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Menosprecio de corte y alabanza de aldea (1539) Antonio de Guevara

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  • Menosprecio de corte y alabanza de aldea

    (1539)

    Antonio de Guevara

  • Menosprecio de corte y alabanza de aldea Valladolid 1539 Prlogo. Captulo I. Do el autor prueba que ningn

    cortesano se puede quejar sino de s mismo. Captulo II. Que nadie debe aconsejar a

    nadie se vaya a la Corte o se salga de la Cor-te, sino que cada uno elija el estado que qui-siere. Captulo III. Que no conviene al cortesa-

    no dejar la Corte porque est desfavorecido, sino por pensar que fuera de all ser ms virtuoso. Captulo IV. De la vida que ha de hacer el

    cortesano en su casa despus que hubiere dejado la corte. Captulo V. Que la vida de la aldea es

    ms quieta y ms privilegiada que la vida de la corte. Captulo VI. Que en el aldea son los das

    ms largos y ms claros, y los bastimentos ms baratos.

  • Captulo VII. Que en el aldea son los hombres ms virtuosos y menos viciosos que en las cortes de los prncipes. Captulo VIII. Que en las cortes de los

    prncipes tienen por estilo hablar de Dios y vivir del mundo. Captulo IX. Que en las cortes de los prn-

    cipes son muy pocos los que medran y son muy muchos los que se pierden. Captulo X. Que en las cortes de los prn-

    cipes ninguno puede vivir sin afeccionarse a unos y apasionarse con otros. Captulo XI. Que en las cortes de los

    prncipes son tenidos en mucho los cortesa-nos recogidos y muy notados los disolutos. Captulo XII. Que en las cortes de los

    prncipes todos dicen haremos y ninguno dice hagamos. Captulo XIII. De cun poquitos son los

    buenos que hay en las cortes y en las gran-des repblicas. Captulo XIV. De muchos trabajos que

    hay en las cortes de los reyes, y que hay mu-chos aldeanos mejores que cortesanos.

  • Captulo XV. Que entre los cortesanos no se guarda amistad ni lealtad, y de cun tra-bajosa es la corte. Captulo XVI. De cunto mejor corregidas

    solan estar las cortes y repblicas antiguas que lo estn ahora las nuestras. Captulo XVII. De muchos y muy ilustres

    varones que de su voluntad, y no por necesi-dad, dejaron las cortes y se retrajeron a sus casas. Captulo XVIII. Do el autor con delicadas

    palabras y razones muy lastimosas llora los muchos aos que en la corte perdi. Captulo XIX. Do el autor cuenta las vir-

    tudes que en la corte perdi y las malas cos-tumbres que all cobr. Captulo XX. De cmo el autor se despide

    del mundo con muy delicadas palabras. Es captulo muy notable.

  • Prlogo Comienza el Prlogo del Autor, dirigido al

    Serensimo Rey de Portugal, en el cual pone muchas buenas doctrinas y toca muy nota-bles historias. Propone el Autor. Plutarco, en el libro De curiositate vitanda,

    dice que en Atenas top un griego con un egipcio, que llevaba so la capa cierta cosa sobarcada, y, como le preguntase qu lleva-ba, respondile l: Et ideo obvelatum est, ut tu nescias. Como si dijera: Por eso va ello cubierto

    con el manto, porque t ni otro sepis lo que va aqu escondido. Soln Solonino mand en sus leyes a los atenienses que todos tuviesen aldabas a las puertas de sus casas, y que, si alguno entraba en casa ajena sin tocar prime-ro a la aldaba, le diesen la misma pena que daban al que robaba la casa. Entre los cre-tenses fue ley muy usada y guardada que, si algn peregrino viniese de tierras extraas a

  • sus tierras propias, no fuese nadie osado de preguntarle quin era, de dnde era, qu quera, ni de dnde vena, so pena que azo-tasen al que lo preguntase y desterrasen al que lo dijese. El fin porque los antiguos hicieron estas

    leyes fue para quitar a los hombres el vicio de la curiosidad, es a saber: el querer saber las vidas ajenas y no hacer caso de las suyas propias, como sea verdad que ninguno tenga su vida tan corregida, que no haya en ella qu enmendar y aun qu castigar. Lo ms en que ocupan los hombres el tiempo es en pre-guntar y pesquisar qu hacen sus vecinos, en qu entienden, de qu viven, con quin tra-tan, a d van, a d entran, y aun en qu piensan; porque, no contentos de lo pregun-tar, lo presumen de adivinar. Veris a unos hombres tan determinados

    o, por mejor decir, tan desalmados, que juran y perjuran que Fulano tiene pendencias con Fulana, y que ste quiere mal a aqul, y aqul tiene hecha confederacin con el otro; y, si le conjuran a que diga cmo lo sabe, responde que l saber no lo sabe, mas que de

  • muy cierto lo presume, porque el cielo se puede caer, y que su corazn a l no le puede engaar. Loan y nunca acaban de loar Plutarco, Aulo

    Gelio y Plinio al buen romano Marco Porcio de que jams hombre le oy preguntar qu nue-vas haba en Roma, ni de cmo viva cada uno en su casa, sino que solamente hablaba en lo que tocaba al bien de la repblica y res-ponda a lo que alguno le deca. El divino Pla-tn, escribiendo a Dionisio Siracusano, dice as: Homo curiosus hostibus utilior est quam sibi, siquidem illorum mala coarguit, com-mostrans illis quid sit cavendum quidve corri-gendum. Como si dijese: El hombre que es curioso de saber vidas ajenas ms amigo es de su enemigo que no lo es de s mismo; porque en el enemigo luego pone la lengua en lo que no hace bien y de s mismo nunca se conoce de lo que hace mal. Homero, Eunio, Xantipo y Ovidio, famosos

    poetas que fueron, dicen que a ningunos vie-ron tanto atormentar en el otro mundo como a los malditos de Ticio, Tntalo, Xioun, Ssifo y Panteo, no porque fueron ms viciosos, sino

  • porque presumieron de ms curiosos, es a saber: que revolvan las repblicas y entend-an en vidas ajenas. Scrates, el filsofo, en entrando en su academia y en subindose a la ctedra, la primera palabra que deca era sta: Quid de magistro? A esto respondan luego sus discpulos: Quid de discipulis? Por estas palabras preguntaba Scrates a sus discpulos qu les haban dicho de l aquel da, y ellos preguntbanle a l que qu le haban dicho de ellos; por manera que all se decan los defectos que haban hecho y de lo que en la repblica los haban notado. En menos yerros caeramos y menos excesos cometeramos si quisisemos hacer lo que Scrates haca, y humillarnos a preguntar lo que l preguntaba, porque ya que los hom-bres no miran lo que hacen, deberan de pes-quisar lo que de ellos los otros dicen. Por ab-soluto que fuese un caballero, y por disoluto que fuese un plebeyo, si quisiese tener cora-zn para dejarse avisar y tuviese paciencia para consentirse corregir, es imposible que no enmendase de vergenza lo que no deja de cometer por conciencia.

  • Archidano, rey muy famoso que fue de los esparciatas, pregunt al filsofo Pindrido que cul era la cosa ms difcil que el hombre poda hacer; a la cual pregunta respondi l: No hay cosa para el hombre ms fcil que el reprender a otros, y no hay cosa para l ms difcil que dejarse reprender. Cun gran verdad haya dicho este filsofo no hay nece-sidad que mi pluma lo encarezca, pues cada uno lo alcanza; porque para reprender a otros son infinitos los que tienen habilidad y para ser reprendidos no hay quien tenga humildad. Epenetho, notable filsofo que fue entre los tebanos, no puede ser contado ni aun condenado con los curiosos y maliciosos, el cual, como hubiese filosofado en las aca-demias de Tebas por espacio de treinta aos y le riesen muchos porque no rea los vi-cios que vea cometer, respondi: De que no haya en m que reprender, comenzar a re-prender. Respuesta fue sta digna por cierto de notar, y no menos de imitar, porque si cada uno quisiese llevar a juicio y poner en examen su vida, por ventura dara por libre al

  • que l acusa y condenara a l en lo que al otro acusaba. Cuando Platn se parta de Tinacria para

    tornar a Grecia, djole el tirano Dionisio: Oh, qu de males dirs de m, oh, Platn, y de mi tirana, de que te halles entre los fil-sofos de Grecia! A lo cual respondi Platn: No hayas miedo de eso, Dionisio, ni que yo lo diga, ni aun que los otros lo escuchen, porque estn tan corregidas y ocupadas las academias de Grecia, que no les queda tiem-po para decir ni sola una palabra ociosa. Y dijo ms Platn: Sabe, si no lo sabes, oh, Dionisio!, que toda la suma de nuestra filoso-fa es persuadir y aconsejar a los hombres a que cada uno sea juez de su vida propia y no cure de escudriar la vida ajena. Filpides, el poeta, primero inventor que fue de las come-dias, como fuese muy gran amigo y privado del rey Lismaco, djole un da el Rey: Quid e meis rebus tibi impertiam? Inquit Philpides. Nil, o, rex!, ex tuis archanis. Como si dije-se: Qu quieres que te d, oh, amigo mo Filpides? A lo cual l respondi: La mayor merced que me puedes hacer, oh, rey!, es

  • que no me des parte de tus secretos. Oh, alta y muy alta respuesta, la cual ser de muchos leda y de muy pocos entendida, por-que si ste filsofo no quera saber lo que el rey saba, mucho menos quisiera saber lo que su vecino haca! Dado caso que hablar en vidas ajenas y

    querer saber lo que se hace en otras casas sea muy gran curiosidad y aun ramo de li-viandad, mucho ms lo es en querer saber qu es lo que los reyes hacen, porque todo lo que los prncipes hacen hmoslo de aprobar y todo lo que nos mandan obedecer. Aplica el Autor. Aplicando lo dicho a lo que queremos de-

    cir, digo, Serensimo Prncipe, que a nadie con tanta verdad se puede aplicar, y a ningu-no mejor que a m pueden con ello condenar; porque, no contento de reprender a los corte-sanos cuando predico, me precio de ser tam-bin satrico y spero en los libros que com-pongo. Ojal supiese yo tan bien enmendar lo que hago como s decir lo que los otros han de hacer! Ay de m, ay de m!, que soy como las ovejas, que se despojan para que

  • otros lo vistan; como las abejas, que cran los panales que otros coman; como las campa-nas, que llaman a misa y ellas nunca all en-tran. Quiero por lo dicho decir que con mi predicar y con mi escribir enseo a muchos el camino y qudome yo descaminado. Sepa Vuestra Serenidad, muy alto Prncipe, que en todas las ms cosas que en este vuestro libro escribo y reprendo me confieso haber cado, haber tropezado y aun me haber derrostrado; porque, si entre los cortesanos soy el menor, entre los pecadores soy el mayor. Tambin confieso que de algunas vanidades y de algu-nas liviandades [no] estoy apartado, y que de algunas presunciones y de algunas elevacio-nes no estoy enmendado, aunque es verdad que de las unas y de las otras estoy muy arrepiso; porque me parece que es muy poco lo que he vivido y es muy mucho en lo que he pecado. No est lejos de enmendar la culpa el que tiene conocimiento de haber cado en ella; lo cual no es as en el malo y protervo, porque jams se aparta de errar el que no reconoce haber errado. Y porque no se puede entender bien esta obra si no se tiene noticia

  • del autor de ella, pondrse en una sola pala-bra todo el discurso de su vida, para que co-nozcan los que leyeren esta escritura en c-mo toda la harina le llev el mundo y que apenas aun da los salvados a Cristo. A m, Serensimo Prncipe, me trajo don

    Beltrn de Guevara, mi padre, de doce aos a la corte de los Reyes Catlicos, vuestros abuelos y mis seores, a do me cri, crec y viv algunos tiempos, ms acompaado de vicios que no de cuidados, porque en edad tan tierna como era la ma, ni saba desechar placer ni senta qu cosa era pesar. Como los mozos cortesanos an no tienen en el cuerpo dolores, ni cargan sobre sus corazones cuida-dos, ni sienten lo que hacen, ni saben lo que quieren, sino que como unos hombres amo-dorriados se andan en los vicios embobeci-dos. Ya que el Prncipe don Juan muri y la Reina doa Isabel falleci, plugo a Nuestro Seor sacarme de los vicios del mundo y po-nerme religioso franciscano, a do persever muchos aos en compaa de varones obser-vantsimos; y ojal fuera tal mi vida cual ellos me dieron la crianza.

  • Estndome, pues, yo en mi monasterio, asaz descuidado de tornar ms al mundo, sacme de all para su predicador y cronista el Emperador don Carlos, mi seor y amo, en la corte del cual he andado dieciocho aos sirvindole de lo que l quera, aunque no como yo deba. En estos tiempos pasados vi la corte del Emperador Maximiliano, la del Papa, la del Rey de Francia, la del Rey de Romanos, la del Rey de Inglaterra; y vi las Seoras de Venecia, de Gnova y de Floren-cia; y vi los estados y casas de los prncipes y potentados de Italia; en todas las cuales cor-tes vi grandes cosas que notar y otras dignas de contar. He dado esta cuenta a Vuestra Alteza, muy

    alto Prncipe, para que sepis que todo lo que dijere en este vuestro libro este vuestro sier-vo no lo ha soado ni aun preguntado, sino que lo vio con sus ojos, pase con sus pies, toc con sus manos y aun lloro en su cora-zn, por manera que le han de creer como a hombre que vio lo que escribe y experiment lo que dice. Siendo, pues, yo criado en casas de prncipes, y comiendo pan de prncipes, y

  • andando en cortes de prncipes, y llevando gajes de prncipes, y siendo cronista de prn-cipes; no sera justo que mis sudores y vigi-lias se dedicasen sino a prncipes, a cuya causa he querido ofrecer e intitular esta mi obra a Vuestra Real Alteza como a prncipe muy valeroso y a rey muy poderoso. Despus ac que saqu a luz el mi muy

    famoso Libro de Marco Aurelio, he compuesto y traducido otros libros y tratados; mas yo afirmo y confieso que en ninguno he fatigado tanto mi juicio, ni me he aprovechado tanto de mi memoria, ni he adelgazado tanto mi pluma, ni he pulido tanto mi lengua, ni aun he usado tanto de elegancia como ha sido en esta obra de Vuestra Alteza; porque a los grandes prncipes hmoslos de hablar con humildad y escribir con gravedad. En ser para quien era esta obra, he tenido mucha adver-tencia en que saliese de mis manos mirada y remirada, pulida y limada, corregida y verda-dera, sabrosa y provechosa, urbana y no pe-sada; de manera que no hubiese ella que remendar y mucho menos que cercenar. A cualquiera que se diga una cosa baja y simple

  • es bovedad, mas escribirla o decirla al prnci-pe es bovedad y temeridad y aun necedad, porque a los prncipes hanles de hablar con temor y servir con amor. El Magno Alexandro ni alcanz ni conoci

    al poeta Homero, mas junto con esto fue tan amigo de sus escritos, que siempre traa en el seno La Ilada, y de noche la pona so el al-mohada. Pirro, rey de los epirotas, doscientos y veinte aos naci despus que muri el filsofo Esquines, y tuvo en tanta veneracin Pirro a la doctrina de Esquines, que con el oro que tena encuadernadas sus obras se pudie-ran casar muchas hurfanas. Desde que mu-ri el famoso Tito Livio hasta que naci el buen Marco Aurelio pasaron ms de ciento y veinte aos, al cabo de los cuales mand el buen Emperador que para guardar las obras de este Tito Livio se hiciese un arca de oro, y para entretener sus huesos le hiciesen un sepulcro de prfido. Hermgenes, el filsofo, y el gran rey Demetrio jams se vieron ni se conocieron, porque el uno estaba en Asiria y el otro en la Grecia; mas junto con esto Her-mgenes ofreci muchos libros al Rey Deme-

  • trio, y Demetrio hizo muchas mercedes al filsofo Hermgenes, de manera que los hizo tan grandes amigos la pluma como a otros hace la patria. Todo esto he dicho, muy alto Prncipe, pa-

    ra que no haga a Vuestra Alteza tener en po-co esta obra el haberme yo criado en Castilla y no tener noticia de mi persona, porque, si no soy vuestro vasallo, prciome de ser vues-tro siervo. Si Vuestra Celsitud tiene en tanto mi doctrina como yo tengo a su Real Persona, soy cierto que l ser para m otro Demetrio y yo ser para l otro Hermgenes. Acordndome que sois nieto de quien yo

    fui criado, y que sois primo de quien yo soy vasallo, gran obligacin es la ma de servirle, y muy mayor merced de l quererse de m servir; porque los prncipes muy mayor mer-ced nos hacen cuando muestran lo que nos quieren que no cuando nos dan de lo que tienen. Concluye el Autor. Si Vuestra Alteza quiere leer en esta mi

    obra, hallar en ella algunas cosas, ninguna de las cuales le osara nadie decir en secreto

  • y menos en pblico; porque el trabajo que se pasa con los prncipes es que en sus casas y repblicas tienen todos licencia de lisonjear-los y muy poquitos de avisarlos. Si los prnci-pes os quisieseis un poco humanar (es a sa-ber: que trataseis con hombres sabios y leye-seis en algunos buenos libros), por ventura ahorrarais de muchos trabajos y aun no cae-rais en tantos yerros; mas, como es vuestra voluntad tan libre y vuestra libertad tan grande, no vens a saber el dao hasta que ya no lleva remedio. Tenis, Seor, fama de buen cristiano, de prncipe justiciero, de rey virtuoso, de seor cuerdo y de hombre piado-so; y si junto con esto os allegis a consejo y os dejis al parecer ajeno, asentaros hemos los cronistas entre los monarcas del mundo; porque a su prncipe y seor muy mayor ser-vicio le hace el que le da un buen consejo que no el que le presenta un notable servicio. No loo al caballero que pierde la vergen-

    za, ni loo al que escribe si suelta la pluma, ni loo al que predica si suelta la lengua (es a saber: en decir desacatos a los prncipes y contra los prncipes), porque a los reyes y

  • grandes seores permtese avisarlos, mas no se sufre reprenderlos. Cuando el rey David cometi el adulterio con Betsab y el homici-dio con Uras, no le reprendi el profeta Na-tn en pblico, ni le afrent delante todo el pueblo; antes le dijo aparte tan dulces pala-bras y le convenci con tan buenas razones, que luego all el rey conoci la culpa y co-menz a hacer penitencia. Es tan suprema la autoridad del prncipe, que absolutamente nos puede exhortar, avisar, reprender y cas-tigar, y nosotros a l no ms de le avisar y aconsejar; porque a los buenos prncipes por ninguna cosa se les ha de perder la vergen-za ni alzar la obediencia. De Catn Censorino, y del emperador Augusto, y del gran Trajano, y del buen Marco Aurelio dicen todos sus es-critos que por eso fueron prncipes tan ilus-tres en sus hazaas y tan bienquistos en sus repblicas, porque tenan siempre cabe s no slo quien los aconsejava lo que hacan, mas aun quien los avisaba de lo que erraban. Lo contrario de todo esto se lee de los malvados tiranos (de Bras el griego, de Antenon el te-bano, de Flaris el agrigentino y de Dionisio

  • el siracusano), los quales jams quisieron ser de sus oficiales avisados ni de sus amigos aconsejados. No basta tampoco que tengis los prncipes en vuestras cortes hombres cuerdos y en vuestras casas hombres sabios, si no queris aprovecharos de sus buenos consejos; porque serais como la candela, que alumbra a los otros y quema a s misma. La Escritura Sacra gravemente reprende a Sal porque no crey a Samuel, al rey Acad porque no crey a Miqueas, al rey Sedequas porque no crey a Isaas, al rey Salmanasar porque no crey a Tobas, y a la reina Jezabel porque no crey a Elas. Todos estos santos profetas andaban en las cortes de los prnci-pes y predicaban a prncipes, a los ms de los cuales no slo no los quisieron creer, mas aun los mandaron matar. La mayor ofensa que los prncipes podis hacer a Dios es no osar nadie avisar a vosotros y reprender a vuestros cortesanos; lo cual no debera ser as, pues hay tanta necesidad del predicador que reprenda los vicios como de la justicia que castigue los excesos. El rey Filipo y el rey Demetrio, nunca ellos enseorearan a los

  • reinos de Grecia si primero no alanzaran de ella a los filsofos que la gobernaban y con sus buenos consejos la defendan; que, como deca Catn censorino, no se pierden las re-pblicas por mengua de capitanes, sino por falta de consejos. En verdad que el buen Ca-tn deca la verdad; porque en una repblica son muchos los hombres esforzados, animo-sos, atrevidos y denodados, y por otra parte son muy poquitos, y aun poquititos, los sa-bios, cuerdos, sufridos y experimentados. Sea sta la postrera palabra, y encomindela Vuestra Alteza a la memoria, y es que, si queris parecer y ser prncipe cristiano, si en vuestra corte hubiere quien sea vicioso y quien sea satrico, antes favoreced al predi-cador que reprende el vicio que al caballero que es vicioso. Pudese de todo lo sobredicho colegir que

    la diferencia que va de lo uno a lo otro es que al buen prncipe sanle avisar, y al que es tirano aun no le osan hablar. Lo que siempre al Emperador, mi seor y amo, he persuadido en los libros que le he escrito, y lo que en mis sermones le he predicado, y lo que de perso-

  • na a persona le he hablado, es que se llegue siempre a consejo y admita algn particular aviso; porque el consejo le aprovechar para lo que ha de hacer, y el aviso para lo que se ha de guardar. A Vuestra Celsitud, Serensimo Prncipe,

    aunque no tengo autoridad para le aconsejar, ni atrevimiento para le avisar, tengo humil-dad para humildemente le suplicar reciba en servicio este pobre servicio y tome al autor so su amparo. Posui finem curis; Spes et fortuna, valete.

  • Comienza el libro llamado Menospre-cio de corte, dirigido al muy alto y muy po-deroso seor, el Rey de Portugal, don Juan, tercero de este nombre, compuesto por el ilustre seor don Antonio de Guevara, Obispo de Mondoedo, predicador y cronista y del Consejo de Su Majestad. Captulo I Do el autor prueba que ningn cortesano

    se puede quejar sino de s mismo. Teophrastus philosophus memorie prodidit

    Philippum (Alexandri patrem) non solum di-gnitate et armis sed etiam prudentia, elo-quentia et moribus multo aliis regibus praes-titisse. Athenienses igitur beatos esse dictita-bat ut qui singulis quibusque annis decem invenirent quos imperatores eligerent; se nanque unum dumtaxat imperatorem per multos annos invenisse, scilicet, suum Par-

  • menionem amicum. Cum multi successus preclari uno die sibi nunciati forent, inquit: O fortuna, pro tot tantisque bonis exiguo me aliquo malo affice. Devictis autem grecis, cum quidam ipsi consulerent ut presidis urbis contineret, inquit: Malo diu benignus quam brevi tempore dominus apellari. In fuga vero quadam, cum siccisque ficubus et pane hor-deaceo vesceretur, inquit: Qualis voluptatis inexpertus eram. Sepe immo sepissime Phi-lippus dicebat, eum qui regem alloquuturus esset bissinis et mollibus uti verbis. Cum qui-dam scutum pulcherrime ornatum ostentaret, inquit: Graecum virum decet magis in dex-tra quam in sinixtra spem habere; etc. De hoc, hactenus. Despus que este muy ilustre prncipe Fili-

    po venci a los atenienses, aconteci que, como una noche estuviese cenando y se mo-viese pltica entre l y los filsofos que all se hallaban sobre cul era la mayor cosa que haba en el mundo, dijo un filsofo: La ma-yor cosa que hay en el mundo es a mi ver el agua, pues vemos que hay ms de ella sola que de todas las otras cosas juntas. Otro

  • filsofo dijo que la mayor cosa del mundo era el Sol, pues slo su resplandor abasta a alumbrar al cielo, y al aire, y a la tierra, y al agua. Otro filsofo dijo que la mayor cosa del mundo era el gran monte Olimpo, la cumbre del cual sobrepujaba al aire y que de lo alto de l se descubra el mundo todo. Otro filso-fo dijo que la mayor cosa del mundo era el muy famoso gigante Atlas, sobre la sepultura del cual estaba fundado el espantable monte Etna. Otro filsofo dijo que la mayor cosa del mundo era el gran poeta Homero, el cual fue en la vida tan famoso y en la muerte tan llo-rado, que pelearon entre s siete muy gran-des pueblos sobre quin guardara sus hue-sos. El postrero y ms sabio filsofo dijo: Nil aliud in humanis rebus est magnum nisi ani-mus magna despiciens. Quiso por estas pa-labras decir: Ninguna cosa con verdad se puede en este mundo llamar grande si no es el corazn que desprecia cosas grandes. Oh!, alta y muy alta sentencia, digna por

    cierto de notar y aun de a la memoria enco-mendar, pues por ella se nos da a entender que las riquezas y grandezas de esta vida es

  • muy ms digno y de mayor gloria el que tiene nimo para menospreciarlas que no el que tiene ardid para ganarlas. Tito Livio alaba y nunca acaba de alabar al

    buen cnsul Marco Curio, a la casa del cual, como viniesen los embajadores de los samni-tas a capitular con l cierta tierra, y para esto le ofreciesen mucha plata y oro, y l estuvie-se a la sazn lavando unas berzas y echndo-las a cocer en una olla, respondiles estas palabras: A los capitanes que se desprecian de aderezar su olla y cenar tal cena como sta, a sos habis vosotros de llevar todo ese oro y plata, que yo para m no quiero otras mayores riquezas sino ser seor de los seores de ellas. Por ventura no mereci ms gloria este

    cnsul Marco Curio por los talentos de oro y plata que menospreci de los samnitas que no el cnsul Lculo por lo que rob a los es-parciatas? Por ventura no mereci ms glo-ria el buen filsofo Scrates por las grandes riquezas que ech en las mares que no el rey Nabucodonosor por los muchos tesoros que rob del templo? Por ventura no merecieron

  • ms gloria los de las islas Baleares en no consentir entre s haber oro ni plata, que no los vanos griegos, que por robar minas de Espaa vinieron a ella desde Grecia? Por ventura no fue mayor el nimo del buen em-perador Augusto en menospreciar el Imperio, que no el de su to Julio Csar en ganarlo? Para emprender una cosa es menester

    cordura; para ordenarla, experiencia; para seguirla, industria; y para acabarla, fortuna; mas para sustentarla digo que es menester buen esfuerzo, y para menospreciarla, grande nimo; porque ms fcilmente menosprecia uno lo que ve con los ojos que no lo que ya tiene entre las manos. A muchos ilustres va-rones hemos visto sobrarles fortuna para emprender y aun para alcanzar grandes co-sas y despus no tener nimo para descar-garse y aliviarse de ninguna de ellas; de lo cual se puede muy bien colegir que la gran-deza del corazn no consiste en alcanzar lo que l mucho desea, sino en menospreciar lo que l ms ama. Apolonio Tianeo menospre-ci a su propia patria y atraves toda la Asia por irse a ver con el filsofo Hiarcas en la

  • grande India. El filsofo Aristteles menos-preci la gran privanza que tena con el rey Alejandro no por ms de por tornarse a su academia a leer filosofa. Nicodio el filsofo menospreci el inmenso

    tesoro que le daba el gran rey Ciro, por no le querer seguir en la guerra ni doctrinar en la paz. Anaxilo el filsofo tres veces menospre-ci el principado de la repblica de Atenas, diciendo que ms quera ser siervo de los buenos que no verdugo de los malos. Cecilio Metelo, famoso capitn romano, nunca quiso aceptar la dictadura que le daban ni el con-sulado que le ofrecan, diciendo que quera comer en paz lo que con mucho trabajo haba ganado en la guerra. El gran emperador Dio-cleciano a todo el mundo es notorio de cmo renunci el Imperio, y esto no por ms de por huir los bullicios de la repblica y por gozar del reposo de su casa. En mucho se ha de tener el hombre que

    tiene corazn para menospreciar un reino o un imperio; mas yo en mucho ms tengo al que menosprecia a s mismo y que no se rige por el su parecer propio; porque no hay

  • hombre en el mundo que no est ms ena-morado de lo que quiere que no de lo que tiene. Por muy ambicioso y por ms codicioso que sea un hombre, si camina diez das tras el tener, caminar ciento en pos del querer; porque los trabajos que los hombres pasan no es por tener lo que deben, sino por alcan-zar lo que quieren. Si caminamos, si nos fati-gamos, si trasnochamos y nos desvelamos, no es por cumplir con la necesidad, sino por satisfacer a la voluntad; y lo peor de todo es que, no contentos con lo que podemos, pro-curamos de poder lo que queremos. Oh!, cuntos en las cortes de los prncipes

    hemos visto, a los cuales les estuviera mejor el nunca ser seores de su poder ni de su querer, porque despus, haciendo todo lo que podan y lo que queran, vinieron a hacer lo que no deban. Si al hombre que ofendimos hemos de pedir perdn, pida cada uno perdn a s mismo antes que no a otro; porque nin-guno de esta vida me ha a m tanto mal hecho como yo mismo a m mismo me he procurado. Quin me enrisc a m en la cumbre de la soberbia sino sola mi presun-

  • cin y locura? Quin osar intoxicar al triste de mi corazn con la ponzoa de la envidia si no fuera mi sola presuncin y locura? Quin osara encender y soplar a cada paso en mis entraas el fuego de la ira si no fuese mi muy grande impaciencia? Quin es la causa de ser yo entre los manjares tan desordenado si no es el haberme yo criado tan regalado y goloso? Quin osara irme a m a la mano para no repartir mi hacienda con los pobres necesitados si no es el ser yo muy amador de mis propios dineros? Quin da licencia a mi propia carne para que se levante contra mis santos deseos si no es el mi corazn que an-da enconado con pensamientos livianos? De todos estos daos y de tan notorios agravios, a quin pondris vos la demanda, oh, alma ma!, si no es a mi sensualidad propia? Gran locura es, estando el ladrn en casa, salir fuera a hacer la pesquisa. Quiero por lo dicho decir que es gran vanidad y aun liviandad, estando en nosotros la culpa, formar contra otros la queja; porque nos hemos de tener por dicho que jams nos acabaremos de que-jar sino cuando nos comenzremos a enmen-

  • dar. Oh, cuntas y cuntas veces en el cen-tro de nuestros corazones se andan peleando y trebejando la virtud, que me obliga a ser bueno, y la sensualidad, que me convida a ser vano y liviano; de la cual pelea se sigue el quedar mi juicio ofuscado, el entendimiento turbado, el corazn alterado y yo mismo de m mismo enajenado. El poeta Ovidio cuenta de la muy enamo-

    rada Filis la rdana que de s misma y no de otro se quejaba cuando deca: Remigiumque dedi, quo me fugiturus abires; Heu! patior tellis vulnera facta meis!. Como si ms claro dijera: Oh!, Demofn, amigo y enamorado mo, si yo no empleara mi corazn en te amar, ni diera dineros para te ir, ni aparejara naos para t navegar, ni capitulara con los corsarios para te asegurar, ni t te osaras ir, ni yo tuviera de qu me quejar; por manera que con mis propias armas fueron mis entra-as heridas. Si creemos a Josefo en lo que dice de Mariana, y a Homero en lo que dice de Helena, y a Plutarco en lo que dice de Cleopatra, y a Marn en lo que dice de la re-ina Dido, y a Teofrastro en lo que dice de

  • Policena, y a Jantipo en lo que dice de Cami-la, y a Asenario en lo que dice de Clodra; no se quejaban tanto aquellas excelentes prince-sas de las burlas que sus enamorados les haban hecho cuanto de s mismas por lo que les haban credo y aun consentido. Si a Sue-tonio y a Jantipo y a Plutarco damos fe en lo que cuentan del gran Pompeyo y del rey Pirro y del famoso Anbal y del cnsul Mario y del dictador Sila y del invencible Csar y del des-dichado de Marco Antonio, no llevaron tanta lstima de este mundo por haberlos la fortu-na tan cruelmente abatido y atropellado, cuanto por haberse en sus prosperidades mal regido y de s mismos tanto confiado. No es menos sino que algunas veces los

    parientes y amigos nos alteran y desasosie-gan, mas al fin los grandes trabajos y famo-sos enojos nadie nos los viene a traer, sino que nosotros nos los vamos a buscar. Y pare-ce esto claro en que nos metemos en nego-cios tan enconados y tan mal digestos, que no podemos salir de ellos sino lastimados o descalabrados. Muchos cuentan que tienen enemigos y no se acuerdan de contar a s

  • entre ellos, como sea verdad que no haya hombre en el mundo que tenga a otro por mayor enemigo como es cada uno de s mis-mo; y el mayor dao que en esto hay es que so color de quererme aprovechar y mejorar, yo mismo a m mismo me ech a perder. Preguntado el filsofo Netido que cul era

    el ms sano consejo que entre todos los con-sejos un hombre para s poda tomar, res-pondi: No hay para el hombre otro tan sa-no consejo como es pedir a otro consejo y no fiarse de su parecer propio. Discreta res-puesta y aun famosa doctrina fue la de este filsofo; porque en esta vida ninguno puede hallar tan gran tesoro como el hombre que halla a s mismo, y por el contrario ninguno tanto pierde como el que a s mismo de s mismo se pierde. Los hombres cuerdos ms de s que no de otros han de andar sospecho-sos y recatados; porque al mejor tiempo la vida los engaa, los males los saltean, los pesares los prenden, los amigos los dejan, persecuciones los acaban, descuidos los atormentan, sobresaltos los espantan y aun ambiciones los sepultan. Si quisisemos mirar

  • lo que somos, y de qu somos, y qu somos, y para lo que somos, hallaramos por verdad que nuestro comienzo es olvido; el medio, trabajo; el fin, dolor; y todo junto, un mani-fiesto error. Oh!, cun triste, oh!, cun m-sera es esta vida, en la cual hay tantos des-manes en el caminar, tantos lodos do en-trampar, tantos riscos de do caer, tantas sendas a do errar, tantos puertos por do pa-sar, tantos ladrones a quien temer y aun tan-tos desmanes en el negociar, que muy poqui-tos son los que van por do querran ni aun allegan a do deseaban. Todas estas cosas hemos dicho para que

    vean vuestros cortesanos en cmo ni ellos ni yo sabemos amar y menos aborrecer, elegir lo bueno y desechar lo malo, evitar lo que daa y conservar lo que aprovecha, seguir la razn y apartar la ocasin; sino que si nos sucede bien alguna cosa, damos las gracias a la fortuna, y si mal, quejmonos de nuestra mala dicha.

  • Captulo II Que nadie debe aconsejar a nadie se vaya

    a la Corte o se salga de la Corte, sino que cada uno elija el estado que quisiere. Aristarco, el gran filsofo tebano, deca:

    Quid optes aut quid fugias nescis; ita ludit tempus. Como si ms claro dijese; Es el tiempo tan mudable, y es el hombre tan va-riable, que ni sabe lo que ha de escoger ni puede atinar a lo que se ha de guardar. No hay cosa ms averiguada que lo que este filsofo dice, pues vemos cada da que con lo que uno sana otro enferma, con lo que uno mejora otro empeora, con lo que uno preva-lece otro se oscurece, con lo que uno re otro suspira, con lo que uno se honra otro se afrenta, y aun con lo que uno est contento vive otro desesperado. Preguntado el filsofo Alquimio por su amo

    el rey Demetrio en qu estaba el mayor tra-bajo de esta vida, respondi: No hay cosa en que no haya trabajo, no hay cosa en que

  • no haya zozobra, no hay cosa en que no haya sospecha, no hay cosa en que no haya peli-gro, ni hay cosa en que no haya congoja, y sobre todos es el mayor trabajo no tener el hombre en ninguna cosa contentamiento. En verdad que dijo la verdad este filsofo, por-que si en alguna cosa, por nfima que fuese, hallsemos contentamiento, en ella y no en otra pondramos nuestro paraso. De vivir como vivimos todos tan descontentos, que-rramos probar a qu sabe el ser rey, a qu sabe ser caballero, a qu sabe ser escudero, a qu sabe ser casado, a qu sabe ser religio-so, a qu sabe ser mercader, y a qu sabe ser labrador y aun pastor; y al fin, despus de todo probado, no fcilmente se sabran determinar cul de aquellos estados haban de elegir. El que es loco con cualquiera cosa se con-

    tenta, mas el que es cuerdo no fcilmente se arroja ni determina; porque, si en el estado pequeo es la pobreza muy enojosa, tambin en el estado alto es la fortuna muy sospecho-sa. Plauto, el filsofo, fue en su mocedad muy humano y aun mundano; porque anduvo

  • en la guerra, naveg por mar, fue panadero, trat en mercadera, vendi aceite y aprendi un oficio de sastre. Preguntado este filsofo en qu oficio haba estado ms contento y se haba hallado ms asosegado, respondi: No hay estado en que no haya mudanza, no hay honra en que no haya peligro, no hay riqueza en que no haya trabajo, no hay prosperidad que no se acabe, ni aun placer que no amar-gue; y si en algo yo tom descanso fue des-pus que me di a los libros y me aparte de los negocios. Como hombre cuerdo y bien experimentado habl este filsofo. En cuanto en este mundo vivimos, todo lo

    deseamos, todo lo tentamos, todo lo procu-ramos y aun todo lo probamos; y al fin, des-pus de todo visto y gustado, con todo nos cansamos y con todo nos ahitamos. Muy gran parte de nuestro descontento est en que lo mucho nuestro nos parece poco y lo poco ajeno nos parece mucho. A la riqueza nuestra llamamos trabajo y en la pobreza ajena de-cimos que est el reposo. El estado que los otros tienen aprobamos y a nuestra manera de vivir condenamos. Velamos por alcanzar

  • una cosa y desvelmonos por salir luego de ella. Imaginamos que viven todos contentos y que solos nosotros somos los desdichados, y lo peor de todo es que creemos en lo que soamos y no damos fe a lo que vemos. Qu camino tomaremos o qu estado se-

    guiremos, ninguno lo puede saber y menos a otro aconsejar, pues vemos que si el navegar es peligroso, tambin el estar en calma es enojoso. En caso de vivir vemos muchas ve-ces que se caen muertos los sanos y escapan los oleados. En caso de caminar vemos que muchas veces llega ms ana el que no dej el camino, y se perdi el que fue por el atajo. En caso del tener y del valer vemos muchas veces que vive ms contento uno con lo poco que tiene que otro con lo mucho que vale. En caso del favor o disfavor vemos muchas ve-ces que la fortuna favorece ms a los que estn holgando que no a los que andan su-dando. Pudese de todo lo sobredicho colegir que no hay en este mundo cosa ms cierta que ser todas las cosas inciertas. Aplicando, pues, lo dicho a nuestro propsito, decimos que es gran temeridad, y aun no s si livian-

  • dad, aconsejar a nadie que sea casado, aprenda letras, siga la guerra, se haga clri-go, se meta religioso, aprenda oficio o ande a palacio; porque en este caso nadie se ha de atar a lo que otro le dice, sino mirar la incli-nacin que tiene. Plutarco, en los libros De Republica, loa

    mucho al divino Platn, en la academia del cual primero probaban a los discpulos que le traan las inclinaciones que tenan que no que les enseasen las ciencias que queran; por manera que si vea ser inclinado a las letras, quedbase en la academia, y si no, tornbase a aprender oficio en la repblica. Alcibades el griego, aunque le pusieron desde muy nio al estudio, muy mejor maa se dio despus en el pelear que entonces se dio en estudiar. Al que es inclinado a ceir espada, muy

    mal se le asienta la estola. Al que de su natu-ral es encogido, pecado sera llevarle a pala-cio; a la que desea tener marido, muy pesado se le har el velo negro; al que es inclinado a picar muelas, en balde le ensean a amolar navajas; al que de suyo se da al tejer, peca-do es mandarle pintar. Lo que decimos de

  • estos pocos oficiales podramos decir y ejem-plificar de todos los otros. Aconsejar a uno que tome alguna manera de vivir, lolo; mas sealarle el oficio que ha de tomar, reprubo-lo. Ligurguio, dador que fue de las leyes de

    los lacedemones, mand que sus padres pu-siesen a sus hijos a oficios cumplidos catorce aos, no en los que ellos quisiesen, sino en aquellos a que los hijos se inclinasen. Des-pus que uno hubiere elegido manera de vi-vir, pudele su amigo avisar cmo en ella se ha de gobernar; porque ya puede ser que acierte uno en el estado que elige y despus yerre en todo lo que en l hace. Dejemos ya de hablar por circunloquios y

    declaremos del todo nuestros conceptos para ver lo que sentimos y aun lo que al lector aconsejamos; porque a la caza no abasta que se levante, sino que se alcance. Aconsejar a uno que deje la Corte y se vaya a su casa, o que deje su casa y se vaya a la Corte, el tal consejo ni le admite crianza darle, ni cabe en cordura tomarle, porque va mucho de lo que yo puedo a mi amigo aconsejar, a lo que a l

  • le conviene hacer. Lo que en este caso osa-ramos decir es que el hombre eligiese tal estado y morase en tal lugar, a do ms honestamente se pueda sustentar y do ms limpiamente pudiese vivir y a do ms segu-ramente osase morir. Muchas veces se muda un hombre de una tierra a otra, de un barrio a otro, de una casa a otra y aun de una com-paa a otra; y al fin si de la una tena pena, de la otra muestra queja, y la razn de ello es porque l echaba la culpa a la condicin de la tierra y estaba todo el dao en su condi-cin mala. Qu ms diremos sino que en la corte, en

    la ciudad, en la aldea, en la venta, en el yer-mo y en el mercado vemos al virtuoso estar corregido y vemos al malo andar disoluto? El vicio y el vicioso son los que andan a buscar oportunidad para ser malos; que la virtud y el virtuoso adoquiera hallan lugar para ser bue-nos. No hay estado en la Iglesia de Dios tan absoluto en que uno no se pueda salvar, ni hay estado tan recogido a do no haya ocasio-nes para se perder; porque los oficios, esta-dos y preeminencias son como la rosa del

  • campo, de la cual hace su miel la abeja y aun su ponzoa la araa. Para hombre bueno no hay oficio malo, ni

    para hombre malo hay oficio bueno; porque tal ha de ser el hombre que presume de bien, que el oficio se honre con l y no l con el oficio. El prncipe pudese salvar haciendo justicia y pudese condenar usando de tira-na. El caballero pudese salvar peleando y pudese condenar robando. El eclesistico pudese salvar sirviendo su iglesia y pudese condenar entrando por simona. El religioso pudese salvar contemplando y pudese con-denar murmurando. El casado pudese salvar criando sus hijos y pudese condenar con ilcitos adulterios. El rico pudese salvar haciendo limosnas y pudese condenar dando a usuras. El labrador pudese salvar arando y pudese condenar pleiteando. El pastor pu-dese salvar guardando su ganado y pudese condenar paciendo el pan ajeno. Y porque no parezca que hablamos de gra-

    cia, probemos todo lo que hemos dicho con escritura autntica. En el estado de reyes, el rey David fue bueno y el rey Sal fue malo.

  • En el estado de sacerdotes, Matatas fue bue-no y Obnas fue malo. En el estado de profe-tas, Daniel fue bueno y Balan fue malo. En el estado de pastores, Abel fue bueno y Abi-melec fue malo. En el estado de casados, Tobas fue bueno y Ananas fue malo. En el estado de viudas, Judich fue buena y Jezabel fue mala. En el estado de ricos, Job fue bue-no y Nabal fue malo. En el estado de conseje-ros Arquitofel fue bueno y Cusi fue malo. En el estado de cazadores Jacob fue bueno y Esa fue malo. En el estado de los apstoles San Pedro fue bueno y Judas fue malo. He aqu, pues, probado en cmo el ser

    buenos o ser malos no depende del estado que elegimos, sino de ser nosotros bien o mal disciplinados. Si aconsejamos a uno que viva en el aldea, dice que no se halla con rsticos; si le consejamos que salga de la Corte, dice que all tiene negocios; si le aconsejamos que sirva en palacio, dice que no es nada entre-metido; si le aconsejamos que sea eclesisti-co, dice que no se amaa a rezar; si le acon-sejamos que sea fraile, dice que no podr ir a maitines; si le aconsejamos que siga la gue-

  • rra, dice que no es amigo de poner en peligro la vida. Si le aconsejamos que se case, dice que no puede ver llorar muchachos; si le aconsejamos que guarde continencia, dice que es intolerable la soledad; si le aconseja-mos que aprenda oficio, dice que no descien-de l de tales parientes; si le aconsejamos que aprenda letras, dice que es flaco de ca-beza; si le aconsejamos que se retraiga ya a su casa, dice que no se hallar sin conversa-cin. Presupuesto que es verdad, como es verdad, todo esto, nadie debe aconsejar a nadie en cosa que toca a honra o al reposo de su vida; porque despus ms se quejar el tal de lo que entonces le aconsejaban que no de lo que despus padece.

  • Captulo III Que no conviene al cortesano dejar la Cor-

    te porque est desfavorecido, sino por pensar que fuera de all ser ms virtuoso. Publio Mino, el filsofo, en sus Anotaciones

    deca: Deliberandum est diu quod faciendum est semel. Grave para leer, y digna de sa-ber, y aun necesaria de aprender es esta sen-tencia, por la cual somos avisados que nos conviene pensar primero en muchos das lo que despus hemos de hacer en uno. El rey Demetrio, hijo que fue del gran rey Antgono, preguntado por su capitn Patroclo por qu no daba la batalla a su enemigo Tolomeo, pues en nimo era ms esforzado y en ejrci-to ms poderoso que no l, respondi: In quibus penitentia non habet locum magno pondere attentandum est. Quera, pues, por estas palabras decir: En las cosas que des-pus de hechas nadie se puede arrepentir, sobre muy grande acuerdo se han de em-prender. Agesilao, muy ilustre capitn que

  • fue de los licaonios, como le diesen prisa los embajadores de los tebanos que les respon-diese a una embajada que le haban trado, respondi: An nescitis quod ad utilia delibe-randum mora est tutissima? Como si dijera: Agora tenis por saber, oh, tebanos!, que para determinarse uno en lo que le va la vida no hay cosa ms segura que la tardanza? Plutarco, en la Vida de Sartorio, le loa mucho de que en los negocios graves era muy grave hasta se determinar y que despus era muy constante en lo que se determinaba. Sueto-nio, en el segundo libro De Cesaribus, dice de Augusto el emperador estas palabras: Ami-cicias neque facile admisit et constantissime retinuit. Que quiere decir: Los amigos que Augusto tena ni era apresurado en tomarlos ni liviano en dejarlos. De estos tan notables ejemplos se puede

    colegir en cunto yerro caen los hombres que son en sus hechos acelerados y en sus conse-jos voluntariosos. No queremos vestir la ropa sin que est enjuta, ni gustar la fruta sin que est madura, ni comer la carne sin que est manida, ni beber el vino sin que sea aejo, ni

  • edificar casa sino con madera seca; por qu queremos emprender negocios con consejos verdes con los cuales antes nos ahumaremos que nos escalentaremos? Las cosas que tocan al punto de la honra y al reposo de la vida mucho antes se han de tantear que no que se vengan a determinar. El hombre prudente y cuerdo, si piensa una hora en lo que ha de decir, ha de pensar diez en lo que ha de hacer. Las palabras al fin son palabras, y pudese

    uno que err retractarse luego de ellas; mas de las obras inconsideradas y borradas ni las pueden enmendar ni aun a las veces remen-dar. Entre todas las vanidades, la mayor vani-

    dad de todas es que estudian los hombres en cmo han de disputar, abogar, juzgar y hablar, y que ninguno se ocupa en saber c-mo ha de vivir; mayormente que el bien mo-rir depende del bien vivir. Los hombres que presumen de gravedad y se conservan en autoridad deben estar siempre muy avisados en que no los noten de capitosos en lo que emprenden ni de mudables en lo que hacen;

  • porque el mayor defecto que en un hombre se puede hallar es tenerle por mentiroso en lo que dice y por inconstante en lo que empren-de. El de rostro vergonzoso y corazn gene-roso ha de mirar lo que comienza y de lo que se encarga; y si fuere cosa justa y hacedera, debe morir y atrs no tornar, porque en los negocios muy dificultosos, all es ado se hacen los hombres muy afamados. Si no fuera dificultoso y casi imposible

    Aquiles matar a Hctor, Agesilao vencer a Biante, Alejandro a Daro, Csar a Pompeyo, Augusto a Marco Antonio, Sila a Mitrdates, Escipin a Anbal, Marco Furio a Pirro y el buen Trajano a Decbalo, nunca aquellos tan ilustres varones fueran como son en todo el mundo nombrados. Viniendo, pues, al propsito, es de notar

    que el proverbio ms usado entre los corte-sanos es decir a cada palabra: A la verdad, seor compadre, quiero ya esta maldita de corte dejar e irme a mi casa a morar, porque la vida de esta corte no es vivir, sino un con-tinuo morir. Oh!, a cuntos he odo yo esta palabra prometer y a cun poquitos la he

  • visto cumplir, porque el anzuelo de la corte es de tal calidad, que al que una vez prende dale cuerda, mas no le suelta. Cuando al cor-tesano le falta el dinero, le hacen algn eno-jo, no sali con algn pleito, o sali de la con-sulta en blanco, a la hora son con l muy vir-tuosos deseos y hace profesin de mil prop-sitos santos, de manera que aquel arrepenti-miento no le viene de los males que ha hecho, sino de los negocios que no le han bien sucedido. Nunca permanecer mucho en la bondad el que viene a ser bueno, no por amor de la verdad, sino constreido de nece-sidad, porque no se puede llamar virtud la que no se hace de voluntad. Pudese esto conocer en que, si la fortuna

    vuelve su rueda, de manera que al tal corte-sano acrecienten en hacienda, adelanten en honra o le digan alguna halagea palabra, luego los santos deseos se le resfran y los recogidos propsitos se le olvidan. En el cora-zn del cortesano que es verdadero cristiano y no mundano, muy gran competencia traen entre s el favor del medrar y el fervor de se salvar, porque en las cortes de los prncipes

  • es a do los hombres pueden valer y aun a do se suelen perder. Lo que pasa en este caso es que, cuando crece el favor, luego afloja el fervor, y nunca crece el fervor sino cuando afloja el favor; por manera que la adversidad los torna cristianos y la prosperidad cortesa-nos. Ya hemos dicho que los que ms se van de

    la Corte es porque estn pobres, o se ven desprivados, o se sienten afrentados, o se hallan viejos, o que los envan desterrados, de manera que si uno se va por voluntad, ciento se ausentan de necesidad. Es tan de-seada la salud, es tan apetitosa la honra, es tan sabrosa la hacienda y es tan halagea la privanza, que vemos a infinitos procurarla y a muy poquitos menospreciarla. Oh!, cun heroico corazn tiene el que la corte deja y de la antigua conversacin se aparta y a s mismo olvida y la privanza que tena menos-precia. A la verdad, el verdadero menosprecio del mundo y dar de mano a la corte es cuan-do el cortesano est en hacienda rico, en fuerza robusto, en el cuerpo sano, en la edad mozo y en el valer privado, porque entonces

  • loarle han todos que dej la Corte de cuerdo y no que se fue de ella corrido. Todo esto decimos para avisar al que se

    sale de la Corte y se quiere ir a su casa no se vaya de ella enojado o apasionado, porque podra ser que despus que se le hubiese quitado el enojo y tornado en s no osase tornar a la Corte de vergenza ni pudiese gozar del reposo de su casa. Los hombres soberbios y mal sufridos muchas cosas hacen en solo un da, las cuales tienen despus que llorar toda su vida. Al hombre colrico y mal sufrido no le conviene ser cortesano, porque si todas las afrentas y disfavores y sinsabores que a uno hacen en la corte se para a las pensar y piensa de las vengar, tngase por dicho que en solas las que recibi en un mes tendr que vengar en diez aos. El que deja-re la corte, de tal manera la ha de dejar, que sea para jams a ella volver, porque si a ella torna y de estar en su casa se cansa, como a hombre oleado le hemos de tener ya por per-dido. El que pec y se enmend y torn a pecar, ms peca que antes pecaba; por se-mejante manera el que fue a la corte y dej

  • la corte y se torn a la corte, digo que no es el mejor de la corte; porque el tal no torn con intencin de enmendar la vida, sino de mejorar su hacienda y su persona. Tornando, pues, a nuestro propsito, es de

    saber que si a un hombre anciano pregunt-semos el discurso de su vida y l nos dijese todo lo que ha emprendido, hablado, acome-tido, pensado, buscado, hallado, perdido, acertado y errado, todos le diramos que no haba sido su vida sino una muy disimulada locura. Perdone el lector que esto leyere al autor que lo dice y a la pluma que lo escribe, es a saber: que no hay hombre tan prudente en esta vida, que no tenga un resabio de lo-cura; y si llaman a uno sabio y a otro loco, no es porque l no es tambin loco como el otro, sino porque el otro sabe mejor encubrir su locura que no l. Si algunos hay que acierten en lo que

    hacen, no son otros sino los que retraen sus cuerpos de muchos vicios y refrenan sus co-razones de vanos deseos, porque nuestro cuerpo esnos en la compaa ms que vecino y en los apetitos ms que enemigo. Ms tra-

  • bajoso es de refrenar el corazn que no de gobernar el cuerpo; porque el cuerpo cnsase de pecar, mas el corazn nunca de desear. Al cuerpo luego le conocemos la condicin y aun la complexin, mas al traidor del corazn nunca le acabamos de entender y mucho me-nos de contentar; porque a cada paso nos fatiga que le demos una cosa y dende a dos das est ya enhastiado de ella. Oh!, cun dificultoso es de conocer el co-

    razn del hombre, lo cual parece muy claro porque muchas veces nos hace entender que la hipocresa es devocin, la ambicin que es grandeza, la escasez que es granjera, la crueldad que es celo, la desenvoltura que es elocuencia, la extraeza que es severidad, la locura que es gravedad y la disolucin que es diligencia. No pocas sino muchas veces suele un

    hombre decir a otro: Andad, que bien os conozco yo a vos, no slo lo que hacis, mas aun s lo que pensis, como sea verdad que l mismo no conoce a s mismo y presume de conocer al otro. De esto se puede colegir que cada uno trabaje de conocer a s mismo, y si

  • viere que su condicin es ambiciosa, bullicio-sa, codiciosa e inquieta, estse en la Corte y muera en la corte, porque el tal el da que se fuere a retraer a su casa, le puede el cura sealar la sepultura; y si el tal cortesano fue-re virtuoso, manso, honesto y quieto, d la corte a Dios y vyase a retraer a su casa, y all ver y conocer que nunca supo qu cosa era el vivir, sino despus que se vino a re-traer.

  • Captulo IV De la vida que ha de hacer el cortesano en

    su casa despus que hubiere dejado la corte. Mirnides, docto filsofo e ilustre capitn

    que fue de los beocios, sola muchas veces decir que no se conoca la prudencia del hombre en saberse apartar de lo malo, sino en saber elegir lo bueno; porque debajo del mal ningn bien se puede esconder, mas de-bajo del bien pudese mucho mal disimular. As como la hechicera comienza con per sig-num crucis y acaba en Satans y Barrabs, por semejante manera los muy grandes ma-les siempre tienen principio en algunos fingi-dos bienes, de manera que vienen enmasca-rados como el momo, cebados como anzuelo, azucarados como ruibarbo y dorados como pldora. No hay hombre en el mundo tan in-sensato, que no se sepa guardar de lo que notoriamente es malo, y por eso el varn cuerdo de ninguna cosa debe vivir tan reca-tado, como de aquello que l piensa no ser

  • del todo bueno. Como al Magno Alejandro le curasen de unas heridas que haba recibido en una batalla y Parmenio, su gran privado, le riese porque se meta tanto en los peli-gros, respondile l: Asegurme t, Parme-nio, de los amigos fingidos, que yo me guar-dar bien de los enemigos manifiestos. Alejandro, Alcibades, Agesilao, Demetrio,

    Pirro, Pompeyo, Antgono, Lntulo y Julio C-sar nunca les pudieron acabar sus enemigos y al fin murieron a manos de sus amigos. Viniendo, pues, al propsito, decimos que

    el hombre que quiere dejar la vida de la corte debe mucho mirar no slo lo que deja, mas aun lo que toma, porque yo no tengo por tan dificultoso el dejarla como es hallarse el cor-tesano fuera de ella. Qu aprovecha salirse uno de la corte aburrido y cansado si no lleva el corazn asosegado? Aunque nuestro cuer-po es pesado y regalado, si le dejan descan-sar, adoquiera se halla; mas el traidor del corazn es el que nunca se contenta, porque, si fuese posible, querra el corazn quedarse en la corte privando y estarse en el aldea holgando. Si las afecciones y pasiones que

  • cobr el cortesano en la corte lleva consigo a su casa, ms le valiera nunca retraerse a ella; porque en la soledad son los vicios ms poderosos y los hombres muy ms flacos. En las cortes de los prncipes muchas veces acontece que los varios negocios y aun los pocos dineros son causa para abstenerse un hombre de los vicios, el cual, despus que se va a su casa, hace cosas tan feas, que son dignas de murmurar y mucho ms de casti-gar. Muchos hay que se van de la corte por estar ms ociosos y ser ms viciosos, y de los tales no diremos que como buenos se van a retraer, sino a buscar ms tiempo para pecar. Ora por no ser acusados, ora por no ser in-famados, muchos se abstienen en la corte de ser viciosos, los cuales, despus que de all salen y se van a su casa, ni para con Dios tienen conciencia ni aun de la gente han ver-genza. Ante todas cosas conviene al que sale de la corte dejar en ella las parcialidades que sigui y las pasiones que cobr, porque de otra manera sospirar por la corte que dej y llorar por la vida que tom.

  • No se niega que en la corte no haya oca-sin para uno se perder y que en su casa hay ms aparejo para se salvar, mas al fin poco aprovecha al cortesano que mude la regin si no muda la condicin. Cuando dice el corte-sano: Quirome ir a mi tierra a retraer, y quirome ir a mi casa a morir, bien le per-donaremos aquella promesa, porque abasta al presente que se retraiga a bien vivir sin que se determine morir. Esta nuestra vida mortal ninguno tiene licencia de aborrecerla, mas tiene obligacin de enmendarla. Cuando el santo Job deca Tedet animam meam vite mee, no le pesaba porque viva, sino porque no se enmendaba. El que deja la corte y se va a su casa, con ms razn puede decir que se va a vivir que no se va a morir; porque en escapar de la corte ha de pensar que escapa de una prisin generosa, de una vida desor-denada, de una enfermedad peligrosa, de una conversacin sospechosa, de una muerte pro-lija, de una sepultura labrada y de una rep-blica confusa. El hombre cuerdo y que sabe el reposo, lo que est en la corte dir que mue-re y lo que reposa en su casa dir que vive;

  • porque no hay en el mundo otra igual vida sino levantarse hombre con libertad e ir ado quiere y hacer lo que debe. Muchos son los cortesanos que hacen en la corte lo que de-ben y muy poquitos hacen lo que quieren; porque para sus negocios y aun pasatiempos tienen voluntad, mas no libertad. Al que se va de la corte, convinele que mucho tiempo antes comience a recoger los pensamientos y aun a alzar la mano de los negocios, porque para llegar a su tierra ha menester pocos das, mas para desarraigar de s los malos deseos ha menester muchos aos. Como los vicios se apegan al hombre poco a poco, as los debe de ir desechando de s poco a poco; porque si espera a echarlos de s todos jun-tos, jams echar de s ninguno. Debe, pues, el cortesano mirar cules son

    los vicios que tienen su corazn ms ocupado y su cuerpo ms enseoreado, y de aquellos debe primero comenzar a se sacudir y expe-dir, es a saber: hoy uno, y maana otro, y otro da otro; de manera que de do saliere un vicio le suceda una virtud.

  • No se entiende tampoco esto a que como suceden los das, as por orden se hayan de ir expidiendo los vicios; porque no har poco el que cada mes echare de s un vicio. El mayor engao que padecen los cortesanos es en que, habiendo sido en la corte treinta aos malos, piensan que, idos a sus casas, sern en dos aos buenos. Muchos das ha menes-ter un hombre para aprender a ser virtuoso, y muchos ms das para dejar de ser vicioso; porque los vicios son de tal calidad, que se entran por nuestras puertas riendo y al des-pedirse nos dejan llorando. Oh!, cunto ma-yor es el dolor que los vicios dejan cuando se van, que no el placer que nos dan cuando se gozan; porque, si el vicio da pena al vicioso cuando cada da no le frecuenta, qu har cuando de su casa se despida? Al cortesano que es ambicioso, pena se le har el no man-dar; al que es codicioso, pena se le har el no ganar; y al que es bullicioso, pena le ser el no trampear. Y por eso decimos y afirmamos que, si para dejar la corte es menester buen nimo, para saber gozar del reposo es me-nester buen seso. A los que fingidamente

  • dejan la corte ms pena les dar el verse de ella ausentes que tenan placer estando en ella presentes; los cuales, si mi consejo qui-siesen tomar, no slo trabajaran de dejarla, mas aun de olvidarla; porque la corte es muy apacible para contar de ella nuevas y muy peligrosa para probar sus maas. De tal ma-nera conviene al cortesano salirse de la corte, que no deje pasto para tornarse a ella; por-que de otra manera la soledad de su casa le har tornar a buscar la libertad de la corte. Al corazn del hombre ya retrado y virtuoso, todas las veces que vacan obispados, enco-miendas, tenencias y otros oficios le tocan alarma los pensamientos vanos y livianos, diciendo que si no se hubiera retrado le hubieran ya mejorado; y por eso decimos que se guarde el tal de tomar la corte en la len-gua, ni aun de traerla a la memoria. Debe tambin pensar el buen cortesano que otras veces hubo vacantes y no fue l provedo, y que ya pudiera ser que tampoco le cupiera ahora ninguna cosa, y que le es menos afren-ta esperar de lejos la grita; porque en la cor-te a las veces se siente ms lo que os dicen

  • de no haberos provedo que lo que os quitan en la tal provisin. Son las cosas de la corte tan enconadas, y

    aun tan ocasionadas, que no ha de pensar el cortesano que las menosprecia de voluntad, sino de necesidad; porque todo hombre ma-ligno que tiene tesn de perseverar en la cor-te, o en breve acabar, o al cabo se perder. Despus que el cortesano se viniere a reposar a su casa, dbese mucho guardar de no to-mar enojo en ella; porque de otra manera, si en palacio estaba aburrido, en la aldea vivir desesperado. La soledad de la conversacin, la importunidad de la mujer, las travesuras de los hijos, los descuidos de los criados, y aun las murmuraciones de los vecinos, no es menos sino que algunas veces le han de alte-rar y amohinar; mas en pensar que escap de la corte y de su tan peligroso golfo, lo ha de dar todo por bien empleado. No ha de pensar nadie que por venirse a morar a la aldea y a retraer a su casa, que por eso las necesidades no le han de buscar y los enojos no le han de hallar; que a las veces el que nunca tropez caminando por los puertos

  • speros cay y se derrostr en los prados floridos. Al que va a buscar reposo, convinele es-

    tar en buenos ejercicios ocupado; porque si deja al cuerpo holgar y al corazn en lo que quiere pensar, ellos dos le cansarn y aun le acabarn. No hay en esta vida cosa que sea tan enemiga de la virtud como es la ociosi-dad, porque de los ociosos momentos y su-perfluos pensamientos tienen principio los hombres perdidos. Al cortesano que no se ocupa en su casa sino en comer, beber, jugar y holgar, muy gran compasin le hemos de tener; porque si en la corte andaba rodeado de enemigos, andarse ha en la aldea cargado de vicios. El hombre ocioso siempre anda malo, flojo, tibio, triste, enfermo, pensativo, sospechoso y desgaado; y de aqu viene que de darse el corazn mucho a pensar viene despus a desesperar. El hombre ocupado y laborioso siempre anda sano, gordo, regoci-jado, colorado, alegre y contento; de manera que el honesto ejercicio es causa de buena complexin y de sana condicin.

  • Debe tambin el que se va a retraer a su casa procurar de conocer hombres sabios con quien conversar; porque muy gran parte es para ser uno bueno acompaarse con hom-bres buenos. Dbese tambin mucho apartar de los hombres viciosos, holgazanes, menti-rosos y maliciosos, de los cuales suelen estar los pueblos pequeos muy llenos; porque si las cortes de los prncipes estn llenas de envidias, tambin en las aldeas hay muchas malicias. No sera mal consejo que el hombre retra-

    do procurase de leer en algunos libros bue-nos, as historiales como doctrinales; porque el bien de los libros es que se hace en ellos el hombre sabio y se ocupa con ellos muy bien el tiempo. Convinele tambin hacer su condicin a la

    condicin de aquellos con quien ha de vivir, es a saber, que sea en la conversacin man-so, en la crianza muy comedido, en las pala-bras muy corregido y en el tratamiento no presuntuoso; porque se ha de tener por dicho que no sale de la corte por mandar, sino por descansar. Si le quisieren hacer alcalde o

  • mayordomo de alguna repblica, gurdese de ello como de pestilencia; porque no hay en el mundo hombres tan desasosegados como los que se meten en negocios de pueblos. Al hombre bullicioso y orgulloso mejor le es an-darse en la corte que no retraerse a la aldea; porque los negocios de la aldea son enojosos y costosos, y los de la corte son honrosos y provechosos. Sin encargarse de pleitos ni tomar oficios puede el buen cortesano ayudar a los de concejo y favorecer a los de su ba-rrio, es a saber: dndoles buenos consejos y socorrindolos con algunos dineros. Si viere a sus vecinos reir, pngalos en paz; si los vie-re llorar, consulelos; si los viere maltratar, defindalos; si los viere en necesidad, soc-rralos; y si los viere en pleitos, atajselos; porque de esta manera vivir l asosegado y ser de todo el concejo bienquisto. Convinele tambin que no sea en su casa

    orgulloso, pesado, enojoso e importuno; por-que de otra manera la mujer le aborrecer, los vecinos le dejarn, los hijos le desobede-cern y aun los criados le deservirn. Es, pues, saludable consejo que honre a su mu-

  • jer, regale a sus hijas, sobrelleve a sus hijos, espere a sus renteros, se comunique con sus vecinos y perdone a sus criados; porque en la casa del hombre cuerdo ms cosas se han de disimular que castigar. No le conviene tam-poco fuera de la corte hacer convites costo-sos, aparejar manjares delicados, enviar por vinos preciosos ni traer a su casa locos ni chocarreros; porque el fin de retirarse de la corte ha de ser no para ms se regalar, sino para ms honestamente vivir. El cortesano que se retrae a su casa debe

    ser en el comer sobrio, en el beber modera-do, en el vestir honesto, en los pasatiempos cauto y en la conversacin virtuoso; porque de otra manera hara de la aldea corte habiendo de hacer de la corte aldea. Aqul hace de la aldea corte que vive en el aldea como viva en la corte, y aqul hace de la corte aldea que vive en la corte como viven en la aldea. Esle tambin necesario que, puesto en su casa, visite los hospitales, soco-rra a los pobres, favorezca a los hurfanos y reparta con los mezquinos; porque de esta

  • manera redimir los males que cometi y aun los bienes que rob. Tambin es oficio del buen cortesano con-

    cordar a los descasados, reconciliar a los enemigos, visitar a los enfermos y rogar por los desterrados; por manera que no se le pase da sin hacer alguna notable obra. Debe tambin mirar si tiene algo robado, cohecha-do, emprestado, hurtado o mal ganado; y, si hallare algo no ser suyo, trnelo luego a su dueo; porque es imposible que tenga la vida quieta el que tiene la conciencia cargada. Conviene tambin al cortesano retrado fre-cuentar los monasterios, ver muchas misas, or los sermones y aun no dejar las vsperas; porque los ejercicios virtuosos, aunque a los principios cansan, andando el tiempo delei-tan. Serale tambin saludable consejo que en su vida repartiese su hacienda y descarga-se su conciencia, es a saber: socorriendo a sus deudos, pagando a sus yernos, descar-gando con sus criados y remediando a sus hijos; porque despus de l muerto todos sern a hurtar la hacienda y ninguno a des-cargar el nima. El que repartiere su hacien-

  • da en la vida, desearle han todos que viva; y donde no, con esperanza de le heredar, todos le desearn ver morir. Finalmente decimos y aconsejamos que el

    cortesano que se va a su casa a retraer no se ha de ocupar sino en aparejarse para morir. Todas las sobredichas cosas no diga nadie

    que si son fciles de leer, son difciles de cumplir; porque si nos queremos esforzar, muy para ms somos que nosotros de noso-tros mismos pensamos.

  • Captulo V Que la vida de la aldea es ms quieta y

    ms privilegiada que la vida de la corte. Es privilegio de aldea que en ella no viva ni

    pueda vivir, ni se llame ni se pueda llamar ningn hombre aposentador de rey ni de se-or, sino que libremente more cada uno en la casa que hered de sus pasados o compr por sus dineros, y esto sin que ningn algua-cil le divida la casa ni aun le parta la ropa. No gozan de este privilegio los que andan en las cortes y viven en grandes pueblos; porque all les toman las casas, parten los aposentos, dividen la ropa, escogen los huspedes, hacen atajos, hurtan la lea, talan la huerta, quiebran las puertas, derruecan los pesebres, levantan los suelos, ensucian el pozo, quie-bran las pilas, pierden las llaves, pintan las paredes y aun les sosacan las hijas. Oh!, cun bienaventurado es aqul a

    quien cupo en suerte de tener qu comer en el aldea; porque el tal no andar por tierras

  • extraas, no mudar posadas todos los das, no conocer condiciones nuevas, no sacar cdula para que le aposenten, no trabajar que le pongan en la nmina, no tendr que servir aposentadores, no buscar posada ca-be palacio, no reir sobre el partir la casa, no dar prendas para que le fen ropa, no alquilar camas para los criados, no adobar pesebres para las bestias, ni dar estrenas a sus huspedas. No sabe lo que tiene el que casa de suyo

    tiene; porque mudar cada ao regiones y cada da condiciones es un trabajo intolerable y un tributo insufrible. Es privilegio de aldea que el hidalgo u

    hombre rico que en ella viviere sea el mejor de los buenos o uno de los mejores, lo cual no puede ser en la corte o en los grandes pueblos; porque all hay otros muchos que le exceden en tener ms riquezas, en andar ms acompaados, en sacar mejores libreas, en preciarse de mejor sangre, en tener ms parentela, en poder ms en la repblica, en darse ms a negocios y aun en ser muy ms valerosos. Julio Csar deca que ms quera

  • ser en una aldea el primero que en Roma el segundo. Osaramos decir, y aun afirmar, que para los hombres que tienen los pensamien-tos altos y la fortuna baja les sera ms honra y provecho vivir en aldea honrados que no en la ciudad abatidos. La diferencia que va de morar en lugar pe-

    queo o grande es que en el aldea vers a muchos pobres a quien tengas mancilla y en la ciudad y corte vers a muchos ricos a quien tengas envidia. Es privilegio de aldea que cada uno goce

    en ella de sus tierras, de sus casas y de sus haciendas; porque all no tienen gastos ex-travagantes, no les piden celos sus mujeres, no tienen ellos tantas sospechas de ellas, no los alteran las alcahuetas, no los visitan las enamoradas, sino que cran sus hijas, doctri-nan sus hijos, hnranse con sus deudos y son all padres de todos. No tiene poca bienaven-turanza el que vive contento en el aldea; porque vive ms quieto y muy menos impor-tunado, vive en provecho suyo y no en dao de otro, vive como es obligado y no como es inclinado, vive conforme a razn y no segn

  • opinin, vive con lo que gana y no con lo que roba, vive como quien teme morir y no como quien espera siempre vivir. En el aldea no hay ventanas que sojuzguen tu casa, no hay gente que te d codazos, no hay caballos que te atropellen, no hay pajes que te griten, no hay hachas que te enceren, no hay justicias que te atemoricen, no hay seores que te precedan, no hay ruidos que te espanten, no hay alguaciles que te desarmen, y lo que es mejor de todo, que no hay truhanes que te cohechen ni aun damas que te pelen. Es privilegio de aldea que para todas las

    cosas haya en ella tiempo cuando el tiempo es bien repartido; y parece ser esto verdad en que hay tiempo para leer en un libro, para rezar en unas horas, para or misa en la igle-sia, para ir a visitar los enfermos, para irse a caza a los campos, para holgarse con los amigos, para pasearse por las eras, para ir a ver el ganado, para comer si quisieren tem-prano, para jugar un rato al triunfo, para dormir la siesta y aun para jugar a la balles-ta. No gozan de este privilegio los que en las cortes andan y en los grandes pueblos viven,

  • porque all lo ms del tiempo se les pasa en visitar, en pleitear, en negociar, en trampear y aun a las veces en suspirar. Como dijesen al emperador Augusto que

    un romano muy entremetido era muerto, di-cen que dijo: Segn le faltaba tiempo a B-bulo para negociar, no s cmo tuvo espacio para se morir. Es privilegio de aldea que el que tuviere

    algunas vias, goce muy a su contento de ellas, lo cual parece ser verdad en que toman muy gran recreacin en verlas plantar, verlas binar, verlas descubrir, verlas cubrir, verlas cercar, verlas bardar, verlas regar, verlas estercolar, verlas podar, verlas sarmentar y sobre todo en verlas vendimiar. El que mora en el aldea toma tambin muy gran gusto en gozar la brasa de las cepas, en escalentarse a la llama de los manojos, en hacer una tinada de ellos, en comer de las uvas tempranas, en hacer arrope para casa, en colgar uvas para el invierno, en echar orujo a las palomas, en hacer un aguapi para los mozos, en guardar una tinaja aparte, en aejar alguna cuba de aejo, en presentar un cuero al amigo, en

  • vender muy bien una cuba, en beber de su propia bodega, y sobre todo en no echar ma-no a la bolsa para enviar por vino a la taber-na. Los que moran fuera del aldea no tienen manojos que guardar, ni cepas que quemar, ni uvas que colgar, ni vino que beber, ni aun arrope que gastar; y si algo de esto quieren tener, a peso de oro lo han de comprar. Es privilegio de aldea que todos los aldea-

    nos se puedan andar por toda el aldea solos sin que caigan en caso de hermandad, ni pierdan cosa de su gravedad. No poco sino mucho es bienaventurado el que vive en el aldea, pues no ha menester escuderos que le acompaen, mozos que le tengan la mula, paje que le traiga la capa de agua, otro paje que le lleve el sombrero, ropas de martas que traiga el invierno, rasos de Florencia para traer el verano; y lo que ms es de todo, que si la aldea es algo pequea, no slo se puede ir por ella paseando, mas aun cantando. No slo el marido, mas aun la mujer es en el aldea privilegiada, la cual no tiene necesidad de quien le lleve la falda, de poner estrado en la iglesia, de enviar delante s el almohada,

  • de llevar consigo ama y doncella, de escudero que la lleve de brazo, de paje que le d las horas, ni de bachiller que lleve a los hijos; aunque no dejaremos de decir que son algu-nas tan locas y vanas, que tan galanas se quieren poner en el aldea delante las labrado-ras como si fuesen a palacio a ver las damas. El bien del aldea es que por solo y desacom-paado que vaya uno a visitar al vecino, a or su misa, a podar la via, a ver la heredad, a reconocer el ganado y a requerir al yuguero, granjea su hacienda y no pierda nada de su honra. Es privilegio de aldea que cada vecino se

    pueda andar no solamente solo, mas aun sin capa y sin manteo, es a saber: una varilla en la mano, o puestos los pulgares en la cinta, o vueltas las manos atrs. No pequea sino grande es la libertad de la aldea, en que si uno no quiere traer calzas, trae zaragelles; si no quiere traer capa, ndase en cuerpo; si le congoja el jubn, afloja las agujetas; si ha calor, ndase sin gorra; si ha fro, vstese un zamarro; si llueve mucho, embstese un ca-pote; si le pesa el sayo, ndase en calzas y

  • jubn; si hace lodos, clzase unos zancos; y si hay algn arroyo, sltale con un palo. El pobre hidalgo que en la aldea alcanza a

    tener un sayo de pao recio, un capuz cerra-do, un sombrero bueno, unos guantes de sobreao, unos borcegues domingueros y unos pantuflos no rotos, tan hinchado va l a la iglesia con aquellas ropas como ir un se-or aforrado de martas. No gozan de este privilegio los que moran en la villa o ciudad; porque all acontece el marido no salir de ca-sa por tener la capa rada y la mujer no ir a misa por falta de ama. Es privilegio de aldea que cada uno se

    pueda andar en ella no solamente solo y en cuerpo, mas aun a pie caminar o se pasear sin tener mula ni mantener caballo. El que en el aldea vive y anda a pie ahorra

    de buscar potro, de comprar mula, de buscar mozo, de hacerla almohazar, de atusarle las crines, de comprar guarniciones, de adobar frenos, de henchir las sillas, de guardar las espuelas, de remendar las acciones, de herrarla cada mes, de darle verde, de ence-rrar paja, de ensilar cebada y aun de adobar

  • pesebres. Todas estas menudencias para un pobre hidalgo no slo son enojosas, mas aun costosas; el gasto de las cuales se siente to-das las veces que se echa mano a la bolsa o se habla de casar una hija. No es de pasar entre renglones lo que hace un pobre hidalgo cuando va a la villa a mercado. l se viste un largo capuz, se reboza una toca casera, se encasqueta un sombrero viejo, se pone unas espuelas jinetas, se calza los borcegues del domingo, alquila una borrica a su vecino, va-se en ella caballero, lleva los pies metidos en las alforjas, en la mano un palo con que la aguija, y lo mejor de todo es que a los que le topan dice que tiene el caballo enclavado y a los del mercado dice que lo deja en el mesn de la puente arrendado. Ya que vuelve al al-dea, dice a sus vecinos que fue a la ciudad a visitar un enfermo, o a rogar por un preso, o a hacer ver un pleito, o a poner en precio un potro, o a sacar seda y pao, o a cobrar el tercio de su sueldo, como sea verdad que lleve las alforjas llenas de verdura para la olla, de sal para casa, de calzado para la gen-te, de aceite para el viernes, de candelas pa-

  • ra la cena, y no ser mucho lleve alguna po-dadera para podar su via. A los lectores de esta escritura ruego que ms lo noten que lo ran esto que aqu hemos dicho; pues le es ms sano consejo al pobre hidalgo ir a buscar de comer en una borrica que no andar ham-breando en un caballo.

  • Captulo VI Que en el aldea son los das ms largos y

    ms claros, y los bastimentos ms baratos. Es privilegio de aldea que el que morare

    en ella tenga harina para cerner, artesa para amasar y horno para cocer, del cual privilegio no se goza en la corte ni en los grandes pue-blos, a do de necesidad compran el pan que es duro, o sin sal, o negro o mal lludido, o avinagrado, o mal cocho, o quemado, o ahu-mado, o reciente, o mojado, o desazonado, o hmedo; por manera que estn lastimados del pan que compraron y del dinero que por ello dieron. No es as, por cierto, en el aldea, ado comen el pan de trigo candeal, molido en buen molino, ahechado muy despacio, pasa-do por tres cedazos, cocido en horno grande, tierno del da antes, amasado con buena agua, blanco como la nieve y fofo como es-ponja. Los que viven en el aldea y amasan en su casa tienen abundancia de pan para su

  • gente, no lo piden prestado a los vecinos, tienen que dar a los pobres, tienen salvados para los puercos, bollos para los nios, tortas para ofrecer, hogazas para los mozos, ahe-chaduras para las gallinas, harina para bu-uelos y aun hojaldres para los sbados. Es privilegio del aldea que el que mora en

    ella pueda hacer ms ejercicio y tenga ms en que embeber el tiempo, del cual privilegio no se goza en los grandes pueblos, porque all ha de presumir cada uno de ser muy me-dido en las palabras, recogido en la persona, honesto en la vida, ejemplar en las obras, apartado de conversaciones, paciente en las injurias y no muy visitador de las plazas; por manera que tanto es ms tenido uno en la repblica cuanto menos sale de casa. Oh!, bienaventurada aldea y bienaventurado el que mora en ella, a do cada uno se puede poner libremente a la ventana, mirar desde el corredor, pasearse por la calle, asentarse a la puerta, pedir silla en la plaza, comer en el portal, andarse por las eras, irse hasta la huerta, beber de bruces en el cao, mirar cmo bailan las mozas, dejarse convidar en

  • las bodas, hacer colacin en los mortuorios, ser padrino en los bateos y aun probar el vino de sus vecinos. Todas estas cosas se pueden en el aldea hacer sin que nadie pierda su au-toridad ni aventure su gravedad. Es privilegio del aldea que vivan los que

    viven en ella ms sanos y mucho menos en-fermos, lo cual no es as en las grandes ciu-dades, a do por ocasin de ser las casas al-tas, los aposentos tristes y las calles sombr-as, se corrompen ms ana los aires y enfer-man ms presto los hombres. Oh!, bendita t, aldea, a do la casa es ms ancha, la gente ms sincera, el aire ms limpio, el sol ms claro, el suelo ms enjuto, la plaza ms des-embarazada, la horca menos poblada, la re-pblica ms sin rencilla, el mantenimiento ms sano, el ejercicio ms continuo, la com-paa ms segura, la fiesta ms festejada y sobre todo los cuidados muy menores y los pasatiempos mucho mayores. Es privilegio del aldea, en especial si es un

    poco pequea, que no moren en ella fsicos mozos, ni enfermedades viejas, del cual privi-legio no gozan los de los grandes pueblos;

  • porque de cuatro partes de la hacienda, la una llevan los locos por chocarreras que di-cen, la otra llevan los letrados por causas que defienden, la otra llevan los boticarios por medicinas que dan y la otra llevan los mdi-cos por sus curas que hacen. Oh!, bendita t, aldea, y bendito el que en ti mora, pues all no aportan bubas, no se apega sarna, no saben qu cosa es cncer, nunca oyeron decir perlesa, no tiene all parientes la gota, no hay confrades de riones, no tiene all casa la ijada, no moran all las opilaciones, no se cra all bazo, nunca all se calienta el hgado, a nadie toman desmayos y ningunos mueren de ahtos. Qu ms quieres que diga de ti, oh, bendita aldea!, sino que si no es para edificar alguna casa no saben all qu cosa son arenas ni piedra? Es privilegio de aldea que los das se gocen

    y duren ms, lo cual no es as en los sober-bios pueblos, a do se pasan muchos aos sin sentirlos y muchos das sin gozarlos. Como en el campo se pase el tiempo con ms pasa-tiempo que no en el pueblo, parece por ver-dad que hay ms en un da de aldea que no

  • hay en un mes de corte. Oh!, cun apacible es la morada del aldea, a do el sol es ms prolijo, la maana ms temprana, la tarde ms perezosa, la noche ms quieta, la tierra menos hmeda, el agua ms limpia, el aire ms libre, los lodos ms enjutos y los campos ms alegres. El da de la ciudad sintese y no se goza, y el da del aldea gzase y no se siente, porque all el da es ms claro, es ms desembarazado, es ms largo, es ms alegre, es ms limpio, es ms ocupado, es ms go-zado; y finalmente digo que es mejor em-pleado y menos importuno. Es privilegio del aldea que todo hombre

    que morare en ella tenga lea para su casa, del cual privilegio no gozan los que moran en los grandes pueblos, en los cuales es la lea muy trabajosa de haber y muy costosa de comprar; porque los baldos a do cortan es-tn lejos y los montes cercanos estn veda-dos. Oh!, cunto va de invernar en la ciudad a invernar en el aldea, porque all nunca falta roble de la dehesa, encina de lo vedado, ce-pas de vias viejas, astillas de cuando labran, manojos de cuando sarmientan, ramas de

  • cuando podan, rboles que se secan o ramos que se derronchan. Estas cosas son de volun-tad, mas cuando se ven en necesidad, p-nense a derrocar bardas, a quemar zarzas, a rozar tomillos, a escamondar almendros, a remudar estacas, a partir rozas, a arrancar escobas, a cortar retama, a coger orujo, a guardar granzones, a secar estircol, a traer cardos, a coger serojas y aun a buscar boi-gas. Es privilegio del aldea que est cada uno

    provedo de la paja necesaria para su casa, lo cual no es as en los pueblos ni en la corte, porque all la lea y la paja y la cebada son las tres cosas que a los seores son menos costosas de pagar y ms enojosas de haber. Es necesaria la paja para las mulas que ca-rretean, para los bueyes en invierno, para las ovejas cuando nieva, para el potro en que andan, para las potras que paren, para las muletas que cran, para el horno a do cuecen, para las camas en que duermen, para el fue-go a do se calientan y aun para enviar al mercado una carga. El que para todas estas cosas hubiese de comprar la paja, sentirlo

  • haba al cabo del ao en la bolsa. Es privilegio del aldea que todos los que moran en ella coman a do quisieren y a la hora que quisie-ren, lo cual no es as en la corte y grandes pueblos, ado les es forzado comer tarde y fro y desabrido, y aun con quien tienen por ene-migo. Oh!, bendita t, aldea, a do comen al fue-

    go si es invierno, en el portal si es verano, en la huerta si hay convidados, so el parral si hace calor, en el prado si es primavera, en la fuente si es Pascua, en las eras si trillan, en las vias si plantan majuelo, a solas si traen luto, acompaados si es fiesta, de maana si van camino, olla podrida si vienen de caza, todo cocido si no tienen dientes, todo asado si quieren arreciar, a la tarde si no lo han gana, o muy temprano si tienen apetito. Tres condiciones ha de tener la buena comida, es a saber: comer cuando lo ha gana, comer de lo que ha gana, comer con grata compaa; y al que faltaren estas condiciones, maldecir lo que come y aun a s mismo que lo come. Es privilegio de aldea que todos los que

    moran en ella tengan que se ocupar y con

  • quien se recrear; lo cual no es as en la corte y grandes ciudades, a do son muy pocos los de quien nos fiamos e infinitos los que teme-mos. Oh!, felice vida la del aldea, a do todos los que all moran tienen sus pasatiempos en pescar con vara, armar pjaros, echar buitro-nes, cazar con hurn, tirar con arco, balles-tear palomas, correr liebres, pescar con re-des, ir a las vias, adobar las bardas, catar las colmenas, jugar a la ganapierde, departir con las viejas, hacer cuenta con el tabernero, porfiar con el cura y preguntar nuevas al me-sonero. Todos estos pasatiempos desean los ciudadanos y los gozan los aldeanos.

  • Captulo VII Que en el aldea son los hombres ms vir-

    tuosos y menos viciosos que en las cortes de los prncipes. Es privilegio de aldea que todos los que all

    moraren sientan menos los trabajos y gocen mucho mejor las fiestas, lo cual no es as en la corte y gran repblica, a do con la gran confusin de negocios y con andar siempre amontados, ni nunca traen consigo alegra, ni sienten en su casa cundo es la fiesta. Oh!, cun fuera de esto estn los que viven en el aldea, porque el da de la fiesta repica mucho el sacristn, riega el da antes la iglesia, em-pina cuando tae las campanas, canta a su hora la misa, viste sobrepelliz el sacristn, hinche y alimpia la lmpara, dan pan bendito el domingo, echan las fiestas de entresema-na, declara el cura el Evangelio, descomulgan a los que no han diezmado, hacen despus de misa concejo, matan para los enfermos car-nero, vstense los sayos de fiesta, ofrecen

  • aquel da todos, juegan a la tarde al herrn, tocan en la plaza el tamborino, bailan las mo-zas so el lamo, luchan los mozos en el pra-do, andan los muchachos con cayados, vis-tanse los desposados; y aun si es la vocacin del pueblo, no es mucho que corran un toro. En la corte, la seal de que hay fiesta es afei-tarse las mujeres, levantarse tarde los hom-bres, ponerse de zapatillas coloradas las mo-zas, almorzar antes de misa los mozos, poner manteles limpios a la mesa, jugar al triunfo despus de comer, visitar a las paridas, murmurar en la iglesia de las vecinas y me-rendar las comadres. Es privilegio de aldea que los que all mo-

    raren coman las aves escogidas y las carnes manidas, del cual privilegio no gozan los que residen en la corte y estn en grandes ciuda-des, a do compran las aves viejas y las car-nes flacas. Oh!, vida bienaventurada la del aldea, a do se comen las aves que son grue-sas, son nuevas, son cebadas, son sanas, son tiernas, son manidas, son escogidas, y aun son castizas. El que mora en el aldea come palominos de verano, pichones caseros, tr-

  • tolas de jaula, palomas de encina, pollos de enero, patos de mayo, lavancos de ro, le-chones de medio mes, gazapos de julio, ca-pones cebados, ansarones de pan, gallinas de cabe el gallo, liebres de dehesa, conejos de zarzal, perdigones de rastrojo, peatas de lazo, codornices de reclamo, mirlas de vaya y zorzales de vendimia. Oh!, no una, sino dos y tres veces gloriosa vida la del aldea, pues los moradores de ella tienen cabritos para comer, ovejas para cecinar, cabras para pa-rir, cabrones para matar, bueyes para arar, vacas para vender, toros para correr, carne-ros para aejar, puercos para salar, lanas para vestir, yeguas para criar, muletas para imponer, leche para comer, quesos para guardar; finalmente, tienen potros cerriles que vender en la feria y terneras gruesas que matar en las Pascuas. Es privilegio del aldea que all sea el bueno

    honrado por bueno y el ruin conocido por ruin, lo cual no es as en la corte ni en las grandes repblicas, a do ninguno es servido ni acatado por lo que vale, sino por lo que tiene. Oh!, cunto es honrado un bueno en

  • una aldea, a do a porfa le presenta las guin-das el que tiene guindalera, brevas el que las tiene tempranas, melones si le salieron bue-nos, uvas si las tiene moscateles, panales el que tiene colmenas, palominos de la primera cra, morcillas si mata puerco, gazapos el que los arma, fruta el que tiene huerta, truchas el que tiene red, besugos quien va a mercado y aun hojaldres quien amasa el sbado. Es privilegio de aldea que cada uno case

    sus hijas con otros sus iguales y vecinos, del cual privilegio no gozan los que andan en corte y moran en grandes pueblos, los cuales casan a sus hijos tan apartados de s, que ms veces los lloran que los gozan. Oh!, cun ms bienaventurado es un labrador que no uno seor, pues a pared y medio de su casa halla esposos para sus hijas y mujeres para sus hijos. Csalos cabe su casa, regla-se con sus nueras, hnrase con sus yernos, acompase con sus suegros, convdanse a las Pascuas, cmprales algo en las ferias, brlase con los nietos, d