17 cuentos, de VV.AA.

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Cuentos finalistas del concurso "Un cuento en mi blog", organizado por ZonaLiteratura.com

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CUENTOS17 CUENTOS SELECCIONADOS POR VOTACIÒNDE LOS LECTORES DE ZONALITERATURA.COMEN EL CONCURSO “UN CUENTO EN MI BLOG”

2010

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Edición

ZONA LITERATURAhttp://zonaliteratura.com

Edición literaria y prólogo

GUSTAVO H. MAYARES

Diseño y maquetación

HURLINGHAM DIFUSIÓNhttp://www.hurlinghamdifusion.com.ar

Hurlingham, Argentina | Diciembre de 2010

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USTED ES LIBRE DE:USTED ES LIBRE DE:USTED ES LIBRE DE:USTED ES LIBRE DE:USTED ES LIBRE DE:

copiar, distribuir y comunicar públicamente la obra

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17

17 cuentos y 17 autores de seis países diferentes de Amé-rica Latina y Europa que participaron del concurso «Un cuentoen mi blog», organizado por ZonaLiteratura.com. Miles delectores de todo el mundo que votaron a sus relatos preferi-dos entre octubre y noviembre de este año, los que ahorason publicados en este libro tal y como participaron, sin cam-biar una sola coma. Incluso en el orden que quedaron tras lavotación.

17 cuentos entre los más votados tras los tres ganadoresdel concurso (quienes se hicieron acreedores a un e-bookpersonal cada uno, a publicarse entre enero y febrero de2011). Son 17 cuentos en castellano que exhiben nuevamen-te, por si hiciera falta, la vitalidad de nuestro idioma común,el que nos une.

17 pequeñas obras literarias que reflejan también la cali-dad –a veces extraordinaria, otras tal vez menos– de los «nue-vos» autores en nuestra lengua, hombres y mujeres, jóvenesy no tanto; pero siempre con imaginación, sensibilidad, vo-luntad de tratar bien nuestro idioma y algunas veces de que-brarlo, romperlo. Lo que también hace a su construcción.

17 cuentos de 17 autores de orígenes culturales comunespero también diversos, eclécticos: de Argentina, de Bolivia,de Colombia, de España, de México y de Perú. Son 17 rela-tos que, al mismo tiempo, pasan revista a las realidades decada país, de cada región, de cada ciudad, de sus caracterís-ticas, glorias y miserias. Tal y como debe hacer la literatura.

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17 autores en su gran mayoría inéditos pero que, por estomismo, desnudan las falencias de una «industria editorial»que da más cabida al marketing importado que a nuestraliteratura. Una «industria» hace rato colonizada por las gran-des compañías que se dedican, más que nada, a imprimir,distribuir y vender éxitos, best-sellers prefabricados.

17 cuentos que reclaman ser leídos, como otras decenasde relatos que participaron del concurso pero que no tuvie-ron la votación –siempre subjetiva– requerida para partici-par de este libro y, sin embargo, lo merecen.

17 autores como otros miles que cotidianamente escri-ben la nueva literatura en cada rincón del planeta por el sóloplacer de crear.

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índice

VioletasVioletasVioletasVioletasVioletas, de Víctor de la Hoz > 8

La necesidad tiene cara de brujaLa necesidad tiene cara de brujaLa necesidad tiene cara de brujaLa necesidad tiene cara de brujaLa necesidad tiene cara de bruja, de Ruth Rojas Brenes > 11

La Calamidad de una discusión IdioLa Calamidad de una discusión IdioLa Calamidad de una discusión IdioLa Calamidad de una discusión IdioLa Calamidad de una discusión Idiotatatatata, de Juan Gabriel Tormo > 19

Antes de que el sol salgaAntes de que el sol salgaAntes de que el sol salgaAntes de que el sol salgaAntes de que el sol salga, de Zaraceno > 22

Plaza ConstituciónPlaza ConstituciónPlaza ConstituciónPlaza ConstituciónPlaza Constitución, cuento de Roberto Rowies > 26

El velorioEl velorioEl velorioEl velorioEl velorio, de Ana Rosa López Villegas > 31

El rostro de LimaEl rostro de LimaEl rostro de LimaEl rostro de LimaEl rostro de Lima, de Leonardo Ledesma Watson > 35

Negociando con un Niño en MontjuicNegociando con un Niño en MontjuicNegociando con un Niño en MontjuicNegociando con un Niño en MontjuicNegociando con un Niño en Montjuic, de Giovanni Garinian > 40

La historia de mi amigo MáximoLa historia de mi amigo MáximoLa historia de mi amigo MáximoLa historia de mi amigo MáximoLa historia de mi amigo Máximo, de Audonsalomon > 42

El ParqueEl ParqueEl ParqueEl ParqueEl Parque, de Juan Muriel > 52

Vida de películaVida de películaVida de películaVida de películaVida de película, de Camila Bordamalo > 55

TTTTTostadaostadaostadaostadaostada, de Lautaro García > 56

After officeAfter officeAfter officeAfter officeAfter office, de Giselle Aronson > 59

En llamasEn llamasEn llamasEn llamasEn llamas, de Rafael F. Aguirre > 61

Mi papá no era FogwillMi papá no era FogwillMi papá no era FogwillMi papá no era FogwillMi papá no era Fogwill, de Laura > 68

Baños árabesBaños árabesBaños árabesBaños árabesBaños árabes, de Eva Gutierrez Pardina > 70

El RostroEl RostroEl RostroEl RostroEl Rostro, cuento de Emilio Durán > 78

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Violetas

Especial para quien quiere volar!!!

Entre violetas y sueños, vivía un ser encantado de miedo ysonrojo. Era un hada, que no tenía alas, solo ilusionescolgadas cual listón de seda que cae de su cabello. Los

colores adornaban la palidez de su rostro, pues muchas lunashabían pasado en desvelo, buscando la manera de emprender sutravesía por el cielo. En el centro de su pecho, habitaba el hue-co, el péndulo de su magia, que podía llenar a su antojo: Unhueco que era naranja, que era azul… Que Era… lo que queríaser, en cualquier momento, pero la magia no funcionaba tan es-pléndida cuando amar quería soñar.

Por las noches salía a recoger migajas de luna y las acomoda-ba en las puntas de sus cabellos, luego comía pétalos de viole-tas, y en sus ojos se acomodaba el cielo. Caminaba, no podíahacer más que caminar, entre noches con eco de búho, y árbolesde sueños rotos, paraísos de “un día será”. Más “ese día” se es-condía de todos los soles, y nunca veía despertar.

Cierta vez, cansada de lunas, y violetas, transitaba en línea

Víctor de la Hoz1985, Barranquilla, Colombia. Desde muy joven despertó una

inclinación hacia las letras y la historia, y leyó sus primerostextos a los 17 años en distintas casas de cultura de Bogotá.

Inicia sus estudios en Antropología y posteriormente en Historia.Ha participado en diversos concursos literarios. Actualmente, se

encuentra terminando su Licenciatura de Historia en laUniversidad del Atlántico (Barranquilla).

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recta hacia la nada, cortaba arbustos, ramas de la vida, que sedecía “ya nunca será”. Caminaba, y era naranja, y era azul, y era,todo aquello que el duende vio en ella. Parado como quien cus-todia un tesoro, escondido entre ramas estaba El, no tenia color,ni se preocupaba por tenerlo. Era un duende, motivado en des-cubrir el secreto del aire, que pasaba la entereza de los días,investigando cuanta ala se encontraba el misterio de volar.

Por eso cuando vio aquella hada sin alas, sintió por ella com-pasión, pero al verla ensimismada y enigmática, sin llamarla seacercó; Le extendió una sonrisa y le dio a beber de su mano. Lainvito a vagar por el bosque, y juntos, sin hablar caminaban ybailaban… Ella buscaba, el también, pero ninguno sabía lo queel otro añoraba, y sin hablarse bailaban… Y cada uno en su inte-rior imaginaba que volaba.

El se detuvo cuando en su hombro sintió el rocío del llantodisimulado de la hada.

No dijo mas… volvió a extender su mano, y sin alardes lamiró y el hilo de su voz creció entre las notas de su canciónimaginaria: aprieta fuerte mi mano y encontrarás tu mayor ilu-sión. Ella, le tomó, apretó con todas la ganas de ser, y su ruborse extendió por todo el cuerpo cuando en su mano se posó uncorazón. El duende, se dio cuenta de aquello y temió. De sumano transparente brotaron dudas, temores y adquirió color…Ahora podrían verlo. Y, sería nulificada la posibilidad de encon-trar su misión. De inmediato, rogando disimulo, le advirtió, de-bes cuidarlo muy bien, y que nadie lo vea, no te acerques a mi,cuando en el bosque estruende la fiesta. Vete.

Ella, no tuvo tiempo de saber si comprendía aquella peti-ción, simplemente corrió y al irse olvidó el corazón. El duende,consiente de aquel despiste, lo tomó y entre las copas de unárbol lo guardó. Y a casa se fue sin remordimientos ni complica-

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ción.

Ella… se dedicó a buscar al duende, entre las malezas de suimaginación, añoraba tener, de nuevo, ese corazón, de ver susmil colores, y sentir el vértigo de la ilusión. No la tumbó triste-za, ni melancolía, segura y con costales de esperanzas transitabala ventura de los días.

El duende después de muchas lunas, al fin comprendió quesolo en la multiplicidad del color podría accionar su misión. Sa-bía que la única manera de volver a ser, aquello, era devolvién-dole a la hada lo que de ella poseía. Corrió por el bosque, ocul-tado de soles y lunas. Llegar al lugar donde le había ocultado,era ya su única misión. Pero, buscó y buscó y solo nadas tomabade entre las capos de árboles, donde buscó… arrancaba flores,desesperado y daba suspiros, indagando, y su naturaleza de in-vestigador lo sumió entre el remolino y la desesperación… ysolo nadas descubrió.

Tan bien lo había ocultado para que nadie lo descubriera quecuando quiso tenerlo de nuevo ya no lo encontró, Sin embargo,en aquella noche de estrepitosa luz, el alma de los árbolesmilenarios, testigos de aquel mágico hecho, se compadecieronante la misión del duende y le mostraron de nuevo el camino,hacia su misión, hacia su destino, encontrar el corazón de suHada.

La felicidad en su rostro fue tan infinita, que toda la magiaque yacía en su espíritu brotó del tal forma, que fue capaz porfin de manejar la verdadera alquimia de su espíritu, Cuando alfin ambos estuvieron frente a frente con el corazón en el centrode sus manos, solamente el amor se apodero del entorno, y laverdadera magia esencial vibro sus cuerpos, al hada le salieronsus alas, y el duende fue feliz de su vuelo •

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La necesidad tienecara de bruja

Ruth Rojas Brenes1974, San José, Costa Rica. Acuariana, en el maya Estrella Solar

Amarilla y en el chino Tigre. Hizo las escuelas primaria ysecundaria en instituciones del Estado y finalmente se graduó en

la Universidad Nacional de Costa Rica en Administración deEmpresas. Estudió Arte. Comenzó a escribir por casualidad:

cuando escuchaba una buena historia sencillamente latranscribia con unas cuantas mentirillas y salia un lindo cuento.

No había qué comer, ni siquiera había sal para hacer sopacon una tortilla dura para engañar a los cuatro chiqui-llos que tenía.

Ellos, muy inteligentes, decían: -Vámonos a dormir tempra-no para no sentir el hambre, ya que muchas veces llegaba a do-ler.

Ella se sentía deprimida. Su esposo se había ido a la guerrilla,muriendo en batalla y ella no sabía hacer ningún oficio que lediera dinero para comprar comida, porque en aquella época lasmujeres solo servían para los oficios de la casa y así se casó ella,con esa ilusión de juntos para siempre…

Comían cuando alguien se acordaba de ella o cuando, por la-var una ropilla ajena que muy pocas veces le traía una vecina,esta mujer bondadosa, decía que para ayudarla y para que no sesintiera ofendida, le pagaba una platilla, además le regalaba al-guna cosa, porque la conciencia no la dejaba entrar a esa casatoda destartalada y ver a esos chiquitos muertos de hambre. Noes que esta vecina tuviera dinero, no, pero era una señora gene-rosa y cuanto podía ahorrar se lo pagaba a ella para que comiera,

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por eso no era tan frecuente la lavada de ropa.

Pero un día de desesperación que no tenía ni frijoles viejoscon gorgojos, (eso animalitos repugnantes que se meten a losgranos sin piedad), que, aunque parezca mentira, ni el árbol demango ubicado frente de la casa y que muchas veces daba tan-tos frutos maduros no tenía uno solo, su piel comenzó a ponerseamarilla. Ese árbol bendito que hasta miel le había dado unavez… no tenía nada, pero ni la flor para darle a los chiquillos, yentre pensamientos de demencia, tuvo una idea: – “O me hagobruja o prostituta” -.

Estaba desesperada y, como dicen que en las crisis el hombresiempre toma la decisión más adecuada, hizo un rótulo de car-tón viejo que decía: “Se adivina el futuro, se quitan maldicio-nes, se hacen limpias de terrenos, casas y personas”. Lo puso enla ventana rota que daba a la calle y pensó: – “Si no viene nadiepor lo menos me tapa el hueco” – .

El día trascurrió como siempre, lavando alguna cosita ajena,engañando la tripa con agua de arroz que alguien le había dadotempranito por la mañana. En la tarde, como a las cuatro y me-dia, tocaron la puerta: - ¡Upé! Señora, ¿Está la bruja?

Y por primera vez se dio cuenta de lo que hacía. Al principiono dijo nada, hasta estuvo a punto de responder que estaba equi-vocada, que aquí no habían brujas, pero dio una mirada rápida asu casa y como un rayo su mente comenzó a formular respues-tas, pero lo que le ayudó a decidirse fue que se topó con los ojossalidos de hambre de uno de los niños y respondió con un gritotembloroso: – Sí, sí señora… soy yo, ¿en qué le puedo servir? -

Era una señora de dinero, puesto que andaba en carro y teníamuy linda ropa. La alzó a ver de pies a cabeza y dudó un poco desu capacidad como bruja, porque andaba con una ropilla vieja y

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unas sandalias que tenían como treinta años de estar con ella.La señora, sin mucho saludo, se fue directo al grano:

- ¿Usted hace limpias de terrenos? – preguntó

- ¡Claro!- respondió la otra un poco asustada, con miedo quele preguntara el procedimiento.

- ¡Qué bueno!- dijo la señora encopetada, - ¿Cuánto cobrausted? – añadió como pregunta

Sin saber qué contestar y sin tener idea de cuánto cobrar, sedejo llevar por el instinto que parecía responder por ella y final-mente conteniendo la respiración hasta casi ponerse morada muytímidamente dijo:

- ¡Depende del lugar y de lo que haya que hacer! –

- Está bien. ¿Usted puede venir conmigo para que vea el lu-gar? – respondió y preguntó la señora

- Sí, pero tenemos que llevar a los chiquillos porque no lospuedo dejar solos- respondió la bruja.

La señora de zapatos finos dijo que no había problema y to-dos se subieron al carro. En él estaba el esposo, callado peromuy crédulo de la maldición que le habían echado al terreno.Saludó y no dijo nada más en todo el trayecto.

Los chiquillos estaban tan felices de su primer paseo en ca-rro, que ni preguntaron a dónde iban. Solo pensaron que esaseñora nada más vino a llevarlos a pasear.

Mis niños, se decía, ¡qué inocentes!, sentada en el carro consus manos inquietas hechas un nudo, las apretaba contra su re-gazo y la mente perdida en sus pensamiento trataba de conven-cerse que era lo mejor, que no estaba engañando a nadie, quesus hijos tenían hambre y que por eso Dios la iba a perdonar,

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porque él sabía lo que ella había sufrido de impotencia de nopoder alimentar a sus pequeños, que tal vez Dios mismo habíamandado a esa señora para que los chiquillos comieran. Sí, sí serepetía y movía su cabeza inconscientemente en forma afirma-tiva. Si la señora que estaba sentada en el asiento del frente lahubiera visto creo que iba a dudar seriamente del tratamientoanti maleficios, pero gracias a Dios la señora que también esta-ba convencida del asunto absolutamente demoniaco, sólo se li-mitó a mirar hacia el frente deseando llegar lo más pronto posi-ble.

Uno de los niños la saco de su transe al pegar un grito, por verun árbol de guayaba que tanto le gustaba, y a partir de ese mo-mento, esa media hora pareció como cinco horas de viaje inco-modo y tenso, cuando finalmente llegaron, hasta el cuerpo ledolía de lo tensa que estaba. Se bajaron del carro y le dijo a losniños que fueran a jugar por allí, mientras ella convencía a lagente de que sí había un maleficio.

Caminaron un poco para que ella buscara donde sentía máslas maléficas vibraciones, caminaron despacio y tensos, los se-ñores por la expectativa y ella porque no sabía qué hacer, siguiósu instinto y finalmente muy seria, actuando muy bien su papely utilizando la inteligencia y astucia que Dios le había dado dijo:

-Sí, aquí hay una brujería y muy mala, al mismo tiempo queabría sus ojos y moviendo sus cejas y para darle mayor veraci-dad en su cara y su boca se veía la preocupación por tan mala fede las personas que pusieron allí ese maquiavélico instrumentoperturbador de almas. – Luego, sin más reparo, haciendo halartede su maestría en brujería agregó:

-Pero tenemos que venir mañana para hacer la limpia porqueahorita no traigo nada, además tengo que dejar a los chiquilloscon una vecina. -

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Los señores contestaron que claro que sí, que a las 10:00 dela mañana pasarían por ella. Recogieron a los chiquillos, queandaban regados por toda la propiedad comiendo cuanta frutapudieron y también echando en sus bolsillos llenos de huecos detodo lo que podían acarrear.

Cuando vio a sus hijos con la boca llena de fruta, sus ojoschispeantes de emoción y una carita tan feliz, supo en ese mo-mento que estaba haciendo lo correcto.

En la noche, cuando todo el mundo dormía, estaba muy pre-ocupada, inventado cosas. Trató de buscar en el patio las matassecas y más raras que había, se fue al frente a robarle al vecinoun poco de hojas de pino para quemar algo que oliera rico yestudió toda la noche un salmo para hacer más sagrada la limpiay, de paso, para que Dios la perdonara.

Durmió como dos horas. A las 4:00 de la madrugada se le-vantó asustada y su corazón no dejaba de latir, sintió que se lesalía por la garganta porque se acordó que no había hecho nadapara enterrar… ¡No había hecho el maleficio!

Cortó un poco de pelo de la cola del pulgoso perro y lo colo-có en un envase de vidrio, que llenó de agujas, pensando queellas le harían falta si esto no funcionaba. Pero le faltaba algo almaleficio… No estaba tan terrorífico. Agarró entonces un cu-chillo y se cortó un dedo, puso un poco de sangre en el frasco ylo tapó.

Todos estaban durmiendo cuando salió de la casa. El primerautobús salía a las 4:30 de la mañana, para trasladar a los traba-jadores del café. Ese bus era gratis, gracias a Dios, porque erade los cafetaleros.

Llegó al lugar como a las cinco pasadas. Buscó un lugar aisla-do para hacer todavía más creíble la aparición del maleficio, lo

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enterró y puso una piedra sobre él, para que no se le olvidaradónde estaba. Luego se marchó.

Duró dos horas caminando de vuelta, porque no había platapara pagar el bus de regreso. Cansada, con los pies hinchados,los chiquillos ya despiertos y molestando, se sentó un ratito paraque le volviera el aliento. Pasó un poco de agua por un poquitode café que le quedaba, pues solo lo usaba en ocasiones especia-les, y lo bebió lento, pensando si esto estaba bien. No le diotiempo al arrepentimiento cuando, de pronto, se acordó que te-nía que dejar a los chiquillos con alguien. Se fue donde la veci-na, le dijo una mentirilla blanca y todo estaba listo para las 10:00en punto de la mañana.

Se buscó un trapo para taparse la cabeza, alistó su maletacon hierbas secas del patio y se sentó a esperar, con el café fríoen la mano y esa ansiedad de locura que la estaba matando. A lahora esperada en punto, la señora se bajó del carro y dijo deforma brusca:

-Buenos días, ¿cómo le va?-

- ¡Muy bien!- respondió la otra, con el susto que siente al-guien que no está seguro de lo que hace. -Nos vamos- agregócon una voz delgada como la seda y bajita como si fuera unpajarito moribundo. Sus piernas temblaban tanto que casi nopodía caminar. Se montó al carro y suspiró profundo pidiendoperdón a Dios.

El trayecto se le hizo interminable hasta que por fin llegaronal lugar. Caminaron como veinticinco minutos para darle máscredibilidad al asunto y de pronto ella se posesionó de un lugarpreviamente visto, alzó sus manos al cielo, respiró profundoporque sentía que el aire le faltaba y comenzó el exorcismo. Re-petía el salmo de la noche anterior con algunas alteraciones de-

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bido al susto pero nadie lo notó. Lo repitió tantas veces y tanrápido que parecía que hablaba en lenguas, no se entendía nada,caminaba en círculos y los señores atrás, parecían una gallina ysus pollitos cuando esta tronando; todos muy apretaditos unoscontra otros. De pronto y como si ya lo hubiera hecho mil veces,paró en seco y de un grito dijo:

- ¡Aquí!… Aquí está el maleficio, yo lo puedo sentir. -

El señor no sabía qué hacer… si llorar o reír; estaba paraliza-do de pies a cabeza. Ella se dio cuenta que él tenía más miedo,entonces tomó el control de la situación y le dijo:

-Sáquelo usted, que es el dueño. -

El señor se puso a excavar con las manos, más temblorosasque gelatina y como pudo lo hizo. Al cabo de unos segundosobservó el frasco medio hundido en la tierra y, con un miedoque nunca había sentido y un asco increíble, lo sacó. Al ver quetenía sangre, pelos y estaba lleno de agujas, casi le da un infarto;su rostro cambió de color pálido a casi verde; su esposa igual.

Ella, viendo todo aquello, tomó las riendas como una verda-dera bruja y dijo unas cuantas palabras que recordó de algunanovela que había leído, mientras tiraba el frasco al suelo y que-maba los pelos. El maleficio quedó totalmente anulado y el te-rreno limpio de malos espíritus y protegido para toda la vida.

Los señores quedaron muy agradecidos. Sus rostros tomaroncolor y una sonrisa apareció en ellos.

-Bueno… ahora sí… la cuenta.

Ella no sabía cuánto cobrar. Se sentía un poco culpable perolos chiquillos tenían que comer. El señor dijo: - ¡Bueno, la ver-dad es que yo le doy lo que creo que es más que justo. Entoncessacó un rollo de billetes y se los entregó. Ella, sin más que decir

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dio las gracias… Y partieron rumbo a la casa.

De camino ella les pidió que por favor la dejaran en el merca-do y así lo hicieron. Tenía una felicidad de esas como cuandouno tiene algo verdaderamente bueno, ese algo que está metidoen el cuerpo y quiere salir pero no puede. Sí… eso. Además lairradiaba a todo el mundo, caminaba realizada, pensando en suplata y cómo se la había ganado. Sacó el dinero y, con muchoorgullo, compró tortillas, arroz, frijoles, pan, leche, queso y mu-cho más.

Al llegar a la casa preparó una sopa de pollo, arroz, frijoles ytortillas. Llamó a los chiquillos que hacía mucho no veían unpollo en sopa. Ellos no sabían qué hacer… si comer o qué. Seles iluminó la cara, sus ojos no cabían es sus cavidades, no sa-bían donde ver o que hacer, eso era mejor que navidad. Se reían,se abrazaban, inquietos como pajaritos. ¡Nunca habían visto tantacomida junta! Ella les decía: -Coman, coman… sin miedo, queno se va a acabar. Coman… mis pequeños, hasta enfermarse,que su mamá ya tiene trabajo.

Y así siguió con sus consultas, pues el incidente la hizo fa-mosa y su clientela crecía día a día.

Pero algo raro le pasó… Ya no necesitaba esconder sus pro-pios maleficios, ya no era necesario aprenderse salmos, porquealgo se despertó en ella. Ya podía ver a la gente a los ojos ydecirle su problema, curaba males sin remedios raros, solo conunas hierbas que comenzó a sembrar en el patio, compró libros yestudió las magias… Ya no era una bruja falsa sino una Curan-dera verdadera •

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La Calamidad de unadiscusión Idiota

Juan Gabriel Tormo

En torno a la hoguera, las grandes calamidades del mundodiscutían entre sí.

-Yo soy la más terrible, y mi nombre es La Guerra. Mi presen-cia siembra el terror en los corazones. Las madres velan por sushijos y los hombres derraman lágrimas al despedirse de su ama-da a quien ya nunca verán. El más grande de los azotes del mun-do soy yo.

-¡Sueñas, hermana Guerra! Soy yo, La Pena, a quien los hom-bres más temen. Nada les importa si ellos no sufren. Ni siquierael dolor de sus pares. Soy yo la más temida y de todas la másodiada. De eso no cabe duda alguna.

-Pobre de ustedes, ingenuas. Es a mí, La Muerte, a quien to-dos temen. Los hombres del mundo sacrifican a padres e hijos afin de esconderse de mí. Mi presencia los paraliza, llenando susalmas del más profundo temor. Me usan como retrato de todoslos males. Soy yo, más allá de toda duda, la más horrenda y de-testada.

Los otros males del mundo hablaban y defendían todas susdesvirtudes y defectos. La voz de la Miseria y de La Envidia se

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alzaban en contra de La Codicia y de Las Iras. La Violencia des-ataba sus horrores en contra de La Malicia, bajo la miradaaprobatoria de La Crueldad.

No era posible llegar a un acuerdo. Todas se creían superio-res, La Envidia y La Peste, La Avaricia y La Tristeza. La únicaque observaba en silencio con desdén, pues se sabía superior,era, por supuesto, La Soberbia.

-¡Busquemos a un hombre! Que sea uno de ellos quien nosdiga a quien teme más. Sólo así saldremos de esta duda y zanja-remos la disputa.

Era la voz de La Locura la que hablaba y los demás azotesdel mundo respiraron aliviados de ver que, al menos de vez encuando, su hermana aún demostraba lucidez.

-¡Veamos al sabio ermitaño que habita en la montaña! -sugi-rió La Soledad- Nadie nos interrumpirá y obtendremos una opi-nión imparcial.

Así pues los azotes se encaminaron a la cueva donde pon-drían punto final a su polémica.

El anciano ermitaño no mostró ni sorpresa ni temor cuandolos azotes, uno a uno, se presentaron ante sí y le plantearon sudilema.

-Como verás, necesitamos un juez. Terminemos de una vezcon esta charada y dile a mis hermanas que yo, La Guerra, soy lapeor.

-Terrible eres en verdad, señora Guerra. Sin embargo, cuandoel tirano oprime a débil, cuando la injusticia acosa al pueblo,eres también la libertadora y la justiciera. Cruel eres, pero no megustaría vivir en un mundo donde no tuviera la opción de hacerla guerra para mitigar nuestro sufrimiento y nuestras penas.

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-¡Lo sabía y se los he dicho! Soy yo, La Pena, la más temida.

-Temida en efecto eres, señora Pena. Haces sufrir a los hom-bres con el dolor de nuestros cuerpos y nuestro corazón. Pero eldolor físico es una advertencia que nos protege de peligros másgrandes. La pena del alma nos cura de nuestras pérdidas y con eltiempo, se convierte en dulce melancolía. Eres una gran carga,sin duda, pero no me gustaría vivir en un mundo sin penas.

Uno a uno los azotes desfilaron frente al sabio ermitaño yuno a uno los probó equivocados, enseñándoles sus bondades.

Por último fue el turno de La Muerte.

-Eres horrenda en verdad tú, La Parca, pero de todas la másútil, sin ti…

Con un rápido movimiento de su mano, La Muerte tocó consu descarnado índice la frente del ermitaño, y la luz de la vidapor siempre lo abandonó.

Los azotes con reproche miraron la huesuda indiferencia dela muerte, de pie junto al cuerpo inerte.

-No os hagáis a las santas inocentes, que no os queda y anadie engañan. ¡Esto es lo que todas deseaban!

Los azotes se dirigieron en procesión a la boca de la cuevaentre murmullos de disgusto y comentarios de frustración.

-Esto nos pasa por seguir las ideas de La Locura…

La última voz que se escuchó en la cueva fue la de La Idio-tez.

-Deberíamos repetirlo… •

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Antes de que el sol salga

Rafael Torres1961, México DF, México. Médico Veterinario y Zootecnista.

Escribe desde hace 8 años aproximadamente, primero poesía(tiene dos poemarios sin publicar). Realizò cursos de poesía,escritura creativa y corrección de estilo en emagister.com, y

participa en talleres en línea como “Taller Milenio” y “Al abordajede las letras”. Publica habitualmente en dos blogs: “La Villa

Strangiato” y “En el lado oscuro de la página”.

Oswaldo veía como aquel hombre regordete sorbía de unrecipiente despostillado, un humeante brebaje negruzco con olor a café rancio. Después de cada sorbo emitía

un ruidoso sonido de satisfacción. Pensaba en las nubes espesasy oscuras de aquel día, por lo que supuso que debería ser unanoche profundamente sombría.

Sentado y con las manos atadas al respaldo de la silla obser-vaba las absurdas formas que un foco de cien watts generaba, apesar de que oscilaba en su cara y lo deslumbraba. Podía vercomo la sombra de aspecto porcino del hombre regordete, semovía en sentido contrario a la luz. Iba de la puerta de lámina,hasta la pequeña ventana y se bamboleaba con la silueta delotro tipo. Un viejo de facciones escabrosas que de pie lo mirabafijamente, esbozando una sonrisa retorcida por las profundashuellas que había dejado el acné en su cara. Con dos dedos asíaun cigarro que se llevaba a los labios. Aspiraba hasta formar doshuecos en los carrillos que hacían resaltar sus pómulos, para luegoechar un humo espeso y penetrante.

Oswaldo pasó la lengua por sus labios dromedarios y agrieta-dos y miró hacia el techo mohoso por la humedad. A pesar de su

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situación, no pudo evitar imaginar en esas manchas nuevos con-tinentes, nuevas geografías, nuevos lugares para vivir y amar enlibertad, un lugar donde él pudiera estar a salvo.

Sintió un fuerte golpe en la boca y por acto reflejo desafiantey temerario, escupió saliva y sangre, quería gritar que lo dejaranen paz. Decirles que se habían equivocado de persona, pero loacallaban las maldiciones proferidas por un fétido aliento alco-holizado que lo cuestionaba.

El tipo gordo le amenazaba con administrarle agua mineralpor la nariz si no hablaba o aplicarle toques eléctricos en lostestículos o sumergir su cabeza en el retrete lleno de mierda,hasta que dijera dónde chingaos estaba el paquete. Después deotro golpe seco en la cara y uno más en la boca del estómagocomenzó a escuchar un sonido sordo dentro de su cabeza. A lolejos, oía decir a los sicarios con placa de policías, que de unavez lo iban a chingar y lo iban a madrear hasta que confesaraincluso ser de la liga comunista. Luego carcajadas o los berridosde un cerdo y los aullidos de un perro famélico le erizaban lapiel magullada y mordía los labios apretando los puños, no que-ría abrir los ojos o ¿acaso la inflamación se lo impedía?

Cierto que se arrepentía de aquella tarde del 10 de septiem-bre de 1971. Apenas la semana pasada, cuando recogió un pa-quete olvidado en un puesto de comida entre Copilco y Av. Uni-versidad. Una tarde cargada de grandes nubes y truenos que ad-vertían de una fuerte tormenta, la humedad entraba por todoslos diámetros de la ciudad. También es cierto que ahí quedó deverse con sus amigos para dirigirse a Avándaro, lugar en dondese llevaría a cabo el primer festival de rock en el país, una fechainolvidable.

Se sabía popular, por eso compartió con los demás lo de aquelpaquete. Rollos de yerba comprimida frescos y olorosos que aque-

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llos guardaban como algo valiosísimo y lo felicitaban por la ge-nerosidad mostrada. De ahí se fueron para aquel lugar, dondeconoció el sublime sopor de una noche inolvidable, cuando enunión con Alma Rosa (una chavita que había llegado deMonterrey) totalmente drogados (peyote y marihuana) se entre-garon mutuamente en una copula liberadora traspasando el tiem-po, el lugar, los sentidos, un retorno al dilatado bing-bang bajoel indulto de algunos dioses mesozoicos. O al menos eso era loque él había sentido aquel día.

El cielo gris les ofrecía una manta de agua que bañaba el actojunto a un pirul bajito, a un lado de un maguey. Cada gota cós-mica de transparencia inigualable producía un efecto asépticoen sus cuerpos sintiéndose inmortales. Las plantas y hasta lasraíces les hablaban entre palabras y destellos fugaces:

“No se vayan. Fúndanse donde quieran, incluso entre noso-tras. No es la hora de irse a morir porque aún tienen un trabajoen esta tierra. Y nosotras solíamos tener el pasado, La palabrainicial de la existencia pero también tenemos el presente y elfuturo. No se vayan, aquí tienen esta vida y la otra que nos so-bra, no se vayan de nuestra patria, de nuestra lluvia, de nuestromaíz, de nuestra yerba, de nuestras heridas, de nuestro ombligotodo”… y reían catatónicos escuchando a lo lejos las notas co-nocidas de “La Tierra De Que Te Hablé” del grupo Ritual. Mien-tras terminaban a chupetes el último resabio del cigarrillo. Lamuchedumbre gritaba a coro con una sola voz, un solo grito:

¡Avándaro, Avándaro!

Y al conjuro de estas palabras las gotas que caían en el suelobailaban con frenesí, en un fantástico ballet y el lodo brincabaalegre y la tierra levantaba sus naguas al compás de un rock fres-co, incitándolos a seguir con su rito erótico comulgando en posi-ciones que los bautizaban como seres tribales del infinito, hasta

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quedar completamente exhaustos. Ella forjó otro cigarrillo y si-guieron fumando entre risas y lluvia. Antes de que pudiera en-tender su inequívoca pero sencilla decisión, se puso de pie ycorrió desnuda hacia el concierto, bailando con los pechos alaire perdiéndose entre la multitud. El desaparecería en la húme-da noche montado sobre un dragón verde de alas negras.

Sintió un golpe seco en la cabeza que lo sacó de su ensimis-mamiento y quiso maldecir, patalear y levantarse, pero una granplomada colgaba de sus párpados. Logró escuchar aún, entre untorbellino de imágenes y recuerdos, entre sucesiones de memo-rias y lentas palpitaciones, el dialogo de sus verdugos mezcladocon los ecos milenarios de voces ancestrales que lo llamaban.Comprendía aún las recriminaciones que se hacían entre ellos,frases que iban perdiendo sentido y se evaporaban en el aire;frases entrecortadas como el de haber olvidado un paquete enun puesto de comida o antes de que el sol salga, aventar el cuer-po al canal de aguas negras… y algo acerca de que los superioresnunca entenderían.

Oswaldo comenzaba a incorporarse. Miró sus palmas, su pelolargo y su barba, brillantes e inmaculados, ya no sentía miedo.Fue cuando dentro de aquel torbellino, escuchó perfectamenteel batir de alas negras de su dragón y corrió a montarlo para irsevolando •

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Plaza Constitución

Roberto Rowies1983, Buenos Aires, Argentina. Cursó Filosofía y Letras y

Dirección Orquestal. Ha participado en diversos concursos:finalista en el organizado por De los cuatro vientos; finalista del

"II Certamen Nacional de Poesía y Cuento Breve de EdicionesRuinas Circulares". Dos libros de relatos publicados: PolíticaSudaka (Eureka, 2009) y Esquiso, en colaboración (Eureka,

2010). Trabaja en un libro de ensayos sobre música clásica.

“Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”,

Pablo Neruda

Es una frase que poco tiene que ver con los sucesos quevoy a narrar, tampoco tienen éstos algo más de irrelevanciaque lo dicho por Neruda. Sin embargo, los encuentro

necesarios y, acaso, imprescindibles para la vida de todo indivi-duo. Sentado aquí les escribo, o les describo, todo lo que está ami alrededor, todo lo que funciona. (Hace más de una hora queespero, aunque sé que sólo la veré caminar hacia mi por el cami-no, uno de los dos que hay, sin contar con algunas bifurcacionespara los dos lados de la plaza, recién en la hora entrante). A laderecha del sendero de árboles (que divide los dos caminos prin-cipales que cruzan la plaza) se despliega con toda su gracia unarenero con varios juegos para chicos y por qué no para algúnmayor con alma de niño; se encuentra a mi derecha también. Yolo considero como el alma de la plaza, el símbolo. Sin arenerocon juegos y chicos no existiría lo que se denomina “plaza”. Aquíno hay chicos.

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El banco es demasiado bajo para mi estatura, sin embargohace una hora y cuarto que estoy y no he sentido incomodidad.Es de esos que poseen maderas finas ubicadas de tal forma quese arquean en las piernas y en la espalda; ¡son los clásicos ban-cos de plaza!. Están baqueteados por el maltrato y solo dos, delos ocho que alcancé a contar, conservan intactas todas sus pie-zas, a excepción de la pintura.

Una paloma agita sus alas aterrizando exitósamente a mis pies;me recuerda que ya debe ser la hora y miro el reloj: pasaron ochominutos desde que observé el arenero. Ahora las palomas sonmuchas y picotean el suelo que está minado de florecillas amari-llas que caen de los árboles. Varios palomos muestran su enver-gadura empujando a las más jóvenes, ¡que delicadas que son!,no he visto ave doméstica más elegante y sutil. Inspiran (creo) ala parte más bella de la plaza, ¡que importantes que son!, sinellas tampoco habría lo que se llama “plaza”. Se mezclan (justocuando observo a tres cartoneros en uno de los bancos a seismetros), unos gorriones entre las palomas y los palomos. Inten-tan jugar.

Bostezo por primera vez (acaso un amigo mio sabe a causade que) y sigo con la mirada la labor de los tres hombres. Doblanforzadamente los cartones, los apilan y luego los atan con unacinta difícil de cortar. Mientras tanto ríen (no sé qué los moti-va), ríen felices de algo (y recuerdo ahora la frase del poeta).Pienso preguntarles algo importante para mi cuando tenga queirme, dudo que no sepan la respuesta.

Miro nuevamente el reloj, faltan quince minutos. No sé porqué llegué tan temprano (seguro que usted se lo preguntó tam-bién), pero no me niegue que nunca sintió ansiedad en las víspe-ras de una cita, o estando en ella. No me niegue que no hizolocuras y hasta no dio unas vueltas antes de verla ahí sentada,

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con las piernas cruzadas, sobre el vestido floreado, esperando.No me diga que no se quedó un momento observando esa pos-tal universal, ese amor primerizo, esa sensación vaga, intensa eindescifrable llamada amor, vaya a saber uno por qué. No me loniegue. Yo no le miento. Llegué temprano, me anticipé a su ron-da, sin duda. No sé bien con cuántas horas o minutos, pero leaseguro que me siento cómodo, distendido, a la espera. (No levoy a mentir, cuando la vea caminar por el sendero de floresamarillas, de árboles, ella y su dulce rostro me van a confundir.El tiempo no va a ser tiempo, la duda va a ser desestimada, laansiedad será ahogo, la cosquilla, hormigueo persistente y casimolesto). Yo la espero hace más de una hora y cuarenta cincominutos, pero ¿importa el tiempo?. Importa que llegue y se sien-te junto a mi, eso sería muy importante. Denotaría que estuvobuscándome por toda la plaza (aunque yo no le indiqué exacta-mente el lugar) y, acaso, exprese cierta alegría al verme.

La busco entre la gente que camina por ambos senderos a miizquierda, ya está por ser la hora y quizá llegue antes de lo pre-visto (no acostumbraba a hacerlo). Las personas pasan y no mi-ran; estoy sólo sentado en un banco con muchas palomas, palo-mos y gorriones que me dividen de los tres cartoneros; ¿no esuna digna postal para observar? ¿acaso es una imagen frecuen-te?.

Un señor cruza entre las palomas (éstas se elevan pero caen alos pocos metros) y me pide fuego. Con mis manos le hago ges-tos de que no poseo (ubico ambas manos en los bolsillos y conla cabeza niego poseer algo). Los gestos los interpreta a la per-fección y se sienta a unos metros, en un paredoncito. Intentaprender el cigarrillo con su encendedor y lo consigue (aunquecon esfuerzo), luego lo fuma y se retira. Me hubiese gustadopedirle uno.

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Las agujas llegan al momento pactado; ni la sombra de ellaaparece por el lugar.Trato de disuadir mi enojo (en realidad laansiedad) escuchando el tránsito pesado que circula por Aveni-da San Juan. Sin los autos que se agolpan, producen ruido eintoxican el ambiente la plaza sería mejor, pero en realidad ¿se-ría mejor?. ¿Acaso a falta de una cosa la otra sería necesaria-mente mejor? ¿No es posible que algo fuera ese “algo” por símismo?.

Pasaron quince minutos (porque cinco los utilicé para cerrarlos ojos y dejar mi rostro merced del sol que apenas entrabaentre los árboles). No llegó. ¿Estará buscándome? ¿O sentada,observando las vicisitudes de la realidad espera que yo lleguepor uno de los senderos hace dos horas y cuarto?.

No me levanto del banco y pienso qué situación es la máscorrecta: “que yo esté esperando o que ella lo esté haciendo”.Sin duda lo segundo. Lo primero resultaba tedioso, pero cómo-do al fin; lo segundo era de una responsabilidad mayor; habíaque encontrar algo al momento pactado. La primera no poseíaesa responsabilidad (pero era fundamental llegar antes para es-perar). Entonces, aunque pequeña, había una regla: llegar antes.

Suena la alarma del reloj (indica que no debo esperar más,pasó el tiempo tolerable), y me levanto. Pero, ¿es imposible es-perar más? ¿Y si llega cuando yo no estoy?. ¿Me esperaría ella ami entonces?. (Me siento y espero quince minutos más). No lle-ga. ¡Ahora si me voy!. Ha pasado el tiempo tolerable. ¿Tolera-ble?, ¡Si eso es lo más cómodo! ¡Esperar!. ¿Es cómodo al finesperar? ¿Es fácil?.

Me levanto y camino unos metros en la dirección en la queella tendría que haber aparecido con su vestido liviano yfloreado. He decidido irme. Si la cruzo en el camino me quedo,y acaso hablo de todo lo que sucedió a la espera de su llegada.

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¿La cruzaré?. ¿El azar puede determinar el encuentro entre loque deseo y lo ya determinado?. ¿Entre el futuro y mi destino?.

Los cartoneros me observan (de seguro que no es la primeravez que lo hacen), mientras yo me acerco a preguntar mi inquie-tud (la que tuve desde que llegué). Sólo uno de ellos gira paraser el alocutario.

- Disculpe señor –le dije-, ¿sabe usted cómo se llama estaplaza? •

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El velorio

Ana Rosa López Villegas1975, Oruro, Bolivia. Licenciada en Ciencias de la Comunicación

Social por la Universidad Católica Boliviana. Se dedica alperiodismo y a la literatura de manera independiente. Ha vivido

y estudiado en Madrid (España) y en Karlsruhe (Alemania). Sutrabajo ha sido publicado en la revista internacional de creación

literaria Boreales. Es autora de los blogs: http://laletralate.blogspot.com/ y http://mivozmipalabra.blogspot.com/.

Comenzaron a llegar. La puerta entreabierta y el pasillo an-gosto se llenaron de murmullos, de suspiros y risitas apa-gadas.

Las viejas con tacones, negras de la cabeza a los pies rezabanavemarías y padrenuestros sin agotar la saliva. El silencio seincomodaba ante la letanía.

Dios te salve María,

llena eres de gracia…

Los cirios y las flores se disputaban el ya pesado aire queflotaba en aquella pieza. Los claveles en especial, yacían tibiosentre la humareda de las velas que esparcía el olor de los inciensos.

Las moscas revoloteaban sobre el ataúd como buitres carni-ceros; posaban su estiércol sobre la oscura madera y empren-dían vuelo hasta el cristal de la cabecera, debajo de aquél la caradel muerto parecía protegida.

Entraban y salían las primas y sobrinas, todas de luto comohormigas; entraban y salían las tazas del café y los caramelos deanís.

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La viuda cogió un tabaco, acercó una de las velas a su rostroy lo encendió sin reparo. La dolorosa suegra la miraba vigilantey rompió en llanto cuando la vio fumar.

–¡Pobre! –dijo uno de los curiosos.

–¿Pobre quién? –respondió otro diligente– ¿La suegra o elmuerto? –continuó con malicia.

Las caderas de la viuda se erizaron sobre la silla que la soste-nía. Su falda comenzó a bailar camino a la cocina. La huella desu perfume se tejió con la del cigarro y los ojos de muchos vol-tearon sin disimulo, las miradas que la deseaban.

–¡Por Dios que es bella! –soltó uno mientras le chorreaba lababa sobre la corbata.

–Y ahora viuda –señaló otro.La suegra parecía escuchar todoel cuchicheo y a cada punto final le seguía un grito desgarrador.

–¿Y qué le pasó pues?–Se murió…

–Dicen que estaba enfermo…

–¡Qué enfermo ni que nada!

–¿Entons?

–Mucha hembra para el condenado… ja ja ja ja.

En la cocina las parientas vieron entrar a la viuda y giraronsus narices y caras por sobre el hombro. A ella parecía no impor-tarle, se acercó hasta el fogón y se sirvió una taza de café. Surostro revelaba serenidad y una hermosura que todas envidia-ban.

Con el mismo aire de reina con el que había entrado dejó lacocina entre los comentarios de las dolientes. Volvió al lugar enel que estaba, casi al frente de la cabecera del ataúd, miraba ensilencio a los presentes y parecía estudiar sus actitudes, adivinar

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sus pensamientos. De rato en rato vigilaba su reloj, apostada enla silla de madera, apoyó el mentón sobre la palma de su manoizquierda y al mismo tiempo cruzó la pierna. Su redonda rodilladespertó aún más las inquietudes ya alborotadas.

Así pasó algún tiempo, la sangre del muerto se coagulaba concada segundo y su faz tomaba de a poco un color amarillento ydesagradable; sonidos extraños provenían del interior de su cuer-po.

Como avisada por instinto, la viuda se sobresaltó de pronto yse puso de pie, sus ojos negros coquetearon con la puerta. Alpoco tiempo entró un hombre bien parecido y moreno. De negrocomo la mayoría de los dolientes, se acercó hasta ella y la abra-zó.

–María… –le susurró al oído con un jadeo mientras le frotabala espalda sensualmente y continuó. –Hemos esperado tanto poreste momento. Con cada palabra que pronunciaba sus manos sedeslizaban desde los hombros hasta la cintura y así la presiona-ba contra su cuerpo, sintiendo sobre el suyo las formas carnosasde la reciente viuda. No pudiendo aguantar más el deseo la besóardientemente y ella le correspondió acariciando su cuello, ce-rrando los ojos, humedeciendo sus labios, derramándole pasión.

Un nuevo alarido de la madre del difunto la despertó del sue-ño. María, la viuda abrió los ojos y se sonrió en silencio. Tomóasiento de nuevo y continuó la espera. Más tarde, cuando ya lanoche comenzó a cansar a los acompañantes, apareció aquelhombre bien parecido y moreno que María había visto en su fu-gaz sueño. Se puso de pie y un suspiro profundo le llenó la boca.El hombre se acercó hasta ella y sus miradas se tejieron despi-diendo chispas y corrientes eléctricas que iluminaban aquel rin-cón.

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De nuevo sobresaltada se reclinó en la cama y se secó la fren-te, sus senos yacían húmedos bajo su tibio camisón. Volvió areposar sobre la almohada y sintió un frío intenso que la pene-traba desde el lado contrario del lecho. Volteó lentamente comopresagiando el suceso. El hombre que la acompañaba permane-cía inmóvil y helado entre las sábanas, muerto como lo habíadeseado hacía tanto tiempo. Enseguida tomó las ropas negrasque tenía reservadas en el cajón del ropero. Saltaron de entre lospliegues las bolitas de naftalina blancas y se perdieron rodando,rodando debajo de aquel mueble.Vistió las prendas como quienestrena algo nuevo y se miraba de un lado y del otro en el espejo.Soy viuda, pensó y sonreía sin parar.

Bendita tú eres

entre todas las mujeres...•

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El rostro de Lima

Leonardo Ledesma Watson22 años. Lima, Perú. Dice ser el futbolista que nunca fue y el

escritor que aún no es. Es periodista y trabaja en una productora(CSI). Lector compulsivo, pero que a veces se distrae. Su padre es

blanco y su madre negra, familias que provienen de mundosopuestos (culturalmente hablando). Le dicen "negro" y nunca hatenido problema con ello. Afirma ser ecléctico hasta la muerte.

Vive con mi abuela. Fumador empedernido y amante del fútbol.

Entre las seis y las siete de la mañana se puede ver el verdadero rostro de la ciudad y de aquellas personas que searrastran con la ventisca de otoño, de los perros que hur-

gan en los barriles de basura y de algunos canillitas que ya noson niños. Entre esas horas, Lima sale de la práctica que ha du-rado toda la noche y enrumba a casa.

Hacía un par de semana que Lima llevaba este ritmo de vida,el mismo tiempo desde que su novio se había ido y casi un mesdesde que su abuela, con quien vivía, había muerto. Lima cami-naba cada día al alba para llegar a casa después de una madruga-da de prácticas en un viejo teatro. Al llegar al portón verde, Limasacaba las llaves y era recibida por un lamido húmedo del canque ahora era su única compañía.

Lima se metía a la bañera con el agua hasta el límite y sequedaba ahí por una hora, contemplando sus vellos y sus pezo-nes perfectamente redondos y sonrosados. Salía de la tina, sepeinaba y se colocaba una vincha y un vestido, cogía un libro dela estantería y leía hasta quedarse dormida. Casi nunca salía decasa durante el día, por eso muy poca gente de la cuadra la habíavisto alguna vez. Muchos especulaban que se trataba de una vieja

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loca. Los niños se acercaban pocas veces a las grandes rejas ylas personas que desfilaban delante de la casa, la veían de reojo.

Una noche, casi a las diez, cuando los ómnibus dejan de pa-sar y quienes transitan las calles lo hacen solo con la obligaciónde llegar a algún lugar, Lima salió como siempre hacia el teatro,dejó al perro en la cocina y aseguró la puerta. Un momento des-pués, cuando ya nadie se percataba de la transformación de lacalle ante la presencia de Lima, unos jóvenes se detuvieron de-lante de la casa, treparon las rejas cuales gatos monteses y, alver la puerta de la casa imposible de abrir, rodearon el jardín,sigilosos, con las rodillas dobladas y las bufandas bien justas. Aldarse cuenta que la puerta de servicio estaba entreabierta nochistaron e ingresaron.

Del otro lado, en la puerta principal, con los lentes húmedos,el pequeño sombrero que cubría su cabello atado y el gran abri-go que caía hasta sus botas, Lima abría la puerta para recogeralgo que había olvidado. Adentro, los tres jóvenes se habían de-tenido a ver los libros de la estantería, los muebles viejos y conolor a ceniza, y los cuadros que colgaban entre las grietas de lasparedes. El silencio era tal que las pisadas se confundían con elsegundero del reloj y se mezclaban en una melódica tonada. Depronto los jóvenes oyeron unos ladridos poderosos, al igual queLima quien se apuró para abrir la puerta. Corrieron para salir pordonde habían ingresado. Jordi, uno de los muchachos, dudó unmomento, pero también se echó a correr. Tres pasos más allá,tropezó en la oscuridad y cayó. Sus amigos no se detuvieron ycompletaron la huida.

Lima encendió la luz y vio a Jordi en el suelo, golpeado ycogiéndose la cabeza. Los ojos azules de ella se estrellaron conla mirada de un Jordi avergonzado, inmóvil por haber conocidoa la vieja loca de la casa de rejas verdes y ella solo atinó a decir.

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-Lo lamento, no era mi intención, no quiero robar nada, noquiero nada, solamente entré con unos amigos…fue una estupi-dez, lo sé, perdón, me iré, por favor no llame a nadie, me iré sindecir nada y no la volveré a molestar.

De pie, Lima observó a Jordi como una estrella de rock ob-serva a su fanático: de arriba hacia abajo.

-¿Qué quieres? – preguntó Lima.

-Nada, solo quiero irme, no quiero hacerle daño. En serio,lamento haber irrumpido así, le pido disculpas.

-¿Quién eres? ¿Cómo te llamas? –dijo Lima con un tono quese sumergía entre la curiosidad de una chica de veinte años y elinterrogatorio de un policía experimentado.

-Mi nombre es Jordi, Jordi Soler- del bolsillo interior de sucampera Jordi sustrajo una billetera y de ella un documento –Mire, este soy yo. No estoy mintiendo –dejó el carnet en el bra-zo de un mueble que estaba en medio de ambos (que segura-mente fue con lo que el pobre Jordi tropezó), y Lima lo cogiócon suavidad mirándolo con desconfianza. Luego de ello le lan-zó el documento hacia los pies y le preguntó que qué hacía ahí,sin despegarle la mirada ni por un instante.

-Pensábamos que acá vivía una vieja, nunca habíamos vistoa alguien salir o entrar de aquí, solo nos guiamos por lo que sedecía en la cuadra. Usted no es vieja, no tiene la voz al menos-dijo Jordi.

Al escuchar esto, Lima esbozó una pequeña sonrisa y con lamano derecha se quitó lentamente el sombrero. Con la otramanito se soltó el cabello y lo alisó hasta que tocara su cuello.Jordi quedó atónito por la belleza de la muchacha y recién, uninstante después, recogió el documento y lo guardó en la casaca.

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-Perdón, debo irme-dijo Jordi.

-No te irás- dijo Lima, mientras que con un gesto le señaló elsillón.

Lima y Jordi se sentaron delante de una alfombra polvorien-ta. A Lima parecía haberle dejado de molestar la intrusión deJordi y su mirada se perdía en un una reunión de puntos en lapared, como recordando su estado de misantropía o anticuaría.El alma de los pobres corazones viajaba lento entre las bocana-das de humo que expulsaba Lima luego de convidarle un cigarri-llo a Jordi que, con miedo, dejó caer sus manos sobre el estuchemarrón.

Los dos pasaron la noche hablando y fumando delante de unachimenea apagada. Así transcurrió el tiempo, corrieron los días,los meses y los años. No se habían detenido más que para ir albaño o beber algo de agua o café. Y es que cuando te quedas pormucho tiempo en un lugar, dicen que terminas por convertirteen parte de él.

Jordi encendió un cigarrillo y Lima lo observó esbozando unapequeña sonrisa. De pronto ella se levantó y caminó hacia elbaño. En ese momento Jordi escuchó unos sonidos muy familia-res detrás de la puerta de la entrada, entonces apagó las luces dela sala y se sentó de nuevo, cauteloso.

Cuando Lima volvió del baño oyó el golpe del hueso contrala madera. Encendió la luz y vio a un joven que no pasaba ni losveinte años, tendido en el suelo, y a Jordi con un tarugo en lamano.

-¿Hay espacio para uno más?- preguntó Jordi.

Dicen quienes cruzan delante de la casa, que las luces se en-cienden cada cierto tiempo y que, a diferencia de hace varios

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años, se oyen risas, el ladrido ahogado de un perro y se puedeoler el humo de los cigarrillos que se escapa por las ventanas.Algunos viejos de la cuadra anterior cuentan que no volvieron aver a su amigo Jordi luego de una intrusión de cuando jóvenesjugaban a los palomillas •

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Negociando con un Niñoen Montjuic

Giovanni Garinian1985, Cancún, México. Vive en Mérida, donde está a punto de

titularse como Licenciado en Mercadotecnia y NegociosInternacionales. Se dedica al ajedrez, leer, escribir poemas,

asistir a tocadas, a eventos culturales y a conducir con la músicaa todo volumen y quemando llantas. Planea dedicarse al rubro

gastronómico, ya sea abriendo un restaurante, un café, un bar ocomo fabricante de salsas y botanas.

Estoy en Barcelona por tercera vez. No recuerdo comollegué pero estoy parado frente al módulo de cobro delTeleférico de Montjuic. Me encuentro indeciso porqué

no estoy seguro de abordarlo, quizá por costoso o quizá por laangustía, la excitación y el vértigo que provocan la espectacularvista que promete.

En términos reales, el precio es accesible pero no estoy segu-ro si para mí. Llegan más personas dispuestas a pagar. No quieroenfadarlas haciéndoles esperar por lo que me decido de una buenavez. Meto la mano derecha en la bolsa de mi pantalón y saco unbuen puño de monedas de 10 y 20 céntimos, en su mayoría, quecoloco en mi mano izquierda.

Reunir y contar la cantidad requerida no es tarea sencilla cuan-do de súbito, los hilos mágicos del destino hacen que aparezcastú, mi morena del caribe venezolano. Eres ella, la que sólo habi-ta en mis pensamientos. Eres tú, quién intensifica mis sueños.

Te acercas susurrándome algo al oído, mientras colocas otropuño de monedas plateadas de 5 centavos mexicanos sobre mimano que de por sí ya se encontraba llena, ahora rebosante. Al

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notar mi torpeza tratando de manipular dichos metales, cogesmis manos al tiempo que percibo que sustraes dos euros discre-tamente. Ahora me siento asaltado y engañado por ti, la mujerque gobierna mis sueños, que con tus encantos has logrado dis-traerme, eludirme.

Una maraña de sensaciones me ataca y la única respuestaposible en este momento es atraerte a mi cintura con la mismamano izquierda que pretendía atesorar las monedas. Puedo sen-tir tu aliento, que con tus labios me tienta y me coquetea. Con-tenerse ya es inevitable. Te robo el aliento, pruebo tus labios,me pierdo en ellos y las monedas caen componiendo una melo-día que se funde con el momento.

Reacciono. Busco las monedas en el suelo, ya no quedanmuchas. En tal momento veo que entre el montón había unamoneda de 5 euros (a pesar de que no existan monedas con esadenominación) que justo un niño acaba de tomar junto con lasdemás. Siento un poco de frío y se la pido. Se niega como es deesperarse, argumentando que la moneda no estaba atada a unllavero. Tratando de negociar con él, le digo algo como: “Losllaveros son para las llaves, las monedas no necesitan. Te la re-galaría, pero si fuera una ocasión diferente. Te la pido, no por-que te hayas portado mal, sino porque ahora 5 euros es muchopara mí. De verdad, los necesito.”

Pongo cara de súplica. El niño lo medita al tiempo que mepregunto yo mismo cómo haré para volver a mi hogar si me hequedado sin fondos. Instintivamente volteo para atrás buscandouna respuesta y mi morena ya no está. La busco con los ojos yno la encuentro. Quizás nunca estuvo y sólo soñaba despierto.

Regresan mis ojos y mis pensamientos a donde el niño. Éltambién ya se ha ido. Cierro los ojos •

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La historia de mi amigoMáximo

Audonsalomon1966, Buenos Aires, Argentina. Seudónimo de Patricia MónicaLoyola. Estudió arte escénico (método Stanislasky) con AlmaVélez y Juan Carlos Thorry, comenzando a escribir pequeñas

obras de teatro y monólogos. En 2008 el portal españolLatínpedia.net publica cuentos y poesías de su autoria. Participa

y cursa en trece grupos de estudio del portal Emagister.com.Actualmente escribo minicuentos para el diario online La Nación.

CAPITULO 1

MAXIMO

- Soy Máximo Bongiorno el mejor vendedor de seguros devivienda, el único, el más grande.

- Hoy va hacer un gran día – se alentaba Máximo, como sifuera a jugar un mundial de futbol mientras se miraba en el espe-jo.

- Haber genio si te apuras que con Mama necesitamos el baño-le dijo Mary la esposa , mientras golpeaba la puerta del baño –

- La verdad nena, si tu marido es el gran vendedor, podríatraer un poco de plata – comento Pocha la suegra.

Máximo (con cara de odio)

- Cuando no estas dos brujas arruinando mi autoestima, noimporta que no decaiga ¡ Sos un campeón Máximo!- y le dio unbeso al espejo. Salio del baño acomodándose un libro bajo elbrazo “Manual para vendedores exitosos “de Isaac Rabinovich.

Pocha la suegra al entrar al baño se choca con Máximo y a

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este se le cae el libro.

Pocha (con una sonrisa irónica)

- ¡Ahh! Lo único que me faltaba , poner una biblioteca en eltoilette –

- Máximo furioso, levanta el libro – y lo dejo sobre la mesa dela cocina y encontró a Mary riéndose de el, furioso tomo la esco-ba y la miro fijo a los ojos.

Mary lentamente se apodero de un plumero, ambos se mira-ron como si fueran a batirse a duelo.

Máximo rompió el silencio y dijo:

- Voy a barrer las migas (rápidamente limpio todo, dejo laescoba y salio rumbo al trabajo repitiendo en voz alta).

- ¡Soy Máximo Bongiorno el más grande vendedor de segurosde vivienda!

CAPITULO 2

PORQUE MAXIMO QUERIA SER UN VENDEDORDE SEGUROS DE VIVVIENDAS

Máximo desde pequeño admiraba a los vendedores de segu-ros de vivienda, Los veía pasar con sus maletines por la vereda.En la esquina de su casa se encontraba la aseguradora.

Los vecinos solidan preguntarle – ¿Qué te gustaría ser cuan-do seas grande?

Y Máximo orgulloso respondía – Vendedor de seguros de vi-viendas –

Se paraba en el portón de su casa, cuando los veía pasar los

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saludaba a todos, hasta que un día se hizo amigo de un vende-dor.

- Si queres ser como nosotros empeza a vender cualquier pro-ducto y de a poco, vas adquiriendo experiencia, y cuando crez-cas vas a ser el mejor.-

Así empezó su carrera. Primero vendió limones, en su casatenia tres plantas, ponías unos cuantos limones en una bolsa ysalía a vender por el barrio .Las vecinas que siempre lo pellizca-ban los cachetes de la cara , le decían – que buen chico Máximo,seguro que cuando seas más grande vas a ser un vendedor.-

-Si.- contestaba el – pero de seguros de vivienda –

CAPITULO 3

LA TRANSFORMACION DE MARY Y POCHA..

Un día que Máximo salio a vender perfumes , vio a una chicaque lo deslumbro , sus cabellos largos al viento , su boca parecíafuego a punto de quemar cualquier labio que se atreviera a darleun beso , por un instante sintió que todo a su alrededor se para-lizaba y su corazón comenzó a latir tan pero tan fuerte , como elgalope de miles de caballos corriendo desbocados en una carre-ra alocada sin fin .

Suavemente y como en cámara lenta se acerco hasta dondeestaba el y con una dulce sonrisa le pregunto ¿Perdón la calleVacca?

- Es esta –le contesto Máximo embobado ¿Que direcciónbuscas?

- Busco la empresa que vende seguros de vivienda.-

- Ah es ahí… en la esquina-

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- Gracias- le contesto.

Máximo esperaba verla pasar para espiarla por la ventana seimaginaba invitándola a salir en una cena romántica, en un pa-seo en mateo por Palermo a la luz de la luna o tomando sol en elpatio de su casa.

Un día se animo y le pregunto a un vendedor amigo, quien erala joven y este le contesto que era la recepcionista.

- ¿Si queres te la presento?- le dijo. Así fue como Máximoconoció a María de los Ángeles Pérez López y a su madre Maríade los Milagros Peralta de los Pérez López.

Dos seres encantadores, que luego se transformarían en es-posa y suegra, lo que serian hoy:

La Mary y la Pocha.

CAPITULO 4

VENDEDOR DE SEGUROS DE VIVIENDAS

Mientras fueron novios; Máximo le pedía a Mary que le con-siguiera trabajo en la empresa. Pero esta se negaba por que decíaque si trabajaban juntos, quizá no fuera bueno para la relaciónde pareja.

Máximo se decidió a vender autos, libros, parcelas de cemen-terios, muebles de cocina etc.

Hasta que un día se caso con María de los Ángeles Pérez López(alias la Mary) y ella decidió renunciar, para ser ama de casa ycuidar de su amado esposo.

Feliz, muy feliz de estar tan enamorado, y de llevar a su casaa una esposa tan bella y una suegra tan dulce y poder al fin de

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entrar a trabajar en la empresa que el tanto había soñado.

Pero todo el mundo se le vino abajo cuando el gerente le dijo

- Lo siento Máximo, por ahora no necesitamos vendedores.-

Máximo cayo en una profunda depresión, su sueño se habíadesvanecido como la niebla cuando sale el sol.

Su personalidad había cambiado mucho como también cam-biaron su esposa y su suegra .Comenzaron a tratarlo mal, y Máxi-mo ya no volveriá a ser el mismo.

Sus amigos preocupados le regalaron un libro “Manual paravendedores exitosos” de Isaac Rabinovich.

Poco a poco comenzó a sentirse mejor y todas las mañanasMáximo realizaba los ejercicios del libro.

Una mañana ocurrió el milagro, el gerente de la empresa fue apedirle por favor que fuera trabajar como vendedor.

Máximo casi se desmaya de la alegría. Al otro día se levantomuy temprano leyó algunos capítulos del libro de IsaacRabinovich, realizo los ejercicios y dijo.- Por fin se ha cumplidomi deseo.-.

CAPITULO 5

LA CASA DE LA CALLE 13

Luis el gerente lo recibió muy contento, le dio todas las indi-caciones, también el maletín, la dirección de donde debería ir.

Luis dijo (muy solemne) – les presento a Máximo Bongiorno,el nuevo vendedor de seguros de vivienda –todos lo saludaronamablemente.

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Máximo coloco en la pizarra la dirección que le había tocado

“CASA DE LA CALLE 13”

- La casa de la calle 13 – decían todos asustados.

A Máximo no le importo y se fue feliz en su primer día detrabajo.

La calle 13 era una calle cortada sin salida con una sola casaenorme y viejísima.

Máximo se acomodo las corbata y toco el timbre. La puertase abrió lentamente, haciendo un chirrido espantoso.

Una anciana asomo y le pregunto- ¿Qué desea joven?-

-Soy Máximo Bongiorno vendedor de seguros de vivienda –

-Pase, pase, lo estaba esperando.-

-(Esto va hacer muy fácil pensó Máximo mientras miraba todala casa llena de muebles y relojes antiguos.-

-¿Y Vladimir? Pregunto la anciana.

-Renuncio pero no se los motivos-contesto Máximo

-Que pena era muy buen chico ese Vladimir,sentate,sentate,ponete cómodo.-

-¿Cómo dijiste que te llamabas ?.

-Máximo abuela, me llamo Máximo.

-Ah lo conoces a mi nieto.-

- No, no abuela.-

-Como me decís abuela, pensé que conocías a mi nieto: ¿Cómome dijiste que te llamabas?.

No escucho bien tengo cataratas.-

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-Me llamo Máximo abuela, perdón señora, las cataratas sonde los ojos.

-Ah sos vendedor de viajes a mi las cataratas no me gustan,mucho agua me da miedo, no se nadar.

-No, soy vendedor de seguros de vivienda.-

-Bueno Mínimo ¿Tomas te?.

-No abuela, soy Máximo.-

-Bueno, bueno Máximo o Mínimo es parecido, mi nieto vienemas tarde.

Disculpe señora, pero vine porque usted solicito un vende-dor de seguros de vivienda.

-¡La vivienda es tan grande!-dijo la abuela triste,-que una sesiente tan sola, nadie me visita ni mi nieto;¿ Conoces a mi nieto?

-No señora – contesto Máximo ofuscado y a punto de perderla paciencia, le dejo los folletos, los ve, y me llama otro día.

-¡Otro día! Dijo la anciana con lágrimas en los ojos -, otrodía-eso dicen todos y no vuelven más – y comenzó a llorar.-

-perdone señora, solo le dije que le dejaba unos fo…… notermino de decir la frase, que unos ruidos espantosos asustarona Máximo y se les cayeron todos los papeles al piso

-Te asústate-tengo muchos relojes porque yo no escucho ten-go cataratas ¿Tomas un te Mínimo?

-¡Máximo¡ ¡Abuela! ¡Máximo¡

-Ah conoces a mi nieto:-

Máximo trato de calmarse y le dejo los folletos.

La anciana le dijo que lo iba a volver a llamar

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Máximo agotado regreso a su casa, se encerró en su cuarto yse quedo dormido leyendo a Isaac Rabinovich.

CAPITULO 6

EL COMPLOT

Al otro día Máximo se levanto temprano, hizo su rutina deejercicios frente al espejo.

-Soy el mejor vendedor -

-Y se marcho contento al trabajo-

En la oficina pregunto a sus compañeros por que había re-nunciado Vladimir.

Todos los vendedores se miraron entre si, sin contestar, hastaque uno dijo.

-Creo que cuando fue a vender, a la casa de la calle 13, tuvoun ataque de pánico al igual que Guillermo, Daniel , Eduar-do……………………..

-No me hagan esas bromas-dijo Máximo algo asustado.

-¡No es un chiste! Es verdad están internados en una clínicapsiquiatrita por estrés.

-El gerente llamo a Máximo y le dijo muy amablemente quedebía regresar a la casa de la calle 13.-

-Máximo salio esta vez un poco preocupado, mientras suscompañeros le deseaban suerte.

Cuando llego a la casa estaba a punto de tocar el timbre, unseñor abrió la puerta y le dijo

-¿Usted es Máximo ?mi abuela enseguida lo atiende.

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El hombre saludo a unas personas que iban dentro de un co-lectivo que pasaba por la calle, cuando Máximo se do vuelta,vio con asombro que saludaba a su esposa Mary y su suegra Po-cha .

-Entonces le pregunto al señor -¿Usted conoce a mi esposa ya mi suegra?

El hombre se quedo callado, pensó un momento y luego res-pondió ¿Se refiera a las dos señoras que iban en el colectivo?

Máximo leyó la placa que estaba en la puerta y decía –IsaacRabinovich doctor psiquiatra- de pronto se puso pálido y co-menzó a gritar

-¡Todo es un complot!¡Es un complot ¡ esas dos brujas mequieren hacer pasar por loco ¡ Para internarme y deshacerse demi ¡! Como a mis compañeros ¡ y se desplomo en el piso .

Cuando se despertó estaba en una cama y dentro del cuartoestaba el doctor, el gerente y todos sus compañeros, su esposa ysu suegra.

-¿Se siente mejor? le pregunto el doctor Isaac Rabinovich

-¡Ella es la culpable! dijo señalando a Pocha, la culpable deeste complot, me quieren hacer pasar por loco .

-Tranquilo Máximo, esta un poco estresado dijo el gerente –estamos todos acá porque queremos felicitarlo, a logrado ven-der el seguro de vivienda y se ha ganado un aumento y un viajepara dos personas al Caribe.

-Logro convencer a la abuela –dijo Isaac Rabinovich , mien-tras lo abrazaba a Máximo y saltaba de alegría..

-¡Un aplauso para Máximo! Grito un compañero.

-Ese es mí –dijo Mary emocionada.

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-Ese es mi yerno,- siempre fue como un hijo para mi –dijoPocha

Máximo no lo podía creer, pensó que estaba soñando

-¡Que diga unas palabras! Se oyó.

Máximo con lágrimas en los ojos

¡SOY MAXIMO BONGIORNO, EL MEJOR VENDEDORDE SEGUROS DE VIVIENDAS! •

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El Parque

Juan Muriel1976, Córdoba, España. A los 18 años marchó a Madrid para

cursar estudios de Comunicación Audivisual en la UniversidadComplutense y posteriormente de Periodismo en la Universidad

Carlos III. Apasionado del cine, la fotografía y la literatura,trabaja en televisión y desarrolla su interés por la escritura en elblog juanmuriel.blogspot.com, en el que se analiza a si mismo y

todo lo que le rodea.

El chico que se sentaba en el parque…

…todos los días, al salir de trabajar a las 3 de la tarde en unaeditorial como corrector, caminaba lentamente hasta El Retiro.Siempre se sentaba en el mismo sitio, en una amplia zona planacon pequeños árboles y césped frondoso. Debía rondar los 34,empezaba a perder el pelo aunque se empeñaba en disimularlo,tenía cierta intuición para vestir a la última, con aire clásico sinparecer amanerado y nunca se quitaba unas enormes gafas depasta. El chico que se sentaba en el parque, se apoyaba en untronco que siempre estaba a la sombra, abría un libro y empeza-ba a leer a buen ritmo, ese había sido siempre su propósito hastaque se dió cuenta de que todos los días sobre las 4, coincidíacon el chico que montaba en bicicleta. La primera vez que le viófue a contraluz, viniendo hacia él, con gafas de sol y el iPodpuesto, pensó en lo ridículo que se vería a si mismo con aquellaequipación completa compuesta de casco, mallas, coderas y ro-dilleras. Desde aquel día esperaba con su libro abierto la hora enque aparecía el chico que montaba en bicicleta y lo miraba dereojo, intentando no ser descubierto, fingiéndose concentradoen sus textos aunque no era capaz de hilar dos palabras segui-

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das. Se sentía solo desde hacía mucho tiempo pero seautoconvencía a sí mismo de que el amor no estaba hecho paraél, a cada pedalada que daba el otro, su cabeza no dejaba depensar en lo hermoso que era, pero a continuación se censurabaa sí mismo, creyéndose realista, un chico con un cuerpo atléticocomo aquel, aparentemente más joven, con esa inquietud de-portista como se iba a fijar en alguien con aspecto de no moverun músculo, enclenque, con incipiente barriga y de poco firme-za. Así que un día…

El chico que montaba en bicicleta…

… a sus 26 años aún estudiaba para ser maestro de educa-ción física y por las noches trabajaba de camarero en un bar parasobrevivir. Era rubio, tenía los ojos azules y porte de príncipe decuento. Se levantaba a las 12 del mediodía y antes de ir a claseagarraba su bicicleta y volando en ella iba hasta El Retiro, alllegar allí conectaba su iPod, en el que no destacaba precisa-mente su gusto musical, ponía un pie en el pedal y daba vueltassin ton ni son, sin repetir nunca la misma ruta y sin fijarse ennadie a menos que estuviese a punto de atropellarlo. Se veía a simismo mayor para seguir estudiando y pensaba que probable-mente nunca iba a llegar a nada, estaba cansado del continuocoqueteo de sus clientes, a los que no les interesaba nada másque por su bragueta, pero no aspiraba a más. Aquel día no teníaganas de subir cuestas, la noche anterior había sido especial-mente dura y estaba algo cansado, así que se dirigió a la zonamás llana del Retiro y de repente vió al chico que se sentaba enel parque, leyendo, con sus gafas de pasta y su inminente alope-cia y no pudo evitar pedalear hacia él atrapado por el imán de lacuriosidad. A partir de aquel momento, a diario repetía la mismaruta, desde detrás de sus gafas de sol lo observaba sin ser vistoy se dió cuenta de que el chico que se sentaba en el parque le

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miraba de reojo, muy serio, como con aire de desprecio. Porquecómo se iba a fijar en él alguien con pinta de haber viajado, desaber siempre de qué hablar, con esa seguridad en si mismo. Quépodría contarle él que sólo leía por obligación, que sólo veíapelículas de acción y que siempre callaba por no meter la pata.Aún así, no podía dejar de pasar a su lado, quería saber comoolía y quería oir su voz. Así que un día…

…el chico que se sentaba en el parque decidió cambiar deparque, no podía soportar la inseguridad que le provocaba aque-lla atracción por alguien más bello que él, que le hacía sentir tanpequeño, su orgullo no se podía permitir aquella debilidad y pre-firió irse con el cuento a otra parte, en donde no hubiese ningúnchico que montase en bicicleta que le hiciera pensar que siem-pre iba a estar solo.

…el chico que montaba en bicicleta además de enfundarselas mallas se infundió de valor y decidió saludar al chico que sesentaba en el parque aún a riesgo de quedarse mudo y sufrir eldesprecio del otro. Pedaleó con fuerza pero cuando llegó a aqueltronco no había nadie. Miró a un lado y a otro y decidió sentarseen el mismo sitio, pero el chico que se sentaba en el parque noapareció, de hecho ningún día apareció y a partir de aquel mo-mento el chico que montaba en bicicleta pasó a ser el chico queesperaba en el parque •

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Vida de película

Camila BordamaloBogotá, Colombia. Publicó su primer libro ilustrado de cuento

corto "Perros en el cielo" en 2009. Estudió filología alemana y sededica a la traducción y a la ilustración. Escribe cuentos desde

que era una niña y le gustan Paul Bowles, Haruki Murakami,Julio Cortázar, Heinrich Böll y Kafka, entre otros. En este blogpublica algunas de sus ilustraciones y los fragmentos de una

novela inexistente: www.cuentosalbordedelalocura.blogspot.com.

Mi vida es como una de esas películas largas que cuandouno cree que ya se van a acabar siguen por un buenrato más. Al final uno ya no sabe para dónde va la pe-

lícula. Cuando uno cree que algo importante está por pasar nopasa nada, todo se congela en un eterno preludio que lo mantie-ne a uno mirando, si, a pesar de todo uno sigue ahí viendo esapelícula porque de algún extraño modo promete. Hay tensión,uno sospecha algún denso conflicto camuflado que puede esta-llar en cualquier momento.La protagonista tiene la rara costum-bre de irse de todo antes de tiempo, siempre se está yendo y alfinal sólo queda un espacio vacío. Es de esas películas que ter-minan con escenas de habitaciones vacías, de casas abandona-das o de jardines solitarios •

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Tostada

Lautaro GarcíaSegún el autor: “Identificación. Lo que te pasó, lo que no. Puerco-

espín. Robot. Niño grande, bigotes. Casettes, mi viejo skate. Tienesentimientos y escribe sobre eso… sobre el sol, sobre el fin del

mundo, sobre sentirse mal en un día domingo. Todos los días sondomingos cuando se tiene el cuerpo entumecido y la vida te pasapor al lado, como autos en una autopista. Es complejo y duda en

mostrarse tal cual es, probablemente esta biografía sea mentira”.

Andy camina por la Av principal, son las 6 pm. Esta co-miendo unos caramelos que saca de una bolsa de papelde color marrón. Sonríe, mira vidrieras, en la esquina la

espera Lee su novio. Al verse se besan y se abrazan. Se dicencosas que se dicen los novios y caminan de la mano. Andy y Leetrabajan en la misma cuadra, viven juntos y comparten todo ocasi todo. Mas tarde están tirados en el sillón viendo una pelícu-la de zombies, Lee es el mas interesado en la película, ella juegacon el pelo de él, molestándolo un poco. Él se queja y la aleja.Andy se levanta y saca de la heladera una lata de coca cola y sesienta en una de las banquetas de la cocina, lo observa, lo vecomo un niño viendo su película favorita, piensa en que ella dezombies no entiende nada y que no le importa tal cosa.

-Lee tengo que hablarte

-¿ahora?

- Me tengo que ir una semana a Corea, viaje de negocios

Lee deja de hacer lo que esta haciendo, apaga la película y lamira sorprendido

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- Andy: ¿ No es buenísimo? La empresa paga todo

- Lee: No, no lo es.

Lee enojado, se va al cuarto, ella corre detrás de él lo abraza,lo besa, lo provoca. Entran al cuarto y tienen sexo. Ella duerme,Lee no puede pegar un ojo.

Esa mañana Andy se va a trabajar, Lee tiene franco. Agarrasu video cámara y empieza a montar un estudio casero de TV.Solo le faltan algunas cosas, así que va a la librería y compra:Papel glasé, cartulinas, plasticota y algunas cosas mas. Llega yempieza a prepara su propio canal del tiempo. Pronostica lluviapara las próximas dos semanas, sobre todo en Corea. Prepara elvhs y lo pone en la video casetera. Cuando ella llega a la noche,el simula ver el noticiero y pone su propia película. Andy se ríe,pero no reconoce que se nota que es él haciendo eso. Se ríe loabraza y le dice que lo ama.

Salen hace 2 años, 4 meses y 5 horas, según el calculo queLee lleva en su agenda, pero se conocen desde chicos, cuandoLee vino desde Corea con su familia. Crecieron juntos y desde elmomento que se dieron el primer beso, solo se separaron para ira trabajar. Al otro día Lee continua con el plan para retenerla, vahasta el videoclub y alquila algunos documentales sobre acci-dentes aéreos, a la noche le avisa a su novia que tiene una sor-presa, alquilo un documental que parece esta bueno. Con estointenta generar un miedo a volar en ella, la psicologia no es sufuerte, pero al parecer lo logra y ella parece convencida en noviajar, pero al rato se le pasa tal cosa. Lee esta desconsolado.

- Se que te vas a ir y no vas a volver, seguro vas conocer a uncoreano multimillonario y te compra o algo así

- La gente no se compra Lee, eso sucede en los países Árabes,capaz. Y voy a trabajar, vuelvo en una semana, no lo vas a no-

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tar.

- Yo se como son en Corea, ¿te olvidas de donde vengo?

Andy no presta atención y empieza a armar una lista de cosasque necesita para el viaje, camina por toda la casa, buscando suvalija.

Lee enojado, se sienta en el living, pone un disco y sus auri-culares. Andy intentando que se calme, se acerca, le corre losauriculares y le dice:

- Aun que sea hacérmela mas fácil, a mi también me dueleesto.

Andy se va a dormir, Lee sigue así un rato mas.

A la mañana siguiente, se viste. Tiene un frasco lleno de tos-tadas que le deja a Lee en el lado de la cama que ella ocupa. Sinque este se despierte. En el frasco tenía un cartel pegado: Cuan-do termines de comer la última voy a estar pasando esa puerta.Te amo. Andy •

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After office

Giselle AronsonGálvez, Argentina. Licenciada en Fonoaudiología. Terapeuta delLenguaje. Forma parte del grupo literario Heliconia, coordinado

por el escritor Sergio Gaut vel Hartman. Participa del tallerliterario del Municipio de Morón (Bs. As) coordinado por el

escritor Alberto Ramponelli. Cuenta con publicaciones en blogs yrevistas literarias. Algunos de sus cuentos forman parte de varias

antologías. Su blog: www.nocheluz.blogspot.com

Cruzó la puerta, su mujer se abalanzó sobre él y lo neutra-lizó con el efecto de su verborrea. Sin permitirle la pala-bra, lo empujó al dormitorio, avisándole que lo esperaría

abajo. Victoriosa, la resignación se apoderó del hombre que, pro-nosticando su noche, se vistió de fajina para luego asomarse a lapuerta de la cocina. Apenas hubo entrado, divisó sobre la mesala lista que guiaría su tarea en las próximas horas y que plasma-ba el deseo de la esposa.

En vano intentó prepararse una merienda, un aperitivo, cual-quier cosa que lo aliviara de todo el día laboral en la oficina; elpoder de un par de ojos, tras las correspondientes pestañas fe-meninas, taladraba su voluntad en retirada.

Cuatro horas transcurrió el señor entre ropa lavada, fuegos ycacerolas, escoba y detergente; guardando, ordenando, doblan-do, desempolvando, revolviendo, cumpliendo con el mandatode su compañera de hogar que oficiaba de testigo.

A las 01:23 horas, mientras el marido se derrumbaba en lacama, sin haberse quitado la ropa, ella, exhausta de haber pre-senciado todo aquel trabajo, se desplomó en el gran sillón del

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living.

Por fortuna, él alcanzaría el sueño sin advertir que, ya relaja-da en el sofá, su mujer comenzaba su tradicional mutación noc-turna, esa que la convertía en una alimaña alargada cubierta deescamas que se arrastraba, lánguida y amenazante por la casa,hasta el amanecer •

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Llegamos a la ciudad donde nací, con la sensación que ge-nera encontrar a los viejos amigos y buscando revivir aque-llas fiestas.

La carretera como siempre, benévola, le había servido de di-versión al V8 del Charger 79 que conducía.

Me acompañaba Eduardo, quien por entonces se manteníacerca de mí debido a varias operaciones de negocios que había-mos decidido llevar a cabo, además, sabía cómo festejar, en rea-lidad era por eso que venía conmigo.

Cerca del centro de la ciudad, recogimos a David, mi primo,en el local donde ensayaba con su entonces banda de rock, élera indispensable para esa noche, de igual manera.

Luego, a buscar a Rommel en un centro comercial, cerca dedonde estaba David. Nos vimos en las escaleras eléctricas, yodescendía mientras él hacía lo contrario…

Ver su rostro fue reconfortable, un amigo entre la hostil mul-titud, la sonrisa no se pudo ocultar y nos saludamos con palma-da en la espalda y todo.

En llamas

Rafael F. Aguirre1979, Guadalajara, México. En 1998 conoce a Miguel Sevilla,

artista que lo alienta a escribir y publicar sus primerasparticipaciones en el semanario «El Pregonero». En 1999 publica

un poemario bajo la edición de Héctor Canales: «Negro Sol,Corazón podrido» editado por Signos-Edithec, y comienza su

carrera como reportero en el diario «Z de Zamora». Administra elblog «La vela Amarilla»: http://lavelamarilla.blogspot.com.

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En el carro, -tras haber adquirido lo necesario para comenzaruna pequeña fiesta móvil-, comenzamos a circular por las callesdestartaladas que se encuentran hacia el sur de la ciudad, másallá de la Calzada Independencia.

El ambiente de siempre, desolado… Me hizo recordar misandanzas como explorador urbano de a pie, un muro conocidoaquí, otro allá. Buenas imágenes de antaño que se reconstituíanen mi mente como recuerdos…

Luego, unas cuadras más arriba, siempre hacia arriba y así lascosas…

Los diálogos que emitían mis acompañantes no dejaban deactivar mi sonrisa… Esas peleas amistosas era reconfortanteescucharlas, eran buenos tiempos, despreocupados tiempos.

Cuando de pronto vi aquella estructura…

Recuerdo que se trataba de un mercado con varias plantas dealtura en donde siempre reinó un clima de anarquía. Y, precisa-mente, esa sensación de pueblo sin ley me atraía desde la infan-cia…

Ahora, tal mercado era muy diferente, abarcaba varias cua-dras de extensión en su base, aquello era un verdadero rascacie-los a punto de caerse. Un apilo de construcciones improvisadasde diversos materiales. Una ciudad vertical propensa a derrum-barse en cualquier momento.

-Otro brandy Rommel y más cargado…- Solicité a mi copilo-to. Mientras tanto, en el asiento trasero, David y Eduardo noparaban de insultarse. Se extrañaban…

-¿Qué sucedió aquí? ¿Hay calles dentro de esa estructura?¿Hay gente ahí dentro, movimiento?- No daba tiempo a respon-der a Rommel. Su risa me dio a entender que en realidad había

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estado fuera de la ciudad por mucho tiempo, y además, habíaestado… -¿Cómo decirlo..? Distraído.

-Lo que sucedió ahí –en el mercado- era lo lógico, iba a evo-lucionar en eso si no se controlaba, y no se hizo. Se dejó crecerhasta que no se pudo hacer nada… Eso es refugio de ladrones ydealers, de cualquiera que pueda entrar y establecerse, lo másbajo de la ciudad se encuentra amontonado ahí. Y se ha expan-dido. Hasta eso, tienen una buena ubicación en la ciudad ¿no?-Rió mientras sorbía de a poco su trago.

-Deseo verlo de cerca.- Manejé, con el descontento de todos,hacia aquellas calles un tanto tétricas.

Eran alrededor de las siete de la tarde y el cielo de veranotenía matices rojos y amarillos contrastados con un tenue azul,lo cual contribuía a que la escena fuera más dramática.

La enorme silueta de “rascacielos” y las seis cuadras de ex-tensión que tenía la base de “el mercado” era por sí misma im-presionante, de alguna manera morbosa. La piel de aquella cons-trucción era un mosaico de materiales varios, como láminas, la-drillo rojo, concreto, vigas de madera y metal, varillas… Dentrode este amasijo, se distinguían vialidades y habitaciones… Ve-hículos que se movían dentro de esa mole…

Acerqué el carro hasta una calle que estaba frente a una delas caras de la base de “el mercado” y sin pensarlo me bajé delauto para observar. Eché un vistazo a la primera planta y pudever que una habitación estaba en llamas. Lo que comprometía aledificio entero y sin más, me encontré corriendo a la entrada deese lado, el acceso era una vieja rampa de estacionamiento.

Noté, de reojo, que Eduardo y David se habían callado alverme correr, mientras que la cara de Rommel era de sorpresa.No me siguieron y lo entendí, ahora, iba por mi cuenta.

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Al ascender a medio nivel doblé a la izquierda, luego, alcancéla primera planta doblando hacia la misma dirección.

Dar con el apartamento no fue difícil ya que el humo lo seña-laba. Y si, era impresionante ver dentro de “el mercado”; era unestacionamiento modificado. Los cajones en donde debían ir loscarros, eran ahora divididos por estructuras que formaban apar-tamentos. Pero necesitaba llegar a donde estaba el fuego, podríaobservar después.

Una patada hizo que la puerta se abriera y si bien, el fuego nome costó apagarlo, el clima de tranquilidad que se sentía dentroera engañoso

Me cuestioné el por qué había corrido de esa manera hacia elinterior… De nuevo una risa en mi cara hizo que sintiera calma.

Noté que en la habitación del fondo había alguien acostadoen boxer y camisa de tirantes blancos, el hombre había desper-tado ante mi intrusión…

Luego, una puerta se abrió. En ese pequeño apartamento ha-bía otra habitación y, fuera quien fuere, se alistaba para encon-trarme.

La reacción del sujeto, acostado en aquella cama cerca delfuego, no era la de alguien alarmado, al parecer esperaba algo.

Mientras tanto, la persona que salió de la otra recámara erauna mujer y cruzó unas palabras conmigo.

-¿Qué estás haciendo?- Preguntó.

-Apagar la fogatita que tenían aquí dentro, algo riesgoso con-siderando el lugar, ¿no lo cree?- Dije.

-Ese asunto es entre “nosotros”.- Refiriéndose a ellos mis-mos como pareja.

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-Necesitaba fuego para relajarse… Continuó en tono nervio-so.

La falta de coherencia en sus palabras me confirmó que, ha-ber entrado había sido un error y las expresiones de mis amigosallá abajo no habían sido exageradas.

-Ahora se va a levantar enojado, y será mejor que salgas deaquí.- Advirtió la mujer.

Yo no hice caso, y me asomé a la planta baja. Mis amigosmencionaban, a personal municipal encargado de la seguridad,lo que yo había hecho; apagar el fuego, también, que descende-ría de inmediato. Saludé de una manera idiota, como si hubieraconquistado algo.

Pero, al alzar mi mano para informar que iba en camino, sentícómo era jalado al interior del apartamento. Hacia el centro dela habitación del hombre que se encontraba en la cama. Él sehabía incorporado y estaba enojado. Luchaba por retenerme. Lasllamas habían regresado y habían alcanzado pilas de papel pe-riódico que estaban en un rincón de la habitación.

Hacía calor y el humo era asfixiante.

Tenía que salir.

Con un cabezazo aturdí al tipo, y de la misma manera queentré, salí de la habitación y el apartamento. El tipo se puso abuscar algo. Yo buscaba alas en mis pies.

Dos pasos y aviento a la mujer de la habitación central, eltipo encontró un arma; yo la puerta de salida.

Otros dos pasos y mis botas sienten el asfalto. Detrás de mí,a una corta distancia, el tipo armado trata de alcanzar la puerta.Mis sentidos me informan de eso, más no lo corroboro.

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No alcanzo a comprender cómo me muevo tan rápido, se quetengo qué corregir mi marcha porque mis botas vaqueras derrapana cada paso; es un derroche de energía que debo controlar y que,lejos de darme ventaja, me retrasa.

Reconfiguro mis zancadas, más firmes y menos desespera-das. Más rígidos mis pasos proporcionan el agarre necesario…Alcancé la rampa, y escucho desde la puerta:

-¡Me despertaste!

Chasquidos metálicos, esos chasquidos metálicos no son alen-tadores. Ahora escucho sus pasos, viene por mí.

Decido acortar el camino hacia mi derecha y saltar por la ram-pa de medio nivel hacia la planta baja, eso me podría dar algo deventaja.

Un disparo, y las alas en mis pies por fin reaccionan.

Tengo que concentrarme en mis pasos. Caer usando los mús-culos del muslo sin comprometer las articulaciones de mis tobi-llos ni los de mis rodillas, rodar sobre mi espalda, ¡rodar sobremi espalda!

Me incorporo habiendo logrado la maniobra, nuevamente unoa uno los pasos, no se dónde pegan los disparos.

Un disparo más, pero este me silva al oído.

El tipo afina la puntería…

Tengo que seguir.

La salida está a unos pasos. Alcanzo a ver los códigos de laspatrullas, tengo algo de ventaja.

Hermes me acompaña.

Otro disparo y doblo abruptamente a la derecha, para alcan-

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zar la protección del muro de la puerta de salida. Mientras tanto,los oficiales ya se encontraban esperando algo. Que saliera muertoo corriendo. Por suerte fue lo segundo.

Se cercioraron de que yo no llevara armas. Pero, como eranpocos elementos, tuvieron que dejarme ir con mis amigos y en-cargarse del tipo que seguía disparando.

Aprovechamos para largarnos de ahí.

Pude ver el fuego crecer y escuché cómo amagaron al hombreque me perseguía.

A mis amigos y a mi, nadie nos siguió.

El incendio se esparció por completo. La seguridad de la ciu-dad se concentró en “el mercado”.

Las calles fueron nuestras por esa noche.

Las patrullas se escucharon hasta el amanecer… •

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Mi papá no era Fogwill

Laura

Mi papá no era Fogwill y yo no soy ninguna Vera. Mipapá murió sin grandes estridencias y entristeció a pocas almas. Mi papá escribía y no tomaba merca, toma-

ba whisky, siempre whisky. Solo. O con un hielito. Cuando lle-gaba de trabajar iba directo a su escritorio y nosotros lo íbamosa saludar ahí, mientras dejaba moneditas y el saco colgado en superchero valet. Y billetes, cambio, nada mucho nunca, y la trabade la corbata. En algún momento nos acercaba un vaso vacíoque guardaba en un aparato que había sido indispensable en al-guna barbería, algo que se había usado alguna vez para calentartoallas, una especie de robot modificado que convirtió en ye oldbeilin´s pub. Ahí guardaba vasos de whisky. Y varias botellas.Par de hielitos no es la antesala de un pedo brutal, ni de un pedotriste. Poneme un par de hielitos es una frase inocente, casi in-fantil. Mientras, él se seguía cambiando, y esperaba a que vuelvael que había sido mandado a la misión del hielo, que no era fácil.En los setenta parece que era cool tener en el congelador unosportahielos de goma con un palito en el medio de cada hieltopara que salgan con la forma de los rolitos de las estaciones deservicio, y la misión no era sencilla. Sobre todo para manos pe-

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queñas que en vez de meter con lógica manitos y portahielo todoabajo del agua tibia, se empeñaba en tironear hielos atrapadospor palitos de goma. Mi papá no era Fogwill y yo no soy ningunaVera, él no tuvo una gran agencia de publicidad pero sí muchosamigos del palo. Se habrán conocido? Nunca me contó. O no loescuché. No lo escuchaba mucho hasta que supe que se estabamuriendo. Lo escuchaban otros, eso de en casa de herrero. Mipapá cantaba algo de alguna ópera si estaba de buen humor o sesentaba envuelto en nubes oscuras que lo oscurecían siempreque estaba así, en su sillón chester con respaldo alto, creo quemarrón, pero que alguna vez fue de cuero verde oscuro: en unamano un libro, en la otra el whiskicito. En medio de la niebla.Yo, igual que cuenta Vera, también lo vi morir, igual que a ellami papá me mostró la muerte, me enseñó lo que es morirse. Y yotambién abrí al azar el libro que él tenía en su mesa de luz: unabiblia que este judío tenía siempre cerca. Me encontré leyendoalgo sobre la culpa de no haber sido buena persona, o algo así.Me espanté. Él creía que podría haber sido mucho mejor. Nopudo. Y no se iba a morir hasta que no le digamos que estabatodo bien, que había sido un buen padre, el mejor que pudo ser.Y que íbamos a ocuparnos de mi mamá, que, él no era ningúnFogwill y tuvo una sola mujer. Se lo dije yo. Me costó decirleque se quede tranquilo, que estaba todo bien, que íbamos a estartodos bien. Me costó porque yo sabía que le estaba mintiendo, yél respiraba fuerte, con ronquidos espesos, en su cama, con ungotero que le juraba no pain at all. Le dije que íbamos a estarbien. Le mentí. Pero él me creyó, porque escuchó lo que necesi-taba y sin el menor espamento, de repente, dejó de respirar.

No soy ninguna Vera, ella tiene sus recuerdos, yo los míos.Su papá fue tan audaz, el mío se animaba poco. Su papá fueconocido, el mío no. Su papá dejó un vacío enorme. El mío tam-bién •

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Baños árabes

Eva Gutiérrez Pardina1972, Tarragona, España. Doctora en Filología Hispánica por la

Universitat Rovira i Virgili de Tarragona. Es Máster en Tendenciasactuales en el estudio de la literatura. Ha publicado en la revista

Versátil el artículo "Viaje de amor y muerte. Querida Nélida, deFlavia Company", así como una reseña de la recopilacion de

cuentos Género de punto de Company en la revista Lateral (número106). Es autora del blog http://lapomadaurada.blogspot.com/.

Aunque sólo son las nueve de la mañana, un sol de justiciacastiga el asfalto en el barrio de Gracia de Barcelona. Es uncalor húmedo y pesado, tan característico de las ciudades cerca-nas al mar, que inevitablemente seguirá in crescendo hasta al-canzar a mediodía, según advierte el telediario, temperaturassuperiores a los 35 grados.

Muchos de los residentes de Gracia abandonan sus casas enagosto para huir del calor, de los turistas y de los barcelonesesque acuden masivamente a la Fiesta Mayor. Pero en esto, comoen tantas otras cosas, Paola y Lorena actúan de espaldas a lamayoría. Aunque se ausentan del barrio durante el mes de julio– las puestas de sol desde el apartamento en Mallorca son es-pectaculares en esta época del año- , regresan cada 16 de agostoal piso que comparten en la calle Gran de Gracia. Desde el pri-mer momento les encantó este edificio de inspiración modernista,con su fachada en blanco y amarillo claro, y sobre todo los gran-des ventanales de cristal ondulante en la parte central, decora-dos arriba y a los lados con elegantes vidrieras de flores, pétalosde rosa pálido y hojas verde claro. El doble cristal amortigua elsonido de los pocos vehículos que circulan, seis pisos más aba-

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jo, en esta mañana de 16 de agosto: el aniversario de su quintoaño de relación.

Silenciosamente Gora, la gata persa de Paola, camina sobreel pulido parquet del comedor. Se detiene ante las cortinas blan-cas y las observa un rato, muy concentrada; quizá en su imagi-nación gatuna espera que aparezca entre sus pliegues, de unmomento a otro, un gorrioncillo que le sirva de desayuno.

Nueve y media. Suena un despertador al final del pasillo. Clac.Ya no.

Lo primero que intuye Paola en la semipenumbra de la habi-tación son los ojos verdes de Lorena. Tiene la cabeza apoyadaen el codo derecho, y sobre la almohada descansan las puntas desu melena rizada, morena, salvaje. Parece llevar despierta unrato, observándola como lo haría Gora: concentrada, y esperan-do al gorrioncillo. Se sonríen, como cada mañana, y Paola sedice que la felicidad es abrir los ojos y encontrarse, tanto enverano como en invierno, sean las nueve o las seis de la mañana,con la sonrisa de Lorena. A veces le pregunta por qué está tande buen humor por las mañanas, y Lorena le responde, invaria-blemente: porque despierto a tu lado, amor.

-Es 11 de agosto, amor. Feliz quinto aniversario.

-Mmmmmm…. Feliz quinto aniversario, cuca (se despereza,sonríe).

-¿Qué? ¿Preparada para nuestro ritual privado?

-Claro que sí… Me muero de ganas de estrenar la moto.

Falsamente enfadada, con la mano libre, Lorena coge a Paolapor la cintura, la arrastra hacia ella, acerca sus labios a los dePaola y, sin dejar que la bese, le reprocha: “Ah, estrenar la motosí. Meterme mano en la piscina de sal, no. Vale, muy bonito… “

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Gora avanza por el pasillo, atraída por la voz de su ama. La-dea la cabeza en el dintel de la puerta, curiosa; está a punto demaullar, pero se detiene. Primero oye risas; después, sólo el rocede las sábanas. Ahora otro sonido, también familiar: es su ama.Ronronea. Otra vez, como casi cada mañana este verano. Ten-drá que esperar de nuevo para degustar las sardinas en lata deldesayuno, pero no le importa demasiado: cenó abundantemente,y se siente solidaria con una ama que, como ella, consigue loque quiere con un solo ronroneo.

Diez y veinte. Mientras Paola se pone en pie, Lorena preparael desayuno: zumo de naranja, café y dos bocadillos de pan contomate y jamón. Querría preparar para ella un desayuno eterno,como el de las protagonistas de Una habitación en Roma. Undesayuno que las mantuviera para siempre juntas, entre los mu-ros de su piso, haciendo el amor constantemente, encerradas enla habitación.

A las once treinta, Paola y Lorena se ponen el casco paradirigirse al paseo Lluis Companys. La moto va como una seda, yla velocidad atempera ligeramente el calor que, en media hora,será ya insoportable. El Arco de Triunfo les indica que se en-cuentran próximas a los baños y, oh milagro, esta vez sólo nece-sitan cinco minutos para encontrar aparcamiento.

Sobre unas imponentes puertas de madera, un elegante arcode herradura les da la bienvenida a una sala amplia, con paredesde piedra caliza. Hay dos fuentes de luz: a la izquierda, una ven-tana rectangular, y a la derecha lámparas árabes de diversoscolores y tamaños (verde, naranja, rojo y azul), rodeando la mesade madera en la que trabajan las chicas de recepción. Reposo,exotismo, elegancia… Dos chicas jóvenes y hermosas, camisetay pantalón negros, les invitan a esperar a la entrada mientrastoman un té de menta. Comprueban su reserva – un ritual Al

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Andalus para dos- y les confirman que podrán iniciar el circuitoelegido en un momento. Otras diez, doce personas esperan jun-to a ellas, algunas sentadas, algunas de pie. Ningún turista.

-¿Me siguen, por favor?

Una joven simpática y morena acompaña a su grupo hasta lazona de vestuarios. Aquí ya empieza a notarse el calor, la hume-dad y una tenue esencia de azahar, el perfume característico delos baños, que las acompañarán durante todo el recorrido. Es uncalor agradable, sin embargo. Más aún teniendo en cuenta queno es la primera vez que visitan los baños, y presienten los pla-ceres que les esperan después. La joven da la bienvenida al gru-po, recita unas breves explicaciones sobre el funcionamiento delcentro y separa a hombres y mujeres. Todos volverán a encon-trarse a la salida de los vestuarios.

Amplios y confortables, los vestuarios permiten diversas po-sibilidades: cambiarse discretamente en una pequeña sala, o bienhacerlo sin reservas, junto al resto de mujeres, sentadas en unosbancos de madera ubicados en el centro de la sala. Paola y Lorenaeligen siempre esta última opción; sinten cierto morbo al des-vestirse juntas, en público y frentre otras mujeres. Una vez puestoel bañador, la encargada da indicaciones a las usuarias sobre elfuncionamiento de las taquillas, para la seguridad de sus objetospersonales: cerrar la puerta, pulsar cuatro números y después elicono con la llave. Hecho. A continuación les proporciona unaszapatillas muy cómodas, blancas, de tela suave y suela muy flexi-ble y fina, que no podrán quitarse en todo el recorrido, ni siquie-ra dentro de las piscinas, por motivos de higiene. A la vuelta lesproporcionarán jabón, secadores, laca, espuma para el cabello,toallas, y una bolsa de plástico para los biquinis mojados. Per-fecto.

A medida que descienden la escalera que conduce a los ba-

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ños, aumentan a partes iguales la oscuridad y el calor. A pie deescalera y repartidas por todo el subterráneo, grandes lámparasde cera naranja y otras de metal, de inspiración marroquí, des-cansan sobre el suelo de mármol blanco. Suena una relajantemúsica árabe. Los trabajadores de los baños recogen a los clien-tes por parejas: si son dos amigas, serán atendidas por dos chi-cas. Si fueran dos chicos, les atenderían dos hombres. Una pare-ja de hombre y mujer será atendida por una pareja de profesio-nales mixta. Así pues el heterosexismo normativo, según el cuales impensable que sean amantes, proporciona a Paola y Lorenael placer de ser atendidas por dos mujeres atractivas. Qué gusto.

Les recuerdan que a partir de ahora no se permite hablar envoz alta y que el primer paso es la ducha –de nuevo, obligatorie-dad por motivos de higiene-. Una vez cumplido este trámite pa-san a la sauna, muy pequeña, de tres metros por tres. Les recuer-dan que vendrán a buscarlas en dos minutos. Si quisieran per-manecer más tiempo, pueden hacerlo hasta un máximo de doce;más allá podría ser peligroso.

Sentadas en bancos de clara piedra pulida, cerrada la puertade cristal, ambas se entregan a un calor casi insoportable, einhalan con fuerza para llenar los pulmones del olor a menta quellena el reducido espacio. Se intuye, en un rincón a su derecha,una fuente. Compueban que es imposible ver más allá del brazoextendido, así que aprovechan para besarse y acariciarse discre-tamente, mientras notan las gotas de sudor resbalando por sucuello y desllizándose entre sus pechos. El vapor se condensaen el techo de la sauna y cae sobre sus cabezas, hombros y mus-los en forma de gotas que ahora sí, ahora no, les recuerdan queel tiempo corre y vendrán a buscarlas pronto. Carpe diem.

Al cabo de un momento, vienen a recogerlas y las acompañanal que será su primer masaje, el exfoliante con crema de semillas

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de albaricoque. Les invitan a estirarse sobre una especie de al-tares con planchas de mármol caliente. La sensación es delicio-sa, pero esto –lo saben- es sólo el principio. Entregadas por com-pleto, cierran los ojos para concentrar toda su atención en lassensaciones de la piel. Primero, desde los pies hasta los hom-bros, mediante una tetera las chicas vierten sobre sus cuerposunos suaves chorros de agua caliente. Durante quince minutostiene lugar el proceso de exfoliación que las dejará como nue-vas. Después, una ducha para limpiar los restos de semillas y, apartir de este momento, pueden circular libremente por las pis-cinas: el tepidarium (piscina de agua templada), el caldarium (a40 grados; se recomienda entrar poco a poco) y, para reactivar lacirculación, el frigidarium o piscina de agua helada. Esta últimaes pequeña, porque el contraste de temperatura no invita a que-darse. Paola sólo puede llegar hasta media rodilla; se le entume-cen las piernas, y vuelve corriendo a la piscina de agua caliente.Lorena, en cambio, es capaz de sumergirse en el frigidarium has-ta la cintura. Con los brazos en jarras y el mentón alzado, sonríedesafiante a Paola. Verla así le hace recordar su primer amortelevisivo: Xena, la princesa guerrera, satisfecha tras vencer aalgún macho indeseable en el campo de batalla. Paola está apunto de decírselo, pero las interrumpen para llevarlas a la zonadonde se ofrece a los clientes té de jazmín.

Sentada Lorena, estirada Paola sobre el mármol, tapadasambas con grandes toallas blancas para no enfriarse, degustanun té delicioso y a la termperatura justa. Las chicas sostienengrandes teteras plateadas, y sirven el té en vasitos de colores,como los que pueden comprarse en el zoco de Marrakesh. Paolay Lorena contemplan en silencio los reflejos naranjas de las ve-las sobre la pulida superficie de las teteras. Aún no tienen ganasde hablar. Es el momento del cuerpo. Saben que aún tienen tiem-po para algún chapuzón, el masaje completo, la piscina de sal y,

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finalmente, la llamada piscina de los mil chorros o, dicho de otromodo, un gran jacuzzi. Cuando quede un cuarto de hora, sona-rán unas campanillas. Al finalizar el tiempo, sonarán de nuevo.Todo está calculado.

Sólo aquí, en el espacio reservado para el té, son conscientesde que hay más personas con ellas. En el trayecto han tenido lasensación de estar solas, aunque saben que han entrado junto adiez o doce personas. Las instalaciones son suficientemente gran-des para albergar a todos los clientes, y en consecuencia todostienen la sensación de estar viviendo una experiencia exclusiva.

-Qué maravilla, ¿verdad, cariño?

-Oh, este lugar es estupendo. Vale cada euro que invertimos,cuca.

-Sí… Necesitábamos este descanso, después del año que he-mos tenido.

-Mmmmmm… Nada de alumnos ni de escritores hasta sep-tiembre. Qué gussssssto…

-Buenísimo el te, ¿eh?

-Delicioso. Y la música… Mejor que estar en Fez.

-Buf, hacía más calor que aquí. Y además, aquí nos ahorra-mos indigestiones y el asedio de los vendedores ambulantes.

-Sí, siempre intentando tocarnos el culo. ¡Pesados!

-¡Ja, ja, sí! Pero reconoce que las vistas desde el hotel eranpreciosas… y los cantos de los muecines desde varios minaretes,repitiéndose y amplificándose como un eco…

-Lo que era precioso era morder tus hombros mientras sona-ban de fondo esos cantos…

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-¡Ssshhh! ¡Ja, ja!

-Shhh tú, que aquí no se puede reír ni hablar en alto… Pre-ciosa. Que eres preciosa.

Se contienen para no besarse en público – Barcelona esgayfriendly, pero no quieren comprobar hasta qué punto -, y sededican una mirada que no deja espacio para la duda. Lorena sedice, una vez más, que Paola es el amor de su vida. Mataría poresa italiana. Sin dudarlo, sí; mataría por ella.

Vienen a buscarlas, si les parece bien, para el masaje de cuer-po entero con esencia de flor de azahar. Se miran, asienten, y seencierran de nuevo en el silencio para entregarse, una vez más, auna pequeña infidelidad: la del placer que experimentarán suscuerpos gracias a otras manos de mujer. Volverán a reencontrarseen la piscina de sal –deliciosa ingravidez- y en el jacuzzi.

Después de los baños, tienen previsto pasear tranquilamentehasta un restaurante en la Barceloneta, donde pedirán, comohace cinco años, una paella de bogavante acompañada de vinoblanco y, después, cuando el sol haya perdido buena parte de sufuerza, permitirán que les acaricie la piel en la dorada playa deesta gran ciudad abierta al Mediterráneo •

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El Rostro

Emilio Durán1971, Madrid, España. A los 9 años compuso su primer poema: «El

caballo alazán». Conoció a los integrantes de un grupo de teatroamateur para los que escribió alguna obra teatral y en los últimos

tiempos ha escrito guiones de spots publicitarios, así comocapítulos pilotos de series y largometrajes de dibujos animados.

Teniendo actualmente en preparación la escritura de variosguiones de cortometrajes y la elaboración de su primera novela.

El joven Lucas salió de su despacho como cada día y, tam-bién como cada día, se fue fijando en las piernas de laschicas. Miraba el contoneo de los cuerpos de las mujeres

con que se cruzaba con el rostro contraído por el deseo. Deteníasu mirada en las caderas y las nalgas de las mujeres, le daba igualsu edad; miraba a todas. Era lo mismo que fueran madres, jóve-nes, colegialas, señoras bien vestidas… Le gustaba mirarlas atodas. Salió del edificio mirando a las secretarias y continuó mi-rando sin descanso a cuantas mujeres se cruzasen en su camino.No dejaba de mirar a cuantas mujeres se cruzasen en su camino.Su despacho estaba en la parte empresarial de la ciudad, un lu-gar céntrico y atestado de coches, el trafico era infernal. Vivíaen un piso céntrico de la ciudad por lo que nunca cogía el cochepara llegar a su trabajo. Tenía un gran éxito en su trabajo. Era unabogado de prestigio, guapo e interesante para la mayoría de lasmujeres que le conocían. Pero no por eso iba a dejar de mirar alas mujeres puesto que no tenía novia. Razón por la que pensa-ba que sus miradas no podían hacer daño a nadie. A pesar de sujuventud, apenas rebasaba la treintena, se había granjeado unagran reputación en su despacho y no pocas envidias. Pues al ser

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uno de los más apasionados y vehementes abogados de todoslos que participaban en los juicios tuvo una extensa racha devictorias en el terreno judicial que hacía que fuera la envidia demuchos otros compañeros puesto que los jefes lo veían como unejemplo a seguir para cualquiera que quisiera dedicarse a la abo-gacía. Era un chico joven, de éxito y con gran talento para pare-cer simpático a cualquiera que cruzase con él unas palabras. Peroahora se estaba perdiendo, estaba pensando en sus cosas mien-tras miraba a las chicas pasar. A veces le pasaba que, al ir miran-do a las chicas, no sabía donde se encontraba. Ese día fue igualexcepto en que se fue alejando de una ruta trazada en su cerebrodesde hacía varios años. Pues ya llevaba un tiempo trabajandopara el mismo bufete. Sin saber muy bien porqué se alejó más dela cuenta del camino habitual de vuelta a casa. Lo único querecordaba al llegar a aquél lugar oscuro y deshabitado es que sehabía quedado mirando a una mujer que le sonreía y se conto-neaba más de la cuenta al percatarse de las calenturientas mira-das del chico. Esa mujer le estaba provocando y sonreía al verque el chico la seguía hipnotizado por el serpentear de sus cur-vas. Era una mujer madura, de unos cuarenta años, alta y extre-madamente delgada que, tal como vino, desapareció. Dejando aLucas con sus sueños lujuriosos. Notó el bulto en su bragueta yse ruborizó porque nunca había tenido una erección tan salvajetras mirar a una mujer que caminaba por la calle. Cuando volvióa la realidad sonrió y, haciendo una extraña mueca de sorpresa –pues no sabía donde se encontraba- , miró a su alrededor y vioque se encontraba en un solar en obras vallado y que se encon-traba rodeado por escombros. De hecho, estaba sobre un montí-culo de escombros y no sabía como había ido a parar allí. Almirar al frente detuvo su vista en un hombre extraño. Vestía,aquél hombre, todo de negro y con un aspecto algo pasado demoda. Llevaba unos pantalones de pinzas negros de estilo italia-

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no, unos relucientes zapatos de charol negro, una chaqueta os-cura, la corbata negra y una levita del mismo color. Iba tocadocon un sombrero de ala ancha negro bien calado que manteníasus ojos alejados de la luz, en una triste penumbra, dándole uncierto aspecto de misterio y tinieblas al extraño caballero deltraje oscuro. Era un hombre delgado y bastante alto pues, aun-que Lucas no era pequeño, le sacaba unos veinte centímetros deestatura al menos. Pero lo que más le llamó la atención al jovenLucas, cuando lo tuvo lo suficientemente cerca para observarlodetenidamente, fue su rostro.

El rostro del hombre era alargado y ligeramente triangular,haciendo la barbilla las veces de vértice coronado por un gracio-so hoyuelo. Estaba perfectamente afeitado, con el cutis brillantey el mentón muy marcado como si estuviera haciendo presióncon los dientes. Los músculos de la mandíbula se marcaban fuer-temente a intervalos como si estuviese masticando algo. Sus la-bios, curvados en una sonrisa, estaban aún apretados en un ric-tus de duda o hambre, eran gruesos y sonrosados perfectamenteperfilados a pesar de no llevar ningún tipo de maquillaje. La na-riz ancha, de proporciones ligeramente exageradas para la caraalargada del hombre, tenía las ventanas abiertas, dando la im-presión de olisquear algo de un modo tal como hiciera un sabue-so. Tenía los pómulos marcados y en penumbra por el sombreroque se ajustaba hasta casi las cejas. Unas cejas pobladas aunqueescrupulosamente colocadas. Las orejas eran ligeramente pun-tiagudas y con los lóbulos minúsculos, tan pequeños que pare-cía carecer de ellos. Las ojeras, hinchadas y amoratadas, pare-cían más oscuras debido a la sombra que se cernía sobre su mi-rada proyectada por el ala del negro sombrero. Era una miradatranquila, apacible, serena y profunda que salía de unos ojoshuidizos y pequeños que, más que mirar, escrutaban al que ob-servaba. La frente era ancha y despejada, aunque surcada por

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alguna que otra arruga que la atravesaba. Debajo del oscuro som-brero se dejaban caer algunos mechones de pelo lacio y grisáceoque no tenían nada que ver con el rostro juvenil que veía Lucas.El extraño tono de esos mechones le daban al hombre un aspec-to intemporal. Cualquiera que le viese no sería capaz de discer-nir cuál era la edad que tenía, por mucha que esta fuese.

Lucas se había quedado paralizado sin saber porqué al ver aese extraño hombre vestido de negro que se acercaba con movi-mientos lentos, suaves, sinuosos, hipnóticos como si de una ser-piente se tratase. Sin darse cuenta ese hombre de movimientospausados y tranquilos se había acercado hasta él. Estaba muycerca, peligrosamente cerca. Lucas no fue capaz de contestar alsaludo silbante del hombre que, al sonreír, dejó ver unos dientespequeños, puntiagudos y amarillos, así como la afilada lenguade movimientos rápidos e intermitentes, pues salía y entraba dela boca, que era de un color rojo vivo. La silbante voz del caba-llero de negro era suave y pausada como si estuviera intentandohipnotizar al, de por sí ya, ensimismado chico. Lucas no se diocuenta de que se le resbaló de las manos el maletín cayendo a unlado y desparramando su contenido. Estaba repleto de la docu-mentación de los casos que tenía entre manos pero ninguno delos dos se inmutó al escuchar el estruendo del maletín al caer.Lucas se mantenía mirando al vacío, como si no pudiese ver nadamás que al oscuro señor, y sus manos se aflojaron dejando caerel maletín. En un movimiento vertiginoso, antes de que el male-tín cayese al suelo dejando ver lo que había en su interior, elhombre del traje oscuro, pues Lucas ya no estaba tan seguro deque fuese negro, volteó al chico poniéndose a su espalda y de unsalvaje empujón fue a dar con los huesos de Lucas en el suelo,justo sobre el desolado paisaje en obras donde se encontraban.Aún estaba Lucas asimilando los matices del rostro del hombrecuando éste, con una fuerza y velocidad sobrehumanas le arran-

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có la ropa y le dejó desnudo de espaldas a él. Estaba el joventirado en el montón de escombros que tenía ante sí, lo que leprodujo heridas en el vientre y el pecho de cierta consideración.No le produjeron ningún daño los cristales y cascotes que corta-ron su piel y le hicieron sangrar abundantemente, tal era el ensi-mismamiento de Lucas. No fue consciente de que le violabanhasta que algo extraño y caliente golpeó violenta y repetidamentesus nalgas. A la par de esos empellones salvajes, rítmicos y vio-lentos, notó una respiración entrecortada y jadeante en la nucaque le hizo paralizarse aún más de terror. Encogió las manosaferrándose al suelo ignorando los cortes que le proporcionabanlos cascotes en su desnudo torso, cerró los ojos y puso un gestode asco, angustia y pánico. La saliva le resbalaba por el cuelloabrasando la piel de Lucas a su paso. Era una saliva espesa, tibiay con espuma. Los jadeos del hombre se fueron haciendo másroncos y salvajes, más sonoros. Hasta que se convirtieron enunos extraños gritos mezclados con una risa inhumana. Sus ojosse desorbitaron al observar como las manos del extraño hombreque le estaba violando se cubrían de un bello negro y ásperocomo la hierba de los campos de Escocia. Las uñas de esas ma-nos cubiertas de pelo negro y salvaje se fueron afilando y con-virtiendo en unas garras que amarilleaban, o eso le pareció aLucas. Los gritos y risas salvajes fueron enronqueciéndose másaún y los golpes en su espalda cada vez más violentos le hacíansentirse más y más dolido, indignado y humillado. Un frenéticorugido semejante al de algún animal salvaje dio paso a unos gol-pes más salvajes en la espalda, que se le amorataba por segun-dos. Sentía esos inmensos golpes en su espalda y seguía ignoran-do los cortes y las profundas heridas que le hacían los escom-bros en su torso. Los violentos empellones en sus nalgas se hi-cieron más y más inhumanos sintiendo como si su cuerpo seestuviera desgajando por completo. Lucas cerró los ojos, pues

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las lágrimas le escocían y una imagen se introdujo en su cerebro.Sabía que no iba a poder borrar esa imagen de su cabeza. Losmatices de ese rostro le vinieron, con cada empellón, una y otravez a la cabeza. Una imagen que le estaba martilleando el cere-bro, como si de una tortura se tratase. Sabía que jamás iba apoder olvidarse de esa oscura cara.

Todo acabó tan rápido como había empezado. Estaba tiradosobre cascotes y un charco de sangre y todavía sentía los empu-jones frenéticos. Pero ya no sentía el peso del hombre de negro asu espalda, ni escuchaba los gruñidos, ni sentía su aliento en lanuca, así que todo debía haber acabado. Cuando fue conscientede que todo había terminado miró hacía atrás y no vio nada.Sólo una luna redonda y plateada coronando el oscuro cielo. Unllanto profundo y sereno le sobrecogió. Cuando los hipidos y elllanto cesaron, miró el reloj y se dio cuenta que habían pasadomás de tres horas. Hacía más de seis que no probaba bocado,pero le dio igual. No tenía hambre en absoluto. No le apetecíaingerir ningún tipo de alimento. El vacío de su estómago le soli-viantaba con ardores frenéticos que le encogían el corazón. Sen-tía náuseas pero no tenía alimento alguno en su cuerpo. Agachósu cabeza y miró hacia donde había estado tumbado unos mo-mentos antes. Estaba totalmente encharcado de sangre. Las lá-grimas le volvieron a escocer en el rostro cayendo imperturba-bles. Abrió la boca y dejó salir un espeso hilo de saliva que sabíaterriblemente amarga. Vomitó absolutamente todo lo que teníaen su interior. Llegó a asustarse al ver sangre en su vómito. Perolas lágrimas que habían regresado no le permitieron ver nadamás. Se recostó y golpeó con los puños los cascotes de piedraque tenía bajo su cuerpo ensangrentado y dolorido. Un pezónhabía sido arrancado por un cristal que había en el suelo. Estabaherido con suaves y profundos cortes por todo su torso. Inclusoen la cara tenía algún corte y numerosos golpes. La espalda ente-

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ra era un hematoma. Siguió llorando desesperado e intentó gri-tar, pero no pudo. La voz no le salía de su cuerpo roto. Así,destruido y acabado, se puso la ropa como pudo. Víctima, comoera, de un ataque de pánico y miedo, tardó más de media hora envestirse. Cuando sintió que sus piernas dejaban de temblar ypudo hacer acopio del valor suficiente para levantarse, decidiósalir a alguna calle cercana y así poder saber dónde demonios seencontraba y hacia donde tenía que partir. Sólo quería volver acasa. Las sombras que le acechaban en la noche parecían haber-se aliado con los extraños ruidos que le llegaban nítidamentepara burlarse de su desgracia. Lucas se tapaba los oídos pero lasoscuras risotadas y los temibles gemidos del ser que le habíahumillado le venían una y otra vez martilleando su razón.

Llegó a una gran avenida que sólo estaba iluminada por algu-na farola y los semáforos en rojo y miró hacia todos lados. Perono había nadie. Absolutamente nadie, ni siquiera un coche parahacer auto-stop, un taxi que coger o una persona a quien pedirayuda. Decidió caminar hacia la izquierda, porque hacia la dere-cha no le sonaba en absoluto, y en algún cruce podría ver elcartel con el nombre de la calle para saber donde estaba. Estabatotalmente perdido. Las lágrimas volvieron a aflorar en sus ojosenrojecidos y dolidos, al recordar ese rostro maldito. Esa ima-gen le iba y le venía intermitentemente junto con los terriblessonidos de su desgracia. Nuevas náuseas le sorprendieron aun-que nada pudo vomitar. Un bulto extraño en la lejanía salió deuna bocacalle y se alejaba tambaleándose. Pensó que si se acer-caba a esa persona podría preguntarle cómo ir a su casa desdeese maldito lugar. Debía ser algún borracho así que, al fin y alcabo, no estaba solo en esa maldita calle. Aunque estuviese bo-rracho, por lo menos era otra persona. Fue acercándose desdeatrás, lentamente y con miedo, pues no sabía el efecto que podíacausar en el borracho al verle con ese aspecto tan patético. La

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camisa chorreaba sangre, caminaba afectadamente, tenía el ros-tro golpeado y la mirada perdida y hundida como su moral. Quépensaría el borracho al encontrarse con alguien así. Le dio igualpues corrió hasta que se dio cuenta de que era un chico jovenque no parecía tener nada que ver con el perverso ser que lohabía humillado. Se puso a la altura del joven, que se tambalea-ba producto de una borrachera considerable y, jadeando, le ha-bló con una voz tan profunda, ronca y sofocada que le dio mie-do. ¡Era su propia voz y la temía! Al darse la vuelta el chicoborracho puso cara de asco y asombro al ver a Lucas así, y ledijo:

-¿Qué te ha pasado? ¿te han pegado una paliza, tío? –desliza-ba las sílabas, como si estuviera intentando hablar normalmenteo intentara disimular su borrachera.

-¿Eh? Ah, no… Pe… Perdona, ¿sabrías decirme dónde es-toy? –Miraba a todas partes y procuraba no mirar la cara deljoven, pues estaba avergonzado y se sentía asqueado y dolido.

-Joder tío, estás peor que yo. Ja, ja. ¡Uy perdón! No es que mería de ti… ¿O sí? Ja, ja, ja. –Ya le dio igual parecer o no unborracho y hablaba sin disimulo- Estamos en la calle Granada.¡Joder, sí que estás mal, tío! Ha, ha, ha.

-¿Perdón? –pero al reparar en la cara del chico, se dio cuentade los ojos huidizos que tenía, de sus pómulos marcados, de suspuntiagudas orejas carentes de lóbulos… Se sobresaltó y su mi-rada se endureció. Una idea le pasó por el cerebro. La voz deljoven también era silbante.

-¿No conoces esta calle? Je. Te han pegado ¿Eh, chavalín?¡Venga, no tengas miedo! Díselo a papá. Ja, ja, ja, ja.

No hizo caso de sus burlas, ni de sus gracias. Una idea sehabía alojado en su cerebro. No contestó nada sólo se quedó

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mirando con ojos carentes de emoción al aterrado chico que es-taba viendo cómo el chico al que habían pegado y que le habíapreguntado, estaba totalmente fuera de sí. Respiraba pesadamen-te, le miraba con una extraña expresión y movía los dedos comosi llevara un revólver en el bolsillo. El borracho miró detrás suyoy volvió su vista de nuevo hacia Lucas que estaba mirando alre-dedor como si acabara de caer de algún platillo volante y nopudiera terminar de creérselo. Estaba realmente asustado el jo-ven borracho al ver al perplejo Lucas con una sonrisa extrañaque repentinamente asomó a los labios mientras miraba a losojos del chico que, cada vez más presa del pánico, tiritaba inmó-vil.

Lucas cogió del brazo al joven y lo llevó arrastras por toda lacalle hasta que llegaron a una casa oscura y deshabitada. Al cru-zar la siguiente calle se dieron cuenta de que la entrada a la casaestaba allí. Así que Lucas le levanto cogiéndole fuertemente delbrazo y, en volandas, sin que el chico pudiera decir una palabra,le arrastró hasta el interior. Los ojos del chico se llenaron demiedo. Un miedo que no le dejó gritar, aunque tenía la bocaabierta exageradamente. Allí, en la oscuridad de la casa abando-nada, solo brillaban dos ojos. Los ojos de Lucas, que estaba to-talmente fuera de sí, con un brillo relampagueante y salvaje. Eracomo si el hombre de negro hubiera adoptado otra forma distin-ta, o eso le pareció a Lucas. En este caso había adoptado la deun jovencito borracho para atormentarlo. Aunque ahora no lepillaba desprevenido, no. Quizá se hubiera equivocado… Peroesa sonrisa… Esas orejas… Esa mirada… No, no era posibleque se hubiera equivocado. El rostro de ese chico era el mismodel que tenía el hombre de negro que le había violado. Sin darletiempo a reaccionar, y cuando el joven estaba calmándose, laemprendió a golpes. Al primer puñetazo de Lucas el chico cayóal suelo hecho un ovillo y gimiendo lastimosamente. Lucas no

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se detuvo a pesar de los apagados gritos del joven pidiendo cle-mencia. Ni a pesar de que esos gritos, que iban subiendo devolumen, pudieran alertar a algún vecino curioso. Lucas siguiógolpeando sin detenerse. Le dio patadas en todo su cuerpo. Unapatada le rompió la nariz haciéndole sangrar abundantementepor una herida que dejaba el hueso al descubierto. Los dos ojosestaban morados y con derrames. Los pómulos y las cejas le san-graban. Tenía rotos tres dedos de la mano izquierda y retorcidosen un gesto casi ridículo. El chico estaba magullado, no teníados dientes y, probablemente también había sufrido la fracturade alguna costilla, pues un hilillo de sangre manaba de su boca yse convertía en un borbotón a cada sacudida provocada por unnuevo golpe. Tenía el rostro completamente hinchado y magu-llado. Estaba llorando y con una brecha en la cabeza. A Lucasesto le producía un extraño placer y una gran risa. Una nuevapatada le rompió la tráquea, abriendo un agujero en el lugar dondedebía estar la nuez que sangraba abundantemente. Una extrañaespuma roja se formó en torno a su cuello, producto del aire quesalía de sus pulmones al intentar infructuosamente respirar. Eljoven estiró los brazos como intentando agarrarse a algo mien-tras iba cayéndose hacia atrás y dejó de respirar entre las extra-ñas y enajenadas risotadas de su asesino que no le quitaba lavista de encima. No contento con eso, Lucas siguió golpeándolohasta que con una piedra, tras arrodillarse sobre el joven, le gol-peó repetidas veces en la cabeza. Aplastándosela literalmentecontra el suelo. La habitación de la casa abandonada estaba to-talmente salpicada de la sangre del chico. El cadáver destrozadose quedó en la habitación de esa casa abandonada, abrazando elsuelo de terrazo solo surcado, de vez en cuando por alguna queotra asustada rata. Las ratas, cuando Lucas se marchó, aparecie-ron lentamente para alimentarse ávidamente del cadáver queyacía en el centro de la habitación. Hubo un momento en que

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era imposible ver el cuerpo del joven muerto por la ingente can-tidad de ratas que se agolpaban sobre su cadáver para alimentar-se. Cuando, unos días después encontraron sus restos, sólo pu-dieron encontrar unos cuantos huesos, no muy grandes, raídospor las ratas. Ni siquiera dejaron su ropa. Lo devoraron absolu-tamente todo.

Lucas estaba pletórico, alegre y bañado de pies a cabeza porla sangre del chico. Caminaba con el herido pecho hinchado porla emoción de la venganza consumada. Pero ese rostro, pertene-ciente al hombre vestido de oscuro, lo seguía asaltando en cadaesquina. Las sombras y los ruidos de la noche seguíanacechándole provocando que tiritase del miedo que le provoca-ban esos ruidos y la sensación de la inminente cercanía de suviolador. Comenzó a esconderse del rostro tapándose la cara conlas manos. Huyendo de las sombras. Pero la imagen del rostro leseguía martilleando la cabeza. La extraña sonrisa del hombre denegro le recordaba algo, una hiena quizás, pero no podíaborrársela fácilmente de la cabeza. Así fue, poco a poco, entran-do de nuevo en una extraña tristeza que se iba apoderando de él.A medida que el miedo se iba abriendo un hueco en su corazón.Una punzada de angustia le corrió por el pecho ¡Había matado auna persona! Pero lo peor de todo es que se había sentido muyfeliz al pensar en el cadáver del pobre chico. Su pragmatismojudicial le asaltaba una y otra vez dañando su conciencia, mien-tras que su instinto enajenado le decía que había hecho bien.Pero era feliz por una venganza consumada. ¿Qué venganza? Elque le violó era un hombre mayor, o eso parecía, y éste era unpobre chico borracho que había tenido la mala fortuna de pare-cerse al violador. ¿Se parecía realmente al violador? ¿Estaríavolviéndose loco? No debía haberlo matado, le decía una vozinterna. Pero, poco después, otra le felicitaba por lo que habíahecho. Reía y lloraba, lloraba y reía. Todo dependía de si le ha-

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blaba su conciencia o su instinto. Recordó un juicio que tuvolugar hacía algún tiempo. Una joven había sido violada por unhombre y pedía una y otra vez que lo mataran. En aquél enton-ces no lo entendió, pero ahora estaba seguro que él quería que lepasara lo mismo al extraño ser de negro que le había violado aél. No, no podía ser, tenía que ser juzgado y condenado justa-mente. Su conciencia y su instinto le estaban volviendo loco.Lloraba y reía. No sabía porqué pero la chica aquella a la quehabía defendido hacía ya tres años le dijo algo que se le quedógrabado cuando él le recomendó que se tranquilizara porquehabía ganado el juicio. “Ya está, hemos ganado” Le dijo Lucascon una sonrisa de satisfacción. Ella, sin cambiar su gesto serioy mirando con cara de odio al hombre que la había violado, lereplicó: “Sólo estaré contenta cuando sepa que ese cerdo estámuerto y enterrado” Antes no podía entenderlo, pero ahora eratotalmente consciente de los sentimientos que abordaban a lachica. ¿También ella sentía lo que él? ¿Una parte le pedía sumuerte y otra estaba contenta? Ese recuerdo le atormentó aúnmás. Pues le hizo crecer las dudas. Era un hombre de leyes y noconcebía la muerte de un ser humano y tampoco la venganza.Había que confiar en la justicia, a pesar de lo que dictara elinstinto. Debía ser juzgado y sentenciado, pero él era conscientede los entresijos y trampas legales existentes para evitar una sen-tencia de más de treinta años por violación. De hecho, si hubie-ra tenido que defender al violador, los habría utilizado. Al pen-sar en ello, le dio aún más asco. Sentía mil dudas que le bombar-deaban la cabeza. Una tormenta de dudas, pero de todos mo-dos, cada vez que le entraban ganas de reír se repetía: “¡por Dios,he matado a un chico!” Reía y lloraba.

Su camino ya le era totalmente conocido porque se encontra-ba en la calle donde vivía. Tenía los ojos enrojecidos por el llan-to. Se encaminó hacia su casa y se detuvo en su portal. Intentó

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calmarse antes de meter la llave en la puerta del portal pues supulso no le dejaba introducirla en la cerradura. Tras varios in-tentos abrió la puerta con una tremenda dificultad. Cuando en-tró en el ascensor no quiso mirarse al espejo, debía tener un as-pecto horrible. Luchó con un extraño impulso que le llamabapara que se mirase en el espejo, luchó y venció porque hasta queel ascensor no se detuvo en la séptima planta mantuvo sus ma-nos pegadas a sus ojos de los que, de nuevo, brotaban las lágri-mas. Seguía teniendo la sensación de que esa sonrisa le estabaacechando. Los chirridos del ascensor y los ruidos de la puertadel portal le recordaban los gritos y gemidos de su violador. Laslágrimas le volvían a abrasar el rostro. Sus hombros subían ybajaban y lloraba pesadamente. Unas lágrimas gruesas y espesasde abatimiento y angustia le surcaron el rostro, limpiando enregueros de su cara la sangre seca del muchacho al que habíaasesinado y que le había salpicado el rostro hacía escasamenteuna media hora. Abrió la puerta de su casa y, sin encender la luz,se quitó el traje y lo tiró a la basura sin contemplaciones y conun gesto de rabia en la cara. Se quedó completamente desnudo.No reparó en nada, lo tiró absolutamente todo, no dejó en sucuerpo ningún recuerdo de lo que había pasado esa noche. Esta-ba asqueado por la violación y por el asesinato. Se sentía abati-do y no tenía fuerzas para nada. La cadena que le regaló su ma-dre el año pasado por su cumpleaños acabó en la basura, igualque el reloj del que estaba tan orgulloso, pues lo compró con suprimer sueldo. Al mirar el reloj de la cocina se dio cuenta de queeran las tres y cuarto de la madrugada. No estaba cansado, sólose sentía sucio. Abatido, angustiado y sucio. Así que se fue di-rectamente al cuarto de baño y se metió en la bañera. La llenóhasta arriba de un agua caliente y humeante y se sumergió una yotra vez. El agua se tiñó de rojo. Frotó su cuerpo con tanta fuer-za que la esponja le hizo heridas a lo largo de todo el cuerpo. Las

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heridas que le había producido el violador se volvieron a abrir,provocando una gran hemorragia. Cuando creyó estar lo sufi-cientemente limpio salió de la bañera y se enrolló en una toalla.Poco a poco la toalla se empapó de la sangre que manaba de lasheridas. El impulso que lo abordó en el ascensor para que mira-se al espejo volvió con más fuerza y esta vez no pudo hacernada por detenerlo. Esta vez le venció. Miró al espejo… Ahíestaba la maldita cara de nuevo. Era un rostro que conocía muybien. ¡Era su cara! El terror y el odio le transfiguraron el sem-blante y, sin pensarlo dos veces, le dio un puñetazo al espejoque, riéndose de él le devolvía la cara del hombre que lo habíaviolado. Su propio rostro. Estaba huyendo de su propio rostro.El hombre que le había violado era el poseedor de su cara. Leestaba acechando su propia imagen.

Al golpear el espejo con su puño se cortó en la muñeca y elantebrazo. El espejo saltó haciéndose añicos y, al mirar los tro-zos esparcidos en el suelo vio que la cara se había multiplicado,repitiéndose en cada uno de los pequeños trozos rotos esparci-dos por el suelo devolviéndole una sonrisa. Una cara, la suya,que le sonreía hirientemente. No reparó en el profundo corteque se había hecho en la mano al asestar el golpe al espejo. Lasangre cayó sobre el espejo tiñendo la cara de rojo. Cogió con sutemblorosa mano un trozo triangular del cristal que se habíaquedado sobre el lavabo y, sonriendo, se hizo un profundo corteen el rostro. Parte de la mejilla le colgaba mientras un gran cho-rro de sangre le caía por el torso desnudo. La imagen sangraba yLucas se reía. El rostro del hombre que le había violado estabaherido. Siguió asestando golpes a su rostro, el rostro de quien lehabía violado. Se produjo cortes en los labios, se cortó una orejay la contempló caer divertido sobre un charco de sangre espesa.Se reía de las heridas que se producía en la cara. Trozos de carnede su cara cayeron al suelo y por las heridas que se producía

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podía verse el hueso del pómulo. Un ojo le explotó al ser atrave-sado por el espejo que le devolvía aquel maldito rostro. Deján-dole un reguero de sangre por toda la cara que chorreaba por labarbilla abundantemente. Lucas se reía y cuánto más se reía másse moría. Se estaba matando. Las risas eran escandalosas y sal-vajes, una risa sobrehumana que le invadió de repente. Los jiro-nes de carne caían esparciéndose sangrantes sobre el suelo delcuarto de baño que estaba moteado por la sangre que había sal-tado por las paredes y el techo del cuarto de baño. Se atacó contanta violencia que se arrancó varios dientes de raíz. Por la pér-dida de sangre y por los profundos cortes en el cuello que seprodujo, empezó a sentirse cansado y soñoliento. Cuando miróel espejo por última vez, Lucas se reía, hasta que el rostro delhombre vestido de negro se le presentó tal y como lo recordaba,con esa sonrisa extraña y macabra e intacto. Lucas borró su son-risa y murió sobre un charco de sangre con un rictus de angustiay terror en su cara. Mientras el hombre de negro se reía en elespejo. La risa era cada vez más a un volumen mayor hasta queel cuarto de baño de Lucas se sumergió en un concierto de es-candalosas risotadas mientras la sangre de Lucas recorría todoel cuarto de baño. Las risas se detuvieron de improviso y en laventana se podía ver una luna plateada y redonda que lo domi-naba todo.

No muy lejos de allí un hombre vestido de negro se acercabacon movimientos pausados y tranquilos, parecidos a la danzamacabra de una serpiente al divisar una presa, a un mendigoborracho que lo miraba estupefacto mientras intentaba infruc-tuosamente levantarse de los cartones que él denominaba suhogar. El mendigo se caía una y otra vez al intentar incorporarseproducto de la borrachera que tenía. Este no podía apartar lavista del extraño caballero vestido de negro que se estaba acer-cando a él pausada y serenamente. El anciano borracho estaba

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absorto mirando al ser que había aparecido no sabía muy biende donde. Estaba bailando o algo parecido. Se quedó impresio-nado del impecable traje negro que llevaba y del brillo de loszapatos. Los movimientos eran raros e hipnóticos, y no podíaapartar la vista de ese hombre, pero lo que más le llamó la aten-ción fue el rostro •

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Diciembre 2010 | ZONA LITERATURAhttp://zonaliteratura.com.ar