Adoración y Alabanza 1

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Adoración Página 1 1.- El llamado a la adoración Venid, postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor, creador nuestro. Porque él es nuestro Dios, y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía. SALMO 94,6-7 Confieso que tengo suficiente edad para recordar el entonces famoso programa de radio «El desayuno club». El programa se transmitía de León y era como un equivalente de los actuales programas matutinos de televisión. Aunque yo era solo un chiquillo, recuerdo muy bien como durante el programa de cada día había un momento en que el conductor decía: «Es el tiempo de oración alrededor de la mesa de desayuno». En el trasfondo se escuchaba una suave música de órgano, y entonces el conductor continuaba: «Y ahora, cada uno en sus propias palabras, cada uno a su propia manera, incline su cabeza y vamos a orar». Es emocionante recordar que tal cosa se incluyera en un programa secular de alcance regional. Sin embargo, había algo sobre la invitación a la oración que era mucho más espontanea aunque poco bíblica. Hoy nosotros tenemos una tendencia a adorar a nuestra propia manera. Si bien yo estoy agradecido por esa libertad, aunque por supuesto, en ocasiones esta omite un hecho esencial sobre la verdadera adoración: la adoración bíblica es en los términos establecidos por Dios, no por nosotros. El Salmo 95, al llamarnos a la adoración, no dice nada sobre nuestros derechos. En lugar de ello, nos llama sumariamente a inclinarnos, a arrodillarnos ante aquel de quienes somos criaturas, ovejas de su rebaño. Y no nos equivoquemos: el llamado a inclinarnos y a arrodillarnos se refiere a algo más que una mera postura corporal. Significa la rendición de nuestra voluntad y nuestras maneras a él. Quiere decir que estamos concediéndole suprema autoridad a Dios; que en la adoración y en la vida estamos renunciando a nuestra voluntad en favor de la suya. Lo denota un hecho fundamental sobre la verdadera adoración: una vez que escojo al Dios viviente como mi Dios, renuncio al derecho de adorar a mi propia manera. En el propio hecho de llamar a Dios «Dios», tú y yo estamos concediéndole solo a él el derecho de prescribir como desea que lo adoremos. Por ejemplo, en Génesis 22, cuando Dios le dijo a Abraham que partiera hacia la tierra de Moriá para adorar, se nos dan a conocer las maneras en que Dios señala el «programa de adoración» para aquellos que él planea formar en los caminos de la fe. Abraham no tuvo oportunidad de decir: «¡Claro, Dios! Yo te adoraré, pero ¿Qué te parece si lo hago a mi manera, eh?» Más bien, cuando Abraham oyó que Dios le decía que debía adorarlo ofreciendo a su hijo Isaac en el altar del sacrificio, sabía que tenía que escoger entre su manera y la manera de Dios. ¡Qué conmoción haber escuchado el plan de adoración que le prescribió Dios! ¡¿Ofrecer a Isaac?! Este acto no sólo iba aparentemente en contra del rechazo que había mostrado Dios hacia las practicas paganas de sacrificio humano, sino que Dios les había dado a Isaac como un regalo especial a Abraham y Sara después que ellos habían pasado la edad normal de la fertilidad. ¡Y ahora le demandaba la vida de Isaac! Aunque parezca insólito, Abraham estuvo presto a obedecer, y les dijo a sus criados algo muy significativo: «El muchacho y yo seguiremos adelante para adorar a Dios» (Génesis 22,5).

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Adoración Página 1

1.- El llamado a la adoración

Venid, postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor, creador nuestro.

Porque él es nuestro Dios, y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía.

SALMO 94,6-7

Confieso que tengo suficiente edad para recordar el entonces famoso programa de radio «El desayuno club». El programa se transmitía de León y era como un equivalente de los actuales programas matutinos de televisión. Aunque yo era solo un chiquillo, recuerdo muy bien como durante el programa de cada día había un momento en que el conductor decía: «Es el tiempo de oración alrededor de la mesa de desayuno». En el trasfondo se escuchaba una suave música de órgano, y entonces el conductor continuaba: «Y ahora, cada uno en sus propias palabras, cada uno a su propia manera, incline su cabeza y vamos a orar». Es emocionante recordar que tal cosa se incluyera en un programa secular de alcance regional.

Sin embargo, había algo sobre la invitación a la oración que era mucho más espontanea aunque poco bíblica. Hoy nosotros tenemos una tendencia a adorar a nuestra propia manera. Si bien yo estoy agradecido por esa libertad, aunque por supuesto, en ocasiones esta omite un hecho esencial sobre la verdadera adoración: la adoración bíblica es en los términos establecidos por Dios, no por nosotros. El Salmo 95, al llamarnos a la adoración, no dice nada sobre nuestros derechos. En lugar de ello, nos llama sumariamente a inclinarnos, a arrodillarnos ante aquel de quienes somos criaturas, ovejas de su rebaño. Y no nos equivoquemos: el llamado a inclinarnos y a arrodillarnos se refiere a algo más que una mera postura corporal. Significa la rendición de nuestra voluntad y nuestras maneras a él. Quiere decir que estamos concediéndole suprema autoridad a Dios; que en la adoración y en la vida estamos renunciando a nuestra voluntad en favor de la suya. Lo denota un hecho fundamental sobre la verdadera adoración: una vez que escojo al Dios viviente como mi Dios, renuncio al derecho de adorar a mi propia manera. En el propio hecho de llamar a Dios «Dios», tú y yo estamos concediéndole solo a él el derecho de prescribir como desea que lo adoremos.

Por ejemplo, en Génesis 22, cuando Dios le dijo a Abraham que partiera hacia la tierra de Moriá para adorar, se nos dan a conocer las maneras en que Dios señala el «programa de adoración» para aquellos que él planea formar en los caminos de la fe. Abraham no tuvo oportunidad de decir: «¡Claro, Dios! Yo te adoraré, pero ¿Qué te parece si lo hago a mi manera, eh?» Más bien, cuando Abraham oyó que Dios le decía que debía adorarlo ofreciendo a su hijo Isaac en el altar del sacrificio, sabía que tenía que escoger entre su manera y la manera de Dios.

¡Qué conmoción haber escuchado el plan de adoración que le prescribió Dios! ¡¿Ofrecer a Isaac?! Este acto no sólo iba aparentemente en contra del rechazo que había mostrado Dios hacia las practicas paganas de sacrificio humano, sino que Dios les había dado a Isaac como un regalo especial a Abraham y Sara después que ellos habían pasado la edad normal de la fertilidad. ¡Y ahora le demandaba la vida de Isaac! Aunque parezca insólito, Abraham estuvo presto a obedecer, y les dijo a sus criados algo muy significativo: «El muchacho y yo seguiremos adelante para adorar a Dios» (Génesis 22,5).

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Par supuesto, hoy conocemos el final de la historia. Dios proporcionó otro sacrificio -un carnero enredado en el matorral- y salvó la vida de Isaac. Sin embargo, el Nuevo Testamento dice que Abraham realmente «ofreció» a Isaac, porque hubo una adoración viviente de fe en su obediencia y disposición (véase Hebreos 11,17). Demostró el significado básico de la adoración: rendir totalmente nuestra voluntad humana a la voluntad de Dios.

Al comenzar, es prudente que esperemos ser moldeados en comprensión y en la práctica a medida que respondemos al llamado de Dios a la adoración. Veremos que no es sólo un privilegio sino un reto. Estemos alertas y preparados. Crecer en la alabanza y la adoración es descubrir nuevas dimensiones para decirle a Dios: No se haga mi voluntad, sino la tuya.

Alabanza Oh Dios, te confieso tanto la dificultad como la conveniencia de someter totalmente mi voluntad a la tuya.

Ayúdame a medida que me lanzo hacia una nueva alabanza y adoración de todo corazón. Y ayúdame a amar y confiar en ti tan profundamente que esté seguro de que cualquier cosa que deje por ti, será sólo ganancia para mí.

En el nombre de Jesús, amén.

Lecturas escogidas Éxodo 35,20-29 Hebreos 5,5-9

1. ¿Qué ídolos u objetos de adoración encuentras tú que sustituyen hoy a Dios? ¿Está el orgullo envuelto a menudo en lo que significan estos «dioses»?

2. Para que entiendas mejor este asunto, toma un papel y dibuja un círculo de siete u ocho centímetros de diámetro. Escribe dentro del círculo las tres o cuatro cosas que más quieres, aparte de Dios y Cristo (por ejemplo, la familia, el trabajo y los amigos). Ahora imagínate que Dios te llama a sacrificar todo lo que esté dentro del círculo, dejando el círculo para él solo. ¿Qué sería lo más difícil de poner fuera del círculo? ¿Estarías enojado con Dios por exigirte esto? Por supuesto, Dios no te exige que sacrifiques a tu familia. Pero este ejercicio nos confronta con la actitud que se exige de los verdaderos adoradores.