà.LEZ EcHEVARRfA, A. 1983. Notas en torno a un proyecto de inves- tigaci·n en el §mbito de parentesco. Comentaris d'Antropologta Cultural. Universitat de Barcelona. N.5. P§g: 129 y ss.

SANCHEZ, A. 1988. Comunidad. En A. Aguirre: Diccionario Tem§tico de antropolopfa. Ed. PPU. Barcelona. P§g. 179 y ss.

SHAN!N, T. (ed.) 1971. Peasants and peasant societies. Penguin Books Ltd. England. TENroRI, J. 1981. Antropolog(a cultural. Ed. Herder. Barcelona. VV.AA. 1986. Les soci®t®s rurales de la Mediterran®e. Edisud. La Calade, Aix-en-Provence, WILLIAMS, T.R. 1973. M®todos de campo en el estudio de la cultura. Taller ediciones JB.

Madrid. ' WOLF, E. 1971."Los campesinos. Ed. Labor. Barcelona.

126

DAv1s, J. 1983. Antropologta de las sociedades mediterr§neas. Ed. Anagrama. Barcelona, (La edici·n original inglesa, de Routledge and Keagan Paul Ltd., 1977, es m§s com pleta porque incluye bibliograf²a.)

EvANS-PRITCHARD, E.E. 1977. Los 11ucr. Ed. Anagrama. Barcelona. FERNĆNDEZ DE ROTA, J.A. 1984. Antropologfa de un viejo paisaje gallego. Ed, CIS/Siglo XXI.

Madrid. FIDALGO SANTAMARI¤A, X.A. 1990. O a.fiador. Ed. Ir Indo. Vigo. FIDALGO SANTAMARl&A, X.A. & FERNĆNDEZ RooRfGUEZ. F. 1988. Cinco profesi§ns ambulantes

ourens§ns. Ed. Caixa Rural. Ourense. Fox, R. 1978. 111e Tory Islanders. Cambridge Univ. Press. Cambridge. FR!ELD, E. 1962. Vasilika. A village in Modern Greece. Holt, Rinehart and Winston. Nnw

York. FRIGOL£ REIXACH, J. et al. 1983. Antropolog²a, hoy. Ed. Teide. Barcelona. GALVĆN, A. et al. 1989. Vivindo do mar. Ed, Conselleria da Presidencia. Xunta de Gulidn.

Santiago de Compostela. GAMST, F.C. 1974. Peasants in Complex Society. Holt, Rinehart and Winston. Ncw York. GARcfA, J .L. et al. 1991. Rituales y proceso social. Ed. Ministerio de Cultura. Madrid, GEERTZ, C. l 988. La nuerpreiactoç de las culturas. Ed. Gedisa. Barcelona. GoETZ, J.G. & LE CoMPTE, M.D. 1988. Etnograf²a y dise¶o cuantitativo en la i11vcsliHm:lt111

educativa. E<l. Morata. Madrid. GONZĆLEZ EcHEVARRfA, A. 1987. La construcci·n te·rica en Antropolog(a. Ed. Anthrop1111.

Barcelona. GONZĆLEZ R®BORE.IJO, X.M. & GONZĆLEZ P£REZ, C. Sociedade e tecnoloxia tradicional 1111 vu!

de Aneares. Ed. Consello da Cultura Galega. (En prensa.) GoNZĆLEZ REBORl.it>O, X.M. & RooRIGUEZ CAMPOS, X.Ŀ 1990. Antropolog(a y Etnografká ,á,.

las proximidades de la sierra de Aneares. Vol. I. Ed, Diputaci·n Provincial. LllKÜĿ GRIAULE, M. 1969. El m®todo de la Etnograf²a. Ed. Nova. Buenos Aires . .ffAMME.RSLEY M. & ATKJNSON,Ŀ P. 1994. Etnografia. M®todos de investigaci®n. Ed. l'uidc'>.~. Barcelona.

JIM£NEZ, A. 1974. Sobre el concepto de la Etnohistoria, En Primera reuni·n de a11trof"1iÜH"Ā' espa¶oles. Ed. Universidad de Sevilla.

Joc1LES RUBIO, M.I. I 989. La casa en la Catalunya Nova. Ed. Ministerio de Culturn. M1ult Id KNIPMEYER, M.; GONZĆLEZ BUENO, M. & SAN ROMĆN, T. 1980. Escuelas, pueblos y '11111/1Å

Akal editor. Madrid. . LACOSTE, C. 1981. Mapas y Fotograf²as a®reas verticales. En R. Cresswcll & M. C h 111 lln

Đtiles de encuesta y de an§lisis antropol·gicos. Ed. Fundamentos. Madrid. l'~ái. 1Å1 y u Lcoux, J.D. 1981. El film etnogr§fico. En Cresswell/Godelier, op. cit. supra, 1'~11. 11 Å1 u L!lYINll, R.A. 1970. Research Design in Anthropological FieJd-work. En H. N11111Jl .t A

Cohcn: A Handbook of Method in Cultural Anthropology. Colurnbian Unlv. 1'11.Ŀ~N. Nrw York. Pag, 183 y ss,

LEWIS, O. 1969. Antropologia de la pobreza. Ed, Fondo de Cultura Econ·micn. Mc'.~lt" (loĿ ed.)

L1s·N ARCAL, J. 1988. Notas de Antropolog²a visual. En Antropologta Social .r²n j1t1llfÅ'''" Ed. Instituto de Sociolog²a Aplicada. Madrid. (169 y ss.)

L1s·N TOLOSANA, C. 1971. Antropolog²a Cultural de Galicia. Ed. Siglo XXI. Mnohhl. LUQUE BAENA, E. 1974. Estudio antropol·gico social de un pueblo del sur. Ed, 'l'ecuos, M11tl1 lol LUQUE BAENA, E. 1985. Del conocimiento antropol·gico. Ed. CIS/Siglo XXI. M:11lohl MAESTRE ALr-ONSO, J. 1976. La investigaci§n en Antropolog²a Social. Akal editor. Mwlt/1/ MALINOWSKJ, B. 1973, Los argonautas del Pacifico occidental. Ed. Pen²nsula. Mudtlol. MARI¤O FERRO, X.R. 1986. Autobiografta dun labrego. Ed. Xerais <le Galiciu. Vi~o. Mxuss, M. 1971. Introducci§n a la Etnografta. Ed. Istmo. Madrid.

Page 73: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

129

campo: çLa negociaci·n del acceso y la recogida de informaci·n no son, por lo tanto, fases distintas dentro del proceso de investigaci·n. Estas se sobreponen de manera significativa. Se puede aprender mucho de los problemas involucrados en la toma de contacto con la gente, as² como de la forma en que ®sta responde a las aproximaciones del investigador (HAMMERSLEY & ATKINSON, 1994: 71). Efectivamente, si la negociaci·n del acceso y la reco- gida de informaci·n no son fases distintas es porque negociando el acceso nos hacemos con un tipo de informaci·n muy valiosa, y porque de alg¼n modo esa negociaci·n es un proceso permanente. Los primeros momentos son tan cruciales como el resto de los momentos, s·lo

Ŀ que en el comienzo lo ignoramos casi todo. La çadaptaci·nè contiene al menos tres paradojas. En primer lugar, àqu® es el acceso

sino los primeros momentos del proceso de adaptaci·n? (y qu® es el trabajo de campo sino continuar adapt§ndose). En segundo lugar el etn·grafo ha de adaptarse sin çhacerseè nativo, amoldarse salvando siempre çSUè distancia, acomodarse sin integrarse del todo: çDe alg¼n modo en Antropolog²a siempre hay que provenir de fuera. La condici·n de 'nativo marginal' es otra forma de expresarlo, pues la condici·n marginal es una forma de foraneidad interiorè (VELAsco, 1989: 57). En tercer lugar, poco se ha dicho sobre la adaptaci·n que viene des- pu®s, la que resulta del çChoque culturalè con lo propio a la vuelta del trabajo de campo. En suma, los l²mites (idea que de alg¼n modo atraviesa estas p§ginas de principio a fin) son siempre imprecisos. Porque son l²mites construidos.

Un punto que resulta cl§sico en el devenir de la pr§ctica etnogr§fica es el de la conve- niencia de que el investigador sea conocido primero a trav®s de otra persona. Corno casi todo, la eficacia de este recurso depender§ de contextos y de la elecci·n acertada de anfitriones. El investigador corre el riesgo de quedar autom§ticamente asociado a esa persona. Nuestra experiencia dicta que Ja entrada indirecta al campo s·lo es recomendable cuando la/las personas encargadas son de nuestra confianza, en el sentido preciso de que conocemos bien la naturaleza de la relaci·n que les une con Jos individuos o grupos que nos proponemos estudiar; o bien cuando el acceso directo es tan problem§tico que no se vislumbra m§s opci·n que la de correr el riesgo de una asociaci·n contraproducente.

En este sentido resulta ilustrativa la experiencia sufrida entre gitanos pentecostales de Granada, a los que accedimos a trav®s de una religiosa y trabajadora social, excelente cono- cedora del barrio. Afortunadamente cont§bamos con otra v²a que permiti· rescatar la relaci·n que hab²a quedado bloqueada por nuestra asociaci·n inicial con alguien cuya conducta con los gitanos resultaba sin duda ¼til a sus prop·sitos, pero de cara a los nuestros se nos anto- jaba paternalista y autoritaria. Es decir, completamente opuesta a lo que consideramos deber²a ser la actitud del antrop·logo.

Pero la experiencia que en adelante utilizaremos como referente es la de nuestro trabajo de campo entre conversos evang®licos centroamericanos. Otro continente, otras coordenadas socio-culturales, otro sistema religioso y una situaci·n pol²tica en extremo desfavorable para la investigaci·n etnogr§fica. El antrop·logo no puede ser sino un personaje bajo sospecha en un pa²s que mantiene a su poblaci·n ind²gena bajo sospecha. Nos referimos a Guatemala.

Nuestra investigaci·n, llevada a cabo entre los a¶os 1989 y 1993, se inscribi· en el §mbito de los movimientos socio-religiosos y su instrurnentalizaci6n pol²tica. M§s con- cretamente. se ocup· de Ja din§mica de los protestantismos de denominaci·n pentecostal en el campo religioso global, y el car§cter de los procesos simbi·ticos que lo relacionaban (y lo relacionan) con el peculiar y tr§gico desarrollo de la vida pol²tica guatemalteca.

Pues bien, ni el considerable rosario de lecturas previas, ni la minuciosa planificaci·n elaborada antes de volar por primera vez a tierras guatemaltecas, tuvieron entonces otra utilidad que la de pensar en escribir alg¼n d²a un cap²tulo como ®ste. L9s lugares seleccionados para el estudio resultaron estar entonces en manos del ej®rcito, o contar con conversos tan escasos y pobres que hac²an el trabajo est®ril y penos²simo, o ser centros que s·lo en nuestra imaginaci·n constitu²an enclaves decisivos de labor proselitista. ĉbamos buscando el conflic-

128

Si algo hay m§s idealizado que el trabajo de campo en ~a di~ciplina, es ~l "''.llfo Y manera en que. ®ste se inicia. Inicios idealizados por ~efecto, 1deah~dos por silenciados: demasiada contingencia prosaica. Pero acaso ni lo uno m lo otro, trabajo de campo y accesoĿ adaptaci·n, merecen en justicia tanta solemnidad, atravesados como suelen estar de pe!lnrc:.'I y desprop·sitos. Hace ya tiempo que declaraciones contrarias a ®stas no despiertan sino suspicacias y extrema desconfianza. Signo de los tiempos, tan saludables como descenso lados.

Los problemas del acceso se nos presentan envueltos en la misma paradoja que n111llln y engrandece al cient²fico social: la reflexividad. Somos parte del mundo socia). que <"NIU <liamos y, si no lo somos, terminarnos por serlo en el momento en el que decidimos instal1111111~ en ®l para conocerlo. En la medida que la realidad que nos proponemos investigar <'S 11111t realidad con la que podemos (y debemos) conversar, porque no es algo sustancialmente 1llN tinto de nosotros mismos, en esa misma medida los primeros momentos del tmlm)o 1/11

campo se convierten asimismo en objeto susceptible de reflexi·n antropol·gica. Paradojas pero tambi®n contradicciones, porque si la cuesti·n del acceso no dr.jn 111Ŀ

tener un car§cter eminentemente çpr§cticoè y contingente, si las estrategias que utili:rnmu~ son inevitablemente parte de nuestro repertorio conductual en las relaciones interpcrsonntex, si el çsentido com¼nè juega en estos primeros tanteos un papel crucial (es casi lo ilnicç q1w tiene el investigador en ese pre§mbulo de inicial ignorancia), al mismo tiempo hemos 1lt- estar advertidos contra nuestra ¼nica anua: debemos estar constantemente alerta para no ck jarnos conducir por lo que consideramos o no, tolerable, accesible, recomendable. Es prerlsu espantar prcconceptos. Iniciar nuestra tarea, en suma, desnudos, desprotegidos y cxcepcln nalmente receptivos, la situaci·n id·nea para dar traspi®s que pueden revestir un car§l'lc 1

dram§tico y definitivo. El momento del acceso es crucial, tanto como lo es el resto de la invcstigaci®n 1h-

çImag²nese que de repente est§ en tierra, rodeado de tod.os sus pertrc~hoN, solo en una playa tropical cercana de un poblado ind²gena, rrucntras ve nlc111r~e hasta desaparecer la lancha que le ha llevado.è (MALINOWSKI, B., 1973: 22).

çLa experiencia concreta, cercada de contingencias, rara vez alcanza In altura de lo ideal; pero como medio para producir conocimiento a partir 1k 1111 compromiso intenso e intersubjctivo, la pr§ctica de la etnograffa conserva au status ejemplar.è (CLIFFORD, J., 199 lb: 143).

9. Acceso y adaptaci·n al campo Pilar Sanchiz Ochoa & Manuela Cant·n Delgado

Page 74: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

131

111

.>S !JI 'IÅ

IS

..r

a1

.... áá,,

in,

1lr ~Ŀ "" 'JI rn ~ ... ti :111

La raz·n es clara: de habemos presentado como investigadoras, miembros de un equipo de antrop·logos desplazados a Guatemala para desarrollar un proyecto s?bre el _impacto de las conversiones y su implicaci·n pol²tica, as² como sobre los cambios soc²oculturales sobrevenidos tras la conversi·n, se nos habr²an cerrado todas las puertas que quer²amos, pod²amos y precis§bamos abrir para tratar de entender qu® estaba ocurriendo en aquel pedazo de Centroam®rica. .

Las iglesias protestantes guatemaltecas constituyen, por otra parte, espacios fuertemen- te sensibilizados ante detenninadas propuestas pol²ticas. El evangelismo es, hasta extremos dif²cilmente imaginables, un nuevo lenguaje. A medida que conq~ista espacios y ~entes, im- pregna los discursos, y mutan las palabras como mutan los universos que designan. Esa metamorfosis se¶ala (lo que all§ quiere decir çacusaè) a los que a¼n quedan del otro lado: çSi alguien le habla de "explotaci·n" o de "clases sociales", tenga la seguridad de que es_t§ adoctrinado, y los que est§n as² adoctrinados no pueden ser sino com~1mstasè ', Es decir, guerrilleros, subversivos. Son palabras de un influyente l²de~ d,e Ja Igles1_a de Cnsto ELIM de Guatemala capital. Guatemala manten²a entonces, y contl~ua m::int~mendo hoy'. la m§s larga guerra civil de toda Am®rica Latina, uno de los m§s nutndos ej~rc1tos (con~eb1do para la defensa interna), y de las historias de violencia pol²tica y repre~1·n ç~ontram.surgenteè m§s escalofriantes. En uno de los m§s recientes episodios de esta violencia, han jugado un papel destacadoĿ ciertas iglesias evang®licas, apoyando la represi·n militar en numerosas §reas de conflicto.

A qu® negar que la repulsi·n nos ha asaltado en numerosas ocasio~es. Sostener una expresi·n serena y de encendido inter®s mientras alguien justifica el asesinato de ho"_lbre~, mujeres y ni¶os bajo sospecha de apoyar a la insurgencia es, sin lugar a dudas, una experiencia que frustra y lastima. No siempre fue posible guard~ sil~ncio. Cuenta Llobera: ç ... en el trabajo de campo el etn·grafo tiene que hacer frente a s1tuac1ones que frecuentemente ponen en tela de juicio su manera de ser, de sentir y de hacer. àEs de extra¶ar que el etn·grafo reaccione a veces de forma negativa?è (1990: 54). . .

Por todo ello los roles adoptados como investigadoras han sido necesanamente flexibles, adaptados a cada circunstancia y lugar, a cada personaje, a_cada congre~a~i·n. Natu~almente ello se ha visto favorecido por el hecho de no haber trabajado en una umca poblaci·n, Y ~e haberlo hecho en cada una de ellas durante per²odos de tiempo limitados. De lo contrano habr²a resultado muy dif²cil no incurrir en contradicciones y caer con ello en el m§s absoluto descr®dito. La asistencia a los numerosos cultos que las iglesias celebran cada semana, parec²a la

v²a m§s f§cil.y menos comprometedora para iniciar el contacto con los fieles. Pero pod²a ocurrir que en ese primer contacto alguna autoridad de la congregaci·n (pas~or, co-p~stor o alg¼n di§cono) reparase en alguna de nosotras e hiciese durante el ~ulto p¼blic_a menci·n de nuestra presencia. Ni siquiera era infrecuente que, a rengl·n seguido, se nos instase a pro- nunciamos diciendo nuestro nombre, procedencia y raz·n de la visita. Todo ello entre sonrisas desbordantes y giro general de toda la congregaci·n hacia el humilde rinc·n desde el que pretend²amos pasar desapercibidas. A menudo estos primeros contac~os c.on las con- gregadones marcan de manera imprevista el rumbo que toman las cosas. E inevitablemente hay que retomarlas donde ellos las dejaron, reconducirlas y devolverlas a un punto desde el que poder reconciliarlas con el plan trazado. . . .

Aunque asistir a varios cultos como un visitante m§s, a fin de familiarizarncs con las conductas, el ritual y el lenguaje, nos parec²a el paso inicial m§s ¼til y en el que menos hipotec§bamos, no siempre se revelaba como la opci·n id·nea. Huelga decir que cuando se trataba de una congregaci·n min¼scula (diez, quince, veinte miembros), parec²a m§s razonab!e no tratar de asistir sin ser detectados, y contactar antes del culto con el l²der o con algun miembro. Ŀ Por otro lado, algunas de las razones que aconsejaban Ja adopci·n de una u otra actitud

130

Entenderemos por çm®todosè, las estrategias de acercamiento a los distintos §mbitos de la realidadque constituy· nuestro universo de estudio. En el contexto de dichos m®todos el rol del investigador es piedra angular. De c·mo el investigador se presente y se represente a s² mismo dependen una buena cantidad de cosas. Sus habilidades y sus torpezas primeras impregnan la interacci·n y, lo que era particularmente delicado en la situaci·n politizada y çparanoicaè de las iglesias protestantes guatemaltecas, condicionan fatalmente Ja relaci·n interlocutoria en el contexto de las grabaciones de testimonios de conversi·n y de entre- vistas.

Fue as² como Ja mayor parte de los testimonios, opiniones y valoraciones proporciona- dos por los informantes conversos, terminaron por convertirse en respuestas a unas universitarias con problemas de fe, a unas interesadas en el espectacular crecimiento del evangelismo en Guatemala, o a unas ex cat·licas que no hab²an aceptado la fe protestante, pero que frecuentaban en alguna medida iglesias protestantes en Espa¶a. Primera lecci·n aprendida, por fortuna lo bastante temprano: presentarnos como unasantrop·logas llegadas a Guatemala con un proyecto de investigaci·n sobre las implicaciones pol²ticas de lns conversiones al protestantismo, habr²a bastado para arruinarlo todo (empezando por nuestra propia seguridad personal).

La entrada en las varias iglesias con las que trabajamos durante esos a¶os distaba dr parecerse de una ocasi·n a la siguiente. Cuando la acogida era calurosa y hasta cuf·riru, trat§bamos de moderar cualquier muestra de entusiasmo excesivo que pudiese costamos 11 1~ larga exigencias, m§s o menos t§citas, de declaraciones p¼blicas en la iglesia',' de conver sienes que se entend²an deseadas, o de ofrendas cuantiosas. Cuando la actitud era de sospechn o _v~Jado rcch~zo, tra~§bamos de transmitir cierta cordialidad y total ignorancia, a fin dtÅ rrnttg~r paulatmam~nte las suspicacias. El resultado, siguiendo estas estrategias improvisa das,. ~1c~pre cambiantes seg¼n Ja congregaci·n, y que invariablemente buscaban tejer 1111 equilibrio que Û.to.dos nos, r~sultase confortable y ayudase a la realizaci·n del trabajo, csr ~csult~do, fue astmrsmo m¼ltiple, Por otra parte,Ŀ aquellas congregaciones en las que rcsultnhn 1mpo_srblc hacer la menor pregunta sin despertar miradas c·mplices (con Jo que las respuestas adquir²an el aspecto de una coraza perfecta) requirieron m§s tiempo de trabajo que las restantes.

Dado que s·lo utiliz§bamos la grabadora cuando el informante acced²a a confiarnos su testin~onio d~ conversi·~, y que las entrevistas grabadas constitu²an una astuta prolongaci·n del mismo mientras!Û cinta seguf~,girando como quien no quiere la cosa, el aparato aparec²a com? al~o. secundario en la relaci·n que se establec²a: un simple recurso para que çel tcsti- Á'.Ürn,o VIaJe hast? su pa²s, y sea escuchado por personas que a¼n no conocen a Cristoè. En nmgun caso pudimos _exponer co~ since~dad nuestros objetivos.vaunque jam§s llegamos a presentamos como mujeres evang®licas. N1 quer²amos mentir, ni pod²amos decir toda la verdad.

9.1 LAS FRONTERAS DE LA NEGOCIACIčN O LOS LfMITES DE LA MENTIRA. LA ETNOGRAFfA ENTRE CONVERSOS

to, y nos esforzamos in¼ltilmente en hallarlo en aquellos municipios donde no era precisa- mente el conflicto intracomunitario entre cat·licos y evang®licos lo m§s destacable. Si es que tal conflicto exist²a.

Por otra parte el conflicto puede saltar a la vista, o no saltar. Nos parece, hoy, que en Guatemala es omnipresente, pero no siempre es visible. Requiere tiempo para ser descubier- to. O no ser descubierto jam§s. Y no era el tiempo lo que nos sobraba, de manera que decidimos proceder 'al primero de los giros. La sospechada y sinuosa implicaci·n de las iglesias evang®licas en la inminente campa¶a electoral, que se apuntaba por aquellas fechas. y la candidatura de un çprofetaè protestante marcaron decisivamente aquel giro.

Page 75: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

133

El proceso de acceso al campo, la paulatina adaptaci·n a contextos y ambientes, los reos intersubjetivos de los primeros momentos, influyen decisivamente en el desarrollo Åt trabajo, en los individuos y grupos que tratamos de conocer y en uno mismo. El texto

'Pll'aultante es el producto, mientras buena parte del proceso subyace, es silenciado o d®bil- .oto bosquejado en lugares imprecisos. Nadie niega ya el papel omnipresente de la Jl.lhjclividad en el trabajo antropol·gico, ni la implicaci·n del antrop·logo en aquello que 'W!udia: participa en un proceso de interacci·n entre individuos y grupos, lo que inevitable- .ente lo involucra hasta convertirlo en parte intr²nseca de dicho proceso.

Es la proclamada paradoja de una disciplina que trata de hacer ciencia de lo que no es .-.aio resultado de una experiencia en esencia personal, de çconstruir textos ostensiblemente ctcntfficos a partir de experiencias claramente biogr§ficasè (GEERTZ, 1989: 19). Es esta para-

~11 la que convierte a la antropolog²a en blanco de cr²ticas no del todo desatinadas: çSu ...Mávcstigaci·n est§ basada en variables no controladas y, consecuentemente. la posibilidad de ~licabilidad es casi inexistenteè (L·PEZ Co1RA, 1991). El problema del conocimiento -91tropol·gico es as² empujado desde çel otroè hacia el propio investigador. Este desplaza- lrilcnto podemos llevarlo hasta el mismo punto de partida, del que nos venimos ocupando. Å çLos textos etnogr§ficosè, escribe J. Clifford, çson inevitablemente aleg·ricos, y una ~optaci·n consciente de este hecho cambiar§ las formas en que hasta el presente han sido Årdos y escritosè (199la: 153). Es tentador extender la propuesta m§s all§: el proceso de 9fCCSo y adaptaci·n al campo es tambi®n, como todo el trabajo de campo y los textos i!lnogr§ficos de los que habla Clifford, inevitablemente aleg·rico. Son los primeros pasos en minuciosa creaci·n de un mundo que, pretendiendo comprender o explicar a los otros, nos

Ŀonticne. El etn·grafo, antes de representar (con mayor o menor fortuna) ante los dem§s las 1lt11rus que estudia, ha de represent§rselas ante s² mismo. Esta es una actividad, la de pres-

41r Mlgnificados y representar-se la cultura de otros, sustancialmente aleg·rica. Una actividad ~1c tiene su momento inaugural en el acceso y adaptaci·n al campo, o acaso antes. a Sobemos que los datos no se çrecogenè tanto como se çconstruyenè. Sabemos que ~espu~s se interpretan. En verdad interpretamos desde el mismo momento en que iniciamos

çrecogidaè de datos, y ciertamente ello da comienzo con el acceso al campo, o acaso ntes, Los procesos se sobreponen; es poco veros²mil pretender establecer fases con fron- n111 quir¼rgicamente separadas. La observaci·n participante, f·rmula equ²voca salvo que se *' reformule çen t®rminos hermen®uticos como una dial®ctica entre la experiencia y la ~1tcrprctnci·m> (CLIFFORD, 1991b: 152), es çrecogidaè de datos, experiencia e interpretaci·n. or otra parte, apenas cabe concebir la observaci·n sin la ingerencia (la presencia del ivestlgador no carece de consecuencias), ni ®sta sin que represente cierta forma de çpar- cipuci·nè. Las distinciones son necesarias, pero no vemos por qu® debe sacrificarse a ellas la com-

1lejidnd real de los procesos involucrados en el trabajo de campo etnogr§fico. Si hemos ya hnndonado la pretensi·n de diseccionar las realidades que estudiamos como si de cuerpos ecos y fragmentados se tratase; si lo intersubjetivo, lo discursivo y lo dial·gico han aflorado axta su ocasional protagonismo, àpor qu® habr²amos de negar esta misma confusi·n clari- icudoru al proceso mismo de trabajo de campo? Afirma Paul Rabinow: çEl trabajo de Ŀ111npo, entonces, es un proceso de construcci·n intersubjetiva de formas liminales de co- nunicaci·nè (1992: 144).

Es posible que el acceso y la adaptaci·n al campo no encuentren su especificidad m§s

CENIZAS DE LA EXPERIENCIA. LA ETNOGRAFĉA SUMERGIDA

en los cultos tuvo que ver con la denominaci·n a Ja que pert f 1 Ŀ Ŀ pentcco t á 1 , Ŀ ' . enec a a congregaci·n (s1 1Ŀ s a , as caracter²sticas de sus cultos exigen una participaci·n m§s ti Ŀ,á Å

trata de una Ŀ , b . ac rva que s se . .congrcgac1on autista, por ejemplo) y con el tama¶o de la misma (la rescnr] d~ alguien a1cna )' a todas luces extranjera es m§s evidente en un servicio que rc¿n p. ' á t miembros qt~c :? otro que re¼ne a ocho mil, que los hay). En cualquier caso las ~o~~ ~~.1,111 cienes de filiaci·n pcntccostal, con las que hemos trabaiado mayoritariam t 1 . h . J.! una atm· f 1 f Ŀ " en e, ogrnn 11rn

s era o su rcicntemente exaltada y dram§tica en sus ceremonias .1 inter®s y ent Ŀ Ŀ , . , Y mues ran ta11t11

1 ~~~~s.mo por integrar rap1~ai:nente a los desconocidos que se acercan a su iÅĿh'~ln

que ~:su la J 1c!I absten~;sc de participar activamente en los cultos si se desea rn:ahln rela~1~n con la congrcgacion o con algunos de sus miembros. De otra maneraĿ Q ® á .. aqut st no le gozas en el Se¶or?è . çà 11 iusc "

Ya Lalive i;>'Epinay observ· esto mismo durante su trabajo de campo en connmiil1t1llĿ\ pentecostales chilenas: çLos especialistas en sectas saben que no p d h b 1 neutro en est ti d Ŀ d d E ue e a er un o 1s1Ŀ1 v111l11 . . e 1~Ü e soc1.e a es. 1 grupo no comprenderla que se asista a sus alĿtiviihulr srn estar existencialmente interesado por su mensaje y por su fe El Ŀ it t ~ a parti Ŀ d . Ŀ v1s1 an e estu const11Ŀnlih

. 1c1par; ~s ecrr, a cantar, a orar ( ... ) de tal manera que el m®todo llamado d;. oh~rr vaci·n parucipante aqu² _no se elige: se imponeè (1968: 18). b Cu~nto m§s pequ~na es la congregaci·n, con mayor probabilidad la presencia ih Ü. serva or _ruede. influir en el desarrollo de la ceremonia, tanto en el sentido 1lr Inhibir ciertas manifestaciones extremas como, m§s frecuentemente de estimularla. P podr²amos Å s. or otra 1111111'

. . . . ,preguntarnos, como lo hace el mismo Lalive D'Epinay, sobre los l²mitr~ cl1Ŀ l' ~t~rttcipacwn. El problema que el grado de participaci·n implica es doble: mctod11l(lÅd1 11 v ~o. . r

'.'1:todol·gicamente, ~na integraci·n entusiasta en una congr~gaci·n puede rr~lllhu

~~~~~;~~: ~u:~~i~~1~1~:c:~1t~tra~~arSen varias; la glosolalia (d?n ?e lenguas), por iĿJNnpln, lugar al pcntecostalismo y sp n u d anito y, con ello, la adscripci·n autom§tica cu prlrru exhibe dicho comportantien~ ~e:i~Ŀ~tr~ 1~~';; ~ala co~~reg~ci·n en la que el i11vr~tláá111l111 expresi·n glosol§lica, prof®tica o ext§tica enÅ enàart1c1pac1·n qu~ llega al extremo il1Ŀ 11. conflictos de car§cter ®tico ya que cnt a 1 f ra², cuando es simulada, podr²a pl1111trn1 mismo (1968Ŀ 19) Corres' d 1 . r ~ne erreno del enga¶o abierto con resp1ĿcĿ111n11111

Ŀ Ŀ pon e a invcst²gador es nuestro par dil id 1 pertinencia y utilidad de simular una identific ci· ecer, 1 uct ar Û. 111Ŀcnlil11.J, del todo evidente que de haber qu 'd , ac1dn completa con la congrcgnc²¶è. 1'111Å'Å' . Å en o conocer eterminados aspe t 1 1 nucnro de las iglesias habr²amos .1 d h Ŀ e os so irc e 111111 1111111 . ' Å ncccsr a o acernos pasar p 1 consideramos indiscutible es que circunsta . or conversas. 11 'I"' expl²citamente recogidas en los presupues~c1~ como ®st~ debe_n. en cualquier' caso, q1111l 11 las condicio~e~ pr§cticas de la investigaci·n. e su trabajo, asr como en la dcsn ip1 i1111 ih

Tr~s asistir por vez primera al culto en una con . . conseguir una cita con alg¼n l²der o 1 gregaci·n concreta, se h11dn p11Ŀ1 '-"

Å e con e pastor. El reconocirnient 1 . toridad es recomendable m§s all§ d 1 . . o a a cstrucuuu di' 1111 congregaciones por ;azo~es obvias ~o~ ~onveme~1c1a de conversar con los diriá;r11t1Ŀ~ dtĀ h1Å ria disposici·n para el di§logoĿ re1~tabili o 1en~ra e~as personas muestran una cxtr111111ll11i1 contacto no contrar²e sus expe~tativas £zat ro elpen er§ de que la impresi·n Iras d 111 i1111Å1 l. . Ŀ Ŀ s as sue en responder b§sicame t á 1 1 ge izaci·n y el proselitismo. ne a ns < 1Ŀ 11 1Ŀv1111 Se impone entonces suavizar en extremo este . . .

de uno mismo (atuendo gestos maneras ) Ŀ1 , Jnlmer encuentro: facilitnrles 111 11'1 111111 con respecto a los propčsitos d~ s1;1.11tcrl ... ,tev1 dar to o o que pudiera despertar dcsrn11f11111111

Ŀ Ŀ ocu or ( csconfianza que e b á . Ŀ con esa buena disposici·n al di§logo) 1 . . na so uto es 111c11111p.1tiliJ1

1 Ŀ e e Å Y a mtsmo uernpo advertir que Ŀ Ŀ

o que te lleva hasta all§, y no una hermandad en la f E . es un srn~cro 11111Ŀ11", (que cada quien debe elegir asumir o no) si lt . e. sto evitar§ no s.·lo conflictox iltl. '" . mo u cnores comprobacione . compronusos. Felizmente, la deficiente m . . ' . s Y presunc101wĿ. 1111

emona nos ayudaba: mvanablemente olvidi²ha11111Ŀ1 '

132

Page 76: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

134

135

Informante es todo individuo que proporciona informaci·n acerca de algo. Ind~dable- mente, esta visi·n se queda corta cuando lo que se pretende es. que sea adem§~ calificado en el interior de una cultura extra¶a a los ojos de quien le va a mterrogar que, ?icho sea de paso, debe presuponerse que pretende convertirse en especialista de _ese saber ajeno al suyo. Un periodista, un locutor de radio o un presentador de TV ~uelen informar c_uand~ narran noticias cotidianas 0 comentan alg¼n suceso, pero la Etnologia nunca los considerar²a com~ informantes porque lo que se desea conocer es m§s complicado y profundo que la pura di-

vulgaci·n. Ŀ Ŀ Ŀ Ŀ l un etn·logo elige estudiar una determinada comunidad con un modo de .vida ajeno a

suyo por diversos motivos. Se supone que la tradici·n de los estudiados es diferente de la de quien se dispone a evaluarla. Previamente, y por prudencia, ®ste debe tener presente aquel consejo sabio de Franz Boas cuando apunt· de que no se trata s·lo de captar c·mo ~s una realidad sino de saber c·mo ha llegado a ser lo que; es (BoAs, 1920: 32~). Para cumplir. ade- cuadamente esta misi·n se requiere buscar y encontrar sujetos excepcionales en medio .de ese mundo ex·tico que se desea conocer primero y divulgar despu®s, porque ellos son quie- nes mejor pueden comunicar c·mo es, c·mo se piensa y c·mo se act¼a en cada momento concreto. Ŀ . .

As² pues, para el especialista, el informante es un miembro bien sit.uado e~ la sociedad que estudia y con el que entabla primero y mantiene despu®~ una relac_1·n de upo personal durante el tiempo que dure la investigaci·n de campo. La amistad y la simpat²a mutuas aflo- rar§n en proporci·n similar a como se enfoquen los temas a tratar, pues hay cos~s que carecen de inconvenientes para ser comunicadas, pero de otras debe esperarse much.o tiempo antes de comenzar a preguntar por ellas, aunque la impaciencia invite a lo contrano. El fi~ de este contacto es demostrar al especialista que est§ capacitado para elabo~ar su conoc²- I miento; tambi®n, que est§ ya en posici·n de poder be.neficiarse C:e esa cultura ajena a la suya. La tarea llegar§ a buen fin a pesar de no tener ocasi·n de resenar çmuchas cosasè (EvANs-

PRITCHARn, 1977: 28). . Los profesores suelen aconsejar a sus disc²pulos que cuando lle~en a ~na comum~ad

deben seleccionar a sus informantes capt§ndolos de todas las categonas sociales, espec1~l- mente de aquellas que aparecen con m§s prestigio. Cuando uno llega al campo de es~udio, y quien suscribe estas l²neas tiene a¶os de experiencia, se da cue~ta_ de que lo pr§ctico es echar mano de aquellos que tienen voluntad para informar. El especialista debe hacer su pr?- p²a composici·n de lugar antes de acudir a la pluma, al papel o al magnet·fono; menos aun de buscar respuestas para su cuestionario. Los patinazos suelen pagarse caros pues Evans-

CLJFFORD, James ( 1991 a). Sobre la alegor²a etnogr§fica. En: CuFFORP, J. & MARCUS, G.E. (E(b. Ret·ricas de la antropologta. Madrid, J¼car. .

CuFFORD, James (l991b). Sobre la autoridad etnogr§fica. En: CUFFORD, J., GEERTZ, C. et ni.. El surgimiento de la antropologta postmoderna. Barcelona, Gedisa.

GEERTZ, Clifford (1989). Elantrop§logo como autor. Barcelona, Paid·s. LALIVE D'ErJNAY, Christian (1968). EL refugio de las masas, Estudio sociol·gico drte protestantismo chileno. Santiago de Chile, Ed. del Pac²fico.

L·PEZ COIRA, ,M.igucl M.Å ~1991~. ~influencia de la ecuaci·n personal en Ia invc.~liátadl'u1 antropol·gica, o la mirada mtenor. En; CATEDRA, M. (Ed.) Los espa¶oles vistos pr>r los antrop§logos. Barcelona, J¼car Universidad. Å

HAMMERSLEY, Martyn &ArJ<JNSON, Paul (1994). Etnografta. M®todos de invcstigaci§n. llnr Å celona, Paid·s B§sica.

LLOBERA, Josep R. (1990). Excursus: el etn·grafo y el racismo. En:.La identidad de ta antro- Å pologta. Barcelona, Anagrama.

MALJN?WSKJ, Bronislaw (1973). Introducci·n: objeto, m®todo y finalidad de esta invtĿNtiáán Å c²en, En: Los argonautas del Pacifico occidental. Barcelona. Eds. Pen²nsula.

RAe1Now, Paul (~992). Reflexiones sobre un trabajo de campo en Marruecos. Madrid, J1k11r. Å YELAsco, Honono M.Å (1989). Palabras y rituales, palabras en rituales, palabras rit¼nles, Hu:.

J.A. FERNĆNDEZ DE ROTA (ed.) Le11g11a y cultura. Aproximaci·n desde una semdntlcç antropol§gica. La Coru¶a. Ed. do Castro.

1 Å

Carlos Junquera Rubio

que en la naturaleza de las interpretaciones que podemos realizar partiendo de ese estado inicial de desconocimiento; la naturaleza de las representaciones que, por ser las primeras, tienen una trascendencia sobre la que conviene estar advertidos: la naturaleza tambi®n de hui proyecciones aleg·ricas que pueden terminar por sobrevivir a todo el trabajo de campo, u ser rcformuladas de manera flexible a medida que acumulamos experiencia.

Esta no es çlaè manera de entender el proceso del trabajo de campo, sino una entre lnN maneras posibles. No s® hasta qu® punto, desde la propuesta hecha en estas p§ginas, 11011 rs dado çsalvar la distanciaè que marcan los a¶os çque distan entre el d²a que (el etn·grnfu) puso por primera vez el pie en una playa ind²gena e hizo la primera tentativa por entrnr rn contacto con los nativos, y el momento en que escribe la ¼ltima versi·n de sus resultados- (MAuNowsK1, 1973: 21). No s® si esta pretensi·n de linealidad es una ingenuidad, o nlááu nacido del saludable prop·sito de presentar Jos datos çde forma absolutamente limplu y sinceraè (Ibid.: 20). Ŀ

1 O. Los informantes

BIBLIOGRAFĉA

Page 77: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

137

seguir, o los individuos a interrogar para ®ste o aqu®l detall~ en concreto, pues t~bi®n ábe demostrar, que es fiel a la tarea para la que ha sido escogido. Estos son excepcionales sde el interior de su cultura. a No puede obviarse un hecho concreto como es que muchos pueblos de la tierra se !hcuentran diseminados por su territorio ®tnico bajo formas de poblados o p~que¶.os ase~-

Eentos. En el bosque tropical amaz·nico, ®stos pueden encontrar.se a un~ d1sta_nc1a consi- ble, que requiere d²as para desplazarse de uno a otro, lo que exige del investigador des- azamientos constantes para los que debe contarse con medios de transporte aut·ctonos ÅYÜ manejo no se logra de la noche a la ma¶ana. En estos casos, hay que acudir a expertos !fi navegaci·n usando balsas o canoas, y especialistas en el conocimiento de la geograf²a por que hay que moverse. . La relaci·n personal entre informantes y recolector de saberes ajenos debe presentar

eia gama amplia de posibilidades: directa, indirec~a. causal, fof!11al, estructura~Û: etc. Ahora .,iien, el problema no reside en saber cu§l sino elegir qu® prop·sitos y qu® condiciones deben ~plearse. Ŀ . .

àQu® dato impulsa a un informante a colaborar con un estud10s~ qu~ es aJen~ a su mundo? Desde luego que nada le anima al prop·sito de que avance la c1e~c1a. etnol·gica de que posiblemente ignore todo o casi .todo. S·lo .puede habe~ un m?nvo .importante: la

_Mtisfaci·n que produce ~ue su c.olaboraci·n proporciona ben~fic1os al ajeno a su ~ult~r.a. En llbda creo que la ganancia matenal pueda llegar a ser un m·vil, al menos para los individuos 4spuestos a informar porque as² lo desean. Creo .sinceramen~e qu~ esto es as² porque, por !jerriplo, Etna, un cham§n harakmbet, me proporcion· los mejores mformes de su quehacer In recibir por ello mayores atenciones de mi parte (JuN~UERA, 1991b: 52). Es ?1§s, su fama ~edar§ ensombrecida ante la del etn·logo que ser§ quien se lleve los parabienes cuando ~blique la monograf²a sobre su mundo ex·tico. S·lo la satisfacci·n y la voluntad pues~s _, acci·n compensan la p®rdida de tiempo, si es que as² puede etiquetarse a la permanencia ]'¼nto al estudioso. Hay otras gratificaciones, pero se quedan en un segundo plano. El cient²fico no acude hoy a ninguna parte del mundo sin un bagaje cultural que le

aennita abordar con ®xito cualquier empresa y que evite caer .en graves errores com~ acon- Wci6 en el siglo xix, momento en que nos encontramos con ejemplos como los de Sir John J..ubbock, quien para justificar el impe~alismo y colonialis~o brit§nico.s no tuvo e~cr¼pulos 111 degradar la cultura aut·ctona al decir que çcuando los nativos del bajo Murray vieron por ~mera vez bueyes cargados [ ... ] pensaron que eran las esposas de los colonos porque lle- áaban sus cargas: Aunque los salvajes siempre tienen alguna raz·n [ ... ] sus razones son Åempre absurdasè (PALERM, 1976, II: 190). Por desgracia, este ejemplo no es el ¼nico.

Una gran dificultad para juzgar si la informaci·n lograda es buena o mala, una vez q~e l eval¼a el 'contenido de la entrevista es, al menos en parte, que debe estar en consonancia lf)n el periodo de tiempo que pasa el especialista en la tierra ex·t.ica que pretende conocer, l²similar y transmitir a los de su mundo. De suyo, ya van apareciendo aportes referentes a fiabilidad precisamente porque la presencia sobre el terreno ha dejado de ser esca.sa y se

jáuce con presencias largas aunque espaciadas. Estas razones, ~ntre otras, parecen. d1sp~ner fel peso suficiente para sugerir ya nuevos planteamientos. te·ricos e.n el ~oca~lo invesnga- 466n cuando est§ referido a lo que tradicionalmente se entiende por invest²gaci§n de campo tlf1RSCHKIND, 1991: 237-249).

Existen, no obstante, algunos 'medios para comprobar si JaĿ informaci·n recogida es o .1!Ü correcta. La historia etnol·gica documenta tres: a) por observaci·n, b) por medio de otros ~formantes cualificados y c)' mediante la coherencia interna del informante elegido, pues ~vez se opinaque un individuo articulado sea capaz de mantener la falsedad a lo largo ~e toda la entrevista. De suyo, esto no deja de ser medio falso; por otro lado, sabemos que tna verdad a medias llegar§ a aflorar en mentira. Es .decir, u~ informador puede t~ner una determinada cualificaci·n, pero en m§s de una ocasi·n modificar§ la comunicaci·n o se Å Å

(

136

1 'i

1

1

!1

Pritchard narra que çlos nuer son expertos a la hora de sabotear una investigaci·nè (EVANSĿ Å PRITCHARD, 1977: 24). Ŀ

En un marco de referencia bastante restringido, el especialista debe arriesgarse y elegir e a aquellos individuos que previamente han dado muestras de ser, al menos de modo aprox] Ŀ Å mado, quienes m§s se acercan al ideal requerido para informar, Indudablemente, el experto debe tener algunos conocimientos previos del tema que desea investigar; as², es prudente Å que si, por ejemplo, est§ interesado en el estudio de ciertos alfareros tradicionales japoneses, debe saber por qu® a los de cada decimotercera generaci·n se les proh²be tocar la ruedn 11 e trabajar con otro tipo de cer§mica (MEAD, 1971: 21).

A veces, el etn·logo cree de buena fe que ha hecho una selecci·n correcta, pero puede Å acontecer lo contrario; es decir, que sean los aut·ctonos quienes le seleccionen a ®l y de r~lc1. puede darse uno cuenta cuando comienza a redactar la monograf²a que saldr§ despu®s cl11 poner en su sitio a cada uno y a todos los datos que ha recogido. En m§s de unn ocn~Mn he sentido la lejan²a de una realidad que ten²a cerca (JUNQUERA, 1991a); en otras, he lf'nhl11 que reconocer que han sido los momentos de gracia los que me han permitido entrar en 1111 mundo realmente desconocido pero maravilloso (JUNQUERA, 199lb). Se puede estar muy n'tl"il de un conocimiento y no ser capaz de rese¶arlo nunca por una raz·n sencilla: çt1111HĿa mrĿ has preguntado acerca de estoè, responden los nativos cuando se les cuestiona por cl11t11N sobre esto o aquello, y que en buena l·gica deber²an haber aparecido antes.

Hay que tener en cuenta que culturas milenarias, ancladas en el Paleol²tico, pueden huy evolucionar en unos 30 a¶os y plantear una ruptura generacional cuyas proporciones 110 son f§ciles de evaluar. Pues bien, hoy muchos informantes son- individuos aculturndos qur ~r mueven con soltura en dos culturasdiferentes por lo menos, pero que son, al mismo 1ir111p11, los mejores testigos para recuperar un testimonio fiel de lo que aconteci· que es muy cllk rente de lo que sucede ahora. Un detalle a tener en cuenta: hay individuos reflexivos r1111111 igualmente los hay dispuestos a orientarse hacia cualquier cambio que se considere hcn<'lli 11.

De acuerdo con el grado de aculturaci·n se podr§ ceder al ofrecimiento de algunos 1111tc'ld11 nos impacientes por informar, o esperar a que con el tiempo se pueda hacer una selctTMn correcta.

Paciencia y diplomacia deben ser cualidades de todo etn·grafo. El ejercicio de 111111111" puede orientar a buen fin porque de su equilibrio pende el que acontezca una buena y 1111111111 relaci·n. El especialista llegar§ a conseguir un cierto conocimiento de la cultura 1111r r.~11111111, pero sus informantes pueden llegar a conocer tambi®n la suya mediante los relatos 1á1w '''"'" filtrando. Cuento con amigos entre los Harakmbet del bosque tropical anrn1.c²11jrn y rntu aut·ctonos de otras partes del mundo que han enriquecido mi persona y mi xulx-r, 1111 ~Ŀ''" del de ellos sino tambi®n del m²o.

Creo que mi presencia entre ellos tambi®n les ha servido de alguna ayuda. l .a 11'111; 1i111 mutua permite un mejor conocimiento. Es m§s, este dato es uno de los que poslhilit1111 ,1,,, se acuda normalmente a la comunidad despu®s de que se hayan logrado los datos p11111, lu borar la correspondiente monograf²a. Los contactos de futuro permitir§n corrculr y 11111j11uu los datos culturales ajenos al especialista . . . Los muestreos no pa~an de ser escarceos. Lo ¼nico positivo es que pueden llcĿw11 11 I", mitir la entrada en la sociedad que se ha elegido para efectuar el conocimiento d1ĿI puÅ t.1 .. ex·tico. La presencia de un corto espacio de tiempo puede catalogarse muchas wĿÅ r~ ,á, visita tur²stica y de estos viajes suele obtenerse escaso conocimiento. Una infnrnm\'11'111 "' 1111 es ~q.uella que. se contrasta constantemente, por lo que es necesario disponer de 1111 1111111, 1 .. suficiente de informantes para aclarar con unos lo que narran otros. Verificar 1111 ol111111. cultural puede resolver numerosos problemas y rese¶arlo mal puede llevar a curninus 1Å111111t. que s·lo pueden originar confusi·n y pol®mica.

Los informantes son sujetos que muestran capacidad para adecuarse al i111'1Ŀ.vt/á;11,/,Å1, proporcion§ndole datos de cuanto quiera saber, aconsej§ndole muchas veces en C") ,:1111111n1

Page 78: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

hacemos; ahora bien, concretar c·mo acontece este proceso no resulta precisamente claro, e suyo las teor²as para definir qu® se entiende por esto son muchas y en ocasiones no pre- 1amente bien avenidas. En esta l²nea, debe sugerirse que de lo que se trata en esta empresa de apoyar el avance del conocimiento sobre un determinado grupo humano con la sana uenci®n de que sus aportes repercutir§n en la Humanidad entera. La celebraci·n de rituales ~ una realidad cotidiana, pero llegar a alcanzar el significado de cada ingrediente del mismo o es asunto f§cil, m§ximeĿ si los informantes elegidos son ajenos a lo que se ventila en el nlverso simb·lico, porque ®ste es con certeza un dep·sito cultural importante pero áhay que aber interpretarlo! Los datos proporcionados por los notificadores ser§n buenos si logran adquirir el status

o cient²fico y lo logran si se pueden insertar en un sistema de razonamiento l·gico. Tampoco e debe perder de vista que la inteligencia artificial ha influido notablemente en los ¼ltimos nos y que estas cosas no pueden ignorarse ya, como tampoco el que los computadores rctendan ser la expresi·n del pensamiento humano aunque disten mucho de poder llegar serlo. La Antropolog²a cognitiva pretende captar c·mo se representan los pensamientos en structuras de conocimiento, qu® procesos se emplean para ello, c·mo se plantean las de- isiones y c·mo se eval¼a, por ejemplo. El vocablo cultura contiene todo, pero eso no signi- ica que la opini·n de un informante pueda abarcar a la totalidad. Ecolog²a, econom²a, estructura social y organizaciones pol²ticas otorgan pautas de con-

lucta necesarias para quienes se dedican a criar y educar ni¶os. Ahora bien, las cosas no ..111e quedan ahl con estos elementos, pues resulta que el comportamiento infantil es el ²ndice ~e su personalidad mientras que las creencias es el de los adultos. Estos valores no pueden .er ajenos a la investigaci·n y a las preguntas que se le hagan al entrevistado aunque luego no sea necesario acudir a ellas para plasmar aspectos concretos o limitaciones. La dimensi·n ntercultural requiere tambi®n evaluaci·n.

Ŀ Si nos centramos por un momento en el universo m§gico-religioso, podemos encon- rarnos, como de hecho sucede, con casos en los que una madre, por ejemplo, acude al m®di- o occidental porque su ni¶ito padece alg¼n mal; pues bien, poco lograr§ el especialista, buen alumno de una Universidad, ante el planteamiento materno de que el mal procede de Ita maldici·n de alg¼n brujo, incluso en el supuesto de que acepte la explicaci·n de por qu® los microbios observados en un laboratorio aparezcan da¶ando el organismo de su hijo. Estos datos, su rese¶a y evaluaci·n ya fueron ofrecidos por m² hace a¶os (JUNQUERA, 1976: 70-71).

Es m§s, en estos temas aparecen siempre las posibles conexiones entre la explicaci·n oral popular atribuida a la dolencia y el modo de criar a los ni¶os. Extraer los ingredientes culturales es tarea del experto, pero el aut·ctono lo es de proporcionarlos. No es f§cil, aun en el supuesto de establecer una buena relaci·n entre el informante y el especialista, de predecir el futuro que tendr§n la mayor²a de las sociedades §grafas en la actualidad, porque lo que en ellas se considera hoy como un valor importante puede carecer de significado en la generaci·n siguiente y quedar borrado de esa cultura en la pr·xima. Este cambio es im- portante rese¶arlo y tal vez requiera m§s dedicaci·n de la que normalmente recibe.

Mi tarea en el bosque tropical amaz·nico, el §rea geogr§fica en la que he residido m§s tiempo, comenz· rese¶ando datos etnogr§ficos porque pens® entonces que era el mejor modo de iniciarme en el estudio de una cultura ajena a la m²a; es m§s, me d² cuenta pronto Å de que era necesario rese¶ar y evaluar bien cuanto pretend²a rese¶ar.

Hay que dejar bien sentado que cuando un estudioso comienza a describir lo que hace, J bas§ndose en su propia experiencia, nunca lo hace con m®todos de la que ha estudiado en In investigaci·n de campo, sino acudiendo a la de la cultura en que ha sido educado. En el f mejor de loscasos, es un individuo bicultural que describe situaciones en las que posible- J mente nunca estar§n sus lectores. T®ngase en cuenta que los aspectos tradicionales de una cultura fueron ¼tiles mientras que todo se redujo a anotar Ja presencia o ausencia de rasgos

' t

cen:ar§ en banda Y no habr§ modo de sacarle nada. Ya Evans-Pritchard desafiaba çni pccicnte de los ctn·log?s.è a que propusiera otros procedimientos para extraer Jos linaj(Ŀ~ dr los nuer despu®s de recibir, como se dice vulgarmente, calabazas unas cuantas veces (Ev PRJTCHARD, 1977: 25).

No c~be duda de que entrevistador y entrevistado deben disponer de aguante y pucie para repetir una secuencia cuantas veces sea necesario átodo por el bien de Ja ciencin! hay que olvidar que un individuo puede mostrar ciertas actitudes cuando est§ a solas con f'l for§neo Y las mismas ser§n ocultadas si est§ acompa¶ado por algunas personas de su socie Ŀ es m§s, ser§ neccsa~io conocer el _grado de dep~ndencia que tenga respecto a ellas pues 1 ., '

den ser de menor, igual o superior rango social y estas cosas priman mucho a¼n en 1l soc_iedad de cort~ prccstatal e incluso estatal contempor§nea de corte occidental. Entrn Alll( en ~uego una vana ble_ cultural que se condiciona constantemente por un baremo que pocltĿ~ c'.111ficar com_o de calidad, en cuanto que ®sta decide muchas veces Ja informaci·n 11 pu ... cionar ', Un e~emplo claro de esto lo constituyen los adultos cuando se les interrogn IH lenguaje aut·ctono. _ No conozco a ning¼n nativo del bosque tropical amaz·nico que, por encima 1Jr hĿ anos, tenga voluntad de pronunciar palabra alguna en su lengua; no as² los ni¶os, 'I'"' n escolares de_un centro de educaci·n ajeno y en periodo de aculturaci·n, carecen tic rrtin P:UÛ comunicar su lengua, el significado de cada palabra o el de una frase cnrcrn. Al ,111 bien, los mayores se prestar§n. a cualquier tarea cuando conocen que el for§neo, por mi't que a ellos les _son desconocidos, es capaz de expresarse en su idioma; en c.~ln 11át1111 carecen ya de inconvenientes para informar y, lo que. es m§s importante, pnrn 11111 Quede. claro que esta norma puede que no sen universal, pero vale para In A11111 sudoccidental, e!1 don.de ~s² lo he vivido. El ®nfasis puesto en .acci·n puede fnv111,., entorpe~er un_a mvesngac²on: es m§s, mal realizada servir§ para cerrar 11111 J>llrtln~ futuros 1~vesttgadores que se interesen por el mismo grupo humano. Teniendo en cuenta, _como ya se ha indicado, que el tiempo es un factor dtĿtrÅt11tl1r

cuand? ~e trata de comumcar personas de diferente cultura, hay que tener en 1Ŀ1w11r11 ,1 . conocmuen~o de 1~ l_cngu~ aut·ctona es algo que puede facilitar o imposibilitar la á11vntlÅÅÅu Hay ex~res10n~s 1d1~m§11c.os que, pronunciadas seg¼n en qu® condiciones, sln1111á1 Å111, aquello, es ~ec1r, el investigador debe tener un conocimiento amplio de á11 h-llHlln 11á,.111 ~aso c?~tr:;ri?Ŀ deber§_ acudir a un int®rprete para que pregunte al infonnann- y rli ,1,,. u®nrr a a ²nformac²on. Este m®todo plantea serios inconvenientes .~alvo 11111" á11, 1111 est n muy aculturados. S~ de algo sirve la expcricnc!ÛĿ hay que aconsejar que cualquier inv~.~tl~á" á,111

com~nz.1r por ~te cap~tulo; es decir, llegar a dominar el idioma y si es po.~lhlr ''" , .. pond1cn~cs_ ~anubles dialectal~s, pues hay que tener presente que Jos JHH'hlo.~ iĿtiÅtllÅ 1 como pnm1t1vos cu~ntan: por ejemplo, en su inmensa mayor²a, con escasos hahln1th ~ 111, cuenta de que_ la _PJr§1111~e poblacional est§ m§s que lastimada, pues hn slclrr, ' problema de d1_fic1l soluc16~. El dato es bastante viejo para Ja ciencia pcmicw 111111 11 comentes boasinnas es. precisamente la ling¿²stica. . En e~ supuesto de tener que acudir a un int®rprete pueden acontecer 111~ ~1111111

posibles eJcmp.los: 1.0) el trad~ctor conoce bien su tarea y procura facilitnr iĿI 11,11i .. á .. sabe. su cometido pero est§ dispuesto en r~alidad a sabotear Ja tarea c011111 lo~ 1111, , Å mamfi~st~ q_uc no es.capaz de_ captar el ®nfasis de ciertas palabras 0 frases, 4.") el t<lillll\ ,. puede incidir e~ la informaci·n recogida que se procesar§ medio adultcndĿi ~ ") 1 1 ~_cuenta la objeci·n anterior, hay que contar tambi®n si son 0 no in<livid11;,~ '1.'111,1;,'.',: tas s~n solamente _algunas de las causas por las que la prudencia rccomicmln ahÅh

11 de atcudir1 a e_llos Y on.en_tarse a aprender la lengua nativa que ser§ el elemento ha~!' 1,,11 1 car ar a os intermediarios. ' En la actualidad, tenemos conciencia clara de que la cultura codifi 1 rea cunntu 1 ÅĿ.,

139

138

Page 79: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

141

Alfll, JI. (Comp.) 1976. Los grupos ®tnicos y sus fronteras. M®x~co. Edit. FCE. oAÅ, fl. 1920. The Methods ofEthnology, enAmericanAnthropolog1st, vol. 22, PPĿ 311-322. YANl-PRITCHARD, E.E. 1977. Los Nuer. Barcelona. Edit. Anagrama. tniccitKINI.>, L. 1991. Redefining the çFieldè in Fieldwork, en Ethnology, vol. XXX, PPĿ 237- 249. Ŀ 1 A Ŀ

\IN1,áUll.llA, c. 1976. Aproximaci·n pastoral al problema de la brujer²a en a mazoma peruana, en Revista de Teolog²a Limense. Vol. J?CĿ PPĿ ~8~~8. . .

llNIJlllÅKA, C. 199Ia. Aspectos sociales de un~ com_1m1dad primttiva: los lndios harakmbet tic /a Amazonia peruana. Barcelona. Edit. Mitre. . .

llNVlll!RA, C. 199lb. El Chamanismo en el Amazon.as. Bar~elona. ~d1t. Mttre. llAI>, M. 1971. Cultura y Compromiso. Buenos A1:es. E~t. Granica. llt NIM, A. 1976. Historia de la Etnologta, 2. Madnd. Ed1t.. Alhambra.. . . oMNllY, A.K.. & 0Å ANDRADE, R.G. 1964. Transcultural studies in cognmon, en American Anthropologist, vol. 66 (3), pp. 2-18. . . .

AtMCB, A.F.C. 1961. Culture and personality. New York. Cambndge University Press.

culturales, registrar vocabularios de lenguas que iban convirti®ndose en muertas al i,;,;,;.:_r cer de individuos que las hablasen. Todo est§ muy bien pero no sirve para captar In w,. luci·n de un pensamiento.

Que las cosas no son como muchas veces se piensa se debe a que los l²mites car en de precisi·n como dir²a Barth (1976). Un ejemplo, y no es el ¼nico, lo tenemos si compar a los vascos y a los castellanos que, por el simple hecho de residir en el Sur de Euro~ y ser vecinos, pueden ofrecer mayor afinidad entre ellos que si los comparamos por scp;-.. con los italianos que est§n bastante alejados. Sin embargo, cuando. se analizan los ingrc~Ŀ tes de cada uno vemos que los segundos y los ¼ltimos se expresan en una lengua que i- cede de la misma fuente, mientras que los primeros desconocen las ra²ces ling¿²sticm 1 he puesto de manifiesto la importancia del lenguaje y en nada deseo que no se eval¼e cc111111 un componente cultura\ por excelencia.

Teniendo presentes muchos de los presupuestos Ŀde Barth (1976), estoy en la ohlig~ de preguntarme que si mi investigaci·n, por ejemplo, pretende clarificar la complejidnc"'9!1. rural del pueblo harakmbet, al que he dedicado a¶os de estudio y varias publicaciones, plantearme preguntas tales como àqu® individuos se identifican m§s con su tradlcl®n. uÅ que se mantienen fieles a Ja religi·n propia o los que se han convertido a alguno de lo. dos cristianos'i, àd·nde debo marcar las fronteras? Mucha gente postula que cudu c1~1 dispone de unas caracter²sticas propias, pero tambi®n est§ claro de que tiene otras 11j1Å1n .. adquiridas por pr®stamo cultural. Diferenciar ambas no es tarea f§cil, pero debe bacrr se han elegido buenos informantes.

Un error en el que no debe caerse es en el de afirmar que la Antropologfa h11~111 biograf²as permit²a establecer la cultura. Este tipo de informadores pasaron por ser "'"~' cultos de su grupo ®tnico y de este modo se convert²an en representativos o individuos ,.,rtÅ. Result· que las cosas no eran as². Ante esto hay que preguntarse àqu® tecla huy 11111Ŀ r~ para conseguir al informante ideal?, àqu® presupuestos te·ricos debe conceder un lnclivic'Ti¿i tfpico? Indudablemente, esto requerir²a disponer de una sociedad homog®nea, y ilr .. estamos muy lejos. La expresi·n çindividuo t²picoè es absurda; lo que hay que l111N1"Ŀ Å y encontrar son çpersonas cerebralesè porque ®stas son las m§s representativas de 111111 n1 Å. Quede bien claro que si los cham.an~s harakmbet son los ideales para comunicar cl11h1H ,.'! su saber, nunca se podr²an constituir como grupo homog®neo. La preocupaci·n por 1 ul'Trr guir aportes v§lidos es algo que incide en Ja realidad psicol·gica (W ALLAC:l!, 1%1) y h ha permitido desarrollar la etnociencia (ROMNEY & o'ANoRADE, 1964).

Cuando se planifica una investigaci·n, las limitaciones aparecen pronto. 1Ŀ:1 1i1'1111Å un asunto crucial porque pasa r§pido e impide conseguir la inforrno.ci6n dest"11d11, " 1o11m-" confianza de quien se supone puede llegar a ser un buen informante. Grahnr, ti 1111~Ŀ , lftlr. traducir y sacar diapositivas son aspectos de la vida cotidiana de un ctn·á;rafo; P"'"Ŀ 1

r~ferente a un determinado acontecimiento, puede ser que nunca llegue a verlo, NI ruyu , Ŀ Å h~ne que fiarse de lo que le narren. Cuando uno se dedica a un asunto concreto, 1'lt11I vista otros muchos.

Cada uno de nosotros ha ido captando sus normas culturales mediante In oh~r1 v11Å n Y el e~crcicio que otros hacen de ellas, como puedan ser nuestros padres, herrnunus, 111111Ŀ~ Y am.rg~s .. De este modo, ~a~a hombre es producto de su propia historia y clr , 1111uÅĿ a~o~te~1m1entos le toque VIVlr, am®n de ser un organismo regido por 1111\lllpl1ÅN ,,., biol·gicas. Despu®s de hacer las cosas medianamente bien, hay que interrogarse 111111 ~I Å teor²a s.er§ capaz de cx~licar los sistemas simb·lico y cognitivo de las pcrsonns, irwh11l11 macro~1stem~ de las sociedades ~n que viven. Aqu² radica el saber elegir bien a 1111 brJ.11111.1. pero s1 se acierta o no es cuesti·n que debe esperar hasta el refrendo a poster /111 t.

(

140

Page 80: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

142

11.1 ORALIDAD Y TEMPORALIDAD

.La oralidad ~s la ~ualidad adjetiva de la expresi·n oral. La oralidad delimita p111 propia naturaleza intencional el campo de lo humano: çLos simples sonidos salen 11111111" men~c del .gaznate -dir§ Rousscau-, la boca est§ naturalmente m§s o menos abierta; áwru 1-..-ÅÅĿ, modificaciones de la lengua y del paladar, que hacen articular, exigen atenci·n, cjrrddu S·lo los humanos son capaces sistem§ticamente de comunicar a trav®s de los c·digos 1urtl es el rasgo b§sico del tr§nsito de la naturaleza a la cultura. La expresi·n çtradici·n oralè, ampliamente aceptada dentro del argot cii-111111111 ÅÅ

antrop·logos,_ etn·logos y etn·gr~fos, as² como de los historiadores que emplcun l11r111: orales, ~or su mdud~ble empleo ~mversal presenta a priori u~a enraizada. soli~cz i11sh111111,11111 La or~hdacl se remite ~ ~os horizontes, el temporal, defimdor de la historia y In rrndldt'I Y el s1stc~a de transmisi·n, g?nerado por los agentes y sobredcterminado por C'I rnn1tÅJ1tÅ El texto, mserto entre los horizontes temporal y transmisor, circula pleno de sentidè. Å

11. Oralidad: tiempo, fuente, transmisi·n

teleolog²a cristiana, mediante la conversi·n y la salvaci·n. £ste çconsiste en unos c²rculos de proximidad al centro en el espacio real y en el Tiempo m²tico, simbolizado por las ciudades de Jerusalem y Romaè. El otro, el tiempo moderno, es el tiempo de la distancia, y est§ çconstruido como un sistema de coordenadas (emergiendo tambi®n de un centro real, la metr·polis occidental) en el cual est§n las sociedades de todos los tiempos y lugares, y

Ŀ que ha sido maquinado en t®rminos de distancia relativa desde el presenteè (FABIAN, 1983: 26-27). La percepci·n de las çtradicionesè es pues un asunto esencialmente temporal. Nuestras

sociedades hacen coexistir en su seno las dos tendencias. De un lado, la del tiempo esca- tol·gico, incorporador a un proyecto de salvaci·n, donde la tradici·n es peri·dicamente renovada, y donde la renovaci·n adquiere valor de salvaci·n religiosa. Tras este supuesto In tradici·n es un mito atemporal, renovado c²clicamente a trav®s del rito. En la segunda tendencia, la del distanciamiento, la tradici·n aparece marcada por el sentido de efimeridad y de p®rdida irremediable. Esta ¼ltima tendencia es la que propiamente es concebida como çtradici·nè, con sus connotaciones sem§nticas pasadistas.

Un hecho civil²zatorio, la escritura, modific· ax²ol·gicamente con su aparici·n la visi·n de la tradici·n. Esta qued· fijada temporalmente en los libros sagrados, cuya ex®gesis debe- rla ser a partir de ahora literal y/o metaf·rica, seg¼n su grado de apertura s®mica a diferentes lecturas textuales. Ya en el mundo egipcio, seg¼n J. Goody, la tradici·n religiosa estaba reglada por la escritura: çLa escritura de un ritual( ... ) significaba que este texto pod²a servir como modelo y como-regulador de otros actos en cualquier otro lugar, tal como un documento escrito significaba que el pasado tambi®n pod²a proporcionar un modelo para un tipo concreto

Å de com?ortamientoè (~ooov, 1990: 51). Seg¼n el sentido otorgado por J. Derrida a este des- plazamiento, de la oralidad a la escritura, nos hallar²amos ante la emergencia de una nueva formulaci·n logoc®ntrica, la que supone el tr§nsito del fonocentrismo al grafocentrismo (DERRIDA, 1978). Rousseau ya hab²a advertido de la p®rdida de inocencia civilizatoria, y la modificaci·n del çlogosè con este tr§nsito: çLa escritura -seg¼n el fil·sofo ilustrado-, que parece deber²a fijar la lengua, es precisamente lo que la altera; no cambia las palabras, sino el genio; sustituye la exactitud por la expresi·n. Uno expresa sus sentimientos cuando habla y sus ideas cuando escribeè (RousSEAU, 1980: 46). Subraya el africanista G. Balandier, que çla tradici·n puede ser vista como el texto

constitutivo de una sociedad, texto seg¼n el cual el presente se encuentra interpretado y abordadoè (BALANDIER, 1994: 37). Extiende la denominaci·n çsociedades de la tradici·nè en 1 justa consecuencia, a aquellas que fueron denominadas otrora çprimitivasè o çarcaicasè,

Å porque buena parte de su ethos cultural participa de ese çtextoè tradicional. Fue precisa- mente en relaci·n a las sociedades africanas tradicionales en tr§nsito a la modernidad post- , colonial donde se comenzaron a elaborar las primeras teor²as de la tradici·n oral desde la antropolog²a. .

El investigador m§s celebrado fue Jan Vansina. Para este autor, çlas tradiciones orales son todos los testimonios orales, narrados, concernientes al pasadoè. La narratividad serla t la caracter²stica esencial de esa transmisi·n oral tradicional. Este es el aspecto en com¼n que I posee con la escritura: el c~§ct~r n~ativ?. L? que a su vez la diferencia de otras fuentes orales fundadas en la experiencia visual, le·nica o en el rumor. Al estar formalizada tex- t tualmente, la tradici·n, seg¼n J. Vansina, es controlable por el poder social y pol²tico. De tal manera puede afirmarse que çel miedo es un elemento que debe tenerse en cuenta cuando se estudian las tradiciones privadas y tambi®n cuando se estudian las p¼blicasè (V ANSJNA, t 19~7: 101). L~s tr~dicion~s oficiales'. mucho m§s determinadas por el poder pol²tico, est§n regidas en ¼ltima instancia por el m²to, y s·lo pueden ser narradas ritualmente. Mito, rito t y P?der pol²tico se h~blan entre ellos. Las tradiciones privadas que çSon a menudo trans- mitidas por el azar, sin ning¼n control y abiertas a la fantas²a individualè, se acercan m§s t a la atextualidad del çrumorè. Las tradiciones oficiales se remiten asimismo al discurso de

Jos® Antonio Gonz§lez Alcantud

143

. La trad!c!·n se mide en una concepci·n temporal impl²cita, Ja que cnfrentu 1111 111,1111Å antenor. tradicional. al actual, contempor§neo. Es una escisi·n f§cilmente oh~crvahlrÅ "'' ~mpo de! sent².do com¼n, donde los puntos de vista del observador y del acto!' s1wl11l, 111ln cid~~Ŀ El investigador qu_e emplea fuentes orales comparte con el com¼n de la puhlnrli\11 t escisi·n temporal, aun sm haberla llevado al terreno anal²tico.

Scg~n J. Fabi~n, el e~tudio del tiempo antropol·gico trae consigo el cstudtç 1lrl 1111~~ aprehendido en su singularidad ~em~oral. Pa~a este a~tor ~a ruptura esencial en In pr11Ŀ1Ŀp1 h'' tem~oral acaece c?n la secularizaci·n del tiempo hist·rico. Se¶ala c·mo, para un iĿNi 11111 relativamente tar?1_0, como Bossuct, el cambio de los imperios pol²ticos y la p<'111uuwu1 Å temporal d~ la religi·n, es la explicaci·n ¼ltima que justifica la existencia del tiempo 11Ŀ1Mljlh ,. I?csclc el siglo xv111 se habr²a asistido a una progresiva secularizaci·n y nnturnlizucinu áf,. llcn_1po. La secularizaci·n sobrevendr²a como consecuencia de los viajes filos61irnN, 'l''A pus1e:?n en. c~ntacto reflexiv? a ~?s occidentales con culturas que no conoc²an l'I lil'llll",.... teol·gico cnstiano. La n~lurahzac1on del ~1empo se presenta como una consecuencia diloĿÅ ÅÅ del contacto de los estudios de los naturalistas y ge·logos con los historiadores, que 11á11 1,,., resultado la teor²a de la evoluci·n. ÅÅ Fabian resui~1e las co~c~pciones_ temporale~ en dos ejes, el premoderno y el 11u1d1Å111, a

El premoderno, tiempo cnstiano, latino y mediterr§neo, serla el de la incorporacl·n 11 hr" ÅÅ

Page 81: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

145

l .u tradici·n oral opera plenamente en la funci·n simb·lica. Es la çcaja negraè cultural 1l11111lc se formaliza e invierte el significado patente de la vida social, para devenir significado lull'ntr. Por ello la tradici·n oral funciona en el seno de la vida social confiri®ndole sentido.

llnn tradici·n oral muy formalizada, y transmitida a trav®s de textos escritos, que 1'trvi11111ente fueron depurados de tradiciones orales anteriores, constituye el çCorpusè fol- l'lc'h irn de muchos pueblos. Este corpus no tiene s·lo un sentido arqueol·gico, sino que otor- án ~rntido a la vida social, cristalizando identidades, alteridades, y contribuyendo a la inven- rh'111 tic tradiciones.

V. Propp aport· a la comprensi·n del folclore oral un m®todo cient²fico capaz de aislar 111~ 11111ndes temas, secuencias y personajes de Ja tradici·n folcl·rica rusa, ideando un sis- 11'111111 combinatorio l·gico, capaz de explicar la permanencia de algunas de estas tradiciones en el tiempo y en el espacio. En cualquier caso, no se¶al· suficientemente la distinci·n entre lul"ntrs escritas y orales en el corpus folcl·rico. Nunca se dejar§ de se¶alar lo bastante la

11.3 LA TRADICIčN ORAL

Todos los historiadores han empleado fuentes orales hasta que la influem.:ia de ht J111l1 prudencia escrita en la segunda mitad del siglo xix hizo q~e s·lo ~uesen_cons1d.enul.0K trÅti monios veraces Los que pudiesen fundarse en documentaci·n escnta. Aun el. histru 11111111 11 la Revoluci·n Francesa Julcs Michelet pudo construir en buena medida su obra s11h1r lrÅt mon²os de coet§neos, seg¼n recuerda P. Thompson. La delimitaci·n de la catr1101fft 11 çpruebaè, y su relaci·n con la evoluci·n del derecho, parece elemental pura e11h'11tk1 1 evoluci·n de la historia como disciplina. _

La aparici·n de nuevas çfuentesè, generalmente en forma de archiv.o~, ~011~1i111yr 11111 los historiadores conternporane²stas actuales parte del origen de la legitimizaci·n 1lr 111 nueva teor²a o de una revisi·n de las anteriores. Cuando se descubre o se nhrc 1111 rmr \'Å archivo los investigadores se precipitan sobre ®l con gran excitaci·n. Los tcstimo~1io~ 1111111' una fuente de riqueza infinita y al alcance de cualquier ciudadano, desaparecen s111 M'I rrÅ 11 pilados, mientras tanto. Permanecen, parad·jicam~nte, ~in çdescubrirè. El fc11(1111r11~1 hu Ålil se¶alado por Mercedes Vilanova, con car§cter lesllmom~: çDesde 1?~9. a 1975, 1111_1~1 tlnh historiadora que utilic® Ja historia oral.( ... ) La caracteri:s~1ca de estos micros fue h1.11lll11nÅ 111 complementaria de cifras, textos y voces que me pernuneron muy pronto combat²r lrNili hl toriogr§ficas arraigadas, especialmente sobre el anarquismo catal§n y las colcctlvloç lunÅ durante la guerraè (VrLANOVA, 1995). Si hab²a un hecho a destacar en Jos movimlennè Å111 l les de la Espa¶a tr§gica que transcurre de 1931 a 1939, era Ja mitificaci·n lll'²ftlrn, 1111Å Å presentaci·n como una historia ®pica. Sin embargo, aqu² hab²a un m§s all§ social qur 1111 r1 otro que el de la historia concebida como discurso veraz. Los testimonios ornlcs tll1Å111n nn imagen m§s v²vida de la guerra civil a trav®s de la obra de R. Fraser, y mt²N 1Ŀ1Ŀ11Ŀ111111 11 1 realidad a partir de las contribuciones de M. Vilanova. Esta autora descuhrirfu qur lo~ 111111 tantes izquierdistas analfabetos pudieron sobrevivir a la represi·n posterior a 1:1 )\llt'li.1 1 l\11 gracias a su çinvisibilidadè. Yo, por mi parte, descubrir²a a partir del trabajo rnh11Ŀ rl 1tĿ1tr111 que Jos movimientos sociales obreros estaban atravesados por los mismos prnhhÅn1n~ 1ÅÅt1111 turalcs que te·ricamente combat²an. En mi caso particular analic® el clicnll'liN111u. l Å1 -Ŀh luego poseemos obras pioneras en Ja cr²tica de Ja ®tica pol²tica, como Ja de l<11lw11 MIÅ h 1 quien en 1911, desde posiciones socialistas pod²a afirmar: çEn el mundo pioNnh u 1h lu hechos, todos los movimientos clasistas que pregonan el prop·sito del bien parn 1111 111111111lilÅÅ , incurren inevitablemente en la contradicci·nè. No es nuevo el descubrimiento, p1Ŀ111 11lt111 ha sido contrastado y sugerido por la oralidad. Para llegar a aquellas conclusiones, por consiguiente, las fuentes om/cs 11p111r1 (:U /11111ljj

mentales, si bien deben adrnit²rselcs algunas reservas. Seg¼n comprob· A. l'urlrlll 1'11111 Å caso Luigi Trastulli, la capacidad de enmascaramiento _en las propias f11cĿ111tĿs 111.111 \ e enorme: personas que hab²an comprobado personalmente con su pnrticipnci®n iwllvu 11 hecho, que L. Trastulli hab²a muerto en una manifestaci·n comunista anti-Nu²u, mrnllllt 1111111 su apreciaci·n -a¶os despu®s en la memoria colectiva habr²a muerto en una lurhn 111111111 111 patronos- como consecuencia del cambio de pol²tica del PCI, al poco partidurin clr lu i\111111 za Atl§ntica. El mito enmascaraba la veracidad de las fuentes orales. Para no,~11111111 l.1,.,11h11 del caso de las ambig¿edades de los obreros macaelenses en sus luchas suriait'N ~11111 111'11 reci· cuando encontramos, àpor puro azar?, varios documentos compromctcdou-, 1Å11 111 archivos municipales; la tradici·n oral era herm®tica, y encubr²a hechos consicl1'rn1l11Å1 "' ÅÅ'"'' zosos para Ja totalidad de la comunidad.

La historia fundada en fuentes orales quiere descontruir el milo, justo lo r11nll111l11 11

11.2 LAS FUENTES ORALES

Jos or²genes, garante de _la legitimidad pol²tica y social; las privadas a los acontecimieuuç m§s cercanos en el tiempo.

Å lo que pretende la tradici·n oral, que quiere construirlo. Mito y verdad es, pues! la anti~omia 1obftl la que se construye la tradici·n y la historia oral. Desde un punto de vista l·gico no 1un antag·nicos, puesto que pertenecen ambos al campo de la po®tica. El v®rtigo del mito re1lde en que contiene en esencia la verdad; y la verdad se valora por su capacidad para remontar al campo de çmythosè.

Las disciplinas que emplean t®cnicas basadas en las fuentes orales poseen un horizonte rnmdn: çAntes que nada, la Historia Ocal interviene en la ciencia hist·rica en base a em- pe1J1r 11 estimar el car§cter y la praxis hist·rica de la masa de sujetos. ( ... ) Esto lo alinea con otn11 esfuerzos por una historia social cualitativa, influenciada por las ciencias humanas, es- peclalmente por la 'antropolog²a, y que se muestra cada vez m§s como potenci.al cr²tico tr.ntc 11 los llamados paradigmas, es decir, Jos intentos de dominio del saber cient²ficoè (N11r1t1AMM6R, 1989: 13). En este sentido la historia oral y la etnograf²a comparten la misma uuac:tcrlstica que su objeto de estudio, la oralidad: el deseo de evitar los grandes contructos umnicomprensivos. Metodol·gicamente se prefieren los estudios de comunidad, las historias de vida, o las comparaciones interculturales basadas en hechos emp²ricamente concretos.

La antropolog²a social opera asimismo sobre las tradiciones orales, si bien no les con- -.,.N)e el grado de veracidad que les da la historia oral, sujetaĿ a¼n a la conciencia rom§ntica ...,.táue otorga a los intersticios, l²mites y m§rgenes el ser portadores de la verdad hist~rica. Pero Å 111 antropologfa s·lo cree en s² misma, en su superior capacidad teor®tica y emp²rica, frente n utru ciencias sociales e hist·ricas. De ah² que ponga entre comillas a la narraci·n textual á1ntn hacerla hablar en relaci·n con unas estructuras segundas, çinconscientesè podr²amos Åftndir. BJ estructuralismo lev²-strauss²ano al abordar Ja tradici·n oral como una secuencia mftic11, a la cual anal²ticamente aplic· criterios ling¿²sticos, profundiz· al m§ximo en el ÅÅt1ntldo sem§ntico de la transmisi·n oral tradicional, en especial de los pueblos amerindios.

Las antropolog²as postestructuralistas, en especial la hermen®utica antropol·gica ha procurado completar el cuadro, profundizando en los tropos ling¿²sticos. Basada funda- 8 mentalmente en el empleo de tres tropos, met§fora, sin®cdoque y metonimia, sigue la influencia Lle hermeneutas como Paul Ricoeur. Este ¼ltimo, por ejemplo, dice que los neorret·r²cos l'ltructuralistas, han reducido la metonimia a una contig¿idad, cuando efectivamente es una

Årt1lnd·n entre dos objetos, cada uno de los cuales es un todo aparte. La hermen®utica ant111pol6gica busca explicaciones sem§nticas en la tradici·n oral, considerada como texto n11t1utlvo para una semiosis cultural. Tal que dice C. Lis·n: çEl antrop·logo es, por Ja nntumle:r.a de su profesi·n, un int®rprete del significado, de la diferencia, un hermeneutaè (l l~t,N, 1983).

144

Page 82: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología

147

Los agentes de la transmisi·n oral difieren seg¼n-sea la tradici?n. Si esta se transmite el seno de la unidad dom®stica, cabe a los adultos su traslado. S1 se hace en el seno de

l&. vida social eeremonlalizada, el agente transmisor deber§ hab~r sido iniciado .previamente lK los secretos de la tradici·n. Si se hace en el seno de Ja comurudad, los transmisores suelen " personas distinguidas por su capacidad de intelecci·n nemot®cnica.

Hist·ricamente los veh²culos de transmisi·n han sido muy variados. Va~ Genne~, a tincipios del siglo xx, ya repar· en la importancia de recon~cer. la fuent~ de mforma~1?n, f.tente a la tradici·n decimon·nica que s·lo valoraba el eontemdo Informativo de. la tradici·n -Ira!. çEst§ claroe-escribi·- que conviene otorgar muy distinto valor a las narrac1.ones conta- 41s por una anciana que jam§s se ha movido de su lugarejo, que a las que provienen de .un ~!dado que vuelve a su hogar despu®s de campa¶as por pa²se~ diversos o muc~os cambios guarnici·nè. En esta direcci·n se¶al· asimismo que dependiendo del tr.ansmisor, Y de su

U)teligencia, la tradici·n oral puede sufrir diversas modificacion:s o repeurs~; .seg¼n ®l, çel 'Wdividuo vulgar se caracteriza por el cuidado que pone en seguir la v²a trad1~ional Y el t~-

lor q_ue experinienta en las encrucijadas a internarse por senderos apenas pracucad?s. Prec1- mente inverso es el car§cter del hombre inteligente( ... ) [que] tiende a aportar al bien trans- itido, modificaciones personalesè (VAN GENNEP, 1914: 255-~57): Finalme~te, .Gennep .sub- ~y· las modificaciones introducidas por la escuela, Ja alfabetizaci·n y la difusi·n del bbr~. J Medios transmisores no orales e influyentes en la oralidad fueron en la cultura t~ad1- ' onal espa¶ola los pliegos de cordel. ĿCaro Baroja. se lamentaba qu: los romances. de ciego J pliegos de cordel, de intensa circulaci·n en la vida popular .e~panola ~esde el siglo xvt a t'ales del siglo xix, no hubiesen si~o a~eptados por la tradici·n erudita como fuente de autoridad, al igual que los romances hist·ricos (CARO BARO~A, 1969). ~Ü.Y sabemos que est~s 1omances son 'esenciales en la conformaci·n de las mentahdades tradicionales en la Espana moderna y contempor§nea. Su producci·n esta~a r:gida .no tant? .por el poder en su fo~- 11\ulaci·n pr²stina como por el çethosè, el cual imprime cierta unicidad moral a la transrm- '·n oral. . 1 Las fuentes de legitimidad de la tradici·n oral son, por tanto, el poder pol²tico Y. e hos social confundido frecuentemente con la autoridad emanada de la edad. Secundaria- Alente inteC..:ienen otros fact·res como el sexo y las clases. En la~ ~ociedades altam~n~e alfa- ~tizadas el poder pol²tico ha perdido control frente a Ja tradici·n oral; su dominio est§ IFntrado en la escritura y los media. La diversificaci·n social, el aumento. ~emogr§fic~, la '!ienneabilidad social y la urbanizaci·n, han provocado el estallido de la tradici·n en multitud

A.4 TRANSMISIčN ORAL

) - ~icdades alfabetizadas, la funci·n del narrador oral lit¼rgico se ha e~pobrecido por ~a- ~rse desplazado su funci·n hacia el narrador escritural, y perderse parcialmente el sentido ®tico de la narraci·n m²tica. . . Por lo que se refiere a nuestra propia sociedad, no s: :studia a.¼n en toda su d²mensi·n

Ŀ}papel de los media en la conformaci·n de ~uevas ~ad1c10nes. Sm lu~ar a d~d~s un caso 'l)CC²fico lo constituye el emporio comunicacional Disney, cuya eficacia med~§t1ca ha ~o- dfficado mundialmente las tradiciones infantiles, con el relevante aporte ucr·nico y ut·pico sus centros culturales -Eurodisney y Disneylandia-. Sea cual sea la modalidad de la transmisi·n oral esta no puede ser enfrenta?Û estructu-

Å mente a la veracidad hist·rica. Tal como se¶ala H. White todo el cuerpo l·gico fundado Ja narraci·n puede, y debe, para tener eficacia estar orientado a la ve.rdad: Se ~regunta

~te de forma taxativa: çàAlguien cree seriamente que el mito y la ficci·n hteran~ n.o re- :f.ten al mundo real, no dicen verdades acerca de ®l, ni nos proporcionan un conocumento 'il del mismo?è (WmtE, 1994: 27).

Este es el cuerpo oral, admitido por todos los investigadores consagrados a 111111,111i1 .. desde el lado de la antropolog²a y la etnograf²a. Est§ sometido, de todas mane: ,1~ 11 1, ÅÅ cambios estructurales de lo oral a lo escrito, y de este a lo medi§tico. En una zona 111111i1.i1 res~den las narraciones lit¼rgicas. Estas tienen sus contadores especiales en las sod<Ŀillull' afncana~ ~ .son fuente de leg~tim?ci·n del poder pol²tico. En los pueblos §grafos 11 rn ti estados iniciales de su alfabetizaci·n es el mito en sus diversas variantes astrnlcs, 11111111111, zoom·rficas y geneal·gicas, el que cristaliza y da forma l·gica a la tradici·n oral.

146

complementariedad y retroalimentaci·n entre escritura y oralidad desde Ja aparici·n de ha. pliegos de cordel en el siglo xvt, y la extensi·n de literatura barata y folletines por cnlrcgP en el siglo xrx. , a

Cuanto menos, en la tradici·n oral de los pueblos alfabetizados podemos dislingull varias figuras narrativas que han adquirido caracter²sticas de universalidad:

ÅNarraciones m²ticas: Ocupan un rol central en la vida-cultural y social de socit1la1h. no alfabetizadas. Su transmisi·n es ceremonial. Aparentemente est§n plenamente fo111111 zadas y son inamovibles; sin embargo, hoy sabemos por el empleo de sistemas de grnhad(ln y compilaci·n de diferentes versiones, recogidas en el mismo lugar en distintas ®pocns, 11Å funcionan como un bricolage m²tico, donde la creaci·n y recreaci·n individual tiene ''" cierto espacio. Se transmite por agentes sociales iniciados ritualmente.

Å Genealog²as: Est§n enlazadas con la narraci·n m²tica, si bien pueden hallarse sr1Ŀ larizadas. Constituyen la fuente de legitimidad pol²tica y social m§s frecucnlc en soch-tl:ull' como la isl§mica. Los linajes çchorfaè magreb²cs atribuyen su genealog²a a ser los p1i111r1. pobladores isl§micos del pa²s; ah² reside su legitimaci·n pol²tica. Asimismo, la distinri(I .. entre tribus, linajes y clanes se hace entre los ber®beres en base a. las capacidades 111111 duales para recordar tot~l o parcial~ente las genealog²as (HART, e.p.). La tradici·n gcncn16xl. es fuente de poder social y pol²tico. . -

Å Cuentos maravillosos: Recoge tradiciones infantiles universalizadas a trav®s dr i., compiladores decim·nonos, en las que sus actuantes son antropomorfizados y/o 1.1x1111111 Iĉ zados. La tesis central de V. Propp hoy universalmente aceptada reza que çlodos lm <Ŀ11r11 maravillosos pertenecen al mismo tipo' en lo que concierne a su estructuraè. Tmnsmitidç 1Ŀ v²a familiar, literaria y medi§tica.

Å Leyendas religiosas: Suelen responder fundamentalmente a las tradiciones rcrnnl1- y extendidas por los çflos sanctorumè (libros de vidas de santos), por vfa de prcdicĿ111'11111r~ y sermones, dentro de la liturgia y cultos espec²ficos de cada santo. Los or²genes 1lr Å hagiograf²as pueden ser rastreados hist·ricamente, en su falsedad o veracidad, grndM ~ grosor historiogr§fico y teol·gico de la Iglesia cat·lica. _.

Å Leyendas hist·ricas; Responden a tradiciones nacionales, iniciadas asimismo rn 9 siglo xrx a ra²z del auge del nacionalismo. Constituye el soporte infantil y juvcuil dr 111 111

vcnci·n de tradiciones. Sus actuantes son h®roes, cuyas acciones adoptan diferentes 1111111Å ®pica, rnartirilogio, cte. Transmitidos por v²a escolar en la ense¶anza primaria, 11 purlh ,r la generalizaci·n de la alfabetizaci·n.

Å Romances; Narraciones hist·ricas y amorosas fundamentalmente, que c111pl1Ŀm1 , 11 formalizaci·n estructuras po®ticas romanceadas. Su eficacia de fondo depende tk Nll 1111111Å Tra~snlitidos por varias v²as, entre ellas las de los çnarradores profesionalesè á11wt11~ 1 clusive- y la de las çgentes de memoriaè de las comunidades.

<Refranes. dichos y consejas: Transmiten experiencias morales y ense¶anzas p1á1, 11i,. Su~rte de aforismos populares, que tie~1en su haz y su env®s siempre, para garnnlltiu 111 , , .. cacra de su uso en situac²oncs contrarias. El refranero esun recurso del çcthosè dr 111 \Ålt!f" adulta com¼n a todas las clases. Se transmite como voz de la experiencia de la ednd ntlu a la juvenil.

Page 83: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 84: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 85: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 86: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 87: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 88: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 89: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 90: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 91: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 92: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 93: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 94: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 95: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 96: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 97: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 98: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 99: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 100: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 101: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 102: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 103: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 104: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 105: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 106: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 107: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 108: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 109: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 110: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 111: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 112: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 113: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 114: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 115: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 116: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 117: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 118: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 119: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 120: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 121: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 122: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 123: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 124: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 125: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 126: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 127: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 128: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 129: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 130: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 131: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 132: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 133: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 134: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 135: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 136: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 137: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 138: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 139: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 140: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 141: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 142: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 143: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 144: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 145: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 146: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 147: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 148: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 149: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 150: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 151: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 152: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 153: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 154: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 155: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 156: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 157: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 158: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 159: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 160: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 161: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 162: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 163: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 164: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 165: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 166: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 167: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 168: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 169: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 170: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 171: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 172: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 173: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 174: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 175: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 176: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 177: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 178: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 179: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 180: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 181: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 182: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 183: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 184: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 185: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 186: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología
Page 187: Aguirre, Ángel - Etnografia, Metodología