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L ACTITUD ANTROPOLGICA
ess
Miguel DAZ
LVAREZ
Dpto.
de Filosofa y
FU.
Moral. UNED
Introduccin
Noes demasiado frecuente que un filsofo espaol publique un
libro
en el que se aborden los problemas epistemolgicos y
filosficosde la antropologacultxu al.Menos usual an es que un
libro
de estas caractersticas alcance una seguatda edicin. Sin
embargoesto es lo que felizmente ha ocurrido con el trabajo del
profesor
Javier San Martn,
La
antropologa.
iencia
humana
ciencia
crtica
aparecido por primera vez en la editorial Montesinos en el
ao1985^.
A pesar del tiempo transcurrido y de la profundizacin
Antes de nada quiero mostrar mi agradecimiento y deuda para con elprofesor Javier San Martn por haber accedido a leer y comentar con el autor las
pginas que siguen a continuacin.
^J. San Martn,La antropolo^. Cienciahumana ciencia crtica Montesinos Editor,
Barcelona, 1985 segunda edicin 1992). La segunda edicin recoge itegro y sin
reelaboraciones el texto de la primera. Las nicas variaciones que se producen
afectan a la paginacin y a la correccin de una serie de fallos cometidos en el
proceso de edicin que seguidamente pasamos a detallar. En la pgina 7 de la
primera edicin, que nace de prtico del libro, se ha can\biado la fotografa de un
Vlatusi bajo la cual estaba escrita la siguiente leyenda, Un integrante de la tribu
Ylatusipracticando ima danza ritual. En su lugar aparece en la tambin pgina
7 de la segimda edicin una reproduccin de ima estatua
Tlingit
al pie dla cual
se puede leer, EstatuaTlingitde un blanco. La antropologa es la ciencia de los
otros;
pero tambin nosotros somos otros. Segn me relata el profesor San
Martn, esta reproduccin y el texto al pie fue lo que l envi a la editorial en la
primera edicin puesto que resuma muy grficamente la idea de la antropologa
ndoxa:SeriesFilosficas n 6 1995 UNED Madrid:
J. Miguel Daz lvarez: La actitud antropolgica
pp.
213-240.
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que en estos temas ha seguido haciendo el autor^, con las correc
ciones o matizaciones que toda labor continua de pensamiento
traen consigo, creo que el texto sigue siendo una clara exposicin
de las ideas bsicas del profesor San Martn en lo tocante a la
antropologa cultural y a las ciencias humanas en general, no
habiendo perdido ni su originalidad ni, por que no decirlo, su
capacidad de provocacin en el vmiverso de una disciplina
encerrada muchas veces de modo estril en el trabajo de campo.
En estas pginas no pretendo otra cosa que exponer del modo
ms claro posible las ideas fundamentales del libro sin entrar en
una valoracin crtica global que exigira un trabajo de mayor
entidad. De todas formas, al final del artculo se realizan una serie
de observaciones a la parte segvmda del libro, la que demarca la
antropologa de la historia, la sociologa y la psicologa, pues, aim
estan do d e acuerdo con el espritu general de la misma, co nsidera
mos que algunas de las tesis que all se vierten presentan serios
problemas.
El trabajo qu e ahora com entam os par te de ima prem isa: la crisis
de identidad en la que se debate desde hace aos la antropologa
cultural. Esto se encama, fundcimentalmente, en las dificultades
con las que se encuen tran los antroplogos a la hora d e definir el
objeto de su disciplina, acosados, sobre todo, por tres ramas del
saber que pretende n reducirla
a
historia , sociologa o psicologa. La
razn principal de sta crisis, y esta va a ser la tesis fuerte del
que se defenda a lo largo de la obra. Incomprensiblemente y sin avisar, la
editorial la sustituy por la fotografa del Watusi ante el asombro y enfado del
autor, que nada pudo hacer frente a unos hechos ya consumados. Otro fallo
subsanado ahora nos conduce a la pgina 100 de la primera edicin 96 de la
segunda, de la que se suprime el siguiente texto que se haba intercalado
errneamente: ...los resultados de la antropologa, la psicologa no puede sacar
ning una conclusin sobre.... Por ltim o, en el pie de la foto de la pagina 111 de
la segunda edicin
5
de la primera , se le devuelve a Bronislaw Malinowski
su verdadero origen y nacionalidad. Deja de ser el clebre antroplogo
norteamericano como haba sido bautizado por alguien de la editorial, para
convertirse en el clebre antroplogo polaco-mgls.
Ver sobre todo, J. San Ma rtn,E l
sentido
de
l
ilosofa
del
hombre. El
lug r
d e
l
ntropolog filosfic en la
ilosofa
y en larencia Anthropos, Barcelona, 1988 (cfr.
especialme nte los captulos III y V).
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libro
reside en la pr did a du ran te el proceso en el que la discipli
na se va constituyendo como tal del sentido crtico filosfico y
moral con el que haba nacido. Mostrar esta tesis y reivindicar
coriforme a ella la necesidad de que la antropologa vuelva a su
m atriz filosfica par a resolver la crisis que la aqueja ser el
objetivo fundamental con el que nos va a enfirentar el autor.
El libro va a constar de tres parte s. En la prim era se realiza un a
arqueologa de la antropologa. La razn de este retomo a los
orgenes no es otra que ver a travs de la historia de la disciplina
aspectos esenciales de la evolucin de la misma que nos llevan
de sd e el carcter filosfco-moral de la actitud antropolgica en sus
prim eros p asos a la constitucin de la antropologa cientfica
prop iam en te dicha en el siglo XIX.
En la segunda parte se abordan las relaciones de la antropolo
ga con otras ciencias sociales en concreto con aquellas que
tradicionalm ente le han disp uta do su objeto de estudio: la historia
la sociologa y la psicologa. Aqu se inten tar t raza r el perfil n tido
de la disciplina sealando un os rasgos de identidad que perm itan
definir con precisin su campo. Con ello estamos de lleno en el
prob lema de la crisis de id entid ad y su resolucin. En este pvmto
Javier Sam Martn nos hablar del carcter privilegiado de la
antropo loga fi-ente a otras ciencias him ianas o en pala bra s de
Lvi-Strauss de la antropologa como
stronom de las ciencias
humanas
Por fin ya en la tercera parte se defender que la solucin de
la crisis de iden tidad pro pue sta en la par te anterior no se pue de
dar sin la recuperacin de ese sentido filosfico crtico y moral
qu e caracteriz el estud io del otro en su s primero s ao s. Insiste as
Javier San Martn en el irrenunciable tono crtico de la antropolo
ga.
Seguidamente vamos a entrar en los entresijos de cada ima de
estas partes.
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l nacim iento de la actitud antropolgica
1.
Frente a lo que suele ser comn en los ma nuales de antropolo -
ga, el autor del libro no va a situcir el nacimiento de esta ciencia
en el siglo
XIX.
Es verdad, reconocer, que la disciplina se confor-
ma de modo
explcito
en ese siglo, sin embargo, las ideas de las
que se nutre y que la harn eclosionar en esa poca habra que
rem onta rlas al Renacim iento. El Renacim iento sigrtfica la ru ptu ra
del marco teolgico en el que se haba movido la Edad Media y la
creacin de vm espacio epistmico antropolgico en el que se van
a integrar tambin elementos medievales referidos al tema del
hom bre pero tratados ahora desd e un a perspectiva ex clusivamente
humana .
La actitud antropolgica que se va a desarrollar en esta poca
se caracteriza po r do s aspectos decisivos. El prim ero, tiene qu e ver
con el descubrimiento de qu e
el otro vale por
s mismo, es decir, que
el otro no est ah como un predecesor que ha de ser evaluado
desde mi altura histrica. Esto ocurre porque el otro al que se
refiere el Renacimiento es el modelo de hombre clsico. Pero
ad em s pa ra el hom bre renacentista el otro (clsico) no slo ha de
ser tratado desde s mismo, sino que es tomado como ejemplo a
seguir;
el otro vale ms que
yo.
En este contexto, San M artn no s dir
que el nacimiento del espacio antropolgico no supone funda-
mentalmente el descubrimiento de unos
hechos
nuevos, sino la
bsqueda y adopcin de unosvalores.Esta pec uliarida d d el espacio
antropo lgico definir la
actitud
antropolgica,bsica, po r un a p arte,
para el nacimiento y desarrollo de la antropologa, y por otra .. . ,
para la definicin del talante crtico de la antropologa*.
El modelo renacentista continu en el siglo xviii de la mano de
dos pensadores que fueron capaces de disear con precisin el
aantropologa,p .19;19 (a partir de ah ora la paginacin de la segu nda edicin
se colocar inmediatam ente de spus de la correspondiente a la primera precedida
por un punto y aparte).
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m bito de trabajo antropolgico : Rou sseau y Kant. Siguien do en
parte Ideas de Lvi-Strauss*, San Martn ve en el
Discurso sobre
el
origen de las
desigualdades
entre los hombres como el pensad or
ginebrino nos anticipa lo que son los tres niveles del saber
antropolgico: la antropologa biolgica, que se ocupara del paso
de la animalidad a la hum arda d; la antropologa cultural, qu e se
ocupara del paso de la naturaleza a la cultura, y, por ltimo, la
filosofa del hom bre o antropologa filosfica, qu e se ocup ara del
paso del sentimiento a la razn. En el primer nivel Rousseau se
anticipara en vmos doscientos aos a los anlisis del problema
central de la antropologa biolgica, la hominizacin, y lo hara
desde una perspectiva que hoy cabra encajar dentro de lo que
conocemos con el nombre de etologa. Pero lo que ms interesa a
San Martn son los dos rveles subsiguientes. En el
Discurso
Rousseau nos habla de un saber que debe recoger aquellas
caractersticas que son comunes a todos los hom^bres, es decir,
aquello que es propio del ser humano. Pero para lograr este
discurso de la igualdad ser necesario salir de nuestra propia
cultu ra lo m s lejos que p od am os , imbviirse en las diferencias qu e
caracterizan la vida de otros pueblos, para, a partir de ah, sacar
lo comn. De lo contrario, corremos el riesgo de interpretar algo
particular, propio del hombre occidental, como universal. Desde
este punto de vista, la antropologa rousseaimiana no es im
estud io de los otros en cuanto tales por el m ero placer de conocer
otras costumbres, otras formas de pensar, etc. Como en el Renaci
miento, hay im viaje de ida y vuelta, donde el conocimiento del
otro termina siendo ptinto esencial para el conocimiento de m
nsmo y no slo en cuanto ser particular de vma determinada
sociedad, sino en cuanto hombre en su sentido vmiversal. Esta
forma de entender la antropologa cultural tiene vm componente
crtico, filosfico, valorativo que le es esencial en tanto que la
Op.cit
p .
31 ;
3 0
* Cfr. Lvi-Strauss, Jean-Jacques R ousseau, funda dor de las ciencias de l
hom bre, en Lvi-Strauss, ntropologa
estructural mito soredad
humanidades Siglo
XXI, Mxico, 1979, p p . 37-45.
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bsqueda de ese hombre universal no es constatar solamente lo
que es com n a los hom bres, sino el pu nto de partida indispensa
ble a la hora de descubrir el origen de la desigualdad, para lo que
es necesario saber primero qu es lo igual. Es aqu donde la
antropologa cultural de Rousseau se abre a lo que hemos
con siderad o com o su tercer nivel del conocimiento antropolgico:
la antropologa filosfica, en la que el pen sado r g inebrino m uestra
la profunda carga crtica que se deriva de asumir un discurso de
la igualdad como posibilidad humana que hay que reivindicar^.
La articulacin que Rousseau hace de los tres niveles de la
antropolog a lleva a decir a San M artn qu e el pen sad or fi-ancs
esboza en el conjunto de su obra pimtos nucleares de vma
filosofa del hombre, pero de una filosofa del hombre que slo
tiene sentido y lugar en el mbito epistmico del conocimiento
cientfico de los hombres y del hombre*.
En el caso de Kant, San Martn sealar tambin la existencia
de los mismo s tres ruveles que y a vimo s en R ousseau. Primero, el
de la antropologa biolgica, qu e el pen sad or de Korsberg define
como el estudio de lo que lanaturaleza hahechodelos hombres. Sin
embargo , el hom bre no pued e ser entendid o completamente d esd e
su dimensin natural. Para constatarlo ah estaban las formas
radicalm ente distintas que tenan de vivir los habitan tes del Nu ev o
Mtmdo, a pesar de ser fisiolgicamente iguales a nosotros. Era
necesario, por tanto, hacerse cargo del estudio de los aspectos
culturales d e la vid a del hom bre, de sus manifestaciones concretas.
Y eso es lo que Kant hace en unas lecciones que comienza en el
^ El trasfondo flosfco de la antropologa cultural de Rousseau y la consi
guiente ap ertura a la antropologa filosfica pued en verse d e mo do ejemplar en
una extensa nota complem entana a la pgina133d elDiscurso. Ch.J.-J. Rousseau,
Discursosobreel origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres Editorial
Tecnos, Ma drid, 1987 estudio preliminar, traduccin y notas de A ntonio Pintor
Ramo s), p p. 221-229.
a antropologa p. 40; 37-39. Esta idea de que la antropologa filosfica o
filosofa del hombre no puede hacerse al margen de lo que las ciencias dicen
sobre el ser humano, la ha abordado el autor ampliamente en el libro antes
citado.L a
ilosof
del
hombre
ver especialm ente el captu lo III).
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ao 1760, do nd e se aborda lo que llama un a ntropologaensentido
pragmtico.
Para San M artn la antropologa pragm tica de K ant no
es otra que lo que hoy denominamos antropologa cultural.
As pues, frente a la antropologa biolgica, que aborda, como
ya sabemos,lo que la naturaleza ha hecho denosotros la antropologa
pragmtica se encargar de lo quenosotros hemos hecho denosotros
mismos.Se trata, en d efinitiva, de u n saber a cerca de los hom bres ,
con el objetivo de poder manejamos entre ellos y utilizarlos para
nuestros fines. Ahora bien, para poder llevar a cabo esta tarea de
antropologa pragmtica, necesito tener vm esquema general a
cerca de qu es el hombre, y, con ello, discriminar lo que me
interesa de lo que no, dicho de otro modo, necesito saber cmo
m irar. En este pvmto, Kant d a el salto a la filosofa, a la, p od ram os
decir, antropologa filosfica, y se aleja en su concepcin de
Rousseau. Kant no nos dir que para conocer al hombre es
necesario alejamos de lo que nosotros somos e imbu im os en otras
culturas, sino que apelar para conseguir ese esquema general a la
autorreflexin.Es la autorreflexin la que va a diferenciar al hom bre
del resto de los animales y lo va a convertir en persona. En este
sentido, aunque la concepcin de la antropologa pragmtica
kantiana no tiene esa tensin crtica que posea en Rousseau, no
deja de estar ftmdamentada en la antropologa filosfica, que
implica ima inn egab le dime nsin tica .
2.
Lo visto hasta ahora hace decir a San Martn que en la Ilustra
cin, en sintora con el espritu renacentista, apzirece perfecta
mente diseado un mbito de estudio mtropolgico en el que el
De la nthropologie in pragmatischer Hinsicht contamos con una versin
castellana obra de Jos Gaos. I. Kant, ntropolopa en sentido pragmtico Alianza
editorial, Madrid, 1991. Con respecto a la tnp le divisin d l a antropologa
kantiana, la especificidad de la antropologa pragm tica y la relacin d e esta con
la filosofa, pueden leerse las esclarecedoras pginas del prlogo a la obra y el
primer pargrafo de la misma (pp. 7-21).
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objeto de la antropologa slo se ofrece en una intencin moral,
do nd e el hom bre no slo es investigado como un hecho sino como
unhecho quevale^.Sin embargo, esta concepcin de la antropolo
ga que haca especial hincapi en su dimensin filosfica o en su
cercana para con la filosofa, no tubo relevancia en la formacin
explcita d e la disciplina en el siglo XIX, es m s, su c onstitucin se
har expresamente al ma rgen d e cualquier idea d e este tipo. Para
el autor del libro, el factor que podemos considerar como funda
mentalmente responsable de este hecho se sita en el giro que
Descartes imp rim e a la filosofa mo dern a. Co mo v io Lvi-Strauss,
el cogitocartesiano, en tan to qu e sujeto u niversal p ostu lado de
m od o abstracto al m argen d el estud io de las diferencias culturales
de los seres hum ano s concretos, hace prcticamente impo sible que
la antropologa cultural pueda ser pensada desde sus categoras.
Esto significa un distanciamiento de la filosofa y la antropolo
ga . Pero adems habra que destacar desde una perspectiva
fenom enolgica, la vinculacin d e la filosofa cartesiana y la ciencia
natura l m odern a, representada em blemticamente po r Galileo. En
este sentido, se tendra que aadir que el modelo que tiene la
filosofa en esa poca proviene de la ciencia natural matemtica,
una ciencia que opera con meros hechos de los que se ha depura
do toda carga subjetiva, toda cualidad, para quedarse en lo
meramente cuantitativo. Est claro que en este marco estamos
completamente al margen de cualquier instancia de tipo valorat-
vo-moral.
Ad entr nd on os ya en el nacimiento explcito de la antropologa
en el siglo XIX, vemos que tiene lugar en el mbito del inmenso
desarrollo que la ciencia histrica experimenta en esta poca. En
los proyectos, tan frecuentes ahora, de escribir una historia
universal, los historiadores se encontraban con el problema de que
los mtodos tradicionalmente empleados por ellos, fimdamental-
' aantropologa pp. 44-45; 43.
Cfr. Lvi-Strauss,op.
cit.
pp . 39-40. Cfr., tam bin, el ltimo captulo de L vi-
Strauss,ElPensamientosalvaje F.C.E., M xico, 1964, pp . 361-362.
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mente el apoyo en documentos, era inservible a la hora de relatar
los perodos incipientes de la hvunanidad, de los que no se
conserva do cum entacin algun a. En este contexto, y de la m an o de
lo que San M artn llama laideolog colonial nacer la antropologa
como
cienci de los primitivos
Nos movemos, pues, claramente,
den tro de un esquem a evolucionista-comp arativista q ue va a tener
aspectos negativos y aspectos positivos. Dentro de los negativos
San Martn pone de relieve la devaluacin del otro. En efecto, el
otro va a ser analizado como un hecho anterior a nosotros, los
civilizados, que nada puede aportamos dado que se sita en el
esquema evolutivo en un estrato inferior. Es decir, los otros vem a
ser anexionados a nosotros, o lo que es lo mismo, el otro es
pensado desde el mismo que somos nosotros. En este sentido se
ha podido hablar del evoluciorsmo como de la forma ideolgica
o la cor\secuencia de la realidad colonial, que no era sino la
anexin efectiva y forzada de los otros a la poltica y economa
occidentales.
El lado positivo del evoluciorsmo se sita a dos niveles. El
primero hace referencia al plano metodolgico, en cuanto que el
evolucionismo significa la adopcin de un paradigma que sirve
para ordenar y estructurar la cantidad ingente de material
etnogrfico recogido por misioneros, viajeros, expediciones
cientficas..., dndo les u n se ntido y orien tando las futuras investi
gaciones. En efecto, a la antropologa, en tanto que dencia que
debe contribuir al estudio de la historia de la humanidad, se le
asign aron tres tareas. La primera e ra descub rir aquellas caracters
ticas que definen a cada perodo evolutivo. La segimda tena que
ver con la clasificacin de los diferentes pueblos de acuerdo con
las caractersticas previamente diseadas. Y la tercera coiisista en
establecer una tipologa evolutiva de aquellos rasgos consid erados
com o esenciales en toda c ultura, por ejemplo, la religin Frazer),
el matrimoio... Todo esto requiri
un
gran esfuerzo de sntesis e
interpretacin d e la gran cantidad de material etnogrfico disp oni
ble. A pesar de las mltiples crticas que se le pueden hacer al
m ode lo general evolucionista, hay que afirmar qu e con l se po ne
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en marcha una dinmica que ya ser imparable y en la cual se ir
alumbrando una serie de conceptos explicaciones y mtodos de
recogida d e dato s que con stituirn u n acervo disciplinar, que es lo
que llamamos antropologa cultural o social*^.
El segundo nivel, de extrema importancia, tiene que ver con la
anexin que el evolucionismo realiza del otro. Hemos dicho hace
un momento que en este paradigma el otro no es pensado como
tal otro, sino en funcin de ima mismidad que es marcada por el
civilizado. Es verdad que esto lastra gravemente la investigacin
al impedimos una apertura completa y sin prejuicios al otro, pero
a la vez, su po ne el reconocerle, lo que no siemp re estuv o claro, su
carcter de ser humano. Los otros son hombres, y este reconoci
miento de la igualdad especfica es la condicin de posibilidad
para que se de la antropologa misma, pues significa admitir que
los hombre pueden vivir de modos diferentes, en grupos o
culturas regidas por diferentes valores, sin por ellos perder su
condicin d e hvimanos. Por eso San Martn insistir en den om inar
este reconocimiento del ser htimano por encima de las diversida
des culturales como la condicin trascendental de la antropolo-
ga .
Tenemos, as, que en el paradigma evolucionista no todo es
anexin, y a pesar de sus serios inconvenientes, con l entramos
verd adera m ente en el campo d e investigacin y en los problemas
de la antropologa cultural.
riterios de demarcacin de la antropologa frente a las
otras ciencias humanas
El nacim iento d e to da ciencia pasa siemp re po r la justificacin
de la pertinencia de la misma en tanto a su objeto y su metodolo-
aantropologa p. 57; 56.
Op.
cit
p. 59; 56.
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ga, lo que slo se logra demarcndola de las ya existentes y
mostrando que de lo que ella se ocupa y el modo en que lo hace
la convierten en nica. Si esos criterios de dem arcacin so n d biles
ypoco estables el propio estatuto d esa ciencia queda en entredi
cho,
pues de lo que ella se ocupa y el modo en que lo hace no
sup ond ra en lneas generales ninguna n oved ad. Consciente de que
esta es un a prob lemtica central en la crisis de la antrop ologa, San
Martn va a dedicar los esfuerzos de la segxmda parte de su libro
a intentar establecer los criterios que diferencian a la antropologa
de las principales ciencia humanas: la historia, la sociologa y la
psicologa.
1.
Reconociendo una vez ms la influencia de im cierto Lvi-
Strauss asimilado de modo personal, San Martn tratar de hacer
efectiva su propuesta de la diferenciacin entre antropologa e
historia cor\frontando sus tesis con las de otro maestro de la
disciplina, Evans-Pritchard, que defiende la identidad de mtodo
y objetivos de ambos saberes . Desde el punto de vista de este
autor, tanto en la tarea del historiador como en la del antroplogo
habra tres etapas. La primera estara presidida por una toma de
contacto con la cultura o perodo histrico estudiados a fin de
familiarizarse con sus costiambres. En la segimda etapa se busca
ran las estructuras que nos permiten entender la vida de esa
comunidad o poca determinada. En la tercera se tratara, por fin,
de comparar las estructuras obtenidas en el estudio de diversas
'* Con respecto a la propue sta lvi-straussiana pu ed e ve rse. Lvi-Strauss,
Historia
y
etnologa, en ntropologa
estructural
EUDEBA, 1980, pp. 1-26.
Tam bin resulta de ^ a n inters, Historia y dialctica, ltimo capitulo deEl
pensamientosalvaje F.C.E., Mxico,1964,pp . 356-390. Las tesis de Evan s-Pritchard
se encuentran expuestas en: Antropologa social: Pasado y presente y
antropologa e historia. Ambos ensayos estn recogidos en la obra del autor
Ensayos de antropologasoral
Siglo
XXI,
Madrid, 1974, pp. 4-23 y 44-67 respectiva
mente. Para vma critica de la posicin de Lvi-Strauss puede verse el sugerente
ensayo de M. I. Firey, Antropologa y estudios clsicos, en M. I. Finley, Uso
y
abuso
d e la
historia Crtica, Barceloiw, 1984, pp. 156-184.
3
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sociedades o perodos histricos con el objetivo de encontrar una
serie de inv ariantes o principios rectores de carcter m uy general.
San Martn est dispuesto a aceptar la similitud de plantea-
mientos en la primera e tap a y en la segimda. Pero do nde n o
habra coincidencia ninguna sera en la tercera, ya que en ella,
que es fundamental para la antropologa, el historiador ya no
sigue al antroplogo, pues siem pre ser historiador d e im p erodo,
poca o espacio cultural; por eso cuando intenta situarse en esta
tercera etapa ser considerado ms bien como tm filsofo que
como un historiador^*. Tenemos, pues, que mientras el historia-
dor se mueve en la primera y segtmda etapa, el antroplogo lo
hace en la segu nda y, fundam entalmen te, e n la tercera, do nd e trata
de buscar esos elementos imiversales de la cultura humana, o
como a San Martn le gusta dedr, la gr mtic cultural de la vida
humana por eso su mtodo ser esencialmente comparativo.
Simplificando las cosas podramos decir que la historia se
mueve para San Martn en im marco particular. Las explicaciones
histricas da n cuenta nicamente de acontecimientos d eterm inado s
que transcurren en tm tiempo que es irreversible. Por contra, el
antroplogo usa como base de explicacin estructuras que seran
recurrentes en toda co mu nidad h um ana , por lo tanto, el t iempo en
el que se mueve sera reversible. En suma, la historia explicara
acontecimientos contingentes, y la antropologa descubrira las
matrices necesarias en las que se desarrolla el devenir humano.
2.
Un a vez vista la demarcacin d e la antropologa con la historia,
se abo rda rn las diferencias con la sociologa. En este caso se suele
centrar la demarcacin en lo que se ha d ad o en llamar elcriterio de
primitivid d
Segn
ste,
entre la antropolog a y la sociologa hab ra
La nica diferencia en este punto sera que el antroplogo utiliza el mtodo
de la observ cin p rticip nte
y
el historiador docum entos de la poca.
La antropologa p. 70; 68.
4
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un reparto de papeles, de modo que aquella estudiara las
otras
sociedades, las llamadas primitivas, o los rasgos de primitividad
que todava se encuentrart explcitos en el mundo civilizado, es
decir, aquellos rasgos que conforman nuestra cuota de primitivi-
dad. Para San Martn el problema de este criterio radica en su
dependencia del esquema evolucionista, con lo que se ve avocado
a las crticas que se le pueden hacer a ste. En efecto, el criterio de
primitividad puede ser aplicado con cierto xito en el mbito de
la tecnologa, y an en esto no todos estaran de acuerdo. Ahora
bien, como el propio autor reconoce, si nos salimos del mismo
para situamos en el de las relaciones humanas o en el de los
sistemas d e org artzadn cognitiva d e los lmites de la experiencia,
tales como creencias sobre el valor y sen tido d e la vida, la mu erte ,
etc., la situacin es profunda m ente diferente..., resulta problem ti-
co, si no imposible, decidir
a priori
sobre la prim itividad de los
rasg os culturales . Pero si este criterio no es vlid o, cul se
puede utilizar para demarcar ima disciplina de otra?. San Martn
va a repetir aqu esencialmente el argumento que haba esgrimido
en el caso de la historia. La antropologa, en tanto q ue ciencia que
se ocupa de los elementos o estructuras fundamentalt s presentes
en toda sociedad, transciende con ayuda del m todo com parativo
el marco del que usualmente se ocupa la sociologa, empeada en
tareas ms ptmtuales y menos amplias, ciromscritas usualmente
a una sociedad en ima poca determinada, generalmente el
prese nte, y q ue encajan, por lo tanto, en el nivel segvmdo del q ue
hemos hablado hace im momento.
3 .
Hasta ahora San Martn nos ha mostrado en qu se distingue
la antropologa de la historia y d e la sociologa. En su esfuerzo po r
demarcarla d e las den cias himianas m s importantes slo le qued a
confrontar la antropologa con la psicologa.
Op.cit,
p .
83;
80.
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N uestro autor pa rte en sus consideraciones de lo que entiende
como la corriente bsica y fundamental de la psicologa, tal es,
la psicologa experimental. Esta psicologa trata de investigar las
bases genricas del comportamiento humano estudiando lo que
deno m ina estructuras psicofisiolgicas del com portam iento. En este
sentido, para realizar sus investigaciones no necesita tener en
cuenta la diversidad cultural humana, le basta con centrarse en un
slo miembro de la especie hombre, pues se supone que en todo
rrembro de esa especie, po r el mero hecho d e serlo biolgicam en
te, se dan ese tipo de estructuras. Tenemos, pues, que hay una
diferencia sustancial entre las estructuras de las que nos habla la
antropologa y aqullas que pretende investigar la psicologa.
Ambas tienen im carcter transcultural, pero las psicolgicas se
dan al margen de la cultura humana, en un rvel previo a la
misma. En cambio, los invariantes que indaga la antropologa
cultural nunca se sitan fuera del funcionamiento concreto de la
sociedad y los indiv iduo s. Es m s, la verificacin de tales estruc tu
ras debe de hacerse siempre en casos concretos.
De lo dicho sobre las caractersticas de am bos tipos d e estructu
ras se saca vma conclusin muy importante. Las psicolgicas, al
situarse antes de todo mxmdo cultural, no nos dicen nada a cerca
del mismo , que es tanto como afirmar que no nos dice na da sobre
el marco de sentido en el que se desenvuelve habitualmente la
vida del hombre. Por eso el hombre del que habla la psicologa es
vm ser abstracto que no aporta por s mismo nada que sirva para
entender el mundo propiamente hvunano, esto es, el mundo
cultural. En cambio, las estructuras en las que se mueve la
antropologa supo ndran un tipo m uy diferente de abstraccin, una
abstraccin en cam ada en el prop io m un do cultural. Esto es lo que
le lleva a decir a San Martn q ue en la antropologa el paso de lo
concre to a lo genera l no implica la prd ida de significado humano**.
Ahora bien, llegados a este pvmto, en el que se muestra ima
separacin radical entre psicologa y antropologa, cabe pre gim tar-
* Op.
cit
p. 99; 95.
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se si, al margen de lo que hemos dicho sobre la primera, no hay
un cam po d e interaccin entre ella y la antropologa. Para q ue esto
fuera as, tend ram os q ue aceptar q ue la psicologa no se reduc e a
psicologa experim ental y
que,
por lo tanto, hay tm a psicologa qu e
tiene como terreno d e juego el mu nd o h um ano-cultural. Es decir,
esta psicologa se ocupara de los comportamientos efectivos del
hombre que interacta con el medio y los dems hombres. San
Martn pone im ejemplo con el matrimonio. Este se puede
entender como ima realidad social en la medida en que significa
vm contrato entre im hombre y una mujer presentado y realizado
pb licam ente n o slo ante la sociedad civil, es decir, la c om un idad
natural, familia y pueblo de uno, sino tambin, cuando la haya,
ante la sociedad poltica, es decir, el Estado, que debe aceptar y
ratificar ese contrato^'. A la vez, el matrimonio es un hecho
psicolgico, en este nue vo sentido, en la medida en qu e sup one la
existencia d e pau tas d e comp ortamientos individuales y colectivos
en relacin a la sexualidad, el mimdo de los afectos, etc. Est claro
que la primera nocin de psicologa no recoge lo que ahora enten
demos por tal. No hablamos aqu de estructuras psicofisiolgicas,
universales y previas al mundo social, sino de la realidad psicol
gica que es el matrimoro, de la que sabemos que vara de una
cultura a otra fruto, precisamente, de esa interaccin con la esfera
social. La nueva situacin creada a raz de la relacin entre este
tipo de psicologa y la antropologa no le va a plemtear a San
Martn problemas a la hora de mantener su esquema de las
diferencias entre antropologa y psicologa, pues para l es el
antroplogo y no el psiclogo el que se interesa y ocupa de la
incidencia psicolgica de los hechos sociales, quedando as
subsu m ida este nu evo tipo d e psicologa en lo que l entiende po r
antropologa cultural.
Op cit p. 89; 86.
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Una v ez m ostrada s la relacin qu e la antropologa m antiene con
las ciencias sociales ms representativas: la iistoria, la sociologa
y la psicologa, es lgico preguntarse si de ello puede extraerse
algu na consecuencia. A juicio de San M artn se extrae un a esencial
a la hora de plantear la epistemologa de las ciencias sociales, tal
es,
que la situacin de la antropologa respecto de las dems
ciencias humanas y sociales es de
privilegio,
constituyendo para
ellas una especie de control, pues siempre que quieran pasar de lo
concreto-histrico a lo general en el caso de la historia y la
sociologa, o de lo abstracto no significativo a lo concreto hu m an o
significativo en el caso de la psicologa, deben de acudir a la
antropologa...^ . En efecto, la antropologa, al proporcionamos
la gramtica cultural de la vida humana, se convierte en el
discurso bsico sobre el hombre que ineludiblemente ha de ser
tenid o en cuen ta po r las otras ciencias sociales si quieren decir algo
con sentido sob re ese mvmdo hu m an o. La antropolog a se convier
te ,
pue s, en la ciencia hu m an a p or excelencia, ya q ue es ella la q ue
disea, pod ram os decir, el mbito ontolgico d e lo hum ano en el
qu e se van a mo ver tod as las ciencias sociales. En este sentido dir
Lvi-Strauss que la antropologa es la astronoma de las ciencias
humanas, porque la relacin de la antropologa con las otras
ciencias es parecida o semejante a la de la astronom a con las o tras
partes de la ciencia de la naturaleza, a las que precedi gentica
mente, pues la fsica empez como astronoma y eintecede ahora
como estructura ltima de referencia a la que se tienen que
acomodar las otras partes de la fsica^^
La pregimta que ahora nos tenemos que formular es si las
consecuencias de semejante concepcin de la antropologa tienen
relevancia m s all del cam po estrictamente m etodolgico. Esto lo
abordar San Martn en el tercer y decisivo bloque de su libro
titulado
Lamir d ntropolgic y susentidocrtico.
^ Op.cit,p. 99; 96 (la cu rsiva es nu estra).
Op. cit,p .99;96.
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a antropologa com o ciencia crtica
1.
San Martn ha definido la antropologa como aquella ciencia
que se ocupa de la gramtica cultural de la vida htunana. En este
sen tido su concepcin lo enfrenta abiertam ente a aquellos que la
entienden como la ciencia de los otros sean considerados estos
primitivos o no. El antroplogo no trata de conocer simplemente
las costum bres de los otros eso po r ejemplo lo pu ed en hacer el
misionero o el colonizador sino que trata de elaborar u n discurso
en el qu e se nos brinde n las claves fundamentales de lo hu m an o.
Ahora bien para poder elaborar semejante discurso se necesita
distanciarse de la propia cultura. Slo as evitamos hacer pasar lo
que son peculiaridades de nuestro propio mundo por categoras
que tienen un carcter universal. Esta actitud de distanciamiento
frente a lo propio para tratar de imbuimos en lo extrao sin
prejuicios de ninguna clase no es otra cosa que la superacin de
lo qu e se ha d ad o en llamar
etnocentrismo.
Ser etnocntrico significa
no dejar que las culturas hablen desde s mism as sino desd e
nu estra pro pia cosmovisin. Co m o ya sabemos sta fue la prctica
usual en los inicios de la antropologa bajo la ideologa colonial y
el paradigma evolucionista. La consecuencia irunediata de la
superacin del etnocentrismo no es otra que el proclamar la
relatividad de las culturas es de dr cada ctdtiu-a tiene qu e ser
com pren did a desd e el conjimto de circimstancias sistemas de
creencias o modelos en general que le son propios. La compren
sin de una cultura ajena a la nuestra slo es posible desde vm
planteamiento semejante por eso asumir el
rel tivismo
culturales
vm elemento irrenunciable e indispensable en la antropologa.
Ah ora bien el relativismo cultural el aprehen der al otro des de s
m ismo no es el pu nt o de llegada de la antropologa m s bien es
su pu nt o de pa rtida es la condicin necesaria para pod er lograr lo
que la antropologa pretende hallar categoras desde las cuales se
pu ed a pensar a todos los hom bres no exclusivamente a los de una
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cultura. De ah que cuando la antropologa se entiende asimisma
com o ciencia de los otros ya sea infravalorn dolos caso del
evolucionism o o convirtindolos en absolutos caso del relativismo
cultural est falsificando radicalmente su cometido . La antrop olo
ga es por lo tanto vm viaje de ida y vuelta que va del nosotros a
los otros y de los otros a nosotros con el fin de descubrir la
m ism idad lo com n a todos. M ediante este viaje d e ida y vuelta
no s dice San M artn la antropologa recupera el sentid o de la
actitud antropolgica del Renacimiento y el sentido con el que la
concibiera Ro usseau^ . Si recordamo s lo que pg inas atrs h em os
dicho sobre Rousseau y sobre la matriz renacentista en la que se
incuba la antropolog a hem os de tener presente que el elem ento
esencial de la actitud antropolgica que all se fragua no es otro
que su
carcter
crtico
que le vena dado por el cariz filosfico-
m oral con el que naci. Hem os pue s de m ostrar ahora por qu la
concepcin de la antropologa aqu defendida sigitfica una
recuperacin de ese talante crtico. Para ello debemos definir del
modo ms preciso posible qu se entiende cucindo decimos de tm
saber q ue es crtico. En este asvmto San Martn tom ar com o pu nt o
de referencia la distincin qu e Hab erm as opera en el conocimiento
en fun d n de los intereses que lo anim an. Para este autor como
es de sobra conocido el conocimiento no es el resultad o de un a
contemplacin pu ra neutral o lo que es lo mism o desinteresada
sino que detrs d e todo conocimiento hay u n inters que determi
na el mod o d e aprehend er lo que se conoce. Haberm as nos hablar
al respecto de tres intereses fundamentales: el interstcnico el
inters prctico
y
elinters emancipatorio.Cada uno de ellos coiifigu-
ra u n tipo d e saberes determin ado s. As el inters tcnico es el que
est presen te en las ciencias qu e se ocup an del conocimiento d e la
naturaleza. A travs de l manejamos y do m inam os la naturaleza
como medio para nuestros fines. El inters tcico est dominado
po r lo que se ha llamad o razn in strum ental. El inters prctico es
el que artma a las ciencias sociales o histrico-hermeneticas. El
^
O p. cit
p. 117; 112.
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punto nodal de las mismas reside en la comprensin, que solo
puede tener lugar en la accin comunicativa que implica el
reconocimiento no forzado en tre hom bres. Esta accin com urcati-
va constituir el presupuesto de toda praxis. Llegamos, as, al
inters emancipatorio. Este es el que tiene que ver con la libertad
y la subjetividad, e n sum a, con la liberacin d e toda s um isin a u n
poder ajeno a la propia autonoma del individuo. Estamos, pues,
en el m bito pro pio de la racionalidad no instrum ental), de la que
interesa destacar su carcter moral, de razn prctica. Para
Habermas, ste es el lugar de la ciencia social crtica y de la
filosofa^.
2.
Una vez repasada brevemente la divisin Habermasiana del
conocimiento, en cul de ellas encaja la antropologa en la forma
en la que la hemos estado definiendo hasta ahora?. Ya sabemos
que la antropologa comervz siendo vma ciencia de los otros que
eran con siderados como primitivos, como nuestro pa sad o. Detrs
de esta percepcin estaba lo qu e hemo s da do en llamar la ideolo
ga colonial, qu e sustrae al otro la posibilidad de ser trata do com o
u n igua l, despojnd olo del control de su prop io destino. El otro se
convierte en im menor de edad que necesita ser tutelado. Como
dice San Martn la antropologa se converta en ese momento en
una
tcnica
pa ra civilizar a los otros , es decir, en tcnica pa ra
completar la anexin total de los otros a occidente^*. De esta
prime ra comprensin de la antropologa, que encam el evolucio
nismo, se pas a im segxmdo momento en el que la crtica radical
a este paradigma y a la concepcin de la antropologa como
historia en general, ejercida en Europa fvmdamentalmente por el
funcionalismo y en Am rica po r la escuela boasiana, hace cam biar
^ Sobre la triple divisin d e los saberes en fun dn de su s respectivos inters
cfr. J. Habermas, Conormiento e Inters Taurus, Madrid, 1982. Una excelente
exposicin de esta obra d e Haberm as pu ed e verse enT MdZarthy,La teora crtica
de frgen Habermas
Tecnos, M adrid, 1987, pp . 74-153.
^ La
antropologa
p. 122; 117.
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com pletam ente la orientacin que se tiene en relacin al estud io de
los otros. Los otros y sus formas d e vida ya no sern interpretad os
desde occidente, sino que se los contemplar de igual a igual,
como contemporneos nuestros que han de ser comprendidos
desde s mismos. Es el comienzo de la puesta en marcha de la
observ cinparticipante delrodeo ntropolgicoyde la consideracin
del relativismo cultural como presupuesto clave de la disciplina.
En esta segunda etapa la antropologa se convierte en xm potente
instrumento hermenetico. Es xm s ber prctico. Ahora bien, en la
me dida en qu e la antropologa no pretende slo comprender a los
otros,
es decir, la racionalidad pecviliar de ima cultura determina
da, sino la gramtica cultural de la vida humana, aquello que de
comn hay en todas las culturas y que constituye el ncleo sobre
el que se asienta lo humano en general, se trata de ir por encima
de las diferencias culturales y ver aquellas categoras que nos
sirven para pensar a todos. Esto, evidentemente, slo se puede
hacer tr nscendiendoelrel tivismo
cultural
por eso San Martn nos
dir q ue la tercera etapa de la antropologa slo se logra limitan do
el alcance del relativismo cultural. Con ello sobrepasam os el nivel
del conociiniento prctico y nos ade ntram os en la dimensin crtica
de la antropologa^.
Una minuciosa y esclarecedora discusin de los problemas que presenta el
relativismo cultural, en la lnea de lo que se termina de exponer, nos la ofrecen
el propio Javier San Martn y Marcial Gondar en su artculo Racionalidad
camp esina y relativismo cultural. Para un an lisis de la racionalidad antropol gi
ca,
en VVAA,
Antropologa
y racionalidad Editorial Slvora, Santiago de
Compostela,1980,p p .25-136.Sobre esta cuestin resulta tambin d e gran mters
el libro de E. GeUner
Posmodemismo r zn y religin
Paids , Barcelorui, 1994. En
concreto, los captulos titulados Posmodensmo y relativismo y Relativismus
ber alies, hacen u na b rillante crtica del relativismo cen trada e n lo que el auto r
considera la ltima reencamacin d e
ste:
el posmodem ismo. adem as lo hacen,
lo que aqu cobra un especial inters, teniendo como principal obieto de sus
ataques a lo que se ha d ado en llamar antropologa hermenutica (C. Geertz, P.
Rabmow, G. E. Marcus...), cultivada especialmente en los Estados Unidos. Para
ver la posicin de C. Geertz puede leerse ahora en castellano el interesantsimo
artculo apare cido en el N 169 de la Revista de Occidente titulado Contra el
antirrelahvismo. A l precisamente se refiere y da rplica Gellner en la obra
antes citada. En ese mismo nme ro dedicado al tema La am enaz a del
relativismo. El resurgir de la intolerancia pueden leerse trabajos de Eiuique
Lynch, Flix Duque, Javier Echeverra, Remo Bodei y Estela Ocampo en los que
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El carcter crtico de la antropologa se va a manifestar de un
m od o evidente en la medid a en que la adopcin de principios q ue
sean vlidos interculturalmen te, que nos sirvan para pen sar todas
las culturas y e n los que se exprese esas condiciones esenciales de
lo humano, necesariamente significan ima puesta en cuestin de
nuestra cultura, ya qu e una gran parte d e los principios sobre los
qu e se asienta la civilizacin occidental qu ed an relativizados o h an
de ser explcitam ente rechazad os, pu es en el mejor d e los casos, no
son m s qu e rasg os particulares d e esa cultvu-a no suscep tibles d e
ser unlversalizados, y en el peor, principios que anexionan al otro
terica (evolucionismo) y prcticamente (coloialismo), ne gn do se
con ello de ra z la posibilidad de l disciu so antropo lgico mismo^*.
se aprecian las diferentes caras que el problema del relativismo presenta en el
m bito filosfico, e ntim am ente relacionado con l, en el de la teora esttica, de
la ciencia, el ya mencionado de la antropologa cultural y, por ltimo, el de la
poltica, en concreto, la difcil delimitacin entre toleranaa y relativismo dentro
del m arco democrtico. Sobre este ltimo pu nto suscita gran inters, a la vez qu e
mu cho problemas, el artculo pro relativista Qu es justicia? del eminente
filsofo del derecho
y
padre del positivismo jurdico Haiw Kelsen (cfr. Hans
Kelsen,Quesiustiaa? Ariel, Barcelona,
1991,
pp . 35-63). De ntro de la reciente
filosofa espaola me parece que debe destacarse asimismo la defensa que de la
universalidad ha hecho Fe m ando Savater. Con respecto a ella sealar m camen te
que desde m i pim to de vista los convincentes y lcidos argum entos que nos
brinda no acaban de encajar del todo con el convencionalismo radical, artincialis-
mo, en el que se apoyan de modo ltimo sus posiciones. Cfr., ente otros sus
artculos Heterofobia, Naturaleza y Universalidad en Femando Savater,
Dicronario filosfico Planeta, Barcelona,1995. Por ltimo, hacer referencia al
prlogo q ue Salvador Giner ha puesto a la traduccin castellana d e una serie de
im port antes artculos de P. Winch, en los que critica las tesis pr o relativistcis de
este autor, importante representante, tarnbin, aunque desde un mbito ms
netamente filosfico, de la hermenutica anglosajona. Cfr. P. Winch,
omprender
unasociedadprimitiva Paids, Barcelona, 1994, pp. 9-27.
^ En este pim to no hay qu e dejar de reconocer la peculiaridad y la am bigedad
de la cultura occidental, pues, si como acabamos ae decir, una gran parte de la
misma ha de ser puesta entre parntesis e incluso condenada, es verdad que es
en ella en la que acontece el hecho decisivo de poder elaborar xm discurso que,
como el antropolgico, pued e pe inar a los otros sin anexionarlos r destruirlos.
Esta peculiaridad de la razn occidental, capaz de elaborar un discurso donde
todos tienen cabida, le va a conferir un lugar especial no asimilable a la
racionalidad de cualquier otra cultura. Esto no significa recaer en el etnocentris-
mo, como alguien a primera vista puede pensar, porque aho ra no estamos ante
un discurso de occidente, de im rea y zona geogrfica con sus peculiaridades
culturales, sino ante u n discurso, es cierto, nacido en occidente p ero q ue s e eleva
por encima de las peculiaridades de la ciiltura occidental convirtindose en un
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La antropologa va a ser pues, un tipo de discurso crtico que nos
liberar de sumisiones y prejuicios propios de nuestra cultura no
slo en el campo terico-cognoscitivo, sino igualmente, y con
especial relevancia, en el campo prctico-poltico. Es por esto por
lo que San Martn dir que en este caso, los otros actan no slo
comoinstrumentoepistemolgico para descu brir las lneas significa
tivas de la especie, sino tambin de
instrumento
axiolgico para
evaluar situaciones, de cara a lograr un estilo de vida humana
acorde con lo que segin la experiencia de la propia antropologa
es esencial o bsico para el hombre^. La antropologa, por lo
tanto, en cuanto saber crtico, no se limita a describir, sino que
valora, evala las diversa s culturas, las diversas formas de v ida, es
decir, se convierte de alguna forma en instancia normativa, en
razn prctica. Con ello no hace sino recuperar aquella matriz
filosfico-moral con la que la vimos surgir en el Renacimiento y
qu e posteriorm ente se cercen en su proceso de constitucin com o
disciplina, slo que ahora no se trata de poner al hombre clsico
como ideal, como hombre que vale, sino al otro en general, en el
qu e habr q ue incluir, por supuesto, los elementos no perversos de
nue stra cu ltura, pero prestar especial atencin a aquellas formas de
vida de otras comunidades distintas a la nuestra susceptibles de
hacem os m s hu m ano s. En este sentido, San Martn hablar de la
antropologa como de unnuevo
humanismo.
Slo des de l po dr la
antropologa superar su crisis y ocupar en el espectro de las
ciencias humanas el lugar que le corresponde.
res calas crticas
Aun estando completamente de acuerdo con el espritu y con
gran parte de los argtunentos que San Martn esboza en su libro.
discurso de todos
y
que p ued e ser asimilado y desarrollado p or todos . Eso es lo
que le permite criticar la propia cultura en la que naci. Sobre esto cfr. J. San
Martn, El sentido de Europa, en Vicente Domingo Garca Marz y Vicent
M artnez Gu zmn ed.),
eormde Europa,
au Ilibres, Valencia, 1993, pp. 29-52.
' La
antropologa,p. 133; 128.
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creo que la par te seg und a, eiv la qu e se demarca, tal como h em os
visto,
la antropologa de la historia, la sociologa y la psicologa,
presenta serios problemas. A continuacin recojo en tres puntos
aquello qu e m e ha sido m s difcil d e aceptar, con la intencin d e,
si se estima de cierto inters lo que aqu sealo, contribuir a
discutir uno de los problemas centrales que se le plantean a la
antropologa y que afecta a las ciencias humanas en general.
1.
Con respecto a la relacin entre la historia y la antropologa,
soy de la opinin que el intento de San Martn por demarcar tan
ntidam ente am bas disciplinas hace qu e qued e oculta la progresiva
confluencia que de modo continuo se viene dando entre ambas.
Hace tiempo que la historia ya no se entiende exclusivamente
como historia de eventos, de acontecimientos puntuales y nicos
ocvirridos en el pas ado . Ese mo delo, que fue la base pred om inan te
de la historiografa positivista del siglo XIX, ha ido dejando paso
a otras maneras de entender la historia, entre las cuales cabe
destacar, para lo que a nosotros aqu nos interesa, aquella que se
suele englobar bajo el rtulo de historia econmica y social. Los
historiens so iologues como llama Evaiis-Pritchard, entre otros, a
M aitland , Vinogradoff, Pirenne, Bloch, Febvre, Glotz, Fustel d e
Co ulan ges o Weber autor ste ltim o, los filsofos y socilogos a
veces lo suelen olvidar, de obras histricas ya clsicas) tratan de
establecer las regularidades, tendencias, tpicas, en definitiva,
estructuras, que conforman los perodos histricos que estudian.
Las estructura s q ue nos desvelan estas investigaciones, es verd ad,
suelen cubrir un tiempo y un espacio determinados, lo que parece
indicar que la historia, aun ocupndose de estructuras, no tiene
po r qu rebasar el seg un do rvel establecido po r Evans-Pritchard.
Sin em bargo , creo que la cosa es m s complicada. En la delimita
cin de estas estructuras es necesario utilizar generalmente el
mtodo comparativo
pues, por ejemplo, slo podr saber lo que
caracteriza y es propio d e la d u d ad medieval si la com paro con los
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atributos especficos de otras ciudades de diferentes pocas y
cultura s. Ah ora bier\ si en este caso hem os utilizado el m tod o
comparativo para delimitar las caractersticas particulares que son
propias de la ciudad m edieval nada nos impide quedesde el m ito
histrico podamos hacer comparaciones en sentido inverso de lo
particula r a lo general. Y en ese marco pod ram os ir po r seg uir
con el ejemplo anterior des de aquellos elen\entos qu e po r encima
de las diferencias son imprescindibles a la hora de establecer que
un gru po hum an o constituye una ciudad hasta por decirlo con el
subttulo de im libro de E m st Gellner la estructura de la historia.
San Martn sin embargo como acabamos de ver no reconoce esta
ultima g ran generalizacin como propia del historiador sino del
filsofo de la historia m ientra s que el antroplo go buscara los
invariantes del mim do cultural sin necesidad de pasarse al plan o
de la filosofa. Sin em barg o si esto es as da la impresin q ue se
est pasando por alto el argumento esencial del libro las races
filosficas de la antropologa cultural que deben ser recuperadas
so pena de permanecer esta ltima en el estado de crisis en el que
ahora se encuentra. La necesidad de recuperar la dimensin
filosfica de la antropologa nos viene a decir que todo antroplo
go que se sita en el nivel tercero de Evan s-Pritchard est en
cierto mod o en un mbito filosfico. Desde este presup uesto y
aim reconociendo qu e tradicionalme nte qviiz es ms fcil qu e \m
antroplogo haga antropologa en ese nivel sin ser consciente de
la dim ensin filosfica de su trabajo qu e un historiador efecte
generalizaciones sobre la estructura de la historia sin tener
presente que en ese momento est ya haciendo xma historia
filosfica desde ese presupuesto repito creo que tambin en el
citado tercer nivel se relatvizan las diferencias tan ntidas que San
M artn ve entre la antropologa y la historia. En este sentido opino
que a Evans-Pritchard no le falta razn cuando sostiene y en eso
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coincide con las conclusiones de Lvi-Strauss en Historia y
Etnologa, com o l m ismo afirma, q ue la diferencia entre las d os
disciplinas es de orientacin y no de objetivo, y que ambas son
indisociables^. Por todo ello, frente a la cesura que San Martn
parece querer abrir entre la historia y la antropologa, quiz fuera
ms exacto decir que, de igual modo que en ese tercer nivel la
antrop ologa se abre a la filosofa, la historia tom a conciencia de su
engarzamiento con la filosofa^.
2.
En el m bito de la sociologa, el mo do q ue San M artn tiene d e
entender esta disciplina no es compartido, sin embargo, por
tendencias importantes del pensamiento sociolgico. Esto se hace
bastante visible, por ejemplo, en ciertos ilustres representantes de
la sociologa fenomenolgica y weberiana, tendencias ambas que
no es raro ver confluir en ima misma persona. Este es el caso de
los socilogos P. L. Berger y H. Kellner. As, podemos leer en su
libro Lareinterpretacin de la sociologa^ (los prrafos que reprodu
cimos son extertsos pero creemos que merece la pena), Por su
propia naturaleza, la sociologa es comparativa y generalizadora
Evans-Pritchard,
op. rt.
p. 67.
^' Sobre los problemas que termino d e apu ntar pued en consultarse entre otros,
aparte de los ya mencionados estudios de Evans-Pritchard y Lvi-Strauss, los
siguientes textos: I. Topolsky,Metodologa
de la
historia Ctedra, Madrid, 1992
(captulos Vn, XI y XXIV); P. Burke, Sorologa
e historia
Alianza Editorial,
Madrid, 1987; F. Braudel, La larga duracin, en F. Braudel,
La
historia
y las
ciencias sociales.Alianza Editorial, M adrid , 1986, p p. 60-106; M. L Finley,
Antropologa y estudios clsicos, en M. L Fiey, Uso y abuso de la historia
Critica, 1984, pp. 156-184; VVolfhart Pannenberg, Teora de laciencia y teologa.
Cristiandad, Madrid, 98 (cap tulo 1.6); E. G ellner,Elarado la espadayllibro.La
estructurade lahistoria humana F. C. E. 1992 (captulo I); E. H. Carr, Qu es la
historia? Seix Barral, Barcelona,1973,en especial el captu loHI
itvil do
Historia,
Ciencia y Moralidad, pp.75-116;por ltimo tambin se leer con gran provecho
el libro d e San tos JuliaHistoria social sociologa histrica.Siglo
XXI,
Ma drid , 1989.
*' Cfr. P. L. Berger y H . Kellner,La reinterpretacin de lasociologa
un
ensayo sobre
el
mtodo
y la
vocacin
sociolgicos
Espasa-Calpe, Madrid, 1985, pp. 71,110, 111.
Para este asu nto, tambin pu ede corwultarse el libro anteriormente citado de P .
Burke.
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y esta meta cognoscitiva ser la que d icte el tipo de pr egu ntas par a
las que se ha de bus car respue sta. La basta obra d e Max Weber en
la sociologa intercultural de la religin es un primer ejemplo de
este imp ulso comp arativo y generalizador aunq ue desde luego
no sea el nico. Y m s adelante aad en El socilogo al igual
que los dems no puede escapar a la relatividad de su situacin
en el espacio y en el tiem po. Pero la
comp r cin
es par te inte grante
de la empresa sociolgica. Si el socilogo compara las diferentes
sociedade s entre s y su s diferentes sistemas de significado sup on e
ipsof ctoqu e existe un pla no en el que es posible esta com paracin
y este supuesto es parte de la estructura de pertinencia cuando
hac e Sociologa. Este aspec to tiene una implicacin posterior esto
es que tod slas sociedades h um anas y todo s los sistemas de
significados tienen algo en comn. Tal implicacin constituye vma
trascendencia del relativismo radical que en caso de ad op tarse
imp osibilita tod a com paracin...En el caso de la Sociologa el
plano en el que es posible la comparacin es el de los universales
de la vid a him \ana y de su s configuraciones d e accin o bien si se
prefiere el plan o de la condicin hu m ana . En cuan to se em plea
esta expresin se est sup onie ndo cierta transcendencia del
relativismo estoes se est supo niendo la com unidad hu m ana que
aparecer siempre a pesar de la desconcertante variedad de las
construcciones sociales. En este pimto la Sociologa roza la
antropologa filosfica y el anlisis fenomenolgico del mundo
vital. Co m o se pu ed e ver Berger y Kellner le atribuyen a la
sociologa vm m od o de op erar com parativo y generalizado r q ue se
mueve en el nivel de los vmiversales de la vida humana. Y es en
ese punto donde esa forma de saber se abre a la filosofa. Como ya
sabem os esto es lo mismo q ue San M artn dice precisam ente de la
antropologa con la intencin precisamente de demarcarla de la
sociologa. En este sentido creo que como en el caso de la historia
el autor del libro separa demasiado abruptamente las dos discipli-
nas
pasando por alto como estos mismos socilogos reconocen
qu e cada vez tienen m s lneas de confluencia e in tercom imica dn
siendo m s lo que las une q ue lo que las separa. En cualquier caso
creo que la definicin que estos autores hacen de la sociologa es
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imposible de asumir desde los postulados de demarcacin que
establece San Martn, y contradice claramente la visin que el
auto r d el libro no s da sobre lo qu e sea la sociologa. De ah qu e si
se quieren seguir m antenien do dichos postulado s sea necesario d ar
ima respuesta a por qu lo que dicen Berger y Kellner que es la
sociologa, desde la ptica de San Martn no es tal sociologa sino
antropologa.
3.
Con respecto al esquema que San Martn maneja sobre las
relaciones entre antropologa y psicologa, soy de la opinin que
es excesivamente reductivo. No creo que se ajuste a la realidad que
toda psicologa haya que medirla por el rasero de la psicologa
experim ental, o lo que es lo mism o, que toda psicologa se redu zca
a fisiologa. La psicologa fenomenolgica, por poner slo im
ejemplo que es ampliamente conocido por el autor, no se ajusta a
ese m od o d e operar. San Ma rtn, en efecto, reconoce este reduccio-
nismo cuando nos habla, como hemos visto, de la existencia de
una psicologa que se mueve en el terreno del mundo humano
significativo, no en el fisiolgico ejemplo del matrimonio. No
obstante, a rengln seguido, nos dice que esto sera ms bien una
problemtica de la que se ocupara el antroplogo y no el psiclo
go (cfr., p . 93). Esta ltim a tesis me p arece m uy difcil de justificar.
No digo con ello que el antroplogo no pueda hacer un estudio
que recoja las reacciones psicolgicas de una comunidad o grupo
determinados. Pero de ah a sostener que es el antroplogo el que
de modo necesario se hace cargo de la psicologa cuando sta se
desarrolla en el m bito, no de las estructuras fisiolgicas, sino de
la significatividad hum ana , hayv largo cam ino que n o es fcil de
recorrer.
En consonancia con lo que se ha apu nta do en las tres calas
crticas , creo qu e los problem as observad os en la demarcacin de
la antropologa y las otras ciencias se extienden ne cesariam ente a
la categorizacin qu e San M artn da de aquella com o astronom a
de las ciencias hum ana s . Este papel prepo nderan te de la antropo
loga queda, a la luz de lo dicho, bastante relatvizado y ms bien
parece que la tendencia dominante es el continuo acercamiento de
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unas disciplinas a otras. Esto no significa que cada una renuncie
a sus respectivas seas de identidad, pero s un rechazo de la
centralidad de u na de ellas sobre las dem s. En este sentido estara
plenamente de acuerdo con Santos Julia, slo que extendiendo su
afirmacin al conjunto de las ciencias humanas y no slo a la
sociologa y a la historia, lo que creo podra ser admitido por el
autor sin mayores dificultades, cuando comenta el espritu que
anim a la siguiente afirmacin de E.H. Carr: Por lo dem s, yo dira
que cuanto ms sociolgica se haga la historia y cuanto ms
histrica se haga la sociologa tanto mejor para ambas.Djese
ampliamente abierta a un trfico dedoble direccin laironter que las
separa^^.
El profesor Julia comenta seguidamente: Pero a la vez
qu e se constatab a las dificultades (deriv adas d e las fi onteras
existentes entre sociologa e historia), Carr propona el remedio:
mantener abiertas las fronteras para facilitar un trfico fluido.
Curiosamente la metfora de Carr no implicaba la destruccin de
fronteras ni su denuncia como construcciones artificiales. Las
fronteras, pue sto qu e existan deban m antenerse... arr no abogaba
por la vuelta a unaespeciedeunidad originaria en la que noexistieran
diferencias entre las ciencias socialessino por la creacin de u n nu evo
espacio en el que la investigacin histrica pud iera transitar hacia
la sociologa y viceversa.Escptico probablementedelas posibilidades
de unaciencia social globalototaly delas pretensionesd ecualquierade
lasciencias sociales porerigirse enciencia hegemnicade lasociedady
delhombre como en un momento pretendi ser la historia y en
otro la sociologa Carr se limitaba a una propuesta menos
ambiciosa pe ro m s realista: un b ue n trfico d e fronteras en tre las
ciencias ya constituidas ^. Desde esta ptica no slo la antropolo-
ga sino la historia, la psicologa y la sociologa, llegado un pvmto
determinado, se abriran a la filosofa y, en consonancia con ello,
tendran tambin una dimensin crtica.
E.H. Carr, op. cit. p. 89. La cursiva es nuestra.
^ Santos Julia, op. cit. p. Vil. La cursiva es nuestra.
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