el cuaderno secreto.pdf

123
Pelusa79 1

Transcript of el cuaderno secreto.pdf

Pelusa79

1

Pelusa79

2

El cuaderno

Secreto

Hortensia Moreno

Pelusa79

3

¿No sería genial que los perros hablaran?

Dice mi mamá que los perros no pueden

hablar. Pero debe haber alguna manera de

entender lo que están pensando, ¿no os

parece? Yo me imagino algo así como un

aparato que se pueda conectar en el perro.

Mi mamá dice que no se puede saber lo que

un perro piensa porque, según ella, los

perros no piensan.

Yo siempre me he preguntado cómo es

posible que las mamás sepan tantas cosas

que los niños no sabemos. Debe ser porque

la gente mayor ya no va a la escuela y allí les

enseñaron todo lo que saben. O porque han

vivido muchísimos años y han ido

aprendiéndolo todo con el tiempo.

Pero luego me he dado cuenta de que los

mayores tampoco saben muchas cosas;

bueno, no conozco a nadie que lo sepa todo.

A veces se desesperan porque les hago

Pelusa79

4

demasiadas preguntas, o simplemente no

tienen la menor idea de lo que les estoy

preguntando. Entonces mi mamá me dice:

“¿Qué sé yo?” o “¿Cómo quieres que yo

sepa eso?”

Y mi papá me dice: “Pues eso, la verdad, no

lo sé”.

Además, no todos los mayores saben las

mismas cosas. Unos saben unas y otros

saben otras, o sea que hay que fijarse muy

bien a la hora de preguntarles, porque a los

mayores no les gusta nada, pero nada de

nada, que uno se dé cuenta de su ignorancia.

Por ejemplo, mi papá sabe muchísimas cosas

Pelusa79

5

sobre ordenadores, pero no le preguntéis

nunca jamás qué quiere decir adjetivo

determinativo singular. Mi tía Licha sabe

todo lo que se puede saber sobre la Nueva

España en el siglo XVI, pero nunca ha

sabido cómo se le pone gasolina al coche. Mi

tío Eduardo se sabe los nombres de todas las

calles de la ciudad, pero no sabe dónde

están los cubiertos. Y entre todos saben

muchas cosas que mi mamá no sabe; pero

hay otras cosas que solo ella sabe: por

ejemplo, a qué hora se deben ir a dormir los

niños, cuántas verduras se deben comer,

cuál es mi talla y cuál es mi número de

zapatos.

Los mayores saben mucho, pero de todos los

adultos de mi familia no conozco a nadie

que sepa de qué trata todo lo que me están

enseñando en la escuela. Cada vez que les

pregunto, me dicen. “Es que a mí no me lo

enseñaron igual” Eso no quiere decir que las

maestras y los maestros sí sepan todo. Por

Pelusa79

6

ejemplo, el de deportes no sabe cuál es la

diferencia que existe entre un rombo y un

romboide, y mi maestra Cecilia no entiende

cómo un gol puede ser fuera de juego.

Los mayores siempre están leyendo libros,

revistas y periódicos, y yo creo que de ahí

sacan muchas cosas. Pero todos, en algún

momento, me han contestado: “¡Pues quién

sabe!”. O sea, que todavía no conozco a

nadie que sepa todo, pero todo todo todo lo

que yo me pregunto.

La gente mayor a veces se impacienta

porque yo pregunto mucho. Pero decidme,

la verdad, si no pregunto, ¿cómo Voy a

llegar a saber todo lo que quiero saber?

Mi mamá dice que lo busque en la

enciclopedia y la deje en paz por favor,

aunque sea un minuto. Eso es porque viene

muy cansada de trabajar y a veces de mal

humor. Y también porque a veces le

pregunto cosas que ella no sabe.

Pelusa79

7

Mi papá me enseñó a buscar en una

enciclopedia. En mi casa tenemos varias y

hay otra en la casa de los abuelos. No sé si lo

sabéis, pero la mayoría de las enciclopedias

vienen en orden alfabético, o sea que si

alguien no entiende como se usa el orden

alfabético, mejor que no busque en la

enciclopedia. Yo tuve que aprenderme el

abecedario de memoria, porque si no, nunca

me habría acordado de si la “hache” va

antes de la “pe” o después, y ese es el

motivo de que tarde uno mucho en

encontrar lo que está buscando.

Yo he tratado de buscar respuesta a mis

dudas en la enciclopedia, y he encontrado

muchas palabras; por ejemplo, si buscáis

samurái, pronto encontraréis que es un

miembro de la antigua nobleza del Japón,

que formaba parte de la guardia imperial, y

luego se transformó en una casta

caracterizada por la práctica de las artes

Pelusa79

8

marciales y un rígido código del honor

guerrero.

Pero si no se trata de una palabra, sino de

una pregunta, encontrar la respuesta no es

nada fácil. Por ejemplo, si uno busca la

pregunta: “¿No sería genial que los perros

hablaran?”, se tropieza con varios

problemas. Se puede empezar buscando en

la “p” de perro. En algunas enciclopedias

viene un capítulo dedicado a los perros, y en

el diccionario enciclopédico dice que un

perro es un mamífero carnívoro de la familia

de los cánidos cuya dentadura está formada

por 42-44 piezas y varias cosas más.

También dice que así se le llama

Pelusa79

9

Pelusa79

10

a una persona cuando es ruin o indigna.

Pero no dice nada sobre el idioma de los

perros o dónde aprenderlo.

Y luego se puede buscar “hablar”o “idioma”

Pero en ninguno de esos dos lugares vais a

encontrar algo que pueda responder a mi

pregunta. Y así es más o menos con todo. Tal

vez no he buscado bien o no he buscado

donde hay que buscar. A lo mejor es cosa de

tener paciencia y poco a poco uno va

aprendiendo todo sobre los pérridos y lo

demás.

De todas formas, me encantaría poder

hablar con los perros. Mi mamá dice que los

perros solo hablan en la televisión, también

dice que yo veo demasiada televisión. Está

preocupada, cree que me puedo confundir y

no ver la diferencia entre un perro de

dibujos animados y un perro de carne y

hueso. Yo le digo: “Mamá, soy pequeño,

pero no soy tonto”

Pelusa79

11

¿Y para qué quiero hablar con los perros?

¡Ah, esa es una buena pregunta! Mi mamá

me dice: “A ver, ¿qué cosas puede saber un

perro como para que sea tan interesante

hablar con él?”. Yo estoy casi

completamente seguro de que los perros

saben muchas cosas. Mi tío Eduardo dice

que todos los perros descienden de los

lobos, entonces todos los perros deben saber

algo acerca de la vida salvaje. Por eso son

tan buenos cazadores. Y no necesitan ir a la

escuela para saber hacer muchas cosas,

como seguir un rastro o cobrar una presa.

También saben cuidar su territorio, proteger

a su amo y atacar al enemigo. Yo creo que ya

con eso sería suficiente para hablar con ellos.

Un día leí un cuento que trataba de un

hombre que entendía el idioma de los

pájaros. Un cuento de esos en los que

ocurren muchas cosas de las que no pueden

pasar en la vida real. (A mi mamá le gusta

que yo lea cuentos de hadas, pero no le

Pelusa79

12

gusta que vea tanta televisión. ¿Me podéis

explicar por qué?)

Ya sé que en los cuentos ocurren cosas que

son imposibles en la vida real, o sea, cosas

imaginarias. Pero ¿no sería genial entender

lo que dicen todos los animales?

No nada más los perros o los pájaros. Para el

hombre del cuento, entender el idioma de

los pájaros resultó de lo más ventajoso,

porque así se enteró de cosas que todos los

demás personajes no sabían y pudo

encontrar el tesoro y adivinar todos los

enigmas, y al final se casó con la princesa.

Si yo pudiera entender el idioma de los

Pelusa79

13

animales, me haría rico. Mi tía Licha dice

que a lo mejor cada animal habla un idioma

diferente: los perros hablan perrés, los gatos

hablan gatés, las gallinas hablan gallinés, los

elefantes hablan elefantés. En-tonces habría

que aprender muchos idiomas distintos para

entenderlos a todos. Eso no me desanimaría.

Pero yo me imagino algo diferente.

Yo me imagino un aparato que se conecte o

en el perro o en la persona (todavía no estoy

seguro) y que permita entender lo que el

perro está diciendo, sin necesidad de

aprender otro idioma.

Entonces, cuando me preguntan qué voy a

ser de mayor, contesto que voy a inventar

Pelusa79

14

ese aparato traductor.

Yo tenía un perro. Se llamaba Chispa.

Vivíamos en una casa con jardín y todo.

Pero ahora vivimos en un apartamento que

es muy pequeño y ya no podemos tener

perro.

A Chispa me lo regaló mi mamá cuando era

chiquitito. Él era chiquitito y yo también. Él

era más pequeño que yo: podía llevarlo en

brazos porque era como una bolita de pelos

y no pesaba casi nada. Cuando lo abrazaba,

me lamía la cara y su lengua me hacía

cosquillas. Era un perro muy divertido.

Chispa creció más rápido que yo y a los seis

meses ya no lo podía levantar, pero me

seguía lamiendo la cara cada vez que

llegábamos a casa, porque mi mamá y yo

nos íbamos muy temprano -ella a trabajar,

yo a la escuela- y no regresábamos hasta la

tarde.

Pelusa79

15

Al perro le daba mucho gusto vernos llegar

y corría de un lado a otro del jardín y

meneaba la cola como un loco. El perro

creció y creció. Cuando cumplió un año ya

era más grande que yo. Si se levantaba sobre

dos patas, me pasaba. Entonces ponía sus

patas delanteras en mis hombros y me lamía

la cara. Si me pillaba descuidado, me podía

tumbar.

A veces, por la tarde, veníamos cargados

con las bolsas del súper, la mochila y un

montón de cosas que traíamos mi mamá y

yo cuando regresábamos a casa.

Y mi mamá se desesperaba porque Chispa

no la dejaba pasar.

Le decía: “¡Quítate, perro, de mi camino!”,

pero el perro no hacía caso porque estaba

muy contento de vernos y yo creo que por

esa actitud tan negativa de Chispa, mi

mamá tuvo desde entonces la opinión de

que los perros no pueden pensar.

Pelusa79

16

En realidad, a mi mamá nunca le han

gustado mucho los animales de ningún tipo;

es decir, no le gustan los perros, pero

tampoco le gustan los gatos; los ratones no

solo no le gustan, sino que los odia con odio

mortal, igual que odia a las cucarachas, las

moscas y los mosquitos; tampoco le gustan

las tortugas ni las lagartijas.

Las arañas y las tarántulas, además de no

gustarle, le dan miedo, igual que las víboras

y las serpientes. Las lombrices y las

cochinillas le dan asco. Los peces le dan

repelús. Creo que solo le gustan los pajaritos

que trinan en los árboles, porque no tiene

que tratar con ellos.

A Chispa me lo regaló porque yo me moría

de ganas de tener un perro. Y es que a mí sí

me gustan los animales. Me encantan. Yo

podría vivir en un zoológico. Me gustan

hasta los alacranes. Bueno, me dan un poco

de miedo, pero ¿habéis mirado con cuidado

un alacrán? ¡Son geniales!

Pelusa79

17

Un día vi un documental donde los

retrataban de muy cerquita. Si me dijeran

que un alacrán no me iba a picar, yo tendría

uno en mi cuarto y le daría de comer y todo.

Me gustaría tenerlo en una caja de cristal,

con rocas de colores y un charquito para que

tome agua.

Desde luego, mi mamá dice que cómo se me

ocurre eso de tener un alacrán, si son tan

peligrosos. Pero yo sé, porque lo vi en un

programa de televisión, que hay unos

laboratorios donde tienen animales

venenosos y les quitan el veneno. Entonces

yo pensé: “Si le quitan el veneno a una

víbora, ¿por qué no habrían de quitárselo a

un alacrán?”. Se volvería un animal muy

manso y amigable.

También me hubiera gustado tener una

musaraña. Las musarañas son los mamíferos

más chiquititos de todos. Mi tío Eduardo

dice que son tan pequeños que caben en una

cuchara. Pero no se os ocurra decirle a mi

Pelusa79

18

mamá que me consiga una musaraña; lo

bueno es que existen los perros.

Mi mamá me regaló a Chispa cuando yo

tenía cinco años. Todavía no había

empezado la primaria. Y como yo, poco a

poco, ella también se fue encariñando con él.

Pero el perro fue la causa de muchos

problemas, porque era muy inquieto, hacía

muchas travesuras, nos babeaba de tanto

cariño, soltaba mucho pelo, aullaba de

noche, les ladraba a los vecinos, destrozaba

las cosas y una vez tiró el tendedero con la

ropa recién lavada y la revolcó por todo el

jardín.

En otra ocasión, cuando todavía era un

cachorro (aunque ya estaba bien grandote)

destrozó unas botas de mi mamá, las hizo

cachitos; nada más encontramos enteros los

tacones. Unas botas carísimas que a mi

mamá le encantaban, aunque nunca se las

ponía; las tenía guardadas en el armario.

Todo sucedió un día por la mañana, es-taba

Pelusa79

19

lloviendo y a mí me dio mucha lástima que

el perro se quedara fuera. Le rogué tanto a

mi mamá que me dio permiso para que lo

dejara esperarnos dentro de la casa.

Los perros no entienden cuando unas botas

son carísimas, porque lo mismo hubiera

podido destrozar unos zapatos más baratos

o que estuvieran más gastados o que no le

gustaran tanto a mi mamá, pero no, fueron

aquellas botas.

Bueno, hay unos perros que sí entienden a la

primera. Por ejemplo, en el circo he visto

unos perros que se comportan de una

manera increíble. Pero Chispa no era un

perro de circo, sino un perro totalmente

desbocado.

Pelusa79

20

Pelusa79

21

Eso decía mi mamá cuando llegábamos a

casa porque, en cuanto abríamos la puerta,

Chispa se metía en la sala a toda velocidad.

Durante el día, lo dejábamos en el jardín.

Ahí tenía su casita, pero nunca le gustó. Yo

nunca lo vi meterse en su cuchitril. Era una

casita con su techo a dos aguas donde yo

cabía perfectamente bien cuando tenía cinco

años.

Mi mamá se la compró para que no se

mojara con la lluvia ni pasara frío en

invierno y, cuando aprendí a escribir, le

pinté su nombre delante con letras rojas,

algo feas, pero se entendían. Aunque a

Chispa le gustaba más meterse debajo del

lavadero.

Bueno, en realidad, lo que más le gustaba a

Chispa era correr todo el día por el jardín,

no importaba si hacía frío o calor o si estaba

lloviendo a mares. Yo creo que era un perro

medio salvaje (un día leí que muchos

Pelusa79

22

animales son mitad salvajes y mitad

domésticos).

Chispa creía que el jardín era la selva y

nuestra casa era su cueva. Durante el día, se

quedaba solo y podía brincar, correr y ladrar

sin que nadie le dijera nada.

Al atardecer, regresaba a su madriguera, o

sea a nuestra casa, y se reunía con nosotros,

que éramos los miembros de su jauría.

Ya os podréis imaginar que no era un perro

muy limpio que digamos: siempre estaba

lleno de hierbas, de hojas, de barro, de todo

lo que había en el jardín. Con todo eso

pegado en el pelo y con las patas

embarradas, entraba en la casa y dejaba

siempre la alfombra llena de huellas, sobre

todo en temporada de lluvias.

También le gustaba husmear por todos

lados y sacar lo que se encontraba y

arrastrarlo con el hocico. Por ejemplo,

volcaba el cubo de la basura y se ponía a

Pelusa79

23

jugar con las cochinadas y cuando

regresábamos el jardín estaba hecho un asco

y mi mamá siempre se quejaba de que ese

perro era un desastre y tenía la casa hecha

una porquería.

Mi mamá se enfadaba, sobre todo, porque

cuando yo le pedí que me regalara un perro,

ella me hizo prometer que me iba a ocupar

de él. Y, bueno, si queréis que os diga la

verdad, no siempre lo hacía.

Nada más tenía que hacer cuatro cosas: una,

ver que siempre tuviera agua limpia en su

cubeta (una cubeta amarilla que era nada

más para él); dos, darle de comer por la

mañana, antes de irnos, y por la tarde, en

cuanto regresábamos; tres, recoger todos los

días su caca, para que no estuviera sucio el

jardín, y cuatro, bañarlo por lo menos una

vez al mes, o más seguido si era necesario.

Pero había veces en que yo, en lugar de

ocuparme de mi perro, me ponía a ver la

Pelusa79

24

televisión y entonces mi mamá se enfadaba

mucho y me regañaba porque había pisado

caca en el jardín o porque la cubeta estaba

vacía o por cualquier otra cosa.

Pelusa79

25

Pelusa79

26

Yo sé que los perros necesitan algunos

cuidados y que le había prometido a mi

mamá que me ocuparía siempre de mis

deberes, pero no creáis que es tan fácil,

muchas veces me olvidé y de pronto oía que

ella me decía: “¡Cuánto quieres a tu perro!

Un día se va a morir de sed y tú ni cuenta te

vas a dar”.

Creo que mi mamá llegó a encariñarse

mucho con mi perro, porque ella sí estaba

siempre pendiente de él y lo cuidaba más

que yo. O a lo mejor fue porque las mamás

son más responsables. Me acuerdo de que

ella también se divertía mucho cuando lo

bañábamos con la manguera en el jardín y

había que perseguirlo y sujetarlo, porque él

creía que estábamos jugando, y eso nos

provocaba mucha risa.

Primero lo sujetábamos y luego lo

mojábamos. A Chispa no le gustaba mucho

el agua fría, solo cuando hacía mucho calor.

Se sacudía de la cabeza a la punta del rabo y

Pelusa79

27

nos salpicaba y acabábamos los tres

empapados.

Cuando ya estaba mojado, mi mamá lo

enjabonaba con uno de esos jabones

especiales que sirven para que los perros no

tengan pulgas (mi mamá odia las pulgas) y

entre los dos lo frotábamos hasta que estaba

todo cubierto de espuma. Luego lo

enjuagábamos y se volvía a sacudir.

Después, yo iba por una sábana vieja para

secarlo; esa era la toalla del perro. Luego lo

soltábamos, él corría, se restregaba por la

hierba y nosotros nos reíamos y yo creo que

él también se reía porque todo era muy

gracioso.

Solo lo bañábamos los domingos. Ese día no

había prisa y mi mamá siempre estaba

contenta. Se nos olvidaban todos nuestros

problemas. Comprábamos un pollo asado y

nos lo comíamos con las manos. A Chispa le

dejábamos los huesos y le encantaba comer

con nosotros después de bañarse.

Pelusa79

28

Los días normales, le dábamos de comer

alimento para perros, que comprábamos en

el súper en unas bolsas enormes, y

“huacales” de pollo hervidos. Además,

cuando se podía, mi mamá le compraba

carne fresca, que le encantaba. Se la tragaba

en un dos por tres, sin masticarla siquiera. Y

en las temporadas del año en que soltaba

mucho pelo, mi mamá me decía. “Vamos a

cepillarlo”, y eso lo volvía loco de felicidad.

En la noche se dormía en una alfombrilla

junto a mi cama. Bueno, en realidad, cuando

mi mamá ya no nos estaba viendo, Chispa se

subía a mi cama y se dormía a mis pies. Pero

yo creo que dormía con un ojo abierto y otro

cerrado, porque cada vez que oía un ruido,

se levantaba e iba a ver qué estaba pasando.

Era un buen guardián y mi mamá se sentía

muy segura con él en casa. Aunque a veces

se enojaba porque los domingos el perro

empezaba a ladrar desde muy temprano y

ya no nos dejaba dormir.

Pelusa79

29

Me acuerdo muy bien de esas mañanas,

sobre todo en temporada de lluvias, porque

Chispa se levantaba muy temprano y se

salía al jardín a perseguir pájaros. Luego

regresaba todo mojado y me despertaba. Me

lamía la cara, subía sus patazas a la cama y

dejaba sus huellas en mis sábanas blancas.

No vayáis a pensar que por eso Chispa ya

no pudo vivir con nosotros. Siempre que

hacía una de las suyas, mi mamá se enojaba

y pegaba un par de gritos, pero luego se

contentaba y varias veces la oí conversar con

él. Bueno, ella hablaba pero él no le

contestaba.

Por las tardes, después de todo el trajín de la

merienda, mi mamá se acomodaba en su

sillón, se quitaba los zapatos, se aflojaba la

ropa y se tomaba su chocolate con galletas.

Entonces, el perro le ponía la cabeza sobre

una rodilla y ella lo acariciaba con la punta

de los dedos.

Pelusa79

30

Un día nos tuvimos que cambiar de casa.

Los motivos de ese cambio fueron muchos y

muy complicados. Yo los entendí poco a

poco. El día que mi mamá me dijo que nos

teníamos que ir, yo pensé que era por culpa

de Chispa.

Entonces le prometí que el perro se iba a

portar bien en adelante, que yo me ocuparía

de él y ya nunca más le íbamos a dar guerra.

Mi mamá trató de explicarme, pero yo no la

quería oír y nada más lloraba y lloraba

porque no me quería separar de Chispa. Mi

mamá me llevó con mi papá para que

hablara conmigo y él me explicó lo que era

más conveniente. También tuve que hablar

con los abuelos y con mi tía Licha y todos

me dijeron lo mismo: que nos teníamos que

cambiar a un apartamento y allí no iba a

caber Chispa.

No hubo más remedio, porque el

apartamento donde vivimos ahora está más

cerca de mi escuela, del trabajo de mi mamá

Pelusa79

31

y de la casa de los abuelos. Antes vivíamos

muy lejos y teníamos que levantarnos muy

temprano, mi mamá tenía que conducir

durante muchas horas y todo era muy

complicado.

Yo le pregunté a mi tía Licha que por qué no

nos podíamos cambiar a una casa grande y

con jardín para que se pudiera venir a vivir

con nosotros el perro y ella me dijo que no

nos alcanzaba el dinero. Entonces le dije que

un día yo iba a ser

Pelusa79

32

Pelusa79

33

muy rico para tener una casa muy grande

donde cupieran todos los perros y gatos que

yo quisiera.

Yo le dije que tenía un secreto, que se lo iba

a decir si prometía no revelárselo a nadie. Y

entonces le conté mi idea de inventar un

aparato para entender el idioma de los

perros.

Pelusa79

34

EL día que cumplí ocho años, mi tía Licha

me regaló un cuaderno al que yo llamé

“cuaderno secreto”. Ahora vais a saber por

qué. Me lo dio cuando nadie nos estaba

viendo. Me dijo que era para que yo

escribiera todo lo que se me fuera

ocurriendo.

Yo le pregunté si podía escribir

absolutamente todo lo que yo quisiera y me

dijo que sí. Le pregunté si no me iban a

regañar por eso.

—No -me dijo-, porque nadie va a leer lo

que tú escribas, a menos que tú quieras que

alguien lo lea.

—¿Y puedo escribir palabrotas?

—Sí, si eso es lo que quieres.

—¿Y puedo escribir mentiras?

—Sí.

—¿Y puedo escribir tonterías?

—Sí.

Pelusa79

35

—¿Y puedo escribir con faltas de ortografía?

—Sí.

Siempre se necesita preguntar estas cosas,

sobre todo si uno tiene una familia como la

mía. Porque en mi familia siempre me están

regañando.

No sé cómo les irá a otros niños en otras

familias, pero en la mía, aunque parezca

difícil de creer, siempre hay alguien que te

corrige y te dice que no subas los pies en los

muebles, que no pongas los codos en la

mesa, que te pongas derecho, que te acabes

la comida, que esa palabra no se dice así,

que hagas la tarea, que te calles, que hables,

que te levantes, que te acuestes, que te

bañes, que te laves las orejas, que recojas tus

cosas, que no hagas ruido, que apagues la

televisión, que te duermas y así todo el día.

Os voy a contar cómo es mi familia, para

que os hagáis una idea.

Pelusa79

36

Por un lado está mi papá, que vive solo en

un apartamento. El tiene dos hermanas y un

hermano, o sea mis tíos, y su mamá que es

mi abuelita Cuca.

Por el otro lado estamos mi mamá y yo, que

vivimos juntos en otro apartamento. Ella

tiene un hermano y una hermana, y un papá

y una mamá que son mis abuelos, y todas

las semanas los vamos a ver.

Entre todos mis tíos y tías tienen varios hijos

que son mis primos, pero mi mamá y mi

papá son los más jóvenes de sus respectivas

familias; además, tardaron mucho tiempo en

casarse y, según cuenta la leyenda, luego

tardaron mucho tiempo para que yo naciera.

Entonces, yo soy el más pequeño de todos

los sobrinos y de todos los nietos, y todos,

pero absolutamente todos los miembros de

mi familia, se han dedicado, desde el día en

que nací, a educarme. Y a todos les preocupa

que yo esté muy bien educado.

Pelusa79

37

Esto se debe, sobre todo, a que mi mamá

tiene que trabajar muchísimo y desde que yo

era muy pequeño siempre me ha tenido que

dejar al cuidado de alguien.

A veces me toca quedarme con la abuelita

Cuca, a veces con mi tía Licha, otras en casa

de los abuelos, y a veces con mi prima Julia;

en fin, mi vida es un ir y venir.

Por eso me costó trabajo creer a mi tía Licha

cuando me regaló el cuaderno.

—¿Nadie, pero nadie nadie, me lo juras,

nadie va a abrir mi cuaderno para ver lo que

yo haya escrito?

—No, nadie.

—¿Y nadie me va a querer corregir?

—Nadie.

—¿Y nadie va a decirme que eso no se

escribe así y que cómo se me ocurren esas

bobadas y que no sea idiota?

—Nadie -me dijo.

Pelusa79

38

—¿Y, de veras, nadie me va a regañar si

escribo cosas?

—Nadie.

No me lo podía creer. Pero ella me dijo que

debía ser un cuaderno supersecreto (por eso

lo llamé así), que lo podía guardar en un

lugar que no supiera nadie y que, para eso,

lo mejor era que no le contara a nadie que lo

tenía.

Y me prometió que ella no iba a decírselo a

nadie.

—¿Ni siquiera a mi papá y a mi mamá?

—No, a nadie, este es un secreto entre tú y

yo.

Entonces le pregunté:

—¿Y tú no vas a querer leer todo lo que yo

escriba?

—Solamente si tú me lo pides.

Pelusa79

39

—¿No me vas a preguntar todos los días si

ya he escrito algo?

—No.

—¿Y si nunca escribo nada?

—No importa.

Ese día hubo bronca (ya os lo contaré más

tarde): mi mamá estaba muy enojada

conmigo porque tuve un problemilla en la

escuela, pero como era mi cumpleaños todos

la convencieron de que me perdonara y me

dieran mis regalos antes de irnos.

Yo me traje el cuaderno a mi casa (aunque

ya no vivimos en una casa, sino en un

apartamento, pero le seguimos llamando

“casa”), junto con todos los demás regalos, a

pesar de que tenía absolutamente prohibido

jugar con ellos.

Pelusa79

40

Metí el cuaderno debajo de mi colchón.

Esperé a que mi mamá me mandara a la

cama y entonces lo abrí. Tenía las hojas muy

blancas y las rayas muy azules. Pensé en

todo lo que me había dicho mi tía y lo

primerito que se me ocurrió escribir fue:

“caca” No pasó nada. Nadie me estaba

mirando. Era verdad. Nadie podría saber lo

que yo estaba escribiendo, a menos que yo

se lo

enseñara. Entonces escribí: “mierda” Y

tampoco pasó nada. Me di cuenta de que

podía escribir exactamente lo que me diera

la gana sin que nadie me regañara, y eso me

Pelusa79

41

dio mucho gusto. Entonces escribí, “culo,

pito” ¡Y no pasó nada!

Tras escribir todas esas cosas, de pronto ya

no se me ocurrió nada. Pensé que era muy

fácil escribir cualquier cosa y me di cuenta

de cuántas ganas había tenido de escribir

esas palabras, pero ahora que las había

escrito se habían vuelto un poco aburridas.

Era como cuando buscaba una de esas

palabras en el diccionario y encontraba un

significado totalmente diferente del que yo

me había imaginado, porque en el

diccionario a las palabrotas no las tratan

como palabrotas, sino que las tratan como si

fueran palabras normales y entonces ya no

tienen tanta gracia.

Como cuando mi prima Julia me dijo que si

repetía muchas veces una palabra, por

ejemplo cu-lo, cu-lo, culo, culo, culo culo

culo culo culoculoculoculoculoculo, llegaba

un momento en que ese sonido ya no

significaba nada.

Pelusa79

42

Pensé: “¿Qué ocurrirá si escribo otra cosa?”;

por ejemplo, puse: “En mi escuela hay una

piscina de olas”, lo cual no es cierto. Estuve

pensando otro rato y se me ocurrió: “Rulo es

un criminal buscado por la justicia”, lo cual

tampoco es cierto. Me estaba empezando a

aburrir cuando puse: “Mi maestra Cecilia

tiene pelos de bruja”. Luego escribí: “A mi

mamá se le ha aflojado un tornillo”. Lo leí

varias veces y sentí una cosa muy rara en la

tripa, como cuando tienes miedo, porque

estás en la montaña rusa y te gusta, pero

tienes que respirar tan fuerte que casi te

mareas.

Luego puse: “Soy el rey de las zanahorias,

pimrimplín, parramplamplán” Enseguida

escribí: “Zurfafedro, cachampu-rrumpu,

rascuarán, chuchupu, pachafleto, cucho,

clingurio, crastumpatempicuntro”, y me dio

un ataque de risa tan fuerte que mi mamá se

acercó a mi puerta a preguntar qué me

estaba pasando. “¿Qué ocurre aquí?”, dijo.

Pelusa79

43

“Nada”, contesté yo, y metí rápidamente el

cuaderno bajo la almohada para que mi

mamá no lo viera.

Cada vez que volvía a leer lo que había

escrito, me volvía a dar un ataque de risa. Y

luego, nada más de imaginármelo, me daba

más y más risa, una risa insoportable, de

esas que te dan cuando todo el mundo está

de lo más serio y tú eres el único de toda la

clase que no puede dejar de reír como un

loco.

Pelusa79

44

Por supuesto, mi mamá se asomó a mi

cuarto y me encontró doblado de la risa

debajo del edredón. “Pero, ¿qué te pasa?”,

me dijo. “¡Nada, nada!”, le respondí yo sin

dejar de reír.

Y cuanto más trataba de calmarme, más risa

me daba. Hasta que ella se fue, porque ya

me conoce, y solo entonces pude calmarme

y volver a mi estado normal más o menos

serio.

Entonces arranqué esa hoja donde había

escrito todas esas palabras, hice con ella una

bolita, la eché a la basura y dije: “Quiero

empezar de otra manera este cuaderno” Así

que escribí una lista con todos los regalos

que me habían regalado por mi cumpleaños:

mi tía Licha, un cuaderno mi mamá,

unas deportivas nuevas, mi abuelo,

“El libro de la selva” de Rudyard

Kipling, mi abuela, un avioncito al

que se le mueven las hélices. Julia,

unos soldaditos en miniatura y mi tío

Pelusa79

45

Eduardo me dijo que me regalaría un

gatito dentro de unas pocas semanas,

cuando ya pueda comer solo.

No me podría acordar de todo esto si no lo

hubiera escrito en mi cuaderno secreto.

Las deportivas están muy viejas; el avioncito

se rompió; los soldaditos quién sabe dónde

andan. El libro tardé un tiempo en

terminarlo de leer, pero me gustó mucho.

El gatito estaba recién nacido. Era hijo de

una gata que tenía mi abuela y que acababa

de tener cuatro gatitos. Ya había abierto los

ojos, pero todavía debía quedarse con su

mamá. Ahora es grande. Al gatito me lo

dieron después de mucho esperar y me ha

traído muchísimos problemas.

Luego pensé que quería escribir un cuento.

Aquí está mi primera historia, espero que

comprendáis que yo era demasiado joven

todavía y no os riáis mucho de mí.

Pelusa79

46

El niño fuera de órbita

Había una vez un niño tan tonto que un día que

estaba en la luna se quedó atrapado y no pudo

regresar, pero le gustó tanto que decidió que se

iba a quedar allí para siempre.

Luego estuve acordándome de las cosas que

me ponen triste, por ejemplo: “Yo tenía un

perro. Se llamaba Chispa.”

Después, pensé que mi cuaderno secreto me

podía servir para escribir mis ideas y cómo

voy a lograrlas. Entonces puse: “Inventar un

aparato para poder hablar con los perros”

Después de escribir eso, lo cerré y me puse a

pensar en dónde iba a esconderlo para que

nadie lo encontrara. Si lo dejaba debajo del

colchón, mi mamá se iba a dar cuenta

cuando cambiara las sábanas. Si lo metía en

un cajón de mi armario, un día mi mamá lo

iba a encontrar cuando estuviera guardando

mi ropa. Si lo ponía debajo de una maceta,

Pelusa79

47

Pelusa79

48

se iba a mojar Si lo escondía detrás del

mueble del salón, se me iba a estropear.

Después de mucho pensar y pensar,

encontré el lugar perfecto para guardarlo,

pero no se lo voy a decir a nadie porque es

un secreto.

Y así fue como empecé a escribir en mi

cuaderno. No escribo todos los días ni

pongo siempre las mismas cosas. A veces se

me olvida durante varias semanas, siempre

que me acuerdo lo vuelvo a sacar y desde

entonces decidí que también iba a servirme

para escribir las preguntas que los mayores

no me pueden contestar Y mis problemas.

Porque, aunque sea difícil de creer, tengo

muchísimos problemas.

Pelusa79

49

CUANDO OS dije que tuve un problemilla

el día de mi cumpleaños fue porque me

expulsaron tres días de la escuela a causa de

una travesura que no cometí. Ese día,

después de que mi mamá fue por mí a la

escuela, fuimos a comer a casa de los

abuelos. Ellos habían comprado un pastel

para celebrarlo y me dieron los regalos que

ya os comenté.

Pero mi mamá estaba un poco furiosa,

aunque le expliqué más de cien veces que yo

no había tenido la culpa. Como no es la

primera vez que tengo problemas en la

escuela, ella cree que soy un niño demasiado

inquieto. Dice que ya está harta de mí.

Traté de explicarle, pero no me hizo caso; así

que, en cuanto regresamos a casa, me fui

castigado a mi cuarto y estuve tres días

completitos sin ver televisión.

Dejadme que os cuente mi versión de los

hechos.

Pelusa79

50

Por si alguno de vosotros no lo sabe, una

escuela es un lugar donde las mamás y los

papás inscriben a los niños para que estén

encerrados durante toda la mañana. Pero,

como los perros, hay algunos niños que son

mitad salvajes y mitad domésticos.

A ningún animal le gusta que lo sujeten con

una cadena o que lo metan en una jaula. Si

os fijáis, os vais a dar cuenta de inmediato

de que eso les causa una gran incomodidad.

Las jaulas y las cadenas se inventaron

precisamente para mantener a los animales

en un lugar donde ellos no quieren estar. O

sea que los tienen allí en contra de su

voluntad. Porque si quisieran estar allí, se

estarían quietos sin necesidad de cadena ni

de jaula.

A los niños medio salvajes tampoco les

gusta estar en la escuela. Yo no creo ser un

niño mitad salvaje y mitad doméstico, sino

completamente doméstico, pero conozco a

otros que sí son medio salvajes y sufren

Pelusa79

51

mucho porque no quieren estar encerrados y

se pasan todo el tiempo pensando cómo se

van a escapar, igual que esos perros que

tiran y tiran de la cadena y se lastiman,

porque no aguantan estar atados.

Uno de esos niños medio salvajes es Rulo. A

mí a veces me parece muy aburrida la

escuela, pero otras, hasta me gusta ir. En

cambio, Rulo siempre ha odiado la escuela.

Por eso, se pasa todo el día buscando la

manera de distraerse, y en esa búsqueda,

siempre se le ocurre hacer alguna maldad

porque no se puede estar quieto.

El día de mi cumpleaños, yo estuve

conversando con él y con Diego a la hora del

recreo. Rulo nos enseñó una bola de papel

de periódico con una mecha y dijo:

—¿Qué os apostáis a que con esta bomba

hago que vuelen todos los cristales de la

escuela?

Pelusa79

52

—Te apuesto a que no -dije yo-, eso no es

una bomba.

—Claro que sí -dijo él-, está llena de

dinamita.

—¿Criptonita? -dijo Diego.

—No, tonto; dinamita, TNT, trinitrotolueno.

—No es cierto -dije yo-. En primer lugar, eso

es solamente una “paloma”, y a las palomas

no les echan TNT, las hacen con pólvora.

Eso me lo había explicado mi papá un día

que estuvimos tirando petardos. Y me dijo

que a la pólvora le ponen azúcar. Pero a

Rulo en realidad no le importaba de qué

estaba hecha la pólvora, sino su idea de que

todos los cristales de la escuela reventarían

en mil pedazos con la explosión.

—¿Apostáis o no?

Yo busqué en el bolsillo de mi pantalón y

encontré una moneda de cincuenta. Diego

dijo que tenía otra en la mochila.

Pelusa79

53

Pelusa79

54

Entonces Rulo sacó unas cerillas de su bolsa

y encendió la mecha. Todos los niños

estaban distraídos, correteando por el patio

o jugando o cambiando cromos. Las niñas

de sexto estaban sentadas en la barandilla,

contándose secretos y muertas de la risa. El

de deportes andaba persiguiendo a unos

niños que estaban jugando a la pelota. No

había ninguna maestra a la vista.

Nadie nos prestaba atención.

Después de encenderla, Rulo se quedó con

la paloma en la mano durante unos

segundos que se me hicieron eternos, por-

que había visto en la televisión una película

de guerra donde había un soldado al que le

explotaba una granada en la mano. Le grité:

—¡Suéltala ya!

Rulo la tiró hacia el centro del patio y la

paloma se quedó ahí un rato, como si nada.

Rulo estaba a punto de acercarse a recogerla

cuando oímos: ¡buum!

Pelusa79

55

Hasta yo me asusté. Imaginaos entonces

cuánto se asustaron los que estaban

completamente desprevenidos. El estallido

fue tremendo, pero no se rompió ningún

cristal.

El director salió inmediatamente, seguido de

maestras y maestros, todos muy

alborotados. Alrededor del lugar donde

había estallado la paloma se formó un

enorme círculo de gente y todos hablábamos

al mismo tiempo. El de deportes se acercó a

todo correr.

—¿Qué ha pasado? ¿Qué ha sido eso?

¿Quién ha sido?

Desde luego, alguien había visto al culpable

y lo delató inmediatamente. El director

agarró a Rulo del brazo y se lo llevó a

empujones a la dirección. Al rato salió la

maestra Maite y nos llamó a Diego y a mí.

En la dirección ni siquiera nos preguntaron

nada. Yo traté de defenderme, pero no pude

Pelusa79

56

convencer a nadie. Dijeron que yo era

cómplice o algo así. Nos expulsaron

inmediatamente. ¡Tres días sin ir a la

escuela!

Al principio, me gustó la idea, pero cuando

llamaron a mi mamá por teléfono a su

oficina, empecé a preocuparme. Ella llegó a

la escuela enfadadísima, porque había

tenido que salir de su trabajo. Habló con mi

maestra y con el director mientras Diego,

Rulo y yo esperábamos en el pasillo de la

dirección.

Diego lloró. Yo no, porque Rulo habría

dicho que soy un cobarde. Pero tenía mucho

miedo. En cambio, Rulo ni siquiera se

preocupó. Es más, estaba atacado de la risa y

cada vez que se acordaba se reía más. Decía:

—¡Vaya cara han puesto todos!

Quién sabe; yo solo sé que me echó a perder

mi fiesta de cumpleaños.

Pelusa79

57

Pelusa79

58

Mi mamá está muy preocupada por mí. Dice

que soy un problema. En realidad, soy

bastante normal, pero tengo muy mala

suerte. Mi mamá no puede comprender que

a veces me aburro en clase y por eso me

pongo a hablar con los niños de alrededor

La gente mayor se toma la vida muy en

serio.

Todo se complicó porque esos tres días que

no fui a la escuela, mi mamá me tuvo que

llevar a casa de los abuelos para que me

cuidaran mientras ella estaba en el trabajo.

Toda esta aventura la escribí con mucho

cuidado en mi cuaderno secreto para que no

se me fuera a olvidar.

Pelusa79

59

DURANTE esos tres días que estuve

castigado por culpa de Rulo, mi único

entretenimiento fueron los gatitos, porque

tenía prohibidísimo ver la televisión. Como

ya os conté antes, a la gata de los abuelos le

acababan de nacer cuatro gatitos.

Eran tres blancos y uno atigrado como la

mamá. Mi tío Eduardo me dijo que el padre

era el gato siamés de los vecinos. Dos de los

blancos eran muy feroces. Aunque eran muy

chiquititos, atacaban a cualquiera que se

acercara, resoplaban, sacaban las uñas,

enseñaban los dientes y fruncían la nariz,

como unas verdaderas fieras salvajes. A mí

ya me habían prometido uno, desde que

supieron que la gata estaba preñada (o sea,

que iba a tener gatitos). Y cuando nacieron,

mi tío Eduardo me dijo que solo había que

esperar varias semanas antes de llevármelo,

porque los gatitos recién nacidos tienen que

mamar la leche de su mamá y solo los

pueden separar de ella después de

Pelusa79

60

destetarlos. El problema era que mi mamá

odia a los gatos; simplemente, no los puede

soportar. Desde que me dijeron que iban a

nacer unos gatitos, le rogué y le rogué que

me dejara tener uno, pero ella no quería y yo

no veía manera de convencerla.

Le dije a mi papá que me ayudara a

convencerla, que si ya no podía tener un

perro, por lo menos me dejaran tener un

gato. Porque los gatos, como son unos

animales bastante pequeños, caben

perfectamente bien en un apartamento.

Mi mamá no quería dar su brazo a torcer y

mi papá le dio la razón. Siempre hacen eso:

se ponen de acuerdo para llevarme la

contraria. Cuando se lo dije a mi abuela, ella

se encogió de hombros como diciendo: “Yo

no puedo hacer nada, a tu mamá tienes que

convencerla tú”.

Lo único que la convenció fue un ratón,

porque mi mamá odia a los gatos con odio

Pelusa79

61

profundo, pero a los ratones los odia todavía

más.

Un día, antes de mi cumpleaños -cuando

apenas acababan de nacer los gatitos-,

estábamos ella y yo merendando en nuestro

apartamento. De repente corrió una cosita

negra a toda velocidad desde la puerta del

baño hasta debajo del mueble de la cocina.

Los dos nos miramos como diciéndonos:

“¿Has visto eso?”.

Pero no le dimos importancia. A la tarde

siguiente oímos un ruidito. Yo pensé que

tampoco entonces nos tendríamos que

preocupar, pero ese fin de semana mi mamá

dijo:

—Vamos a tener que hacer limpieza general.

La limpieza general es una costumbre

horrible que a veces tienen las mamás. Hay

que sacar la aspiradora, mover todos los

muebles, vaciar cajones, alcanzar las repisas,

sacar todo, sacudir, revisar, limpiar y luego

Pelusa79

62

volver a guardar. Cuando a una mamá se le

mete en la cabeza la idea de que hay que

hacer limpieza general, no queda más

remedio que ayudarla.

En esas estábamos cuando, a la hora de

vaciar la despensa, mi mamá se encontró

una bolsa de arroz que tenía un agujerito.

Alrededor había un reguero de arroz.

Entonces dijo:

—¡Me parece que aquí hay ratones!

Y se puso tristísima, porque mi mamá

quisiera tener su casa como un espejo, pero

nunca tiene tiempo. Todas las mañanas

salimos muy temprano para llegar

puntuales, ella al trabajo y yo a la escuela.

Solo nos da tiempo a dejar los trastos del

desayuno en el fregadero y hacer las camas.

Por la noche, regresamos muy tarde y ella

siempre está muy cansada. Yo me baño y me

pongo el pijama mientras ella prepara la

merienda. Para entonces, de lo único que

Pelusa79

63

tenemos ganas es de ver un rato la tele antes

de irnos a dormir.

Por eso siempre se queja de que su casa se

está cayendo. No es verdad que se esté

cayendo, pero así es como ella dice.

Como ya os he dicho, ahora vivimos en un

apartamento, en el primer piso de un

edificio que tiene cinco pisos. Mi mamá dice

que todas las plagas vienen de la planta baja:

si ve una mosca o una cucaracha o un ratón,

inmediatamente le echa la culpa a la vecina

de abajo.

Yo creo que mi mamá también extraña

nuestra casa y nuestro jardín, sobre todo

porque allá no había vecinos ni arriba ni

abajo.

Lo cierto es que se puso tristísima porque

había ratones.

—¿Qué vamos a hacer?

Pelusa79

64

Fuimos a la droguería. El droguero le dijo

que el mejor remedio contra los ratones es el

veneno. Le enseñó un frasquito que tenía

dibujada una calavera y dos huesos en cruz,

y le explicó que debía rociar una poca de

comida con eso y dejársela por la noche a los

ratones en un platito; pero a mi mamá le da

terror el veneno porque cree que me lo voy a

comer yo, ¡por favor!

Entonces el droguero nos dijo que tenía unas

trampas para ratones, así que mejor

comprábamos dos de esas. Son unas tablitas

con un resorte que se cierra sobre el ratón

cuando este se acerca a comer un pedacito

de pan que se le pone en medio de la

trampa.

Por la noche las pusimos en la cocina y nos

fuimos a dormir. A la mañana siguiente le

pregunté a mi mamá si había caído algún

ratón en la trampa.

—No -me dijo-, no cayó ninguno.

Pelusa79

65

Pelusa79

66

Y es que mi mamá había quitado las

trampas, porque nada más de imaginarse un

ratón atrapado, aplastadito con el resorte, no

podía ni dormir. Fue entonces cuando

pensamos en un gato.

Bueno, en realidad, a la que se le ocurrió la

idea del gato fue a mi mamá, porque en

aquel entonces yo no sabía que los gatos

cazan ratones. Yo quería tener uno

solamente porque me encantan. A mi papá

también le gustan los gatos y a toda la

familia de mi mamá. Pero ella los odia. No

sé por qué. No los puede soportar. Creo que

no le gusta ninguna clase de animal: reptil,

mamífero, pez, ave o batracio. Pero a los

gatos les tiene especial antipatía. No le gusta

m siquiera que se le acerquen. Siempre que

vamos a casa de los abuelos, la gata se

acerca a saludarla, se frota contra sus

piernas y quiere trepar encima de ella.

Mamá se retuerce y me dice:

—¡Quítame a esa bestia de encima!

Pelusa79

67

A mí me encantaría que la gata de los

abuelos se me acercara. Yo siempre tengo

que perseguirla y todos me regañan porque

ando a cuatro patas por debajo de los

muebles hasta que la atrapo.

Esa mañana de las trampas, mamá me dijo:

—Vamos a tener que conseguir un gato.

Yo me puse feliz. Agarré el teléfono y hablé

con mi abuela. Le dije:

—Abuelita, mi mamá me ha dado permiso

para tener un gato.

—¿De veras? -dijo la abuela-. Pero, ¿cómo es

posible?

—Es que hay un ratón -dije yo.

En cuanto mi mamá oyó eso, se puso

furiosa.

—¿Cómo se te ocurre? -me dijo.

-¿Qué?

Pelusa79

68

—¿Cómo le dices a tu abuela que hay un

ratón? ¿Qué va a pensar de mí? Que soy una

descuidada.

Pero a la abuela, los ratones y el cuidado de

la casa no le preocupan gran cosa.

Más bien, se puso muy contenta porque le

dio mucho gusto que nosotros nos fuéramos

a quedar con uno de los cuatro gatitos.

El caso es que ya estaba todo listo para que

nos dieran un gatito. Mamá ya se había

resignado a vivir con una bestia peluda y yo

estaba feliz.

Sin embargo, unos días después de mi

cumpleaños, volvimos a encontrar rastros de

ratones en el horno. No sé si habéis visto

alguna vez una caquita de ratón. Es una cosa

muy chiquitita. Yo no la había visto nunca,

pero mi mamá me la enseñó y me dijo:

—Mira, los muy ingratos ya se lo han hecho

aquí.

Pelusa79

69

Pelusa79

70

Pero eso no fue lo peor; lo peor fue que un

domingo nos fuimos a comer a mediodía y

al regreso nos encontramos un ratón

ahogado en el cubo.

Es que en este apartamento siempre

llenamos un cubo de agua por la mañana

porque muy a menudo nos quedamos sin.

Así que mamá recoge agua antes de meterse

en la ducha, porque una vez estaba toda

enjabonada, y cuando abrió el grifé no salió

ni una gota.

Yo estaba desayunando y oí sus gritos:

—¡No hay agua! ¡Corre, ve y dile a don

Vicente que encienda la bomba!

Don Vicente es el portero del edificio. Él

cuida de muchas cosas, hace la limpieza y

está de vigilante. Salí corriendo y bajé hasta

la portería. Le dije:

—Don Vicente: dice mi mamá que por favor

encienda la bomba, porque se está duchando

y se le acabó el agua.

Pelusa79

71

—Dile a tu mamá que no hay agua en la

cisterna.

Fui de regreso al apartamento y le grité a mi

mamá:

—Dice don Vicente que no hay agua en la

cisterna.

Entonces mi mamá se tuvo que enjuagar con

el agua para beber que había en una jarra y

se enojó mucho.

Desde ese momento tenemos siempre un

cubo de agua en el baño, por si hace falta.

Por eso nos encontramos allí a ese ratón

ahogado. Yo creo que estaba tratando de

beber, o quién sabe por qué se cayó en el

cubo. Además, yo creía que los ratones

podían nadar.

Era un ratoncito chiquitito, muy negro, con

su colita larga larga. Ni siquiera era tan feo.

Pero a mi mamá casi le da el soponcio.

“¿Cómo es posible que haya ratones en esta

casa?”, decía.

Pelusa79

72

Entonces llamó por teléfono a la abuela y le

dijo:

—Mamá, necesito un gato. Me urge.

Y le contó toda la historia. Cuando colgó, le

dije:

—Ahora has sido tú la que le has dicho que

había ratones.

Le dio la risa y me abrazó. Me dijo:

—Vas a tener un gato. Pero lo vas a cuidar,

¿de acuerdo?

Yo me puse a bailar de gusto alrededor de la

mesa. Me mandó a la cama, pero pude

dormir porque estaba feliz.

Saqué mi cuaderno secreto de su escondite y

puse: “La abuela dijo que el próximo lunes

nos podemos traer un gato. Voy a escoger al

más feroz. Tengo que pensar un nombre de

gato, para bautizarlo”.

Pelusa79

73

AL siguiente lunes, por alguna razón del

trabajo de mi mamá, no pudimos ir a casa de

los abuelos y no recogimos el gato. Yo

estaba muy nervioso, nada más pensando en

mi gatito, pero mi mamá siempre tiene algo

más urgente que hacer.

El lunes por la noche, cuando regresamos al

apartamento donde vivimos ahora, le

recordé a mi mamá que teníamos que ir por

el gato y ella dijo que sí, que era muy

urgente ir por el dichoso gato.

Pero yo sospecho que mi mamá no tenía la

más mínima intención de cooperar.

O sea que, después de haberse convencido

ella misma de la necesidad de tener un gato,

ahora simplemente no quería ir por él.

La mañana del martes, muy temprano, le

dije:

—Oye, mamá, ¿vamos a ir hoy por mi gatito

a casa de los abuelos?

Pelusa79

74

—Sí -me contestó-, posiblemente.

¿Vosotros sabéis qué quiere decir

“posiblemente”? No quiere decir m que sí ni

que no. Es igual que cuando una mamá dice

“a lo mejor”. Se parece mucho a “depende”.

Es más o menos lo mismo que “ya

veremos”. Yo volví a insistir esa misma

noche:

—Mami, ¿podemos pasar hoy por el gato?

—Ya es muy tarde -me contestó-. Mejor,

vamos mañana.

Al día siguiente por la mañana salí con la

misma canción, estaba empezando a

impacientarme. Ya había pasado todo el

domingo, más el lunes, más el martes. Eran

muchos días desde que mi mamá aceptó que

tuviéramos un gato y yo no lo veía nada

claro. Entonces le dije:

—Oye, mamá, ¿vamos a ir o no vamos a ir

por el gato?

Pelusa79

75

A mi mamá no le gusta que le hablen de esa

manera. Si queréis conseguir algo de ella,

tenéis que hablarle muy bajito, porque eso

de que la estén presionando le resulta muy

antipático. Además, aquella mañana, se

había bajado de la cama por el lado

izquierdo.

—Si se puede, iremos. Y si no, no -dijo en un

tono un poco brusco, pero como yo también

me había bajado de la cama por el lado

equivocado, seguí duro y dale.

—Eso me dijiste ayer -respondí muy

enojado.

—Pues, ¿sabes qué? -me dijo-, tú y tu

famoso gato ya me tienen un poco harta.

En ese momento me di cuenta de que

necesitaba un cómplice, porque mi mamá

era capaz de seguir alargando el asunto

hasta que todos nos volviésemos viejos.

De inmediato pensé en mi tía Licha y esperé

durante toda la mañana, el mediodía, la

Pelusa79

76

hora de la comida..., hasta que por la tarde,

cuando mi mamá ya había regresado a la

oficina, pude por fin hablar por teléfono con

ella desde la casa de mi abuelita Cuca, en

donde nos toca comer los miércoles..

—Tía -pregunté-, ¿podemos ir por mi gato a

casa de los abuelos, por favor?

—¿No pensabais pasar por él el próximo

lunes? -me contestó.

—¿El lunes? -dije yo. Faltaban miércoles,

jueves, viernes, sábado y domingo. Era

prácticamente una eternidad-. No, tía,

vamos hoy, ¿sí? Anda, no seas mala.

A mi tía sí le gustan los gatos.

—Pero, ¿cómo vamos a llevarlo? -me

preguntó.

—Yo lo puedo llevar sobre mis piernas -

contesté.

Pelusa79

77

Pelusa79

78

—¡No! -me dijo-, necesitamos una caja de

cartón, porque el gatito se va a asustar y

puede escaparse. ¿Tienes una caja?

—No -le dije-, pero ahora la consigo.

Ya que nos pusimos de acuerdo le pedí a mi

abuelita Cuca una caja de cartón. Luego

llamé a mi mamá por teléfono a la oficina y

le dije que yo iba a ir por el gato, que ella no

se preocupara.

Mi tía Licha fue a buscarme a casa de mi

abuelita Cuca y me llevó a casa de los

abuelos. En el camino pasamos por el súper

para comprar alimento para gatos, una

palangana y una bolsa de arena.

Esa noche, mi mamá me mandó a dormir

como a las once, porque antes de esa hora no

hubo manera de despegarme de mi gatito.

Creo que él estaba muy asustado porque

todavía no conocía su nueva casa. Se metió

debajo de un mueble y no quería salir.

Cuando por fin pude atraparlo, lo dejé en la

Pelusa79

79

caja de cartón donde lo habíamos traído y lo

puse en el baño, porque mi mamá creía que

si lo dejábamos en la sala o me lo llevaba a

mi cuarto, se iba a orinar en los muebles,

aunque la abuela me había dicho que no me

preocupara, porque ya sabía ir a su caja.

Mi mamá dijo que yo me iba a ocupar de

limpiar su caja de arena todos los días y yo

dije que sí.

Toda la tarde del día siguiente estuve

mirándolo. Estaba muy gracioso. Tenía la

nariz color de rosa y las almohadillas de las

patas también color de rosa. La piel de sus

orejas era tan delgada que se transparentaba

la luz de la lámpara.

—Te lo advierto: si no te portas muy bien y

obedeces, te quedas sin gato -me dijo mi

mamá.

Lo dejé acurrucadito en su caja de cartón. La

caja de arena la estrenó en cuanto la vio.

También le pusimos un recipiente para

Pelusa79

80

agua, un platito con alimento para gatos

bebés y un poco de leche.

Aquella noche lloró un poquito, pero pronto

se aclimató y no lo he vuelto a ver triste.

En mi cuaderno secreto apunté lo que sigue:

“Lo que más me gusta de los gatos es que un

gato es gato desde el principio; no tiene que

ir a la escuela para aprender a ser gato, sino

que ya sabe todo lo necesario: sabe maullar,

ronronear, afilarse las uñas en los muebles.

Sabe dónde hacer sus necesidades. Sabe

dónde está su plato y sabe quién le da de

comer”.

Mi cachorrito era genial. Estaba bien loco.

Corría por toda la casa, chocaba con todo y

no se lastimaba con nada. Mi mamá decía

que era como de goma.

En cuanto cogió confianza, se volvió el más

juguetón del mundo. Perseguía cualquier

cosa que se moviera, desde una bolita de

papel hasta una mosca. Mordía todo con sus

Pelusa79

81

dientes agudos como alfileres. Un día se

metió en el bolso de mi mamá, donde

encontró unos papeles que acabaron

completamente agujereados.

Y también mordisqueó un tenedor de

plástico.

El tenedor se lo encontró en mi cartera, que

estaba sobre la mesa. Por la noche oí el ruido

que hizo al caer al suelo. Al día siguiente me

la encontré debajo de la mesa y el tenedor ya

no estaba ahí. Lo encontré después, debajo

del cojín del sillón verde, donde estaban

además varios objetos pequeños que se

habían perdido porque el gatito se los había

llevado.

A mi gato le gustan las cuevecitas. Para él,

cualquier hoyo es una cuevecita. Mi mochila

le encantaba. Ahí mordió mis libros y mis

cuadernos. También le gustaba meterse

debajo de las mantas. Desde pequeño

escogió dormir conmigo y cuando me

Pelusa79

82

movía, perseguía mis pies por encima de las

mantas. Eso es muy divertido, pero los gatos

tienen las uñas tan afiladas que te pueden

lastimar

Por supuesto, mi mamá estaba furiosa con él

porque empezó a rascar su sillón.

Y como ya se le habían olvidado los ratones,

ahora resultaba que mi gatito era una plaga.

Mi mamá le puso un nombre: era el gatito

Estropicio.

Los perros y los gatos son muy diferentes.

Mi tío Eduardo dice que los gatos son los

únicos animales domésticos que pueden

regresar al estado salvaje. O sea que si los

sueltas en la selva, son los que tienen más

probabilidades de sobrevivir.

En cambio, los perros son más domésticos.

Son muy cariñosos; no te quieren dejar solo

ni un momento. Si los llamas, vienen

enseguida y les gusta estar pegados a ti todo

el rato.

Pelusa79

83

Pelusa79

84

Los gatos, por el contrario, andan por su

cuenta. No hay manera de que entiendan

cuando los llamas por su nombre, pero

tampoco te hacen caso si les silbas o

chasqueas los dedos.

A veces, al regresar por la tarde, no lo

encontraba, y es que los gatos siempre

deben tener un escondite secreto porque

tienen en muy alta estima su intimidad. En

cambio, los perros siempre salen a recibirte

cuando llegas.

Chispa, por ejemplo, siempre estaba

ocupado en algo. O estaba escuchando a ver

quién pasaba por delante de la casa o se

quedaba muy atareado haciendo un hoyo en

el jardín. Hasta cuando estaba dormido

parecía estar alerta.

En cambio los gatos son muy perezosos. El

mío se puede pasar todo el día dormido en

el sillón. No sé si os habéis dado cuenta,

pero los gatos siempre escogen el lugar más

Pelusa79

85

cómodo y más cálido de toda la casa para

tumbarse. Allí se quedan hechos una bolita,

llueva, truene o relampaguee. Si les ponen

música es todavía mejor. A mi gato le gustan

Mozart y Beethoven.

Como a mi mamá le caía gordo el gato, decía

que era egoísta, interesado, aprovechado y

desconsiderado. Que nada más le hacía caso

cuando tenía hambre. Que quería más al

refrigerador de lo que nos quería a nosotros.

Yo creo que mi mamá extrañaba a Chispa,

aunque no lo quería aceptar, porque mi

gatito Estropicio nunca se le acercaba para

que le rascara la cabeza. Y a los gatos no hay

que bañarlos (excepto en situaciones muy

especiales), ellos solos se lavan con su

propia lengua y quedan muy guapos.

Lo peor del asunto es que Estropicio era el

gato más travieso que habéis conocido

jamás. El no destrozó ningunas botas; en

cambio, tiró todos los adornos de porcelana

Pelusa79

86

que tenía mi mamá en la repisa, se comió

sus plantas y destrozó con las uñas la

tapicería de su sillón preferido.

Yo jugaba con él todo el tiempo que

estábamos juntos. Pero como a los gatos no

les gusta que los sujeten, tenía siempre las

manos llenas de arañazos. Es que los gatos

tienen unas garras tremendas y nosotros, los

humanos, la piel muy delgada.

Mi mamá me regañaba todos los días por los

arañazos, por las travesuras y por los

destrozos. Yo procuraba hablar con

Estropicio, pero el gatito no me entendía.

Entonces volví a pensar que sería muy útil

mi invento, solo que ahora, en lugar de

inventar un aparato para entender lo que

dicen los animales, inventaría para que los

animales entendieran también lo que

decimos los seres humanos. En mi cuaderno

secreto escribí: “El aparato para poder

entender lo que dicen los perros tiene que

Pelusa79

87

Pelusa79

88

servir también para entender lo que dicen

los gatos y para que los gatos entiendan lo

que dicen las personas”.

Pelusa79

89

Mi mamá soportó bastante bien a Estropicio

durante toda su infancia. Pero los gatos

crecen demasiado rápido, mucho más

rápido que las personas. Mi gato creció y

creció y se volvió un macho enorme.

Entonces fue cuando empezamos a tener

problemas de veras graves. El problema es

el olor de los machos. No sé si lo sabéis, pero

el pis de los gatos machos huele muy fuerte.

Mi tío Eduardo me dijo que lo usan para

señalar su territorio. Cada gato tiene un olor

diferente al de todos los demás y cada

macho va marcando su espacio con su

aroma (como si fuera su firma) para que no

se le vaya a meter otro macho

¿Cuál creéis que era el territorio de

Estropicio? Pues toda mi casa. Un día

decidió señalar todo el apartamento con su

pis. Olía horrible. Mi mamá opinaba que era

lo más repugnante que podía existir. Por

más que lavaba y limpiaba y echaba

ambientador por todas partes, el olor no se

Pelusa79

90

iba de ninguna manera. ¡Y eso que ella no

tenía que limpiar la caja donde Estropicio

hacía sus necesidades!

¿Sabéis cómo huele la arena en la caja de un

gato después de una semana de pis

acumulado? Mi mamá dice que así huele

una sustancia que se llama amoníaco. Sale

un vapor tan fuerte que hace arder los ojos.

Imaginaos: los gatos tienen que hacer pis

todos los días, varias veces al día. No tienen

otro remedio. Creedme que es un trabajo

pesado. Pues ese no era el único problema.

Estropicio estaba muy inquieto y, conforme

pasaban los días, iba acumulando travesuras

de esas que nunca se le hubieran ocurrido a

ningún perro. Por ejemplo, se colgaba de las

cortinas y las iba rasgando con sus uñotas.

De pronto, una cortina se quedaba como la

falda de una hawaiana.

Un día se metió en el refrigerador y robó los

filetes que nos íbamos a comer mi mamá y

yo. Le gustaba empujar las cosas de encima

Pelusa79

91

de la mesa y tiraba floreros, vasos llenos de

agua, tazas de café, saleros y ceniceros llenos

de colillas. Seguía afilándose las uñas en el

sillón preferido de mi mamá y se

comportaba como un animal completamente

salvaje.

Cuando le contamos que toda la casa olía a

pis, mi tío Eduardo nos dijo que Estropicio

ya era un gato adulto y necesitábamos

cruzarlo. Mi mamá creyó que con eso el gato

se iba a reformar y consiguió que una vecina

nos prestara a su gatita, que estaba con el

mismo problema, supuestamente.

Las siguientes tres noches nadie durmió ni

en nuestro departamento ni en el edificio,

porque Estropicio y su novia se dedicaron a

destrozar cuanto se interpuso en su camino,

mientras maullaban tan fuerte que parecían

bebés hambrientos.

Sin embargo, después de ese zafarrancho,

Estropicio siguió siendo una amenaza

Pelusa79

92

pública. Una tarde, un amigo de mi mamá

vino de visita y se sentó en el sofá.

Estropicio le lanzó su mirada más

amenazadora y después rodeó al visitante y

fue marcando una circunferencia a su

alrededor con gotitas de orina.

El amigo se estuvo quietecito quietecito y

solo se atrevió a traspasar el territorio del

gato a la hora de despedirse. Al día

siguiente, llamó por teléfono a mi mamá

para decirle que Estropicio se había orinado

en su chaqueta de lana (carísima) y en la

tintorería le habían dicho que ese olor no se

iba a quitar con nada. Desde entonces, no

hemos vuelto a saber nada de ese señor.

Estropicio siempre odió las puertas, desde

que era muy chiquitito. Sobre todo si

estaban cerradas. O sea que si me encerraba

en mi cuarto, inmediatamente iba a rascar a

mi puerta, hasta que le abría. Pero luego, si

lo dejaba entrar y cerraba, entonces quería

Pelusa79

93

salir y otra vez se ponía a rascar la puerta

como un loco.

Como es lógico, la única puerta por donde

no queríamos que pasara era la de entrada al

apartamento y tal vez por eso era la que le

provocaba mayor curiosidad. Siempre que

abríamos, él quería salir.

A mí me preocupaba que saliera al pasillo y

luego bajara por la escalera y llegara a la

puerta más peligrosa de todas: la de la calle.

Aunque esa puerta tiene un aparato que la

empuja -o sea, tiene un cerrador automático-

y nunca se puede quedar abierta, a menos

que le pongas alguna cosa -como por

ejemplo un ladrillo- para detenerla.

Estropicio siempre estaba preparado junto a

la puerta cuando alguno de nosotros se

acercaba, desde fuera o desde dentro. Así

que cuando abríamos, había que estar bien

atentos para que no escapara, porque en

cualquier descuido echaba a correr y salía.

Pelusa79

94

Un gato es rápido como un relámpago.

Además, como Estropicio no tenía nada que

hacer (porque los ratones desaparecieron

como por arte de magia en cuanto él llegó)

podía dedicar todo su tiempo a inventar una

manera de escaparse. Y es que a los gatos

tampoco les gusta estar encerrados. Yo creo

que, nada más por eso, odian todas las

puertas.

Mi gato siempre buscaba la oportunidad de

salir del apartamento y a veces lo lograba:

escapaba como un rayo y de pronto ya

estaba fuera, en el vestíbulo. Entonces yo

tenía que correr a toda velocidad para

atraparlo. A veces corría escaleras arriba, a

veces escaleras abajo. Sólo lo alcanzaba al

llegar a la puerta de entrada del edificio o

cuando se le acababan las escaleras en la

azotea.

Un día se llevó el susto de su vida porque se

encontró con los perros de la esquina. Claro

que los perros estaban fuera y el gato

Pelusa79

95

Pelusa79

96

dentro, y solo los vio a través del cristal que

hay junto a la puerta, un vidrio grandotote

que va del suelo al techo.

Esos tres perros de la esquina, si queréis que

os diga la verdad, a mí me caen muy bien.

Son tres perros corrientes cruzados con otros

de la calle y siempre vienen al edificio

donde yo vivo porque don Vicente les da de

comer.

Yo digo que son de don Vicente, pero no

viven en su casa, sino que andan sueltos y

nadie los educa ni los regaña. O sea, que son

unos perros de entrada y salida, y no de

piso, como Chispa.

A mí me Caen bien porque son simpáticos y

siempre me saludan cuando nos vemos en la

calle. Además son muy inteligentes. Un día

los vi atravesar la avenida. Se pararon los

tres en la esquina y esperaron ahí muy

quietecitos hasta que vieron que una señora

Pelusa79

97

iba a pasar. Entonces atravesaron detrás de

ella, en fila india.

Si no fueran tan inteligentes, no habrían

sobrevivido tanto tiempo en la calle, ¿no os

parece?

El caso es que un día, Estropicio consiguió

salir del apartamento y echó a correr

escaleras abajo. Yo salí volado detrás de él,

pero un gato es capaz de correr mucho más

rápido que un niño de ocho años.

No sé si lo sabéis, pero el animal terrestre

más rápido de todos es el guepardo, que es

un gato. Esto me lo dijo mi tío Eduardo y yo

le pregunté si era más rápido que los

caballos o las gacelas, y me dijo que sí.

No sé si también sabéis que los gatos

domésticos son igualitos a los otros gatos de

la naturaleza, o sea los tigres, leones,

leopardos, linces, ocelotes, pumas, panteras,

jaguares y guepardos, nada más que en

Pelusa79

98

miniatura. Entonces, ¿cómo iba a alcanzar a

Estropicio?

Cuando mi gato ya iba a llegar a la calle, se

encontró esa pared de cristal y, fuera, a tres

perros tremendos, todos contra él.

No sé por qué, pero los perros odian a los

gatos. Claro que no todos. Los he visto

convivir en la misma casa. Un amigo de mi

escuela tiene un perro y un gato, y no se

pelean. Pero cuando no se conocen, son los

peores enemigos.

Entonces, ahí tienen a mi pobre gato que

todavía era pequeño, frente a tres perros que

le ladraban hasta desgañifarse y se

estrellaban contra el vidrio enseñándole sus

enormes colmillos.

El gato se quedó congelado, porque aún no

entendía muy bien que los perros no iban a

poder atravesar el cristal, aunque se estaban

muriendo de ganas. Se le erizó todo el pelo

Pelusa79

99

del lomo y se puso a soplar con todas sus

fuerzas.

Me le acerqué para tranquilizarlo y para

explicarle que los perros estaban fuera y él

dentro, pero no me entendió. Estaba

haciendo un ruido muy fuerte desde el

fondo de su garganta, una especie de

gruñido que hacen los gatos cuando están

muy enojados.

Lo traté de agarrar, pero pegó un brinco,

creedme, más alto que yo. Los perros

seguían ladrando y gruñían horriblemente.

Perros y gato estaban furiosos. Pero mi gato

estaba, además, asustadísimo.

Creo que yo también me quedé como

congelado, pero después de unos segundos

agarré a Estropicio y me lo llevé escaleras

arriba. Él iba tan alterado que me clavó las

uñas en un brazo y hasta me hizo sangre.

Al entrar en el apartamento, en cuanto se

sintió en territorio conocido, el gato saltó de

Pelusa79

100

mis brazos y se metió a toda velocidad bajo

un mueble de donde no quiso salir en toda

la tarde.

Por eso, mi gato desde entonces evita la

puerta de entrada. Pero, en cambio, le

encantan las ventanas.

Todo se complicó todavía más porque yo

acababa de pasar a tercero de primaria y me

tocó una nueva maestra con la que tenía

muchos problemas. La maestra mandaba

llamar a mi mamá y a mi papá casi todas las

semanas para decirle que yo me portaba

muy mal, que me pasaba toda la mañana

hablando y que distraía a mis compañeros.

Yo trataba de portarme bien, pero, por

alguna extraña razón, no lo lograba. Mi

mamá estaba tan enojada con Estropicio y

conmigo que varias veces estuvo a punto de

echar al gato. “¡Lo voy a tirar a la basura!”,

me decía, y yo lloraba. Entonces mi tío

Pelusa79

101

Eduardo nos dijo que lo mejor sería

castrarlo.

Una amiga de mi mamá le recomendó un

veterinario; lo llamamos y llegó con tina

jaula donde metimos a Estropicio, y se lo

llevó. Regresó dos días después. Me explicó

cómo lo había operado y me dijo que, de

ahora en adelante, se iba a portar de una

manera más civilizada.

El gato estuvo deprimido un par de días,

pero después se recuperó. Su pis dejó de

oler tan fuerte y se volvió un poco más

cariñoso con nosotros. Se volvió más

comilón, más dormilón, más tierno.

También se volvió un gato mucho más

calmado y mi mamá dijo que a lo mejor

ahora sí se iba a poder vivir con él.

Escribí en mi cuaderno secreto: “Mi gato

Estropicio es tan rápido como un guepardo

en miniatura. Los tres perros de la esquina

son sus peores enemigos, pero ahora ha

Pelusa79

102

dejado de ser completamente salvaje y se

está convirtiendo en un gato doméstico”.

Pelusa79

103

ESTROPICIO siempre había sido un gato

ventanero. Ahora se volvió más ventanero

todavía. Lo que más le gustaba era asomarse

a la calle mientras llovía. En las mañanas se

quedaba mirando los colibríes que llegan al

árbol de mi ventana.

¿Alguna vez habéis observado con atención

un colibrí? ¿No os parecen increíbles? Son

unos pájaros de tamaño miniatura. Mi tío

Eduardo dice que algunos son tan pequeños

que pesan solamente treinta gramos. Yo no

sé cuánto son treinta gramos, pero debe de

ser bien poco.

Y si uno los mira, no son gran cosa: oscuros,

picudos, insignificantes. Pero nada más se

ponen a volar, la cosa cambia. Porque

entonces se ven de un color muy verde. Mi

mamá dice que son tornasolados y eso

quiere decir que camban de color con la luz.

Y, además, agitan las alas a una velocidad

enorme. Tan enorme que se pueden quedar

detenidos en el aire. Lo que más les gusta

Pelusa79

104

son las flores; pero también se acercan a

beber agua de unas cosas rojas de plástico en

forma de flor que la gente cuelga de los

árboles o las ventanas. Como meten el pico

en las flores, aquí a los colibríes también les

decimos chupamirtos, chuparrosas o

picaflores.

De esos pájaros hay muchos en esta ciudad.

Sobre todo en primavera, aunque también

en temporada de lluvias. Por ejemplo, hay

uno que se acerca a la ventana de mi cuarto.

Estropicio lo oía llegar, porque los colibríes

no cantan como los canarios, sino que hacen

un ruidito muy gracioso, algo así como “tic-

tic-tic”.

El colibrí se acercaba al gato como si no le

tuviera ningún miedo. Como si estuviera

bailando. Como si se estuviera burlando de

Estropicio, porque sabía perfectamente bien

que nunca lo iba a alcanzar.

Pelusa79

105

Yo me preocupaba, porque el gato sacaba

por la ventana toda la cabeza y la mitad del

cuerpo. Me daba miedo que se fuera a caer.

Pero Estropicio es un gato demasiado listo

como para andarse cayendo por la ventana.

Un día, al regresar a casa, no encontré a

Estropicio junto a la entrada, que era el lugar

donde estaba todas las tardes. Como ya se

había escondido otras veces, lo busqué en

todos sus escondites conocidos. No estaba

en ningún lado.

Se lo dije a mi mamá.

—¿Ya lo has buscado detrás del sofá? -dijo

ella.

—Ya.

—¿En el armario?

—Ya.

—¿Encima del vídeo?

—Ya.

Pelusa79

106

—¿En la caja de las herramientas ?

—Ya.

—¿No se habrá quedado dentro del

refrigerador?

Los dos corrimos a la cocina, porque ese

gato siempre se quería meter allí, pero

tampoco estaba.

Me puse a llorar y mi mamá me ayudó a

buscarlo en todos los lugares imaginables y

en varios inimaginables. Pero el gato no

apareció. Yo creo que nunca me había

sentido tan triste. Bueno, solo cuando me

despedí de Chispa.

Entonces empezamos a oír un maullido que

sonaba cada vez más claro, pero no

sabíamos de dónde venía. Me asomé a la

ventana de mi cuarto y miré hacia abajo. No

había nada, pero los maullidos se oían muy

cerca de la ventana.

Pelusa79

107

Miré para arriba y ¿dónde creéis que vi al

gato? Había trepado hasta la punta de la

rama más alta del árbol. Es un fresno

grandote y muy frondoso, más alto que el

edificio; sus ramas siempre tocan en el

cristal cuando hace viento, y es como si

alguien llamara a mi ventana.

Mi tío Eduardo dice que los gatos no tienen

retrovisor. Eso quiere decir que, mientras

vayan hacia delante, pueden llegar casi a

cualquier parte. Pero para regresar tienen

que darse la vuelta. Como Estropicio estaba

tan, pero tan arriba, bien agarrado de la

punta de la rama con sus veinte uñas, pues

no se podía bajar sin darse la vuelta.

Os voy a decir lo que le ocurrió aquella

tarde, tal como me lo contó la vecina del

apartamento de enfrente, tal y como lo

escribí en mi cuaderno secreto.

Estropicio estaba asomado a la ventana de

mi cuarto y, cuando pasó muy cerca el

Pelusa79

108

colibrí, se le hizo fácil saltar a la rama más

cercana del fresno. El pájaro, por supuesto,

voló de inmediato a otra parte y el gato se

quedó en la rama, pensando qué hacer:

regresar a mi cuarto o mejor irse a dar una

vuelta por ahí. Desde luego que prefirió irse

a dar un paseo.

En ese momento lo descubrieron los tres

perros de la esquina y le dieron un gran

susto.

Por supuesto que los perros no pudieron

alcanzarlo, porque la rama que da a mi

ventana les queda muy alta; pero de todas

formas, el gato se asustó tanto que pegó una

carrera y subió de rama en rama hasta que

llegó a la punta del árbol y ahí fue donde lo

encontré, asustado y lloroso.

Llamé a mi mamá y estuvimos tratando de

convencerlo de que se diera la vuelta para

bajar cabeza abajo, pero no nos entendió ni

Pelusa79

109

Pelusa79

110

media palabra. Estaba tan asustado que ni

siquiera nos oía.

Después de un rato, mi mamá decidió

llamar a los bomberos, porque nadie en su

sano juicio iba a trepar al árbol para rescatar

al gato. La aventura terminó con el camión

rojo y la escalera de incendios.

Yo pensé que, con esa experiencia,

Estropicio iba a entender que eso de salir

por las ventanas era una costumbre muy

peligrosa, pero no entendió nada. Tema

muchas ganas de ir a conocer el mundo.

También es verdad que mi mamá me dijo

muy claramente y varias veces que cerrara la

ventana de mi cuarto; primero, porque iba a

llover, y segundo, para que no se fuera a

escapar el gato. Pero a mí se me olvidó.

Varias semanas después se repitió la misma

historia: una tarde regresamos a casa y el

gato no apareció por ningún lado, solo que

al mirar hacia la punta del árbol, esta vez no

Pelusa79

111

me lo encontré. Por más que lo buscamos,

por más que lo llamamos, por más que lloré

y lloré y lloré, mi gato esa noche no apareció

por ningún lado.

Mi mamá primero me regañó un poquito

por haber dejado abierta la ventana. Luego

trató de consolarme.

—No te preocupes -dijo-. Acabará

regresando.

—Pero, ¿dónde está?

—Debe de haber ido a dar una vuelta.

—¿Y si lo atropella un coche? decía yo

desconsolado.

Y lloraba. Yo creo que nunca en mi vida me

había sentido tan triste.

Mi mamá me dio de merendar y me mandó

a la cama. En la cama estuve dando vueltas

y vueltas. Tenía la ventana abierta, por si oía

su maullido. Pero empezó a llover muy

Pelusa79

112

fuerte, con rayos y truenos y relámpagos. Mi

mamá vino v cerró la ventana.

—¿Y si quiere entrar y se encuentra con la

ventana cerrada? -protesté en un mar de

lágrimas.

—Con esta lluvia, debe de estar bien

resguardado en algún sitio, así que no te

preocupes y duérmete, que ya mañana,

cuando escampe, ya lo verás, regresara... Yo

seguí llorando un rato, hasta que me dormí

profundamente. Cuando desperté al día

siguiente, el gato no había regresado.

Se lo conté a mi tío Eduardo. Él me dijo:

—Los machos son así. Seguramente se fue a

vivir a otra casa; no te preocupes.

Pero yo no podía dejar de preocuparme.

Escribí en mi cuaderno secreto: “¿Dónde

está? ¿Se lo habrán comido los perros de la

esquina? ¿Se habrá perdido y no sabe cómo

regresar? ¿O nos habrá abandonado?”.

Pelusa79

113

En la escuela, yo no podía ni pensar. Lo

único que quería era volver a mi casa para

ver si mi gato había regresado. Pero no.

Aquella segunda noche ya no lloré. Estuve

muy pendiente tratando de escuchar a

través de la ventana, hasta que empezó a

llover y mi mamá me dijo que cerrara.

—Mi amor -me dijo-, yo creo que tu gato ya

no va a regresar.

—Pero, ¿Por qué? dije yo, y me puse a llorar

otra vez.

Hablé por teléfono con mi papa y él me dijo

Pelusa79

114

que con llorar no se arreglaba nada. Trató de

consolarme. Me prometió varias cosas. Me

dijo que él me iba a conseguir otro gatito,

pero yo le dije que no quería otro, sino a mi

gato Estropicio, y me puse otra vez a llorar.

Luego me dormí, desperté al día siguiente,

me fui a la escuela, o sea, como si todo fuera

normal, pero estaba muy triste.

La tercera tarde dejé otra vez la ventana

abierta y, cuando apenas estaba

comenzando a llover, el maullido de un gato

y me asomé. Estropicio estaba debajo del

árbol y lo reconocí de inmediato. Salí

corriendo a rescatarlo.

Estaba hecho un desastre. Olía a rayos, traía

las patitas llenas de barro y el pelo pegajoso.

En un costado le faltaba un mechón de pelo.

En fin, una porquería.

Hasta mi mama se alegró de verlo.

Pelusa79

115

Pelusa79

116

Le servimos comida y agua. Venía con

hambre y sediento. Después de que comió,

mi mama dijo:

—Vamos a tener que bañarlo, porque la

peste que trae no se aguanta.

Preparamos una palangana con agua tibia y

lo metimos ahí. Estaba manso y se dejó

mojar, enjabonar y lavar sin ninguna

protesta. Estaba muy gracioso, todo mojado:

flaco flaco y muy desamparado; parecía

mucho más pequeño que cuando está seco y

el pelo se le esponja.

Después, lo secamos con una toalla vieja,

pero muy limpia. Yo creo que entonces entró

en calor, porque empezó a ronronear con

muchísimo entusiasmo. Ahora estaba en un

lugar seguro, en su casa, en territorio

conocido.

—Quién sabe por cuántos peligros habrá

pasado -le dije a mi mamá.

Pelusa79

117

—Eso le pasa por andarse escapando -dijo

ella.

Como ya era tarde, me mandó a la cama.

Estropicio se acurrucó y se durmió

enseguida cerca de mí. Yo estuve más

tiempo despierto, dándole vueltas a un solo

pensamiento: si ya hubiera inventado el

aparato para hablar con los animales,

Estropicio me habría podido contar todas

sus aventuras. Y traté de imaginármelas.

Al día siguiente, las escribí en mi cuaderno

secreto: “Estropicio se escapó otra vez por la

ventana y corrió árbol abajo. Estuvo un rato

persiguiendo mariposas, hasta que se lo

encontraron los tres perros de la esquina.

Echó a correr y se escondió en la furgoneta

de reparto del supermercado. Como los

perros lo seguían buscando, se acurrucó

entre las cajas y se quedó dormido. Cuando

se despertó, estaba al otro lado de la

avenida. Se bajó de la furgoneta y trató de

Pelusa79

118

encontrar el camino de regreso a casa, pero

la calle está llena de peligros...”.

Lo leí en voz alta, para que el gato me oyera.

Me escuchó muy atentamente y en ningún

momento trató de corregirme.

Pelusa79

119

DE todo esto ha pasado algún tiempo.

Aunque mi gato no se ha civilizado por

completo y todavía amanece de vez en

cuando con ganas de escapar, ya nunca ha

vuelto a desaparecer por tanto tiempo.

Tampoco es tan travieso como era antes.

A mi mamá todavía no le gustan los gatos

del todo, pero creo que Estropicio ya le ha

empezado a caer bien. Por lo menos, ya no

se queja cuando se frota contra sus piernas.

Mi tío Eduardo dice que cuando un gato se

frota contra las piernas de una persona es

para impregnarla con su olor y que así todos

los demás gatos sepan que esa persona ya

tiene un propietario y no se atrevan a

acercarse a él.

Yo sigo con algunos problemillas en la

escuela, pero no os preocupéis, no son muy

graves. La semana pasada, la maestra me

regañó porque mis cuadernos están sucios y

Pelusa79

120

deshojados, con la tapa rota y los cantos

doblados. Me dijo:

—¿Acaso no puedes tener un poco de

cuidado?

Pensé que todo se debe a que mis cuadernos

van y vienen dentro de mi mochila todos los

días, y en ese trayecto se van estropeando

sin que yo lo pueda evitar. En cambio,

deberíais ver mi cuaderno secreto, que

parece nuevo. Estuve a punto de decírselo,

pero me callé a tiempo, porque prefiero que

nadie sepa de la existencia de ese cuaderno.

Mientras tanto, sigo trabajando en mi

invento para entender lo que dicen los gatos

y los perros. Ya os avisaré, cuando esté listo.

Pelusa79

121

Pelusa79

122

TE CUENTO QUE HORTENSIA

MORENO...

... es mexicana, pero su abuelo era español y

siempre le regalaba a su nieta caramelos de

café con leche. Quizá, por eso, ahora

Hortensia tiene muchos problemas con sus

dientes; pero por otro lado recuerda a su

abuelo con mucho, mucho cariño. A esta

autora le encanta el color amarillo, el cine -

sobre todo, las películas de risa-, leer a todas

horas y, para comer, un plato muy

mexicano: sopes, una especie de tortilla de

maíz con muchos ingredientes: judías,

cebolla, queso, chorizo y salsa picante. Los

sopes le dan las calorías necesarias para

trabajar sin parar, porque Hortensia tiene

claro que el trabajo duro es la mejor manera

de conseguir lo que se propone.

Hortensia Moreno nació en México D.F. en

1953. Estudió periodismo y, en la actualidad,

Pelusa79

123

escribe novelas y da clases en la Facultad de

Ciencias Políticas y Sociales de la

Universidad de México. La autora ha

publicado relatos, novelas, ensayos y

traducciones, artículos y reseñas en

diferentes medios.