Achebe, Chinua - Todo Se Derrumba

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  • Chinua Achebe

    Todo se derrumba

  • Sinopsis

    Okonkwo es un gran guerrero, cuya fama se extiende por toda el frica Occidental, pero cuando mata accidentalmente a un prohombre de su clan es obligado a expiar su culpa con el sacrificio de su hijastro y el exilio. Cuando por fin puede regresar a su aldea, la encuentra repleta de misioneros y gobernadores britnicos; su mundo se desintegra, y l no puede ms que precipitarse hacia la tragedia. Publicada por vez primera en 1958, Todo se desmorona se asocia con las narraciones orales, pero tambin con la tragedia griega y las grandes novelas del XIX.

  • Girando y girando en rbita creciente El halcn ya no oye al halconero;

    Todo se derrumba; el centro ya no aguanta;

    El mundo resume en la mera anarqua.

    W. B. YEATS: El Segundo Advenimiento

  • PARTE I

  • Captulo I

    Okonkwo era muy conocido en las nueve aldeas e incluso ms all. Su fama se basaba en unos xitos personales considerables. Cuando era un muchacho de dieciocho aos haba dado honra a su pueblo al vencer a Amalinze El Gato. Amalinze era el gran luchador invicto desde haca siete aos, desde Umuofia hasta Mbaino. Lo llamaban El Gato porque nunca daba con las espaldas en tierra. Ese era el hombre al que derrib Okonkwo en una pelea que los ancianos convenan haba sido la ms dura desde que el fundador de su pueblo combati siete das y siete noches con un genio de la espesura.

    Los tambores batan, las flautas cantaban y los espectadores contenan el aliento. Amalinze era un luchador muy astuto, pero Okonkwo era ms escurridizo que el pez en el agua. En los brazos de ambos resaltaban cada nervio y cada msculo, igual que en las espaldas y los muslos, y casi se poda or cmo todo se tensaba hasta casi romperse. Al final, Okonkwo derrib al Gato.

    Aquello haba sido haca muchos aos, veinte aos o ms, y en todo aquel tiempo la fama de Okonkwo haba crecido como un fuego de sabana durante el harmattan. Era alto y muy fornido, y con sus cejas tupidas y su nariz anchsima tena un aspecto muy grave. Respiraba muy hondo, y se deca que cuando dorma sus mujeres y sus hijos, en las casas de al lado, podan or su respiracin. Al andar apenas si tocaba el suelo con los talones y pareca andar sobre muelles, como si estuviera a punto de lanzarse sobre alguien. Y es verdad que muchas veces se lanzaba sobre la gente. Era algo tartamudo, y cuando se enfadaba y no poda decir las cosas tan rpido como quera, empleaba los puos. No soportaba a los fracasados. No soportaba a su padre.

    Unoka, pues as se llamaba su padre, haba muerto haca diez aos. Toda su vida haba sido mal proveedor y perezoso, y era totalmente incapaz de pensar en el maana. Si tena algn dinero, cosa nada frecuente, inmediatamente se compraba calabazas de vino de palma, llamaba a los vecinos y se diverta. Siempre deca que cuando le vea la boca a un muerto comprenda lo tonto que era no comer lo que se poda en vida. Unoka, naturalmente, tena deudas, y le deba algo de dinero a cada uno de los vecinos, desde unos cuantos caures hasta cantidades considerables.

    Era alto, pero muy delgado y andaba algo encorvado. Tena siempre un gesto sombro y apesadumbrado, salvo cuando estaba bebiendo o tocando la flauta. Tocaba muy bien la flauta, y cuando mejor lo pasaba era durante las dos o tres lunas siguientes a la cosecha, cuando los msicos de la aldea bajaban los instrumentos que tenan colgados encima de la chimenea. Unoka tocaba con ellos, con la cara radiante de felicidad y de paz. A veces otra aldea peda a la banda de Unoka y a sus bailarines egwugwu que fueran a pasar unos das con ellos y les ensearan sus melodas. Se iban a pasar con esos anfitriones hasta tres o cuatro mercados, y hacan msica y fiestas. A Unoka le encantaban la buena comida y la buena compaa, y le encantaba la estacin del ao en que cesaban las lluvias y el sol sala todas las maanas con una belleza deslumbrante. Y tampoco haca calor, porque del norte llegaba el viento fro y seco del harmattan. Algunos aos el harmattan era muy fuerte y el aire se llenaba de una espesa niebla. Entonces los ancianos y los nios se sentaban en torno a las hogueras para calentarse. A Unoka le encantaba todo, y le

  • encantaban los primeros milanos que volvan con la estacin seca y los nios que les cantaban canciones de bienvenida. Recordaba su propia infancia, cmo muchas veces se echaba a andar a ver si vea un milano planeando calmadamente en el cielo azul. En cuanto vea uno se pona a cantar con toda su alma para darle la bienvenida de su largusimo viaje, y le preguntaba si a su regreso haba trado unas varas de pao.

    De aquello haca aos, cuando era joven. El Unoka adulto era un fracasado. Era pobre, y su mujer y sus hijos apenas si tenan para comer. La gente se rea de l porque era perezoso, y juraba que nunca le volvera a prestar dinero porque nunca lo devolva. Pero Unoka era uno de esos hombres que siempre conseguan ms prstamos, e iba acumulando las deudas.

    Un da un vecino llamado Okoye fue a verlo. Unoka estaba reclinado en un lecho de tierra en su choza, tocando la flauta. Inmediatamente se levant y le dio la mano a Okoye, quien entonces desenroll la piel de cabra que llevaba el brazo y se sent. Unoka fue a la habitacin de dentro y volvi en seguida con un disco pequeo de madera que contena una nuez de cola, unos granos de cubeba y un pedazo de tiza blanca.

    Tengo cola anunci al sentarse, y le pas el disco a su husped.

    Gracias. Quien trae nuez de cola trae la vida. Pero creo que deberas partirla t replic Okoye devolvindole el disco.

    No, es para ti, creo y as siguieron discutiendo un rato hasta que Unoka acept el honor de partir la nuez de cola. Entre tanto, Okoye tom el pedazo de tiza, dibuj unas lneas en el suelo y despus se pint el dedo gordo del pie.

    Mientras Unoka rompa la nuez de cola rez a sus antepasados para pedirles larga vida y salud y proteccin contra sus enemigos. Despus de comrsela hablaron de muchas cosas: de cmo las lluvias largas estaban inundando las plantaciones de ame, de la prxima fiesta de los antepasados y de la guerra inminente con la aldea de Mbaino. Unoka nunca estaba contento cuando se aproximaba una guerra. De hecho, era un cobarde y no poda soportar la vista de la sangre. De manera que cambi de tema y empez a hablar de msica, con el rostro radiante. Poda or mentalmente los ritmos emocionantes e intrincados del Ekwe y del udu y del ogene, y poda or cmo su propia flauta iba entrando y saliendo en ellos y los adornaba con una meloda llena de color y quejumbrosa. El efecto final era alegre y airoso, pero si se fijaba uno en la flauta a medida que iba subiendo y bajando, y despus se quebraba en perodos cortos, se adverta que all haba penas y pesares.

    Tambin Okoye era msico. Tocaba el ogene. Pero no era un fracasado como Unoka. Tena un granero grande lleno de ames y tena tres esposas. Y ahora iba a tomar el ttulo de Idemili, el tercero en importancia de la regin. Era una ceremonia muy cara y estaba acopiando todos sus recursos. De hecho, se era el motivo por el que haba ido a ver a Unoka. Carraspe y empez:

    Gracias por la nuez de cola. No s si te has enterado del ttulo que me propongo tomar en breve.

    Aunque haba hablado claramente hasta entonces, Okoye dijo la siguiente media docena de frases en proverbios. Entre los ibos se tiene en mucha consideracin el arte de la conversacin, y los proverbios son el aceite de palma con el que se aderezan las palabras. Okoye era un gran conversador y habl largo rato, girando en torno al tema, y por fin dio de lleno en l. En resumen,

  • quera pedirle a Unoka que le devolviera los doscientos caures que le haba pedido prestados haca ms de dos aos. En cuanto Unoka comprendi a lo que iba su amigo, rompi en carcajadas. Se ri mucho y en voz muy alta, y la voz le resonaba clara como el ogene y se le saltaron las lgrimas. Su visitante, sorprendido, se qued mudo. Al final Unoka logr dar una respuesta, entre nuevas carcajadas.

    Mira esa pared dijo sealando a la pared de enfrente de la cabaa, que estaba frotada de tierra roja para que brillase. Mira esas rayas de tiza y Okoye vio varias series de rayas perpendiculares cortas dibujadas con tiza. Haba cinco series, y la ms pequea tena diez lneas. Unoka tena sentido de lo dramtico e hizo una pausa, durante la cual tom un pellizco de rape y aspir ruidosamente, y despus continu:

    Cada serie representa una deuda con alguien, y cada raya representa cien caures. Mira, a se le debo mil caures. Pero no ha venido a despertarme por la maana para reclamarlos. Te pagar, pero no hoy. Nuestros ancianos dicen que el sol calentar a quienes estn de pie antes que a quienes se arrodillan ante ellos. Primero pagar mis mayores deudas y tom otro pellizco de rap, como si eso equivaliera a pagar primero sus mayores deudas. Okoye volvi a enrollar su piel de cabra y se fue.

    Cuando muri Unoka no haba tomado ningn ttulo y tena muchas deudas. Es de extraar, pues, que su hijo Okonkwo se avergonzara de l? Por suerte, entre esta gente a cada hombre se lo juzgaba conforme a su propio valor y no al valor de su padre. Era evidente que Okonkwo estaba destinado a grandes cosas. Todava era joven, pero ya se haba hecho famoso como el mejor luchador de las nueve aldeas. Era un agricultor rico y tena dos graneros llenos de ames y acababa de casarse con su tercera mujer. Y, por aadidura, haba tomado dos ttulos y haba mostrado un valor increble en dos guerras intertribales. De forma que, aunque Okonkwo todava era joven, ya era uno de los hombres ms importantes de su poca. Su pueblo respetaba la edad, pero reverenciaba el xito. Como decan los ancianos, si un nio se lavaba las manos poda comer con los reyes. Evidentemente, Okonkwo se haba lavado las manos, de forma que coma con los reyes y con los ancianos. Y as fue como le correspondi cuidar del muchacho condenado que sacrificaron sus vecinos al pueblo de Umuofia para evitar la guerra y el derramamiento de sangre. El malhadado muchacho se llamaba Ikemefuna.

  • Captulo II

    Okonkwo acababa de apagar la lmpara de aceite de palma y de estirarse en la cama de bamb cuando oy el ogene del pregonero que penetraba el aire de la noche. Gome, gome, gome, gome, tronaba el metal hueco. Despus el pregonero dijo su mensaje y, al final, volvi a golpear su instrumento. Y el mensaje era ste. Se peda a todos los hombres de Umuofia que maana por la maana se reunieran en la plaza del mercado. Okonkwo se pregunt qu pasara, pues desde luego estaba seguro de que algo andaba mal. Haba percibido un claro tono de tragedia en la voz del pregonero, e incluso ahora lo segua oyendo mientras se iba apagando lentamente en la distancia.

    La noche era muy tranquila. Siempre eran tranquilas, salvo cuando haba luna. La oscuridad significaba un vago terror para aquella gente, incluso para los ms valientes. A los nios se les adverta que no silbaran de noche, por miedo a los malos espritus. Los animales peligrosos se hacan todava ms siniestros e impredecibles en la oscuridad. De noche nunca se mencionaba a la serpiente por su nombre, porque lo oira. Se hablaba de una cuerda. De manera que aquella noche concreta, a medida que la voz del pregonero se iba quedando gradualmente absorbida por la distancia, volvi a reinar en el mundo el silencio, un silencio vibrante intensificado por el chirrido universal de un milln de millones de insectos de la selva.

    Las noches de luna todo era diferente. Entonces se oan las voces alegres de los nios que jugaban en los campos abiertos. Y quiz las de quienes no eran tan jvenes, que jugaban en parejas en lugares menos abiertos, y los ancianos y las ancianas recordaban su juventud. Como dicen los ibos: Cuando brilla la luna a los cojos les entran ganas de salir a dar un paseo.

    Pero esta noche concreta era oscura y silenciosa. Y en los nueve pueblos de Umuofia un pregonero con su ogene peda que todos los hombres se presentaran maana por la maana. Okonkwo, en su cama de bamb, trat de imaginar cul sera la urgencia: La guerra con un clan vecino? Esa pareca la suposicin ms razonable, y a l no le daba miedo la guerra. El era un hombre de accin, un guerrero. Al contrario que a su padre, a l no le asustaba la vista de la sangre. En la ltima guerra de Umuofia l haba sido el primero en traer a casa una cabeza humana. Era su quinta cabeza, y todava no era un viejo. En las grandes ocasiones, como los funerales de un personaje de la aldea, beba su vino de palma en su primera cabeza humana.

    A la maana siguiente, la plaza del mercado estaba llena. Deba haber all unos diez mil hombres, todos ellos hablando en voz baja. Por fin se levant, en medio de ellos, Ogbuef Ezeugo y grit cuatro veces: Umuofia kwenu, y a cada ocasin lo hizo en una direccin diferente y pareci que golpeaba al aire con el puo cerrado. Y diez mil hombres respondieron: Yaa!, a cada vez. Despus se produjo un silencio total. Ogbuef Ezeugo era un gran orador y siempre se lo escoga para hablar en ocasiones as. Se pas la mano por la cabeza blanca y se acarici la blanca barba. Despus se ajust la tnica, que le pasaba bajo el sobaco derecho y se ataba al hombro izquierdo.

    Umuofia kwenu, tron por quinta vez, y la multitud grit en respuesta. Y despus, de repente, como si estuviera posedo, lanz de golpe la mano

  • izquierda en direccin a Mbaino, y dijo entre sus dientes blanqusimos y apretados:

    Esos hijos de animales feroces han osado asesinar a una hija de Umuofia baj la cabeza de golpe y rechin los dientes, y permiti que entre la multitud 10 se extendiera un murmullo de ira contenida. Cuando volvi a empezar ya no tena el gesto airado, y en su lugar se cerna una especie de sonrisa, ms terrible y ms siniestra que la ira. Y con voz clara y pausada cont a Umuofia cmo la hija de todos ellos haba ido al mercado de Mbaino y haba muerto. Aquella mujer, dijo Ezeugo, era la esposa de Ogbuefi Udo, y seal a un hombre que estaba sentado a su lado con la cabeza baja. Entonces la multitud grit airada y sedienta de sangre.

    Hablaron muchos ms, y al final se decidi adoptar el rumbo normal de accin. Inmediatamente se envi a Mbaino un ultimtum en el que se le peda escoger entre, por una parte, la guerra y, por otra, el ofrecimiento de un muchacho y de una virgen en compensacin.

    Todos sus vecinos teman a Umuofia. Era muy fuerte en la guerra y en la magia, y sus sacerdotes y chamanes eran temidos en todos los alrededores. Su medicina de guerra, ms potente, era tan antigua como el propio clan. Nadie saba de cundo databa. Pero haba algo en lo que todos estaban de acuerdo: el principio activo de aquella medicina haba sido una anciana a la que le faltaba una pierna. De hecho, la medicina misma se llamaba agadi-nwayi, o sea, la anciana. Tena su santuario en el centro de Umuofia, en un claro. Y si haba alguien tan temerario como para pasar al lado del santuario despus del atardecer, siempre vea a la anciana que andaba por all a la pata coja.

    De manera que los clanes vecinos, que naturalmente estaban al tanto de todo ello, teman a Umuofia y no iban a la guerra contra ella sin intentar primero un arreglo pacfico. Y para ser justos con Umuofia debe hacerse constar que nunca iba a la guerra salvo que su derecho estuviera bien claro y, como tal, lo aceptara su Orculo: el Orculo de los Cerros y de las Cuevas. Y, efectivamente, haba habido ocasiones en las que el Orculo haba prohibido a Umuofia hacer la guerra. Si el clan hubiera desobedecido al Orculo, no cabe duda de que habra salido derrotado, porque su temible agadi-nwayi nunca combatira en lo que los ibos llaman un combate culpable.

    Pero la guerra que amenazaba ahora era una guerra justa. Incluso el clan enemigo lo saba. De forma que cuando Okonkwo de Umuofia lleg a Mbaino como mensajero orgulloso e imperioso de la guerra se le trat con gran honor y respeto, y dos das despus volvi a casa con un muchacho de quince aos y una virgen joven El muchacho se llamaba lkemefuna, y su triste historia todava se sigue contando en Umuofia hoy da.

    Los ancianos, o ndichie, se reunieron para escuchar el informe de Okonkwo sobre su misin. Al final decidieron, como todo el mundo saba que haran, que la muchacha se destinara a Ogbuefi Udo en sustitucin de su esposa asesinada. En cuanto al muchacho, perteneca al clan como un todo, y no haba prisa por decidir su destino. Por eso se le pidi a Okonkwo que, en nombre del clan, se hiciera cargo de l entre tanto. Y por eso, durante tres aos, Ikemefuna vivi en la casa de Okonkwo.

    Okonkwo llevaba a su familia con mano dura. Sus mujeres, especialmente las ms jvenes, vivan en un temor constante de sus estallidos, igual que sus hijos pequeos. Es posible que en el fondo Okonkwo no fuera cruel. Pero toda

  • su vida estaba dominada por el temor, el temor al fracaso y a la debilidad. Era algo ms profundo y ms ntimo que el temor a los dioses malignos y caprichosos y a la magia, que el temor a la selva y a las fuerzas de la naturaleza, malvolas, de dientes y garras rojos. Los temores de Okonkwo eran peores que todo eso. No eran externos, sino que yacan en lo ms hondo de su ser. Era el temor a s mismo, a que lo considerasen parecido a su padre. Incluso cuando era nio haba detestado el fracaso y la debilidad de su padre, e incluso ahora segua recordando lo que haba sufrido cuando un amigo de juegos le haba dicho que su padre era un agbala. Entonces fue cuando se enter Okonkwo de que agbala no era slo otra forma de decir mujer, sino que tambin poda designar a un hombre que no haba tomado ningn ttulo. Y por eso Okonkwo estaba dominado por una sola pasin: la de odiar todo lo que le haba gustado a su padre Unoka. Una de las cosas que haba que odiar era la amabilidad, y otra era el ocio.

    Durante la temporada de la siembra Okonkwo trabajaba todos los das en sus campos desde el canto del gallo hasta que se acostaban las gallinas. Era muy fuerte y raras veces se senta cansado. Pero sus mujeres y sus hijos pequeos no eran igual de fuertes y sufran. Pero no se atrevan a quejarse abiertamente. Nwoye, el primognito de Okonkwo, tena doce aos, pero ya estaba preocupando mucho a su padre por su indolencia incipiente. En todo caso, eso era lo que le pareca a su padre, que trataba de corregirlo con rias constantes y palizas. Por eso Nwoye se iba convirtiendo en un muchacho de expresin triste.

    La casa de Okonkwo era una muestra visible de su prosperidad. Tena un gran recinto cercado por un muro grueso de tierra roja. Su propia cabaa, u obi, estaba inmediatamente detrs de la nica puerta abierta en el muro rojo. Cada una de sus tres esposas tena su propia cabaa, que juntas formaban una media luna detrs del obi. El granero estaba construido a uno de los extremos del muro rojo, y como prueba de prosperidad haba en su interior grandes montones de ame. A otro extremo del recinto haba un cobertizo para las cabras, y cada una de las esposas haba construido un pequeo anexo junto a su cabaa para las gallinas. Cerca del granero haba una caseta, la casa de la medicina o santuario donde Okonkwo guardaba los smbolos de madera de su dios personal y de los espritus de sus antepasados. Les renda culto con sacrificios de nuez de cola y vino de palma, y les ofreca oraciones en su propio nombre, en el de sus tres esposas y en el de sus ocho hijos.

    De manera que cuando muri en Mbaino la hija de Umuofia, Ikemefuna fue a la casa de Okonkwo. Cuando aquel da lo llev a su casa, Okonkwo llam a la esposa ms antigua y se lo entreg.

    Pertenece al clan le dijo, as que cuida de l.

    Se va a quedar mucho tiempo en nuestra casa? pregunt ella.

    Mujer, haz lo que te he dicho tron Okonkwo, y tartamude. Desde cundo formas parte de los ndichie de Umuofia?

    Y as fue cmo la madre de Nwoye se llev a Ikemefuna a su cabaa y no hizo ms preguntas.

    En cuanto al propio muchacho, estaba muy asustado. No poda comprender lo que le pasaba ni qu haba hecho. Cmo iba a saber que su propio padre haba intervenido en el asesinato de una hija de Umuofia? Lo nico que saba era que a su casa haban llegado unos hombres, que haban hablado con su padre en voz baja y que, al final, se lo haban llevado y se lo

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  • haban entregado a un desconocido. Su madre haba llorado mucho, pero l estaba demasiado sorprendido para llorar. Y entonces el desconocido se lo haba llevado, junto con una chica, a mucha, mucha distancia de su casa, por caminos solitarios de la selva. No saba quin era la chica y nunca la volvi a ver.

  • Captulo III

    Okonkwo no tuvo las mismas ventajas iniciales que otros muchos jvenes. No hered un granero de su padre. No haba granero que heredar. En Umuofia se contaba la historia de cmo Unoka, su padre, haba ido a consultar el Orculo de los Cerros y de las Cuevas para averiguar por qu siempre tena una mala cosecha.

    El Orculo se llamaba Agbala y venan a consultarlo gentes de lejos y de cerca. Venan cuando la mala suerte les segua los pasos o cuando se peleaban con los vecinos. Venan a descubrir lo que les reservaba el futuro o para consultar los espritus de sus padres muertos.

    Se entraba al santuario por un orificio redondo en la falda del cerro, apenas mayor que las aperturas redondas que hay a la entrada de los gallineros. Los fieles y los que venan a pedir informacin al dios entraban arrastrndose por el agujero y se encontraban en un espacio oscuro e infinito en presencia de Agbala. Nadie haba visto jams a Agbala, salvo su sacerdotisa. Pero nadie que hubiera entrado en aquel temible santuario haba salido de l sin temor a su poder. La sacerdotisa estaba junto al fuego sagrado que haca ella misma al fondo de la cueva y proclamaba la voluntad del dios. El fuego no tena llama. Los leos en ascuas no servan ms que para iluminar vagamente la figura sombra de la sacerdotisa.

    A veces llegaba un hombre a consultar al espritu de su padre o de un pariente muerto. Se deca que cuando apareca uno de esos espritus el hombre lo vea vagamente en la oscuridad, pero nunca oa su voz. Algunos incluso decan que haban odo a los espritus volar y batir las alas contra el techo de la cueva.

    Haca muchos aos, cuando Okonkwo era todava un nio, su padre haba ido a consultar a Agbala. En aquella poca la 0 sacerdotisa era una mujer llamada Chika. Estaba penetrada del poder de su dios, y era muy temida. Unoka lleg hasta ella y empez su historia.

    Todos los aos dijo con tristeza, antes de echar la semilla a la tierra, sacrifico un gallo a Ani, propietario de toda la tierra. Es la ley de nuestros padres. Tambin mato un gallo en el santuario de Ifejioku, el dios de los ames. Quito la maleza y la quemo cuando est seca. Siembro el ame cuando han cado las primeras lluvias y les pongo rodrigones cuando aparecen los primeros tallos. Quito las malas hierbas

    Clmate! grit la sacerdotisa, con una voz terrible que hizo ecos en el vaco oscuro. No has ofendido a los dioses ni a tus padres. Y cuando un hombre est en paz con sus dioses y sus antecesores, su cosecha ser buena o mala segn la fuerza de su brazo. T, Unoka, eres famoso en todo el clan por la debilidad de tu machete y de tu azada. Cuando tus vecinos salen con el hacha a talar la selva virgen, t siembras tus ames en campos agotados que son fciles de sembrar. Ellos cruzan siete ros para hacer sus campos; t te quedas en casa y ofreces sacrificios a un suelo desganado. Vete a casa y trabaja como un hombre.

    Unoka era hombre de mala suerte. Tena un chi o dios personal malo, y la mala fortuna lo persigui hasta la tumba, o mejor dicho, hasta la muerte, porque nunca tuvo una tumba. Muri de la hinchazn que era abominable a los ojos de

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  • la diosa Tierra. Cuando a un hombre le afliga la hinchazn del estmago y de los miembros, no se le permita morir en casa. Se lo llevaban al Bosque del Mal y lo dejaban all para que se muriese. Se contaba la historia de aquel hombre tan terco que volvi a trompicones a su casa y hubo que volverlo a llevar al bosque y dejarlo atado a un rbol. La enfermedad era una abominacin para la tierra, y por eso no se poda enterrar a la vctima en sus entraas. Tena que morir y pudrirse sobre la tierra, y no se celebraban su primero ni su segundo entierros. Ese fue el destino de Unoka. Cuando fue su turno, se llev la flauta al bosque.

    Con un padre como Unoka, Okonkwo no tuvo las mismas ventajas que otros muchos jvenes. No hered un granero ni un ttulo, ni siquiera una esposa joven. Pero pese a aquellas desventajas, incluso en vida de su padre ya haba empezado a sentar los cimientos de un futuro prspero. Fue un proceso lento y trabajoso. Pero se consagr a l como un posedo. Y de hecho estaba posedo por el temor a llevar la misma vida despreciable y tener la misma muerte vergonzosa que su padre.

    Haba en la aldea de Okonkwo un hombre rico que tena tres graneros enormes, nueve esposas y treinta hijos. Se llamaba Nwakibie y haba tomado el segundo ttulo en orden de importancia que se poda tomar en el clan. Ese fue el hombre para el que trabaj Okonkwo a fin de obtener sus primeros ames de siembra.

    Llev a Nwakibie un pote de vino de palma y un gallo. Se envi a buscar a dos vecinos ancianos v adems estaban presentes en el obi de Nwakibie dos de los hijos mayores de ste. Ofreci una nuez de cola y unos granos de cubeba, que fueron pasando de mano en mano para que todos los vieran y despus volvieron a l. La rompi diciendo:

    Todos hemos de vivir. Recemos por la vida, hijos, por una buena cosecha y por la felicidad. Tendris lo que os conviene y yo tendr lo que me conviene. Que el milano vuele y que la garceta vuele tambin. Si uno dice que no al otro, que se le rompan las alas.

    Una vez comida la nuez de cola, Okonkwo trajo su vino de palma del rincn de la cabaa en que estaba colocado y lo puso en el centro del grupo. Se dirigi a Nwakibie con el nombre de padre nuestro.

    Nna ayi dijo, he trado esta pequea cola. Como dice nuestro pueblo, el que muestra respeto a los grandes inicia el camino de su propia grandeza. He venido a mostrarte mi respeto y tambin a pedir un favor. Pero primero bebamos el vino.

    Todo el mundo dio las gracias a Okonkwo y los vecinos sacaron los cuernos de beber de las bolsas de piel de cabra que llevaban. Nwakibie baj su propio cuerno, que estaba colgado de las vigas. El menor de los hijos, que adems era el ms joven del grupo, fue al centro, levant el pote en la rodilla izquierda y empez a servir el vino. La primera taza le correspondi a Okonkwo, que deba probar el vino antes que nadie. Despus bebi el grupo, primero el ms anciano de todos. Cuando todo el mundo se hubo bebido dos o tres cuernos, Nwakibie envi a buscar a sus esposas. Algunas de ellas no estaban en casa, y slo acudieron cuatro.

    No est Anasi? les pregunt. Le dijeron que ya llegaba. Anasi era la primera esposa y las otras no podan beber antes que ella, de modo que se quedaron de pie esperndola.

  • Anasi era una mujer de mediana edad, alta y fuerte. Tena un porte autoritario y en todo se le vea que era ella quien gobernaba a las mujeres de una familia numerosa y prspera. Llevaba en el tobillo la cadenita con los ttulos de su marido, que slo poda llevar la primera esposa.

    Se acerc a su marido y le acept el cuerno de vino. Despus puso una rodilla en tierra, bebi un poco y le devolvi el cuerno. Se levant, pronunci su nombre y volvi a su casa. Las otras esposas bebieron del mismo cuerno, por el orden que les corresponda, y se fueron.

    Los hombres siguieron bebiendo y hablando. Ogbuefi Idigo estaba hablando del extractor de vino de palma, Obiako, que haba dejado repentinamente de trabajar.

    Tiene que tener algn motivo dijo limpindose del bigote la espuma del vino con el dorso de la mano. Tiene que tener algn motivo. Un sapo no se echa a correr a la luz del da sin ms ni ms.

    Hay quien dice que el Orculo le advirti que se caera de una palmera y se matara dijo Akukalia.

    Obiako siempre ha sido algo raro dijo Nwakibie. Me han contado que hace muchos aos, cuando haca poco de la muerte de su padre, fue a consultar al Orculo. El Orculo le dijo: Tu difunto padre quiere que le sacrifiques una cabra. Y, sabis lo que le dijo al Orculo? Le dijo:

    Pregntale a mi difunto padre si cuando estaba vivo tuvo alguna vez ni un pollo. Todos se echaron a rer a carcajadas, salvo Okonkwo, que se ri sin ganas porque, como dice el proverbio, la vieja siempre se siente incmoda cuando se mencionan huesos secos en un proverbio.

    Okonkwo se acordaba de su propio padre.

    Por fin el muchacho que estaba sirviendo el vino alarg medio cuerno lleno de heces blancas y espesas, y dijo:

    Lo que estbamos tomando se ha acabado.

    Ya lo hemos visto dijeron los dems.

    Quin va a beber las heces? pregunt el muchacho.

    El que tenga un trabajo que hacer dijo Idigo mirando a Igwelo, el hijo mayor de Nwakibie con un brillo malicioso en los ojos.

    Todo el mundo convino en que Igwelo se bebiera las heces. Acept el medio cuerno que le ofreca su hermanastro y se lo bebi. Como haba dicho Idigo, Igwelo tena un trabajo que hacer, pues haca uno o dos meses que se haba casado con su primera mujer. Se deca que las heces espesas del vino de palma eran convenientes para los hombres que iban a yacer con sus mujeres.

    Terminado de beber el vino, Okonkwo expuso sus dificultades a Nwakibie.

    He venido a pedirte ayuda dijo. Quiz ya te supongas de qu se trata. He despejado un campo, pero no tengo ames que sembrar. Ya s lo que significa pedir a alguien que le confe sus ames a otro, especialmente en estos tiempos en que los jvenes le tienen miedo al trabajo duro. Yo no le tengo miedo al trabajo. El lagarto que salt del alto rbol de iroko al suelo dijo que si nadie ms lo aplauda se aplaudira l solo. Yo empec a ganarme la vida a una edad en que casi todos los dems chicos seguan mamando del pecho de sus madres. Si me das unos ames que sembrar no te fallar.

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  • Nwakibie carraspe:

    Me agrada ver un joven como t en estos tiempos en que nuestra juventud se ha ablandado tanto. Muchos jvenes han venido a pedirme ames, pero se los he negado porque saba que no iban a hacer ms que tirarlos al suelo y dejar que se los comieran las malas hierbas. Cuando les digo que no, creen que tengo mal corazn. Pero no es eso. Eneke, el pjaro, dice que desde que los hombres han aprendido a disparar sin errar l ha aprendido a volar sin planear. Yo he aprendido a ser rooso con mis ames. Pero en ti puedo confiar. Lo s con slo mirarte. Como decan nuestros padres, por su aspecto se sabe cundo est maduro el maz. Te dar dos veces cuatrocientos ames. Adelante, prepara tu campo.

    Okonkwo le dio las gracias una vez y otra y se fue a casa sintindose contento. Saba que Nwakibie no le iba a decir que no, pero no haba previsto que fuera tan generoso. No haba esperado ms que cuatrocientas semillas. Ahora tendra que hacer un campo ms grande. Esperaba que uno de los amigos de su padre, de Isiuzo, le diera otros cuatrocientos ames.

    El trabajo como aparcero constitua una forma muy lenta de irse haciendo un granero propio. Despus de todo el trabajo, slo se quedaba uno con un tercio de la cosecha. Pero un muchacho cuyo padre careca de ames no tena otro remedio. Y lo peor en el caso de Okonkwo era que tena que alimentar a su madre y a sus dos hermanas con aquella magra cosecha. Y el alimentar a su madre significaba tambin alimentar a su padre. No poda pedrsele a ella que cocinara y comiera mientras su marido pasaba hambre. As que a una edad muy temprana, cuando luchaba desesperadamente por hacerse un granero con la aparcera, Okonkwo tambin sustentaba la casa de su padre. Era como echar granos de maz en un saco lleno de agujeros. Su madre y sus hermanas trabajaban mucho, pero cultivaban cosas de mujeres, como cocos, alubias y cazabe. El ame, el rey de las plantas, era cosa de hombres.

    El ao en que Okonkwo acept a Nwakibie ochocientas semillas de ame fue el peor ao que se recordaba. Nada vino a su tiempo; todo llegaba demasiado pronto o demasiado tarde. Pareca que el mundo se hubiera vuelto loco. Las primeras lluvias llegaron tarde, y cuando llegaron no duraron ms que un momento. Volvi el sol cegador, ms ardiente de lo que nadie recordara, y quem todo el verdor que haba aparecido can las lluvias. La tierra quemaba como carbn caliente y recoci todos los ames que se haban sembrado. Como todos los buenos agricultores, Okonkwo haba empezado a sembrar con las primeras lluvias. Ya haba sembrado cuatrocientos ames cuando se fueron las lluvias y volvi el calor. Se pasaba el da mirando al cielo en busca de nubes de lluvia y las noches en vela. Por la maana volva a sus campos y vea cmo se iban secando los tallos. Haba tratado de protegerlos de la tierra ardiente haciendo crculos de gruesas hojas de sisal en torno a ellos. Pero al anochecer los crculos de sisal estaban quemados y grises. Los cambiaba todos los das y rezaba para que de noche lloviese. Pero la sequa continu ocho semanas de mercado y los ames murieron.

    Algunos campesinos todava no haban plantado sus ames. Eran los tranquilos y perezosos que siempre dejaban el desbroce de los campos hasta lo ms tarde posible. Aquel ao sos fueron los inteligentes. Simpatizaban con sus vecinos con muchas sacudidas de cabeza, pero en su interior celebraban lo que interpretaban como su propia previsin.

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  • Okonkwo plant las semillas de ame que le quedaban cuando por fin volvieron las lluvias. Tena un consuelo. Los ames que haba sembrado antes de la sequa eran los suyos la cosecha del ao pasado. Todava le quedaban los ochocientos de Nwabikie y los cuatrocientos del amigo de su padre. De manera que poda volver a empezar.

    Pero el ao se haba vuelto loco. Llovi como jams haba llovido antes. Llovi das y noches, llovi en torrentes violentos que se llevaron los montones de ames. La lluvia arranc rboles y por todas partes aparecieron profundas torrenteras. Despus la lluvia se hizo menos violenta. Pero continu das y das sin parar. El intervalo de sol que siempre se daba en medio de la temporada de lluvias no se produjo esta vez. Los ames echaron unas hojas brillantsimas, pero todos los agricultores saban que sin sol no creceran los tubrculos.

    Aquel ao la recoleccin fue triste, como un funeral, y muchos agricultores lloraron al extraer los ames raquticos y putrefactos. Hubo uno que at su tnica en la rama de un rbol y se ahorc.

    Okonkwo recordara con sudores fros aquel ao durante el resto de sus das. Cuando pensaba en l despus siempre se sorprenda de no haberse hundido bajo tanta desesperacin. Saba que era un buen luchador, pero aquel ao hubiera sido suficiente para partirle el corazn a un len.

    Si sobreviv a aquel ao deca siempre, puedo sobrevivir a todo. Lo atribuy a su voluntad inquebrantable.

    Su padre Unoka, que ya entonces estaba enfermo, le dijo durante aquel terrible mes de la cosecha:

    No te desesperes. S que no vas a desesperarte. Tienes un corazn viril y orgulloso. Un corazn orgulloso puede sobrevivir a un fracaso general, porque ese fracaso no afecta a su orgullo. Es ms difcil y resulta ms amargo cuando se fracasa a rolar.

    As era Unoka en sus ltimos das. Su amor a las palabras haba aumentado con la edad y la enfermedad. Aquello exasperaba a Okonkwo hasta lo indecible.

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  • Captulo IV

    Si se le mira a un rey en la boca dijo un anciano nunca se sospechara que ha mamado del pecho de su madre. Hablaba de Okonkwo, que haba ascendido rpidamente de la mayor pobreza y la desgracia hasta convertirse en uno de los seores del clan. El anciano no le tena mala voluntad a Okonkwo. De hecho, lo respetaba por su laboriosidad y su xito. Pero le asombraba, como a casi todo el mundo, la rudeza de Okonkwo en sus tratos con gente de menos xito. Haca slo una semana que uno le haba llevado la contraria en una reunin de parientes que se haba celebrado para tratar de la prxima fiesta de los antepasados. Sin siquiera mirarlo, Okonkwo haba dicho: Esta es una reunin de hombres. El que le haba llevado la contraria no tena ttulos. Por eso lo haba tratado de mujer. Okonkwo saba cmo desanimar a la gente.

    Todos los presentes en la reunin de parientes se pusieron de parte de Osugo cuando Okonkwo lo llam mujer. El ms anciano de los asistentes dijo con voz severa que quienes consiguen que un espritu benvolo les parta las nueces de palma no deben olvidar la humildad. Okonkwo dijo que lamentaba lo que haba dicho y la reunin continu.

    Pero en realidad no era cierto que a Okonkwo le partiera las nueces de palma un espritu benvolo. Se las parta l solo. Nadie que supiera de su spero combate contra la pobreza y la desgracia poda decir que hubiera tenido suerte. Si alguien mereca el xito, se era Okonkwo. A temprana edad se haba hecho famoso por ser el mejor luchador del pas. Eso no era suerte. Lo mximo que se poda decir era que su chi o dios personal era bueno. Pero los ibos tienen un proverbio segn el cual cuando un hombre dice s, su chi tambin dice s. Okonkwo deca s muy fuerte; de manera que su chi estaba de acuerdo. Y no slo su chi; sino tambin su clan, porque juzgaba a un hombre por el trabajo de sus manos. Por eso haban escogido las nueve aldeas a Okonkwo para que llevase el mensaje de guerra a sus enemigos si no aceptaban darles un muchacho y una virgen para expiar el asesinato de la mujer de Udo. Y tan profundo era el temor que tenan sus enemigos a Umuofia que trataron a Okonkwo como a un rey y le llevaron una virgen que se le entreg a Udo como esposa, y al muchacho Ikemefuna.

    Los ancianos del clan haban decidido que Ikemefuna pasara un tiempo al cuidado de Okonkwo. Pero nadie pens que aquello fuera a durar nada menos que tres aos. Parecieron olvidarse totalmente de l en cuanto tomaron la decisin.

    Al principio, lkemefuna tena muchsimo miedo. Trat de escaparse una o dos veces, pero no tena la menor idea de cmo lograrlo. Pensaba en su madre y en su hermana de tres aos y lloraba mucho. La madre de Nwoye era muy amable con l y lo trataba como si fuera uno de sus propios hijos. Pero l no deca ms que: Cundo me voy a casa? Cuando Okonkwo se enter de que no quera comer fue a la cabaa con un garrote en la mano y se qued vigilndolo mientras se tragaba tembloroso los ames. Un momento despus sali de la cabaa y se puso a vomitar con retortijones. La madre de Nwoye fue a l y le puso las manos en el pecho y en la, espalda. Pas enfermo tres semanas de mercado y cuando se recuper pareci que haba superado su terror y su tristeza.

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  • El muchacho era de carcter muy animado y gradualmente se fue haciendo popular en la familia de Okonkwo, especialmente entre los nios. Nwoye, el hijo de Okonkwo, que tena dos aos menos que l, se hizo inseparable suyo, porque pareca saberlo todo. Saba hacer flautas con tallos de bamb e incluso con hierba de guinea. Saba cmo se llamaban todos los pjaros y hacer trampas muy astutas para los pequeos roedores de la sabana. Y saba con qu madera se hacan los arcos ms fuertes.

    Incluso el propio Okonkwo se encari mucho con el chico, aunque no se lo dijo a nadie, naturalmente. Okonkwo nunca mostraba ninguna emocin abiertamente, salvo la emocin de la clera. El mostrar afecto era una seal de debilidad; lo nico que mereca la pena mostrar era la fuerza. Por eso trataba a lkemefuna igual que a todo el mundo: con mano dura. Pero no caba duda de que el muchacho le agradaba. A veces, cuando iba a las grandes reuniones del pueblo o a las fiestas comunitarias de los antepasados permita que Ikemefuna lo acompaara, como un hijo, que le llevara el taburete y la bolsa de piel de cabra. Y, de hecho, Ikemefuna le llamaba padre.

    Ikemefuna lleg a Umuofia al final de la temporada de ocio, entre la cosecha y la siembra. De hecho, no se recuper de su enfermedad hasta unos das antes de que empezara la Semana de la Paz. Y aqul tambin fue el ao en que Okonkwo rompi la paz y recibi su castigo, como era costumbre, de Ezeani, el sacerdote de la diosa de la tierra.

    Okonkwo se vio provocado a una ira justificable por su esposa ms joven, que fue a hacerse las trenzas a casa de su amiga y no volvi a la hora de cocinar la comida de la tarde. Al principio, Okonkwo no se enter de que la esposa no estaba en casa. Tras esperar en vano el plato que le corresponda a ella fue a su cabaa a ver qu estaba haciendo. En la cabaa no haba nadie y la chimenea estaba apagada.

    Dnde est Ojiugo? pregunt a su segunda esposa, que sali de su cabaa a sacar agua de una cntara gigantesca a la sombra de un arbolito en el centro del recinto.

    Ha ido a hacerse las trenzas.

    Okonkwo se mordi los labios y se llen de ira.

    Dnde estn sus hijos? Se los ha llevado? pregunt con una frialdad y una calma desusadas.

    Aqu estn contest su primera esposa, la madre de Nwoye. Okonkwo se inclin y mir en la cabaa. Los hijos de Ojiugo estaban comiendo con los hijos de su primera esposa.

    Te pidi antes de irse que les dieras de comer?

    S minti la madre de Nwoye, tratando de minimizar el descuido de Ojiugo.

    Okonkwo saba que no deca la verdad. Se volvi a su obi a esperar el regreso de Ojiugo. Y cuando lleg sta le dio una gran paliza. En su clera haba olvidado que era la Semana de la Paz. Sus dos primeras esposas corrieron alarmadsimas a recordarle que era la semana sagrada.

    Pero Okonkwo no era hombre para detenerse a media paliza, ni siquiera por temor de una diosa.

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  • Los vecinos de Okonkwo oyeron los gritos de su esposa y llamaron a voces por encima de los muros del recinto para preguntar qu pasaba. Algunos fueron a verlo por s mismos. Era inaudito pegar a alguien durante la semana sagrada.

    Antes de que anocheciera, Ezeani, que era el sacerdote de la diosa Tierra, Ani, visit a Okonkwo en su obi. Okonkwo sac una nuez de cola y la puso ante el sacerdote.

    Llvate tu nuez de cola. No voy a comer en casa de un hombre que no respeta a nuestros dioses y antepasados.

    Okonkwo trat de explicarle lo que haba hecho su esposa, pero Ezeani no pareci hacerle caso. Llevaba en la mano un bculo corto con el que golpeaba en el suelo para subrayar lo que deca.

    Escchame dijo cuando termin de hablar Okonkwo. No eres un recin llegado a Umuofia. Sabes igual que yo que nuestros antepasados ordenaron que antes de plantar nada en la tierra observramos una semana en la que no se dice ni una palabra dura al vecino. Vivimos en paz con nuestros vecinos para honrar a nuestra gran diosa de la tierra, sin cuya bendicin no crecern nuestras cosechas. Has cometido una grave falta gran golpe del bculo en el suelo. Tu esposa hizo mal, pero aunque entraras en tu obi y te encontraras con su amante encima de ella hubieras cometido una gran falta al apalearla nuevo golpe del bculo en el suelo. La falta que has cometido puede traer la ruina a todo el clan. La diosa Tierra a la que has insultado puede negarse a darnos su fruto y pereceremos todos ahora su tono pas de la ira a la exigencia. Maana llevars al santuario de Ani una cabra, una gallina, una medida de pao y cien caures se puso en pie y sali de la cabaa.

    Okonkwo hizo lo que le haba dicho el sacerdote. Tambin llev un pote de vino de palma. Interiormente se senta arrepentido. Pero no era hombre que fuera diciendo a sus vecinos que haba cometido un error. Y por eso la gente deca que no respetaba a los dioses del clan. Sus enemigos decan que la buena fortuna se le haba subido a la cabeza. Lo calificaban de pajarito nza, que hasta tal punto se olvidaba de todo despus de una comida fuerte, que desafiaba hasta a su chi.

    Durante la Semana de la Paz no se trabajaba en absoluto. La gente visitaba a sus vecinos y beba vino de palma. Aquel ao no se habl de nada ms que del nso-ani que haba cometido Okonkwo. Era la primera vez en muchos aos que un hombre rompa la paz sagrada. Ni los ms ancianos del lugar podan recordar ms que una o dos ocasiones as en algn momento del remoto pasado.

    Ogbuefi Ezeudu, que era el ms anciano del pueblo, estaba diciendo a otros dos hombres que haban ido a visitarlo que el castigo por romper la Paz de Ani se haba hecho muy blando en su clan.

    No siempre ha sido as dijo. Mi padre me dijo que a l le haban contado que en el pasado si un hombre rompa la paz lo arrastraban por todo el pueblo hasta que mora. Pero al cabo de un tiempo ces esta costumbre porque rompa la paz que se trataba de mantener.

    Ayer me dijo alguien dijo uno de los ms jvenes que en algunos clanes es una abominacin que muera alguien durante la Semana de la Paz.

    Y es verdad continu Ogbuefi Ezeudu. En Obodoani tienen esa costumbre. Si muere alguien en esta poca no lo entierran, sino que lo echan al Bosque del Mal. Es una mala costumbre la de esa gente, porque carece de

  • comprensin. Echan ah a muchos hombres y mujeres sin enterrarlos. Y, con qu resultado? Su clan est lleno de los malos espritus de esos muertos sin enterrar, ansiosos de hacer dao a los vivos.

    Tras la Semana de la Paz todos los hombres se pusieron a destrozar terrenos para hacer nuevos campos con sus familias. Se dej que la maleza cortada se secara y luego se le prendi fuego. Cuando el humo empez a levantarse hacia el cielo aparecieron de diferentes direcciones milanos que se cernieron sobre los campos en un saludo silencioso. Se aproximaba la temporada de las lluvias, en la que se iran hasta que volviera la temporada seca.

    Okonkwo pas los das siguientes preparando sus ames para la siembra. Contemplaba cada ame con mucho cuidado para ver si era bueno para sembrar. A veces decida que un ame era demasiado grande para sembrarlo entero y lo parta diestramente con su afilado cuchillo. Su hijo mayor, Nwoye, e Ikemefuna lo ayudaban trayndole del granero los ames en cestos alargados y ayudndole a contar las semillas preparadas en grupos de cuatrocientos. A veces Okonkwo le daba a cada uno unos cuantos ames para prepararlos. Pero siempre adverta errores en su trabajo y se lo deca con muchas amenazas.

    Te crees que ests cortando ames para la cocina? le preguntaba a Nwoye. Si vuelves a partir otro ame de este tamao, te rompo la cara. Te crees que todava eres un nio. Cuando yo tena tu edad ya empec a cultivar los campos. Y t le deca a Ikemefuna, es que en tu pueblo no se cultiva el ame?

    En su fuero interno Okonkwo saba que los dos muchachos eran todava demasiados chicos para comprender plenamente el difcil arte de preparar los ames de siembra. Pero consideraba que nunca era demasiado pronto para empezar. El ame significaba la virilidad, y el hombre que poda alimentar a su familia con ame de una cosecha a la siguiente era verdaderamente un gran hombre. Okonkwo quera que su hijo fuera un gran agricultor y un gran hombre. Iba a quitarle los inquietantes indicios de pereza que crea advertir ya en l.

    No estoy dispuesto a tener un hijo que no pueda llevar la cabeza bien alta en las reuniones del clan. Antes lo estrangulo con mis propias manos. Y si te quedas mirndome as juraba, Amadiora te va a romper la cabeza!

    Unos das despus cuando la tierra haba quedado ablandada por dos o tres grandes lluvias, Okonkwo y su familia fueron a los campos con cestos de ames para la siembra, con sus azadas y sus machetes, y empezaron a plantar. Fueron haciendo montoncitos de tierra en lnea recta por todo el campo y sembrando los ames dentro de ellos.

    El ame, el rey de las plantas, era un rey muy exigente. Durante tres o cuatro lunas exiga mucho trabajo y una atencin constante desde el canto del gallo hasta que se acostaban las gallinas. Los tallos tiernos estaban protegidos contra el calor de la tierra con crculos de hojas de sisal. Cuando arreciaban las lluvias, las mujeres plantaban maz, melones y alubias entre los montones de ames. Despus se guiaban stos, primero con palitos y ms tarde con ramas de rboles altas y gruesas. Las mujeres quitaban las malas hierbas tres veces en momentos concretos de la vida de los ames, ni demasiado temprano ni demasiado tarde.

    Y ahora ya haban llegado las lluvias, tan densas y persistentes que incluso el hacedor de lluvia del pueblo dijo que ya no poda intervenir. Ya no poda detener la lluvia, igual que no tratara de provocarla en medio de la temporada

  • seca, sin que su salud corriera grave peligro. El dinamismo personal necesario para contrarrestar las fuerzas de aquellos extremos atmosfricos sera demasiado fuerte para la naturaleza humana.

    De manera que en medio de la temporada de lluvias nadie se injera en la naturaleza. A veces caa agua en aguaceros tan grandes que el cielo y la tierra parecan fundidos en una humedad gris. Entonces no se saba si el gruido sordo del trueno de Amadiora vena de arriba o de abajo. En aquellos momentos, en cada una de las incontables cabaas techadas de blago de Umuofia, los nios se quedaban sentados en torno a la cocina de sus madres y se contaban cuentos, o se quedaban con su padre en el obi de ste y se calentaban en torno a un fuego de lea y tostaban maz y se lo coman. Era un breve perodo de descanso entre la temporada dura y laboriosa de la siembra y la temporada igual de laboriosa, pero animada, del mes de la cosecha.

    Ikemefuna haba empezado a sentirse parte de la familia de Okonkwo. Segua acordndose de su madre y de su hermana de tres aos, y pasaba por momentos de tristeza y de depresin. Pero l y Nwoye se haban hecho tan amigos que aquellos momentos se iban haciendo menos frecuentes y menos dolorosos. Ikemefuna posea una reserva inagotable de relatos populares. Incluso los que ya saba Nwoye los contaba l con un frescor nuevo y con el sabor local de un clan diferente. Nwoye recordara aquella poca vvidamente hasta el fin de sus das. Incluso recordaba cmo se haba redo cuando Ikemefuna le cont que el nombre correcto de una mazorca de maz, con slo unos cuantos granos dispersos, era ezeagadi-nwayi, o sea, los dientes de una vieja. Nwoye se haba acordado inmediatamente de Nwayieke, que viva cerca del rbol de udala. Tena ms o menos tres dientes y se pasaba la vida fumando en pipa.

    Poco a poco las lluvias fueron escampando y hacindose menos frecuentes, y volvi a distinguirse entre el cielo y la tierra. La lluvia caa en chaparrones ligeros y sesgados en medio del sol y de una brisa leve. Los nios ya no se quedaban en casa, sino que corran por el pueblo cantando:

    La lluvia est cayendo, el sol est brillando,

    Slo Nnadi est comiendo y cocinando.

    Nwoye siempre se preguntaba quin era Nnadi y por qu viva solo y coma y cocinaba solo. Acab por decidir que Nnadi deba vivir en aquel pas en que pasaba el cuento favorito de Ikemefuna, donde la hormiga tiene una corte esplendorosa y la arena no para de bailar.

  • Captulo V

    Se aproximaba el Festival del Nuevo ame y Umuofia estaba con nimo de fiesta. Era una ocasin de dar gracias a Ani, la diosa Tierra y fuente de toda la fecundidad. Ani participaba ms en la vida de la gente que ninguna otra deidad. Era la juez final de la moral y la conducta. Y, lo que es ms, estaba en estrecha comunin con los padres difuntos del clan, cuyos cadveres ya se haban entregado a la tierra.

    La Fiesta del Nuevo ame se celebraba todos los aos antes de que empezara la recoleccin, a fin de honrar a la diosa Tierra y a los espritus de los antepasados del clan. No se podan comer ames nuevos hasta haber ofrecido algunos a aquellas fuerzas. Hombres y mujeres, jvenes y viejos, esperaban el Festival del Nuevo ame porque con l se iniciaba la temporada de la abundancia: el ao nuevo. La ltima noche antes del festival todos los que todava tenan ames del ao pasado se deshacan de ellos. El ao nuevo tena que empezar con ames nuevos y sabrosos y no con la cosecha seca y fibrosa del ao pasado. Todas las ollas, las calabazas y los cuencos de madera se lavaban a fondo, y en especial el mortero de madera en el que se bata el ame. Las comidas ms importantes del festival eran el fu-f de ame y la sopa de verduras. Se hacan en tales cantidades que, por mucho que comiera la familia o por muchos amigos v parientes que invitase de los pueblos vecinos, al final del da siempre quedaban cantidades enormes de comida. Siempre se contaba la historia del rico que haba puesto a sus invitados un montn de fu-f tan alto que quienes estaban sentados de un lado no podan ver lo que pasaba del otro, y hasta el atardecer uno de ellos no pudo ver a un cuado suyo que haba llegado durante la comida y le haba tocado el otro lado. Hasta entonces no pudieron intercambiar saludos ni darse la mano por encima de lo que quedaba de comida.

    O sea, que el Festival del Nuevo ame era un motivo de alegra en todo Umuofia. Y todos los hombres de brazo fuerte, como dicen los ibos, haban de invitar a mucha gente de todas partes. Okonkwo siempre invitaba a los parientes de sus esposas, y como ya tena tres esposas, sus invitados formaban un grupo bastante numeroso.

    Pero, Okonkwo, sin saber por qu, nunca se entusiasmaba tanto con las fiestas como los dems. Coma bastante y se poda beber una o dos calabazas bastante grandes de vino de palma. Pero siempre se senta incmodo cuando se pasaba varios das esperando una fiesta o recuperndose de ella. Hubiera estado mucho ms contento trabajando en sus campos.

    Ya slo faltaban tres das para el festival. Las esposas de Okonkwo haban frotado las paredes y las cabaas con tierra roja hasta que reflejaban la luz. Despus las haban pintado con dibujos de color blanco, amarillo y verde oscuro. Despus se haban puesto a pintarse ellas con madera camote y se haban hecho unos dibujos negros preciosos en el estmago y en la espalda. Tambin los nios iban adornados, sobre todo en la cabeza, que se haban afeitado haciendo dibujos muy bonitos. Las tres mujeres hablaban nerviosas de los parientes a los que haban invitado, y los nios pensaban encantados en los mimos que les iban a prodigar aquellos visitantes del pas de sus madres.

    Tambin Ikemefuna estaba nervioso. Le pareca que el Festival del Nuevo ame era un acontecimiento mucho ms importante aqu que en su propio

  • pueblo, lugar que ya estaba empezando a distanciarse y borrarse en su imaginacin.

    Y entonces estall la tormenta. Okonkwo, que haba estado paseando sin rumbo en su propio recinto con ira contenida encontr de pronto una salida a sta.

    Quin ha matado este banano? pregunt.

    Inmediatamente cay el silencio sobre el recinto.

    Quin ha matado este rbol? O estis todos sordos y mudos?

    De hecho, el rbol estaba perfectamente vivo. La segunda mujer de Okonkwo se haba limitado a quitarle unas cuantas hojas para envolver comida, y lo dijo. Sin ms argumentos Okonkwo le dio una buena paliza y la dej llorando con su nica hija. Ninguna de las otras esposas os intervenir, salvo para decir de vez en cuando tmidamente: Ya basta, Okonkwo, desde una distancia prudente.

    Ya calmada su ira, Okonkwo decidi irse de caza. Tena una vieja escopeta oxidada hecha por un herrero muy hbil que haba ido a vivir en Umuofia haca mucho tiempo. Pero aunque Okonkwo era un gran hombre cuyo valor gozaba de universal reconocimiento, no era cazador. De hecho, no haba matado ni una rata con su escopeta. De forma que cuando llam a Ikemefuna para que le trajera el arma, la esposa a la que acababa de dar la paliza murmur algo relativo a escopetas que nunca disparan. Por desgracia para ella, Okonkwo la oy y se fue corriendo furioso a su habitacin en busca de la escopeta cargada y se la apunt mientras ella trataba de saltar el muro bajo del granero. Apret el gatillo y son un fuerte disparo acompaado de los gritos de sus esposas y sus hijos. Tir la escopeta y salt al granero y all estaba la mujer, asustadsima y temblorosa, pero totalmente ilesa. Okonkwo dio un gran suspiro y se march con la escopeta.

    Pese a aquel incidente, el Festival del Nuevo ame se celebr con gran alegra en casa de Okonkwo. De madrugada, mientras Okonkwo ofreca un sacrificio de ame nuevo y aceite de palma a sus antepasados, les pidi su proteccin pata l, para sus hijos y para las madres de stos durante el nuevo ao.

    A medida que avanzaba el da fueron llegando sus parientes polticos de los tres pueblos vecinos, y cada uno traa consigo un cntaro de vino de palma. Y estuvieron comiendo y bebiendo hasta la noche, cuando los parientes polticos de Okonkwo empezaron a irse a sus casas. El segundo da del ao nuevo era el da del gran combate deportivo entre el pueblo de Okonkwo y sus vecinos. Es difcil decir lo que ms gustaba a la gente: los festejos y la camaradera del primer da o el combate del segundo. Pero haba una mujer que no tena la menor duda. Era la segunda esposa de Okonkwo, Ekwefi, a la que casi le haba pegado un tiro. No haba festival en todas las estaciones del ao que le gustara ms que el de la lucha. Haca muchos aos, cuando Ekwefi era la belleza del pueblo, Okonkwo haba conquistado su corazn al vencer al Gato en el mayor combate en memoria humana. No se cas con l entonces porque Okonkwo era demasiado pobre para pagar su dote. Pero unos aos despus se escap de la casa de su marido y se fue a vivir con Okonkwo. Todo aquello haba ocurrido haca mucho tiempo. Ahora Ekwefi era una mujer de cuarenta y cinco aos que haba sufrido mucho en la vida. Pero la lucha le segua gustando tanto como haca treinta aos.

  • Todava no era el medioda del segundo da del Festival del Nuevo ame. Ekwefi y su hija nica, Ezinma, estaban sentadas junto a la chimenea esperando a que hirviera el agua de la olla. En el mortero de madera estaba la gallina que acababa de matar Ekwefi. Empez a hervir el agua y con un movimiento diestro Ekwefi levant la olla del fuego y verti el agua hirviendo sobre la gallina. Volvi a colocar la olla vaca en el redondel del rincn y se mir las palmas de las manos, que estaban negras de holln. A Ezinma siempre le sorprenda que su madre pudiera levantar una olla del fuego sin protegerse las manos con algo.

    Ekwefi pregunt, es cierto que cuando eres mayor no te quema el fuego? Ezinma, al contrario que casi todos los nios, llamaba a su madre por su nombre.

    S replic Ekwefi, demasiado ocupada para discutir. Su hija slo tena diez aos, pero era muy lista para su edad.

    Pero a la madre de Nwoye se le cay la olla de sopa caliente el otro da y se le rompi en el suelo.

    Ekwefi le dio la vuelta a la gallina en el mortero y empez a desplumarla.

    Ekwefi dijo Ezinma que la ayudaba a desplumar, me tiembla el prpado.

    Ser que vas a llorar dijo su madre.

    No dijo Ezinma, es el otro prpado, el de arriba.

    Entonces es que vas a ver algo.

    Qu voy a ver? pregunt.

    Cmo voy a saberlo yo? Ekwefi quera que lo averiguara por s sola.

    Aj dijo por fin Ezinma. Ya s lo que es: la lucha.

    Por fin qued desplumada la gallina. Ekwefi trat de arrancarle el pico, pero era demasiado duro. Se dio la vuelta en el taburete y puso el pico un momento en el fuego. Volvi a tirar y lo arranc.

    Ekwefi! llam una voz de una de las otras cabaas. Era la madre de Nwoye, la primera esposa de Okonkwo.

    Es a m? respondi Ekwefi. As era como responda la gente a las llamadas que llegaban de fuera. Nunca responda que s por miedo a que fuera un espritu del mal el que llamaba.

    Quieres darle a Ezinma un poco de fuego pata que me lo traiga? sus propios hijos e Ikemefuna se haban ido al ro.

    Ekwefi puso unas brasas en una olla rota y Ezinma atraves el recinto recin barrido para drselas a la madre de Nwoye.

    Gracias, Nna le dijo. Estaba pelando ames nuevos y en un cesto a su lado haba verduras y alubias.

    Djame que te haga el fuego ofreci Ezinma.

    Gracias, Ezigbo contest. Sola llamarla Ezigbo, que significa nia buena.

    Ezinma sali y trajo unos cuantos palos de un montn enorme de lea. Los hizo astillas con la planta del pie y empez a soplar para hacer el fuego.

    Te vas a ahogar dijo la madre de Nwoye al mirar por encima de los ames que estaba pelando. Usa el atizador se levant y sac el atizador que

  • estaba puesto en las vigas. En cuanto se puso en pie, la cabra inquieta que haba estado comindose obediente las peladuras de ame ech el diente a los ames de verdad, agarr dos bocados y huy de la cabaa para ir a masticarlo todo en el redil. La madre de Nwoye la maldijo y volvi a sentarse a pelar. El fuego de Ezinma ya echaba grandes nubes de humo. Sigui dndole aire hasta que aparecieron las llamas. La madre de Nwoye le dio las gracias y ella se volvi a la cabaa de su madre.

    En aquel momento empezaron a or el ritmo distante de los tambores. Llegaba desde la direccin del ilo, el parque de juegos del pueblo. Cada pueblo tena su propio ilo, que era tan antiguo como el propio pueblo y donde se celebraban todas las grandes ceremonias y los bailes. Los tambores tocaban la danza inconfundible de la lucha: rpida, ligera y alegre, y la cancin llegaba flotando en el viento.

    Okonkwo carraspe y movi los pies al ritmo de los tambores. Le llenaba de fuego, como haba ocurrido siempre, desde que era joven. Temblaba de ganas de vencer y dominar. Era como desear a una mujer.

    Vamos a llegar tarde a la lucha dijo Ezinma a su madre.

    No empiezan hasta que cae el sol.

    Pero ya estn tocando los tambores.

    S. Los tambores empiezan al medioda, pero la lucha espera hasta que empieza a caer el sol Ve a ver si tu padre ha trado ames para la tarde.

    S. La madre de Nwoye ya est cocinando.

    Entonces vete a traer los nuestros. Tenemos que cocinar en seguida o llegaremos tarde a la lucha.

    Ezinma se fue corriendo al granero y se trajo dos ames del muro bajo.

    Ekwefi pel los ames a toda prisa. La cabra inquieta olisque y se comi las peladuras. Ekwefi cort los ames en trocitos y empez a preparar un potaje con parte de la gallina.

    En aquel momento oyeron que alguien lloraba justo al lado del recinto. Pareca la voz de Obiageli, la hermana de Nwoye.

    Es Obiageli la que llora? pregunt Ekwefi a la madre de Nwoye, al otro extremo del patio.

    S contest. Se le debe haber roto el cntaro del agua.

    El llanto sonaba ya muy cerca y pronto llegaron los nios en fila, cada uno de ellos con un recipiente en la cabeza, de distinto tamao segn sus edades. Ikemefuna iba el primero con el recipiente ms grande, seguido de cerca por Nwoye y sus dos hermanos menores. Obiageli iba la ltima, con la cara baada en lgrimas. Llevaba en la mano el rodete de pao en el que hubiera debido descansar el cntaro de la cabeza.

    Qu ha pasado? pregunt su madre, y Obiageli le cont su triste historia. Su madre la consol y le prometi comprarle otro cntaro.

    Los hermanos menores de Nwoye estaban a punto de contarle a su madre lo que haba pasado de verdad cuando Ikemefuna los mir severamente y se callaron. La verdad era que Obiageli haba estado haciendo inyanga con su recipiente. Se lo haba colocado en la cabeza, haba cruzado los brazos y se haba puesto a cimbrear la cintura como una chica mayor. Cuando se le cay el

  • cntaro y se rompi se haba echado a rer. No empez a llorar hasta que llegaron cerca del rbol iroko frente a su recinto.

    Seguan sonando los tambores, con su ruido persistente e inmutable. El ruido ya no era algo distinto del pueblo vivo. Era como el latido de su corazn. Vibraba en el aire, en el sol y hasta en los rboles, y llenaba al pueblo de emocin.

    Ekwefi puso la parte del potaje que corresponda a su marido en un cuenco y lo tap. Ezinma se lo llev a su obi.

    Okonkwo ya estaba sentado en una piel de cabra comindose lo que le haba cocinado su primera esposa. Obiageli, que se lo haba llevado de la calaa de su madre, estaba sentada en el suelo esperando a que acabara. Ezinma le puso delante el plato de su madre y se qued sentada con Obiageli.

    Sintate como una mujer le grit Okonkwo. Ezinma cerr las piernas y las estir ante ella.

    Padre, vas a ir a ver la lucha? pregunt Ezinma tras un intervalo correcto.

    S contest . Y t?

    S y aadi tras una pausa: Puedo llevarte la silla?

    No, eso es tarea de chicos Okonkwo senta especial cario por Ezinma. Se pareca mucho a su madre, que haba sido la belleza del pueblo. Pero no mostraba su cario sino en raras ocasiones.

    A Obiageli se le ha roto el cntaro hoy dijo Ezinma.

    S, ya me lo ha dicho contest Okonkwo entre bocados.

    Padre dijo Obiageli, la gente no debe hablar mientras come o se le puede ir la pimienta por el mal camino.

    Eso es muy cierto. Has odo, Ezinma? T eres mayor que Obiageli, pero ella tiene ms sentido comn.

    Destap el plato de su segunda esposa y empez a comrselo. Obiageli tom el primer plato y se lo llev a la cabaa de su madre. Y entonces lleg Nkechi que traa el tercer plato. Nkechi era hija de la tercera esposa de Okonkwo.

    A lo lejos seguan sonando los tambores.

  • Captulo VI

    Todo el pueblo fue al ilo, hombres, mujeres y nios. Formaron un enorme crculo y dejaron libre el centro del terreno de juego. Los ancianos y los grandes del pueblo se sentaron en sus propios taburetes que les traan sus hijos menores o los esclavos. Entre ellos se sentaba Okonkwo. Todos los dems estaban de pie, salvo los que haban llegado lo bastante pronto para conseguir sitio en unas cuantas gradas construidas con troncos alisados colocados sobre pilares en horquilla.

    Todava no haban llegado los luchadores, y los tamborileros dominaban la situacin. Tambin ellos estaban sentados frente al gran crculo de espectadores, frente a los ancianos. Detrs de ellos estaba el rbol bmbax, enorme y antiqusimo, que era sagrado. En aquel rbol vivan los espritus de los nios buenos que esperaban a nacer. En los das de diario las mujeres jvenes que queran hijos iban a sentarse a su sombra.

    Haba siete tambores y estaban ordenados por tamaos en un largo cesto de madera. Tres hombres los golpeaban con palillos e iban febrilmente de un tambor a otro. Estaban posedos por el espritu de los tambores.

    Los jvenes encargados de mantener el orden en estas ocasiones iban corriendo de un lado a otro, consultndose entre ellos y con los jefes de los dos equipos de luchadores, que seguan fuera del crculo, detrs de la multitud. De vez en cuando dos jvenes con palmas recorran el crculo y echaban atrs al pblico dando golpes en el suelo o, si alguien se pona terco, le daban en los pies y las piernas.

    Por fin entraron bailando en el crculo los dos equipos y el pblico grit y aplaudi. El batir de los tambores se hizo frentico. La gente se ech hacia adelante. Los jvenes encargados de mantener el orden se echaron a correr ondeando sus palmas. Los ancianos movan la cabeza al ritmo de los tambores y recordaban los das en que ellos mismos haban luchado al son de aquel ritmo intoxicarte.

    El combate empez con los chicos de quince y diecisis aos. Slo haba tres chicos en cada equipo. No eran los luchadores de verdad; slo servan de presentacin. Los dos primeros combates terminaron en seguida. Pero el tercero cre gran sensacin, incluso entre los ancianos, que generalmente no mostraban sus emociones de forma tan abierta. Fue igual de rpido que los otros dos, y quiz incluso ms. Pero muy pocos haban visto antes luchar as. En cuanto los dos chicos se aproximaron, uno de ellos hizo algo que nadie poda describir porque haba sido rpido como un relmpago. Y el otro chico estaba de espaldas en tierra. La multitud grit y aplaudi y durante un momento tap el ruido de los tambores frenticos. Okonkwo se puso en pie de un salto en seguida se volvi a sentar. Tres muchachos del equipo del vencedor salieron corriendo, lo levantaron en hombros y fueron bailando entre la multitud clamorosa. Pronto supo todo el mundo quin era el vencedor. Se llamaba Maduka y era el hijo de Obierika.

    Los tamborileros pararon a descansar un rato antes de los combates de verdad. Les brillaban los cuerpos de sudor y tomaron abanicos para darse aire. Tambin bebieron agua de unos cantarillos y comieron nueces de cola. Volvieron a transformarse en seres humanos que charlaban entre s y con los

  • que estaban a su lado. El aire, que haba estado tenso de emocin, volvi a calmarse. Era como si se hubiera vertido agua en la piel tirante de un tambor. Mucha gente mir en su derredor, quiz por primera vez, y vio a quienes estaban de pie o sentados a su lado.

    No te haba visto dijo Ekwefi a la mujer que estaba junto a ella desde el principio de los combates.

    Y no me extraa dijo la mujer. Nunca he visto un gento as. Es verdad que Okonkwo casi te mata con su escopeta?

    S que es verdad, amiga ma. Todava no encuentro la lengua para contar la historia.

    Tu chi est bien vivo, amiga ma. Y, cmo est mi hija, Ezinma?

    Est muy bien desde hace tiempo. A lo mejor no se nos va.

    Creo que no. Qu edad tiene ya?

    Unos diez aos.

    Creo que no se ir. Generalmente se quedan si no mueren antes de los seis aos.

    Rezo porque se quede dijo Ekwefi con un gran suspiro.

    La mujer con la que hablaba se llamaba Chielo. Era la sacerdotisa de Agbala, el Orculo de los Cerros y de las Cuevas. En la vida normal Chielo era una viuda con dos hijos. Era muy amiga de Ekwefi, con quien comparta un puesto en el mercado. Senta especial cario por Ezinma, la nica hija de Ekwefi, a quien llamaba mi hija. Muchas veces compraba pastas de alubia y le daba algunas a Ekwefi para que las llevara a Ezinma. Los que vean a Chielo en la vida normal apenas podan creer que fuese la misma persona que haca profecas cuando se apoderaba de ella el espritu de Agbala.

    Los tamborileros volvieron a coger sus palillos y el aire tembl y se tens como un arco.

    Los dos equipos se colocaron frente a frente con un espacio entre ambos. Un muchacho de uno de los equipos fue bailando por el centro hasta el otro bando e indic con quin quera luchar. Volvieron bailando juntos al centro y luego se enfrentaron.

    Haba doce hombres de cada bando y el desafo oscilaba entre el uno y el otro. Dos jueces iban andando en torno a los luchadores y cuando crean que estaban empatados los detenan. As terminaron cinco combates. Pero los momentos realmente emocionantes eran cuando caa un hombre de espaldas. Entonces la enorme voz de la multitud se elevaba hasta el cielo y en todas las direcciones. Se oa incluso en los pueblos cercanos.

    El ltimo combate era entre los jefes de los equipos. Estaban entre los mejores luchadores de las nueve aldeas. La multitud se preguntaba cul vencera al otro este ao. Algunos decan que Okafo era mejor; otros decan que no poda compararse con Ikezue. El ao pasado ninguno de los dos haba logrado poner de espaldas al otro, aunque los jueces haban permitido que el combate durase ms de lo habitual. Tenan el mismo estilo y cada uno saba de antemano lo que planeaba el otro. Poda volver a pasar lo mismo este ao.

    Se acercaba la noche cuando empezaron a luchar. Los tambores enloquecieron y los espectadores tambin. Se echaron hacia adelante cuando los

  • dos jvenes entraron bailando en el crculo. Las palmas del servicio de orden no podan con tenerlos.

    Ikezue levant la mano derecha. Okafo se la agarr y entablaron el combate. Fue una lucha feroz. Ikezue trat de ponerle el taln derecho por detrs a Okafo con objeto de echarle la zancadilla al astuto estilo ege. Pero cada uno saba lo que pensaba el otro. La multitud haba rodeado y sumergido a los tamborileros, cuyo ruido frentico ya no era un mero sonido incorpreo, no el latido mismo del pblico.

    Los luchadores estaban casi inmviles, el uno presa del otro. Los msculos de los brazos y de los muslos y de las espaldas resaltaban y se retorcan. Pareca un empate. Los dos jueces ya se estaban adelantando a separarlos cuando Ikezue, desesperado, hinc una rodilla en tierra para tratar de echarse al otro hacia atrs sobre las espaldas. Fue un grave error. Okafo, rpido como el rayo de Amadiora, levant la pierna derecha y la pas por encima de la cabeza de su rival. La multitud prorrumpi en un rugido atronador. Sus partidarios levantaron en vilo a Okafo y se lo llevaron a casa en hombros. Cantaron sus elogios y las muchachas aplaudieron, mientras cantaban:

    Quin combatir por nuestro pueblo?

    Okafo combatir por nuestro pueblo.

    Ha derribado a cien hombres?

    Ha derribado a cuatrocientos hombres.

    Ha derribado a cien Gatos?

    Ha derribado a cuatrocientos Gatos.

    Entonces id a decirle que combata por nosotros.

  • Captulo VII

    Tres aos estuvo Ikemefuna viviendo en casa de Okonkwo y pareca que los ancianos de Umuofia se hubieran olvidado de l. Creca aprisa, como un tallo de ame en la estacin de las lluvias, y estaba lleno de fuerza vital. Ya estaba completamente asimilado en su nueva familia. Era para Nwoye como un hermano mayor, y desde el principio pareca haber inspirado un nuevo ardor en el muchacho. Le haca sentirse adulto, y ya no se pasaban las tardes en la cabaa de la madre mientras sta cocinaba, sino que ahora iban a sentarse con Okonkwo en el obi de ste, o lo contemplaban cuando se iba a la palma a extraer el vino de la tarde. Ahora nada agradaba a Nwoye ms que el que su madre u otra de las esposas de su padre lo enviaran a buscar para que hiciera uno de esos trabajos caseros difciles y de hombre, como partir lea o moler alimentos. Cuando uno de los hermanos o de las hermanas menores le daba uno de esos recados, Nwoye finga irritacin y grua en voz alta contra las mujeres y sus problemas.

    En su fuero interno, Okonkwo se senta complacido al ver que su hijo iba madurando, y saba que se deba a Ikemefuna. Quera que Nwoye se convirtiera en un muchacho duro capaz de regir la casa de su padre mando l muriese y fuera a reunirse con los antepasados.

    Quera que gozara de prosperidad y tuviera suficientes provisiones en el granero para alimentar a los antepasados con sacrificios peridicos. De manera que siempre se alegraba cuando le oa gruir contra las mujeres. Eso demostraba que con el tiempo sera capaz de controlar a las suyas. Por muy prspero que fuera un hombre, si no era capaz de dominar a sus mujeres y sus hijos (y especialmente a sus mujeres) no era un hombre de verdad. Era como el hombre de la cancin que tena diez y una mujeres y no tena sopa suficiente para su fu-f.

    Conque Okonkwo alentaba a los muchachos a venir a sentarse con l en su obi y les contaba historias del pas: historias masculinas llenas de violencia y de sangre. Nwoye saba que estaba bien ser viril y violento, pero sin saber por qu segua prefiriendo las historia que sola contarle su madre antes, y que sin duda segua contando a sus hijos ms pequeos: historias sobre la tortuga y sus astucias, y sobre el pjaro eneke-nti-oba, que desafi a todo el mundo a un combate y al final cay derribado por el gato. Recordaba el cuento que le haba contado tantas veces de la pelea entre Tierra y Cielo, haca mucho tiempo, y cmo Cielo retuvo la lluvia durante siete aos, hasta que se agotaron las cosechas y no se poda enterrar a los muertos porque las azadas se rompan en la tierra pedregosa. Por fin se envi a Buitre a exhortar a Cielo y a ablandarle el corazn con una cancin sobre los sufrimientos de los hijos de los hombres. Siempre que la madre de Nwoye cantaba aquella cancin l se senta transportado a la escena remota en el cielo donde Buitre, emisario de Tierra, cantaba pidiendo piedad. Por fin Cielo se sinti conmovido hasta la compasin y le dio a Buitre la lluvia envuelta en hojas de coco-ame. Pero al volar a casa su largo espoln rasg las hojas y cay una lluvia como jams se haba visto antes. Y tanta cay sobre Buitre que no volvi a entregar su mensaje, sino que se fue volando a un pas remoto, donde haba visto una hoguera. Y cuando lleg a l

  • vio que era un hombre que haca un sacrificio. Se calent en la hoguera y comi las entraas.

    Esos eran los cuentos que le gustaban a Nwoye. Pero ahora saba que eran pata mujeres tontas y para nios, y saba que su padre quera que l se hiciera hombre. De forma que unga que ya no le gustaban las historias de mujeres. Y vio que a su padre le agradaba esa ficcin y que ya no lo rea ni lo pegaba. De manera que ahora Nwoye e Ikemefuna se quedaban escuchando las historias que contaba Okonkwo sobre guerras tribales o sobre cmo, haca aos, haba acechado a su vctima, la haba dominado y haba conseguido su primera cabeza humana. Y cuando les hablaba del pasado seguan sentados en la oscuridad o en el fulgor semiapagado de la lea esperando a que las mujeres terminaran de cocinarles la comida. Cuando acababan, cada una de ellas traa su cuenco de fu-f y su cuenco de sopa al marido. Se encenda una lmpara de aceite y Okonkwo probaba algo de cada cuenco y despus pasaba dos partes a Nwoye e Ikemefuna.

    As fueron pasando las lunas y las estaciones. Y despus llegaron las langostas. Haca muchos aos que no pasaba aquello. Los ancianos decan que las langostas venan una vez por generacin, reaparecan todos los aos durante siete aos y despus volvan a desaparecer por el espacio de una vida. Se volvan a sus cuevas en un pas remoto, donde estaban custodiadas por una raza de hombres raquticos. Y despus, al cabo de otra vida, aquellos hombres volvan a abrir las cuevas y las langostas volvan a caer sobre Umuofia.

    Llegaban en la estacin fra del harmattan despus de recogidas las cosechas y se coman toda la hierba que creca descuidada en los campos.

    Okonkwo y los dos muchachos estaban trabajando en los muros exteriores rojos del recinto. Se trataba de una de las tareas ms fciles de la temporada siguiente a la recoleccin. Se pona en las paredes una cubierta nueva de gruesas ramas de palma para protegerlas contra la prxima estacin de las lluvias. Okonkwo trabajaba por el lado de afuera del muro y los muchachos por el de dentro. En la parte alta del muro haba agujeritos que lo traspasaban de un lado al otro, y por esos agujeritos Okonkwo pasaba la cuerda, o tie-tie, a los muchachos, que la enrollaban en torno a los postes de madera y luego se la volvan a pasar a l, y as se iba afirmando la cubierta contra el muro.

    Las mujeres se haban ido al campo a recoger lea, y los nios pequeos a visitar a sus compaeros de juegos en los recintos vecinos. El hatmattan estaba en el aire y pareca destilar una sensacin neblinosa de sueo por el mundo. Okonkwo y los muchachos trabajaban en total silencio, que no se rompa ms que cuando se levantaba sobre el muro una nueva rama de palma o cuando una gallina inquieta remova las hojas secas en su bsqueda incesante de comida.

    Y entonces, de repente, cay sobre el mundo una sombra y pareci que el sol quedaba escondido bajo una nube densa. Okonkwo levant la vista de su trabajo y se pregunt si iba a llover en un momento tan rato del ao. Pero casi inmediatamente son un grito de alegra por todas partes y Umuofia, soolienta en la neblina del medioda, despert a la vida y a la actividad.

    Estn bajando las langostas gritaban alegremente por todos lados, y hombres, mujeres y nios dejaron su trabajo o sus juegos y salieron a terreno abierto a ver aquel espectculo tan raro. Haca muchsimos aos que no llegaban las langostas, y los ancianos eran los nicos que las haban visto antes.

    Al principio fue una nube relativamente pequea. Eran las exploradoras, llegadas para estudiar el territorio. Y despus apareci en el horizonte una masa

  • que avanzaba lentamente, como una sbana interminable de nubes negras que iban a la deriva hacia Umuofia. En un momento taparon la mitad del cielo, y ahora la masa slida estaba rota por ojos diminutos de luz como un brillante polvo de estrellas. Era un espectculo enorme, lleno de fuerza y de belleza.

    Todo el mundo haba salido a la calle y hablaba nervioso y rezaba para que las langostas pasaran la noche en Umuofia. Pues, aunque haca muchos aos que no venan las langostas a Umuofia, todo el mundo saba instintivamente que eran muy buenas de comer. Y por fin descendieron las langostas. Se posaron en todos los rboles y en todas las briznas de hierba; se posaron en los tejados y taparon el suelo desnudo. Bajo su peso se rompieron las ramas de rboles muy fuertes, y todo el pas adquiri el color de tierra parda del enorme enjambre hambriento.

    Mucha gente sali con cestos a tratar de cogerlas, pero los ancianos aconsejaron paciencia hasta la cada de la noche.

    Y tenan razn. Las langostas se asentaron en los arbustos para pasar la noche y el roco les moj las alas. Entonces sali todo Umuofia, pese al fro harmattan, y todo el mundo llen de langostas bolsas y cntaros. A la maana siguiente las asaron en ollas de barro y despus las pusieron al sol hasta que se secaron y se pusieron corruscantes. Y durante muchos das se comi aquel raro manjar sazonado con aceite de palma.

    Okonkwo estaba sentado en su obi mascando contento con Ikemefuna y Nwoye, y bebiendo cantidades copiosas de vino de palma, cuando entr Ogbuefi Ezeudu. Ezeudu era el ms anciano de aquella parte de Umuofia. En sus tiempos haba sido un guerrero grande e intrpido, y ahora el clan le tena mucho respeto. Rechaz participar en la comida y pregunt a Okonkwo si poda hablar una palabra con l fuera. De forma que salieron juntos, el viejo apoyndose en su bastn. Cuando ya no los poda or nadie, le dijo a Okonkwo:

    Ese muchacho te llama padre. No tengas nada que ver con su muerte Okonkwo se qued sorprendido y estaba a punto de decir algo cuando continu el anciano:

    S, Umuofia ha decidido matarlo. El Orculo de los Cerros y de las Cuevas as lo ha decidido. Se lo llevarn fuera de Umuofia, como es costumbre, y lo matarn all. Pero no quiero que tengas nada que ver con eso. Te llama padre.

    Al da siguiente lleg un grupo de ancianos de los nueve pueblos de Umuofia a casa de Okonkwo a primera hora de la maana y, antes de empezar a hablar en voz baja, mandaron salir a Nwoye e Ikemefuna. No se quedaron mucho tiempo, pero cuando se fueron Okonkwo se qued inmvil muchsimo rato, con la barbilla apoyada en las manos. Ms avanzado el da llam a Ikemefuna y le dijo que al da siguiente lo volveran a llevar a casa. Nwoye lo oy y rompi en lgrimas, ante lo cual su padre le dio una gran paliza. En cuanto a Ikemefuna, no saba qu hacer. Con el tiempo, su propia casa se haba ido convirtiendo en algo muy vago y distante. Segua echando de menos a su madre y a su hermana y se alegrara mucho de volver a verlas. Pero saba, sin saber por qu, que no iba a verlas. Recordaba una vez en que unos hombres haban hablado en voz baja con su padre, y ahora pareca que se repeta lo mismo.

    Despus, Nwoye fue a la cabaa de su madre y le dijo que Ikemefuna se iba a su casa. Inmediatamente ella dej caer el almirez con que estaba moliendo pimienta, se cruz de brazos y suspir: Pobre chico.

  • Al da siguiente volvieron los hombres con un pote de vino. Todos iban vestidos de punta en blanco, como si fueran a una gran reunin del clan o a hacer una visita al pueblo de al lado. Llevaban las tnicas pasadas bajo el sobaco derecho y las bolsas de piel de cabra y los machetes al hombro izquierdo. Okonkwo se prepar inmediatamente y el grupo se puso en marcha con Ikemefuna, que llevaba el pote de vino. Sobre el recinto de Okonkwo descendi un silencio mortal. Hasta los nios ms pequeos parecan saber lo que pasaba. Nwoye se pas el da entero sentado en la cabaa de su madre con los ojos cuajados de lgrimas.

    Al principio de su viaje, los hombres de Umuofia rean y hacan bromas sobre las langostas, sobre sus mujeres y sobre algunos hombres afeminados que se haban negado a ir con ellos. Pero al ir acercndose a las afueras de Umuofia el silencio tambin descendi sobre ellos.

    El sol fue ascendiendo lentamente hasta el centro del cielo, y el camino seco y arenoso empez a devolver el calor que estaba enterrado en l. En el bosque circundante piaban algunos pjaros. Los hombres pisaban las hojas secas que yacan en el suelo. Ese era el nico ruido que se oa. Y despus, a lo lejos, lleg el batir leve del Ekwe. Suba y bajaba con el viento un baile pacfico de un clan remoto.

    Es un baile ozo se dijeron los hombres. Pero nadie estaba seguro de dnde proceda. Unos decan que de Ezimili, otros que de Abame o Aninta. Discutieron un rato y despus volvieron a caer en silencio, y el baile huidizo aumentaba o disminua con el viento. En alguna parte haba un hombre que estaba tomando los ttulos de su clan, con msica y bailes y una gran fiesta.

    El sendero se haba convertido ya en una fina raya en el corazn del bosque. El monte bajo y la escasa maleza en torno al pueblo de los hombres empez a ceder sitio a rboles gigantescos y lianas que quiz estuvieran all desde el principio de las cosas, sin tocar por el hacha ni por el incendio de la sabana. El sol, al irrumpir entre sus hojas y las ramas, trazaba un juego de luces y de sombras en el sendero de arena.

    Ikemefuna escuch un susurro detrs de l, muy cerca, y se dio la vuelta de golpe. El hombre que haba susurrado dio una voz para exhortar a los dems a que fueran ms rpido.

    Todava nos queda mucho camino dijo. Despus l y otro hombre pasaron por delante de Ikemefuna y marcaron un ritmo ms veloz.

    As siguieron caminando los hombres de Umuofia, armados con machetes envainados, e Ikemefuna, con un pote de vino de palma en la cabeza, iba en medio de todos ellos. Aunque al principio se haba sentido intranquilo, ahora ya no tena miedo. Detrs de l iba Okonkwo. Le resultaba i casi inimaginable que Okonkwo no fuera su padre de verdad. Nunca haba querido a su padre de verdad, y al cabo de tres aos se senta muy lejos de l. Pero su madre y su hermana de tres aos claro que ya no tendra tres, sino seis. La reconocera ahora? Deba estar muy alta. Cmo llorara de alegra su madre, y le dara las gracias a Okonkwo por haber cuidado tan bien de l y por devolvrselo. Querra enterarse de todo lo que le haba pasado en tantos aos. Podra l recordarlo todo? Le contara cosas de Nwoye y de su madre y de las langostas De pronto tuvo una idea. Era posible que hubiera muerto su madre. Trat en vano de expulsar aquella idea de la cabeza. Despus trat de solucionar la situacin como haca cuando era nio. Todava recordaba la cancin:

  • Eze elina, elina!

    Sala

    Exe ilikwa ya

    Ikwaba akwa oligholi

    Ebe Danda nechi eze

    Ebe Uzuzu vete egwu

    Sala

    La cant mentalmente y se puso a andar a su ritmo. Si la cancin terminaba con el paso del pie derecho, su madre estaba viva. Si terminaba con el del izquierdo, haba muerto. No, no haba muerto, pero estaba enferma. Termin con el del pie derecho. Estaba viva y con buena salud. Volvi a cantar la cancin y termin con el paso del pie izquierdo. Pero la segunda vez no contaba. La primera voz va a Chukwu, o la casa de Dios. Esa era una de las cosas que les gustaba decir a los nios. Ikemefuna volvi a sentirse como un nio. Deba ser la idea de volver a casa con su madre.

    Uno de los hombres que iban detrs de l carraspe. Ikemefuna mir hacia atrs y el hombre le gru que siguiera y no se quedara parado mirando hacia atrs. La forma en que lo dijo hizo que a Ikemefuna le recorriese la espalda un escalofro de miedo. Le temblaron vagamente las manos en el pote negro que llevaba en la cabeza. Por qu se haba retirado Okonkwo hacia la retaguardia? Ikemefuna sinti que se le doblaban las piernas. Y le dio miedo mirar hacia atrs.

    Cuando el hombre que haba carraspeado sac el machete y lo atraves. Le daba miedo que lo considerasen dbil. Ikemefuna gritaba: Padre, me han matado!, mientras corra hacia l. Ciego de miedo, Okonkwo sac el machete y lo atraves. Le daba miedo que lo considerasen dbil.

    En cuanto volvi su padre aquella noche, Nwoye comprendi que haban matado a Ikemefuna, y pareci que algo se hunda en su interior, como cuando cede un arco tenso. No llor. Se qued impasible. No haca mucho tiempo que haba tenido el mismo tipo de sensacin, durante la ltima recoleccin. A todos los nios les encantaba la temporada de la recoleccin. Los que eran lo bastante mayores para llevar, aunque fuera slo unos pocos ames en un cestito, se iban a los campos con los mayores. Y si no podan ayudar a sacar los ames, podan ir juntos a buscar lea para asar los que se iban a comer directamente en el campo. Aquel ame asado y empapado en aceite rojo de palma y comido en campo abierto saba mucho mejor que cualquier comida hecha en casa. Fue al cabo de uno de aquellos das en el campo, durante la ltima cosecha, cuando Nwoye haba sentido por primera vez una sensacin interna de ruptura como la que senta ahora. Volvan a casa con cestos llenos de ames desde un campo distante al otro lado del ro cuando oyeron la voz de un nio pequeo que gritaba en la selva. Cay un silencio repentino sobre las mujeres, que haban estado hablando, y aceleraron el paso. Nwoye haba odo decir que cuando haba gemelos se los meta en cntaros de cermica y se los tiraba al bosque, pero nunca se haba encontrado con ellos. Se apoder de l un vago temblor y pareci que se le hinchaba la cabeza, como le ocurre a quien anda solo por la noche y se

  • encuentra en el camino con un espritu maligno. Despus algo se hundi en su interior. Esa sensacin volvi a invadirlo aquella noche, cuando volvi su padre despus de matar a Ikemefuna.

  • Captulo VIII

    Okonkwo no comi nada durante los dos das siguientes a