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    Walter Benjamn (1892-1940)

    Walter Benjamn naci en Berln un 15 de julio de 1892 y muri a los 48 aos en Portbou, suicidadopor la sociedad, cuando trataba de escapar de una Alemania y una Europa bajo la brutalidad delfascismo. Fue un creador y un pensador por cuenta propia y esencialmente un espritu libre, queha pretendido ser olvidado pero que la fuerza de su pensamiento es tal que siempre ha resurgido. En

    el nmero 24 de esta misma coleccin en la que ahora publicamos este relato, editamos tambin susTesis de filosofa de la historia.En la dcada de 1930, W. Benjamn llev a cabo diversas experiencias con el hachs. Ya en enero

    de 1928 en Berln acept la propuesta de sus amigos y mdicos Ernst Joel y Fritz Frnkel para llevara cabo una serie de experiencias con el hachs tomndolo como objeto de investigacin yobservacin. Ms tarde entre 1930 y 1933, Walter Benjamn en compaa de Ernst Bloch tomaronhachs en dosis calculadas y fueron anotando cuidadosamente las sensaciones obtenidas. Estasexperiencias se prolongaran en diferentes pocas a lo largo de esos tres aos, unindose a ellosotros amigos.

    W. Benjamn quera escribir un libro con el abundante material recogido, pero, en vida, slo pudopublicar dos relatos, uno en 1930 Myslowitz-Braunschweig-Marseille (Die Geschiechte einesHaschisch-Rauches)publicado en castellano como La historia de un fumador de hachs y el otro

    en 1932 Haschisch in Marseille (Hachs en Marsella).Aunque dej un conjunto de notas y protocolos escritos por l o redactados por otros, sobre elconjunto de experiencias y sentimientos habidos y aprehendidos en torno a la toma del hachs, slomuchos aos despus de su muerte se public el libro Haschisch, en el que se detallan dichasexperiencias. Segn palabras del propio W. Benjamn Las notas que he registrado, en parte demanera independiente, en parte durante el transcurso de los protocolos de experiencia, debern

    procurar un apndice que merece lectura a mis notas filosficas, con las cuales, tienen, y hasta conlas experiencias en la embriaguez, relaciones muy estrechas.

    Algunos libros traducidos de Walter Benjamn :En castellano.

    Haschisch, Ed. Taurus, 1974

    Tesis de filosofa de la historia, Ed. Etctera, 2001Personajes alemanes y crnica de Berln, Ed. Paidos, 1995La metafsica de la juventud y otros escritos, Ed. Altaya, 1994ngelus Novus, Edhasa, 1971Sobre el programa de la filosofa futura y otros ensayos, El. Monte Avila, 1970Iluminaciones, Vol. I, II, III y IV, TaurusDireccin nica y Infancia en Berln hacia 1900, AlfaguaraHistorias y relatos, Ed. Pennsula, 1991

    En catal.

    Diari de Moscu Edicions 62, 1987.Hans Haacke Fundaci A. Tapies, 1995.Assaigs de Literatura Contemporania Editorial Columna, 2001.

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    MYSLOWITZ-BRAUNSCHWEIG-MARSELLALa historia de un fumador de Hachs

    Esta historia no es ma. Prefiero no opinar acerca de si el pintor Edouard Scherlinger, a quienvi por primera y ltima vez la tarde en que la contaba, era o no un mero narrador, porque en

    esta poca de plagiarios siempre tropezamos con oyentes proclives a imputarle a uno lo quese acaba de dejar bien claro que slo es una fiel repeticin. El caso es que la escuch en unode los pocos lugares clsicos de que todava dispone Berln para relatar y escuchar historias:fue una tarde en Lutter & Wegener.

    Se senta uno cmodo sentado a la mesa redonda y participando de una pequea reunin deamigos. La conversacin, sin embargo, haca ya tiempo que se haba diluido y discurra pobrey mortecinamente en grupos de dos o tres, sin que los unos prestasen atencin a los otros. Enrelacin con alguna cuestin que nunca llegu a saber con exactitud, mi amigo el filsofoErnst Bloch dej caer la frase de que no existe nadie que no haya estado alguna vez en suvida muy cerca de ser millonario. Su afirmacin provoc risas en un principio y se tuvo poruna de sus frecuentes paradojas. Pero sucedi algo extrao. Cuanto ms tiempo dedicbamosa debatir su rotunda afirmacin, en mayor medida despertaba nuestro inters, hasta quefinalmente uno tras otro acabamos reflexio-nando en voz alta acerca del momento de nuestrasvidas en que habamos estado ms al alcance de esos millones. Entre las varias y curiosashistorias que escuchamos, destacaba la del ya desaparecido Scherlinger, que tratar ahora derelatar con sus propias palabras.

    Como a la muerte de mi padre me lleg a las manos una herencia nada despreciable comenz a contar adelant mi viaje a Francia. A mis veintipocos aos me hacaespecialmente feliz la posibilidad de conocer Marsella, la patria de Monticelli, a quien debamucho como artista, por no mencionar tantas otras cosas de la ciudad que tambin me atraan.Deposit mi fortuna en un pequeo banco que durante largos aos haba asesorado

    satisfactoriamente a mi padre. Su joven director, con quien yo mantena no dir una granamistad, pero s excelentes relaciones, me prometi que durante mi prolongada ausenciaprestara particular atencin a mis depsitos, as como que si se presentara la ocasin de unabuena inversin, me lo notificara de inmediato. Slo tendrs que dejarnos algunacontrasea, concluy. Le mir sin comprender del todo. Podemos ejecutar rdenestelegrficas, pero hemos de evitar cualquier posible malentendido, aclar. Supn que teenviamos un telegrama y cae en otras manos. Este riesgo lo evitamos conviniendo un nombresecreto que t utilizas telegrficamente en sustitucin del tuyo verdadero. Comprend, peroqued perplejo unos instantes, puesto que elegir de buenas a primeras un nombre nuevo no estan fcil como cambiar de traje. Hay miles y miles a disposicin. La idea de que cualquiera es

    bueno paraliza la eleccin, y la dificulta an ms la sensacin ntima y casi mecnica de lo

    veleidosa y a la vez trascendental que puede llegar a ser. Como el jugador de ajedrez queteme precipitarse y preferira dejar las cosas como estn, pero llegado su turno opta poradelantar un pen, dije Braunschweiger1. La verdad es que no conoca a nadie con esenombre, ni siquiera la ciudad de que deriva.Hacia el medioda de un agobiante da de julio llegu a la estacin de San Luis en Marsellatras pasar cuatro semanas de descanso en Pars. Unos amigos me haban recomendado elHotel Regina, cercano al puerto. Tena tiempo suficiente para ir a alojarme e incluso paracomprobar si funcionaban la lmpara de la mesilla de noche y los grifos, y as me puse encamino ajustndome, dado que era mi primera visita a la ciudad, a mis antiguas normas deviaje, pues, contrariamente al comn de los viajeros que apenas llegan se apresuran atrasladarse al centro de la ciudad, yo efectuaba siempre un reconocimiento previo de los

    alrededores, de los suburbios. No tard en comprobar la virtualidad de este principio. Nunca

    1Braunschweiger, en alemn, natural de Braunschweiger, ciudad centro alemana cercana a Hannover. (N. del T.)

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    una primera hora me haba colmado tanto como esta que pas entre el muelle y los maleconesexteriores, entre los tinglados portuarios y los barrios ms pobres, autnticos refugios de lamiseria. Cinturn que oprime la ciudad, constituyen su lado patolgico, el terreno donde selibran ininterrumpidamente batallas decisivas entre la ciudad y el campo, batallas que enningn otro lugar son tan enconadas como entre Marsella y la campia provenzal. Es la luchacuerpo a cuerpo de los postes telegrficos contra las pitas, del alambre de pas contra las

    espinosas palmeras, de pestilentes columnas de vapor contra umbrosos y sofocantes plata-nales, de escalinatas fantasiosas contra imponentes colinas. La larga rue de Lyon es como elreguero de plvora que Marsella extendi por la campia, para hacerlo estallar en Saint-Lazaire, Saint-Antoine, Arenc y Septmes y empedrarlo con cascotes de granada de todas lasmarcas e idiomas: Alimentation Moderne, Rue de Jamaque, Comptoir de la Limite, SavonAbat Jour, Minoterie de la Campagrie,

    Bar du Gaz, Bar Facultatif. Y cubrindolo todo, esa nube de polvo que aqu se compone desalitre, cal y mica. Ms adelante, a lo largo de los muelles exteriores en los que solamenteatracan grandes transatlnticos, bajo los ardientes rayos de un sol que se pone lentamente

    entre los restos de murallas que por la izquierda circundan la ciudad vieja, y las desnudascolinas o canteras de piedra por la derecha, se llega al Pont Transbordeur que cierra el puertoantiguo, ese cuadrado desde el que los fenicios, como en una inmensa plaza fuerte, mantenanel mar a raya.Prosegu mi camino en solitario hasta llegar a los arrabales ms populosos, donde me viarrastrado por el flujo constante de marineros libres de servicio, obreros portuarios quevolvan del trabajo y amas de casa desocupadas que, con enjambres de chiquillos, pasaban

    por delante de cafs y bazares y acababan perdindose por las calles laterales, porque sloalgunos oficiales de marina y flneurs2, como era mi caso, continuaban hasta la arteria

    principal, la calle del comercio, la bolsa y los turistas, La Cannabire. En todos esos bazares,desde un extremo a otro del puerto, se amontonaban los souvenirs. Energas ssmicas hanconglomerado semejante amasijo de pasta de vidrio, cal de conchas y esmaltes, en que seapelotonan tinteros, vapores en miniatura, anclas, termmetros de mercurio y sirenas. La

    presin de miles de atmsferas bajo las cuales este mundo plstico cruje y se apretuja, mepareci la misma fuerza con que las manos rudas de las gentes de mar se aferran ansiosas alos senos y muslos femeninos despus de una larga travesa.Ocupado en estos y otros pensamientos, haca tiempo que haba dejado atrs La Cannabiresin ver gran cosa y, tras pasar de largo las ventanas enrejadas del Cours Puget, estaba ya bajolos rboles de la avenida' de Meilhan, cuando la casualidad que gua siempre mis primeros

    pasos en una ciudad me llev al passage de Lorette, el estrecho antepatio del depsito decadveres de la ciudad, donde en la soolienta presencia de algunos hombres y mujeres el

    mundo entero parece quedar reducido a una tranquila tarde de domingo. En aquel momentose apoder de m algo de esa tristeza que, todava hoy, aprecio tanto en la luz de los cuadrosde Monticelli. Creo que en momentos as, el viajero capaz de experimentarla participa de esealgo que normalmente est reservado para quienes viven en la ciudad. Al igual que la niezes el zahor de la melancola, para percibir la tristeza que emana de ciudades tan bulliciosas yfulgurantes tiene uno que haber sido nio en ellas.

    Aadira una bonita y romntica pincelada dijo Scherlinger sonriendo si describiera ahoracmo di con el hachs en alguna taberna portuaria de mala nota, arrastrado por algn rabefogonero de un barco de carga, o tal vez, estibador en el muelle, pero no puedo permitirme taladorno, puesto que yo me asemejaba ms a ese rabe que al pretendido forastero cuyo

    2Persona que ama el no hacer nada.Le Flneur des deux rives,obra de Apollinaire.(N del C)

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    deambular concluyese en la taberna. Cuando menos si se considera que en mis viajes siemprellevo el hachs conmigo.No creo que, una vez en mi habitacin, fuese el deseo latente de contrarrestar mi tristeza lo

    que, sobre, las siete de la tarde, me decidi a fumar hachs. Fue ms bien el afn deabandonarme a la mgica man con que la ciudad, casi imperceptiblemente, me habaatenazado por la nuca. Me entregu al veneno, pero repito, no a la manera de un principiante.

    Ya fuesen las casi diarias depresiones por aoranza de mi pas, ya las malas compaas oquiz los lugares no del todo recomendables, el caso es que nunca hasta. entonces me habasentido aceptado en la cofrada de iniciados, con cuyos testimonios, desde Los parasos ar-tificiales de Baudelaire hasta El lobo estepario de Hesse, me encontraba ms quefamiliarizado. Me tend en la cama, fum y le. Frente a m, al otro lado de la ventana, serecortaba la silueta de una d esas calles oscuras y angostas del barrio de pescadores, que

    parecen tajos hechos a cuchillo en la piel de la ciudad. Disfrut entonces de la certidumbreabsoluta de que en aquella ciudad de cientos de miles de personas, en la que nadie meconoca, poda entregarme a mis ensoaciones sin ser molestado. Pero los efectos tardaban en

    presentarse; haban pasado ya tres cuartos de hora largos y empec a desconfiar de la calidadde la droga o era, quiz, que la haba guardado demasiado tiempo? De pronto, alguien llam

    enrgicamente a la puerta. Nada poda resultar ms inexplicable. Sent un miedo mortal, perono hice el menor intento de abrir, limitndome a preguntar qu ocurra sin cambiar de

    postura. Aqu hay un seor que desea hablarle, grit el camarero. Que suba!, respondsin pensarlo. Me falt serenidad o no tuve el valor de preguntar su nombre. Continurecostado sobre la cabecera de la cama mientras mi corazn lata con fuerza, y con la vistafija en la puerta entreabierta hasta que se recort un uniforme en ella. El seor era unrepartidor de telegramas. Recomendamos comprar 1.000 Royal Dutch primera emisin.Telegrafe conformidad. Mir el reloj. Eran las ocho. Un telegrama urgente tardara comomnimo un da en llegar a mi banco de Berln. Desped al empleado con una propina. Sentalternativamente inquietud y fastidio. Inquietud porque se me vena encima, precisamente enaquellos momentos, un negocio, una carga. Fastidio por la tardanza en presentarse los efectosde la droga. Me pareci lo ms prudente ir en seguida a correos, donde tena entendido que eldespacho de telegramas no cerraba hasta medianoche. Que deba dar mi conformidad era algoque quedaba fuera de duda, teniendo en cuenta la seguridad con que mi hombre de confianzame aconsejaba. Por otra parte, me preocup tambin la idea de que si esperaba a que el hachshiciese su efecto, quizs olvidara la contrasea. Lo mejor era, as pues, no perder tiempo.

    Mientras bajaba la escalera, record la ltima vez que fum hachs varios meses atrs, ycmo fui incapaz de saciar el hambre canina que se apoder de m ms tarde, cuando yaestaba de vuelta en mi habitacin. Por si acaso, consider oportuno comprar una pastilla dechocolate. A lo lejos divis un escaparate repleto de cajas de bombones, brillantes papeles deestao y hermosas pirmides de pasteles. Entr en la tienda y qued de pronto algo

    confundido, pues no vi a nadie que pudiera atenderme. Ms an me sorprendi el extrasimosilln ante cuya visin hube de admitir que, para bien o para mal, en Marsella se bebe elchocolate sentado en altos sitiales que recuerdan a los sillones articulados propios de lasintervenciones quirrgicas. Slo entonces vi al dueo del establecimiento que vena corriendodesde el otro lado de la calle enfundado en una bata blanca, lo que me dio tiempo parareaccionar y rechazar entre sonoras carcajadas su ofrecimiento de afeitarme o cortarme el

    pelo. Todo esto me persuadi de que el hachs haca ya tiempo que haba empezado a actuarsobre m, circunstancia de la que si no me hubiese bastado con la transformacin de las

    polveras en cajas de bombones, de los estuches de nquel en pastillas de chocolate y de lospeluquines en pilas de pasteles, mis propias risotadas hubieran bastado para alertarme, puestoque es sabido que el xtasis se inicia por igual con carcajadas que con risas, quiz ms quedas

    e interiores, pero sin duda ms embriagadoras. Tambin lo reconoc en la infinita dulzura delviento que en el lado contrario de la calle mova los flecos de las marquesinas. Acto seguidose hizo sentir la imperiosa necesidad de espacio y tiempo que experimenta el adicto al hachs.

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    Como se sabe, es extraordinaria: al que acaba de fumar hachs, Versalles se le antoja pequeoy la eternidad le sabe a poco. A estas dimensiones colosales que adquieren las vivenciasinteriores, al tiempo absoluto y al espacio inconmensurable, no tarda en seguirles una sonrisa

    beatfica, preludio de un humor maravilloso, mayor an, si cabe, debido a la ilimitadacuestionabilidad de todo lo existente. Senta adems tal ligereza y seguridad en el andar queel suelo irregularmente empedrado de la plaza que cruzaba se me antoj el suave pavimento

    de una carretera que yo, vigoroso caminante, transitaba en la oscuridad de la noche. Al finalde esta plaza inmensa se levantaba un feo edificio de arcadas simtricas y con un relojiluminado en su frontispicio: Correos. Que era feo lo digo ahora, entonces no lo hubiese vistoas, y no slo porque cuando hemos fumado hachs nada sabemos de fealdades, sinosencillamente porque ese edificio oscuro, expectante ansioso de m, con todos susdispositivos y buzones prestos a recibir y transmitir la inapreciable conformidad que hara dem un hombre rico, despert en mi interior una profunda sensacin de agradecimiento. No

    poda apartar de l la mirada porque comprenda que hubiese resultado fatal para m haberpasado demasiado cerca de la fachada sin reparar en su presencia y, sobre todo, en lailuminada esfera de su reloj. All, muy cerca de donde me encontraba, vi amontonadas en laoscuridad las sillas y mesas de un bar, reducido pero de aspecto sospechoso, que, aun cuando

    bastante alejado del barrio apache, no lo frecuentaban burgueses sino, como mximo apartedel genuino proletariado portuario, dos o tres familias de chamarileros de la vecindad. Alltom asiento. Era lo mejor y aparentemente menos peligroso que en aquella direccin tena ami alcance, extremo que yo, en mi delirio, haba calculado con la misma seguridad con queuna persona exhausta y sedienta sabe llenar hasta el borde un vaso de agua sin derramar unasola gota, cosa bien difcil para otra en plena posesin de sus facultades. Apenas percibi queme tranquilizaba, comenz el hachs a poner en juego sus encantos con tan tenaz energacomo yo nunca haba experimentado ni volvera a experimentar. Me convirti en unconsumado fisonomista; yo, que normalmente soy incapaz de reconocer a amigos de toda lavida o de retener en la memoria un simple rostro, me obstin en mirar fijamente las caras dequienes me rodeaban, lo que en circunstancias normales hubiese evitado por una doble razn:

    por no atraer sobre m sus miradas y por no soportar la brutalidad de sus rasgos. Ahoracomprendo por qu a un pintor

    acaso no le ocurri a Leonardo y a tantos otros? esa fealdad que asoma en las arrugas, queproyectan las miradas y exhiben algunos rostros, puede parecerle el autntico reservoirde labelleza, ms hermosa que el arca del tesoro, que la mgica montaa abierta que muestra en suinterior todo el oro del mundo. Recuerdo especialmente un rostro de hombre infinitamenteanimal y soez en el que, de pronto, tembloroso, cre vislumbrar las arrugas de la nobleresignacin. Los rostros masculinos eran los que ms me fascinaban. Comenz el juego,tenazmente aplazado, de que en cada nuevo semblante asomara un conocido del que a vecesrecordaba el nombre, a veces se me escapaba. Instantes ms tarde la alucinacin se esfum,

    como se desvanecen los sueos, sin producir turbacin o embarazo, sino amigable ypacficamente, como una criatura insegura que hubiese cumplido con su cometido. Mivecino, un burgus por su aspecto y maneras, variaba incesantemente la forma y expresin desu rostro. Su corte de pelo, la negra montura de sus gafas, le conferan un aire ya severo, yaamistoso. Yo me repeta, naturalmente, que no se poda cambiar con tal rapidez, pero dabaigual. Cuando el hombre en cuestin haba pasado ya por muchas vidas, de buenas a primerasresult estudiante en una pequea ciudad del Este europeo. Su habitacin era bonita yelegante. Me pregunt: Dnde habr adquirido este joven esa cultura? Quin ser su

    padre? Comerciante textil o mayorista de cereales?. De pronto supe que la ciudad eraMyslowitz. Alc la vista y all, al otro extremo de la plaza, o tal vez ms lejos, al final de laciudad, apareca el instituto de Myslowitz, la aguja de cuyo reloj se haba detenido y marcaba

    algo ms de las once. La clase ya deba de haber empezado. Qued absorto ante la escena sinninguna razn concreta. Las personas que momentos antes o haban transcurrido un par de

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    horas? me fascinaban, haban desaparecido de mi vista. Cada siglo que pasa, las cosas sevuelven ms extraas, pens.

    Titube bastante antes de probar el vino. Haba pedido media botella de Cassis, un vinoseco. En el vaso flotaba un trozo de hielo. Ignoro cunto tiempo permanec absorto en lasimgenes que lo llenaban, pero cuando volv a mirar hacia la plaza vi que tenda atransformarse como todo el que entraba en ella; como si se tratara de una figura que, mirada

    detenidamente, nada tena que ver con la plaza en s, sino ms bien con el modo en que losgrandes retratistas del siglo XVII, que sitan al modelo segn su carcter delante de unagalera de columnas o ante una ventana, hacen que la ventana destaque de la galera.

    Sbitamente despert, muy excitado, de un profundo ensimismamiento. Haba mucha luz enmi interior y slo tuve clara una cosa: el telegrama. Tena que enviarlo inmediatamente. Para

    permanecer despierto, ped un caf solo. Me pareci que el camarero tardaba una eternidad enaparecer con la taza. La agarr ansiosamente; su aroma ascenda ya por m nariz, cuando

    para mi sorpresa, o a causa de mi sorpresa, quin poda saberlo? detuve en seco mi mano aunos centmetros de los labios. En seguida, tan pronto percib el embriagador aroma del caf,adivin el instintivo apresuramiento de mi brazo y record que esta bebida supone para todofumador de hachs el cenit de su placer, ya que intensifica como ninguna otra cosa el efecto

    de la droga. Por ello deseaba detenerme y me detuve. La taza no lleg a tocar los labios, perotampoco volvi al plato. Qued suspendida en el aire, sostenida por mi brazo que comenzabaa insensibilizarse, asindola rgido y muerto como si de una imagen, una piedra sagrada o unareliquia se tratase. Mi mirada se pos en las arrugas de mis pantalones playeros blancos y lascre arrugas del albornoz. Despus se centr en mi mano, y la vi morena, etipica, y mientrasmis labios seguan fuertemente apretados rechazando la bebida o la palabra, una sonrisaascenda hasta ellos desde muy adentro; una sonrisa altanera, africana, sardanaplica3, lasonrisa del hombre capaz de penetrar el futuro del mundo y el destino, para quien las cosas ylos nombres ya no encierran secreto alguno. Me vi sentado all, pardusco y taciturno4Braunschweiger! El ssamo de este nombre, que deba albergar en su interior las riquezasms cuantiosas, se haba abierto! Con una sonrisa infinitamente piadosa pens por primeravez en los vecinos de Braunschweig, que viven tristemente en su ciudad centro alemanaajenos por completo a las fuerzas mgicas latentes en su nombre. Al llegar a este punto, ca-yeron sobre m como un coro festivo y prometedor los toques de medianoche de lascampanas de todas las iglesias de Marsella.

    Se hizo la oscuridad. Cerraron el bar y vagu sin rumbo por los muelles deletreando uno trasotro los nombres de las barcas amarradas all, al tiempo que me embargaba una inexplicablealegra. Sonre uno tras otro a todos los nombres de mujeres de Francia, Marguerite, Louise,Rene, Yvonne, Lucille. El amor a las embarcaciones que esos nombres revelaban me re-sultaba maravilloso, sublime y conmovedor. junto a la ltima haba un banco de piedra;Banco, me dije, desaprobando que el nombre no apareciese rotulado con letras doradas

    sobre fondo negro. sta fue la ltima idea clara que cruz por mi mente aquella noche. Lassiguientes me las suministraron los peridicos de la tarde cuando el fuerte sol de medioda medespert tendido en un banco junto al mar: Sensacional alza en Royal Dutch.

    Jams me he sentido concluy el narrador tan ligero, despejado y alegre despus de unaalucinacin.

    Walter Benjamin

    3Se aplica a un hombre muy dado a los placeres, glotn y vicioso. (N del C) 4En alemn braunschweiger significa literalmente pardotaciturno. Ver la nota 1 (N. del T.)