57141037 Samuel Beckett Cuentos

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  • 8/6/2019 57141037 Samuel Beckett Cuentos

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    Samuel Beckett

    Cuentos

    El expulsado.2El final..9Compaa.19Sobresalto.31

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    El expulsado

    No era alta la escalinata. Mil veces cont los escalones, subiendo,

    bajando; hoy, sin embargo, la cifra se ha borrado de la memoria. Nuncahe sabido si el uno hay que marcarlo sobre la acera, el dos sobre el primerescaln, y as, o si la acera no debe contar. Al llegar al final de laescalera, me asomaba al mismo dilema. En sentido inverso, quiero decirde arriba abajo, era lo mismo, la palabra resulta dbil. No saba por dndeempezar ni por dnde acabar, digamos las cosas como son. Conseguapues tres cifras perfectamente distintas, sin saber nunca cul era lacorrecta.Y cuando digo que la cifra ya no est presente, en la memoria,quiero decir que ninguna de las tres cifras est presente, en la memoria.Lo cierto es que si encuentro en la memoria, donde seguro debe estar, unade esas cifras, slo encontrar una, sin posibilidad de deducir, de ella, las

    otras dos. E incluso si recuperara dos no por eso averiguara la tercera.No, habra que en contrar las tres, en la memoria, para poder conocerlas,todas, las tres. Mortal, los recuerdos. Por eso no hay que pensar en ciertascosas, cosas que te habitan por dentro, o no, mejor s, hay que pensar enellas porque si no pensamos en ellas, corremos el riesgo de encontrarlas,una a una, en la memoria. Es decir, hay que pensar durante un momento,un buen rato, todos los das y varias veces al da, hasta que el fango lasrecubra, con una costra infranqueable. Es un orden.Despus de todo, lo de menos es el nmero de escalones. Lo que habaque retener es el hecho de que la escalinata no era alta, y eso lo heretenido. Incluso para el nio, no era alta, al lado de otras escalinatas quel conoca, a fuerza de verlas todos los das de subirlas y bajarlas, y jugaren los escalones, a las tabas y a otros juegos de los que he olvidado hastael nombre. Qu debera ser pues para el hombre, hecho y derecho?La cada fue casi liviana. Al caer o un portazo, lo que me comunic uncierto alivio, en lo peor de mi cada. Porque eso significaba que no se mepersegua hasta la calle, con un bastn, para atizarme bastonazos, ante lamirada de los transentes. Porque si hubiera sido sta su intencin no

    habran cerrado la puerta, sino que la hubieran dejado abierta, para quelas personas congregadas en el vestbulo pudieran gozar del castigo, ysacar una leccin. Se haban contentado, por esta vez, con echarme, sinms. Tuve tiempo, antes de acomodarme en la burla, de solidificar esterazonamiento.En estas condiciones, nada me obligaba a levantarme en seguida. Installos codos, curioso recuerdo, en la acera, apoy la oreja en el hueco de lamano y me puse a reflexionar sobre mi situacin, situacin, a pesar detodo, habitual. Pero el ruido, ms dbil, pero inequvoco, de la puerta quede nuevo se cierra, me arranc de mi distraccin, en donde ya empezaba aorganizarse un paisaje delicioso, completo, a base de espinos y rosassalvajes, muy onrico, y me hizo levantar la cabeza, con las manosabiertas sobre la acera y las corvas tensas. Pero no era ms que misombrero, planeando hacia m, atravesando los aires, dando vueltas. Locog y me lo puse. Muy correctos, ellos, con arreglo al cdigo de su Dios.Hubieran podido guardar el sombrero, pero no era suyo, sino mo, y melo devolvan. Pero el encanto se haba roto.

    Cmo describir el sombrero? Y para qu? Cuando mi cabeza alcanzsus dimensiones, no dir que definitivas, pero si mximas, mi padre medijo, Ven, hijo mo, vamos a comprar tu sombrero, como si existieradesde el comienzo de los siglos, en un lugar preciso. Fue derecho alsombrero. Yo no tena derecho a opinar, tampoco el sombrerero. Me hepreguntado a menudo si mi padre no se propondra humillarme, si notena celos de m, que era joven y guapo, en fin, rozagante, mientras quel era ya viejo e hinchado y violceo. No se me permitira, a partir de eseda concreto, salir descubierto, con mi hermosa cabellera castaa alviento. A veces, en una calle apartada, me lo quitaba y lo llevaba en lamano, pero temblando. Deba llevarlo maana y tarde. Los chicos de mi

    edad, con quien a pesar de todo me vea obligado a retozar de vez encuando, se burlaban de m. Pero yo me deca, El sombrero es lo demenos, un mero pretexto para enredar sus impulsos, como el brote ms,ms impulsivo del ridculo, porque no son finos. Siempre me hasorprendido la escasa finura de mis contemporneos, a m, cuya alma seretorca de la maana a la noche tan slo para encontrarse. Pero quizfuera una forma de amabilidad, como la de cachondearse del barrign en

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    sus mismsimas narices. Cuando muri mi padre hubiera podidoliberarme del sombrero, nada me lo impeda, pero nada hice. Pero, cmodescribirlo? Otra vez, otra vez.Me levant y ech a andar. No s qu edad poda tener entonces. Lo queacababa de suceder no tena por qu grabarse en mi existencia. No fue nila cuna ni la tumba de nada. Al contrario: se pareca a tantas otras cunas,a tantas otras tumbas, que me pierdo. Pero no creo exagerar diciendo queestaba en la flor de la edad, lo que se llama me parece la plena posesinde las propias facultades. Ah s, poseerlas poseerlas, las posea. Atravesla calle y me volv hacia la casa que acababa de expulsarme, yo, quenunca me volva, al marcharme. Qu bonita era! Geranios en lasventanas. Me he inclinado sobre los geranios, durante aos. Los geranios,qu astutos, pero acab hacindoles lo que me apeteca. La puerta de estacasa, apa sobre su minscula escalinata, siempre la he admirado, contodas mis fuerzas. Cmo describirla? Espesa, pintada de verde, y enverano se la vesta con una especie de funda a rayas verdes y blancas conun agujero por donde sala una potente aldaba de hierro forjado y una

    grieta que corresponde a la boca del buzn que una placa de cueroautomtico protega del polvo, los insectos, las oropndolas. Ya est.Flanqueada por dos pilastras del mismo color, en la de la derecha seincrusta el timbre. Las cortinas respiraban un gusto impecable. Incluso elhumo que se elevaba de uno de los tubos de la chimenea, el de la cocina,pareca estirarse y disiparse en el aire con una melancola especial, y msazul. Mir al tercero y ltimo piso, mi ventana, impdicamente abierta.Era justo el momento de la limpieza a fondo. En algunas horas cerraranla ventana, descolgaran las cortinas y procederan a una pulverizacin deformol. Los conozco. A gusto morira en esta casa. Vi, en una especie devisin, abrirse la puerta y salir mis pies.

    Miraba sin rabia, porque saba que no me espiaban tras las cortinas, comohubieran podido hacer, de apetecerles. Pero les conoca. Todos habanvuelto a sus nichos y cada uno se aplicaba en su trabajo.Sin embargo no les haba hecho nada.Conoca mal la ciudad, lugar de mi nacimiento y de mis primeros pasos,en la vida, y despus todos los dems que tanto han confundido mi rastro.Si apenas sala! De vez en cuando me acercaba a la ventana, apartaba las

    cortinas y miraba fuera. Pero en seguida volva al fondo de la habitacin,donde estaba la cama. Me senta incmodo, aplastado por todo aquel aire,y perdido en el umbral de perspectivas innombrables y confusas. Peroan saba actuar, en aquella poca, cuando era absolutamente necesario.Pero primero levant los ojos al cielo, de donde nos viene la clebreayuda, donde los caminos no aparecen marcados, donde se vagalibremente, como en un desierto, donde nada detiene la vista, dondequiera que se mire, a no ser los lmites mismos de la vista. Por esolevanto los ojos, cuando todo va mal, es incluso montono pero soyincapaz de evitarlo, a ese cielo en reposo, incluso nublado, inclusoplomizo, incluso velado por la lluvia, desde el desorden y la ceguera de laciudad, del campo, de la tierra. De ms joven pensaba que valdra la penavivir en medio de la llanura, iba a la landa de Lunebourg. Con la llanurametida en la cabeza iba a la landa. Haba otras landas ms cercanas, perouna voz me deca, Te conviene la landa de Lunebourg, no me lo pensdos veces. El elemento luna tena algo que ver con todo eso. Pues bien, lalanda de Lunebourg no me gust nada, lo que se dice nada. Volv

    decepcionado, y al mismo tiempo aliviado. S, no s por qu, no me hesentido nunca decepcionado, y lo estaba a menudo, en los primerostiempos, sin a la vez, o en el instante siguiente, gozar de un alivioprofundo.Me puse en camino. Qu aspecto. Rigidez en los miembros inferiores,como si la naturaleza no me hubiera concedido rodillas, sumodesequilibrio en los pies a uno y otro lado del eje de marcha. El tronco,sin embargo, por el efecto de un mecanismo compensatorio, tena laligereza de un saco descuidadamente relleno de borra y se bamboleabasin control segn los imprevisibles tropiezos del asfalto. He intentadomuchas veces corregir estos defectos, erguir el busto, flexionar la rodilla

    y colocar los pies unos delante de otros, porque tena cinco o seis por lomenos, pero todo acababa siempre igual, me refiero a una prdida deequilibrio, seguida de una cada. Hay que andar sin pensar en lo que seest haciendo, igual que se suspira, y yo cuando marchaba sin pensar enlo que haca marchaba como acabo de explicar, y cuando empezaba avigilarme daba algunos pasos bastante logrados y despus caa. Decidabandonarme. Esta torpeza se debe, en mi opinin, por lo menos en parte,

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    a cierta inclinacin especialmente exacerbada en mis aos de formacin,los que marcan la construccin del carcter, me refiero al perodo que seextiende, hasta el infinito, entre las primeras vacilaciones, tras una silla, yla clase de tercero, trmino de mi vida escolar. Tena pues la molestacostumbre, habindome meado en el calzoncillo, o cagado, lo que mesuceda bastante a menudo al empezar la maana, hacia las diez diez ymedia, de empearme en continuar y acabar as mi jornada, como si notuviera importancia. La sola idea de cambiarme, o de confiarme a mamque no buscaba sino mi bien, me resultaba intolerable, no s por qu, yhasta la hora de acostarme me arrastraba, con entre mis menudos muslos,o pegado al culo, quemando, crujiendo y apestando, el resultado de misexcesos. De ah esos movimientos cautos, rgidos y sumamenteespatarrados, de las piernas, de ah el balanceo desesperado del busto,destinado sin duda a dar el pego, a hacer creer que nada me molestaba,que me encontraba lleno de alegra y de energa, y a hacer verosmilesmis explicaciones a propsito de mi rigidez de base, que yo achacaba aun reumatismo hereditario. Mi ardor juvenil, en la medida en que yo

    dispona de tales impulsos, se agot en estas manipulaciones, me volvagrio, desconfiado, un poco prematuramente, aficionado de losescondrijos y de la postura horizontal. Pobres soluciones de juventud, quenada explican. No hay por qu molestarse. Raciocinemos sin miedo, laniebla permanecer.Haca buen tiempo. Caminaba por la calle, mantenindome lo ms cercaposible de la acera. La acera ms ancha nunca es lo bastante ancha param, cuando me pongo en movimiento, y me horroriza importunar adesconocidos. Un guardia me detuvo y dijo, La calzada para losvehculos, la acera para los peatones. Pareca una cita del antiguotestamento. Sub pues a la acera, casi excusndome, y all me mantuve,

    en un traqueteo indescriptible, por lo menos durante veinte pasos, hasta elmomento en que tuve que tirarme al suelo, para no aplastar a un nio.Llevaba un pequeo arns, me acuerdo, con campanillas, deba creerse unpotro, o un perchern, por qu no. Le hubiera aplastado con gusto,aborrezco a los nios, adems le hubiera hecho un favor, pero tema lasrepresalias. Todos son parientes, y es lo que impide esperar. Se debadisponer, en las calles concurridas, una serie de pistas reservadas a estos

    sucios pequeos seres, para sus cochecitos, aros, biberones, patines,patinete, paps, mams, tatas, globos, en fin toda su sucia pequeafelicidad. Ca pues y mi cada arrastr la de una seora anciana cubiertade lentejuelas y encajes y que deba pesar unos sesenta quilos. Susalaridos no tardaron en provocar un tumulto. Confiaba en que se habaroto el fmur, las seoras viejas se rompen fcilmente el fmur, pero no basta, no basta. Aprovech la confusin para escabullirme, lanzandoimprecaciones ininteligibles, como si fuera yo la vctima, y lo era, perono hubiera podido probarlo. Nunca se lincha a los nios, a los bebs,hagan lo que hagan son inocentes a priori. Yo los linchara a todos consuma delicia, no digo que llegara a ponerles las manos encima, no, no soyviolento, pero animara a los dems y les pagara una ronda cuandohubieran acabado. Pero apenas recuper la zarabanda de mis coces ybandazos me detuvo un segundo guardia, parecidsimo al primero, hastael punto de que me pregunt si no era el mismo. Me hizo notar que laacera era para todo el mundo, como si fuera evidente que a m no se mepoda incluir en tal categora. Desea usted, le dije, sin pensar un slo

    instante en Herclito, que descienda al arroyo? Baje si quiere, dijo, perono ocupe todo el sitio. Apunt a su labio superior, que tena por lo menostres centmetros de alto, y sopl encima. Lo hice, creo, con bastantenaturalidad, como el que, bajo la presin cruel de los acontecimientos,exhala un profundo suspiro. Pero no se inmut. Deba estar acostumbradoa autopsias, o exhumaciones. Si es usted incapaz de circular como todo elmundo, dijo, debera quedarse en casa. Lo mismo pensaba yo. Y que meatribuyera una casa, ma, no tena por qu molestarme. En ese momentoacert a pasar un cortejo fnebre, como ocurre a veces. Se produjo unaenorme alarma de sombreros al tiempo que un mariposear de miles ymiles de dedos. Personalmente si me hubiera contentado con persignarme

    hubiera preferido hacerlo como es debido, comienzo en la nariz ombligo,tetilla izquierda, tetilla derecha. Pero ellos con sus roces precipitados eimprecisos, te hacen una especie de crucificado en redondo, sin el menordecoro, las rodillas bajo el mentn y las manos de cualquier manera. Losms entusiastas se inmovilizaron soltando algunos gemidos. El guardia,por su parte se cuadr, con los ojos cerrados, la mano en el kepi. En lasberlinas del cortejo fnebre entrevea gente departiendo animadamente,

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    deban evocar escenas de la vida del difunto, o de la difunta. Me parecehaber odo decir que el atavo del cortejo fnebre no es el mismo enambos casos, pero nunca he conseguido averiguar en qu consiste ladiferencia. Los caballos chapoteaban en el barro soltando pedos como sifueran a la feria. No vi a nadie de rodillas.Pero para nosotros todo va rpido, el ltimo viaje, es intil apresurarse, elltimo coche nos deja, el del servicio, se acab la tregua, las gentesreviven, ojo. De forrna que me detuve por tercera vez, por decisinpropia, y tom un coche. Los que acababa de ver pasar, atestados degente que departa animadamente debieron impresionarmepoderosamente. Es una caja negra grande, se bambolea sobre sus resortes,las ventanas son pequeas, se acurruca uno en un rincn, huele a cerrado.Noto que mi sombrero roza el techo. Un poco despus me inclin haciadelante y cerr los cristales. Despus recuper mi sitio, de espaldas alsentido de la marcha. Iba a adormecerme cuando una voz me sobresalt,la del cochero. Haba abierto la portezuela, renunciando sin duda ahacerse or a travs del cristal. Slo vea sus bigotes. Adnde?, dijo.

    Haba bajado de su asiento exclusivamente para decirme esto. Y yo queme crea ya lejos! Reflexion, buscando en mi memoria el nombre de unacalle, o de un monumento. Tiene usted el coche en venta?, dije. Aad,Sin el caballo. Qu hara yo con un caballo? Y qu hara yo con uncoche? Podra al menos tumbarme? Quin me traera la comida? AlZoo, dije. Es raro que no haya Zoo en una capital. Aad, No vaya ustedmuy de prisa. Se ri. La sola idea de poder ir al Zoo demasiado aprisapareca divertirle. A menos que no fuera la perspectiva de encontrarse sincoche. A menos que fuera simplemente yo, mi persona, cuya presencia enel coche deba metamorfosearlo, hasta el punto de que el cochero, alverme con la cabeza en las sombras del techo y las rodillas contra el

    cristal, haba llegado quiz a preguntarse si aqul era realmente su coche,si era realmente un coche. Echa rpido una mirada al caballo, setranquiliza. Pero sabe uno mismo alguna vez por qu re? Su risa detodas formas fue breve, lo que pareca ponerme fuera del caso. Cerr denuevo la portezuela y subi otra vez al pescante. Poco despus el caballoarranc.

    Pues s, tena an un poco de dinero en aquella poca. La pequeacantidad que me dejara mi padre, como regalo, sin condiciones, a sumuerte, an me pregunto si no me la robaron. Muy pronto me qued sinnada. Mi vida no por eso se detuvo, continuaba, e incluso tal y como yola entenda, hasta cierto punto. El gran inconveniente de esta situacin,que poda definirse como la imposibilidad absoluta de comprar, consisteen que le obliga a uno a espabilarse. Es raro, por ejemplo, cuandorealmente no hay dinero, conseguir que le traigan a uno algo de comer, devez en cuando, al cuchitril. No hay ms remedio entonces que salir yespabilarse, por lo menos un da a la semana. No se tiene domicilio enesas condiciones, es inevitable. De ah que me enterara con cierto retrasode que me estaban buscando, para un asunto que me concerna. Ya no meacuerdo por qu conducto. No lea los peridicos y tampoco tengo ideade haber hablado con alguien, durante estos aos, salvo quizs tres ocuatro veces, por una cuestin de comida. En fin algo debi llegarme, deun modo o de otro si no no me hubiera presentado nunca al ComisarioNidder, hay nombres que no se olvidan, es curioso, y l no me hubiera

    recibido nunca. Comprob mi identidad. Esto le llev un buen rato. Leense mis iniciales de metal en el interior del sombrero, no probabannada pero limitaban al menos las posibilidades. Firme, dijo. Jugaba conuna regla cilndrica, con la que se hubiera podido matar un buey. Cuente,dijo. Una mujer joven, quiz en venta, asista a la conversacin, encalidad de testigo sin duda. Me met el fajo en el bolsillo. Se equivoca,dijo. Tena que haberme pedido que los contara antes de firmar, pens,hubiera sido ms correcto. Dnde le puedo encontrar, dijo, si llega elcaso? Al bajar las escaleras pensaba en algo. Poco despus volva a subir para preguntarle de dnde me vena ese dinero, aadiendo que tenaderecho a saberlo. Me dijo un nombre de mujer, que he olvidado. Quiz

    me haba tenido sobre sus rodillas cuando yo estaba an en paales y lehaba hecho carantoas. A veces basta con eso. Digo bien, en paales, porque ms tarde hubiera sido demasiado tarde, para las carantoas.Gracias pues a este dinero tena todava un poco. Muy poco. Si pensabaen mi vida futura era como si no existiera, a menos que mis previsionespecaran de pesimistas. Golpe contra el tabique situado junto a misombrero, en la misma espalda del cochero si haba calculado bien. Una

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    nube de polvo se desprendi de la guata del forro. Cog una piedra delbolsillo y golpe con la piedra, hasta que el coche se detuvo. Not que nose produjo aminoracin de la marcha, como acusan la mayora de losvehculos, antes de inmovilizarse. No, se par en seco. Esperaba. Elcoche vibraba. El cochero, desde la altura del pescante, deba estarescuchando. Vea el caballo como si lo tuviera delante. No haba tomadola actitud de desnimo que tomaba en cada parada, hasta en las msbreves, atento, las orejas en alerta. Mir por la ventana, estbamos denuevo en movimiento. Golpe de nuevo el tabique, hasta que el coche sedetuvo de nuevo. El cochero baj del pescante echando pestes. Baj elcristal para que no se le ocurriera abrir la portezuela. Ms de prisa, msde prisa. Estaba ms rojo, violeta dira yo. La clera, o el viento de lacarrera. Le dije que lo alquilaba por toda la jornada. Respondi que tenaun entierro a las tres. Ah los muertos. Le dije que ya no quera ir al Zoo.Ya no vamos al Zoo, dije. Respondi que no le importaba adndefuramos, a condicin de que no fuera muy lejos, por su animal. Y se noshabla de la especificidad del lenguaje de los primitivos. Le pregunt si

    conoca un restaurante. Aad, Comer usted conmigo Prefiero estar conun parroquiano, en esos sitios. Haba una larga mesa con una banqueta acada lado de la misma longitud exactamente. A travs de la mesa mehabl de su vida, de su mujer, de su animal, despus otra vez de su vida,de la vida atroz que era la suya, a causa sobre todo de su carcter. Mepregunt si me daba cuenta de lo que eso significaba, estar siempre a laintemperie. Me enter de que an existan cocheros que pasaban la jornada bien calentitos en sus vehculos estacionados, esperando que elcliente viniera a despertarlos. Esto poda hacerse en otra poca, pero hoyhaba que emplear otros mtodos, si se pretenda aguantar hasta finalizarsus das. Le describ mi situacin, lo que haba perdido y lo que buscaba.

    Hicimos los dos lo que pudimos, para comprender, para explicar. lcomprenda que yo haba perdido mi habitacin y que necesitaba otra,pero todo lo dems se le escapaba. Se le haba metido en la cabeza, y nohubo modo de sacrselo, que yo andaba buscando una habitacinamueblada. Sac del bolsillo un peridico de la tarde de la vspera, oquiz de la antevspera, y se impuso el deber de recorrer los anuncios porpalabras, subrayando cinco o seis con un minsculo lapicillo, el mismoque temblaba sobre los futuros agraciados de un sorteo. Subrayaba sin

    duda los que hubiera subrayado de encontrarse en mi lugar o quizs losque se remitan al mismo barrio, por su animal. Slo hubiera conseguidoconfundirle si le dijera que no admita, en cuanto a muebles, en mihabitacin, ms que la cama, y que habra que quitar todos los dems, lamesilla de noche incluida, antes de que yo consintiera poner los pies en elcuarto. Hacia las tres despertamos el caballo y nos pusimos de nuevo enmarcha. El cochero me propuso subir al pescante a su lado, pero desdehaca un rato acariciaba la idea de instalarme en el interior del coche yvolv a ocupar mi sitio. Visitamos, una tras otra, con mtodo supongo, lasdirecciones que haba subrayado. La corta jornada de invierno se precipitaba hacia el fin. Me parece a veces que son stas las nicasjornadas que he conocido, y sobre todo este momento ms encantadorque ninguno que precede al primer pliegue nocturno. Las direcciones quehaba subrayado, o ms bien marcado con una cruz, como hace la gentedel pueblo, las tachaba, con un trago diagonal, a medida que se revelabaninconvenientes. Me ense el peridico ms tarde, obligndome aguardarlo yo entre mis cosas, para estar seguro de no buscar otra vez

    donde ya habamos buscado en vano. A pesar de los cristales cerrados,los chirridos del coche y el ruido de la circulacin, le oa cantar,completamente solo en lo alto de su alto pescante. Me haba preferido aun entierro, era un hecho que durara eternamente. Cantaba. Ella estlejos del pas donde duerme su joven hroe, son las nicas palabras querecuerdo. En cada parada bajaba de su asiento y me ayudaba a bajar delmo. Llamaba a la puerta que l me indicaba y a veces yo desapareca enel interior de la casa. Me diverta, me acuerdo muy bien, sentir de nuevouna casa a mi alrededor, despus de tanto tiempo. Me esperaba en laacera y me ayudaba a subir de nuevo al coche. Empec a hartarme delcochero. Trepaba al pescante y nos ponamos en marcha otra vez. En un

    momento dado se produjo lo siguiente. Se detuvo. Sacud mi somnolenciay articul una postura, para bajar. Pero no vino a abrir la portezuela y aofrecerme el brazo, de modo que tuve que bajar solo. Encenda laslinternas. Me gustan las lmparas de petrleo, a pesar de que son, con lasvelas, y si excepto los astros, lasprimeras luces que conoc. Le preguntsi me dejaba encender la segunda linterna, puesto que l haba encendidoya la primera. Me dio su caja de cerillas, abri el pequeo cristal

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    abombado montado sobre bisagras, encend y cerr en seguida, para quela mecha ardiera tranquila y clara, calentita en su casita, al abrigo delviento. Tuve esta alegra. No veamos nada, a la luz de las linternas,apenas vagamente los volmenes del caballo, pero los dems les vean delejos, dos manchas amarillas lentamente sin amarras flotando. Cuando losarreos giraban se vea un ojo, rojo o verde segn los casos, romboabombado lmpido y agudo como en una vidriera.Cuando verificamos la ltima direccin el cochero me propusopresentarme en un hotel que conoca, en donde yo estara bien. Escoherente, cochero, hotel es verosmil. Recomendado por l no mefaltara nada. Todas las comodidades, dijo, guiando un ojo. Sito estaconversacin en la acera, ante la casa de la que yo acababa de salir.Recuerdo, bajo la linterna, el flanco hundido y blando del caballo y sobrela portezuela la mano del cochero, enguantada en lana. Mi cabeza estabams alta que el techo del coche. Le propuse tomar una copa. El caballo nohaba bebido ni comido en todo el da. Se lo hice notar al cochero que merespondi que su caballo no se repondra hasta que volviera a la cuadra.

    Cualquier cosa que tomara, aunque slo fuera una manzana o un terrnde azcar, durante el trabajo, le producira dolores de vientre y clicosque le impediran dar un paso y que incluso podran matarlo. Por eso sevea obligado a atarle el hocico, con una correa, cada vez que por unarazn o por otra deba dejarle solo, para que no enterneciera el buencorazn de los transentes. Despus de algunas copas el cochero me rogque les hiciera el honor, a l y a su mujer, de pasar la noche en su casa.No estaba lejos. Reflexionando, con la clebre ventaja del retraso, creoque no haba hecho, ese da, sino dar vueltas alrededor de su casa. Vivanencima de una cochera, al fondo de un patio. Buena situacin, yo mehabra contentado. Me present a su mujer, increblemente culona, y nos

    dej. Ella estaba incmoda, se vea, a solas conmigo. La comprenda, yono me incomodo en estos casos. No haba razones para que acabara ocontinuara. Pues que acabe entonces. Dije que iba a bajar a la cochera aacostarme. El cochero protest. Insist. Atrajo la atencin de su mujersobre una pstula que tena yo en la coronilla, me haba quitado elsombrero, por educacin. Hay que procurar quitar eso, dijo ella. Elcochero nombr un mdico a quien tena en gran estima y que le haba

    curado de un quiste en el trasero. Si quiere acostarse en la cochera, dijo lamujer, que se acueste en la cochera. El cochero cogi la lmpara deencima de la mesa y me precedi en la escalera que bajaba a la cochera,era ms bien una escalerilla, dejando a su mujer en la oscuridad. Extendien el suelo, en un rincn, sobre la paja, una manta de caballo, y me dejuna caja de cerillas, para el caso de que tuviera necesidad de ver clarodurante la noche. No me acuerdo lo que haca el caballo entretanto.Tumbado en la oscuridad oa el ruido que haca al beber, es muy curioso,el brusco corretear de las ratas y por encima de m las voces mitigadas delcochero y su mujer criticndome. Tena en la mano la caja de cerillas, unasueca tamao grande. Me levant en la noche y encend una. Su brevellama me permiti descubrir el coche. Ganas me entraron, y me salieron,de prender fuego a la cochera. Encontr el coche en la oscuridad, abr laportezuela, salieron ratas, me met dentro. Al instalarme not en seguidaque el coche no estaba en equilibrio, estaba fijo, con los timonesdescansando en el suelo. Mejor as, esto me permita tumbarme a gusto,con los pies ms altos que la cabeza en la banqueta de enfrente. Varias

    veces durante la noche sent que el caballo me miraba por la ventanilla, yel aliento de su hocico. Desatalajado deba encontrar extraa mi presenciaen el coche. Yo tena fro, olvid coger la manta, pero no lo bastantecomo para levantarme a buscarla. Por lo ventanilla del coche vea la de lacochera, cada vez mejor. Sal del coche. Menos oscuridad en la cochera,entrevea el pesebre, el abrevadero, el arns colgado, qu ms, cubos ycepillos. Fui a la puerta pero no pude abrirla. El caballo me segua con lamirada. As que los caballos no duermen nunca? Pensaba que el cocherotena que haberle atado, al pesebre por ejemplo. Me vi, pues, obligado asalir por la ventana. No fue fcil. Y, qu es fcil? Pas primero lacabeza, tena las palmas de las manos sobre el suelo del patio mientras las

    caderas seguan contornendose, prisioneras del marco de la ventana. Meacuerdo del manojo de hierba que arranqu con las dos manos, paraliberarme.Tena que haberme quitado el abrigo y tirarlo por la ventana, pero no sepuede estar en todo. En cuanto sal del patio pens en algo. La fatiga.Deslic un billete en la caja de cerillas, volv al patio y puse la caja en elreborde de la ventana por la que acababa de salir. El caballo estaba en la

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    ventana. Pero despus de dar unos pasos por la calle volv al patio yrecuper mi billete. Dej las cerillas, no eran mas. El caballo segua en laventana. Estaba hasta aqu del caballo. El alba asomaba dbilmente. Nosaba dnde estaba. Tom la direccin levante, supongo, para asomarmecuanto antes a la luz. Hubiera querido un horizonte marino, o desrtico.Cuando salgo, por la maana, voy al encuentro del sol, y por la noche,cuando salgo, lo sigo, casi hasta la mansin de los muertos. No s por quhe contado esta historia. Igual poda haber contado otra. Por mi vida,veris cmo se parecen.

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    El final

    Me vistieron y me dieron dinero. Yo saba para qu iba a servir el dinero,iba a servir para ponerme de patitas en la calle. Cuando lo hubieragastado debera procurarme ms, si quera continuar. Lo mismo los

    zapatos, cuando estuvieran usados debera ocuparme de que losarreglaran, o continuar descalzo, si quera continuar. Lo mismo lachaqueta y el pantaln, no necesitaban decrmelo, salvo que yo podracontinuar en mangas de camisa, si quera. Las prendaszapatos,calcetines, pantaln, camisa, chaqueta y sombrerono eran nuevas, peroel muerto deba ser poco ms o menos de mi talla. Es decir que l debiser un poco menos alto que yo, un poco menos grueso, porque lasprendas no me venan tan bien al principio como al final. Sobre todo lacamisa, durante mucho tiempo no poda cerrarme el cuello, ni porconsiguiente alzar el cuello postizo, ni recoger los faldones, con unimperdible, entre las piernas, como mi madre me haba enseado. Debi

    endomingarse para ir a la consulta, por primera vez quiz, no pudiendoms. Sea como fuere, el sombrero era hongo, en buen estado. Dije,Tengan su sombrero y devulvanme el mo. Aad, Devulvanme miabrigo. Respondieron que lo haban quemado, con mis dems prendas.Comprend entonces que acabara pronto, bueno, bastante pronto. Intenta continuacin cambiar el sombrero por una gorra, o un fieltro quepudiera doblarse sobre la cara, pero sin mucho xito. Pero yo no podapasearme con la cabeza al aire, en vista del estado de mi crneo. Elsombrero era en principio demasiado pequeo, pero luego se acostumbr.Me dieron una corbata, despus de largas discusiones. Me pareca bonita,pero no me gustaba. Cuando lleg por fin estaba demasiado fatigado para

    devolverla. Pero acab por serme til. Era azul, como con estrillas. Yo nome senta bien, pero me dijeron que estaba bastante bien. No dijeronexpresamente que nunca estara mejor que ahora, pero se sobreentenda.Yaca inerte sobre la cama e hicieron falta tres mujeres para quitarme lospantalones. No parecan interesarse mucho por mis partes que a decirverdad nada tenan de particular. Tampoco yo me interesaba mucho. Perohubieran podido decir cualquier cosita. Cuando acabaron me levant y

    acab de vestirme solo. Me dijeron que me sentara en la cama y esperara.Toda la ropa de cama haba desaparecido. Me indignaba el hecho de queno hubieran permitido esperar en el lecho familiar y no as de pie, en elfro, en estas ropas que olan a azufre. Dije, Me podan, haber dejado enmi cama hasta el ltimo momento.Entraron hombres con batas, con mazos en la mano. Desmontaron lacama y se llevaron las piezas. Una de las mujeres les sigui y volvi conuna silla que coloc ante m. Haba hecho bien en mostrarme indignado.Pero para demostrarles hasta qu punto estaba indignado por no habermedejado en mi cama mand la silla a hacer puetas de una patada. Unhombre entr y me hizo una sea para que le siguiera. En el vestbulo medio un papel para firmar. Qu es esto, dije, un salvoconducto? Es unrecibo, dijo, por la ropa y el dinero que ha recibido usted. Qu dinero?Dije. Fue entonces cuando recib el dinero. Pensar que haba estado apunto de marcharme sin un cntimo en el bolsillo. La cantidad no eragrande, comparada con otras cantidades, pero a m me pareca grande.Vea los objetos familiares, compaeros de tantas horas soportables. El

    taburete, por ejemplo, ntimo como el que ms. Las largas tardes juntos,esperando la hora de irme a la cama. Por un momento sent que meinvada su vida de madera hasta no ser yo mismo ms que un viejopedazo de madera. Haba incluso un agujero para mi quiste. Despus enel cristal el sitio en donde se haba raspado el esmalte y por donde en lashoras de congoja yo deslizara la vista, y rara vez en vano. Se lo agradezcomucho, dije, hay una ley que le impide echarme a la calle, desnudo y sinrecursos? Eso nos perjudicada, a la larga, respondi l. No hay medio deque me admitan todava un poco, dije, yo poda ser til. til, dijo, deverdad estara dispuesto a ser til? Despus de un momento continu, Sile creyeran a usted realmente dispuesto a ser til, le admitiran, estoy

    seguro. Cuntas veces haba dicho que iba a ser til, no iba a empezarotra vez. Qu dbil me senta! Este dinero, dije, quiz quieranrecuperarlo y cobijarme todava un poco. Somos una institucin decaridad, dijo, y el dinero es un regalo que le hacemos cuando se va.Cuando lo haya gastado debe procurarse ms, si quiere continuar. Novuelva nunca aqu pase lo que pase, porque ya no le admitiramos. Nuestras sucursales le rechazaran igualmente. Exelmans! exclam.

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    Vamos, vamos, dijo, adems no se le entiende ni la dcima parte de loque dice. Soy tan viejo, dije. No tanto, dijo. Me permite que me quedeaqu un momentito, dije, hasta que cese la lluvia? Puede usted esperar enel claustro, dijo, la lluvia no cesar en todo el da. Puede usted esperar enel claustro hasta las seis, ya oir la campana. Si le preguntan no tiene msque decir que tiene usted permiso para guarecerse en el claustro. Qunombre debo decir?, dije. Weir, dijo.No llevaba mucho tiempo en el claustro cuando la lluvia ces y el solapareci. Estaba bajo y deduje que seran cerca de las seis, teniendo encuenta la poca del ao. Me qued all mirando bajo la bveda el sol quese pona tras el claustro. Apareci un hombre y me pregunt qu haca.Qu desea? eso dijo. Muy amable. Respond que tena permiso del seorWeir para quedarme en el claustro hasta las seis. Se fue, pero volvi enseguida. Debi hablar con el seor Weir en el intervalo, porque dijo, Nodebe usted quedarse en el claustro ahora que ya no llueve.Ahora avanzaba a travs del jardn. Haba esa luz extraa que cierra unajornada de lluvia persistente, cuando el sol aparece y el cielo se ilumina

    demasiado tarde para que sirva ya para algo. La tierra hace un ruido comode suspiros y las ltimas gotas caen del cielo vaciado y sin nubes. Unnio, tendiendo las manos y levantando la cabeza hacia el cielo azul,pregunt a su madre cmo era eso posible. Vete a la mierda, dijo ella. Meacord de pronto que haba olvidado pedir al seor Weir un pedazo de pan. Seguramente me lo hubiera dado. Lo pens, durante nuestraconversacin, en el vestbulo. Me deca, Acabemos primero lo que nosestamos diciendo, luego se lo preguntar. Yo saba perfectamente que nome readmitiran. A gusto hubiera desandado el camino, pero tema queuno de los guardianes me detuviera dicindome que nunca volvera a veral seor Weir. Lo que hubiera aumentado mi pesar. Por otra parte no me

    volva nunca en esos casos.En la calle me encontraba perdido. Haca mucho tiempo que no habapuesto los pies en esta parte de la ciudad y la encontr muy cambiada.Edificios enteros haban desaparecido, las empalizadas haban cambiadode sitio y por todas partes vea en grandes letras nombres de comerciantesque no haba visto en ninguna parte y que incluso me hubiera costadopronunciar. Haba calles que no recordaba haber visto en su actual

    emplazamiento, entre las que recordaba varias haban desaparecido y porltimo otras haban cambiado completamente de nombre. La impresingeneral era la misma de antao. Es verdad que conoca muy mal laciudad. Era quizs una ciudad completamente distinta. No saba dnde sesupona que deba ir lgicamente. Tuve la enorme suerte, varias veces, deevitar que me aplastaran. Estaba siempre dispuesto a rer, con esa risaslida y sin malicia que tan buena es para la salud. A fuerza de conservarel lado rojo del cielo lo ms posible a mi derecha llegu por fin al ro.All todo pareca, a primera vista, ms o menos tal y como lo habadejado. Pero mirando con ms atencin hubiera descubierto muchoscambios sin duda. Eso hice ms tarde. Pero el aspecto general del ro,fluyendo entre sus muelles y bajo sus puentes, no haba cambiado. El roen particular me daba la impresin, como siempre, de correr en el malsentido. Todo esto son mentiras, me doy perfecta cuenta. Mi banco estabaan en su sitio. Se le haba excavado segn la forma del cuerpo sentado.Se encontraba junto a un abrevadero, regalo de una tal seora Maxwell alos caballos de la ciudad, conforme la inscripcin. Durante el tiempo que

    me qued all varios caballos sacaron provecho del regalo. Oa los hierrosy el clic clac del arns. Despus el silencio. Era el caballo quien memiraba. Despus el ruido de guijarros arrastrados en el barro que hacenlos caballos al beber. Despus otra vez el silencio. Era el caballo quienme miraba otra vez. Despus otra vez los guijarros. Despus otra vez elsilencio. Hasta que el caballo hubo acabado de beber o el carreteroconsider que haba bebido suficiente. Los caballos no estabantranquilos. Una vez, cuando ces el ruido, me volv y vi el caballo queme miraba. El carretero tambin me miraba. La seora Maxwell sehubiera puesto muy contenta si hubiera podido ver a su abrevadero prestar tales servicios a los caballos de la ciudad. Llegada la noche,

    despus de un crepsculo muy largo, me quit el sombrero que me hacadao. Deseaba estar otra vez encerrado, en un sitio hermtico, vaco ycaliente, con luz artificial una lmpara de petrleo a ser posible, cubiertacon una pantalla rosa preferentemente. Vendra alguien de vez en cuandoa asegurarse que me encontraba bien y no necesitaba nada. Haca muchotiempo que no haba tenido verdaderas ganas de algo y el efecto sobre mfue horrible.

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    En los das siguientes visit varios inmuebles, sin mucho xito.Normalmente me cerraban la puerta en las narices, incluso cuandoenseaba mi dinero, diciendo que pagara una semana por adelantado, oincluso dos. Ya poda yo exhibir mis mejores maneras, sonrer y hablarcon toda precisin, no haba acabado an con mis cumplidos cuando mecerraban la puerta en las narices. Perfeccion en esta poca una forma dedescubrirme a la vez digna y corts, sin bajeza ni insolencia. Haca

    deslizar gilmente mi sombrero hacia delante, lo mantena un momentocolocado de tal forma que no se poda ver mi crneo, despus con elmismo deslizamiento lo volva a poner en su sitio. Hacer esto connaturalidad, sin provocar una impresin desagradable, no es fcil. Cuandoconsideraba que bastara con tocarme el sombrero, naturalmente melimitaba a tocarme el sombrero. Pero tocarse el sombrero no es fciltampoco. Ms tarde resolv el problema, de capital importancia en laspocas difciles, llevando un viejo kep britnico y saludando a lo militar,no, falso, en fin, no lo s, conservaba mi sombrero despus de todo.Jams comet la falta de lleva medallas. Ciertas mujeres tenan tanta

    necesidad de dinero que me dejaban pasar en seguida y me enseaban lahabitacin. Pero no pude entenderme con ninguna. Finalmente consegualojarme en un stano. Con aquella me entend rpidamente. Misfantasas, ese trmino emple, no le daban miedo. Insisti si embargo enhacer la cama y limpiar la habitacin un vez por semana, en lugar de unavez al mes, como yo le haba pedido. Me dijo que durante la limpieza,que sera rpida, podra esperar en el patinillo de al lado. Aadi, conmucha comprensin, que nunca me echara con mal tiempo. Aquellamujer era griega, creo, o turca. Nunca hablaba de s misma. Yo tena en lacabeza que era viuda o al menos abandonada. Ten un acento extrao. Yyo tambin, a fuerza de asimilar las vocales y suprimir las consonantes.

    Ahora ya no saba dnde estaba, tena una vaga imagen, ni siquiera, novea nada, de una enorme casa de cinco o seis pisos. Me pareca queformaba cuerpo con otras casas. Llegu al crepsculo y no prest a losalrededores la atencin que quiz les hubiera dedicado de sospechar queiban a cerrarse sobre m. No deba por decirlo as esperar ms. Es ciertoque cuando sal de esta casa haca un tiempo radiante, pero yo no mirabanunca hacia atrs al irme. Deb leerlo en alguna parte, cuando era

    pequeo y todava lea, que vala ms no volver la cabeza al marcharse. Ysin embargo me sorprenda hacindolo. Pero incluso sin contar con estome parece que deb ver algo al irme. Pero el qu? Recuerdo solamentemis pies que salan de mi sombra uno tras otro. Los zapatos se habanresquebrajado y el sol acusaba las grietas del cuero.Estaba bien en esta casa, debo decirlo. Aparte algunas ratas estaba solo enel stano. La mujer observaba nuestra convivencia lo mejor posible. Traa

    hacia medioda una bandeja llena de comida y se llevaba el de la vspera.Traa al mismo tiempo una palangana limpia. Tena un asa enorme pordonde meta el brazo, conservando as las dos manos libres para llevar labandeja. Despus ya no la vea sino por azar cuando asomaba la cabezapara asegurarse de que no haba ocurrido nada. No necesitaba afectoafortunadamente. Desde mi cama vea los pies que iban y venan por laacera. Ciertas tardes, cuando haca buen tiempo y me senta con nimos,me iba con la silla al patinillo y miraba entre las faldas de las quepasaban. Ms de una pierna se me hizo as familiar. Una vez mand abuscar una cebolla azafranada y la plant en el patinillo sombro, en un

    bote viejo. Deba ser por primavera, no eran las condiciones ptimasprobablemente. Dej el bote fuera, atado a un cordel que pasaba por laventana. Por la tarde, cuando haca buen tiempo, un hilo de luz trepaba alo largo del muro. Me instalaba entonces frente a la ventana y tiraba delcordel, para mantener el bote a la luz, y al calor. No deba ser muycmodo, no acabo de entender cmo me las arreglaba. No eran lascondiciones ptimas probablemente. Reverdeci, pero nunca tuvo flores,apenas un tallo macilento provisto de hojas clorticas. Me hubieraalegrado tener un azafrn amarillo o un jacinto, pero la cosa es que no ibaa cumplirse. Ella quera llevrselo, pero yo le dije que lo dejara. Queracomprarme otro, pero le dije que no quera otro. Lo que ms me crispaba

    eran los gritos de los vendedores de peridicos. Pasaban corriendo todoslos dias, gritando el nombre de los peridicos e incluso las noticiassensacionales. Los ruidos que venan de la casa me crispaban menos. Unania, o era un nio? cantaba todas las tardes a la misma hora en algnlugar encima de m. Durante mucho tiempo no consegui coger laspalabras. Extraas palabras para una nia, o un nio. Era una cancin demi espiritu, o vena sencillamente de fuera? Era una especie de nana, me

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    parece. A m me dorma a menudo. Era a veces una nia la que vena.Tena largos cabellos rojos que colgaban en dos trenzas. No saba quinera. Correteaba un poco por la habitacin, despus se iba sin habermedirigido la palabra. Un da recibi la visita de una agente de policia. Dijoque estaba bajo vigilancia, sin explicarme por qu. Equvoco, eso es, medijo que yo era equvoco. Le dej hablar. No se atreva a detenerme. Oquiz fuera buena persona. Un cura tambin, un da recib la visita de un

    cura. Le inform que perteneca a una rama de la iglesia reformada. Mepregunt qu clase de pastor me gustara ver. Se condena uno, en laiglesia reformada, sin remedio. Era quiz buena persona. Me dijo que leavisara si alguna vez necesitaba un servicio. Un servicio! Se present yme explic dnde podra encontrarle. Debera haberlo apuntado.Un da la mujer me hizo una proposicin. Dijo que tena necesidadurgente de dinero en metlico y que si yo poda proporcionarle unadelanto de seis meses me reducira el alquiler del cuarto durante este perodo. No creo que me equivoque mucho. Esto tena la ventaja dehacerme ganar seis semanas (?) de estancia y el inconveniente de agotar

    casi todo mi pequeo capital. Pero se poda llamar a esto uninconveniente? No me iba a quedar de todas formas hasta el ltimocntimo, y ms all an, hasta que ella me echara? Le di el dinero y mehizo un recibo.Una maana, poco despus de la transaccin, me despert un hombre queme sacuda por el hombro. No podan ser ms de las once. Me rog queme levantara y abandonara su casa inmediatamente. Era muy pulcro,debo decirlo. Me dijo que su extraeza slo encontraba parangn con lama. Era su casa. Su patrimonio. La turca se haba marchado la vspera.Pero si la he visto anoche, dije. Debe estar usted en un error, dijo, porqueme llev las llaves, a mi oficina, ayer por la maana lo ms tarde. Pero si

    acabo de entregarle un anticipo de seis meses de alquiler, dije. Que se lodevuelva, dijo. Pero si ignoro su nombre, dije, por no hablar de sus seas.Ignora usted su nombre? dijo. Debi creer que menta. Estoy enfermo,dije, no puedo marcharme as sin previo aviso. No es para tanto, dijo.Propuso ir a buscar un taxi, o una ambulancia, si prefera. Dijo quenecesitaba la habitacin, inmediatamente, para su cerdo, cogiendo fro enuna carretilla, ante la puerta, y vigilado nicamente por un chaval que ni

    siquiera conoca y que estara probablemente hacindole picias. Preguntsi no me podra ceder otro sitio, apenas un rincn donde poder tumbarme,el tiempo de sobreponerme y de tomar mis disposiciones. Dijo que nopoda. No es que sea mala persona, aadi. Podra vivir aqu con el cerdo,dije, me ocupara de l. Largos meses de calma, deshechos en uninstante! Calma, calma, dijo, no se abandone, ale, hop, de pie, basta.Despus de todo aquello no le importaba. Haba sido realmente paciente.

    Debi visitar el stano mientras yo dorma.Me senta dbil. Deba estarlo. La luz resplandeciente me aturda. Unautobs me transport, al campo. Me sent en un prado, al sol. Pero meparece que esto era mucho ms tarde. Dispuse hojas bajo mi sombrero encrculo, para procurarme sombra. Acab por encontrar un montn deestircol. Al da siguiente reemprend el camino de la ciudad. Meobligaron a bajarme de tres autobuses. Me sent al borde de la carretera,al sol, y me sequ la ropa. Me gustaba. Me deca, Nada, nada que hacerahora hasta que est seca. Cuando estuvo seca la cepill con un cepillo,una especie de almohaza me parece, que encontr en un establo. Los

    establos me han resultado siempre acogedores. Despus me llegu hastala casa en donde mendigu un vaso de leche y pan con mantequilla.Puedo descansar en el establo? dije. No, dijeron. Yo apestaba an, perocon una fetidez que me agradaba. La prefera con mucho a la ma, que seocultaba ahora bajo la nueva hediondez, sintindola slo a vaharadas. Enlos das siguientes trat de recuperar mi dinero. No s exactamente cmosucedi, si es que no pude encontrar la direccin, o si la direccin noexista, o si la griega ya no estaba all. Busqu el recibo en mis bolsillos,para intentar descifrar el nombre. No estaba. Ella lo haba recuperadoquiz mientras yo dorma. No s durante cunto tiempo circul as,descansando unas veces en un sitio, otras en otro, en la ciudad y en el

    campo. La ciudad haba sufrido cambios. El campo tampoco era ya comolo recordaba. El efecto general era el mismo. Un da vi a mi hijo. Con unacartera bajo el brazo apresuraba el paso. Se quit el sombrero y se incliny vi que era calvo como un huevo. Estaba casi seguro de que era l. Mevolv para seguirle con la mirada. Avanzaba a toda marcha, con susandares de pato, ofreciendo a derecha y a izquierda saludos con elsombrero y otras muestras de servilismo. El insoportable hijo de puta.

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    Un da encontr a un hombre que conociera en poca anterior. Viva enuna caverna al borde del mar. Tena un burro que trotaba por elacantilado, o en los minsculos senderos agrietados que descienden haciael mar. Cuando haca muy mal tiempo el burro entraba con su amo en lacaverna y all se abrigaba, mientras duraba la tempestad. Haban pasadomuchas noches juntos, apretados el uno contra el otro, mientras el vientobramaba y el mar azotaba la playa. Gracias al burro poda abastecer de

    arena, de algas y de conchas a los habitantes de la ciudad, para susjardincillos. No poda transportar mucha cantidad de una vez, porque elburro era viejo, pequeo tambin, y la ciudad estaba lejos. Pero ganabaas un poco de dinero, lo suficiente para comprar tabaco y cerillas y devez en cuando una libra de pan. Fue en una de sus salidas cuando meencontr, en los suburbios. Estaba encantado de volver a verme, el pobre.Me suplic que le acompaara a su casa y pasara all la noche. Qudatetodo el tiempo que quieras, dijo. Qu le pasa a tu burro? dije. No lehagas caso, dijo, es que no te conoce. Le record que no tena costumbrede quedarme con nadie ms de dos o tres minutos seguidos y que me

    horrorizaba el mar. Pareca abrumado. Entonces no vienes, dijo. Pero antemi propia extraeza me mont en el burro y arre, a la sombra de loscastaos que brotaban con furia de la acera. Me agarr a las vrtebras dela cerviz, una mano luego otra. Los nios nos abucheaban y nos tirabanpiedras, pero apuntaban mal porque slo me alcanzaron una vez, en elsombrero. Un guardia nos detuvo, y nos acus de turbar el orden pblico.Mi amigo le record que ramos tal y como la naturaleza haba acabadopor hacernos y que los nios estaban en el mismo caso. Era inevitable, enesas condiciones, que el orden pblico resultara turbado de vez encuando. Djenos continuar nuestro camino, dijo, y el orden sereestablecer automticamente, en su sector. Atajamos por los caminos

    apacibles de la antiplanicie, blancos de polvo, con los matojos de espinoy de fucsia y los linderos franjeados de hierba silvestre y de margaritas.Cay la noche. El burro me llev hasta la boca de la caverna, porque yono hubiera podido seguir, en la oscuridad, el sendero que bajaba hacia elmar. Despus volvi a subir a sus pastizales.No s cunto tiempo me qued all. Se estaba bien en la caverna, debodecirlo. Me trat mis ladillas con agua de mar y algas, pero un buen

    nmero de larvas debieron sobrevivir. Me cur el crneo con compresasde alga, lo que me hizo un bien enorme, pero pasajero. Me tumbaba en lacaverna y a veces miraba hacia el horizonte. Vea por encima una granextensin palpitante, sin islas ni promontorios. Por la noche una luziluminaba la caverna, a intervalos regulares. Fue all donde encontr mifrasquito, en el bolsillo. No se haba roto, el cristal no era autnticocristal. Crea que el seor Weir me lo haba quitado todo. El otro estaba

    fuera la mayor parte del tiempo. Me daba pescado. Es fcil para unhombre, cuando lo es de verdad, vivir en una caverna, lejos de todos. Meinvit a quedanme todo el tiempo que me apeteciera. Si prefiriera estarsolo me acondicionara encantado otra caverna, un poco ms lejos. Metraera comida todos los das y vendra de vez en cuando a asegurarse quemarchaba bien y no necesitaba nada. Era buena persona. Yo nonecesitaba bondad. No conocers por casualidad una caverna lacustre?dije. Soportaba mal el mar, sus chapoteos, temblores, mareas yconvulsividad general. El viento al menos se calma a veces. Las manos ylos pies me hormigueaban. El mar me impeda dormir, durante horas.

    Aqu pronto me voy a poner enfermo, dije, y qu habr conseguidoentonces? Te vas a ahogar, dijo. S, dije, o me arrojar al acantilado. Y yoque no podra vivir en otra parte, dijo, en mi cabaa de la montaa eramuy desgraciado. Tu cabaa en la montaa? dije. Repiti la historia desu cabaa en la montaa, la haba olvidado, era como si la oyera porprimera vez. Le pregunt si la conservaba todava. Respondi que no lahaba vuelto a ver desde el da en que sali huyendo, pero que la creaan en el mismo sitio, un poco deteriorada sin duda. Pero cuando insistipara que cogiera la llave, me negu, dicindole que tena otros proyoctos.Siempre me encontrars aqu, dijo, si alguna vez me necesitas. Ah lagente. Me dio su cuchillo.

    Lo que l llamaba su cabaa era una especie de barraca de madera. Habaarrancado la puerta, para hacer fuego, o con cualquier otro fin. La ventanaya no tena cristales. El techo se haba hundido por varios sitios. Elinterior estaba dividido, por los restos de un tabique, en dos partesdesiguales. Si haba tenido muebles nada quedaba ya. Se habanentregado a los actos ms viles, en el suelo y sobre las paredes.Excrementos poblaban el suelo, de hombre, de vaca, de perro, as como

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    preservativos y vomitonas. En una boiga haban trazado un corazn,atravesado por una flecha. No ofreca sin embargo una perspectivaarmnica. Descubr vestigios de ramos abandonados. Vorazmentearrancados, arrastrados durante largas horas, acabaron por tirarlos, pesados, o ya marchitos. Esta era la habitacin de la que me habanofrecido la llave.En su conjunto la escena era la ya familiar de grandeza y desolacin.

    Era a pesar de todo un techo. Descansaba sobre un jergn de helechosque yo mismo recog con mil trabajos. Un da no pude levantarme. Lavaca me salv. Aguijoneada por la niebla glacial vena a cobijarse. No erasin duda la primera vez. No deba verme. Trat de mamarla, sin muchoxito. Sus tetas estaban cubiertas de excrementos. Me quit el sombrero yme puse a ordearla dentro, acudiendo a mis ltimas fuerzas. La leche sederramaba por el suelo, pero me dije, No importa, es gratis. La vaca mearrastr por la tierra, detenindose tan slo de vez en cuando parapropinarme una coz. No saba que nuestras vacas podan tambin portarsemal. Debieron ordearla recientemente. Agarrndome con una mano a la

    teta, con la otra mantena el sombrero en su sitio. Pero acab por hartarse.Porque me arrastr atravesando el umbral hasta los helechos gigantes ychorreantes, donde me vi obligado a soltar la presa.Bebiendo la leche me reproch lo que acababa de hacer. Ya no podracontar con la vaca y ella pondra a las dems al corriente. Con mscontrol sobre m mismo hubiera podido hacerme amigo de ella. Hubieravenido todos los das seguida quizs de otras vacas. Hubiera aprendido ahacer mantequilla, queso. Pero me dije, No, todo se andar.Una vez en la carretera no tena ms que seguir la pendiente. Carretaspronto, pero todas me rechazaron. Si hubiera tenido otras ropas, otra cara,se me hubiera admitido quiz. Deb cambiar desde mi expulsin del

    stano. La cara en especial haba debido alcanzar un aspectodecididamente climatrico. La sonrisa humilde e ingenua ya no meapareca, ni la expresin de miseria cndida, penetrada de estrellas ycohetes. Las llamaba, pero ya no venan. Mscara de viejo cuero sucio ypeludo, no quera ya decir por favor y gracias y perdn. Era una lstima.Con qu iba yo a bandearme, en el futuro? Tumbado al borde de lacarretera me dedicaba a contorsionarme cada vez que oa venir una

    carreta. Para que no imaginaran que dorma, o descansaba. Trataba degemir, Socorro! Pero el tono que brotaba era el de la conversacincorriente. Ya no poda gemir. La ltima vez que haba necesitado gemirlo haba hecho, bien, como siempre, y eso en la ausencia de cualquiercorazn susceptible de ser partido. En qu iba a convertirme? Me dije.Volver a aprender. Me tumb de un lado a otro del camino, en un sitiodonde se estrechaba, de forma que las carretas no podan pasar sin

    pasarme por encima, con una rueda al menos, o con dos si tena cuatro.Al urbanista de la barba roja, le haban quitado la vescula biliar, una faltagrave, y tres das despus mora, en la flor de la edad. Pero lleg el da enque, mirando a mi alrededor, me encontr en los suburbios, y de aqu alos viejos mbitos no haba ms que un paso, ms all de la estpidaesperanza de calma o de dolor ms tenue.Me tap pues la parte baja de la cara con un trapo y fui a pedir limosna enun rincn soleado. Porque me pareca que mis ojos no se haban apagadodel todo, gracias quizs a las gafas negras que mi preceptor me diera. Mehaba dado la tica de Geulincz. Eran gafas de hombre, yo era un nio.

    Le encontraron muerto, desplomado en el W. C., con las ropas en undesorden terrible, fulminado por un infarto. Ah qu calma. La ticallevaba su nombre (Ward) en primera pgina, las gafas le habanpertenecido. El puente, en aquella poca, era de hilo de latn, de la claseque se emplea para sujetar los cuadros y los grandes espejos, y dos largascintas negras servan de baranda. Las enroscaba alrededor de las orejas ylas abata bajo la barbilla, donde las ataba. Los cristales haban sufrido, afuerza de frotarse en el bolsillo uno contra otro y contra los demsobjetos que all se encontraran. Yo crea que el seor Weir me lo habacogido todo. Pero yo ya no necesitaba esas gafas y no me las pona msque para suavizar el resplandor del sol. No debera haber hablado de ello.

    El trapo me hizo mucho dao. Acab cortndolo del forro de mi abrigo,no, ya no tena abrigo, de mi chaqueta entonces. Era un trapo ms biengris, o incluso escocs, pero me daba por satisfecho. Hasta la tardemantena la cara levantada hacia el cielo del medioda, despus hacia elde poniente hasta la noche. El platillo de madera me hizo mucho dao.No poda utilizar el sombrero, por mi crneo. En cuanto a tender la mano,ni pensarlo. Me procur pues una lata de hierro blanco y la sujet a un

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    botn de mi abrigo, pero qu me pasa, de mi chaqueta, al nivel del pubis. No se mantena derecha, se inclinaba respetuosamente hacia eltransente, no haba ms que dejar caer la moneda. Pero esto le obligabaa aproximarse mucho, se arriesgaba a tocarme. Acab procurndome unalata ms grande, una especie de gran lata, y la coloqu sobre la acera, amis pies. Pero las gentes que dan una limosna no les agrada tirarla, esegesto tiene algo de desprecio que repugna a los sensibles. Sin contar con

    que deben apuntar. Quieren dar, pero no les gusta que la moneda seescape dando vueltas bajo los pies de los transentes, o bajo las ruedas delos vehculos, donde cualquiera puede cogerla. En resumen: no dan. Loshay evidentemente que se agachan, pero en general a la gente que da unalimonsa no le agrada que ello le obligue a agacharse. Lo que realmenteprefieren es ver al mendigo de lejos, preparar el penique, soltarlo en plenamarcha y or el Dios se lo pague debilitado por el alejamiento. Yo nodeca eso, yo no he sido nunca muy creyente, ni nada que se le parezca,pero lanzaba de todos modos un ruido, con la boca. Acab procurndomeuna especie de tablilla que me sujetaba con cordel al cuello y a la cintura.Sobresala precisamente a la altura justa, la del bolsillo, y su borde estabalo suficientemente apartado de mi persona para poder depositar el bolosin peligro. Poda verse a veces en ella flores, ptalos, espigas, y briznasde esa hierba que se aplica a las hemorroides, en fin lo que encontraba.No las buscaba, pero todas las cosas bonitas de este tipo que me caan a lamano, las guardaba para la tablilla. Se poda creer que yo amaba lanaturaleza. Miraba al cielo, la mayor parte del tiempo, pero sin fijarlo.Era una mezcla normalmente de blanco, azul y gris, y por la tarde venana aadirse otros colores. Lo senta pesando con suavidad sobre mi cara,frotaba la cara balancendola de un lado a otro. Pero a menudo dejabacaer la cabeza sobre el pecho. Entonces entrevea la tablilla a lo lejos,

    borrosa y abigarrada. Me apoyaba en la pared, pero sin el menor relajo,equilibraba mi peso de un pie al otro y me agarraba con las manos lassolapas de la chaqueta. Mendigar con las manos en los bolsillos, da malefecto, indispone a los trabajadores, sobre todo en invierno. No hay nuncatampoco que llevar guantes. Haba chicos que, simulando darme una perra, arramplaban con todo lo que haba ganado. Para comprarsecaramelos. Me desabrochaba, discretamente, para rascarme. Me rascabade abajo arriba, con cuatro uas: Me hurgaba en los pelos, para

    calmarme. Ayudaba a pasar el tiempo, el tiempo pasaba cuando merascaba. El verdadero rascado es superior al meneo, en mi opinin, ypuede durar mucho, hasta los cincuenta, e incluso mucho despus, peroacaba por convertirse en una simple costumbre. Para rascarme no tenabastante con las dos manos. Tena en todas partes, en mis partes, en lospelos hasta el ombligo, bajo los brazos, en el culo, placas de eczema y depsoriasis que poda poner al rojo con slo pensar en ellas. Era en el culo

    donde ms satisfaccin obtena. Introduca el ndice, hasta el metacarpo.Si despus deba defecar, me haca un dao de perros. Pero apenasdefecaba ya. De vez en cuando pasaba un avin, poco rpidamente mepareca. Me suceda a menudo, al acabar la jornada, encontrar los bajosdel pantaln mojados. Deban ser los perros. Yo ya apenas meaba. Si porazar me entraban ganas, las calmaba introduciendo un trapito en labragueta. Una vez en mi puesto, no lo abandonaba hasta la noche. Yo yaapenas coma, Dios cuidaba de mi sustento. Despus del trabajocompraba una botella de leche que beba por la noche en la cochera. Enrealidad le encargaba a un chico que la comprara, siempre el mismo, a mno queran servirme, no s por qu. Le daba un penique por el servicio.Un da asist a una escena extraa. Normalmente no vea gran cosa. Nooa gran cosa tampoco. No me fijaba. En el fondo no estaba all. En elfondo creo que no he estado nunca en ninguna parte. Pero ese da debvolver. Desde haca ya algn tiempo me incordiaba un ruido. No buscabala causa, porque me deca, Va a cesar. Pero como no cesaba no tuve msremedio que buscar la causa. Era un hombre subido al techo de unautombil, arengando a los transentes. Al menos fue as como entend lacosa. Berreaba tan fuerte que retazos de su discurso llegaban hasta m.Unin... hermanos... Marx... capital... bifteck... amor. No entenda nada.El coche se haba detenido junto a la acera, ante m, yo vea al orador de

    espaldas. De repente se volvi y me cuestion. Mirad ese pingajo, esedesecho. Si no se pone a cuatro patas es porque teme el vergajo. Viejo,piojoso, podrido, al cubo de la basura. Y hay miles como l, peores quel, diez mil, veinte mil. Una voz, Treinta mil. El orador continu,Todos los das pasan delante de vosotros y cuando habis ganado a lascarreras soltis una perra gorda. Os dais cuenta? La voz, No. Claro queno, continu el orador, eso forma parte del decorado. Un penique, dos

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    peniques. La voz, Tres peniques. No se os ocurre nunca pensar,continu el orador, que tenis enfrente la esclavitud, el embrutecimiento,el asesinato organizado, que consagris con vuestros dividendoscriminales. Mirad este torturado, este pellejo. Me diris que es culpasuya. Preguntadle a ver si es culpa suya. La voz, Pregntaselo t.Entonces se inclin hacia m y me apostrof. Yo haba perfeccionado mitablilla. Consista ahora en dos trozos unidos por bisagras, lo que me

    permita, una vez acabado el trabajo, plegarla y llevarla bajo el brazo, megustaba hacer chapucillas. Me quit el trapo, me meta en el bolsillo lasescasas monedas que haba ganado, desat los cordones de mi tablilla, laplegu y me la puse bajo el brazo. Pero habla, pedazo de inmolado!vocifer el orador. Despus me fui, aunque fuera an de da. Pero engeneral el rincn era tranquilo, animado sin ser bullicioso, prspero yconveniente. Aqul deba ser un fantico religioso, no encontraba otraexplicacin. Se haba quiz escapado de la jaula. Tena una carasimptica, un poco coloradota. No trabajaba todos los das. Apenas tena gastos. Consegua inclusoahorrar un poco, para los ultimsimos das. Los das en que no trabajabame quedaba tumbado en la cochera. Situada al borde del ro, en unapropiedad particular, o que lo haba sido. Esta propiedad, cuya entrada principal daba sobre una calle sombra, estrecha y silenciosa, estabarodeada por un muro, menos naturalmente por el lado del ro, quemarcaba su lmite septentrional, sobre una longitud de treinta pasos ms omenos. De frente, sobre la otra orilla, se extendan an los muelles,despus un apelmazamiento de casas bajas, terrenos baldos,empalizadas, chimeneas, flechas y torres. Se vea tambin una especie decampo de maniobras donde soldados jugaban al ftbol, todo el ao. Slolas ventanas no. La propiedad pareca abandonada. La verja estaba

    cerrada. La hierba invada los senderos. Slo las ventanas del piso bajotenan persianas. Las dems se iluminaban a veces por la noche,dbilmente, unas veces una, otras la otra, tena esa impresin. Poda sercualquier reflejo. El da en que adopt la cochera encontr un bote, laquilla al aire. Le di la vuelta, lo rellen con piedras y pedazos de madera,quit los bancos y me hice la cama. Las ratas se las vean negras parallegar hasta m, por la inclinacin de la quilla. Muchas ganas tenan sin

    embargo. Fjate, carne viviente, porque yo era a pesar de todo carneviviente, haca demasiado tiempo que viva entre las ratas, en misalojamientos improvisados, para que tuviera una vulgar fobia. Tenaincluso una especie de simpata por ellas. Venan con tanta confianzahacia m, se dira que sin la menor repugnancia. Se hacan la tualet, congestos de gato. Los sapos, s, por la tarde, inmviles durante horas,engullen moscas. Se colocan en sitios en donde lo cubierto pasa al

    descubierto, les gustan los umbrales. Pero se trataba de ratas de aguas, deuna delgadez y de una ferocidad excepcionales. Constru pues, con tablassueltas, una tapadera. Es formidable la de tablas que he podido encontraren mi vida, cada vez que tena necesidad de una tabla all estaba, no habams que agacharse. Me gustaba hacer chapuzas, no, no mucho, as as.Recubr el bote completamente, hablo ahora otra vez de la tapadera. Loempuj un poco hacia atrs, entraba en el bote por delante, gateaba hastala parte de atrs, levantaba los pies y empujaba la tapa hacia delante hastaque me cubra del todo. El empuje se ejerca sobre un travesao ensaliente fijado tras la tapa a este efecto, me gustaban las chapucillas. Peroera preferible entrar en el bote por detrs, sacar la tapa sirvindome de lasdos manos hasta que me cubriera del todo y empujarlo en el mismosentido cuando quisiera salir. Como apoyo para mis manos coloqu dosgrandes clavos, all donde haca falta. Estos pequeos trabajos decarpintera, si es posible llamarlos as, ejecutados con instrumentos ymateriales improvisados, no me disgustaban. Saba que acabara pronto, yrepresentaba la comedia, verdad, la decmo llamarla, no lo s. Meencontraba bien en el bote, debo decirlo. Mi tapadera se ajustaba tan bienque tuve que hacerle un agujero. No hay que cerrar los ojos, dejarlosabiertos en la oscuridad, esa es mi opinin. No hablo del sueo, hablo delo que se llama me parece estado de vigilia. Por otra parte yo dorma muy

    poco en aquella poca, no tena ganas, o tena muchsimas ganas, no los, o tena miedo, no lo s. Tumbado de espaldas no vea nada, apenasvagamente, justo por encima de mi cabeza, a travs de los minsculosagujeritos, la claridad gris de la cochera. No ver nada en absoluto, no, esdemasiado. Oa solamente los gritos de las gaviotas que revoloteabanmuy cerca, alrededor de la boca de los sumideros. En un hervoramarillento, si tengo buena memoria, las inmundicias se vertan al ro, los

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    pjaros revoloteaban por encima, chillando de hambre y de clera. Oa elchapoteo del agua contra el embarcadero, contra la orilla, y el otro ruido,tan diferente, de la ondulacin libre, lo oa tambin. Yo, cuando medesplazaba, era menos barco que onda, por lo que me pareca, y misparones eran los de los remolinos. Esto puede parecer imposible. Lalluvia tambin, la oa a menudo. A veces una gota, atravesando el techode la cochera, vena a explotar sobre m. Todo abocaba a un ambiente

    ms bien lquido. El viento aada su voz, no hay que decirlo, o quizms bien las tan variadas de sus juguetes. Pero qu es todo esto?Zumbidos, alaridos, gemidos y suspiros. Yo hubiera preferido otra cosa,martillazos, pan, pan, pan, asestados en el desierto. Me tiraba pedos, escosa sabida, pero difcilmente seco, salan con un ruido de bomba, sefundan en el gran jams. No s cunto tiempo me qued all. Estaba bienen mi caja, debo decirlo. Me pareca haber adquirido independencia enlos ltimos aos. Que nadie viniera ya, que nadie pudiera ya venir, apreguntarme si marchaba bien y si no necesitaba nada, apenas ya medola. Me encontraba bien, claro que s, perfectamente, y el miedo deencontrarme peor se dejaba apenas sentir. En cuanto a mis necesidades,se haban en alguna medida reducido a mis dimensiones y, bajo el puntode vista cualitativo, tan super-refinadas que toda ayuda resultabaexcluida, desde ese ngulo. Saberme existir, por muy dbil y falsamenteque fuera, por fuera de m, tena en otra poca la virtud de conmoverme.Se convierte uno en un salvaje, forzosamente. A veces se pregunta uno siestamos en el buen planeta. Incluso las palabras te dejan, con eso estdicho todo. Es el momento quiz en que los vasos dejan de comunicar, yasabes, los vasos. Se est aqu siempre entre los dos rumores, sin duda essiempre el mismo pedazo, pero cspita nadie lo dira. Me ocurra amenudo querer correr la tapadera y salir del bote, sin conseguirlo, tan

    perezoso y dbil estaba, y muy en el fondo donde me encontraba. Losenta todo cerca, las calles glaciales y tumultuosas, las caras aterradoras,los ruidos que cortan, penetran, desgarran, contusionan. Esperabaentonces que las ganas de cagar, o de mear al menos, me dieran fuerzas.No quera ensuciar mi nido! Lo que me suceda sin embargo, e inclusocada vez ms a menudo. Me bajaba los pantalones arquendome, mevolva un poco de lado, lo justo para despejar el agujero. Labrarse un

    reino, en medio de la mierda universal, para despus cagarse encima, eramuy mo. Eran yo, mis inmundicias, es cosa sabida, pero an as. Basta,basta, las imgenes, aqu estoy abocado a ver imgenes, yo que nunca lasvi, salvo a veces cuando dorma. Creo que no las haba visto nunca, enpuridad. De pequen quiz. Mi mito lo quiere as. Saba que eranimgenes, puesto que era de noche y estaba solo en mi bote. Qu podaser aquello si no? Estaba pues en mi bote y me deslizaba sobre las aguas.

    No tena que remar, el reflujo me llevaba. Adems no vea remos, habandebido llevrselos. Yo tena una tabla, un trozo de banco quiz, queutilizaba cuando me acercaba demasiado a la orilla o cuando veaacercarse un montn de detritus o una chalupa. Haba estrellas en el cielo,grato. No vea el tiempo que haca, no tena fro ni calor y todo parecatranquilo. Las orillas se alejaban cada vez ms, lgico, ya no las vea.Raras y dbiles luces marcaban la separacin creciente. Los hombresdorman, los cuerpos recuperaban fuerzas para los trabajos y alegras delda siguiente. El bote no se deslizaba ya, saltitos, zarandeado por lasolitas del alta mar incipiente. Todo pareca tranquilo y sin embargo laespuma se colaba por la borda. El aire libre me rodeaba ahora por todaspartes, no tena ms que el abrigo de la tierra, y poca cosa es, el abrigo dela tierra, en esas condiciones. Vea los faros, hasta un total de cuatro,pertenecientes a un barco-faro. Los conoca bien, de pequen ya losconoca. Por la tarde, estaba con mi padre sobre un promontorio, mecoga de la mano. Hubiera deseado que me atrajese hacia s, en un gestode amor protector, pero en eso estaba pensando. Me enseaba igualmentelos nombres de las montaas. Pero para acabar con las imgenes, veatambin las luces de las boyas, parecan llenarlo todo, rojas y verdes,incluso ante mi extraeza amarillas. Y en el flanco de la montaa, queahora desgajada se alzaba tras la ciudad, los incendios pasaban del oro al

    rojo, del rojo al oro. Yo saba muy bien lo que era, era la retama quearda. Yo mismo cuntas veces habra encendido el fuego, con unacerilla, siendo pequeo. Y mucho ms tarde, de vuelta a casa, antes deacostarme, miraba desde mi alta ventana el incendio que haba prendido.En esta noche pues, plagada de dbiles parpadeos, en el mar, en tierra yen el cielo, bogaba a merced de la marea y las corrientes. Not que misombrero estaba atado, por un cordoncillo sin duda, a mi botonadura. Me

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    levant del banco, en la parte de atrs del bote, y un enrgico campanilleose hizo or. Era la cadena que, fijada a la parte de alante, acababa deenrollarse alrededor de mis caderas. Deb desde el principio practicar unagujero en las tablas del fondo, porque aqu me tenis de rodillasintentando soltarlo, con la ayuda del cuchillo. El agujero era pequeo y elagua subira lentamente. Todava una media hora, en total, salvoimprevistos. Sentado de nuevo en la popa, con las piernas estiradas y la

    espalda bien apoyada contra el saco relleno de hierba que me serva decojn, me tragu el calmante. El mar, el cielo, la montaa, las islas,vinieron a aplastarme en un sstole inmenso, despus se apartaron hastalos lmites del espacio. Pens dbilmente y sin tristeza en el relato quehaba intentado articular, relato a imagen de mi vida, quiero decir sin elvalor de acabar ni la fuerza de continuar.

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    Compaa

    Una voz alcanza a alguien en la obscuridad. Imaginar.Una voz alcanza a alguien de espaldas en la obscuridad. La espalda parano nombrarlo sino a l el ya mencionado y la manera en que cambia laobscuridad cuando l abre los ojos y tambin cuando los cierra. Slo

    puede verificarse una mnima parte de lo que se dice. Como por ejemplocuando l escucha, T ests de espaldas en la obscuridad. En ste caso lno puede sino admitir lo que se dice. Pero de lejos la mayor parte de loque se dice no puede verificarse. Como por ejemplo cuando escucha, Tnaciste tal y tal da. A veces sucede que las dos se combinan como porejemplo, T naciste tal y tal da y ahora ests de espaldas en laobscuridad. Truco que tal vez intenta hacer repercutir sobre lairrefutabilidad de la otra. Esa es entonces la proposicin. A alguien deespaldas en la obscuridad una voz desmenuza un pasado. Cuestintambin por momentos de un presente y rara vez de un futuro. Como porejemplo, T acabars tal como eres. En otra obscuridad o en la misma

    otra. Imaginando todo para acompaarse. Silencio de inmediato.El empleo de la segunda persona es obra de la voz. El de la tercera la delotro. Si l pudiera hablar a quien y de quien habla la voz habra unatercera. Pero l no puede. l no lo har. T no puedes. T no lo hars.Aparte de la voz y del dbil rumor de su respiracin ningn ruido. Por lomenos que l pueda escuchar. El dbil rumor de su respiracin se lo dice.Aunque ahora menos que nunca interesado en las preguntas l no puede aveces sino preguntarse si es a l y de l que habla la voz. No habrasorprendido una comunicacin destinada a otro? Si est slo de espaldasen la obscuridad por qu la voz no lo dice? Por qu no dice nunca porejemplo, T naciste tal y tal da y ahora ests slo de espaldas en la

    obscuridad? Por qu? Tal vez con el nico fin de provocar en su interiorese vago sentimiento de incertidumbre y malestar.Tu nimo siempre poco activo lo es ahora ms que nunca. Ese es el tipode afirmacin que l admite de buen grado. T naciste tal y tal da y tunimo siempre poco activo lo es ahora menos que nunca. Es necesaria sinembargo como ayuda para la compaa una cierta actividad de espritupor dbil que sea. Es por lo que la voz no dice, T ests de espaldas en la

    obscuridad y tu espritu no tiene ninguna actividad de ninguna clase. Lavoz por s sola acompaa pero insuficientemente. Su efecto sobre elauditor es un complemento necesario. No fuera sino bajo la forma delvago sentimiento de incertidumbre y malestar antes mencionado. Peroincluso puesta aparte la cuestin de la compaa es evidente que un efectoas se impone. Porque si l slo debiera escuchar la voz y sta no tuvierams efecto sobre l que una palabra en bant o en erso no hara mejor en

    callarse? A menos que ella se proponga en tanto que ruido en estado purotorturar a un ansioso de silencio. O evidentemente como antes se habaconjeturado que ella no estuviera destinada a otro.Nio sales de la carnicera-salchichonera Connolly de la mano de tumadre. Dan la vuelta a la derecha y avanzan en silencio sobre la carreterahacia el sur. Cien pasos ms all giran al interior y emprenden la largasubida que lleva a la casa. Caminan en silencio en el aire tibio y dulce delverano. Est avanzada la tarde y al cabo de un rato el sol aparece encimade la montaa. Levantando los ojos al azul del cielo y enseguida a la carade tu madre rompes el silencio preguntndole si en realidad no estmucho ms alejado de lo que parece. El cielo se entiende. El cielo azul.Al no recibir respuesta reformulas mentalmente tu pregunta y algunospasos ms lejos de nuevo levantas los ojos hasta su rostro y le preguntassi no parece mucho menos lejano de lo que est en realidad. Por algunarazn que jams has podido explicarte esa pregunta debi exasperarla.Porque dej colgando tu mano y te hizo una respuesta hirienteinolvidable.Si no es a l al que habla la voz es forzosamente a otro. As con lo que lequeda de razn razona. A otro distinto de este otro. O de l. O de otroincluso. A otro distinto de este otro o de l o de otro incluso. A alguien deespaldas en la obscuridad en todo caso. De alguien de espaldas en la

    obscuridad ya sea el mismo u otro. As con lo que le queda de raznrazona y razona equivocadamente. Porque si no es a l al que habla la vozsino a otro es forzosamente de ese otro del que habla y no de l ni deningn otro. Porque habla en segunda persona. Si no es de l a quienhabla que habla no hablara en segunda persona sino en tercera. Porejemplo, l naci tal y tal da y ahora est de espaldas en la obscuridad.Es entonces evidente que si no es a l al que habla la voz sino a otro

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    tampoco es de l sino de ese otro y de ningn otro. As con lo que lequeda de razn razona equivocadamente. Para acompaarse debe mostraruna cierta actividad mental. Pero no necesita brillar. Incluso se podraadelantar que mientras menos brilla mejor resulta. Hasta cierto punto.Mientras menos brilla le es ms fcil tener compaa. Hasta cierto punto.T naciste en la recmara donde probablemente fuiste concebido. El granventanal daba al oeste y a la montaa. Sobre todo al oeste. Ya que como

    era curvo daba tambin un poco hacia el norte y hacia el sur.Necesariamente. Un poco hacia el sur con la montaa todava y un pocohacia el norte donde se perda en la llanura. El partero no era otro que elinternista Haddon o Hadden. Bigote gris fibroso y con el aire acorralado.Como era da de fiesta tan pronto haba terminado su desayuno tu padresali de la casa provisto de un cuarto de scotch y un paquete de sussandwiches preferidos de yema de huevo para un paseo en la montaa.No haba en esto nada extrao. Pero esa maana el nico incentivo no erasu amor por los paseos a pie y la naturaleza salvaje. Porque se aada laaversin que le inspiraban los dolores y otros aspectos poco agradablesdel parto. En consecuencia los sandwiches que hacia el medioda al haberalcanzado la primera cima sabore a la sombra de una gran roca frente almar. T puedes imaginarte sus pensamientos antes y despus mientras seabra paso entre brezales y retamas. Regres a casa a la cada de la nochey prefiriendo entrar por la puerta de servicio se enter con asombro porboca de la criada que el parto estaba en su apogeo. El mismo que llevababuen paso mucho antes de su salida unas diez horas antes. Sin vacilarcorri al garage al fondo del jardn donde guardaba su De Dion Bouton.Cerr la puerta tras l y salt al lugar del conductor. T puedesimaginarte sus pensamientos mientras estaba ah al volante en laobscuridad no sabiendo qu pensar. A pesar de su fatiga y de sus pies

    adoloridos estaba a punto de salir otra vez por el campo bajo la jovenluna cuando la criada lleg corriendo para anunciarle que por fin todohaba terminado. Terminado!Viejo avanzas con pequeos pasos lentos por un angosto camino depueblo. Saliste al alba y ahora es de tarde. nico ruido en el silencio el detus pasos. Oyes cada uno y mentalmente lo aades a la suma siemprecreciente de los anteriores. Te detienes con la cabeza baja al borde de la

    cuneta y conviertes en metros. A razn en la actualidad de dos pesos pormetro. Tantos desde el alba para aadir a los del da anterior. A los delao anterior. A los de los aos anteriores. Tiempos tan distintos del presente y tan semejantes. El enorme total en kilmetros. En leguas.Cuntas veces ya la vuelta al mundo? Inmvil tambin a tu lado duranteestos clculos la sombra de tu padre. En sus viejas ropas de vagabundo.En fin juntos adelante de cero otra vez.

    La voz lo alcanza tanto de un lado como de otro. Ya mitigada por lalejana ya susurrada al odo. En el curso de una sola y misma frase puedecambiar de lugar y de volumen. As por ejemplo con claridad de arriba dela cara volteada, T naciste un da de Pascua y ahora. Despus susurradoal odo, T ests de espaldas en la obscuridad. O evidentemente alcontrario. Otra caracterstica sus largos silencios donde l casi se atreve aesperar que ella haya dicho su ltima palabra. Asimismo ejemplo conclaridad de arriba de la cara volteada, T naciste el da en que el Salvadormuri y ahora. Luego mucho tiempo despus sobre su nueva esperanza elmurmullo, T ests de espaldas en la obscuridad. O evidentemente alcontrario.Otra caracterstica la repeticin. Eternamente apenas cambiada la mismahace tanto. Como para inducirlo a como d lugar a hacerlo suyo. Paraconfesar, S yo recuerdo. Incluso tal vez para tener una voz. Paramurmurar, S yo recuerdo. Qu ayuda para la compaa sera esto. Unavoz en primera persona del singular murmurando de tarde en tarde, S yorecuerdo.Una vieja mendiga medio ciega lucha con una entrada de jardn. Tconoces bien el lugar. Sorda como una tapia y con la cabeza perdida elama de casa est lo mejor posible con tu madre. Estaba segura de podervolar alguna vez por los aires. Tanto que un da se lanz por una ventana

    del primer piso. Es de regreso del jardn de nios sobre tu triciclo que vesa la pobre vieja luchando con la entrada. Bajas y le abres. Ella te bendice.Cules eran sus palabras? Que Dios te lo pague mhijito. En ese estilo.Que Dios te cuide mhijito.Voz dbil aun al mximo de su fuerza. Refluye lentamente hasta loslmites de lo audible. Despus lentamente regresa a su dbil mximo. Concada lento reflujo nace lentamente la esperanza de que muera. l debe

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    saber que ella regresar. Lo que no impide que con cada lento reflujonazca lentamente la esperanza de que muera.l gan poco a poco la obscuridad y el silencio y se tendi. Al cabo de untiempo muy largo as con lo que le quedaba de razn los juzgdefinitivamente. Y entonces un da la voz. Un da! En fin. Y entonces enfin la voz diciendo, T ests de espaldas en la obscuridad. Esas susprimeras palabras. Larga pausa para que l pueda creerle a sus odos y de

    nuevo las mismas. Enseguida la promesa de ya no acabar hasta que elodo. T ests de espaldas en la obscuridad y esa voz no desaparecerhasta que desaparezca el odo. O quizs mejor cuando l estaba tirado enla penumbra y los ruidos se hacan raros eso fue poco a poco el silencio yla obscuridad. Tal vez la compaa ganara algo con eso. Porque quruidos de tarde en tarde? De dnde la claridad?T ests parado en el borde de un trampoln alto. Lejos por encima delmar. En ste el rostro volteado de tu padre. Volteado hacia ti. T vezabajo el querido rostro amigo. l te grita que saltes. Grita, Valor! La cararedonda y roja. El grueso bigote. Los cabellos grises. El oleaje la sumergey la regresa a flote. Todava el lejano llamado, Valor! El mundo te mira.Desde el agua lejana. Desde la tierra firme.Un ruido de cuando en cuando. Qu bendicin un recurso as. En elsilencio y la obscuridad cerrar los ojos y escuchar un ruido. Un objetocualquiera que deja su lugar por su ltimo lugar. Una cosa blanda queblandamente se mueve para ya no tener que moverse. Cerrar los ojos a laobscuridad visible y no escuchar sino eso. Una cosa blanda queblandamente se mueve para ya no tener que moverse.La voz despide una luz. La obscuridad se aclara el tiempo que ella habla.Se condensa cuando refluye. Se aclara cuando regresa a su dbil mximo.Se restablece cuando se calla. T ests de espaldas en la obscuridad. Ah

    si tus ojos hubieran estado abiertos habran visto un cambio.De dnde claridad? Qu compaa en la obscuridad. Cerrar los ojos ytratar de imaginarlo. De dnde hace tanto tiempo la claridad? Ningnorigen en apariencia. Como si apenas luminiscente todo su pequeovaco. Qu poda ver l entonces arriba de su rostro volteado? Cerrar losojos en la obscuridad y tratar de imaginarlo.

    Otra caracterstica el tono apagado. Sin vida. Mismo tono apagadosiempre. Para sus afirmaciones. Para sus negaciones. Para susinterrogaciones. Para sus exclamaciones. Para sus exhortaciones. Tfuiste hace tanto. T nunca fuiste. Fuiste alguna vez? Oh no haber sidonunca! S de nuevo. Mismo tono apagado.Puede moverse? Se mueve? Debe moverse? Cmo ayudara eso.Cuando la voz desfallece. Un movimiento cualquiera por pequeo que

    fuera. Aunque no fuera sino una mano que se cierra. O que se abre sicerrada al principio. Cmo ayudara eso en la obscuridad. Cerrar los ojosy ver esta mano. Cierra ofrecido llenando todo el horizonte. Las lneas.Los dedos que lentamente se doblan. O se extienden si doblados alprincipio. Las lneas de ese viejo hueco.Claro que est el ojo. Ocupando todo el horizonte. El velo que lentamentebaja. O sube si bajado al principio. El globo. Slo pupila. Dilatadaverticalmente. Oculta. Descubierta. Oculta de nuevo. Descubierta denuevo.Y si despus de todo l hablara. Por dbil que fuera. Qu ayuda sera esopara la compaa. T ests de espaldas en la obscuridad y algn davolvers a hablar. Algn da! En fin. En fin hablars de nuevo. S yorecuerdo. Ese fui yo. Ese fui yo entonces.T ests solo en el jardn. Tu madre est en la cocina preparndose paramerendar con Madame Coote. Haciendo las tartas con mantequilla delgrueso de una lmina. Atrs de un matorral observas la llegada deMadame Coote. Mujercita enjuta y agria. Tu madre le responde diciendo,Juega en el jardn. Subes hasta lo alto de un gran abeto. Te quedas allarriba escuchando todos los ruidos. Luego te tiras. Las grandes ramasrompen tu cada. Las agujas. Permaneces un instante de cara a la tierra.Luego vuelves a subir al rbol. Tu madre responde a Madame Coote

    diciendo, Ha estado odioso.Qu siente l con lo que le resta de sentimiento a propsito de ahora conrelacin a antes? Cuando con lo que le restaba de razn juzg su estadodefinitivo. Lo mismo que preguntar lo que entonces con relacin a antessenta a propsito de entonces. Como entonces no haba antes del mismomodo que no hay ahora.

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    En la misma obscuridad o en otra otro imaginando todo paraacompaarse. Voz aparentemente clara a primera vista. Pero bajo el ojoque la observa se enreda. Incluso ms se detiene el ojo ms ella se enreda.Hasta que el ojo se cierra y libre otro tanto la cabeza puede preguntarse,Qu quiere decir eso? Qu quiere decir eso que a primera vista parecaclaro? Hasta que ella tambin se cierra para decirlo de ese modo. Comose cerrara la ventana de una pieza obscura y vaca. La nica ventana

    sobre el obscuro exterior. Despus nada ms. No. Desgraciadamente no.Resplandores agonizantes todava y sobresaltos. Informulablessobresaltos del espritu. Inextinguibles.Ningn lugar en particular sobre el camino de A a Z. O para mayorverosimilitud el camino de Ballyogan. Cabeza sumida en tus cuentas alborde de la cuneta. A la izquierda las primeras pendientes. Frente a lospastos. A la derecha y un poco hacia atrs la sombra de tu padre. Tantasveces ya la vuelta al mundo. Abrigo hace mucho verde gastado de arribaa abajo de vejez y mugre. Bombn abollado hace tanto amarillo y botinestodava buenos. En camino desde el alba y ya la tarde. Terminado elclculo los dos adelante de cero otra vez. Derecho por Stepaside. Perobruscamente corren a travs del seto y desaparecen cojeando hacia el estea travs de los campos.Ya que por qu o? Por qu en otra obscuridad o en la misma? Y quinlo pregunta? Y quin pregunta, Quin lo pregunta? Y responde, Aqulque l sea el que imagina todo. En la misma obscuridad que su criatura oen otra. Para tener compaa. Quin pregunta a fin de cuentas, Quinpregunta? Y a fin de cuentas responde como aqu arriba. Aadiendo muyquedo mucho tiempo despus, A menos que ese no sea otro de nuevo.Ningn sitio qu encontrar. Ningn sitio qu buscar. Lo impensableltimo. Innombrable. Toda ltima persona. Yo Silencio de inmediato.

    La luz que haba entonces. Sobre tu espalda en la obscuridad la luz quehaba entonces Claridad sin nubes ni sol. T te eclipsas al levantar el day trepas a tu escondite al lado de la colina. Un nido en la retama. Por eleste ms all del mar el contorno apenas de altas montaas. Una distanciade setenta millas segn tu manual de geografa. Por tercera o cuarta vezen tu vida. La primera vez las incluiste y te alegraste. T no habras vistosino nubes. Tanto que desde entonces lo guardas en el corazn con lo

    dems.