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Mónica Durán Mañas – La poesía en época imperial

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LA POESÍA EN ÉPOCA IMPERIAL

ISBN: 978-84-9822-993-6

Mónica DURÁN MAÑAS

[email protected]

THESAURUS: época imperial, poesía imperial, prosa imperial, literatura cristiana.

OTROS ARTÍCULOS RELACIONADOS CON EL TEMA EN LICEUS: La literatura helenística e imperial: características generales. RESUMEN O ESQUEMA DEL ARTÍCULO:

1. Introducción

2. Poesía lírica

3. Poesía epigramática

4. Poesía didáctica

5. Poesía épica

6. Poesía dramática

7. Poesía cristiana

8. Bibliografía

1. Introducción

La que hoy llamamos literatura imperial era, hasta hace relativamente poco,

englobada junto con la helenística bajo la denominación de literatura postclásica. Sin

embargo, a partir de la acuñación por Johann Gustav Droysen (1808-1884) del término

“helenismo” para delimitar la época helenística (323 a. C-30 a. C.), la producción

literaria desde la caída de Alejandría el año 30 a. C. hasta la clausura de la escuela

platónica de Atenas por Justiniano en el 529 d. C. dio en llamarse literatura imperial.

A grandes rasgos podemos decir que se trata de una etapa de decadencia

para el mundo heleno en la que Roma se convierte en el centro de atención, al tiempo

que Grecia pierde paulatinamente su entidad política hasta convertirse en la provincia

senatorial de Acaya en el año 27 a. C. Con todo, tanto griegos como romanos eran

conscientes de la superioridad cultural griega, idea manifiesta en expresiones como la

de Horacio en su Epístola a los Pisones (II 1, 156): Graecia capta ferum victorem

cepit... De hecho, también otros autores, entre los que destaca Cicerón, se afanaron

en adaptar a la lengua latina los nuevos conceptos procedentes de las ciencias

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griegas, lo cual es un signo manifiesto de la admiración que los romanos sentían

respecto de la cultura helena.

Es también en esta época cuando la capital del mundo griego pasa a Corinto y

las ciudades griegas de Asia Menor se convierten en centros importantes de la vida

cultural, mientras que Atenas ya sólo conserva el prestigio cultural de su glorioso

pasado. En las ciudades se desarrolla una burguesía cuya actividad principal se centra

en torno al comercio y a la agricultura, si bien tampoco carece de un ferviente interés

por los aspectos culturales, según testimonia la poesía votiva y funeraria de gran

número de inscripciones. Al tiempo, el sistema tributario romano agrava la situación

económica de los más pobres acentuando, en consecuencia, las diferencias sociales.

En tiempos de Vespasiano (69-79), el crecimiento demográfico disminuye y se

producen numerosas migraciones hacia Roma, hecho que acelera la decadencia. En

este primer periodo de transición entre la época helenística y la imperial, la coiné culta

entra en desuso, mientras la poesía se llena de sentimentalismo y el arte se reviste de

una tendencia cada vez más moralizante. Los influjos orientales penetran por doquier

y se desarrollan actividades relacionadas con la magia y la superstición, aunque

paralelamente el cristianismo comienza a cobrar una importancia vital en el nuevo

mundo.

En términos generales, la época imperial se caracteriza por la

instrumentalización política de la cultura. En este sentido, Adriano y los emperadores

filohelenos del s. II impulsaron un renacimiento cultural del clasicismo –con los s. V-IV

a. C. por modelo– que provocó una mejora entre la población griega hasta que el

edicto de Caracalla del año 212 concedió la ciudadanía romana a todos los habitantes

libres del Imperio. Con la fundación de Constantinopla, Atenas recobró algo de

prestigio en la esfera cultural. No obstante, el mundo romano se encontraba ya en

plena crisis, situación que no refleja la literatura griega pagana, demasiado aferrada a

la tradición clásica. En el año 425 Teodosio reformó la Universidad de Constantinopla

convirtiéndola en un importante centro de saber y en el 529 el decreto de Justiniano

cerró definitivamente la Academia de Atenas, heredera de la platónica, dando paso a

la época bizantina.

Como es natural, la literatura acompañó este cambio generalizado. Las formas

y los motivos literarios tradicionales continuaron, pero se estancaron en los referentes

del pasado de forma que, aunque los textos conservados no carecen de vigor,

tampoco denotan una pretensión innovadora. Además, en estos momentos, la cultura

se hallaba indefectiblemente vinculada al cristianismo y el griego era la lengua de la

nueva religión, de tal manera que irrumpe en la literatura una nueva temática que

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adopta posturas de apoyo u oposición a la nueva religión. De la época precedente se

cultivaron, sobre todo, los géneros en prosa –retórica, novela, biografía, epistolografía,

etc.–, mientras que la producción poética, si bien debió de ser ingente, no gozó del

interés del público culto. Además, algunas formas como el encomio o el himno

pasaron a escribirse en prosa. En efecto, apenas podemos rastrear de esta época

pinceladas de lo que fue, por ejemplo, la epigramática y no podemos decir que se

creara ningún género poético nuevo, aunque es verdad que hubo algunos atisbos

innovadores como el epigrama satírico de Lucilio, que influirá enormemente en

Marcial, o los poemas anacíclicos de Nicodemo de Heraclea. En cuanto a la métrica,

de modo general, vemos que el trímetro yámbico, más adecuado a la nueva

acentuación, se impone sobre las antiguas formas del hexámetro hasta el punto de

que, por ejemplo, un tal Mariano (ca. 500 a. C.) transformó en trímetros la obra

hexamétrica de no pocos poetas alejandrinos como Teócrito, Apolonio y Arato. Con

todo, el afán innovador de época helenística se ve ahora reducido a experimentos

métricos, acertijos y juegos rebuscados y artificiosos. Así, de Balbila, cortesana del s.

II, conservamos unos poemas en dialecto lesbio inscritos en el coloso de Memnón y

hallamos acrósticos en el Altar de Besantino, al igual que en Dionisio Periegeta, en los

papiros 15 y 1795 de Oxirrinco e incluso en textos cristianos.

2. Poesía lírica

Acerca de la poesía lírica, poco podemos decir, pues debió de cultivarse bien

poco en comparación con las épocas precedentes. No obstante, a juzgar por lo

conservado, este tipo de poesía fue evolucionando a la par que el ambiente de las

distintas etapas de la época imperial. Se repiten los viejos temas como el lamento por

la vejez de Posidipo de Tebas (s. I) en dísticos elegíacos algo torpes que conocemos

gracias a unas tablillas. De los antiguos géneros, fue tal vez la poesía hímnica la más

desarrollada tanto en los ambientes cultos como en los más llanos y, a juzgar por las

inscripciones, había en época helenística e imperial gremios de himnodas que

sustituyeron a los antiguos coreutas. En esta poesía influida por la lírica culta

convergen ahora elementos populares y rituales: por ejemplo, las colecciones

epidáuricas nos han legado algunos himnos de época imperial, en su mayoría

anónimos que atestiguan todavía cultos a deidades tradicionales, si bien con un

contenido de nueva orientación religiosa donde se destacan los aspectos más

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populares de las antiguas deidades. A fines del s. I. a. C. pertenece el anónimo Himno

a todos los dioses (Mass, nº 1) de Epidauro del que se conservan 15 versos. Asimismo

anónimo es el Himno a la madre de los dioses (Maas, nº 3) de Epidauro, aunque hay

quienes como Maas sugieren la autoría de Telesila (s. V), mientras otros como Koster

se inclinan más bien hacia la hipótesis de un poeta arcaizante del 150 d. C. Por último,

podemos citar el anónimo Himno a Asclepio (Mass, nº 7) de Epidauro, ya del s. II d. C.

En pleno renacimiento de las tendencias neoplatónicas y neopitagóricas, se

desarrolla una amplia producción de tono místico, el Libro de los himnos órficos, que

toma su nombre del mítico Orfeo y que se originó probablemente en Pérgamo o en

algún lugar de Asia Menor. Se trata de 87 poemas con unos 1100 versos y lengua

épica a divinidades diversas, no sólo órficas sino también olímpicas y otras menos

conocidas, en su mayoría hexamétricos, que testimonian el sincretismo religioso

característico de la época. Siguen aproximadamente la misma estructura –invocación,

alabanzas a la divinidad y petición de protección y ayuda–, lo cual no indica

forzosamente la misma autoría. Con todo, su calidad poética deja mucho que desear,

pues sólo podemos decir que es poesía desde el punto de vista formal.

De la misma época, conservamos íntegras las Argonáuticas Órficas, poema

atribuido a Orfeo de 1376 hexámetros, que retoma la leyenda de Apolonio, pero donde

es Orfeo el narrador de la expedición en una alegoría del viaje del alma. De fecha

incierta, aunque también tardía, es el incompleto y anónimo Sobre las virtudes de las

hierbas, que influirá notoriamente en la Edad Media.

El poema Líticas (s. IV) de 774 hexámetros se atribuye asimismo a Orfeo, pese

a no presentar nada propiamente órfico, pues habla de las virtudes de las piedras. En

realidad parece tratarse de la adaptación en verso de un tratado del s. II d. C. atribuido

al mago Damigeron.

Pero también nos ha llegado algo de la poesía himnódica imperial de autoría

conocida. Entre sus cultivadores contamos con un liberto cretense llamado

Mesomedes (s. II) que se dedicó igualmente a la composición de otros poemas de

variada temática, métrica y lengua. Entre ellos conservamos dos sobre relojes solares,

una fábula y una ékphrasis o descripción de una esponja. Algo posterior es otro

himnógrafo, Sinesio de Cirene (s. IV-V), cristiano continuador de Mesomedes que

llegó a ser obispo. Con todo, este autor destaca más por su producción de carácter

filosófico que por su poesía. Por último, de inclinación neoplatónica, como Sinesio, fue

también Proclo de Constantinopla (s. V) autor de unos Himnos que retoman la

tradición hexamétrica.

Además de los himnos, se crearon algunas formas líricas ligadas al simposio

entre las que destacan las llamadas Anacreónticas. Se trata de unos 60 poemas de

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fechas y calidad muy diversas recogidos en una colección anónima del s. VI, así

llamados por su imitación de Anacreonte, aunque sus temas se tornan intrascendentes

y banales, meros divertimentos de banquete. Frente a la riqueza métrica de los

poemas originales, las imitaciones posteriores prefirieron el dímetro cataléctico o

anaclástico jónico.

3. Poesía epigramática

Como en el periodo anterior, en época imperial siguió la costumbre helenística

de elaborar antologías de epigramas como la de Filipo de Tesalónica (s. I), que

debemos situar en el reinado de Nerón (54-68 d. C.) y no en torno al año 40 d. C.,

como tradicionalmente se creía. La Corona de Filipo incluía también la producción de

Meleagro y seguía el mismo método de ordenación alfabética que la de aquél, pero

con la diferencia de que la de Filipo refleja el ambiente cultural de la capital del

Imperio: Roma. En su elegía introductoria (A.P. IV 2) Filipo nombra a 14 poetas,

aunque él mismo afirma que habría que incluir a alguno más (28 en total), al tiempo

que ofrece un panorama de las tendencias literarias de la época. Pero Filipo no fue el

único: además de la suya, se elaboraron otras antologías como la del gramático

Diogeniano, la de Rufino o la de Estratón de Sardes, las tres del s. II.

De los autores epigramáticos conocemos fundamentalmente lo que se deriva

de sus propias composiciones, muchas de ellas recogidas en la Antología Palatina,

colección compilada en época bizantina. En los poemas abundan las referencias a

obras de la literatura precedente –como las de Antípatro de Tesalónica (ca. 40 a. C.-

20 d. C.), que renovó el epigrama con temas tradicionales– y, en general, podemos

observar además entre los poetas ciertas influencias mutuas. El tono personal de los

autores helenísticos se reviste de un pragmatismo nuevo, influido por el mundo

romano, y la poesía se convierte en un género de encargo, abundante, aunque sin

brillo especial. Las tendencias didácticas y moralizantes se hacen eco también en este

tipo de poesía que alude con frecuencia a su entorno, tomando posturas de crítica o

adulación según los casos. Pero la crítica no se dirige a personajes concretos, sino

más bien a tipos o a profesiones, de suerte que los nombres propios son de lo más

habituales y, en ocasiones, también parlantes al modo helenístico. Así, además de

Filipo y Antípatro de Tesalónica, Crinágoras de Mitilene y Marco Argentario son

epigramatistas de cuya producción conservamos buena muestra. Crinágoras fue

enviado a Roma como emisario en los años 45 y 25 a. C., donde se hizo cliente de

Octavia, la hermana del emperador. Su poesía, de estilo homerizante, se inspiró tanto

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en los temas tradicionales como en su entorno cotidiano y en ella se refleja la política

cultural de Augusto. Sirva de ejemplo su Hiperbólica adulación del César (A.P. IX 562):

Un papagayo, imitador de la voz humana, tras escapar de su jaula

de mimbre, huyó a los bosques batiendo sus floreadas alas y,

acostumbrada como estaba a saludar al glorioso César,

ni siquiera se olvidó de su nombre por los montes.

Ahora todos los pájaros, ágiles a la hora de aprender, rivalizan

por ver quién es el primero en saludar a la divinidad:

Orfeo hizo que las fieras le obedecieran en las montañas; ahora

ante ti, César, toda ave pía sin que se le ordene. (Trad. de Galán, 2004: 297-8).

Marco Argentario, vinculado al círculo de Séneca el Retórico, fue autor de una

poesía de carácter erótico y satírico, si bien imita a Calímaco, Asclepíades y Posidipo,

entre otros. Esta tendencia a lo satírico será determinante en los epigramatistas

posteriores –Amiano, Antíoco, Apolinario, etc.–, entre los que destacó algún intento de

innovación como el del ya mencionado Lucilio, que vivió en Roma en época de Nerón

(54-68 d. C.). Lucilio fue autor de un comentario a Apolonio de Rodas, de una

recopilación de proverbios y de dos libros de epigramas, de los cuales conservamos

unos 125. En general, denotan una cierta tendencia satírica con respecto a distintos

aspectos de la vida de su tiempo, ya sean literarios (cf. A.P. IX 572) o no (cf. A.P. XI

139). Se trata más bien de una exageración realista que de una intencionalidad

satírica, pues la sátira implica el desprecio y él no arremete contra quienes critica. Así

vemos a la mujer que obliga al marido a cumplir con sus deberes a puñetazos (A.P. XI

79); al poetastro Eutíquides que con sus cítaras y ditirambos ha invadido el Hades

(A.P. XI 133); al avaro que arroja a su hijo recién nacido al mar para no cargar con sus

gastos (A.P. XI 172) o a un hombre que muere de envidia al ver a su vecino en una

cruz más grande que la suya (A.P. XI 192). Junto a Lucilio, debemos mencionar a

Nicarco, cuya sátira como la de aquél se concentra en deformidades físicas. Así, por

ejemplo, convierte a los hermosos atletas de época clásica en hombres feos, torpes y

tan lentos que son adelantados incluso por sus amigos que se hallan presentes para

darles ánimo (A.P. XI 82). De esta época y algo innovadores son también, según

hemos visto, los poemas “anacíclicos” o palíndromos de Nicodemo de Heraclea, que

pueden leerse y medirse igualmente al revés, y los del matemático Leónidas de

Alejandría, quien le dio valor numérico a las letras a fin de obtener en sus poemas

sumas iguales.

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Paralelamente a otros géneros, tras el declive de los primeros años de la etapa

imperial, el epigrama vive un renacimiento en el s. II. A este momento pertenece la

colección de poemas de amor homoerótico que Estratón de Sardes reunió bajo el

título de La Musa de los muchachos, de la que se conservan 94 epigramas en el libro

XII de la Antología Palatina. Sin embargo, su calidad deja mucho que desear y su

poesía se llena de tópicos como el de la rivalidad entre la mujer joven y la madura

(A.P. XII 7) o el del niño que teme la llegada de su padre (A.P. XII 8). En general,

aborda solamente al aspecto físico del amor en poemas cargados de ingenio como el

que resuelve el enigma de los tres, de los que dos actúan y dos padecen (pues el del

medio tiene doble función) o aquél en el que maldice su miembro porque se niega a

cumplir con su deber (A.P. XII 240). Destaca en esta poesía la influencia oriental, los

temas eróticos donde se expresan más directamente los sentimientos y el tono

moralizante que halla su máxima expresión en Luciano de Samosata, de quien

conservamos 63 epigramas recogidos en los libros X y XI de la Antología Palatina.

Tras unos siglos de pobreza, la producción epigramática florece de nuevo con

Paladas de Alejandría (s. IV), maestro de escuela hasta su muerte a los setenta años.

De él nos quedan unos 150 epigramas –habida cuenta de que unos 15 son de dudosa

autoría– en su mayoría imbuidos de un irónico pesimismo derivado de una tormentosa

relación con su mujer. En ellos muestra un carácter áspero con toques de misoginia y

arremete contra la literatura, la pobreza y el poder, así como contra un tal Gesio, rétor

en Alejandría. Si bien no es especialmente satírico, hallamos en él ecos de

Anacreonte, Aristófanes e Hiponacte. De modo sentencioso y proverbial describe en

dísticos, hexámetros y trímetros sus desventuras en un intento de sacar conclusiones

de su propia situación: ingeniosamente encuentra las connotaciones negativas de la

existencia en el comienzo de la Ilíada (A.P. IX 179) y confiesa lo agradable que es la

crítica (A.P. XI 341). Gracias a sus versos de inspiración filosófico-popular y gnómica,

el epigrama cobró nuevo vigor hasta época bizantina.

En tiempos de Justiniano (s. VI) se produjo un renacimiento del género de

carácter erudito, literario y original. Coincide en todos los autores una preocupación

por la perfección formal por encima del contenido que sigue unos estereotipos más o

menos fijados. Así, de Juliano de Egipto, funcionario imperial, conservamos 71

epigramas dedicatorios, sepulcrales y descriptivos con variaciones frecuentes de un

mismo tema, aunque también hallamos en él una pequeña venganza personal sobre la

soberbia María (A.P. V 298). Cobra especial relieve la poesía amorosa de Pablo

Silenciario, quien toma su sobrenombre de su cargo en el silentium imperial. Gracias a

la antología de su amigo y yerno Agacias, conservamos 78 epigramas en los que

converge el escepticismo vital con una intensa sensibilidad, si bien el poema Sobre las

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termas de Pythioi es de dudosa atribución. Debemos distinguir en su producción las

composiciones que siguen los estereotipos tradicionales y las de inspiración amorosa

donde se muestra original y renovador de antiguos temas. En estas últimas, en las que

expresa su preferencia por el amor de la mujer madura frente al de la joven (A.P. V

258), la castidad y la fidelidad tienen poco valor (A.P. V 232). No obstante, su elogio a

la promiscuidad no menoscaba su delicada sensibilidad (A.P. V 250) donde el

escepticismo se vincula a la ternura, a la sensualidad y a la fascinación por la belleza.

Además, este autor se dedicó también a la composición de obras poéticas de carácter

descriptivo como su Descripción del templo de Santa Sofía en 887 hexámetros y una

Descripción del púlpito de la misma iglesia, reconstruida tras un terremoto, en 275

hexámetros. Por último, recordemos a Agacias Escolástico (536-582), autor

historiográfico, pero también poeta, a quien debemos una antología titulada Ciclo de

nuevos epigramas con poemas suyos y de otros autores, que presenta por primera

vez una ordenación temática: epigramas dedicatorios, descriptivos, sepulcrales,

exhortativos, satíricos, amatorios y convivales. La Antología Palatina nos ha

transmitido el proemio de esta obra (A.P. IV 3) de la que se conservan 98 epigramas

eróticos, sepulcrales, descriptivos, satíricos y algunos dedicatorios del propio Agacias.

Se caracteriza por su tono escéptico en los asuntos amorosos, sus consejos de

independencia (A.P. V 216), así como su tendencia a ampliar el epigrama a más de 2

versos, llegando a los 28.

Unos siglos después, en torno al año 900 d. C., Constantino Céfala,

eclesiástico en Constantinopla, recopiló todo el material de Meleagro, Filipo y Agacias

y lo clasificó en epigramas amatorios, fúnebres y epidícticos (libros V, VI, VII, IX de la

A.P. y tal vez los IV y X-XII). Esta antología se perdió y fue rehecha y ampliada por un

anónimo autor bizantino hacia el 980 d. C., tomando entonces su nombre de la

Biblioteca del conde Palatino de Heidelberg de donde procede el único manuscrito que

contiene también las Anacreónticas, además de otros textos. Consta de unos 3700

epigramas de unos 340 autores conocidos y otros anónimos (casi 23 000 versos) que

recogen quince siglos de producción epigramática. Repasemos sucintamente el

contenido de sus libros: I. Inscripciones cristianas de los s. IV-X; II. Descripción de las

estatuas en el gimnasio Zeuxipo de Constantinopla, de Cristodoro de Copto; III.

Inscripciones extraídas de los bajorrelieves de un templo de Cízico de época

helenística; IV. El libro de los proemios de Meleagro, Filipo y Agacias; V. Epigramas

amatorios; VI. Dedicatorios; VII. Fúnebres; VIII. Cristianos, de Gregorio de Nacianzo;

IX. Descriptivos; X. Sentenciosos y morales; XI. Convivales y satíricos; XII.

Pederásticos de Estratón y de otros; XIII. Epigramas en metros varios; XIV.

Aritméticos, enigmáticos, oraculares; XV. Varios, incluidos los figurativos; XVI.

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Appendix Planudea. En este último libro se recogen las 388 composiciones ausentes

en la A.P. pero que sí aparecen en la Antología Planudea, algo más reducida que la

Palatina (unos 15 000 versos) y ordenada también por géneros, que debe su nombre

al monje y filólogo bizantino Máximo Planudes que la elaboró en 1299 en

Constantinopla. Finalmente, el manuscrito de la Antología Palatina, hallado en torno al

año 1600, fue regalado por Maximiliano de Baviera al papa Gregorio XV. A

continuación fue encuadernado en Roma en dos tomos de distinto tamaño que

Napoleón se llevó a Francia en 1797 y, tras su caída, el más pequeño de ellos

permaneció en Paris, mientras que el mayor regresó a Heidelberg. Así pues, gracias a

este ingente y laborioso proceso podemos hoy hacernos una idea de lo que fue el

género epigramático de estas épocas tan productivas.

4. Poesía didáctica

Paralelamente al epigrama, la poesía didáctica imperial vivió a partir del s. II

una suerte de renacimiento representado principalmente por tres autores: Opiano,

Dionisio de Alejandría y Servilio Damócrates. De la producción de Opiano (s. II) nos

han llegado dos obras, si bien hay fundadas sospechas para pensar que pertenecen a

dos autores homónimos, uno de Anazarbo, el otro de Apamea: el primero sería autor

de una obra de carácter lúdico y didáctico a la vez, Haliéuticas (“Sobre la pesca”), y el

segundo de un tratado sobre la caza, Cinegéticas. Las Haliéuticas están escritas en 5

libros de más de 3500 hexámetros con muchas digresiones y elementos fantásticos.

Tratan sobre los peces y los distintos métodos de pesca y estaban dedicadas a un

emperador, probablemente Marco Aurelio, por lo que debió de redactarse antes de la

muerte de éste en el año 180. Las Cinegéticas, por su parte, están dedicadas a

Caracala, lo cual apunta a que fueron compuestas después del año 212, y abordan

con abundancia de figuras musicales y de rimas un tema que ha suscitado desde

antiguo el interés de otros muchos autores griegos. Ambas obras poseen similitudes

temáticas y comparten asimismo un estilo retórico y una tendencia a las digresiones,

tan habituales en la novela. Casi todos sus libros comienzan con un proemio de estilo

épico y se suceden con relativa autonomía, aunque en su estructura y contenido se

aprecia la dependencia del segundo con respecto al primero, de tal forma que las

Haliéuticas son de una calidad muy superior a las Cinegéticas. Del autor de esta

última obra conocemos también unas Ixéuticas que tratan de la caza con liga y que

pudieron ser una especie de apéndice o complemento de aquéllas.

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Dionisio Periegeta (s. II) es autor de una descripción del mundo conocido en

1187 hexámetros, Descripción de la tierra, que fue empleada como libro escolar,

aunque su estilo, como el de Opiano, resultaba un tanto ampuloso. En su obra incluyó

dos acrósticos que comienzan en los vv. 109 y 513 en los que informa de su

nacimiento en Alejandría y de su actividad durante la época de Adriano. Este mismo

autor escribió una obra en prosa sobre las aves en 3 libros que no nos han llegado.

Por su parte, Servilio Damócrates (s. I-II) empleó también la forma poética para

sus escritos médicos, ya que el ritmo ayudaba a memorizar los contenidos, que fueron

posteriormente recogidos por Galeno. Ya en el siglo IV hemos de mencionar a Heladio

de Antinoópolis, cuya Crestomatía, escrita originariamente en 4 libros de trímetros

yámbicos, conocemos gracias a Focio.

Además de éstos, nos han llegado también otros nombres de autores que

debieron ser muy fecundos, de algunos de los cuales conservamos algún fragmento

casi siempre hexamétrico. Entre ellos podemos citar a Marcelo de Side, cuyos 42

libros titulados Yátricas y escritos bajo el mecenazgo de Herodes se han perdido para

nosotros; a Andrómaco de Creta, médico de Nerón que escribió en dísticos elegíacos

un poema sobre un remedio, y a Doroteo de Sidón, autor de un poema astronómico

que conservamos de modo fragmentario.

Íntimamente unida a la poesía didáctica, dada su función moralizante, se halla la

fábula, género que cobra gran auge en los siglos imperiales al ser empleado como

instrumento pedagógico en la educación de los jóvenes. Conservamos una colección de

ellas en verso compuestas por Babrio (s. I), autor itálico pero residente en Asia, el cual

combina la tradición esópica con nuevos elementos que aparecen también en la novela.

Aunque la presencia de fábulas en textos poéticos, sobre todo yámbicos y coliámbicos,

era bien antigua, con todo parece ser que fue Babrio quien trasladó definitivamente la

fábula al terreno de la poesía con un estilo sencillo y al mismo tiempo elegante que contó

con numerosos seguidores.

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5. Poesía épica

A partir del s. II regresa la moda de la poesía épica de extensión considerable, a

imitación de la de Homero, ya sea de corte histórico, heroico o didáctico donde tienen

cabida tanto el elemento mágico como el religioso, si bien nuestro conocimiento se ve

limitado a unos pocos fragmentos. Los temas cíclicos pierden interés en aras de otros

menos tradicionales, pero también de gran auge en época helenística, como el dionisíaco.

En efecto, el nuevo dios daba la oportunidad de abordar asuntos místicos, mágicos y

astrológicos, más acordes con las tendencias de la época que la rígida épica tradicional.

En esta línea surgen las “gigantomaquias”, que deben su nombre a que los adversarios de

Dioniso eran denominados “gigantes”, como la del sofista Escopeliano o la de un tal

Dionisio, de quien también conservamos un papiro del s. III-IV con un fragmento de una

obra titulada Basáricas, anterior a Nonno, que recrea la expedición del dios a la India.

Asimismo, sabemos que Sotérico escribió unas Basáricas en época de Diocleciano.

Un tema recurrente en la épica imperial continuó siendo, como en la época

precedente, el de la fundación de ciudades, la historia contemporánea y el elogio al

soberano. Así, de Páncrates de Alejandría, autor de la época de Adriano del que

apenas nada sabemos, conservamos unos fragmentos en papiro de un texto que

alaba a Antínoo y al emperador. Existen también fragmentos de otros encomios épicos

que ensalzaban victorias bélicas contemporáneas. Por ejemplo, la Blemiomaquia, que

posiblemente podemos atribuir a Olimpiodoro de Tebas (s. V), trata el tema de las

luchas de los blemios con los romanos mezclando, en ocasiones, la historia con la

leyenda. Arriano compuso una obra épica en 24 libros titulada Alexandrias y Claudiano

escribió sobre Tarso, Anazarbo, Berito y Nicea. Con todo, no tenemos la certeza de

que este último autor sea el mismo que el de la Gigantomaquia o el que también

empleó el latín. La epopeya mitológica tuvo mucho éxito en la última etapa de la época

imperial, aunque se tornó mucho más intrascendente. Como ejemplo de esta épica

baste citar la Ilíada desprovista de una letra en la que faltaba una letra de cada libro de

Néstor de Laranda, en Licia, asimismo autor de unas Metamorfosis.

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Entre los autores de poesía épica de carácter histórico, no podemos olvidar a

Cristodoro de Copto (s. V-VI), autor de unas Isáuricas y unas Lídiacas, además de

historias de ciudades. De él ya hemos mencionado que la Antología Palatina nos ha

conservado 416 hexámetros con descripciones de las estatuas del gimnasio de

Zeuxipo, donde se aprecia que pertenece a la llamada “escuela” de Nonno.

Por su parte, Pablo Silenciario, al que antes aludimos a propósito de la poesía

lírica, fue conocido sobre todo por sus obras descriptivas de la majestuosa Santa Sofía

de Constantinopla. Su poema, Descripción del templo de Santa Sofía, escrito en

trímetros y hexámetros, fue recitado en la Navidad del año 562 con ocasión de la

reconsagración del tempo tras el derrumbe de la cúpula y su posterior restauración.

Otros muchos poetas como Ciro de Panópolis (s. V) y Pamprepio, oriundo de la

misma ciudad, fueron literatos de la corte residentes en Constantinopla y activos en la

vida política del momento. Al segundo se le atribuye el fragmento un papiro de tono

bucólico que describe en forma de ékphrasis un día otoñal. El estilo del poema es

claramente noniano, aunque si Trifiodoro es posterior a Nonno (vid. más abajo), lo que

llamamos estilo noniano podría no ser más que una tendencia general de la época.

Sin embargo, pese a las innúmeras obras perdidas y las muchas en estado

fragmentario, conservamos cinco poemas completos de autores épicos: las

Posthoméricas de Quinto de Esmirna, las Dionisíacas de Nonno de Panópolis, la

Captura de Troya de Trifiodoro, El rapto de Helena de Coluto y Hero y Leandro de

Museo.

Quinto de Esmirna (s. III-IV) nos ha legado sus Posthoméricas, poema épico en

hexámetros compuesto en 14 libros y 8770 versos que tratan los temas de poemas

cíclicos perdidos como Etiópida, Pequeña Ilíada o La toma de Ilión. Deben su título a

que relatan los hechos siguientes a los narrados por Homero en la Ilíada, aunque su

conexión con aquél sea más temática que formal. Repasemos su argumento: tras la

muerte de Héctor acuden Pentesilea y las amazonas en auxilio de los troyanos, pero

Aquiles le da muerte y mata también a Tersites (I). Llegan Memnón y los etíopes.

Memnón mata a Antíloco, hijo de Néstor, pero cae, a su vez, a manos de Aquiles. Su

madre Eos le rinde los honores fúnebres (II). Aquiles continúa asediando a los

troyanos, pese a los esfuerzos de Apolo por reprimirlo. Aquiles se atreve a amenazar

al dios, pero es herido por un dardo. Los griegos le rinden las honras fúnebres y

Poseidón consuela a su madre Tetis (III). En los juegos fúnebres celebrados en su

honor destacan Ayante y Diomedes, mientras que Odiseo no puede participar a

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consecuencia de una herida (IV). Finalizados los juegos, Tetis ofrece las armas de

Aquiles y se produce la disputa entre Ayante y Odiseo, de la que éste resulta

vencedor. Ayante, en su delirio, arremete contra un rebaño y se suicida (V). La lucha

prosigue hasta que la noche llama al descanso (VI). El hijo de Aquiles, Neoptólemo,

anima a los griegos con su llegada (VII) y mata a Eurípilo, mientras los troyanos se

refugian tras los muros de su ciudad (VIII). La lucha continúa y Paris muere (IX-XI).

Calcante aconseja recurrir a un ardid para tomar la ciudad y Odiseo aporta la idea del

caballo de madera lleno de guerreros como ofrenda y la fingida retirada de los griegos.

Atenea se aparece en sueños a Epeo y le ordena la construcción del caballo.

Finalizada la obra, los griegos simulan la retirada e incendian sus tiendas, pero en

realidad se esconden en la cercana isla de Ténedos. Los troyanos apresan a Sidón,

quien finge confesar y los troyanos, pese a las advertencias de Laocoonte y Casandra,

introducen el caballo en la ciudad (XII). De noche, los griegos salen del caballo y se

apoderan con facilidad de Troya sumida en el dulce sueño y el cansancio. Los

restantes griegos llegan a la ciudad y la incendian. Eneas, con ayuda de su madre

Afrodita, consigue escapar con su padre Anquises y su hijo pequeño (XIII). Los

vencedores se reparten el botín y las prisioneras. Polixena es sacrificada sobre el

túmulo de Aquiles. Los griegos regresan a sus hogares. Atenea solicita de Zeus un

castigo para Ayante Oileo, que ha violado a Casandra en el templo de la diosa (XIV).

Pese a la evidente inspiración homérica, las Posthoméricas se hallan más

cerca de la novela que de la épica, de la que sólo quedan los combates, si bien

carecen del elemento erótico presente en el nuevo género pastoril. Una intención

moralizante de clara inclinación estoica se desprende de las abundantes sentencias

intercaladas en el texto en el que apenas quedan vestigios del estilo formulario

homérico, aunque es cierto que el autor abusa de los símiles hasta la saciedad. En

todo caso, Quinto será tomado como modelo para la épica bizantina de tema histórico-

mitológico.

De Nonno de Panópolis (s. V), Egipto, apenas sabemos nada: tan sólo que su

nombre significa “puro” en egipcio y que vivió probablemente a mediados del s. V. Con

las Gigantomaquias y las Basáricas por antecedente, Nonno escribió sus Dionisíacas

en 48 libros y 25000 versos de tema, lengua y metro épicos con ecos de los cultos

orientales y de la novela en sus exóticas y lejanas geografías. Un proemio con la

tradicional invocación a las Musas abre la obra que trata el tema de la expedición de

Dioniso, tan de moda desde la época helenística a causa del paralelismo entre las

expediciones de Alejandro a la India y las del dios. En los doce primeros libros narra la

infancia y la adolescencia de la deidad, para dedicar el resto a las aventuras de su

incursión guerrera y su retorno. Pese a que el hilo conductor del poema es Dioniso, en

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conjunto, la pieza carece de unidad interna y los episodios se suman uno tras otro

formando un variado mosaico. Hallamos ecos de la técnica compositiva de Teócrito

con un estribillo al modo del Id. I en el lamento por la pérdida de Himno (XV 370-422),

donde la naturaleza entera llora la muerte del joven en brazos de la inocente Nicea o

el llanto de Ágave (XLVI 265-319) cuando se percata de lo que tiene entre sus manos.

Influye en esta obra el pathos de la tragedia que junto a elementos formales de

inspiración homérica como el catálogo o detalles de la novela de Aquiles Tacio se

combinan con la oscura perífrasis de corte alejandrino.

Convertido al cristianismo, Nonno escribió una Paráfrasis del Evangelio según

Juan en 21 capítulos de 3650 hexámetros donde resulta interesante su tratamiento de

la parábola en el mismo tono que su obra pagana. Con todo, autores como Lesky

(19894: 850) prefieren pensar que Nonno redactó esta obra cuando todavía era

pagano, dado su contenido mágico y astrológico. Sea como fuere, su poesía tiene

pretensiones de erudición y su libertad en la temática contrasta con la forma del

hexámetro, que se ve sometido a significativas restricciones, pues tiene en cuenta el

nuevo sentido musical de la lengua en la que predomina ya el ritmo acentual. Por este

motivo, el poeta evita una proparoxítona a final de verso y tiende a colocar una

paroxítona en esta posición, lo cual hace coincidir el acento con la sílaba fuerte del

dáctilo. Asimismo, predominan los dáctilos frente a los espondeos, ya que marcan el

ritmo de una forma más alegre y natural y se evita la cesura trocaica, entre otras. Esta

reforma limita a nueve los treinta y dos esquemas del hexámetro homérico. Por ello, a

veces su expresión se antoja rebuscada, aunque su nueva norma será seguida por los

poetas posteriores: Trifiodoro, Coluto, Museo, Cristodoro de Copto, Pablo Silenciario y

Ciro de Panópolis.

En efecto, tanto Trifiodoro como Coluto, ambos egipcios, se vieron influidos por

las rígidas reglas de Nonno. El primero, que algunos autores sitúan inmediatamente

después de Quinto de Esmirna (cf. Alsina, 1972, pág. 161 y López Férez, 1988, pág.

1000), escribió un poema perdido sobre Hipodamía y un juego poético también

perdido, la Odisea carente de una letra, en el que en cada canto se evitaba la

correspondiente cifra-letra del alfabeto. Conservamos, no obstante, La Captura de

Troya con 691 hexámetros que, si bien siguen el modelo de Quinto de Esmirna,

poseen notables semejanzas con el libro II de la Eneida, por lo que algunos estudiosos

se plantean si el autor se inspiró en Virgilio o si ambos emplearon una fuente común.

En todo caso, aunque el argumento es el mismo que las Posthoméricas, resulta más

conciso y su estilo más cercano al homérico que el de Quinto.

Coluto de Licópolis, por su parte, vivió muy al final del periodo imperial, en la

época del emperador Anastasio (491-518). Procedía de una familia acaudalada de

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ambiente urbano, por lo que tuvo una sólida formación helénica, aunque ajena al

cristianismo. Escribió un poema en 6 libros titulado Calidonios, además de Pérsicas y

Encomios en verso, todos perdidos. Fue también autor de un epilio de 392 hexámetros

y escasa calidad que el Léxico Suda no menciona, el Rapto de Helena. En él, tras la

invocación a las ninfas de la Tróade, se relata la disputa surgida entre Afrodita, Hera y

Atenea en las bodas de Tetis y Peleo, de forma que el poema termina con la llegada

de Helena a Ilión. En él, al modo helenístico, se realza la figura de un personaje

marginal en el mito, Hermíone, la hija de Helena.

Del gramático Museo (s. V) apenas tenemos noticias. Fue tal vez egipcio y

cristiano. Su obra, Hero y Leandro, con 343 hexámetros, posee un parecido innegable

con las Heroidas 18 y 19 de Ovidio, pues tratan el mismo asunto: el amor de Hero y

Leandro, separados por el estrecho del Helesponto, y la posterior muerte del joven

amante. En este caso, es posible que bebieran ambos de una fuente helenística

común, hoy perdida para nosotros. En general, Museo imita la técnica métrica de

Nonno, aunque su estilo es más simple, por lo que se deduce que vivió después de

éste, pero antes que Pablo Silenciario y Agacias Escolástico, que aluden en sus

poemas a la misma leyenda. Tras la invocación a la Musa, se narra cómo en una

fiesta de Cipris los protagonistas se enamoran. Sin embargo, los padres de Hero la

habían destinado al sacerdocio de Cipris, por lo que al principio la joven se resiste a

ceder a las peticiones de Leandro. Finalmente promete recibirlo a escondidas en su

solitaria torre para lo cual el amante debía atravesar el Helesponto a nado. Así, todos

los días los jóvenes consiguen encontrarse hasta que una tempestuosa noche de

invierno arrebata la vida del joven. Al ver el cuerpo de su amado Leandro entre los

escollos, Hero se arroja de su torre a reunirse con él en el Hades.

Aparte de estas obras, Estobeo nos ha transmitido 73 versos hexamétricos de

un tal Naumaquio (s. IV) en forma de poesías de carácter gnómico que ofrecen

consejos a una joven casadera siguiendo el modelo de las Hypothekai. Conservamos

asimismo en un papiro de Estrasburgo del s. IV una creación del mundo por Hermes

en 78 hexámetros en estado fragmentario que concluyen con la fundación de una

ciudad, tal vez la Hermúpolis Magna. En él convergen elementos griegos y egipcios y

su autor podría ser quizás un tal Antímaco de Heliópolis que, según la Suda, había

compuesto una Creación del mundo de 3700 hexámetros.

6. Poesía dramática

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De los últimos años del periodo helenístico apenas tenemos noticias sobre poesía

dramática entendida al modo tradicional, si bien en tiempos de Adriano parece que hubo

también en este género un efímero renacimiento. Las tragedias de los primeros siglos de

época imperial, carentes ya de las partes corales, parecen haber sido escritas no para su

puesta en escena sino para su lectura. En todo caso, no tuvo suficiente relieve y fue más

bien el mimo el género que gozó de la atención del público. De este modo, los mimos

fueron en ocasiones vehículos de la sátira política y, como consecuencia, sus actores

sufrieron la represión imperial. Con todo, la mayoría de las veces los temas procedían,

bien de la tragedia clásica, bien de la Comedia Nueva. Aunque debió de existir una

extensa producción en la que la improvisación fue sin duda un elemento importante, no

conservamos más que unos pocos nombres y fragmentos papiráceos. Tenemos noticia

de Filistión de Nicea, de época de Augusto, pues conservamos 4 versiones de una

Comparación de Menandro y Filistión con testimonios indirectos de su producción que

debemos aceptar con reservas. Nos ha llegado asimismo un papiro (Ox. Pap. 413) de

comienzos del s. II que contiene una imitación de la Ifigenia entre los Tauros con

intervenciones musicales y palabras exóticas. En él, el rey de los bárbaros quiere

sacrificar la joven Caritión a la diosa Selene, pero es finalmente salvada por su hermano

mediante la estratagema de emborrachar a los bárbaros. El mismo papiro aporta otras

ocho escenas inspiradas en el Mimo V de Herodas, donde una mujer se decide a matar a

su esclavo porque no la complace. Finalmente el destino se tuerce para ella y sus planes

le salen mal. Es posible que una sola actriz llamada “archimima” interpretara todos los

papeles.

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Por otra parte, la pantomima tuvo su apogeo en época imperial. En ella, una

orquesta de músicos y danzantes acompañaba al coro de cantores, cuyo papel era el de

representar a través del movimiento a los personajes de la fábula, generalmente tomados

del mito. Entre sus cultivadores debemos mencionar a Pílades y a Batilo, famoso por la

comicidad de sus danzas, ambos de comienzos de época imperial. Este género parece no

haber decaído en todo el periodo y ya en el s. V encontramos aún a un tal Caramalo,

conocido en todo el Imperio.

7. Poesía cristiana

La primitiva poesía cristiana se vio en la tesitura de tener que innovar los

modelos, dada la paulatina pérdida de la cantidad vocálica que afectaba

considerablemente a la cadencia rítmica del verso. Lo poco que nos ha llegado se ha

conservado gracias a papiros y no contiene esquemas métricos rígidos, pese a que hubo

pequeños balbuceos en metro clásico no muy exitosos. El nuevo verso basado en el

ritmo llegaría a su plenitud en época de Justiniano.

Al tratar el asunto de la poesía cristiana de época imperial nos encontramos con

el problema de que los mismos literatos fueron, con frecuencia, autores de poesía tanto

cristiana como pagana. Por este motivo, evitaremos reiterar bajo este epígrafe aquéllos

que ya han sido mencionados con anterioridad, como es el caso de Nonno de Panópolis.

Es evidente que la poesía cristiana nace prácticamente a la par que el

cristianismo. En efecto, junto a los Salmos de David, aparecieron muy pronto los

himnos y la poesía cantada se convirtió en un poderoso instrumento de difusión de la fe

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cristiana. De época imperial y en lengua griega, conservamos 343 hexámetros algo

posteriores a Quinto de Esmirna de un tal Doroteo que, en ocasiones, ha sido

identificado como hijo del autor de las Poshoméricas. El poema relata una experiencia

mística en clave alegórica con una enorme influencia de Homero y del propio Quinto.

En el s. IV el cristianismo comienza a emplear el epigrama con autores como

Gregorio de Nacianzo, de quien conservamos 17000 versos dísticos y yámbicos que

abordan temas bíblicos como las parábolas de Jesús o los diez mandamientos y

teológicos como el de la virtud. A menudo Gregorio presenta reflexiones en un tono

personal semejante al de las Meditaciones del emperador Marco Aurelio, o bien se dedica

a la apología de cuestiones diversas. En este sentido, de sumo interés resulta su llamada

Autobiografía compuesta en unos 2000 versos yámbicos en los que, tras huir de

Constantinopla en el año 381, trata de justificar su actuación.

Sinesio de Cirene (s. IV) fue autor de 9 Himnos en los que convergían elementos

neoplatónicos y cristianos, con influencias de Mesomedes. Procedía de una familia

noble, por lo que tuvo una educación esmerada y estudió filosofía en Alejandría, donde

conoció a la neoplatónica Hipatia con la que mantuvo desde entonces contacto epistolar.

Tras una estancia de tres años en Constantinopla, regresó a Alejandría donde formó una

familia. Pero en el año 410 fue propuesto para el episcopado de Ptolemaida, en la

provincia Cirenaica, puesto que aceptó tras un prolongado periodo de reflexión.

No obstante, gran parte de la poesía cristiana se compuso en lengua latina. El

primer poeta latino cristiano digno de mención es quizás el Papa San Dámaso (305-384),

de origen español, con sus versos para los sepulcros de santos y mártires. Le sigue

Hilario de Poitiers (315-367), padre de la himnología cristiana, que continuó con

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brillantez San Ambrosio (334-397) con himnos sencillos compuestos para ser cantados

en las liturgias. Con ellos debemos mencionar también a Paulino de Nola (353-431),

Juvenco (ca. 330), autor asimismo de una Historia del Evangelio en 3211 hexámetros,

Sedulio (425-450) con su epopeya Carmen Paschale. Sin embargo, entre todos ellos

destacó el hispano Prudencio (s. III-IV), creador de una poesía que se presentaba como

una forma de vida y como un medio de purgar los errores cometidos. Después de

muchos años al servicio del emperador Teodosio, Prudencio se replantea su trayectoria

en términos de los valores cristianos. Cultivó todos los géneros poéticos, a excepción del

drama, y destaca su Libro de las Coronas, consagrado a los mártires, que contiene 14

himnos en los que se recuerdan los padecimientos de varios hombres y mujeres. Tienen

todos una estructura tripartita: en la primera parte, se alaba la inquebrantable fidelidad

de estos mártires a la fe cristiana; en la segunda, se relatan los tormentos de su muerte y,

en la tercera, se describe un milagro que testimonia la acogida del mártir en la gloria de

Dios.

En suma, podemos decir que la poesía de época imperial sufre una decadencia

paulatina en cuanto a la métrica, la lengua y el estilo que culmina con intentos tardíos de

componer en griego por extranjeros como el copto Dioscoro (s. V), autor de encomios,

epitalamios y etopeyas carentes, empero, de objetividad. Esta poesía de finales de época

imperial y, de forma especial, el género encomiástico, denota un servilismo que delata los

umbrales de un nuevo periodo: el bizantino.

8. Bibliografía

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