17 domingo ordinario - B

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Multiplicar la generosidad 17º domingo ordinario - B

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Multiplicar la generosidad17º domingo ordinario - B

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Levantando los ojos Jesús, y contemplando a la multitud, dijo: ¿Dónde compraremos pan para dar de comer a estos? Contestó Felipe: Doscientos denarios de pan no bastan… Dijo entonces Andrés: Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes y dos peces. Pero, ¿qué es esto para tantos? Jesús dijo: Mandad que se acomoden… Eran unos cinco mil. Tomó entonces Jesús los panes, dio gracias y los repartió a todos… Juan 6, 1-15.

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Buscando el rostro de Dios, eran muchos quienes seguían a Jesús. Sus palabras, su paciencia, su capacidad de conexión

con los demás, eran enormes. Y miles de personas lo seguían por campos y caminos.

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Están en un despoblado y no han comido nada. ¿Qué hacer? Los discípulos cuentan y ven que no tienen dinero ni comida suficiente para alimentar a una numerosa multitud. Ellos hacen cálculos. Pero un muchacho se acerca y ofrece

lo que tiene: cinco panes, dos peces… ¡Parece tan poco para tantos!

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Y sin embargo basta el gesto de este muchacho, dando lo poco que tiene, para provocar un milagro. Jesús,

bendiciendo este acto, multiplica la generosidad. Todo el mundo puede comer y aún sobra.

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Cuando damos algo nuestro, aunque sea tan solo un uno porciento, Dios lo multiplica hasta el infinito. No regatea.

Responde a nuestra generosidad con magnificencia.¿Por qué no dar un diezmo de cuanto poseemos? Todo

cuanto tenemos lo hemos recibido de otros… Y finalmente, todo nos viene de Dios.

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La generosidad implica gratitud y reconocimiento. Todo lo que tenemos es un regalo de Dios. Pero Dios no solo nos

lo ha dado todo: se nos da a sí mismo, se entrega, sin límites, a través de su Hijo Jesús.

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El hambre en el mundo es un problema que clama a nuestra conciencia. Tan solo haciendo un pequeño

sacrificio aquellos que tenemos en abundancia podríamos combatirlo.

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En el mundo se derrochan enormes sumas de dinero para la guerra. Con el coste de una guerra de pocos días se podría terminar el hambre sobre el planeta. Pero los

magnates carecen de la lucidez para ver que un solo inocente no debería morir por su ambición de poder.

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La Iglesia ha de salir al paso de tantos atropellos. Los cristianos estamos llamados a comprometernos. Somos

suficientes para poder cambiar la situación e impedir que muchas personas mueran de hambre.

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Con nuestro diezmo, nuestra pequeña entrega, podemos mejorar el mundo.

La Iglesia contiene un tesoro inmenso capaz de hacerlo. Es nuestra responsabilidad emplear ese valioso don.

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Dios cuenta con nosotros. Cuando el corazón humano queda tocado, Dios multiplica nuestras posibilidades y se produce el milagro. Dios solo podría hacer prodigios, pero ha querido contar con la humanidad, con su fe y su

libertad, para realizar su obra.

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Dios no sólo quiere liberarnos del hambre. Desea que nos saciemos de él, que imitemos su esplendidez, su

generosidad. La mayor tragedia, aún más dolorosa que el hambre, es que muchas personas mueran sin conocer a

Dios, sin probar el alimento divino.

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Trabajemos para que la gente no sufra, para que sepa sacar lo mejor de sí y darlo a los demás.

Vivir siendo pan para los demás, como Cristo en la eucaristía: esta es nuestra misión.

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Textos: Joaquín Iglesias Arandahttp://homilias.blogspot.com

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