2. Marco teórico - iep.udea.edu.co:8180iep.udea.edu.co:8180/jspui/bitstream/123456789/19/6/Marco...
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2. Marco teórico
2.1La revisión de la literatura: avances en la construcción de un estado de la
cuestión
El estudio del gobierno universitario se ha abordado desde distintas ramas del
conocimiento: la ciencia política, la teoría de la organización y la administración pública y
la sociología. El estudio desde la ciencia política se ha ocupado principalmente del análisis
de las relaciones internas universitarias, las relaciones universitarias con los niveles de
gobierno territoriales, el análisis de los grupos de presión y élites políticas, los mecanismos
de implementación de la política nacional en el ámbito universitario y el pluralismo o
elitismo en el gobierno universitario. (Acosta, 2004, 2006; Casanova, 1999)
Desde la administración pública a partir de los años setenta, el estudio se ha centrado en los
procesos de toma de decisiones y su racionalidad. Desde la sociología, con enfoques
organizacionales principalmente, el análisis se ha centrado en los procesos establecidos
para la determinación de los objetivos institucionales y en los elementos que intervienen en
su consecución (Acosta, 2006 y 2010; Casanova, 1999).
El influjo de los enfoques organizacionales en los demás campos disciplinares, llegando a
traspasarles métodos y ejes de interés, hizo del estudio de los modelos de gobierno1 un
referente fundamental para la descripción y análisis de las estructuras y los procesos de
gobierno universitario, inicialmente en la década de los ochenta (Clark, 1991 y 1993) y
luego en la década de los noventa y 2000 (Acosta, 2004, 2006 y 2010; Ibarra, 1999,
Casanova, 1999).
Brunner (1988) y Mollis (2003) luego de plantear que las perspectivas de análisis de los
sistemas de educación superior son muy variadas, señalan como posibilidad de integración
1 Se proponían los siguientes modelos analíticos: burocrático, colegiado, político, anarquías organizadas. Más adelante se describen en el texto.
dos enfoques relativamente excluyentes entre sí o que, por lo menos en su práctica, resultan
divergentes: el enfoque del análisis organizacional y el enfoque del análisis histórico-social.
El enfoque del análisis organizacional se centra en las propiedades internas del sistema.
Se desarrolla desde dentro del sistema hacia fuera sin abandonar nunca su anclaje
internalista. El enfoque histórico-social recorre el mismo espacio de conocimiento pero en
sentido inverso: va desde fuera hacia dentro del sistema sin perder nunca su centro de
gravedad exterior. Las instituciones del sistema de educación superior son percibidas por
este último enfoque como productos histórico-sociales concretos, condicionados, no
condicionantes (Brunner 1988).
El análisis organizacional le da prioridad a la producción de conocimientos. Se analizan con
detenimiento los procesos micro, se le otorga relevancia a la diferenciación: este tipo de
análisis se preocupa por las relaciones entre las disciplinas y los académicos. Un ejemplo
de la utilización de este enfoque son los trabajos de García de Fanelli (1998- citado por
Mollis, 2003), quien le da importancia al concepto de gestión, entendido como la capacidad
del gobierno y de la administración de las instituciones para alcanzar los objetivos
organizacionales en el marco restrictivo y condicionante que imponen la regulación del
Estado y la competencia del mercado. El estudio de Gómez (2004) puede inscribirse en esta
misma línea.
El enfoque histórico-social da prioridad a las políticas públicas y luego a los actores
universitarios; otorga relevancia a los procesos macro por períodos y etapas, al sistema y a
las relaciones de poder; tiene en cuenta el contexto social, político y económico que opera
como fuente de transformación de las instituciones universitarias (Mollis, 2003).
Suasnábar (2003- citado por Mollis, 2003), reconoce la existencia de otros dos enfoques en
la problemática del gobierno y la gestión universitaria: el análisis burocrático representado
por Weick y el análisis denominado sistema político, representado por Baldridge. Desde mi
punto de vista, sin embargo, ambos pueden enmarcarse en los enfoques organizacionales e
históricos-sociales respectivamente.
El análisis burocrático, muy cercano al enfoque organizacional, pone el énfasis en la
distribución de jerarquías: el conjunto de reglas y procedimientos que orientan el
funcionamiento de las instituciones. Para este enfoque, los cuerpos directivos pueden ser
caracterizados como una burocracia académica. Mintzberg (1992), sin hacer referencia
específica a las instituciones de educación superior, habla de las burocracias profesionales
como una de las cinco configuraciones organizacionales. En este sentido, el autor establece
que lo característico de estas estructuras es la autonomía del núcleo operativo (profesores) y
sus conflictos con la línea media (administrativos).
El modelo de sistema político centra su mirada en las características del proceso de decisión
al interior de las instituciones de educación superior; la direccionalidad de las políticas
institucionales es el resultado incierto de la negociación entre una multiplicidad de actores.
Desde el análisis de sistema político, las políticas públicas de educación superior se
entienden como cursos de acción gubernamental referidos a problemas del sector y su
desarrollo (Cox 1993 - citado por Mollis, 2003). Aguilar Villanueva (1993) señala que una
política pública puede ser entendida como una decisión de una autoridad legítima conforme
a procedimientos establecidos que se expresa en varias formas: leyes, sentencias, actos
administrativos, etc., con el fin de alcanzar algunos objetivos, a través de ciertos medios.
Desde un enfoque interactivo (Hall, 1993, Subirats, 2010), se considera a las políticas
públicas como el resultado de complejas interacciones entre diversos actores. Surge el
concepto de arena o campo, en tanto espacio donde se realizan dichas interacciones de
negociación y conflicto en torno a una cuestión. Las políticas de educación superior son,
entonces, el resultado de fuerzas diferentes y en conflicto. Para entenderlas será necesario
comprender el juego de poder que se establece en la arena de las universidades entre
diversos actores con intereses diferentes y distintas capacidades y recursos (Acosta, 2010).
Desde la perspectiva de las políticas públicas (Cox 1993 - citado por Mollis, 2003), es
necesario determinar en qué medida las políticas encaradas por el Estado a través de sus
aparatos producen efectos o impactos en el objeto de su acción, por lo que es necesario
abordar los dos lados de la relación, es decir, tanto las organizaciones de educación superior
como las políticas y sus características. El éxito o fracaso de la política, según Clark 1993,
tiene que ver con dos grandes dimensiones de las instituciones de educación superior: el
principio de integración, por un lado, y el conocimiento procesado por las instituciones, por
el otro. Es decir, el éxito o fracaso de una política debe analizarse teniendo en cuenta las
dimensiones de poder en las organizaciones y el saber.
Otros autores analizan el tema del gobierno de las universidades desde la perspectiva de la
cultura institucional (Suasnábar, 2003 - citado por Mollis, 2003). Para este autor la
problemática de la gestión de las universidades y su gobierno no puede analizarse con los
modelos del sistema político ni con el análisis burocrático debido a las características
particulares de las universidades. Suasnábar desarrolla un marco analítico en el que
reformula los conceptos de campo, cultura institucional y cultura política. Desde esta
perspectiva logra comprender que las políticas institucionales de cada universidad son el
resultado de tendencias contradictorias que se despliegan en un continuo que va desde
acciones meramente adaptativas o reactivas frente a las políticas estatales hasta acciones
que podrían marcar nuevas líneas de trabajo autónomo. En este sentido, es preciso tomar en
cuenta ambos niveles: la acción estatal y los procesos de cambios internos en las
universidades. Es posible inscribir esa línea de análisis en la perspectiva de cambio
organizativo de las corrientes contemporáneas de la teoría de la organización.
Muy anclado y considerablemente determinado por los enfoques derivados de la teoría de
la organización, surge recientemente el concepto de gobernanza, el cual es usado en la
investigación universitaria y en el establecimiento y aplicación de políticas. El concepto de
gobernanza, término muy usado en el contexto de la dirección de las universidades y los
sistemas de educación en Europa (Kehm, 2011) y Norte América, es apenas de reciente
aplicación en el contexto latinoamericano para el estudio de la educación superior y el
gobierno de las universidades (Brunner, 2011 y Acosta, 2010). Además de ser objeto de
estudio para varias disciplinas, el concepto es utilizado como categoría analítica para
explicar los mecanismos de coordinación de actividades de los distintos, pero
interdependientes, actores en el mismo campo (Kehm, 2011: 21).
En uso de esta categoría, los estudios realizados buscan responder a la pregunta de cómo las
universidades, en tanto que organizaciones, reaccionan a cambios de condiciones en su
ambiente o a desafíos externos (Kehm, 2011: 27), es decir, cómo se transforman
internamente las universidades para responder a los cambios y exigencias del entorno. La
pregunta es cómo se dirige, pero no quién ni por qué, de esta manera no tiene una
perspectiva crítica per se sobre el poder (Kehm, 2011: 23). En esta línea, el sentido de
dirección y los medios para llevar a la práctica los proyectos institucionales serán
condicionados por las exigencias del entorno, los gobiernos universitarios son impelidos a
avanzar en dirección a las señales del contexto y de los grupos de interés y a liderar
transformaciones internas para responder a éstas.
Desde esta perspectiva se aborda el estudio sobre los procesos de gobernación en los
sistemas de educación superior centrando el análisis en las nuevas relaciones entre las
instituciones de educación superior, el Estado o las autoridades públicas, la sociedad y el
mercado, y al interior de las universidades, se centra la mirada en los procesos de toma de
decisiones y en la inclusión de las partes interesadas. En sus inicios las cuestiones
principales de la investigación en esta perspectiva giraron alrededor de tres ejes de análisis:
la estructura de toma de decisiones, los procesos y los objetivos.
Estudios más recientes presentan como ejes de análisis, en el nivel interno, las estructuras
internas de autoridad y decisión, los procesos de gestión, la capacidad gerencial y el
liderazgo de los directivos y la profesionalización de los cuerpos administrativos a nivel
central, entre otras. En el nivel externo se analizan los cambios en el modelo de relación
con el medio, la inclusión de los grupos de interés o stakeholders, la consolidación de las
organizaciones como actores y la vinculación a redes en contextos nacionales o
supranacionales, entre otros ejes (Kehm, 2011).
Seguido, siguiendo en parte a Kehm (2011), se resaltan algunas contribuciones al estudio de
los procesos de gobierno de las universidades y sistemas de educación superior en la
perspectiva de la gobernanza:
Olsen (2007) después de su análisis deja como pregunta abierta cuál es el modelo
organizativo requerido para alcanzar la excelencia, garantizar la curiosidad libre y
demostrar responsabilidad social y cultural. Centra la pregunta en los medios para alcanzar
unos fines, definidos en términos de lograr la excelencia y ganar confianza social dada la
responsabilidad social y cultural de su actuación.
Maasen (2003) y Acosta (2010) plantean la creciente separación entre las culturas
académicas y administrativas en las universidades y la debilitación del poder de los cuerpos
colegiados. En este orden, Brunner (2011) propone un marco analítico para analizar el
cambio en los modelos de gobernanza en las universidades, señalando que se mueven entre
un modelo de gobierno director-agente y un modelo colegiado, y entre un modelo
burocrático y un modelo de partes interesadas. Estos autores buscan explicar los cambios en
los modos de gobierno en las universidades, como resultado de los cambios en el entorno,
en las políticas y de las nuevas relaciones universidad-contexto.
Ferlie, Musselin y Andresani (2009) analizan el cambio en los modelos de gobernanza
como parte de las transformaciones en el sector público y los servicios clave. En este
sentido, la capacidad de los gobiernos de orientar los destinos institucionales está asociada
a las nuevas relaciones que se establecen entre la universidad y el Estado.
Martens, Rusconi y Lauze (2007) describen como el diseño de las políticas universitarias
viene siendo desplazado cada vez más a niveles supranacionales con la participación de
nuevos actores pertenecientes a estos ámbitos como la UNESCO, El Banco Mundial, la
OCDE y la Comisión europea, entre otros.
De Boer, Enders y Chimank (2007) resultado del estudio de los cambios en la gobernanza
educativa en Inglaterra, Holanda, Austria y Alemania, proponen un ecualizador de los
cambios en la gobernanza a partir de cinco dimensiones: Reducción de la regulación estatal,
incremento de directrices externas o de partes interesadas, una autogobernanza debilitada,
una gobernanza gestora reforzada y un aumento de la competencia con, por ejemplo, la
introducción de elementos mercantiles.
Bleiklie, Enders, Lepori y Musselin relacionan los impactos de la NGP y la gobernanza en
red en la universidad como organización profesional. Resaltan como resultados la pérdida
de poder y de capacidad de autorregulación, nuevas prácticas de evaluación y financiación,
cambios en la jerarquía tradicional en la que el trabajo académico se organiza y la erosión
del nexo entre investigación y docencia. Señalan, además, una división corriente del trabajo
dentro de la profesión académica con papeles más profesionalizados y que implican más
gestión. La pregunta se centra en el cómo se gobierna, no en el quién gobierna y si puede
gobernar.
A manera de síntesis, las narrativas teóricas para el análisis de los procesos de gobierno en
las universidades y los sistemas de educación superior hasta el momento analizadas y aquí
descritas, permiten señalar que los cambios en el contexto político de las universidades,
las políticas públicas de educación superior y la configuración de las relaciones de poder en
el interno de las universidades y con el contexto, determinan en mayor o menor medida el
cambio en las universidades y en sus modos de gobernanza, en un escenario en el que
pierden protagonismo los gobiernos y cuerpos colegiados de académicos, y ganan cada vez
más fuerza los agentes directivos y administrativos con mayor profesionalización y
capacidad gerencial. De esta manera, las lógicas académicas pierden peso ante las lógicas
gerenciales a la hora orientar las instituciones universitarias, según lo evidencian los
estudios del cambio realizados en diversos escenarios y contextos con democracias
consolidadas.
Se coincide con Bruner (1988) cuando afirmaba que evaluando los dos enfoques descritos,
organizacional y socio histórico en función de sus resultados en el campo, se puede
constatar que las fortalezas de uno son las debilidades del otro, y que ninguno podrá
avanzar sin incluir los elementos provenientes del enfoque divergente.
Por otra parte, se destaca la naturaleza política de los problemas que afectan los procesos de
gobierno de las universidades públicas y la necesidad de profundizar en su estudio desde
una perspectiva diversa y flexible en lo teórico y metodológico que permita encarar la
lectura del gobierno en el interno de las universidades en su relación bidireccional con el
entorno. La complejidad del objeto de estudio así lo amerita.
2.2Referentes teóricos: Avances en la construcción de un marco conceptual
2.2.1 El concepto de gobierno y la acción de gobernar
Derivado de la raíz griega kubernao, gobernar significa literalmente dirigir con el timón
(Strauss, 1996). Foucault (1991), plantea que gobernar significa ocuparse de los marineros,
pero también de la nave y del cargamento. Gobernar una nave significa además tener en
cuenta los vientos, los escollos, las tempestades, significa poner en relación los marineros
con la nave que debe ser salvada, con el cargamento que es preciso conducir al puerto, y
todo ello en relación con sucesos tales como los vientos, los escollos, las tempestades, etc.
Señala el autor, que el gobierno no sólo se debe ocupar de una diversidad de fines
específicos que no necesariamente están interconectados, sino que debe ser capaz de trazar
una trayectoria, integrando todo aquello que no está integrado, y cumplirla estableciendo
los vínculos entre las partes para llegar al punto deseado.
En esta perspectiva, gobernar implica definir una trayectoria, un sentido de dirección, un
proyecto de “vida” para la institución, definido en unos objetivos fines. Además, implica
definir y poner en práctica estrategias de coordinación entre los distintos agentes de la
organización involucrados y las distintas unidades para llevarlo a cabo, considerando y
sorteando las condiciones del entorno. Pero, hasta dónde puede modificar las condiciones
del entorno cuando le son “adversas”?
Siguiendo a Medellín (2011), desde la filosofía clásica el gobierno refleja el régimen
político. Los regímenes políticos determinan las formas (institucionales) y los modos
(culturales) a través de las cuales las sociedades se gobiernan. Las formas institucionales
establecen las reglas que deben regir las relaciones entre el gobernante y el aparato de
gobierno, y el campo de acción en que el gobernante se debe desenvolver en su relación
con los gobernados. Las formas institucionales señalan las modalidades y límites a través
de las cuales el gobernante puede llegar al gobierno (por complicidades, por herencia, por
elección o por el uso de la fuerza, etc.) sin apropiarse de él, someten al gobernante al
escrutinio público, señalan las instancias y mecanismos a través de los cuales las decisiones
y acciones del gobernante pueden hacerse acatar y establecen los principios y mecanismos
para la concentración de poder o no del gobierno en el gobernante. Los campos de acción
del gobernante en su relación con los gobernados están delimitados por las formas y
contenidos institucionales que fijan las finalidades a perseguir y los medios para lograrlo.
En esta línea cobra vigencia la lectura y valoración de la democracia en el contexto de las
universidades, tanto en el nivel interno como en el de la sociedades en las que están
inmersas.
El modo cultural de gobernar está definido por la cultura política e institucional que
prevalece en una sociedad y por el proyecto político que está en juego para imponer un
determinado derrotero a la sociedad que se gobierna. De esta manera, indagar por la cultura
política e institucional, es indagar: 1) por la manera como se produce la interlocución entre
gobernantes y gobernados en la definición y gestión de los asuntos institucionales, es decir,
cómo se producen las ofertas entre ellos y como se establecen los compromisos entre
gobernante y gobernados; 2) por la manera como se ordenan el conjunto de tácticas y
estrategias gubernativas y se despliegan las acciones de gobierno para alcanzar los
resultados deseados, en otras palabras, por la manera cómo se definen y disponen los
medios para lograr el proyecto institucional propuesto, y 3) por la manera como se aplican
los recursos del gobierno para el logro de los propósitos definidos, es decir, el grado de
consenso o de represión que se requiere para cumplir con los resultados previstos
(Medellín, 2011).
En esta perspectiva, el gobernar de un gobierno implica definir un sentido de dirección al
proyecto institucional y unos medios para alcanzarlo, con base en unos arreglos
institucionales.
2.2.2 El concepto de gobernabilidad
Desde distintos ámbitos la gobernabilidad ha sido definida como la capacidad de respuesta
que poseen los sistemas de gobierno para atender las demandas sociales. Este concepto de
gobernabilidad parte de un supuesto estadocéntrico, se asume que el agente central de la
conducción social es el Estado, concretamente el gobierno en su dimensión ejecutiva
mediante las políticas públicas y la provisión de servicios. El problema del gobierno
consiste en identificar las capacidades o poderes que requiere el gobierno y generar el
proceso político para dotárselos o, en posesión de los poderes pero con un funcionamiento
ineficaz, la tarea es reformar o modernizar el aparato del gobierno y sus recursos humanos a
fin de aprovechar el potencial de capacidades desperdiciadas.
En la revisión de la literatura correspondiente a los estudios realizados y sin una pretensión
exhaustiva, es posible identificar dos tendencias centrales frente al tratamiento del tema de
la gobernabilidad: 1) El problema de la in-gobernabilidad asociado a déficits en la
capacidad administrativa de los aparatos gubernamentales para dar respuesta eficiente y
eficaz a las demandas sociales, se relaciona el problema con la baja capacidad gerencial de
los aparatos administrativos; y 2) se vincula el problema de la gobernabilidad –
ingobernabilidad más en el plano político que administrativo y se centra el análisis en el
crecimiento de las demandas ciudadanas en una sociedad más democrática que desborda la
capacidad gubernamental.
En democracias en formación, el problema de la gobernabilidad ha sido ubicado en la
debilidad de las capacidades del gobierno que son rebasadas por la demanda social,
derivando en presiones y anomias, pues amplios sectores sociales esperan que los gobiernos
democráticos tengan una respuesta a sus demandas superior a los gobiernos autoritarios.
Así, la ingobernabilidad se plantea no por exceso sino por defecto de la democracia para
resolver los problemas sociales.
Retomando a D. Achard y M. Flores (citados por Aguilar 2006:64), es importante revisar
las diferencias en los contextos a la hora de analizar el tema de la gobernabilidad. Estos
autores plantean que la teoría de la gobernabilidad nace como teoría de la ingobernabilidad
en contextos de países desarrollados. En contextos como el latinoamericano no es posible
hablar de una crisis de la democracia por exceso de la misma, es necesario ubicar el
problema en un proceso de construcción democrática. Más que una sobredemanda que
ponga en peligro la democracia como sucede en los países desarrollados, en AL existe una
subdemanda que le apuesta a la democracia para poder crecer, en un escenario
caracterizado por profundas crisis fiscales, con la necesidad de aplicar severos ajustes
económicos y con un Estado que ha desempeñado un papel diferente al estado de bienestar
de los países de Europa. De esta manera, en AL fue necesario procesar en paralelo las
nuevas demandas y expectativas sociales estimuladas por la llegada de la democracia en un
contexto de ajustes estructurales y altos pagos de servicios a la deuda.
El problema de la ingobernabilidad deja luego de tener la relevancia inicial pues el asunto
de que el gobierno se desplome y entre en crisis se resuelve, por lo menos en teoría, si se
dota al gobierno con las facultades institucionales, los recursos fiscales y las estructuras de
operación necesarias para que un gobierno democrático pueda gobernar a su comunidad. D.
Achard y M. Flores (citado por Aguilar 2006:65) señalan cuatro ejes o bloques
conceptuales para abordar el problema de la gobernabilidad: 1) La gobernabilidad como la
eficiencia del gobierno y el Estado para formular y aplicar políticas económicas y
administrar la gestión pública; 2) La gobernabilidad como el grado de sustentación social
que alcanzan las políticas públicas en el marco de los ajustes modernizadores; 3) La
gobernabilidad como variable política que resulta de la capacidad decisoria que emerge de
las reglas de juego de cada democracia y de las dotaciones de decisionalidad, participación
y representación políticas propias de sus sistema de gobierno, de su sistema de partidos y de
sus sistemas electorales, así como la relación entre las anteriores variables y los elementos
propios de la cultura política de cada país, y 4) La gobernabilidad como capacidad de
administrar los ajustes producidos como consecuencia de los procesos de integración
económica. Esta propuesta aunque criticada por su enfoque gubernamentalista, es planteada
como un enfoque integral para fortalecer la capacidad de los gobiernos en las democracias
de AL.
Desde otras perspectivas, además de la dotación fiscal, institucional y operativa, la
capacidad de gobernar se asocia a las pautas de comportamiento de los gobernantes y a su
manera de relacionarse con los distintos grupos sociales para definir con estos los objetivos
de valor de la vida asociada, procurar sus aportes para realizarlos, atender sus problemas y
arbitrar los conflictos que emerjan. Refiere por tanto las capacidades de dirección del
gobierno y las acciones directivas ejercidas que llevan a la práctica dichas capacidades. El
ejercicio de gobierno incluye tanto la capacidad de gobernar del gobierno como el modo de
dirección que se sigue en el ejercicio gubernativo de la sociedad. Desde esta mirada, el tipo
de acciones que ejerce el gobierno al relacionarse con sus ciudadanos en la conducción de
la sociedad, permiten determinar si el gobierno está o no aprovechando efectivamente el
potencial de recursos (institucionales, fiscales, operativos, etc) que le han otorgado para
gobernar a su sociedad y realizar los objetivos que se han considerado de valor social. El
concepto de gobernabilidad refiere la capacidad directiva demostrada por acciones y
resultados, e incluye como precondición las instituciones y los recursos de autoridad,
coactivos, económicos, informativos y administrativos, entre otros.
Desde esta perspectiva, siguiendo a Aguilar (Aguilar 2006:67), las capacidades de los
gobernantes son las que posibilitan o imposibilitan ciertas acciones y resultados de
gobierno, y las acciones de gobierno mismas son las que permiten aprovechar o no el
potencial de recursos que están a su disposición. Las instituciones y los recursos del Estado
que otorgan facultades directivas al gobierno (legal y financieramente), representan el
potencial de llevar a cavo ciertas acciones y lograr determinados resultados, pero dicho
potencial se vuelve real y efectivo si mediante las acciones directivas que ejerce el gobierno
se hacen cosas y se producen efectos. Así, la capacidad del gobierno se muestra en la acción
y los resultados del gobernar, en las prácticas de la gobernación, no en la dotación de
poderes, facultades y atribuciones que un gobierno posee en abstracto por disposiciones de
ley. Gobernar, en esta perspectiva de la gobernabilidad, se refiere entonces al modo como el
gobierno hace uso de las capacidades directivas que posee, actualiza sus potencialidades y
las transforma en acciones que tienen como efecto las situaciones sociales deseadas.
No obstante, desde las dos orientaciones antes presentadas el eje de la cuestión son las
capacidades del gobierno democrático, políticamente es importante hacer la diferencia en la
manera como se asume desde cada orientación. Desde la primera orientación se pregunta y
responde por las capacidades entendidas como los recursos o poderes para estar en aptitud
de gobernar a su sociedad, se refiere a los poderes que se requiere poseer de antemano para
ser gobierno y conducir una sociedad hacia sus objetivos. Desde la segunda orientación, se
pregunta por las capacidades asumidas como recursos en movimiento, poderes en acción,
cuyos resultados o efectos son las situaciones deseadas de coordinación, conciliación y
prosperidad social; refiere las acciones que acreditan que un gobierno es un agente
directivo capaz y efectivo en la conducción de la sociedad hacia sus objetivos (Aguilar,
2006).
En el ámbito de la educación superior, la gobernabilidad ha sido definida como la
capacidad de un sistema social de concebir un proyecto colectivo y llevarlo a la práctica.
Llevado al plano de una organización pública, puede expresarse como la capacidad que
tiene una institución de articular un proyecto compartido y llevarlo a la práctica
(Samoilivich, 2008: 321). También en este ámbito Acosta (2010, 30) acoge la definición
clásica propuesta por Crozier, Huntintong y Watanuki (1975) y define la gobernabilidad
como la capacidad de respuesta que poseen los sistemas de gobierno para atender las
demandas sociales. Pero para Acosta, esta capacidad es una construcción esencialmente
política que tiene que ver con el perfil del régimen político en el cual se elaboran e
implementan las políticas públicas, la agenda de las políticas y su instrumentación.
Aquí, se entiende la gobernablidad vinculada a la democracia. Como lo plantea Agustín
Rico “(…) pensar la gobernabilidad al margen de la democracia, estimula el germen del
autoritarismo, en el mejor de los casos, del gobierno eficiente pero sin legitimidad
ciudadana. De la misma manera, postular la democracia sin considerar la gobernabilidad
puede derivar en situaciones de inestabilidad política. Por estas razones, es pertinente la
reflexión simultánea en torno a la gobernabilidad democrática y a la democracia
gobernable” (Camou, 1995: 7).
Camou (1995: 22), luego de considerar las perspectivas de diversos autores, define
gobernabilidad como “(…) un estado de equilibrio dinámico entre demandas sociales y
capacidad de respuesta gubernamental”. Esta noción ubica la gobernabilidad en la relación
compleja entre el sistema gubernamental y la sociedad, no es una cuestión unilateral de
alguno de los dos, sino que refiere la interacción gobernantes y gobernados. En el marco de
esta relación es que se habla de unas condiciones específicas de gobernabilidad.
Se puede hablar de gobernabilidad democrática cuando este proyecto compartido se
concibe y se pone en práctica conforme a un sistema de reglas y fórmulas democráticas,
cuando la toma de decisiones de autoridad y la resolución de conflictos entre los actores
estratégicos se produzca conforme a un sistema de reglas y fórmulas que se puedan
calificar como democracia (Prats: 2001).
2.2.3 El concepto de Gobernanza
El contexto en el que surge
La idea del gobierno como actor central del funcionamiento de las sociedades, empezó a
debilitarse a partir de los años 60s en los países industrializados debido a los problemas de
crecimiento que enfrentaban, y en los países de AL, a finales de la década ante el
estancamiento en los procesos de desarrollo. Este debilitamiento se hizo más profundo con
el decaimiento de los sistemas económicos y políticos de los estados centralmente
planificados. Se sustentó que no todas las capacidades para la gobernación de un país se
encontraban en el ámbito del gobierno, particularmente aquellas asociadas al crecimiento
económico y al desarrollo social. Muchos de los recursos que el gobierno requería para su
tarea directiva estaban en manos sociales y privadas. Tomó fuerza la idea de la gobernanza
que destaca la interdependencia de aportes entre actores gubernamentales y sociales como
condición para la dirección de la sociedad. De esta manera, se planteó la necesidad de
modificar el modo directivo de gobernar para hacerlo capaz de coordinar y crear las
interdependencias requeridas con los distintos actores sociales y económicos (Aguilar,
2006).
Aguilar (2006:74) resalta dos conclusiones del momento. La primera, en el orden teórico,
es que la capacidad directiva de un gobierno no es equivalente a un gobierno con poderes
de gran alcance y amplia autonomía, surge en consecuencia la pregunta por el tamaño del
Estado y del gobierno para atender sus funciones. La segunda, en el orden práctico, llevó a
cancelar las facultades “probadamente improductivas” de los gobiernos y crear otras
requeridas para una dirección social exitosa y, al mismo tiempo, definir qué otros actores
sociales y económicos deberían participar en la acción directiva de la sociedad. El resultado
en el concepto y la práctica fue rehacer un nuevo equilibrio en las relaciones Estado,
mercado y organizaciones sociales para configurar un nuevo proceso directivo de la
sociedad, una nueva gobernación o gobernanza.
El término gobernanza y su denotación conceptual se empezó a utilizar, según lo manifiesta
Aguilar (2006: 82 y 83) en 1989 dentro del informe del Banco Mundial África
subsahariana: “De la crisis al desarrollo sustentable, una perspectiva de largo plazo”, en el
que se señaló que la incapacidad del gobierno de administrar y gobernar era el origen del
fracaso en el desarrollo del África negra, por lo que se requería menos y mejor gobierno y
que “un mejor gobierno/mejor gobernación (a better governance) requiere una reforma
política”. Luego el término fue acogido por la Agencia de los Países de Ultramar del
gobierno británico en 1993 resignificándolo como good governance, posteriormente lo
acuño la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico – OCDE y, más
tarde, el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo – PNUD haciendo más precisa su
conceptualización en el marco del desarrollo sustentable.
Su primera utilización e intento de definición, sin embargo, fue en el sector privado en los
años ochenta con la expresión corporate governance o gobernanza corporativa, pensando
en el buen funcionamiento de empresas de gran tamaño, preponderancia en su sector de
negocios y de propiedad común de varios accionistas. Se señalaba que el éxito de una
empresa de este tipo no sólo dependía de las decisiones de los altos ejecutivos sino que los
miembros, dueños e interesados en su desempeño deben implicarse también en las
decisiones y acciones que afectan el futuro de la misma.
Concepto y enfoque
La real Academia Española en el Diccionario de la Lengua Española identifica el término
gobernanza como una expresión arcaica que denota la acción o efecto de gobernar o
gobernarse. Recientemente la RAE define gobernanza como “arte o manera de gobernar
que se propone como objetivo el logro de un desarrollo económico, social e institucional
duradero, promoviendo un sano equilibrio entre el Estado, la sociedad civil y el mercado de
la economía”.
Distintas nociones de gobernanza consideradas, coinciden en señalar la gobernanza como
un proceso mediante el cual los distintos actores de una sociedad, definen sus fines-objetivo
de convivencia, determinan los medios e instrumentos a utilizar y coordinan acciones para
alcanzar dichos objetivos valorados colectivamente. La instancia gubernamental, el
gobierno, es considerado otro actor social con roles diferenciados según las características
propias de cada contexto social particular.
Aguilar, (2006: 87) a partir de considerar la literatura angloamericana, plantea que es
posible distinguir entre government, la institución responsable del gobierno en una
sociedad; governing, la acción de gobernar del gobierno mismo, y governance, como el
proceso de gobernarse o conducirse de una sociedad. Aguilar,citando a J Kooiman en
goberning as gobernance (2003), recoge la idea expuesta de que el gobernar del gobierno
hoy no es más que un modo de gobernanza que consiste en un proceso político – social y no
sólo gubernamental, que implica el aporte y la coordinación de actores del gobierno y de la
sociedad.
Citando a Rosenau y Czempiel (1992: 3-6 – citado en Aguilar 2006) Aguilar recoge la idea
de gobierno cuando se trata de actividades que se desarrollan en el ejercicio de la autoridad
formal, mientras que gobernaza refiere actividades que se desarrollan basadas en objetivos
compartidos, por tanto, puede existir gobernanza sin gobierno cuando en una esfera de
actividad hay mecanismos reguladores que funcionan eficazmente sin que dispongan de
una actividad formal. También retoma consideraciones en este orden de Keohane y Nye
(2000:12) que precisan gobernaza como “los procesos e instituciones, tanto formales como
informales, que guían y enmarcan las actividades colectivas de un grupo. El gobierno es un
subconjunto que actúa con autoridad y crea obligaciones formales. La gobernanza no
requiere exclusivamente la conducción de los gobiernos”. Continúa el autor citado que en la
gobernanza se articulan diversos actores privados y no gubernamentales en asociación con
las entidades del gobierno o sin la autoridad gubernamental (Aguilar 2006:88).
Este concepto, que se concibe inicialmente como un concepto descriptivo para luego
transformarse en un concepto normativo, plantea que la dirección de la sociedad trasciende
la acción gubernamental y por tanto el gobierno debe integrar en su deliberación y acción a
agentes económicos y sociales independientes, cuyas acciones no se apegan a las lógicas
políticas y a quienes se reconoce cierta capacidad de auto-regulación y auto-gobernación.
Desde el concepto de gobernanza se pone en cuestión la forma gubernamentalista anterior
de dirigir la sociedad y se intenta dar respuesta a cuál puede ser un modo más adecuado de
dirección en la sociedad contemporánea.
Desde el ángulo descriptivo, la gobernanza puede ser vista como el conjunto de arreglos
institucionales mediante los cuales se preparan, adoptan y ejecutan las decisiones públicas
en un entorno social determinado. Incluiría estructuras, procesos, relaciones entre actores,
reglas, mecanismos de imposición, control y rendición de cuentas, incentivos, normas
informales y, en general, todos los instrumentos que inciden sobre las decisiones en la
esfera pública (Longo, 2008: 3).
En este sentido, se puede hablar de gobernanza a diferentes escalas y niveles, más o menos
agregados (global, supranacional, nacional, municipal, institucional) o segmentados, ya sea
vinculándola a temas (inmigración, multiculturalidad, hidrocarburos), a sectores de
actividad pública (educación, medio ambiente, I+D), a partes de un universo organizativo
(red de empresas públicas, sistema tributario), a los campos de juego o materias de la
acción de gobernar (las políticas públicas, los servicios públicos, las inversiones, la gestión
de conflictos) o a otros criterios. Esta aproximación indaga por cómo ocurren las cosas, de
cuál es la gobernanza efectivamente existente en un entorno institucional determinado
(Longo, 2008: 3). Es la perspectiva más utilizada en la investigación en el ámbito de la
educación superior en Europa.
Desde la perspectiva normativa, la gobernanza se configura como un atributo que
caracteriza a las sociedades capaces de afrontar con éxito los desafíos del progreso y el
bienestar. Siguiendo a Longo (2008), se pueden identificar al menos tres líneas en torno a
esta aproximación: la que relaciona la gobernanza con la calidad de la democracia, la que la
vincula con la capacidad para resolver problemas colectivos, y la que considera su papel de
garantía para los mercados y el buen funcionamiento de la sociedad civil. Son, desde luego,
visiones interconectadas, pero que pueden ser distinguidas, ya que se centran
prioritariamente en elementos diferentes.
La primera línea (gobernanza como “gobernanza democrática”) pone el acento en aquellos
elementos que facilitan la aproximación e incorporación de los ciudadanos a la acción
pública. La responsabilización (accountability) de quienes participan en los procesos de
adopción y ejecución de decisiones públicas es aquí un valor fundamental. La transparencia
de esos procesos constituye un prerrequisito. La apertura a la participación de los
ciudadanos en el diseño y ejecución de las políticas públicas y el desarrollo de mecanismos
de control social forman parte, con un énfasis mayor o menor, según los casos, de esta
visión. Para sus defensores, la democracia, además de poseer valor legitimador, desempeña
un papel funcional en la gobernanza (Fukuyama, 2004: 49).
La segunda línea, gobernanza como “gobernanza eficaz”, considera los elementos de
capacidad para actuar con eficacia y conseguir los resultados pretendidos. Gobernanza es
aquí el grado en que los sistemas públicos son capaces de afrontar y resolver con éxito los
problemas de la agenda pública. Aguilar (2006), entre otros, se suma a esta noción de
gobernanza cuando la relaciona con la “eficacia directiva” del proceso mediante el cual los
actores de una sociedad deciden sus objetivos de convivencia y la forma de coordinarse
para realizarlos. Desde esta línea se afirma que la gobernanza del sector público se refiere a
las relaciones entre las decisiones adoptadas en nombre del poder público y los resultados
(performances) del gobierno. El Informe de Progreso Económico y Social del BID para
2006 se inscribe, de forma no excluyente, en esta línea, resaltando los elementos de
consistencia de los marcos en los que se articulan, proponen, argumentan, negocian, pactan,
deciden, evalúan y revisan las políticas públicas.
La tercera línea normativa (gobernanza como “buena gobernanza” o good governance)
pone el acento en los marcos institucionales que garantizan un funcionamiento eficaz de los
mercados y facilitan la formación de capital social. Los distintos enfoques, dentro de esta
misma aproximación, destacan más los elementos formales o los informales, así como el
mayor o menor peso de las instituciones políticas o de la sociedad civil. Ésta es la línea
desde la que el Banco Mundial y otros organismos internacionales implicados en la
promoción del desarrollo consideran fundamentalmente las cuestiones de la Gobernanza,
otorgando un papel fundamental a las instituciones que garantizan la seguridad jurídica y la
reducción de la corrupción (Longo: 2008)
Aguilar (2006: 99) define el concepto de nueva gobernanza como “el proceso social de
decidir los objetivos de la convivencia y las formas de coordinarse para realizarlos (…) en
modo de interdependencia – asociación- coproducción- corresponsablidad entre el gobierno
y las organizaciones privadas y sociales”. La dirección de la sociedad adquiere
teóricamente la forma de una gobernanza por redes interorganizacionales, aunque no
represente una realidad gubernativa o administrativamente institucionalizada.
Retomando Prats ( 2004: 31-35), desde la noción de gobernanza centrada en el “gobierno
interactivo”, se resaltan dos asuntos centrales: los principios de la buena gobernanza
(advierte, sin embargo, que no existe un modelo universal de buena gobernanza) y la
institucionalización del proceso mismo. Se señalan cinco principios fundamentales para la
buena gobernanza: apertura, participación, responsabilidad, eficacia y coherencia. Así
mismo, resalta el autor la importancia de que las nuevas relaciones entre los gobiernos y
entre estos y la sociedad, deben institucionalizarse si se pretende un nuevo ejercicio
directivo duradero, cierto y responsable, públicamente reconocido y autorizado.
En el ámbito de la educación superior, como se destacó en el aparte 2.1, el enfoque de la
gobernanza desde la perspectiva descriptiva ha tomado fuerza en los últimos años,
especialmente en Europa y Norteamérica, para la realización de estudios sobre educación
superior, con resultados que se resaltaron en dicho apartado. En la perspectiva normativa
se viene aplicando en buena parte de los países en la orientación de las políticas y en la
gestión de los sistemas de educación superior.
En el marco del presente estudio, los elementos que aporta esta perspectiva pueden permitir
analizar, en un escenario multinivel, la inclusión de nuevos actores formales e informales
en la coordinación de los sistemas universitarios, su participación en sus sistemas
decisionales y los cambios en los roles de las autoridades públicas.
2.2.4 La teoría de la organización y la administración pública y el estudio de las
universidades
Ámbitos y dimensiones de análisis
Algunas vertientes y estudiosos de esta teoría definen las organizaciones como unidades
sociales con unos objetivos particulares. A partir de sus elementos fundamentales es posible
delimitarlas de la siguiente manera: un grupo de personas asociadas – para el logro de un
fin común- Que establecen entre ellas relaciones formalizadas - Con pretensión de
continuidad en el tiempo - Legitimadas por el sistema social externo – y Con la posibilidad
de sustituir a sus propios miembros sin que peligre la supervivencia de la propia
organización (Ramió, 2010: 22).
Desde distintas corrientes se definen como realidades multidimensionales que precisan ser
abordadas desde diferentes enfoques para su comprensión global. Ramió (2010: 19 y 20),
reconociendo su muldimensionalidad, propone tres grandes ámbitos desde los cuales
abordar su lectura: un ámbito socio-técnico, un ámbito de control y mejora y un ámbito
político-cultural.
La lectura socio técnica de las organizaciones abarca las dimensiones clásicas a tener en
cuenta en el análisis de cualquier organización: el entorno, los objetivos, la estructura
administrativa, los recursos humanos, los recursos materiales, los recursos financieros y los
procesos administrativos (Ramió 2010: 17 y 18). Perspectivas más recientes definen el
conocimiento y la información también como un recurso fundamental.
El ámbito de control y mejora hace referencia a la manera como las organizaciones,
controlan sus elementos, procesos y actuaciones. Es decir, revisan si sus dinámicas atienden
lo que se ha decidido y programado, para lo cual diseñan sistemas de información,
evaluación y control que permitan diagnosticar las necesidades de cambio y mejora
organizativa para adecuar sus realidades internas a las nuevas exigencias del entorno
(Ramió 2010:20).
Desde el ámbito político, se analizan las organizaciones públicas, y entre estas a las
universidades públicas, como realidades políticas donde diversos actores tienen sus propios
objetivos e intereses, los cuales buscan alcanzar mediante estrategias que ponen en escena
según la capacidad de controlar los recursos y de influir en los procesos de toma de
decisiones. Se asume la organización como un sistema político en la que distintos actores
(unidades, grupos, individuos) luchan por dominar espacios compartidos generándose
lógicas de conflicto. (Ramió 2010: 19 y 20)
El paradigma político en la teoría de la organización
Las distintas teorías organizativas se pueden clasificar en tres grandes grupos en función de
su aparición en el tiempo (Ramió 2010):
Enfoques clásicos: los paradigmas teóricos clásicos son los enfoques sobre los que se
edifica la moderna Teoría de la Organización y que han canalizado la mayoría de las
aportaciones posteriores. Son las perspectivas que predominan durante la primera mitad del
siglo XX.
Enfoques neoclásicos: los paradigmas teóricos neoclásicos representan los enfoques que
modernizan a la Teoría de la Organización aportando una visión más global e integral de los
fenómenos organizativos al intentar interrelacionar sus diferentes dimensiones. Son las
perspectivas dominantes durante las décadas de los cincuenta, sesenta y setenta.
Enfoques contemporáneos: representan los paradigmas teóricos en los que figuran las
tendencias y perspectivas que dominan el paisaje actual de la Teoría de la Organización.
Representan enfoques muy diversos que aportan pluralidad a la Teoría de la Organización y
profundidad en el análisis de unas determinadas dimensiones organizativas. Son las
perspectivas dominantes durante la década de los ochenta y parte de los noventa.
Dentro de los paradigmas neoclásicos además del neorracionalismo y la teoría de las
contingencias, se menciona el neoestructuralismo, corriente base de una de las líneas
teóricas en las que se soportará este trabajo de investigación. La Escuela Neoestructuralista
o institucional arranca de los planteamientos weberianos y busca delimitar un cuadro
conceptual unitario que considere tanto los aspectos formales e informales de la estructura
organizativa como los problemas de la colaboración y del consenso, los de poder y
conflicto, los de la importancia de las recompensas materiales y sociales, así como las
relaciones entre organización e individuo y entre organización y ambiente. La combinación
de tan diversos planteamientos la configuran como una corriente sociológica. Una de las
líneas básicas de análisis del neoestructuralismo es el análisis político de las organizaciones
que tiene por objeto el estudio de las relaciones de poder entre los actores
intraorganizativos y el conflicto.
Dentro de los enfoques contemporáneos y basado fundamentalmente en el
neoestructuralismo se encuentra el paradigma político que algunos autores denominan el
paradigma del poder y el conflicto en las organizaciones, una de las líneas teóricas en las
que se propone soportar el presente estudio.
Desde este paradigma, el análisis político de las organizaciones tiene por objeto el estudio
de las relaciones de poder entre los actores intraorganizativos y el conflicto. Las
organizaciones públicas, y entre estas las universidades públicas, son concebidas como
realidades políticas donde diversos actores tienen sus propios objetivos e intereses, los
cuales buscan alcanzar mediante estrategias que ponen en escena según la capacidad de
controlar los recursos y de influir en los procesos de toma de decisiones. Se asume la
organización como un sistema político en la que distintos actores (unidades, grupos,
individuos) luchan por dominar espacios compartidos generándose lógicas de conflicto.
(Ramió 2010: 19 y 20)
Los autores contemporáneos fundamentados en esta corriente, señalan que en las
organizaciones existe una diversidad de fuentes de poder, una pluralidad de actores con
capacidad de ejercer influencia sobre los procesos decisionales, una pluralidad de intereses
y objetivos que configuran estrategias y generan coaliciones, actos, consensos,
enfrentamientos y conflictos. Para este enfoque, son estos elementos los que permiten
entender las estrategias y acciones globales de las organizaciones (Ramió 2010: 32).
Desde esta perspectiva, la racionalidad en la organización es siempre política. Pierde
sentido la idea de la organización unitaria que tiene un único objetivo o una pluralidad de
objetivos compatibles entre sí, en la que sólo una instancia directiva posee el poder y en la
que todos los actores invierten sus energías en la consecución de unos objetivos claros y
definidos.
Desde esta línea teórica las organizaciones son consideradas realidades complejas las cuales
persiguen una pluralidad de objetivos distintos y muchas veces incompatibles entre sí, dado
que están integradas por una variedad de actores (unidades, grupos e individuos) que
poseen sus propias expectativas e intereses, los cuales no siempre suelen corresponderse
con los objetivos generales y unitarios de la organización. Cada actor posee una cierta
capacidad para llevar a cabo sus propias ideas u objetivos, capacidad que está en función de
su posición, relación y conocimiento dentro de la organización. Es decir, está en función de
su cuota de poder. El poder es el concepto básico de esta perspectiva de análisis
organizativo (Ramió, 2010: 163)
Mintzberg (1992: 5) define el Poder como “capacidad de afectar” (causar efecto en) el
comportamiento de las organizaciones. Denota tanto el verbo como al sustantivo, ser capaz
de y tener poder. Tener poder es tener la capacidad de conseguir que determinadas cosas se
hagan, de causar efecto sobre las acciones y decisiones que se toman. El poder se puede
ejercer entre las decisiones y las acciones. Refiere la capacidad para afectar el
comportamiento de otras personas, o menos restrictiva, la capacidad de afectar los hechos.
Este autor trata la influencia como sinónimo de poder.
Los elementos claves para analizar el poder, pues permiten describir las configuraciones
básicas del poder en las organizaciones y, por medio de éstas, entender su comportamiento,
son (Mintzberg, 1992: 3):
1) los Jugadores o agentes con influencia,
2) los medios o sistemas de influencia que utilizan para obtener el poder y
3) los objetivos y sistemas de objetivos que resultan de estos esfuerzos.
Los actores son aquellos sujetos que participan o tienen poder y utilizan los distintos
medios para ejercitarlo. Son personas o grupos de personas que tienen una determinada
capacidad de influencia en virtud de su posición o pericia, que persiguen unos objetivos y,
este fin, entran en tensión con otros actores. Ante el obstáculo, diseñan un conjunto de
estrategias para conseguirlos entre las que se cuentan las coaliciones o negociaciones. Los
actores ser individuos, grupos de trabajo, grupos de presión, unidades, subunidades u otras
organizaciones.
Si bien, en un comienzo la teoría se centró en analizar el poder al interior de las
organizaciones sin tener en cuenta el contexto, luego de mediados de los años 70 se analiza
también el poder en el entorno y la relación de este con el poder en el interno. En esta
dirección, para analizar el poder en el entorno de la organización es preciso considerar los
agentes externos con influencia, cómo controlan o tratan de controlar la organización y
mediante qué medios (leyes, campañas de presión y pertenencia al consejo de
administración). Además, en la lectura del poder en el interno de la organización, se deben
considerar los agentes internos con influencia como receptores de las presiones generadas
por parte de agentes externos, así mismo, se debe analizar como afectan el comportamiento
de las organizaciones con la utilización de sus propios medios de influencia.
Esta mirada resulta de utilidad para la lectura del poder en las universidades públicas, dado
que no sólo es suficiente con mirar la universidad en su interior, ni en la perspectiva agente
– director, pues otros grupos de interés externos a la universidad aparecen en la escena y
pueden constituirse en actores de influencia a tener en cuenta. Brunner (2011) señala esta
situación al describir las transformaciones en los procesos de gobernanza en las
universidades.
Frente a los medios o sistemas de influencia que utilizan los actores para obtener el poder,
eje dos propuesto para el análisis, Mintzberg (1999: 312) establece las siguientes
posiblidades: la autoridad basado en el poder otorgado legalmente; la ideología en tanto
conjunto de creencias aceptadas por la mayoría; los conocimientos técnicos basados en un
poder acreditado oficialmente, y la política que refleja un poder que es técnicamente
ilegítimo, o mejor alejítimo, en cuanto a los medios que utiliza y, en ocasiones, en cuanto a
los fines que promueve. El poder político en una organización (a diferencia del Estado),
señala, no se concede de un modelo reglamentado, aceptado por todo el mundo y ratificado
oficialmente. De esta manera se enfrentan los grupos contra los sistemas de influencia
legítimos, y cuando estos son débiles, los grupos entre sí. Ramió (2010: 174-176), además
de las anteriores fuentes de poder, destaca las siguientes fuentes de poder en una
organización pública: el poder formal, el poder de los líderes informales y el derivado del
proceso de toma de decisiones.
Los objetivos y sistemas de objetivos, eje tres para el análisis, son las intensiones que se
ocultan tras las decisiones y las acciones que toma la organización, los estados mentales
que conducen a los individuos o a las organizaciones a hacer lo que hacen. Los objetivos no
tienen vida propia independiente de las acciones. Tan solo se pueden entender los objetivos
mediante el estudio del poder tal como se manifiesta en las decisiones y acciones
(Mintzberg 1992).
La universidad desde el enfoque organizacional
Como se presentó anteriormente, los enfoques organizacionales, principalmente los
clásicos, destacan fundamentalmente la importancia en el análisis de las organizaciones de
los elementos básicos del ámbito sociotécnico, a saber: los objetivos perseguidos, el trabajo
desarrollado, la tecnología utilizada y la relación de las organizaciones con su entorno. A
partir del análisis de estos elementos las universidades han sido generalmente
caracterizadas como organizaciones complejas, dado que sus objetivos y metas se califican
de ambiguos y vagamente formulados. Se plantea que existe una escasa coherencia entre
los propósitos nominales explicitados y los realmente perseguidos.
Según las categorías propuestas por Mintzberg, se afirma que el entorno universitario es
dinámico; tiende a ser cada vez más complejo, en la medida que exige la generación de
conocimientos más sofisticados, y cada vez es más hostil dada la mayor competencia de
otros actores nacionales e internacionales en la prestación del servicio de educación
superior.
La vaguedad o ambigüedad de los objetivos no permite caracterizar a las universidades
como sistemas racionales en el sentido que los define del enfoque organizacional
neorracionalista, es decir, con capacidad de conocimiento, de cálculo y de anticipación de
las alternativas que se le presentan. Además, el trabajo realizado tiene un alto grado de
incertidumbre y no involucra altos niveles de interdependencia entre el personal académico.
Esto permite definir a las universidades como organizaciones profesionales de tipo
autónomo. (Clark, 1983)
Las características anotadas, a saber el uso de tecnologías blandas, trabajo fragmentado
entre académicos, participantes que entran y salen y objetivos vagos, han permitido definir
también las universidades como sistemas organizativos débil o laxamente acoplados. Según
Clark (1983), esta perspectiva resulta útil para diferenciar los modelos tradicionales de
toma de decisiones en la realidad de las organizaciones académicas.
La teoría institucional ha definido cuatro grandes marcos organizacionales primarios para
analizar el gobierno y la autoridad en los distintos niveles de las instituciones de educación
superior, cada uno refleja unas formas específicas de funcionamiento institucional.
Considerando que pueden ser de utilidad en el desarrollo del proyecto, se describen a
continuación (Ibarra, 1999):
El marco burocrático: Desde este marco se ve a las organizaciones como jerarquías
mecánicas con líneas de autoridad claramente establecidas. De acuerdo a este modelo: los
objetivos de la organización están claramente definidas; la organización es un sistema
cerrado, aislado de la penetración del entorno, y los líderes administrativos tienen el poder
para analizar los problemas, definir soluciones alternativas, escoger entre ellas y
ejecutarlas. Se recoge en este marco las características principales de la burocracia
definidas precedentemente en el modelo Weberiano,
El marco colegiado: Desde el marco colegiado, las organizaciones son vistas como
colectividades en donde los miembros de la organización son vistos como el principal
recurso. El énfasis esta puesto en las necesidades humanas y en cómo las organizaciones
pueden ser moldeadas para hacer frente a estas necesidades. Las instituciones de educación
superior son presentadas como comunidades de académicos que, a causa de su capacidad
profesional y de un sistema de valores compartido, determinan las metas de la
organización. Este modelo colegiado es útil para entender a organizaciones estables, o sub-
unidades organizacionales, en donde las preferencias se desarrollan por consenso a través
de la interacción entre los miembros. El modelo colegiado busca formas de decisión
democráticas y participativas y pretende resolver las necesidades de la gente y ayudarlos a
realizar sus aspiraciones. El énfasis está puesto en las habilidades interpersonales, la
motivación colectiva y en colocar los intereses de la institución en primer lugar.
El marco político: Desde este marco las organizaciones son vistas como grupos formales e
informales compitiendo por el poder para controlar procesos y resultados institucionales.
Las decisiones son producto de la negociación, la influencia y la construcción de
coaliciones. Este marco parte del supuesto de que las universidades son entidades plurales
con diferentes intereses y valores. La idea de conflicto, que no está presente en los marcos
anteriores, es una característica central de la vida organizacional.
El marco simbólico: Desde esta perspectiva, las organizaciones son vistas como sistemas
culturales de significados y creencias compartidas en los que se crean estructuras y
procesos organizacionales. Los líderes construyen y mantienen sistemas de significados,
lenguajes y culturas compartidas que generan un sistema unificador de creencias para la
institución.
Los cuatro marcos permiten aproximaciones diferenciadas al tema general del gobierno
universitario desde una perspectiva estructural.