211 240 - st-flash

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211… Luego, unos recipientes de plata, fueron depósito de palpitantes, rojos, estremecidos órganos humanos, que cuidadosamente, el bisturí iba cortando, seccionando sutilmente, sin un desgarro ni un error, con la fría eficiencia de los profesionales de la Medicina.Corazones humanos, hígados, riñones, órganos genitales femeninos... Todo un perfecto, frío, concienzudo vaciado de vísceras y órganos de aquellos flacos, largos, estirados cuerpos exangües, cuyo color era ahora céreo, amarillento, y su acartonamiento más acentuado, a medida que el rigor de la muerte iba manifestándose en sus infortunados y tristes residuos humanos.

212—¡Cuidado, que me haces cosquillas! —rio Lulú.De pronto, Drummond arrugó las narices.—Este olor...Lulú se sentó vivamente en el suelo.—Oye, tú, ¿qué te has creído? Me baño a diario, dos veces casi siempre... y además uso un desodorante que no me abandona...Drummond volvió a aspirar el aire.—Hiede —dijo.Ella le dio una bofetada.—¡Grosero!—No seas estúpida —dijo él, de mal talante—. Apesta porque debe de haber algún animal muerto en las inmediaciones.—Vaya, pues sí que me has traído a un buen sitio para disfrutar de un día de campo —se quejó Lulú.El mal olor había sido llevado por una racha de viento. Ahora, separado de Lulú, Drummond lo percibía con mayor intensidad.

213Encerrado en aquella especie de tumba que era su habitación, no podía sufrir daño alguno ni recibir amenazas de ninguna clase. Imaginaciones terroríficas sí que podía tenerlas, pero las imaginaciones no matan. Lo único que hacen, en todo caso, es quitarle a uno el sueño.Los rostros taciturnos se miraron. De pronto se dieron cuenta, contemplándose unos a otros, de que todos tenían un aspecto mortecino y gris. Quizá era por el ambiente, pero el caso era que todos parecían haberse vuelto viejos de pronto.Se estremeció hasta los huesos. Porque él era el que conocía un poco de la verdad, él era el único que había oído hablar de la maldición, aparte del muerto. Y por lo tanto, sabía que aquello no tenía explicación científica y que las sombras del más allá les estaban rodeando desde que pusieron los pies en aquella maldita casa…

214Ronald Wynn aceptó ante los jueces su culpabilidad. Realmente ya no estaba en condiciones de otra cosa. Cualquier otra postura hubiera resultado inútil y absurda.Fue condenado a la cámara de gas.Tales acontecimientos, los referentes a los hermanos Greene, los siguió Rosemary a través de los periódicos. Si bien creía, como es lógico, que ella se hallaba en realidad al margen de todo aquello. Porque todo aquello ciertamente no le incumbía.Pero nunca en su vida estuvo más equivocada que en aquella ocasión y pronto pudo constatarlo así. Para eso le bastó y sobró recibir la visita de Leo Murray. Quien sin rodeos, apenas llegó a su presencia, le hizo saber:—Ronald Wynn te ha convertido en su heredera.—¿Queeeé...? —y Rosemary se quedó inmovilizada, incapaz de asimilar aquello.

215El tiempo se le pasó volando, sumido en la lectura del libro. Al final, se describía la atroz muerte del barón, sumido en las llamas del infierno, en medio de un repugnante olor a azufre. Una de sus víctimas, sin embargo, había conseguido salvarse, precisamente la que había precipitado al infernal sujeto en el pozo que se había abierto a sus pies, de forma prodigiosa. Era una doncella muy hermosa, a juzgar por la descripción, en la que también figuraba el procedimiento empleado para librar a la comarca de aquel horrible señor feudal.El libro terminaba con una especie de consejo: si el barón había dejado descendientes, éstos no debían habitar jamás el castillo de Roteberg, porque las almas de sus víctimas vendrían a tomar cumplida venganza en los herederos de sangre del aliado y servidor del diablo. La nota le pareció a Bennett un tanto melodramática, aunque acorde con el contenido de la historia…

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El ruido volvió a oírse. Era un ruido como... metálico. Sí, metálico. Se repitió de nuevo. Sí, seguro: era un ruido metálico. Parecía como de cadenas... Cadenas que se deslizasen por el suelo.Notó cómo el vello de la nuca se le erizaba. Cadenas que se deslizaban por el suelo... Un sonido muy adecuado para películas de fantasmas.—Qué tontería —dijo en voz alta.Pero se estremeció al volverlo a oír. Dio media vuelta, y salió a toda prisa del cuarto de baño... Y resultó que allí, en el dormitorio, todavía se oía mejor el arrastrar de cadenas. Abrió la boca para llamar a Charly, pero justo entonces oyó el gemido. Un gemido lento, largo, tremolante... Un gemido que expresaba un grandísimo dolor, y, al mismo tiempo, una resignación total. Era un suspiro y un gemido. Y era tan escalofriante que, estremeciéndose de nuevo, gritó por fin:—¡Charly!

217«...Y la bruja Largerloff dijo que ella volvería. Que sus poderes satánicos no sólo permitían invocar a los muertos y hacerles regresar a la tierra, sino que ella misma, un día, aunque hubieran pasado muchos años, haría también acto de presencia entre los vivos. Y que su venganza seria larga, lenta y terrible.»Y la bruja Largerloff fue atada a la escalera, como lo había sido la bruja Guntar. Y cuando se la enfrentó a la hoguera, dijo que ella nunca moriría del todo. Prorrumpió en gritos que hicieron que algunas mujeres se taparan el rostro. Y aseguró que muchos sufrirían peores suplicios que los que ella iba a sufrir ahora.»Y cuando fue lanzada a la hoguera, muchas personas no quisieron verlo. Sólo el poder de "El Malo" podía explicar la resistencia de la bruja Largerloff, y lo mucho que ella tardó en morir. Algunos de los niños que cantaban se desmayaron. Y aquél no fue un día de alegría, sino de luto para la ciudad entera.»

218—¡Ahí, , detrás del seto! —gritó el individuo desde la ventana de su casa.—Ya lo veo.—Entonces, mátalo, mátalo, maldita sea...Adelantó unos cuantos pasos. Vio un bulto oscuro y apretó el gatillo varias veces.Los disparos se tradujeron en fogonazos y estampidos. De repente, se elevó en la noche un horripilante alarido.—¡Dios! —exclamó—. ¡No era un perro!La gente empezó a salir de sus casas. Se encendieron luces. El agente, de súbito, cayó de rodillas y empezó a sollozar.—Lo he matado, lo he matado...Varios curiosos corrieron hacia aquel lugar.—¡Rayos, es… ! —gritó uno.—Estaba a gatas, aullaba como un perro rabioso —gimió.Se sintió terriblemente impresionado. Desde la ventana, podía ver el grupo de gente que rodeaba al policía y a su víctima.—Yo no quería hacerlo. El aullaba y aullaba... —decía, espantado por la enormidad de su acción.Uno dijo:—Formaba parte del grupo que iba a quemar la casa de las brujas.Algunos de los que se hallaban presentes, sintieron de súbito un miedo espantoso y escaparon a todo correr…

219—Dígame una cosa, doctor —pidió fulgurante la mirada—. ¿Por qué dejan los habitantes de Lookville que Jane siga viviendo en el páramo de los Muertos? Si realmente es una especie de bruja o alma en pena, deberían unirse para exterminarlas a ella y a su abuela.—Puede que lo hagan dentro de tres días, Calvin.—¿Qué diablos está diciendo, Kemble?—Faltan tres noches para la de San Juan, Calvin.—¿Y qué?—Hace precisamente cincuenta años que murió brutalmente asesinada una mujer de Lookville. Fue encontrada en el límite del páramo el día de San Juan. Han transcurrido muchos años desde entonces, muchacho. La mayoría de los habitantes del pueblo desconocen las investigaciones que realizó el hombre encargado de la ley en aquellas fechas. Pero voy a decirle una cosa.—Adelante, doctor.—Si se produce una muerte violenta en estos días y existe el menor rastro que conduzca a Jane Crowe, esa mujer lo pagará caro. El actual jefe de policía, Lloyd Mailer, está dispuesto a terminar para siempre con la leyenda del páramo de los Muertos.

220No sé cómo empezar...Lo cierto es que tampoco sé cómo terminaré. Entre otras cosas, porque desconozco el final. Pero, de todos modos, sea cual sea, ha de ser terrible. Para mí... y para todos.Tengo miedo. Mucho miedo. Algo, incluso, que es más que miedo... El pánico me invade, me hiela la sangre en las venas. Y hay motivo para ello. Aunque, a estas alturas, casi he dejado ya de sentir miedo, por llegar a considerar habitual lo insólito y lo espantoso.Aquí, uno llega incluso a olvidar la vida anterior; todo aquello que está fuera de aquí, en algún lugar cercano, cercano, muy cercano, y, a la vez, terriblemente lejano para mí; un lugar que la gente llamamos mundo... Y que yo añadiría que conocemos como... mundo normal.No, esto no es normal. No puede serlo. En realidad, lo que está ocurriendo aquí, no puede ocurrir. Pero está ocurriendo. Eso es indiscutible. Está sucediendo así desde el principio. Pudo parecer simple imaginación, en sus inicios. Pudo, incluso, dar la impresión de que uno estaba loco. De que todos estábamos locos.Todos...

221De pronto, sintió que un dolor agudísimo se le incrustaba en el cuerpo.Abrió la boca para gritar, o para respirar. Ni ella misma supo exactamente para qué. Le entró el agua en los pulmones...También le entraba ya, por segunda vez, el cuchillo en el cuerpo...Vio que el agua se teñía de rojo. De un rojo violento, que luego se hacía más tenue, más claro...Otra cuchillada. Esta le partió el corazón. O cerca, muy cerca de allí anduvo la afilada hoja.Aquello significaba el final. Lo notó. Pero ella sabía que aún faltaban cinco cuchilladas más... El asesino tenía que llegar hasta el número ocho...Pero las cuchilladas que faltaban, ella no las notaría. Ya el corazón se le paraba, ya se detenía la sangre en las venas, ya el pulso se le interrumpía...Antes de dar el último estertor, vio que su asesino iba a besarla…

222El hombre estaba aterrorizado. Gruesas gotas de sudor caían de su frente y los dientes le castañeteaban audiblemente.—Señor, juro que la culpa no fue mía...Dos fornidos individuos sujetaban al prisionero. Delante de ellos había un hombre muy alto, de cráneo alargado, cejas picudas y nariz aguileña, vestido con una larga túnica blanca, que le llegaba hasta los pies. Había una orla de dibujos geométricos, en rojo y negro, que aliviaba un tanto la relativa monotonía del color blanco de la prenda, y por las mangas asomaban las manos, de dedos largos y huesudos, con el aspecto de garras de ave de presa.—Cometiste un gravísimo pecado y debes purgarlo —dijo el hombre de la túnica—. Llevadlo al lugar del sacrificio —se dirigió a los guardianes—, y esperad allí mi señal.

223Y de pronto, quedó paralizada, quieta, sintiendo que los músculos de su garganta se agarrotaban bruscamente.Allí estaba, en la pared, la huella de aquella mano.Ella la recordaba de otro tiempo, de otros días que estaban hundidos en el fondo del brumoso pasado. Aquella mano... Era como si volviese, de pronto, algún viejo terror de sus días de niña. La vio claramente en una de las paredes. Era una huella muy claramente marcada, como si alguien hubiera ensuciado su mano con polvo de carbón y luego la hubiera apoyado en la pared largo rato.Y de pronto, la muchacha recordó.Sus labios se movieron. Nadie hubiera sido capaz de decir si aquellos labios temblaban o formulaban una súplica.

224La capilla no era otra cosa que una antigua nave, de regulares dimensiones, dotada de un púlpito de hierro, un par de pesados candelabros de bronce, una mesa-altar de piedra y dos docenas de viejos bancos de pino.La capilla, en cualquier caso, tenía su acceso a la entrada de la galería B, muy cerca de la gran verja metálica que la separaba del centro de vigilancia de las funcionarias.Sería muy fácil pedir a la funcionaria de enfermería que le facilitase la entrada. Oficialmente, el doctor permanecía desde entonces en la enfermería.Bastaba con introducirse en el laboratorio —un semisótano, según me habían contado las enfermeras— disfrazarse con el blanco sudario, la máscara y la peluca roja, y llegar hasta la capilla y desde allí a la galería B.Sería muy fácil argumentar que las funcionarias deberían ver al fantasma a través de la cristalera del centro de vigilancia, desde donde se dominaba la galería en toda su extensión.Pero es que las funcionarías también estaban aterradas…

225—Mi destino es Kingsdale Manor. Me dijeron que debía apearme en esta estación, así que le agradeceré que me indique...El hombre de la estación se echó atrás, como atemorizado.—¿Va usted a Kingsdale Manor? —balbució.—Eso dije.—¡Dios me asista! No seré yo quien le guíe hacia su propia perdición, caballero.—¿De qué habla? —exclamó—. Sólo le pido una indicación para hallar el camino...—El camino del infierno, señor. Nadie en sus cabales iría a ese lugar, y mucho menos de noche.—Ya veo... supongo que estará poblado de fantasmas y cosas así —se burló el viajero.—Nadie sabe lo que son, de lo que sí estamos seguros, caballero, es de que no son cosas de este mundo.—Pamplinas. Quiere indicarme el camino, ¿sí o no?—Mire, usted haga lo que quiera. Es su cordura o su vida la que arriesga. Pero yo jamás me perdonaría haberle ayudado a destruirse…

226Movió el brazo derecho. La punta del instrumento rasgó de arriba abajo la mejilla izquierda del ladrón, de cuya garganta se escapó un horrible alarido. Pero la herida le enfureció aún más y sus manos aumentaron la presión sobre el cuello de la mujer.Los ojos de Hannah estaban ya cubiertos por un velo rojo. Iba a morir, pensó. Con la fuerza que le infundía la desesperación, asestó otro golpe al ladrón... y otro... y otro...Chorros de sangre saltaron a su rostro y empaparon el liviano tejido de su camisón y mojaron sus senos y su vientre... Hannah prorrumpió en espantosos alaridos, que retumbaron por todo el interior de la residencia.Cuando su esposo y la servidumbre, alarmados, acudieron a la biblioteca, vieron a la joven en pie, cubierta de sangre de pies a cabeza, con la plegadera en la mano y murmurando palabras incoherentes.En el centro de la estancia, sobre un enorme charco de sangre, yacía el cadáver del ladrón.

227Aún estaba a varios pasos de ella. Pero los adelantó, y entonces, en un gesto rápido, brusco, arrojó el contenido de la botella sobre el rostro de la muchacha.Decir que gritó, sería poco. Decir que lanzó un alarido desgarrador, también sería dejar corta la expresión. Lo cierto es que aulló de un modo inhumano, bestial, dantesco. Faltan palabras para dar la medida exacta de lo que fue aquel terrorífico sonido de voz.Al contacto con el líquido, su rostro había hervido, se había encogido, se había arrugado horriblemente. En pocos instantes, quedaron totalmente destrozadas sus facciones.Pómulos, frente, Orejas, párpados, encías, todo cayó bajo el poder destructor, aniquilador, de aquel líquido.Cayó desplomada. Un desvanecimiento piadoso.Pero había de llegar, desgraciadamente, el fatal e inevitable momento de volver en sí...

228«Queridos primos:»Aun recuerdo vuestras crueles burlas y vuestras salvajes pullas que nunca logré entender. Os mofabais de mi interés por los misterios de la muerte, me ofendíais y me humillabais constantemente.»Sin embargo, sois mis únicos familiares y he decidido legaros la fortuna que conseguí reunir en tantos años de sacrificio y soledad.»Sólo quiero tomarme una humilde revancha: obligaros a permanecer durante trece días en un lugar que sé os causa repugnancia: Carver Manor.»En cualquier caso, el que falte a estas condiciones será desheredado automáticamente.»Si alguno de vosotros muriese entre el veintiuno de octubre y el dos de noviembre, su parte en la herencia será dividida entre los demás, de forma que si, por azar, todos falleciesen menos uno, sería éste quien entrase en posesión del total de la herencia.»Si todos muriesen entre las fechas citadas, la herencia sería administrada por míster Cyrus Tocker, quien tiene instrucciones mías secretas para disponer en la forma conveniente de mi fortuna...»

229El Morgue Hall era un teatro distinto. Muy distinto a todos los demás de Londres.El programa que por entonces se representaba, ya era todo un poema, La cartelera no podía resultar más expresiva: 

¡UN ESPECTÁCULO EXCLUSIVO EN EL ESCENARIO DEL

MORGUE HALL,EL PRIMER TEATRO DE «GRAND GUIGNOL» DE

LONDRES!

CADA NOCHE, VEAN:EL SANGRIENTO DRAMA EN DOS ACTOS,

«LA NOCHE DE LA DAMA ASESINA»Y DESPUÉS, GRAN FIN DE FIESTA CON:

EL VAUDEVILLE DE MARJORIE MAXWELL,CON LOS «ENANOS MARAVILLOSOS»...

¡Y CON EL «DOCTOR MISTERY» Y SU CRIATURA MONSTRUOSA Y FANTÁSTICA, QUE SOLO EL PUEDE

CONTROLAR Y DOMESTICAR! Ese era el gran programa de la velada en el Morgue Hall, el teatrillo de ínfima categoría artística, situado en aquel callejón de Soho, el Golden Lane, a espaldas de la vieja iglesia, noche tras noche.

230Levantó el revólver, apuntándole a la cabeza.De repente, sonó un estampido, y comprobó, estupefacto, que la sardónica risa continuaba plasmada en su desfigurado semblante.El terror comenzó a subir por todas sus fibras, en dirección al cerebro. Estaba completamente seguro de haber acertado en aquella horrorosa cabeza. Sin embargo, el rostro seguía intacto, en su pavorosa expresión amarillenta, sin vida.El espectro alargó ambas manos.—¿Te convences? Ningún daño puedes causarme ya.Retrocedió aún más, mientras vaciaba el cargador del revólver con frenética precipitación, negándose a creer lo que sus propios ojos veían.Dos balazos abrieron oscuros orificios en el cuerpo de la espantosa figura, y entonces fue cuando se desencajó, despavorido, su rostro. Todo su ser se estremeció.¡De los orificios no manaba sangre!¡Y la figura seguía avanzando, imperturbable!...

231Oía un rumor extraño procedente de las figuras del suelo, un sonido de succión, espeluznante y aterrador.Instintivamente, empuñó su pesado revólver de reglamento y empezó a disparar contra aquella pareja diabólica...Dando traspiés, llegó cerca de ella. Vio un hilillo de sangre deslizándose por un lado del cuello, allí donde el niño hincaba sus colmillos. La expresión de la mujer era tensa y no parecía asustada en absoluto... gozaba, eso era. ¡Estaba gozando!Vio avanzar al hombre grande hasta donde estaban el niño y ella. De un zarpazo, atrapó al crío y lo arrojó lejos de sí, como quien se libra de un parásito.Luego, él se inclinó y sólo entonces pudo verle la cara. Deseó gritar, aullar con todo el terror del mundo, porque el rostro de aquel hombre era la personificación del mal en la tierra. Tenía unos ojos de fuego que parecían desprender llamas.

232Me estremecí en un íntimo escalofrió al contemplar aquel rostro monstruoso, lleno de costras, palpitante y rojizo, donde sobresalían dos ojos azules como dos puntitos luminosos.—Algo ha fallado... —murmuró.Nos contemplaba con una luz de locura en sus ojos. Vi sus manos horribles, voluminosas, con dedos tan gruesos como mangos de béisbol; el cuello, inflado monstruosamente, los pabellones auriculares, dilatados como orejas de elefante, tan finas que podía verse la red venosa al trasluz de la lámpara que iluminaba el interior de la máquina.—¡Algo ha fallado, algo ha fallado...! —volvió a murmurar.Una pierna enorme, inflamada, tan gruesa como el tronco de un pino, resbaló fuera del alojamiento.Vi que sus labios se movían. Intentaba hablar, realizaba un terrible esfuerzo para modular las palabras.Luego escuchamos su voz, gangosa y distante:—Es horrible, horrible.—¿Qué es horrible? —pregunté.—Horrible es esto que... me toca vivir —murmuró con leves movimientos de los hinchados labios—. ¡Mi cabeza, mi cerebro! Siento... Siento ¡deseos de matar! Sí. ¡Quiero matar!

233 Se podía pagar dinero por no detenerse en Pittersson. ¡Era una localidad tan desapacible, tan inhóspita, tan... siniestra!Sensación, esta última, a la que generosamente contribuía la niebla. Una niebla densa, compacta, que nunca se alejaba de allí, y que hacía estremecer a sus visitantes por la humedad que les metía en los huesos o tal vez, simplemente, el temor que les hacía sentir en el cuerpo.No, Pittersson no tenía nada de acogedor. Como tampoco lo tenía House-Worley, la enorme, antigua y destartalada casa que se alzaba sobre la desnuda y árida colina. Una casa hasta la que ningún niño se atrevía a llegar.Pero sí llegaban hasta allí, cada Navidad, los cinco sobrinos del dueño de la misma. Dos muchachas, Doris y Deborah Worley, y tres varones, Jerry, Wallace y Alexander Worley.

234—¡Ratas, ratas!Sí, eran grandes ratas, ratas como lobos, ratas que tenían la misma cara de aquel viejo de dientes afilados y grandes orejas puntiagudas.Aquel rostro infernal se multiplicaba alrededor de la joven y sobre ella, donde aquellos santones seguían orando con satánicos gemidos que se imponían unos a otros. No entendía nada, sólo se percató de que aquellas grandes ratas, que tenían la cabeza del extraño viejo, la acorralaban, la acosaban.Corrió de un lado a otro por encima de aquel tapiz que la hería y que brillaba como miríadas de rubíes.Las ratas con cabeza humana, si es que se le podía llamar humana, saltaron sobre ella, la derribaron. Se revolcó de un lado a otro tratando de escapar. Era tan intenso el dolor que sentía en todo su cuerpo que ni gritar podía, mientras profundas heridas se abrían en su carne.Se arrastraba, saltaba, rodaba... Los brazos no le obedecían, tampoco las piernas. No podía levantarse. Sentía cada vez menos fuerza, la vida se le escapaba bajo el ataque de aquellos ojos verde-amarillentos que la rodeaban por todas partes…

235Los tremendos colmillos, como alfanjes de marfil, se abatieron sobre mi cuello. De forma refleja, yo había elevado mis piernas y las rudas botas golpearon en su vientre con fuerza, por lo que sus colmillos no llegaron a hacer presa en mi garganta. El enorme animal rodó sobre el hielo. Gruñía, furioso, pero rápidamente se alzó del suelo, dispuesto a saltar nuevamente sobre mí.Las zarpas arañaron la nieve helada en la salvaje acometida. Restallaron dos disparos. Moloch cayó a dos metros de mí, y de entre sus temibles fauces brotó un débil aullido de dolor. Yacía sobre el hielo muy cerca de mí. No se movía, parecía muerto... Súbitamente, sin embargo, se irguió sobre el hielo y se alejó de un salto. Volvió a disparar hasta tres veces.El imponente Moloch rodó sobre la nieve otras tantas, pero finalmente se irguió y huyó velozmente en la noche, hasta que le perdí de vista en la esquina norte de la casa de los Hardin. Me ayudó a incorporarme. Toqué el cañón de su rifle y advertí que quemaba.—No puedo creerlo —le oí murmurar.—Es espantoso —asentí—. Empiezo a creer que Satanás está dentro de Moloch. ¿Cómo se podría explicar si no, que le hayas alcanzado cinco veces con tus disparos y que haya logrado escapar?

236La puerta del dormitorio se abrió cautelosamente. Algo entró sin hacer apenas ruido. La puerta volvió a cerrarse en el acto.Los ojos de la bestia exploraron las tinieblas de la estancia. Ella dormía apaciblemente, con un brazo fuera de las sábanas. De repente, creyó oír entre sueños un extraño chirrido.Aún dormida, dio media vuelta. El chirrido se repitió.En la misma posición, abrió los ojos. Un rayo de luz lunar entraba a través de las cortinas. Vio unas pupilas que chispeaban como si estuviesen embadurnadas de fósforo.Alarmada, empezó a sentarse en la cama. De repente, aquella cosa saltó hacia ella.Gritó una vez. Percibió un olor horrible, un hedor insufrible, pero la sensación duró una fracción de segundo. Unos dientes afiladísimos se clavaron en su garganta. El dolor, lacerante, llegó hasta el fondo de su cerebro y reventó, en una explosión de agudísimos colores, que cedieron paso muy pronto a la oscuridad definitiva…

237Aquella barra de acero negro se parecía a un atizador y terminaba en una especie de doble gancho no muy curvo.La mujer había introducido aquella especie de gancho de dos puntas en el interior de uno de los toneles-jaula, abriendo ligeramente la puerta y colocando luego la rejilla, de forma que no se podía abrir desde el interior del tonel.La bestia joven, elástica, retrocedió hasta topar con el fondo del tonel.Allí, mostró su miedo, su furor. Los pelos largos, casi en cresta, del espinazo, se le erizaron y mostró las uñas descapsuladas con las que trató de evitar que el garfio se le acercara.La expresión de la bestia era de auténtico terror ante el acero que se le aproximaba, manejado por una mano protegida con un guante grueso, muy grueso, contra el que sus garras nada podían.El felino, que era hembra, comenzó a saltar de un lado a otro en su encierro, maullando desesperadamente pero sin posibilidad alguna de que nadie le ayudara ante la sádica tortura que se le avecinaba…

238El doctor Baxter, perplejo, siguió al sacerdote al interior del cementerio. Caminaron por el suelo enfangado, entre viejas lápidas y cruces ladeadas. Llegaron finalmente al lugar donde la tarde anterior fuera enterrado Oliver Atwill.—Mire, doctor —dijo roncamente el sacerdote, señalando la tumba— Lo que me temía...Atónito, el médico de Scunthorpe, contempló el montículo de tierra bajo el cual había sido depositado el féretro del pequeño Oliver.Ahora la tumba aparecía abierta, la tierra a un lado. No había el menor rastro del sepultado, dentro del abierto féretro blanco. De la tapa de éste había sido rabiosamente arrancada, con astillas de madera, la cruz de metal que lo adornaba. Igualmente, alguien había roto brutalmente la cruz de mármol que señalaba la sepultura, escribiendo luego sobre los fragmentos de la misma obscenas palabras con una tinta rojo oscura que se parecía extraordinariamente a la sangre...

239En una noche tormentosa y empapados por la lluvia en plena carretera, un grupo de hippies acceden a subir a un autobús que los conducirá a un lugar apacible donde refugiarse.Al llegar a su destino, descubren que se encuentran en un viejo monasterio perdido en medio de la nada. Allí comienza su pesadilla...

240¡Todos, todos ellos habían muerto ya...!Yo era La Muerte. Mi simple presencia bastaba para provocar la desgracia y la tragedia...Lloré, ya despierta, durante largo rato, hasta que la almohada quedó empapada de lágrimas."Creo que, en verdad, debo estar loca. Porque si no..., ¿cómo acuden a mi mente ideas tan demenciales?", me dije, temblorosa.Permanecí mucho tiempo despierta, en la oscuridad.Porque tenía miedo de quedarme dormida y volver a soñar de nuevo con aquellas horripilantes escenas de muerte y desolación.A la mañana siguiente desperté muy tarde.Tía Louise estaba a mi lado, amable y solícita.—Es casi el mediodía, querida —dijo—. Pero preferí dejarte dormir, imaginando que necesitabas descanso.