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241Anoche salí de la tumba.Cuando uno muere y es amortajado, cuando la tapa del féretro se cierra encima, y se escucha el golpe seco de las cerraduras ajustando el fúnebre arcón, se sabe que de allí ya no va a salir el cuerpo, sino convertido en huesos salpicados de jirones de tejidos podridos, o acaso hecho carne corrompida, maloliente, con vello desordenado y los gusanos pululando en las vacías cuencas donde antes hubo unos ojos llenos de vida.Eso es la Muerte. De ella, no se vuelve. Nadie ha vuelto, que yo sepa.Yo, sí. El hacha descargó su golpe contundente. El filo hendió con un chirrido la nuca, alcanzó el cuello.Una mujer gritó. Un jovenzuelo imberbe se echó a temblar apartando los ojos del verdugo de cabeza encapuchada y musculoso cuerpo, así como del hacha repentinamente enrojecida, goteante, y de la infortunada Ana Bolena, cuya hermosa cabeza reposaba inmóvil en el cesto, al lado de las cabezas de otras personas ajusticiadas por orden de Enrique VIII.

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242Se lanzaron contra los buitres que ocupaban la estrecha carretera, pero entonces ocurrió lo más alucinante. Entonces vieron que varios de aquellos animales se alzaban en vuelo ¡llevando en sus picos una cabeza humana!¡Una cabeza medio deshecha!¡Pero que goteaba sangre!Aquella visión de pesadilla, de infierno, de aquelarre, se abatió sobre ellos en cuestión de segundos, dada la velocidad a que rodaban. Pero aquella velocidad no fue suficiente para evitar que durante un tiempo que les pareció interminable, los buitres y la cabeza sangrante estuvieran flotando sobre los dos en el coche sin techo. Una pequeña nube roja se abatió sobre sus caras.Él había perdido casi el control del vehículo, pero hizo un hábil zig-zag y consiguió enderezarlo en la peligrosa carretera. Se dio entonces cuenta de que el parabrisas se iba volviendo rojo.La sangre caía sobre él.¡Sangre del cielo!¡Sangre que se había transformado en lluvia!

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243La cama era ancha, arcaica y, en ella, dos seres de avanzada edad parpadearon ante la luz que hirió sus pupilas.—Eh, ¿qué pasa, quién es usted? —balbució el hombre.La vieja chilló:—¡Es una bruja, una bruja!—¡Soy una bruja!Elevándose en el aire saltó sobre la cama y, sin dejar de reír, fue descargando hachazos sobre los dos sorprendidos ancianos que vanamente trataron de escapar escabullándose bajo las mantas.Fue inútil. La sangre salpicó sábanas y almohadas y las cabezas se llenaron de horrendos tajos de muerde que no detenían la mano asesina, que seguía descargando golpes contra ellos, como deseando deshacerlos total y absolutamente.Ella era el poder del mal satánico asesinando al anciano matrimonio sin que nadie pudiera acudir a salvarlos.La muerte había penetrado siniestramente en la casa por la ventana de la buhardilla…

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244—Bien, pero ¿qué tenemos nosotros que ver con todo eso? Si Rotherdale quiere vengarse, desde su tumba, que nos deje a nosotros en paz... es decir, usted debe permitir que nos marchemos...—Perdón, señorita, pero yo tengo también mis propias instrucciones, Nadie podrá salir de aquí, hasta que se hayan cumplido exactamente los términos del testamento.—Es decir, hasta que las antiguas amantes del difunto hayan asesinado a sus esposos.—Exactamente, señor.En aquel momento, se dio cuenta de que en su frente había algunas gotitas de sudor. Las manos del mayordomo temblaban perceptiblemente, a pesar de los esfuerzos que hacía para dominarse.Ocultó una sonrisa. Ya sabía qué le ocurría.—Otra pregunta, por favor —dijo—. ¿No le repugna a usted convertirse en cómplice de unos asesinatos? Porque, a pesar de los motivos que Rotherdale tuviese contra esas personas, una muerte violenta, en estas condiciones, es siempre un asesinato.—La voluntad del señor Rotherdale debe cumplirse —dijo Ralph lúgubremente…

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245—Dicen los brujos que si se sacrifica un niño como ése, y se deja su cuerpo lacerado en la bifurcación de caminos, Satán lo llevará con él y, a cambio, revelará al brujo cualquier cosa que éste quiera saber.—Otra salvajada. Vamos, regresemos. Hay que avisar al coronel Ellicott de este nuevo crimen. Ya debe haber llegado a la casa, si le han notificado la muerte de su agente.Se alejaron del horrendo despojo que en mitad de los caminos quedaba como el mudo testigo de un horror sin nombre.Testigo del embrujo de Satán quizá.

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Además del frío sintió miedo y el miedo se fundió con el frío, y los temblores y estremecimientos de su bello y espigado cuerpo fueron más intensos. El frío se concentraba más y más en las cúspides de sus pechos altos y duros, plenos y redondeados.De pronto apareció luz, era de una luna muy grande, tan grande como no la había visto jamás. En breves segundos se fue tiñendo de rojo. Era una luna roja y sangrante, una luna que desasosegaba.Ahogó un grito de terror al ver aparecer ante ella, de pronto, un jinete.Resultaba extraño en la era de la motorización ver a alguien montado sobre un caballo negro como la misma noche, de ojos encendidos como carbones. El jinete llevaba sobre sí una gran capa oscura y cubría su cabeza con un yelmo antiguo, se podía decir que estaba herrumbroso, incluso mohoso. No se veía su rostro, mas sí los ojos que eran de mirada maligna y semejaban despedir una luz rojiza, como si naciera en lo más profundo de una sima.—¡Sígueme! —ordenó tajante.

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247—¿Qué... quién es... usted...?—John Parr.—No... no puede ser... Parr está muerto.. U... usted es un im... impostor... —tartamudeó.—Soy Parr y he venido a vengarme.Frenético por el miedo empezó a levantarse, pero, en el mismo momento, algo centelleó en el aire y se hundió en su pecho.Con ojos desorbitados, volvió a hundirse en el asiento. Durante una fracción de segundo, había podido ver el rostro de un hombre a quien conocía muy bien.Estuvo así unos momentos, jadeando penosamente, sintiendo que la vida se le escapaba a chorros. Luego, haciendo un supremo esfuerzo, consiguió tomar la pluma. Penosamente, con letra ya muy irregular, en grandes caracteres, escribió:

HA SIDO JOHN PARR

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248… la puerta volvió a abrirse, a su derecha. La muchacha debió oír algo, porque volvió la cabeza hacia allí, con una grandísima expresión de esperanza, de alivio..., que se convirtió en el acto en la más grande expresión de terror, de locura, al ver aparecer al primer ser que entró en el cuarto.Era un monstruo. Sólo así podía definirse. Un auténtico monstruo.Era de baja estatura, grueso, y su cuerpo era de color verde, cubierto completamente de escamas. Su cabeza era de pez, y sus ojos parecían ciegos, de celuloide. Su cuerpo no tenía brazos, y apenas piernas; sólo dos pequeñas extremidades que parecían aletas.Detrás de este monstruo entró otro.Un gorila de dos metros, por lo menos.Y detrás del gorila entró otro ser, otro monstruo. De cintura para arriba parecía un pulpo. De cintura para abajo, tenía diez o doce patas que parecían de araña.Y todavía entró otro monstruo, de color rojo, con cuatro ojos en la frente, y cuatro brazos y cuatro piernas, fino y liso como si fuese de finísima goma.Y sólo al cerrarse la puerta la muchacha pudo reaccionar lanzando un nuevo grito que no se oyó, mientras se llevaba las manos a la cabeza, y se daba fuertes tirones de sus bonitos cabellos rubios. Su gesto de terror era indescriptible, alucinante.Los murciélagos seguían volando…

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249—Es la víspera del diablo —decían las gentes en voz baja.Arropaban a los niños, los custodiaban hasta comprobar que habían conciliado el sueño y luego se reunían en torno a la lumbre.Apenas hablaban. Parecían concentrados en sí mismos, en sus pensamientos, en sus espantos.Era la víspera.Pero la niebla estaba allá fuera, pegándose a las paredes, filtrándose por las rendijas como pequeños fantasmas, y ahogaba todo sonido, si es que había alguno fuera de las casas de Shadow Town.Algo flotaba con la niebla. Quizá el temor de todas aquellas gentes. Quizá algo más siniestro. Nadie quería salir y averiguarlo.Las barcas de madera se mecían sujetas a sus amarras. Crujían cual una queja sombría a cada embate de las olas, y los sencillos aparejos de pesca entrechocaban de vez en cuando, como luchando por romper el espeso silencio con sus ruidos de metal.La niebla de las marismas chocó contra la que venía del mar. Se abrazaron, fundiéndose, haciéndose más densas.Engulleron el pueblo en esa víspera del mal.Y el pueblo esperó.No podía hacer otra cosa.

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250El grito de angustia y pavor, se convirtió en ronco estertor de muerte, mientras el aleteo siniestro continuaba sobre el cuerpo de la hermosa actriz, y éste se debatía como en espasmos violentos, forcejeando en vano por huir a su trágico destino en la noche neblinosa de Londres.El último acto de su vida tocaba a su fin. Cayó el telón muy pronto. Y esta vez no hubo aplausos. Solamente un reguero de roja sangre corrió entre los adoquines charolados por la humedad del río, mezclándose con el rojo hermoso de las rosas dispersas.El único golpeteo audible en el escenario de la tragedia, fue el aleteo sordo, espectral de aquella forma diabólica, que volvió a remontarse en vuelo elevándose por encima de los edificios de ladrillos del callejón, por encima de buhardillas, tejados y chimeneas de la ciudad, alejándose hacia la torre del Parlamento, hacia las aguas oscuras del Támesis, a lo largo de cuyo curso, terminó por fundirse con la espesa bruma y con las tinieblas de la noche, rumbo a alguna parte...

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251En aquel momento, sintió que algo le tocaba en el hombro.—Déjame, tú.—¿Cómo? —preguntó.—¡Que no me toques!—Pero si yo no...Los dos amigos volvieron la cabeza al mismo tiempo. Casi en el acto, vieron aquella horrible cosa grisácea que se alzaba ante ellos, informe, hedionda, con unos ojos grandes, rojizos y que despedían una aterradora fosforescencia. La cosa tenía una especie de tentáculos, uno de los cuales estaba apoyado en el hombro izquierdo de uno de ellos, el cual, chilló de terror. Su amigo, horripilado, dio media vuelta y escapó a la carrera, despavorido, emitiendo gritos inarticulados, mientras su compinche quedaba allí, sujeto por el monstruo…

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252El hedor de carne quemada dominó todo lo demás. La mujer tensó el cuello, echando la cabeza atrás, con tanta violencia, que golpeó con la nuca el madero al que estaba sujeta. Desorbitó los ojos al fin, unos ojos enloquecidos por el horrendo sufrimiento.—¡Maldito tú, Kilwood, y tus hijos... y los... los hijos de tus hijos... para siempre jamás!Una llamarada prendió, de golpe, en todos sus cabellos y en unos instantes el cráneo quedó renegrido, pelado y humeante. El cuerpo se relajó, ardiendo como una tea. El hedor se hizo insoportable y los espectadores más próximos a la pira empezaron a retroceder, volviéndose de espaldas a la hoguera, tosiendo, ahogándose.Ahora, la visión del horrendo despojo ardiente era algo que producía náuseas. Ya no era un cuerpo humano, sino un pedazo de carne abrasada que se desprendía a trozos, mientras los troncos más gruesos ardían entre chasquidos, crujidos y humo denso y negruzco.Las gentes murmuraban:—No se ha quejado ni una sola vez..., no ha gritado.

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253Es extraño, singular, el momento en que uno pasa de la vida a la muerte. Quisiera hablar ahora de ello, expresar lo que se siente y lo que deja de sentirse. Pero empiezo a dudar, me pregunto si, realmente, no se equivocaron todos, desde mis parientes hasta mi médico y el propio padre O'Riordan, y yo... yo no estaba muerto.Pero lo cierto es que oí aquellas palabras del doctor Latimer, cuando tras examinarme, se volvió a todos los presentes y dijo sombríamente:—Lo lamento, señores. Está muriendo. El señor Matheson ha entrado definitivamente en su agonía. Lo mejor es llamar al padre O'Riordan, si quieren que muera como un auténtico miembro de la familia... Es decir, en la paz del Señor, y como mandan los cánones de su religión.Maldito fuese aquel doctor…

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254Ella abrió los ojos desmesuradamente y un grito de tenor brotó de sus labios. El hombre se apartó a un lado, justo para ver a un individuo que caía sobre él, enarbolando una pesada hacha.El filo del acero cayó sobre una frente, hendiéndola profundamente. La sangre y los sesos saltaron en repugnantes chorros El amante se desplomó a los pies de la cama.La mujer, aterrorizada, chillaba demencialmente. Preso de una furia inextinguible, el recién llegado se arrojó sobre ella y empezó a golpearla con el hacha. Los chillidos alcanzaron un volumen intolerable. El hacha casi seccionó un hermoso seno. Luego hendió tres costillas y un vientre cálido y acogedor. El golpe final seccionó la yugular escondida bajo un cuello de cisne. Los desnudos pies de la mujer batieron el aire unos instantes y luego se relajaron lentamente.El asesino, cubierto de sangre, miró extraviado a su alrededor. La habitación parecía un matadero.De pronto, empezó a recobrar la calma. Todavía podía marcharse. Nadie le había visto llegar…

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255—La vi morir en el museo de la Fundación Aqueronte.—¿Cómo? —preguntó Dalilah parpadeando.—¡Aquel lugar está maldito, maldito, maldito! ¡Ella se bañó en el estanque, le dije que no se bañara, que no lo hiciera, pero se obstinó!—¿Quieres decir que la dejaste muerta dentro del estanque? —inquirió Jacky dando un tono conciliador a sus palabras.—Sí, fui un cobarde, lo sé. Huí corriendo, yo vi la momia en la cripta... La momia no quería que la volviera, a cubrir con la losa. Ella tuvo razón en un principio, recuerdo muy bien que dijo: «¡Daniel, Daniel, esa momia me mira!» «¿Cómo va a mirar, si no tiene ojos?», le respondí burlándome. Y ella insistió: «¡Pues me mira, me mira!» Y se marchó corriendo. Yo intenté volver a cubrir el sepulcro, pero no pude. Fui en su busca y la encontré ya junto al estanque. Allí quedó su blusón blanco. Está muerta.—¿Y cómo explicas que danzara en el fuego de campo, es decir, en la fogata de la playa? —inquirió Dalilah, sobrecogida a su pesar.—Era su espíritu, pero maligno; jamás he pasado tanto miedo, jamás…

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256Repentinamente, la estatua pareció cobrar vida.Apareció luz en sus pupilas y sus brazos se movieron ligeramente.Al mismo tiempo, el hermoso pecho de la estatua se dilató para inspirar aire. Luego, sus labios se colorearon y se distendieron en una suave sonrisa. Los pies se movieron sucesivamente para posarse en el suelo.—Viva, estás viva... —dijo con las pupilas dilatadas por el asombro.La estatua era ahora una hermosa mujer de piel oscura que avanzaba sonriendo hacia el dueño de la mansión. Al llegar a su lado, elevó los brazos y rodeó su cuello, a la vez que le ofrecía los labios.Abrazó fuertemente a la estatua, pero casi en el mismo instante se sintió invadido por un terrible ardor. Durante unos segundos, se creyó sumergido en un mar de fuego. El calor aumentó en su cuerpo. Ahora resultaba insoportable.Su mano estaba envuelta en fuego.Ardía. Llamas azules se movían en la mano. Y ahora corrían a lo largo del brazo... y también ardía la otra mano y el otro brazo... y los pies y las piernas...Durante unos segundos, percibió el repugnante hedor de su propia carne quemada. Los pocos cabellos que aún quedaban en su cabeza se consumieron con una breve pero fulgurante llamarada azulada…

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257Logró aunar algunas fuerzas escasas y dispersas dentro de su abatido ser. Las suficientes para gemir patéticamente, agitándose en el cañaveral:—¡No, no, por el amor de Dios! No me hagan daño... No me maten... Yo no diré nada a nadie... ¡Nada! Lo juro, tienen que creerme. ¡Lo juro!—Mujeres... —dijo despectivamente la voz del tipo de la navaja—. Siempre gimoteando e implorando. No, seguro que no me faltará el valor. Voy a darle el primer tajo. Luego, tú le darás otro. Y así hasta terminar...—¡Nooo! —chilló, angustiada, la muchacha.Pero supo que todo era inútil. Sintió la fría hoja de acero contra su cuello. Luego, la presión de esa hoja aumentó...Había oscurecido ya totalmente. Los pájaros ocultos en la espesura se agitaron, inquietos, levantando el vuelo en plena lluvia, cuando un grito inhumano, desgarrador, el grito de una mujer en la agonía rasgó la oscuridad, allá junto a la desierta carretera.

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258La espada se elevó en el aire. Más que una espada era un sable que se adivinaba muy afilado y que, de pronto, cortó el aire con un terrible silbido. Despavorido, trató de huir como pudo, mas el filo de acero volvió a cortar el aire y la punta pasó entre su boca abierta, agrandándole las comisuras de los labios. La sangre brotó por los lados de su rostro. Era como si hubiera bebido en exceso un vino denso y negro, llenándose tanto la boca que se había desbordado por las comisuras de sus labios, incapaz de tragarlo. Notaba el escozor, notaba la sangre, su angustioso goteo, cuando el temible sable manejado por manos invisibles, pues sólo podía ver la terrible y vengativa cabeza del Diablo de la Noche, se aprestaba a un nuevo ataque.El acero frío, terriblemente gélido, silbó de nuevo describiendo medio círculo en el aire. Vio cómo la sangre fría salía a borbotones de las venas de sus muñecas, cortadas por la hoja del sable que había pasado, rápido y justo, sobre ellas, con su diabólico filo homicida.La calavera del Diablo de la Noche siguió riendo…

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259Cruzó unos arbustos mucho más altos. De pronto, apareció en el claro.Una docena de personas, hombres y mujeres, de distintas edades y todos ellos completamente desnudos, la miraron en silencio, repentinamente suspendido el cántico.Se detuvo un instante. Luego, con los ojos fijos en un punto invisible, empezó a desnudarse.La blusa y el sostén cayeron al suelo, y la falda y los pantaloncitos, y las medias y los zapatos. Entonces avanzó un par de pasos más.Súbitamente, todos los congregados cayeron sobre ella. Se dejó hacer sin rechistar. Permitió mansamente que la situaran sobre la mesa y la ataran con fuertes sogas.Pero, de repente, volvió a la consciencia. Y vio los puñales que se alzaban en chispeante círculo sobre ella. El acero reflejaba sangrientamente las llamas de la hoguera próxima.Un horripilante alarido brotó de sus labios. Frenética, se debatió, intentando soltarse de las cuerdas que la sujetaban a la mesa, pero no lo consiguió.Y todos los puñales cayeron a la vez sobre su blanco y hermoso cuerpo, que pronto tomó un siniestro color rojo.

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260Fue el principio de todo.Pero nadie pudo imaginario. Ni siquiera la víctima.A fin de cuentas, ella no supo lo que sucedía, hasta que fue demasiado tarde para evitarlo.Una afiladísima hoja de acero penetró en las carnes opulentas de la mujer, como si cortaran mantequilla suavemente. El grito de ella se hizo angustioso, cuando notó el tajo hasta el fondo de sus entrañas, y luego el cuchillo subió, rápido, como si abriesen una res en canal.La sangre escapó de la tremenda herida, disparándose en ramalazos escarlata, que golpearon las piedras sucias y húmedas de las paredes, en chorreones brillantes, para luego derramarse rápidamente hacia el suelo, a gruesos goterones que dejaban estrías rojas en los muros.Cuando el arma salió del vientre de la infortunada, se dirigió rápido a su rostro, y se lo cortó de arriba abajo, acabando por subir luego e hincarse en un ojo de la pobre Nancy…

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261Hizo un inciso y girándose a su hija menor, autorizó:—Ya puedes empezar el relato de tu pesadilla, Genny.La pequeña guardó silencio interminables segundos. Su familia llegó a pensar que estaba arrepentida de cuanto había dicho. No obstante, empezó a decir de repente:—Eddie no puede descansar en paz porque hay muchas personas que tienen que morir. No es justo que él haya muerto y otros sigan vivos. Esa es la razón por la que ha matado esta noche a Van Camody. Cuando estuvo en mi habitación venia de hacerlo y...—¡Esto es el colmo! —Estalló Harold Durry, perplejo—. Decir que Eddie ha matado a Van Camody es ir demasiado lejos, Genny. No te permito que digas más tonterías, ¿entiendes?

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262Un sordo gruñido pugnó por escapar de sus cerrados labios cuando descubrió, en las manos enguantadas del siniestro payaso, un instrumento de su leñera, que destelló al reflejo de la luz encendida sobre el mostrador.Un hacha de cortar leña...El grito nunca pudo salir de sus labios.Porque el filo de la recia hoja de acero de aquel hacha, alcanzó violentamente su cuello, casi segándolo por completo.Un surtidor de roja sangre escapó del terrible tajo, que hizo bailotear la cabeza de la víctima, sujeta al cuello sólo por unas escasas fibras de nervios, tendones y piel.La sangre lo salpicó todo violentamente, mientras el cuerpo de ella se agitaba en espasmos atroces, y el rostro de la cortada cabeza hacía muecas espantosas, simple reflejo de la vida que se le extinguía por momentos.Luego, bajo aquellos labios rodeados de blanca pintura, brotó un murmullo agudo y cruel, una especie de risa demoníaca, que ni siquiera hizo mover los labios inmóviles del asesino con rostro de payaso…

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263 Un relámpago helado recorrió la columna vertebral del espía británico Reginald Marks, al ver el rostro de Eva Lamar.Aunque..., ¿realmente era un rostro lo que estaba viendo? La estupefacción dio paso al terror cuando la mirada de Marks se deslizó por el cuerpo de Eva. ¿El cuerpo de Eva? ¿Realmente? No... No podía ser ella. ¡Claro que no! El cuerpo que tenía tendido ante él era menos..., menos voluminoso, de menor estatura. La carne estaba arrugada, había pliegues de blandura en el vientre, los pechos colgaban como bolsas vacías hacia los lados del flaco torso. La carne de los hombros, de los esplendidos muslos de Eva, de sus preciosas pantorrillas, estaba ajada, flácida. El cabello, ¡su hermoso cabello rubio!, parecía... un estropajo. Y su rostro...—Dios... —jadeó Marks—. ¡Dios mío!

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264¿No es cierto que le gustaría vengarse de los que la arruinaron?—¡Sí! —Contestó la mujer con singular vehemencia—. Sería capaz hasta de... Helen se calló de pronto. Arghaddon rio suavemente.—No se atreve a completar la frase. Iba a decir que sería capaz de vender su alma al diablo, ¿verdad? —Bueno, es un tópico... A veces se dice...—Y, en ocasiones, se hace realidad —dijo él, muy serio—. Le proporcionaré los medios para ejecutar su venganza. No obstante, usted habrá de saber detenerse a tiempo por sí misma. Si su triunfo, si su victoria se le sube a la cabeza y no se detiene en el punto justo, su alma será para mí. ¿Está claro?—¿Y cómo he de saber yo cuándo debo detenerme?—Ah —rio Arghaddon—, eso es precisamente una parte del trato. Mujer, no se lo voy a decir yo todo. Algo ha de poner de su parte…

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265—El enano... ¡Siempre ese enano...!El doctor asintió lentamente. Se incorporó, tras poner su mano en la frente de la pequeña Sue.—No se torture, señora Holland —dijo con tono sereno el buen doctor Bennett, sacudiendo la cabeza—. Ahora ya descansa. Dormirá bien esta noche, no lo dude. Y no volverá a sufrir pesadillas, se lo garantizo. Ese calmante es suave pero muy eficiente. Le proporcionará un sueño reparador y tranquilo. Lo necesita.—Oh, doctor, pero eso no resuelve nada —se lamentó la madre de Sue, estrujando las manos entre sí, nerviosamente—. Volverá a suceder otro día cualquiera. Mi hija sufre ya esa clase de sueños desde hace algún tiempo, ya se lo he dicho. Y en todos ellos aparece ese horrible ser..., ese enano que la hace despertar gritando, bañada en sudor, con ojos aterrorizados..., después de haberse agitado en sueños, hablando sin cesar de ese monstruo que la persigue...

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266Las calaveras iban saliendo una a una.Venían envueltas en tierra, en lodo, en una rara suciedad que se había ido acumulando con los siglos. Unas estaban rotas, otras casi milagrosamente intactas, pero todas producían a la luz de los focos la misma indefinible sensación de horror.Uno de los que trabajaban allí musitó:—Es como una pesadilla.—Pues aguantas poco... ¿Nunca habías visto una calavera?—Claro que sí, pero tantas juntas no. Da la sensación de que uno, de pronto, se ha colado en el Infierno…

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267El pánico la asaltó al darse cuenta que estaba férreamente sujeta. Luego, ese pánico se agudizó hasta extremos delirantes cuando advirtió que de todo su cuerpo partían extraños tentáculos, y que estaba desnuda y que sentía un frío espantoso.Los delicados tubos estaban sujetos a su cuerpo mediante extrañas ventosas. Los había en torno a su cráneo, en sus costados, en las ingles y en el cuello. La succión de las ventosas le producía un desagradable cosquilleo apenas perceptible. Todo lo que podía experimentar entonces era un pánico creciente.Giró la mirada hasta donde pudo, porque su cabeza estaba sujeta también por una argolla de hierro. Vio unas húmedas paredes construidas con enormes bloques de piedra grisácea, una complicada máquina a la que iban a morir los tubos que partían de su cuerpo, y una extraña mesa cubierta por una gran campana de cristal…

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268—¡Sí, amados de Satán...! ¡Soy Leonardo! ¡El bello Leonardo...! Enviado por el Señor de las Tinieblas para atender a vuestros ruegos y recibir a la seductora Kathleen. Kathleen..., pronto serás una adoradora de Satán. Su favorita. ¡Que empiece la orgía! ¡Beber y comer manjares condimentados en las profundidades del Averno!Leonardo hizo un movimiento con la capa.Trazando un amplio y veloz semicírculo con la roja tela.Tras él apareció una longitudinal mesa. Pródiga en fuentes de comida, recipientes de viscoso líquido...Los discípulos se precipitaron sobre la mesa riendo como posesos.Sí.La orgía satánica comenzaba…

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269—¡Micheeeeel!—¿Qué pasa? —interrogó el hombre corriendo hacia el lavabo.—¡Allí, en el árbol!Michel se empinó sobre sus pies y pudo ver lo que Berty señalaba.Sobre la rama de un árbol había una mariposa gigante, una mariposa que tenía cuerpo de mujer. Sus manos y pies poseían uñas largas y afiladísimas, como auténticas agujas. Las alas, en proporción, resultaban muy grandes y la cabeza era una calavera humana.—Diablos... ¿Qué es esto?Aquel rostro les miraba; se había dado cuenta de que ellos la observaban y ambos cruzaron sus miradas. Aquellos ojos de calavera no estaban vacíos, tenían vida en su interior.—¡Michel, Michel, es un monstruo!—Tiene que ser una broma, no es posible que exista una mariposa como esa que está encima del árbol…

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270Encendió una cerilla, levantándola por encima de su cabeza. A su incierta luz los vieron.—Bueno, vayamos a donde vayamos, tropezamos con ataúdes... aunque éstos estén en muy diferente estado de los que vimos en el castillo.—No hay rastros de los cadáveres que debieron contener —refunfuñó, irguiéndose.—Sigamos buscando. Alguien debe gobernar este buque para que pueda entrar y salir de la bahía a su antojo.—¿Piensa quizá que lo gobiernan los ocupantes de los ataúdes?—A estas alturas, no me sorprendería, de veras.Con una mueca siguieron adelante en su revisión detallada de la misteriosa nave. Cuando llegaron a la sentina de proa descubrieron la conexión entre el buque y el castillo. Los tres sarcófagos eran idénticos a los que ya vieran en el castillo. Transparentes, con un rico acolchado interior y de unas dimensiones muy superiores a los que suelen utilizarse para los enterramientos.Los contemplaron, asombrados, sobrecogidos por un oscuro temor…