1673 - NICOLÁS DEL TECHO - HISTORIA DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS. tomo I

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NICOLÁS DEL TECHO 1673 HISTORIA DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS TOMO PRIMERO HIPERVÍNCULOS PROLOGO DE BLAS GARAY (336 Kb.) PROLOGO DEL AUTOR (40 Kb.) (Tomo I) LIBRO PRIMERO (209 Kb.) (Tomo I) LIBRO SEGUNDO (151 Kb.) CONTENIDO DEL TOMO PRIMERO PROLOGO DE BLAS GARAY I. El P. Nicolás del Techo II. Establecimiento de los Jesuitas en el Paraguay. III. Descripción del gobierno establecido por los jesuitas en sus reducciones. IV. Expulsión de los jesuítas. PROLOGO DEL AUTOR Al Excmo. Presidente é ilustres Consejeros de Indias. Prefacio dirigido á los Padres jesuitas de Europa. Aprobación del Ordinario. Licencia del Reverendo Padre Provincial. Protesta del autor. (Tomo I) LIBRO PRIMERO CAPÍTULO PRIMERO – Objeto de la obra; implórase el favor divino. Capítulo II. – Los portugueses exploran el Paraguay por vez primera y su expedición tiene un éxito desgraciado. Capítulo III – Los españoles toman posesión de los ríos de la Plata y del Paraguay en nombre del rey Católico. Capítulo IV – Los indios se levantan contra los primeros colonos del Río de la Plata. Capítulo V. – Primera pelea por cuestión de limites entre los españoles y los portugueses. 1

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NICOLS DEL TECHO 1673 HISTORIA DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY DE LA COMPAA DE JESS TOMO PRIMERO HIPERVNCULOS PROLOGO DE BLAS GARAY PROLOGO DEL AUTOR (Tomo I) LIBRO PRIMERO (Tomo I) LIBRO SEGUNDO (336 Kb.) (40 Kb.) (209 Kb.) (151 Kb.)

CONTENIDO DEL TOMO PRIMERO PROLOGO DE BLAS GARAY I. El P. Nicols del Techo II. Establecimiento de los Jesuitas en el Paraguay. III. Descripcin del gobierno establecido por los jesuitas en sus reducciones. IV. Expulsin de los jesutas. PROLOGO DEL AUTOR Al Excmo. Presidente ilustres Consejeros de Indias. Prefacio dirigido los Padres jesuitas de Europa. Aprobacin del Ordinario. Licencia del Reverendo Padre Provincial. Protesta del autor. (Tomo I) LIBRO PRIMERO CAPTULO PRIMERO Objeto de la obra; implrase el favor divino. Captulo II. Los portugueses exploran el Paraguay por vez primera y su expedicin tiene un xito desgraciado. Captulo III Los espaoles toman posesin de los ros de la Plata y del Paraguay en nombre del rey Catlico. Captulo IV Los indios se levantan contra los primeros colonos del Ro de la Plata. Captulo V. Primera pelea por cuestin de limites entre los espaoles y los portugueses. Captulo VI. D. Pedro de Mendoza coloniza el Ro de la Plata y el Paraguay. Captulo VII. Fundacin de la fortaleza de Buenos Aires; desastrosa pelea con los indios. Captulo VIII. Los nuevos pobladores sufren hambre; muere el gobernador D. Pedro de Mendoza. Captulo IX. De las cosas que acontecieron durante la administracin de Juan de Ayolas y de la muerte de ste. Captulo X. Domingo Martnez de Irala es elegido gobernador; trtase de abandonar la ciudad de Buenos Aires y de fundar la metrpoli del Paraguay. Captulo XI. Fundacin de la ciudad de la Asuncin capital del Paraguay. Captulo XII. Los indios del Paraguay se sublevan contra los colonos de la Asuncin.

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Captulo XIII. El gobernador Alvar Nez conduce una expedicin de emigrantes al Paraguay. Captulo XIV. El gobernador explora el pas; despus es conducido preso Espaa. Captulo XV. Fundadores de las ciudades del Paraguay. Captulo XVI. Descripcin del Paraguay. Captulo XVII. De las ciudades del reino de Chile y de sus fundadores. Captulo XVIII. Descripcin del reino de Chile. Captulo XIX. De las particularidades del Tucumn. Captulo XX. De los que descubrieron el pas del Tucumn y fundaron sus ciudades. Captulo XXI. Estado antiguo de las regiones mencionadas. Captulo XXII. Albase el celo de los Reyes Catlicos por la propagacin de la fe cristiana. Captulo XXIII. Establcese la Compaa en el Tucumn. Captulo XXIV Llega la Compaa al Tucumn; sus primeros trabajos. Captulo XXV Los PP. Francisco de Angulo y Alonso de Brcena desempean su ministerio en la capital dei Tucumn. Captulo XXVI. El P Alonso de Brcena convierte los indios de Esteco. Captulo XXVII. Los PP. Francisco Angulo y Alonso de Brcena evangelizan en el pas de Crdoba. Captulo XXVIII. Llegan los jesuitas procedentes del Brasil despus de haber sido vejados por los corsarios en su viaje. Captulo XXIX. Los PP. Alonso de Brcena y Manuel Ortega trabajan con fruto en el pas de Crdoba. Captulo XXX. Portentoso viaje que realizaron los PP. Alonso de Brcena y Manuel Ortega. Captulo XXXI. Los indios del ro Salado se ponen bajo la direccin de la Compaa. Captulo XXXII. Primeras misiones de los jesuitas en el Paraguay. Captulo XXXIII. Los PP. Manuel Ortega y Toms Filds evangelizan el Guair. Captulo XXXIV. En el ao 1589 invade la peste el Paraguay y los Padres jesuitas hacen muchas cosas dignas de memoria. Captulo XXXV. El P. Manuel Ortega bautiza muchos millares de personas. Captulo XXXVI. Los Padres jesuitas se establecen en Villarica. Captulo XXXVII. Provechosas tareas del P. Juan Saloni. Captulo XXXVIII. El P Alonso de Brcena pacifica el valle de Calchaqu. Captulo XXXlX. El P. Alonso de Brcena convierte los lules y otros pueblos. Captulo XL. Llegan al Tucumn los Padres Pedro Aasco y Juan de Font. Captulo XLI. Primeras misiones de los Padres de la Compaa en el pas de los frentones. Captulo XLII. Misiones de la Compaa en la regin de los mataraes. Captulo XLIII. Los PP. Brcena y Aasco aprenden muchos idiomas de los indios. Captulo XLIV. Obstculos que se opusieron la entrada de los jesuitas en el pas de los frentones. Captulo XLV. Establcese la Compaa en el reino de Chile. Captulo XLVI. Laudables trabajos de los misioneros en Chile dentro y fuera de las poblaciones. (Tomo I) LIBRO SEGUNDO CAPTULO PRlMERO Llegan al Paraguay y al Tucumn nuevos misioneros. Captulo II. Los PP. Lorenzana y Saloni recorren el Paraguay. 2

Captulo III. Los Padres de la compaa fomentan la piedad y la religin en la ciudad de la Asuncin. Captulo IV. Los Padres de la Compaa recorren el Guair. Captulo V. Prspero estado de la Iglesia en las ciudades de la Asuncin y Santa Fe. Captulo VI. El P. Gaspar Monroy procura convertir los omaguas. Captulo VII. Piltipico y los omaguas hacen la paz con los espaoles. Captulo VIII. Varios sucesos acontecidos en el pas de los omaguas. Captulo IX. Los misioneros evangelizan en varios lugares del Tucumn. Captulo X. Con motivo de las guerras de Chile se suspende en este reino la fundacin de Colegios. Captulo XI. Muere el P. Alonso de Brcena: sus alabanzas. Captulo XII. Muerte del P Juan Saloni. Captulo XIII. De los muchos trabajos que sufrieron los PP. Ortega y Filds en el Guair. Captulo XIV. Los nuevos misioneros ejercen su ministerio en el Tucumn. Captulo XV. Establcese en Crdoba la Compaa de Jess. Captulo XVI. Propgase la fe catlica entre los diaguitas. Captulo XVII. Una grande poblacin de los diaguitas se convierte al cristianismo. Captulo XVIII. Otros cuatro pueblos de diaguitas reciben nuestra fe. Captulo XIX. La vida de los misioneros peligra entre los diaguitas. Captulo XX. Los lules y otros indios son evangelizados. Captulo XXI. El P. Esteban Pez visita las misiones del Paraguay y del Tucumn. Captulo XXII. Los habitantes de la Asuncin llevan mal el que se retiren los padres de la Compaa. Captulo XXIII. Vejaciones que sufri el P. Manuel Ortega. Captulo XXIV. Trabajos de los jesuitas en el Tucumn. Captulo XXV. El P. Luis Valdivia intenta reconciliar los chilenos rebeldes con Cristo y con el Rey. Captulo XXVI. Procura el P. Valdivia sosegar los indios rebeldes. Captulo XXVII. Memorable fuga de una mujer cautiva y su hijo. Captulo XXVIII. El P. Luis Valdivia se embarca para Espaa. Captulo XXIX. La Compaa de Jess se establece nuevamente en la capital del Paraguay. Captulo XXX. Ofensa que recibi el Padre Lorenzana y castigo de culpable. Captulo XXXI. Muere el P. Pedro de Aasco: sus alabanzas. Captulo XXXll. Trabajos de los restantes jesuitas en el Tucumn.

Biblioteca Virtual del Paraguay Nicols del Techo HISTORIA DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY DE LA COMPAA DE JESS PRLOGO por Blas Garay 3

I EL P. NICOLS DEL TECHO La obra que hoy sale a luz por tercera vez (en castellano por la primera) no es, a despecho de su ttulo, una historia en el sentido propio de la palabra. Exento el autor de espritu crtico; fcilmente accesible a inverosmiles y absurdas narraciones que abundan en su libro; con fe ciega en los procedimientos de la Sociedad a que perteneca, y ganoso de perpetuar el recuerdo de lo que reputaba por sus ms altos timbres de gloria, contrajose a componer menuda crnica de los sucesos de la Compaa en el Paraguay, recogiendo sus noticias de los mismos interesados en exagerar su mrito, sin someterlas a la depuracin que razones de origen y de disconformidad con lo real hacan necesaria. Verdad que el P. Techo escribi desde punto de vista determinado y que sobre l necesariamente hubo de influir su calidad de copartcipe en la gloria que la Compaa recogiese. Eran tambin tiempos aqullos en que ciertas creencias circulaban como moneda de ley, y nadie se atreva a discutirlas por los graves, gravsimos riesgos a tamaa temeridad consiguientes. Pero estas consideraciones no bastan a disculparle, que el sentido comn nunca fue privilegio de determinada poca, y el P. Techo rie con l con deplorable frecuencia. Su credulidad excesiva para aceptar los hechos ms extraordinarios, credulidad que, siquiera en menor escala, se observa en otros posteriores cronistas de la Orden, es bastante a menoscabar la autoridad casi irrecusable, que de otra suerte fuera lcito concederle; y mucho ms, cuando ella tiene vehementes caracteres de ser deliberada y voluntaria, pues lo que en un hombre rudo y falto de estudios se concibe, no se explica en quien por los suyos hallabase preparado para la exacta apreciacin de las cosas y para no comulgar en los mismos errores que el vulgo. No se crea por esto que la obra del P. Techo no suministre interesantes noticias y no merezca el crdito de que la abundante copia de documentos que tuvo a la vista para componerla la hacen acreedora. Lunar es el que seal, entonces frecuentsimo, y que ha ido atenundose, mas no desapareciendo del todo, en los escritores sucesivos. Pero cuenta el P. Techo en su abono, para que se le otorgue fe en cuanto claramente no aparezca falso por imposible, la circunstancia de su proximidad a unos sucesos y su participacin personal en otros, y el haberse robustecido su testimonio con el de los cronistas que, despus escribieron y que en la Historia de la provincia del Paraguay bebieron su inspiracin. Poco ms sabemos del P. Techo sobre lo que l quiere decirnos de sus trabajos en el Paraguay, en donde vivi casi todo el tiempo que estuvo en Amrica. Sus mismas obras contadas veces aparecen citadas por los que de la misma materia escriban, sin que pueda creerse que fuera a causa del idioma en que estaban escritas, ms divulgado entonces que hoy. Naci el P. Nicols du Toiet en Lille el ao de 1611, y en 1630 profesaba ya en la Compaa de Jess. Dedicado algn tiempo a la enseanza de Humanidades, se embarc en 1649 para el Paraguay, en donde lleg a ser ms tarde Provincial, y muri en 1680. Era ms conocido por la forma castellanizada de su nombre, que adopt definitivamente y llevan sus obras (1). Su Historia fue impresa en Lieja en 1673. Su cubierta y colofn dicen as: Historia / provinciae / ( Paraquariae / Societatis Jesv / authore / P. Nicholao del Techo / ejusdem Societatis sacerdote / Gallo-Belga Insulensi / (Escudo del impresor, que representa un rbol, en el cual hay una mujer cuyo cuerpo termina en serpiente; al

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pie una calavera, y en una piedra escrita esta palabra: cavete) / Leodii, Ex fficina Typog. Mathiae Hovii sub signo Paradisi Terrestris. M.DC.LXXIII. Leodii, ex officina typographica Joannis Mathiae ad insigne Paradisi Terrestris. M.DC. L,XXIII. Es un volumen en 4 doble; consta de trescientas noventa pginas numeradas y veinte hojas sin foliacin al principio y diez al fin. En la Biblioteca Nacional de Madrid existe un manuscrito de este mismo libro, primorosamente hecho por indios guaranes, imitando los caracteres de imprenta; y es muy de presumir que fuera el que sirvi para la primera edicin, ya que nadie se entretendra, poco despus de publicada la obra, en copiarla. Tiene cuatrocientas noventa y seis hojas en folio, y su signatura es Q 315. La segunda impresin de la Historia del Paraguay se hizo, traducida al ingls, en el tomo VI de la Collection of Voyages and Travels, de Churchill (London, 1704). Dos obras ms conozco del P. Techo. La primera, titulada Quinque Dcades Virorum illustrium Paraquariae Societatis lesu, ex Historia Provinciae et aliunde depromptae, es, como indica su ttulo, casi una copia de la Historia, razn que acaso haya influido para que no fuera publicada hasta ahora. Se conserva el manuscrito tambin en la Biblioteca Nacional de Madrid (Q-316); lleva en el primer folio la firma autgrafa del autor, y est hecho igualmente por los guaranes, imitando los caracteres tipogrficos. Es una maravilla de paciencia y de habilidad. Consta de doscientas setenta y cuatro hojas en folio. La segunda, que forma parte de la obra Relatio triplex de rebvs Indicis. Antverpiae, apud Jacobvm Mevrsivm, an. 1654 (pginas 32 - 47), se titula as: Relatio de Caaiguarum gente, caepta ad fidem adduci, ex litteris R. P. Nicolai del Techo, alias du Toiet, Insulensis Maioris ad Vruaicam fluviurn provinciae Paraquariae, anno 1651. Con ser tan extensa y minuciosa la Historia del P. Techo, falta en ella lo que hay de ms interesante en la obra de los jesuitas en el Paraguay: los detalles de la organizacin que dieron a sus clebres reducciones, detalles hoy ms que nunca necesarios, por el preferente lugar que entre las materias que son objeto de las investigaciones de los sabios ocupan el socialismo y el colectivismo y sus casos. Siquiera en Lozano vemos sus comienzos en las rdenes instrucciones del P. Torres; mas en Techo todo falta, sin embargo de que ya entonces estaba la constitucin jesutico-paraguaya, si no enteramente desenvuelta, avanzadsima, como se ve por la relacin que de ella hace el Padre Xarque en su notable libro. Y como sin esos detalles no puede llamarse esta Historia completa ni conocerse cabalmente lo que fueron las misiones, pareci indispensable que alguien los expusiera. Tal es la razn de este prlogo, que hubiera deseado, a no merecerme la verdad tantos respetos, que pudiese inspirar a los lectores juicios diametralmente opuestos a los que despus de leerle formularn, si son imparciales. Mas por mucho que escritores notabilsimos, pero mal informados, ensalzasen el gobierno de la Compaa de Jess en el Paraguay, poco valen sus hueras afirmaciones ante la autoridad irrecusable de quienes las desautorizan; y yo, que honradamente busqu entre tan encontrados pareceres la verdad, holgu de haberla hallado, mas lament que fuera tal como es. II ESTABLECIMIENTO DE LOS JESUITAS EN EL PARAGUAY Iba ya transcurrido medio siglo desde que, remontando Ayolas el ro Paraguay, comenz la conquista de este pas al Rey de Espaa y a la religin catlica. Enconadas y sangrientas luchas habanse sin interrupcin sucedido desde entonces, ora contra los naturales, guaranes y no guaranes, mal avenidos con la extranjera dominacin, ora 5

entre los partidos en que muy pronto los espaoles se dividieron. Por efecto de estas discordias intestinas, que no podan por menos de relajar la subordinacin de los indgenas y alentarlos a que movieran sus armas contra el intruso; por causa del valor con que defendan su nativa libertad, y por el olvido y abandono completsimos en que dej la corte a la nueva colonia, as que comprendi que no deba esperar de ella las montaas de oro que el pomposo nombre de Ro de la Plata prometiese, y acaso tambin porque ya no quedaran capitanes del temple de los Irala y de los Garay, aquella conquista, bajo tan felices auspicios comenzada, poco menos se hallaba que en ruina irreparable. El gran talento administrativo de Irala habale sugerido recursos con que proseguirla y medios para recompensar a sus esforzados compaeros en la institucin de las encomiendas aprobadas despus por el Rey; pero los censos que sobre los espaoles pesaban eran muchos; la fatiga militar continua inevitable; mezquino el provecho de las encomiendas, y grandes y estrechas las obligaciones a su usufructo anexas, por donde pronto lleg a faltar aun este aliciente para las empresas guerreras, pues si haba quienes apeteciesen el servicio de los indios, era en muchos mayor el horror a los trabajos que costaba ganarle y conservarle, y no pocos le renunciaban en favor de la corona (2). Dos clases existan de encomiendas: de yanaconas originarios, y de mitayos. Componanse las primeras de los pueblos sojuzgados por el esfuerzo individual, y los que las perteneciesen estaban obligados a cultivar las tierras de sus encomenderos, a cazar y a pescar para ellos. Parecase su condicin a la de los siervos, y el deber de trabajar para sus dueos no reconoca limitaciones de edad ni de sexo, ni ninguna otra que la voluntad de los amos, bien que la servidumbre fuese endulzada generalmente por la bondad de stos, que tenan la obligacin de protegerlos y de instruirlos en la religin cristiana, ponindoles doctrinero a sus expensas, y carecan de facultad para venderlos, maltratarlos ni abandonarlos por mala conducta, enfermedad vejez. Ms apacible la situacin de los mitayos, formados de tribus voluntariamente sometidas de las que lo eran por las armas reales. Cuando alguna entraba as en el dominio espaol, se la obligaba a designar el sitio en donde prefera establecerse, y sus miembros eran distribuidos en secciones sujetas a jefes de su propia eleccin y provistas de doctrineros, a quienes mantenan y por quienes se les inculcaban los rudimentos de la fe catlica. Cada una de estas secciones constitua una encomienda mitaya, cuyo propietario tena el derecho de hacer trabajar en su beneficio durante dos meses del ao a los varones de diez y ocho a cincuenta, libres despus de emplear a su placer todo el resto del tiempo. Unas y otras encomiendas eran anualmente visitadas por el jefe superior de la provincia para escuchar las quejas de los indios y poner remedio a los abusos que contra ellos se cometiesen (3). Pero si no era floreciente el estado de la conquista material del territorio, eralo mucho menos el de la espiritual por la gran penuria de religiosos. Siete ocho ciudades espaolas haba ya fundadas y cosa de cuarenta pueblos de indios, sin que hubiese para la cura de almas de grey tan dilatada ms que veinte clrigos, incluso el Obispo, y de ellos solos dos que entendieran el idioma, los cuales, no obstante su diligencia y buen deseo, conseguan mezquina cosecha de nefitos (4). No es de extraar, pues, que cuando en 1588 (5) llegaron por primera vez los jesuitas al Paraguay, fuese su advenimiento celebrado como dichossimo suceso, y que la ciudad les costease la Iglesia y el Colegio. Muy copiosos debieron de ser, a creer en los historigrafos y cronistas de la Orden, los frutos recogidos por los primeros Padres que entraron en la provincia: millares de indgenas diariamente cedan a la persuasiva y cristiana palabra de los nuevos apstoles, obrndose por virtud de sobrenatural milagro aquella transmisin y percepcin de los 6

ms sublimes intrincados dogmas de nuestro credo, sin que bastara a impedirla ni aun a dificultarla, no ya lo abstruso de stos, ni siquiera la recproca ignorancia de la lengua que unos y otros hablaban: tal prodigio fue, en aquellas pocas privilegiadas, frecuente, y abundan en relatos de l los historiadores de la familia de los Techo, Lozano, Guevara, Charlevoix y los misioneros autores de las que se publicaron entre las Cartas edificantes. Pero para rebajar lo debido en estas entusiastas alabanzas y exageraciones de la obra propia, tenemos el sereno testimonio de la Historia. Y el hecho histricamente comprobado es que, a despecho de los triunfos que por los Padres y sus adeptos se han cantado, cuando en 1604 (6) el Padre Aquaviva, General de la Orden, cre la provincia del Paraguay, no exista dentro de la gobernacin del mismo nombre pueblo ninguno que fuese resultado de los esfuerzos de los jesuitas; que los primeros que a su cargo tuvieron los fundaron los espaoles antes de la entrada de la Compaa (7); que hasta 1614 no pudieron implantar ninguno ms, y que, descontados los tres del Norte del Paraguay, hechos con el objeto de que sirviesen de trnsito para las misiones de Chiquitos, y, como todos, en gran parte con el auxilio secular (8) , y los seis de San Borja (1690), San Lorenzo (1691), Santa Rosa (1698), San Juan (1698), Trinidad (1706) y San Angel (1707), que, como colonias respectivamente de Santo Tom, Santa Mara la Mayor, Santa Mara de Fe, San Miguel, San Carlos y Concepcin, no dieron ms trabajo que el de transmigrar a otro sitio a los indios ya reducidos (9); quedan diez y nueve, los cuales, con una sola excepcin, la de Jess (1685), fueron todos establecidos en un perodo de veinte aos, coincidiendo con circunstancias histricas que verosmilmente debieron ejercer en el nimo de los recin convertidos, influencia ms decisiva para que se redujesen a pueblos y acatasen el vasallaje espaol, que no la predicacin de misioneros que en lengua extraa les hablaban que, si empleaban la propia de los naturales, era fuerza que se explicasen en ella con imperfeccin grandsima, no pocas veces fatal para el fin perseguido, sin que el uso de intrprete pudiera salvar el obstculo, pues contra l existan iguales, si no mayores motivos, para que fuera ineficaz (10). Ms razonable y ms conforme con la realidad es creer, si no se ha de admitir que por don providencial adquirieran los Padres tan perfecto conocimiento del idioma guaran como no le tienen hoy los que le hablan desde la infancia, aun dedicndose a estudiarle en gramticas y vocabularios; ms razonable es, si tampoco ha de aceptarse que por virtud de la misma divina gracia concibieran sbitamente los indios ideas para sus inteligencias novsimas y para su civilizacin casi incomprensibles, buscar en la historia el por qu los jesuitas pudieron fundar en los comienzos de su empresa, cuando su nmero y sus recursos eran escassimos, quince pueblos, y no pudieron aadir a la lista uno ms (excepto el de Jess) en ciento doce aos (11), en los cuales llegaron al apogeo de su poder y adquirieron prosperidad sin ejemplar en ninguna de las misiones de sta ni de parte alguna del mundo. Y es que en aquellos veinte aos se sealan precisamente las ms crueles y tenaces persecuciones de los portugueses de San Pablo (mamelucos paulistas), que no dieron punto de tranquilidad a los guaranes y constantemente los acosaban para cautivarlos y llevarlos a vender por esclavos en el Brasil. Calclase en trescientos mil los que fueron arrebatados de este modo del Paraguay por los brasileos, protegidos en alguna ocasin por el mismo gobernador de la provincia (12). Buscando en la concentracin en grandes ncleos y en las armas espaolas refugio y seguro contra quienes tan impamente los atacaban (13), y ganados por los halagos de los Padres, que ms que de prometerles la salud espiritual, curabanse de seducirlos con el ofrecimiento de comodidades y regalos materiales, fundaronse en tan breve plazo diez y ocho reducciones. Pero al mismo tiempo de venir a menos las energas de los 7

paulistas, y coincidiendo con el nacimiento del imperio jesutico, tuvieron trmino las fundaciones, y ciertamente no porque la Compaa fuera enemiga de extender sus conquistas; aunque tampoco cabe negar que su fervor apostlico se haba por completo extinguido (14). De 1746 a 1760 registranse tres nuevos establecimientos en la parte septentrional del Paraguay, camino para las misiones de Chiquitos: los pueblos de San Joaqun, San Estanislao y Beln. Convencidos los Padres de que sus predicaciones no eran bastantes a mover el nimo de los indgenas a abrazar la fe cristiana, discurrieron llegar al mismo resultado por el engao; recurso sin duda indigno de la alteza del fin buscado, pero de eficacia prctica por la experiencia abonada. Empezaron entonces por mandar a los ka'agua y mbaja [1], a quienes deseaban catequizar, frecuentes regalos de animales y comestibles, siendo de ellos portadores indios ya instruidos y merecedores de toda confianza por su lealtad acreditada, los cuales encomiaban la bondad del rgimen a que vivan sujetos y la solicitud y generosidad con que acudan a sus necesidades los Padres, en tal modo que no les era preciso trabajar para vivir. Cuando con estas embajadas tenan ya suficientemente preparado el terreno, el jesuita se presentaba al nuevo rebao con buena escolta y abundante impedimenta de ganados y vveres de toda especie. Consumidas stas, llegaban nuevas provisiones, y los que las traan ibanse quedando con diversos pretextos entre los salvajes, quienes ganados por la abundancia de la comida, por la dulzura con que los Padres los trataban y por el encanto de las msicas y fiestas, perdan toda desconfianza y miraban tranquilos la irrupcin no interrumpida de guaranes misionistas, cuyo nmero aumentaba diariamente. As que era muy superior al de los indios silvestres, aqullos circundaban a stos, los aterrorizaban con las armas, y entonces les hacan comprender los Padres la necesidad de que en lo sucesivo trabajaran al igual de los dems para sustentarse. Pero como algunos mbaja [2] no se aviniesen a soportar aquella extorsin incitaran a sus compaeros a rebelarse, los Padres desembarazaronse de ellos por un medio digno de que los brbaros lo emplearan, mas no de misioneros cristianos. Hicieronles creer que los indios de Chiquitos, cediendo a los consejos de los jesuitas, ofrecan devolverles algunos prisioneros que en cierta sorpresa les haban cogido, para lo cual llevaron a los que los estorbaban a Chiquitos. Llegados al pueblo de Santo Corazn, fue su arribo muy celebrado; pero as que consiguieron separarlos y estaban tranquilos entregados al sueo, al toque de campana a media noche fueron todos atados y puestos en calabozos, de donde slo salieron cuando los administradores que reemplazaron a los jesuitas les devolvieron la libertad (15). Claro est que los indgenas, por naturaleza agradecidos, acababan siempre por preferir aquella vida sosegada, en que sus necesidades eran puntualmente satisfechas, y el trabajo, con ser grande, alternado con las fiestas y endulzado con los encantos de la msica, a la que tenan pronunciada aficin, a su estado anterior, y no pocas veces el encono de la violencia hecha a sus voluntades para atraerlos a l, ceda su sitio al afecto que los jesuitas, no obstante la crueldad salvaje con que castigaban las faltas de sus sbditos, saban inspirarles; afecto de que la historia de estas misiones ofrece edificantes ejemplos. Adems, los Padres no cesaban de exagerar los sufrimientos de los que por no avenirse a entrar bajo su dominio eran encomendados, y los indgenas llegaban de esta manera a creerse muy favorecidos por el cambio, sin advertir que con otro nombre pesaba sobre ellos una encomienda yanacona seversima, cuando aqullos cuya suerte les pareca tan triste slo eran mitayos y conocan las dulzuras de la libertad y eran dueos de la mayor parte del fruto de sus esfuerzos. *** Dos perodos notablemente distintos deben sealarse en la historia de la Compaa de Jess en el Paraguay: el primitivo, en que echaron los Padres los cimientos de su futura 8

repblica, corriendo grandes riesgos, bien que la fuerza de las armas fuera siempre detrs para protegerlos; soportando toda clase de penalidades sin ms recompensa que la satisfaccin de aumentar el rebao cristiano; mirando slo al bien espiritual y no buscando mejoras de que copiosamente no participaran los catecmenos; dedicados al servicio de Dios y de la religin, sin propsito ninguno de medro personal; rodeados del cario popular, porque respetaban los ajenos derechos y el podero an no los haba ensoberbecido. Pero a la vuelta de algunos aos, y a la par que crecieron sus progresos, cambiaron los jesuitas de conducta: los que fueron en un principio humildes y abnegados misioneros, tornaronse ambiciosos dominadores de pueblos, que poco a poco sacudieron todas las naturales dependencias en que deban estar sujetos; afanaronse por acaparar riquezas materiales en menoscabo de su misin cristiana y civilizadora; persiguieron a los que intentaron poner coto a sus abusos quisieron combatir su influencia; se hicieron dueos de las voluntades de los gobernadores y de los obispos, ya porque stos les deban su nombramiento, ya porque el cohecho y la promesa de pinges ganancias se los hacan devotos, y convirtieron su repblica en una inmensa sociedad colectiva de produccin, arruinando, amparados en los grandes privilegios que supieron obtener, a la provincia del Paraguay, a cuyos benemritos pobladores deban reconocimiento por muchos conceptos. El ltimo perodo ser el que yo esboce ahora brevemente, y principalmente considerado desde el punto de vista de la organizacin econmica, que en l tuvo pleno desarrollo. III DESCRIPCIN DEL GOBIERNO ESTABLECIDO POR LOS JESUITAS EN SUS REDUCCIONES El ncleo ms importante de las misiones jesuticas de la vasta provincia del Paraguay, aqul en que mayores riquezas obtuvo la Compaa y en donde constituy un verdadero reino, estaba situado entre los 26 y 30 de latitud meridional y 56 y 60 6e longitud occidental del meridiano de Pars. Ceanle por el Norte el ro Tebicuary y los espesos bosques que cubren las pequeas cordilleras que se dirigen hacia el Oriente; limitabanle por el Este las cadenas de montaas de las sierras de Herval y del Tape; el ro Ybycui separabale por el Sur de lo que es hoy el Brasil, y por el Oeste la laguna Yber y el Miriay le dividan deEntre Ros, y los esteros del eembuc y el Tebicuary del resto del Paraguay. Atravesado por dos caudalosos ros; fecundizado por sus numerosos afluentes; sin serranas elevadas ni llanuras inmensas; sembrado de grandes bosques que en abundancia suministraban excelente madera para la construccin de embarcaciones, edificios y muebles, y ofrecan al mismo tiempo la preciada yerba mate; dotado de clima suave y saludable, en que ni el verano ni el invierno extremaban sus rigores; fertilsima la tierra y apta para variados cultivos; con superiores campos de ganadera; sin enfermedad endmica ninguna y prdiga en recompensar el esfuerzo humano (16), nada extrao es que los jesuitas alcanzaran pronto en l grado altsimo de prosperidad, ni que en sus ambiciosos sueos acariciasen la esperanza de llegar a constituir algn da en la nueva tierra de promisin una oligarqua cristiana, independiente del vasallaje puramente nominal en que estaba sujeta al Rey Catlico, y acaso a ese oculto pensamiento obedeciese el empeo que desde el principio pusieron los misioneros en que las reducciones produjeran cuanto podan necesitar para su vida propia, por manera a no vivir a nadie subordinados. Hemos de ver, con efecto, cmo todo parece que responda a este propsito.

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La organizacin que las jesuitas dieron a sus doctrinas pueblos (17) fue completamente uniforme, por manera que no slo presentaban todos el mismo aspecto, igual ordenacin de las casas, idntico estilo en la construccin de stas, sino que tambin se llevaba en ellas la misma vida, cuidadosamente regulada de antemano, y en la que marchaba todo en tanta conformidad con lo establecido, que semejaba aquello una gran mquina de acabadsima perfeccin. Lo mismo en el orden religioso que en el orden poltico; lo mismo en la esfera de lo econmico que en la esfera de las ms ntimas y sagradas relaciones de la familia, en todas partes estaba presente aquella autoridad ineludible, que todo lo reglamentaba, que lo tasaba todo; por tal manera, que as tena el padre de familia designadas las horas en que deba dedicarse al trabajo con los suyos, como las tena sealadas para el cumplimiento de sus dems deberes, aun de aqullos sobre los cuales, como deca un viajero ilustre, (18) guardan silencio los cdigos ms minuciosos y arbitrarios, respetndolos como a cosa exclusivamente abandonada a las inspiraciones de la conciencia. Movido a curiosidad, refiere un antiguo gobernador de las misiones, (19) por haber observado que en varias horas de la noche, y particularmente hacia la madrugada, tocaban las cajas, inquir el motivo y se me contest que era una antigua costumbre. Apurando todava ms la materia, llegu a saber que celosos los jesuitas del incremento de la poblacin de sus reducciones y poco confiados en la solicitud de los indios, que rendidos por las faenas del da, as que llegaban a sus casas y cenaban, se echaban a dormir, hasta que al alba se levantaban para ir a la iglesia, y de la iglesia a los trabajos, sin curarse, entre tanto, de cumplir sus deberes de esposos, excogitaron recordrselos de cuando en cuando durante la noche, despertndolos con el ruido de los tambores. Parecanse todos los pueblos jesuticos como una gota de agua a otra gota de agua. Su disposicin, dice Alvear, es tan igual y uniforme, que visto uno, puede decirse se han visto todos: un pequeo golpe de arquitectura, un rasgo de nuevo gusto adorno particular, es toda la diferencia que se advierte; mas esencialmente todos son lo mismo, y esto en tanto grado, que los que viajan por ellos llegan a persuadirse que un pueblo encantado les acompaa por todas partes, siendo necesarios ojos de lince para notar la pequea diversidad que hay hasta en los mismos naturales y sus costumbres. Es, pues, la figura de todos rectangular; las calles tendidas de Norte a Sur y de Este a Oeste, y la plaza, que es bastante capaz y llana, en el centro; ocupando el testero principal que mira al Septentrin, la iglesia con el colegio, y cementerio a sus lados (20). Las iglesias eran muy capaces y slidamente hechas, de tres cinco naves, sostenidas sobre arcos y pilares de madera, y algunas sobre columnas dobles de gusto jnico, con hermosa y elevada cpula; y el colegio, situado siempre de manera que gozase de vistas deliciosas, consista en un vasto y cmodo edificio, adherido al cual estaban los distintos almacenes y talleres de la reduccin. En l vivan estrechamente recluidos los Padres, obedientes al precepto de evitar todo lo que pudiera hacerlos familiarizarse con sus nefitos (21). Ninguna mujer deba poner (y, sin embargo, parece que la ponan) su planta en esta casa, para que resplandeciese mejor la moralidad intachable de los jesuitas; pero hay motivos para sospechar que los indios no crean en ella ciegamente, y que su escepticismo lleg a contaminar a los mismos Provinciales (22), quienes, para quitar el peligro quitando la ocasin, prohibieron a los curas asistir al repartir el algodon, lana, yerba carne a las Indias ni al receuir el hilado, assi por estar esta costumbre fundada en lo que es mas conforme a la decencia, como por estar assi ordenado en todos los colegios donde se ocupa en hilar a la gente de servicio (23). Todas las casas estaban cubiertas de teja, excepto en San Cosme y Jess, que las tenan en su mayor parte de paja. Las habitadas por los indios eran grandes y bajos galpones de 50 a 60 varas de largo y 10 de ancho, incluyendo los corredores que tenan alrededor: 10

inmundos falansterios en que vivan aglomeradas numerosas extraas familias en vergonzosa promiscuidad, semillero fecundo de adulterios, y de incestos, y de concubinatos, y de inmoralidades de todo gnero, contra las cuales nada podan las mal obedecidas rdenes de los Provinciales, acaso porque viniera el vicio de ms alto (24). Cada reduccin estaba inmediatamente gobernada por dos jesuitas, el cura y el sotacura, dependientes de un Superior que resida en Candelaria, a la vez sujeto al Provincial y al Colegio Mximo de la Orden, establecido en Crdoba del Tucumn (25). La designacin de estos sacerdotes deba hacerse por decreto de 15 de Junio de 1654, sometiendo al gobernador una terna a fin de que eligiera al que considerase ms apto para el cargo, quien reciba luego del Obispo la institucin cannica; mas en realidad nunca pasaban as las cosas, y el nombramiento quedaba completamente librado al criterio del Provincial, por manera que las reglas del regio patronato no regan con los discpulos de Loyola. Todos los sujetos ms graves de los Colegios de las tres provincias (Paraguay, Ro de la Plata y Tucumn) anhelan para descanso y felicidad humana el conseguir una de dichas doctrinas: esto es tan evidente y constante, que sin disfraz ni disimulo lo dicen y confiesan los mismos Padres jesuitas (26). No se consultaban en la eleccin el fervor apostlico ni las virtudes cristianas, tanto como se buscaba un buen administrador de los bienes temporales un comerciante hbil que supiera aumentarlos rpidamente, porque desnaturalizados los fines de la institucin por el amor de los regalos de la vida, se lleg a hacer del fomento de la riqueza y de las granjeras de los negocios el objeto, la aplicacin y la base fundamental de las misiones y el principal empeo y deber de los doctrineros (27). Poca parte en las funciones espirituales desempeaba el cura, consagrado casi por completo a dirigir los trabajos de los indios, a almacenar sus frutos y a entender en cuanto deca relacin con las compras y ventas, faenas en que le ayudaba el Padre compaero, siendo uno de otro fiscales del celo con que cumplan los deberes de su cometido. A cargo del sotacura estaba principalmente el gobierno religioso de la reduccin; por manera que, desempeando los dos misioneros funciones separadas, no hubiese entre ellos motivos de recelos ni de choques. Pero no siempre bastaron estas precauciones a tener en paz a los dos pastores que compartan el dominio de la grey, y sus rivalidades escandalizaban con frecuencia a los nefitos y alarmaban a los Provinciales (28). Pretendan los superiores ejercer el monopolio de las limosnas y privar a los compaeros de toda autoridad; resistanse stos; enconabanse los nimos, y los ocultos defectos de los cristianos varones, exagerados por la envidia y por el odio, eran dados a la publicidad, no solamente en las cartas dirigidas a personas de la Orden, sino tambin en sus paliques con los indios principales, a quienes haban de servirles estas mezquinas rencillas de poca edificacin. Ocurran tambin con frecuencia agrias disputas entre los curas de diversos pueblos, nacidas de desacuerdo sobre los lmites de sus tierras, y emulaciones originadas en que unos se crean ms regalados que otros (29). La vida que llevaban fue al principio austersima, y acaso no exagerase nada el Padre Montoya describindola en estos trminos: ... Qu casas habitan estos religiosos? Son unas pobres chozas pajizas. Qu ajuar poseen? El breviario y manual para bautizar y administrar Sacramentos. Qu sustento tienen? Races de mandioca, habas, legumbres, y es testigo la Majestad de Dios que en pueblos de gentiles se pasaban veinticuatro horas en que el suplicante y sus compaeros ni aun races coman por no pedirlas a los indios, recatando el serles cargoso... (30). Mas as que, afianzado su influjo sobre los nefitos, cambiaron de sistema, y en vez de respetarles en la propiedad del fruto de su trabajo, convirtieronse en su nico dueo, fue desapareciendo la primitiva austeridad y entrando el amor a los regalos de la vida. Los que antes se crean felices compartiendo 11

su pobre mesa con los indios, adornaban la suya de exquisitos manjares y de variados postres; los que se sentaban y dorman en el duro suelo, buscaron lechos ms cmodos y artsticas butacas labradas; los que andaban, llevados de su celo, leguas y leguas en un da, deshacindose los pies en los abrojos del camino, creyeron incompatible con su decoro dar un paso ms all de su pueblo, como no fuese en caballos ricamente enjaezados; y los que a s mismos se servan y aun a los indios, rodearonse de numerosa servidumbre (31). Qu mucho, pues todo cambiaba, que se modificara tambin el concepto por la Compaa merecido a propios y extraos, si los actos de sus hijos distaban tanto de la humildad y de la caridad cristianas, como su regalada vida presente de la estrechez de sus primeros misioneros? Reciban siempre las confesiones en la iglesia, para que resultara el acto ms respetable; pero con el transcurso de los aos y con la familiaridad que se introdujo entre los Padres y las familias de ciertas personas de buena posicin, fue la solemnidad a menos, convirtindose en falta de respeto al lugar sagrado, pues las confesiones se prolongaban mucho ms del tiempo necesario, y no por que el examen de la conciencia del pecador lo exigiese, sino porque el penitente y el juez lo empleaban en mundanas conversaciones, con frecuencia interrumpidas por ruidosas carcajadas (32). Los enfermos necesitados de auxilios espirituales eran conducidos a un espacioso cuarto contiguo al colegio, el cual serva de hospital, y en l los visitaban los Padres; por manera que stos pocas veces entraban en las casas de sus nefitos, aunque estaba ordenado que fueran a ellas a confesarlos, si lo solicitaban, y que les llevasen el Vitico cada vez que lo pidiesen (33), preceptos que se obedecan muy mal. Cada vez que los jesuitas se presentaban en la iglesia, aunque slo fuera para decir una misa rezada, ostentaban deslumbrador aparato iban rodeados de numeroso cortejo de sacristanes, aclitos y monaguillos, cuyo nmero pasaba de ciento, vestidos con gran magnificencia. Con la misma se procuraba celebrar todas las ceremonias religiosas, siquiera faltase en ellas fervor, igual en los doctrineros que en sus doctrinos. Y no poda ser de otro modo, porque los indios iban a la iglesia compelidos por una fuerza superior y no a buscar espontneamente el sitio desde donde con ms recogimiento y uncin pudieran elevar sus preces a Dios. Colocados en tablillas, colgadas a la puerta del templo, haba dos padrones, uno para cada sexo, en donde cada cual lea su nombre le reconoca por una seal particular: de esta manera se aseguraban los celadores de su asiduidad a la misa. Dentro, las mujeres estaban separadas de los hombres, y salan de la misma manera, sin que se permitiese a ningn varn detenerse a contemplar a aqullas (34). No pareca ms sino que los jesuitas procurasen desterrar el amor de su repblica, aunque eran los medios equivocados y resultaron contraproducentes. Apenas si en acto tan solemne y transcendental como el matrimonio se tena en cuenta la voluntad de los contrayentes. Con pretexto de velar por la moralidad, los jesuitas obligaban a los varones a casarse a los diez y siete aos, y a los quince a las mujeres, y aun antes a veces (35). Cuantos haban cumplido la edad reglamentaria eran convocados un domingo a las puertas de la iglesia; preguntaban los religiosos si alguno tena casamiento concertado, y a los que daban contestacin negativa (36), que eran generalmente los ms, los obligaban a elegir mujer all mismo, si ya no es que se la designasen los Padres a su albedro, y poco despus estaban enlazados. Mas como no siempre viniese el cario a fortificar la unin, y como la vida en falansterio fuese muy ocasionada a cadas, la moral reciba frecuentes y graves ofensas: las infidelidades conyugales distaban de ser raras, y los esposos abandonados fcilmente se consolaban, mientras la desleal esposa, escapada con su amante, buscaba refugio en los bosques,

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en otro pueblo, en donde la pareja se presentaba como un perfecto matrimonio (37). Poda ms en los indios el afecto que no el Sacramento. Ensalzan todos los que sobre las misiones escribieron la santa pureza inocencia que en ellas reinaba. El error tiene explicacin fcil y rectificacin completsima en las cartas de los Provinciales: en ellas se ve retratada la profunda relajacin de costumbres que haba en las reducciones jesuticas, no exentas siquiera de los depravados vicios de la sodoma y de la bestialidad (38). Y menos mal si las races no fueran poderosas y si la autoridad de los que deban poner cauterio a la llaga no estuviera minada por la maledicencia, que les atribua los mismos defectos que estaban obligados a corregir; porque es de observar que mientras los Provinciales prohiban a los Padres que acariciasen a los jvenes y los distinguiesen en alguna manera con su benevolencia ni que criasen ciertos nios en casa con especiales cuidados, los catecmenos achacaban a sus doctrineros abominables debilidades (39). La organizacin jesutica descansaba completamente sobre la igualdad que los Padres mantenan entre los guaranes; igualdad tan absoluta que aniquil su iniciativa individual al quitarles todo motivo de emulacin, todo aliciente que les moviese a ejercitar su actividad; pues lo mismo el malo que el bueno, el laborioso que el holgazn, el activo que el tardo, el inteligente que el torpe, eran alimentados (40), vestidos y tratados segn sus necesidades y no segn sus obras, y nadie lograba escapar al cumplimiento de la tarea sealada, siendo los que ejercan alguna autoridad los obligados a ser ms asiduos y puntuales, para que en su ejemplo aprendieran los dems. Ni por su sexo ni porque estuvieran embarazadas criando, conseguan las mujeres eximirse de prestar su concurso a las labores a que los hombres se dedicaban: ayudabanlos a carpir, a arar y a sembrar la tierra y a recoger la cosecha y almacenarla; y cuenta que nicamente se guardaban las fiestas muy principales. Los Provinciales procuraban, sin embargo, bien que con poco xito, aliviar a los nefitos de tan continua fatiga; y al observar los perniciosos frutos que de la confusin de ambos sexos resultaban, trataron tambin de evitarla (41). Comenzaba el trabajo de los indios al amanecer y duraba hasta que obscureca, sin ms descanso que el de dos horas, concedidas a medioda para almorzar (42). Cuando les tocaba ocuparse en sus sementeras, diriganse a ellas en procesin, precedidos de la imagen de algn santo llevada en andas, con acompaamiento de tambor y flauta de orquesta ms numerosa. La imagen era luego puesta al abrigo de una enramada, y despus de corta oracin, entregabanse todos a sus quehaceres. Fuente muy principal de recursos para los pueblos jesuticos era la agricultura. Los terrenos empleados en ella estaban ltimamente divididos en tres secciones: una (tabamba'e), perteneciente a la comunidad; otra (abamba'e), reservada a los jefes de familia, para que cada cual cultivase para s una porcin, y otra, llamada la propiedad de Dios (Tupmba'e) [3]. Trabajaban en la primera todos los indios de la doctrina los tres primeros das de la semana, bajo la severa inspeccin de celadores encargados de fiscalizar cmo ponan toda diligencia en su tarea. Los productos de la cosecha tocaban a la comunidad y entraban en los almacenes de la Compaa para ir satisfaciendo con ellos las necesidades de la reduccin. En el principio, la propiedad privada no exista ni siquiera de nombre, y todo el fruto del trabajo de los indios se depositaba en los graneros comunales. Los jesuitas haban convencido a la Corte de que los guaranes eran tan imprevisores ignorantes que no podran mantenerse si se abandonaba a su albedro el empleo que de lo agenciado con su trabajo hubiesen de hacer; argumento a la verdad peregrino, porque, como observa muy bien Azara (43), no se concibe cmo pudieron entonces subsistir y multiplicarse tan prodigiosamente antes de la conquista, cuando an 13

ignoraban las mximas del gobierno econmico de la Compaa, ni cmo prosperaron otros pueblos fundados por los espaoles, y que, fuera de la jurisdiccin de los jesuitas, aceptaban y protegan la propiedad privada, no obstante de gravitar sobre ellos el censo de servir a los encomenderos. Al cabo de muchsimos aos que duraba este sistema, la Corte, cediendo a muy insistentes y autorizadas representaciones que se la hicieron, dio a entender a los jesuitas que era ya tiempo de que los indios hubiesen aprendido a gobernarse por s mismos y a conocer las ventajas y los goces que la propiedad individual proporciona, y que pareca llegado el momento de poner fin al rgimen de la comunidad. Fue entonces que los Padres, para acallar los reparos y las quejas, mas no sin haber antes agotado todos los resortes para eludir la reforma, vinieron en asignar a cada jefe de familia determinada extensin de tierra, a fin de que la cultivase y explotase con los suyos en provecho propio, empleando en esto tres das de cada semana, y los otros tres en beneficio pblico. Mas no dio el nuevo arreglo los resultados que se esperaban; perdida, mejor dicho, desconocida de aquellos desgraciados toda nocin administrativa, pues nunca tuvieron caudal propio ni imaginaron que pudiesen tenerle, no era de esperar que acertaran a componerse de tal suerte que, arreglndose a los rendimientos de su trabajo, no pasaran estrechez y miseria. Bien lo saban los misioneros, y en ello se apoyaban para resistir la innovacin: los indios eran incapaces de gobernarse por s mismos; pero faltaba aadir que su incapacidad no era nativa, sino obra deliberada y fruto de la educacin, del aislamiento completo en que vivan, del alejamiento de todas las ocasiones en que pudieran aprender lo que a sus doctrineros no convena que aprendiesen. Estos, por otra parte, empeados en desacreditar la reforma, ponan obstculos a que los nefitos dedicasen a sus plantaciones particulares todo el tiempo que se les sealaba, emplendolos ms de la cuenta en el servicio de la comunidad y en el beneficio y conduccin de la yerba, sin pagarles en lo justo su salario, obligndolos a malvender a la Compaa la que para s hicieren (44), lo mismo que el fruto de sus cosechas; negabanles bueyes con que arar, precisndolos a tirar por s mismos del arado, y los hostilizaban de varios modos. Con lo que las cosechas eran escasas malograbanse, y los indios carecan de lo preciso para la subsistencia; y como el hambre apretaba y la comunidad no acorra al hambriento y la moral era escasa y acomodaticia, buscabase en el robo lo que el trabajo negaba, despojando a otros infelices, que no estaran tampoco muy abundantes y bien comidos; males stos que triunfaron de las ms enrgicas y bien intencionadas providencias de los Provinciales (45). Para que nadie pudiera sustraerse a prestar el contingente de sus fuerzas, los jesuitas buscaron la manera de sacar provecho de los ociosos de los que mostraban poco apego al trabajo, sometindolos a una regimentacin particular. Con este objeto se destinaba al Tupmba'e a los holgazanes y a los nios de corta edad, quienes labraban estas tierras, que eran siempre las mejores del pueblo, bajo la vigilancia de celadores especiales, merecedores de la plena confianza de los Padres, y encargados de obligarlos a cumplir con toda exactitud la faena que, segn sus fuerzas, les haba sido impuesta, y de denunciarlos, caso contrario, para recibir el condigno castigo, nunca excusado y severo siempre. Los frutos de la posesin de Dios entraban tambin en los graneros comunes y se les dedicaba al sustento de las viudas, hurfanos, enfermos, viejos, caciques y dems empleados y artesanos; destinacin que slo era nominal y dirigida a impresionar el nimo de los indios, pues todo lo que las reducciones producan era aportado a un fondo nico, empleado en llevar adelante los planes de la Compaa, y slo en muy exigua parte en subvenir a las necesidades de aqullos que lo ganaban, gracias al sudor de su rostro, al trabajo continuo a que los sujetaron sus catequistas, descuidando la educacin 14

espiritual de los nefitos, para curarse nicamente de hacerlos laboriosos agricultores hbiles artfices en aquellas artes de que podan obtener ms pinges provechos. Adems de las labores agrcolas, en que empleaban los guaranes todo el tiempo que pasaban en sus doctrinas, haba la de la extraccin de piedras de construccin, la de la edificacin, la del beneficio de maderas en los montes, la de construccin de embarcaciones, la de explotacin de la yerba mate y la del comercio fluvial activsimo que hacan los Padres con los productos de las reducciones, resultando de vida tan atareada que "no les queda a dichos indios tiempo para aprovechar en la doctrina ni tienen lugar para profesarla, pues apenas les queda el suficiente para el descanso. Y de esta habituacin que tienen a vivir en los montes y en campaas y en los dichos ministerios, sin frecuencia de iglesia y sin oir la palabra del Evangelio con la libertad, tibieza y relaxacin que naturalmente se introduce en estos casos, aun en los ms disciplinados instrudos, es tanto lo que a estos indios les corrompe esta distraccin, y se apoderan los vicios, obscenidades y dems delitos de tal suerte de sus corazones, que causa gran lstima y desconsuelo el llegarlo a experimentar y no lo ignora ninguno de quantos los tratan y comunican... (46). Existan adems en las reducciones artesanos de todos los oficios de que los Padres haban menester. "En todos los referidos pueblos, y en unos con ms abundancia y esmero que en otros, hay, dice Angls (47), oficinas de plateros indios, maestros que trabajan de vaciado, de martillo y todas labores, sumamente diestros y primorosos; tambin los hay de herreras, cerrajeras y fbricas de armas de fuego de todas layas, con llaves, que pueden competir con las sevillanas y barcelonesas; y asimismo funden y hacen caones de artillera, pedreros y todas las dems armas instrumentos de hierro, acero, bronce, estao y cobre que necesitan para las guerras que mueven y para el servicio propio, para los que las encargan y solicitan por compra; tienen estatuarios, escultores, carpinteros y muy diestros pintores, y todas estas oficinas, sus herramientas y lo que trabajan los indios, que estn muy adelantados en estas artes por los clebres maestros jesuitas que traen de Europa para ensearlos; estn en un patio grande de la habitacin del Padre Cura y su compaero y debaxo de su clausura y llave... Asimismo, agrega, se labran carretas y carretones, y tienen telares de varios texidos, fbricas de sombreros, que no los gasta ningn indio y se venden en las ciudades; hay cardadores, herreros, etc.; funden y hacen platos de peltre y todas las dems vasijas necesarias; y en fin, hay quantos oficios y maestros se pueden hallar en una ciudad grande de Europa, y todo est y se mantiene, como llevo dicho, debaxo de la llave del Padre Cura, que lo administra todo para las ventas y remisiones que hace, sin que los indios se aprovechen de nada ni tienen ms parte que la del trabajo y hacerlo todo. Producan las reducciones toda la tela necesaria para el vestido de los indios y an ms, pues tambin la haba para la venta. El hilado estaba a cargo de las mujeres que por algn motivo grave no podan concurrir a la labranza. Cada una reciba determinada cantidad de algodn y quedaba obligada a entregar otra de hilo, conforme a una equivalencia de antemano calculada, y que variaba segn los pueblos y calidad del hilo, siendo, si era muy grueso, de diez y seis onzas para cada tres; tarea que desempeaban todas escrupulosamente y cuyo incumplimiento purgabase con severas penas. En cambio, los trabajos de aguja se encomendaban a los sacristanes, msicos, coristas y dems servidores de la iglesia en las horas que les quedaban libres. Fuente tambin de cuantiosas utilidades fue el laboreo de la yerba mate, cuyo comercio tenan los jesuitas casi completamente monopolizado, siendo los nicos que vendan la llamada ka'amini (48) [4], la ms buscada y cara (49). Pero como este negocio no lo entablaron ellos inmediatamente, y era notorio que costaba la vida a millares de guaranes, clamaban al principio porque se dictaran leyes prohibiendo en absoluto que 15

se emplease en l a los indios. Las quejas eran positivas y muy puestas en razn; pero inspirabanlas caritativos sentimientos rencorosas rivalidades? Difcil es creer en la sinceridad de la Compaa, cuando se piensa que, sin haber cambiado en nada las condiciones de la explotacin de la yerba, dedic luego a ella a sus nefitos, a pesar de que por sus gestiones estaba vedado. Y vase lo que uno de los ms autorizados misioneros escribe (50): Tiene la labor de aquesta yerba consumidos muchos millares de indios; testigo soy de haber visto por aquellos montes osarios bien grandes de indios, que lastima la vista el verlos, y quiebra el corazn saber que los ms murieron gentiles, descarriados por aquellos montes en busca de sabandijas, sapos y culebras, y como aun de esto no hallan, beben mucha de aquella yerba, de que se hinchan los pies, piernas y vientre, mostrando el rostro solos los huesos, y la palidez la figura de la muerte. Hechos ya en cada alojamiento, aduar de ellos, 100 y 200 quintales, con ocho nueve indios los acarrean, llevando a cuestas cada uno cinco y seis arrobas 10, 15 y 20 y ms leguas, pesando el indio mucho menos que su carga (sin darle cosa alguna para su sustento), y no han faltado curiosos que hiciesen la experiencia, poniendo en una balanza al indio y su carga en la otra, sin que la del indio, con muchas libras puestas en su ayuda, pudiese vencer a la balanza de su pesada carga. Cuntos se han quedado muertos recostados sobre sus cargas, y sentir ms el espaol no tener quien se la lleve, que la muerte del pobre indio! Cuntos se despearon con el peso por horribles barrancos, y los hallamos en aquella profundidad echando la hiel por la boca! Cuntos se comieron los tigres por aquellos montes! Un solo ao pasaron de 60. La defensa de los Padres fue eficaz, y el visitador Alfaro, a quien, a creerlos, inspiraron todas sus disposiciones, prohibi con graves penas el forzar los indios al beneficio de la yerba, y a los mismos indios mand que ni aun con su voluntad la hiciesen los cuatro meses del ao, desde Diciembre hasta Marzo inclusive, por ser en toda aquella regin tiempo enfermsimo" (51). Es de advertir que en aquella poca en que tan generosamente pensaban, no haban los jesuitas afirmado an su imperio sobre los catecmenos y los trataban con mucho tiento. Mas tan luego como se hubieron asegurado de su respeto y de su obediencia, borraron con su ancha manga cuanto haban escrito y constrieronlos a dedicarse al nefando y criminal laboreo de la yerba. Prohibieralo la ley y cupiera, sin embargo, disculpa a claudicacin tan interesada, y por interesada, doblemente censurable, si los guaranes misionistas que a los yerbales iban fueran mejor provistos y cuidados y tuvieran su vida en menos riesgo que los guaranes encomendados al mismo trabajo puestos; mas no suceda as por desgracia: lo nico que haba cambiado era que quienes antes no podan beneficiar la yerba, podanlo hoy y tenan grande inters en beneficiarla, como que, si a los hispano-paraguayos les produca como uno, deba a aqullos producirles como diez. Y que esta consideracin fue para los Padres decisiva, demustralo el incremento considerable que dieron a este negocio, que con tan malos ojos miraron antes (52). Sin embargo, los nefitos empleados en l continuaban padeciendo hambre, continuaban muriendo en los bosques de fatiga y de miseria, continuaban pereciendo devorados por los tigres asesinados por los indios enemigos (53). Deseosos los Padres de aumentar y facilitar la produccin de esta hoja, hicieron traer gran cantidad de plantas y formaron con ellas, alrededor de sus reducciones, yerbales artificiales, cuyo producto era todava mejor, por lo mismo de ser inteligentemente cultivados (54). Pero despus de la expulsin, la desidia de los nuevos administradores dej que se destruyesen, siquiera viajeros posteriores pudieron todava hallar sus vestigios.

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Databa de 1645 el permiso para que los jesuitas comerciaran en la yerba mate, siempre que el provecho no recayese en los curas de las reducciones. Con tanto exceso le usaron, que S. M. hubo de expedir en 1679 una cdula admonitoria, recomendando al Provincial de la Compaa que pusiese tasa en este negocio, que era crecido ms de la cuenta y perjudicaba a los vecinos, pues siendo la cantidad de yerba que ofrecan al mercado tan considerable y estando de su parte todas las ventajas, no dejaban levantar cabeza a los que traficaban con la del Paraguay, que sobre tener costos de produccin grandes, por ser muy caro el flete de las mulas que la conducan de los minerales, estaba adems gravada por onerosos impuestos, que no pagaban los jesuitas (55). Acord S. M. el mismo ao limitar a 12.000 arrobas la exportacin lcita de las misiones (56), cantidad que se supuso necesaria para el pago del tributo de los indios, como si en realidad tal tributo se pagase; mas como al propio tiempo se relev a los Padres de la obligacin de hacer registrar la yerba que exportaban, sin ms requisito que el de comunicar su cantidad, bajo la fe de su palabra, al gobernador de la Provincia (57), la restriccin result ilusoria, pues no se haban de detener ante impedimento tan dbil, tratndose del beneficio propio, quienes se dedicaban al contrabando por cuenta y para provecho ajenos (58). Pinges beneficios sacabanse tambin de las estancias haciendas, pobladas de innumerable cantidad de ganado de todas las especies, mas principalmente de la vacuna, que produca crecidas sumas de dinero, ya vendindolo en pie, ya comerciando con el cuero del que en el consumo de las reducciones se empleaba. Al cabo de algn tiempo los jesuitas haban conseguido apropiarse, de buena de mala manera, de mala manera en no pocos casos, de los ms hermosos campos del Paraguay, poblndolos abundantemente. Slo la clebre estancia de Santa Tecla contaba ms de 50.000 cabezas de ganado vacuno, caballar y lanar, y la no menos renombrada de Paraguar Jarigua'a [5] encerraba en una superficie de terreno de treinta leguas de latitud y otras tantas de longitud, en buena parte usurpadas, 30.000 vacas con los toros necesarios para la procreacin, y esto a pesar de que anualmente se venda considerable cantidad de animales. Asegura Angls que el pueblo que menos tena 30 40.000 vacas con su torada correspondiente (59), y Raynal (60) que, cuando la expulsin, el ganado vacuno montaba a 769.353 cabezas; el caballar y mular, a 94.983, y el ovejuno y cabro, a 221.537, sin contar otras especies. Aun hoy, no obstante los aos transcurridos, se conserva la fama de las estancias que fueron de los Padres, y los campos en que las tuvieron continan siendo reputados por los mejores del Paraguay. Cuanto por uno otro concepto renda el trabajo de los guaranes misionistas, era depositado en los almacenes comunales y directa y celosamente administrado por el Cura, que no permita a los nefitos la ms ligera injerencia. De ellos sala tambin, en cambio, todo lo que los habitantes de la reduccin necesitaban para su mantenimiento; mas a veces con tanta mezquindad, que hubo ocasin en que los pobres indios no pudiesen acudir a la doctrina por no tener ropa con que cubrir sus carnes (61). Bien es verdad que en punto al vestir procedase con economa tan excesiva que todo se sacrificaba al afn de atesorar. Componase el traje de los hombres de camisa y calzones de hilo grueso, abiertos por delante, de manera que con frecuencia enseaban lo que deban ocultar, y tan ajustados, que no disimulaban la forma del cuerpo (62). El de las mujeres consista en una camisa de la misma tela, escotada hasta ensear los pechos (63), sin mangas; esto es, un saco indecente, de tal hechura, que a cualquier obra que se aplicaran las manos se caa (64), pues las indias curabanse poco de usar el ceidor que estaba preceptuado. Y no se crea que no gustasen unos y otras mejorar de traje, sino porque se lo prohiban los doctrineros estrechamente. Con efecto, como dieran los varones en gastar capas y calzoncillos de paete, adems de los de hilo, y las mujeres en 17

llevar polleras, se dictaron severas rdenes para impedirlo (65), pues todo es necesario atajarlo, porque si van cobrando los indios fuerzas en semejantes cosas, no se podrn avenir con ellos los Padres ni tenerlos sujetos... que al passo que se hacen ladinos es la ladinez antes para mal que para bien, y no se diga de las Reducciones: Multiplicasti gentem sed non magnificasti laetitian. Y no dexa de temerse con el tiempo algun desman. Nada tiene con esto de extrao lo que cuenta Doblas (66) del trabajo que le cost despus de la expulsin vencer ciertos hbitos de los misionistas. Para que al aseo de sus casas correspondiese el de sus personas, les procur persuadir cun grato me sera el ver que en lugar de typoi de que usaban sus mugeres, vistiesen camisas, polleras enaguas, aunque fuesen de lienzo de algodn, y corpios ajustadores que cieran su cuerpo y ocultaran los pechos, y que las que se presentasen con ms aseo seran tratadas por m y hara lo fuesen por todos con ms distincin. En este punto hubo algo que vencer, porque preocupados los indios con la igualdad en que los haban criado, no permitan que ninguna sobresaliera de las otras; pero al fin se les ha desimpresionado de este error, y el aseo se ha introducido con no pequeos adelantamientos. A ellos se les obligaba a cortarse raso el cabello, y a ellas a recogrselo, sin que pudieran llevarle suelto ni en trenzas (67). Nadie usaba calzado. No era mayor el lujo que en su indumentaria gastaban los propios jesuitas, bien que despus se relajara algn tanto su disciplina en este respecto como en otros: vestan del mismo lienzo hilado y tejido en los pueblos, tindole de negro, y Angls (68) refiere que si tal qual Padre tiene un capote manteo de pao de Castilla, le sucede de unos a otros, y dura un siglo entero. Siendo el rendimiento de las doctrinas superior con mucho a su consumo, destinabase el sobrante al comercio. Tenan los jesuitas con este objeto numerosa flota de embarcaciones propias, en que transportaban la yerba (69), el lienzo (70), los cueros, los frutos agrcolas, como el trigo, la caa dulce, el tabaco, el maz, a Santa Fe, a Buenos Aires, al Per, a Chile y al Brasil, en donde encontraban fcil venta, y era natural que la encontrasen, puesto que, como ni la produccin ni el flete les costaba nada y estaban sus gneros exentos del pago del impuesto de sisas y alcabalas, eran dueos de matar hasta la posibilidad de la concurrencia de los comerciantes paraguayos, pudiendo sealar el precio mnimo sin peligro alguno de prdida, y contando adems con la ventaja de estafar en las pesas y medidas (71). De aqu que todo beneficio hecho por los jesuitas importase un perjuicio para los espaoles del Paraguay, cuyo comercio desfalleca, tanto como aqul prosperaba (72). Exactamente lo mismo puede decirse de los almacenes que para la venta de artculos extranjeros tena la Compaa establecidos en gran nmero en toda la provincia. Surtalos con las compras realizadas en Buenos Aires y Santaf, en retorno de sus frutos, y por introducirlas en sus propias embarcaciones y libres de todo gravamen, sus utilidades eran, naturalmente, mucho ms crecidas, y estaba en sus manos arruinar, cuando lo quisiera, a cuantos tuviesen sus capitales empleados en igual negocio. Las tiendas de la Compaa eran las ms ricas y mejor provistas, no solamente del Paraguay, sino tambin de la gobernacin de Buenos Aires: todo se encontraba en ellas, as lo que era producto de la tierra de la industria de la provincia, como lo que vena de extraos pases; as los artculos ms modestos, como los ms suntuosos que en aquellas regiones se gastaban. Cada reduccin tena una, y los habitantes de los pueblos espaoles preferan, en cuanto les era posible, acudir a proveerse en ellas que no en las de los particulares, por la diferencia que necesariamente exista en los precios. Servan, al mismo tiempo, para acaparar la cosecha de los pueblos vecinos, dando sus gneros a crdito, bajo condicin de pagarlos despus en efectos (73). 18

Por todos estos medios lograron los jesuitas del Paraguay, ya que no convertir a la religin del Crucificado tantas almas como hubieran podido ganar en provincias tan populosas, acumular considerables riquezas. Clculos autorizados estiman en un milln de pesos espaoles de plata el rendimiento anual de las doctrinas, y en menos de cien mil lo que para mantenerlas se gastaba en efectivo (74). Sobrante tan cuantioso permiti a los Padres asistir generosa y aun prdigamente, con el fruto del trabajo de los indios, a los crecidos gastos que la Orden tena en Europa, a fin de conservar el edificio de su podero, eterno objeto de rudos y pertinaces embates, hijos de la pasin algunas veces, pero las ms del espritu de justicia. Los Procuradores generales, cada seis aos despachados para el viejo Continente, eran siempre portadores de importantes sumas de dinero, aparte de las que con grande frecuencia se enviaban a Roma por conducto de los ingleses y de los portugueses. En una vez sola, en 1725, se remitieron cuatrocientos mil pesos (75), y acaso no haya sido sta la ocasin en que ms esplndidos se mostraron los Padres. Tanto dinero explica el xito que en sus pleitos obtuvo siempre la Compaa, a pesar de que ms frecuentemente era mala que no buena su causa. La misma razn, y el temor de suscitarse enemigos de su vala y pocos escrpulos en la eleccin de los medios con tal de lograr el fin propuesto, explica tambin el favor en que los Padres vivieron con casi todos los gobernadores y obispos, que ms que superiores suyos, parecan sbditos humildes; y la facilidad con que triunfaron de cuantos quisieron prestar odos a las quejas de los oprimidos, a la voz de la justicia y de su conciencia y a los deberes que tenan hacia su Rey, en hechos y ocasiones en que convena a los jesuitas que oyesen como sordos, viesen como ciegos y pensasen y obrasen como el ms fervoroso sectario de la Compaa. El cohecho y la intimidacin eran las columnas principales en que en Amrica descansaba el poder de los jesuitas. Gobernadores y Obispos haban de elegir entre tenerlos por amigos generosos por encarnizados y crueles enemigos. Los que sobreponan a todo el cumplimiento del deber, arriesgabanse, cuando menos, a eterno estancamiento en su carrera, y hubo quien pag su honradez con la cabeza (76). Pocos vacilaban entre tan opuestos trminos; generalmente aceptabase de buena gana amistad que brindaba con tantos favores, y desde este momento los progresos del aliado quedaban encomendados a la Sociedad, que saba darse buena maa para precipitarlos, y pagaba inmediatamente en dinero los favores que se la hacan, encargndose de la gestin de los negocios del interesado. Gracias a la amistad con los jesuitas, los gobernadores de Buenos Aires y del Paraguay contaban con crecido sobresueldo: dedicabanse al comercio, y como le hacan por las impecables manos de los santos discpulos de Loyola, beneficiando todos los privilegios a stos concedidos, las ganancias eran fciles y considerables (77). Muy particular esmero pusieron los Padres en el decorado y lujo de sus iglesias (78), que sin duda eran las ms grandes y hermosas de Amrica: estaban llenas de altares bien labrados, con numerosas imgenes; de cuadros preciosos y de dorados riqusimos, y sus ornamentos, al decir de Azara (79), no podan ser mejores ni ms preciosos en Madrid ni en Toledo. Desplegabase en el culto suntuosidad deslumbradora, porque los jesuitas, comprendiendo que en aquellas inteligencias groseras, no preparadas para las elevadas concepciones religiosas, haba de tener ms influencia y causar efecto ms hondo y duradero que las predicaciones y los discursos, la percepcin externa de los objetos, quisieron hacer imponentes todas las manifestaciones exteriores de la religin. En vez de hablar a su entendimiento, hablaron a sus ojos; en vez de seducir por la belleza sublimemente sencilla de la Iglesia cristiana primitiva, que tena en aquella naturaleza esplndida el ms hermoso templo en que adorar a Dios, porque era una de las ms elocuentes manifestaciones de su poder, rodearon el culto de todos los encantos 19

que el arte presta, llegando a dar a lo adjetivo, al aparato de las ceremonias, ms importancia que a las ceremonias mismas. Mucho perdan, sin duda, en pureza y en sinceridad los sentimientos religiosos con semejante sistema; pero el resultado justific la previsin de los jesuitas, quienes, aadiendo al brillo de la decoracin y de los ornamentos los dulces encantos de la msica, por la que sentan los indios particular atractivo (80), les hicieron amables sus templos. Cada reduccin tena su escuela, en que unos pocos indios, los muy precisos para oficiar de amanuenses desempear los cargos concejiles, aprendan a leer y escribir en guaran y a contar, y tambin a leer y escribir el latn y el castellano, mas no a hablarlos ni a entender su significado. La lengua espaola estaba absolutamente prohibida a los nefitos, temiendo los misioneros promoviese aquella facilidad de comunicacin entre la raza antigua y la nueva, que haban hallado por una larga experiencia ser tan fatal a la segunda (81). Pero Felipe V, receloso de que la ignorancia en que se mantena a los indgenas obedeciese a mviles poco rectos, reiter por Real cdula de 28 de Diciembre de 1743 la ley de la Recopilacin, para que se ensease a todos a hablar el castellano, disposicin que nunca fue cumplida (82). Establecieron tambin hospitales en que hombres y mujeres eran esmeradamente asistidos por indios educados especialmente para esta funcin. Mas no parece que podan ir a l cuantos lo quisieran, pues haba enfermos que guardaban cama en su casa, recibiendo limosna de comida de los depsitos comunes, cosa que a veces, por desgracia, se omita (83). Crearon adems ciertos establecimientos, llamados casas de refugio, en donde estaban recluidos los enfermos habituales no contagiosos, los viejos y los intiles, las viudas y hurfanos, y las mujeres de mala vida aqullas que, no teniendo hijos que criar y siendo sospechadas de flacas, se ausentaban sus maridos por largo tiempo. En estas casas vivan todos cuidadosamente atendidos a expensas de la comunidad; pero no por eso libres de trabajo, pues a cada cual se le encomendaba el que era compatible con su salud, con sus fuerzas y con su capacidad, y as compensaban casi siempre con exceso lo que en ellos era empleado (84). Tanto como en lo econmico, eran los jesuitas independientes en lo poltico y en lo civil de toda autoridad que no perteneciese a su Orden. Cierto que para el nombramiento de los curas de cada doctrina estaba estatuido, por Real cdula de 15 de Junio de 1654, que el Superior presentase al gobernador una terna para que de ella los eligiera (85), y que adems esta eleccin deba ser sancionada por el Obispo: pero tal facultad no la ejercitaba nunca ni uno ni otro, y el real patronato, con tanta amplitud concedido a los Reyes de Espaa, y con la misma delegado en sus gobernadores, fue siempre letra muerta en tratndose de los intereses de la poderosa Compaa. Cierto que era deber, y consiguientemente derecho de los gobernadores y obispos, el visitar las reducciones para informarse informar a la Corte de su estado y reparar los desafueros de que pudieran ser vctimas los indgenas, de cuya suerte se mostraba tan compadecida, y celosa y previsora la legislacin espaola; pero esas visitas, y no ciertamente porque no haya habido quienes pusiesen vivsimo empeo en hacerlas (86), no se llevaron a efecto nunca, sino cuando los jesuitas las queran las necesitaban para cubrirse con los informes favorables de los visitadores, y presentarlos como defensa contra las incesantes acusaciones a que daba motivo su conducta; y excusado es agregar que nicamente las permitan, si los que iban a efectuarlas eran devotos suyos, sujetos que por inters, por temor por gratitud haban de suscribir a cuanto los padres desearan. Cierto que los indios reconocan la soberana del Rey de Espaa y le pagaban un tributo nfimo; pero como esa soberana no se manifestaba en ninguna forma, ni haba quien la invocase para ejercer ningn poder, para decretar ninguna pena, para hacer ningn acto de justicia; como los Padres no mostraban dependencia de ms autoridad que la del 20

Provincial de la Compaa de Jess, y no recordaban en ninguno de sus actos que hubiese otra; como el nombre del Rey no se pronunciaba para nada, ni el de sus gobernadores y jueces seculares; como, por el contrario, stos, en la nica ocasin de las visitas, en que los indios podan conocerlos, ms se mostraban con los Padres como quien tiene que respetar y que temer de ellos, que no como quien puede mandar imponer castigo, los guaranes misionistas se habituaron a no reconocer tampoco otro superior que sus curas y a preocuparse nicamente de tenerlos contentos y de realizar con ciega subordinacin cuanto mandaban(87). Prueba tambin palmaria de la independencia de las Misiones, la organizacin del gobierno interior de sus pueblos, sometido a una especie de municipalidad ayuntamiento, de eleccin popular y anua, cuyos miembros eran todos indios. Un corregidor, nombrado como lugarteniente por el gobernador en cuya jurisdiccin caa el pueblo, estaba investido de la facultad de aprobar desaprobar estos nombramientos; pero nunca haca uso de su prerrogativa en otro sentido que el deseado por los Padres (88). Fcil es formar idea del grado de espontaneidad que estas elecciones tendran con saber que los votos no hubiesen recado jams en persona sospechosa para los doctrineros (89); que stos slo daban la muy escasa educacin requerida para desempear tales puestos, a un nmero reducidsimo de indios, el estrictamente preciso, quienes estaban en sus intereses completamente identificados con aqullos, y demasiado bienquistos con su favorecida posicin para exponerse a perderla, mostrando una estril independencia, que slo hubiera causado su desgracia. As, aunque estos funcionarios tenan atribuciones propias ya sealadas, y facultad para disponer por s en ciertos asuntos, nunca intentaban emplearla, y todos sus actos y decisiones obedecan completamente a las inspiraciones de sus curas (90). De tal suerte constituan stos la nica administracin de justicia y castigaban a su albedro las faltas de los indios, imponindoles penas que variaban desde la penitencia pblica hasta la ms grave, excepto la de muerte (91). Era corriente la de azotes, aplicada con crueldad rayana en barbarie. Lo mismo se desnudaba para recibirlos al hombre que a la mujer, sin que las valiese a stas la ms avanzada preez. Muchas abortaban perecan a consecuencia del brutal castigo; nadie lo reciba sin que su sangre tiera el ltigo saltaran sus carnes en pedazos, porque para hacerlo ms doloroso se empleaba el cuero seco y duro y sin adobar (92). En ocasiones dejabase caer lacre brea hirviente sobre las carnes del reo; y para cerciorarse de que no haba fraude en la aplicacin de la pena, presenciabanla a veces los Padres, que tan dulcemente regan su amado rebao (93). Para conservar ntegro este rgimen; para impedir que la ms remota idea de que existiese un estado mejor y ms justo penetrara entre los nefitos; para evitar que llegasen a la Corte otras noticias que las convenientes a sus intereses, y que el conocimiento exacto de lo que eran las reducciones acabase de echar por tierra su poder, tan rudamente combatido, los jesuitas encerraron a sus indios en el ms riguroso aislamiento, y levantaron barreras infranqueables para los que quisieran visitar las reducciones. Con el falso pretexto de que el comercio de los espaoles perverta a los nefitos, los iniciaba en todo gnero de vicios y les haca aborrecibles la religin cristiana y la sumisin al Monarca, as por lo mal que practicaban aqulla, como por la crueldad con que a los nuevos sbditos del Rey maltrataban, obtuvo la Compaa un rescripto [6] real prohibiendo a toda persona extraa (seculares de qualquier estado condicion que sean, Eclesiasticos Religiosos Espaoles mestizos indios extraos negros ni a qualquiera otra persona que se componga de las referidas") entrar en las reducciones sin permiso del Provincial Superior permanecer en ellas ms de tres das. No hay que decir que, si bien no le necesitaban los gobernadores y los Obispos, no 21

por eso estaban para ellos menos cerradas las misiones, ni eran ms dueos que los particulares de visitarlas a despecho de los jesuitas (94). Y no creyendo el real rescripto garanta suficiente contra la posible intromisin de extraos en los dominios de su repblica, los Padres inspiraron a los guaranes odio mortal contra los espaoles paraguayos, sugirindoles especies horrorosas, acusndolos de crueldades y crmenes horribles y fomentando en los nefitos por este medio, en vez del cario merecido por quienes conservaban al Rey aquellas tierras, gracias a una lucha no interrumpida contra los salvajes, costeada de su propio peculio, el deseo de la venganza, que no dejaron de satisfacer en cuanto pudieron (95). Hicieron adems de sus doctrinas verdaderas posiciones militares, cuyos habitantes todos estaban sujetos al servicio de las armas. Concediles el uso de las de fuego, en cierta apurada ocasin, el gobernador D. Pedro Lugo de Navarra, que pronto se arrepinti de su ligereza. El Virrey Marqus de Mansera les mand entregar luego 150, acuerdo que aprob S. M. por Real cdula de 20 de Septiembre de 1649, y no hubo desde entonces forma de privarles de tan deseado privilegio. Algunas restricciones dictaba S. M. de vez en cuando, sabiamente aconsejado por los que vean el fin de los Padres perseguido; pero poco tardaban stos en lograr que se revocasen. As, autorizados por las leyes a despecho suyo, organizaron en milicias a todos sus nefitos; impusieronles la obligacin de hacer frecuentes ejercicios militares; escaramuzas en que a menudo era necesaria la intervencin de los curas a fin de impedir colisiones sangrientas; ensayos de tiro al blanco, con premios sealados para los vencedores. Hasta los nios, dice el Padre Xarque (96), forman sus Compaas, que goviernan moos de mas edad, para que sus divertimientos los aficionen desde sus tiernos aos a no temer la guerra. Estaban los pueblos rodeados de fosos y palizadas con centinelas y patrullas por las noches, y cuando su situacin era riberea, cuidaban tambin de policiar el ro en numerosas canoas. Aun las danzas que enseaban simulaban combates en los que los de cada bando se distinguan por el color del traje (97). Para sustraer completamente a sus guaranes a toda otra subordinacin que no fuera la suya, trabajaron los jesuitas por obtener, y concluyeron por conseguirlo, que nada era imposible a su influencia, la abolicin del servicio personal de los indios de cuatro de sus pueblos, que por ser de fundacin exclusivamente espaola estaban sujetos a encomiendas. Nadie podr negar que eran poderosas, poderossimas las razones invocadas en la demanda; pero nadie negar tampoco que los resultados distaron mucho de redundar en beneficio de los indgenas, que mediante el triunfo de los Padres salieron de una servidumbre temporal, y las ms veces muy suave, para entrar en una servidumbre perpetua y ser sujetados a trabajos eternos, sin los alientos que presta la esperanza de sobresalir de lo vulgar por los esfuerzos propios y de ser amo exclusivo del fruto de su ingenio de sus fatigas. Mas por mucho que los hijos de Loyola invocasen respetables sentimientos de humanidad en esta campaa, hay razones para dudar de que fuese el desinteresado amor de la justicia y no el codicioso afn de aumentar sus provechos el que los alentaba, que no son muy abundantes y decisivas razones las que pueden invocarse para afirmar que era preferible a la suerte de los indios encomendados la suerte de los indios misionistas (98). Pero sea, como los Padres dijeron, por los impulsos de su caridad cristiana; sea porque vieran con disgusto cmo peridicamente los nefitos de ciertos pueblos suyos de fundacin espaola abandonaban sus reducciones para ir a pagar el tributo de su trabajo y cultivar las tierras de los hispano-paraguayos, y producir artculos que hacan competencia, bien que desventajossima, al comercio de la Compaa: por unas por otras consideraciones, los jesuitas no descansaron hasta lograr, en 1631 (99), que fuesen 22

libertados del servicio personal los guaranes de ellos dependientes, con cargo de pagar un tributo compensativo. El Virrey del Per, Conde de Salvatierra, lo fij en 1649 en un peso de ocho reales por cada indio de los obligados a encomienda; mas no hubo forma de cobrarlo, porque, siquiera pasivamente, lo resistieron los Padres. El Gobernador del Paraguay, D. Juan Blsquez de Valverde, inform en 22 de Marzo de 1658 a S. M. que los pueblos sujetos a la contribucin eran 19, y que se mostraban los Padres dispuestos a abonarla; pero que suplicaban fuesen eximidos de ella los fiscales celadores, los cantores y otros; mas declar tambin Blsquez y cuenta que se mostr grande amigo de la Compaa que todas sus gestiones para que desde luego empezara a cumplirse la provisin del Virrey haban sido ineficaces. Dict entonces S. M. la Real cdula de 16 de Diciembre de 166I, incorporando los indios en la Corona y disponiendo que durante seis aos, todos los que tuviesen desde catorce hasta cincuenta pagaran, sin otra excepcin que los caciques y sus primognitos, los sacristanes y corregidores y dems oficiales que por ordenanzas de la Provincia tengan franquicia de tributo, el de un peso de ocho reales por ao (100). Fijse el nmero de tributarios, por cdula de 27 de Junio de 1665, en 9.000 (101). Tampoco tuvo efecto esta nueva disposicin hasta el ao de 1666, en que con muy mala voluntad empez la exaccin del impuesto; y como estuviera ya cerca el trmino de los seis aos, no descansaron los jesuitas en sus trabajos para conseguir que no fuese el cupo alterado. El P. Ricardo suplicaba al Obispo: Apretado, deca, de su mucha pobreza, y extrema necessidad, como su desnudez publica, y manifiesta en las vissitas que como Superior he hecho en estos Pueblos... se digne de representar a Su Magestad y a su Real Consejo de Indias la Impossibilidad, a que su pobreza, y miseria los reduze, para rendir mas crecido tributo, como quisieran a sus Reales pis... La pobreza de los Indios, aada, en el Parana, y Uruguay es tanta, que no tienen en las chosas, que habitan fuera del precisso vestido para cubrir con alguna dezencia el cuerpo, alhaja que valga dos pessos; las cosechas para su corto sustento rara vez les alcanzan al ao, de modo que si con entraas de Padres no reservaran los Curas algunos frutos para socorrer los necessitados, los mas de ellos se dividieran por los montes, y Rios para buscar que comer...(102). No se aument la cuanta de la capitacin, porque los jesuitas eran en aquellos tiempos omnipotentes y se crea muy justo que sus indios pagaran nicamente un peso, mientras todos los dems de Amrica pagaban cinco. Slo se elev a 10.440 el nmero de tributarios en 1677 (103), y a 10.505 por Real cdula de 2 de Noviembre de 1679 (104), y se confirm a los habitantes de los tres pueblos ms cercanos al Paraguay (calculados en 1.000 tributarios) la concesin de que satisficieran su cuota en el lienzo por ellos fabricado, computndoseles a un peso la vara, lo cual vala tanto como reducrsela a una mitad (105). El total del impuesto qued as definitivamente fijado; porque siquiera la poblacin de las doctrinas creciese diariamente, no fue nunca posible renovar el primer empadronamiento de Ibez. Este encontr en los veintids pueblos entonces existentes 58.118 personas de todos sexos y edades y 14.437 tributarios, que, hecha la deduccin de los exceptuados, se rebajaron a 10.505 (106). Aumentaron los pueblos jesuticos hasta el nmero de treinta y tres; pasaron sus habitantes de 100.000, segn confesin de los mismos religiosos; mas por algo que no es posible explicar satisfactoriamente, el incremento de la poblacin no agreg un solo tributario ms a los que la tasa primitiva sealaba (107). Sobrabale razn al consejero Alvarez Abreu, cuando se maravillaba de que los jesuitas no solo se hayan excusado y resistido a la numeracion de los pueblos, tantas veces encargada por S. M., sino es tambin el que los Obispos no hayan podido

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tener la noticia de las almas de su Grey por otro medio que por el de los propios Padres, y lo mismo los governadores (108). Con que theologia se podr sobtener, el que haviendo aumentadose los tributarios desde el ao de 1677 en que se regularon en 10 D 440 hasta 24 30 D en que al presente se computan; no hayan los Padres puesto en las cajas, un Real mas que quando eran 17 solamente los Pueblos y 10 D 440 los tributarios, subrogandose en lugar del Soberano para percivir, y retener la diferencia notada, en cuya percepcion no parece se puede dudar, segun lo que el Ministro expresa y va subrrayado al fin del 1 y 2 punto por confesion del mismo Padre Provincial (109). Y aunque nada ms caba desear en punto a complacencia, tratndose de un impuesto que importaba sealadsimo favor, todava el admirablemente desenvuelto sentido econmico de los jesuitas hall el medio de eludirle, consiguiendo que del importe de esta renta se pagase el snodo de los curas de las reducciones (110), y por tal manera, al liquidarla, casi siempre sala deudor el Real erario, circunstancia que proporcion a los jesuitas muchas ocasiones de dar patentes pruebas de su desprendimiento, condonando las diferencias que en favor suyo resultaban. Esta y otra de cien pesos por cada pueblo en concepto de diezmos, fueron las nicas contribuciones que, siquiera aparentemente, menoscababan las pinges utilidades obtenidas por la Compaa en sus reducciones del Paraguay. Era su comercio considerable, mayor que el de todo el resto de la provincia; sus posesiones inmensas, como que las mejores tierras del Paraguay la pertenecan; sus haciendas las ms pobladas y productivas, y cada vez ms prsperas, a pesar de vender continuamente considerable cantidad de animales; sus cosechas ptimas, suficientes para alimentar a todos los habitantes de los pueblos y para exportar al exterior grandes cargamentos de mercancas. Pero ni las rentas del Rey ni las de la Iglesia participaban en estos cuantiosos beneficios, porque los jesuitas estaban exentos de diezmos, derechos de navegacin, impuestos, alcabalas, tributos, sisas y cuantas gabelas pesaban sobre los dems productores, por virtud de privilegios pontificios, confirmados por varias Reales cdulas (111); y aunque estos privilegios slo se referan a lo que les fuese necesario vender para su sustento, conservacin de sus iglesias y casas, por no tener otras rentas y a los gneros que compraban, por no darse en el Paraguay, los jesuitas se ampararon en ellos para eludir en todos sus negocios el pago de las contribuciones, con notorio y grande menoscabo del Real Tesoro, y con no menos grande perjuicio del comercio de la provincia, cuyos intereses, lejos de estar con el de los jesuitas identificados, eranle completamente opuestos. IV EXPULSIN DE LOS JESUITAS El 13 de Enero de 1750 los plenipotenciarios de Espaa y Portugal subscribieron en Madrid un tratado que defina los dominios de ambas coronas en Amrica y Asia. Firmlo por parte de Espaa un honradsimo Ministro, D. Jos de Carvajal y Lancastre; mas fuera por ignorancia, fuera por ceder a la presin de la Reina, espaola de adopcin, portuguesa de corazn tanto como de origen, que favoreci en cuanto pudo las pretensiones de su casa, es lo cierto que el nuevo tratado era mucho ms lesivo para la integridad de las posesiones espaolas en Amrica que lo haba sido ninguno de los anteriores, con haberlos engendrado a todos el olvido ms completo el ms completo abandono de los derechos de S. M. C. Ejerca entonces el cargo de confesor del Rey un ilustre jesuita, el P. Rbago, con quien, como los ms arduos negocios de Estado, se consult el nuevo ajuste de lmites, que 24

tambin mereci su aprobacin. Acaso una sola persona que formaba parte del Gobierno de Madrid, el ilustre Marqus de la Ensenada, supo y quiso oponerse al inaudito despo