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¿El 23 F fue un golpe de involución o unaoperación especial del sistema?¿Eran golpistas las fuerzas armadas o, porel contrario, se mantuvieron siempreleales y disciplinadas a las órdenes delrey? ¿Había conspiraciones militares orebeliones de capitanías generales o lapreparación de varios golpes simultáneosen los meses previos a la jornada del 23F? ¿Fue realmente el general AlfonsoArmada el mayor traidor de todos, o unhombre leal y disciplinado, que en todomomento estuvo a las órdenes delmonarca? ¿Tras el asalto de Tejero alCongreso, se dio desde Zarzuela uncontragolpe inmediato, o se quedó a

verlas venir , hasta que el general Armadasaliera investido presidente de ungobierno de concentración nacional? ¿Porqué el general Armada era el hombrepolíticamente bendecido por todas lasfuerzas políticas -especialmente por lacúpula del Partido Socialista- pararesolver la gravísima crisis del sistemasemanas antes del 23 F? ¿Cuál fue elgrado de participación que tuvo el PSOEen la Operación De Gaulle? ¿Y el resto delíderes de los demás partidos políticos?¿Qué protagonismo tuvo el Servicio deInteligencia -CESID- en el golpe del 23F? ¿Dio un contragolpe o, por elcontrario, fue quién lo activo y ejecutó?¿Qué apoyo dio la Administración del

presidente Reagan y el Vaticano a laoperación especial del 23 F? ¿Cómo sedesarrolló la Operación De Gaulle y encuantas fases se ejecutó para que pudieraser asumible democrática yconstitucionalmente por todos? ¿Qué fuela Operación De Gaulle?

Jesús Palacios23-F, El Rey y su

secreto30 años después se desvela lallamada «Operación De Gaulle»

ePUB v1.0

ePUByrm 22.08.12

Título original: 23-F, El Rey y su secretoJesús Palacios, 2010.

Editor original: ePUByrm (v1.0)ePub base v2.0

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A Alesia, que representa a lageneración que nació después del

23-F. Con el deseo de que esta obracontribuya a aclararle y aclararles

aquellos hechos y sus circunstancias.

INTRODUCCIÓN

El período de la Transición políticaespañola ha sido analizado desdediferentes ángulos y perspectivas a lolargo de estos años, en forma dememorias, crónicas, ensayos y relatoshistóricos. Diversos políticos quetuvieron su propio protagonismo en lacitada etapa, así como periodistas,analistas e historiadores, han dejadoescritos sus testimonios. Dicho período hainteresado por la forma en que se condujoel tránsito del régimen autoritario hacia lademocracia y, especialmente, por elintento de golpe de Estado del 23 de

febrero de 1981, que sin duda alguna,marcó el punto de inflexión en la misma.

De la Transición en su conjunto, se hahecho hincapié en Adolfo Suárez y,singularmente, en el protagonismo del reyJuan Carlos, verdadero artífice de lamisma. Cuando estamos a punto decumplir los 35 años de la coronación dedon Juan Carlos de Borbón y Borbón, ylos 30 años de aquella jornada del 23-F,me ha parecido un momento adecuadopara hacer un estudio de aquel período, desus circunstancias políticas y de susmáximos protagonistas. Éstas son lasrazones principales que motivan esteensayo.

Lo he centrado fundamentalmente en

aquellas horas intensas del 23 de febrerode 1981 vividas por el monarca desdeZarzuela, porque don Juan Carlos no hasido sólo el máximo protagonista de laTransición, sino porque también lo fue enaquella jornada del 23-F, en la que tuvosu momento decisivo.

La figura de Suárez y sus decisionespolíticas, la analizo desde la doblevertiente de su plena sintonía con el rey,hasta el tiempo del profundodistanciamiento de la corona con elpresidente, que condujo inexorablementea la jornada del 23-F. Igualmente, dedicoalgo más que un capítulo al papeldesarrollado por las fuerzas armadas ensu conjunto, que desde el inicio de la

Transición cerraron filas en torno al rey, yle fueron absolutamente leales en todomomento y circunstancia. Incluido el 23-F. También enjuicio el papel que jugaronlas diferentes fuerzas políticas durante lacrisis del suarismo y de la UCD,especialmente la actitud de los dirigentesdel Partido Socialista, a quienes, en suafán de llegar al poder cuanto antes, nopareció importarles demasiado aceptarfórmulas delicadas y peligrosas o dedifícil constitucionalidad.

A lo largo de esta obra, sostengo quelo que derivó en el 23-F no fue un intentode golpe de involución, sino unaoperación especial de corrección delsistema, que fue ampliamente

«consensuada» con la nomenclatura de laclase política e institucional. Y con elbeneplácito exterior de la administraciónnorteamericana y del Vaticano.

Todo ello fue debido a que una vezproducido el divorcio Suárez don JuanCarlos, se fueron alzando numerosasvoces desde dentro del propio sistema,reclamando la apertura de un nuevoconsenso, un nuevo pacto político, parareconducir el proceso de la Transiciónhacia una nuevas vías democráticas dedesarrollo político. La frase «Españanecesita un golpe de timón», quepopularizó el veterano político catalánJosep Tarradellas, llegó a sintetizardichas aspiraciones. El objetivo principal

era corregir el proceso autonómico,reformar el Título Octavo de laConstitución y cambiar la Ley Electoral,que primaba de forma escandalosa yantidemocrática a las formacionespolíticas del nacionalismo vasco ycatalán, principalmente, a las queotorgaba un desmesurado protagonismo.

Sobre Suárez recayó la crítica de suentrega al nacionalismo (don Juan Carlosllegó a calificar de «suicida» su políticaautonómica) mediante la concesión de laspreautonomías, del término«nacionalidades», de impulsar el TítuloOctavo de la Constitución y de favorecerlos estatutos de Cataluña y del PaísVasco, sin que hubiera previamente una

integración sólida en el conjunto deEspaña por una idea global de nación, deun proyecto común compartido. Y lospartidos nacionalistas encontraron que através de la disparatada representaciónque les concedía la Ley Electoral, y queexplotando su pueril victimismo histórico,podían ejercer permanentemente unchantaje al gobierno del Estado, a cambiode apoyos puntuales para obtener másprivilegios, y siempre mayores cuotas deautogobierno y de aumento en susintenciones soberanistas.

La operación especial 23-F, que entreotras razones se llevó a cabo paracorregir dichas desviaciones y excesospeligrosos, fracasó al no conseguir que

saliera adelante la formación de ungobierno excepcional integrado porrepresentantes de todas las formacionesdel arco parlamentario —excepto lasnacionalistas—, que estaría presidido porel general Alfonso Armada Comyn, y cuyovicepresidente hubiera sido FelipeGonzález, secretario general del PartidoSocialista. Armada había sido preceptorde don Juan Carlos y secretario de laCasa del Rey, y en todo momento unhombre leal a Su Majestad y a la corona.

Pero pese a su fracaso real, el 23-Fmantuvo sus efectos en toda la clasepolítica y la nomenclatura del sistema a lolargo de varios años, en lo que yo llamo«el golpe de Estado sicológico»,

paralizando en parte las desmesuradasexigencias nacionalistas, pero tan sólo enparte, porque ante la debilidad mostradapor los diferentes gobiernos del Estado,los partidos nacionalistas catalanes yvascos siguieron clamando por su«normalización» en contra del resto deEspaña. Para ello continuaronpresionando para ir alcanzando mayorescuotas financieras, mayor gestión deimpuestos, prevalencia de su lengua encontra de la lengua española, común paratodos; confrontación de los símbolos en laguerra de las banderas, exaltando lasenyera y la ikurriña frente a la banderarojigualda como separación; desarrollo deuna educación sectaria, fomentando el

odio hacia lo español y, en definitiva, lainvención o acomodación de una historiatan dogmática como falsa, a fin dejustificar sus continuas afrentas contra elresto de España.

Y si bien es cierto que Suárez fuequien abrió la lata autonómica de lasnacionalidades, también lo es que lossucesivos presidentes la mantuvieronabierta sin contenerla, e inclusotrasfiriendo más competencias a losnacionalismos, fuese con mayoríasgubernamentales absolutas o relativas.Pero, en todo caso, ha sido con elpresidente José Luis Rodríguez Zapaterocon quien se ha desatado una carrerafebril autonomista-nacionalista sin freno,

decantada abiertamente hacia elsecesionismo. De ahí que entre las figurasde Suárez y de Zapatero se puedaestablecer un paralelismo histórico a esterespecto.

Suárez se lanzó de forma hartoimprovisada a la construcción del Estadode las autonomías, que no teníaprecedente alguno en el derechoconstitucional comparado. Y RodríguezZapatero se ha embarcado en la concesiónde nuevos estatutos de mayorautogobierno por intereses exclusivamentepartidistas y de poder y, en todo caso,espurios. Zapatero, en su afán de aislar ala oposición e impedir su alternancia en elpoder (recuérdese la figura del «cordón

sanitario»), ha ido mucho más lejos,llegando a identificarse con el discursodel nacionalismo identitario ysecesionista, cuestionándose el conceptode nación, «discutido y discutible», hastainventarse la «nación política, sociológicay histórica». Todo ello es debido a quetanto la cuestión de las autonomías comola de los nacionalismos siguen abiertas ysin resolver.

La exacerbación nacionalista vieneprovocando que desde el asesinato delalmirante Carrero Blanco, España sea unpaís presionado por el terrorismo deETA, chantajeado por el nacionalismovasco y catalán más reaccionario ysecesionista, y secuestrado por una clase

política oligárquica, que resulta serabsolutamente incompetente para darse enel servicio a la sociedad, pero que semuestra resuelta y ávida para luchar porsus sectarios intereses de poder. De ahíque para nada resulte extraño que lasociedad en su conjunto vea a la clasepolítica —tanto de la izquierda como dela derecha—, no sólo distante y alejada,sino como el segundo de sus problemasprincipales. Exclusivamente, como unasecta de poder.

Hace casi diez años publiqué unprimer estudio sobre la Transición y el23-F. Dicho trabajo apareció con el título23-F: el golpe del CESID, que a juicio denumerosos historiadores, analistas y

periodistas, supuso una notablecontribución para el esclarecimiento deaquellos hechos. Pero a mí,personalmente, también me supuso que elgeneral Javier Calderón, director generaldel servicio de inteligencia por entonces,me presentara una querella criminal alestar disconforme con el papel que, a mijuicio, tuvo en los hechos del 23-F.Afortunadamente para mí, dicha querellase resolvió en la doble vía judicial; tantoante el juzgado de primera instancia,como ante la audiencia provincial, contodos los pronunciamientos favorableshacia mí.

Sobre la etapa de la Transición haynumerosas fuentes escritas, pero la

historia del 23-F es básicamente unahistoria oral. De ahí que, para laelaboración de este ensayo, hayamantenido a lo largo de estos pasadosaños numerosas conversaciones con elgeneral Sabino Fernández Campo, ex jefede la Casa del Rey. Muchas másconversaciones aún he venidomanteniendo con el general AlfonsoArmada Comyn, quien en diferentesmomentos me facilitó su testimonio deforma manuscrita. También me reuní yhablé varias veces con el general JaimeMilans del Bosch, y con los generalesTorres Rojas, Carlos Alvarado, CabezaCalahorra y con otros más, así como conel coronel San Martín, el teniente coronel

Antonio Tejero Molina, el comandantePardo Zancada y con casi todos los que enlos hechos del 23-F tuvieron algún tipo deprotagonismo. Excepción hecha,naturalmente, de Su Majestad, el rey JuanCarlos.

Igualmente, he tenido la oportunidadde entrevistarme con varios agentes delservicio de inteligencia —CESID— que,en los hechos del 23-F y posteriormente,estuvieron muy cerca de los jefes y de lassecciones que pusieron en marcha laejecución de la operación especial 23-F.Así como con otros agentes que conposterioridad tuvieron conocimientofehaciente de aquellos hechos. De entretodos ellos, únicamente puedo citar a los

coroneles Diego Camacho, Juan AlbertoPerote y el suboficial Juan Rando Parra,al darme su expresa autorización,manteniendo en la estricta reserva laidentidad de otros muchos agentes.

En la parte escrita he vuelto aconsultar varias carpetas del sumario dela causa 2/81, y trabajado con los cuatrovolúmenes de las actas del juicio militarde Campamento. He repasadoprácticamente toda o casi toda labibliografía publicada al respecto, yrevisado numerosos volúmenes detestimonios, memorias, crónicas, ensayose investigaciones históricas sobre laTransición.

Deseo expresar mi más sincero

agradecimiento a mi admirado amigo elhispanista Stanley G. Payne, con quien hetenido la fortuna de compartir alguna demis obras anteriores. Sobre este original,Payne me envió su juicio y comentarios,que me han sido muy útiles. También lohizo mi hermano Isidro, así como elcoronel Diego Camacho, cuyas notas yobservaciones he tenido muy en cuenta endiferentes análisis. Mi reconocimientoasimismo para mi amigo el historiadorCharles Powell, cuyos trabajos sobre lapolítica exterior norteamericana en laetapa de la Transición me han parecidovaliosos.

No puedo dejar de resaltar el buentrato recibido en las instalaciones del

Hotel Marbella Club, uno de los mejoresde España, donde este verano pudetranquilamente revisar parte de esteoriginal, como tampoco puedo dejar dehacerlo con la familia de Carlos Tejedor,del Grupo La Máquina, que amablementeme ha venido facilitando diversosreservados de sus excelentes restaurantespara mi trabajo de campo y misentrevistas. Mi agradecimiento, porúltimo, a mis amigos Carlos y AlbertoFerri por su apoyo, a mi buen círculo deamigos, entre quienes están AntonioSánchez, el cineasta Antonio del Real,Felipe Moreno, Javier Sánchez Lázaro,Ángel Muñoz, Jorge Lomana, José MaríaBerciano, Eduardo García Serrano,

Lorenzo Díaz, Ramón Casteleiro, Amandode Miguel, Jesús Esteban, Iñaki Ezquerra,Francisco Cantarero y al gran artista JesúsGallo, de inolvidables recuerdos, y tantosotros, por su comprensión durante variosmeses de encierro y «desaparición». Ytambién a Alesia, por su ánimo y buenoscomentarios y, muy especialmente ysiempre, a mis hijos Eduardo y Jesús porsu paciencia y cariño.

I.ACERCAMIENTO AL

23-F.«OPERACIÓN DE

GAULLE»

¿Qué fue el 23-F? ¿Cuál fue el papel delrey? ¿Cómo explicarlo? Durante variosaños se ha aireado todo tipo de especiescultivadas principalmente desde losórganos de dirección del servicio deinteligencia CESID (Centro Superior deInformación de la Defensa). Dichasespecies han venido manteniendo que el

intento de golpe de estado habría sido ungolpe involutivo; una regresión hacia untardofranquismo deseado por una rehalade delirantes militares golpistas y dealgunos pequeños políticos yaamortizados, que añoraban un recientepasado de dictadura, de régimenautoritario. Y que serían reacios a aceptarun sistema de libertades, de participaciónplural y de democracia estable. Y sinembargo, sospechosamente, tras el fracasodel 23-F, los dirigentes y responsables delos partidos políticos que jugaron confuego con operaciones de dudosaconstitucionalidad, se mostrarían másprudentes sin hacer demasiadas preguntasni abrir investigación alguna.

Sencillamente, aquellos responsablespolíticos de la derecha y de la izquierda,se dieron por satisfechos afirmando que elrey Juan Carlos había salvado lademocracia al desbaratar con su actuaciónla locura golpista porque supo sujetar consu autoridad a la mayor parte de losmilitares que aquella noche fueron lealesy demócratas. Luego, después de que elmonarca les leyera la cartilla a losdirigentes políticos por su frivolidad ysectarismo partidista, éstos jalearon unacampaña mediática que blindaba al reysin, en principio, tiempo de caducidad.«El rey, la noche del 23-F, se ganó lalegitimidad de ejercicio», vinieronrepitiendo de forma monocorde y cansina.

Y se contentaron con que se sentara en elbanquillo a unos pocos protagonistas de laasonada, los menos, y ello porque seexhibieron demasiado. Y dichosdirigentes políticos miraron para otrolado, cerrando el capítulo detrás de unapancarta con la leyenda «¡Democracia, sí.Dictadura, no!».

¿Fue eso el 23-F? Con el paso deltiempo, muchas de aquellas máximasfueron decayendo hasta hacerseinsostenibles, para abrir paso a otrasexplicaciones más plausibles, con inclusoveladas críticas a la actuación del rey.Pero la verdad oficial ha seguidoaferrándose a los viejos clisés, intentandodesvirtuar el trasfondo de aquella

operación especial. La mayor parte de losestudios propagandísticos se fabricaron abase de estereotipos como que elgobierno que pretendía sacar adelante elgeneral Alfonso Armada Comyn era elsecreto de Polichinela, como escuché enun vivo debate televisivo a un veteranogeneral. O qué valor y duración podríatener un gobierno votado bajo la presiónde las armas, después de la ignominiosaestética provocada por Tejero al asaltarel Congreso con tiros al aire, arrastrar alsuelo de la humillación a la totalidad delgobierno, oposición y parlamentarios —excepción hecha de Suárez, GutiérrezMellado y Santiago Carrillo—, y de lapenosa afrenta sufrida por el

vicepresidente Mellado al intentar Tejeroderribarlo.

La historia del 23 de febrero de 1981es sobre todo y principalmente unahistoria oral, porque tras su fracaso, losresponsables de la ejecución de laoperación se cuidaron muy mucho dehacer desaparecer las pocas evidenciasque del mismo hubo escritas. Comotambién «desaparecieron» las grabacionesde las conversaciones telefónicas que sehicieron durante aquella tarde-noche ymadrugada entre Zarzuela, el gran centrode poder y decisión, el Congreso, elCuartel General del Ejército, la sede de laJunta de Jefes de Estado Mayor (JUJEM)y las capitanías generales, principalmente.

¿Qué fue de aquellas cintas? Suconocimiento hubiera arrojado mucha luzsobre el 23-F. Pero el responsable de suguardia y custodia, el ministro del InteriorJuan José Rosón, llegaría a decir que sucontenido era dinamita, y que lo mejorpara la estabilidad de la democracia eraque jamás se conocieran. Es decir, que sucontenido se hurtó deliberadamente a laopinión pública y a las defensas de losprocesados por el 23-F, como se haríacon el Informe Jáudenes del CESID; uninforme interno de carácter no judicial,que los responsables del Servicio deInteligencia se vieron en la obligación deabrir para simular que iban a dirimir laresponsabilidad de los agentes especiales

que planificaron y ejecutaron laoperación, y metieron a Tejero y a susguardias en el Congreso.

¿Quiénes se quedaron con el secretode las grabaciones? Naturalmente, nidurante la instrucción de la causa nidurante el proceso militar deCampamento, nadie se preocupó nipreguntó sobre aquel material. Tan sólo ya modo de esperpento, y ya fuese desde elministerio del Interior o desde la parcelade Francisco Laína, secretario de estadode seguridad, se filtraron deliberadamentepartes de las conversaciones que Tejeromantuvo con su amigo Juan García Carrés,ex jefe del Sindicato de ActividadesDiversas durante el régimen franquista.

Las citadas conversaciones, ademásde evidenciar cierta exaltación ybravuconería por parte de ambos,revelarían que el ex sindicalistatransmitió a Tejero algunos datosmanipulados e interesadamente falsospara mantener viva su moral.Especialmente cuando el rey cursóinstrucciones y órdenes concretas paracortocircuitar los hilos que estuvieronsosteniendo a Tejero en el Congresodurante siete largas horas (hasta la una ymedia de la madrugada del día 24), yestaba ya completamente aislado. Laína,por su parte, que se presentaríaposteriormente muy ufano comoresponsable de un sui generis «gobierno

de secretarios», al que ni el rey ni nadiede la cadena de mando militar hizo elmenor caso, fue la persona que llegó ahacer la disparatada propuesta de quererlanzar a los GEO (Grupo Especial deOperaciones) al asalto del Congreso. Porfortuna para todos, tampoco se leprestaría atención alguna en este asunto.

Sí, después del 23-F se difundieronmuchas mentiras e intoxicaciones. Pero siel 23-F hubiera triunfado, si hubieraconseguido su objetivo de salir adelantecon el gobierno excepcional de coalición—algo sin precedentes en la historia deEspaña—, entonces habría tenido muchospatrocinadores, muchos impulsores ymuchas explicaciones comprensibles,

plausibles y hasta justificadoras. Perofracasó, aunque no en su totalidad, porquepese a su manifiesto fracaso, mantuvodurante casi veinticinco años los efectosvisibles del «golpe de estadopsicológico» entre la clase política, que afin de cuentas era la gran responsable dela crisis institucional y del colapsopolítico que se vivió a lo largo del bienio1979-1980. Y plenamente descarnadodurante el otoño-invierno de 1980-1981.

Con tales antecedentes, las preguntasdeben ser estas dos: ¿Con qué grado decerteza podemos afirmar que el rey JuanCarlos supo con antelación lo que iba asuceder la tarde del 23 de febrero de1981 en el Congreso de los Diputados?

¿Y tuvo el monarca conocimiento previode la operación especial montada, queincluía la violación inicial de la legalidadconstitucional, para reconducirlaposteriormente hacia un gobierno deconcentración nacional con poderesespeciales, para que pusiera fin a losdisparates gubernamentales de losgobiernos de la UCD; para que frenara eldesbordamiento nacionalista y para queacabara con el terrorismo, con eldesbarajuste institucional y con lagravísima crisis del sistema? La respuestaa ambas cuestiones es lo que trataremosde ir desgranando a lo largo de estaspáginas.

Y adelanto varias afirmaciones que si

bien serán objeto de un análisis ydesarrollo posterior, conviene señalarlasahora. En el 23 de febrero de 1981 el reyJuan Carlos fue la clave principal, lapieza fundamental. Antes, durante ydespués. Todos, absolutamente todos, losque aquel día tuvieron algún grado departicipación creyeron sin duda algunaque actuaban bajo las órdenes y losdeseos del rey. Así, Tejero entró en elCongreso con el grito de «en nombre delrey», Milans levantó su región militar ydictó un bando decretando el estado deexcepción en la misma, ante el vacío depoder originado en Madrid y quedando alas órdenes del rey; el general Armada secansaría de repetir que «antes, durante y

después del 23-F estuve a las órdenes delrey»; toda la cúpula militar de la JUJEM(Junta de Jefes de Estado Mayor), elJEME (Jefe del Estado Mayor delEjército) José Gabeiras y la absolutatotalidad de los capitanes generales ymandos militares, estuvieron a las órdenesdel rey y a la espera exclusivamente desus decisiones.

En un sentido y en otro, todo se hizoen torno al rey. Todo pasó por el rey. Ydurante un buen puñado de horas, el reyestuvo «a verlas venir». Sin la figura delrey, jamás habría habido ni existido 23-F.Quizás otra cosa en otro momento, perono el 23 de febrero, que fue para lo quefue: un golpe sobre el sistema, tramado,

desarrollado y ejecutado desde dentro delsistema para la corrección del propiosistema. Por lo tanto, no es que el reytuviera conocimiento del mismo, que sí lotuvo, sino que estuvo absolutamenteinvolucrado en la operación. Ya fueramotu proprio o por dejar hacer. «¡A mí,dádmelo hecho!», sería la frase querepetiría en diversas ocasiones a lo largode 1980 y en las semanas anteriores al 23de febrero de 1981, cuando se le hablabade la Operación De Gaulle, versusOperación Armada.

Se ha dicho que Don Juan Carlos dudódurante la jornada del 23 de febrero. Y esverdad que por momentos le asaltaronmuchos temores que hubo de paliar y

atajar su fiel secretario Sabino FernándezCampo. Pero el rey estuvo en el 23-Fhasta que el tapón que le puso Tejero aArmada en el Congreso, le decidió adesmontar toda la operación. Aquel «A mídádmelo hecho» fue su respuestasistemática durante meses; tanto si quienle proponía que había que dar el golpe detimón era el comandante de estado mayorJosé Luis Cortina (jefe de los gruposoperativos del servicio de inteligenciaCESID), como si se trataba de losmilitares que recibía en audiencia y lesugerían que algo había que hacer paracambiar las cosas, porque la situación eralímite, o si quienes lo hacían eran losresponsables políticos gubernamentales o

de la oposición socialista, o de AlianzaPopular y de Coalición Democrática, o elhistórico líder de la Esquerra, JosepTarradellas. Todos ellos eran partidariosde acabar políticamente con Suárez y deapoyar un golpe de timón, que lo sería decorrección y ajuste de la democracia, conun gobierno de coalición —un nuevopacto político de la transición—presidido por el general Armada.

El 23 de febrero de 1981 no huboconspiración militar ni rebeliones decapitanías generales ni de generales nivarios golpes simultáneos, cogido algunode ellos al vuelo de la improvisación;sino un entramado criptopolítico en el queuna vez alcanzado el consenso básico

sobre la fórmula gobierno de gestiónpresidido por el general Armada, queestaba integrado por representantes detodos los partidos políticos, se generóartificialmente un SAM —SupuestoAnticonstitucional Máximo— con laacción del teniente coronel Tejero —quien al final sería el chivo expiatorio—.No se trató de una acción militar masiva,en la que hubieran de interveniractivamente un gran número de unidades.Bastaba con dos generales de reconocidosigno monárquico y de probada lealtad alrey Juan Carlos, uno de ellos, al mando deuna potente capitanía; y la exhibiciónmínima de la fuerza, que obligara aalcanzar el objetivo de la aceptación

política, pública y social de ese gobiernode integración, que debía resolverse sinderramamiento de sangre ni represiónsocial.

Ése fue el diseño tramado como unaoperación especial, un golpe institucional,elaborado y ejecutado desde la direccióndel servicio de inteligencia —CESID—para corregir los excesos cometidos porunos gobiernos de centro, y un presidentede gobierno —Adolfo Suárez— a quiense le había escapado el control de lasituación política. Y en cuyo desplome secorría el riesgo de que arrastrara en sucaída también a la corona; entre otrascosas, por la manifiesta vinculaciónpersonal y de compromiso que el propio

rey Juan Carlos había dado a losgobiernos Suárez como gobiernos del rey.Al menos durante el tiempo en el que lassinergias entre ambos funcionaronplenamente.

Después vendría ya eldistanciamiento, la pérdida de confianzadel rey en Suárez, y el deseo real dequitarse al presidente de encima acualquier precio y a toda costa. Perotambién el 23-F pretendió ser una llamadade atención seria a toda la clase política;a la oposición del Partido Socialista, a laque, en su presión y acoso para derribar aSuárez, no le importaba utilizar atajospeligrosos para alcanzar el poder, eigualmente y de forma muy especial, una

manera de enseñar los dientes a lospartidos nacionalistas vascos y catalanes,y frenar el desarrollo autonomista suicida,que había que rediseñar y volver aconsensuar profundamente.

La salida del régimen autoritario haciala democracia fue modélica en su etapainicial. La Ley para la Reforma Política,pergeñada por Torcuato FernándezMiranda desde su atalaya de lapresidencia de las Cortes, y entregada aSuárez en agosto de 1976 para suaplicación —«toma estos papeles que notienen padre por si te sirven para algo»—,sería la que posibilitaría la voladura delas estructuras políticas del franquismo. Ytambién la tranquilidad de conciencia del

monarca, que por dos veces había juradolealtad, y cumplir y hacer cumplir lasLeyes Fundamentales del régimenfranquista, que por definición deprincipios eran permanentes, intangibles einalterables, pero que también dejabanabierta la vía para su propia reformalegal. De ahí que esta ley para la reformase inscribiera como la octava de lasfundamentales, lo que no dejaba de sertoda una ironía.

Durante unos meses trepidantes, lasintonía entre el rey, Suárez y FernándezMiranda fue completa: hasta poco antesde las primeras elecciones democráticasdel 15 de junio de 1977. Torcuatopresentó su dimisión como presidente de

las Cortes dos semanas antes de laselecciones. En sus declaraciones públicasafirmaría que ya había cumplido con loque se le había pedido. Pero en el fondoera el resultado de sus ya profundasdiscrepancias con Suárez, que se habíadesenganchado de su tutela, habíaeliminado el preámbulo de la ley ymodificado partes del texto de la reforma,suprimiendo el Consejo del Reinoapostando, entre otras cosas, por lareforma-ruptura acelerada, frente a lareforma-ruptura controlada de FernándezMiranda.

Y porque quizá tan enigmático ycircunspecto personaje, que tambiénambicionaba tener todo el poder,

albergara la remota esperanza de que elrey le pidiera que fuese él quien formaragobierno ante un resultado que se suponíaiba a ser igualado o incierto entre elcentro y la derecha. Luego, el resultadoelectoral dio el triunfo en minoría alengrudo de siglas que se había articuladoalrededor de la Unión de CentroDemocrático (UCD), y un fuerte revés a laderecha reformista de Fraga, lo que dehecho suponía en realidad un sorprendentey gran triunfo del Partido Socialista.

Torcuato, que al final terminaríasiendo devorado por sus propias intrigas,se fue distanciando con rencor de Suárez ycon melancolía del rey hasta que murióamargado en Londres en 1980. Antes de

fallecer en el más absoluto de losostracismos, a quien le quería escuchar,que ya eran pocos, no se cansaba derepetirles que había que «repristinar» lasituación política, volver a los orígenes,porque era una «locura jugar a laruptura». Una cosa era llevar a cabo ladestrucción de las Leyes Fundamentales yde toda la estructura del estado franquista,que era el proyecto de la corona, paraintegrar a la izquierda en el nuevo estadodemocrático, y otra muy diferente iniciarun camino sin saber hacia donde se queríair. Entre el rey y Suárez había surgido unmutuo encantamiento por el estilo osadode hacer política del presidente, lo que enel fondo encantaba al rey, pues era lo que

él anhelaba también. Y Suárez alardeabade que «tengo al rey en el bote», y ademásya era un presidente legitimadodemocráticamente por las urnas.

Aquél fue un tiempo mágico que setradujo en la improvisación y la aventura,con momentos muy graves y delicadoscomo el de la legalización del PartidoComunista. Y no tanto por la legalizaciónen sí, sino por la forma en que se llevó acabo. En los primeros días de septiembrede 1976, y a iniciativa suya, el presidentemantuvo una reunión con toda la cúpula ymandos militares para explicarles elalcance de las reformas que se proponíaacometer, y en la que les aseguró yprometió que no se legalizaría a los

comunistas. Siete meses después, durantela Semana Santa de 1977, Suárezcambiaría de criterio inscribiendo deimproviso y sorpresivamente para casitodos al Partido Comunista de SantiagoCarrillo en el registro de partidospolíticos.

Aquel 9 de abril, que pasaría a lahistoria como el Sábado Santo Rojo, elpresidente Suárez y el vicepresidenteGutiérrez Mellado se ganaron eldistanciamiento y la inquina de la prácticatotalidad de las fuerzas armadas, quehasta aquel momento estaban dispuestas yse habían comprometido a colaborar conel proceso de reformas políticas. Pero lalegalización del PCE no tendría nada que

ver con el 23-F, ni como precedente nicomo inicio ni como puesta en marcha desupuestas conspiraciones militares contraSuárez y sus políticas. Valgan estas líneascomo un apunte, pues este asuntotendremos tiempo de desarrollarlo másadelante.

Poco después de las primeraselecciones democráticas, diversaspersonalidades vinculadas con sectoresliberales, con el reformismo franquista eincluso con el antifranquismo, comenzarona reunirse al observar con gravepreocupación la senda y deriva quetomaba la transición. Se trataba depolíticos pertenecientes al gorullo de laUCD y a Alianza Popular; al

monarquismo más activo, al mundoempresarial, económico, financiero y a laIglesia. En todo caso, ninguno pertenecíaal anclaje de los pequeños reductos delfranquismo puro, insignificantes ya en símismos. Durante 1977 y 1978 —etapapreconstitucional en la que el rey tuvocasi todos los poderes heredados deldictador—, y 1979, mantuvieron asiduosencuentros para buscar fórmulas queatajara el rumbo político emprendido. Apartir de 1980 sería ya todo muydiferente; un período de conspiraciónabierta desde todos los frentes paraderribar a Suárez, con Zarzuela a lacabeza como gran impulsora.

Pero antes de ese momento, y pese a

estar en el tiempo de la concordia y delpacto constitucional mantenido hasta laselecciones de marzo de 1979, aquellasgentes veían con profunda inquietud lasexcesivas concesiones otorgadas a lospartidos nacionalistas, la articulación dela estructura del Estado en una fórmulapreautonómica y autonómica sinprecedentes ni tradición (para TorcuatoFernández Miranda era de una gravísimairresponsabilidad), y que no sólo podríadespertar y acelerar el riesgo separatista,sino que las comunidades y regiones nosesgadas por la choza nacionalista,podrían llegar a contaminarse de losmismos males. Y transformarse enfranquicias de poder federal o cuasi

confederal con la institucionalización deun caciquismo de amargo recuerdo.

Aquellos personajes de lanomenclatura del sistema veían nefasta laelaboración de una ley electoral basadaen el sistema proporcional que, si bien enun principio se había previsto que suaplicación fuera provisional, sólo para lasprimeras elecciones, después se mantuvo,primando de manera poco democrática laconcentración del voto nacionalista, conel peligro de que si las urnas no otorgaranmayorías absolutas a los partidos deámbito nacional, esos votos se llegaran autilizar como un chantaje al poder centralen beneficio de objetivos secesionistas. Aaquellos hombres les preocupaba una

política económica y laboral queasfixiaba el tejido industrial yempresarial, una política exterior quesituaba a España más cercana a untercermundismo ecléctico de los noalineados que al Occidente europeo ynorteamericano, con quien España deberíaintegrarse, y una falta de respuesta, hastacobarde e inane, frente al brutalterrorismo de ETA, principalmente.

Esos encuentros se fueron celebrandoperiódicamente en la agencia de noticiasEfe, presidida por el escritor y periodistaantifranquista, además de firmemonárquico, Luis María Anson; en la sedede los empresarios CEOE (ConfederaciónEspañola de Organizaciones

Empresariales), presidida por CarlosFerrer Salat, o en las casas de lospolíticos que habitualmente participabandel cónclave, o en diversos restaurantes.El tono general de los encuentros nadatenía que ver con la involución ni con laoposición al desarrollo democrático, nisiquiera tenía un tufo conspirativo, sinoque lo era en defensa de la estabilidaddemocrática. Además de Ferret Salat yAnson, solían acudir políticosde la nuevaderecha, como Salvador Sánchez Terán,José Luis Álvarez, Alfonso Osorio oLandelino Lavilla; y de la derechaclásica, como Manuel Fraga o GabrielElorriaga; banqueros, como CarlosMarch, Emilio Botín Sanz de Sautuola y

López, Alfonso Escámez, Luis VallsTaberner o Rafael Termes, entre otrosmuchos más.

Y junto a ellos se sentaban variosoficiales del servicio de inteligenciacomo el capitán José María Peñaranda yAlgar, el comandante José Faura Martín,responsable de la división interior delnaciente CESID, y en ocasiones, hasta elgeneral José María Bourgón, primerdirector del CESID. El espíritu deconsolidación monárquica que presidíaesas reuniones no podía ir contra el rey,pero sí contra Suárez y contra su forma dedirigir la transición, que algunos yapredecían que sería hacia ladeconstrucción nacional para hacer de

España un país inviable y un sistemafallido. Por eso querían que se fomentarauna corriente de opiniones hacia el reypara que cambiara de jefe de gobiernoantes de que la corona viera diluidos suspoderes al sancionar la Constitución. Elobjetivo de aquellos hombres era blindara la corona de los graves riesgos quepodía correr el joven rey demócrata, quepor su juventud, bisoñez y acentuadoespíritu aventurero, había depositado enquien decía de sí mismo que era un«chisgarabís» de la política, la delicadaconducción y asentamiento de lademocracia.

La errónea elección de hacer eltránsito hacia la democracia sobre

modelos irreales e inventados, ysostenidos con enormes dosis deimprovisación, alarmaba por entonces ahombres de gran experiencia política,como José María Gil Robles, el veteranolíder de la CEDA (ConfederaciónEspañola de Derechas Autónomas). Afinales de octubre de 1978, días antes deque el Congreso y el Senado aprobaran elproyecto constitucional y, naturalmente,éste se sometiera a referéndum y posteriorsanción, preconizaba para un futuro nomuy lejano cierta amenaza de golpemilitar: «si continúa el estado de cosasactual es posible que se haga inevitable»;o la visión del presidente JosepTarradellas, quien poco antes de traspasar

el poder de la Generalitat a Jordi Pujol,se manifestaba de esta forma tanclarividente: «estoy convencido de que esinevitable una intervención militar… Lasautonomías no constituyen una soluciónpara España… Nuestro país afronta lacuestión del País Vasco, que, para mí, esdramática».

Los informes y minutas que el agentedel CESID José María Peñarandaredactaba de los encuentros, los elevaba asus jefes directos del servicio, quedandoregistrados como materia reservada en losarchivos del centro de inteligencia. Elresultado práctico de aquellas reunionesfue la elaboración y redacción de un plande actuación denominado «Operación De

Gaulle». Estaba firmado por los oficialesJosé María Peñaranda y José FauraMartín, con el visto bueno y aprobacióndel director del centro, el general JoséMaría Bourgón. Aquel plan operativosurgió como una consecuencia lógica delo que se exponía y hablaba en alguna delas reuniones coordinadas por Luis MaríaAnson. Los agentes del CESID y sudirector general lo hicieron suyo.

Y así se redactaría; como unaoperación especial del servicio deinteligencia, es decir, que la «OperaciónDe Gaulle» no fue redactada por unasugerencia externa al servicio, sino poruna decisión interna del propio CESID.Básicamente, la «Operación De Gaulle»

exponía que si la transición política enEspaña llegara a precipitarse por caminossumamente peligrosos para la estabilidadde la corona y de la democracia, sedebería aplicar el modelo o la forma en lacual la IV República Francesa eligió algeneral Charles de Gaulle jefe degobierno y posteriormente Presidente dela V República. Con ello, el ejército y laclase política francesa evitó el riesgo deuna guerra civil, a consecuencia de unaconfrontación inminente y real que existíaentonces en Francia a causa de laindependencia de Argelia. Desarrollaréeste último punto en el capítulo IX.

Roto el período de consenso tras laselecciones de marzo de 1979, el Partido

Socialista iniciaría una durísimaoposición de cerco, acoso y derribo aSuárez, con un punto de inflexión en lamoción de censura de mayo de 1980.Todos recuerdan, porque se vivió endirecto por televisión, que en esemomento el presidente se quedópetrificado en su escaño y no fue nisiquiera capaz de salir a la tribuna deoradores para defenderse. Suárez recibióun dardo envenenado, una bomba deefecto retardado que provocaría la rupturadefinitiva en UCD y sería su certificadode defunción a corto plazo. Al presidenteya no le llovían críticas únicamente desdelos sectores cercanos de la derecha, elcentro, o incluso desde el mismo seno del

conglomerado aberrante de aquelcentrismo cazado a lazo para instalarlo enel poder.

A lo largo de 1980, la conspiraciónabierta contra Suárez fue absoluta. Se leabrió un fuego cruzado desde todos losfrentes, estamentos e instituciones, quefueron transformando a Adolfo Suárez enuna caricatura de sí mismo, en un autistaencerrado en el búnker de La Moncloa alcobijo y calor de unos pocos y reducidosleales. España tenía un presidente quehabía llegado a repeler el Parlamento ylos usos y normas de la democracia.«Suárez no soporta más democracia, ni lademocracia soporta más a Suárez»,señalaba un por entonces vitriólico

Alfonso Guerra. Aquel joven seductor deno hacía mucho tiempo, había dejado deser el mágico muñidor del sistema paraconvertirse en un grave problema para lademocracia. Y, lo que para el rey,personalmente, era más serio, para lapropia seguridad y estabilidad de lacorona.

Las sinergias de encantamiento entreel rey Juan Carlos y Suárez hacía untiempo que se habían roto. El riesgo deuna gravísima crisis del orden políticoestablecido acechaba. Felipe Gonzálezdeclaraba alarmado que estabanencendidas las luces rojas del Estado.Fraga escribía al rey pronosticando unapróxima crisis institucional que podía

barrer a la misma corona. En ese marco,en esos instantes, en esos momentos, antetal cúmulo de hondas preocupaciones, fuecuando la dirección del CESID decidiódesempolvar la «Operación De Gaulle» yponerla sobre la mesa. Habíapermanecido guardada en estado latentedesde hacía un año, y en aquel momentose presentaba como el mejor remedio ycomo la solución más adecuada para tancrítica situación.

Es cierto que bien se pudo escogerotra fórmula u otra solución, como elgolpe que la cúpula militar turca habíadado en septiembre de 1980 y que llevó ala Jefatura del Estado al general KenanEvren. Sobre aquel acontecimiento, el

coronel Federico Quintero, agregadomilitar en Ankara, elaboró un meticulosoinforme en el que reflejaba un ciertoparalelismo entre la situación de Turquíay la de España, por si podía servir comomodelo de aplicación. Pero el modelo quese escogió fue la «Operación De Gaulle»,sobre la que responsables del CESIDpondrían en antecedentes al rey JuanCarlos en la primavera de 1980, y contodo detalle durante el verano de dichoaño. El jefe de los grupos operativos delServicio de Inteligencia, José LuisCortina, no era solamente un inteligente yastuto comandante de Estado Mayor, sinoun íntimo colaborador del secretariogeneral del mismo, el teniente coronel

Javier Calderón, de quien tenía toda laconfianza y complicidad, lo cual lepermitía actuar con carta blanca y sinreserva alguna.

Pero además, y he aquí un datoimportantísimo, José Luis Cortina habíasido compañero de promoción —la XIV— del rey Juan Carlos en la AcademiaGeneral Militar, estableciéndose desdeentonces entre ambos una estrecharelación de amistad y confidencialidad.Aquello convertía al comandante Cortinaen uno de los hombres más fuertes eimportantes del CESID. Sus visitas aZarzuela eran fluidas y periódicas. Nonecesitaba solicitar audiencia previa paraver al rey, dato que en su día me

confirmaría el general Sabino FernándezCampo, secretario de la Casa del Rey yposteriormente jefe de la misma. Elmismo comandante Cortina reconoceríaque, durante el mes de febrero de 1981,había visitado al rey en el palacio de LaZarzuela once veces. ¡Nada menos queonce veces en los días previos al golpe!Ninguna de sus entradas quedaríaregistrada en el control de visitas. Por esono tendría nada de extraño que el reyvisitara un día de verano de 1980 la sedede la plana mayor de los gruposoperativos del CESID, y que por eseespíritu aventurero con el que se habíaforjado la personalidad de don JuanCarlos, se prestara a camuflarse al pasar

el control del edificio para evitar serreconocido.

Cortina informaba al rey —aunque noera el único— de reuniones de generales,de coroneles juramentados, de otrasiniciativas incontroladas al estilo Tejero,que iba por libre, que hacíanimprescindible la puesta en marcha de unaoperación que neutralizase y recondujerala situación. Esos términos, «reconducir»y «reconducción», que también utilizará elrey después con profusión, eranigualmente de su cosecha. Al rey se ledibujaba un panorama muy grave en elámbito militar que era deliberadamenteexagerado, pero que conseguía el objetivode que anidara en el ánimo del monarca

una honda inquietud. Al igual que en lacúpula de los partidos políticos, de lanomenclatura del sistema y de los mediosde comunicación.

Sí, es cierto, había una profundairritación en las salas de banderas de loscuarteles, un fuerte malestar; se hablabagráficamente de un ejército en estado decabreo, de ruido de sables, y sepublicaban aceradas críticas en losperiódicos, como las de Milans del Boschdesplegadas a toda portada en ABC afinales de septiembre de 1979: «Elbalance de la transición no presenta unsaldo positivo». Todo aquello hacía unmagma necesario y útil. Pero no habíaconspiración militar, aunque de boquilla

proliferaran todo tipo de conspiracionesmilitares. Las fuerzas armadas en suconjunto eran el mejor seguro del rey,contaba con su plena lealtad y apoyo,porque fundamentalmente así lo habíaexpresado Franco, su comandante en jefe,en su última voluntad, en su testamento, yel ejército lo había recibido como suúltima orden.

Decidida la puesta en marcha de la«Operación De Gaulle», la dirección delCESID comenzó a fomentar la mejorimagen del general Armada entre suscompañeros de milicia, entre losdirigentes de los partidos políticos ydemás instituciones. Los responsables deAlianza Popular eran viejos conocidos y

de la máxima confianza de los jefes delCESID, pues no por casualidad habíansido ellos; Javier Calderón, los hermanosCortina, Florentino Ruiz Platero, JuanOrtuño y otros responsables de lainteligencia nacional, los que al final delfranquismo habían puesto los mimbres delpartido reformista de Fraga bajo latapadera de las siglas GODSA (Gabinetede Orientación y Documentación,Sociedad Anónima), de cierto matizesotérico. Las conversaciones con Fraga,con Gabriel Elorriaga y con muchos otros,fueron frecuentes. Y el apoyo a la fórmulaofrecida, total.

También la cúpula socialista semantuvo muy atenta a todo lo que se cocía

y con antenas abiertas con el CESID.Calderón y Cortina llegaron a transmitirmuy exageradamente los riesgos de unposible golpe militar a los miembros de laejecutiva socialista Enrique Múgica, LuisSolana e Ignacio Sotelo, entre otros,asumiendo todos la conveniencia deapoyar la formación de un gobiernoconstitucional de concentración nacionalpresidido por el general Armada. En lacúpula del PSOE el riesgo golpista seretroalimentaba barajándose el rumor deque se estaba organizando un golpe quesería protagonizado por varios tenientesgenerales con mando en varias capitanías,otro de posibles mandos intermedios, yuno más que calificaban como el «golpe

de la banda borracha». Esos rumorestambién proliferaban por casi todos losmedios, pero en absoluto secorrespondían con la realidad.

Sin embargo, los dirigentes del PSOE,con González a la cabeza, quisieron hacerllegar esa inquietud al secretario de laCasa del Rey, Sabino Fernández Campo—y de él al monarca— durante unalmuerzo que celebraron en el otoño de1980. A Sabino, que negaría tenerinformación alguna sobre posibles golpes,le presentaron un análisis de la situaciónpolítica pavoroso; la UCD se hallaba enel más puro desconcierto, se estabadescomponiendo y sumida en un absolutocaos, Suárez gobernaba bajo una extrema

debilidad, y el momento no aguantabahasta las próximas elecciones, leaseguraba González.

Pero en el fondo, lo que los dirigentesdel Partido Socialista querían transmitiral secretario del rey es que el PSOEestaba dispuesto a participar activamenteen un gobierno de coalición siempre quefuese constitucional o que se consiguierahacer «pasar» como tal, y en el queparticipasen todas las fuerzas políticasdemocráticas, si con ello se evitaba lainvolución. Los socialistas aceptaban lafigura del general Armada comopresidente de dicho gobierno, al tiempoque le aseguraban a Sabino que conocíanbien el desánimo que el rey sentía por el

presidente Suárez, que se había cansadode él y que sabían que había personas confácil acceso al monarca que le estaban«calentando la cabeza» sobre elinconveniente Suárez y la necesidad debuscar un sustituto a través de una mociónde censura o bien provocando sudimisión.

Para Felipe González, el momentoestaba llegando a ser límite: «El país —afirmaba— es como un helicóptero en elque se están encendiendo todas las lucesrojas a la vez. Estamos en una situaciónde grave crisis y de emergencia. Es horade que el gobierno y Suárez se percatende ello… Esto no aguanta más.» Por esono resultaría nada extraño que una vez

confirmada la figura del general Armadapara presidente del gobierno deconcentración en el famoso almuerzo deLérida, la nomenclatura del PartidoSocialista se dedicara desde ese momentoy hasta poco antes del 23 de febrero de1981, a promover entre los líderes de losdemás grupos políticos la fórmula del«gobierno de gestión más un general».

Por su lado, el monarca fue recibiendoen audiencia, uno a uno, a los jefes departido de la oposición. A todos lestransmitía que ante la gravedad delmomento, estaba dispuesto a utilizar elmecanismo de arbitraje y moderación que,de forma muy confusa, le facultaba laConstitución. González comunicaría al rey

que el desgobierno de la UCD estabaarrastrando a España al caos y eranecesario adelantar las elecciones o, entodo caso, estudiar la formación de ungobierno de gestión, sin Suárez, con unindependiente a su cabeza. Fraga, que yahabía escrito al rey una larga y meditadacarta sobre tan grave momento, le dijo queMadrid era un rumor constante de unpróximo golpe, y que él estabaconvencido de que si no se atajaba deinmediato la situación, si no se evitaba la«tentación de uno de esos bandazos yradicalizaciones tan frecuentes, pordesgracia, en nuestra historia… vamos avivir una grave crisis de Estado quepuede afectar a la corona de la que,

naturalmente, será responsable Suárez».En esos momentos, de nada le valía ya

al presidente denunciar que «conozco lainiciativa del PSOE de querer colocar enla presidencia del gobierno a un militar.¡Es descabellado!». Suárez, cada vez másdesprestigiado y aislado políticamente,era un hombre apestado y, de hecho, uncadáver político. La situación que sevivía entre la clase política y lasinstituciones en el otoño de 1980 enmedio de tan profunda crisis era de vacíode poder.

La fórmula de un gobierno decoalición presidido por el generalArmada había cuajado ampliamente entretoda la clase política y la nomenclatura

del sistema, aunque por el momento semantuviera tapado el nombre de quiensería el próximo presidente. De ahí que notuviera nada de extraño que el propioSabino confirmara en círculos militares yciviles restringidos que «habrápróximamente un gobierno deconcentración presidido por el generalArmada». Y que aquel hombre se sintieraungido por todas las instituciones que lehabían dado su apoyo. Armada era unhombre bendecido. La campaña de imagenpropulsada desde el CESID habíafuncionado tan bien que hasta el propiorey Juan Carlos, pocos días antes del 23-F, le dijo con admiración a su hombre-solución: «Todo el mundo me habla

maravillas de ti. ¿Cómo lo haces?»El general de división Alfonso

Armada Comyn no era un hombrecualquiera. Su firme raíz monárquica lahabía recibido de sus antepasados. Supadre, Luis Armada y de los Ríos-Enríquez, formó parte del pelotón deAlfonso XIII. Y él mismo fue ahijado debautismo de la reina María Cristina.Durante 23 años había estado junto a DonJuan Carlos; como preceptor, siendopríncipe; después, como secretariogeneral de la Casa del Rey. Y si en elotoño de 1977 tuvo que dejar su serviciodirecto en Zarzuela, fue por el precioexigido por Suárez, quien en su soberbioendiosamiento no admitía que nadie

pudiera enturbiar su encandilada relacióncon el monarca y, mucho menos, criticarsus acciones de gobierno. Y Armada lohacía. Pero nunca dejó de estar cerca delrey, de ser sus ojos y sus oídos entre lafamilia militar, y de informarlepersonalmente o con documentos de lasituación, de la marcha de las cosas; fuesedesde su destino en el Cuartel General delEjército en Madrid, fuese desde Lérida,como gobernador militar de la plaza y jefede la División de Montaña Urgel. Así selo había pedido el rey en persona y,oficialmente, por escrito.

En 1980, Armada seguía manteniendocon el monarca una fluida relación deabsoluta confianza y lealtad, que le

permitía entrar y salir de Zarzuela cuandoquisiera, sin necesidad de tener fijadaaudiencia previa. Era mucho más que unconsejero áulico. Y sería a ese hombreleal a quien el monarca trasmitiría susprofundas amarguras y preocupacionespor la deriva de una situación política quepodía poner en peligro la corona. De ellole hablaría en numerosas ocasiones enZarzuela y en la residencia invernal de LaPleta en Baqueira. El rey le diría que éltenía razón, que las cosas con Suárez sehabían desquiciado gravemente, que eldesarrollo autonómico que el presidentehabía abierto era suicida para España,que todo se resquebrajaba, que los líderesde los partidos no pensaban más que en su

propia conveniencia e interés partidista, yque no veía voluntad política en elpresidente de querer enderezar lasituación. Una situación muy peligrosapara la monarquía, que podía ser barridasi las cosas se desbordaban o estallaban.

Y la reina Doña Sofía le diría que él,Alfonso Armada, era el único que lespodía salvar. Y el rey le pediría quehablara con Milans del Bosch, quehablara con sus leales soldados, conaquellos con los que podía contar deverdad, y le diría que si algo se estabaponiendo en marcha, algún movimiento,que entonces había que atajarlo,controlarlo y reconducirlo. Y el generalArmada, que hablaba periódicamente con

su amigo Jaime Milans del Bosch, capitángeneral de la III Región Militar(Valencia), llegaría a reunirse con élvarias veces entre el otoño de 1980 y elinvierno de 1981. En esos encuentros, letransmitiría las graves preocupaciones delos reyes y le solicitaría que, por suprestigio militar en el ejército, impusierasu autoridad si se estaba formando opreparando algo. También le anunciaríaque como primera medida de alcance, elrey quería nombrarlo segundo jefe delejército y llevarlo a Madrid, pese a laviva oposición que seguía mostrandoSuárez, sobre quien estaba ejerciendotodas las formas posibles de presión paraque dimitiera («hay que ver, Arias fue

todo un caballero cuando le pedí ladimisión, en cambio Suárez se resiste atoda costa», se quejaba el rey). Y Armadahablaría a Milans de la «Operación DeGaulle» la fórmula que la dirección delCESID le había expuesto para reconducirla situación con la formación de ungobierno de concentración nacional quesería aceptado por todos los partidos ydel que él sería el presidente y Milans elde la junta de jefes de los ejércitos.

Para entonces, la forma de sacaradelante el gobierno de concentraciónmediante la aplicación de la «OperaciónDe Gaulle» era algo ya completamentedecidido. Tan sólo hubo una variante quese estimó durante un corto período de

tiempo, pero que muy pronto sedesechó.Ésta consistía en la posibilidadde presentar una segunda moción decensura contra Adolfo Suárez, que seríaapoyada por la práctica totalidad de losdiputados, incluidos los de los sectores dela UCD enfrentados al presidente. Sobreéste ya se ejercía una tremenda presiónmediante círculos concéntricos; desde lajerarquía eclesiástica, la confederación deempresarios, los círculos financieros, elsector de la banca, el ejército, lospartidos políticos y los medios decomunicación. El guión de la moción decensura se basaba en un informeelaborado por el catedrático de DerechoAdministrativo Laureano López Rodó,

autor también de otro informe, redactadoen 1979, que plasmaba, según su criterio,la inconstitucionalidad de los estatutos deautonomía vasco y catalán, y eldisparatado desarrollo autonómicoescogido por Adolfo Suárez como vía dedescentralización del Estado. AlfonsoArmada le había enviado al rey ambosinformes por conducto de Sabino.

Pero, para los instigadores en elCESID de la «Operación De Gaulle», estavía no resultaba convincente yrápidamente quedó desechada. El asuntono era tanto la formación del gobierno deconcentración ni la figura del generalArmada, sobre lo que ya había plenoconsenso, sino que la implantación de tal

gobierno excepcional debía venir a travésde una seria advertencia militar, de unamago, que hiciera reconsiderar a latotalidad de la clase política su frívolaactuación, como así se valoraba, y queespecialmente enseñara los dientes a lasapetencias sin freno de los partidosnacionalistas, que ya se habían montadoen el caballo de la secesión. Además,había que corregir el camino andado delas autonomías modificando ese título enla Constitución y dar una dura respuesta alatroz terrorismo de ETA. En suma,reforzar el Estado y la corona.

Y para que todo eso se llevara a cabosin cortapisas ni zancadillas políticas, sedebía hacer con la aceptación voluntaria,

sin reservas ni recelos de los políticos, nide los sectores institucionales más fuertes,ni de la sociedad, ni de los medios decomunicación. Con la colaboración y laaceptación por todos de un gobierno queactuaría con poderes especiales y sincontrol formal del Parlamento durante dosaños. Aquél era el tiempo que restaba delegislatura. Luego, tras el trabajo hecho,se convocarían nuevas elecciones que,previsiblemente, darían el triunfo absolutoal Partido Socialista. Pero con una nuevaoposición de centro derechareestructurada bajo los populares y ladirección de Manuel Fraga. Para todo esoera para lo que se había decidido aplicarla «Operación De Gaulle»; de ahí, que

una vez que Adolfo Suárez presentara sudimisión, a finales del mes de enero de1981, su puesta en marcha no se retrasó nise improvisó, sino que se aceleró.

Una vez encajadas todas las piezas dela puesta en marcha de la operación, a ladirección del CESID y a quienes estabanen el secreto de la trama, les faltaba aúnel apoyo exterior, elementoimprescindible con el que había quecontar, para que el gobierno formado trasel amago militar fuera aceptadointernacionalmente, y la operacióntriunfara en todos los sentidos. Para ellose puso en antecedentes a las cancilleríasde los Estados Unidos y del Vaticano, ejediplomático sobre el que basculaba la

política exterior de España desde lostiempos del franquismo. El rey tuvoconocimiento de estas discretas gestionespor el general Armada y el comandanteJosé Luis Cortina. Éste, siempre muyactivo, se reuniría no sólo con suhomólogo de la CIA en España, RonaldEdward Estes, y con otros espías«volantes», sino también con elembajador norteamericano en Madrid,Terence Todman, y con el nuncio delVaticano, monseñor Innocenti. Y elgeneral Armada también se entrevistaría amediados de febrero de 1981 con elembajador Todman y con el nuncioInnocenti para explicarles el sentido yalcance de la operación, y garantizarles

que la misma se hacía con elconocimiento del rey.

No hay un dato preciso para poderafirmar que el rey, por su parte, utilizarapara este mismo cometido a su embajadorvolante Manolo Prado y Colón deCarvajal. Pero dados los antecedentes desus gestiones discretas anteriores, y latutela que Estados Unidos había ejercidosobre el monarca siendo príncipe, y en losprimeros años de la transición, es algo nodescartable que veremos con más detalleen el capítulo VI. El envite que tanto lacorona como España se jugaban era muyfuerte. En todo caso, a ambos —EstadosUnidos y Vaticano— se les aseguró que laacción pretendía una salida institucional

necesaria si no se quería correr el riesgode meter al país en el laberinto delpasado. Dicha acción no sería traumáticani cruenta, y era para salvar el sistema, lademocracia, reforzar la monarquía yfortalecer el régimen de libertades. En talsolución participaban y estaban deacuerdo diversos líderes de los partidospolíticos más importantes para formar ungobierno de salvación nacional quepresidiría el general Armada, y quecontaría con el pleno apoyo del ejército,que era un defensor a ultranza de lacorona, evitándose así el riesgo de unhipotético golpe de involución.

Los nuevos vientos, que llegaban tantode Washington como de Roma, se

mostraron propicios. El presidenteRonald Reagan era firme partidario deponer fin a la época de distensión deCarter y de endurecer la guerra fría frentea la Unión Soviética, reforzando las áreasde la influencia norteamericana en elcercano y medio oriente, y principalmenteen el Mediterráneo. Para ello, resultabavital que España se integrara en la OTAN,a lo que Suárez había ido dando largas,jugando a un tercermundismo quedesagradaba a los norteamericanos. Paraéstos, el ingreso de España en la AlianzaAtlántica era un elemento determinante enel diseño de la seguridad estratégica delos aliados en el sur de Europa. Esto eraasí ya con la administración demócrata de

Carter, y se acentuó aún más con larepublicana de Reagan.

Ya desde antes de su coronación, elrey Juan Carlos había buscado la tutelanorteamericana para dar los primerospasos desde el régimen autoritario haciael democrático. Ante cualquier cambiofundamental en la política interna, el reyesperaba siempre contar con el apoyo delos Estados Unidos. Así lo hizo cuando sepropuso cesar a Arias y nombrar a Suárez.Semanas antes de tomar esa decisión, elrey Juan Carlos viajó a Norteamérica paraconsultarlo con Ford y Kissinger, yregresar con su aceptación, pese a que elcese de Arias no era del total agrado delsecretario de Estado Kissinger. También

la elección de Juan Pablo II como nuevopapa facilitaría las cosas para una buenacomprensión del Vaticano, lo que seconfirmaría con la llegada del nuevonuncio, monseñor Innocenti. A lo quehabría que sumar la agria ruptura delpacto entre la jerarquía eclesiástica ySuárez por el proyecto de Ley deDivorcio.

La inesperada dimisión de Suárezprecipitaría la «Operación De Gaulle».Ésta estaba prevista para el mes de marzo,cuando «florecen los almendros»(tendremos tiempo más delante de hablarsobre el enigma del colectivoAlmendros). La aplicación de estaoperación no podía ser un calco fiel de la

que se desarrolló en Francia en 1958 paraevitar el riesgo de guerra civil a causa deArgelia. Aquí faltaba el elemento objetivoque justificara la acción. Ni había riesgode confrontación social, pese a la difícilsituación de paro y de crisis económica,ni el brutal terrorismo de ETA ni elproceso pseudo revolucionario que setrataba de impulsar en el País Vasco, erancausas suficientes. De ahí que losestrategas del CESID tuvieran queinventarse artificialmente un SupuestoAnticonstitucional Máximo (SAM), ungolpe de mano provocado por los mismosactores que inmediatamente despuésofrecerían una salida a la ilegalidadcometida, con la oferta de formar un

gobierno «constitucional», que corrigieseel atropello perpetrado, reconduciendonuevamente la situación hacia lanormalidad democrática.

¡Y qué mayor violación de lalegalidad constitucional que el asalto ysecuestro del gobierno y de todo unparlamento! Y aquí un breve inciso. Si sehubiera querido hacer de otra forma, elmomento adecuado y óptimo de proponerel gobierno de concentración presididopor el general Armada habría sido durantelas conversaciones abiertas por el reypara designar nuevo candidato a lapresidencia del gobierno. UCD estaba enplena descomposición interna. Modificarel acuerdo del Congreso de Palma de

Mallorca en el que salió elegidocandidato Leopoldo Calvo Sotelo, hubierasido sencillo, ya que para nadie era unaalternativa viable, ni una solución sudesignación en un gobierno monocolorque, a la postre, sería más de lo mismo;por el contrario, el gobierno del generalArmada contaba con el consenso y elapoyo de todas las fuerzas políticas, y sucandidatura se hubiera aceptadounánimemente. Pero no era así como sehabían decidido las cosas en el ánimo delos estrategas de la operación. Paraconseguir los objetivos trazados, eranecesario servirse, una vez más, delamago militar y de la exhibición de lafuerza, aunque ésta fuese mínima.

El teniente coronel de la GuardiaCivil Antonio Tejero Molina fue lapersona seleccionada y captada por ladirección del CESID para ejecutar elSAM. Desde el inicio de la transición,Tejero había mostrado abierta ypúblicamente su posición crítica aldesarrollo de la misma, y en general hacialos poderes gubernamentales, marcandoun punto de inflexión con la operaciónGalaxia. Aquello no fue más que una seriede conversaciones que, desde el otoño de1978, Tejero venía manteniendo con otrosoficiales de la Guardia Civil y de lapolicía armada, con el fin de preparar ungolpe de mano para asaltar el palacio dela Moncloa. El plan era absolutamente

descabellado y sin sentido, y el CESID lodesbarató inmediatamente.

Tejero fue detenido, juzgado ycondenado a siete meses de prisión, alconsiderar el tribunal militar que aquelintento no pasaba de ser más que unproyecto de intenciones en su fase inicial,siendo calificado como una «charla decafé». Pero Tejero, por sus propiascaracterísticas, tenía el perfil ideal, ajuicio de los responsables del servicio deinteligencia, para llevar a cabo elSupuesto Anticonstitucional Máximo; erapartidario de dar un golpe, muy críticocon el sistema, y mostraba su admiracióny respeto hacia el régimen anterior.Además, poseía una notable capacidad de

liderazgo, dotes de mando, arrojo,valentía, temple y sangre fría,demostrados durante el tiempo que estuvoal frente de la lucha antiterrorista enVizcaya, por lo que muchos jefes,oficiales y números de la Guardia Civil loadmiraban. Tejero era un tipo respetado yquerido en el cuerpo.

Desde noviembre de 1979, fecha en laque salió de prisión, Tejero fue vigiladode cerca por agentes de la AOME(Agrupación Operativa de MisionesEspeciales), la división más activa yautónoma del CESID, dirigida por elcomandante José Luis Cortina. Tambiéndesde la misma unidad, el CESID tuvopuntual información de las dos reuniones

de la calle General Cabrera a las queasistió Tejero y en las que éste expuso suplan de asalto del Congreso, al igual quelas conversaciones que mantuvo condiferentes capitanes de la Guardia Civilpara reclutar la fuerza asaltante. Ladirección del CESID conocíaperfectamente los planes del tenientecoronel para tomar el Congreso de losDiputados y, por lo tanto, lo podíaneutralizar en cualquier momento. Pero noera eso lo que interesaba. Por elcontrario, el golpismo de Tejero, quefuera precisamente él quien estaba per sedecidido a actuar, servía y encajabaperfectamente en los planes de losinstigadores de la trama de la «Operación

De Gaulle» para alcanzar su objetivo: lareconducción de un golpe inducido parallevar al general Armada a la presidenciadel gobierno. De forma «constitucional ydemocrática».

Tejero sería el SAM de la operación ylo que había que hacer con él era, por unlado, tenerlo controlado y, por otro,abrirle una autopista hacia el Congreso; esdecir, meterlo en el Congreso de losDiputados. Para ello, en el otoño de 1980,el capitán Francisco García Almenta,segundo de Cortina en la AOME, creó elSEA (Servicio Especial de Agentes), unaunidad secreta y autónoma dentro delCESID, con la misión de ir preparando elterreno para facilitar a Tejero su objetivo.

Más adelante, Cortina ordenaría alcapitán Vicente Gómez Iglesias quecerrara filas junto a Tejero. Iglesias era eljefe de una de las cuatro seccionesoperativas de la AOME. Se trataba de unoficial inteligente y brillante, con unaespléndida hoja de servicios, que habíaestado a las órdenes de Tejero en la luchacontraterrorista en el País Vasco. Iglesiasmandó la compañía de Éibar cuandoTejero fue el jefe de la comandancia deGuipúzcoa. Allí fue donde se fraguó entreambos una estrecha relación de amistad yde confianza, a lo que además se sumabala excelente relación de vecindad ycercanía entre sus respectivas familias. Alobjeto de estar lo más cerca de Tejero y

facilitarle las cosas, Gómez Iglesias seapuntó por orden directa de Cortina a uncurso de tráfico de la Guardia Civil unasemana antes del 23-F.

La «Operación De Gaulle», que desdela dirección del CESID se puso en marchael 23 de febrero de 1981, estabaestructurada en dos fases, y dentro de laprimera en dos subfases más. La primerafase fue la ejecución del SAM: asalto alCongreso interrumpiendo la votación deinvestidura del candidato Leopoldo CalvoSotelo, reteniendo al gobierno y a losdiputados, hasta recibir las órdenesposteriores de la autoridad competente,militar, por supuesto, que facilitaría laresolución de la operación, según los

objetivos propuestos. Esta fase fue lapuesta en escena de la violación de lalegalidad, elemento imprescindible paraque saliera adelante la oferta posterior deun gobierno «constitucional», y se pudierareconducir la situación hacia la legalidaddemocrática. Tejero la ejecutó de formabrillante, como si de manual de golpe demano se tratara, y casi a la perfección, sino hubiera sido por los tiros deintimidación al techo del hemiciclo y elpenoso incidente del intento de derribar alvicepresidente Gutiérrez Mellado.

Tanto Cortina como Armada, en lasórdenes e instrucciones previas quedieron a Tejero, en lo que más hincapiéhicieron fue en que la toma del Congreso

tenía que ser limpia, sin derramamiento desangre. Lo que llevó a cabo. Y si los tiroscrearon un sobresalto inicial —dramáticoen todos los lugares, y de sorpresa enaquellos con los que se seguía encomplicidad, «eso no es lo que estabaprevisto»—, fue porque no se sabía haciadónde habían ido dirigidos, y si habíanalcanzado a alguien. Pero en cuanto losprimeros observadores enviados alCongreso, y los que ya estaban en él,confirmaron que no había heridos nidaños físicos, se volvió a la tranquilidad,siguiendo adelante con la operación (hayque tener en cuenta que si bien losdisparos se oyeron por la radio endirecto, las imágenes de televisión con la

entrada de Tejero; «¡quieto todo elmundo!», «¡al suelo!, ¡al suelo!», lasráfagas de ametralladora hacia el techo yel lamentable atropello a GutiérrezMellado, no se pudieron ver hasta elmediodía del 24, una vez fracasado elgolpe y liberados los diputados).

El siguiente paso fue el bando dictadopor Milans estableciendo el estado deexcepción en su Capitanía General, «antelos acontecimientos que se estándesarrollando en estos momentos en lacapital de España y el consiguiente vacíode poder… hasta tanto se reciban lascorrespondientes instrucciones que dicteS. M. el Rey». Lo que Milans ejecutó a laperfección, sacando unos grupos tácticos

y operativos mecanizados por las callesde Valencia y de otras ciudades de suregión, sin que se registrara el másmínimo incidente. Esto fue seguido enMadrid por las órdenes que el generalJuste, jefe de la División Acorazada,firmó y autorizó para que salieran algunosregimientos y unidades con la finalidad deocupar diversos objetivos en Madrid. Loque parcialmente se llevó a cabo con laocupación de los estudios centrales deRadio Televisión Española durante algomás de una hora.

Luego, todas las unidades regresaron asus cuarteles, tras la contraorden dada,entre otros, por el propio general Armada,donde permanecerían acuarteladas en fase

de alerta. Estos dos pasos —Valencia yMadrid— serían las dos subfases de laprimera, y el fin de las mismas era apoyary sostener la acción de Tejero. Si bien enel caso de la División Acorazada no llegóa completarse plenamente, ello nosupondría contratiempo serio alguno parael objetivo final de la operación.

La segunda fase se inició con laentrada en escena del general Armada. Élmismo había asegurado que tras el asaltoal Congreso se desplazaría a Zarzuela,«porque el Rey es voluble», desde donde,una vez valorada la situación, tomadocontacto con la cúpula militar de laJUJEM, las capitanías generales, y con laautorización y el respaldo de Zarzuela se

dirigiría al Congreso para hacer a loslíderes de los partidos, portavoces ydiputados la oferta de un gobierno deconcentración presidido por él mismo, eintegrado por representantes de todo elarco parlamentario, con Felipe Gonzálezde vicepresidente. Gobierno que ya habíasido consensuado por todos los partidos yaceptado institucionalmente unos mesesatrás. Producido el asalto y trascomprobarse directamente en Zarzuelapor la llamada de un miembro de laGuardia Real que estaba en el Congreso, yno parece que por casualidad, de que nohabía habido ni heridos ni daños físicos,la primera llamada que personalmentehizo el rey fue al general Armada para que

fuera a Zarzuela.¿Por qué la primera llamada del rey

fue a su antiguo preceptor? De entrada yen pura lógica, debería sorprendernos queel rey se dirigiera directamente al segundojefe del estado mayor y no al JEMEGabeiras o al PREJUJEM (Presidente dela Junta de Jefes de Estado Mayor) AlfaroArregui o al capitán general de Madrid,Quintana Lacaci, o aun al teniente generalMilans, que era el que acababa de hacerpúblico un bando declarando el estado deexcepción en su región militar. Todo esosería más lógico… Pero es queprecisamente donde estaba toda la lógicaera en que el rey tuviese que hablar con suantiguo secretario y siempre leal Alfonso

Armada. Y si Armada no se desplazó aZarzuela requerido por el rey y se quedóen el Cuartel General del Ejército, fue porconsejo de Sabino Fernández Campo,quien con una notable intuición decidióextender sobre el rey un manto deprotección en ese momento, al conocerque tanto Tejero, que había entrado en elCongreso «en nombre del rey», como enla Acorazada y en Valencia se citaba losnombres del rey y de Armadaconjuntamente asociados.

Aquella prudencia de Sabino fue laque evitó que Armada se desplazara aZarzuela cuando todas las personas queestaban con el rey en esos momentos,desde la reina Doña Sofía y el jefe de la

Casa, Nicolás Mondéjar, hasta susayudantes y Manolo Prado, eranpartidarios de que Armada fuera aZarzuela. Por esa intuición protectora deSabino y porque para él, en lo personal, lapresencia de Armada en Zarzuela, suantecesor y quien lo había promocionadopara ese puesto, tendría un protagonismotan relevante que lo desplazaría a unsegundo plano. Pero no hubo orden ninegativa ni dudas sobre Armada.Simplemente, la indicación de quesiguiera en su puesto junto a Gabeiras enel cuartel general. Todos estos datos melos confirmaría el propio generalFernández Campo a lo largo de nuestrasmúltiples conversaciones: «Yo a Armada

no le podía dar ninguna orden, y fui yoquien le dijo que continuara con Gabeirasy nos informara desde su despacho,porque no era necesario que viniera, pesea que todos a los que preguntaba el rey síque eran partidarios de que Armadaestuviera en la Zarzuela».

¿Desactivó este hecho la operación?En absoluto. ¿Fue el contragolpe que sedio o que se inició desde Zarzuela, comose ha asegurado en algún libro? En modoalguno. El objetivo de la operación eraque Armada se desplazara con laautoridad suficiente al Congreso para serinvestido presidente, que era el fin últimode la misma. ¿Y se llegó a hacer? Sí. Porlo tanto, el que Armada no fuera a

Zarzuela ni saliera desde allí hacia elCongreso, lo único que supuso fueretrasar en un par de horas, tres a lo sumo,la ejecución de la segunda fase de laoperación. O quizá ni siquiera eso, porqueestando en Zarzuela también hubieratenido que emplear un lapso igual oparecido.

Durante las horas que Armadapermaneció en el Cuartel General delEjército, ¿se levantó sobre él algunasospecha? ¡No! Y si alguien, después, conel objeto de acomodar su declaración,afirmó lo contrario, sencillamente mintió.No dijo la verdad. ¿Qué es eso de que aGabeiras se le puso en guardia con elaviso de «ten cuidado con Armada, tenlo

siempre controlado y no lo pierdas devista»? ¿Pero qué tipo de patrañas nos hanestado contando?

Armada firmó la Orden Delta(acuartelamiento de las tropas), se quedóal mando del Cuartel General del Ejércitodurante el tiempo en que Gabeiras estuvofuera, reunido en la sede del PREJUJEM,con los otros jefes de Estado Mayor delos ejércitos, se movió libre y sincortapisa alguna por todos los despachosy lugares que quiso, habló en variasocasiones con el rey, con Sabino, con loscapitanes generales, y con Milans delBosch en presencia de otros muchosgenerales y ayudantes. Hasta que pensóque el asunto estaba maduro para hacer su

propuesta de ir al Congreso para que lonombraran presidente. Así fue como sehizo.

Cuajado pues el asunto, Armada sedecidió a poner en marcha la parte finalde la segunda fase de la operación:presentarse en el Congreso para que elpleno de la Cámara lo designasepresidente de gobierno. Para ello,presentó la propuesta como si fuera unainiciativa o petición del general Milansdel Bosch, a la que él se someteríaaceptándola si ése era el deseo de lamayoría. Hasta estar «dispuesto asacrificarme». La propuesta no caía comosi se tratara de un hombre llovido delcielo sin paracaídas, aunque pretendiera

presentarse por sorpresa como unaalternativa razonable a la acción deTejero. La figura del general Armadahabía sido aceptada por la nomenclaturadel sistema para presidir un gobierno deconsenso unos meses atrás, su nombrepublicado y bendecido institucionalmente.Nada más lógico, pues, que el propioejército, con el rey a la cabeza, diera luzverde a esa propuesta, que podría seraceptada democráticamente por la clasepolítica.

Con el JEME Gabeiras, que habíaregresado urgentemente de la sede de laPREJUJEM, Armada se encerró a solasen su despacho. Gabeiras quería saber elgrado de viabilidad y consenso que había

alcanzado la fórmula entre la clasepolítica. No es que la desautorizara oprohibiera a Armada que la llevara acabo, como por ahí se ha dicho. Lo que noquería tampoco era que Armada corrierariesgo alguno. Nadie dudaba de queTejero le franquearía el paso y estabanseguros de que aceptaría la decisiónmomentánea de tener que salir alextranjero con sus capitanes, una vezcumplida su misión. A Gabeiras no sólole convencieron los argumentos que le dioArmada, sino que tras las dos o tresconversaciones que ambos mantuvieroncon el rey y con Sabino, el propioGabeiras se ofreció a acompañar aArmada al Congreso. Pero Tejero

únicamente aceptó que fuera Armada. Laúnica duda que surgió en alguno de losgenerales que estaban junto a Armada enel cuartel general fue sobre laconstitucionalidad de la fórmula. YArmada, que conocía bien el informe deLópez Rodó y se había estudiado toda lamecánica de la operación, no tuvo másque mostrar el artículo de la Constituciónque la avalaba, para que todos sequedaran convencidos de que la propuestasería legal si los diputados la votabanfavorablemente.

Al filo de las once y cuarto de lanoche, el general de división AlfonsoArmada Comyn, segundo jefe del ejército,salió hacia el Congreso de los Diputados

para rematar la segunda fase de laoperación. Iba autorizado oficialmentepor toda la cúpula militar; por loscapitanes generales, por el PREJUJEM, laJUJEM y su jefe directo el JEMEGabeiras que lo despidió con un: «¡A tusórdenes, presidente!». Y por Zarzuela.Aunque para dejar a salvo las espaldasdel rey, Sabino deslizara la autorizaciónreal bajo el eufemismo de «Alfonso, vas atítulo personal». Curiosa forma ésta deproceder en el ejército; ir a cumplir unamisión oficial, abierta y pública, nosecreta, «a título personal». Y es queSabino intuía que quizás a Armada no lesaliera bien la operación, según loprevisto. Por eso, como amigo personal le

recomendó que no fuera, pues aunqueTejero le abriera el paso hasta elhemiciclo y los diputados le votaran, seplanteaba: «¿qué valor podrían tener esosvotos dados bajo la presión y la amenazade la fuerza de las armas?». A lo queArmada, con firmeza y seguridad lerespondió: «¡Te equivocas! ¡Lossocialistas me votan!», sin explicarle quesu propuesta se presentaría despuésdeslindada y completamente diferente yajena a la acción de Tejero.

Armada fue recibido con alegría ysatisfacción por los generales Aramburu ySáenz de Santamaría en el despacho decrisis que habían montado en el HotelPalace, porque con él allí, ahora «todo se

va a resolver». Y también lo hizo Tejeroen el Congreso inicialmente. Pero lascosas se torcerían cuando el tenientecoronel forzara al general a que lemostrara la lista con la composición delgobierno que Armada iba a constituir trasser votado por los diputados. En él nosólo estaba Felipe González comovicepresidente, sino varios miembrosrelevantes del Partido Socialista y otrosdos del Partido Comunista.

En ese momento, Tejero se sintiófrustrado y engañado. A él, nadie le habíaexplicado previamente cuál iba a ser lacomposición del gobierno; ni Cortina, niArmada, cuando la semana anterior ledijeron y le ordenaron asaltar el

Congreso, ni Milans —que llegó aconocer por Armada quiénes integrabanese gobierno—, en las dos reuniones quecelebraron a mediados de enero y elprimero de febrero. Tejero preguntó en elprimero de los dos cónclaves de GeneralCabrera qué pasaría después de la tomadel Parlamento, a lo que Milans del Boschcontestó que eso no era cosa de ellos,«sino una decisión posterior de SuMajestad el Rey». Otra cosa diferente esque Tejero deseara que se constituyera ungobierno militar, lo que de forma falsa yespuria le fue alimentando la tarde nochedel 23-F su amigo García Carrés. Yademás tenía que salir con sus capitanesal extranjero. Aunque fuera por poco

tiempo.En la tensa y dura reunión que Armada

mantuvo con Tejero para que ésteaceptara los hechos y le franqueara elpaso hacia el hemiciclo, no consiguióconvencerlo. Ni siquiera Tejero quisoacatar la orden taxativa que le dio Milansdel Bosch para que aceptara «lo que leestá diciendo el general Armada».Después, Milans ya no quiso volver ahablar con el rebelde teniente coronel.Tejero creía que tenía el peso de todaEspaña sobre sus espaldas sin percatarsede que a él y a su fuerza de guardiasciviles se les había metido en el Congresosobre una alfombra, y estaban siendosostenidos por el bando de la Capitanía

General de Valencia, y por la espera delrey, en una acción coordinada hastaofrecer la solución que había que ofrecer.En el fondo, Tejero no iba a ser más queun chivo expiatorio. Y ahí, en esemomento, fue cuando la «Operación DeGaulle» versus «Solución Armada»embarrancó. Y fracasó.

Aquel fracaso se dio al despreciar elfactor humano, que en el 23-F seríadeterminante. Primero, porque el generalArmada no supo imponer su autoridadante Tejero, a quien debió poner firmessin más explicaciones. Se equivocó deraíz. No era con Tejero con quien teníaque negociar su propuesta, sino en todocaso en el hemiciclo con los diputados,

cuya inmensa mayoría ya la habíaaceptado unos meses atrás. Y segundo,por la terquedad y la cerrazón de Tejero,pues si bien es cierto que a él no lellegaron a explicar cuál sería el fin últimode la operación, no lo es menos quetambién se había prestado voluntariamentea la misma, acatando la jefatura y lasórdenes del general Armada —aunquefuera a regañadientes— y del generalMilans del Bosch, de forma plena y total.

A ambos desobedeció y contra los dosse rebeló. Improvisando sobre la marchala exigencia absurda de que se formara ungobierno militar, para lo que el tenientecoronel estaba absolutamente solo.Además, aquella operación institucional

no se había montado para eso. Y si el 23-F no hubiera sido una operaciónpalaciega, si de verdad hubiera sido unaacción militar con grupos juramentados, eldestino cierto de Tejero habría sido el deencontrarse ante un pelotón de ejecución.Porque la milicia es la milicia. Y tiene sucódigo, siendo la disciplina una de lasnormas más estrictas.

Armada se mostró dubitativo ypusilánime a la hora de dar lascorrespondientes órdenes a Tejero. De ahíque no resultara extraño que al salir delCongreso con las manos vacías y sinlograr su objetivo de acceder al hemiciclopara hablar con los diputados, el rey, queya estaba soportando una fuerte presión y

no menos angustia, se indignara y seenfadara fuertemente con el hombre en elque había depositado su confianza pararesolver con éxito la crisis: «el rey seenfadó cuando volví del Congreso», hallegado a reconocer Armada. Luego dehablar éste con Sabino y con el rey, ycantar su fracaso, don Juan Carlos dioinmediatamente vía libre a Sabino paraque Televisión Española emitiera elmensaje real (sobre cuyo contenido,dimensión y alcance cierto me extenderéen el capítulo XI), y seguidamente,procediera a abortar la operación. Pero,¿cuál fue el momento decisivo del reyJuan Carlos durante aquellas 17 tensashoras? ¿Fue el mensaje o fue otro

momento? Eso es algo que en las páginasque siguen intentaré mostrar el que segúnmi juicio fue el instante decisivo. Y yaadelanto que no fue el mensaje de lacorona a la nación difundido por latelevisión. ¿Cuál fue entonces?

A lo largo de estas páginas tendremostiempo también de analizar si fue el reyJuan Carlos quien dio el contragolpe o,por el contrario, fue Tejero quienindirectamente abortó la operación alimpedir o frustrar la entrada de Armadaen el hemiciclo. Al rebelarse Tejerocontra sus jefes, pretendiendo que seformara un gobierno militar, no eraconsciente de que con ello estabahaciendo fracasar la operación. Los

instigadores del CESID que montaron el23-F estaban tan seguros del éxito de suplan que no previeron una salidaalternativa, y mucho menos la imprevistapetición de Tejero. No la había. Y comoel 23 de febrero se montó para lo que semontó, no para que Tejero pretendierasuperponer sobre la marcha su propiogolpe de Estado, no quedó otra salida quedesmontarlo, cortocircuitando a Tejero ydejándolo aislado, dando el rey —quehasta ese momento había estado «a verlasvenir», según Armada— las órdenesexpresas, firmes y tajantes a sus capitanesgenerales de acatar la legalidad vigente yel orden constitucional. Y sobre esto «yano me puedo volver atrás».

Pero, ¿qué hubiera pasado de haberconseguido Armada su objetivo de entraren el hemiciclo para hacer su propuestade ser designado jefe de un gobierno deconcentración? Casi con toda seguridad,hubiera sido votado por la inmensamayoría de la Cámara. Estaba previsto,además, que a su llegada varios jefes defilas lo avalaran: Fraga, Sánchez Terán,Herrero de Miñón, Enrique Múgica,Peces Barba y, entreotros, el ministro deComercio, José Luis Álvarez, que, alparecer, era quien había sido designadopara levantarse y hacer un breve discurso.En él hubiera puesto el acento en que laclase política debía asumir suresponsabilidad por haber permitido que

las cosas hubieran ido demasiado lejoscon Suárez, que había llevado al sistema auna crisis institucional gravísima.

Cuando Armada contestó con firmezaa su amigo Sabino «¡te equivocas, lossocialistas me votan!», al plantearle aquélsus dudas sobre la viabilidad de supropuesta a los diputados, el secretariodel rey se cuestionaba que aunque dichapropuesta saliera adelante, posteriormentese podría decir que había sido arrancadapor la presión y la fuerza de las armas. Loque deslegitimaría democráticamente talgobierno, lo haría muy inestable y débil y,probablemente, de muy corta duración.Pero Armada no le había argumentado aSabino que de haber tenido éxito y haber

salido investido presidente de gobierno,aquella votación jamás se habríavinculado con la acción ilegal de Tejero.Por el contrario, se hubiera presentadoante la opinión pública como una réplicaa la misma; una solución plausible dereconducción aceptada libre ymayoritariamente por la clase política,que la habría aplaudido y de la que sehabría felicitado por seguir manteniendoel sistema democrático abierto, al evitarel riesgo de involución del golpe deTejero. Aquél fue el matiz inteligente queintrodujeron quienes desde el CESIDdiseñaron la operación. Y en el que nuncaantes se había reparado.

El 23-F se articuló en dos fases, en

compartimentos estancos diferentes,aunque con un nexo de vinculación entreambas que hubiera permanecido ensecreto. Invisible. Los diputados jamáshabrían asumido que habían votado unpresidente y un gobierno arrancado a lafuerza, sino como una reacción legal ydemocrática a la ilegalidad de Tejero. Nisiquiera Milans del Bosch habríaaparecido vinculado conla acción deTejero, ni la Acorazada. ÚnicamenteTejero, que había arrastrado a unosoficiales y a unos guardias civiles a unaacción desesperada, pero llevados por sucelo y patriotismo ante el desgobierno deSuárez. Incluso, con el tiempo, hasta laacción de Tejero se habría maquillado

mediante una campaña de imagenmediática de disculpa, que explicaría suloca acción llevado por su exaltadopatriotismo y por las criminales accionesterroristas de ETA. Esa campaña deimagen habría sido remachada con lapetición del indulto gubernamental. Que elgobierno, naturalmente, habría concedido.Y la opinión pública habría apoyado.Porque para eso están concebidas lascampañas de propaganda impulsadasdesde el poder.

Y si para la historia oficial opolíticamente correcta, el rey Juan Carlosha quedado como el artífice y el salvadorde la democracia tras el fracaso del 23-F,de haber salido adelante aquella

operación especial, el general Armadahabría sido elevado al mismo nivel delrey o similar, y siempre también como el«salvador de la democracia». Una buenamano cosmética de propaganda se habríaencargado de ello. Porque así hubieraconvenido a todos.

Pero tras el fracaso del 23-F, el reyJuan Carlos hizo que la suerte fuesedispar para sus dos colaboradores másestrechos. Sobre Sabino recaería lagrandeza, y sobre Armada, el repudio y lacondena. «A ti, Alfonso, te han condenadolas instituciones», le llegó a decirLeopoldo Calvo Sotelo a un atribuladoArmada que treinta años después deaquella asonada no ha roto su vínculo de

lealtad con el rey, aunque en ocasiones sehaya lamentado de ser «como un perropara el rey. Es el que más patadas me estádando», o haya llegado a sentir que «a míme ha condenado el rey». Y lo curiosoentre Sabino y Armada es que ambosactuaron con la misma intención el 23 defebrero de 1981: proteger al rey y a lacorona.

II.LA MAÑANA DEL 23-

F EN SUSDIFERENTESESCENARIOS

El lunes 23 de febrero de 1981 amanecióen el palacio de la Zarzuela frío, seco ysoleado, al igual que en el resto deEspaña. Pero aquel día Don Juan Carloslo viviría de una forma muy diferente aldel resto de los españoles. Aquellamañana, los reyes decidieron que el jovenpríncipe Felipe y sus hermanas, las

infantas Elena y Cristina, no fueran a susrespectivos colegios, sin que tuvieran uncuadro repentino de malestar niatravesaran procesos gripales.Simplemente, aquel día sus padres, losreyes, decidieron que se quedaran encasa.

En los otros escenarios donde semovían las personas que iban aprotagonizar la operación especial 23-F,la mañana y las primeras horas de la tardetranscurrirían dentro de la normalidad delas decisiones ya tomadas. AlfonsoArmada, designado dos semanas atrássegundo jefe del ejército por la firmevoluntad y determinación del rey, acudiócon uniforme de media gala a los actos

conmemorativos del vigésimo quintoaniversario de la Brigada Paracaidista(BRIPAC) en Alcalá de Henares. Allíhabló, entre otros, con el jefe del EstadoMayor de la Primera Región Militar(Madrid), general Sáenz de Tejada, quienle dio cuenta de la conversación que unosquince días atrás había mantenido conMilans del Bosch en su domiciliomadrileño de La Moraleja. Milans erapartidario de que el rey Juan Carlostomara las riendas de la situación con loslíderes políticos del arco parlamentario yenderezara el caos gubernamental einstitucional. Armada le respondió que«no es exactamente eso, no es exactamenteeso».

Después, en un pequeño corro convarios generales, Armada les manifestaríaque «me preocupa lo que Jaime puedahacer esta tarde en Valencia». Y antes dedespedirse, le pidió al general SáezLarumbe, destinado en el Cuartel Generaldel Ejército, que «esta tarde estés a lasseis en mi despacho, porque es muyposible que yo me tenga que ir a laZarzuela y te necesite». No se sabe sicomo consecuencia de la conversaciónArmada-De Tejada o de otra instrucción,lo cierto es que esa tarde se dio la ordende que no se tocara a las cinco el paseode la tropa, tal y como estaba estipuladosegún la orden de plaza de la CapitaníaGeneral. Es decir, que todas las unidades

de la Primera Región Militar, DivisiónAcorazada, Brigada Paracaidista y Grupode Operaciones Especiales, mantuvieronacuartelados a los soldados horas antes deque Tejero asaltara el Congreso de losDiputados.

En el seno del servicio de inteligencia(CESID), y concretamente en el área ysecciones de los grupos operativosAOME (Agrupación Operativa deMisiones Especiales), dirigidos porCortina, se habían transmitido ya lasinstrucciones de apoyar y cubrir laentrada de Tejero en el Parlamento. Elcapitán Francisco García Almenta,segundo de Cortina en la AOME, teníatodo dispuesto para que los miembros del

Servicio Especial de Agentes (SEA),sargento Miguel Sales Maroto, y loscabos Rafael Monge Segura y José MoyaGómez, todos de la Guardia Civil,abrieran el paso hasta el Congreso a lafuerza de Tejero. Estos agentes veníanoperando desde octubre de 1980 en unabase especial, en la calle Felipe IVesquina con Ruiz de Alarcón, a unos 300metros del Congreso.

Otro oficial del CESID, el capitánTostón de la Calle, también a las órdenesde Cortina, se había encargado de facilitara estos miembros del SEA vehículos conmatrículas dobladas y emisoras de enlacepara la misión de coordinar la llegada alCongreso de la fuerza asaltante. Todo

ello, dentro de la primera fase de laoperación del 23-F, activada comoSupuesto Anticonstitucional Máximo(SAM). Gómez Iglesias, jefe de una de lassecciones operativas del CESID, ytambién a las órdenes directas de Cortina,ya había superado el «oportuno y súbito»ataque de cólico nefrítico con el que habíaamanecido, para no ir al curso de tráfico,y estaba en plena forma desde primerashoras de la tarde en el Parque deAutomovilismo y en la Agrupación deTráfico.

Con su entusiasmo, ayudaría a Tejeroa despejar cualquier duda o vacilación deúltima hora entre los oficiales de laGuardia Civil comprometidos con el

teniente coronel, y a llenar los autobusesde guardias que se dirigirían a tomar elCongreso. Iglesias se mantendríahiperactivo durante toda la jornada y lanoche del 23 al 24 de febrero. Con lasúltimas instrucciones dadas, Cortinaacortó su jornada matinal y se llevó acomer a todos los instructores de laescuela del CESID al club Somontes, enla carretera de El Pardo, justo enfrente dela entrada principal del palacio de laZarzuela.

Tejero también tuvo una mañana muydinámica, confirmando las fuerzas yunidades de las que iba a disponer para elasalto. A las diez, se pasó por lasdependencias del Servicio de Información

de la Agrupación de Tráfico, parareunirse con los responsables de lamisma.Éstos querían estar seguros de quela operación de asalto estaba al mando delos generales Armada y Milans. Tejero selo ratificaría, asegurando que ambos jefesmilitares le habían garantizado quecontaba con el respaldo real. El jefe de laagrupación le prometió entonces laparticipación de las tropas del subsectorde tráfico que mandaba el capitán JoséLuis Abad Gutiérrez. En la Dirección dela Guardia Civil, Tejero pudo observarque había una gran efervescencia y unambiente enfervorecido. Gran número dejefes y mandos parecían estar al tanto delasalto al Congreso. El único, o uno de los

pocos, que parecía no saber nada eraprecisamente el general Aramburu Topete,director del cuerpo.

Tejero ya había revisado con GómezIglesias los últimos detalles decoordinación para que la fuerza alcanzaseel Congreso al mismo tiempo. Iglesiastambién había hablado con el capitánMuñecas, de la Primera ComandanciaMóvil de Valdemoro, para indicarle ellugar donde unos agentes del SEA leestarían esperando con radioteléfonos yun vehículo, para guiarlos hasta elParlamento: la plaza de la Beata MaríaAna de Jesús. Después, Tejero sedesplazó al Parque de Automovilismo dela Guardia Civil para ultimar con el

coronel Manchado el transporte de lafuerza asaltante y las unidades de las quefinalmente dispondría.

Días atrás, a Tejero se le habían«caído» la Academia de Cabos y elGrupo de Acción Rural (GAR), ambossituados en Guadarrama, y queinicialmente se habían comprometido conla operación. Sin embargo, a primera horade la noche, unidades del GAR mandadaspor el comandante Sesma Fernándeztomarían posiciones en el Congresoformando un cordón de seguridad exteriorde apoyo a Tejero. Uno de los oficialesintegrado en el mando de la unidad era elcapitán Gil Sánchez Valiente, que pasaríaa la historia del 23-F como «el hombre

del maletín». El del Grupo de AcciónRural sería uno de los detallespintorescos del 23-F. Durante muchotiempo se intentaría explicar que elcordón de seguridad exterior queformaron las unidades del GAR era enposición de cerco a los asaltantes delCongreso. Y sin embargo, aquellosguardias civiles pertrechados y bienarmados, se desplegaron tomandoposiciones mirando hacia el exterior y nohacia el Parlamento; es decir que era unafuerza de apoyo a Tejero, y no de cerco.Sesma, su jefe, le enviaría un mensajebien claro a Tejero: «yo estoy aquí paraprotegerte y apoyarte». Y todo ellodesarrollándose a la vista y a escasos

metros del mando provisional queAramburu había montado en el despachodel director del Hotel Palace.

Pasadas las cuatro de la tarde,responsables del grupo operativo delservicio secreto de la Guardia Civil(GOSSI), con unos veinte guardiasvestidos de civil del Grupo deOperaciones Especiales, llegaron a laCarrera de San Jerónimo desplegándosepor los alrededores del Congreso y susinmediaciones. Los oficiales, trasexaminar el lugar, penetraron con algunosguardias en el interior del Congreso parahablar con los encargados de la seguridadexterior, que ese día de pleno se habíareforzado. Uno de los oficiales de la

Guardia Civil les comunicó que leshabían enviado con unos hombres en unservicio especial para cubrir losalrededores. Los miembros de la policíanacional se mostrarían conformes,conduciéndoles a los accesos de entradasy salidas y a las dependencias deseguridad interior, que estaban a cargo deun comisario y de inspectores del CuerpoSuperior de Policía. Varios de ellosestaban jugando apaciblemente a lascartas.

La misión de estos miembros delGOSSI y del Grupo de OperacionesEspeciales, sería la de peinar, limpiar lazona y eliminar cualquier posibleresistencia para que la fuerza asaltante de

Tejero tuviera vía libre al Congreso.Cuando Tejero ya se estaba acercando,uno de estos agentes, situado en el HotelPalace, conectaría con él a través de unode los radiotransmisores facilitados por elCESID para comunicarle que el acceso alParlamento estaba despejado ycontrolado. Ya José Luis Cortina, en lareunión que había tenido con Tejero en sucasa en la madrugada del 18 al 19 defebrero, le había anunciado que llegaría alas Cortes sin contratiempo alguno.

En la Tercera Región Militar, concabecera en Valencia y bajo la jefaturadel teniente general Jaime Milans delBosh, se había puesto en marcha la alertaroja III de la Operación Diana;

acuartelamiento de las tropas,municionamiento y repostado de losvehículos. Y ello en base a la nota emitidadías pasados por las antenas del CESIDvalenciano, y la enviada esa mismamañana por el servicio de información dela Guardia Civil de la zona y tercio deValencia, sobre posibles «actosterroristas y asaltos a los cuarteles» deelementos de extrema izquierda ymilitantes comunistas.[1]

Milans, que se había sumado a laacción 48 horas antes, tras las dosconversaciones que había mantenido conArmada el sábado 21 y el domingo 22 defebrero, en las que éste le ratificó que laoperación se llevaría a cabo tal y como la

habían planificado con antelación, habíaencargado a su segundo Jefe de EstadoMayor, coronel Diego Ibáñez Inglés, laredacción de un bando decretando elestado de excepción en su región militar.Dicho bando se haría público tan prontocomo Tejero asaltase el Congreso de losDiputados y se produjera el subsiguientevacío de poder, quedando bajo lasórdenes y disposiciones de Su Majestadel rey.

Milans del Bosch intuía que iba aremolque en la toma de decisionesoperativas, que hasta un mes antes creíatener bajo su control y jefatura. Aconsecuencia de las diferentes reuniones yconversaciones mantenidas con Armada

meses atrás en su pabellón de Capitanía,Milans había convocado el domingo 18 deenero una reunión en la viviendamadrileña que su ayudante Pedro MasOliver poseía en la calle de GeneralCabrera 15. El objeto de la reunión eraimpartir las siguientes instrucciones uórdenes: primero, cualquier operaciónque se estuviera iniciando o que sepensara poner en marcha en un futuro,debería quedar supeditada a la«operación Armada», que es la que habíasido aprobada institucionalmente; ysegundo, la «operación Armada» quedabaen suspenso al menos durante treinta díaso hasta el momento de recibir nuevasinstrucciones. Para el desarrollo de la

«operación Armada», Milans habíaquerido verificar personalmente el plande asalto al Congreso que Tejero habíadiseñado, dentro de la primera fase de laoperación. A tal fin, le había pedido algeneral Carlos Alvarado Largo, profesorde táctica durante veinticinco años y quehabía sido jefe de Estado Mayor de laDivisión Acorazada cuando Milans latuvo bajo su mando, que examinara condetenimiento el proyecto de Tejero. Loque hizo a plena satisfacción de todos.

Dos semanas después, domingo 1defebrero, Milans había vuelto a convocaren la casa de su ayudante al mismo grupo(salvo al general Torres Rojas, porque supresencia ya no tenía sentido) para

paralizar indefinidamente la puesta enmarcha de la operación. El hechosignificativo y trascendental, para Milans,era que entre la primera y la segundareunión se había producidoinesperadamente la dimisión delpresidente Suárez y el general AlfonsoArmada iba a ser nombrado de formainminente segundo jefe del Ejército. Conello, entendía que se irían facilitando encadena los cambios gubernamentales ymilitares previstos en la «operaciónArmada», que eran los deseados por elrey, y que contaban con el consenso yapoyo de los líderes de las principalesfuerzas políticas.

Pero al general Milans le habían

pasado inadvertidos, o desconocía, doshechos fundamentales: que agentesoperativos del CESID bajo las órdenes deCortina, habían controlado las dosreuniones, incluso habían hecho fotos delos asistentes a las mismas (generalesIniesta Cano, Torres Rojas, AlvaradoLargo y Dueñas Gavilán; tenientescoroneles Mas Oliver y Tejero Molina, yde forma breve en la primera reunión,García Carrés, además del generalMilans) y tenían la transcripción de loconversado; y que desde la primerasemana de febrero, el CESID se habíahecho con el control, el plan de ejecucióny la puesta en marcha de la Operación DeGaulle, la «operación Armada».

De ahí que, tanto Milans del Boschcomo su ayudante y jefe de Estado Mayor,se quedaran completamente sorprendidoscuando el propio Tejero les informó, aescasas 72 horas del asalto al Congreso,de que había recibido instrucciones deCortina de llevar a cabo dicho asalto ellunes 23 de febrero por la tarde: «aquíhay un comandante que empuja», diríaTejero. Milans no confirmaría esoshechos hasta la conversación que mantuvocon Armada a primera hora de la tarde delsábado 21 de febrero. «Bueno, puesentonces suerte, vista y al toro», le diría aAlfonso Armada al concluir suconversación. Y que remacharía ante elcoronel Ibáñez Inglés y su ayudante Pedro

Mas, con la frase: «Yo no me vuelvoatrás. Yo no dejo a un compañero en laestacada.»

En el juicio de Campamento, y durantevarios años, Armada negósistemáticamente el contenido de esasconversaciones con Milans, e incluso quehubieran existido, al tiempo que, desde ladirección del CESID, empeñada enproteger a Armada, se difundió la especiede que el interlocutor de Milans no fueAlfonso Armada sino alguien que se hizopasar por él, y que simuló su voz enambas conversaciones. La mismaintoxicación se difundiría para negar queArmada fuera en realidad la persona conla que se había entrevistado Tejero a

última hora de la tarde del sábado 21 defebrero en un despacho de la calle PintorJuan Gris 5, que Cortina utilizabahabitualmente para sus encuentros yreuniones más discretas. Pero con el pasodel tiempo, tan firme negativa se iríamatizando, hasta reconocer que sí habíasido él quien habló por teléfono conMilans en las dos ocasiones señaladas,como así me afirmaría personalmente a lolargo de nuestras múltiplesconversaciones, y ratificaría en sutestimonio al historiador José ManuelCuenca Toribio: «Voy a admitir que hablécon Milans el domingo 22». Al igual quedurante nuestras entrevistas me llegaría adecir que «bueno, si me hubiera

entrevistado con Tejero, eso tampocoquerría decir nada». Lo que a CuencaToribio le diría con un eclécticogalleguismo: «yo lo que ahora no voy ahacer es negarlo ni afirmarlo».[2]

Milans del Bosch, que como haquedado apuntado había paralizadoindefinidamente todo el operativo eldomingo 1 de febrero, le había dicho aArmada que él se encargaría de avisar aTorres Rojas, gobernador militar en LaCoruña, para que estuviera en Madrid ellunes 23. Su presencia sería un estímulopara la movilización de la DivisiónAcorazada y, llegado el caso, podríahacerse con el mando de la misma siJuste, su jefe, se volvía demasiado

pusilánime o reticente. Torres Rojas habíamandado la Acorazada hasta su abruptocese a finales de enero de 1980, trashacerse públicos unos rumoresabsolutamente infundados de que estabapreparando un golpe de Estado junto conla Brigada Paracaidista. Durante eltiempo que tuvo bajo su mando a ladivisión, poco más de seis meses, TorresRojas se había ganado el respeto y elaprecio de todos los jefes, oficiales ytropa de la división. Por su firmeza en elmando y su campechanía, le habíandistinguido cariñosamente con elsobrenombre de «el general-soldado».

A fin de activar todos los detalles dela operación, Milans del Bosch llamó a

Valencia a su antiguo subordinado PardoZancada, a quien tenía en gran estima porsu integridad y dotes de mando. Pardo sepuso en camino el domingo 22 por lamañana, comunicando antes el motivo desu viaje a su jefe directo el coronel SanMartín, jefe de Estado Mayor de laAcorazada. En capitanía, Milans puso enconocimiento de Pardo lo que al díasiguiente tendría lugar en Madrid: la tomadel Congreso por fuerzas de la GuardiaCivil al mando de Tejero, y lo queinmediatamente después él haría en suregión militar. Acto seguido, le dijo que,con el objeto de reforzar dichas acciones,la División Acorazada tendría que tomarposiciones en una serie de lugares

estratégicos de la capital, hasta queArmada se presentara en el Parlamentopara presidir un gobierno de coaliciónnacional. Milans, además, quiso quePardo estuviera presente en laconversación telefónica que a primerahora de la tarde iba a mantener conArmada. Pardo escuchó la conversaciónentre ambos generales y lo que Milansrepetía de lo que le estaba diciendoArmada. A su llegada a Madrid, ya demadrugada, Pardo informó a San Martínde lo que Milans le había dicho, y de laconversación que éste había mantenidocon Armada.

Resulta cuando menos sorprendente laatonía y la más que irregular conducta de

Juste cuando, tras regresarprecipitadamente a la división, asistió,como si se tratara de un invitado o de unespectador pasivo, a la exposición que elcomandante Pardo hizo, ante todos losmandos y jefes de la división, de lo queiba a suceder en el Congreso y enValencia en un par de horas. Y muyespecialmente, ante la misión y losobjetivos que debían alcanzarparalelamente diversas unidades de ladivisión en Madrid. Juste era elcomandante en jefe de la DivisiónAcorazada y no sólo no puso impedimentoalguno cuando su Estado Mayor y el restode jefes decidieron sacar las tropas a lacalle (que, como ya hemos señalado,

estaban acuarteladas horas antes delasalto de Tejero al Congreso por la ordende capitanía de que ese día no se tocarapaseo de tropa), sino que dichas misionesse llevaron a cabo bajo sus órdenes.

A Juste nadie le presionó ni supusoamenaza alguna —como después se vería— la presencia de Torres Rojas. Tan sólohizo un tímido intento de descolgar elteléfono para hablar con el capitángeneral de Madrid, Guillermo QuintanaLacaci, su jefe directo en la cadena demando. Intento del que desistió cuandoSan Martín le indicó que eso no seríaconveniente en ese momento, al no estarQuintana al tanto de los acontecimientos.Juste se limitaría a dejar el teléfono,

recostarse en su sillón y mirar a todosdetenidamente para decir: «Bueno, puesadelante».

Con dicha orden, el Estado Mayor dela división se dispuso para poner enmarcha la Operación Diana rectificada,mientras los mandos y jefes salían paraponerse al frente de sus respectivasunidades. Sin embargo, y sería otraanomalía más en el proceder de Juste, síque hablaría con Milans para preguntarlelo que había que hacer, cuando el generalMilans no era su jefe directo. «Yo sé loque tengo que hacer aquí, y lo estoyhaciendo. Tú sabrás lo que debes hacerahí», le diría Milans. Y si es cierto quepasadas las siete de la tarde se puso en

contacto con Zarzuela y habló con elsecretario general de la Casa del Rey,Sabino Fernández Campo, fueexclusivamente con el fin de confirmarque Armada se encontraba en palaciojunto al rey. Y nada más. Todo ellosupuso una serie de anomalías en elproceder de Juste. Como también seríaanómalo el proceder del secretario delrey al telefonear directamente al jefe de laAcorazada, puenteando al menos a dos desus jefes directos en la cadena de mando;el capitán general de Madrid y el jefe delejército. Pero los detalles de laconversación Sabino-Juste con el famoso«ni está ni se le espera», en referencia aArmada y «ah, entonces eso cambia las

cosas», los analizaré más detenidamenteen el siguiente capítulo.

En otros dos escenarios del exterior,sus responsables se mantenían igualmentea la espera del desarrollo de losacontecimientos según lo previsto. En elprimero de ellos, el embajadornorteamericano, Todman, estaba encontacto directo con Zarzuela, conCortina, con el Departamento de Estado yel Pentágono, y con los mandos de lasbases de utilización conjunta en España.Días atrás, Todman había comunicado alsecretario de Estado, general AlexanderHaig, y al Pentágono, la operación que seiba a llevar a cabo en España, recibiendoinstrucciones de apoyarla y de mantenerse

muy atento e informar al momento deldesarrollo de los acontecimientos. Lasdiferentes redes de espionaje einformación norteamericanas que había enEspaña se mantuvieron también muyactivas y alerta los días previos. Cuatrodías antes del 23 de febrero, todo elpersonal de inteligencia, técnico y militarde las bases de utilización conjunta deMorón, Rota, Torrejón y Zaragoza, sepusieron en estado de alerta.

Todman había pedido un avión espíaAwacs, que el 23-F estuvo listo en unabase de Lisboa controlando lascomunicaciones militares ygubernamentales. A primeras horas de lamañana del 23-F, el sistema de control

aéreo norteamericano (Strategic AirCommand), con sede central en la base deTorrejón, anuló el Control de EmisionesRadioeléctricas españolas(CONEMRAD). Buques de la VI Flotaque operaban en el Mediterráneo, sesituaron a pocas millas de la costavalenciana. Y los hijos del personalmilitar destinados en las bases no fueronal colegio el 23 de febrero, al igual queotros muchos de los diplomáticos de lalegación norteamericana de Madrid. Contales antecedentes, no debería resultarnada extraño que la primera declaracióndel general Alexander Haig sobre el golpeque se estaba desarrollando en España,fuese que ése era «un asunto interno de

España».En el segundo de los escenarios

exteriores, el nuncio Innocenti habíainformado de la operación a la Secretaríade Estado Vaticana, recibiendo lainstrucción de mantenerse atento paraapoyarla en cuanto se resolviese. El 23 defebrero, la jerarquía eclesiástica estabareunida en plenario, alerta y expectante,en la casa de ejercicios del Pinar deChamartín, para designar a su nuevopresidente, en sustitución del cardenalVicente Enrique y Tarancón. Uno de lospresentes, cualificadísimo miembro de lacúpula de la Iglesia, comentaría a losdemás que «hoy es un día para estaratentos a la radio, pues es posible que se

produzcan importantes acontecimientos».Ello era una consecuencia lógica de labuena sincronía concretada unos díasatrás con el nuncio monseñor Innocenti ycon varios prelados a quienes se les habíaanunciado la operación.

Tiempo después, un periodistaveterano y de reconocida solvencia, AbelHernández, especializado en asuntos de laIglesia, afirmaría de forma expresiva que«No puede descartarse, según opiniónrecogida en medios eclesiásticos, que enla noche dramática del 23-F, por algunode estos “cauces subterráneos” llegara aRoma alguna petición de apoyo para elgolpe de estado de Milans y Tejero». Losobispos elegirían al día siguiente, 24 de

febrero, nuevo presidente de laConferencia Episcopal al arzobispo deOviedo, Gabino Díaz Merchán, eintentarían corregir su tibia reaccióninicial, emitiendo un comunicado deafirmación democrática mucho máscontundente sobre los sucesos del día

23. Inicialmente, el más que prudentesilencio eclesial se debió a que en elrecinto de la reunión «tan sólo se disponíade un teléfono». Sin duda alguna, tan«magnífica» excusa sería digna de figuraren los mármoles.

Pero más polémico aún que el intentode justificar la reacción de los obispos,fue sin duda alguna la rectificación deldepartamento de Estado norteamericano

con la célebre frase del general AlexanderHaig de que lo que estaba pasando enMadrid era «un asunto interno deEspaña». Por eso no sorprende enabsoluto, aunque debiera, que dentro deesos silencios ocultos de Armada,extraídos a veces con forceps, veinte añosdespués del 23-F dijera que «losamericanos lo sabían, seguro», y que«pudo haber alguna sugerencia a losobispos».

Al día siguiente del 23-F, ladiplomacia norteamericana haría públicauna nota oficial del tenor siguiente:

En la prensa española y norteamericana hanaparecido recientemente comentarios en losque se ha imputado a los Estados Unidos en

general, y en particular al secretario deEstado, Alexander Haig, una actitud tibia deapoyo a la democracia española. Es necesariopuntualizar nuestra posición en esta materia ysus antecedentes. Los Estados Unidos y elsecretario Haig han apoyado fuertemente lademocracia española durante los últimoscinco años de todas las formas posibles, ycontinuarán haciéndolo. Quien ponga en dudael apoyo de los Estados Unidos a lademocracia española está mal informado. Enningún momento ha decaído este apoyo.Durante la noche en que se produjo el golpede Estado, del 23 al 24 de febrero, nuncatuvimos la menor duda de que la democraciaprevalecería en España. Cualquier afirmaciónde que el Gobierno de los Estados Unidoshaya esperado el desenlace del golpe deEstado para mostrar su apoyo a la democraciaespañola constituye una tergiversación gravey maliciosa.

Efectivamente, dicho comunicadooficial tenía un calado profundo ycentraba plenamente el asunto. Eraindudable que Washington había estadosiempre y en todo momento dispuesto adefender y apoyar a la democraciaespañola y su desarrollo, hasta el gradode ser tajante y firme al afirmar que«nunca tuvimos la menor duda de que lademocracia prevalecería en España». Eldepartamento de Estado sabía bien de quéhablaba. También respecto del 23-F.Aquella operación se puso en marcha paraque, precisamente, la «democraciaprevaleciera en España».

Tal y como estaba dispuesto tras la

entrada de Tejero en el Congreso, en elpalacio de Santo Domingo, sede de laCapitanía General de Valencia, Milansdel Bosch decretó el estado de excepciónen su región una vez superado elsobresalto de los disparos que fueronrecibidos con la expresión: «¿Qué eseso?, esto no es lo que estaba previsto».Milans publicó su bando ante losacontecimientos que se estabansucediendo en la capital de España y elconsiguiente vacío de poder. Hasta que serecibiesen instrucciones del rey, quedabanprohibidas las huelgas, las actividadespúblicas y privadas de todos los partidospolíticos, se establecía el toque de quedaentre las nueve de la noche y las siete de

la mañana, los cuerpos de seguridad delEstado pasaban a estar bajo la autoridadmilitar, y el capitán general asumía elpoder judicial, administrativo,autonómico, provincial y municipal.Todas las emisoras de radio deberían darlectura al citado bando cada media hora.

Después, telefoneó a su despacho aArmada, quien, para sorpresa de Milansse encontraba en el del JEME Gabeiras.Milans llegó a pensar por un instante queacaso Armada había puesto al jefe delejército en antecedentes. Lo que de hechopudo ser algo más que factible. Y pese aque no se trataba ni se hablaba con él (yael rey, en la larga conversación que habíatenido con Armada el 13 de febrero en

Zarzuela, y que analizaremos másadelante, le había pedido que, como lamayor parte de los mandos militaresestaba muy molesta con Gabeiras, «túhaces un poco de puente y suavizas lasrelaciones»), marcó a través dela red demando el teléfono directo del JEME. Éstelo saludó cordialmente y le preguntósobre las medidas que estaba tomando ensu región, a lo que Milans le respondióque hasta que se aclarase lo que estabapasando en Madrid y para evitardesórdenes y alteraciones del ordenpúblico, había dictado un bando y tomadouna serie de medidas preventivas ytácticas. Gabeiras no sólo no le puso pegaalguna sino que «le pareció perfecto».

Después, Milans preguntaría por Armada,pero no hablaría con él, despidiéndosedel JEME con un abrazo.

Los disparos en el Congreso causaronuna total sorpresa en otros muchos lugaresque seguían por la radio la votación. Eldesconocimiento y la incertidumbrecreada al no saber hacia donde habían idodirigidos, creó un clima de desasosiego yconmoción momentáneos, hasta que losprimeros observadores que seencontraban en el Parlamento y los quellegaron con toda urgencia informaron deque los tiros habían sido intimidatorios yno había heridos. Ya hemos señalado queMilans comentó con inquietud a su EstadoMayor que «eso no es lo que estaba

previsto»; Armada recogió el sobresaltoque le había causado a Gabeiras y a otrosgenerales —e incluso a él mismo— delCuartel General del Ejército; en la sedecentral del CESID, su director interino,Narciso Carreras, dio un respingoagarrándose fuertemente a los brazos delsillón en un largo ¡queeeeeé! de asombro,en el instante que el capitán Juan AlbertoPerote le comunicó el asalto. A diferenciade la impasible reacción mostrada por elsecretario general Javier Calderón, quefríamente se limitó a ordenar el bloqueode la centralita y la localización urgentede Cortina.

Por su parte, García Almentademostraría tener un buen conocimiento

del hecho al asegurar entre su gente que«se trata de un golpe de Estado y en brevecomenzará a moverse la Brunete». Paraverificar la salida de las unidades de laAcorazada, según las órdenes cursadas,enviaría a los capitanes Carlos GuerreroCarranza y Emilio Jambrina a observar,respectivamente, las entradas a Madridpor las nacionales V y VI. Y como yahabía previsto con antelación que la tardey la noche serían activas y largas en lasede principal de los grupos operativosdel CESID, ordenó que se sacaran lasbandejas de jugosas viandas y bebidasque habían sido encargadas por lamañana. Medidas que, como puedededucirse, nada tendrían que ver con una

inmediata reacción de contragolpe desdeel CESID, como con absoluta ligerezaalguien ha escrito por ahí. Por elcontrario, en la sede de la AOME sepreparaban para brindar por el éxito de laoperación.

También el impacto del asalto y lostiros en el Congreso sembrarían laconfusión inicial en Zarzuela. Elcomandante Pastor, encargado de laseguridad, y el teniente coronel AgustínMuñoz Grandes y el comandante JoséSintes, ayudantes del rey, sentirían unagrave zozobra —«¡eso no es lo que estabaprevisto!»—, que se despejaría tras lallamada a palacio de un miembro de laGuardia Real que había sido enviado al

Congreso a observar los acontecimientosde la jornada. Los disparos habían sido deintimidación y no había nadie herido. Elrey, enfundado en un chándal blanco,estaba siguiendo por radio la votacióndesde su despacho y listo para jugar unpartido de squash con su amigo IgnacioCaro Aznar, «Nachi». La noche seríalarga y había que estar preparado paraquemar adrenalina.

III.EL 23-F EL REY

QUISO QUEARMADA FUERA A

ZARZUELA

Los tiros en el Congreso también fueronuna total sorpresa para el rey. «Eso no eslo que estaba previsto», fue la frase quese pronunció desde el entorno deldespacho de ayudantes de don JuanCarlos, y que me confirmaría en diferentesocasiones Sabino, su secretario. En esemomento, la familia real estaba al

completo en Zarzuela; el rey, la reina ysus hijos. El príncipe Felipe, y lasinfantas Elena y Cristina, se habíanpasado casi todo el día jugando enpalacio al tomar la precaución sus padres,los reyes, de que ese día no fueran alcolegio. Con ellos estaban las infantasPilar y Margarita, hermanas del rey, y eldoctor Carlos Zurita, esposo de la infantaMargarita. Además el marqués deMondéjar, jefe de la Casa del Rey; elgeneral Joaquín de Valenzuela, jefe delCuarto Militar del Rey; Joel Casino,interventor; Vicente Gómez López,coronel secretario; Fernando Gutiérrez,jefe de prensa; los tenientes coronelesMontesinos, Manuel Blanco Valencia y

Agustín Muñoz Grandes; los comandantesPastor y Sintes, el capellán de la Casa,padre Federico Suárez, y el yamencionado Sabino. Después, y a medidaque fue avanzando la tarde y la noche y eldesarrollo de los acontecimientos, iríanllegando otras personalidades y amigosdel círculo más íntimo y privado de losreyes; como el embajador personal yadministrador de las finanzas de don JuanCarlos, Manolo Prado.

La inmediata conversación con elmiembro de la guardia real que desdeZarzuela se había enviado al Congreso,serenó la incertidumbre abierta, pero dejócierto poso de intranquilidad. En palacio,hubo cierto sobresalto inicial por la forma

en que Tejero había ocupado elParlamento y se había hecho con sucontrol. El mismo miembro de la guardiadel rey que acababa de aclarar las cosas,facilitó a Sabino el número de teléfonocon el que se podía poner en contactodirecto con Tejero. Y aquí tenemos otrade las particularidades que abundarían enel reforzamiento de la idea de que el 23-Ffue una operación muy especial. Sabinollamó personalmente a Tejero parareprocharle que hubiese entradoinvocando el nombre del rey. Tejero lecolgó el teléfono. El teniente coronelhabía asaltado el Congreso «en nombredel rey y del capitán general Milans delBosch». Y estaba a las órdenes de los

generales Milans y Armada y noobedecería más órdenes que las que ellosle dieran.

El rey quiso valorar entonces elalcance de la situación. Y todos sepusieron a trabajar en ello. Al instante,don Juan Carlos planteó la necesidad dellamar a Armada a Zarzuela para queinformase de cómo estaban las cosas.Montesinos le dijo que en su opinión«debía recibir cuanto antes al generalArmada para que nos informe de cuál esla situación». Y el rey preguntó aMondéjar, a los ayudantes y al personalmás relevante de la casa si Armada debíair. Todos se mostraron partidarios de quefuese; Mondéjar, Montesinos, el padre

Suárez, Muñoz Grandes, Sintes, Pastor,Vicente Gómez, las hermanas del rey, sucuñado…

El único que se opuso fue Sabino,pese a que sabía perfectamente a qué teníaque ir a Zarzuela el segundo jefe deEstado Mayor del Ejército. Pero creyóque lo mejor era que su amigo operasedesde su despacho en el Cuartel Generaldel Ejército. Los tiros en el Congresohabían creado cierto desagrado. Además,Sabino se resistía por una cuestión deespacios y competencias. No tenía lamenor duda de que si Armada iba aZarzuela se haría con el control y élquedaría en un segundo plano o anulado.Le molestaba sobre todo la idea de que

fuera a interferir en su labor y en su papel.Sabino expuso al rey que seríaconveniente conocer «cómo está laDivisión Acorazada»; es decir, saber si elarma más potente del ejército español seestaba movilizando. Don Juan Carlos ledijo que fuera a informarse, mientras élsolicitaba delante de los presentes que lepusieran con Armada para pedirle quefuera a Zarzuela.

En la conversación entre Sabino yJuste se pronunciaría la conocidarespuesta: «Armada aquí no está, ni loestamos esperando. Aquí no tiene quevenir para nada», reducida para lahistoria a un lacónico «ni está ni se leespera». Además, el jefe de la Acorazada

informó a Sabino que la división estabaen alerta Diana y que varios regimientosya habían salido a ocupar o reforzar unaserie de objetivos. Juste le comentó quehabía cursado esas órdenes tras laexposición que había hecho PardoZancada ante los mandos de la divisiónunas horas antes. Y luego de que TorresRojas y San Martín ratificaran que laoperación estaba dirigida por Milans yArmada, que actuaban con elconocimiento y el respaldo del rey. Esdecir, que sobre las siete de la tarde, elsecretario de la Casa del Rey recibió unainformación directa del jefe de laDivisión Acorazada, general José JusteFernández, de que la acción

desencadenada se estaba llevando a cabobajo la plena y total creencia de quecontaba con el respaldo real. Y que lafigura de Armada aparecía vinculada conla del rey. Y que en ese momento Armadaya debería estar junto al monarca enZarzuela.

Esa importante conversación Sabino-Juste tuvo lugar sobre las siete de la tarde,como acabo de referir, y así quedóregistrada. No sobre las diez ni sobre lasonce de la noche, cuando Armada fueautorizado por Zarzuela —además de porel resto de la cúpula del Ejército— adesplazarse al Congreso para ofrecerse depresidente de Gobierno. Ni, por supuesto,posteriormente. Precisamente a esa hora.

Lo que tiene un valor significativo a fin deentender y encajar el tipo de operaciónque se estaba llevando a cabo, y elrespaldo con que contaba. Por otro lado,la expresión de Juste «¡ah, entonces esocambia las cosas!», al escuchar queArmada no estaba junto al rey enZarzuela, tampoco modificaríasustancialmente el plan previsto. Tan sólose dio orden de que las unidades que yahabían salido regresaran y quedaranacuarteladas. Lo que disciplinadamentetodas cumplieron, aunque a muchos de susjefes no les gustara. Y quien tramitó yfirmó la orden de acuartelamiento de lastropas, según la operación Delta, fueArmada como segundo jefe de Estado

Mayor. También sería él —además deMondéjar— quien solicitaría a losefectivos del regimiento Villaviciosa 14,que estaban ocupando las instalacionescentrales de la radio y la televisión, queregresaran a su cuartel para que pudierasalir hacia Zarzuela el equipo técnico quegrabaría el mensaje del rey.

Cuando Sabino entró en el despachodel monarca, después de subirprecipitadamente las escaleras que leseparaban del suyo, don Juan Carlosestaba hablando por teléfono con Armada.Le había llamado al despacho del JEMEGabeiras, al no encontrarle en el suyo, yle acababa de decir que fuera a Zarzuela.Armada había contestado: «Señor, recojo

unos papeles de mi despacho y salgoinmediatamente para allá». Antes, le habíaexpuesto que debía ir a palacio paraexplicarle cómo estaba la situación ytomar juntos las decisiones oportunas.Que si no se actuaba rápidamente secorría el riesgo de que se produjese unadivisión en las fuerzas armadas, lo quesería gravísimo y había que evitar porencima de todo. Eso es lo que Armada ledijo al rey, pero lo cierto es que eseriesgo jamás existió. Nunca hubo ni lamás pequeña posibilidad de que sequebrara la unidad de las fuerzasarmadas. Estaban sólida y férreamenteunidas. Pero era conveniente y útilmanifestar aquella visión deliberadamente

exagerada para el fin propuesto. Ytambién un lenguaje convenido. Eso losabía bien Armada, y lo sabía mejor elrey, quien asentía a lo que Armada ledecía al tiempo que Sabino le hacíaostensibles gestos negativos con el dedoíndice de la mano derecha.

Fue entonces cuando el secretario seacercó y en voz baja le comentó al rey quelo mejor era que Armada no fuera aZarzuela. El rey interrumpió suconversación; «Alfonso, espera un pocoque te paso a Sabino», y le dio el teléfonoa su secretario. Armada tenía a su lado aGabeiras y a otros generales del EstadoMayor. La conversación con Sabino lamantuvo en un tono algo exaltado y

nervioso. Le repitió lo que un momentoantes le había comentado ya al rey. Elmomento era grave, pues había variascapitanías generales a punto desublevarse, y un riesgo muy grave de queel Ejército se dividiera, por lo que erapreciso que fuera a Zarzuela para explicarlo que estaba pasando, analizar el alcancede tan delicada situación y tomar lasdecisiones adecuadas. Sabino lerespondió que no hacía falta que fuera porel momento, que lo mejor sería que sequedara en el Estado Mayor ayudando aGabeiras, y que informara de lo que fueraocurriendo desde su despacho del cuartelgeneral. Y ahí quedó todo. Armada noinsistió. Y se zanjó la cuestión.

Momentáneamente.El secretario del rey no reprochó a su

amigo Alfonso que estuviera de hoz y cozmetido en la operación, que fuera partedel eje de la misma, ni denunció que fuerael tapado, el que tendría que encargarseen unas horas de resolver dentro del ordenconstitucional el revolcón ilegal deTejero en el Congreso. Tampoco eranecesario. Armada ya se había hecho muyvisible en determinados círculosinstitucionales, políticos y militares. Lascartas estaban quizá demasiado marcadas.Lo que hizo Sabino al decirle a Armadaque lo mejor en ese momento era que sequedara en el Cuartel General del Ejércitofue cubrir las espaldas del rey. Nada más.

Y nada menos. Y por su propio celopersonal y más íntimo, no deseaba que suantecesor en la secretaría lo anulara omarginara durante aquellas horas. PeroSabino no le prohibió que fuera aZarzuela. Ni mucho menos el rey.

Aquello fue algo que me negaríasiempre el general Alfonso Armadadurante nuestras numerosasconversaciones, mantenidas a lo largo devarios años: «A mí el rey me dijo:“Ayuda a Gabeiras, que lo necesitará”, yeso es lo que hice. A mí Sabino no me dioninguna orden. Nadie me impidió quefuera a la Zarzuela. Si hubiera queridohubiera estado allí. Yo iba a la Zarzuelasin necesidad de pedir permiso.»[3] Y no

le falta razón a Armada. Sabino le dijoque lo mejor era que se quedase en elcuartel general, pero no le dio ordenalguna, porque, entre otras cosas, él no sela podía dar. Ni el rey tampoco lo hizo, ninadie le dio un no rotundo para quedesistiera, ni se cursó instrucción algunaen el control de seguridad al respecto.Sencillamente, Armada se ofreció a ir a lapetición del rey de que estuviera junto a élen Zarzuela. Era lo convenido. Y Sabino,quizá por pura intuición, extendió unmanto de protección sobre el rey porqueentre quienes estaban activando el golpese había hecho demasiado pública lavinculación rey-Armada. Y éste decidióno ir. Y esperar a ser reclamado. Como

así sucedería unas horas después. «Antes,durante y después del 23-F estuve a lasórdenes del rey», se ha cansado de repetirArmada durante todos estos años.

En algún libro con ciertaspretensiones de relato histórico, o deensayo novelado o de novela ensayada, seha afirmado que el rey dio el contragolpea los quince minutos del asalto alCongreso. ¿Dónde estuvo el contragolpede Zarzuela? De ser cierta tal afirmación,habría entonces que justificar más querazonablemente, esto es, con hechos, nocon simples palabras, por qué el rey loprimero que hizo fue llamar a Armada, ypor qué Sabino, además de pedirle aTejero que no utilizara el nombre del rey,

llamó personalmente al jefe de laAcorzada, saltándose toda la cadena demando. Y por qué, una vez sabido que lafigura de Armada era la principal en laoperación, no se le puso en arrestoinmediato. Al contrario, el hechorelevante es que a esas horas de la tardeno se tomaron medidas contra Armada.Nadie lo cuestionó. Ni lo apartaron. Ni sepuso en guardia a Gabeiras ni al resto degenerales de la cúpula militar, de laJUJEM, de las capitanías generales. ¿Peropor qué se iba a tomar alguna medidacontra el general Armada si precisamenteél era el eje de todo, si la operación sehabía puesto en marcha para conducirlo ala presidencia de un gobierno de

concentración? Y para Zarzuela era claroque Armada estaba en el eje de laoperación que se había iniciado con elasalto de Tejero al Congreso.

Sin embargo, es cierto que el hecho deque Armada no estuviese en Zarzueladificultó que la operación se desarrollasetal y como había sido diseñada desde ladirección del CESID. Lo que generaríauna cierta desorientación entre quienes sehabían lanzado prestando su apoyo a lamisma con tan sólo la palabra y el créditopuesto en dos generales muy prestigiososy monárquicos, que afirmaban que esaoperación contaba con el respaldo real.En un intento de paliar ese instante, selanzó desde la Agencia Efe un flash con

las campanitas de urgente con el texto «elgeneral Armada está en la sala de esperadel palacio de la Zarzuela», que seríarectificado a la media hora o tres cuartosdespués, por otro que decía que el generalArmada «ni está ni se le espera» en elpalacio de la Zarzuela. Frase que pasaríaa formar parte de las citas antológicas delgolpe del 23-F. Pero esas dudasmomentáneas tan sólo abrirían un cortoimpasse en el desarrollo de la operacióncon el acuartelamiento de las tropas.Después de que Tejero y Milans delBosch hubieran hecho su parte, todoquedó a la espera de que la decisión delmando supremo activara la resolución dela segunda fase de la operación, lo que se

llevaría a cabo sobre las diez o las oncede la noche. Únicamente eso.

Armada no quiso precipitarse niforzar las cosas en ese momento. Entendióque no debía lanzarse, sino aguardar a quelos demás lo empujasen. Y optó poresperar a que el sesgo de losacontecimientos lo reclamase. No podíaocurrir de otra manera. Ese contratiempono supondría más que un pequeño cambioen el plan inicial. Sin duda que desdeZarzuela, su papel hubiera ido sobreruedas. Con la Acorazada desplegada enMadrid (o quizá no, porque también sepodía haber ordenado su acuartelamiento)y el resto de capitanías sumadas al bandode Milans, se habría desplazado dos horas

después al Congreso con el mandato delrey para hacer su propuesta de gobiernode concentración y resolver la situación.¿Pero acaso no fue eso lo que terminósucediendo? ¿Contragolpe? ¿Quécontragolpe?

El 23-F se diseñó para lo que sediseñó. Prueba de que el proyecto era unproducto de laboratorio del servicio deinteligencia, fue que nadie se movió enotra operación alternativa. Ni existía ni sehabía previsto. En el 23-F no hubounidades del ejército juramentadas paradar un golpe, sino misiones encargadas deforma selectiva y exclusiva a unas pocaspersonas. De haberlas habido, habríantirado por la calle de en medio. Ni mucho

menos hubo la concatenación de tresgolpes diferentes, otra de las especiesintoxicadoras vertidas posteriormentedesde el CESID para crear el magma dela confusión. Ni tampoco, naturalmente,estaba en los planes de las mentespensantes de la dirección del CESID, queTejero, el chivo expiatorio que habíanmetido en el Congreso, fuese quien enúltimo caso obligase a abortar laoperación, al impedir que Armada hicierasu propuesta a los diputados, y al salircon la absurda petición de que se formarauna junta militar.

Se ha dicho de forma repetitiva ycansina que Armada actuó sibilinamenteaprovechándose de su relación de

confianza con el rey para conseguirsatisfacer su ambición y ansia de poder.Que fue el primero que engañó al rey, quelo traicionó, aunque su intención fuerasalvar al rey de sí mismo, interpretandoalgún gesto o alguna expresión real comosi de una orden o de su voluntad setratara. Armada no hizo tal cosa. Nitampoco interpretó a su modo gestoalguno del rey. El único que esa tarde-noche tomó decisiones más allá de susfunciones, e incluso del estrecho marcolegal que la Constitución otorgaba a lacorona fue Sabino, aunque fuera con lapermisividad del rey. Quizá por eso,cuando instantes antes de la audiencia quedon Juan Carlos concedió en Zarzuela a

los líderes políticos, a primera hora de latarde del 24 de febrero, luego de habertomado la decisión de abortar laoperación 23-F, se dirigió a su secretariogeneral con una palmada en la espaldadiciéndole: «¡Y mira que si te hasequivocado!». Porque los reyes nunca seequivocan. Son los demás.

Cambó dejó escrito en sus memoriasal respecto que «los reyes tienen derechoy hasta el deber de faltar a cualquiercompromiso personal siempre que elinterés público lo demande. Lo consignopara que los hombres públicos que sepongan en contacto con el rey no olvidenesta verdad inexorable». Y quizá tambiénpor eso a Sabino le acompañaría durante

mucho tiempo la zozobra y el malpresagio que él mismo narraría enocasiones en forma de sueño. En dichosueño, a Sabino se le presentabanimágenes de unas unidades militares quepenetraban en Zarzuela durante la nochedel 23 de febrero. Al instante, el rey salíaa abrazarlos a todos diciendo: «graciaspor venir a liberarme. Sabino me teníasecuestrado y haciéndome decir cosascontra mi voluntad». Sabino era entoncesdetenido y puesto ante un pelotón deejecución. En el momento de recibir ladescarga, se despertaba angustiado ysudando. Fin del mal sueño.

Pero lo cierto es que durante algunosmomentos de aquella tarde, el rey salió al

jardín a llorar también su angustia: «¡Diosmío, qué fuerzas he desatado!». Y deaquellos dos generales, que buscabanambos servirle con lealtad, uno, el generalAlfonso Armada Comyn, acabó con unacondena de 30 años y repudiado comotraidor, y el otro, Sabino FernándezCampo, nombrado conde de Latores, congrandeza de España. ¿Quién de los dos notuvo en cuenta el dictum de Cambó?Posiblemente ninguno de los dos.

IV.ALFONSO ARMADA,UN HOMBRE LEAL

AL REY

A esa hora de la tarde del 23 de febreroen la que el rey Juan Carlos salió al jardínde Zarzuela a llorar su zozobra, agitadaseguramente por la indecisión y laincertidumbre generada, es muy posibleque en aquel instante afluyeran a supensamiento las conversaciones que habíamantenido en los últimos días con susiempre leal Alfonso Armada. Entre ellas,

la del 17 de febrero y, muy especialmente,la del día 13 de ese mismo mes. Con nopoco esfuerzo, el rey había logradovencer la resistente oposición activa deAdolfo Suárez para traerse a su exsecretario a Madrid, y conseguido que elgobierno lo nombrara segundo jefe deEstado Mayor, bajo las órdenes directasdel JEME Gabeiras.

Las semanas anteriores a su dimisión,Suárez ya era un ángel caído, un apestadopolítico, como él mismo llegaría areconocer, sometido a cerco, acoso yderribo desde todos los frentesinstitucionales abiertos contra él. Elnombramiento oficial de Armada comosegundo JEME, se lo comunicaría

alborozado el propio don Juan Carlosdesde el aeropuerto de Barajas la mañanadel miércoles 3 de febrero, instantes antesde viajar al País Vasco, donde al díasiguiente los filoterroristas de HerriBatasuna le armarían un escandaloso ybochornoso guirigay en la Casa de Juntasde Guernica. El testimonio manuscrito queel general Armada me brindó al respecto,muestra con elocuencia suficiente lainexistencia de recelo alguno con respectoa él, y de que su figura se proyectabacomo la solución inmediata a la gravísimacrisis institucional. Ya era un bendecidode todos los poderes fácticos.

«El Rey me llamó desde Barajas antes devolar a Vitoria. Lo noté contento. Me dijo:

“Oye, Alfonso, ya está todo arreglado. Acabode dejar firmado el decreto con tunombramiento de segundo jefe de EstadoMayor del Ejército. Deja listo ahí todocuanto antes que vienes a Madrid. Yarecibirás instrucciones. Un fuerte abrazo.”Confieso que la idea no me divertía nada.Estaba muy a gusto en Lérida. Y entonces…no suponía que las cosas iban a suceder comodespués ocurrieron. El rey me aclaró queindependientemente de mi nuevo destino yoseguiría informándole directa ypersonalmente. Al poco rato de despedir a SuMajestad me telefoneó Gabeiras y me dijo:“¡por fin!, ¡ya te tenemos de segundo Jeme!”.Luego fue Rodríguez Sahagún. El ministro, unpoco acelerado, me comentó que se iba demadrugada al Congreso de UCD a Palma deMallorca, pero que antes quería verme, quefuera a Madrid con urgencia pues tenía algomuy importante que decirme. Avisé a mimujer y salimos en coche. Cuando Sahagún

me recibió, ya por la noche, escuetamente mecomentó: “He retrasado mi viaje a Mallorcaporque quería personalmente darte la noticia:Te vamos a nombrar segundo Jeme”. Y semarchó. Me quedé un poco estupefacto,porque eso me lo podía haber dicho porteléfono, y no haberme hecho ir a Madrid.Fue una manera tonta de hacerme perder eltiempo. Al día siguiente volví a Lérida parapreparar mi regreso a Madrid.»[4]

Antes de esta serie de comunicacionesoficiales, los rumores de estenombramiento venían extendiéndosedesde al menos cinco meses atrás. Éstesería uno de los temas de conversacióndurante la visita que Armada hizo aMilans a Valencia a mediados denoviembre de 1980. El rey quería tener

cerca de él al ejército. Deseaba unacúpula militar afecta a la corona mandadapor Milans del Bosch y traerse cuantoantes a Armada a Madrid de segundo jefedel ejército. La resistencia y negativa deSuárez a tal propósito era cada vez másdébil, en correspondencia con sucreciente desprestigio y aislamiento. Unosdías después del mensaje de Navidad delrey de 1980, en el que apareció solo y conaspecto grave en televisión para hacerreferencia a los «límites que no se puedentraspasar», que remacharía en su discursode la Pascua Militar de enero de 1981 conla frase: «porque sabemos adónde vamosy de dónde no se puede pasar», el generalArmada fue recibido por Gabeiras en el

palacio de Buenavista, sede del CuartelGeneral del Ejército.

Ya el JEME, un día antes de laspalabras del rey, había dejado fluir ecosde una intervención militar que seadivinaba cercana o inminente, durante sualocución de la Pascua. «El ejército,tengámoslo bien presente, no sueña conimposiciones ni dictaduras, pero estáirrevocablemente dispuesto, para lasalvación de España, a cumplir con sumisión perfectamente definida en laConstitución, que se fundamenta, comobien claro lo dice su artículo segundo, enla indisoluble unidad de la naciónespañola.»[5] En su entrevista conArmada, Gabeiras le dejaría bien claro

que su estancia en Lérida tocaba a su fin.Quería traérselo al Estado Mayor junto aél. Así me lo expresaría Armada duranteuna de nuestras conversaciones:

Un día me llamó Gabeiras y me preguntó:«Oye Alfonso, ¿tú quieres venir a Madrid?Hay una vacante en la Jefatura de Artilleríadel Ejército, otra en la Escuela Superior delEjército. ¿Qué te gustaría? ¿O prefieres en elEstado Mayor de segundo Jeme?» Lecontesté que yo prefería la Jefatura deArtillería porque allí estuvo mi padre y misuegro, además, «para una de las vacantes queme propones —le digo— tiene más méritosque yo el general Víctor Castro Sanmartín».Me cortó al instante y me dijo: «Bueno, túirás donde yo quiera». Le insistí que Castroera mejor para segundo Jeme, que era másantiguo que yo. Pero fue el rey el que decidióque fuera de segundo Jeme. Posteriormente

Suárez lo ha reconocido así.[6]

¿Es ésa acaso la reacción lógica de unjefe del ejército que después del 23-Faseguró que ya sospechaba del generalArmada, al que había puesto bajovigilancia? La deposición del generalGabeiras en el juicio de Campamentosería una de las más bochornosas por lasarta de mentiras y de invenciones quecontenía.

Adolfo Suárez se había opuestodenodadamente a que Armada volviera aestar cerca del rey desde que en el veranode 1977 consiguiera que saliera delservicio de Zarzuela. Sus crecientesdiferencias en el fondo y en la forma

respecto de cómo Adolfo Suárez estaballevando a cabo la reforma política —esdecir, la liquidación del régimenfranquista—, alcanzaría el enfrentamientoabierto ante el rey por el modo en queSuárez había procedido a legalizar elPartido Comunista. Lo que marcaría unpunto de inflexión. La excusa fue queArmada envió cartas con el membrete deZarzuela solicitando el voto para AlianzaPopular en las elecciones de junio del 77.Pero en el fondo, estaba ya servida laincompatibilidad entre Suárez y Armada.De ahí que incluso resultara lógica laexigencia del presidente de que el reydespidiera de la secretaría de Zarzuela aArmada. Muy atrás habían quedado los

tiempos en los que un ambicioso Suárez,ocupado en ese tiempo en trabajarse laimagen del príncipe desde su cargo dedirector general de Televisión Española,tachara entre bromas de «cochino liberal»al entonces coronel Armada, secretariodel príncipe Juan Carlos.

Suárez, en aquel tiempo, se movía enla ortodoxia neofalangista de losprincipios del Movimiento, para irprogresando adecuadamente a reformistadel régimen, enterrador del mismo,cristianodemócrata convencido hasta lasprimeras elecciones democráticas, ydesde junio de 1977, socialdemócrata deverdad de toda la vida dispuesto adisputar a Felipe González el espacio de

la izquierda, porque el de la derecha «lotengo en el bote». Pero siempretransformista de sí mismo en estado puro.La presión de un Suárez legitimado porlas urnas, obligó al monarca adesprenderse del servicio directo de unhombre tal leal como Armada, que habíaestado a su lado como preceptor desde los14 años, pero dejando bien claro que sudeseo era seguir contando con sucolaboración y asesoramiento. Así se locomunicó expresamente NicolásMondéjar, jefe de la Casa del Rey, alvicepresidente Gutiérrez Mellado, en unacarta que le envió en julio de 1977: «… y,además, me podría ayudar en algunaocasión, pues deseo utilizar de forma

esporádica la colaboración del generalArmada, que lleva muchos años en estacasa y conoce particularmente algunosasuntos».

Antes de su salida de Zarzuela,Armada promocionó a Sabino FernándezCampo como sustituto suyo. Amboshabían estado juntos años atrás en lasecretaría de varios ministros delEjército, llegando a conocerseprofundamente y a trabar una profundarelación personal de amistad, que seextendía a sus respectivas familias. Serespetaban mutuamente. Pero lo queverdaderamente interesa señalar en esteestudio es que el general Armada jamásdejó de mantener una estrecha, fluida y

permanente relación con el rey. Don JuanCarlos quiso designarlo senador real, loque no se llevó a cabo al convencerleArmada de que no lo hiciera, muy pocoantes de que publicara la lista. El monarcahabía depositado en él toda su confianza,y le interesaba especialmente como nexode unión en la relaciones de la corona conlas fuerzas armadas. Papel que en todomomento desarrollaría su antiguopreceptor; bien fuese desde la EscuelaSuperior del Ejército, en la que estuvoaño y medio como profesor de táctica,bien el año que estuvo en el CuartelGeneral del Ejército al ser ascendido ageneral de división, con Gabeiras deJEME, bien desde Lérida, tras nombrarlo

Rodríguez Sahagún gobernador militar dela plaza y jefe de la División Urgel aprimeros de enero de 1980.

Durante todo ese tiempo, el monarcasolicitaría a Armada su apoyo ycolaboración para que le informara sobreel ambiente de crispación creciente quehabía en las fuerzas armadas por la malamarcha de las cosas. Pero no sólo leasesoraría sobre cuestiones militares, sinotambién políticas. Así, le enviaría elinforme elaborado con toda seguridad porLaureano López Rodó en 1979, sobre lalocura del desarrollo autonómico delEstado —el alegre «café para todos»promovido por un temerario presidente—,en el que se hacía hincapié en la

inconstitucionalidad de los estatutos deCataluña y el País Vasco, los dosprimeros aprobados. Y el informe que enel otoño de 1980 —también redactado porLópez Rodó— desarrollaba la mecánicaconstitucional para la formación de ungobierno de concentración nacionalpresidido por una personalidad ajena a ladisciplina de los partidos, peroconsensuado por los líderes políticos.

Por encargo del monarca, Armada fuelos ojos y los oídos del rey en el seno dela familia militar y, también, en otrosmuchos ámbitos políticos einstitucionales. Todo ello se plasmaríadesde el verano de 1977 hasta el 23 defebrero de 1981 en múltiples

conversaciones, audiencias y entrevistasen Zarzuela y en la residencia de La Pleta,el refugio invernal de los monarcasdurante sus estancias invernales en laestación del pirineo leridano de Baqueira.Por eso no puede resultar extraño que,ante un panorama de progresiva alarmamilitar (inventado o no, exagerado o no,fabricado o no, cuestión queexaminaremos más adelante), el reysolicitara a Armada que le informara detodo lo que se podía mover; que hablaracon Milans del Bosch, el otro gran militarmonárquico e igualmente leal a la corona,y que estudiaran juntos cómo atajar lascosas, para que en el caso de queprodujese un movimiento militar de gran

envergadura, el rey se encargara dereconducirlo. Misiones que Armadaacometería disciplinadamente, bajo lasórdenes del monarca. Y sin ambicionespersonales de su parte, comoabsurdamente se ha venido jaleando.

El 13 de febrero de 1981, el reyrecibió a primera hora de la mañana aArmada en Zarzuela. Fue un despacholargo y principal con su flamante segundojefe de Estado Mayor. El monarca teníaespecial interés en hablar con él sobre lasituación militar y política, y sobre loshechos que se desencadenarían unospocos días después. Ignoro si pudo seruna continuación de la que habíanmantenido el 6 de febrero en Baqueira,

interrumpida tras el súbito fallecimientode la reina Federica, madre de doñaSofía, y que no pudo reanudarse hastadespués de los oficios religiosos y delenterramiento de la reina en Grecia. Lacita se la dio personalmente el rey elmiércoles 11, durante el funeral ortodoxopor la reina Federica. Sabino pusoinicialmente algún reparo porque laagenda de ese día estaba completa y donJuan Carlos tuvo que resolver: «Mete aAlfonso el primero y corre la audienciade mi primo Alfonso».

En aquella audiencia, el generalArmada informó al monarca que se estabaultimando la puesta en marcha de laoperación especial. El golpe de Estado

sui generis de rectificación política. Perono le dio la fecha del asalto al Congreso,«porque en esos momentos todavía no lasé». Le dijo al rey que habría un golpe demano que sería apoyado por unacapitanía, a la que después se iríansumando otras más. El rey le escuchó contoda atención, pidiéndole que le siguieramanteniendo informado de cuanto fueraconociendo. Por último, le pidió que fueraa informar a Gutiérrez Mellado de lo queacababa de decirle a él. Armada tambiéncumpliría ese cometido, y tuvo acontinuación una entrevista con elvicepresidente del gobierno. En realidad,la cita formal era su presentación oficialpor su reciente nombramiento.

El general Armada ha aseguradoposteriormente que así lo hizo, pero no hadado demasiados detalles explícitosrespecto de sí el contenido de ambasconversaciones fue igual. Tan sólo queinformó a Gutiérrez Mellado de lo que élsabía y que se ganó un fenomenalbroncazo del «Guti», quien lo despidiócon cajas destempladas: «tú vesvisiones». Luego, Armada regresaría alcuartel general, donde Gabeiras lepreguntó por la audiencia con SuMajestad y quiso saber si en algúnmomento habían hablado de él. Armada,parco en palabras, le respondió que él nocontaba sus conversaciones con el rey, yque había recibido instrucciones de

ayudarlo en su trabajo. Quizás, en estepunto, Armada se refiera a que don JuanCarlos le pidió que como toda la cúpulamilitar estaba furiosa con Gabeiras «túhaces un poco de puente y suavizas lasrelaciones». Varios jefes militares, comoMilans, ni siquiera le dirigían la palabra.

A lo largo de todos estos años, lasespeculaciones acerca de aquella famosaentrevista del general Armada con el reyhan sido abundantes. Sin duda, contribuyóa ello la petición que por escrito ledirigió Armada al rey el 23 de marzo de1981, un año antes del comienzo de lassesiones del juicio de Campamento.Desvelar el contenido de la conversaciónera clave para su defensa. Armada recibía

constantes presiones de su familia,amigos, militares, políticos y ministrospara que se defendiera. Con la decisióntomada, escribió dicha carta al reysolicitando su autorización para revelar loque hablaron. Esa carta, que nunca se hapublicado, venía a decir que el rey podíaestar seguro de que mantendría su lealtadhacia su persona y hacia la corona hasta elfinal, para lo que estaba dispuesto asacrificarse, pero que también debíalimpiar y salvar el honor de su familia, desu apellido, el de sus hijos y el suyopropio. Por todo ello, le pedíaautorización para revelar el contenido dela conversación del 13 de febrero, de laque él, Armada, tenía recogida notas

exactas. La carta la llevó en mano aZarzuela José María Allende Salazar,conde de Montefuerte, diplomático,Grande de España y primo segundo deAlfonso Armada.

En Zarzuela el asunto se analizó contodo detenimiento entre el jefe y elsecretario de la casa, los ayudantes y elpersonal más cualificado de palacio. Sinduda alguna, se trataba de una cuestióngrave y de gran compromiso para el rey,tanto si contestaba afirmativa comonegativamente. Y, sobre todo, si lo hacíamediante nota escrita. El rey había sido elprimero en tachar de traidor a Armadadurante la recepción que ofreció a loslíderes políticos la tarde del 24 de

febrero. Por ello, la decisión que se tomóen Zarzuela, por consejo de Sabino, fueque no era prudente que Su Majestadcontestara por escrito. En vez de eso, unapersona de toda confianza, amiga deArmada, le llevaría un mensaje verbal delrey. El mensajero escogido sería elteniente coronel Montesinos, que habíacoincidido con Armada en palacio. Larespuesta real, inspirada por Sabino, eraclara: «No puedo autorizarte a revelar elcontenido de esa conversación puesto quedesconozco lo que quieres exponer, puesaunque tú tengas notas recogidas de lamisma, yo no las tengo y no sé lo que vasa decir.»

Sin duda alguna, el rey podía sentirse

seguro del silencio de tan fiel y lealservidor. Efectivamente, el generalArmada no utilizó nada de la citadaconversación en su defensa durante eljuicio por el 23-F, pero al trascender quehabía habido una petición y una respuesta,se fue creando una leyenda y un vendavalde rumores sobre la citada audiencia, quesería calentada por las defensas durante elproceso. Y aquella audiencia del 13 defebrero permaneció herméticamentesellada durante bastantes años. Con elpaso del tiempo, Armada —aunque sinabrir totalmente el archivo de su memoria— ha llegado a reconocer que tanto el reycomo el vicepresidente Mellado «sabíanque algo iba a ocurrir, sabían que se iba a

producir una acción, lo que después fue el23-F; sabían que se iba a producir y nohicieron nada por evitarlo». Con el pasodel tiempo, tuve la oportunidad de que elgeneral Armada me facilitara por escritounas notas de aquella entrevista con el reyJuan Carlos.

«La cuestión que se refiere a la entrevista quetuve con Su Majestad el 13 de febrero, esclave para mí. Nunca quise utilizarla, peroahora para la historia creo mi deber aclararla.No revelo ningún secreto. Por eso la escribocon la conciencia tranquila y mi fidelidad estáperfectamente conservada.

»El 10 de febrero, ultimando en Lérida miregreso a Madrid, me llamaron de la Casa delRey para que fuera el 11 por la tarde a laZarzuela a un acto ortodoxo fúnebre por laReina Federica. Fui con mi mujer y con mi

ayudante el teniente coronel Torres. Despuésdel acto hablé con el rey que me citó para el13 a las 9,30 de la mañana. Sabino se opuso aesta cita sin que yo sepa la razón, pero el Reytenía mucho interés en verme. El 12 sefueron todos a Atenas para el entierro de laReina. Fui a Barajas para despedirlos. Ese díavi a Adolfo Suárez, entre otras personas.

»El 13 de febrero, a las nueve y media fuia ver al Rey. Le hablé de la situación, deldescontento, de mis conversaciones conMilans (éste me había dicho «cuéntaselo alRey»). Le insinué que había varias reunionesde oficiales y jefes que hablaban de dar ungolpe. Pero no le dije lo del asalto alCongreso porque entonces yo no sabía lafecha fijada. Pero sí que algo se preparaba:«Señor va a ocurrir algo». El Rey me pidióque le informase de todo lo que supiera. Asílo hice. Le informé con todo detalle delmalestar que había en las Fuerzas Armadas yde que se estaba preparando algo, un

movimiento fuerte de generales y que tanpronto como se produjera se iban a sumar almismo varias capitanías generales, como laIII de Milans, la II de Merry Gordon, la IV dePascual Galmes, la VII de Campano López yalguna otra más. La de González del Yerro,Canarias, que era el más decidido, fue el queno quiso saber nada cuando el que estabatirando del asunto era Milans, de quien no sefiaba.

»Mi impresión es que me juzgó unalarmista. Pero me dijo que hablara conGutiérrez Mellado. Fui a verlo al palacio de laMoncloa con mi ayudante, el comandanteBonel. El vicepresidente me recibióenseguida y empecé a narrarle lo que acababade decirle al Rey. Poco a poco su cara se fuecongestionando y crispando más. Me cortó.Estaba muy enfadado. Entre indignado yenfurecido me preguntó por Lérida, lecontesté que la división estaba muy tranquila;que si eran monárquicos, inquirió, le afirmé

que creía que sí y que en todo caso a mí meobedecerían. Entonces me confesó «yo nosoy monárquico, soy juancarlista». Luego, deforma seca y dura, me dijo que cómo meatrevía a ir hasta el Rey con esas patrañas, quecon mis historias fantásticas no hacía másque preocupar al Rey, perturbando sutranquilidad, sabiendo, además, que todo loque le estaba contando no eran más queexageraciones mías que yo veía visiones. Meechó una buena bronca y me dio un mandatotajante: «Te ordeno que no vuelvas a molestarmás al Rey ni a hablar con él sobre estascosas. Olvida la política y ocúpate de tudestino en el Estado Mayor. Ayuda a Gabeirasque es tu obligación. No vuelvas a hablar conel Rey hasta que él te llame.» Me acompañóhasta el ascensor y al despedirnos volvió areiterarme lo mismo de forma muy enérgicay molesta delante de mi ayudante. Al bajar mecomentó Bonel: «Mi general, ¿qué es lo quele ha dicho? ¡Vaya cabreo morrocotudo que

tenía el Guti!»»Gutiérrez Mellado tuvo información,

sabía lo del 23-F y no hizo nada paraabortarlo. Fue uno de los grandesresponsables de que eso sucediera.»[7]

V.EL EJÉRCITONUNCA FUEGOLPISTA

En la tarde del 23 de febrero de 1981 elrey depositó toda su confianza en elejército. Lo conocía bien y estaba segurode su lealtad. Pero, ¿en aquellos instantesde duda por los que pasó, llegó a temer elrey que las cosas se le pudieran escaparde las manos? ¿Qué perdiera el control?Por que, ¿cuál fue la actitud de las fuerzasarmadas en el 23-F? ¿Hubo riesgo de

división del ejército a lo largo de aquellatarde noche? ¿Era golpista el ejército?¿Deseaba la involución? ¿Estabanconspirando las fuerzas armadas o unaparte de las mismas para rebelarse? Dichabatería de preguntas merecen una serenareflexión. Si yo mismo las hubierarespondido después del fracaso del 23-F,o durante el proceso militar y su posteriorrevisión por la justicia civil,posiblemente habría afirmado, ante talcúmulo de intoxicación activa como laque se estaba vertiendo, que por suherencia franquista, el ejército deseaba lainvolución, que si no en su totalidad, granparte del mismo era golpista y estabaconspirando para rebelarse, que

repudiaba la democracia, y que si en el23-F no se rebeló en bloque fue gracias ala decidida y firme actuación del rey, quelogró sujetarlo, aunque durante algunashoras de incertidumbre existió ciertoriesgo de división. ¿Y fue realmente así?

Con la perspectiva del tiempotranscurrido, hoy puedo afirmar que, a mijuicio, en absoluto. Ni las fuerzas armadasen su conjunto ni una parte significativa desus mandos estaban conspirando pararebelarse, ni el ejército era involucionistani deseaba el retorno a un pasado derégimen autoritario o de dictadura, ymucho menos militar; como tampocoexistió el más mínimo riesgo de divisiónde las fuerzas armadas durante aquella

jornada. Entonces, ¿cuál fue la actitud delejército en el 23-F? Categóricamente hayque responder que de una disciplinaplena, y de total acatamiento y lealtad aSu Majestad el rey. Y en un muy segundoplano al orden constitucional; enproporción similar en este caso a la de laclase política, que estaba iniciando eldesarrollo de un alocado procesoautonómico trufado deinconstitucionalidad, y que después estuvodispuesta a aceptar un regate«seudoconstitucional» para frenar ycorregir dicho proceso.

Durante la transición corrieron ríos detinta sobre la afición al golpismo delejército. El temor a un golpe o a una serie

de golpes, logró que mediáticamente seretroalimentara el fantasma golpista.Después del 23-F, el golpismo quedóunido a las esencias y valores de aquellosmilitares que lo único que deseaban era lainvolución. Todo ello, en su conjunto, noera más que un disparate mayúsculo, peroasí quedó sentado. Hasta nuestros días. Escierto que a lo largo del siglo XIX ydurante las tres primeras décadas del XX,el ejército tuvo un protagonismo excesivo,y en ocasiones no deseado.Históricamente, sin embargo, el ejércitoespañol se había mantenidocompletamente subordinado a la autoridadreal. Nunca se había rebelado niinsubordinado políticamente. Pero

después de 1808, entró en un período decompleta desorganización, paradegradarse progresivamente hasta hacerde él un ejército paria, mal equipado,peor vestido, con épocas de meses y hastade más de un año sin recibir la paga. Esemal de fondo contribuiría a crear un caldode cultivo adecuado para serinstrumentalizado en los torbellinospolíticos acaecidos entre 1820 y 1923.Que no fueron pocos: tres guerras civilesdinásticas, pronunciamientos sucesivos,caos y desórdenes políticos constantes,caídas y restauraciones de la monarquía,huelgas generales, pérdida definitiva delos últimos jirones de un gran imperio…Descomposición y decadencia suma de la

nación.A lo largo de dicho período, los

ejércitos fueron utilizados para realizarcasi todos los cambios institucionalesimportantes, desde la restauración de lamonarquía absoluta en Fernando VII en1814. Luego, las guerras civiles carlistasy las continuas pugnas entre lasoligarquías burguesas liberales yconservadoras, convertirían al ejército enel mejor recurso para los cambios derégimen o de gobierno o de constitución.Esa instrumentalización política delejército se debió la mayoría de las vecesa que las constituciones no contemplabanlos mecanismos legales para llevar a cabolos cambios. Las alternancias pacíficas y

no traumáticas en el poder. Y así surgiríanlos clásicos pronunciamientos, golpes,rebeliones o insurrecciones. Y tambiénhasta su actuación como guardia de laporra.

Durante el siglo XIX, el ejército seríautilizado en no pocas ocasiones parareprimir disturbios y mantener el ordenpúblico. El hispanista norteamericanoStanley G. Payne ha precisado en su libroLos militares y la política en la Españacontemporánea —la gran obra dereferencia— que la importancia delejército a la hora de resolver disputaspolíticas y constitucionales, crearon, entremuchos mandos militares, importantesintereses políticos que les hicieron

olvidar su propio caos institucional, paracreerse que ante la desunión civil, elejército era la única institución nacionalverdadera.[8] Ese caos empezaría amodificarse en la dictadura de Primo deRivera, continuaría parcialmente con laSegunda República, para cerrarsedefinitivamente durante la dictadura deFranco.

La utilización del ejército para laOperación De Gaulle resucitaríanuevamente aquella costumbre políticadel siglo XIX, que, como acabo deapuntar, se inició por las carencias que ensu origen presentó el constitucionalismoliberal español de dicho siglo. Cuando lasdiferentes facciones liberales alcanzaban

el poder, abrían un proceso constituyentedel que en cada caso salía unaconstitución moderada, progresista oradical. Dichas constituciones fueronredactadas de manera facciosa o sectariasin tener en cuenta la alternancia en elpoder, de ahí que cuando el partido en elpoder se debilitaba o su proyecto estabaagotado, había que acudir alpronunciamiento para abolir laconstitución vigente y abrir un nuevoproceso constituyente de signo políticodistinto. Sería a partir de Narváez cuandoel ejército empezara a tomar concienciacorporativa a la hora de influir ointervenir en política. Por ello, eldestronamiento de Isabel II se realizó por

el ejército en pleno, así como la venida deAmadeo I y la restauración de AlfonsoXII. Cánovas del Castillo sería quiensistematizara el papel de las fuerzasarmadas en el futuro, al hacer de ellas elúltimo baluarte de la corona, su grandique de contención para protegerla de larevolución social, y para que velarancomo guardianes de la integridadterritorial.

Alfonso XIII también llegaría autilizar al ejército para ocultar sugravísima responsabilidad en el desastrede Annual, reflejada en el informePicasso. El pronunciamiento de Primo deRivera, el 13 de septiembre de 1923, nosólo no fue abortado por el rey sino que

dejó hacer hasta que el golpe del capitángeneral de Cataluña se consolidó ytriunfó. Entonces, el monarca intentaríajustificar su simulada inocencia ydesconocimiento ante el jefe del gobiernoManuel García Prieto. Cuando el marquésde Alhucemas fue a recibir a la estaciónal rey, quien regresaba de San Sebastián,donde estaba jugando al polo, lo primeroque oyó de labios de Alfonso XIII fue:«¡Te juro, Manolo, que no lo sabía!».Frase que se haría tan popular y seríautilizada frecuentemente por la gente amodo de chanza para negar siemprecualquier evidencia ya sabida.

Don Juan Carlos fue designadosucesor en la jefatura del Estado por la

única decisión y voluntad de Franco. Pornada ni nadie más. Después de cuatrodécadas de poder personal absoluto, éstasería la tercera instauración, que norestauración —como atinadamentesostiene el historiador Carlos Rojas—, alrechazar Franco el orden sucesoriodispuesto por la línea borbónica deAlfonso XIII en la figura de don Juan. Eldictador eliminó al conde de Barcelona,buscó a su juicio al mejor príncipe parasucederlo como rey, y lo escogió en lapersona de don Juan Carlos, el hijo delinfante don Juan. Anteriormente, y deforma quizá incomprensible, losespañoles habían coceado cuatro veces enmenos de ciento setenta años a los

antepasados de don Juan Carlos —en lassoberanas personas de Carlos IV,Fernando VII, Isabel II y Alfonso XIII—,para volverlos a acoger y aclamar en elpropio Fernando VII, en Alfonso XII y enel mismo don Juan Carlos, quien en 1975recibió la absoluta lealtad del ejército.Sin fisuras.

Las fuerzas armadas así lo acataron,sencillamente porque ése fue el mandatopóstumo del Caudillo. «Os pido queperseveréis en la unidad y en la paz y querodeéis al futuro rey de España, don JuanCarlos de Borbón, del mismo afecto ylealtad que a mí me habéis brindado, y leprestéis, en todo momento, el mismoapoyo de colaboración que de vosotros he

tenido.» Esa voluntad testamentaria fuerecibida por el conjunto del ejército comola última orden de su capitán general. Queasumieron y cumplieron, poniendo unparaguas de protección sobre la corona enun momento en el que tenían mucho poder.Visible y manifiesto. De hecho, era lagran fuerza de contención, el muro queintentó derribar la izquierda sin lograrlo.La familia militar fue la única de lasociedad que se mantendría férreamenteunida en torno al rey.

El ejército que recibió el rey habíasido leal con Franco, era el ejército de lavictoria total en la Guerra Civil y tenía unpasado franquista. Pero ya no era unejército franquista. Era el ejército del rey

Juan Carlos I de Borbón y Borbón, cuyopoder radicaba en su disciplina, unidad yjerarquía. Y, sin embargo, no era unejército político, y mucho menos conambiciones políticas. La dictadura deFranco fue la dictadura de un militar. Nouna dictadura militar. Por paradójico quepueda parecer, una de las principalescaracterísticas de la modernizacióninstitucional alcanzada por Franco y surégimen en las décadas de los añossesenta y setenta, fue la relativadespolitización de los militares, auncuando el régimen se iniciara comogobierno militar y a pesar de que Francofuera también explícito en su confianza enlos militares para mantener la estabilidad

de su sistema. Esto es algo que el profesorStanley G. Payne, y yo mismo, hemosdejado bien patente en nuestra biografíasobre Franco.[9]

Con la jerarquía militar, Francomantuvo siempre una relación especial; almismo tiempo que los tenía a ciertadistancia, los manipulaba, cambiando ygirando los puestos principales y, engeneral, evitando cualquier concentraciónde poder entre ellos. Y si es cierto que losmilitares ocuparon muchos puestos deministros y otros cargos administrativosimportantes, especialmente durante laprimera mitad del régimen, eso nuncaocultó el hecho de que Franco intentaraevitar la interferencia militar en sus

gobiernos y eliminara la posibilidad de unpapel independiente, corporativo oinstitucional, para los militares fuera delpropio ámbito de las fuerzas armadas.

Los oficiales y jefes que ocuparoncargos en las oficinas o instituciones delgobierno o se sentaban en las Cortes, lohacían como administradores individualeso representantes de las diferentes armasque participaban en la administraciónestatal de forma coordinada e integrada, yno como representantes corporativos delas fuerzas armadas. La relativadesmilitarización del proceso políticoestuvo acompañada por unadesmilitarización siempre creciente delpresupuesto estatal, debida no tanto al

respeto por la educación de Franco (queen el mejor de los casos es poco seguro),cuanto a su poca inclinación a empleardinero en una modernización profesional ytecnológica de las fuerzas armadas que,tal vez, hubiera alterado su equilibriopolítico.

A pesar de que después de la muertede Franco hubo una grande y crecientepreocupación por el peligro de un golpemilitar, ello fue absolutamente exagerado,porque, entre otras cosas, Francodisciplinó y despolitizó en gradoimportante las instituciones militares.Siempre se mostró decidido a evitar laintervención corporativa del Ejército yprivó a las fuerzas armadas de cualquier

voz corporativa directa y unificada en lasinstituciones. Y si muchos altos mandosparticiparon en el gobierno, sobre tododurante las dos primeras décadas delrégimen, lo hicieron como personasindividuales y funcionarios —como acabode señalar—, no como representantescorporativos autónomos de las fuerzasarmadas. La dictadura redujo firmementela parte proporcional que correspondía alpresupuesto militar —llegando incluso acolocarlo debajo del de educación porprimera vez en la historia de España— y,en general, bajo el régimen de Franco, losmilitares se acostumbraron a actuar comosubordinados institucionales en un sistemaestable dirigido fundamentalmente por

civiles.En los primeros pasos de la

transición, la oposición clandestina y delexilio estaba realmente muy fragmentada yera muy débil, incluidos el PartidoComunista, el más activo de todos, y lamultitud de pequeños grupúsculoscomunistas que deseaban abrir un procesorevolucionario. Eso es algo que sabía muybien la diplomacia norteamericana, quedesde 1969 se mantenía muy atenta yvigilante al proceso político que seguiríatras la muerte de Franco. Entre otrosmotivos, por el valor geoestratégico quetenía España, y por los propios interesesnorteamericanos en suelo español. Conlas bases de utilización conjunta en primer

término. Estados Unidos mantenía unavisión bastante optimista sobre el futurode España. Y esa visión la basabafundamentalmente en la percepción quetenía de la sólida unidad de los militares,quienes siempre podrían ofrecer un papeldisuasorio ante cualquier contingencia nodeseable.

Los informes diplomáticos y deinteligencia que manejaba laadministración norteamericana señalabancon toda claridad que el ejército españolen su conjunto estaba dispuesto a aceptarcambios políticos tras la muerte deldictador, y que no deseaba asumirprotagonismo político alguno, queriendoquedarse al margen de la política. Lo que

sin duda establecía una valoración de laposición de las fuerzas armadasplenamente coincidente con el papel queFranco les había otorgado a lo largo de surégimen personal. Así lo ponía demanifiesto el informe confidencial queKissinger le entregó a Ford con motivodel viaje oficial que ambos hicieron aMadrid a finales de mayo de 1975. Endicho informe, el secretario de Estadoaseguraba a su presidente que losmilitares españoles «parecen estar unidosy dispuestos a aceptar cambios políticos,y que quieren quedar al margen de lapolítica, pero que estarían dispuestos aintervenir si apareciera una amenaza seriaal orden público o si la extrema izquierda

estuviese a punto de hacerse con elpoder».[10] Por entonces, laadministración norteamericana, yespecialmente su secretario de Estado,Henry Kissinger, no se había sacudidoaún el síndrome de los clavelescomunistas portugueses; el golpe deEstado izquierdista y revolucionario(pretenciosamente en sus momentosiniciales) que parte del ejército portuguésdio el 25 de abril de 1974 contra el yadecadente régimen autoritario del EstadoNovo, implantado 48 años atrás porSalazar.

El rey Juan Carlos estaba plenamentedecidido a hacer el tránsito del régimenautoritario que heredaba hacia la

democracia y, aunque no sabía comollevarlo a cabo, contaba con el plenoapoyo de las fuerzas armadas. Entre otrascosas, era su jefe supremo. CapitánGeneral de los Ejércitos. A Suárez leinsinuó lo conveniente que sería que seganara la comprensión y hasta el apoyo delos militares al proceso de reformasemprendido. A tal fin, el presidenteconvocó el 8 de septiembre de 1976, ensu despacho de Castellana 3, a los altosmandos de los tres ejércitos. El entoncesvicepresidente del gobierno, tenientegeneral Fernando de Santiago, habíaintentado previamente clarificar el objetode la reunión. Tenía la sospecha de quelas fuerzas armadas podían verse

comprometidas con la política concreta deun gobierno. Y no le faltaba razón. Lasemana anterior, había dirigido undocumento a los ministros militares paraque lo distribuyesen entre los capitanesgenerales. En su encabezamiento habíaescrito a mano «Máximo Secreto».

En dicho escrito, De Santiago exponíaque ante la posibilidad de que la sociedadpudiera sacar la conclusión de que sehabía hecho un pacto entre el gobierno ylos fuerzas armadas, y que la reformaconstitucional tenía el respaldo delejército, era necesario que el presidenteconociera previamente el sentir militar yque éste tuviera bien claro cómo sería laevolución y cuál el límite tolerable de la

reforma política. Si esto no se aclarabaantes, el presidente podría entender quetenía un cheque en blanco para seguircualquier camino, lo que podría dificultarla labor de los ministros militares en elfuturo. Y si la evolución política suponíaen el fondo la ruptura o el cambio derégimen, «el pueblo español consideraráque ha sido propiciado por las fuerzasarmadas». Si esto se produjera, «losmandos militares intermedios podríanconsiderar que han sido traicionados porsus mandos superiores, con las gravísimasconsecuencias que de ello podríanderivarse». De Santiago aconsejaba quealgún capitán general formulase algunaspreguntas —él mismo sugería varias—

que obligasen al presidente a «exponercon concreción la política a seguir por elgobierno y que al mismo tiempo le hagansaber el sentir de las Fuerzas Armadas.»

En aquella reunión estaba la cúpulamilitar en pleno; el vicepresidente paraasuntos de la Defensa, Fernando deSantiago y Díaz deMendívil; los tresministros militares: Félix Álvarez-Arenas,Ejército; Gabriel Pita da Veiga, Marina;Carlos Franco Iribarnegaray, Aire;Manuel Gutiérrez Mellado, Jefe delEstado Mayor Central del Ejército; losjefes de las nueve capitanías generales,más Canarias y Baleares, los jefes deEstado Mayor, directores y presidentes dealtos organismos e instituciones. En total,

una treintena de generales y almirantes.Durante tres horas, el presidente fuedesgranando el espíritu y la letra de lareforma política que se quería acometer.Las grandes líneas de su política. Asentarla democracia y consolidar la corona. Dostenientes generales le iban formulandopreguntas. Y Suárez les habló claro, conencanto y simpatía. El mensaje fue nítido:la reforma se iba a llevar a cabo conpleno respeto a los PrincipiosFundamentales del Movimiento. No iba asuponer quiebra ni grieta alguna. Sequería, sí, ir hacia un sistemademocrático, con elecciones, que fueracompatible con el ordenamientoinstitucional vigente. Se trataba de adaptar

la España de Franco a los nuevostiempos, porque la figura del Caudillo erairrepetible y el rey tenía que hacer comoque le lavaba la fachada a la casa.

Suárez, sacando lo mejor de sí mismo,les garantizó que no habría revanchismoni separatismo, ni se tolerarían lasalgaradas ni los desórdenes públicos. Elministro del Ejército, Félix Álvarez-Arenas, leyó unas cuartillas acordadaspreviamente por el Consejo Superior delEjército. A todos les preocupaba lacuestión de los partidos políticos. Sobretodo la actitud del gobierno ante elPartido Comunista. Entonces Suárez lesrespondió enérgico, de modo muyconvincente: debían rechazar cualquier

recelo o duda al respecto. Habría partidospolíticos que irían desde la derecha a laizquierda moderada. El techo estaría en lasocialdemocracia y como mucho en elPartido Socialista. Pero desde luego queel «Partido Comunista nunca serálegalizado. Vosotros me conocéis bien.Yo también soy un hombre de lealtades.Sabéis de donde vengo y éste es mi firmecompromiso. Tenéis mi palabra dehonor».

A Suárez no lo aplaudieron pero casi.Le felicitaron efusivamente. Fue unmomento exultante para el presidente.También se había metido en el bote a losmilitares. El teniente general GutiérrezMellado se mostró entusiasmado y

abrazándolo fuertemente le dijo:«enhorabuena, presidente, has estadofenomenal». El teniente general MateoPrado Canillas, capitán general de la VIRegión Militar con cabecera en Burgos,lanzó un espontáneo «¡Viva la madre quete parió!». El teniente general ColomaGallegos, capitán general de la IV Región,Barcelona, comentó: «a este chico hay queayudarlo». La reunión tuvo un efectoinmediato. Casi todos salieronconvencidos de las palabras delpresidente. Había sabido ganárselos decorazón a corazón, pese a que a muchos lareforma no les gustaba. Pero no por lareforma en sí, sino por el panorama deimprevisión que ya se dibujaba. Y sin

embargo, la aceptaron por disciplina. Enrealidad, Suárez, en ese momento,pensaba que era consecuente con la firmeaseveración que dos meses atrás le habíahecho a López Rodó al aprobar la reformadel Código Penal. «Ten la seguridad deque mientras yo sea presidente delgobierno, el Partido Comunista no serálegalizado. Precisamente acabo de cesar aMiguel Lojendio en su cargo deembajador en París por haber recibido aSantiago Carrillo». Como igualmentepensaría que lo era con el hecho de queese mismo día el prestigioso abogado ypresidente de una importante agencia decomunicación, José Mario Armero,enviado especial de Suárez, se encontraba

muy discretamente en el hotel Commodorede París con el líder comunista SantiagoCarrillo. Para Suárez y su modo de hacerpolítica, no había reglas escritas.

Los ministros militares elaboraronunas notas con la minuta de lo tratado, queenviaron a todos los acuartelamientos.Hasta el último rincón. Nadie en el senodel Ejército permanecería ajeno a lo queel presidente había expuesto a la cúpulamilitar. El ambiente era de buenadisposición y de colaboración con elgobierno. Y el Ejército se comprometiócon la reforma. La satisfacción fuetambién completa en Zarzuela. Elsecretario del rey, Alfonso Armada, seencargó por orden del monarca de pulsar

cuál era el estado de opinión en lasFuerzas Armadas: «Suárez estabapreocupado por la situación y el estado deánimo de los generales y altos mandos delos ejércitos. Les aseguró que no selegalizaría el Partido Comunista. El reyme mandó que hiciera un sondeo paraconocer la reacción en el Ejército. Hablécon el general José Vega Rodríguez, queera el jefe del Estado Mayor del Ejército.Durante unos días se estuvo trabajando enla información que iba llegando. Elresultado fue que aquello había sentado ycaído bien. El espíritu de la reunión habíagustado. El presidente les había encantadoy convencido. Todos estaban confiados.Hice un informe para el rey quien se lo

dio a Suárez».[11]

Pero el resultado de aquella reuniónno convencería en absoluto al general DeSantiago, quien dos semanas despuéspresentó su dimisión saliendo delgobierno sin escándalo ni ruido alguno. Elvicepresidente intuía por dónde ibaSuárez a dirigir la reforma. Fernando deSantiago se sentía cada vez más incómodoen aquel primer gobierno de Suárez yaprovecharía el proyecto de reformasindical para dimitir al instante. Aquellareforma suponía de hecho el retorno delas grandes centrales sindicalesprohibidas durante el franquismo y laeliminación de la estructura sindicalvertical del régimen. Meses antes, había

manifestado en privado que «el Ejércitono consentirá que se quebrante el ordeninstitucional. Yo no soy el generalBerenguer». Pero durante el período queestuvo de vicepresidente no planteóinterferencia ni discusión alguna, nitorpedeó las sesiones, ni conspiró, nimucho menos presionó aSuárez.Únicamente, en alguna ocasión,había abandonado con porte señorial lasdeliberaciones del consejo, cuando no legustaba lo que oía. A un tradicionalista deesencia y raíz como era él, no le encajabaeso de que la soberanía residiese en elpueblo. El poder venía de Dios.

Suárez aceptó su dimisión deinmediato. «Es un pesimista», le comentó

a su otro vicepresidente, Alfonso Osorio,a quien confirmó que nombraría en sulugar al general Manuel GutiérrezMellado, «aunque sé que a Gabriel Pita ya algún otro les va a sentar como un tiro».AOsorio le sorprendió la medida. Y no legustó. Él se había entendido bien con DeSantiago, quien al despedirse le comentó:«Quiero equivocarme, estoy deseandoequivocarme; pero alguien estáimprovisando demasiado». Pero elgeneral Fernando de Santiago no salió delgobierno para conspirar contra él, nimucho menos para preparar el ambientepara un golpe o una insurrección entre suscolegas de armas.

A finales de diciembre de 1989 le

hice una entrevista a De Santiago en laque me evocó aquél tiempo:

Adolfo Suárez convocó a los capitanesgenerales a una reunión a primeros deseptiembre de 1976 para explicarles elproceso de reforma constitucional y dargarantías. Eran los momentos más delicadosde la transición. Yo vi perfectamente haciadónde se quería ir y elaboré un documentosecreto que di a los ministros militares paraque lo distribuyeran a los capitanes generales.En él marcaba cuál podía ser el límitetolerable para la reforma política,descartando la ruptura para evitar que elejército se viera en la necesidad de asumir unprotagonismo político no deseable. Se tratabade clarificar la situación y evitar engaños enun pacto gobierno fuerzas armadas. En aqueldocumento sugería que se le hicieran alpresidente varias preguntas. El día de lareunión tenía preparado otro escrito con el

esquema de mi intervención. Era muy críticocon el proyecto de reforma constitucionalpor lo que suponía de hecho una ruptura conel régimen y la vuelta a un círculo viciosomuy peligroso de reacciones y revoluciones.Me di cuenta por el ambiente que se respirabaque si me levantaba a hablar podía ser eldetonante de una situación muy desagradableque hubiera dado pie, digamos coneufemismo, a discrepancias importantes .Ante la duda opté por no levantarme, callar ymarcharme. Estaba harto de los politicastrosy de ver cómo se daban dentelladas unos aotros. Aquello me asqueaba y busqué laexcusa para dimitir por un decreto queAdolfo Suárez quería poner en marcha parafulminar el régimen sindical. Duré en aquelgobierno exactamente nueve meses.[12]

Aquel compromiso inicial decolaboración de las fuerzas armadas en el

proceso de reforma se quebraríadrásticamente siete meses después con elsorpresivo anuncio de la legalización delPartido Comunista. El 9 de abril de 1977—«Sábado Santo Rojo»—. Este asunto loanalizaré en el siguiente capítulo, peroadelanto que desde ese momento elEjército se desenganchó del gobierno ydel proceso de reformas, dejando deprestarle su apoyo y colaboraciónvoluntaria, limitándose exclusivamente acumplir con sus tareas burocráticas. Lasfuerzas armadas en su conjunto sesintieron traicionadas por la palabra queSuárez les había dado. Y quebrado. Nopor el fondo de la legalización en sí, perosí por la forma en que ésta se llevó a

cabo. Y en ese desprendimiento delEjército hacia Suárez, se vería arrastradotambién el general Gutiérrez Mellado. Ensu caso, por el desprecio y la inquina quepersistentemente mostraba hacia la familiamilitar.

Pero al igual que sucedía con Suárez,tampoco había sido así en un principio. Elvicepresidente gozaba de la simpatía y elcariño de la mayoría de sus compañerosde milicia. No cabe duda de que en elinterior de Mellado bullía la acciónpolítica. Meses atrás, le había declinado aSuárez la cartera de Gobernación. Y huboun tiempo en que se acercó a Fraga através de GODSA, donde otroscompañeros y amigos suyos, como Javier

Calderón, estaban diseñando el partidoreformista. Para su alma pública, lavicepresidencia sí satisfacía susambiciones. Lamentablemente, supresencia en el gobierno iba a inaugurarun tiempo de tensas relaciones entre elcolectivo militar y Suárez.

El «Guti», como cariñosamente se lellamaba, ha pasado a la historia de latransición como un modelo de virtudes.Espejo de militar demócrata.Especialmente por su dignocomportamiento durante la innoble afrentaque Tejero le hizo en los primerosinstantes de la toma del Congreso. Con serello cierto, la realidad, sin embargo,constata que encendió chispazos

innecesarios, y provocó agriosenfrentamientos por su carácterintransigente y dogmático. Jamás pudotolerar que nadie le llevase la contraria.Actuó arbitrariamente en el capítulo deascensos y destinos; unas veces porcapricho, otras por simple venganza. Pisódemasiados callos, siendo uno de losculpables de azuzar la bronca militar. Seha argumentado ad nauseam que con elloquiso impedir que los «golpistas»copasen puestos sensibles. En ese caso,habría que concluir que la mayoríaaplastante del Ejército era golpista. Loque en absoluto era verdad. También seha querido explicar su actitud por eldesprecio que sus compañeros de armas

sentían hacia el militar que había jalonadosu carrera sin disparar un solo tiro en laGuerra Civil; sus servicios al bandonacional lo fueron en el campo de lainteligencia. No es cierto. Eso sedesataría posteriormente. Cuando elteniente general Gutiérrez Mellado seconvirtió en el «señor Gutiérrez». Hastaentonces fue un hombre muy querido yrespetado. Su transformación por laacción política hizo de él más un factor detensión que de pacificación militar.

Alfonso Osorio me confesaría duranteuna conversación, que Gutiérrez Melladofue «un chisgarabís que convirtió larelación con el ejército en un patatal».Para Alfonso Armada su política de

resentimiento fue catastrófica: «GutiérrezMellado supuso el divorcio entre elejército y el gobierno. La legalización delPartido Comunista fue un engaño y unatraición a la palabra dada. Pasó a no sernada querido en el ejército. Perdió suprestigio. Llevó a cabo una políticacatastrófica. Fue un resentido contraFranco porque no le había otorgadoninguna condecoración. No le habíarecompensado y él pensaba que teníaméritos acreditados para haber sidoreconocido».[13]

El coronel José Ignacio San Martín,uno de los condenados por el 23-F, quefue un estrecho colaborador del general,puso el acento en lo querido que había

sido para sus compañeros hasta que suvocación política le condujo por otrosderroteros y lo llevó a distanciarse deellos: «En el fondo le gustaba lapolítica… Tenía un gran prestigio. El“Guti” era querido y respetado en lacolectividad militar. ¡Lástima que larueda del destino le llevara por otrosderroteros! Ha ido quedándose con muypocos amigos entre sus compañeros. Sipiensa que él tiene razón y los demás, lamayoría, nos equivocamos, es que estáposeído de la soberbia, vicio quedesconocía en él. Su sentido de lasubordinación y sus reaccionesdestempladas ante cualquier contrariedadle traicionaban hasta convertirlo en otro

hombre. Y el “Guti” tan querido por suscompañeros iría siendo abandonado hastael punto de convertirse en el “señorGutiérrez” para muchos. Al hacerse cargodel Estado Mayor Central del Ejércitodespertó grandes esperanzas. Le ha hechomucho daño, mucho daño, el salto a lapolítica, en donde se ha quemado».[14]

También a este respecto, SabinoFernández Campo me llegó a asegurar queMellado llevó al Ejército al estado desublevación:

Gutiérrez Mellado se labró a pulso unapolítica de resentimiento de prácticamentetoda la familia militar. Tenía un traumaespecial al no haber hecho la guerra decombatiente. Ante las afrentas de sus

compañeros y falta de respeto se le desató undeseo de venganza. En su política militarcometió demasiados abusos. Enconó alejército. Lo calentó y llevó hacia el estado desublevación. Se equivocó muchísimo. Sededicó a crear un clima de desprecio entrelos generales. De forma caprichosa se saltabael escalafón en los ascensos de los generalesy en los destinos. Consiguió que la situaciónde deterioro entre el ejército y el gobierno seenconara y tensara mucho. Quitó concesionestradicionales y clásicas que fueroninsultantes. Al Cuerpo de Mutilados, lo dejó asu suerte hasta su extinción biológica;suprimió el Cuerpo Honorífico, que supusouna bofetada gratuita. Con su reorganizaciónde las fuerzas armadas destruyó cosassimbólicas pero que tenían muchaimportancia. En un principio estuvo dispuestoa aceptar que la ley de amnistía permitiera elreingreso en el Ejército de los miembros dela Unión Militar Democrática (UMD) que

habían sido expulsados.[15]

Se podría argumentar que todos estostestimonios pertenecen a personasadversas a Gutiérrez Mellado, y que letenían inquina. ¿Todos?, ¿Alfonso Osorioy Sabino Fernández Campo? ¿También elgeneral José Vega Rodríguez? El generalVega fue un estrecho colaborador delvicepresidente del gobierno. Hubo untiempo, al inicio de la transición, en quesu nombre aparecía ligado a la jefatura deun gobierno provisional propiciado porsectores de la izquierda. Al igual que enotro momento, un poco anterior, secolocaba a la persona del general ManuelDíez Alegría en un gobierno impulsado

por la Platajunta Democrática. No eranmás que especulaciones infundadas ydeseos sin fundamento.

A la figura del general Vega se ladistinguía por un porte demócrata yliberal. Y sin embargo, no hubo reparoalguno para colocarlo al frente de unsupuesto gobierno militar que saldríaimpulsado por un golpe llevado a caboconjuntamente por la División Acorazaday la Brigada Paracaidista. La especiemediática fue una solemne intoxicaciónlanzada a mediados de enero de 1980. Elentonces ministro de Defensa, AgustínRodríguez Sahagún, que se creía casi todolo que le filtraban, corrió veloz a intentarapaciguar los ánimos entre los mandos de

ambas unidades militares. El bulo no teníanada de cierto, pero le costó el cese algeneral Luis Torres Rojas al frente de laAcorazada, y su forzoso traslado, sinascenso a teniente general, al gobiernomilitar de La Coruña.

El «demócrata y liberal» general Vegatampoco aguantaría más los modos deactuar que tenía Gutiérrez Mellado ypresentaría su dimisión a mediados demayo de 1978 como jefe del EstadoMayor del Ejército. Fue un revésimportante para la nomenclaturagubernamental castrense que Melladotitulara desde la vicepresidencia para laDefensa. Vega veía con gravepreocupación los exagerados ataques que

desde fuera del ámbito de la milicia seestaban cebando con los ejércitos.Además, disentía profundamente de lasarbitrariedades que estaba llevando acabo su jefe directo en materia deascensos, como el desplazamientoorgánico de la JUJEM, los cambios en lacapitanía de Barcelona y en la Acorazada;los saltos en el escalafón, siempresagrado, para favorecer caprichosamentea unos generales que se suponía queserían más «dúctiles», en perjuicio deotros menos «simpáticos», como elgeneral Milans.

Después vendría el milagro del«Palmar»[16], nombre que se dio alascenso simultáneo de cinco generales

para que el general Gabeiras pudiera serdesignado JEME del Ejército. Comoacabo de apuntar, el general Vega —calificado de progresista— empezócolaborando con pleno entusiasmo en elcambio político, tranquilizando lainquietud de sus compañeros de armas.Poco a poco se iría distanciando, al igualque los demás colegas, del procesogeneral al que veía por mal camino, hastaterminar muy enconado con GutiérrezMellado. Sus discrepancias, agrias yabiertas, lo fueron por cuestionesprofesionales, pues «esas discrepanciasvan en detrimento del propio ejército…Porque creo que están disminuyendo laconsideración y el prestigio que las

fuerzas armadas se merecen».[17]

Desde entonces, las fuerzas armadasmostrarían en ocasiones su irritación yrepulsa por la conducción de la cosapública, por el desarrollo autonómico,por el intento de que la amnistía alcanzasea la facción de militares procesados yexpulsados de las fuerzas armadas por supertenencia a la UMD —conocidos como«úmedos»[18]—, por la falta de respeto alescalafón y a las ordenanzas en la políticade ascensos, y muy especialmente por lainane reacción gubernamental ante losduros golpes del terrorismo de ETA, quese cebaba principalmente en miembros dela Guardia Civil, de la Policía Nacional ydel Ejército. El gobierno, invocando

falazmente la disciplina, escondía losmuertos y los enterraba sin dignidad nirespeto hacia los caídos y sus familiares.Espeluznante muestra de temor ydebilidad, que a veces se quiso justificarcon especies del tenor de que ése era «elriesgo que debían asumir» o que «paraeso se les pagaba».

El creciente estado de malestar de lasfuerzas armadas se traduciría en frasescomo: «el ejército en estado de cabreo» oel «ruido de sables» en las salas debanderas, comedores, bares y despachosde los acuartelamientos, que se reflejabande forma exagerada en los medios decomunicación. Había, sí, ese estado deirritación militar por las políticas de

Suárez, y por todas las cosas que acabode comentar. Pero no había un ejércitogolpista ni las fuerzas armadas erangolpistas, ni hubo conspiracionesmilitares ni preparativos de golpes deEstado, ni deseos de involución. Malestar,cabreo e irritación, sí. Los mandosmilitares hablaban corrosiva ycríticamente de cómo marchaban lascosas. En tono altisonante y, si se quiere,despectivo. Como lo había y lo hacían enotros muchos sectores profesionalesciviles y de la nomenclatura del sistemapor el caos gobernante de la UCD engeneral, y de Suárez en particular. Y sinembargo, los rumores de golpe eraninsistentes. Una vez se dijo que un florón

de generales se reunía en secreto yclandestinamente para preparar unadeclaración o pronunciamiento por el queurgirían al rey a que se hiciera con elcontrol pleno de la situación, y se situaronlas reuniones en Játiva (Valencia), deacuerdo con fuentes «seguras»: larealidad era que dichos encuentrossupuestamente «conspiranoicos» teníanlugar en Jávea (Alicante), donde un grupode generales poseían casas de verano y sereunían periódicamente con sus familiasen actos sociales.

Otra vez se situaría en la DivisiónAcorazada y la Brigada Paracaidista, paraasegurar con toda «certeza» que ambasunidades conjuntamente se preparaban

para el asalto del poder, y difundiendo, deforma reiterada y persistente,especulaciones falsas y gratuitas a cuentade pequeñas unidades que regresaban asus cuarteles tras haber salido demaniobras. O bien, en un documento«oficial y secreto» en el que se presentabaun ramillete de golpes de Estado —civiles y militares— para que cada cualescogiera el suyo a su gusto. Me refiero aldocumento «Panorámica de lasoperaciones en marcha», puestoreservadamente en circulación a mediadosde noviembre de 1980 desde el CESID(aunque un singular general asegure ser suredactor, lo que tampoco invalidaría lautilidad que buscaba el servicio de

inteligencia con dicho documento) entrelos sectores del poder político y de lanomenclatura del sistema. En el citadodocumento se desplegaba una panoplia deagitaciones conspirativas civiles que dabaun paseo por casi todos los grupospolíticos y por significados líderes. Eneste caso, se podría cerrar el capítulo«civil» con el titular que una sagaz yveterana periodista dio un día a sucolumna de opinión en el diario ABC:«Todos estamos conspirando».

En la vertiente militar, el documentoanalizaba una serie de supuestospreparativos de golpes a cargo degenerales, coroneles —los técnicos— yespontáneos. No citaba nombre alguno,

pero era fácil deducir la figura delteniente coronel Tejero en el golpe de losespontáneos. Lo que era totalmente cierto.No así las presuntas comisiones golpistasde coroneles y de generales, que eranliteral y sencillamente inexistentes. Unapura invención. El mismo comandanteRicardo Pardo Zancada, condenado a 12años de prisión por su iniciativa y sugesto de última hora de presentarse en elCongreso el 23-F, cuando ya el rey JuanCarlos había dado la orden de abortar laoperación, lo confirmaría en su libro 23-F, la pieza que falta , una de las mejoresobras escritas sobre el estado del Ejércitoy su reacción ante el golpe. Pardo tenía unexcelente conocimiento de lo que se

estaba cociendo internamente en el senode las fuerzas armadas, y su testimoniosería claro y contundente al afirmar queno existían, en grado alguno, reuniones ymovimientos conspirativos de generales.Mientras en el nivel de los coroneles,singularmente los de Estado Mayor, comoera el caso de su jefe directo en laAcorazada, José San Martín, habíaniniciado en el otoño de 1980 unaspequeñas conversaciones de no más dedos o tres coroneles, que el 23-F nohabían alcanzado ningún nivel nidesarrollo conspirativo y ni mucho menosoperativo.

Alfonso Armada también coincidiríacon Pardo y sería mucho más preciso al

afirmar que él jamás tuvo conocimiento dereuniones conspirativas de generales ymucho menos de preparativos de golpe.Sin embargo, los rumores insistentes degolpe serían muy útiles para que elCESID pudiera articular y desarrollar suoperación especial. Con la difusióninteresada de tales especies, se metía elmiedo en el cuerpo a la clase política y alos nacionalistas, a fin de que aceptaransin resistencia y de buena gana elgobierno de concentración como la mejorde las soluciones posibles. Fórmula queestaba perfectamente descrita en la«operación mixta cívico militar» deldocumento ya citado, y que analizaré en elcapítulo X.

Al rey, lo que le interesaba porencima de todo era tener cerca al Ejército.Sabía que ante cualquier giro ocomplicación política, era su paraguas deprotección, su más firme bastón de apoyoy su último recurso para mantener elequilibrio de la corona y de su propiapersona. De ahí que buscara siempre elcontacto directo con sus soldados paraconservar viva su lealtad. Y refrendarla.Los necesitaba por encima de todo y losanimaba y jaleaba para que semantuvieran atentos y vigilantes. Endiciembre de 1979, recibió en audienciaen Zarzuela a los jefes de la DivisiónAcorazada, quienes le iban a imponer elnuevo modelo de gorra carrista. El

discurso de Torres Rojas fue incendiario,pero declamado en tono de oración. Eljefe de la Acorazada habló del terrorismo,de la alevosa traición que por loscobardes atentados sufrían muchosespañoles y compañeros de armas, y de lodispuesta que estaba toda la división aregar con su sangre el mantenimiento de launidad de España, su independencia y elorden constitucional. Terminado el acto yroto el protocolo, el rey fue a abrazar aTorres Rojas y a todo el grupo de jefes ymandos que se habían arremolinado, lesdijo en su tono habitual, locuaz yespontáneo: «Sí, pero tenéis que salir conel cuchillo entre los dientes». Un mesdespués, Torres Rojas sería cesado por

Mellado y Sahagún al hacerse pública lapatraña inventada de la trama golpista dela Acorazada y los paracaidistas.

En los primeros días de mayo de1980, el rey concedió una audiencia aMilans del Bosch. El capitán general deValencia se quejaba de que otros muchosjefes menos antiguos habían sido yarecibidos y él seguía a la espera. Elanuncio de la audiencia llegó al gobierno,que mostraría su inquietud ypreocupación. Todavía estaban calienteslos rescoldos de las declaraciones deMilans en ABC de finales de septiembrede 1979, que habían erizado la espaldadel gobierno. Rodríguez Sahagún solicitóa Zarzuela que le informara del resultado

de la entrevista. En la audiencia, de másde una hora de duración, Milanstransmitiría al rey su enormepreocupación por el grave deterioro de lasituación nacional. El gobierno llevaba ala quiebra a España, mostrándose muyduro contra el peligro nacionalista, lasautonomías y la debilidad de Suárez paracontener la inflación y el paro. La falta deautoridad y la pusilanimidadgubernamental en todos los asuntos eranpavorosas.

Milans presentó al rey un panoramadeprimente, pero inferior a la críticaabierta que desde todos los ámbitospolíticos cercaba ya a Suárez y a sugobierno. Le aseguró al monarca que tanto

el Ejército como él mismo, estaríansiempre a las órdenes del rey paragarantizar la unidad de España y lapermanencia de la corona. Y el rey,corroborando todo lo que había oído, leafirmaría en tono enérgico que él tambiénestaba muy preocupado. Criticóduramente al presidente, porque éste ya noescuchaba a nadie. Se había distanciadode Zarzuela, encerrándose en Moncloa,sin querer presentar la dimisión.Concluida la audiencia, RodríguezSahagún le preguntó a Sabino cómo habíaido la conversación y el secretariotransmitió al rey el deseo del ministro deDefensa. «¿Que qué me ha planteadoMilans? Querrás decir que qué es lo que

le he dicho yo. Imagínate cómo se habrámarchado de contento, que me headelantado yo a decirle todo lo que éltenía pensado decirme. Así que ha salidosatisfechísimo.»[19]

A mediados de noviembre de 1980,don Juan Carlos recibió en audienciaprivada a Jesús González del Yerro. Elcapitán general de Canarias y jefe delMando Unificado del archipiélago era,junto a Milans del Bosch, el general máscarismático del Ejército. El rey, en tandifíciles momentos, le transmitió suspreocupaciones y su deseo de buscar unasalida con un nuevo gobierno, porque conSuárez ya no se podía seguir adelante.González del Yerro le señaló que desde

Canarias observaba un enorme pesimismoy un gravísimo deterioro político. Elcuadro era ya ritual y general: más de lomismo; el ataque terrorista, el riesgo dedisgregación de la patria y lo mal quemarchaba la economía. Lo que hacíaimprescindible un cambio urgente. Y paraello, el capitán general de Canariasestaba, como todos los demás, a lasórdenes de su majestad.

Del Yerro ya había desempeñadocargos políticos durante el franquismo. Elmonarca le animó a seguir vigilante yatento, porque «ante los acontecimientosfuturos que se esperan no se puede bajarla guardia». Don Juan Carlos tambiéncontaba con él. Precisamente, desde hacía

un tiempo, el capitán general veníapromoviendo homenajes a la bandera y alas fuerzas armadas por todas laspoblaciones del archipiélago. ParaGonzález del Yerro estaba llegando elmomento de pedir a las poblacionespeninsulares que «rompan su inhibiciónsuicida, que manifiesten con claridad su feen España… ante el resultado nefasto detaifas y divisiones». El capitán general deCanarias sería el único que sedesmarcaría de la operación del 23-Fporque el elegido había sido el generalArmada y no él.

VI.LA LEGALIZACIÓN

DEL PARTIDOCOMUNISTA: ELMOMENTO MÁSCRÍTICO DE LA

TRANSICIÓN

En la tarde y la noche del 23-F, el reyJuan Carlos sabía bien que su estabilidadse basaba fundamentalmente en que elEjército cerrara filas en torno a él y a lamonarquía. Eso fue algo que iría

constatando a lo largo del tiempo. Antesde su coronación, logró frenar el intentode su padre, el infante don Juan, de lanzarun tercer manifiesto, que en aquellaocasión iba dirigido contra él. El padrecontra el hijo. Para ello, envió a París unacomisión militar encabezada por elgeneral Díez Alegría, que convenció adon Juan con el argumento de que elEjército apoyaba y respaldaba plenamentea su hijo en el restablecimiento de lamonarquía. También lo pudo comprobardurante todo el proceso de la transición y,muy especialmente, a lo largo de lajornada del 23-F. La corona se la habíadado Franco, pero su afianzamiento en eltrono había sido cosa de las fuerzas

armadas. De ahí que le insistiera a Suárezen que debía ganarse a los militares en elproceso de reformas. Y el presidente, muyhábil, se los ganó durante siete meses.

Sin embargo, la legalización delPartido Comunista marcaría el punto deinflexión en las relaciones entre Suárez ylas fuerzas armadas. Fue una decisiónpersonal de Suárez. Pero acordadapreviamente con el rey. En el secretoestuvieron muy pocas personas: GutiérrezMellado, Martín Villa, Calvo Sotelo,Alfonso Osorio, Sabino FernándezCampo… alguno de ellos lo sabríaprácticamente la víspera. Para el resto dela nomenclatura del sistema y la sociedaden general, la sorpresa fue completa.

Especialmente para las fuerzas armadas,en las que cayó como un auténticobombazo.

La violación de la palabra de honordada por el presidente a los altos mandosmilitares meses atrás, hizo que en elEjército la convulsión fuese total. Huboreuniones oficiales, no clandestinas, almás alto nivel castrense, donde seescucharían bien altas y sonoras laspalabras engaño y traición. El ejército erapartidario de «exigir» al ejecutivo y depedir la dimisión inmediata de losministros militares. Que salieran delgobierno. Por vez primera —y última—se llegó a hablar de intervención militardesde dentro de la milicia. El Ejército

llegó a plantearse en términos estrictossublevarse. No fue una iniciativa de unaparte, de unos pocos soldados ultrasapegados a la nostalgia franquista. Fue lavoluntad de todo el colectivo militar. Elsentimiento de rebelión fue general.Insisto en que no sería la voz altisonantede una milicia de marginales trasnochadosfranquistas, sino la de aquellos a quienesse definía como liberales, progresistas,demócratas, asépticos profesionales uhombres del rey. Fue la valoración detodo un colectivo, sin fisuras, con un pesoespecífico de poder más que notable.

Aquel Ejército de España que ya noera el de Franco, que era el del rey, al quearropaba en una unidad total, seguía

siendo, no obstante, el de la victoria, quepara ellos lo había sido sobre elcomunismo en una espantosa y cruentaguerra civil. Así se había ido pasando alas nuevas generaciones de jóvenesoficiales; y entre otras, a la decomandantes y capitanes de la AcademiaGeneral Militar de la promoción del rey.Durante una de las muchas decenas deconversaciones que he mantenido con elgeneral Armada a lo largo de los últimosveinticinco años, me enjuició así aquelmomento:

Había dos grupos, los que hicimos la guerra ylos que se incorporaron a la milicia después.Los primeros estábamos en el puesto másalto del escalafón. Éramos conscientes de la

situación pero más tranquilos. Los jóveneseran quienes más nos apretaban, empujaban yexigían. Estaban, como nosotros, en contra delos atentados que golpeaban a las FuerzasArmadas y a todos los sectores sociales, perolo exteriorizaban más. Había una hondapreocupación por los estatutos de autonomíay el desarrollo de la España de lasautonomías. Y un tercer elemento que supusoel divorcio entre el Ejército y el Gobierno,personalizado en las figuras de Suárez yGutiérrez Mellado fue la legalización delPartido Comunista. Fue un engaño y unatraición a la palabra dada. El signo político deaquellos años de transición evidenciaba quese trataba mejor a quienes habían perdido laguerra.[20]

Qué duda cabe de que en laperspectiva del tiempo, la legalizacióndel Partido Comunista llegaría a ser el

mayor acierto político de Suárez y del reyJuan Carlos. Santiago Carrillo y el PCE,en su línea eurocomunista, contribuyeronpositivamente a la pacificación políticadurante la transición. Sin el revanchismoni las reivindicaciones radicalesmantenidas durante el exilio. En eseaspecto, sería más extrema la actitud delPSOE con el mantenimiento de su líneadogmática marxista y de su voto particularsobre la opción republicana, quepertinazmente mantendría durante laelaboración de la Constitución a modo deamago. Si Suárez y el rey valoraron que laconvocatoria de las primeras eleccioneslibres y democráticas reclamaba lapresencia de todas las formaciones

políticas, incluido el Partido Comunista,fue un error de magro calado por parte delpresidente no haber prevenido antes alEjército y haber intentado contar con sucomprensión. De la misma forma en queles había explicado el alcance de lareforma y comprometido su palabra deque no se legalizaría a los comunistas,bien pudo, si las circunstancias así loexigían, haberlos vuelto a reunir paraexponerles que la situación habíacambiado, que la transición hacia lademocracia exigía la legalización de loscomunistas por las particularidades denuestra reciente historia. O por elcompromiso personal adquirido por donJuan Carlos, siendo príncipe, con el viejo

líder comunista Santiago Carrillo. Lo másseguro es que también lo hubieranaceptado; por disciplina y por mandatodel rey, aunque no les gustara y estuvieranen contra. Pero por la forma en que sehizo fue todo un trágala que jamásperdonarían a Suárez y a GutiérrezMellado.

El Ejército no se irritó por el hecho dela legalización en sí, sino por el engañoque supuso la violación de una promesa.Cayó como una felonía que desenganchó alos militares del proceso de la transición.Su inquina la centraron en Suárez yGutiérrez Mellado. El primero pasó a serun tramposo sin crédito alguno; alsegundo, lo apearon del empleo de

teniente general y se quedó con el de«señor Gutiérrez». Al vicepresidente,muchos generales le retirarían el saludo.Ni siquiera se le pondrían en adelante alteléfono. Mellado trataría de justificarseposteriormente asegurando que habló conlos ministros militares. No fue cierto. Porsoberbia, desoyó las recomendacionesque en ese sentido le hicieron otrosmiembros del ejecutivo argumentado que«ése es un asunto mío», «yo me ocuparéde él». Pero no lo hizo.

Sin embargo, la responsabilidad fuedel presidente. Incluso, varios miembrosde su familia le retirarían el saludo. Yhasta le negarían ostensiblemente la pazen misa. En las conversaciones que don

Juan Carlos mantuvo con José Luis deVilallonga para su libro de recuerdos, elmonarca le confesaría que se puedeconfiar en el Ejército si se juega limpiocon él: «He pasado buena parte de mitiempo intentando eliminar las eternassospechas que levanta el ejército entre lospolíticos. Tanto más cuanto que sonsospechas sin fundamento real. Yo, quelos conozco bien, sé que se puede tenerconfianza en los militares, a condición,naturalmente, de jugar limpio conellos.»[21]

Para la historia de la transición, lafecha de la inscripción del PartidoComunista será recordada como elSábado Santo Rojo. La detención

convenida de Carrillo en las Navidadesde 1976, y la matanza de Atocha —preparada e inducida muy posiblementepor elementos de los servicios deinteligencia y policiales, o de serviciosparapoliciales—, serían dos hechos queacelerarían el proceso de la legalizaciónde los comunistas. Aprobada la reformapolítica, el gobierno dispuso la citaelectoral y abrió la ventanilla para lainscripción partidaria. En aluvión serecibió una auténtica lluvia de siglas. Lasopa de letras. También el PartidoComunista presentó en febrero susestatutos en el ministerio del Interior paraser inscrito y reconocido. Pero su casoera singular. Una cuestión política y de

tiempo, enviándose sus estatutos alTribunal Supremo para que éstedecidiera. La última reforma aprobada delCódigo Penal precisaba que no seinscribirían las formaciones políticas deobediencia internacional que pretendieraninstaurar un régimen totalitario. Unaredacción eufemística bastantesospechosa, que en su espíritu parecíadejar un portón abierto a una prontalegalización de los comunistas. Nisiquiera en la época de Stalin el PCUS sedefinía bajo esos principios. Era unpartido «demócrata».

En el fondo, el asunto estaba pactado.Suárez fue jugando sus cartas conhabilidad. El compromiso era favorecer

un Partido Socialista fuerte. Así,concedería ipso facto la legalización delPSOE-renovado de Felipe González, altiempo que bloqueaba temporalmente alPSOE-sector histórico, devolviéndole ladocumentación para que modificase susestatutos. A cambio, González ya se habíacomprometido a deslindar su suerte de ladel PCE. «No vamos a hacer toda nuestralucha en función de la legalidad delPartido Comunista», afirmaría en lajornada inaugural del XXVII Congreso. Lalegalización del PCE no fue unaimposición exterior. Al contrario.Naciones tan democráticas como losEstados Unidos y Alemania Federal teníana los comunistas fuera de la ley. Y se

trataba de países que en mayor y menorgrado estaban tutelando la transiciónespañola. Abiertamente, la administraciónFord-Kissinger no deseaba en absolutoque se les legalizase.

Lo que por entonces se desconocía eraque en el verano de 1974 el príncipe JuanCarlos, Jefe de Estado en funciones por laprimera enfermedad —tromboflebitis—de Franco, había tenido un primercontacto indirecto con Santiago Carrilloen París. En sus memorias, el viejoagitador revolucionario stalinista,devenido eurocomunista en los añossetenta, describe el encuentro celebradoen el restaurante Le Vert Galant , cerca deNotre Dame, con José Mario Armero y

Nicolás Franco Pascual de Pobil. Lasorpresa de Carrillo fue mayúsculacuando se encontró ante el sobrino carnaldel Caudillo, quien no le revelaría queestaba realizando una encuesta entrerepresentantes de todos los sectorespolíticos para conocer su opinión sobre lamonarquía y su papel futuro. Y queríasaber lo que pensaba el líder comunista.

Carrillo le respondió que la muerte deFranco debía ser el fin de la dictadura.Nada de continuismo. La ruptura con elpasado debía dar paso a un sistemabasado en el sufragio universal, libertadsindical, de partidos y amnistía política.El asunto de la monarquía debía serresuelto posteriormente, en votación

popular, aceptando la decisión de lamayoría. Aunque naturalmente el PartidoComunista se inclinaba por la república,para ellos la alternativa no estaba entremonarquía o república, sino entredemocracia y dictadura. «En aquelmomento, señala Carrillo, el señor FrancoPascual de Pobil no me dio ninguna pistasobre a quién representaba. Sólo tres añosdespués, en ocasión de un encuentro quetuvimos en España, me aclaró que suvisita respondía a una encuesta que lehabía encargado el entonces príncipe JuanCarlos entre dirigentes de la oposicióndemocrática.»[22]

Posteriormente hubo un segundocontacto mucho más directo y con

comunicados cruzados. A los pocos mesesde ser coronado don Juan Carlos, ésteenvió a su embajador especial ManoloPrado a Bucarest a entrevistarse conCeaucescu para que le hiciera llegar unmensaje a su correligionario Carrillo. Enel interior de España, las basescomunistas desarrollaban una eficazcampaña de agitación callejera en contrade la monarquía y de la figura del rey, alque se reputaba una línea continuista de ladictadura. Por su parte, el líder comunistase prodigaba en declaraciones en mediosextranjeros contra la joven figura de donJuan Carlos, que tenían su impacto entrelos reformistas del régimen y en losgrupos de la oposición moderada con los

que se contaba para encarar la reformadel sistema. El rey tenía muy presentes losantecedentes históricos deldescabalgamiento de su abuelo AlfonsoXIII por el empuje de los partidos deizquierda y de la burguesía republicana, ypor la pasividad de los sectoresmonárquicos. La restauración oinstauración había costado un paréntesisde casi 45 años y su objetivo eraconsolidar la corona, no sobre el apoyode la derecha ni de los monárquicos, queno existían, sino con la aceptación de lospartidos de izquierda. Especialmente delPartido Comunista, el más activo ybeligerante, con su líder Carrillo comomáximo espoleador. Éste le aseguraba a

la periodista italiana Oriana Fallaci queel reinado de Juan Carlos sería muy cortoentre duros ataques, insultos ydescalificaciones hacia el joven monarca.

«¿Qué posibilidades tiene Juan Carlos? Todolo más ser rey por algunos meses. Si hubieraroto a tiempo con Franco, habría podidoencontrar una base de apoyo. Ahora no tienenada y le desprecian todos. Yo preferiría quehiciese las maletas y se fuese con su padrediciendo: “Devuelvo la monarquía al pueblo”.Si no lo hace, terminará muy mal… Para elhombre de la calle el único heredero legítimode Alfonso XIII es el conde de Barcelona. Alreemplazar a éste, Juan Carlos traiciona a supadre. Y en España, y sobre todo para elhombre de la calle, quien traiciona a su padre,incluso por una corona, no puede gozar de lamenor credibilidad de parte de suscompatriotas.»

Con independencia de que Carrillo nofuera el más indicado para enjuiciar lasrelaciones entre padre e hijo, pues en lamemoria está su repugnante actitud haciasu padre, Wenceslao, poco antes delcolapso total republicano en la GuerraCivil, el dictador rumano recibió a Pradocon máximo recelo, como si de unsuperespía se tratara. Pero el embajadorreal conseguiría transmitir el mensaje:había que decirle a Carrillo de parte delrey que el Partido Comunista tenía quetener paciencia. La reforma del sistemapolítico franquista se iba a hacer deinmediato, y para ello sería muyimportante evitar todo intento por

desestabilizar la convivencia nacional. Elrey tenía la firme voluntad de que una vezestablecida la democracia, el PartidoComunista fuese legal. Quizás en unperíodo de dos años. Cuando Ceaucescutransmitió a Santiago Carrillo elcontenido de la propuesta real, surespuesta no se hizo esperar: «Teníamosque ser legalizados al mismo tiempo quelos demás y no después».

El asunto de la posible legalizacióndel Partido Comunista ya había arrancadoalgunos chispazos durante la breve gestióngubernamental de Arias Navarro. En estecaso, el malestar surgiría a cuenta delentonces poderoso ministro yvicepresidente Manuel Fraga Iribarne,

quien durante unas jornadas de pesca enjunio del 76 le filtraría al corresponsald e l New York Times , Cyrus Sulzberger,que había que ir pensando en que algúndía, quizá después de las primeraselecciones, el Partido Comunista deEspaña tendría que ser legalizado. Elbarullofue fenomenal. Los cuatroministros militares, De Santiago, Álvarez-Arenas, Franco Iribarnegaray y Pita daVeiga, se dirigieron indignados alpresidente exigiendo una rectificación delministro del Interior, al tiempo quemostraron su considerable disgusto al rey.Fraga se negó a realizar rectificaciónalguna. Y Suárez, ay, circunstancias de lavida y seguramente del cargo —entonces

estaba al frente de los últimos jirones delMovimiento—, llamó a Pita da Veiga parasolidarizarse con la actitud que habíantomado los compañeros de armas por sugesto patriótico: «Las declaraciones deFraga —le aseguró— sobre la posibilidadde legalizar a los comunistas sonabsolutamente intolerables».

La tutela que Estados Unidos ejercíaimplícitamente sobre el proceso de latransición española también haría que laadministración Ford se pronunciara alrespecto. El secretario de EstadoKissinger no era nada partidario de quelos comunistas entraran en el procesodemocrático inmediatamente. Había quedarles largas o, incluso, no legalizarlos

nunca, como en la República Federal deAlemania y ni que decir en la propiaNorteamérica. A su juicio, la presencia delos comunistas «podría no ser compatiblecon la tranquilidad de España». Así semanifestaba ante sus colegas europeos yde la Alianza Atlántica, en cuyo seno sealzaban algunas voces partidarias deincluirlos cuanto antes, porque pensabanque para la credibilidad delestablecimiento de la democracia enEspaña era una condición sine qua non.De ahí que en junio de 1976 Kissinger ledijera con toda franqueza a José María deAreilza, ministro de Asuntos Exteriores enel gobierno Arias, que «no vamos a decirnada si ustedes se empeñan en legalizar el

Partido Comunista, pero tampoco lesvamos a poner mala cara si lo dejanustedes sin legalizar unos años más».

En diciembre del 76, el rey envío aWashington a Manolo Prado y Colón deCarvajal, quien entre sus poliédricasmisiones no se encargaba sólo de llevarfelizmente las finanzas reales. Prado fuecon el encargo personal del rey de obtenerigualmente el «placet» para lalegalización del Partido Comunista.Kissinger volvería a mostrar susconocidas reservas y reticencias. Pero noimpondría su negativa, dejándolo enmanos de la última decisión del rey JuanCarlos y del presidente Suárez. «Comosecretario de Estado —le insistiría a

Prado— debo decirle que desde nuestropunto de vista la situación legal delPartido Comunista es un asunto español.No somos nosotros quienes debemosdecidirlo, ni podemos manifestarnos alrespecto. Pero hablando como politólogo,en mi opinión, cuanto más puedadesarrollarse el sistema internamenteantes de introducir ciertos cambios, mejorestarán. Dejen que el sistema se estabilicepor sí solo. No creo que necesiten alPartido Comunista para hacerlo. Si yofuese el rey, no lo haría. Demostrarían sufortaleza al no hacerlo. Tendrán unespectro político y de opinión totalmentenormal sin ellos. La izquierda chillará,pero chillará de todas formas.»[23]

La llegada de Jimmy Carter a la CasaBlanca en enero de 1977 iba a modificarla postura de la administraciónnorteamericana al respecto. Los nuevosaires de la administración demócratasostenían ahora que Kissinger habíaexagerado interesadamente la amenazacomunista en la Europa Occidental. Elnuevo secretario de Estado, Cyrus Vance,no veía tan amenazadora la presenciaeurocomunista en España. Su posición,más abierta y pragmática, daría vía libre ala legalización de los comunistas.

A finales de febrero de 1977, Suárezya había tomado la firme decisión deentrevistarse personalmente con Carrillo.Hasta ese momento había ido dando

instrucciones al abogado José MarioArmero, quien se había entrevistado envarias ocasiones con Carrillo y alguno desus colaboradores más cercanos. Peroahora pensaba que la situación exigía queél tomase directamente las riendas delasunto en sus manos. Para ello, habíadespachado la cuestión con el rey, quenaturalmente estaba de acuerdo. Yconfidencialmente había puesto sobreaviso a algunos ministros y altaspersonalidades del Estado. Suvicepresidente civil Osorio sería uno delos más reticentes, aconsejando a Suárezque no pactara unilateralmente lalegalización del PCE.

Previamente, debía conseguir que

Carrillo aceptara la resolución delTribunal Supremo. Suárez, en principio,se mostraría conforme. FernándezMiranda, su mentor ya por poco tiempo,se sobrecogería sobremanera. Estabaconvencido de que el presidente iba acometer un disparate. Si ese encuentrotrascendiera, sus consecuencias seríangravísimas para el gobierno y para lacorona. El momento era de una relativatranquilidad después de la matanza deAtocha, y de que dos semanas atráshubieran sido liberados de los GRAPO,en una brillante operación policial, elgeneral Emilio Villaescusa y AntonioMaría de Oriol. Esta fracción comunista-terrorista de los Grupos de Resistencia

Antifascista Primero de Octubre, habíasecuestrado a Antonio María de Oriol,presidente del Consejo de Estado ymiembro del Consejo del Reino, amediados de diciembre de 1976, y alteniente general Emilio VillaescusaQuilis, presidente del Consejo Supremode Justicia Militar, a finales de enero deaquel año de 1977.

El domingo 27 de febrero, Carrillo ySuárez se fundieron en un cordial abrazoen Villa Ana, la residencia del abogadoArmero, situada en la localidad madrileñade Aravaca. Armero había recogido en sucoche al presidente en el complejo de laMoncloa, en tanto que Ana, su mujer,había hecho lo propio con el dirigente

comunista. A lo largo de seis horas, cenaincluida, Suárez y Carrillo hablaron sinreservas de todas las grandes cuestionespolíticas. El propósito del presidente eraconvocar elecciones generales hacia lamitad de junio. Serían las primerasdemocráticas después de 41 años. Y supropósito era conseguir que el PartidoComunista participase también en elproceso electoral. El momento oportunopara legalizar el partido lo escogería él.A cambio, el PCE tenía que declararpúblicamente que aceptaba la monarquía,la unidad de España y la bandera.

Carrillo le dijo que sí a todo,obteniendo permiso gubernamental paracelebrar en los siguientes días una cumbre

euromediterránea en Madrid, a la queasistirían Georges Marchais y EnricoBerlinguer, líderes de los partidoscomunistas de Francia e Italia,respectivamente. Así de fácil fue aquelencuentro entre Suárez y Carrillo, quienesluego se entenderían a la perfección, hastaincluso llegar al compromiso de hacer ungobierno de coalición en los peoresmomentos de la descomposición de UCDy del nirvana autista del presidente. Dehecho, aquel encuentro pondría también elsello a la ruptura pactada. El 1 de abril,fecha conmemorativa del triunfo absolutode las armas de Franco en la GuerraCivil, el Consejo de Ministros aprobó pordecreto ley la desaparición de la

Secretaría General del Movimiento, lacáscara ya vacía de la estructura políticadel franquismo, que, sin embargo, serviríaa Suárez para organizar territorialmente elcollage de la naciente UCD.

La inhibición del Tribunal Supremorespecto de la inscripción del PartidoComunista, devolvería al gobierno esapatata caliente para que fuera él quientomase la decisión de su legalización. Ellunes 4 de abril de 1977, se inició laSemana Santa con la salida de millones deespañoles hacia los lugares de descansoescogidos. Ese día, Suárez planteó a partede su equipo de colaboradores másestrechos la inmediata legalización delPartido Comunista. Estaban presentes

Martín Villa, Landelino Lavilla, AlfonsoOsorio, el general Gutiérrez Mellado eIgnacio García, que seguía siendo elministro del Movimiento ya sinmovimiento. Al vicepresidente AlfonsoOsorio le preocupaba profundamente lareacción que pudieran tener los militaresante la medida: «Cuidado, no nosjuguemos la corona». Oír eso no legustaba nada al presidente. GutiérrezMellado trataba de tranquilizar a todosasegurándoles que no se debían depreocupar tanto por el Ejército. Ése erasuámbito y podían estar tranquilos. Él sabríacomo manejarlo. Por la noche, Suáreztelefoneó a Osorio para informarle queMellado ya había hablado con los jefes de

Estado Mayor. Todos comprendían ladecisión política, aseguraba.

Al día siguiente, el presidentevolvería a insistirle en que Mellado habíainformado a los ministros militares y denuevo a los jefes de Estado Mayor. Ladecisión no les gustaba, aunque laaceptarían por inevitable. El SábadoSanto, 9 de abril, Suárez tenía en sudespacho un dictamen favorable de lajunta de fiscales del Tribunal Supremo. Ysin pérdida de tiempo le ordenó a MartínVilla, ministro del Interior, queinscribiera al Partido Comunista en elregistro de partidos. La televisión y lasemisoras de radio informaron deinmediato. Los periódicos lo harían a toda

plana al día siguiente, domingo. Lasorpresa fue general. Y Suárez siguióasegurando a Osorio y a los demás,incluido el rey, de que el «Ejército va aestar tranquilo».

Aquel deseo de tranquilidad setornaría de hecho en una situaciónexplosiva. Las fuerzas armadas estallaron,llenas de indignación, desatando unosdurísimos ataques contra Adolfo Suárez yGutiérrez Mellado. La cadena de mandomilitar no había sido advertida, niavisada, ni prevenida, ni informada ni,mucho menos, consultada con antelación.Y no se trataba de los sectores castrensesmás ultras, como se ha venidomanteniendo, sino de todo el colectivo

castrense. El rey, por su testimonio a subiógrafo Vilallonga, asegura que le dijo aSuárez: «Tenemos que obrar sin herir lasusceptibilidad de los militares. Notenemos que darles la impresión de quemaniobramos a sus espaldas».[24] Suárezle reafirmó por tres veces a Osorio queMellado había hablado con los ministrosmilitares y con los jefes de Estado Mayor.Y éste pontificó que la parcela militar eraasunto suyo y que ya estaba arreglado.

Después Mellado insistiría endiversas declaraciones, sobre todo tras el23-F, en que había hablado con losmilitares informándoles de que elpresidente estaría en su despacho paraaclararles los motivos. No era cierto. Los

ministros de uniforme y los altos mandosdesmentirían uno a uno haber sidoinformados o avisados. La milicia seenteró por la radio y la televisión. ¿Porqué se hizo así? Seguramente porqueSuárez prefirió asumir el riesgo deenfrentarse con la irritación militar —trasla reunión de septiembre del 76,enfatizaba que los tenía en el bote—, averse engatillado entre dos fuegos si éstosse negaban en firme. Con ello, nuncaestuvo más cerca la transición de unaasonada militar. El engaño los llenó decólera y el rey tuvo que actuar deapagafuegos para serenarlos. Yprácticamente sin hacer nada. Únicamenteporque Franco le había puesto en el trono

y había pedido a aquellos soldados quecerraran filas en torno a don Juan Carlos.Por nada más. Tenía toda la razónSantiago Carrillo cuando le afirmó a TomBurns Marañón que «la autoridad quetenía el rey sobre los militares que podíansublevarse no se la daba al rey el hechode ser constitucional, sino el hecho dehaber sido puesto por Franco».[25]

Los tres ministros militares regresarona Madrid de inmediato y tomaron ladecisión de salir del gobierno, depresentar su dimisión. El rey decidióatajar la delicadísima situación que seavecinaba, citando a despacho a los tresministros. El general FrancoIribarnegaray, titular del ministerio del

Aire, fue convocado a Zarzuela a unaaudiencia urgente el lunes 11 por lamañana. El rey conseguiría convencerlede que no presentara la dimisión para noabrir una grave crisis institucional. Elministro acataría disciplinadamente lapetición real y no convocaría siquiera elConsejo Superior Aeronaútico. Elministro de Tierra, Álvarez-Arenas,también despacharía con el rey acontinuación. Pero en esta ocasión, lareunión sería tensa y emocional. Noobstante, don Juan Carlos conseguiría queno presentara su dimisión, pero no pudofrenar la convocatoria para el díasiguiente del Consejo Superior delEjército, aunque sí que el ministro se

pusiera inesperada y oportunamente«enfermo» para no asistir al consejo, nofuera que los generales en bloque leforzaran a que dimitiera en aquel acto.

El almirante Gabriel Pita da Veiga,ministro de Marina, sería el único que semantendría firme. El rey no consiguió quese retractara. En la memoria de losmarinos se mantenía vivo el asesinato dela mayor parte de los jefes y oficiales alinicio de la Guerra Civil. Pita da Veiga,arropado por todos los mandos de laArmada, escribiría una durísima carta aSuárez presentándole su dimisiónirrevocable y anunciándole que la repulsaera tan general, que ningún jefe en activode marina se prestaría voluntariamente a

sustituirlo. Curiosamente, el almirantePita tenía un perfil liberal en losambientes políticos y periodísticos.Suárez y Mellado comprobaron que loafirmado por Pita era cierto: nadie en laArmada se prestaba a sustituirlo. Pero alcabo de numerosas consultas,conseguirían que el almirante PascualPery Junquera, que estaba en la reserva,se prestara a sustituir a Pita. Hacíaalgunos años que Pery y Pita estabanenfrentados.

En la reunión del Consejo Superiordel Ejército del martes, día 12, se oyeronmás que palabras de indignación. Ante la«oportuna» afección del ministro Álvarez-Arenas, presidió el consejo el general

Vega. Todos los capitanes generalesarremetieron sin recato contra Suárez yMellado en intervenciones incendiarias.Hasta el insulto. La familia militar sesentía traicionada. Vega, que pasaba porser de lo más liberal, tampoco se quedaríaatrás. La quiebra de las relaciones entre elejército y el gobierno era una realidad. Aldía siguiente, el ministro, ya restablecido,también «oportunamente», tenía sobre lamesa de su despacho la minuta completade lo tratado. Había que hacer una notasuavizando algo los términos paraenviarla a toda la cadena de mando. Elteniente coronel Federico Quintero,entonces en la secretaría militar, dictaríaen presencia del ministro la nota oficial.

En el momento en el que se estabarefiriendo a la reacción que el consejosuperior deseaba que tuviera el gobierno,el general Vega Rodríguez, jefe delEstado Mayor, le interrumpiría para pedirque se cambiara la palabra «espera» por«exige». Concluida la redacción de lanota y con el visto bueno del ministro, sedistribuirían más de 50.000 copias a todaslas capitanías a través de una sección quese llamaba «acción psicológica». La notaoriginal estaba expresada en lossiguientes términos:

El Ministro del Ejército a todos losGenerales, Jefes, Oficiales y Suboficiales:

En la tarde del pasado día 12 de abril, elConsejo Superior del Ejército, por

convocatoria del Ministro del Departamento,y bajo la presidencia del Teniente GeneralJefe del Estado Mayor del Ejército, porenfermedad de aquél, se reunió a efectos deconsiderar la legalización del PartidoComunista de España y el procedimientoadministrativo seguido al efecto por elMinisterio de la Gobernación, según el cualse mantuvo sin información y marginado alMinistro del Ejército.

El Consejo Superior consideró que lalegalización del Partido Comunista de Españaes un hecho consumado que admitedisciplinadamente, pero consciente de suresponsabilidad y sujeto al mandato de lasleyes expresa la profunda y unánime repulsadel Ejército ante dicha legalización y actoadministrativo llevado a efectounilateralmente, dada la gran trascendenciapolítica de tal decisión.

La legalización del Partido Comunista deEspaña por sí misma, y las circunstancias

políticas del momento, determinan laprofunda preocupación del Consejo Superior,con relación a instancias tan fundamentalescuales son la Unidad de la Patria, el honor yrespeto a su Bandera, la solidez ypermanencia de la Corona y el prestigio ydignidad de las Fuerzas Armadas.

En este orden, el Consejo Superior exigeque el Gobierno adopte, con firmeza yenergía, todas cuantas disposiciones ymedidas sean necesarias para garantizar losprincipios reseñados.

Vinculado a cualquier decisión que seadopte, en defensa de los valorestrascendentes ya expuestos, el Ejército secompromete a, con todos los medios a sualcance, cumplir ardorosamente con susdeberes para con la Patria y la Corona.

Cuando el vicepresidente GutiérrezMellado tuvo el texto en sus manos, puso

el grito en el cielo. Eso era algo más queindisciplina, ¡era rebelión! ¡Qué era esode exigir al gobierno! De inmediato llamóa Álvarez-Arenas para ordenarle que nose distribuyera la nota. Había que redactaruna nueva. Sin embargo, surgiría unproblema añadido: el diario vespertino ElAlcázar ya la había publicado en portada.Y por la amplia difusión que tenía por lassalas de bandera el órgano de laasociación de los excombatientes, seríadel todo absurdo redactar una notadiferente cuyo primer original ya se habíadifundido y publicado. No obstante, y entanto el vicepresidente se las ingeniabapara intentar salir de tan grave apuro,obligaría al ministro a colar una morcilla

esperpéntica en un baile dedespropósitos:

Y todo ello dentro del mayor respeto yacatamiento a las decisiones de nuestroGobierno, que no tiene otra mira que laborarincansablemente por el bien de la patria y conla más absoluta lealtad a la Corona, al tiempoque con la mayor consideración y afecto a lasFuerzas Armadas.

Con el fin de poder justificarse,Álvarez-Arenas, que era conocido entre lamilicia por el sobrenombre de«¡mecachis, qué guapo soy!», organizaríade inmediato su particular caza de brujascesando a varios jefes y responsables desu secretaría y de la oficina de prensa delministerio, sobre quienes descargaría el

imperdonable «desliz» de haber difundidouna nota que en ese momento asegurabaque no era la autorizada, y rizando el rizo,elaboraría otra diferente en la queintentaría acoplar explicaciones absurdas.Así, dos días después de la primera notaoficial, aprobada y difundida con subeneplácito, pondría en circulación unasegunda nota que sí sería del agrado delvicepresidente de la Defensa. En ésta,además de repetir la morcilla que se habíapegado a la primera, se aseguraba que elEjército mantenía su «obligaciónindeclinable de defender la integridad delas instituciones monárquicas» (¿?). Lanota no aclaraba a qué «institucionesmonárquicas» tenía la obligación el

Ejército de defender en su integridad.Pero toda una gran y fenomenal ceremoniade la confusión estaba servida.

El Ministro del Ejército a todos losGenerales, Jefes, Oficiales y Suboficiales:

Por una inadmisible ligereza de laSecretaría Militar de este Ministerio, seenvió un documento dirigido a los Generales,Jefes, Oficiales y Suboficiales del Ejércitoexponiendo unos hechos que nocorresponden a la realidad, con el peligro deproducir gran confusión entre nuestrosCuadros de Mando.

Dicho documento no había obtenido miaprobación ni la del Jefe del Estado Mayordel Ejército, pero su precipitada difusión nopudo ser totalmente evitada.

El documento que mereció mi aprobaciónfue del siguiente tenor:

Es de gran interés que llegue a

conocimiento de todos los componentesprofesionales del Ejército que, en relacióncon la legalización del Partido Comunista, nome fue posible informarles oportunamente delas razones y justificación de dichalegalización porque el documentojustificativo llegó a mi poder el viernes, día8, por la tarde y la legalización fue oficial elsábado, día 9.

En consecuencia, el Consejo Superior delEjército fue convocado para la tarde del día12 del corriente al objeto de informar a losAltos Mandos de dichas razones, que sejustificaban con base en los más altosintereses nacionales en las circunstanciasactuales, para que, a su vez, dichos Mandostransmitieran a sus subordinados lasconclusiones del Consejo Superior, que sereproducen a continuación y que fueronobjeto de una posterior nota oficial:

El Consejo Superior del Ejército acordópor unanimidad informar al Sr. Ministro de

los siguientes extremos según el Actalevantada al efecto:

La legalización del Partido Comunista haproducido una repulsa general en todas lasUnidades del Ejército.

No obstante, en consideración a interesesnacionales de orden superior, admitedisciplinadamente el hecho consumado.

El Consejo considera debe informarse alGobierno de que, el Ejército, unánimementeunido, considera obligación indeclinabledefender la unidad de la Patria, su Bandera, laintegridad de las Instituciones monárquicas yel buen nombre de las Fuerzas Armadas.

Para evitar cualquier confusión enrelación con lo anterior, me interesa exponerque el acuerdo del Consejo fue unánime en laredacción de las conclusiones y que es undeber ineludible de todos nosotros hacerhonor a lo que en las mismas se dice.

Así pues, quiero expresar mi seguridad deque todos cuantos orgullosamente

pertenecemos al Ejército español, sabremoscumplir con nuestro deber de mantenernosdisciplinadamente unidos, confiandoplenamente en nuestros mandos, a lasincondicionales órdenes de nuestro Rey yJefe Supremo de las Fuerzas Armadas, asícomo al servicio de España, dentro del mayorrespeto y acatamiento a las órdenes denuestro Gobierno, que no tiene otra mira quelaborar incansablemente por el bien de laPatria y con la más absoluta lealtad a laCorona, al tiempo que con la mayorconsideración y afecto para las FuerzasArmadas.

A la vista de tan clamorosa bajada depantalones ministerial y de tan bajadignidad personal, el Consejo Superiordel Ejército redactaría una breve nota queenviaría directamente al rey y al

presidente del gobierno.

Hacer llegar a S. M. El rey directamente eldisgusto del Ejército y que su figura se estádeteriorando a consecuencia de la actitud delGobierno. (Dejaciones, permisividad, falta deautoridad, indecisión).

Hacer saber al Presidente del Gobierno:

a. La burla que para el Ejército hasupuesto su actitud en contra de lo quedijo a los tenientes generales de Tierray Aire y almirantes de la Armada.

b. Que es inadmisible que por un «erroradministrativo» se tenga al ministro delEjército en la ignorancia de unadecisión trascendental.

c. Que el responsable de ese «erroradministrativo» salga del Gobierno.

d. Que garantice que la actuación delPartido Comunista, no interfiera en lo

más mínimo a las Fuerzas Armadas enel cumplimiento de su misión.

e. Que se adopten las medidas para quepor ningún medio se ataque: LAUNIDAD DE LA PATRIA, LACORONA y a las FUERZASARMADAS, que éstas están dispuestasa defender con todos sus medios.

Pero no sería ésta del ConsejoSuperior del Ejército la única reunión quealtos mandos militares celebrarían por laconvulsión originada por la forma en queel gobierno había legalizado al PCE. Lacapitanía general de Madrid convocó otra,a la que asistieron todos los mandos de laI Región Militar. El encuentro, solicitadopor el general Milans, jefe de la

Acorazada, estuvo presidido por elcapitán general de Madrid, tenientegeneral Federico Gómez de Salazar(después sería el presidente del tribunalmilitar que en el último tramo juzgaría el23-F). Milans hizo un análisis hipercríticode cómo el gobierno había resuelto elasunto del PCE, arremetiendo contraSuárez por haber roto el compromiso dehonor que había sellado con el Ejército.Según Milans, no se podía admitir a unpresidente que carecía de honor. España,aseguraba, se estaba deslizando por lamisma senda que en febrero de 1936 «noscondujo al alzamiento y a la GuerraCivil». Sus durísimas palabras seríancorroboradas con mayor dureza aún por

todos los demás intervinientes. Variasdecenas de generales, coroneles, tenientescoroneles y comandantes atizarían aúnmás aquel estado de enfurecimientogeneral. Todos sin excepción censuraríanal gobierno sin paliativos, con unaespecial virulencia y dureza contra Suárezy Mellado, desconocida hasta entonces.Los ministros militares tampoco selibrarían de la sacudida.

El general Luis Rosón, destinado enlos servicios de información y que pasabapor estar tocado de un aire másprogresista y liberal, también intervinosuscribiendo lo afirmado por JaimeMilans, pero achacó la responsabilidadde lo que estaba ocurriendo a las mismas

fuerzas armadas por no haber queridoconducir la transición tras el asesinato delalmirante Carrero Blanco. El plan quealgunos militares barajaron poner enmarcha entonces, partía de que el tránsitohacia la democracia, ineluctable bajocualquier prisma ideológico, se hicierabajo el control político de las fuerzasarmadas. Para ello, el Ejército de laVictoria debería liquidar las secuelas dela Guerra Civil, hacer la reconciliaciónpolítica (la social hacía años que estabahecha) e insertar a España en un sistemademocrático al estilo del Occidenteeuropeo. El camino se debería hacer sinsobresaltos ni errores, y la corona,arropada por los militares, iniciaría una

nueva restauración-instauraciónfortalecida. A tal fin, un grupo degenerales, de probada lealtad a Franco,estaba promoviendo la figura del generalManuel Díez Alegría.

Desafortunadamente, la baza de lainfluencia política que doña Carmen jugó—alentada por un pequeño clan familiar— sobre un Caudillo decrépito, anciano ysin pulso vigoroso, haría que ladesignación del sucesor del almiranteCarrero se inclinase sobre la persona deun timorato, amortecido y débil AriasNavarro, pese a sus ramalazos desoberbia. Después, Díez Alegría seríacesado por haberse entrevistado conCeaucescu, pese a que contaba con el

conocimiento y la autorización del propioArias. Aquella encerrona daría al trastedefinitivamente con la operación. Losintentos posteriores, iniciados con elgeneral Vega Rodríguez a la muerte deFranco, no pasarían de ser eso, tibiosintentos.

La medida exposición del generalRosón concluiría con el llamamiento aque el aire de insurrección que serespiraba y pulsaba no pasase a la acción.Como así fue. Pero «aquel día el ejércitopudo haberse levantado», le aseguraríaaños después el general Rosón a laperiodista Victoria Prego.[26] En esamisma línea se manifestaría el generalJosé Vega Rodríguez al criticar

contundentemente la forma en la queSuárez llevó a cabo la legalización delPCE, y la manera en la que Melladodespreció a sus colegas de armas. Elmomento más delicado para las fuerzasarmadas durante la transición y el cambiopolítico: «Para mí, sin duda, el momentocrítico fue la legalización del PartidoComunista. Efectivamente crítico, perocomo ahí está y es inútil ignorarlo, pueshay que aceptarlo.»[27]

Los servicios de información militaresredactarían una minuta completa sobre loque se había dicho y acordado en lareunión de mandos de la capitanía deMadrid. La dureza de los términosexpresados indicaba sin duda alguna que

nunca se estuvo tan cerca de la revueltamilitar. Fue un sentimiento unánime. Pesea que después se haya querido camuflarcomo algo residual de la ultradacastrense. El documento mostraba larepulsa total por la legalización delPartido Comunista, censuraba con fuerteindignación al presidente del gobierno porhaber engañado al ejército, exponía suabsoluta desconfianza al gobierno, al quereputaba de débil, y a los altos cargos ymandos militares; es decir, los tresministros militares y los capitanesgenerales. Bajo la sensación de fraudeque vivían, el colectivo castrense sepreguntaba: «¿qué hacen nuestrosministros y nuestros capitanes

generales?». Evidenciando la inseguridadde hacia dónde se quería ir, sepreguntaban por cuáles debían ser losvalores morales que el ejército debíadefender. Temían que el rey seinvolucrara en acciones concretas degobierno que pudieran mermar su crédito.Y como remedio, pedían que el altomando hiciera una declaración clara decuál debía ser la posición del ejército,exigiendo una declaración pública delPartido Comunista sobre la unidad, lacorona y las fuerzas armadas, exigiendoigualmente unos medios de comunicaciónresponsables, para concluir solicitando ladimisión de todos los ministros militares—incluido Gutiérrez Mellado—, y que

nadie del Ejército aceptase cubrir susvacantes.[28]

La convulsión militar fue tan grave ygeneralizada que desde Zarzuela yMoncloa intentarían rebajar laefervescente crisis político-militar. ElEjército se mantuvo sumiso al rey pordisciplina, pero su animosidad haciaSuárez y Mellado permanecería siemprelatente. Por su lado, el gobierno le pidió aCarrillo que hiciera un gesto lo antesposible a fin de intentar tranquilizar lasaguas revueltas de la milicia; en realidad,se le dijo al líder comunista quecumpliera con su parte del pacto. El 14 deabril, aniversario republicano, el PartidoComunista hizo pública su aceptación de

la unidad de España, la monarquía y labandera. Una gran enseña rojigualda,colocada detrás de varios miembros delcomité central, ratificaba lasdeclaraciones de Carrillo, que, sinembargo, serían recibidas con asombro eincredulidad por el comité central y lamilitancia del partido. Por parte de laderecha, Fraga aprovecharía el viaje deregreso a Madrid junto a Calvo Sotelo,después de haber pasado ambos unos díasde descanso en Galicia, para descargarsea gusto contra aquella legalización. Sinduda, en aquel momento no le vinieron ala memoria a Fraga sus propiasdeclaraciones de un año atrás, cuando eraprecisamente él quien había hablado

primero de la legalización del PCE.Calvo Sotelo recordaría en sus memoriaslo que le soltó el líder aliancista:

Habéis contraído una gravísimaresponsabilidad legalizando el PartidoComunista. La Historia os pedirá cuentas…Con una desgraciada decisión administrativa,habéis hecho retroceder 40 años la historia,habéis arruinado la pacificación de España,habéis provocado al Ejército, habéis abierto ala incertidumbre el futuro de nuestroshijos.[29]

Calvo Sotelo apuntaría también en susmemorias que unos días despuéscoincidió con el general Armada enZarzuela durante la toma de posesión delalmirante Pery como nuevo ministro de

Marina. Tras el acto, discutiríanvivamente sobre el alcance deldescontento militar. El secretario de laCasa del Rey le expresaría así suirritación: «¡No hay nada tan grave comosubestimar la gravedad misma de loshechos! Me estremece la pocainformación que tenéis. Se puede hacercualquier cosa con las bayonetas menossentarse encima. Del Gobierno será laresponsabilidad de lo que suceda.» Esaspalabras no fueron del agrado del ministroy ordenó al general que se cuadrase.Armada pegó un taconazo y le pidiódisculpas, retirándose, según CalvoSotelo.[30] A los pocos días, Armadavolvería a tener otra discusión con Suárez

en Zarzuela, en presencia del rey, a cuentade cómo había caído en los cuarteles lalegalización de los comunistas. Así escomo lo recordaba:

La forma como se llevó a cabo la legalizacióndel Partido Comunista abrió una profundagrieta y una grave crisis institucional. Cuandoel presidente por sorpresa para todos decidiósu inscripción, talló un serio divorcio entre elEjército y Suárez y Gutiérrez Mellado. Parapaliar el asunto, Suárez preparó un informeelaborado desde el Estado Mayor que dirigíael general Vega. El Rey llamó a despacho alpresidente el domingo siguiente al del sábadorojo. Su Majestad me pidió que estuviesepresente para tratar la cuestión de lalegalización del Partido Comunista. Suárezcon el informe en la mano aseguró que lalegalización había caído bien en el Ejército.Yo le interrumpí y le dije que eso no era así,

que no sabía de dónde habría salido eseinforme y cómo se había hecho, pero que larealidad era muy diferente. Delante de él, elRey pidió mi opinión y que informara. Ya lohabía hecho anteriormente. Insistí: Lalegalización había sido un engaño para lasFuerzas Armadas por la forma como se habíallevado a cabo. Dije que el momento eradelicadísimo. Suárez se mantuvo en supostura afirmando que no, que la operación sehabía hecho bien y que los militares estabanmuy contentos, salvo el bastión ultra. Volví areiterar que eso no era cierto y que se habíahecho mal. Después el presidente se quedó acomer con el Rey en Palacio y yo me fui aalmorzar al club de Puerta de Hierro. Cuandovolví a la Zarzuela a las seis de la tarde,Suárez ya se había ido. Encontré al Rey muyserio y ya no me comentó nada. Luego supeque a solas Suárez había rogado al Rey que nose dejara convencer por lo que yo le decía.Pero el Rey se fiaba entonces totalmente de

mí.[31]

Sabino Fernández Campo sería otrotestigo relevante del momento. Desdehacía un año estaba designado para entraren el círculo más exclusivo del rey. Leavalaba Armada y ambos eran íntimosamigos. Después tendría un papelesencial, en parte, en los sucesos del 23-F, que afectarían de por vida, ironías deldestino, a su entrañable amigo Armada.Sabino había formado parte del equipo decolaboradores de Alfonso Osorio enPresidencia en el primer gobierno delmonarca, y ahora estaba comosubsecretario del ministerio deInformación. El ex jefe de la Casa del Rey

recordó con este autor, durante una de lasdecenas de conversaciones que ambosmantuvimos sobre la transición y sus casidiecisiete años de servicio en Zarzuela,que el vicepresidente Osorio aconsejó aSuárez que antes de resolver nadarespecto a la legalización de loscomunistas, volviera a reunir de nuevo alos jefes militares. Pero que el presidenteno le hizo caso. «Las Fuerzas Armadas —me comentó Sabino— se llenaron derencor hacia Suárez desde que les engañóal legalizar el Partido Comunista.Después de prometerles que no legalizaríaa los comunistas en la macro reunión quetuvo en Presidencia del Gobierno el 8 deseptiembre de 1976, debió de llamarlos

personalmente cuando decidió locontrario. El otro gran responsable fueGutiérrez Mellado. Alfonso Osoriorecomendó a Suárez que los llamara.También se lo comentó a Martín Villa.Éste hizo una gestión y le dijo: “Dice elGuti que de eso ya se encarga él”. Y nohizo nada.»[32]

La legalización del Partido Comunistafue el momento más delicado de latransición. El ejército se sintió engañadoy traicionado por la palabra de honor queel presidente Suárez le había dado sietemeses atrás. No cumplir esa palabra, novolver a reunirse con ellos paraexplicarles que la situación habíacambiado, y que el momento político

hacía necesario dar ese paso paraestabilizar a la joven democraciaespañola —si es que así lo creía o así lohabía pactado el rey con Carrillo—, fueun gravísimo error político quedesenganchó a prácticamente todo elcolectivo militar del proceso de reformas.Y el menosprecio con el que GutiérrezMellado se comportó con sus colegas dearmas, provocó que la irritación crecieraen todos los estamentos militares hasta elpunto de llegar casi al estado de rebelión.Que el rey Juan Carlos, sólo él, pudocontener.

Pero es interesante resaltar que lasfuerzas armadas no conspiraron. Suprofundo malestar fue público. Y sus

notas y declaraciones fueron elaboradasdesde la cadena de mando, noclandestinamente, y circularon pública yoficialmente por todos los medios. Elresultado fue que se desengancharon delproceso de reformas y cambios políticos.Que dejaron de colaborar con aquellaforma gubernamental de hacer política deSuárez y Mellado. Y también esimportante reseñar que la legalización delPCE no tuvo nada que ver con los hechosdel 23-F. Entre una cosa y otra no existiórelación alguna. Ni la legalización delPartido Comunista fue el precedente del23 de febrero, ni en el 23-F estuvopresente la memoria del Sábado SantoRojo. Fueron dos asuntos completamente

distintos y diferentes. Sin conexiónalguna.

En los hechos gravísimos que sedesataron dentro del Ejército a raíz de lalegalización de los comunistas, tampocohabría represalias ni sanciones. Pero síque hubo un precio que pagar: la salidadel general Alfonso Armada de Zarzuela.El presidente Suárez se vio cogido en supropia trampa, al persistir y enfatizarle almonarca que la legalización de loscomunistas no había sentado mal en elejército, a lo que el secretario del rey lereplicó con informes y de palabra de todolo contrario. Como así fue. Suárez nopodía tolerar ser desairado de esa maneradelante del rey, e invocando su principio

de autoridad como presidente delGobierno, le pidió a don Juan Carlos quealejara al general Armada de Zarzuela.Como así ocurrió. Pero lo que jamás pudoconseguir Suárez fue que el rey rompierasu estrecha relación con Armada y queéste, por su lealtad, dejara de estar dentrodel círculo más íntimo del monarca.

Aquellos momentos fueron muydifíciles. A juicio de todos o de casitodos, el más difícil. Que pudo sersorteado porque el rey contuvo laexplosión militar y porque el Ejército,colectivamente, se mantuvo disciplinado yleal con el monarca. Ése sería el puntoque mejor podría definir la transiciónpolítica española. Y aquel momento tan

difícil también exigió de la prensa unesfuerzo conjunto. La mayoría de losperiódicos volvería a ponerse de acuerdopara publicar el mismo día y en primerael mismo editorial. «No frustrar unaesperanza», fue su título, en el que, entreotras cosas, se aseguraba que: «LosEjércitos españoles constituyen el brazoarmado de nuestra sociedad, al serviciodel Estado y de su gobierno. El Ejércitoespañol lo forman los españoles y tieneencomendadas unas misiones establecidasen las Leyes; entre ellas no está incluidala emisión de opiniones contingentessobre las decisiones políticas de losgobiernos de la nación.» Lo cual esabsolutamente cierto e irreprochable. La

cuestión es que las fuerzas armadas noemitieron una serie de opiniones sobredecisiones políticas, sino para criticar loque para ellos fue un engaño a una palabrade honor dada por su presidente.

VII.ESTADOS UNIDOSTUTELA AL REY YLA TRANSICIÓN.

EL IMPACTO DE LAMARCHA VERDE

¿En qué momento pensó el rey que sehabía equivocado? Mejor dicho, porquelos reyes nunca se equivocan, ¿en quéinstante creyó don Juan Carlos que la víaemprendida por Suárez y suscolaboradores para hacer la transición

había sido errónea y el modelo, errático?¿Durante los meses de 1980 en los queactivamente deseó que Suárez fuerabarrido de la escena política? ¿O bien enlos momentos de máxima tensión en losque salió al jardín de Zarzuela a llorar suzozobra y desahogarse en la tarde-nochedel 23-F?

El rey siempre estuvo firmementedecidido a hacer el tránsito del régimenautoritario a un sistema democrático.Desde mucho antes incluso de que Francole designara su sucesor en la Jefatura delEstado a título de rey. Eso ya se lo habíaconfesado a un grupo de notablesliberales en la primavera de 1966. Tresaños antes de la designación. A finales de

junio de ese año se celebró una cena encasa de Joaquín Garrigues Walker a laque asistió el príncipe Juan Carlos y ungrupo de jóvenes profesionales dediversas tendencias y procedencias quebuscaban ya nuevas formas de evoluciónpolítica, y que años después formaríanparte de los reformistas del franquismo.Allí se habló libremente del futuro de lamonarquía y de la España que deberíavenir después de Franco. Todos dieronpor hecho que la corona se establecería enun régimen democrático.

Don Juan Carlos también tomó parteactiva en el debate, afirmando que su másvivo deseo sería establecer la monarquíaen un régimen democrático, pero que en el

futuro habría que evitar los excesos delpluripartidismo. Él se sentiría cómodocon un sistema de dos partidos; socialistay democristiano —junto a algún otropequeño—, similar al sistema de lospaíses anglosajones, y que en el juegodemocrático fueran alternándose en elpoder. Franco tuvo una detalladainformación de la citada reunión, de todolo hablado y de quiénes asistieron, y nohay ningún dato de que le hiciera alpríncipe comentario alguno sobre lamisma. Con su silencio y las vagasinsinuaciones que en diferentes ocasionesle hizo a don Juan Carlos de que reinaríade forma muy diferente de como él habíagobernado, parece deducirse que, pese a

su repulsión por el sistema liberal-parlamentario, el dictador admitíaimplícitamente una evolución políticafutura del régimen hacia el bipartidismodentro de las estructuras políticas delMovimiento.

Tras la designación del príncipe JuanCarlos como sucesor de Franco en juliode 1969 y la llegada a la Casa Blanca delpresidente Nixon, y del catedrático deHarvard Henry Kissinger a la Secretaríade Estado, el interés norteamericano porel futuro político de España seincrementaría notablemente. Así loconfirman los siete viajes oficiales queKissinger realizó a Madrid entre 1970 y1976 y las dos visitas de los presidentes

Nixon y Ford en 1970 y 1975,respectivamente. El propio Kissinger loconstata en sus memorias al afirmar que«la contribución norteamericana a laevolución española durante los añossetenta constituyó uno de los principaleslogros de nuestra política exterior.» En elfondo del asunto estaba el propio interésnorteamericano por su afianzamiento enlas bases españolas, y la importanciageoestratégica que España tenía para ladefensa occidental en el sur de Europa yen el Mediterráneo.

Especialmente por las sucesivasconvulsiones abiertas tras el golpe deEstado en Libia del coronel Muammar al-Gaddafi, de septiembre de 1969, las

guerras árabes-israelíes de los Seis Díasde junio de 1967 y del Yom Kippur deoctubre de 1973, que harían del PróximoOriente una de las zonas más peligrosas ypermanentemente más inestables delplaneta; el conflicto greco-turco a cuentade Chipre, la emergente importancia delos partidos comunistas italiano y francés,la revolución marxista de los clavelesportugueses y la crisis del Sáharadesatada en el otoño de 1975 por el reyHassan II de Marruecos.

Tal cúmulo de acontecimientosrealzaría el interés norteamericano en queEspaña no se deslizara por un torbellinode agitaciones peligrosas a la muerte deFranco. El tránsito del régimen autoritario

hacia un sistema homologabledemocráticamente con el Occidenteeuropeo, se debería llevar a cabo de unaforma ordenada y prudente, sinconvulsiones ni precipitacionesarriesgadas que pudieran desestabilizar elproceso. Con el cambio de régimen,Estados Unidos apoyaría la incorporaciónde España a la Comunidad Europea y a ladefensa atlántica. De ahí que, además deapoyar al príncipe, lo tutelara de formaactiva.

En enero de 1971, don Juan Carlosrealizó un largo viaje oficial por EstadosUnidos. Nixon y Kissinger se percataríanentonces de que dicha tutela tenía que sermucho más cerrada y estrecha al

convencerse de la escasa solidez y lalimitada capacidad intelectual que ofrecíael príncipe para «defender el fuerte» trasla muerte de Franco. Por eso, Nixon leaconsejaría en la larga conversación queambos mantuvieron en el despacho ovalde la Casa Blanca, que en un principio noacometiera grandes reformas hasta tantono estuviera consolidada la estabilidaddel cambio. Es decir, la de don JuanCarlos y la corona.

Tras esa conversación entre Nixon ydon Juan Carlos, y la que posteriormentemantendría el príncipe con Kissinger, lapreocupación de la administraciónnorteamericana por la sucesión en Españaaumentó. Nixon envió al mes siguiente —

febrero de 1971— al general VernonWalters a Madrid, en misión secreta, paraentrevistarse con Franco. Al presidente leinteresaba por encima de todo conocer siel dictador podía cambiar de criteriosobre la elección del príncipe, lo queposiblemente no hubiese sido malrecibido por los norteamericanos, aunqueno hay datos conocidos que lo confirmen.Walters era entonces el agregado militarde la embajada norteamericana en París, yhabía acompañado al presidente Nixondurante su viaje oficial a Madrid deoctubre de 1970, al igual que 11 añosatrás lo hiciera con Eisenhower en sufamosa visita de diciembre de 1959. Porlo tanto, era un experto en los asuntos

españoles, como en los deHispanoamérica. Su trato con el jefe delEstado era abierto. De militar a militar.

La misión de Walters consistíaprincipalmente en hablar con Francoconfidencialmente y averiguar cuatrocosas; primero, si la decisión sobre ladesignación del príncipe era firme eirrevocable; segundo, si tenía pensadohacer el traspaso de poderes en vida;tercero, si había previsto durante eseperíodo de tiempo designar un presidentede Gobierno identificado con el príncipe,y cuarto, saber cómo creía el Caudillo quesería la sucesión. Franco trató detranquilizar a Nixon y le dijo a Waltersque su decisión sobre la persona de don

Juan Carlos era firme y definitiva, que no«había ninguna alternativa al príncipe», enel que había depositado su confianza en laseguridad de que sabría resolver bien lanueva situación; le aseguró que lasucesión sería tranquila y pacífica, sinconvulsiones, porque la mayoría delpueblo español, asentado establemente enuna ancha clase media, había alcanzadouna sólida madurez, y porque, en todocaso, su sucesor contaría con el decididoapoyo del Ejército. Walters entregópersonalmente aquel informe en la CasaBlanca.

Sin embargo, Nixon y Kissingerinsistirían, con discreción y de manerasutil, a fin de evitar que se les pudiera

acusar de inmiscuirse en los asuntosinternos de España, en que Francotraspasara los poderes al príncipe en viday cuanto antes, lo que en modo algunolograrían. Pero se alegraron de ladesignación del almirante Carrero Blancocomo presidente del Gobierno en mayo de1973, así como de la posterior elecciónde Arias Navarro, tras el asesinato deCarrero perpetrado por ETA siete mesesdespués de su nombramiento. Kissingersabía que el aparato estatal franquista eradébil e ineficaz, aunque daba por hechoque «Franco había sentado las bases parael desarrollo de instituciones másliberales», y que, inicialmente conCarrero y después con Arias, éste se

llevaría a cabo gradualmente.Pero sus reservas sobre la capacidad

de don Juan Carlos seguirían estando demanifiesto. A finales de mayo de 1975,Kissinger viajó a Madrid con el nuevopresidente Ford, quien en agosto del 74había sustituido a Nixon tras presentaréste su dimisión bajo la amenaza delempeachment por el asunto Watergate. AFord, la conversación que mantuvo con elpríncipe le convenció algo más que aKissinger, que seguía manteniendo susdudas sobre el nivel de solidez de donJuan Carlos. Así se lo expresó pocodespués al ministro de exteriores alemán,Hans Dietrich Genscher, y unos mesesdespués al líder chino Deng Xiaoping.

Para el poderoso secretario de Estado,don Juan Carlos era «un hombreagradable» pero «ingenuo», que noentiende de revoluciones ni a lo que se vaa enfrentar», y que piensa que «lo puedelograr todo con buena voluntad».Kissinger era muy escéptico y dudaba deque el príncipe tuviera «la fuerzasuficiente para manejar la situación por sísólo».[33] Efectivamente, el futuro rey donJuan Carlos tan sólo contaría con elsólido apoyo y la lealtad de las fuerzasarmadas. Así se lo demostrarían a lo largode todo el proceso de la transición y demanera especial durante la jornada del 23de febrero de 1981.

Don Juan Carlos desconocía entonces

—y quién sabe si aún actualmente— cuálera la opinión y cuáles las dudas que en laadministración republicana de Nixon yFord —sobre todo Kissingerpersonalmente—, se tenían sobre suslimitaciones y capacidades. Sin embargo,sabía con certeza que podía contar con supleno apoyo. Por eso, a finales de octubrede 1975, cuando Franco agonizaba y suestado de salud era absolutamenteirreversible, solicitó a través delembajador en Madrid, Wells Stabler, laayuda norteamericana para que se lehiciera el traspaso de poderes. Que seaplicara el artículo 11 de la Ley Orgánicadel Estado. Un año antes, durante elverano de 1974, fue el propio Franco el

que ordenó que se le traspasara el poder adon Juan Carlos con motivo de suepisodio de tromboflebitis; poder que elCaudillo volvería a recuperar enseptiembre de ese mismo año, tras sumejoría. Pero en aquel momento, ante unestado terminal, el príncipe solicitó (¿pormedio de Prado, quizá?) al embajadorStabler una ligera presión norteamericanaante el presidente Arias para que se lecediera la Jefatura del Estadoinmediatamente.

El embajador informó a Kissinger dela petición, quien la recibió con cautela ysuma prudencia. Incluso tuvo que vencerla insistencia de sus colaboradores másdirectos de la Secretaría de Estado para

que despachara favorablemente el asunto.Frente a la opinión de quienes asegurabanque de esa manera se identificaría a losEstados Unidos con los cambios de quienen breve iba a dirigir el país, Kissinger senegaría ante el temor a ser acusado dederrocar a Franco en contra de suvoluntad, y envió un telegrama desdeTokio tan lacónico como firme: «Elsecretario no autoriza, repito, no autorizaa Stabler a hacer una aproximación aArias en estos momentos.» Este episodiocontradice el testimonio que don JuanCarlos hizo a su biógrafo Vilallonga, alque aseguró que rechazó y se resistiórepetidas veces a aceptar el traspaso depoderes que Arias le ofreció con

insistencia. Y que si finalmente transigió yaceptó la Jefatura del Estado en funciones,fue cuando los médicos le confirmaronque la situación clínica de Franco eraabsolutamente irreversible. Estos dosepisodios distintos y con una semana dediferencia entre ambos, indican que, entodo caso, don Juan Carlos estaba resueltoa recibir el poder cuanto antes. Conansiedad y tensión. La misma ansiedad ytensión que había vivido —«¿pero cuándome llamará este hombre?»— los díasprevios a la llamada que Franco le hizo enjulio de 1969 para comunicarle que habíadecidido designarle su sucesor.

La crisis desatada en el verano de1975 por el monarca alauita Hassan II en

el Sáhara occidental, forzaría una vez másal príncipe Juan Carlos a acudir en buscadel auxilio de Kissinger. Pero en estaocasión, los intereses de uno y otro iban aestar cruzados y no serían coincidentes.Hacía muchos años que el sueño imperialde Hassan de forjar el gran Magrebmarroquí, pasaba por la anexión delterritorio saharahui de Saguia el Hamra yRío de Oro. España, que había otorgadoal territorio la categoría de provincia yhabía concedido la ciudadanía española alos saharauis, era la potenciaadministradora por mandato de la ONU, yse había comprometido a realizar unreferéndum de autodeterminaciónauspiciado por Naciones Unidas.

A mediados de octubre de 1975, laCorte Internacional de Justicia de la Hayasentenció que Marruecos carecía de títulode legitimidad alguno sobre el territorio yla población saharaui. Hassan reaccionóentonces con el anuncio de una granmarcha —la Marcha Verde— con elobjetivo de ocupar «pacíficamente» elSáhara. El monarca, que atravesaba unagrave crisis interna, creía que si no sehacía con el Sáhara podría ser derrocado.Y se echó en los brazos de losnorteamericanos. Sus padrinos yprotectores, y sus grandes aliados, ademásde Francia.

Kissinger acudiría solícito en susocorro. Informó a Ford de que el fallo de

La Haya era favorable a Marruecos, loque en absoluto era cierto. Pero EstadosUnidos no podía permitir que su aliadomagrebí se viera en peligro, y muchomenos que un Sáhara independientecayera bajo la influencia del régimenprosoviético de la Argelia de Bumedián.La administración norteamericana dispusode inmediato el envió a Marruecos deapoyo logístico, suministros y armamento,en tanto la CIA se encargaba del planoperativo. La idea de una ocupación manumilitari, camuflada dentro de una granmarcha civil y pacífica, fue de la Centralde Inteligencia Americana. Suyo fue elnombre de la operación —Marcha Blanca—, que Hassan cambiaría por el de

Marcha Verde. A Marruecos se desplazóVernon Walters, subdirector ya de la CIA,para coordinar y dirigir la operación.Walters había acumulado una notableexperiencia en América Latina derribandogobiernos y colocando dictadores títeressumisos a los intereses norteamericanos.Y prestó todo su esfuerzo para queHassan, al que conocía muy bien desde1942, se saliera con la suya.

No cabe duda de que con un Franco enotras condiciones físicas, Hassan nunca sehubiera atrevido a dar ese paso, puestoque ya en 1974, aprovechando el episodiode la flebotrombosis, Franco frenó unprimer intento de ocupación marroquí delSáhara. Pero el Caudillo entró a mediados

de octubre en su fase biológica terminal,lo que en esa ocasión sí aprovecharía elastuto rey marroquí para lanzarsedefinitivamente a la conquista del Sáhara.Aquel monarca podía ser cruel y déspota.Y lo era. Como también inteligente. Ysabía muy bien lo que quería. Por elcontrario, el gobierno español, débil ypusilánime, además de confundido, estabadividido entre quienes eran partidarios deresistir y hacer frente a la invasión deMarruecos con las armas en la mano(Cortina Mauri, Exteriores), y entrequienes querían salir corriendo delterritorio lo antes posible (Arias Navarro,el jefe de un gabinete asustadizo yaturdido). Además, sobre alguno de los

ministros, caso de Solís Ruiz(Movimiento), recaían algo más quesospechas de ser colaboradores deHassan y de llevar sus inversiones enEspaña.

Carro Martínez (Presidencia), al quesus malvados adversarios le llamaban «elHombre de Cromañón» por sus espaldasvisiblemente combadas, llegó a hacer anteHassan la más indigna bajada depantalones que se recuerde en un servidorpúblico: dejarse someter al escribir aldictado de Hassan una carta en la que elgobierno español mendigaba que parasela Marcha Verde aceptando todas lasexigencias marroquíes. En aquella carta,que Hassan se dirigió a sí mismo —«…

ruego a V.M. tenga a bien considerar laterminación de la Marcha Verde, con elrestablecimiento del statu quo anterior,habida cuenta de que de hecho ya haobtenido sus objetivos»— , el gobiernoespañol claudicaba de manera indigna,saliendo del territorio saharaui sinnegociación alguna y de la forma másvergonzosa y humillante que se recuerde.

Aquella defección, y traición deEspaña al Sáhara y a los saharauis, secompletó con el difícilmente explicablepapel que el sutil y maquiavélicoKissinger le hizo hacer a don Juan Carlos.En la agonía de Franco, el príncipe fuenombrado jefe de Estado en funciones el30 de octubre. Su primera decisión sería

enviar a Washington, en un intentodesesperado, a su embajador volanteManolo Prado para solicitar de Kissingerque parase la ocupación marroquí delSáhara. Don Juan Carlos pensaba en cómosalvar la cara «dignamente» ante elacuerdo gubernamental de toque deretirada inmediata.

El astuto secretario de Estado sepresentaba en el conflicto aparentando unaestricta y exquisita neutralidad. Ynaturalmente, le dijo a Prado que haría lagestión, puesto que Hassan estaba jugandocon fuego. Le aseguró que España era unaliado y un verdadero amigo, y él se habíacomprometido personalmente con elpríncipe y su futuro. Hablaría con Hassan

e intentaría convencerle de que paralizaselos preparativos de la marcha, a fin deque todo se resolviera pacíficamente y sinperjuicio para nadie, puesto que lo quehabía que hacer era celebrar la consultaentre los saharauis, como disponía laONU.

Detrás de esa posición para la galeríade ingenuos, Kissinger movería luego laspiezas del tablero al antojo de losintereses norteamericanos en la zona. Loprincipal era prestar todo su apoyo a laocupación marroquí del territorio, porquesi Hassan «no obtiene el Sáhara, estáacabado». Y ya en muy segundo lugar, sepodría contemplar que si en algúnmomento se llevara a cabo un referéndum

de autodeterminación, como pedía laONU, sería siempre bajo la garantía deque la consulta arrojase un resultadofavorable a Marruecos. Cualquier otrahipótesis era simplemente inviable. Quizápor esa razón en el Sáhara no se hacelebrado el referéndum en 35 años, y semantiene desde entonces la ocupaciónmilitar de la mayor parte del territorio.

En ese juego de piezas bajo laapariencia de una falsa neutralidad,Kissinger le confiaría al presidenteBumedian que «no nos interesa queEspaña esté ahí [en el Sáhara], porque noes lógico que España esté enÁfrica». AHassan le garantizaría que un futuroEstado independiente sería inviable,

puesto que «la idea de un país llamadoSáhara español no es algo exigido por lahistoria». Argumento con el que tambiénintentaría convencer a Cortina Mauri.

Kissinger tenía una baja opinión de lainteligencia y las capacidades delpríncipe, como ya hemos visto, y letransmitiría una presión y varias dudasañadidas: el conflicto abierto en el Sáharasería «un desastre para España» y para él,personalmente, no sería nada buenorecibir la corona con un ejércitovictorioso y crecido, en el caso de queganara la guerra. Se vería atado de manospara acometer las reformas democráticasque pretendía. Los mensajes erantotalmente contradictorios, pero buscaban

causar impacto en la voluntad ydeterminación de don Juan Carlos.

Y desde luego que, por sus resultados,parece que causaron ese impacto. El 2 denoviembre, don Juan Carlos viajó porsorpresa a El Aaiún para dar una arengaretórica a las tropas allí destacadas.Aseguró a los soldados que se haríacuanto fuera necesario para que «nuestroEjército conserve intacto su prestigio yhonor», que «España cumplirá suscompromisos y tratará de mantener lapaz», pero que no se «debe poner enpeligro vida humana alguna cuando seofrecen soluciones justas ydesinteresadas», al tiempo que «deseamosproteger también los legítimos derechos

de la población civil saharaui, ya quenuestra misión en el mundo y nuestrahistoria nos lo exigen». Palabras que a lavista del resultado cosechado deberíanser algo más que matizadas.

Aquellas tropas, a las que se habíadirigido el príncipe en esa brevealocución, estaban con la moral muy alta yperfectamente preparadas para elcombate. Que deseaban. Hassan estabaconvencido o quería convencerse de que«la mayoría de las tropas españolas estánmal entrenadas y no lucharán». Pero sujuicio era muy errático, por mucho apoyoy cobertura que le estuviera prestando laCIA. Las unidades destacadas en elSáhara tan sólo esperaban la orden de sus

jefes de abrir fuego sobre una masaabigarrada y cubierta de mugre que seacercaba tocando la pandereta entre gritosy rezongos. Esperaban la orden decombatir tan pronto como aquellossoldados encubiertos traspasaran losespinos fronterizos de seguridad parafundir sus cuerpos con los fósilesmilenarios que apenas ocultan las arenasdel desierto. Esa masa vociferante ysucia, utilizada por Hassan como escudo,venía flanqueada por las mejoresunidades del ejército marroquí.

Nada más regresar el príncipe aMadrid con la faena hecha, le ordenó aArias que acelerara los trámites de la«Operación Golondrina»: el abandono del

Sáhara con toda urgencia. No es deextrañar que Hassan le telefonearadespués para felicitarlo y decirle quehabía estado muy bien. Y hasta es muyposible que Kissinger también leaplaudiera por su gesto y su decididaacción. ¿Gesto? ¿Qué gesto? ¿Acción?¿Qué decidida acción? El 8 de noviembre,el ministro Carro se humilló como no estáen los escritos y se plegó a escribir laincreíble carta ya analizada, que Hassanle estuvo dictando para dirigírsela a símismo. Y el 14 de noviembre, en elmomento culminante de la agonía deFranco, el gobierno firmó el llamado«Acuerdo de Madrid» por el quecapitulaba ante Marruecos y Mauritania y

les entregaba el control total del Sáhara.En realidad, la entrega sería tan sólo a

Marruecos. Posteriormente, Mauritania,cuya presencia no tenía otro sentido queser el convidado de piedra, también sealejaría. La salida del Sáhara, sin lucha ninegociación previa, fue absolutamenteignominiosa. Además de una humillaciónpara un Ejército que estaba dispuesto acombatir por la dignidad de un gobiernoabsolutamente indigno. Y abandonar a susuerte a los saharauis —es decir, a lavoluntad de un sátrapa como lo era aquelrey moro—, una completa traición.Ignominia y traición que se ha venidoperpetuando durante todos estos años porparte de casi toda la clase política

española con sus colores variopintos degobierno y de oposición.

¿Por qué al príncipe le hicieron creerque era mejor una salida humillante que ladignidad con lucha? ¿Quién fabricó laespecie de que lo mejor era atornillar alEjército, maniatarlo, porque un ejércitovictorioso hubiera sido negativo para elfuturo rey? La historia contemporáneaespañola, incluso desde la edad moderna,está trufada de malos y débiles políticos,y de pusilánimes e incapaces monarcas.Sobran los ejemplos. Por eso se lanzanfrases para la propaganda que justifiquenhechos infames que después pretenderánimponerse como verdades absolutas. Ésees el estigma de la mala política, de los

gobernantes mediocres. Lo cierto es queen la crisis del Sáhara, don Juan Carlos,incomprensiblemente, no confió en suEjército. Ese Ejército que demostraríaserle fiel y leal posteriormente, durante sureinado.

Y algún cargo de conciencia debió dearrastrar cuando en los años noventa leconfesaría a su biógrafo que «siempre hayfallos». Pero que para él «lo importanteera detener esa alocada marcha de varioscentenares de miles de personasdispuestas a todo para recuperar unterritorio ocupado por fuerzasextranjeras». ¿Miles de personasdispuestas a recuperar un territorioocupado por fuerzas extranjeras? ¿De

dónde sale eso? ¿Quién ha llevado alpensamiento de don Juan Carlossemejante disparate? La presencia einfluencia de España en el Sáhara databade varios cientos de años. Presenciaconsolidada y ratificada por los tratadosinternacionales suscritos por España aprincipios del siglo XX, cuandoMarruecos pasó a ser protectorado y lapresencia del sultanato marroquí en elSáhara occidental era simplementeinexistente.

A Marruecos tan sólo se lereconocieron ciertos lazos que lovinculaban con algunas tribus nómadas. Elfallo de la Corte de La Haya así loconfirmaría. Contundentemente. ¿Fuerzas

extranjeras? ¿A cuáles se refiere el rey?¿Al Ejército de España? Aquellas fuerzasespañolas estaban legalmente en unterritorio, suyo hasta aquel momento,amparadas por los tratadosinternacionales. Y desde finales de losaños sesenta, como potenciaadministradora de la población saharauipor mandato de las Naciones Unidas.¿Recuperar un territorio? El enemigo quetenía enfrente España no eran lossaharauis a los que estaba protegiendo,sino el ejército regular marroquí. Ésas síque eran las verdaderas tropas extranjerasque pretendían no recuperar, porque no sepuede recuperar algo que jamás se haposeído anteriormente, sino anexionarse

aquel territorio mediante la invasión y lafuerza.

El rey también se cuestionaba ante subiógrafo por lo que hubiera hecho Francoen su lugar. Y reconoce que por sunaturaleza «africanista» el Caudillo«hubiese jugado fuerte pero sinempecinarse en una guerra colonial quenos habría costado la condena general».Es más que posible que tenga razón donJuan Carlos. Franco no se hubieraempecinado nunca en una guerra colonial,porque ésta jamás se hubiera dado en elpleno ejercicio de sus capacidades y sumando en el poder. Como así fue. Lo queya es más discutible es la aseveración deque, de haberse abierto las hostilidades,

«nos habría costado la condena general».¿Se refiere el rey quizás a la de lasNaciones Unidas, que había otorgado aEspaña el mandato de potenciaadministradora y ordenado la celebraciónde una consulta de autodeterminación a lapoblación saharaui sobre el destino delterritorio?

Prosigue el monarca asegurando que«no se trataba en absoluto de abandonarnuestras posiciones precipitadamente»,pero que no se podía disparar sobre genteque venía con las manos desnudas, y que«por lo tanto íbamos a negociar unaretirada en condiciones perfectamentehonorables». La realidad de los hechosdice absolutamente todo lo contrario: se

abandonó precipitadamente el Sáhara,aquellos «voluntarios» no invadían conlas manos desnudas, sino flanqueados porfuerzas regulares marroquíes, y para nadase negoció una retirada en condicionesperfectamente honorables, sinoperfectamente humillantes.

Por último, ya sobre este pasaje delSáhara, asegura el rey que después de suvisita de ida y vuelta a El Aaiún, Hassan«suspendió definitivamente la MarchaVerde». En absoluto. No fue así. El viajedel príncipe fue el 2 de noviembre, y lainvasión del Sáhara prosiguió hasta el 8de noviembre, cuando el monarca alauitadio orden de pararla tras arrancarle aCarro la ignominiosa carta ya comentada.

Nunca antes. Pero mal sabor de bocadebió de dejarle a don Juan Carlos elasunto del Sáhara, pues además de quererautoconvencerse de que «en el planomilitar El Aaiún fue un éxito» —palabrasque debería explicar, o matizar en quésentido lo fue—, arroja lastre en elaspecto político al afirmar que «en elplano político es evidente que se hubieranpodido hacer mejor las cosas. Pero losque se ocupan de la política son lospolíticos, no yo».

Es claro que los reyes nunca cometenerrores, pues para asumir éstos siemprehay otros que penen con ellos. Caso deArmada o de Milans del Bosch, porejemplo. Pero el rey debería recordar que

como príncipe había asumido la Jefaturadel Estado en funciones con todos lospoderes de Franco, que eran absolutos, yque por lo tanto en aquel tiempo teníacapacidad legal para gobernar, legislar ydictar leyes. Y eso es lo que hizo duranteunos años. Formalmente, el rey gobernó yejerció la política como motor del cambiohasta el año 78. Posteriormente, y a raízdel pacto constitucional, diluiría aquellosmáximos poderes en la Constitución, paraquedarse con las confusas figuras delpoder moderador y arbitral, además deser jefe de las fuerzas armadas —en larealidad más simbólico que real— y conla representación de la Jefatura delEstado, por ser rey.

En el conflicto del Sáhara, está muyclaro por qué intereses apostó Hassan.Por los suyos. Igualmente fueron muyvisibles los intereses que defendió laadministración norteamericana: suinfluencia en la zona y el decidido apoyoa su más firme aliado en el Magreb. Pero,¿cuáles fueron los intereses que protegióEspaña? ¿Los de los saharauis que teníapor mandato de la ONU? ¿Los suyospropios para apuntalar su influencia en lazona? ¿Preservar mejor las Canarias?¿Blindar las ciudades de Ceuta y Melillade la depredación marroquí? ¿Defendersus inversiones y la explotación de losfosfatos? ¿Asegurarse una permanenciadigna y justa en el banco pesquero

sahariano? ¿Hacerse respetar porMarruecos, su adversario histórico ynatural? ¿Fueron ésos los intereses queabanderó España? ¿O al final sirvió a losintereses de Marruecos, Estados Unidos yFrancia, por tan magnífica debilidad?

La muerte de Franco, luego de unaespantosa agonía, dio paso al retorno dela monarquía. El 22 de noviembre de1975 volvía a instalarse en la Jefatura delEstado una cabeza coronada. Habíatranscurrido un paréntesis de cuarenta ycuatro años desde la caída de AlfonsoXIII y la proclamación de la SegundaRepública el 14 de abril de 1931. DonJuan Carlos fue ungido de los mismospoderes del dictador. Jamás antes en la

historia, ni reyes ni validos ni gobernantesdispusieron de semejantes poderespersonales. El colapso de la República, laterrible y dramática Guerra Civil, lasconsecuencias de la Segunda GuerraMundial, junto a la excepcionalidad de ladictadura franquista, lo hicieron posible.

El primer y más sólido apoyo querecibió el rey fue el de las fuerzasarmadas, cumpliendo la última ordenhológrafa del testamento —así laentendieron— de quien hasta entonceshabía sido su Capitán General. El propiodon Juan Carlos reconoceríaposteriormente sin reserva alguna que «sidespués de la muerte de Franco el ejércitono hubiera estado de mi parte… otro gallo

hubiera cantado». Al rey le preocupabaprofundamente el haber jurado por dosveces los Principios Fundamentales delrégimen. Y parecía que eso le ataba,cuando su deseo era soltar amarras ydesembarcar en la orilla democrática.Pero no sabía cómo hacerlo. Y elproblema añadido es que casi nadie en elsistema parecía saberlo tampoco; exceptosu antiguo preceptor y nuevo presidentede las Cortes, Torcuato FernándezMiranda, y el liberal de gestosautoritarios Fraga Iribarne.

La primera cuestión que se planteó elrey fue la formación de su primergobierno. ¿Qué debía hacer? ¿Ratificar alque había o formar uno nuevo? Su primer

impulso le pedía cambiar de presidente.Con Arias no sólo no se entendía,rechinaba. Algunos asesores, queesperaban su momento, le animaban alcambio, pero otros muchos le decíanquelos primeros pasos debían ser muyprudentes. Ése era también el criterio dela mayoría de jefes de Estado y degobierno que acudieron a arroparle tras sucoronación. El presidente de Francia,Giscard d’Estaing, le aconsejaría delantede Armada que «ahora vayan con cuidado.La evolución, muy despacio, doucement.Es difícil luego dar marcha atrás». Yespecialmente Kissinger, el granprotector, le recomendaría que ratificara aArias, de quien pensaba que era «un

hombre bastante decente» y«probablemente muy bueno para la etapade la transición». Lo fundamental ahora,decía el secretario de Estado es que«mantengan la fortaleza y la autoridad delEstado por encima de todo.»

Don Juan Carlos ratificó a Arias pesea que el cuerpo le pedía lo contrario. Enel nuevo gobierno, además de Areilza,Fraga y De Santiago como núcleo duro,figuraba de tapado el joven seductorAdolfo Suárez. Todo era ya cuestión detiempo, de ver cuál sería la duración deaquel gabinete. Arias era un personajetaciturno, de arranques coléricos, atado asus lealtades pasadas y aturdido en laforma y manera de ir abriendo el régimen

hacia nuevas formas de participaciónpolítica. Tenía voluntad de acometerreformas. Entendía, como casi todos, quela continuación del franquismo sin Francoera un imposible metafísico. Pero su«espíritu del doce de febrero» se habíaevaporado en el tiempo, y sus nuevaspropuestas eran boicoteadas inclusodesde Zarzuela.

Lo peor de todo estaba en que donJuan Carlos no quería entenderse con él.Ni intentarlo siquiera. Su malestar veníadesde aquel momento en que, siendopríncipe, Arias se había dirigido a élllamándole «niñato». Con Francomoribundo, le presentó la dimisión,dándole una palmaditas en las rodillas e

instándole a que formara una dictaduramilitar. Aquel día, don Juan Carloslloraría de rabia rogándole que nodimitiera. Y ya como rey, Arias le dijocon dureza durante una discusión que élera republicano. Alfonso Armada mehabló un día de aquellos hechos:

El rey estaba decidido a no seguirmanteniendo a Arias. Un día le dijo que él erarepublicano. Eso le había molestadomuchísimo. Siempre me pregunté quénecesidad tuvo Arias de decir aquello.Tampoco había olvidado la dimisiónextemporánea que Arias le había presentadocuando supo que había enviado a Díez Alegríaa París. Franco se estaba muriendo y elpríncipe era jefe de Estado en funciones. Elpríncipe se enteró a través de Luis Gaitanesque su padre estaba preparando un manifiesto

en París para hacerlo público tan prontocomo muriese Franco. En él iba a reclamarsus derechos al trono y apelar al Ejército paraque lo coronasen a él. Había que parar elmanifiesto. Don Juan Carlos habló con losministros militares y todos de acuerdocomisionaron al general Díez Alegría, quehabía sido jefe del Estado Mayor, a quetransmitiera a don Juan un mensaje delpríncipe: «Vete a París y habla con mi padrepara que no saque el manifiesto. Convéncelode que el Ejército apoya mi sucesión. Que nolance el manifiesto.» Arias se enfadó muchocuando se enteró y le presentó al príncipe ladimisión dándole unas palmaditas fuertes enla rodilla. Aquel día el príncipe lloró y tuvoque rogarle que no dimitiera. Don JuanCarlos nos lo contó después a Mondéjar y amí. Luego, todos estuvimos tratando deconvencer a Carlos Arias de que no debíadimitir. El príncipe, la princesa, Torcuato,Mondéjar y yo.[34]

El rey estaba quemado con Arias. Nole interesaba nada saber si el viaje juntosera hacia alguna parte. No lo quería hacercon él. Y preparó el camino para forzar sudimisión o cesarlo. En la primavera de1976, encargó a Manolo Prado que lepublicaran unas declaraciones enNewsweek. La andanada contra elpresidente era directa: «Arias es undesastre sin paliativos». El hecho de quedon Juan Carlos se desmarcara diciendoque debía haber sido una interpretacióndel periodista, y que se prohibiera ladistribución de la revista, no impidió quetuviera un gran impacto entre lanomenclatura del régimen.

El último escollo a salvar estabaprecisamente en Kissinger. El rey ya teníadecidida la designación de Suárez yquería tener la complacencia —el nihilobstat— de la administraciónnorteamericana. En junio voló aWashington con la excusa de la firma delTratado de Amistad. Kissinger seguíapensando que Arias lo estaba haciendobien, que era el hombre necesario paraaquel momento, al tiempo que tenía muypoca opinión de Suárez y ésta era másbien mediocre, pero por encima de todoestaba la solidaridad con el rey deEspaña. Y la salvaguarda de los interesesnorteamericanos. En un informe a Ford leexpresaba que «nuestro propósito con esta

visita es demostrar nuestro pleno apoyo alrey como la mejor esperanza para laevolución democrática con estabilidadque protegerá nuestros intereses enEspaña». En el informe, tambiénreconocía que «uno de los propósitos delviaje era reforzar la autoconfianza del reyy acrecentar su determinación».[35] No eranecesario que Kissinger fuera másexplícito: el rey había obtenido el placetpara los cambios que se proponía.

El 3 de julio de 1976, Adolfo Suárezasumió la presidencia del gobierno.Instantes antes, Torcuato, que también erapresidente del Consejo del Reino,declaraba: «estoy en condiciones deofrecer al rey lo que me ha pedido». Así

comenzaría un tiempo de perfecta sintoníaentre don Juan Carlos y Suárez. Larelación se había iniciado una décadaantes, cuando un joven y ambiciosogobernador civil de Segovia había tenidola oportunidad de entregar un ramo deflores a los príncipes en una visitaprivada a la ciudad. Después, Suárez sededicaría por entero a labrar la mejorimagen de los príncipes desde ladirección de la televisión. Era el tiempoen el que le decía a Armada: «¡Tú eres uncochino liberal!» Entonces, aquelpolítico, avispado y listo, teñido aún deazul, apostaba de lejos por el futuro;mejor dicho, por su futuro. Ytrabajándolo, supo ganarse la complicidad

del futuro rey.Entre Suárez y el monarca surgirían de

inmediato unas puras sinergias deidentidad, sincronía y compromiso,caracterizadas por un similar espírituaventurero y un notable desconocimientode la pequeña y de la gran políticanacional e internacional, que los lanzaríaen línea recta y con el acelerador a fondohacia un proceso de cambios y dereformas, aunque ninguno de los dossupiera con certeza cuál sería el camino aseguir y, menos aún, si el objetivo aalcanzar —establecimiento de lademocracia— se conseguiría con unEstado fuerte y consolidado o, por elcontrario, muy debilitado. En adelante,

Suárez demostraría con desparpajo que sudeambular por la política podía pasar portodas las ideologías; desde lapseudofalangista con ribetesopusdeísticos y la democracia cristianamás castiza, hasta querer disputarle elterritorio a la izquierda socialista. Contodo merecimiento, se venía arribareafirmando su autoestima diciendo de símismo: «Yo soy un chusquero de lapolítica». Aquella asociación semantendría férreamente unida hasta elotoño de 1979. Después empezarían aanidar las dudas en don Juan Carlos, hastaintuir serios riesgos y peligros para laestabilidad del sistema democrático y dela corona; es decir, de su propia persona.

Sabemos que antes del 23-F, Armadase entrevistó con el embajador americanoTodman. También sabemos que Cortina sevio igualmente con el embajador y con losresponsables de la antena de la CIA y deotros servicios de inteligencianorteamericanos en España. Eso losabemos bien, como asimismo conocemoscon cierto detalle el despliegue y lasinstrucciones que el Pentágono y laSecretaría de Estado cursaron a susunidades militares en las bases españolasy a algunos diplomáticos de la legación enMadrid, para que se mantuvieran alertaante los acontecimientos que se iban adesarrollar en España el 23 de febrero de1981.

La administración Reagan urgía a queEspaña se incorporara activamente a ladefensa atlántica y del Mediterráneo, yhabía dado su beneplácito a una operaciónque modificaría sustancialmente lapolítica exterior tercermundistaauspiciada hasta entonces por Suárez. Susguiños de acercamiento a Castro y elabrazo a Arafat, simbolizaban lo contrariodel objetivo estratégico de los EstadosUnidos, que no era otro que la caída delbloque soviético en Centroeuropa y ladesaparición de la Rusia soviética. Loque finalmente se conseguiría al final delos años ochenta.

Acabamos de analizar cómo diferentesadministraciones norteamericanas

tutelaron a don Juan Carlos en el tránsitohacia la democracia. Hemos visto que elrey no daba un paso importante sin tenerpreviamente la aprobación y el apoyo delos Estados Unidos. Con talesprecedentes, y ante una operación de uncalado tan transcendental como la del 23de febrero de 1981, que pretendía abrir unnuevo consenso y un pacto constitucional,¿hubiera sido extraño que el reypersonalmente consultara conWashington? ¿Que una vez más utilizarapara ello a su embajador personal ManoloPrado? Hasta hoy, no se conoce el datoque lo constate. Quizá tengamos queesperar hasta que se abra ladocumentación oficial y reservada

norteamericana de aquella época. Lo quesí es cierto y constatable es que el 23-F,Prado estuvo precisamente en Zarzueladesde primera hora de la tarde.¿Casualmente? No. Según el rey, paratratar un asunto del Instituto deCooperación Iberoamericana, que elembajador real presidía…

VIII.LA POLÍTICA

AUTONÓMICA DESUÁREZ ES SUICIDA

¿Por qué el 23-F? ¿Cuáles fueron lasrazones que decidieron su puesta enmarcha? ¿Por qué el rey Juan Carlosconsintió que se llevara adelante? ¿Porqué dio luz verde a la operación montadadesde el CESID? «¡A mí dádmelohecho!», les decía a los responsables delServicio de Inteligencia, a Cortina, aArmada a… «¡A mí dádmelo hecho!»,

repetía en cada ocasión en su círculo máscerrado de colaboradores de Zarzuela. Sí,las causas del 23-F fueron varias. ¿Huboalguna por encima de las demás? No. Ami juicio, hubo varios elementos quesumados dieron un todo, y todos en suconjunto, determinaron que se ejecutara laoperación. ¿Y cuál fue esa suma demotivos? Desde mi punto de vista, lossiguientes:

1. El término «nacionalidades» y eltítulo octavo de la Constitución.

2. El proceso autonómico y eldesarrollo de las autonomías.

3. La brutalidad de las accionesterroristas de ETA, que estaba

conduciendo hacia un procesoneorrevolucionario al PaísVasco. Y el secuestro de lademocracia.

4. La imperiosa necesidad de frenarla alocada espiral secesionistade los nacionalismos vasco ycatalán

5. Las crisis gubernamentales y lapérdida de liderazgo de AdolfoSuárez.

6. La descomposición interna o ladestrucción absoluta de la UCD

7. La ansiedad del PSOE por quererllegar al poder cuanto antes,buscando un atajo, sin importarlenada si ese atajo era

constitucional o no, encoherencia con sus antecedenteshistóricos de partido golpista oproclive al golpismo enanteriores procesosrevolucionarios.

8. La gravísima crisis del sistema yde las instituciones en general.

9. La alarma del rey porque lacrisis del sistema pudieraarrastrar también a la corona.

10. El deseo de regenerar el sistemademocrático mediante un nuevopacto de transición y una nuevaconcordia constitucional, parareformar profundamente laConstitución.

«La política autonómica de Suárez essuicida.» Eso llegó a decir el rey antesdel 23-F. Frase que volvería a repetirdespués. Varias veces. Pero toda vez quesu desenganche del presidente fuera yamanifiesto. Nunca antes. Antes, estuvo conél apoyándolo en la travesía deldesarrollo autonómico. Aquella fórmulasin precedentes, sui generis y sinhomologación alguna en el derechocomparado. Pero en la cabecera delgobierno había un presidente tanaventurero y tan frívolo como ignorante,capaz de sacarse de la chistera elconcepto mágico «café para todos», unengendro de originalidad para construir un

estado jurídico-político que hasta esemomento no tenía circulacióninternacional alguna ni se sabía a cienciacierta en qué consistía. Así pues, en laConstitución se consagraría el término«nacionalidades» y las autonomías.

La construcción de la Españaautonómica, que también para el rey fueentonces una genialidad, sin reparar enque reconocer expresamente la existenciade «nacionalidades» y de autonomíasdentro de España, podía despertar ansiasseparatistas y contaminar a otras regionesdel veneno identitario de lo propio yexcluyente de los nacionalismos. Y poneren riesgo en el futuro la unidad nacional.Pero eso no pareció en aquel instante

importar demasiado. Y sin embargo, latijera para cortar y desvertebrar Españaestaba sobre la mesa. Y no sólo para eso,sino para acometer en un futuro inmediatosu absoluta deconstrucción nacional.

Al monarca intentaron hacérselo veren Zarzuela sus más directoscolaboradores, cuando en un momento dealborozo, posiblemente contagiado delilusionismo suarista, aseguró que elpresidente había dado con el desatascadorpara calzar el concepto «nacionalidades»en el artículo segundo del textoconstitucional. «La Constitución sefundamenta en la indisoluble unidad de laNación española, patria común eindivisible de todos los españoles, y

reconoce y garantiza el derecho a laautonomía de las nacionalidades yregiones que la integran y la solidaridadentre todas ellas.» Entonces, la fiesta eracon barra libre y el rey dio su visto buenopara que aquello tirara para adelante. «Loque importa —enfatizaba el monarca— esque la constitución se ponga en marcha.No podemos estar quietos y parados. Y enel supuesto de que tal riesgo se diera,siempre estaría la corona como símbolode la integración y de la unidad de losespañoles.»

Lo que le preocupaba sobremanera adon Juan Carlos era que se abriera undebate sobre la forma de gobierno,monárquica o republicana y que, en el

nuevo marco de juego, la izquierda, queemergía de la clandestinidad y del exilio,se empecinara en llevar adelante unreferéndum sobre monarquía o república.Para el rey, entonces bisoño yvoluntarioso —de «ingenuo» lo habíacalificado Kissinger—, quizá fuera eso loúnico que de verdad le angustiara en losprimeros pasos de la transición. Aquello,y desprenderse cuanto antes del plomofranquista que llevaba bajo las alas. Deahí que hiciera tanto hincapié en el pactocon Carrillo, que venía del régimenrepublicano, y en su deseo de atraerse alos nuevos y jóvenes líderes delsocialismo renovado, para que aceptaranla corona como marco de convivencia y

de desarrollo político. La izquierda setraía en la mochila de las tópicasreivindicaciones, la consulta y elreferéndum, y sobre eso no podía haberdiscusión alguna. Aunque le hubieragustado barrer aquel régimen y hacer laruptura total, no tenía la fuerza suficienteni contaba con apoyo social paraderribarlo. Era débil, y la corona contabacon el decidido apoyo y la unidad férreade las fuerzas armadas.

Pero la izquierda también se traía enla mochila la España federal, el derecho ala autodeterminación de los pueblos, laamnistía… Y en el magma del exiliohabía hecho igualmente suyas lasreivindicaciones nacionalistas de vascos

y catalanes; «estatuto» y «autonomía».Cuestiones sobre las que sí que se podríaceder y pactar lo que fuera. Pues parafrenar cualquier desmadre estaría siemprela corona como símbolo de la integracióny de la unidad de los españoles. Almenos, ése era el pensamientovoluntarioso que anidaba en don JuanCarlos por entonces. De esa manera,empezaría la historia interminable, lahistoria inacabada y sin fin, que aún hoydía continúa con mayor efervescencia.Aquél sería el gran pecado original de latransición.

En el solemne discurso de apertura dela primera legislatura de la democracia,tras las elecciones de junio del 77, don

Juan Carlos se dirigió a la Cámara (dondela izquierda le había recibido sentada ysin aplaudirle) demandando una nuevaconstitución, deseada por la corona. Alterminar su discurso, la izquierda leaplaudió puesta en pie. Al pactoconstitucional se dedicaría una comisiónde diputados a lo largo de 18 meses. LaConstitución del 78 será la carta magna deelaboración más larga de nuestra historiademocrática. Una constituciónconsensuada por todos los partidos, en laque todos cederán algo, no gustarátotalmente a nadie, pero tampocodisgustará del todo a nadie. No obstante,su talón de Aquiles estará en el artículosegundo, al introducir el término

«nacionalidades» como equiparable al denación, y en el título octavo, sobre laconfiguración territorial de España y sudesarrollo autonómico. Por muchossubterfugios y sofismas con que sepretendiera adornar el asunto, la palabra«nacionalidad» es correlativa a nación,con lo que implícitamente se definía aEspaña como una nación de naciones. Semire como se mire.

Jamás antes se había plasmadosemejante disparate y barbaridadhistórica. Ni siquiera con la SegundaRepública, en la que se produjo laeclosión del movimiento autonomista.Primero, con el restablecimiento de laGeneralidad en abril del 31, y unos días

después, nombrando Macià su primergobierno. Después vendría lapromulgación del Estatuto de Cataluña deseptiembre de 1932, que en su artículoprimero decía que «Cataluña se constituyeen región autónoma dentro del estadoespañol». Nada de nacionalidad.Tampoco estaba incluido en laConstitución republicana de 1931. Loúnico que se había introducido en ella erael término «región». Lo expresaba así ensu artículo primero: «La Repúblicaconstituye un Estado integral compatiblecon la autonomía de los municipios y lasregiones». Por lo que se alejaba tambiéndeliberadamente de ir hacia una«república federal». La República quiso

mecer en un bálsamo a la burguesía y lasinstituciones catalanas. Y aún así, laGeneralidad se rebelaría contra ellaproclamando en octubre del 34 el «Estatcatalá dentro de la república federalespañola». Sus progresivos desmanes yestragos llevarían al mismo Azaña aconfesar su absoluta decepción con laGeneralidad en su Cuaderno de laPobleta en 1937, en plena Guerra Civil:«Empiezo por lo de Barcelona, muygrave,… Hay para escribir un libro con elespectáculo que ofrece Cataluña, en plenadisolución. Ahí no queda nada: Gobierno,partidos, autoridades, servicios públicos,fuerza armada, nada existe… Histeriarevolucionaria, que pasa de las palabras a

los hechos para asesinar y robar; ineptitudde los gobernantes, inmoralidad,cobardía, ladridos y pistoletazos de unasindical contra otra… Debajo de todoeso, la gente común, el vecindariopacífico, suspirando por un general quemande, y se lleve la autonomía, el ordenpúblico, LA FAI [Federación AnarquistaIbérica], en el mismo escobazo.»[36]

Igualmente, en ninguna de las sieteconstituciones que estuvieron vigentesdurante el siglo XIX (Constitución deBayona de 1808, Constitución de Cádiz de1812, Estatuto Real de 1834, Constituciónde 1837, Constitución de 1845,Constitución de 1869 y Constitución de1876) aparece la palabra «nacionalidad».

Ni tampoco la palabra «región». Elproyecto de constitución federal de 1873,que no llegaría a aprobarse, si biendeclaraba que la nación española lacomponían 17 estados (incluyendo Cuba yPuerto Rico), no otorgaba a tales estadosel carácter de nacionalidad, sino deregión. Aquellos nuevos estados de larepública eran los antiguos reinos de lamonarquía.

Al inicio de la transición, habíareivindicaciones sociales y políticas queatender, pero para los nacionalismos eransobre todo territoriales. Las viejas yrancias pendencias enquistadas en elsectarismo histórico. España habíasuperado para entonces muchos

problemas; ya no tenía los religiosos nilos sociales, ni los de lucha de clases nilos étnicos, pero si los tenía de identidadcomo nación. Socialmente, hacía años quese había superado el concepto de las «dosEspañas», tan sólo quedaba resolver lareconciliación en la clase política. Lo quese sellaría en el pacto constitucional. Porsu lado, los nacionalistas vascos ycatalanes soñaban además con recuperarlo que la Segunda República les habíaotorgado y la Guerra Civil y elfranquismo les había negado.

Desde Cataluña, la presión la ejercíauna burguesía lastimera y victimista, queen ocasiones depararía comportamientosabsolutamente miserables; además de

pequeños grupos herederos delanarcosindicalismo, la Esquerra y elPartido Comunista catalán. Sus balbuceosterroristas se irían acomodando a la mesade negociación hasta desaparecer. Noocurriría así en el País Vasco. El rancionacionalismo vizcaitarra de Sabino Aranase nutría de conceptos más primarios, loque haría que a mediados de los añossesenta unos cuantos jóvenes burgueseseligieran la estrategia del tiro en la nuca yla goma dos, revistiendo su repugnanteterrorismo de ideología reivindicativaterritorial de extrema izquierda.

En el recuerdo histórico, el mayormérito que se debe sumar al impulsonacionalista catalán en su derecho a

decidir y en la búsqueda de su identidadcomo nación, sería el protagonizado en1640 por la oligarquía catalanista. Entiempos del Austria Felipe IV, aquellaoligarquía se negaba a contribuir a laUnión de Armas propuesta por el CondeDuque de Olivares para la causa de laGuerra de los Treinta Años. Y de unarevuelta inicial de campesinos ysegadores gerundenses, jaleada por variosprelados catalanes, y dirigida tambiéncontra la nobleza señorial catalana, sepasó a proclamar la secesión de Cataluña,echándose la Generalidad en brazos delabsolutismo francés de Luis XIII, quienfue proclamado Conde de Barcelona y, dehecho, soberano de Cataluña.

La consecuencia nefasta para Cataluñay España, después de una guerra de doceaños y luego de la derrota del ejércitofranco-catalán en 1652, sería la pérdidadefinitiva del condado del Rosellón y lamitad del de la Cerdaña, que pasaron a laplena soberanía de Francia, ya bajo elreinado de Luis XIV, por la Paz de losPirineos de 1659. En cualquier libro dehistoria, este pasaje se estudiaría yanalizaría como la defección y la traiciónmás aberrante de aquella oligarquíacatalana, no sólo contra el resto deEspaña, sino contra la entraña misma delalma de Cataluña. Pero como la historiade España es la más singular de todas,este episodio se resuelve siempre

demagógicamente, afirmando que fue porcausa de la afrenta y la provocaciónmesetaria castellana.

El buenismo, la osadía, la ignoranciay la creencia de ser el máximo seductorde la escena, lanzaron a Suárez al abismode la desvertebración y la deconstrucciónnacional. Y no tanto porque restituyera losconciertos económicos forales a Vizcayay Guipúzcoa, y la Generalidad a Cataluña.Quizás aquello fuese algo que había quehacer, pero sellándolo previamente con lagarantía de un pacto previo de lealtad y decompromiso muy serio con el Estado. Asícomo que se pudiera llegar a concedercon el tiempo cierto tipo de preautonomíaadministrativa, jamás política, a ambas

regiones. Cuando el presidente recibió ala llamada «comisión de los nueve» paraexponerles cuál sería el marco deactuación y el desarrollo democrático,Jordi Pujol venía con la idea de queautonomía y nacionalismo no tocaba, ypor eso les comentaría a sus colegas antesde entrar: «Bueno, de nacionalismo nihablamos, ¿verdad?» Y para su sorpresa yla de los demás, Suárez se tiraría contodos, y él el primero, por el tobogán delabismo.

Las gravísimas iniciativas de Suárezno sólo estuvieron en la concesión de laspreautonomías para Cataluña y el PaísVasco, sino en lanzarse decreto en mano acrear otros tantos entes preautonómicos en

Galicia, Aragón, Canarias, PaísValenciano, Andalucía, Baleares,Extremadura, Castilla-León, Asturias,Murcia y Castilla-La Mancha, sin sabersiquiera cuál sería el ámbito territorial decada uno, ni de si Navarra quedaríaabsorbida en el País Vasco o cuál sería elencaje de Madrid. Ello lastraríagravemente el texto constitucional,induciendo a implantar el Estado de lasautonomías, con lo que, a juicio delcatedrático García de Enterría, «Españase jugaba literalmente su propiasubsistencia sobre la opción autonomistade la Constitución».

A la vez que se desmontaba conurgencia el aparato administrativo del

Estado, el café para todos autonómico fuedemostrándose suicida para la cohesiónnacional. Lejos de frenar las ansiasnacionalistas de catalanes, vascos yalgunos reducidos grupos gallegos,despertaría el recelo y el personalismo entodas las demás regiones. De pronto,emergió el culto por los hechosdiferenciales, y volvió a resurgir elcaciquismo institucional que habíaquedado arrumbado en el arcano delolvido hacía mucho tiempo. El conceptoEspaña pasaba a ser inexistente. Enoctubre de 1979 se aprobaron losreferendums de los estatutos de Guernicay Sau. La proporción del censo electoralque acudió a votar fue del 53 por ciento

en el País Vasco y del 52 por ciento enCataluña. Y en diciembre de 1980 seaprobaría el Estatuto para Galicia con unaparticipación del 26 por ciento del censoelectoral. Lo que índica el «entusiasmo»social que despertaba en España elproceso autonómico.

Suárez, inmerso en su fiebreautonomista, ni siquiera tuvo lapreocupación de poner un techo legal. LaConstitución de la República exigía elvoto afirmativo de los dos tercios delcenso electoral. Ninguna precaución alrespecto se tomó. El gobierno cedió a laspresiones de los nacionalistas vascos ycatalanes, intentando absurdamenteequilibrarlo con un proceso abierto y

generalizado para todas las demás, entanto que al mismo tiempo deseabafrenarlas y ralentizarlas. Pero Andalucía,tan nacionalista de toda la vida, quería serigual, y un pintoresco ministro, ClaveroArévalo, tan nacionalista andaluz, pondríael grito en el cielo de la discrepancia enel seno del propio gobierno. Sucomunidad tendría que estar dentro de laprimera velocidad.

Por su lado, el nacionalismo vascodeseaba que Navarra quedara incorporadaal Estatuto de Guernica, y forzó algobierno a ello. Suárez quiso convencer asus propios diputados navarros para quetransigieran en su incorporación aEuskadi. También los socialistas vascos,

partidarios entonces de laautodeterminación, querían igualmentearrastrar a Navarra hacia la nuevaEuskadi política Sus líderes amenazabancon movilizaciones populares. Sólo lafirmeza de los diputados centristasnavarros evitaría que desde el primermomento el viejo reino se incorporase aGuernica. Suárez entregó al País Vasco unEstatuto muy superior al de 1936, sinlograr siquiera que los nacionalistasacatasen el ordenamiento constitucional.Lo que no impediría que Javier Arzalluzllorara de emoción, al tiempo queexpresaba su compromiso así:«Quisiéramos aportar a los demás nuestrotrabajo en la consecución de una

democracia política y económica y llegara ser, no un factor de desestabilizaciónsino un factor de estabilidad».

La velocidad con la que se imprimíaritmo a la acción política era tanvertiginosa que los estatutos vasco ycatalán se promulgaron antes deconstituirse el tribunal de garantíasconstitucionales —el TribunalConstitucional—, soslayando así laposibilidad de presentar un recursoprevio de inconstitucionalidad, lo que detodas formas suprimiría el gobiernosocialista años después. A juicio dediversos constitucionalistas, la vía librepara ambos estatutos pasó pisando lamisma normativa constitucional, y sin que

estuviera desarrollada la ley orgánica quedebía fijar el marco de los referendums, yla regulación de las competenciasfinancieras de las comunidadesautónomas. Las opiniones de aquellosexpertos constitucionalistas yadministrativistas, que aseguraban que loscitados estatutos eran inconstitucionales,no serían tenidas en cuenta en formaalguna. Y cuando el general Armada lehizo llegar al rey un informe elaboradopor López Rodó sobre lainconstitucionalidad de los estatutos, fuedespués de que don Juan Carlos hubieramodificado su sintonía con Suárez.

El proceso autonómico de lasnacionalidades fue creando también una

preocupación creciente en las fuerzasarmadas, cuyos mandos y cuya oficialidadse vieron muy sorprendidos por unasdecisiones políticas que creían que en elfuturo más inmediato tendrían unos efectosmuy peligrosos para la cohesión nacional.Mellado realizó un considerable esfuerzo,haciendo pedagogía por todos losacuartelamientos para tratar de calmarunos ánimos cada vez más encrespados.Pero lejos de apaciguarlos, logró que eltono de malestar se elevara al de broncamilitar, con enfrentamientos personales einsultos graves. El ejército percibía que elnuevo invento de la estructura nacionalabría una grieta en la vertebración deEspaña y en su cohesión social. Pero

aquella irritación personalizada enGutiérrez Mellado jamás llevó al ejércitoa la conspiración militar. Ni siquiera engrado de preparación o de inicio para laconspiración.

Desde el otoño de 1979, don JuanCarlos modificaría sustancialmente suactitud comprensiva y de apoyo inicial aldesarrollo constitucional en lo tocante altérmino nacionalidades y autonomías. Elproceso autonómico era un viaje muypeligroso. La audacia y osadía de Suárezimprovisando tan aventurada travesía,sólo podía explicarse por sudesconocimiento de la historia. Aunque noes menos cierto que se veía acosado porla izquierda socialista y comunista, que

avalaba el derecho a la autodeterminaciónen una España plurinacional, por lasreivindicaciones de los nacionalistasgallegos, vascos y catalanes, y por lalínea editorial de varios medios decomunicación. Pero él, como presidente,debió ser más prudente. El rey, lejos yade pedir aquella comprensión inicial a sussoldados, dejaría él mismo de mostrárselaa la acción de gobierno en esta materia, yno cejaría de expresar su malestar. Así,no perdonaría el optimismo delpresidente, quien siempre aseguraba que«todo iba bien» y llegaría a calificar lapolítica autonómica de Suárez de«suicida», como ya se ha expresado.

Desenvolviéndose en el mar de la

confusión, Suárez llegó a darse cuenta deque había que parar —racionalizar fue eltérmino utilizado— el desarrolloautonómico, pero tampoco tendría yafuerza para resistir las presiones quesiguió recibiendo. Resueltas por la víarápida las autonomías de las comunidadesllamadas históricas, el gobierno decidióralentizar el camino de las demás. Lacomunidad gallega aceptó retrasar un añosu proceso. Sin embargo, vocesandaluzas, apegadas al romanticismo deBlas Infante, el «padre de la patriaandaluza», afirmaban su derecho históricoa la primera velocidad. Entre aquellasvoces y de forma determinante sobresalíala del ministro Clavero Arévalo, uno de

los grandes animadores del «café paratodos», que conseguiría arrancarle a unSuárez vacilante la convocatoria de unreferéndum para la autonomía andaluza,para dimitir al instante. El gobiernotomaría la insólita decisión de postular laabstención en el mismo, por lo quepagaría un alto precio político.

Entre las voces contrarias al procesoautonómico estaba la del político catalánJosep Tarradellas, sin duda alguna la másdestacada por su personalidad y por suhistoria. Tarradellas había sido uno de losfundadores de la Esquerra Republicana deCatalunya. Agitador revolucionario,participó en la rebelión de la Generalidadde octubre del 34 contra la República, por

lo que fue encarcelado. Tras el triunfo delFrente Popular en las elecciones defebrero del 36, fue designado consejerode la Generalidad, desde donde trató deimpulsar un plan de colectivizaciones alinicio de la Guerra Civil. Con la derrotaabsoluta del Frente Popular se exilió enFrancia, donde fue nombrado presidentedel inexistente gobierno catalán en 1954.Suárez lo rehabilitaría, nombrándolopresidente del gobierno preautonómico deCataluña a su regreso del exilio enoctubre de 1977. Su frase, pronunciadadesde el balcón del palacio de laGeneralidad ——«¡Ciutadans deCatalunya, ja sóc aquí!»—, pasaría alregistro de las frases más célebres de la

transición.Tarradellas regresó a España con un

pensamiento muy maduro y muy diferenteal de aquel joven revolucionario obligadoal exilio por la derrota de las armas. Paraél, Cataluña debía hacer una profundaautocrítica para entenderse e integrarseplenamente con el resto de España. Sinreservas, recelos ni victimismosinventados. Fue uno de los primeros endar la voz de alarma del disparatadoproceso autonómico global emprendido,porque España se estaba deslizando poruna pendiente muy negativa y peligrosa.Para él se hacía necesario dar cuantoantes un «golpe de timón», expresión querepetiría con insistencia, y de la que

Cortina sería un activo propagador.Afirmaba Tarradellas que igualar elproceso autonómico había sido un graveerror de concepción histórica, que podíaconducir a la catástrofe y a repetirdramáticas confrontaciones civiles.Señalaba que existía un alto riesgo de quela nación se desmembrase o el Estado sehiciera ingobernable. Para ello, eraurgente que, sin fantasías peligrosas nilocas quimeras, se fijara un techorazonable a todas las comunidades;especialmente a la vasca y catalana, yéstas se comprometiesen en una unidadnacional indispensable. Para Tarradellas,«el federalismo en España sería unerror». Suárez había llevado al país a tal

grado de deterioro, aseguraba, que lasituación ya no se podía arreglar más quecon el uso del bisturí. O eso, o elprogreso espectacular de las últimasdécadas se arrojarían al cubo de labasura. Por eso estaba convencido de que«es inevitable una intervención militar».

IX.ETA SECUESTRA LA

DEMOCRACIAY EL GOBIERNOESCONDE A LOS

MUERTOS

Durante años, los actos de terrorismo,matanzas y asesinatos del nacionalismovasco más fanático, fueron celebrados porigual por el PNV, PSOE y PCE. Paraellos, los etarras eran héroes y patriotasque luchaban contra la dictadura

franquista y socavaban sus cimientos yfortaleza. En la transición, el PartidoNacionalista Vasco sería el beneficiariodirecto de las acciones terroristas deETA, del terror y de los muertos. Deaquel intenso horror también se nutriría laideología nacionalista en general. Entodos los lugares. De hecho, el terrorismode ETA pasó a secuestrar el procesodemocrático en la transición,condicionándolo de forma determinante.Secuestro que aún hoy día no haterminado de resolverse, si bien es ciertoque la situación ha ido cambiandosustancialmente. Su mayor logro duranteel franquismo fue el asesinato delalmirante Carrero Blanco. Cuando el 20

de diciembre de 1973, el coche delpresidente voló por los aires, el futuro delrégimen cambió de dirección. Desde esedía, el tránsito hacia la democracia, quetambién se hubiera alcanzado conCarrero, aunque por otras vías biendiferentes, se deslizaría por los caminosde la confusión, la improvisación y elaventurerismo ya analizados.

Como ya he comentado, la izquierdasocialista y comunista regresó del exilioclamando por el derecho a laautodeterminación de los pueblos deEspaña. Era la consecuencia de unaenfermedad generada en la clandestinidadpor contagio del nacionalismo. Nuncaantes la izquierda revolucionaria

socialista, ni la comunista sovietizada,habían tenido tal ósmosis de identidad conideologías nacionalistas de extracciónburguesa, reaccionaria y clerical. Desdeel País Vasco, los herederos de aquellaburguesía nacionalista presionaba paraque el gobierno restituyera los conciertoseconómicos forales a Vizcaya yGuipúzcoa, suprimidos por el bandonacional durante la Guerra Civil. Dicharestitución vendría salpicada con elasesinato del presidente de la Diputaciónde Guipúzcoa, José María Araluce, sobrecuyo cadáver los terroristas escupieronenfatizando que habían «ejecutado a unode los miembros más caracterizados de lalínea dura de la dictadura». Tiempo

después, sería asesinado también AugustoUnceta, presidente de la Diputación deVizcaya.

El objetivo de Suárez era llegar a lasprimeras elecciones sin atentados. Paraello, miembros del Servicio Central deDocumentación (SECED), el servicio deinteligencia creado por Carrero, veníanmanteniendo diversos contactos con lasdos ramas de ETA, militar y político-militar, para alcanzar un acuerdo de «altoel fuego» circunstancial. Sobre la mesa denegociación, el gobierno ofrecía unatregua a la carta: tantos presos indultadospor tantos días sin bombas ni asesinatos.Aquéllas fueron las operaciones Aitor I yAitor II. La primera, llevada por oficiales

de inteligencia del Ejército y comisariosde policía, y la segunda, a través de lamediación de un periodista vasco, JoséMaría Portell, director del periódico laHoja del Lunes de San Sebastián,considerado simpatizante de ETA, y aquien la banda terrorista asesinaría enjunio de 1978.

El escollo difícil e insalvable estabaen entenderse con las dos ramasterroristas. ETA político-militar seinclinaba por negociar. Para ella, loprimordial era conseguir sacar a sus másde setecientos presos de las cárceles yparticipar en el proceso político de la«democracia burguesa». Durante lasconversaciones, se planteó la amnistía

general por delitos políticos. El gobiernoestaba dispuesto a tramitarla, pero resultómás conveniente retrasar ésta hastadespués de las elecciones, ya en el marcode un nuevo parlamento democrático. Noobstante, desde el primer decreto deamnistía del verano del 76, el gabinetecentrista fue añadiendo paulatinamentemedidas de gracia con nuevos indultos ycon medidas de extrañamiento hacia unpaís extranjero, para aquellos a quienes seles había conmutado la pena de muerte,todavía vigente.

Las concesiones de Suárez llegaríanhasta el extremo de otorgar el indulto alos etarras que habían sido juzgados ycondenados en el conocido proceso de

Burgos de diciembre de 1970. Entre losterroristas condenados estaban losmiembros del comando que había causadolas primeras víctimas. Cuando el gabineteestudiaba las medidas de gracia, Suárezrecibió la noticia del secuestro delindustrial Javier de Ibarra, lo que le hizoexclamar: «¡No puede ser ETA!»,llevándose las manos a la cabeza. Alpresidente le habían garantizado que susacuerdos circunstanciales con laorganización terrorista le darían unmargen de tranquilidad hasta laselecciones. Pese a tan «inoportunocontratiempo», el gobierno acordó lasmedidas de indulto, pasando por encimade las protestas de los ministros militares.

En la jornada de reflexión del 14 de juniode 1977, se vaciaron las cárceles deterroristas. Una semana después de losprimeros comicios, aparecería asesinadode un tiro en la nuca el industrialsecuestrado. Javier de Ibarra y Bergéhabía sido alcalde de Bilbao y eracercano al PNV.

En octubre de 1977, todos losdiputados, excepto dos, aprobaron la leyde amnistía. Era el colofón a las amnistíase indultos precedentes. Todos losterroristas de ETA, incluso los que habíanparticipado en asesinatos, se beneficiaríande ella. En la explicación de motivos seafirmaba que aquellas muertes, atentadoscon bombas y secuestros, se habían

llevado a cabo por razones políticas. Y laamnistía era política. A los terroristas deETA se los distinguía con el «honor» dehaber sido luchadores contra la dictadurafranquista y por la libertad. El tiempo seencargaría de poner aquella gruesaestulticia en su sitio. ETA no luchabacontra un régimen autoritario sino contraEspaña, o contra todo lo que estuvierateñido de españolidad, según el conceptoideológico de unos seres tan primarios yreduccionistas, trufados con elromanticismo pueril de Sabino Arana.Entre otros, fueron puestos en libertad losmiembros del comando Txikia, que habíaasesinado al almirante Carrero, sinsiquiera haber sido juzgados. Tal era el

precio de las conversaciones secretasentre ETA y el gobierno que, en breve,fracasarían sin acuerdo alguno.Naturalmente, al igual que todas lasnegociaciones, conversaciones ycontactos que todos los gobiernos hanvenido manteniendo con la bandaterrorista a los largo de los años. Tan sóloun mes después de la amnistía ETAasesinaría al comandante Joaquín Imaz,jefe de la policía armada de Pamplona.

Julio de 1978 fue un mes lleno deagitación terrorista, preludio de negrospresagios. Coincidiendo con laconvocatoria del pleno que aprobaría elproyecto de constitución, un comandoterrorista descerrajaba varios tiros sobre

el general de brigada Manuel SánchezRamos y su ayudante, el teniente coronelJosé Pérez Rodríguez, en una barriadamilitar madrileña. Ambos fallecerían alinstante en el interior de su coche oficial.ETA inauguraba así una nueva táctica deterror. Hasta entonces, el objetivoprioritario de sus acciones terroristasestaba en descargarlo sobre miembros dela Guardia Civil y la policía armada;además de empresarios, obreros,trabajadores… Desde ese momento, seiban a sumar dramáticamente altosoficiales de los ejércitos. GutiérezMellado acudiría al Congreso al díasiguiente de los asesinatos vestido deuniforme y con una sentida declaración:

«Estos criminales atentados pretendenromper España, quebrantar nuestra moral,lograr que el gobierno y las fuerzaspolíticas pierdan los nervios, que lasfuerzas de orden público se sientanintranquilas y que las fuerzas armadasduden.» En el funeral celebrado en elCuartel General del Ejército, elvicepresidente sería despedido por suscolegas de armas con gritos sonoros de«Guti: ¡traidor! ¡Espía! ¡Masonazo!».

Sin embargo, para el gobierno, losmuertos en atentados eran una cargaincómoda y molesta que era convenienteocultar, enterrándolos casisubrepticiamente, o con esquelas dedespedida y recuerdo en los periódicos de

«… falleció víctima de accidenteterrorista». Por el contrario, laorganización terrorista, comprobando losaltos rendimientos políticos que le dabanlos muertos al nacionalismoindependentista, elevaba su objetivo haciael corazón de las fuerzas armadas. El 3 deenero de 1979 caería abatido a tiros a lapuerta de su casa el general de divisiónConstantino Ortín Gil, gobernador militarde Madrid. El asesinato conmocionó porsu relevancia al gobierno y a la sociedad.En el Ejército, el impacto fue de muy altacrispación y rabia desbordada, que sevolvería contra una políticagubernamental tan contemporizadora enmateria antiterrorista.

Al funeral en el Cuartel General delEjército únicamente acudió dando la carael vicepresidente para la Defensa,Gutiérrez Mellado. Doña Sofíareprocharía en Zarzuela que no entendíapor qué razón no asistía el ejecutivo enpleno: «forma parte de sus obligaciones yresulta vergonzoso», comentaría. Perotambién los reyes tardarían bastantetiempo en acudir a los funerales yentierros de las víctimas del terrorismo.Las instrucciones al término de las honrasfúnebres, eran las de introducir deinmediato el féretro en un furgónestacionado en una puerta lateral ytrasladarlo a toda velocidad alcementerio. Fue entonces cuando muchos

jefes y oficiales estallaron de irareclamando que se colocara la banderasobre el ataúd. Cuando otros jefesmilitares que acompañaban a Melladoreplicaron que «¿por qué con bandera?»,se viviría uno de los actos másbochornosos que se recuerdan de latransición.

Generales, jefes y oficiales selanzaron a arrebatar el cadáver a quieneslo llevaban con paso rápido al cochefúnebre, mientras el vicepresidente, suséquito de ayudantes y otros jefes,trataban de impedirlo. El espectáculo deindisciplina sería memorable. GutiérrezMellado fue zarandeado y empujado, ytachado de «¡masón!, ¡traidor! e ¡hijo de

puta!», mientras alguno de sus ayudantesse enzarzaba a golpes con otros jefesmilitares. Finalmente, el féretro delgeneral Ortín, con bandera, fue sacado porla puerta principal del Cuartel General,portado a hombros de unos mandos delejército irascibles, entre un coro de gritosde «¡gobierno dimisión!, ¡ETA asesina! y¡gobierno culpable!». En la calle, unoscentenares de civiles, familiares demilitares y de extracción ultra,aprovecharon para jalear a la comitivacon estruendosos gritos de «¡Ejército alpoder!».

Para el general José Vega, tan insólitoacto de indisciplina se explicaba por «unestado de irritación que evidentemente

existe por esa ofensiva terrorista queestamos sufriendo». Por su parte, elvicepresidente Mellado, muy indignadopor dicho acto de indisciplina masivo,ordenó al director del CESID, José MaríaBourgón, que le facilitara la identidad delos militares que habían participado enlos incidentes para tomar medidas contraellos. Varios agentes del servicio deinteligencia habían hecho fotos y hubieraresultado muy sencilla su identificación;además de los centenares de fotografíasque habían tomado los enviados gráficosal funeral. Sin embargo, Bourgón desoyóla orden de Mellado, contestándole que«yo no soy ningún chivato decompañeros». Aquélla sería la gota que

colmaría el vaso de una relación personalque se había ido deteriorando desde queel vicepresidente había puesto a Bourgónal frente del CESID, y que significaría sucese en el mismo. Pero lo curioso fue queJavier Calderón, el amigo de todaconfianza del vicepresidente y verdaderohombre fuerte del CESID, tampocodenunciaría ni enviaría las fotografías dequienes habían tomado parte activa en tansonados incidentes. En la Pascua Militar,el rey zanjaría el asunto con una llamadade atención a sus soldados al recordarlesque «los peligros de la indisciplina sonmayores que los del error.»

En 1979, ETA continuaría con suprogresión sangrienta: 35 muertos en los

tres primeros meses. El 25 de mayo, dospistoleros de ETA ametrallaban enMadrid el coche en el que viaja elteniente general Luis Gómez Hortigüela,sus ayudantes, coroneles Agustín LasoCorral y Jesús Ábalos Jiménez, y elconductor Luis Gómez Borrero. Tras losdisparos, los terroristas arrojaron unagranada al interior del vehículo. Suscuatro ocupantes fueron asesinados. Aldía siguiente, una bomba destrozaba lapopular cafetería California 47, situada enla calle Goya de Madrid. La deflagracióncausó 9 muertos y 62 heridos. La autoríade dicho atentado fue de los GRAPO. El 7de junio, caería abatido en Tolosa(Guipúzcoa) el comandante de infantería

Andrés Varela Rúa; a primeros de julio,Gabriel Cisneros Laborda, diputadocentrista, sería ametrallado por uncomando etarra a la puerta de sudomicilio al resistirse a ser secuestrado,resultando gravemente herido. Uno de losmiembros de aquel comando fue ArnaldoOtegui, reconocido años después como«un hombre de paz» por el presidentesocialista Rodríguez Zapatero. Consemejante cosecha terrorista sepronunciaría oportunamente XavierArzalluz, el santón más cualificado porentonces del nacionalismo vasco, paraanimar al gobierno a negociar con losterroristas, porque «los de ETA son gentede palabra».

Con el inicio de la temporadaturística, ETA colocó varias bombas enlocalidades de la Costa del Sol y deLevante, así como en el aeropuerto deBarajas y en las estaciones madrileñas deChamartín y Atocha, con un balance decinco muertos y un centenar de heridos. El12 de julio, un pavoroso incendiodestruyó el hotel Corona de Aragón,Zaragoza. Balance: 80 muertos y 130heridos. El hotel estaba en su mayor parteocupado por militares con sus familias,entre otros, por varios miembros de lafamilia Franco; Carmen Polo, su viuda,Carmen Franco, su hija, el marqués deVillaverde y varios de sus hijos y amigos.Todos tenían previsto acudir a la entrega

de despachos de los nuevos alféreces enla Academia General Militar.

El delegado gubernamental en lacapital maña, Francisco Laína, el mismopersonaje que la noche del 23-F quisometer a los GEO en el Congreso, se lanzóa dar una versión oficial antes incluso deque los técnicos dictaminaran las causasdel incendio: el foco inicial se habíaencontrado en el aceite hirviendo quesaltara de la sartén en que se estabanfriendo los churros para el desayuno. Laautoría del incendio fue obra de ETA. Ypor lo tanto, un atentado. La bandaterrorista lo reivindicaría por tres mediosdiferentes. Y con el tiempo se abriríanpaso los dictámenes periciales que

constataron la presencia de sustanciasquímicas que fueron colocadas endiferentes lugares para propagarrápidamente el incendio. Pero el gobiernoimpuso la increíble versión de la freidorade churros, ante el temor a lasconsecuencias que se podrían haberderivado de haber aceptado la autoría deETA. Bastantes años después, el gobiernoespañol presidido por José María Aznar,reconocería como víctimas de atentadoterrorista a los muertos y heridos en elincendio.

El año 1979 se cerró con el secuestrodel diputado centrista Javier Rupérez. Alcomando de ETA (p.m.) integrado, entreotros, por una joven que se acercó a él y

pudo ganarse su confianza, le resultórelativamente sencillo secuestrarlo amediados de noviembre. El secuestro tuvoun gran impacto nacional e internacional.Y la negociación para su liberación entreel gobierno y la banda terrorista fue arduay complicada, llegando incluso aintervenir públicamente el Papa JuanPablo II pidiendo su liberación.Finalmente, el gobierno cedió al chantajeterrorista y Rupérez fue liberado amediados de diciembre. Su patético rostroal llegar al palacio de la Moncloa era fielreflejo del drama personal y de los díasde horror padecidos.

1980 sería igualmente un año brutal deatentados terroristas. El 2 de septiembre

era asesinado en Barcelona el general debrigada Enrique Briz Armengol ygravemente heridos los soldados MarcosVidal Pinar y Luis Arnau Gabi, ambos de19 años. En esta ocasión fueron losGRAPO quienes reivindicaron elatentado. Unos días después, fue abatidoel capitán de la policía nacional BasilioAltuna de un tiro en la sien en la localidadalavesa de Erenchun. ETA (p.m.) asumiríasu autoría. Noviembre de ese mismo añode 1980 sería espeluznante: 38 atentados,17 asesinatos, 46 heridos, 150 detenidos,dos asaltos a cuarteles, 25 explosiones enedificios, vehículos y mobiliario urbano,11 alijos de armas descubiertos, ochocomandos desarticulados…

El viernes 31 de octubre, ETA mató abocajarro a Juan de Dios Doval cuando sedirigía a la facultad de Derecho de laUniversidad de San Sebastián. Doval eramiembro de la ejecutiva centrista deGuipúzcoa. Su asesinato se sumaría al queel 30 de septiembre le había costado lavida en Vitoria a José Ignacio Ustarán,miembro del comité ejecutivo de la UCDde Álava, y al que el 23 de octubre acabócon la vida de Jaime Arrese, también dela ejecutiva centrista de Guipúzcoa.Adolfo Suárez no acudió a ninguno de losfunerales y entierros de suscorreligionarios caídos. Ante las fuertescríticas desatadas, a la portavozgubernamental, Rosa Posada, no se le

ocurriría nada mejor que declararoficialmente que «el presidente delgobierno no puede acudir a los entierrosporque está ocupado en asuntos másimportantes».

La citada declaración no se puedecontemplar, ayer, hoy y siempre, más quedesde la ignominia ante el horror, y que amodo de réplica se puede recordar ladigna postura de la ex juez iraní ShirinEbadi, Premio Nobel de la Paz y activadefensora de los derechos humanos, quienha afirmado que «un gobierno que teme alos muertos no puede ser fuerte». Y ésaera precisamente la situación en la quefueron cayendo todos los gobiernos deSuárez. Entonces ETA, que asesinaba una

media de más de cien españoles al año,arrastraba al País Vasco hacia un procesoneorrevolucionario para alcanzar elobjetivo de su independencia, con elbeneplácito y la satisfacción delnacionalismo vasco. Y también delcatalán. Tan pío y conservador siempre.Al escoger ETA como objetivo a losdirigentes centristas del País Vasco,numerosos militantes se vieron forzados aexilarse. El escritor y ensayista vascoIñaki Ezquerra, quien también se ha vistoforzado de alguna forma al «exiliointerior», estima en su obra Exiliados endemocracia, que como consecuencia delacoso terrorista de aquellos años, ETAobligó a un exilio interior hacia otros

lugares de España a unos 200.000 vascos.También a finales de octubre caería

asesinado el abogado donostiarra JoséMaría Pérez López. El 3 de noviembre,serían cuatro guardias civiles, un paisanoy cinco heridos graves, los que resultaron«cazados» en el bar Haizea de Zarauz; eljueves 6, caerían en Eibar (Guipúzcoa),un policía nacional y un amigo suyo,peluquero de profesión, y otro policíanacional en Baracaldo (Vizcaya); elviernes 14, fue abatido en Santurce(Vizcaya), Vicente Zorita, militante deAlianza Popular. El ensañamiento de lospistoleros con este último fueespecialmente aberrante. El comandoetarra lo sacó de su casa a punta de

pistola. Tras amordazarlo, le dispararonun tiro en la nuca. Cuando la policía loencontró y le retiró el esparadrapo que lesellaba la boca, salió una pequeñabandera española de su interior. El jueves13 de noviembre, dos guardias civilesresultarían gravemente heridos en lalocalidad guipuzcoana de Lezo; eldomingo 16, un comando de diez etarrasasaltó el Batallón de Cazadores deMontaña Cataluña IV de Berga (Lérida),para apoderarse de armas y explosivos.Inicialmente, el comando consiguióreducir a tres soldados, pero al sonar laalarma se dieron a la fuga. A los pocosdías, sus miembros fueron detenidos y elcomando desarticulado. Contaba con el

apoyo de un grupo separatista catalán.Otro comando de cuatro terroristas,

tres hombres y una mujer, asaltó laJefatura del Sector Aéreo de SanSebastián, apoderándose de diversoarmamento. En su huida, hirieron degravedad al coronel Ramón GómezArnáldez, director del aeropuerto deFuenterrabía, quien se enfrentó a tiros conlos terroristas. Pese a ello, el gobierno locesaría de inmediato del mando de laJefatura del Sector Aéreo deVascongadas. El coronel había advertidoa sus jefes en dos ocasiones, y por escrito,del riesgo de un asalto terrorista. El lunes17, ETA mató al guardia civil Juan GarcíaLeón en Eibar; el miércoles 19 los Grapo

asesinaron en Zaragoza al coronel delEjército del Aire Luis Constante Acín; elviernes fue asesinado otro guardia civil enTolosa y el jueves 27 de noviembre ETAmató al jefe de la Policía Municipal deSan Sebastián, Miguel GarciarenaBaraibar, teniente coronel en la reserva.

Ante tal cuadro de horror y muerte, losresponsables políticos gubernamentales seperdían en cada ocasión en el consabidoritual de «enérgica condena» y de«exigimos a ETA», que no servía siquierapara tranquilizar sus propias concienciaspusilánimes y cobardes. El ministro delInterior, Juan José Rosón, era uno de losobligados a hacer el correspondienteritual de condenar sin paliativos tanto

aluvión de muerte y violencia. A cadaatentado, y siempre con «enérgicafirmeza», aseguraba que «ETA está cadadía más contra las cuerdas. Estamos anteuna ofensiva general de ETA que es ungesto de desesperación». Por su parte,Jesús María Viana, presidente de la UCDvasca, afirmaba que «unidos todos lospartidos, vamos a aislar a ETA». Todoesto se decía en 1980. A la postre, no eranmás que infames recursos dialécticospersistentes a los que con toda tenacidadse han ido acogiendo los diferentesresponsables políticos de cada etapa y encada momento a lo largo de todos estosaños.

El mismo Viana reconocía en octubre

de 1980 que «aquí [en el País Vasco] nosomos libres, vivimos coaccionados porel terror. Falta la más mínima libertad. Loque está logrando ETA es matar alpueblo. Va a por todas. Los terroristasquieren calcinar esta tierra. Nos vemosmás en los funerales que en las reunionesde partido». El socialista Víctor ManuelArbeloa, presidente del Parlamento Foralde Navarra, expresaba en un telegramadirigido a la UCD guipuzcoana, tras unatentado, que «me veo obligado a decirbien alto que basta de funerales, de floresy de discursos; que en Euskadi, por culpade unos y de otros, ya no se puede vivir,sólo se puede matar impunemente; queesto es un continuo día de difuntos».

Las diferentes reacciones en laoposición ante tanta violencia y muerte y,especialmente, ante un comportamientotan miserable por parte del gobierno, ibacreciendo de intensidad. Así, ManuelFraga reiteraba en una entrevista lo querepetía asiduamente en sus famosasqueimadas con periodistas: «Si valen lasmetralletas, ¿por qué no van a valer loscañones?… si sigue el estado dedeterioro». El secretario general de lossocialistas vascos, Txiki Benegas, quienya había modificado su anterior posiciónde acercamiento y comprensión al mundonacionalista y etarra, se mostrabadispuesto a hacer la guerra al entornopolítico de ETA: «Si Herri Batasuna

quiere la guerra, la tendrá a todos losniveles. Estamos en un momento en el queestá faltando libertad para poderexpresarse libremente». El propioministro de la Presidencia, Rafael AriasSalgado, lo reconocía tambiénexpresamente: «Lo del País Vasco es unaguerra a medio plazo y yo no conozconinguna que se pueda ganar enveinticuatro horas».

Por su lado, el lehendakari CarlosGaraicoechea, que era quien mejorrecogía la cosecha de tanta muerte («ellosmueven el árbol [ETA] y nosotrosrecogemos las nueces», en expresiónencanallada de Javier Arzalluz),coincidiría también con esos análisis:

«Hay una situación de guerra civil quepuede explotar en cualquier momento».Julio Jáuregui, senador del PNV, iba unpoco más lejos: «En el País Vasco hayuna guerra revolucionaria marxista-leninista. Es una guerra clandestina quesólo podrá ser combatida con otra guerraclandestina dirigida por el Estado desdeel Estado». El senador fallecería pocosmeses después, pero sus palabras seríanaplicadas a rajatabla por los gobiernossocialistas de Felipe González en laguerra sucia de los GAL (GruposAntiterroristas de Liberación). Pero quienmejor expresara el momento sería JavierArzalluz, quien al menos sí que sabía loque quería: «Antes de hablar de paz, hay

que terminar la guerra pendiente. Tienenque restituirnos antes los conciertos quenos quitaron». Para ello se mostraba«partidario del diálogo con ETA o concualquier organización que protagonice elterrorismo». Para el presidente del PNV«no se puede tratar a ETA como a unacuadrilla de asesinos».

Aquellos fueron años de tremendaindignidad gubernamental. En todos o casitodos los aspectos, y especialmente en loconcerniente al terrorismo de ETA. Lascifras fueron estremecedoras y hablabanpor sí solas. El balance de víctimas en1976 fue de 33 muertos, la mayoría amanos de ETA y GRAPO. En 1978, elterrorismo causó 113 muertos y 356

heridos, en atentados perpetradosmayoritariamente por ETA. 1979 secerraría con un balance de 247asesinados, 784 heridos y más de 600atentados terroristas, la mayor parte obrade ETA. Entre las víctimas de ese añoestaban los 80 muertos y los más de cienheridos del incendio del Hotel Corona deAragón, cuya autoría sería reivindicadapor ETA. 1980 sería un «maldito añobisiesto», que además de suponer unatremenda agonía política para Suárez,arrojaría en la brutalidad terrorista elbalance salvaje de 132 muertos, 432heridos, más de 480 atentados, más de2.000 detenidos, 200 explosiones, 57artefactos desactivados… «hazañas» que

en su gran mayoría recaerían en losterroristas de ETA.

En noviembre de 1983, FelipeGonzález, ya en el poder, sería mucho máscontundente que Suárez en su análisis delterrorismo etarra, al plantear una serie demedidas antiterroristas, legales, en elCongreso: «La incomprensión de ETAhacia las medidas políticas que, concarácter pacificador, ha venido aprobandoel Parlamento desde 1977… A la amnistíagenerosa se respondió con el asesinato ycon la muerte; a la Constitución serespondió con el asesinato y con lamuerte; a los estatutos de autonomía serespondió con los asesinatos, la extorsióny la violencia; a la supresión de la pena

de muerte se respondió arrogándose lasbandas terroristas de fanáticos el derechoa suprimir la vida de las personas».

Durante una de las conversaciones quemantuve con el coronel San Martín, éstese mostró convencido de que sin los«atentados tan brutales del terrorismo deETA, no hubiera habido 23-F». Siemprecreí que aquel juicio era demasiadoabsoluto para el todo. Sí es cierto que fueun factor muy importante a sumar. Perohubo otros, tanto o más determinantes,como la descomposición de la UCD y lasconspiraciones desde todos los frentesinstitucionales, políticos, empresariales,financieros, religiosos y periodísticoscontra Suárez, el fenómeno disgregador

autonómico, la insoportable presión delos nacionalismos… Pero con toda esasuma de elementos, la operación especial23-F no se habría puesto en marcha jamássi el mando supremo no hubiera dado luzverde a la misma. Como factor decorrección. Como un nuevo pactopolítico. Y sin embargo, el ejército nuncaconspiró pese a ser uno de los objetivosprioritarios del terrorismo de ETA, queentre 1976 y 1980 asesinaría a más de500 personas y dejaría millares devíctimas.

X.EL REY,

HARTO DE SUÁREZ.LOS DEMÁS BUSCAN

SU ASFIXIA

Una de las razones principales por las quese llevó a cabo la operación especial del23-F, era que Adolfo Suárez había pasadode ser la solución a ser el problema enmuy poco tiempo. No es que fuera un casoparalelo al del rey felón Fernando VII,que pasaría de ser el Deseado a sercoceado por los mismos que pocos años

atrás habían suplicado por él con aquelrumboso y castizo «¡Vivan las caenas!».No, no se debería establecer comparaciónrigurosa alguna entre Fernando VII yAdolfo Suárez, porque el primero era unBorbón de la línea directa de losBorbones, y el segundo no era más que unpequeño burgués advenedizo peroambicioso; un chusquero de la política,como decía de sí mismo, quizá con ciertaironía. Un hombre que en una línea deidentidad absoluta con el nuevo Borbónrecién instalado en la jefatura del Estado,había sido el instrumento, la solución,para poner en marcha el proceso dereformas políticas para pasar del régimenautoritario a la democracia. Suárez pasó

de ser el protagonista del consenso, elpacto constitucional y la concordia, a serel artífice del desencanto; y deldesencanto, a la rebelión interna de lossuyos, a la crítica abierta del resto departidos, instituciones y gruposprofesionales; y de la rebelión interna delos propios, a ser objeto de la presión y laconspiración más activa para echarlo delpoder, desde el rey abajo, todos, porquese había convertido en el problema, en unapestado.

La buena relación de afinidad eidentidad entre el rey y Suárez se mantuvohasta poco después de las elecciones demarzo del 79, como ya he dicho. Trasaquellos comicios, que UCD volvió a

ganar por mayoría simple, el PSOE diopor resuelta la etapa del consenso,pasando a hacer una oposición muy dura,personalizándola en el presidente. Lanoche electoral del 3 de marzo, a FelipeGonzález le cayeron lágrimas de irritacióny rabia, por el sentimiento de que Suárezhabía hecho juego sucio los últimos díasde campaña. Pero lo más grave sería lagrieta permanente que abrió con los jefesde filas del conglomerado de la UCD.

Suárez hizo más personal su tercergobierno, castigando a los barones de laUCD, a los que dejó fuera. Aquello, lejosde apaciguar las aguas del partido, que enrealidad nunca había dejado de ser unengendro artificial, iniciaría en los jefes

de filas —de sí mismos, en realidad—una campaña de acoso y derribo contra sujefe, el presidente. Adolfo, que creía tenerel control total del partido después delprimer congreso de UCD, se blindaba enla Moncloa con un grupo de leales —losfontaneros— que serían los encargadosde verse las caras con los demás. Comoprimer gesto de alejamiento y de rechazoa las normas y prácticas democráticas,Suárez se negaría a que hubiera debate enla sesión de investidura. El nuevopresidente del Congreso, LandelinoLavilla, se mostró escandalizado y tratóde convencerlo de que presentara susproyectos de gobierno, ideas y objetivospara la legislatura. No lo consiguió, y su

cerrada negativa sería recibida con unfenomenal pateo del abanico de laizquierda. A Adolfo Suárez, el marcoparlamentario ya no le servía como forode debate y de discusión. Le producía unespecial sarpullido y le daba repelús.Prefería las distancias cortas, el bis a bis,con el que se sentía más firme y seguro,pero que sin duda alguna no era tandemocrático. De esta forma, optó poraislarse —bunquerizarse— en laMoncloa, dejando que fuese suvicepresidente Fernando Abril quien sebatiera en el fuego cruzado. Pero lo ciertofue que sus gestos presidencialistas ydistantes le irían generando una crecientedesconfianza y un cada día mayor

desprestigio, hasta dejar de ser fiable.Aquella falta de respeto de Suárez a

las normas y usos democráticos, lepasarían factura en breve. El 20 de mayode 1980, el presidente decidiócomparecer en el Congreso con undiscurso elaborado por su equipo defontaneros de la Moncloa. Con ello,pretendía mitigar sus notorias ausenciasparlamentarias y ofrecer, a modo deexcusa, una nueva ordenación autonómica,atajar el paro, la crisis económica y lasempiterna condena política que«exigiría» a los terroristas etarras quedejasen de matar. Pero lo que Suárez nosospechaba en absoluto era el golpe dedescrédito que al día siguiente le daría

por sorpresa Felipe González. El líder dela oposición, lejos de replicar el discursode Suárez, anunció una moción de censuraque cayó como una losa en el áreagubernamental: «El presidente Suárez y sugobierno han incumplido reiteradamentecompromisos programáticos contraídosante el conjunto de los ciudadanos,acuerdos con otras fuerzas políticas y,asimismo, otros contraídos con las Cortesgenerales… El gobierno ha hecho gala dedesprecio a las reglas del juego propiasde la democracia parlamentaria queconsagra la Constitución, llegándose aafirmar que un debate parlamentarioconstituye una trampa y que unainterpelación por la libertad de expresión

es una provocación».Suárez se quedó atónito por el mazazo

recibido, sin poder dar crédito a lo queestaba oyendo, e inmóvil de espanto, semantuvo clavado en su escaño. Sinreacción alguna. En su lugar salió elvicepresidente Fernando Abril, el granescudero presidencial, quien cogidotambién in albis, intentó balbucear unaréplica aturullada y embarullada que seperdería en el limbo del diálogo Norte-Sur, que, por supuesto, nadie entendió. ElPartido Socialista sabía de antemano quesu iniciativa no triunfaría. Su objetivo eraclavar un rejón de muerte en el corazóndel suarismo. Que el presidente sehundiera en el abismo ante sus propios

correligionarios, que dejase de ser fiablepara las familias centristas y cayera en eldescrédito entre las instituciones delEstado, los círculos fácticos y a los ojosdel monarca. Y eso sí lo conseguiría. «Eldebate de la moción de censura —recordaría posteriormente PabloCastellano— fue realmente elocuente ensu significado. Romper la UCD y formarcon parte de ella un nuevo gobierno decoalición con González a la cabeza… Lamoción de censura fue una bomba deefecto retardado que al final dio su frutoal dejar aislado al propio Suárez conrespecto a sus familias y baronías.»[37]

Alfonso Guerra, ácido y de lengua deserpiente, se ensañaría con dureza con

unas frases catilinarias: «Suárez nosoporta más democracia; la democraciano soporta más a Suárez»… «La mitad delos diputados de UCD se entusiasmancuando oyen en esta tribuna al señorFraga. Y la otra mitad lo hace cuandoquien habla es Felipe González.» «Losespañoles vieron cómo Suárez caía de lasvitrinas y se hacía pedazos en el suelo.»Suárez salvó la moción de censura, perosalió de aquel debate con el certificado dedefunción a tiempo tasado. Desdeentonces, todos estarían a una paraderribarlo.

En un nuevo intento de propósito deenmienda, Suárez aseguró a don JuanCarlos que haría crisis en el verano,

formando un gobierno fuerte y estable. Elrey, que había seguido con muchapreocupación el debate de la moción decensura, estaba ya convencido de que elpresidente no tendría vigor para acometeresa empresa. Hacía un tiempo que lasrelaciones entre ambos se basaban en elescepticismo, la desconfianza y eldistanciamiento. Aquella química deidentidad, sinergia de fusión, complicidaden la gestión y sintonía en un objetivocomún, se había desvanecido.

Y el monarca fue recibiendo enaudiencia uno a uno a los jefes de partidosde la oposición. A todos les transmitíaque ante la gravedad del momento, estabadispuesto a utilizar el mecanismo de

arbitraje y moderación para el que deforma muy confusa le facultaba laConstitución. González pensaba que eldesgobierno de la UCD estaba arrastrandoa España al caos y era necesario adelantarlas elecciones o, en todo caso, estudiar laformación de un gobierno de gestión, sinSuárez, con un independiente a su cabeza.Fraga creía que si no se atajaba deinmediato la situación, íbamos a vivir unagrave crisis de Estado que podía afectar ala corona, de la que, naturalmente, seríaresponsable Suárez. E incluso Carrillo erapartidario de un gobierno de coalición.

Suárez trataba de ir capeando eltemporal como buenamente podía. A losproblemas que desde todos lados le

cercaban, se alzaba cada vez más intensay fuerte la oposición interna de losbarones centristas. Todos le exigían suruptura con Abril Martorell y quetrasladara las decisiones importantes delgobierno al seno del partido, donde seencargarían de cocinarlas. Lo que dehecho era también un disparate. Entrecrisis y crisis gubernamental, Suárez sereunió en los primeros días de julio convarios miembros de la comisiónpermanente de UCD en una finca públicade la sierra baja de Madrid, en el términode Manzanares el Real. Aquello seconocerá como el encuentro de la «Casade la Pradera», y el fin era analizar elfuncionamiento y las competencias de los

órganos colegiados del partido y lasperspectivas del II Congreso de la UCD,previsto para finales de enero de 1981.

Sin embargo el cónclave sería uncalvario para Suárez, al cuestionar casitodos los presentes su liderazgo. Así, parael liberal Joaquín Garrigues el futuroinmediato pasaba o bien por hacer «unabanda y gobernamos contigo o gobiernastú sólo… y yo me tengo que ir a laoposición dentro del partido». Para PíoCabanillas se había tocado fondo, MartínVilla le expuso que «eres tú mismo,Adolfo, el que debe decidir si sigues o nosigues», Francisco Fernández Ordoñezafirmó que había que resolver el repartodel poder antes del congreso; Landelino

Lavilla propuso que una vez supieran loque había que hacer, «ver si es bueno o noque Suárez siga siendo presidente delpartido y presidente del gobierno».Garrigues insistiría en que Suárez tenía un«problema dentro de UCD», además de entodos los demás frentes. Excepción hechade Fernando Abril, Rafael Arias Salgadoy Rafael Calvo Ortega, el resto de losbarones cuestionarían sin reserva algunael liderazgo de Suárez, obligándole acompartir el poder. Ante un futuro tannegro, acordaron no descabalgar a Suárezdel poder, al no tener un recambio claroinmediato, pero a cambio, el presidentecompartiría colegiadamente el poder en elpartido y en el gobierno.

De aquel encierro, Suárez saldría aúnmás capitidisminuido y con mucha menosautoridad. Eso fue algo que pudocomprobar poco tiempo después, cuandoun diputado centrista quiso promover unanueva proposición de ley para amnistiar alos oficiales del ejército republicano y alos de la Unión Militar Democrática.Rodríguez Sahagún no veía con malosojos este nuevo intento de hacer retornar ala milicia a los úmedos, que contaba conel apoyo entusiasta del PSOE y del PCE.Pero el Ejército volvería a plantarse,incrementándose el nivel de crispaciónmilitar. Toda la cadena de mando militarfue muy contundente en su negativa.Incluso el general Sáenz de Tejada, jefe

del Estado Mayor de la Primera Región,llegaría a comentar entre los jefes de laAcorazada que en el caso de que sereincorporaran los úmedos al Ejército«haré lo posible por sublevar a laregión».

La medida sería paralizada. Pero lotrascendente del asunto estuvo en queAdolfo Suárez, que era el jefe de la Juntade Defensa Nacional, se enteró de lainiciativa de su grupo parlamentario porlos periódicos. Un claro signo de sudivorcio con los responsables del partidocentrista. Poco después, reconocería quese había actuado con precipitaciónprovocando sin necesidad la indignaciónde las fuerzas armadas, a las que no se

debía excitar desde la política, y que se ledebía haber consultado la iniciativapreviamente. Es posible que a su memoriaacudiera la gravísima crisis desatada acausa de la legalización del PartidoComunista.

La moción de censura del PSOE habíasido un mazazo para la credibilidad delpresidente. Por entonces, la situaciónpolítica se calificaba desde todos losámbitos e ideologías deextraordinariamente grave y delicada.Hacía un año que Tarradellas clamabapor el golpe de timón. La descomposiciónde UCD, sus luchas familiares internaspor el poder, la suicida políticaautonómica, las masacres terroristas y una

grave crisis económica, presentaban uncuadro de inanidad gubernamental. Anteun panorama de semejante deterioropolítico, el tándem González-Guerra creíaestar listo ya para conquistar el poder.Naturalmente, desde la propia UCD seestaban encargando de allanar el camino.Pablo Castellano, el líder de la izquierdasocialista dentro del PSOE, recordaríaposteriormente que «era muy difícilgobernar así, no sólo por razonesobjetivas, derivadas de la profunda crisis,sino también sabiendo que dos o tresministros le contaban a Ferraz —sede delPSOE— todo lo que pasaba en losconsejos [de ministros] y señalaban lospuntos débiles por donde se podía

atacar». Los dos últimos gobiernos deSuárez durarían poco más de cuatromeses.

Desde el CESID, hacía varios mesesque se estaba trabajando en la OperaciónDe Gaulle. Dicha operación se basabacomo modelo en la forma en que elgeneral Charles De Gaulle habíaretornado al poder en Francia a finales delos años cincuenta. En 1958, la situaciónen Argelia era un polvorín, y no sólo porlos enfrentamientos entre el Frente deLiberación Nacional de Ben Bella y lospieds noirs (colonos franceses). Estosúltimos consideraban el territorio magrebíargelino como una parte indisoluble deFrancia, unido históricamente a la

metrópoli y, por lo tanto, irrenunciable.Ese sentimiento era compartido porimportantes sectores de las fuerzasarmadas, de la sociedad y de la clasepolítica, mientras otros colectivos sedejaban llevar por la fuerza de los hechosy de la praxis histórica, por lo que veíancomo algo irremediable la independenciade Argelia, fomentada por Estados Unidosy por los principios descolonizadores deNaciones Unidas. Así había ocurrido dosaños antes en el gran trozo delprotectorado francés de Marruecos, antelo cual a la parte del protectorado españolno le quedó más remedio que sumarse yconceder igualmente la independencia delterritorio alauita.

Para Francia no fue un gran problemasalir de Indochina y dejar aquella perlaenvenenada a los norteamericanos. Pero siya la concesión de la independencia deMarruecos había sido un trágala aceptadoa regañadientes, para muchos franceses,Argelia era Francia, y no estabandispuestos a renunciar a ella, por lo que elriesgo de guerra civil era absolutamentereal. En esa crítica situación, los másimportantes y prestigiosos jefes delejército francés, como los generalesRaoul Salan y Jacques Massu, sedirigieron al presidente de la IVRepública, René Coty, conminándole aque la Asamblea de Francia designarajefe del gobierno al general Charles de

Gaulle, retirado entonces en su casadeColombey les Deux Églises, porque, delo contrario, el ejército de Argelia selevantaría y los paracaidistas francesascaerían sobre París.

El presidente Coty se reunió con losjefes parlamentarios, a quienes propusoque ante una situación tan grave ydelicada se eligiera al general De Gaullejefe del gobierno. Con el apoyo de éstos,Coty presentó a De Gaulle ante laAsamblea de Francia, que le votómasivamente como nuevo jefe degobierno, iniciándose así la caída de la IVRepública y el establecimiento de la VRepública. No cabe duda de que ladesignación del general De Gaulle como

jefe de gobierno, y posteriormente comoPresidente de la V República, fue un actodemocrático, pero llevado a cabo bajo laamenaza de un golpe militar, sin que eneste caso ni siquiera fuese necesaria laexhibición de la fuerza militar, porquehabía bastado con el anuncio de unaintervención.

Trasladado aquel modelo al momentode la transición española, desde mediadosde 1977, todo 1978 y primeros meses de1979, era evidente que la situación deEspaña no era en nada similar a la deFrancia en 1958. En el caso español, nohabía riesgo alguno de polarización en lasociedad ni de confrontación entre lasfuerzas armadas; por el contrario, éstas se

mantenían férreamente unidas. Y nisiquiera los terribles estragos causadospor los atentados terroristas de ETA,centrados en miembros de la policía, laGuardia Civil y el Ejército,principalmente, podían llegar a crear unriesgo de tal magnitud. Por lo tanto, losredactores de la «Operación De Gaulle»pensaron que para que se pudiera llegar aponer en marcha dicho plan, comofórmula correctora de la mala deriva de lasituación política, había que introducir une l emento ex novo que sirviera dedetonante para la aplicación de lasolución correctora, de la reconducción.Objetivo que siempre debería alcanzarsesin que hubiera sangre ni represión alguna

posterior. Que fuera totalmente incruenta.Para ello, los responsables del CESID seinventaron un SAM, un SupuestoAnticonstitucional Máximo, ya apuntado,como elemento previo e imprescindiblepara activar la operación, al objeto deque, una vez ofrecida a la clase política,fuese fácilmente aceptada motu propriopor la gran mayoría. En la creación de esaamenaza ficticia estaba pues el motivoque justificaba la operación.

Después de las elecciones de marzode 1979 y tras el desdoblamiento queSuárez hizo de la doble función que veníaejerciendo el general Gutiérrez Melladode vicepresidente y ministro de Defensa,esta cartera pasó a manos de Agustín

Rodríguez Sahagún, un hombre de la totalconfianza del presidente Suárez y delvicepresidente Mellado. Una de lasprimeras decisiones de RodríguezSahagún fue reorganizar el área deinvolución del CESID, que hasta esemomento se había mantenidoprácticamente inactiva. El ministroconvocó a altos responsables delservicio, como al teniente coronel JavierCalderón, que era el secretario generaldel centro; a Florentino Ruiz Platero, jefedel gabinete de Calderón, y al comandanteSantiago Bastos, para que activaran dichaárea en unos momentos en los que elmalestar entre los diferentes estamentosdel Ejército era creciente.

En las salas de banderas, la irritaciónmilitar subía de tono, y en diversosmedios de comunicación se anunciabanconspiraciones y amenazas de golpe deEstado periódicamente. Todas aquellasfantasmales amenazas eran absolutamenteinexistentes; todas, salvo el proyecto degolpe de mano personal que el tenientecoronel Tejero estaba planeando sobre elpalacio de La Moncloa en noviembre de1978. Pero el ministro estaba obsesionadocon el fantasma golpista y, al tiempo queante cualquier rumor se presentaba en losacuartelamientos, recababainsistentemente datos de sus agentes ycolaboradores, singularmente delcomandante Bastos, encargado de

involución, o los citaba a cualquier hora,aunque fuese intempestiva.

En su visita al CESID, Sahagúnconoció la «Operación De Gaulle» yrecibió en su despacho todo el dossierelaborado por los oficiales Peñaranda yFaura sobre las reuniones a las que éstoshabían estado asistiendo a lo largo de añoy medio, principalmente en la agencia denoticias Efe. El ministro envió el gruesoinforme al presidente Suárez, quiendespués de examinarlo citó a su amigoLuis María Anson, presidente de laagencia. Entre ambos se habían cruzadoaños atrás una serie de favores y apoyosen un equilibrado do ut des. Suárez,siendo gobernador, le había brindado su

apoyo a Anson cuando éste fueraprocesado en pleno franquismo por unartículo que publicó en ABC a favor deDon Juan. Y Anson, a requerimiento delpríncipe Juan Carlos, convertiría a Suárezen «el hombre del mes» al ser cesado devicesecretario general del Movimiento,tras el fallecimiento en accidente de suministro y protector Fernando HerreroTejedor en junio de 1975. Aquellareunión entre Suárez y Anson en Moncloafue dura y tensa. Cuajada de reproches.Sin embargo, Suárez no cesó a Anson dela presidencia de la Agencia Efe.

En el CESID, Sahagún resolvió elasunto muy discretamente, promoviendo elascenso a general de división a José

María Bourgón, para que dejara demanera inadvertida la dirección delcentro. En el fondo, Sahagún no seentendía con el director general delServicio de Inteligencia, al que puenteabay ninguneaba porque, según él, «no seenteraba de nada» y desconocía todosobre el mundo de la inteligencia. Alcomandante Faura se le promocionótambién de empleo y se le pidió quesolicitara otro destino. En cuanto alcapitán Peñaranda, fue el único que saliódel CESID de forma algo abrupta. A lavuelta de sus vacaciones de verano de1979, el nuevo director, general GerardoMariñas, le pidió que le entregara la llavede su despacho de inmediato,

prohibiéndole que sacara un solodocumento y sin que prácticamente lepermitieran llevarse sus papeles y objetospersonales. Sin una sola explicación.

Sin embargo, el plan operativo de la«Operación De Gaulle» ni se destruyó nise hizo desaparecer. Se archivó comomaterial secreto, así como todos losinformes elaborados por los agentes Fauray Peñaranda. Después del 23-F, dichosinformes serían de los primeros quesolicitaran los nuevos responsablespolíticos, tan pronto como alcanzaban elpoder, lo cual divertía mucho al generalCalderón, cuando retornó al CESID comodirector general, entre 1996 y 2001.Tampoco los creadores de la «Operación

De Gaulle» y de los informes previostendrían dificultad alguna para desarrollarsus brillantes carreras militares. Elgeneral Bourgón pudo seguir su carreramilitar sin problemas, al igual que Faura,que llegó a ser nada menos que general deEjército (JEME) durante los años degobierno de Felipe González, yPeñaranda, que alcanzó el grado degeneral de división.

Suárez, que llegó a tener ciertoconocimiento de la misma con algúndetalle, reconocería públicamenteconocer «la iniciativa del PSOE de querercolocar en la presidencia del gobierno aun militar. ¡Es descabellado!». Pero no losería para el Partido Socialista, que

además de contemplar con sumo interéscómo se despedazaba la UCD, participabaactivamente en la voladura de Suárez,dejándose mecer en la operación lanzadadesde el servicio de inteligencia. A dichaoperación también se sumaba ManuelFraga, al que ya se estaban acercandomuchos críticos centristas, y aportaba conentusiasmo los votos de CoaliciónDemocrática. Su opinión sobre Suárez yla UCD en agosto de 1980 no dejaba lugara duda alguna: «Yo siempre sostuve quelo que había montado Suárez era artificial,que no tenía base, que su propio partidono era un partido real, que el Estado queestaba creando no estaba más que en laspalabras y eran palabras que no se habían

meditado».Por entonces, ya hacía un tiempo que

Cortina y otros responsables del serviciode inteligencia venían trabajando en loque el jefe de los grupos operativos delCESID definiría como la creación delstaff político del general Armada. «En elCESID todos me empujaban mucho.Querían que yo influyera en el rey paraque cambiara la situación», mereconocería un día Armada en una denuestras conversaciones. En ese tiempo,Alfonso Armada ya era el referente parasus compañeros de milicia y, sobre todo,para los líderes políticos de casi todo elarco parlamentario. A mediados de agostode 1980, Armada recibió en su pazo

gallego de Santa Cruz de Ribadulla almatrimonio Calvo Sotelo. El políticocentrista fue para ofrecerse también algeneral; estaba dispuesto a colaborar enlo que fuese porque la situación conSuárez era asfixiante. «Recuerdo laspestes que me decía sobre Adolfo Suárez.Que era urgente hacer algo. Todos losbarones conspiraban sin recato contra elpresidente.»[38] Calvo Sotelo dejaría sufirma, señal de su paso aquel día, en ellibro de honor de Santa Cruz para elpequeño recuerdo: «Con la nostalgia deotra visita anónima que hace ya muchosaños…» Después del 23-F negaría depalabra y en sus memorias que dichaentrevista hubiera tenido lugar.

Igualmente, sería por aquellos días deagosto cuando Alfonso Armada recibió elinforme reservado que le había solicitadoal catedrático Laureano López Rodó sobreel mecanismo a aplicar para cambiar depresidente constitucionalmente. El escrito,redactado en cuatro folios, exponía unasituación muy negativa y con tintescatastróficos. Aseguraba que mientrasSuárez continuase en el poder no habríasolución alguna para salir del caos. Por elcontrario, el panorama empeoraría y sedegradaría aún más. Luego explicaba quesi la moción de censura del PSOE habíafracasado era porque el candidato apresidente no era el adecuado, aunque síque había servido para desgastar más a

Suárez y a la UCD, al espolear en supropio seno el germen de la división y delenfrentamiento. Aplicando la frase deTarradellas, insistía en que Españanecesitaba urgentemente un cambio detimón, porque el momento era malo peroaún se podía poner peor. Armada, quetodavía permanecería durante unos mesesmás como gobernador militar en Lérida yjefe de la División Urgel, no loolvidemos, le envió el informe a Sabinopara que éste se lo hiciera llegar al rey.

En el documento López Rodóprecisaba que sería perfectamenteconstitucional cambiar de presidente degobierno mediante la presentación de unanueva moción de censura, en la que se

propondría como candidato a unapersonalidad independiente que formaríaun gobierno de concentración y de unidady en el que participarían líderes de losdiversos partidos. La moción seríaapoyada por el PSOE, varios sectores deUCD y Coalición Democrática. Y lapersonalidad independiente podría ser uncatedrático, un historiador o un militar: ungeneral de reconocido prestigio, bienaceptado por las fuerzas armadas y en unabuena relación de confianza con el rey.Aquel informe era en realidad unavariante de la fase constitucional de laOperación De Gaulle; la parte de lamisma que sería visible y pública. Suaplicación, tras la dimisión de Suárez, fue

desechada por los responsables delCESID y por quien en último términopodía dar luz verde a la misma. Eldeterioro institucional era tan grave —asílo vivían— que para corregir el sistemaya no había otra opción que la puesta enmarcha del Supuesto AnticonstitucionalMáximo, el SAM de Tejero. El éxito de laOperación De Gaulle requería que laclase política sintiera encima la presión yla amenaza militar.

En aquellas fechas preotoñales del 80,Suárez intentó mejorar su deterioradaimagen formando un nuevo gobierno ypidiendo la confianza de la Cámara. Loque formalmente obtuvo, para deinmediato cebarse casi todos sobre él.

Fraga, por ejemplo, no se andaría conmedias tintas para volverle a la realidad:«Tras cuatro años de desgobierno, fracasosistemático de la administración,incumplimiento de promesas, esimposible renovar la confianza al señorSuárez, y hay que decirle al país que noslleva inexorablemente al desastre»,afirmaría tan solo un día después de queel presidente sacara adelante la moción deconfianza.

Pero sin duda alguna, sería MiguelHerrero de Miñón, portavoz del grupoparlamentario centrista y uno de los máscríticos con Suárez, quien mostraríamayor dureza hacia el presidente. Encierta ocasión le había comentado a

Sabino que le transmitiera al rey que «ose carga a Suárez o esto se va aldesastre». Herrero formaba parte del staffpolítico de Armada, se había acercado aFraga y era uno de los activos dinamiterosde la UCD. También al día siguiente de lamoción de confianza reclamaría desde laspáginas del diario El País lademocratización interna de la UCD. Y lelanzaría estos dardos envenenados aSuárez: «No al caudillaje arbitrario quepretende ocultar la irremisible pérdidadel liderazgo en el partido, en elParlamento y en el Estado… No alejercicio o, lo que es peor, a la inerteposesión solitaria del poder, tendente areducir el partido y la mayoría

parlamentaria a un mero séquito fiel.Porque un partido sólo puede servir a lademocracia política y social cuando elmismo es democrático, esto es, regido porun liderazgo colectivo… No alenfrentamiento radical y personal con laúnica oposición democrática y nacionalque existe, el Partido Socialista ObreroEspañol… No a las ambigüedades de unprograma vagoroso, apto sólo para irtirando.»[39]

A finales de año, el cerco sobreSuárez se estrecharía con la irritación dela Iglesia a causa del proyecto de ley deldivorcio. El ministro de JusticiaFernández Ordoñez, que actuaba casicomo una cuña del PSOE en el gobierno y

en UCD, logró sacar adelante la ley con elapoyo que había consensuadopersonalmente con el Partido Socialista.En este caso, la crispación vendría de unlado de los sectores democristianoscentristas, y muy especialmente del senode la Conferencia Episcopal y delcardenal Tarancón, quien por poco tiempomás estaría al frente de la misma. Elprelado, calificado de progresista nohacía muchos años, rompería todarelación y diálogo con Suárez. Habíapactado personalmente con él los límitesde la ley, y se sentía totalmente engañado.La llegada en breve a Madrid demonseñor Innocenti, el nuevo nuncio delVaticano, tensaría aún más las relaciones

entre el Vaticano y el presidente. Noolvidemos que desde hacía dos añosgobernaba en Roma Juan Pablo II, cuyopontificado sería uno de los factoresexternos en la caída de Suárez y en elapoyo decidido a la Operación De Gaulle.Concurso que tanto Armada como lacúpula del CESID se ganaron poco antesde la acción del 23-F.

Los anillos concéntricos que secerraban sobre Suárez estaban casi apunto de conseguir su asfixia. Endiciembre, el rey mantuvo con elpresidente una conversación en suresidencia de esquí de Baqueira. DonJuan Carlos, que ya estaba harto de él,quería presionarlo, una vez más, para que

entendiera que lo mejor era quepresentara la dimisión y se marchara. Ypara ello le presentó el escenario de quesi no recapacitaba y dimitía, existía laposibilidad de que se produjera un golpede Estado, por lo que había que hacer loposible para eliminar los motivos y esesupuesto no llegase a producirse. Porentonces, los rumores sobre todo tipo degolpes a la carta circulaban con profusión;golpe a la turca, golpe de generales, golpede coroneles, un golpe de manoespontáneo…

Naturalmente, casi nada de esto eracierto. No existía base sólida alguna. ElEjército se mantenía disciplinadamenteexpectante a las órdenes del rey y de su

cadena de mando. Pero la amenaza militarestaba siendo explotada interesadamentedesde el CESID para poder presentar connormalidad su Operación De Gaulle.Suárez le comentó al monarca que habíabarajado la posibilidad de convocarelecciones anticipadas, pero loscatastróficos resultados que le augurabanlas encuestas y el seguro triunfosocialista, le habían hecho desechar laidea. En su fuero interno, ya era underrotado en todos los aspectos y estaba apunto de arrojar la toalla.

A primeros de enero de 1981, unosdías después de aquella entrevista, seríaAlfonso Armada el que subiría a La Pletaa ver al rey. El despacho se alargó varias

horas. Don Juan Carlos le detalló laconversación que había tenido con elpresidente. Le dijo que le desesperaba,que estaba harto de él, que le habíaplanteado el riesgo de que se diera ungolpe si no dimitía, y que de continuaraferrándose tercamente al poder, se podíair todo al garete. Suárez le desesperaba yera necesario que no complicara más lascosas. Armada le comentó sus recientesconversaciones con Milans del Bosch ylos detalles que los responsables delCESID le transmitían sobre la operación.El rey le pidió que volviera a reunirse conMilans. Ambos eran una garantía para lacorona. Y en breve regresaría a Madridpara poder tenerlo todo mejor controlado.

Efectivamente, Armada volvería aencontrarse con Milans del Bosch unasemana después en Valencia, donde lecontaría la conversación que habíamantenido con el rey, acordando volver areunirse unos días después en Madridpara examinar juntos el plan operativodeTejero. Éstas son las notas manuscritasque con el tiempo me facilitaría el generalArmada:

El rey llegó a estar muy descontento conSuárez. Mi impresión es que estaba harto deél y que deseaba cambiarlo. Creo que nuncapensó en mí para ningún puesto político.Estoy seguro que pensaba en mí paratranquilizar a los militares. Creía que yo teníaprestigio entre los mandos del ejército, quemi labor ahí podía ser importantísima. Era el

flanco que más temía en aquel momento. Porlas noticias que recibía de las fuerzasarmadas, estaba preocupado. Más tarde, lapolítica económica (paro, inflación ydesorden), le ponían nervioso. Lasautonomías no le convencían. Tenía decididoempeño en tranquilizar a las fuerzas armadas,pero no sabía cómo. Nunca recibí laimpresión de que el rey quisiera un gobiernode salvación nacional. Prefería que losproblemas se resolvieran por sus cauces.Tampoco creía en la solución Calvo Sotelo.En el cambio de gobierno pensaba, desdeluego, sustituir a Gutiérrez Mellado por otromilitar de prestigio. Creo que quisocambiarlo, pero a Suárez no le gustaba esecambio. En todo caso no lo hizo. El rey nuncame lo dijo claramente pero el marqués deMondéjar me lo insinuó.

Creo que había mucha gente deseando quecambiara la situación, entre ellos muchoscoroneles, pero no conocí ninguna operación

de coroneles. Nunca supe nada de un posiblegolpe de coroneles.[40] Afirmo lo siguiente:

Había descontento en el ejército.Los más exaltados, decían que habíaque acabar con la situación.Los más sensatos, que el rey debía darun «golpe de timón».Algunos, pocos, pensaban que lasituación mejoraría por sí sola.

Sí conocí que había un grupo de militaresque preparaban un levantamiento.[41] Hablé deello con:

Su Majestad el rey en Madrid, enBaqueira.El vicepresidente para la Defensa,general Gutiérrez Mellado, variasveces. La última, el 13 de febrero de1981, después de visitar al rey.

El ambiente militar estaba crispado en elaño 80 y principios del 81. Los artículos deEl Alcázar [Almendros], que sintonizabancon gran parte de la opinión militar,mantenían y potenciaban este «ambientecrítico». En cuanto a que el rey reconduciríala situación si se producía un hechoextraordinario es un punto interesante. El reyestaba preocupado con el ambiente en elejército. Al menos, eso me parecía. Queríaestar muy unido a los militares para que:

No se sublevaran.Si hubiese existido una acción masivaél encauzarla. Pensaba que el prestigiode Milans y quizá también el que yopudiera tener, podrían servirle deapoyo.

El general Milans del Bosch en Valenciame dijo que informase al rey del estado deánimo militar y de lo que podía pasar. Así lo

hice. Conté al rey todas las reuniones conMilans. Con todo detalle. Le hablé siemprede mis conversaciones con Milans y contodos los contactos que tuve con otrosmilitares y políticos. Es cierto que habíarumores de otras reuniones o golpes, pero mipapel fue siempre como receptor. Oír paracontárselo al rey. Creo que había muchosdeseos de «golpe de timón», pero nadaconcreto. Al rey le hablé varias veces de lasituación y del ambiente en el ejército. Alprincipio no lo creía. Más tarde sí. El reyestaba enterado de la irritación militar que serespiraba en los cuarteles y le preocupaba.Gutiérrez Mellado le tranquilizaba diciendoque yo exageraba. Pero el rey me trajo deLérida.[42]

Suárez decidió dimitir a finales deenero de 1981. Y para ello presentó unaescena digna de un holocausto de drama

griego. No permitiría que nadie learrebatara el protagonismo de su final,sobre el que había llegado a unaconclusión: «Yo he sufrido una importanteerosión personal. La clase dirigente deeste país ya no me soporta. Los poderesfácticos —salvo el ejército— me hanganado la batalla.»[43] Pero nadie leimpediría que al día siguiente de hacerpública su dimisión fuera portada entodos los periódicos, y abriera losinformativos de radio y televisión. En losdías previos, se lo había adelantado aunos pocos colaboradores en la Moncloa.Luego, aprovechando el despachosemanal que tenía con el rey en Zarzuela,le dijo a Sabino que se adelantaría un

poco para comentarle un asunto: «Quierodecírtelo a ti antes que a nadie, porquehoy vengo a presentarle mi dimisión alrey. Quiero que antes de que surjacomentario alguno o cualquier tipo derumor, que seas testigo de que yo vine hoycon la voluntad y el deseo de presentar ladimisión. Nadie me la ha pedido ni me haechado, para que luego la historia no seescriba de otra manera. Soy yo el quepresenta la dimisión y se va.»[44]

Cuando Suárez se lo comunicó al rey,éste se dio por enterado y dio porrecibida la dimisión. Ni siquiera preguntóqué era lo que había que hacer en esemomento. Se la aceptó y punto. Sin dudainteriormente, debió de llenarle de una

enorme satisfacción y habrá sentidoungran desahogo, liberándose de una enormecarga. Únicamente al despedirlo le dijocon cierta energía que le concedería untítulo: «te haré duque». De ahí que no seentienda muy bien la amargura que Suárezle expresaría a Sabino seguidamenteporque el monarca no había hecho el másmínimo gesto de su parte: «Te das cuentacomo yo tenía razón; que tenía la inquinade la oposición, la irritación de losmilitares, la hostilidad del mundofinanciero y empresarial, la enemistad dela Iglesia, cada vez peor prensa, quedentro de mi partido se conspira yaabiertamente contra mí, y que he perdidototalmente la confianza del rey. Te das

cuenta de que no ha habido el más mínimogesto de su parte.» A lo que Sabino, paradulcificarle algo el momento, le comentóque el rey se había quedado, al igual queél, de una pieza, por lo que «Adolfo, noconfundas la sorpresa con la frialdad».[45]

Pero lo que de verdad había sido toda unasorpresa en Zarzuela era la tenazresistencia de Suárez a dimitir.

Suárez hizo pública su dimisión eljueves 29 de enero. El mismo día queETA secuestró al ingeniero jefe de lacentral nuclear de Lemóniz, José MaríaRyan, al que asesinaría una semanadespués. En el primer texto con laspalabras que iba a dirigir a la naciónanunciando su despedida no figuraba

mención alguna del rey. Y Sabino se loseñaló. Como tampoco estaba la frase quesería la más enigmática de su discurso:«No quiero que el sistema democrático deconvivencia sea, una vez más, unparéntesis en la Historia de España.»Pero lo cierto fue que Suárez no explicólas verdaderas razones de por qué dimitía.Quizás en su fuero interno estuviera lainformación fidedigna que Rosón le habíaenviado respecto de que el sector crítico yla mayoría de los barones le estabanpreparando una nueva moción de censura.El grupo parlamentario centrista ya teníarecogidas las firmas. Y Alfonso Guerra lohabía anunciado públicamente unassemanas atrás, de manera bastante

explícita: «Si Suárez sigue encerrado enel retrete de la Moncloa, habrá que pensaren la necesidad de otra moción decensura». Sin duda alguna, aquello seríademasiado insoportable para su biografía.El hecho de que el PSOE le hubierapresentado ya una, entraba dentro de loasumible, pero que ahora le cayeraencima otra con el apoyo de muchosdiputados de su propio partido —elúltimo empujón para desalojarlo delpoder—, era algo que jamás podríadepurar de su biografía. Aquello hubierasido un baldón ignominioso. Y paraSuárez, la estética de su inmolación eraalgo sagrado.

Suárez tuvo que recordar al rey la

promesa que le había hecho de laconcesión del ducado. Don Juan Carlos seresistía porque a don Juan, su padre, eraalgo que no le agradaba nada. Para elconde de Barcelona, Adolfo Suárezsiempre sería un oportunista advenedizo ysin principios. Nunca lo consideró. Perofinalmente se impondría el criterio delentorno de Zarzuela. Se había dadopalabra de rey, y el monarca le nombró«duque de Suárez». Al despacharlo, lohizo con la frase escrita por Sabino: «Enla vida llegan momentos en los que esnecesario prescindir de quienes nos hanacompañado hasta entonces», frase quepara la tensión del momento sonaba másbien a epitafio para una asociación —don

Juan Carlos-Suárez— que habíafuncionado en perfecta simbiosis durantelos primeros años de la transición.Después, Suárez pediría a Zarzuela quetambién se le hiciera «caballero delToisón de Oro». Como a Torcuato. Creíamerecerlo. Sin embargo, la petición nisiquiera fue considerada. Desde entonces,Adolfo Suárez se haría bordar en lascamisas el distintivo de su nueva noblezacon una corona ducal, utilizando su títuloy sello aristocrático.

Con su renuncia, Suárez levantó unaauténtica polvareda de comentarios,artículos y rumores, incrementando aúnmás las alarmas desestabilizadoras.Todos querían explicar los motivos de su

abandono. Para Fraga, «Suárez se habíaquedado sin ideas, sin soluciones y sinapoyos políticos ni sociales. Y se fueporque no podía hacer otra cosa, sinnueva posibilidad para susmalabarismos». Calvo Sotelo, el sucesordesignado por el dimitido presidente,diría que «Adolfo Suárez es un hombreperipatético… un excelente actor». Ysobre las razones de la dimisión apuntaríaun sutil bosquejo de la Operación DeGaulle, en la que él iba a la grupa: «Lasalusiones que conozco hablan de una“operación” poco trabada que habríainteresado a políticos de la democraciasituados a derecha y a la izquierda deUCD; su objetivo sería salvar a la

monarquía parlamentaria de una crisiscausada por la debilidad crónica de UCD,por un supuesto vacío de poder a quehabía dado lugar el desfallecimiento deSuárez. La sospecha, o la certidumbre, deque el partido socialista era sensible a unplanteamiento así pudieron haber influidoen el estado de ánimo del presidente másque el desmoronamiento de su propiopartido.»[46] Y Calvo Sotelo añadiría algomuy interesante. Él tenía la firme«convicción de que ya en esa época losmilitares ni siquiera presionaban».[47]

El conocido periodista EmilioRomero, uno de los más distinguidosmiembros del «frente de papel» en apoyoa la Operación De Gaulle, y que sería

quien desvelara al general Armada comoel hombre «políticamente bendecido» portodas las instituciones para presidir elgobierno de concentración, tambiénarremetería duramente contra Suárez: «Loque no fue nunca [Suárez] es nigobernante, ni estadista. La exigencia delgobernante es la autoridad, la firmeza y laconsecuencia, y su comportamiento hasido la debilidad, la duda permanente, yla desorientación ideológica. Podríadecirse de Suárez que había contribuidoeficazmente a traer la democracia, perotodavía no había descubierto el modo devivir en ella. Su marcha coincide con unade las crisis más graves de nuestrahistoria, y sobre todo dentro de un

callejón en el que Suárez podría estartapando la salida. En 1981 estamos sinEstado, con una economía en quiebra, enmarcha hacia los dos millones de paradosy con el terrorismo más lato de Europa.Lo deseable es ese golpe de timón del quehabla Tarradellas y hacia la democracia,pero por otros caminos».[48]

Tarradellas, después de una audienciacon el rey, tampoco se quedaríaprecisamente atrás en la crítica alpresidente caído: «Adolfo Suárez seautodestruyó encerrándose en la jaula deoro de la Moncloa y conviviendo pococon el pueblo, y por las presiones internasde su propio partido, atomizado en tantosgrupos que ya no se entiende nadie en él.

Las diferencias internas en UCD puedendestruir el partido y poner a España enuna situación dramática. No comprendotantas tendencias, tantos líos y tanta faltade responsabilidad… La situación delpaís es bastante crítica; no es trágica nidramática, pero puede serlo si no se lograrápidamente un gobierno estable. Ungobierno de amplia base y, por lo tanto,un gobierno de unidad de UCD y PSOE,respaldados por Alianza Popular y elPartido Comunista.»

José Luis de Vilallonga escribirá ensu libro El Rey (dejando expresamente laduda de si quien lo dice es don JuanCarlos o él mismo) que: «Suárez habíallegado a ser extremadamente impopular,

y finalmente arrojó la toalla. Entonces fuecuando ciertos militares de altagraduación, animados en sordina porAlfonso Armada, “el amigo del Rey”,lanzaron la idea de un “golpe de timón” alo De Gaulle. Una idea que variossocialistas bien situados parecieronapreciar. A su vez, políticos de derechasadmitieron no ver ningún inconveniente ensostener una solución radical en el marcolegal de las instituciones, sin tener encuenta que todo ello podía degenerar enun golpe de fuerza.»[49]

Adolfo Suárez explicaría añosdespués su retirada así: «Cuando yopresento mi dimisión como presidente delgobierno lo hago entre otras razones

porque no quería que todo lo que estabaproduciéndose en la vida políticaespañola, en la que yo era una personaabsolutamente detestada, pudierainvolucrar también a Su Majestad elRey.» Y remataría: «La realidad de losmotivos y causas de mi dimisión comopresidente hay que encontrarla en el acosoy derribo al que me sometió el PSOE, quelogró erosionarme fuertemente, y a ladivisión y encono de mi propio partido, laUnión de Centro Democrático, en el quese provocó —probablemente tambiénincitada por el PSOE— una ferozcontestación hacia mí. Los barones deUCD discutían todas y cada una de lasmedidas que adoptaba y el grupo

parlamentario centrista mantenía unahostilidad permanente a cada una de misdecisiones.»[50]

XI.EL CESID PONE EN

MARCHA LAOPERACIÓN DEL 23-

FY LA CLASE

POLÍTICA LAACEPTA

Otra de las razones por las que se puso enmarcha la operación especial del 23-F,fue que al final del verano y comienzo del

otoño de 1980, el sistema había alcanzadotal grado de desestabilización que lohacía difícilmente sostenible por muchomás tiempo. La permanente crisis políticaen la que se había asentado el gobierno,con un presidente cada vez másdebilitado, había penetrado en laestructura del propio sistema. Tal era eldictamen al que habían llegado muchoslíderes políticos de la izquierda y de laderecha, así como de diversos grupos einstituciones. Dicho dictamen eracoincidente con el análisis y la valoraciónde la situación que se hacía en el CESID,cuyos máximos responsables habíandecidido activar la Operación De Gaullehacía algunos meses.

Para la cúpula del servicio deinteligencia —singularmente para susecretario general, Javier Calderón, ypara el jefe de los grupos operativos, JoséLuis Cortina—, el momento era de talgravedad que ya no se podía corregir conuna simple operación política cambiandoal presidente. Ni siquiera con un gobiernode coalición. Era necesario rediseñar denuevo el proceso de la transiciónmediante un nuevo pacto, que los líderespolíticos deberían asumir con un gobiernode integración que sería dotado de fuertespoderes. Y por sí mismos los cauces de lapolítica parlamentaria como tal no valían.Una vez más, como había ocurridonumerosas veces a lo largo de los últimos

150 años, había que acudir al estamentomilitar como solucionador del problema.Dicha convicción es la que se le habíatransmitido al rey, quien la había recibidocon profunda y grave inquietud.

Por aquellas fechas de finales deagosto o primeros días de septiembre de1980, el rey visitó la sede central —laplana mayor— de los grupos operativosdel CESID. En el argot del servicio eraconocida como París, y estaba situada enun chalé de la Carretera de la Playa deMadrid. El rey viajó sin su escolta oficial,con su compañero de la AcademiaMilitar, Cortina, en uno de los cochescamuflados del servicio de inteligencia.Iba de incógnito, y para no ser reconocido

en el control de entrada decidió agacharsey esconder su cabeza entre las piernas deuno de los guardias civiles que viajaban asu lado en el asiento trasero.

En el interior, Cortina le explicó laestructura y funcionamiento de La Casa,como así era conocido el CESID en elmundo de los espías, y le puso enantecedentes de la situación. Le habló deque habían puesto en marcha un rum rumde comentarios y rumores sobre elapremiante malestar militar y la variedadde amenazas de golpe de Estado; entreellas, reuniones de generales, decoroneles juramentados y de otrasiniciativas «incontroladas» del estiloTejero. Todo ello era deliberadamente

exagerado, pero era lo conveniente paracrear un estado de inquietud en la clasepolítica, que hiciera imprescindible lapuesta en marcha de una operación queneutralizase aquella amenaza yrecondujese la situación. Cortina lereiteró que el plan de acción del CESIDera viable y ajustado a la Constitución. Elcomodín de la operación sería el generalArmada, a quien los partidos políticoshabían aceptado. Don Juan Carlos,consciente de que varios de susantepasados habían sido descabalgados ycoronados en el último siglo y medio víagolpes y pronunciamientos, le insistió enque le diesen resuelta la operación: «¡Amí dádmelo hecho!».

En aquel momento, el CESID seencontraba sin director titular.Interinamente figuraba como tal el coronelde la armada Narciso Carreras, recayendode hecho el pleno control del servicio ensu secretario general, Javier Calderón. Enrealidad, ésa era la situación existentedesde la misma creación del servicio deinteligencia en el otoño de 1977. Los dosdirectores anteriores, los generalesBourgón y Mariñas, habían ejercido ladirección en la forma pero no en el fondo,actuando más bien de relaciones públicasdel servicio. Calderón era un hombre deMellado y contaba con toda su confianza,y a su vez, Cortina lo era de Calderón.Ambos eran en realidad los hombres

fuertes de la inteligencia, quienes hacían ydeshacían, y quienes puenteaban a losresponsables de otras áreas para manejary controlar toda la información.

E l lobby integrado por JavierCalderón y José Luis Cortina, lanzó laoperación desplegando varias víasenvolventes. Si bien en un principiohabían contemplado utilizar el mecanismode una nueva moción de censura contraSuárez, ésta fue desechada al poco comoinconveniente. Lo más adecuado eraforzar la dimisión de Suárez mediante unapresión de anillos concéntricos desdetodos los poderes fácticos. Y eso era loque se estaba desarrollando.Interiormente, en La Casa, no había día

que Cortina, el más firme ejecutor delplan, no inflamase el patriotismo y afán deservicio de los más de 200 agentes quetenía en la AOME. Los arengaba sobre lasrecias, sacras y privilegiadas virtudes delas que estaba tocado el general AlfonsoArmada Comyn. El hombre escogido parasolventar la gravísima crisis queatravesaba España. Sus soflamasenfervorizaban el alma de los espías, que,henchidos, se juramentaban en apoteosiscon la operación.

Cortina instruyó a su segundo de laAOME, el capitán García Almenta, paraque crease un grupo secreto que estuvierasiempre encima del proyectado golpe demano de Tejero contra el Congreso. Aquel

grupo fue la Sección Especial de Agentes(SEA), una unidad operativa condependencia directa y única de Cortina yAlmenta, que, según el coronel Perote,constituiría el misterio mejor guardado delos grupos operativos. «En el otoño de1980 García Almenta reunió a un puñadode agentes “tan tarados como él” —esodijo cuando los seleccionó— y dispuestosa todo. Aquellos voluntarios dispusieronenseguida de base propia, un piso que,precisamente, se ubicaba en lasinmediaciones del Congreso de losDiputados, donde comenzaron a vivir yactuar al margen de la AOME.»[51]

Paralelamente, Calderón y Cortina sededicaron a crear un staff y desarrollar

una campaña de imagen a favor deArmada. Éste, ante las instrucciones queel rey le fue dando para que sus colegasde armas cerrasen filas en torno a lacorona y llegase a ser el bendecido de laclase política, asumía que: «No debeperderse de vista que todos los“establecimientos” de la monarquía enEspaña, han sido por golpes de Estado.Incluso don Juan Carlos ha llegado areinar por que Franco dio un golpe deEstado.»[52]

En el otoño de 1980, los rumores deposibles acciones militares circulabancon profusión. Como vengo señalando,esto no era caprichoso. Quienes desde elCESID expandían la teoría de los tres

golpes, el de los tenientes generales, el delos coroneles y el de los «espontáneos»,buscaban crear un adecuado caldo decultivo —psicosis del miedo a lainvolución— en la clase política, en losllamados poderes fácticos y en las altasinstituciones del Estado, con el objeto deque sus planes tuvieran éxito y no seescapase nada a su control. A veces,simples conversaciones de crítica en lassalas de banderas, y expresiones como «elejército en estado de cabreo», adquiríanla categoría de máximo riesgo. Se lesponía altavoz. Se exageraban, porque asíconvenía, a través de elementos yapéndices mediáticos. Eso fue lo queocurrió con los manidos golpes de los

generales y de los coroneles. Nunca hubonada organizado como tal, o que al menosestuviese en avanzada fase de preparaciónel 23 de febrero. Conversaciones ypequeñas reuniones iniciales sí seempezaban a dar. Y fueron conocidas enel CESID, que las utilizaríaconvenientemente para consensuar suoperación en la clase política.

La cúpula del Partido Socialista semantenía muy atenta a todo lo que secocía. Miembros de su ejecutiva comoMúgica, mantenían conversacionesfrecuentes con Cortina. Así, durante unacena celebrada en casa de uno losfundadores de Alianza Popular, Cortinales daba la razón sobre la necesidad de

que en España se llevara a cabo cuantoantes el golpe de timón reclamado porTarradellas, asegurándoles que elgobierno de gestión, con un independientea su cabeza, era perfectamente viable:«No es una solución disparatada si selleva a cabo dentro de la Constitución. Endefinitiva, el parlamento puede votarlibremente como presidente del gobiernoa cualquier español.»[53]

Poco después, sería el propio FelipeGonzález quien recabaría la opinión delsecretario del rey sobre el ambientegolpista que se estaba extendiendo en lanomenclatura del sistema. El encuentrotuvo lugar en un conocido restaurantecercano a la sede del Partido Socialista.

González acudió con Múgica y PecesBarba. Sabino les reconocería que notenía conocimiento alguno sobremovimientos de generales, de coroneles yde «espontáneos». Pero todos estuvieronde acuerdo en que aquellas luces rojasque, según González, se habían encendidoen el Estado, hacían necesario el gobiernode concentración presidido por Armada.Los socialistas ya habían dado suaceptación al mismo y a la «figura delgeneral Armada, que ha sidoperfectamente aceptado por nosotros», leratificó González a Sabino. Éste lesconfirmó que la voluntad del rey era quedicho gobierno se formara en brevetiempo. Con Suárez o sin Suárez en la

presidencia del gobierno. Sobre lo quetodos los comensales estuvieron deacuerdo.

Con dicho objetivo, el PartidoSocialista envió a Múgica a mediados deoctubre a Lérida para entrevistarse conArmada, a fin de calibrar su definitivocompromiso en la operación. FelipeGonzález había pensado inicialmente serél mismo el interlocutor. Lo queprudentemente descartaría después. Elencuentro se concretó en forma dealmuerzo en la casa del alcalde leridanoAntonio Siurana, miembro del PSOE.Además de éste como anfitrión, y deMúgica y Armada, también estuvo JoanReventós, secretario de los socialistas

catalanes. El destino de la cercanacorrección del sistema político se hablóentre un aperitivo, melón con jamón,lubina a la vasca y un postre.

La conversación giró sobre el gravemomento político y la actitud del Ejército.Los comensales hablaron abiertamente dela manera de encauzar la gravísimasituación del momento, mediante laformación de un gobierno deconcentración presidido por Armada. Lacaída de Suárez se podía producir por unamoción de censura o logrando que supartido lo echara o que el rey forzara sudimisión. Múgica le garantizó a Armadaque el PSOE estaba bien dispuesto a ello,y aceptaba que el elegido fuese el general

Armada. Para eso estaba él allí. Pararatificarlo, y para valorar la disposicióndel general. Y el acuerdo quedó cerrado.Posteriormente, y ante el fracaso de laoperación, ninguno de los contertuliosllegaría a reconocer tales extremos. AMúgica, aquel contacto con Armada lecostaría unos años de travesía deldesierto. Antes del juicio de Campamento,estuvo entrenándose con un equipo dejuristas para salir lo más airoso posiblede su declaración como testigo.

Por su lado, lo máximo que el generalArmada me llegaría a reconocer duranteuna de nuestras conversaciones, sería quelos socialistas fueron a examinarle. Sinque tampoco me aclarara demasiados

detalles de la reunión que volvería amantener con Múgica en su pazo de SantaCruz de Rivadulla en diciembre de 1980.Pero de lo que sí estuvo siempre bienseguro era de que los socialistas levotarían como presidente del gobierno deconcentración que intentó presentar en laCámara la noche del 23-F. Armadarecordaría así su comida con Múgica:

Me llamó Siurana. Fui de paisano. ComimosMúgica, Reventós, Siurana, su mujer y yo.Múgica no me preguntó nada del golpe osobre rumores de golpes ni sobre el malestar,la irritación o inquietud en el ejército. Eso yalo daba por sabido. Mi idea es que vino parahacerme un estudio que le habían encargadoen el PSOE. Vino a conocerme, a saber cómoera yo. Él sabía que yo tenía muy buenas

relaciones con el rey, que tenía prestigio enlas fuerzas armadas. Hablamos mucho depolítica, de lo mal que iban las cosas. Luegodel ejército y de generales, de personas. Mepreguntó lo que opinaba de Sabino, de Sáenzde Santamaría, de Aramburu, de Gabeiras… Yme dijo: «Usted va a volver pronto a Madrid».Pero ni propusieron nada, ni yo propuse nada.Me pareció muy informado y me dijo que enel PSOE tenían dossiers de muchaspersonas.[54]

Armada informó de aquel almuerzo alrey, al capitán general de Cataluña y alcoordinador de su staff, Cortina. Sahagúnse enteró por Zarzuela y telefoneó aArmada para que le diese detalles. Éste lecomentó que habían hablado de lo graveque sería para el Ejército la

reincorporación de los úmedos y quehabían estudiado la forma de emprenderuna acción combinada cívico-militar parala cría de ganado mular. Muy útil para eltransporte de las tropas de montaña. Asíse quitó de encima al ministro. Tampocole aclaró de dónde salía el aluvión denombres, civiles y militares, con los quela prensa especulaba para presidir ungobierno de coalición.

En el PSOE, Felipe Gonzálezcomenzó a preparar el terreno conafirmaciones del tenor de que el país eracomo un helicóptero en el que se habíanencendido todas las luces rojas a la vez.«Estamos —insistía— en una situación degrave crisis y de emergencia. Es hora de

que el gobierno y Suárez se percaten deello.» Fraga, en uno de sus libros dememorias, recogería que «el PSOE,entretanto, continuaba jugando las cartasque me había apuntado Peces Barba:mantener la crisis abierta; presionardonde pudieran (incluso en la Zarzuela)sobre la idea de un “gobierno de gestión”,con UCD pero sin Suárez, al que pensabanseguir acorralando con accionesparlamentarias y extraparlamentarias…Lo cierto es que la idea de un “gobiernode gestión” empezó a interesar a muchagente, para preparar unas eleccionesserias y dar salida al “desencanto”. Nadiepodía prever entonces las increíblesderivaciones que podría tener; y que no

fueron ajenas a las famosas cenas [sic] deLérida y, en último extremo, al juego dedespropósitos que culminaría el 23 defebrero».[55]

Es posible que eso del «juego dedespropósitos que culminaría el 23 defebrero», Fraga lo comentara para echarbalones fuera, pues si había alguien queestaba no sólo al tanto de la operación,sino que la llegó a conocer hasta en susúltimos detalles, era precisamente él. Demantenerle bien informado —además deArmada— se encargaban directamente losresponsables del CESID, que por algohabían sido los creadores de AlianzaPopular, e indirectamente, por medio deGabriel Elorriaga o de Gabriel Cisneros.

Algo similar ocurriría en el PSOE trasel fracaso de la operación. PabloCastellano, uno de sus líderes, recordaríaasí la responsabilidad de los socialistasen la operación del 23-F: «En el partidodel Sr. González se hizo el silencio muyrápidamente. Se despachó el asunto conun comunicado de la dirección cargado detópicos, más no hubo análisis ni discusiónalguna en el órgano máximo, ComitéFederal, cuando los rumores afectaban deforma directa a miembros de la dirección,imputándoles al menos una imperdonablefrivolidad de coqueteo o galanteo conalguno de los marciales ofertantes desoluciones “constitucionales” que sealcanzarían pisoteando la Constitución. O

lo que es más grave, se acusaba a uno deellos, encargado de los temas de ladefensa, de haber actuado porinterposición, asumiendo lógicamente quesi algo salía mal nunca se veríarespaldado por quienes conocían yaprobaban de sobra estos contactos,aunque sí protegido.»[56]

A mediados de noviembre de 1980, elCentro Superior de Información de laDefensa —CESID— puso en circulaciónmuy restringida (únicamente lo dio aconocer al rey, al presidente del gobierno,al vicepresidente para la Defensa y alministro de Defensa) un amplio informetitulado «Panorámica de las operacionesen marcha». El documento exponía una

amplia panoplia de conspiraciones en elámbito puramente civil de los partidospolíticos parlamentarios, y en el militar,con una triple variedad de golpes: el delos generales, el de los coroneles y el delos espontáneos. Todo ello no era enrealidad más que un largo y exhaustivopreámbulo cuya finalidad estaba enaprovechar el juego sucio político, lacrispación social y las manifestaciones deirritación y malestar militar. Eldenominador común de todas las accionesera «el deseo de derribar a Suárez —desde las respectivas ideologías yestrategias— y reconducir la situaciónactual de España a otros parámetrossubjetivamente más propicios».

Entre las conspiraciones civilesdestacaban las de ideologíademocristiana, mixta, socialista y liberal.Sobre todas ellas daba una ampliareferencia de nombres. Pero la auténticavirtud del documento estaba en ladenominada «operación mixta cívico-militar», que era en la que el CESID veníahaciendo especial hincapié, y quefinalmente terminaría desarrollándose el23-F. La exposición, sagazmentemanipulada, se justificaba «dado el climade anarquía y el desbarajuste socio-político existentes». Dicho textoantológico exponía que un grupo deciviles sin militancia y de generales conbrillante historial, eran quienes la estaban

promoviendo. El plan radicaba en forzarla dimisión de Suárez, provocar ladiscreta intervención de la corona ydesignar nuevo presidente a un generalque contaría con todo el apoyo delEjército. El nuevo presidente formaría ungobierno de «salvación nacional» —yaconsensuado— formado por civilesindependientes y otros propuestos por lospartidos mayoritarios, para acometer unaserie de reformas políticas yconstitucionales hasta agotar la legislaturay convocar nuevas elecciones. Laoperación llevaba gestándose un año. Ylíderes de UCD y del PSOE ya habíandado su vehemente conformidad. Laviabilidad de la operación era muy alta y

su plazo de ejecución se estimaba paraantes de la primavera de 1981. Cuandolos almendros estuvieran en flor. En suspuntos más interesantes decía así:

Está promovida por un grupo mixto,compuesto por un lado de civiles sinmilitancia política pero conexperiencia en tal campo y, por otrolado, por un grupo de generales enactivo, de brillantes historiales y concapacidad de arrastre.Su mecanismo de implantación seríaformalmente constitucional, aunquetal formalidad no pasaría, en suintención, de cubrir las aparienciaslegales mínimas para evitar la

calificación de «golpismo».

La operación se plantearía así:

Mediante operaciones concéntricasde procedencia varia (mediosfinancieros, eclesiásticos, estructurasmilitares, sectores de partidospolíticos parlamentarios,personalidades, etc.), se forzaría ladimisión de Suárez. (Se consideracomo muy poco conveniente lapresentación de una moción decensura.)Al final de este proceso se haríanecesaria la discreta intervención dela Corona para rematar y asegurar la

citada dimisión. El Rey,seguidamente, pondría en marcha losmecanismos constitucionales alrespecto.Se consideran imprescindibles losmayoritarios apoyos de UCD yPSOE —a niveles parlamentarios—para asegurar la mayoría precisa enel momento de la investidura.El Presidente del Gobierno sería ungeneral con respaldo, pero noprotagonismo público, del resto de laestructura militar.El Gobierno estaría formado almenos en un 50 por 100 por civiles yalgún que otro militar. Estos civilesserían independientes, no adscritos a

ningún partido, y de reconocidasolvencia personal. El resto locompondrían civiles, peropropuestos por UCD, PSOE y CD. ElEjército se reservaría el derecho deveto —sobre las personas de esasprocedencias— en la formación delGobierno.El Gobierno así configurado tendríacomo mandato el resto de la presentelegislatura. Se configuraría como un«Gobierno de Gestión» o de«Salvación Nacional» y seimpondría el siguiente programa:reforma constitucional; reordenacióndrástica de la legislación y estructuraregionales; nueva Ley Electoral con

recorte de atribuciones a lospartidos; un plan de saneamientoeconómico; nueva Ley Sindical;nueva Ley de Orden Público ycampaña de erradicación delterrorismo; nuevo enfoque a lapolítica exterior; etc., etc. Al final desu mandato —que pretendedesarrollar sin excesivas trabasparlamentarias— disolvería lasCámaras y convocaría eleccionesgenerales.

Ajustada la parte civil y política de laOperación De Gaulle, se buscó la formade reforzar y consolidar la partecastrense. Ya sabemos que la operación

no se desarrollaría con una participaciónmilitar extensa. Por el contrario, ésta setenía que llevar a cabo con la intervencióndirecta de muy pocos efectivos militares;el teniente coronel Tejero para la primerafase, y los generales Milans del Bosch yArmada para la segunda. Exclusivamente.Las demás adhesiones activas quellegaron a darse serían un refuerzo, peronunca algo determinante. Sin embargo, lafamilia militar sí que necesitaba unaexplicación coherente y racional de porqué se tenía que llevar a cabo laoperación y por qué se debía producir laintervención del mando supremo, sobre elque el ejército colectivamente deberíacerrar filas. Esa misión fue la que recayó

en Almendros.Entre el 17 de diciembre de 1980 y el

1 de febrero de 1981 aparecieron treslargos artículos en el diario El Alcázarfirmados por Almendros. ¿Qué fueAlmendros? O, mejor dicho, ¿quién fueAlmendros? Sobre Almendros se llegaríaa especular en todos los colores.Especialmente tras el fiasco del 23-F ycon Manglano al frente del servicio deinteligencia. Sobre aquella figura se llegóa decir que se ocultaba un colectivo civily militar, que los redactores de losartículos fueron varios y diferentes encada una de las tres entregas, hasta elpunto de pretender identificar y hacerpúblicos los nombres de diversas

personas como los autores de los trabajos.Pero lo cierto es que Almendros nunca fueun colectivo. Detrás de aquel seudónimoúnicamente hubo una persona. Y en lostres artículos la misma. Eso era algo quesabía perfectamente Armada. Y losresponsables del CESID, quienes despuésdel 23-F se dedicaron a expandir«cortinas» y nubes tóxicas paraencapsular la figura de Almendros.

En diferentes etapas de misinvestigaciones sobre el 23-F llegué aconsolidar esta certeza. Quien primero mehabló de que Almendros no era uncolectivo, sino una sola persona, seríaJosé Antonio Girón de Velasco,presidente de El Alcázar, el órgano de los

excombatientes del bando nacional;después, sería el general Fernando deSantiago, y posteriormente el ex jefe de laCasa del Rey, Sabino Fernández Campo.Los tres me aseguraron que trasAlmendros estaba la figura del generalManuel Cabeza Calahorra. La certezatotal la obtendría de labios del propioprotagonista durante una entrevista quemantuve con él en abril de 1996 en sudomicilio de Zaragoza. A lo largo de laconversación, Cabeza Calahorra me fuedesgranando parte del trasfondo del 23-F:«Jamás estuvo en el ánimo de nadie forzarla situación hacia una involución. Nidestruir el sistema democrático. Por elcontrario, se trataba de reforzarlo, porque

corríamos el serio riesgo de introducirnosen una espiral muy peligrosa. Latransición se hizo con grandes dosis deimprovisación y de osada ignorancia…Yo colaboré con quien me lo pidió. Ysobre eso no me pida usted más detalles.Pero si lo que quiere oír es si yo eraAlmendros, le diré que sí, yo fuiAlmendros».[57]

Cabeza Calahorra había sido directorde la Academia General Militar y de laEscuela Superior del Ejército, y capitángeneral de la V Región Militar(Zaragoza). Considerado como unbrillante intelectual, era asiduocolaborador de El Alcázar. Tras el 23-F,les pidió a Armada y a Milans del Bosch

que se pusieran de acuerdo en sutestimonio. En el juicio de Campamentofue el codefensor militar de Milans delBosch. Cabeza Calahorra-Almendros fuela parte intelectual visible de laOperación De Gaulle en el ámbito militar.En dicha esfera, llegó a jugar un papelmuy importante; de la misma forma enque, en otro sentido, la tuvo Tarradellascon sus continuos llamamientos al «golpede timón» (la primera vez en Morella conla presencia de José Luis Cortina), y enque la tuvieron diversos periodistas,financieros, empresarios, responsablespolíticos, de la Iglesia… en aceptar laoperación del CESID, sin que seidentificaran para nada con posiciones de

ultraderecha o querencias golpistas.El valor fundamental de los artículos

d e Almendros fue el de anunciar porescrito las razones por las que habíallegado la hora de intervenir en lagravísima crisis institucional del sistema:el fracaso gubernamental, el del resto delos partidos e instituciones, el haberalcanzado el punto crítico del no retorno,provocando la intervención de las otrasinstituciones —el rey y las fuerzasarmadas—. En sus artículos exponía laspautas a seguir a muy corto plazo, hastadesembocar en la solución correctora: ungobierno de regeneración nacional. Tododicho públicamente entre 60 y 22 díasantes de la operación.

El primer artículo de Almendros sepublicó el 17 de diciembre de 1980 bajoel título «Análisis político del momentomilitar». En él afirmaba que el ejército yahabía superado la inicial perplejidad quele había supuesto la transición política, enla que, pese a que alteraba su cuadro devalores, había estado dispuesto a aceptar,reconocer y secundar la necesidad de unconjunto de reformas. Pero ahora lostemores de las fuerzas armadas eran por«España como nación», ante lo que losvalores sustanciales del alma militarestarían llamados a entrarconstitucionalmente en juego. Daba porhecho que Suárez y Gutiérrez Melladohacía tiempo que habían perdido el

control del proceso de reformas, para elque tuvieron la necesidad de apoyarse enel contrapeso de la institución militar, a laque, sin embargo, no dudaron enneutralizar posteriormente por unapolitización partidista, al «interrumpir enlo posible la relación de los eslabones dela cadena de mando con el rey».

Proseguía con que en la calle estabafirmemente instalada la urgencia de unasolución correctora que permitieraregenerar la situación, al tiempo que serecuperase un verdadero propósitonacional. Y añadía: «Cuando parecemosabocados, según toda la sintomatología, auna próxima crisis en la Presidencia delGobierno, habría que desear que el

sucesor reuniese las condicionesnecesarias para recuperar la autoridadmoral sobre unos militares que, ante todoy sobre todo, apetecen el ejercicio de suprofesión en un ambiente de honor ydisciplina, al servicio de España, detodos los españoles y de un sistema delibertades que respete la pluralidad en elser y en el sentir, pero sin que ellomenoscabe o ensombrezca la innegociableunidad de la Patria.»

El jueves 22 de enero, el diario de losex combatientes publicó una nueva entregad e Almendros. «La hora de las otrasinstituciones» fue su título. En estaocasión, Almendros se apoyaba en elmensaje del rey de Navidad y de la

Pascua Militar, y en las declaraciones queTarradellas había hecho a un periódico.Afirmaba que España estaba sumida enuna profunda crisis de identidad comonación, y como Estado, inmersa cada vezmás en una crisis radical. Era precisoafrontar el fracaso definitivo de esteensayo llevado a cabo con ilusión yesperanza, pero al mismo tiempo conexceso de improvisaciones. LaConstitución no funcionaba porque sehabía convertido en un arca desubterfugios legales según los momentoscoyunturales y los pactos; lo que hacíaingobernable a la nación. Por eso urgía sureforma. Aseguraba que era innegable eldivorcio entre ciudadanos y políticos,

unos políticos erráticos que, obsesionadospor las secuelas del franquismo, habíandesencadenado procesos tan regresivoscomo el de las autonomías. Y una clasepolítica carente de la categoría moralnecesaria para reconocer sus errores que,al igual que el Congreso de los Diputadoscomo institución, había quedado muydeteriorada.

P a r a Almendros, ni el gobiernogobernaba ni se atajaban los erroresacumulados, que agravaban todavía másla crisis económica. Por eso apelaba a unnuevo y distinto gobierno de ampliospoderes que dispusiera de las asistenciasprecisas para resolver con decisión elrelanzamiento de una nueva economía, la

reducción del paro, el terrorismo y suincidencia en la vida cotidiana, laseguridad ciudadana, la razonablereconducción del proceso autonómico y lareforma de la Constitución. El artículoconcluía citando a Bolívar ypreguntándose si podía el desguazadorreconstruir la misma nave que habíadesmantelado. Y ante el silencio a dichapregunta, apostillaba que cuando nadie enel Estado parecía poder desarrollar talfunción, quizá fuese la hora, no de apelara congresos, partidos y gobierno, de losque nada decisivo podía salir ya, sino alas restantes instituciones del Estado: elrey y las fuerzas armadas.

Bajo el título «La decisión del mando

supremo» publicó Almendros su terceraentrega en El Alcázar el domingo 1 defebrero de 1981. A 22 días vista deldesarrollo de la Operación De Gaulle. Eltexto de esta última entrega era más corto,pero infinitamente más directo yc o n t u n d e n t e . Almendros llamabaabiertamente a la intervención del rey y delas fuerzas armadas: «Se ha alcanzado elpunto crítico, de no retorno, de la decisivacrisis institucional del sistema… Hemosentrado en un tiempo protagónico para lasotras instituciones: el rey y las fuerzasarmadas.» Es muy claro que estasexpresiones no podían ser la opiniónpersonal y particular de nadie.Almendros-Cabeza Calahorra exponía

dichas opiniones por mandato, dentro deun orden de la cadena militar, yplenamente integrado en la Operación DeGaulle y coordinado con ella.

Afirmaba en el artículo que lairresponsabilidad política había puesto fina un triste proceso en el que«forzosamente se obliga a intervenir a lacorona». Y para ello era necesario quenadie intentara inmovilizar al rey,reduciendo su papel a la interpretaciónliteral y mecánica de las reglasconstitucionales para los cambios degobierno. La crisis no era una crisisnormal. Ni su solución pasaba por la víadel puro continuismo. Se había emplazadoa la corona ante la oportunidad histórica

de iniciar una sustancial corrección derumbo, el reiterado golpe de timón queposibilitase la formación de un gobiernode regeneración nacional asistido de todala autoridad que precisaban unascircunstancias tan excepcionales. CitabaAlmendros al general De Gaulle, y no porcasualidad, como ejemplo patriótico dequien supo establecer correctamente elorden de prioridades entre «lasinstituciones del Estado y las libertades»,en una situación de emergencia. Tambiénaquella hora de España planteaba la graveresponsabilidad que se había depositadosobre la soledad de la corona, que debíaresolver ante la disyuntiva de un procesoque precipitase la liquidación del sistema,

si se optaba por la solución del purocontinuismo, o, por el contrario, si sedecantaba por la instauración de unanueva fase regeneracionista.

El mismo día en que se publicó latercera entrega de Almendros, Milans delBosch volvió a reunir en la casamadrileña de su ayudante al grupo con elque había tenido la primera reunión dossemanas atrás. Si aquel primer cónclavede la calle General Cabrera había tenidopor objeto examinar el golpe de mano deTejero sobre el Congreso, y tenercontrolada cualquier otra iniciativa, porpequeña que fuera, en esta ocasión Milansdel Bosch haría hincapié en paralizarcualquier acción. Entendía Milans que al

dimitir Suárez y traerse el rey a Armada aMadrid de segundo jefe del ejército, lascosas se irían arreglando por sus caucesnaturales. Y parecía lo lógico.

Pero Milans ignoraba que desde esemismo instante la iniciativa de laOperación De Gaulle ya no estaría en susmanos. Los responsables del CESIDdecidieron arrebatársela y tomarla bajo sucontrol. Ellos serían los que activarían aTejero, cuando cinco días antes del 23-F,Cortina le comunicó al teniente coronel —por vez primera— que el lunes 23 defebrero tenía que asaltar el Congreso delos Diputados. Y paralizar la votación deinvestidura del nuevo candidato apresidente. Y esperar a que llegara la

autoridad competente, militar, porsupuesto, para que decidiera lo que teníaque ser. Y para lo cual dispondría de víalibre y apoyo pleno del servicio deinteligencia. Porque la cuestión noradicaba en la dimisión de Suárez, ni en elnombramiento de un nuevo presidente, ode un nuevo gobierno, que sería más de lomismo, ni hasta de un hipotético gobiernode concentración, sino en la aplicaciónestricta de la Operación De Gaulle, esdecir, en la exhibición de la fuerza militar(sin daños ni heridos), como el únicocamino para poder llevar a cabo lareforma profunda del sistema. Sincortapisas ni oposición ni voceschirriantes de los grupos nacionalistas que

la pudieran entorpecer.Aquella segunda reunión de General

Cabrera sí que aportaría un dato relevantey de suma importancia. Al concluir lareunión, Milans se ofreció a llevar en sucoche oficial al general Carlos Alvaradoa su casa. Alvarado había sido el jefe deEstado Mayor de la Acorazada cuandoMilans mandaba la División, y quienexaminó el plan de Tejero al haber sidoprofesor de táctica durante veinticincoaños. Al llegar a su casa, Milans le revelóque Armada sería el próximo presidentedel gobierno. Que formaría un gobiernode concentración en el que había gente detodos los partidos políticos y algunosindependientes, incluso varios socialistas

y algún comunista. «El rey ya conoce lacomposición de ese gobierno —prosiguióMilans— y aunque a mí no me gustamucho la idea, si ésa es la decisión quehan tomado, yo la acepto sin más. Loimportante es que esto se arregle. Ah, sí, amí me nombran presidente de la JUJEM,dentro de los muchos cambios militaresque va a ver.»

Al facilitarme su testimonio, Alvaradome aseguró que se había quedado bastantesorprendido con la idea de un gobierno enel que habría socialistas y demás, y queno era de su agrado, pero que no lecomentó nada a Milans. Sin embargo,mucho más sorprendido se quedaríacuando su antiguo jefe le preguntara si él

querría ser el ministro de Defensa delgobierno Armada. Alvarado lo recordabacon estas palabras: «A punto de llegar ami casa, Jaime se volvió y me dijo: “Elúnico cargo que queda por cubrir es el deministro de Defensa. ¿A ti, Carlos, teinteresaría?, yo le hablaría a Armada alrespecto”. Me dejó de una pieza. Cuandopude reaccionar se lo agradecí mucho,pero le hice ver que la política no ibaconmigo, que preferiría estar al mando deunidades. Y nos despedimos. No nosvolveríamos a ver hasta después del 23-F.A mí no me encajaba la idea de queMilans se me cuadrara y me dijera: «Asus órdenes, señor ministro».[58]

Encajadas todas la piezas, la

nomenclatura del PSOE —AlfonsoGuerra, Peces Barba y Múgica,principalmente— se dedicó a promover lafórmula del «gobierno de gestión más ungeneral». Como si la iniciativa fuera suya,hablaron con los líderes de los gruposcríticos centristas, con Osorio, Fraga yAreilza, de Coalición Democrática, conRamón Tamames en el Partido Comunista,con representantes nacionalistas catalanesy con el diputado Marcos Vizcaya delPNV. A ese respecto, Jordi Pujolrecogería en sus memorias que a finalesde verano de 1980, Múgica le visitó para«preguntarme cómo veríamos que seforzase la dimisión del presidente delgobierno y su sustitución por un militar de

mentalidad democrática.»Parecidas «iniciativas» hacia el

gobierno de concentración o de salvaciónnacional, se desarrollarían desde otrosámbitos políticos y en la prensa a travésde prestigiados articulistas. En vísperasdel 23-F, el secreto a voces era que todoslos partidos convergían y estaban deacuerdo en el «golpe de timón» fuerte conun general controlándolo. Juan deArespacochaga, que fuera alcalde deMadrid y senador real, relata en su librode memorias que: «Las circunstancias nosiban acercando por momentos a lanecesidad de un gobierno de salvación,con los partidos más importantesrepresentados en él, porque

históricamente resulta ser ésta la formamás idónea en tiempos de dificultadesgraves, para modificar una política eincluso una constitución, pero sin poner enriesgo todo el sistema.»[59]

Abundando en lo mismo, pocos comoél sintetizaron mejor lo que fue el golpedel 23-F. «El sistema no se ponía endiscusión por mucho que fuera precisoproporcionarle un reactivo. Se trataba deun pacto de partidos e instituciones quehubiera colocado a la cabeza un personajede la máxima relevancia social yprofesional, comprometido con latransición y de la máxima confianza delrey, bien visto por la Iglesia y las fuerzaseconómicas y con el placet de las grandes

democracias. Esa designación recayó enel general Armada a quien secomprometieron a apoyar institucionesmuy características del país y con unaevidente colaboración del PSOE.»[60]

En aquellos días previos, Armada y suentorno de colaboradores estabansaturados de contactos, visitas y saludos.Todos o casi todos querían rendirlereconocimiento. Su flamante nuevodespacho en el Cuartel General delEjército, así como su casa madrileña y supazo gallego, se convirtieron en centrosde peregrinación para numerosospolíticos, empresarios, industriales,banqueros, religiosos y, naturalmente,militares. El general de división era para

quien estuviese en la pomada el referentede la nueva situación que ya sevislumbraba. Y un selecto mundoexclusivo se abría a su seducción. Era elhombre bendecido por todas lasinstituciones.

La gente de Alianza Popular y deCoalición Democrática estaban de sumano; Areilza, Fraga y Osorio, siempreamigos; los barones y críticos de UCD,Herrero de Miñón, José Luis Álvarez,Salvador Sánchez Terán, Pío Cabanillas,y la izquierda socialista y comunista,habían aceptado su jefatura en un gobiernode salvación nacional. Pero sobre todo,eran los centristas los que estaban másvolcados. «Los más interesados en la

solución Armada —me reconocería elgeneral— eran los barones de UCD. Sialguien hizo gestiones a favor mío para ungobierno fueron los hombres de UCD, queno estaban contentos con Suárez. Esegrupo sí que me insinuaba cosas, no mellegó a hacer proposición concreta alguna,pero estaba más cerca que los del PSOE.Todos los barones conspiraban contra elpresidente.»[61]

Y aquí es conveniente decir algorespecto de lo que de manera capciosa seiría divulgando años después como latrama civil del 23-F. Tras el fracaso delgolpe, comenzó a airearse el nombre degrupúsculos y personas vinculados con laultraderecha, como parte o apéndice de la

trama golpista militar. Nada más lejos dela realidad. Al sector ideológico de laextrema derecha —léase Fuerza Nueva,Falange Española, Confederación deCombatientes y grupos afines— lepasarían completamente inadvertidos losinstantes previos al 23-F. De hecho, no seenteraron hasta la irrupción de Tejero enel Congreso. Salvo quizá la excepción deGirón de Velasco por su vinculación conEl Alcázar. No cabe duda alguna que dehaberlo sabido o de haber contado conellos, habrían participado con sumoentusiasmo en la operación. Perodecididamente se les mantuvocompletamente al margen.

En el 23-F, los grupúsculos de

ultraderecha no significaronabsolutamente nada. Prueba de ello es queel diputado Blas Piñar estuvo todo eltiempo aislado y marginado de losasaltantes en el interior del hemiciclo. Yel hecho de que el único civil procesadofuera Juan García Carrés, no se debió a suconocida extracción falangista o a queestuviese operando con un grupoorganizado, sino a que su amistadpersonal con Tejero lo situó en diversosescenarios —de algunos de los cuales,por cierto, lo invitaron a salir— y, sobretodo, por las cintas que esa larga tarde-noche-madrugada le grabó Laína durantelas conversaciones que mantuvo conTejero. Años después del 23-F, Milans

del Bosch acusaría a Carrés de ser unapersona que desvariaba, de tener unamente calenturienta y de inventarse lascosas.

Si hubo tramas en el 23-F, éstas nofueron de ultraderecha. Si se quierebuscar un protagonismo civil en el 23-F,habría entonces que mirar hacia losresponsables de los partidos políticosparlamentarios que se pasaron el año de1980 conspirando abiertamente contraSuárez y dinamitando al partido centrista.Especialmente desde las filas socialistasy, sobre todo, los barones y susrespectivas familias en el propio seno dela UCD. Muchos de ellos se embarcaronen una dinámica que iba mucho más allá

de la pura y legítima confrontaciónpolítica. Hasta llegar a asumir acuerdosde gobiernos de salvación u operacionesDe Gaulle, cuya gestación inicial, suprimera fase, estaba enfangada en lailegalidad constitucional. Por el contrarioy en sentido propio, en la operación del23-F convergieron una serie de fuerzas,grupos, partidos e instituciones disparespara un mismo fin. Con independencia deque unos u otros lo supieran o fueranconscientes de su alcance o papel.

La actividad de algunos partidos y desus mentores pareció recordar actuacionesrancias de épocas pasadas, felizmentesuperadas, que tan ricas fueron para lahistoria de los pronunciamientos y del

golpismo nacional. Al conmemorase losXXV años de la coronación de don JuanCarlos, Sabino Fernández Camposeñalaría en un artículo el viejo regustode ciertos políticos por incitar a losmilitares. «Y tal vez, me atrevo aimaginar —escribía Sabino— ejerciciospeligrosos de civiles a quienes, siguiendola tradición de los “pronunciamientos” enla Historia de España, les gusta jugar confuego para impulsar la actuación militar yconseguir “cambios de timón”, aunqueluego la marcha de las cosas tome unrumbo imprevisto y no puedanaprovecharse los beneficiospretendidos.»[62] El ex jefe de la Casa delRey sabía bien de lo que hablaba. Él

también había tenido su parte deprotagonismo. Y no pequeño, por cierto.

Tras el fracaso del 23-F, la clasepolítica en general se dedicó a realizar unnotable ejercicio de ocultación. El líderde la izquierda socialista, PabloCastellano, sería testigo de cómo en elPSOE «se hizo el silencio muyrápidamente» cuando circulaban intensosrumores de que miembros de la ejecutivadel partido habían ido mucho más allá deun simple «coqueteo o galanteo conalguno de los marciales ofertantes desoluciones «constitucionales». Castellanolo dejaría escrito así: «Muchos añosdespués, no sé si atando bien cabos odeslindando redes, sigo teniendo la

convicción de que, además de la llamadatrama civil integrista y de la trama militargolpista, hubo una trama de conspiradoresde “salón de sesiones”, unos sentados ensus escaños y otros con cara de póquer,mirando a la pared en alguna saletaaledaña.»[63]

Efectivamente, luego del 23-F,muchos de los ilustres políticos que sehabían contaminado con la operación,giraron la cabeza hacia otro lado y sepusieron a silbar. Después, y en un buenejercicio de disimulo y de notablehipocresía, se lanzaron a la calle en apoyode la democracia detrás de una pancarta.Con más valor, pudieron haber intentadoexplicar que aquel golpe blando era una

cirugía necesaria —si es que con esaconvicción se habían embarcado— endefensa del sistema de libertades, laConstitución, la democracia y la corona.Aunque a algunos de los protagonistasvisibles de la asonada el cuerpo lespidiera otra cosa, tal y como ocurriríadespués.

Precisamente ésa fue la magia quehicieron posible los Calderón y losCortina, al hacer confluir mundosabsolutamente antagónicos en un mismoobjetivo. Consiguieron sumarinstituciones del Estado y significadosdemócratas responsables de los partidosparlamentarios de raíz conservadora,liberal, progresista y de izquierda, con

elementos antidemócratas, y militaresleales a la corona y fieles en el recuerdo aFranco. Todos en un mismo paquete parasatisfacer las exigencias de cada cual.Desde quienes en el Ejército estimaban lavía de un golpe, hasta los que llegaron aaceptar como última solución una salidaforzada traumática, pero asumible,pasando por los partidarios de dar una«lección» a la época de desgobierno deSuárez y, en lo militar, a Mellado. Y a lavez, proscribir de los usos políticosalocadas aventuras de futuro incierto ypeligroso. Un efecto vacuna. Únicamenteun servicio de inteligencia, una institucióndel Estado que extiende su influenciasobre todas las demás y en el conjunto de

la sociedad, dotado de las soberbias yastutas mentes de aquel equipo directivo,pudo hacer viable tan compleja conjura.

XII.EL MOMENTO

DECISIVO DEL REY

¿Cuál fue el momento decisivo del rey enla jornada del 23 de febrero de 1981?Porque hubo un momento decisivo paradon Juan Carlos aquella tarde-noche.Pero, ¿cuál fue? El 23-F, el monarca viviómuchos instantes intensos, llenos dezozobra, inquietud, angustia, duda y temor.Todo ello se dio en la figura real. A untiempo o prolongadamente. Y quizá el reyquisiera liberar gran parte de aquellapresión cuando salió al jardín de

Zarzuela, ya cayendo la noche, pararomper a llorar y soltar tensiones. «¡Diosmío, qué fuerzas he desatado!», se dijoposiblemente con amargura. Porque esverdad que si alguien tuvo el peso deEspaña sobre sus espaldas aquel día, ésefue el rey. Sí, esa frase la pronunciaríaTejero durante el juicio de Campamento.Pero no fue más que una boutade delteniente coronel. El problema es que llegóa creérselo o se lo hicieron creerpersonajes excéntricos del tipo GarcíaCarrés. Y por eso se salió del papel quetenía asignado para terminar rebelándosecontra los dos jefes a los que habíaaceptado como tales en la operación.Aunque no estuvieran en su escala de

mando natural. No, el 23-F fue el rey lapersona que llevó ese peso todo eltiempo. Al menos, desde el inicio de laoperación hasta su resolución y fracaso.

Hay quien ha escrito (y parece que selo ha creído) que el rey dio el contragolpea los 15 minutos de la entrada de Tejeroen el Congreso. Y establece ese tiempo —15 minutos— para aseverar que fue lo queduró el triunfo del golpe. No más.Medidos así, con toda precisión.

Porque después de tan efímerosminutos de «gloria», a las 18.45 (minutoarriba minuto abajo, concedamos eso) elmonarca neutralizó a los golpistas. Y lafiesta se acabó. ¿De verdad fue así? ¿O setrata de otra boutade más? Ya lo hemos

analizado en la introducción y en elcapítulo segundo. Pero si alguien se creeseriamente eso, ¿podría aportar un dato,un solo dato, que lo corrobore ycontraste? Sólo un hecho, no más, parasostener con rigor tal afirmación.

Claro, quienes a estas alturas esténpensando todavía en el 23-F como unpulso sostenido entre involución ydemocracia, están perdidos o siguen igualde perdidos que lo han estado tantosintoxicados por la propaganda oficial uoficiosa, y políticamente «conveniente»,luego de fracasado el 23-F. Yseguramente necesitan ajustar esoscomportamientos como sea para quepuedan calzar y explicar de mala manera

unos hechos que, dentro de tales análisis,serán siempre inexplicables. Por muchoque lo intenten. Pero el 23-F no fue nadade eso o yo estoy convencido de que nofue nada de eso. Al menos, eso es lo queestoy tratando de aclarar en esta obra.

No, yo no creo que don Juan Carlosdiera el contragolpe a los 15 minutos deiniciarse la operación. En absoluto.¿Cómo iba a dar el contragolpe a unaoperación que había demandado que se ladieran hecha, a una acción que le veníaexigiendo la práctica totalidad de la clasepolítica, se diga lo que se diga, paracorregir los desatinos de un alocado ysuicida proceso reformista? No sólocarece de sentido, sino que no es cierto.

Por el contrario, el rey esperó a queArmada culminara con éxito el objetivofinal de la operación diseñada bajo elnombre de Operación De Gaulle. ¿O esque acaso no fue ése el objetivo último dela operación, de acuerdo con el guióntrazado? ¿Y se llevó a cabo? Sí; entonces,¿dónde estuvo el contragolpe real?

Quizá debamos insistir algo más enello. Dentro de la tesis del golpe«involucionista», se me podríacontraargumentar que naturalmente el reysí que dio el contragolpe e hizo fracasarel 23-F por tres decisiones: al impedirque Armada fuera a Zarzuela, objetivofundamental de los golpistas; alneutralizar la salida de la Acorazada y

obligar a las pocas unidades que ya lohabían hecho a regresar a sus bases,quedando éstas acuarteladas, y al frenaren seco los ánimos de los militaresprogolpistas y díscolos. Desde mi puntode vista, no dejaran de ser intentosextravagantes de explicar lo inexplicable.En definitiva, coartadas insostenibles a laluz de los hechos, que siempre seráninmutables, por mucho que se les sigaretorciendo.

Si bien es cierto que Armada no fue aZarzuela, pese a que la primera llamadadel rey, nada más asaltar Tejero elCongreso, fue a él para pedirle que sedesplazara a palacio, porque así ambos lohabían convenido previamente, y porque

ésa era también la opinión de todos loscolaboradores y ayudantes que había enaquel instante junto al monarca. De todos,salvo la de Sabino, que sería la quefinalmente se impondría. Pero no porquesospechara de Armada. En absoluto.¿Cómo Sabino iba a sospechar de alguiende quien ya sabía con antelación que esedía sería investido presidente degobierno? Demasiadas rastas para rizar elrizo.

Vuelvo a insistir en lo que ya he dichoen el capítulo II. El secretario del reyquiso extender un manto de protecciónsobre el monarca al saber por Juste quelos nombres de don Juan Carlos y deArmada circulaban con profusión, juntos y

unidos, en la operación desencadenada. YSabino entendió que era convenientepreservar al rey del contacto directo conArmada en ese momento. Por eso, yporque al secretario le molestaba que lallegada de Armada a Zarzuela le anulaseen sus funciones. Lo que seguramente asíhabría ocurrido de haber estado Armadaen palacio. Aquello no fue más que unaintuición del secretario, que el rey leecharía en cara instantes antes de recibir alos líderes políticos, la tarde delveinticuatro de febrero: «¡Y mira que si tehas equivocado!»

También es cierto que las pequeñasunidades de la Acorazada que habíanllegado a tomar la radio y la televisión, se

retirarían una hora después, así como queel resto de regimientos que ya habíansalido, regresaron a sus bases, y que todoslos efectivos de la unidad más potente delejército quedaron acuartelados. ¿Esto hizoo contribuyó al fracaso de la operación?En absoluto. ¿Por qué se hizo entonces?La primera y principal razón fue que supresencia en las calles no era necesaria.La exhibición de las armas ya se habíahecho con el asalto de Tejero alParlamento, y con el bando y la salida delas unidades en Valencia. Y Milans delBosch era el encargado de sostener laacción de Tejero hasta la resolución de laoperación en su segunda fase. Además, nose debía traspasar al Ejército el

protagonismo del SAM, el acto de larebelión. Ése era el papel otorgado aTejero y a sus capitanes de la GuardiaCivil.

Una pequeña exposición de fuerza sí,pero luego todos obedeciendo órdenesdisciplinadamente. Hasta el gobiernoArmada. Después, todas las acciones delEjército se explicarían perfectamente bajola disciplina y el acatamiento del ordenconstitucional. Incluido el bando y laactitud de Milans del Bosch, que, no seolvide, se cursó ante el «vacío de poderen Madrid» y a la «espera de las órdenesdel rey». Y eso fue lo que hizo en todomomento el capitán general de la IIIRegión Militar. Permanecer y estar a las

órdenes del monarca. Y respecto de latoma de la televisión, sería el propioArmada quien a petición de Mondéjar,solicitaría a los escasos efectivos quehabían alcanzado la televisión, que seretirasen, porque ni a Mondéjar ni a nadiede Zarzuela les estaban haciendo caso losjefes del regimiento Villaviciosa 14. Y nique decir al capitán general de Madrid. Eljefe de la Casa del Rey le pidió a Armadaque consiguiera que salieran de aquellasinstalaciones porque quería que unosequipos de cámaras se desplazaran aZarzuela para grabar el mensaje del rey.Y así lo hizo Armada.

Y respecto de que el rey frenó en secoo supo sujetar los ánimos progolpistas de

los militares díscolos… ¿Dónde?¿Cuándo? ¿En qué momento? Si toda lacadena de mando, absolutamente toda,desde los jefes de Estado Mayor (JUJEM)a los capitanes generales, se mantuvierondisciplinadamente a las órdenes del rey entodo momento. Absolutamente todosaquellos con los que habló el rey a lolargo de aquella jornada: desde los que ledecían «bueno, señor, leña al mono» o«qué, señor, adelante, ¿no?», hasta losque, simplemente, se ponían a «susórdenes, majestad, ¡para lo que sea!».

No, no hubo tal contragolpe. Hubierahabido contragolpe si inmediatamente sehubiera cursado orden de poner en arrestoa Armada o de neutralizarlo. Todo el

mundo que debía saberlo hablaba deArmada a las 7 de la tarde como el eje dela operación. ¿Se tomaron medidas contraél para reducirlo? ¿Se cursaroninstrucciones a su jefe directo Gabeiraspara arrestarlo? ¿Se aisló en algúnmomento de la tardenoche-madrugada algeneral Armada? O por el contrario, ¿nogozó de plena libertad de acción y demovimientos, quedando bajo su plenocontrol el Cuartel General del Ejércitocuando Gabeiras se desplazó ala sede delPREJUJEM? Ésas sí se hubieranentendido como medidas para neutralizarel golpe que se estaba desarrollando. ¿Sehizo acaso eso? En absoluto; por elcontrario, las cosas se fueron

desarrollando de acuerdo con el plan dela Operación De Gaulle.

¿Y se aisló acaso a Milans del Bosch?¿Llamó alguien al capitán general deValencia? ¿El rey, el JEME Gabeiras,para ordenarle que retirara el bando y alas tropas? ¿Para decirle que había sidodesposeído del mando? ¿Para informarleque estaba arrestado? Sí, es verdad queesas llamadas se llegarían a hacer, pero¿cuándo, a qué hora? Desde luego, noentre las siete de la tarde y la una de lamadrugada. Y Gabeiras sí que habló conMilans a media tarde, sobre las ocho, yquedó muy satisfecho de la conversación,cuando Milans le confirmó que habíadictado el bando y sacado unos grupos

tácticos a la calle para preservar el orden,permaneciendo a la espera de órdenes.¿Le dijo entonces Gabeiras, a esa hora,que se considerara arrestado y que seríadestituido? ¿Qué retirara el bando? Enabsoluto. Nunca a esa hora.

Otra cosa era lo que el jefe delEjército se llegaría a inventar, sí,inventar, en su famoso cuaderno debitácora, para ajustar unos hechosfracasados, imaginándose acciones quejamás existieron y conversaciones quenunca se celebraron. Como aquella queaseguró haber mantenido a tres bandascon el rey y Milans, en la quesupuestamente le comunicó a este últimoque estaba arrestado. Pura invención,

consecuencia natural de un fracaso. Perono adelantemos acontecimientos, porqueesta parte del relato la dejaremos para loque yo llamo el momento decisivo del rey.Porque lo tuvo. Pero, ¿en qué momento sedio? Lo veremos un poco más adelante.

Antes me parecen convenientes unasbreves líneas más para rematar esteapunte del contragolpe que nunca existió.¿Cómo se puede explicar que, dentro de lacadena de mando militar, el rey sedirigiera sin mediación alguna a su exsecretario, por muy flamante segundo jefedel Ejército que fuera? La primerallamada del rey tras el asalto de Tejero alCongreso, la primera, fue a Armada. Lológico es que hubiera sido al Presidente

de la Junta de Jefes de Estado Mayor o ala JEME. Sí, la hizo al despacho deGabeiras, pero fue después de nolocalizar a Armada en el suyo. Y el rey,nada más descolgar el teléfono Gabeiras,le dijo que le pasara con Armada. En el23-F se puenteó al JEME Gabeiras y alcapitán general de Madrid, QuintanaLacaci. Tenemos al rey hablandodirectamente con el segundo jefe delejército. ¿Por ser el segundo jefe delejército? No. ¿Por ser su ex secretario?Tampoco. Lo hacía porque era la personadesignada para erigirse en nuevopresidente de un gobierno excepcionalque vendría dado luego de anular laacción de Tejero.

Intentar explicarlo de otra manera esalgo carente de toda lógica en la cadenaestructural de mando de un ejército. Perolleno de lógica si el rey quería hablar conArmada para decirle que fuera a Zarzuela.Porque así estaba previsto que fuera.Porque así es, insisto, como se habíaconvenido entre ambos con antelación.¿Cómo explicar también la iniciativa deSabino de «voy a hablar con la Acorazadadirectamente porque la tenemos ahí allado»? ¿Es que acaso no había una cadenade mando por delante?

En teoría, y ante un acontecimientocomo el 23-F, la figura del Presidente dela Junta de Jefes de Estado Mayor,teniente general Ignacio Alfaro Arregui,

debería haber sido capital y protagónica.Era nada menos que el jefe de losejércitos, después del rey. Y sin embargo,dicha figura pasaría prácticamenteinadvertida. Aunque sí que llegaría a tenercierto protagonismo, muy fugaz, cuando,junto al resto de los otros jefes de losestados mayores de los ejércitos, estuvo apunto de emitir una nota aprobada portodos, por la que se consolidaba el golpea la turca: el golpe dado desde la cabezadel ejército. Pero como aquello no era loprevisto en la operación 23-F, se paródesde Zarzuela, como veremos enseguida.

No, el rey no dio el contragolpe a los15 minutos de iniciarse el golpe, sino que,

por el contrario, dejó que las cosassiguieran fluyendo según el guión trazadode la operación. ¿Acaso no llegó apresentarse Armada en el Congreso tal ycomo estaba previsto, para ser designadopresidente y formar un nuevo gobierno?¿Y no fue con la autorización de Zarzuela,y la de su jefe directo Gabeiras —quien ledespidió con un sonoro «¡A tus órdenes,presidente!»— y la del resto de loscapitanes generales, excepto el deCanarias, y en su caso por puros celospersonales? No, el rey hasta aquelmomento dejó que las cosas fluyeran, ycomo poco «estuvo a verlas venir», comoha reconocido Armada.

También se ha dicho que en el CESID

se pusieron todos a trabajar para dar elcontragolpe (¿?). Esta afirmación es mástemeraria aún. Pero como el papel losostiene todo, o casi todo… Me reitero enlo mismo que en el punto anterior; pido undato, un solo dato, que contraste orefrende tal aseveración. Porque sería deltodo chirriante que el mismo servicio deinteligencia que dio cobertura y metió aTejero en el Congreso se pusiera actoseguido y «activamente» a dar elcontragolpe. Desde luego, no en las sedesde los grupos operativos, donde pocodespués de cumplida su misión, pusieronsobre las mesas bandejas de canapés y definas y exquisitas viandas de un cateringencargado por la mañana para celebrar el

éxito de la operación. Allí, todos o, mejordicho, casi todos los agentes estabaneufóricos. En el ambiente se respirabanaires de victoria.

Y desde luego, tampoco estabanentregados al contragolpe en el área decontrainteligencia, afanados en esemomento en dar cuenta de las botellas decava o de champán que habían abiertopara brindar por el feliz resultado de laoperación. También ahí se respirabanaires de victoria. Los mismos aires quellevó Cortina, radioteléfono a la oreja, ala sede central del CESID para informar asus superiores, especialmente a Calderón,de la marcha de la operación. De aquellajornada no consta nada acerca de que el

secretario general del servicio deinteligencia cursara instrucciones decontragolpe, sino todo lo contrario. Eso esalgo que pudo comprobar personalmenteel capitán Diego Camacho, cuando demadrugada se presentó en la dirección delCESID para informar que venía delCongreso, donde había constatado que eljefe de la operación era el generalArmada. A lo que Calderón y Cortina lerespondieron poniendo cara de póquer ynegando que tal cosa fuera cierta.Negación que seguirían manteniendo enlos siguientes días, pese a que el rey, a laspocas horas de fracasada la operación, yahabía dejado al descubierto a su antiguopreceptor y ex secretario.

Del servicio de inteligencia se hapreferido venir sosteniendo, a lo largo delos años, que fue inepto y que no se enteróde nada; que a sus responsables el golpelos «pilló por sorpresa», como enfatizaríael propio Calderón, antes que tener queenfrentarse a la responsabilidad de habersido sus planificadores y ejecutores. Perollegar a sostener que el CESID no sólo notuvo nada que ver en la operación del 23-F, sino que se activó al instante para darel contragolpe, es rizar el rizo de lochocante. Y también de lo grotesco. Ymás, si se trata de argumentar con elhecho de que unos agentes se desplegaransobre dos carreteras de acceso a Madrid.Efectivamente, García Almenta,

subordinado de Cortina y segundo en elmando de los grupos operativos, envió ados agentes del servicio a las nacionalesV y VI para que comprobaran si habíamovimiento de tropas. Para poco despuésordenarles que regresaran a la baseporque el «ejército ya se está moviendo».Y porque en la base les esperaba todo unsurtido de canapés, tortillas variadas,recio ibérico pata negra finamente cortadoy vinos con denominación de origen.Aquélla sería la inexistente acción decontragolpe del CESID.

Hasta el momento en el que Armadase desplazó al Congreso investido de todala autoridad para resolver la operación ensu segunda fase, ocurrió un hecho

destacable que después del 23-F hapasado absolutamente inadvertido.También porque así interesaba. Sobre lasocho y media o nueve de la noche, minutoarriba, minuto abajo, se reunieron en lasede del PREJUJEM los jefes de losestados mayores de los ejércitos. Allípermanecerían aproximadamente doshoras. Tiempo en el que Armada tuvobajo su autoridad al Ejército. El objeto delos jefes militares fue examinar elmomento creado por el asalto de Tejero.Los jefes máximos de los tres ejércitosacordaron que ante el «vacío de podercreado, la JUJEM asumía el poder deforma provisional» hasta que seresolviera la situación. Para ello,

redactaron una nota para difundirla. ElPREJUJEM Ignacio Alfaro habló porteléfono con el rey, exponiéndole lamedida que habían acordado adoptar. Almonarca el asunto le pareció bien, peroSabino le pidió que le pasara el texto portélex. Tras su lectura pausada, Sabinohabló con el rey y con la JUJEM,diciéndoles que esa nota consolidaba,provisionalmente, el golpe a la turca. Ypreguntó si era eso lo que se deseabahacer o era mejor esperar a que Armadaresolviera el asunto.

La decisión que se tomó fue que lomás conveniente era que la nota no sedifundiera. La operación no se habíadiseñado para un golpe a la turca. Y no se

llegó a hacer pública la nota. Después seexplicaría tímidamente y con sordina, quela cúpula de las fuerzas armadas habíatenido un desliz y no se había dado cuentadel fondo de la decisión que habíanacordado. Pero todo dentro de su absolutay mejor buena fe. ¿Fue tan inocente laJUJEM que no sabía acaso lo que estabahaciendo y la trascendencia de su acto?¿Que, llevados por su buena intención nose habían percatado de lo que estabandiciendo? O sea, que a esas horas lacúpula de los ejércitos había entrado enestado de puro atontamiento (esto tambiénes un desliz), que no se enteraba ni de loque estaba haciendo, y que hubo quellamarle la atención para que no diera ese

comunicado. ¿De verdad fue así? No,nada de eso fue cierto.

En el trasfondo estaba la verdaderarazón: en el 23-F no se trataba de que sediera un golpe a la turca. Pero deinocentes, nada.

Despejado el asunto y para no dar porperdido el tiempo, la Junta de Jefes deEstado Mayor difundiría seguidamente unpequeño comunicado redactado al alimóncon Sabino que decía así:

La Junta de Jefes del Alto Estado Mayor,reunida a las diez de la noche, ante lossucesos desarrollados en el palacio delCongreso, manifiesta que se han tomado lasmedidas necesarias para reprimir todoatentado a la Constitución y restablecer elorden que la misma determina.

Dicho comunicado encajabaortodoxamente dentro de la resolución dela segunda fase de la operación que debíacompletar Armada. Gabeiras regresó alcuartel general en el momento en quedesde Zarzuela se emitía una nota del reydirigida a todos los capitanes generales yalmirantes. Aquella nota de Zarzuelareforzaba la anterior de la JUJEM ytambién encajaba plenamente en el buenespíritu de la resolución de la segundafase de la Operación De Gaulle. En ella,el monarca recordaba al Ejército quecualquier medida que se tomase deberíaestar dentro de la legalidad y destinada aafianzar el orden constitucional, previo

conocimiento de la JUJEM. Su hora deemisión fue a las 22.35 h. y su redacción,igualmente de la mano de Sabino, decía losiguiente:

Ante la situación creada por sucesosdesarrollados en el palacio del Congreso, ypara evitar cualquier posible confusión,confirmo que he ordenado autoridades civilesy Junta de Jefes de Estado Mayor tomentodas las medidas necesarias para mantener elorden constitucional, dentro de la legalidadvigente. Cualquier medida de carácter militarque, en su caso, hubiera de tomarse deberácontar con la aprobación de la JUJEM. Ruegome confirme que retransmiten a todas lasautoridades del ejército.

Sobre las 11.30, minuto arriba, minutoabajo, Armada alcanzaba la verja de

entrada del Congreso de los Diputados.Finalmente, se presentaba en escena laaplicación de la segunda fase de laoperación diseñada. Tejero recibiría alhombre que 48 horas antes le habíaordenado asaltar el Parlamento, peroautorizaba sólo la presencia del generalcon su ayudante —porque Gabeirastambién había querido acompañar aArmada, e iban caminando hacia laentrada del Congreso que daba acceso alhemiciclo—. Armada se había disculpadoporque las cosas se hubieran demoradoalgo, según lo inicialmente previsto.«Pero ahora, le dijo Armada, usted Tejerotiene que restituir a los diputados en suspuestos y retirar a la fuerza, porque voy a

entrar a hablar con los parlamentarios aproponerles la formación de un gobiernopresidido por mí.»

Tejero le preguntó entonces quécartera era la del general Milans en dichogobierno, y al decirle que Milans noformaría parte del mismo, pero que másadelante sería designado PREJUJEM, sehabían desplazado a una pequeñahabitación acristalada del nuevo edificiopara hablar. Y allí fue donde diocomienzo el principio del fin. El desastrepara los fines y objetivos de la operaciónestuvo en que Armada no le pidiera aTejero que se cuadrara y se pusiera enprimer tiempo de saludo, y en queaccediera a hablar. Armada no tenía nada

que negociar con Tejero, en todo casosería con los jefes de filas de los partidos.La puerta estaba cerrada pero, a través delos cristales, varios de los capitanes de lafuerza asaltante observaban expectantes ypreocupados al ver que los gestos deambos comenzaban a subir de tono.Aquélla no era una conversación suave ymucho menos dulce.

Armada le explicó que la únicasolución era formar un gobierno deconcentración en el que participarían casitodos los partidos políticos. No había otraopción viable. Y además, Tejero y susoficiales debían abandonar España. Irse aPortugal, donde ya se habían hechogestiones, hasta que todo se fuera

calmando. Después, todos podríanregresar y reintegrarse en sus respectivosdestinos sin problema alguno. Y a Tejerose le ascendería a coronel y se le enviaríaal norte a darle duro al terrorismo etarra.El teniente coronel abrió la puerta y lesdijo a los oficiales que estaban atónitoscontemplando la escena: «Nos ofrece unavión y al extranjero». Y cerró la puerta.

Cuando Tejero le preguntó quiénesformaban ese gobierno, su rostro seencolerizó. Armada le fue revelandoalgún nombre hasta que no tuvo másremedio que mostrarle la lista completa.Al leer en ella los nombres de FelipeGonzález y de algún comunista, que nisiquiera conocía, estalló de furia. Él no

había entrado en el Congreso para eso. Dehaberlo sabido con antelación, jamáshubiera admitido esa solución. Él erapartidario de la formación de una juntamilitar que fuese presidida por el generalMilans del Bosch. Armada le replicó quequién había hablado de un gobiernomilitar, ¿quién? E intentó hacerlecomprender que si no se aceptaba eso, elesfuerzo realizado no habría valido paranada. Sería un completo fracaso y lasconsecuencias, peores para España engeneral, y para ellos en lo personal. PeroTejero no escuchaba, estaba rabioso. Sesentía engañado, porque de haber sabidoque la acción era para formar un gobiernocon socialistas y comunistas, no habría

querido saber nada. Seguramente, sehubiera desenganchado. Pero ahora,cogido entre lo más profundo de susconvicciones, radicalmente enfrentadas asocialistas y comunistas, no podíabrindarles «su trabajo». Antes, prefería lamuerte.

Luego de cruzarse unos cuantosinsultos, Armada apeló al sentido de ladisciplina militar de Tejero. Últimorecurso. Él era un soldado que habíarecibido una orden de un superiorjerárquico. La había aceptado y ejecutado.Y en la vida militar, si hay algo sagrado,es que no se pueden cuestionar lasórdenes, ni su naturaleza, ni someter adebate sus consecuencias. Le gustase o no,

fuese de su agrado o no, debía obedecer.Tejero le espetó que él estaba ahí por elgeneral Milans del Bosch, que era alúnico que reconocía y admitía como jefe.No estaba a las órdenes de nadie más.Armada propuso entonces que llamase aValencia y hablase con Milans. Laconversación con el capitán general deValencia se sucedió en medio de una grantensión. Armada explicó a Milans queTejero se negaba a permitirle dirigirse alos diputados para resolver el gobierno encuestión. Aquel gabinete sobre el queArmada sí que había puesto enantecedentes a Milans. Y le pidió que porencima de todo hiciera entrar en razón aTejero, «que está muy ofuscado, y a mí no

me quiere obedecer, porque dice que suúnico jefe eres tú. Si no lo convences, elfracaso y todo lo demás está a la vista.»

Milans intentó en tono suave queTejero se serenase, que viese el fondo delasunto y aceptase lo que le estabaofreciendo Armada. Le dijo que lo que leestaba planteando el general Armada erafactible. Había un avión a disposición quelos sacaría fuera, y que pasado un tiempopodrían regresar sin problemas. Y sinresponsabilidad alguna. A Tejero, eso ledaba lo mismo. Él no había entrado en elParlamento para que de su acción seformara un gobierno con socialistas ycomunistas. Lo que él quería y deseabaera un gobierno militar «presidido por

usted, mi general». Milans del Bosch,sorprendido, le preguntó quién habíahablado de un gobierno militar. Nuncaantes se había entrado en asuntos políticosy Tejero lo sabía bien. En todo momentose habló de que la acción era para apoyarla solución Armada, y en eso era en lo queestaban. Lo demás era una cuestión que sehabía dejado en las manos de Armada yde su majestad el rey. Ellos debían buscarla fórmula que quisieran. Y los demás aobedecer. Y concluyó Milans: «Por todoello, le ordeno, Tejero, que haga caso delo que le está diciendo el general Armaday acepte la solución que le ha propuesto».Tejero le contestó que «no me puedeordenar ni pedir eso, mi general, antes que

aceptar una cosa así prefiero morir». Y lecolgó el teléfono.

La conversación concluiría como elrosario de la aurora. Armada y Tejeroinsultándose un poco más. Enrabietado almáximo, el teniente coronel le dijo,amenazador, que no intentase hacer nadacon sus guardias, que sólo le obedeceríana él, ni tampoco intentase entrar confuerzas en el Congreso. Estaba dispuesto aconvertir aquello en un holocausto, en unanueva epopeya émula de Santa María dela Cabeza. Armada cedió entonces ante laintransigencia y cerrazón del asaltante, yantes de abandonar el lugar le preguntócon gravedad si podía darle su palabra deque nada les ocurriría a los diputados. Lo

que Tejero le garantizó.El gobierno que el general Armada

pretendía proponer en el hemiciclo alpleno del Congreso allí secuestrado era elsiguiente:

Presidente: Alfonso Armada Comyn(general de división)

Vicepresidente Político: FelipeGonzález Márquez (secretariogeneral del PSOE).

Vicepresidente Económico: JoséMaría López de Letona (exgobernador del Banco de España).

Ministro de Asuntos Exteriores: JoséMaría de Areilza (diputado deCoalición Democrática).

Ministro de Defensa: Manuel FragaIribarne (presidente de AlianzaPopular, diputado de CD).

Ministro de Justicia: Gregorio PecesBarba (diputado del PSOE)

Ministro de Hacienda: Pío CabanillasGalla (ministro de Suárez,diputado de la UCD).

Ministro de Interior: Manuel SaavedraPalmeiro (general de división).

Ministro de Obras Públicas: José LuisÁlvarez (ministro de Suárez ydiputado de UCD).

Ministro de Educación y Ciencia:Miguel Herrero y Rodríguez deMiñón (diputado de UCD).

Ministro de Trabajo: Jordi Solé Tura

(diputado del PCE).Ministro de Industria: Agustín

Rodríguez Sahagún (ministro deSuárez, diputado de UCD).

Ministro de Comercio: Carlos FerrerSalat (presidente de la patronalCEOE).

Ministro de Cultura: AntonioGarrigues Walker (empresario).

Ministro de Economía: RamónTamames (diputado del PCE)

Ministro de Transportes yComunicaciones: Javier Solana(diputado del PSOE).

Ministro de Autonomías y Regiones:José Antonio Sáenz de Santamaría(teniente general).

Ministro de Sanidad: Enrique MúgicaHerzog (diputado del PSOE).

Ministro de Información: Luis MaríaAnson (periodista, presidente dela Agencia Efe).

A lo largo de todo este tiempo,Armada ha negado sistemáticamente y contoda firmeza la existencia de aquelgobierno de concentración. Aferrándose,para salir del paso, a que fue al Congresopara resolver la situación de losdiputados, lo que era cierto, y que jamásllevó lista de gobierno alguno, ni a Tejerole leyó nombres, ni habló con él de laformación de ningún gobierno, lo que enmodo alguno era cierto. Con el paso de

los años, Armada llegaría a reconocermeque Tejero les desobedeció a él y aMilans: «Hablamos con Milans. Éste ledijo que me obedeciera. No hizo caso.» Yya con una mayor distancia, llegaría aratificarme por escrito que, «si losdiputados quedaban libres, Tejero tomabaun avión, Milans se retiraba, etc., esposible que se hubiera ido a un gobiernonuevo y de “concentración”. Ésa podía serla solución. En el caso del golpe dePavía, éste disolvió las Cortes y se formóun gobierno presidido por Serrano. Estegobierno, designado por el Rey, seríaconstitucional».[64]

A la salida de la brusca y frustradaentrevista con Tejero, Armada se dirigió

al Palace. Su cabeza debía ser untorbellino y consumió los apenasdoscientos metros de distancia en ordenarlos pensamientos que le golpeaban en elcerebro. Que Sabino le dijera que lomejor era que no fuese a Zarzuela por unacuestión personal y de celos, lo podíaentender. Pero que Tejero le hubieraimpedido acceder al hemicicloprecisamente a él, que 48 horas antes lehabía dado las instrucciones para asaltarel Congreso, sencillamente era algo queno podía creer. Tejero le había llegado areconocer como jefe máximo de laoperación, por encima incluso de Milans,pese a tener un empleo menor. Era algodelirante, totalmente increíble. Tejero,

pensaba Armada, se había vuelto loco oera un visionario indisciplinado. A lapuerta del hotel le aguardaban expectantesvarios generales, además de Aramburu ySantamaría. La cara del segundo jefe delEjército denotaba que las cosas no habíanido nada bien. Era como si se le hubieravenido encima un muro de hielo. Conconcisión les narró que el teniente coronelno le había permitido dirigirse a losdiputados, y que por lo tanto no habíapodido hacer nada. A Sáenz deSantamaría no le agradaba nada loqueestaba oyendo. Él era uno de losministros de aquel gobierno.

En Zarzuela, cogió el teléfono Sabino.«He fracasado —le dijo—, Tejero está

loco, casi ni ha querido escucharme,tampoco ha hecho caso a Milans, estádispuesto a convertir eso en un nuevosantuario, pero me ha prometido que lasuerte de los diputados no corre riesgoalguno.» Sabino se despidió de su amigocon hondo sentimiento y le pasó elteléfono al rey, quien al escucharloestallaría de cólera. Armada hizo otrallamada al JEME Gabeiras, a quienrepitió lo mismo. Aramburu le pidió quepor favor fuese a ver a Laína. Queríahablar con él y a ver si «tú lo convencesde que se olvide del disparate de querermeter a los GEO en el Congreso». Decamino, Armada pensaba que quizá lascosas no estuvieran del todo perdidas aún.

A Tejero había que hacerlo recapacitar.En ese momento fue cuando escuchó porla radio del coche que la televisión sedisponía a emitir un mensaje del rey. Alescucharlo, lo recibió como un nuevojarro de agua fría. Pero en el fondopensaba que el contenido del mensaje realno iba dirigido contra él. Y estaba en locierto. Las cosas aún podían arreglarse.

En la entrevista con Laína no pudoevitar decir que el rey se habíaprecipitado con su mensaje. Debía haberesperado a que él completase su misión.Y si era necesario, afirmó, estaría inclusodispuesto a pasar por la exigencia deTejero y constituir una junta militar.Inmediatamente después la sustituiría por

el gobierno pactado con los líderespolíticos. A Laína le dijo que se olvidasede la insensata idea de intentar meter a losGEO en el Congreso. Sería una locura, seproduciría una masacre. El presidente deaquella fantasmal junta de secretarios ysubsecretarios había escuchado y grabadotodas las conversaciones que Armadahabía celebrado con Zarzuela y conMilans. Pero ni le dijo ni le reprochónada. Posteriormente, y ya con el guióncambiado, sacaría pecho y afirmaría quereconvino a Armada por su actitud. No fuecierto.

El mensaje real, que analizaréseguidamente, también traería lo suyo.Aquel breve texto hacía varias horas que

se había grabado en el despacho del reyen el palacio de la Zarzuela. Pero no seemitió por televisión hasta pasada la una ycuarto de la madrugada. La demoratendría, según los criterios, diversasexplicaciones. Unos dirían que lagrabación fue laboriosa; otros, que lasinstalaciones de televisión estuvierontomadas, lo que había sidoindudablemente cierto hasta las nueve dela noche. Hubo quien cargaría la culpa enel viaje de ida y vuelta, con camionetaslentas y pesadas, aunque según en quésentido, pues al ir a Zarzuela apenas sipodían subir las cuestas con aquellosequipos de grabación tan pesados (¿?), ysin embargo de regreso a los estudios de

televisión, aquellas mismas camionetasiban a toda velocidad. No, lo cierto eraque el mensaje real estaba bajo lasposaderas del director general de latelevisión desde hacía más de dos horas,esperando a que Zarzuela diera luz verdepara su emisión. Directivos de latelevisión llamaban constantemente aZarzuela para ver si lo lanzaban ya. Entodas las tentativas Sabino respondía lomismo: «no, esperad, que estamospulsando el ambiente que hay en lascapitanías generales». Y la verdad, quehabía que esperar el resultado de Armadaen el Congreso. Este hecho, para elgeneral Armada, sería así de diáfano:

El Rey procedió con cautela.1.º Tuvo que grabarlo.2.º Tuvo que llegar a televisión.3.º Esperó a que mi gestión fracasase.¿Qué hubiera pasado si Tejero deja en

libertad a los diputados y están de acuerdo enproponer al Rey un gobierno? El mensajeresultaría ridículo. Había que esperar y es loque se hizo.[65]

El mensaje del rey decía lo siguiente:

Al dirigirme a todos los españoles, conbrevedad y concisión, en las circunstanciasextraordinarias que en estos momentosestamos viviendo, pido a todos la mayorserenidad y confianza y les hago saber que hecursado a los Capitanes Generales de lasRegiones Militares, Zonas Marítimas yRegiones Aéreas la orden siguiente:

Ante la situación creada por sucesos

desarrollados en el Palacio del Congreso ypara evitar cualquier posible confusión,confirmo que he ordenado a las AutoridadesCiviles y a la Junta de Jefes de Estado Mayorque tomen todas las medidas necesarias paramantener el orden constitucional dentro de lalegalidad vigente.

Cualquier medida de carácter militar queen su caso hubiera de tomarse, deberá contarcon la aprobación de la Junta de Jefes deEstado Mayor.

La Corona, símbolo de la permanencia yunidad de la Patria no puede tolerar en formaalguna, acciones o actitudes de personas quepretendan interrumpir por la fuerza elproceso democrático que la Constituciónvotada por el pueblo español determinó en sudía a través de referéndum.

¿Cuál fue el momento decisivo del reyen la noche del 23-F? ¿Fue la emisión de

su mensaje televisivo? Para lapropaganda oficial, así habría sido. Peroen la realidad de los hechos no fue tal. Elmensaje supuso el momento del cambio dela voluntad del rey. Si hasta aquel instantehabía estado a la espera de «¡A mídádmelo hecho!» o, como mínimo, «averlas venir», desde entonces decidiótirar por la calle de en medio y abortar laoperación. La exigencia de Tejero, «unajunta militar», era inasumible. Y no sólopara la corona. Además, la operaciónespecial no se había diseñado, montado yejecutado para aquel disparate.

Se ha dado una extraordinariaimportancia a la emisión del mensaje delrey. Qué duda cabe de que la tuvo. Pero el

mensaje no marcó el punto de inflexión.Un antes y un después. Ese mensaje, queno iba contra la solución Armada, nodejaba de ser una continuación deltelegrama dirigido a la cúpula militar alas 22,30 horas. De hecho en su bloqueprincipal se trataba del mismo texto, salvoel añadido de las últimas líneas. En eltélex, el rey pedía al Ejército que tomasetodas las medidas para mantener el ordenconstitucional dentro de la legalidadvigente. Y, sin embargo, la situación semantendría en compás de espera hasta lasalida a escena de la segunda fase de laoperación: la corrección de Armada a laacción ilegal de Tejero. En el mensaje, sehabía añadido que la corona no podía

admitir la actitud de personas quepretendiesen interrumpir por la fuerza elproceso democrático. Es decir, el golpede mano de Tejero asaltando el Congreso.En todo lo demás, abundaba en más en lomismo, dentro de la línea ya significadaen el telegrama. Y nadie ha mantenido quea las 22.30 horas el golpe estuvierafiniquitado. Por el contrario, se manteníaen todo lo alto a la espera de suresolución.

¿Cuál fue, pues, la raya en el agua queseñalaría el antes y el después? Hasta laentrevista de Armada con Tejero, el 23-Fse movió sobre la solución Armada. Huboal respecto un movimiento de fuerzas quese posicionaron en apoyo de esa

operación, mientras otras, las menos, semantuvieron pasivas. Sin hacer nada.Salvando, claro está, la natural confusiónde muchos al no saber bien el terreno queestaban pisando. El 23 de febrero de1981, el poder estuvo totalmente en manosde los militares, y éstos esperarontranquilamente a que el rey resolviese.Insisto en que no hubo división entre losmilitares constitucionalistas y demócratas,y los que no lo eran. El matiz se planteóentre los que asumieron una posición másdecidida apoyando a Milans para lasolución Armada, y los que semantuvieron estáticos aguardandoinstrucciones del rey. Pero todos, sinexcepción, estuvieron a sus órdenes.

El apoyo para que Armada fuesepresidente era unánime cuando se le envióoficialmente al Congreso, excepto el casoya señalado de González del Yerro. Dichoapoyo cambiaría radicalmente, no tanto enel instante en el que Armada fracasó conTejero, sino en el momento en el que elrey decidió cortar el asunto. Al bloquearTejero a Armada, se solapó en el 23-F lasolución Armada, que era para lo que sehabía dado el golpe, con la exigenciapersonal de Tejero. Éste, al impedir, en suarrebato y su rabia, la entrada de Armadaal hemiciclo y exigir al tiempo elgobierno de una junta militar, estaba, dehecho, y quizá sin saberlo, montandosobre la marcha su propio golpe de

Estado personal. Por eso se desmontaríael 23-F y se le haría fracasar.

Tras el fracaso de Armada, el reyentró en cólera. Y abortó la operación. Lapetición de Tejero no sólo era absurda eimprovisada. Nadie en las fuerzasarmadas hubiera estado dispuesto asecundarla, salvando el primer impulsoemocional. Si es cierto que una vez másen la historia contemporánea españolaasistíamos a una utilización del ejércitopara poner orden en el guirigay político,también lo es que el rey Juan Carlosjamás habría cedido a la imposición o altrágala de un gobierno militar solicitadopor Tejero, porque de haberlo hecho, lacorona se hubiera puesto a sí misma fecha

de caducidad. De ahí que el monarcasaliera fuerte y contundente después,afirmando que «Jaime [Milans] ahora vascontra la corona» o que «afirmo que niabdico ni me marcharé de España» o queel que «se rebele será responsable ypuede provocar una guerra civil».Contundentes afirmaciones que, de habersido hechas a las siete de la tarde del 23de febrero, hubieran hecho creíble que elrey, de verdad, estaba dando el«contragolpe» a la acción de Tejero yponiendo firmes a sus soldados. Peroentonces, no después.

A la nueva situación generada en elCongreso había que cortarle las alascuanto antes. La presencia espontánea de

la columna del comandante PardoZancada, iba a suponer un contratiempomás, puesto que Pardo había salido de laAcorazada con la vana esperanza de queotras unidades se sumasen a su iniciativa.A más, el comandante desconocía cuandollegó a la Carrera de San Jerónimo, que elrey acababa de lanzar su mensaje. Sobrela una y cuarto de la madrugada, esto es,pocos minutos después de emitirse elmensaje real por televisión —¿o fue en elmismo momento o un minuto antes?—,Milans recibió una llamada de don JuanCarlos. El dato importante es que ésta erala primera comunicación que su majestadhacía a la capitanía valenciana y alteniente general Milans del Bosch. Hasta

ese preciso instante, el rey y Milans nohabían hablado directa y personalmentedurante la jornada del 23-F.

El rey estaba a punto de entrar en sumomento decisivo. Le saludóafectuosamente y le preguntó por cómoestaban las cosas en su capitanía y si teníatropas en la calle. Milans del Bosch lerespondió que todo estaba muy tranquilo yque había sacado unas unidades paragarantizar el orden, quedando a la esperade recibir instrucciones de Su Majestad.Entonces, el rey se las dio. Le mandó quelas retirase, a lo que el capitán generalcontestó que de inmediato cursaría laorden de que regresasen a sus cuarteles. Yse despidieron volviendo a saludarse

afectuosamente.Aquella primera comunicación del

monarca con Milans sería el momentodecisivo del rey. Y marcaría el punto deno retorno. La conversación la reforzaríainmediatamente el rey con un télex en elque le instaba a cumplir el mandato que lehabía dado. «Te ordeno que retires todaslas unidades que hayas movido y quedigas a Tejero que depongainmediatamente su actitud.» El reyafirmaba su rotunda decisión de mantenerel orden constitucional y de que noabdicaría ni abandonaría España. «Quiense subleve está dispuesto a provocar unanueva guerra civil.» La redacción de tancontundente y firme texto fue de Sabino.

El rey, después de leerlo y aprobarlo, selo dio a sus ayudantes Sintes y MuñozGrandes, quienes reflexionaron con elmonarca sobre el contenido del escrito. Ysin saber con certeza en qué momento,añadiría: «Después de este mensaje ya nopuedo volverme atrás.» Una fraseincreíble que siempre iba a permitir, en unfácil juego de palabras, que muchosinterpretasen que si el rey ya no podíavolverse atrás, es porque antes se habíaechado p’alante.

La segunda llamada a Milans la hizoel rey pasada la una y media de lamadrugada del 24. Don Juan Carlosquería tener la certeza de que habíarecibido su télex y estaba cumpliendo la

orden dada. Milans le ratificó que lasórdenes ya habían sido cursadas y lastropas estaban regresando a sus cuarteles.«Estoy a las órdenes de Vuestra Majestad.Mi lealtad hasta el final, Señor», le dijo.Y se despidieron, una vez más, con unfuerte abrazo. Desde aquel instante, elgolpe de Tejero, el de la junta militar,estaba muerto. El paraguas le habíadurado a Milans en esta ocasión menos detreinta minutos. Con tal contundencia sedesmontó el apoyo exterior que losostenía. Antes de aquel momento, cuandoTejero se movía dentro de la soluciónArmada, lo estuvo sosteniendo sietehoras. Lo demás sería un tiempo basuraañadido. Hasta que el teniente coronel,

completamente aislado, decidió rendirse yliberar a todos los diputados a mediodíadel día 24. El propio Tejero locomprobaría en un intento de hablar conMilans sobre las tres de la madrugada.Tenía la estúpida pretensión de que fuesea Madrid para ponerse al frente. Milans lodespreció. Ni siquiera quiso ponerse alteléfono. El coronel Ibáñez le dijosecamente que su capitán general estabaacatando las órdenes recibidas de SuMajestad, y que él, Tejero, lo que debíahacer era ponerse en contacto con elgeneral Armada. Era la única soluciónfactible.

Tejero estaba ya absolutamente sólo,aunque le anunciasen con cantos de sirena

la presencia de regimientos que jamás lellegarían. Su amigo Carrés seguía tratandode insuflarle moral en la derrota. Y en laestupidez. Y en ciertos desvaríos deengaño miserable. Lo que amboscompartirían —Tejero y Carrés— durantealgunas horas de aquella noche-madrugada. Así, en un momentodeterminado, Carrés recibió una llamadadel coronel Ibáñez para informarle quevarias capitanías se sumabanexpresamente al bando de Milans, yapoyaban abiertamente la formación de ungobierno presidido por el generalArmada. Acto seguido, Carrés telefoneabaa Tejero para transmitirle las «fabulosasnoticias», pero manipulando arteramente

el dato de que aquellas cinco capitaníasdecían sí a un gobierno presidido por elgeneral Milans del Bosch.

El último intento de su minigolpecorrería a cargo de una especie demanifiesto, redactado hacia las cuatro dela madrugada. En su elaboración, Tejerocontó con la colaboración de Pardo, queen aquel momento quizá no supiera en quéjardín se había metido. «Las unidades delEjército y de la Guardia Civil… Noadmiten más que un gobierno que instaureuna verdadera democracia.» Tejeroseguía clamando por «su gobierno» en eldesierto. Y vía Carrés intentaría que ElAlcázar lo publicase, pero el mismoArmada le pidió al director del periódico

que no lo hiciera. Y el tal manifiesto no sepublicó.

El rey volvió a llamar sobre las cuatrode la mañana, por tercera y última vez, aMilans. En esta ocasión, le pidió queordenase a Tejero que depusiera suactitud. Milans le respondió que ya lohabía intentado antes, cuando le pidió queaceptase lo que Armada le estabaproponiendo, y no le había hecho caso.Alrededor de las cinco de la mañana, lareina Sofía, que durante todo el tiempo sehabía distinguido por una actuación serenay discreta, llevando café y unosbocadillos a los colaboradores del rey,que se habían pasado esas largas y tensashoras sin probar bocado, preguntó por qué

no le «dicen a Tejero que abandone elCongreso, que el rey se lo ordena». A loque Sabino le respondió que «ya lo hemoshecho, Señora, se lo hemos dicho variasveces, pero es que no nos hace caso».

El caso Pardo Zancada sería diferentedel de Tejero. Todos o casi todos enZarzuela estaban dispuestos a irpersonalmente al Congreso para sacarlode allí. Sus amigos Sintes y MuñozGrandes y algún otro más, sentían condesgarro su suerte y convencieron al reypara que les permitiera ir. Sabino estimóque sería mejor que dicha gestión lahiciera alguno de los jefes naturales delcomandante, frenando, incluso, que algunode los ayudantes del rey se «escapara»

hacia el Congreso. Como enviado seescogió a la figura del coronel SanMartín, quien se presentó en el Congresocon este mensaje real: «Al acatar la ordendel Rey, salvas con esa actitud tu honor ytu patriotismo, toda vez que tu acciónestaba impulsada por el amor a España yla fidelidad al Rey.»

Sin embargo, Pardo decidió quedarse,y sus capitanes también. Hasta que suamigo, el teniente coronel EduardoFuentes, Napo, consiguió negociar suentrega, en la que, de rebote, se incluiríala suerte de Tejero y la de los guardiasciviles que lo habían acompañado. En larecta final, Tejero solicitaría la presenciade Armada. Ahora lo reclamaba «porque

hace dos días me ordenó que entrara en elCongreso». Quizás el teniente coronel seolvidara deliberadamente de que diezhoras antes había desobedecido lasórdenes que sus dos jefes le habían dado,y que se había rebelado e insubordinadoexpresamente contra ambos. Ysingularmente contra el general Armada.

La rúbrica a las condiciones pactadaspara entregarse se estampó sobre el capóde uno de los jeep de la columna dePardo. Pero en el recuerdo del 23-Fquedará aquel momento de la mañana del24 en el que un emocionado don JuanCarlos se fundió en un sentido abrazo consu secretario general mientras le decía«gracias Sabino, me has salvado». Y ese

otro instante, que tuvo lugar por la tardede aquel mismo día, en el que los líderespolíticos esperaban a ser recibidos enaudiencia para escuchar del rey unasoberana reprimenda por susirresponsables comportamientos durantemuchos meses de la transición. La gravecrisis había dado tiempo a unas horas dereflexión y de valoración, en las que elser humano se debate en el pesimismo y lafelicidad cuando hace balance. Antes detraspasar la puerta la palma del reygolpeó de forma afectuosa la espalda desu secretario, se le quedó mirando y,producto de una profunda reflexión, ledijo: «¡y mira que si te has equivocado!».Dictum que, como diría el siempre

admirado Carlos Rojas, sería digno de losmármoles.

Pero el único que dio el contragolpede verdad, un contragolpe absolutamenteinsospechado para quienes planificaron laoperación, fue Tejero. Y para eso noestaba montada la fiesta. Sólo hubierafaltado que un teniente coronel al que semetió en el Congreso para cumplir unamisión secuestrando al gobierno y a losdiputados, se le hubiera consentido quesaliera de allí con un gobierno militar.¡De locos! ¡De locos! Lo que se fabricódespués del 23-F fue una fábulaextraordinaria. Y así puede haber alguienque frívolamente y con la ligereza deldesconocimiento haya tildado en algún

libro de miserable al Ejército. ¡Quéequivocado y errado está! El ejército ensu conjunto no tuvo un comportamientomiserable el 23-F. Fue disciplinado yestuvo a las órdenes del rey. Todo, en suconjunto. Sin excepción alguna. Salvo elvisionario Tejero.

¿Por qué fracasó entonces el 23-F? Elplan urdido por el CESID, brillante y biendiseñado, tuvo varias fallas globalizadasen un solo aspecto: no tener en cuenta elfactor humano. Ésa fue la clave. Algo tansencillo de entender para el común de losmortales, como difícil de prever paramentes ensoberbecidas, henchidas deorgullo, que fueron capaces de planificarsobre la mesa deslumbrantes operaciones

que, sin embargo, terminarían arrumbadasen el fracaso por despreciar eso que sellama elementos colaterales; el serhumano. Y el 23-F estuvo lleno de esecomponente humano que, al final, seríadeterminante para su fracaso.

Tras la desastrosa resolución del 23-F, el rey optó por cortar cualquier nexoque lo vinculara con la operación. Bienfuese por haber tenido previamente unconocimiento preciso y exacto de lamisma, o bien por dejar hacer. O porambas cosas a la vez. Por ello, Sabino lerecomendaría cierta prudencia conArmada, pues si se le dejaba demasiadoexpuesto, «puede decir que VuestraMajestad es el que ha empujado el golpe,

que lo ha intentado». A lo que don JuanCarlos respondió tajante: «eso Alfonso nolo dirá nunca».[66] Semejante convicciónpersonal explicaría por qué a las pocashoras de fracasado el golpe, cuandoAdolfo Suárez comentó en Zarzuela, anteel monarca y el resto de líderes políticos,que se había equivocado con Armada yque se había sentido muy tranquilo alsaber que el general había ido alCongreso para intentar solucionar lo delasalto de Tejero, el rey, también tajante,le cortara para decir: «¡Te equivocas!¡Armada es el mayor traidor de todos!».

Posteriormente, y quizá por ciertanecesidad de buscar una explicación quele serenase por todo lo que había pasado,

don Juan Carlos comentaría ante unacomisión militar guatemalteca a la queconcedió audiencia, que lo que había quehacer para controlar siempre todas lasituaciones adversas, «es lo que hice yoen el 23-F, que los engañé a todos».Declaración sobre la que la reina Sofíaincidiría varios años después, al asegurarque en el 23-F, «Juan Carlos había hechocreer a los militares que estaba conellos».

Inicialmente, no cabe duda alguna deque la actitud del rey hacia su antiguopreceptor y ex secretario fue de unanotable dureza. Dicha actitud quedaríareflejada en uno párrafos de la ediciónfrancesa de El Rey (página 195) que no

figuran en la española. En la citada obraJosé Luis de Vilallonga, su redactor,afirma que Armada es el másdespreciable de todos los conspiradoresdel 23-F, cuya traición ha sido unacuchillada en la espalda del rey. Y donJuan Carlos, ante tan duras calificaciones,apostilla: «Es infinitamente triste, JoséLuis, descubrir que un hombre en el quehabía puesto toda mi confianza desde hacemuchos años me traicionaba con tantaperfidia.»

Pero tan extraordinaria durezacambiaría en el rey con el paso de losaños. Y así, durante el transcurso de unaaudiencia que el rey concedió al generalMontesinos, antiguo ayudante en Zarzuela

en el tiempo en que Armada era elsecretario general de la Casa, el monarcase interesó por cómo le iba la vida aAlfonso Armada. Y le dijo: «Estoy muypesaroso, triste y apenado porque en el23-F hubo unos que me engañaron yconfundieron cuando me aseguraron queAlfonso era la cabeza del golpe. Y bienque lo siento, porque Alfonso siempre medemostró su lealtad personal y una entregaabsoluta a la corona. Pero ahora, fíjate,después de todo lo ocurrido, no puedohacer nada por volver las cosas atrás yreivindicar la figura de Armada. Sientoadmiración por Alfonso porque, a pesarde todo lo que le ha ocurrido y lo mal quelo tuvo que pasar con la condena del 23-F

y la pérdida de su carrera militar, una delas cosas más queridas para él, ha sabidomantenerse en silencio y no hablar. Nocomo otros. La de Alfonso sí que es unapostura de dignidad y de lealtad. Le estoymuy agradecido y nunca lo olvidaré. Mepesa el mal que ha sufrido, pero no sécómo se podría arreglar ahora.»[67]

Del 23-F nos quedó que los generalesArmada y Milans del Bosch fueroncondenados a 30 años de prisión porgolpismo. ¿Golpismo de verdad?¿Golpismo motu proprio? ¡Quién puedecreerse ya eso!

XIII.UNA CAUSAJUDICIAL

CERRADA EN FALSO

El fracaso de la operación del 23-F seresolvió materialmente a mediodía del 24de febrero con el pacto del capó, firmadopor Armada, quien fue requerido para talefecto por Tejero. Aunque la operación yahabía quedado sentenciada a la una ycuarto de la madrugada. Desde eseinstante, casi todos los implicados —visibles y tapados— en la asonada iban a

tratar de eludir su responsabilidad y negarsu participación en la misma. Excepciónhecha de las figuras de Milans del Boschy de Tejero, además de la fuerza de laGuardia Civil que le había seguido aasaltar el Congreso de los Diputados.

El primero que negaría cualquiervinculación con el golpe sería Armada através de una nota que hizo pública el día25. Nota que no fue autorizada porZarzuela, pero que Anson difundiría através de la agencia Efe. Desde esemomento, el eje de su defensa semantendría en negar que se hubiesesublevado y decir que su única misiónhabía sido la de sacar a los diputados,porque «antes, durante y después del 23-F

actué a las órdenes del rey». La agenciaEfe y algunos otros medios decomunicación tratarían de «limpiar» elpapel de Armada. Desde el CESID, conCalderón y Cortina a la cabeza, hasta sujefe en el estado mayor Gabeiras. Sinembargo, el primero que lo dejaría enevidencia, como ya hemos visto, sería elmonarca durante la audiencia en Zarzuelaa los líderes políticos la tarde del 24 defebrero. Aquella misma tarde, la Junta deDefensa reunida en Zarzuela acordó cesaral general Alfonso Armada Comyn comosegundo jefe del Estado Mayor delEjército.

Pese a ello, en el CESID, Calderón yCortina seguirían esforzándose en

despejar cualquier duda sobre laimplicación de Armada en el golpe,insistiendo en que su papel había sidoejemplar, sin tacha ni mácula alguna. «Esuna burda intoxicación relacionarlo conlos golpistas», decían, al tiempo quepreparaban una estrategia para fijar suspropios límites de actuación. A tal fin,acordaron que jamás se habían visto ni seconocían. La entrevista con Tejero enPintor Juan Gris jamás había existido. Elplan para llevar a Armada a presidir ungobierno de regeneración nacional nohabía sido otra cosa que rumores yespeculaciones periodísticas. Estabanconformes en negarlo todo. Con firmeza.Armada iba a mantener que había ido al

Congreso autorizado por Zarzuela y elEjército, para intentar sacar a losdiputados y al gobierno. Hasta ese día, nohabía participado en nada. Cualquier otroreconocimiento podría ser un hiloconductor incómodo hacia Zarzuela.

Precisamente el mismo día en queMilans del Bosch llegó al Cuartel Generaldel Ejército —24 de febrero por la tarde—, y mientras esperaba a que Gabeiras lecomunicase que estaba arrestado, Armadase acercó hasta él, brevemente, con uncorto mensaje: «No conviene que nosvean juntos. Tenemos que olvidar todo loanterior. Para nosotros todo empezó el 23de febrero.» Después seguirían otros más.Uno a los pocos días, cesado ya Armada,

en el despacho del jefe de servicios delpalacio de Buenavista, del que fue testigoel coronel José Ramón PardodeSantayana. Éste le había pedido a Milansdel Bosch que lo aceptara como oficial asus órdenes y estaba presente en elmomento que Armada le decía: «Jaime, túy yo debemos ponernos de acuerdo en unacosa por nuestro bien y el de mucha gente.Tenemos que tener muy claro que nosotrosempezamos a actuar después de las seis ymedia de la tarde, después de que Tejeroocupara el Congreso. Entre nosotrosnunca han existido conversacionesanteriores ni reuniones de tipo alguno.»También Cabeza Calahorra—Almendros—, que sería codefensor de

Milans en el juicio, les insistiría a ambosen la misma línea. «Que se pongan deacuerdo. Que Jaime y Alfonso se pongande acuerdo.» Pero Milans, pese a loshechos que llegaría a silenciar o sobre losque no diría toda la verdad, no negaría aTejero. «Yo no hago cambalaches»,refutaría molesto.

Confiado en la vía Armada, a Cortinale faltaba la de Tejero. Junto con elcapitán Gómez Iglesias, le visitaron enprisión con la misma consigna: «Estamostrabajando a vuestro favor. Pero es muyimportante que no nos impliques anosotros. Nada antes del 23-F.» Algúnefecto debió de hacer el mensaje. En suprimera declaración ante el instructor

especial de la causa, José María GarcíaEscudero, Tejero no habló ni de Cortinani de Gómez Iglesias ni de nadie delCESID. El nombre de Cortina lo revelaríaTejero en la segunda declaración,prestada el 4 de abril de 1981 en laprisión del Castillo de la Palma en elFerrol. No obstante, en dicha declaraciónseguiría silenciando la participación de suamigo el capitán Iglesias. Hasta ladeclaración del 10 junio. Finalmente, losdos hombres del CESID, Cortina y GómezIglesias, serían procesados en el últimomomento. El comandante Cortina en mayoy el capitán Iglesias en junio de 1981.

En el seno del CESID se intentótambién ocultar la participación de

agentes y unidades operativas en el golpe.Sus responsables, con Calderón y Cortinaa la cabeza, trataron de imponer laconsigna del silencio y el «aquí no hapasado nada». Pero el capitán DiegoCamacho y el suboficial Juan Rando, entreotros, presionarían desde el primerinstante para que se esclareciera cuálhabía sido la actuación y el papel delservicio de inteligencia en los hechos del23-F. Sobre ellos, tanto Calderón comoCortina ejercieron todo tipo de presiones.En un principio, negando la mayor, luegocon la intimidación y la amenaza y, porúltimo, con el intento de comprar susilencio. Así, Calderón llegaría a hacer aCamacho una última oferta a cambio de su

silencio: «Si te olvidas de todo, tenombró jefe de operaciones del CESID».Tentadora propuesta que el capitán noaceptó.

Ante el cariz que estaba tomando elasunto dentro del servicio, y el temor deque pudiera estallar un gravísimoescándalo, el 31 de marzo de 1981 elcoronel Narciso Carreras, directorinterino, firmó un escrito bajo el sello de«secreto» dirigido al teniente coronel deArtillería Juan Jáudenes Jordana, jefe dela división de interior del CESID:«Sírvase realizar una información decarácter no judicial acerca de la posibleparticipación de miembros de la AOMEen los sucesos de los días 23 y 24 de

febrero pasado.» Pero todo sería unapamema. Convenientemente aleccionadopor la dirección del centro, Jáudenestomaría declaración a los ocho agentessobre quienes se dirimía el conflicto.Primero, a los que inculpaban: el capitánCamacho, el capitán Rafael Rubio y elsargento Juan Rando. Después, y a modode réplica, a los sospechosos. Cortinanegaría radicalmente todo, en un tonoirritado y prepotente; García Almenta eraun mar de disculpas ante hechoscoincidentes que eran fruto de lacasualidad; el sargento Sales y los cabosMonge y Moya, del SAM, negarían suparticipación en base a las coartadaspreacordadas y a Operaciones Mister

oportunamente desviadas de su escenario.E l Informe Jáudenes concluyó con

unos párrafos de exculpación. Y el asuntose daba por concluso y cerrado.Posteriormente no se abrió investigaciónalguna a la vista de los evidentes ypalpables elementos contradictorios quese mostraron. Simplemente, el informe nolos tenía en cuenta. Y fueron rechazados.Y los que se demostraron inculpatorios yconcordantes, no los tomaba enconsideración. La conclusión del InformeJáudenes resultó, pues, determinante: nohabía pruebas de que algún miembro delCESID hubiera participado en lospreparativos y desarrollo del golpe. Uncarpetazo que se sustentaba en una

calculada ambigüedad. Jáudenes hizo untrabajo burocrático, de oficinista, en elque se lavó las manos con una añagaza dedocumento. Pero era lo que sus jefes lehabían pedido para poner punto final a unasunto que se les estaba empezando aescapar de las manos. Cortina y Almentadejaron el CESID en mayo de 1981. Susfunciones en la AOME serían asumidaspor el comandante Juan Ortuño y elcapitán Juan Alberto Perote. Ortuño, unhombre de Calderón, recibiría la orden deéste de eliminar todo vestigio que pudieraaparecer sobre el 23-F en el seno delCESID. Lo que cumplió.

El rocambolesco 23-F concluiría con33 procesados en el banquillo, una

instrucción irregular a cargo del juezGarcía Escudero, la dimisión de un fiscaltogado y la «huida» del presidente deltribunal, general Luis Álvarez, quetambién lo era del Consejo Supremo deJusticia Militar. La razón fue que «a ti yono te podía condenar y me puse enfermo»,le reconocería años después a Armada.También en otro pasaje y en otro tiempo,ese personaje esotérico que fue CalvoSotelo, que durante años persiguió aArmada para que lo enchufara en unministerio, querría justificarse con un «a tite han condenado las instituciones».Alguna de ellas, como Zarzuela, porcierto, estuvieron recibiendo a diario unacopia del proceso en la fase de

instrucción y en la de la vista oral.La delicadeza del proceso obligó al

gobierno a estar algo más que atento a lafase de instrucción del sumario y a lassesiones de la vista oral. A iniciativasuya, se designó como juez instructor dela causa, con jurisdicción especial, aGarcía Escudero, general togado delEjército del Aire y letrado de las Cortes.Las defensas de aquellos a quienes se lesfue notificado el auto de procesamiento,recurrieron la designación del instructorpor ser un juez especial y no el ordinariopredeterminado por la ley. Y porqueGarcía Escudero se había pronunciadosobre el 23-F en diversos artículospublicados bajo el seudónimo de Nemo.

Los recursos fueron rechazados uno trasotro.

El problema principal era delimitar aquién procesar y su número. El gobierno yla clase política, así como los medios decomunicación en general, se movieroninicialmente con mesura y prudencia. Eraalgo que el rey había pedido a los líderespolíticos en la tarde del 24 de febrero, aldarles unos cuantos severos toques deatención: «Sería muy poco aconsejableuna abierta y dura reacción de las fuerzaspolíticas contra los que cometieron losactos de subversión, pero aún resultaríamás contraproducente extender dichareacción, con carácter de generalidad, alas fuerzas armadas y a las de seguridad.»

Por eso se dejaría al margen a los jefes ymandos de la III Región Militar, y sejuzgaría únicamente a su capitán general,Milans del Bosch, a uno de sus jefes deEstado Mayor, coronel Ibáñez Inglés, y auno de sus ayudantes, teniente coronelMas Oliver. Algo parecido ocurriría en laAcorazada al evitarse el procesamientodel jefe de la unidad, general Juste, y delresto de jefes y mandos de la división.Únicamente se sentarían en el banquillo sujefe de Estado Mayor, coronel SanMartín, al comandante Pardo Zancada y alos cuatro capitanes que lo acompañaronde madrugada al Congreso.

En apenas cinco meses, de finales defebrero a mediados de julio de 1981,

García Escudero concluyó la instrucciónsumarial. En la Causa 2/81, de más dequince mil folios, se recogieron lasdeclaraciones de los procesados, de lostestigos, los careos entre Armada yMilans, Ibáñez Inglés, Mas Oliver, PardoZancada y Tejero, así como el de Tejerocon José Luis Cortina. Además de lasdeclaraciones juradas de los testigos queno comparecieron en el acto del juicio,como la del secretario del rey SabinoFernández Campo. El escrito de acusacióndel fiscal togado José Manuel ClaverTorrente, del cuerpo jurídico de laArmada, solicitaba más de 316 años dereclusión para los encausados. Y elescrito de las defensas, la libre

absolución para sus patrocinados. Variosde ellos se acogerían a la figura delestado de necesidad y de obedienciadebida. Finalmente, García Escuderodecidió procesar a 32 militares; unteniente general, Milans del Bosch; dosgenerales de Brigada, Alfonso Armada yTorres Rojas; un capitán de navío, CamiloMenéndez, el exponente testimonial de laarmada, que fue a solidarizarse conTejero al Congreso; tres coroneles, JoséIgnacio San Martín, Diego Ibáñez yMiguel Manchado; dos tenientescoroneles, Antonio Tejero y Pedro MasOliver; dos comandantes, Pardo Zancaday José Luis Cortina; trece capitanes, cincodel Ejército, Juan Batista, Javier Dusmet,

Carlos Álvarez Arenas e Ignacio CidFortea, y ocho de la Guardia Civil,Francisco Acera, Juan Pérez de la Lastra,Carlos Lázaro Corthay, Enrique Bobis,José Luis Gutiérrez Abad, Jesús Muñecas,Vicente Gómez Iglesias y FranciscoIgnacio Román; ocho tenientes de laGuardia Civil, Pedro Izquierdo, CésarÁlvarez, José Núñez, Vicente Ramos,Jesús Alonso, Manuel Boza, SantiagoVecino y Vicente Carricondo. Y alpaisano Juan García Carrés, por sussoflamas telefónicas de aliento a Tejero latarde-noche del 23 de febrero.

Pero uno de los actos mássorprendentes de la fase de instruccióngiraría sobre el Informe Jáudenes y

pasaría prácticamente inadvertido. GarcíaEscudero lo solicitó al CESID a travésdel ministro de Defensa Alberto Oliart, ypese a ser una materia clasificada, se leentregó voluntariamente. El instructorllamó a declarar a varios agentes quefiguraban en el informe y cuyasdeclaraciones incorporó al sumario. Yluego, después de analizarlo y tomarnotas, lo devolvió al CESID, hurtándolo alas partes, a las defensas singularmente,deshaciéndose de un elemento de pruebaque hablaba sobre hechos que iban a serjuzgados, perjudicando gravemente a laspartes encausadas. En diferentes sesionesdel juicio se pudo comprobar un hecho tananómalo y jurídicamente irregular, como

que el fiscal citara en varias ocasiones lasdeclaraciones que habían prestadoalgunos agentes del CESID al instructor,especialmente la deposición de Cortina,sin que ninguno de ellos llegara atestificar. Salvo Cortina, claro está, queestaba siendo juzgado. Y de esa manera,el nombre del Informe Jaúdenes jamás sellegaría a pronunciar durante el juicio deCampamento.

De forma implícita, García Escuderoreconocería que nunca quiso penetrar enla trama obscura del CESID, y dejó sueltaesa línea de investigación. En su libro dememorias Mis siete vidas, revelaría queprocesó a Cortina, «un profesional delcamuflaje», y a Gómez Iglesias «a última

hora, como consecuencia de la segundadeclaración de Tejero». No hay dudaalguna de que los miembros del CESIDque se sentaron en el banquillo, lo hiceronexclusivamente porque habían tenidoalguna relación con Tejero y éste losimplicó en el golpe. Por nada ni nadiemás. Con razón, García Almenta sepermitiría comentar ufano en la AOMEque «no hay cojones para procesarme amí». No tuvo contacto alguno con Tejero.En su libro ya citado, García Escuderodejó escrito que con el protagonismo delCESID, la causa del 23-F entró en un marde sospechas. «Con ellos [se refiere aCortina y Gómez Iglesias] entró en lacausa una nebulosa de contornos y

contenidos inciertos, como era laparticipación de hombres del CESID en laoperación… En la hipótesis máshalagüeña para el CESID, la actuación deesta organización en la prevención del 23-F fue cualquier cosa menos brillante, perohabía motivos para sospechar que almenos algunos de sus hombres habíanhecho algo más grave que no enterarse.»Sorprendente reconocimiento delinstructor de la causa, al que quizá lesirviera como descargo de conciencia elplasmarlo en sus memorias,.

Las sesiones de la vista oral secelebraron en el acuartelamiento delServicio Geográfico del Ejército, en lazona de Campamento, un barrio de la

periferia madrileña en la autovía aExtremadura, donde había muchasinstalaciones militares ya cerradas. En eserecinto se construyó una sala dotada deestrictas medidas de seguridad. El juiciose celebró entre el 19 de febrero y el 24de mayo de 1982, en 48 sesiones demañana y tarde. El órgano juzgador fue elConsejo Supremo de Justicia Militar, elsuperior castrense competente al serjuzgados varios generales. El presidentedel tribunal fue Luis Álvarez, que estuvoasistido por varios consejeros,especialmente por el general De Diego,quien se convertiría en la sombra deltribunal.

A algunos de los encausados, además

de sus abogados defensores, les asistieroncodefensores militares, como losgenerales Cabeza Calahorra (Milans),Fernando de Santiago (Ibáñez Inglés) yCarlos Alvarado (Pardo Zancada). Desdeel inicio de la vista, los procesados sepolarizaron en dos gruposirreconciliables; de un lado, Armada y losmiembros del CESID Cortina y GómezIglesias, y, de otro, Milans del Bosch ytodos los demás. Los tres primeros lonegaron absolutamente todo, en tanto queMilans hablaría de sus conversacionescon Armada y las de éste con los reyes,invocando la necesidad de reconducircualquier amago golpista y de dar unasalida a la crisis política institucional con

la formación de un gobierno deconcentración nacional presidido porArmada. Figura que había sido bendecidapor todos los poderes, y gobierno quehabía sido consensuado por toda la clasepolítica.

Pero la estrella sin duda alguna fue elteniente coronel Tejero, quién además deser el SAM para asaltar el Congreso,sería quien en última instancia frustraríala operación al impedir a Armada queaccediera al hemiciclo para proponersecomo presidente, y «montar» sobre lamarcha su propio golpe a la carta. Aldeponer sobre sus conversaciones conCortina y Armada, pronunciaría aquellaenigmática frase de «espero que alguien

algún día me explique lo que fue el 23-F».Y estaba en lo cierto. Tejero, como tantosotros, jamás se enteró de lo que habíasido la operación especial 23-F.

En el juicio, la invocación al monarca—y su negación— fue siempre el hiloconductor. Y no tanto por una cuestión deestrategia de las defensas, sino porque lafigura del rey Juan Carlos seríaabsolutamente fundamental. Nadie de losprotagonistas del 23-F se movió sin creertener la seguridad y la certeza de que laoperación contaba con el conocimiento yel respaldo real. Vuelvo a insistir en quesin la figura del monarca no habría habido23-F, pues fue decisivo para quienespusieron en marcha el golpe, como

igualmente lo fue cuando se decidió acortar las alas a la operación, con laprimera llamada que de madrugada le hizoa Milans, ordenándole que retirara elbando e hiciera regresar las unidades alos cuarteles. Aquel instante justo quemarcó el momento decisivo del rey.

A lo largo de las sesiones, sesucedieron una serie de hechos, como elrechazo de casi el 90 por ciento de lostestigos propuestos por las defensas, oque se permitiera que muchos testigosdeclararan mediante certificación escrita;como la JUJEM, los capitanes generales yFernández Campo; o el plante de losprocesados al tribunal y su negativa aentrar en la sala del juicio en protesta por

la publicación de un artículo, o queArmada viera frustrada su defensa al nopoder hacer uso de la conversación quetuvo con el rey el 13 de febrero de 1981,según el mensaje verbal transmitido desdeZarzuela por el conde de Montefuerte.

Entre otros detalles para elanecdotario histórico, sería sonoro el«eres un hijo de puta» de Milans delBosch dirigido a Armada tras ladeclaración de éste último. Como broncafue la reacción de casi todos losprocesados a la deposición del generalSáenz de Santamaría, al compararlos conterroristas y secuestradores de avionesque hacían rehenes. Entonces, Milans seerigió en portavoz de todos los

procesados para dirigirse al tribunalafirmando que sentía «náuseas y asco»por tales declaraciones, abandonandoseguidamente la sala, seguido de casitodos los procesados. Y algo más quecapciosa fue la declaración delcomandante Cortina, escapista en sutestimonio ante el consejo. Sin embargo,poco tiempo después, Cortina llegaría areconocer a José Romero Alés, uno de susprofesores de la escuela de Estado Mayor—y que con el tiempo llegó a tener mandode capitán general en Canarias—, que«había en aquel momento varias hipótesisy elegimos la que resultaba menospeligrosa.» Como extraña y oportuna seríala enfermedad del presidente Luis Álvarez

para quitarse de en medio y ceder lapresidencia del tribunal al generalFederico Gómez de Salazar, porque «yono te podía condenar» como años despuésle reconocería a Armada.

En la sentencia del Consejo Supremo,hecha pública el 3 de junio de 1982,Milans y Tejero fueron condenados atreinta años de reclusión por un delitoprobado de rebelión militar, mientrasArmada lo era a seis años, al igual queTorres Rojas y Pardo Zancada. Sobre elresto de los procesados recayeroncondenas menores, siendo absueltoCortina, pero, curiosamente, no susubordinado Gómez Iglesias, que fuecondenado a tres años. Todos los

tenientes, así como el capitán Batista,fueron absueltos. Pero el gobierno, querecibió el fallo con sobresalto, dioinstrucciones para que se recurriera alTribunal Supremo. A Calvo Sotelo, lasentencia le había creado una «profundapreocupación», y a Suárez,«desasosiego». También el fiscal y unadecena de defensores presentaríanrecurso. Once días después de lasentencia fueron destruidas con bombaslas cuatro sedes operativas del CESID. Lomás probable es que fuera como protestamanifiesta por la absolución de Cortina.

El fallo del Supremo elevóconsiderablemente las penas para variosde los procesados. Armada fue condenado

a treinta años, lo mismo que Milans yTejero; Torres Rojas y Pardo, a doce; SanMartín e Ibáñez Inglés, a diez; Manchado,a ocho, y a seis Mas Oliver. El Supremoconfirmó la absolución de Cortina, perodobló la sentencia de Gómez Iglesias, quepasó de tres a seis años, condenando acinco años de reclusión a los capitanesMuñecas y Abad, y entre tres, dos y uno,al resto de capitanes y tenientes. ACamilo Menéndez y a García Carrés lesconfirmaron el fallo anterior, uno y dosaños respectivamente, siendo absueltoslos capitanes Batista e Ignacio Román.

Para quienes recibieron una sentenciasuperior a los tres años, ello supuso lapérdida de la carrera militar, y para

Milans, Armada y Tejero, la de grado.Ninguno de los condenados llegó acumplir íntegramente su pena. El gobiernosocialista de Felipe González concedió elprimer indulto al capitán Gómez Iglesiasel día de Nochebuena de 1984. Milans yArmada permanecieron en prisión siete ydiez años, respectivamente. Tejero, conquince años en prisión, fue quién máscondena penó.

Otros agentes del CESID queestuvieron vinculados en algún momentocon la Operación De Gaulle o que sevieron implicados en su ejecución en el23-F, pudieron seguir sus carrerasprofesionales sin problema alguno,alcanzando alguno de ellos grados

relevantes y mandos brillantes. Como porejemplo: José Faura, que llegó a generalde Ejército (JEME); Javier Calderón,teniente general; Juan Ortuño, tenientegeneral y jefe del Eurocuerpo, y que comotal fue el máximo responsable de la fuerzainternacional de la OTAN en Kosovo;Jesús María Peñaranda, general dedivisión; Francisco García Almenta,general de brigada; y Ramón Tostón,general de brigada.

Cortina pudo continuar su carreramilitar. Incluso pudo ascender a generalcuando su promoción de la academiageneral llegó a estar clasificada para elascenso a general. Por entonces, estaba alfrente del mando de personal del ejército

el teniente general Calderón, quien lepuso encabezando la lista. No ascenderíaporque el ministro Narcís Serra tachó sunombre de su propia mano. Luego, en1991, Cortina optó por pasar a la reservaante el escándalo que se desató al seracusado de haber filtrado diferentesinformaciones a medios de comunicación.Pero Cortina seguiría trabajando en elcampo de la inteligencia, especialmentedurante las dos legislaturas del presidenteAznar.

Precisamente tras ganar las eleccionesel Partido Popular en 1996, Aznar teníaprevisto que su ministro de Defensa fueraRafael Arias Salgado, pero a instanciasdel rey tuvo que quitarlo de la lista y

ofrecer la cartera a Eduardo Serra. Quizáfuera una consecuencia de los efectoscolaterales del 23-F, o másprobablemente un pacto consensuadoentre Felipe González y el monarca. Unagarantía de que el asunto del terrorismode estado de los GAL (GruposAntiterroristas de Liberación) no sedesvelaría. Pero, sin duda, el hecho mássorprendente sería el nombramiento delgeneral Javier Calderón como directorgeneral del servicio de inteligencia. Y deJosé Luis Cortina como asesor dePresidencia. Con Calderón retornaría alCESID el espectro del 23-F. El nuevogobierno volvía a poner la seguridadnacional en manos de quienes durante

1980 y 1981 planearon, coordinaron,activaron y ejecutaron la operaciónespecial 23-F.

De ahí que no resultaría muysorprendente que una de las primerasmedidas del nuevo director del serviciode inteligencia consistiera en hacer unajuste de cuentas. Calderón pudofinalmente llevar a cabo su venganza fríaen el tiempo, apartando del servicio a losagentes Diego Camacho y Juan RandoParra, junto a otros más, al considerarlos«no idóneos» para el servicio. Dichosagentes fueron quienes, en 1981, lejos deplegarse a la consigna del silencio, leexigieron a Calderón que se aclarara cuálhabía sido la participación en el golpe de

diversos agentes de la AOME, y delCESID como servicio de inteligencia.

JESUS PALACIOS, (San Lorenzo de ElEscorial, Madrid), es periodista y escritorespecializado en Historia Contemporánea.Desde hace más de cinco lustros ejerce elperiodismo, actividad que en ocasiones hainterrumpido para dedicarse a lacomunicación institucional, social y deempresa. Ha trabajado en diversosperiódicos, emisoras de radio y de

televisión.Entre otros libros, ha publicado con granéxito de ventas: Los papeles secretos deFranco (Temas de Hoy); La Españatotalitaria (Planeta); 23-F: El golpe delCesid (Planeta), Las cartas de Franco(La Esfera de los Libros); Franco y JuanCarlos. Del franquismo a la Monarquía(Flor del Viento). Con el historiadornorteamericano Stanley G. Payne,reconocido internacionalmente como unode los mejores hispanistas, ha escritoFranco, mi padres (La Esfera de losLibros).Para televisión ha producido y dirigidovarios documentales como ¿Por qué JuanCarlos? y Las claves del 23-F.

El general Sabino Fernández Campo, exjefe de la Casa de Su Majestad el Rey,afirmó que «a Jesús Palacios le deberá laHistoria de los últimos tiempos muchasaclaraciones que contribuirán a que en elfuturo se tenga un concepto más exacto,más neutral y más independiente de losucedido en momentos decisivos de lavida de nuestro país».

NOTAS

[1] El magro de la nota remitida por laantena del CESID valenciano y por elservicio de información de la GuardiaCivil de la zona decía así: «El pasadosábado, en visita girada a Valencia porIgnacio Gallego, del Comité Central delPCE, manifestó a nivel de militantes deCC.OO. que el Golpe de Estado eraposible actualmente y que caso deproducirse la reacción inmediata debíaser ocupar los cuarteles, haciendo alusióna que “como armas no nos faltan…”»En relación con las armas que dicendisponer, desde hace tiempo se vienedetectando que existe una forma de

aprovisionamiento de armas cortas através de las excursiones a Andorra queorganizan con regularidad lasasociaciones de barrios. Asimismo, elpuerto de Valencia constituye un focoimportante del tráfico ilegal de armas.»<<

[2] Manuel Cuenca Toribio,Conversaciones con Alfonso Armada. El23-F, pág. 209, Edit. Actas, Madrid 2001.La segunda conversación Milans-Armadatuvo lugar el domingo 22 de febrero a lastres de la tarde. A Milans lo acompañabanel coronel Ibáñez, el teniente coronelPedro Mas y el comandante PardoZancada. El capitán general tenía interésen que Pardo estuviera presente en laconversación. En su diálogo con Armada,Milans fue repitiendo en voz alta lasrespuestas de aquel.

—Sí, dime Alfonso, ¿qué paso ayer?—Esto se hace, Jaime.

—¿Qué se hace?—Sí, se hace, no se puede parar, nohe podido parar a Tejero.—Bueno, ¿y yo como actúo?—Yo en cuanto pase me iré a laZarzuela, pero tú no me llames allíhasta que yo te llame y te de unnúmero al que me puedas llamar.—Entonces, ¿no estarás en tudespacho?—Bueno, estaré o no estaré, no lo sé,posiblemente estará el general SáezLarumbe.—¿Has hablado con el número uno?—No, en las últimas horas no hepodido hablar. Oye, convendría avisara Luis.

—Luis ¿qué Luis? [Ibáñez le apuntaTorres Rojas]. Ah, sí, intentaremosllamarlo desde aquí, ¿pero no seríamás fácil que tú lo llamaras desdeahí?—Es que no sé si podré localizarlo.—Bien, lo intentaremos nosotros.¿Has hablado con Sáenz de Tejada?[jefe de Estado Mayor de la I RegiónMilitar]—No, pero mañana lo veré en laBrigada Paracaidista y hablaré con él.—Bueno Alfonso, pues suerte y unabrazo.—Otro muy fuerte para ti Jaime.

(Declaración de Milans del Bosch en lavista oral del juicio de Campamento el

lunes 8 de marzo de 1982, folio 0I4068222).<<

[3] Testimonio del general AlfonsoArmada al autor.<<

[4] Testimonio manuscrito del generalArmada al autor.<<

[5] Discurso del general Gabeiras en elCuartel General del Ejército con motivode la Pascua Militar el 5 de enero de1981.<<

[6] Testimonio manuscrito del generalArmada al autor.<<

[7] Testimonio manuscrito del generalArmada al autor.<<

[8] Stanley G. Payne, Los militares y lapolítica en la España contemporánea,Edit. Ruedo Ibérico, París, 1968, pp.13.<<

[9] Franco, mi padre. Testimonio deCarmen Franco, La esfera de los libros,Madrid, 2008.<<

[10] Charles Powell, «Estados Unidos yEspaña, de la dictadura a la democracia»,e n Del autoritarismo a la democracia,AAVV, p. 46, Editorial Sílex, Madrid,2007.<<

[11] Conversación con el autor ytestimonio manuscrito del generalArmada.<<

[12] Tiempo, 25 de diciembre de 1989.<<

[13] Testimonio manuscrito del generalAlfonso Armada.<<

[14] José Ignacio San Martín, Servicioespecial, Editorial Planeta, Barcelona,1983, pp. 225 y 226.<<

[15] Conversación con el autor.<<

[16] Lo del término «Palmar» se escogióoportunamente por la secta ultracatólicaque el autodenominado «papa» Clementehabía fundado en la localidad sevillana dePalmar de Troya, en la que aseguraba quese habían producido diversos milagros yapariciones marianas. Para el invidente«papa» Clemente, Juan Pablo II era unmasonazo muy peligroso.<<

[17] María Mérida, Mis conversacionescon los generales, Plaza &Janés,Barcelona, 1980, pp. 266.<<

[18] Los «úmedos» se vieron seducidospor la revolución de los clavelesportuguesa del 25 de abril de 1974, eintentaron articular una corriente internaen el ejército desde el verano de 1974.Preconizaban que si en España no eraposible un golpe similar al portugués, queal me-nos las fuerzas armadas sedemocratizasen —un imposible natural—para traer un régimen democrático. Secalificaban de demócratas de izquierda,socialistas y progresistas. Su matriznutriente fue Barcelona y Madrid. Tras sercondenados en consejo de guerra porrebelión militar, su núcleo duro fue

expulsado de las fuerzas armadas,perdiendo el empleo que tenían. Hubo unintento para que fueran incluidos en la Leyde Amnistía de octubre de 1977, por laque se les permitiría reintegrarse en losejércitos, conservando grado, antigüedady derechos. Pero el plante de la cúpulacastrense fue unánime ante el riesgo deintroducir un elemento de posible divisióny confrontación futura en las fuerzasarmadas. En esa ocasión el mismoGutiérrez Mellado se mostraría firme einflexible apoyando a sus colegas dearmas. Si la amnistía incluía a los«úmedos», aseguró el vicepresidente a losencargados de redactar la ley, él nopodría garantizar la disciplina en el

ejército y se vería obligado a dimitir.Finalmente, la Ley de Amnistía los dejabaen libertad pero fuera del Ejército.Algunos volverían a trabajar para laorganización clandestinamente hasta suautodisolución a finales de junio de 1977,después de las primeras eleccionesdemocráticas. Sería con Felipe Gonzálezde presidente cuando se aprobó sureingreso en el ejército, que fue mássimbólico que real. Al igual que el actode homenaje y concesión de medallas queel ministerio de Defensa les organizó en2010.<<

[19] Conversación del general FernándezCampo con el autor.<<

[20] Conversación y testimonio manuscritodel general Alfonso Armada.<<

[21] José Luis de Vilallonga, El Rey, Plaza& Janés, Barcelona, 1993, pp. 155 y156.<<

[22] Santiago Carrillo, Memorias,Editorial Planeta, Barcelona, 1993, pp.587 y 588.<<

[23] Charles Powell, «Estados Unidos yEspaña, de la dictadura a lademocracia», en Del autoritarismo a lademocracia, AAVV, Editorial Sílex,Madrid, 2007, pp. 67 y 68.<<

[24] José Luis de Vilallonga, op. cit. pp.124.<<

[25] Tom Burns Marañón, Conversacionessobre el rey , Plaza & Janés, Barcelona,1995, p. 332.<<

[26] Victoria Prego, Diccionario de latransición, Plaza & Janés, Barcelona,1999, pp. 405-407.<<

[27] María Mérida, Mis conversacionescon los generales, Plaza & Janés,Barcelona, 1980, pp. 266.<<

[28] El documento completo de la reuniónde la capitanía general de Madrid decíaasí:

1.º Estado de opiniónDentro del estado de opinión pulsado enlas Unidades de la Región, se haobservado:

Existe repulsa unánime por la legalizacióndel Partido Comunista aprobada por elGobierno, junto a una total indignación,ante la sensación de haber sidoengañados, lo que presenta una totaldesconfianza en la actuación delGobierno.

Junto a una total adhesión a sus mandos deUnidad, se observa un principio dedesconfianza hacia los altos Mandos alestimar [que] no han evitado conanterioridad que se llegue a los actualesextremos. Asimismo se observa unasensación de fraude por parte de los que,hasta ahora, han sido espejo de formaciónpor conseguir una «España no Comunista»siendo frecuentes las preguntas de:

«¿Qué hacen nuestros Ministros?»

«¿Qué hacen nuestros CapitanesGenerales?»

2.º Significado moralJunto a un aumento de la unión entre todos

los Cuadros de Mando se advierte:

Una desconfianza latente en los altosMandos, aumentada por algunas notasinformativas de carácter positivo queposteriormente fueron desmentidas por loshechos.

Una inseguridad de cuáles son los valoresactuales morales en el Ejército, con unasensación de negligencia en lo que esdefensa de la Patria contra sus enemigosinternos (los hasta ahora conocidos).

Temor a que la figura de S.M. el rey sevea involucrado en estos o futuros actosdel Gobierno en provecho de éste, condetrimento de su figura y carácterrepresentativo

3.º ConsecuenciasSe considera el hecho de que las FuerzasArmadas han sido reiteradamenteengañadas por el Presidente del Gobiernolo que hace que parezcan que están una yotra vez desvinculadas de la realidad.

RESUMEN

Hay un completo y unánime malestar antela legalización del Partido Comunista y surealización.

Tal legalización supone la de su doctrinaque atenta contra los tres principios antesexpuestos (Unidad de la Patria, Corona yFuerzas Armadas).

Se tiene la sensación en ocasiones deestar defraudando a la población civil queconfía y espera en el Ejército.

Es opinión general entre el personal delas Fuerzas Armadas, que el Presidentedel Gobierno ha engañado a los altosMandos del Ejército y que elconsentimiento de éstos, ha provocadouna grave desconfianza, aún paliada enparte, por la adhesión de los Man-dosinferiores a los de su Unidad.

La actuación de los Altos Mandos, haprovocado comentarios tales como: ¿quéha pasado de las convicciones por las quelucharon? Hasta el punto de ponerlas enduda en la actualidad.

Se ha catalogado al Gobierno, en el mejorde los casos de débil y precisamente enunos momentos donde tal debilidad nopuede caer, por las consecuencias quetraería consigo.

CONCLUSIONES

Para recuperar la confianza perdida, seconsidera necesario:

Publicar una declaración del Alto MandoMilitar, concreta y sin ambigüedades, enlos medios informativos, poniendo demanifiesto su postura ante la situaciónactual de la nación y en especial ante lalegalización del Partido Comunista y loque trae consigo.

Exigir una declaración pública delPartido Comunista sobre su doctrina y enespecial sobre los puntos fundamentalesde Unidad de la Patria, Corona y FuerzaArmadas. La no aceptación de que fuesenrespetados supondría, según lo dispuesto,colocarse al margen de la Ley.

Exigir responsabilidades a los mediosinformativos.

Ante la situación actual se consideranecesario la dimisión del Vicepresidentedel Gobierno para la Defensa, y de lostres Ministros militares, al verseimplicados por su aceptación oconsentimiento en la legalización delPartido Comunista.

Esta medida se complementaría con uncompromiso entre los TenientesGenerales de no aceptar ninguna carteraen el actual Gobierno, lo que restituiría laconfianza del Ejército en sus mediossuperiores y de la población civil en suFuerzas Armadas.<<

[29] Leopoldo Calvo Sotelo, Memoriaviva de la transición, Plaza & Janés,Barcelona, 1990, pp. 18 y 19.<<

[30] Leopoldo Calvo Sotelo, op. cit. , pág.21.<<

[31] Conversación con el autor ytestimonio manuscrito del generalArmada.<<

[32] Conversación del ex jefe de la Casadel Rey con el autor.<<

[33] Charles Powell, Estados Unidos yEspaña, de la dictadura a la democracia,pp. 49. Art. del libro Del autoritarismo ala democracia, VVAA, Edit. Sílex,Madrid 2007.<<

[34] Conversación con el autor ytestimonio manuscrito del generalArmada.<<

[35] Charles Powell, op. cit., pp. 65 y66.<<

[36] Manuel Azaña, Obras completas,tomo IV, Memorias políticas y de guerra,Oasis, México, 1968, p. 575.<<

[37] Pablo Castellano, Yo sí me acuerdo ,Editorial Temas de Hoy, Madrid, 1994,pp. 339.<<

[38] Testimonio del general Armada alautor.<<

[39] Artículo de Miguel Herrero de Miñóne n El País del 19 de septiembre de1980.<<

[40] Éste es uno de pocos puntos en el quecoinciden Armada y Tejero. Cuando elfiscal general togado, Claver Torrente, lepreguntó a Tejero en el juicio deCampamento si sabía algo del grupo decoroneles y de teniente coroneles, éste lecontestó que «yo no sé nada más queesto».<<

[41] Sin duda alguna, el general Armadahace referencia velada a los preparativosque desde hacía más de seis meses habíapuesto en marcha Tejero, cuyosmovimientos no habían dejado de estarcontrolados por el CESID ni un soloinstante, dejándole libertad demovimientos para que, en su momento, suacción de comando sobre el Congresofuese el factor desencadenante de granmagnitud que ofreciera la salida de ungobierno de amplia base presidido porAlfonso Armada.<<

[42] Testimonio manuscrito del generalArmada al autor.<<

[43] Josep Meliá, Así cayó Adolfo Suárez,págs. 63-67.<<

[44] Testimonio de Sabino FernándezCampo al autor.<<

[45] Testimonio de Sabino FernándezCampo al autor.<<

[46] Leopoldo Calvo Sotelo, Memoriaviva de la transición, págs. 25, 26 y 31.En el libro de Victoria Prego,Presidentes, Calvo Sotelo ya no calificael vacío de poder de supuesto, sino que loda por hecho con rotundidad: «Había enprimer lugar, quizá, una preocupación porprolongar el vacío de poder, que estabatodos los días en la prensa desde antes demi elección, desde la crisis de UCD ysobre todo desde la dimisión de Adolfo»,pág. 136.<<

[47] Victoria Prego, Presidentes, pág.123.<<

[48] Emilio Romero, ABC, 30 de enero de1981.<<

[49] José Luis de Vilallonga, El Rey, págs.165 y 166.<<

[50] Victoria Prego, Presidentes, págs. 106y 107.<<

[51] Juan Alberto Perote, Confesiones…,pág. 73.<<

[52] Testimonio del general Armada alautor.<<

[53] Díaz Herrera e Isabel Durán, Lossecretos del poder. Del legadofranquista al ocaso del felipismo, pág.169.<<

[54] Testimonio manuscrito del generalArmada al autor.<<

[55] Manuel Fraga Iribarne, En busca deltiempo servido, pág. 216.<<

[56] Pablo Castellano, Yo sí…, pág. 347.<<

[57] Conversación con el general CabezaCalahorra en Zaragoza el 10 de abril de1996.<<

[58] Testimonio del general CarlosAlvarado al autor.<<

[59] Juan de Arespacochaga, Carta a unoscapitanes, pág. 269.<<

[60] Entrevista a Arespacochaga en elboletín de la Fundación Francisco Franco,número 63, noviembre de 1994.<<

[61] Testimonio del general Armada alautor.<<

[62] Sabino Fernández Campo, Elrompecabezas del 23-F, suplementoextraordinario de ABC, noviembre de2000.<<

[63] Pablo Castellano, Yo sí me acuerdo ,págs. 346 y 347.<<

[64] Testimonio manuscrito del generalArmada al autor.<<

[65] Testimonio del general Armada alautor.<<

[66] José Manuel Cuenca Toribio,Conversaciones con Alfonso Armada. El23-F, Editorial Actas, Madrid, 2001, pág.166.<<

[67] Testimonio del general Armada alautor.<<