3 domingo ordinario A - El cordero de Dios

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Este es el Cordero de Dios 2º domingo Tiempo Ordinario - A

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Este es el Cordero de Dios

2º domingo Tiempo Ordinario - A

En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es aquel de quien yo dije: Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo. Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel». Jn 1, 29-34.

Juan Bautista ha culminado su misión.

Ha preparado al pueblo para la llegada del Mesías. Él también lo espera. Por eso, ante Jesús reconoce al Hijo de Dios y exclama: Este es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

¿Qué significan estas palabras?

El que quita el pecado del mundo es el que derramará su sangre por amor, hasta dar la vida por rescate de todos.

Jesús mismo se ofrecerá como víctima, de la misma manera que en la antigüedad los corderos eran sacrificados para aplacar la ira divina.

Pero, esta vez, la entrega será libre y voluntaria, unida a la voluntad de Dios.

En Juan vemos dos actitudes muy importantes. Una, reconocer al hijo de Dios. Los cristianos ya no estamos en esa etapa de expectación, pues sabemos que Jesús ha venido. Pero no siempre sabemos reconocerlo. Él se manifiesta de mil maneras por todo el mundo. ¿Sabemos descubrir la presencia de Cristo entre nosotros?

Hemos de estar muy despiertos, abiertos a los

signos de los tiempos, para darnos cuenta de que Dios

habla con un lenguaje diferente al nuestro: el

lenguaje del amor, de la caridad, de la generosidad.

En él descubriremos la huella de su bondad en

medio del mundo.

La misión de Jesús es perder su vida por amor. Sabe que ha de sufrir para rescatarnos de la esclavitud de todo lo que nos aleja de Dios. Padecerá para limpiar

nuestras almas del orgullo que impide que Dios entre en nuestra existencia.

Esta es también nuestra misión: somos seguidores

de Jesús de Nazaret. Estamos llamados a

trabajar para que haya menos egoísmo, menos

envidias; para que el mundo gire hacia Dios y

no se vuelva contra él.

Aunque esto a veces pase por un camino de dolor, de

cruz. Con nuestro trabajo apostólico estamos

redimiendo el mundo.

La segunda actitud de Juan es su humildad: al reconocer a Jesús, se retira y cede el paso. Su labor educativa hacia el pueblo ha terminado. Ahora, deja que Jesús culmine el proyecto de Dios. Jesús toma el relevo y convierte la esperanza en alegría y en amor.

Los padres y educadores también hemos de saber apartarnos para que los otros crezcan. Hay que evitar las relaciones de dependencia o de sumisión en todos

los ámbitos. Juan se aparta. A todos nos sucederá, algún día, que tendremos que retirarnos para que otros retomen con entusiasmo la

propagación de la fe.

Hoy, en la Iglesia, se habla del papel del laicado. Es el momento en que laicos y jóvenes deben alzar el vuelo para dar testimonio de su fe, creciendo en toda su potencia intelectual, espiritual, de generosidad y de amor.

Los cristianos ¿damos testimonio, en un mundo en el que nada parece favorecernos? No puede haber un divorcio entre lo que decimos y lo que mostramos.

¿Creemos realmente que Cristo resucitado está presente en medio del mundo?

¿Creemos de verdad que Jesús nos ha cambiado la vida?

Hoy día vemos cómo crecen algunas religiones orientales y otras formas de espiritualidad no vinculadas a una fe concreta. En cambio, en la Iglesia, parece que cada vez quedamos menos. En Occidente somos una minoría que decrece. Creo que una de las razones es que ser cristiano es exigente, más que por otros motivos morales o políticos.

Es fácil seguir una religión a la medida de uno mismo, o crearse la imagen de un Dios que nos permite todo lo que

queremos. Muchas corrientes nos invitan a fabricar un Dios a nuestra manera. No es el Dios de Jesús de Nazaret.

Meter a Dios a nuestros moldes rebaja la calidad del seguimiento a Jesús. No es fácil seguirlo, por eso somos poquitos. Y quizás también somos pocos porque, en el

fondo, nos cuesta identificarnos con Cristo.

Jesús cambió el mundo y lo seguirá cambiando. Pero el crecimiento de la Iglesia dependerá de nuestra

autenticidad. Nosotros somos herederos de ese legado espiritual y, en la medida en que seamos conscientes de que hemos de transmitirlo, la fe cristiana crecerá.

Ahora, más que nunca, los cristianos necesitamos despertar, levantarnos, entusiasmarnos,

empujándonos unos a otros para construir nuestro futuro. De lo contrario, ¿qué será de la Iglesia? ¿Qué

sucederá con las futuras generaciones que no crean? Nuestro reto es ser capaces de formar a

nuestros hijos y jóvenes en la fe.

Seamos capaces de comunicar que, más allá de lo material, hay otros

elementos que nos hacen existir y que dan sentido a

nuestra vida. No todo es hedonismo, narcisismo, relativismo. No todo es imperialismo ni poder.

También existen el amor, la generosidad, la lucha por los derechos humanos y

civiles de los más pobres.

Venir a la eucaristía ha de ser un revulsivo extraordinario para identificarnos totalmente con Cristo. Seamos valientes, gallardos y tenaces para

proclamar lo que somos, para testimoniar que somos cristianos y seguimos a Jesús de Nazaret.

Textos: Joaquín Iglesias Aranda

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