33662855 Bernard Malamud Cuentos

download 33662855 Bernard Malamud Cuentos

of 37

Transcript of 33662855 Bernard Malamud Cuentos

  • 8/13/2019 33662855 Bernard Malamud Cuentos

    1/37

    Cuentos deCuentos deCuentos deCuentos de

    Bernard MalamudBernard MalamudBernard MalamudBernard Malamud

    IDIOTAS PRIMERO .................................................. ........................................................... ......................2

    ME VAIS A MATAR ........................................................... ........................................................... ..........14

    LOS ZAPATOS DE LA SIRVIENTA...................................................... ................................................. 22

  • 8/13/2019 33662855 Bernard Malamud Cuentos

    2/37

    2

    IDIOTAS PRIMERO

    El repetido tictac del reloj de lata se par. Mendel, amodorrado en la

    oscuridad, se despert asustado. Le volvi el dolor al escuchar. Se estir en

    sus fras y amargadas ropas y tard varios minutos en sentarse al borde de la

    cama.

    Isaac suspir por fin.

    En la cocina, Isaac, con la asombrada boca abierta, sostena seis

    manes en la palma de la mano. Los coloc uno por uno en la mesa.

    Uno... dos... nueve.

    Recogi uno por uno los manes y apareci en el marco de la puerta.

    Mendel, con el sombrero inclinado y un largo sobretodo, segua sentado en la

    cama. Isaac observ, con sus pequeos ojitos, el espeso cabello que se

    agrisaba a los costados de la cabeza.

    Schlaf murmur nasalmente.

    No respondi Mendel. Obstinadamente se puso de pie . Ven,Isaac.

    Dio cuerda al viejo reloj, pues verlo detenido le haca sentirse mal.

    Isaac quera llevrselo al odo

    No, es tarde . Cuidadosamente dej el reloj aparte. En la gaveta

    encontr la pequea bolsa de papel con los arrugados billetes de uno y de

    cinco, y la meti en el bolsillo de su sobretodo. Ayud a Isaac a ponerse elsaco.

    Isaac miraba una ventana oscura, luego la otra. Mendel mir las dos

    ventanas negras.

    Bajaron lentamente las escaleras casi a oscuras, Mendel delante, Isaac

    observando las sombras que se movan en la pared. A la sombra ms grande le

    ofreci un man.

    Hambrre.

  • 8/13/2019 33662855 Bernard Malamud Cuentos

    3/37

    3

    En el vestbulo el viejo mir a travs del fino vidrio. La noche de

    noviembre era fra y destemplada. Abri cautelosamente la puerta y sac

    afuera la cabeza. Aunque no vio nada, cerr rpidamente la puerta.

    Ginzburg, el que vino a verme ayer murmur al odo de Isaac.

    Isaac absorbi aire.

    Sabes quin digo?

    Isaac se pein la barbilla con los dedos.

    Ese mismo, el de la barba negra. No le hables ni vayas con l si te

    lo pide.

    Isaac gimi.

    A la gente joven no la molesta tanto dijo Mendel despus de

    pensarlo dos veces.

    Era la hora de la cena y la calle estaba vaca, pero las vidrieras

    iluminaban tenuemente el camino hasta la esquina. Isaac, con un grito de

    alegra, seal las tres bolas doradas. Mendel sonri pero estaba exhausto

    cuando llegaron a la casa de empeos.El prestamista, un hombre de barba roja y anteojos de borde negro,

    coma pescado en la trastienda. Estir la cabeza, los vio y volvi a instalarse

    para seguir tomando su t.

    A los cinco minutos sali, secndose los informes labios con un

    pauelo blanco.

    Mendel, que respiraba pesadamente, le entreg el gastado reloj de oro.El prestamista se alz los anteojos sobre la frente y se ajust el ocular. Dio

    vuelta al reloj una vez.

    Ocho dlares.

    El moribundo humedeci sus agrietados labios.

    Necesito treinta y cinco.

    Vaya a ver a Rostchild, entonces.

    Me cost sesenta.

  • 8/13/2019 33662855 Bernard Malamud Cuentos

    4/37

    4

    En 1905 . El prestamista devolvi el reloj. Haba cesado el tictac.

    Lentamente Mendel le dio cuerda. Se oy un profundo tictac.

    Isaac tiene que ir a donde mi to, que vive en California.

    Es un pas libre dijo el prestamista.

    Isaac, que admiraba un banjo, ri tontamente.

    Qu le pasa a se? pregunt el prestamista.

    Bueno, que sean ocho dlares murmur Mendel pero, de

    dnde saco el resto esta noche?

    Cunto por mi saco y mi sombrero? pregunt.

    No compro . El prestamista se meti detrs del mostrador y

    escribi una boleta. Guard el reloj en un cajn, pero Mendel lo oa marchar.

    En la calle, meti los ocho dlares en la bolsa de papel, despus busc

    en los bolsillos una tira de papel. La encontr y se esforz en leer la direccin

    escrita, a la luz del farol callejero.

    Mientras trabajosamente iban rumbo al subterrneo, Mendel seal el

    salpicado cielo. Isaac, mira cuntas estrellas hay esta noche.

    Huevos dijo Isaac.

    Primero iremos a lo de Mr. Fishbein, despus comeremos.

    Se bajaron del tren en la parte alta de Manhattan y tuvieron que

    caminar varias cuadras antes de dar con la casa de Fishbein.

    Un verdadero palacio murmur Mendel, previendo un rato detibieza.

    Isaac miraba incmodo la pesada puerta de la casa.

    Mendel llam. El sirviente, un hombre de largas patillas, acudi a la

    puerta y dijo que Mr. y Mrs. Fishbein estaban cenando y no podan recibir a

    nadie.

    Que l coma en paz, pero nosotros esperaremos hasta que termine.

    Vuelvan maana. Maana por la maana Mr. Fishbein los recibir.

  • 8/13/2019 33662855 Bernard Malamud Cuentos

    5/37

  • 8/13/2019 33662855 Bernard Malamud Cuentos

    6/37

    6

    a casa de mi to Leo.

    Nunca doy para la caridad no organizada dijo Fishbein , pero

    si tienen hambre los invitar a bajar a mi cocina. Esta noche tenemos pollo

    relleno.

    Todo lo que pido son treinta y cinco dlares para el boleto de tren

    hasta California donde vive mi to. Ya tengo el resto del dinero.

    Quin es su to? Qu edad tiene?

    Ochenta y un aos, una larga vida.

    Fishbein estall en una carcajada:

    Ochenta y un aos y usted le manda este retrasado.

    Mendel, sacudiendo los dos brazos, grit:

    Por favor, sin calificativos!

    Fishbein concedi gentilmente.

    Donde la puerta est abierta, a esa casa entramos dijo el hombre

    enfermo . Si es tan amable de darme treinta y cinco dlares, Dios lo

    bendecir. Qu son treinta y cinco dlares para Mr. Fishbein? Nada. Para m,para mi hijo, lo son todo.

    Fishbein se elev a su mayor altura.

    Contribuciones privadas, no hago. Slo a las instituciones. Es mi

    regla de conducta.

    Mendel se arrodill crujiendo en la alfombra.

    Por favor, Mr. Fishbein, si no treinta y cinco dme veinte, almenos!

    Levinson! llam Fishbein, enojado.

    El sirviente de las largas patillas apareci en lo alto de la escalera.

    Mustrele a esta gente dnde est la puerta... a menos que quieran

    compartir la comida antes de abandonar la casa.

    Lo que tengo no se cura con pollo dijo Mendel.

    Por ac, por favor dijo Levinson, descendiendo.

  • 8/13/2019 33662855 Bernard Malamud Cuentos

    7/37

    7

    Isaac ayud a su padre a ponerse de pie.

    Envelo a una institucin aconsej Fishbein por sobre la

    balaustrada de mrmol. Subi rpidamente la escalinata y ellos se encontraron

    en seguida afuera, abofeteados por el viento.

    La caminata hasta el subterrneo fue enojosa. El viento soplaba

    lastimeramente. Mendel, sin aliento, miraba de reojo las sombras. Isaac,

    apretando los manes en su puo helado, iba pegado al lado de su padre.

    Entraron en un pequeo parque para descansar unos minutos en un banco de

    piedra, bajo un rbol de dos ramas sin hojas. La gruesa rama derecha creca

    hacia arriba, la fina rama izquierda caa. Una luna muy plida apareci

    lentamente. Tambin vieron a un extrao, cuando se aproximaban al banco.

    Buenas noches dijo roncamente.

    Mendel, exange, agit sus desvastados brazos. Isaac aull

    asquerosamente. Despus tai una campana; no eran ms que las diez.

    Mendel exhal un agudo grito de angustia cuando el extrao barbudo

    desapareci entre los arbustos. Un polica lleg corriendo, pero aunquesacudi los arbustos, buscando con su garrote, no hall nada. Mendel e Isaac

    salieron presurosamente del parque. Cuando Mendel se volvi a mirar, el

    rbol muerto tena la rama fina levantada y la gruesa hacia abajo. Gimi.

    Treparon a un trolebs y se bajaron en la casa de un antiguo amigo,

    pero haba muerto haca unos aos. En la misma cuadra entraron en una

    cafetera y pidieron dos huevos fritos para Isaac. Las mesas estaban llenas,excepto donde un hombre de pesada contextura coma sopa con casha. Le

    echaron una mirada y salieron con gran apuro, aunque Isaac lloraba.

    Mendel tena otra direccin en un trocito de papel, pero la casa

    quedaba muy lejos, en Queens, as que se detuvieron en un umbral, tiritando.

    Qu puedo hacer, pensaba locamente, en slo una hora?

    Record los muebles de la casa. Eran basura, pero podan traer unos

    pocos dlares.

  • 8/13/2019 33662855 Bernard Malamud Cuentos

    8/37

    8

    Ven, Isaac.

    Fueron otra vez al prestamista, para hablar con l, pero el negocio

    estaba oscuro y una reja de hierro los anillos y los relojes de oro brillaban

    detrs cerraba completamente el local.

    Se acurrucaron detrs de un poste de telfonos, helados los dos. Isaac

    lloriqueaba.

    Mira la luna grande, Isaac. Todo el cielo est blanco.

    Sealaba, pero Isaac no quera mirar.

    Mendel so por un instante con el cielo encendido, grandes haces de

    luz en todas direcciones. Bajo el cielo, en California, estaba sentado el to Leo,

    tomando t con limn. Mendel sinti calor, pero se despert fro.

    Al otro lado de la calle haba una vieja sinagoga de ladrillos.

    Golpe con los puos en la enorme puerta, pero nadie apareci.

    Esper hasta recobrar el aliento y desesperadamente volvi a golpear. Por fin

    hubo pisadas dentro y la puerta de la sinagoga cruji al abrirse sobre sus

    pesados goznes de bronce.Un sacristn vestido de oscuro, que sostena una vela chorreante, los

    contempl.

    Quin golpea con tanto ruido, a estas horas de la noche, la puerta

    de la sinagoga?

    Mendel le cont sus infortunios al sacristn.

    Por favor, quisiera hablar con el rabino. El rabino es un hombre anciano. Ahora duerme. Su esposa no

    dejar que lo vea. Vyase a su casa y vuelva maana.

    Al maana ya le he dicho adis. Soy un moribundo.

    Aunque el sacristn pareca dudar, seal una vieja casa de madera,

    puerta por medio.

    All vive.

    Y desapareci dentro de la sinagoga con la vela encendida arrojando

  • 8/13/2019 33662855 Bernard Malamud Cuentos

    9/37

    9

    sombras a su alrededor.

    Mendel, con Isaac colgado de su manga, subi los escalones de

    madera y toc el timbre. Al cabo de cinco minutos una mujer voluminosa, de

    cara grande y pelo gris, sali al porche con una rotosa bata echada encima del

    camisn. Explic enfticamente que el rabino dorma y que no se le poda

    despertar.

    Pero mientras estaba insistiendo sobre esto, el propio rabino apareci

    vacilantemente en la puerta. Escuch durante un minuto y dijo:

    Al que quiera verme, djalo entrar.

    Entraron en un cuarto desordenado. El rabino era un viejo flaco de

    espaldas encorvadas y unos pelos blancos por barba. Llevaba un camisn de

    franela y un casquete negro; tena los pies descalzos.

    Por favor murmur su esposa, ponte zapatos o maana

    seguro tendrs una pulmona. Tena un vientre enorme y era varios aos ms

    joven que su marido. Mir fijamente a Isaac y luego se apart.

    Mendel relat apologticamente su peregrinacin. Todo lo que necesito ahora son treinta y cinco dlares.

    Treinta y cinco? dijo la mujer del rabino. Y por qu no

    treinta y cinco mil? Quin tiene tanto dinero? Mi esposo es un rabino pobre.

    Los doctores se llevan hasta el ltimo centavo.

    Mi querido amigo dijo el rabino , si los tuviera te los dara.

    Ya tengo setenta prosigui Mendel apesadumbrado . Slonecesito treinta y cinco ms.

    Dios te dar dijo el rabino.

    En la tumba replic Mendel . Los necesito esta noche.

    Vamos, Isaac.

    Espera! lo llam el rabino.

    Entr presurosamente en la otra habitacin y sali con un abrigo

    forrado en piel que entreg a Mendel.

  • 8/13/2019 33662855 Bernard Malamud Cuentos

    10/37

    10

    Yascha! grit la mujer . Tu abrigo nuevo, no!

    Tengo el viejo. Quin necesita dos sacos para un solo cuerpo?

    Yascha, te estoy gritando...

    Quin puede andar entre los pobres, dime, con un abrigo nuevo?

    Yascha grit nuevamente ella , qu puede hacer este hombre

    con tu abrigo? Necesita el dinero esta noche. Los prestamistas duermen.

    Djalo que los despierte.

    No . Tirone del saco que agarraba Mendel.

    l se prendi de una manga, luchando con ella por el saco. A sta la

    conozco, pens Mendel. Shylocks murmur. Los ojos de la mujer

    brillaron.

    El rabino grua y se bamboleaba aturdido. La mujer daba gritos al ver

    que Mendel le arrancaba el abrigo.

    Corre! grit el rabino.

    Corre, Isaac!

    Salieron corriendo de la casa y bajaron la escalera. Detente, ladrn! gritaba la esposa del rabino.

    El rabino se llev las manos a las sienes y cay al suelo.

    Socorro! gimi la mujer . Ataque cardaco. Socorro!

    Pero Mendel e Isaac corran por las calles con el nuevo abrigo forrado

    de piel del rabino. Tras ellos, silenciosamente, corra Ginzburg.

    Era muy tarde cuando Mendel compr el boleto de tren en la nicaventanilla abierta.

    No haba tiempo para detenerse a comer un sandwch, as que Isaac se

    comi sus manes y se apresuraron para llegar al tren en la enorme estacin

    desierta.

    Entonces por la maana Mendel boqueaba mientras corran ,

    viene un hombre que vende caf y sandwiches. Come, pero consigue la vuelta.

    Cuando llegue a California el tren, te estar esperando en la estacin el to

  • 8/13/2019 33662855 Bernard Malamud Cuentos

    11/37

  • 8/13/2019 33662855 Bernard Malamud Cuentos

    12/37

    12

    Cul es entonces su responsabilidad?

    Crear condiciones. Hacer que suceda lo que sucede. No estoy en el

    negocio antropomrfico.

    Y en qu negocio est, dnde est su compasin?

    No lo hago por gusto. La ley es la ley.

    Qu ley es esa?

    La ley universal csmica, maldito sea, la que yo mismo debo seguir.

    Qu clase de ley es sa? grit Mendel . Por amor de Dios

    no comprende lo que he pasado en mi vida con este pobre chico? Mrelo.

    Durante treinta y nueve aos, desde el da en que naci, esper que creciera,

    pero no. Comprende lo que eso significa para el corazn de un padre? Por

    qu no lo deja ir con su to? Haba ido levantando la voz y ahora gritaba.

    Isaac maull ruidosamente.

    Es mejor que se calme, o va a herir los sentimientos de alguien

    dijo Ginzburg, con un guio en direccin a Isaac.

    En toda mi vida grit Mendel, temblndole el cuerpo qu eslo que tuve? Fui pobre. Sufr por mi salud. Cuando trabaj, trabaj demasiado.

    Cuando no trabajaba, era peor. Mi mujer muri muy joven. Pero nunca le ped

    nada a nadie. Ahora pido un pequeo favor. Sea bueno, Mr. Ginzburg.

    El recolector de boletos se limpiaba los dientes con el cabito de un

    fsforo.

    Usted no es el nico, amigo mo, algunos lo pasan peor que usted.Es lo que ocurre en este pas.

    Perro, perro! Mendel se abalanz sobre la garganta de

    Ginzburg y empez a estrangularlo. Pedazo de bastardo, no comprendes

    lo que quiere decir humano?

    Lucharon nariz contra nariz. Ginzburg, aunque sus asombrados ojos

    se le saltaban, comenz a rer.

    No chillars ms. Te convertir en hielo.

  • 8/13/2019 33662855 Bernard Malamud Cuentos

    13/37

    13

    Los ojos se le encendieron de furor y Mendel sinti un fro intolerable

    que le invada el cuerpo como una daga helada, haciendo temblar todos sus

    miembros.

    Ahora muero sin ayudar a Isaac.

    Se reuni una multitud. Isaac daba alaridos de miedo.

    Colgndose de Ginzburg en su ltima agona, Mendel vio reflejado en

    los ojos del recolector de pasajes la profundidad de su terror. Pero vio que

    Ginzburg, mirndose a s mismo en los ojos de Mendel, vea reflejarse en ellos

    el alcance de su propio terrible furor. Contemplaba una trmula, centelleante,

    cegadora luz que produca oscuridad.

    Ginzburg qued pasmado:

    Quin, yo?

    Lentamente fue aflojando la mano que tena sobre el viejo retorcido y

    Mendel, con el corazn latindole apenas, se desmoron en el suelo.

    Ve murmur Ginzburg , llvalo al tren.

    Djalo pasar orden a un guarda.La multitud se abri. Isaac ayud a levantarse a su padre y bajaron

    trotando los escalones que llevaban a la plataforma donde el tren esperaba,

    encendido y listo para partir.

    Mendel encontr un asiento en el vagn para Isaac, y lo abraz

    presurosamente.

    Ayuda a to Leo, Isaakil. Acurdate tambin de tu padre y de tumadre.

    Sea bueno con l le dijo al guarda . Mustrele dnde est

    todo.

    Esper en la plataforma hasta que el tren comenz lentamente a

    moverse. Isaac estaba sentado en el borde del asiento, la cara estirada en

    direccin al viaje. Cuando el tren parti, Mendel subi las escaleras para ver

    qu haba sido de Ginzburg.

  • 8/13/2019 33662855 Bernard Malamud Cuentos

    14/37

    14

    ME VAIS A MATAR

    Marcus era sastre, desde mucho antes de la guerra. Un hombre

    exuberante, de gran melena ya gris, cejas finas y frgiles y manos benevolentes,

    que, relativamente tarde en la vida, consigui establecerse por su cuenta.

    Como, por as decir, al prosperar l prosper su mala salud, tuvo que emplear

    un sastre asistente que trabajaba en la trastienda y compona los trajes pero no

    poda, cuando se acumulaba el trabajo, ocuparse del planchado, de modo que

    hubo necesidad de emplear un planchador; con todo lo cual aunque la tienda

    marchaba bien no marchaba del todo bien.

    Hubiera podido marchar mejor, pero el planchador, Josip Bruzak, un

    polaco corpulento que flotaba en cerveza y sudor y trabajaba en camiseta y

    zapatillas de fieltro, con los pantalones cayndosele hacia sus muslos de buey y

    arrugndosele en los tobillos, dio en detestar violentamente a Emilio Vizo, el

    sastre (o tal fuera al revs, Marcus no estaba seguro), un siciliano delgado y

    seco y con un pecho de palamo, que senta por el polaco una acerada malicia ocorresponda a la del otro. De resultas de sus peleas, el negocio se perjudicaba.

    La razn de que se pelearan como lo hacan, hinchados y estremecidos

    como gallos de clera, y adems usando un lenguaje que meta miedo,

    gritando palabrotas tan groseras que ofendan a los clientes y a veces

    mareaban al desazonado Marcus hasta casi desmayarle, era un enigma para el

    sastre, que conoca las penalidades de ambos y saba que al fin y al cabo erandos hombres muy parecidos. Bruzak, que viva en una ruinosa pensin junto

    al East River, no paraba de tragar cerveza mientras trabajaba, y guardaba una

    docena de botellas en un cubo de metal herrumbroso lleno de hielo. Cuando

    Marcus, al principio, protest, Josip, siempre respetuoso con el sastre, apart

    el cubo y desapareci por la puerta trasera en direccin a la taberna vecina, y

    all tom sus vasos frecuentes, malgastando tanto tiempo que Marcus calcul

    que le resultaba ms a cuenta aconsejarle que volviera al sistema del cubo.

  • 8/13/2019 33662855 Bernard Malamud Cuentos

    15/37

  • 8/13/2019 33662855 Bernard Malamud Cuentos

    16/37

  • 8/13/2019 33662855 Bernard Malamud Cuentos

    17/37

    17

    un buen sastre, un demonio con una aguja, que saba coser una manga

    perfecta en menos tiempo del que necesita un obrero ordinario para tomar

    medidas, un sastre como se encuentran pocos.

    Durante ms de un ao, a pesar de que ambos hacan extraos ruidos

    en la trastienda, ni el planchador ni el sastre parecan darse por enterados de la

    presencia del otro; hasta que un da, como si una invisible pared les hubiera

    separado y se derrumbara, se arrojaron uno contra otro. Marcus, al parecer,

    vio surgir el primer chorro de su veneno cuando, dejando a un cliente en la

    tienda y entrando a buscar tiza, sorprendi un espectculo que le hel. All

    estaban los dos, bajo el sol de la tarde que inundaba la trastienda y de

    momento ceg a Marcus, dndole tiempo para pensar que no era posible que

    viera lo que estaba viendo: aquellos dos, en rincones opuestos, mirndose sin

    hacer el menor movimiento, con una viva y casi peluda mirada de odio

    intenso. El polaco haca una mueca y apretaba en su mano temblorosa un

    pesado madero de planchador, mientras el lvido sastre, pegndose a la pared

    como un gato acorralado, levantaba con rgidos dedos unas tijeras de cortador. Qu ocurre? grit Marcus cuando recobr la voz.

    Pero no quisieron romper su silencio de piedra y se quedaron como

    estaban, mirndose a travs de la estancia, el sastre moviendo los labios

    calladamente y el planchador jadeando como un perro en calor, los dos

    sumidos en una locura que Marcus no hubiera nunca imaginado.

    Dios mo grit, mientras un sudor fro le empapaba el cuerpo. Contadme qu ha pasado.

    Pero como ninguno de los dos dijo nada, chill, luchando con una

    obstruccin en la garganta que dio a su voz un tono absurdo:

    A trabajar!

    Apenas confiaba que obedecieran, pero lo hicieron, Bruzak volviendo

    como un saco a su plancha y el italiano volviendo rgido a su mquina. A

    Marcus le conmovi su docilidad y, como si hablara a unos nios, les dijo con

  • 8/13/2019 33662855 Bernard Malamud Cuentos

    18/37

    18

    lgrimas en los ojos:

    Chicos, no lo olvidis, no tenis que pelearos.

    Luego, Marcus pas un rato, inmvil, de pie en la penumbra de la

    tienda mirando a nada por el cristal de la puerta, y sintindose perdido al

    pensar que a su espalda los tena a los dos, en un horrendo mundo de hierba

    gris y de verde luz solar, de gemidos y de olor a sangre. Le haban mareado. Se

    dej caer en una butaca, rezando por que no entrara ningn cliente hasta que

    se hubiera recobrado de su nusea Con un suspiro, cerr los ojos. y sinti

    como si su crneo vibrara con nuevo terror al verles a ambos persiguindose y

    dando vueltas en el crculo de su imaginacin. Uno corra con pasin en pos

    del otro, del pesado fugitivo que le haba robado una caja de botones rotos.

    Bordeando las arenas encendidas y humeantes, subieron por un acantilado de

    aristas cortantes, se unieron en una lucha de muchas manos, y vacilaron en el

    borde hasta que uno resbal en el barro y arrastr consigo al otro.

    Extendiendo cuatro manos, asieron nada en los dedos rgidos, mientras

    Marcus, el observador, chillaba sin sonido al verles desvanecerse.Sigui sentado, con la cabeza dndole vueltas, hasta que aquellas

    imgenes le dejaron. Una vez recobrado, la memoria converta aquello en una

    especie de sueo. Neg que hubiera ocurrido ningn incidente fuera de lo

    normal; pero, sabiendo que haba ocurrido, lo consideraba una trivialidad. En

    la fbrica donde trabaj al llegar a Amrica, no haba visto l muchas veces

    peleas parecidas, entre los obreros? Cosas banales que en seguida seolvidaban, por muy violentas que fueran momentneamente.

    Sin embargo, ya el da siguiente, y luego cada da sin saltarse uno, los

    dos encerrados en el taller salan de su odio silente y estallaban en atronadoras

    peleas que perjudicaban el negocio: con voces feas, se insultaban,

    embarazando tanto a Marcus que una vez, cuando tomaba las medidas a un

    cliente, en vez de ponerse la cinta al hombro se la arroll al cuello. Cliente y

    sastre se miraron nerviosos, y Marcus tom las medidas a toda prisa, El

  • 8/13/2019 33662855 Bernard Malamud Cuentos

    19/37

    19

    cliente, uno a quien gustaba entretenerse en comentarios sobre su traje nuevo,

    sali precipitadamente tras pagar por adelantado, para escapar del zumbido de

    palabras repugnantes que se decan en la trastienda pero se oan claramente en

    la tienda, sin que nadie pudiera aislarse.

    No slo se maldecan recprocamente, y cada cual invocaba la

    destruccin para el otro, sino que en sus respectivas lenguas decan otras cosas

    terribles. Marcus entendi a Josip cuando deca que iba a arrancar los genitales

    de cierta persona y a frotar con sal el destrozo; supuso que Emilio chillaba

    cosas parecidas, y se sinti entristecido y a la vez indignado.

    Entr muchas veces en el taller a sermonearles, y escuchaban todas

    sus palabras con inters y tolerancia, porque el sastre, adems de ser una

    persona buena (cosa que se lea en sus ojos), era elocuente, lo cual daba gusto

    a ambos. Pero, dijera lo que dijera, no serva de nada, ya que al cabo de un

    minuto, en cuanto se alejaba, empezaban de nuevo. Amargado, Marcus se

    retiraba a la tienda y pesaba su sufrimiento debajo del reloj de pared de esfera

    amarilla, que marcaba amarillos minutos hasta la hora de cerrar (eraasombroso que lograran trabajar, y trabajaran prodigiosamente) y de irse a

    casa.

    El deseo de Marcus era de echarles a patadas, pero no crea posible

    encontrar otros dos trabajadores tan hbiles y, en lo esencial, eficaces, sin

    tener que pagarles una fortuna en oro puro. Por lo cual, empapado en ideas de

    edificacin y conversin, un medioda agarr a Emilio cuando sala aalmorzar, le llev a un rincn y murmur:

    Oye, Emilio, t eres el ms inteligente, dime, por qu peleis?

    Por qu le odias y por qu te odia, y por qu os decs esas palabras?

    Aunque le gustaba el murmullo y se deshaca de gusto entre las manos

    de Marcus, el italiano, sin dejar de apreciar aquellas pequeas atenciones, baj

    la mirada, se cubri de un rubor oscuro, y no quiso contestar o no fue capaz

    de hacerlo.

  • 8/13/2019 33662855 Bernard Malamud Cuentos

    20/37

    20

    Marcus pas toda la tarde debajo del reloj, tapndose los odos con los

    dedos. Y cuando el planchador sala al atardecer, le agarr y le dijo:

    Por favor, Josip, cuntame qu te ha hecho. Josip, por qu te

    peleas? Acurdate de tu mujer que est enferma, de tu chico.

    Pero Josip, que tambin senta afecto por Marcus (aunque polaco, no

    era antisemita), no hizo ms que aguantarse los pantalones que se le caan y le

    estorbaban, arrastr a Marcus a una tremebunda polca. Luego lo solt riendo

    y se alej bailando su cerveza.

    Cuando a la maana siguiente soltaron de nuevo su infernal torrente

    de obscenidades y un cliente se march sin hacer su encargo, el sastre entr

    enfurecido en el taller. Los dos obreros, ambos cansados y de color verde-gris

    hasta las agallas, dejaron de insultarse y escucharon a Marcus que imploraba,

    reprochaba y lloraba. Le escucharon sobre todo cuando Marcus dej de gritar

    porque le daba vergenza, y en voz baja y digna les dio consejos y

    sermoncillos. Era un hombre alto, y la enfermedad le haba puesto muy

    delgado. La poca carne que le quedaba haba disminuido todava ms enaquellos meses de angustia, y el pelo era ya del todo blanco, de modo que,

    erecto ante ellos, razonndoles y exhortndoles, pareca un viejo ermitao o

    incluso un santo, y los obreros mostraron respeto y vivo inters mientras l

    hablaba.

    Homiltico, Marcus les cont de su padre, muerto muchos aos atrs,

    y de su infancia en una srdida aldea de chozas, de sus hermanos: eran diezraquticos nios, nueve chicos y una nia casi enana. Qu prodigiosamente

    pobres eran: a veces Marcus comi cortezas e incluso hierba, hinchndose la

    barriga, y a menudo los hermanos, incluida la nia, se mordan unos a otros

    los brazos y el cuello para desahogar la rabia del hambre.

    Y mi pobre padre, que tena una barba larga hasta aqu se

    agach sealando con la mano hasta las rodillas, e inmediatamente brotaron

    lgrimas en los ojos de Josip , mi padre dijo: Nios, somos pobre gente y

  • 8/13/2019 33662855 Bernard Malamud Cuentos

    21/37

    21

    seremos extranjeros dondequiera que vayamos, y por lo menos tenemos que

    vivir en paz, porque si no...

    No pudo terminar porque el planchador, derrumbado en el taburete

    en que lea las cartas, balancendose ligeramente, se puso a gemir y luego a

    aullar, y el sastre, que haca extraos chasquidos con la garganta, tuvo que

    volverse de espaldas.

    Prometed suplic Marcus que no volveris a pelearos.

    Josip prometi llorando, y Emilio, con ojos hmedos, asinti

    gravemente.

    Aquello s que era camaradera, sinti Marcus exultante, y se alej

    bendiciendo las dos cabezas, pero cuando ni siquiera estaba fuera ya el aire a

    sus espaldas se puso grasiento de odio.

    Veinticuatro horas despus los empared. Un carpintero elev un

    grueso tabique, dividiendo en dos mitades el taller del planchador y del sastre,

    y al fin rein entre ellos una atnita calma. Estuvieron absolutamente callados

    durante una semana entera. De tener fuerzas, Marcus hubiera saltado dealegra. Claro que se fij en que de vez en cuando el planchador dejaba de

    planchar y se acercaba desconcertado a la nueva puerta a espiar si el sastre

    segua al otro lado, y el sastre haca lo mismo, pero no pasaban de all. A partir

    de entonces Emilio Vizo dej de murmurar y Josip Bruzak no toc la cerveza;

    y cuando llegaban las desvadas cartas del otro lado, se las llevaba a casa y las

    lea a la luz de la ventana de su oscuro cuarto, y si se haca de noche, aunquehaba electricidad, prefera leerlas a la luz de una vela.

    Un lunes por la maana, el planchador abri el cajn donde guardaba

    el salchichn de ajo, y lo encontr brutalmente partido en dos pedazos.

    Blandiendo el afilado cuchillo, se precipit contra el sastre que, en aquel

    mismo momento, habiendo descubierto que alguien le haba aplastado el

    sombrero negro, atacaba al otro con una plancha ardiente. El sastre abri en el

    brazo del polaco una maloliente herida roja, mientras Josip le clavaba el

  • 8/13/2019 33662855 Bernard Malamud Cuentos

    22/37

    22

    cuchillo en el costado, y el cuchillo qued clavado un minuto.

    Gimiendo, aullando, entr Marcus, y a pesar de las heridas los

    despidi y les mand que se marcharan. En cuanto l volvi a la tienda, se

    arrojaron uno en brazos del otro y se dedicaron a estrangularse.

    Marcus se precipit hacia ellos, gritando:

    No, no, por favor, por favor!

    Agitaba los descarnados brazos, asqueado, enervado (y entre aquel

    estrpito no oa ms que el atronador reloj), y su corazn, como una frgil

    jarra, se cay del estante y bot y rebot escaleras abajo, rompindose al fin y

    dispersando los tiestos por todas partes.

    Aunque los ojos del viejo judo estaban vidriosos cuando se encogi,

    los dos asesinos leyeron en ellos, con toda claridad, las preguntas: Qu os

    dije?Lo veis?

    LOS ZAPATOS DE LA SIRVIENTA

    La sirvienta le haba dejado sus seas a la mujer del portero. Dijo que

    buscaba trabajo fijo y que tomara cualquier cosa, pero que prefera no trabajar

    para una vieja. Sin embargo, si no haba ms remedio lo hara. Tena cuarenta

    y cinco aos y pareca mayor. La cara gastada, pero el pelo negro y lindos los

    ojos y los labios. Le quedaban pocos dientes sanos y esto le produca granturbacin cuando se rea. Aunque era principio de octubre, haca fro ese ao

    en Roma y los vendedores de castaas ya se inclinaban sobre sus calderos de

    brillantes carbones; sin embargo la sirvienta slo llevaba un rado vestido de

    algodn negro, rajado en el costado izquierdo, donde unos diez centmetros

    de costura se haban abierto sobre la cadera, descubriendo su ropa interior. Lo

    haba cosido varias veces, pero sta era una de sas en que haba vuelto a

    abrirse. Sus piernas gruesas, aunque bien formadas, estaban desnudas y

  • 8/13/2019 33662855 Bernard Malamud Cuentos

    23/37

    23

    cuando fue a hablar con la portinaia llevaba chinelas de entrecasa: haba

    lavado todo el da para una seora de esa misma cuadra y llevaba los zapatos

    en una bolsa de papel. Tres eran las casas de departamentos relativamente

    nuevas de la calle empinada, y en las tres la sirvienta dej sus seas.

    La portinaia, una mujer regordeta que usaba una pollera de tweed

    marrn heredada de una familia inglesa que vivi en el edificio, dijo que

    tendra en cuenta a la sirvienta, pero despus se olvid hasta de que el

    profesor norteamericano se mud al departamento amueblado del quinto piso

    y le pidi que le ayudara a buscar una sirvienta. La portinaia le trajo una

    muchacha de la vecindad, de diecisis aos, recin llegada de Umbra, que

    compareci con su ta. Pero al profesor, Orlando Krantz, no le gust la

    manera en que la ta recomendaba ciertas cualidades de la muchacha, de modo

    que las despach. Le dijo a la portinaia que estaba buscando una mujer mayor,

    alguien por quien no tuviera que preocuparse. Entonces la portinaia se acord

    de la sirvienta que le haba dejado su nombre y su direccin; fue hasta la casa

    de la via Appia Antica, cerca de las catacumbas y le dijo que unnorteamericano estaba buscando una sirvienta mezzo servizio y que la

    recomendara si llegaban a un acuerdo que valiera la pena. La sirvienta, que se

    llamaba Rosa, se encogi de hombros y mir obstinadamente a la calle. Dijo

    que no tena nada que ofrecerle a la portinaia.

    Mira lo que llevo puesto dijo , mira esa pila de escombros,

    puede llamrsele casa? Aqu vivo con mi hijo y la perra de su mujer quecuenta hasta las cucharadas de sopa que me tomo. Me tratan como una basura

    y mi nico patrimonio es la basura.

    Nada puedo hacer por ti en tal caso dijo la portinaia . Yo

    tengo que pensar en m y en mi marido. Pero desde la parada del mnibus se

    volvi y le dijo a la sirvienta que la recomendara al profesor norteamericano si

    cuando cobrara el primer sueldo le daba cinco mil liras.

    Cunto me pagar l? pregunt la sirvienta a la portinaia.

  • 8/13/2019 33662855 Bernard Malamud Cuentos

    24/37

  • 8/13/2019 33662855 Bernard Malamud Cuentos

    25/37

    25

    significaba todas sus comidas y no tener que pagar alquiler a su hijo y a la cara

    de perro de su mujer.

    Hasta tanto volvieran Mrs. Krantz y su hija, Rosa se ocupaba de las

    compras y la cocina. Cuando llegaba preparaba el desayuno del profesor y a la

    una, el almuerzo. Le ofreci quedarse despus de las cuatro y prepararle lacena, que l tomaba a las seis, pero el profesor prefiri seguir comiendo fuera.

    Despus de las compras Rosa limpiaba la casa fregando concienzudamente,

    con un trapo hmedo en la punta de un palo, los pisos de mrmol, aunque al

    profesor no le parecan particularmente sucios. Tambin lavaba y planchaba la

    ropa blanca. Era trabajadora; sus chinelas repiqueteaban cuando pasaba

    apurada de un cuarto a otro, y a menudo sola terminar casi una hora antes de

    cumplir la jornada; se retiraba entonces al cuarto de servicio y lea Tempo o

    Epoca, o a veces una fotonovela de amor, con las palabras impresas en

    bastardilla debajo de cada foto. A menudo bajaba la cama adosada a la pared y

    se meta entre las frazadas para estar calentita. El tiempo se haba puesto

    lluvioso y ahora el departamento resultaba inconfortablemente fro. Laadministracin de la casa de departamentos tena la costumbre de no encender

    la calefaccin hasta el quince de noviembre, y si haca fro antes la gente de la

    casa se arreglaba como mejor poda. El fro incomodaba al profesor, que

    escriba con guantes y sombrero puestos, y aumentaba su nerviosidad, de

    modo que sala a mirar a la sirvienta mucho ms seguido. Sobre la ropa llevaba

    una pesada salida de bao azul y a veces con el cinturn se anudaba una bolsade agua caliente que se pona en la parte baja de la espalda, debajo del saco del

    traje. A veces, cuando escriba, se sentaba sobre la bolsa caliente, lo que hizo

    sonrer a Rosa, cubrindose la boca con la mano una vez que lo vio. Cuando

    despus del almuerzo el profesor dejaba la bolsa en el comedor, Rosa le

    preguntaba si poda usarla. En general se lo permita y entonces ella trabajaba

    sosteniendo con el codo la bolsa, sobre el estmago. Deca que sufra del

    hgado. Por eso al profesor no le incomodaba que fuera a recostarse al cuarto

  • 8/13/2019 33662855 Bernard Malamud Cuentos

    26/37

    26

    de servicio antes de irse, una vez que terminaba con sus tareas.

    Cierta vez, cuando Rosa ya se haba marchado a su casa, el profesor

    not olor a tabaco en el pasillo que daba al cuarto de servicio, y entr para

    investigar. El cuarto no era ms que un cubculo alargado, con una cama

    estrecha que se colgaba contra la pared; haba un pequeo armario verde y un

    diminuto bao adyacente, con un inodoro y un bao de asiento con una

    canilla de agua fra. La sirvienta sola hacer el lavado en el bao, con una tabla

    de lavar, pero nunca, por lo que l saba; se ba all. El da antes del santo de

    su nuera le pidi permiso para tomar un bao caliente en la baera del

    profesor, en el cuarto de bao grande, y aunque l dud un rato, dijo

    finalmente que s. En el cuarto de servicio abri un cajn de abajo del

    armarito y encontr un montn de colillas de cigarrillos, las colillas que l

    dejaba en los ceniceros. Vio tambin que la sirvienta haba juntado los diarios

    y las revistas viejas del cesto de papeles. Guardaba tambin piolines, bolsas de

    papel y bandas elsticas; tambin los cabitos de lpices que l tiraba. Despus

    de este descubrimiento, en ocasiones le daba la carne que sobraba delalmuerzo o el queso que se haba resecado, para que se lo llevara a su casa. A

    causa de esto ella le llev flores. Tambin le llev de regalo uno o dos huevos

    sucios que haban puesto las gallinas de su nuera, pero l se lo agradeci y le

    dijo que las yemas eran muy fuertes para su gusto. El profesor se dio cuenta

    de que necesitaba un par de zapatos porque los que se pona para irse a su

    casa estaban rajados en varias partes y segua usando el mismo vestido negrocon el descosido, todos los das, lo que haca que se sintiera muy molesto

    cuando tena que hablarle y pens que encargara de estos asuntos a su mujer

    cuando llegara.

    En cuanto a trabajos, Rosa supo que haba conseguido uno bueno. El

    profesor pagaba bien y puntualmente, y nunca le daba rdenes con ese tono

    altivo de algunos de sus patronos italianos. Era nervioso e inquieto, pero no

    malo. Su principal defecto era el silencio. Aunque hablaba un italiano ms que

  • 8/13/2019 33662855 Bernard Malamud Cuentos

    27/37

    27

    pasable prefera, cuando no estaba trabajando, sentarse a leer en un silln del

    cuarto de estar. Con esas dos nicas almas en el departamento, uno pensara

    que querran conversar un poco. A veces, cuando le serva una taza de caf

    mientras lea, Rosa trataba de colocar una palabra referente a sus dificultades.

    Quera hablarle de su larga y empobrecida viudez, de lo malo que le haba

    salido su hijo, y lo que era vivir con la miserable de su nuera. Y aunque l la

    escuchaba cortsmente, aunque compartan el mismo techo y hasta la misma

    bolsa de agua caliente y la misma baera, casi nunca compartan la

    conversacin. l no contestaba ms que lo que contestara un cuervo y

    demostraba claramente que prefera que lo dejaran solo. As que ella lo dejaba

    solo y se senta sola en el departamento. Trabajar para extranjeros tiene sus

    ventajas, pensaba, pero tambin sus desventajas.

    Despus de un tiempo el profesor advirti que regularmente llamaban

    a Rosa por telfono todas las tardes, a la hora en que generalmente descansaba

    en su cuarto. A la semana siguiente, en vez de quedarse en la casa hasta las

    cuatro, pidi permiso para irse, despus de la llamada de telfono. Al principiodeca que se senta mal del hgado, pero ms tarde dej de dar excusas.

    Aunque el profesor desaprobaba este tipo de cosas, presumiendo que ella se

    aprovechara si lo vea demasiado liberal en otorgar favores, le inform que

    hasta la llegada de su esposa podra retirarse a las tres de la tarde dos veces por

    semana, siempre y cuando hubiera terminado con todas sus tareas. l saba

    muy bien que dejaba todo listo antes de irse, pero pens que de todos modosconvena decirlo. Ella lo escuch dcilmente los ojos brillantes, los labios

    fruncidos y dcilmente asinti. El profesor presuma, cuando volvi a

    pensar en esto ms tarde, que Rosa haba conseguido en su casa un buen

    empleo, desde todo punto de vista, y que pronto se le notara en la cara un

    cambio de esa expresin tan triste por otra menos triste. Sin embargo, esto no

    ocurri; cuando tena oportunidad de observarla, aun en los das en que sala

    ms temprano, pareca tristemente preocupada y suspiraba mucho, como si en

  • 8/13/2019 33662855 Bernard Malamud Cuentos

    28/37

    28

    el fondo de su corazn algo la abatiera.

    El profesor nunca preguntaba lo que le pasaba, prefiriendo no meterse

    en nada. Esta gente tena problemas interminables y si uno se meta en ellos,

    se meta interminablemente. Conoca a una seora, la esposa de un colega, que

    le haba dicho a la mucama: Lucrezia, simpatizo con todo lo que le pasa, pero

    no quiero enterarme de nada. Esta, reflexionaba el profesor, era una buena

    poltica. Mantena las relaciones patrn-empleado donde corresponda: a un

    nivel objetivo. Y adems, despus de todo, l se ira de Italia en abril y nunca

    en su vida volvera a ver a Rosa. Para ella sera mucho mejor que, por ejemplo,

    le mandara un pequeo cheque para Navidad en vez de inmiscuirse ahora en

    sus desgracias. El profesor se saba nervioso y a menudo impaciente, y a veces

    se arrepenta de su carcter, pero era como era y prefera mantenerse apartado

    de lo que no le concerna ntima y personalmente.

    Pero Rosa no opinaba lo mismo. Una maana llam a la puerta del

    estudio y cuando l dijo avanti entr con tanta turbacin que aun antes que

    empezara a hablar, l ya se senta turbado. Professores dijo Rosa con tristeza , displpeme, por favor,

    que lo moleste cuando trabaja, pero tengo que hablar con alguien.

    Ocurre que estoy muy ocupado le contest, enojndose un

    poco es algo que puede esperar?

    Me llevar slo un minuto. Uno anda con las preocupaciones

    colgadas toda la vida, pero contarlas no lleva mucho. Es por su malestar al hgado? le pregunt.

    No. Necesito su consejo. Usted es un hombre educado y yo nada

    ms que una campesina ignorante.

    Qu clase de consejo? le pregunt con impaciencia.

    Llmelo como quiera. El hecho es que con alguien tengo que

    hablar. No puedo hablar con mi hijo, ni aunque fuera posibile en este caso.

    Apenas abro la boca ruge como un toro. Y con mi nuera no vale la pena ni de

  • 8/13/2019 33662855 Bernard Malamud Cuentos

    29/37

    29

    gastar saliva. A veces, en la azotea, cuando colgamos la ropa, le digo unas

    palabras a la portinaia, pero no es una persona simptica, as que tengo que

    recurrir a usted, ahora le digo por qu.

    Antes de que el profesor pudiera decir cmo se senta ante sus

    confidencias, Rosa se haba lanzado a la historia del maduro empleado pblico

    de la oficina de rditos, a quien haba conocido casualmente en la vecindad.

    Era casado, con cuatro hijos, y a veces trabajaba de carpintero al salir de la

    oficina a las dos de la tarde, todos los das. Su nombre era Armando, era l el

    que telefoneaba todas las tardes. Se haban conocido recientemente en un

    mnibus y despus de dos o tres encuentros, vindole los zapatos que ya no se

    podan usar ms, l la haba apremiado para que le permitiera comprarle un

    nuevo par. Ella le haba contestado que no fuera loco. Se vea que no tena

    mucho dinero y a ella le bastaba con que la llevara al cine dos o tres veces a la

    semana. Eso era lo que le haba dicho, pero cada vez que se encontraba l

    hablaba de los zapatos que quera comprarle.

    Uno es humano le confes francamente Rosa al profesor ynecesito terriblemente esos zapatos, pero usted sabe cmo son estas cosas. Si

    me los pongo, sus zapatos pueden llevarme a su cama. Por eso pens que

    deba preguntarle a usted si debo aceptarlos.

    La cara y la calva del profesor estaban sonrojadas.

    No s de qu manera puedo aconsejarla...

    Usted tiene educacin le contest Rosa. Sin embargo prosigui l , como la situacin es an

    esencialmente hipottica, me atrevo a decir que usted debe explicar a este

    generoso caballero que l tiene responsabilidades con su propia familia. Hara

    bien en no ofrecerle regalos y usted hara bien en no aceptarlos. Si usted no

    procede as, l tendr derecho a hacer reclamaciones sobre usted o sobre su

    persona. Esto es todo lo que quiero decir. Ya que usted me pidi consejo, se

    lo he dado, pero no quiero hablar ms de esto.

  • 8/13/2019 33662855 Bernard Malamud Cuentos

    30/37

    30

    Rosa suspir.

    La verdad es que podra aprovechar un par de zapatos. Los mos

    parecen masticados por las cabras. Hace seis aos que no tengo un par de

    zapatos nuevos.

    Pero el profesor no tena nada ms que agregar.

    Cuando Rosa se fue ese da, pensando en su problema, el profesor

    decidi comprarle un par de zapatos. Se daba cuenta que ella quiz esperaba

    algo parecido; que lo haba planeado, por decirlo as, para que diera este

    resultado. Pero como esto eran slo conjeturas, ya que faltaban totalmente las

    pruebas, l supondra, hasta que hubiera pruebas de lo contrario, que al pedirle

    consejo lo haba hecho sin motivos premeditados. Consider la posibilidad de

    darle cinco mil liras para que se comprara los zapatos y le evitara la molestia

    de hacerlo l mismo, pero dud porque no haba garantas de que gastara el

    dinero en el objeto convenido. Y si, por ejemplo, vena al da siguiente

    diciendo que haba tenido un ataque al hgado, y que haba sido preciso llamar

    a un mdico que le haba cobrado tres mil liras por la visita, y por lo tanto sipoda el profesor, en vista de esta infortunada circunstancia, proporcionarle

    tres mil liras adicionales para los zapatos? Eso no servira, as que a la maana

    siguiente, cuando la sirvienta fue al almacn, el profesor se introdujo en el

    cuarto y rpidamente traz en un papel el contorno de su miserable zapato

    una tarea desagradable pero que termin en seguida. Por la tarde, en una

    tienda de la misma piazza del restorn donde le gustaba comer, le compr aRosa un par de zapatos marrones por cinco mil quinientas liras, un poquito

    ms de lo que haba pensado gastar, pero era un slido par de zapatos de

    caminar, con taco bajo, un regalo prctico.

    Se los dio a Rosa al da siguiente, un mircoles. Se sinti un poco

    molesto al hacerlo porque se dio cuenta de que a pesar de las advertencias que

    le hizo, se haba permitido a s mismo meterse en sus asuntos, pero

    consideraba que darle los zapatos era una medida psicolgicamente apropiada

  • 8/13/2019 33662855 Bernard Malamud Cuentos

    31/37

    31

    en ms de un sentido. Al entregrselos, le dijo: Rosa, tengo quizs una

    solucin que sugerirle para el asunto que discutimos ayer. Aqu tiene un par de

    zapatos nuevos. Dgale a su amigo que debe rechazar los que le ofreca. Y

    cuando lo haga, quizs sera aconsejable que le informara que de ahora en

    adelante piensa verlo con menos frecuencia.

    Rosa estaba llena de alegra por la amabilidad del profesor. Intent

    besarle la mano pero l la escondi en la espalda y se retir inmediatamente a

    su estudio. El jueves, cuando son el timbre y le abri la puerta del

    departamento, ella llevaba puestos los zapatos nuevos. Traa un gran bolso de

    papel de donde sac tres naranjitas todava con la rama y las hojas verdes, y se

    las ofreci al profesor. l dijo que no haba necesidad de haberlas comprado,

    pero Rosa sonriendo un poco a escondidas para que no se le vieran los

    dientes, contest que quera demostrarle qu agradecida estaba. Despus pidi

    permiso para retirarse a las tres, para poder ensearle a Armando sus zapatos

    nuevos.

    l contest secamente: Puede irse a esa hora si ha terminado su trabajo.

    Rosa le agradeci profusamente. Se apur con sus tareas y se fue poco

    despus de las tres, pero no antes de que el profesor con sombrero, guantes y

    salida de bao, parado nerviosamente en la puerta de su estudio

    inspeccionando el suelo del corredor que ella acababa de repasar con un trapo

    hmedo, la viera salir presurosamente llevando puestos un par de puntiagudoszapatos de vestir negros escotados. Esto lo enfureci y cuando Rosa apareci

    a la maana siguiente, y a pesar de que ella le rog que no lo hiciera, le dijo

    que lo haba tomado por tonto y que la despeda para darle una leccin; y la

    despidi. Ella llor pidindole otra oportunidad, pero l no quiso cambiar de

    parecer. As que muy desolada envolvi en papel de diario, en el cuarto, sus

    cositas y se marcho sin parar de llorar. Ese da el profesor no pudo soportar el

    fro y no pudo trabajar.

  • 8/13/2019 33662855 Bernard Malamud Cuentos

    32/37

    32

    Una semana despus, el da en que dieron la calefaccin, Rosa

    apareci en la puerta del departamento y rog que le diera de nuevo el trabajo.

    Estaba perturbada, dijo que el hijo le haba pegado y se toc suavemente el

    labio superior amoratado e hinchado. Con lgrimas en los ojos, aunque no

    llor, explic que no era su culpa haber aceptado los dos pares de zapatos.

    Armando le haba dado un par primero y por celos de un posible rival, la

    oblig a aceptarlos. Despus, cuando el profesor tan amablemente le haba

    regalado el otro par, ella haba querido rechazarlos pero temi que se enojara y

    perder el empleo. Por Dios que sta era la verdad, y San Pablo la asistiera.

    Prometa buscar a Armando, a quien no haba visto en una semana, y

    devolverle los zapatos si el profesor la tomaba otra vez. Si no la tomaba se

    arrojara al Tber. El profesor, aunque no le interesaba este tipo de

    argumentos, sinti cierta simpata por ella. Estaba descontento consigo mismo

    por la manera en que la haba tratado. Hubiera sido mejor haber dicho unas

    pocas palabras apropiadas sobre el tema de la honestidad y dejar caer

    filosficamente el asunto. Al despedirla slo haba dificultado las cosas paraambos, porque entre tanto haba probado con otras dos sirvientas que haban

    resultado inadecuadas. Una robaba, la otra era holgazana. En resultado era que

    la casa estaba hecha un lo, que le era imposible trabajar aunque la portinaia

    suba una hora todas las maanas a limpiar. Era una suerte que Rosa hubiera

    aparecido en la puerta justo en ese momento. Cuando ella se quit el tapado,

    l observ con satisfaccin que por fin se haba cosido la rajadura del vestido.Rosa se puso a trabajar torvamente, plumereando, lustrando,

    limpiando todo lo que estaba a la vista. Deshizo las camas y las volvi a hacer,

    barri debajo de ellas, pas un trapo, lustr cabeceras y pieceras y adorn las

    camas con colchas recin planchadas. Aunque haba conseguido de nuevo su

    trabajo y lo haca con la habitual eficiencia, trabajaba, observ el profesor, con

    tristeza, suspirando frecuentemente e intentando una sonrisa slo cuando l la

    miraba. Es su carcter pens, tienen vidas muy duras. Para evitar que el hijo

  • 8/13/2019 33662855 Bernard Malamud Cuentos

    33/37

  • 8/13/2019 33662855 Bernard Malamud Cuentos

    34/37

    34

    departamento: Tiene usted una grave responsabilidad hacia Rosa.

    Tengo una grave responsabilidad hacia mi familia contest

    Armando.

    Lo podra haber pensado antes que pasara esto.

    Bueno. Ir maana a la salida del trabajo. Hoy me es imposible,

    tengo que terminar un contrato de carpintera.

    Ella lo va a esperar contest el profesor.

    Cuando colg se sinti menos enojado, aunque ms emocionado de lo

    que prefera sentirse.

    Est segura de su estado? le pregunt , de que est

    embarazada?

    S . Lloraba ahora . Maana es el cumpleaos de mi hijo. Qu

    hermoso regalo, descubrir que su madre es una puta! Me romper los huesos,

    y si no puede hacerlo con las manos, lo har con los dientes.

    Parece un poco raro que usted pueda concebir, considerando su

    edad. Mi madre dio a luz a los cincuenta.

    No hay alguna posibilidad de que est equivocada?

    No s. Nunca me ha ocurrido esto antes. Despus de todo he sido

    viuda...

    Bueno, mejor que lo averige.

    S, eso quiero hacer dijo Rosa . Quiero ver a la partera de mibarrio, pero no tengo ni una sola lira. Gast todo lo que tena cuando estuve

    sin trabajo y hasta tuve que pedir prestado para el viaje para venir ac.

    Armando ahora no puede ayudarme. Esta semana tiene que pagar los dientes

    de su mujer. La pobre tiene los dientes muy mal. Por eso recurr a usted. Me

    puede adelantar dos mil del sueldo, para que me vea la partera?

    Debo terminar con esto, pens el profesor. Un minuto despus sac

    la billetera y cont dos mil liras.

  • 8/13/2019 33662855 Bernard Malamud Cuentos

    35/37

    35

    Vaya ahora dijo . Estaba a punto de agregar que si estaba

    embarazada no volviera, pero temi que hiciera algo desesperado o que le

    mintiera para seguir trabajando. No quera verla ms. Cuando pens que su

    esposa y su hija llegaran en medio de este lo se sinti enfermo de nervios.

    Quera quitarse de encima a la sirvienta lo antes posible.

    Al da siguiente Rosa lleg a las doce en vez de las nueve. Su rostro

    oscuro estaba plido. Disclpeme por llegar tarde dijo . Estuve rezando

    en la tumba de mi marido.

    Bien, bien dijo le profesor . Pero fue a ver la partera?

    Todava no.

    Por qu no? . Aunque estaba enojado hablaba con calma. Ella

    clav la vista en el piso . Por favor, contsteme.

    Estaba por decirle que perd las dos mil liras en el mnibus, pero

    despus de haber estado en la tumba de mi marido, le dir la verdad. De todos

    modos, se descubrira igual.

    Esto es terrible, pens l, interminable: Qu hizo con el dinero?

    Es lo que quiero decirle suspir Rosa . Le compr un regalo a

    mi hijo. No porque lo merezca, pero era su cumpleaos. Rompi en lgrimas.

    l la mir un minuto y luego dijo:

    Por favor, venga conmigo.

    El profesor sali del departamento en batn de bao y Rosa lo sigui.Abri la puerta del ascensor y entr en l, sosteniendo la puerta abierta para

    Rosa. Ella entr en el ascensor.

    Se detuvieron dos pisos ms abajo. l sali del ascensor y con ojos

    miopes examin las chapas de bronce de las puertas. Encontr la que buscaba

    y apret el timbre. Una mucama abri la puerta y los hizo pasar. Pareca

    asustada por la expresin de Rosa.

    Est el doctor? pregunt el profesor a la mucama del mdico.

  • 8/13/2019 33662855 Bernard Malamud Cuentos

    36/37

    36

    Voy a ver.

    Por favor, dgale que quiero verlo un minuto. Vivo en la casa, dos

    pisos ms arriba.

    S, signore . Volvi a mirar a Rosa y luego se introdujo en el

    interior del departamento.

    Sali el mdico italiano, un hombre de mediana edad, con barba. El

    profesor lo haba cruzado una o dos veces en la entrada del edificio. El doctor

    se abotonaba el puo de la camisa.

    Lamento molestarlo, seor dijo el profesor . Esta es mi

    mucama, que ha tenido algunas dificultades. Ella querra que usted

    dictaminara si est embarazada. Puede atenderla?

    El doctor lo mir, luego mir a la sirvienta quese cubra los ojos conun pauelo.

    Que pase a mi consultorio.

    Gracias dijo el profesor. El doctor inclin la cabeza.

    El profesor volvi a su departamento. A la media hora son eltelfono.

    Pronto.

    Era el mdico. No est embarazada dijo . Est asustada.

    Adems sufre del hgado.

    Est seguro, doctor?

    S. Gracias dijo el profesor . Si le da alguna receta, por favor,

    cbremela a m, y mndeme tambin su cuenta.

    As lo har dijo el mdico y colg.

    Rosa entr en el departamento. Le dijo el doctor? le pregunt el

    profesor . No est embarazada.

    Es la bendicin de la Virgen.

    En realidad, tiene suerte . Hablndole con mucha calma el

  • 8/13/2019 33662855 Bernard Malamud Cuentos

    37/37

    37

    profesor le explic que tendra que irse. Lo siento, Rosa, pero

    verdaderamente no puedo estar metido constantemente en estas cosas. Me

    molestan y no puedo trabajar.

    Lo s . Volvi la cabeza.

    Son el timbre de la puerta. Era Armando, un hombre flaco y menudo

    con un largo sobretodo gris. Usaba un Borsalino negro, ladeado, y finos

    bigotes. Tena ojos oscuros, preocupados. Los salud tocndose el sombrero.

    Rosa le inform que dejaba el departamento.

    Entonces te ayudar a recoger tus cosas dijo Armando. La

    sigui al cuarto de servicio y envolvieron las cosas de Rosa en papel de diario.

    Cuando salieron del cuarto, Armando llevando un bolso de compras y

    Rosa con una caja de zapatos envuelta en papel de diario, el profesor le

    entreg a Rosa el resto de su sueldo.

    Lo siento volvi a decir , pero debo pensar en mi mujer y mi

    hija. En pocos das estarn de vuelta ac.

    Ella no contest nada. Armando, que fumaba una colilla de cigarro, leabri amablemente la puerta para que pasara y salieron juntos.

    Ms tarde el profesor inspeccion el cuarto de servicio y vio que Rosa

    se haba llevado todas sus cosas menos los zapatos que l le haba regalado.

    Cuando volvi su mujer al departamento, un poco antes del da de Accin de

    Gracias, le dio los zapatos a la portinaia que los us una semana y luego se los

    regal a su nuera.