14. Giglia cuestiones contemporáneas de la antropología

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Alteridades ISSN: 0188-7017 [email protected] Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Iztapalapa México Giglia, Angela Entre el bien común y la ciudad insular: la renovación urbana en la Ciudad de México Alteridades, vol. 23, núm. 46, julio-diciembre, 2013, pp. 27-38 Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Iztapalapa Distrito Federal, México Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=74730577003 Cómo citar el artículo Número completo Más información del artículo Página de la revista en redalyc.org Sistema de Información Científica Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto

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Espacialidad, lugar y antropología urbana

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  • AlteridadesISSN: [email protected] Autnoma Metropolitana UnidadIztapalapaMxico

    Giglia, AngelaEntre el bien comn y la ciudad insular: la renovacin urbana en la Ciudad de Mxico

    Alteridades, vol. 23, nm. 46, julio-diciembre, 2013, pp. 27-38Universidad Autnoma Metropolitana Unidad Iztapalapa

    Distrito Federal, Mxico

    Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=74730577003

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  • ALTERIDADES, 201323 (46): Pgs. 27-38

    Entre el bien comn y la ciudad insular:la renovacin urbana en la Ciudad de Mxico*

    AngelA gigliA**

    ResumenSe estudia el caso de la renovacin y remozamiento de un espacio urbano emblemtico: el parque conocido como Alameda Central en el centro histrico de la Ciudad de Mxico, como parte de una poltica institucional de revalorizacin de lugares representativos por sus significados colectivos y su valor patrimonial. Se ilustran las caractersticas de esta poltica contrastando el discurso que la legitima y sus formas de actuacin. El dis cur so invoca tanto el bien comn como el beneficio comn para justificar la renovacin urbana, mientras que la prctica est orientada por la lgica del urbanismo insular, abocado a definir y delimitar un espacio-isla hiperreglamentado en su interior sin conexiones con su entorno. Se muestra cmo la renovacin va acompaada de un proceso de expulsin y alejamiento de las poblaciones consideradas discordantes con la nueva imagen del espacio. Palabras clave: espacio pblico, centro histrico, urbanismo insular, Ciudad de Mxico, renovacin urbana, ciudad insular, Alameda Central

    Entre la retrica del bien comn y la prctica del urbanismo insular

    En este artculo se analizan los cambios recientes en los espacios pblicos del centro histrico de la Ciudad de Mxico por efecto de diversas acciones institucionales de recuperacin y revalorizacin de lugares con-siderados emblemticos por sus significados colectivos y su valor patrimonial.1 Se trata de polticas dirigidas al rescate y la valorizacin del espacio pblico que fueron emprendidas durante el gobierno de Marcelo Ebrard

    * Artculo recibido el 13/12/12 y aceptado el 28/05/13.** Profesora-investigadora del Departamento de Antropologa de la Universidad Autnoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa.

    Av. San Rafael Atlixco nm. 186, col. Vicentina, delegacin Iztapalapa, 09340, Mxico, D. F. .1 Este texto forma parte de la investigacin realizada en el marco del Proyecto Conacyt intitulado Ciudad global, procesos

    locales.

    AbstractBetween Common Good and the Insular CIty: urBan reno-vatIon In MexICo CIty. This article studies the case of renovation and recondition of an emblematic urban space: the park known as Alameda Central (Poplar grove park) located in the historical center of Mexico City. The analysis is part of an institutional policy of revaluation in places that are representative because of their collective significance and their heritage value. The features of this policy are illustrated, in contrast with the discourse that legitimates it and with the lines of action. This discourse refers to common good as well as common benefit to justify urban renovation, whereas the practice is directed to a logic of insular urbanism, focused on defining and outlining an island-space overregulated from within without any connection to its environment. This analysis shows how renovation goes along with a process of eviction and distancing of populations considered discordant to the new space image.Key words: public space, historical center, insular urbanism, Mexico City, urban renovation, insular city, Alameda Central

  • Entre el bien comn y la ciudad insular: la renovacin urbana en la Ciudad de Mxico

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    (2006-2012), en sintona con polticas semejantes rea-lizadas en las ltimas dcadas en muchas otras ciu-dades de Amrica Latina y del mundo (Mel, 2006; Ca rrin, 2005; Coulomb, 2010; Delgadillo, 2011).

    A partir del remozamiento del parque llamado Alameda Central tambin conocido como Alameda, y mediante la reconstruccin del discurso y del con-texto en el cual se llev a cabo, me propongo reflexionar acerca de las caractersticas de esta poltica de renovacin y revalorizacin y sus efectos sobre los usos de los espacios renovados por parte de distintos actores urbanos. El espacio pblico renovado suele ser obje-to de una nueva normatividad con el fin de modificar sus prcticas de uso. Al respecto formulo las siguientes hi ptesis: los proyectos de rehabilitacin de espacios pblicos repercuten sobre las prcticas de los habitan-tes y sobre los procesos de apropiacin de distintos ac tores urbanos, modificando su sentido a par tir de la implementacin de nuevas reglas de uso, generado-ras de nuevas desigualdades y diferenciaciones entre los usua rios; el estudio de estas intervenciones per-mite dar cuenta de los desfases y las contradicciones entre los discursos institucionales que acompaan las acciones de recuperacin (orienta dos por la que propongo llamar retrica de lo comn), las reglas recin implementadas para su uso y las reglas de facto que operan en la experiencia cotidiana de quienes habitan estos espacios despus de la remodelacin. Lejos de insertarse en una visin general que abarque el cuidado del espacio pblico urbano en su totalidad, las intervenciones de renovacin como la realizada en la Alameda Central operan de manera parcial y frag-mentaria mediante acciones puntuales en un perme-tro delimitado, para adecuarlo a ciertos estndares internacionales de decoro y belleza, pero descuidando las reas adyacentes y, en general, las vinculaciones con su entorno. Una vez terminada la renovacin se tiende a establecer una reglamentacin ad hoc para su uso, que generalmente restringe y evi ta los usos anteriores. Sin embargo, como lo muestra el caso es-tudiado, la nueva reglamentacin corre el ries go de que dar como letra muerta si no es acom paada por un consistente compromiso institucional para hacer-la respetar. Mientras tanto, en las prcticas cotidianas se instauran reglas de facto, distintas de las institu-cionales y basadas en los usos citadinos y populares del espacio en cuestin.

    En la primera parte del texto se articulan las ideas de espacio pblico como bien comn y la problem-tica de las reglas comunes para su uso y cuidado. En la segunda se propone una interpretacin de la re-ciente poltica de valorizacin del espacio pblico con base en la lgica de la insularidad. En la tercera se

    presenta un caso etnogrfico de espacio pblico re-valorizado, el de la Alameda Central; para, finalmen-te, discutirlo respecto de los conceptos tericos pro-puestos. Los intentos de renovacin urbana en el centro histrico muestran una tensin entre un dis-curso que apela a lo comn y al disfrute del espacio pblico por parte de una poblacin definida genri-camente como la ciudadana, y una lgica de pro-duccin del espacio que se acerca mucho a lo que ha sido definido como ciudad insular y urbanismo insular (Bidou y Giglia, 2012; Duhau y Giglia, 2008), que procede por proyectos autorreferentes, insensibles al tema de la integracin con el espacio circundante y ajenos a la problemtica del espacio pblico urbano como tejido conector de toda la ciudad. En el caso del centro histrico de la Ciudad de Mxico, los espacios que han sido rescatados hasta ahora no son trata - dos como parte del espacio pblico urbano, sino como lu ga res especiales, casi como enclaves, sometidos a reglas especficas y que es necesario proteger y defen-der del desorden y de las contaminaciones que pueden llegar desde afuera. De este modo, la poltica de reno-vacin ah aplicada amplifica en lugar de disminuir las desigualdades entre los espacios urbanos, generando espacios de primera a un lado de espacios totalmente abandonados y olvidados.

    Para dar cuenta de este proceso, propongo empezar por el concepto de bien comn. En las ciudades con-temporneas ya no puede darse por descontado que el espacio pblico es un bien comn. Sin embargo, desde sus orgenes, el concepto de espacio pblico in dica un lugar cuya naturaleza es distinta de la del espacio privado y que debe ser usado segn reglas pro-pias, especficas, y, sobre todo, comunes y comnmente aceptadas por una diversidad de usuarios. Se tra ta de garantizar el ejercicio compartido de un derecho no exclusivo sobre esta importante porcin del espacio urbano (Duhau y Giglia, 2008).

    Al hablar del espacio pblico como de un bien co-mn es obligatorio referirnos al trabajo de Elinor Os-trom, para mostrar algunas dificultades frecuentes en la gestin de lo comn, que tambin ataen al espacio pblico y que retomar durante el anlisis del caso de estudio. Ostrom (2011) ha realizado una in-vestigacin fundamental sobre la gestin colectiva de los recursos de uso comn (ruC). Su punto de partida es discutir la tesis de que la gestin directa de los bie-nes comunes es imposible, y que la nica forma de administrarlos es privatizndolos o centralizando su gestin en manos del Estado. Para refutar esta te sis, Ostrom ha estudiado por muchos aos las condicio-nes en las cuales es posible que un recurso comn sea utilizado de manera sustentable y autogestionada

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    durante largo tiempo por un conjunto de usuarios. Para ello ha realizado un anlisis comparativo de centenares de casos en todo el mundo, con el objetivo de dibujar una suerte de modelo que incluya todo el abanico de posibilidades abiertas para la accin co-lectiva de un grupo relativamente pequeo, cuando se trata de apropiarse y utilizar un recurso comn. Su conclusin es al mismo tiempo sencilla y asombrosa, adems de que constituye un fundamento para el trabajo de investigacin desde la perspectiva de las ciencias sociales. Su conclusin es la siguiente: para que funcione el uso comn de un recurso, es necesario que haya acuerdo entre los sujetos acerca de las reglas de uso y aprovechamiento de dicho recurso, y este acuerdo es posible en ciertas condiciones. Como es fcil entender, las condiciones para que haya acuer-do en los usos del recurso comn constituyen materia de estudio para las ciencias sociales, junto con el an-lisis de las circunstancias en las cuales ciertas reglas comunes de uso son elaboradas, respetadas, eludidas, ignoradas o infringidas. En palabras de Ostrom:

    cuando los usuarios no tienen un acuerdo comn sobre

    las reglas particulares ni sobre quienes pueden o no usar

    un recurso, se involucran frecuentemente en conflictos

    interminables sobre este problema y no pueden dedicarse

    de lleno a sostener su sistema. De forma similar, no im-

    porta qu tipo de mecanismos de resolucin de conflictos

    se utilice, y de qu manera especfica se haga el monito-

    reo, o qu tipo de sanciones graduales est vigente. El

    he cho importante es que los usuarios locales tengan acuer-

    dos sobre las reglas de definicin de lmites, los meca-

    nismos de solucin de conflictos, los planes de monitoreo,

    las sanciones graduadas apropiadas y sus propias reglas

    relacionadas con otros principios de diseo [2011: 13;

    las cursivas son mas].

    En las metrpolis contemporneas, el tema de lo comn, de cmo reglamentarlo y cuidarlo atraviesa desde sus orgenes los procesos de produccin y de gestin de diversos tipos de espacios habitables. El re-curso comn ms importante en las ciudades es el espacio pblico. Al franquear el umbral de la puerta de la casa o del condominio comienza la gestin del espacio pblico en cuanto bien comn. Siguiendo a Ostrom, para que sea posible esa gestin es necesario un acuerdo entre los usuarios acerca de las reglas

    comunes para su uso. No siempre es fcil lograrlo y en muchos casos las carencias o los conflictos relati-vos al espacio pblico tienen que ver justamente con esa falta de acuerdo.

    Si aplicamos la conclusin de Ostrom a la proble-mtica del espacio pblico de la Ciudad de Mxico, se hacen patentes las muchas dificultades que se gene-ran a la hora de establecer y hacer respetar unas reglas compartidas para el uso de un espacio pblico cualquiera. Es frecuente observar que diversos suje-tos urbanos no comparten las mismas ideas acerca del espacio pblico y sus usos posibles, y estas diver-gencias empiezan por la propia definicin de espacio pblico,2 el cual tiene en la Ciudad de Mxico un estatuto ambivalente: se le considera al mismo tiem-po como pblico y como propio, como un espacio que segn las circunstancias y los intereses, puede ser considerado disponible para objetivos particulares o ms bien destinado a la realizacin del inters general. Una situacin en la que predominan las valoraciones contradictorias y ambivalentes acerca de la natura-leza del espacio pblico y los derechos y atribuciones que los particulares y las instituciones tienen sobre l (Duhau y Giglia, 2008: 506). Buena parte de esta ambivalencia es reforzada por la actuacin inconsis-tente de la autoridad, la cual en sus diversos niveles rara vez opera de manera eficaz y coherente para que las normas oficiales sean respetadas por to dos, y para que los conflictos acerca de los usos posibles sean re-sueltos de modo imparcial y en aras del inters comn (Duhau y Giglia, 2008: cap. 16).

    Pese a estas dificultades e inconsistencias en cuan-to a su gestin, o tal vez ms bien a causa de ellas, el bien comn ocupa un lugar central en las interven-ciones dirigidas a recuperar el espacio pblico urba-no, intervenciones que se dicen encaminadas hacia el comn de los habitantes de la ciudad. Sin embargo, como veremos, ese bien comn en cuyo nombre se llevan a cabo las medidas de recuperacin suele no ser el mismo antes y despus de la renovacin. stas suelen introducir nuevas reglas de uso que son propuestas o impuestas por la autoridad citadina, en lu gar de ser el resultado de un acuerdo entre todos los usuarios. De all que, segn la tesis de Ostrom, en au-sencia de reglas compartidas la gestin colectiva del bien comnespacio pblico no puede funcionar, y de facto no funciona. No es casual que esas reglas

    2 Lo cual se entiende teniendo en cuenta que en la Ciudad de Mxico la mayor parte del espacio pblico no es resultado de una iniciativa de planificacin del territorio urbano de la autoridad pblica, sino de iniciativas particulares de los habitantes, quienes son sus principales hacedores bajo la modalidad de asentamiento colonias populares edificadas mediante la autoconstruccin. Este modelo de asentamiento que no es privativo de los sectores populares (Duhau y Giglia, 2008: 504509; Giglia, 2010) permea las actitudes de los habitantes hacia el espacio pblico y le confiere un estatus intrnse-camente ambivalente.

  • Entre el bien comn y la ciudad insular: la renovacin urbana en la Ciudad de Mxico

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    introduzcan cambios notables en los usuarios del lu-gar y en las formas legtimas de uso, limitando su ac-ceso y su disfrute a ciertos habitantes e impidindo-selo a otros. Y tampoco es casual que reglas de uso diferentes y contrastantes coexistan de una manera no del todo armoniosa. En suma, el tema del consen-so acerca de las reglas se encuentra en el corazn de la problemtica del espacio pblico y sus transforma-ciones recientes. Como mostrar en el siguiente apar-tado, los cambios en las reglas de uso de los espacios pblicos se vinculan tambin con transformaciones re cientes en la naturaleza del espacio pblico urbano, las cuales implican modificaciones radicales en la de-finicin de lo comn y del vivir juntos.

    Los espacios pblicos contemporneos y el urbanismo insular

    El concepto de espacio pblico encuentra su origen y su ms completa expresin en un tipo de ciudad, la ciudad moderna que en Europa corresponde a las expansiones de los ncleos centrales histricos en el siglo xIx y principios del xx, en la cual el espacio p-blico tiene un valor central como ordenador de la re-la cin entre los mbitos pblico y privado, adems de corresponder a determinadas condiciones de la so-ciedad de esa poca, relacionadas con la ampliacin de los servicios pblicos de acceso generalizado para todos los ciudadanos, y que se reflejaron en espacios pblicos que resultaron ser inclusivos en un grado indito hasta entonces (Duhau y Giglia, 2010: 392). Esto no quiere decir que fueran inclusivos para todo tipo de pblico o que no existieran reglas precisas para su uso, todo lo contrario. Desde sus orgenes, el es-pa cio pblico de la ciudad moderna se encuentra aso-cia do con la voluntad de reglamentar y de excluir a algu nos actores del escenario urbano, en especfico a las clases populares, consideradas en ese entonces como clases peligrosas. Por lo tanto, su carcter de espacio inclusivo tiene que ser tomado con las debidas precauciones. Pero sigue siendo verdad que en el mo-delo de sociedad relacionado con la ciudad moderna, y que culmin en las dcadas centrales del siglo pa-sado, el Estado fue quien se ocup de lo comn, en sus diferentes expresiones socioespaciales, gestionn-dolo y cuidando su reproduccin desde el parque barrial hasta las escuelas en sus distintos niveles y los hospitales que atienden a la poblacin de vastos territorios.

    Ahora bien, est claro que hoy en da hemos tran-sitado hacia otro tipo de sociedad y tambin hacia otro tipo de organizacin del espacio pblico urbano. Ha

    habido un relevante proceso de achicamiento del Es-tado como proveedor de servicios y cuidador de lo comn. Muchos servicios y recursos que antes eran p blicos ahora se encuentran privatizados o frag mentados para ser administrados de una manera no cen tra lizada, di rectamente dependiente de ciertos actores urbanos par ticulares. Son stos quienes empiezan a hacerse cargo de lo que era pblico y que ahora se transforma en privado colectivo o en privado de uso pblico. La ciudad tiende a constituirse en un conjunto de micrordenes, regidos por distintos actores, grupos de ha-bitantes y empresas que apuntan a ser relativamente autnomos y autorreferenciales. En estas nuevas con-diciones la gestin pblica de la ciu dad se hace cada da ms difcil.

    As como han cambiado las circunstancias que hi-cieron posible la ciudad moderna, est modificndose la forma de organizar y concebir los espacios pblicos, que ya no corresponden a las funciones que tuvieron hace un siglo y medio. Se asiste a fenmenos de cre-ciente privatizacin y especializacin de los espacios pblicos asociados a la proliferacin de espacios cerrados de propiedad privada pero de uso pblico que suelen regirse por reglas propias emblemtico el caso de los centros comerciales y que funcionan como islas potencialmente autosuficientes y desvinculadas del espacio circundante, resultado de lo que se ha propuesto llamar urbanismo insular (Duhau y Giglia, 2008) por sus escasas conexiones con el resto del tejido urbano, y por la pretensin de construir una dimensin del adentro significativamente distinta de la del afuera.

    En las ltimas tres dcadas, este fenmeno se ha hecho presente en muchas grandes ciudades al pro-ducir nuevas formas arquitectnicas articuladas a nuevas prcticas urbanas. Estas nuevas arquitecturas se relacionan no slo con la privatizacin creciente del espacio residencial de proximidad (gated communities, conjuntos residenciales y barrios cerrados de distintos tipos), sino con nuevas modalidades de or-ganizacin de las actividades vinculadas a la direccin empresarial y financiera, al consumo y a la gestin del tiempo libre. Estas ltimas actividades se realizan cada vez ms en espacios arquitectnicos especficos, como los edificios inteligentes, que albergan oficinas de em-presas globales, diferentes tipos de centros comercia-les, parques temticos, clubes, hoteles, centros cultu-rales y de convenciones, etctera. En su interior, los artefactos de la ciudad insular gozan de una relativa autosuficiencia respecto de las funciones a las que estn destinados, y se proponen como lugares don de es posible concentrar y resolver un conjunto de necesida-des propias de la vida urbana. A estas caractersticas

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    se suma otra, la ms evidente desde el punto de vista del usuario: su carcter defensivo en relacin con el entorno. Se trata de espacios que, adems de estar f-si camente bien delimitados, a menudo estn protegidos por diferentes sistemas de seguridad (barreras fsicas de distintos tipos, cmaras fotogrficas, presencia de personal de vigilancia especializado) y se caracterizan por tener dispositivos de acceso que im plican un con-trol de la identidad del usuario o el pago de un boleto de ingreso. En suma

    Son espacios que por su morfologa y su lgica de fun-

    cionamiento se oponen, de facto aunque no siempre de

    manera explcita, a lo que ha sido considerado como un

    requisito fundamental de la vida urbana en la ciudad

    moderna: el libre trnsito [Bidou y Giglia, 2012: 10-11].

    La presencia creciente de los espacios insulares, en la forma tanto de lugares privados para el uso p-blico (centros comerciales, edificios de oficinas, par-ques, etctera) como de lugares que privatizan una porcin del espacio de proximidad colocndolo en el adentro (conjuntos residenciales cerrados o calles pri-vatizadas), obliga a repensar la definicin cannica de espacio pblico en cuanto lugar abierto, incluyen-te, de libre trnsito y puesto bajo el dominio pblico, en donde es posible el encuentro entre sujetos diversos. Los espacios del urbanismo insular no slo contradi-cen todos estos atributos sino que aspiran, mediante la exacerbacin de la reglamentacin y del control interior, a representar una respuesta a las con diciones de incertidumbre propias de la sociedad y de la vida urbana contemporneas. Uno de sus principales atrac-tivos consiste en la oferta de mbitos de certidumbre, posible gracias a los dispositivos de control y de re-glamentacin de lo interior. Estos ltimos van mucho ms all de la preocupacin por la inseguridad que sin duda existe y apuntan a controlar desde el tipo de pblico asistente hasta las condiciones del am-biente interior (limpieza, msica, decoracin, equipa-mientos, horarios, circulacin, etctera) asociadas a ciertas dimensiones de la vida (la residencia, el con-sumo, la direccin empresarial y financiera, la diver-sin y el descanso). En trminos generales, el urba-nismo insular pone en cuestin la viabilidad de la ciudad en cuanto mbito del vivir juntos, ya que su lgica de funcionamiento se basa en la separacin de actividades, en una actitud defensiva respecto de su entorno y en la fragmentacin del tejido urbano. Por lo que respecta a los usos posibles de los espacios insulares, stos no son obvios ni sencillos. En efecto, se trata de verdaderos sistemas expertos, segn la definicin de Giddens, es decir, de un tipo de lugares

    que requieren un conocimiento especfico acerca de cmo se deben usar, justamente porque las reglas que los rigen no son pblicas sino privadas, y adems su vigencia es exclusiva de ese espacio en particular, de modo que se inclinan a conformar lo que hemos pro-puesto llamar micrordenes, mbitos desvinculados de su entorno y regidos por una reglamentacin sui generis y elaborada ad hoc (Duhau y Giglia, 2012).

    La lgica de la insularidad no es exclusiva del es-pacio producido por el sector privado, y que esparce en el entorno urbano un sinfn de artefactos inconexos y casi siempre estorbosos, sino que tiende a permear el modus operandi de las instituciones pblicas en su lgica de intervencin en el espacio, generando adems tensiones y contradicciones concretas entre la retri-ca del bien comn y la lgica insular, con su orientacin intrnsecamente excluyente. En el caso de la interven-cin institucional sobre los espacios pblicos, la lgi-ca insular se manifiesta en la proclividad a actuar por proyectos, es decir, una intervencin dirigida hacia reas delimitadas y especficas, no conectadas con su entorno, en las que suele procurarse una hiperregla-mentacin, en contraste con las reglas de uso exis-tentes afuera del permetro de la intervencin. Como veremos, el caso de la Alameda Central anlogamen-te a lo que sucede con las intervenciones realizadas en el primer cuadro del centro histrico se inserta en esta lgica insular al mismo tiempo que ejemplifica sus contradicciones, en especial entre el discurso que justifica y legitima la intervencin que apela al espa-cio pblico como bien comn y al beneficio de todos y la praxis de la intervencin que se basa en la lgica del espacio insular, productor de un microorden delimitado, semicerrado e hiperreglamentado. En el siguiente

  • Entre el bien comn y la ciudad insular: la renovacin urbana en la Ciudad de Mxico

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    apartado se propone una lectura de la reciente remo-delacin de la Alameda Central como un intento no exitoso de producir un microorden insular, promovi-do esta vez por la autoridad citadina y no por el sector privado.

    La renovacin de la Alameda Central: del abandono al rescate 3

    En muchas ciudades del mundo existen polticas y planes para valorizar el espacio pblico situado en las reas ms cntricas. Se trata de acciones que incluyen la patrimonializacin, recuperacin y rehabilitacin de edificios y espacios de inters o propiedad pblica; programas de ayuda al remozamiento de las fachadas de edificios de propiedad privada; polticas culturales que favorecen la presencia de artistas y pblicos es-pecficos; reglamentos para los usos de la calle, etc-tera; acciones que apuntan a un cambio en la imagen y, en el mejor de los casos, tambin en la calidad y la accesibilidad del espacio urbano. Su objetivo es jus-tamente valorizar el lugar, es decir, el aumento de valor del lugar tanto en trminos econmicos como en

    el de su significado social y su carcter de lugar em-blemtico para una ciudad o un pas. A su vez, esta valorizacin es la base para una ulterior produccin de valor, pues en la lgica econmica capitalista el es-pacio urbano es utilizado como una herramienta para producir valor (Lefebvre, 1968; Harvey, 2004; Topa-lov, 1979).

    Como ya se mencion, las polticas de valorizacin de los centros histricos estn presentes en muchas ciudades. Sin embargo, los procesos concretos y los efectos de dichas polticas son nicos en cada caso. En la Ciudad de Mxico estamos presenciando una dinmica de valorizacin del espacio que busca posi-cionar favorablemente a la urbe en el escenario de la competencia global por los flujos de inversin.4 Estas operaciones suelen legitimarse mediante argumentos que aluden a las virtudes de lo comn y de la inclusin social. En una sociedad cada vez ms desigual, como la mexicana, es fcil entender que la inversin inter-nacional y la inclusin de todos no siempre van de la mano. En el centro histrico, frecuentado masivamen-te por los sectores populares, las polticas recientes se encuentran en una posicin ambigua, entre un dis-curso formalmente incluyente, por un lado, y, por el

    Foto 1. Advertencias sobre el buen uso del espacio pblico en una calle del centro histrico de la Ciudad de Mxico; cartel pegado en un

    puesto de peridicos. Foto de la autora, mayo de 2013.

    3 Este apartado se basa en lecturas de los peridicos la Jornada y Reforma y en repetidas visitas etnogrficas entre junio de 2011 y junio de 2013.

    4 Ntese que De enero a septiembre de 2013, Mxico registr 28 mil 233.8 millones de dlares (mdd) por concepto de in-versin extranjera directa (Ied), cifra 116% mayor al monto originalmente reportado para el mismo periodo de 2012, que fue de 13 mil 045.1 mdd [21 de noviembre de 2013].

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    otro, proyectos de intervencin y de reglamentacin de los espacios cuyos efectos buscan excluir a ciertas poblaciones. Vale la pena reportar in extenso los princi-pales ejes del punto de vista institucional respecto del llamado rescate del espacio pblico y revalorizacin del centro histrico, a partir del ltimo informe de gobierno de Marcelo Ebrard, a finales de 2012, tenien-do en cuenta que buena parte de las polticas vigentes se mueven, en trminos generales, con base en una clara continuidad con lo realizado en el periodo de 2006 a 2012. En el sexto informe de gobierno de Marcelo Ebrard se puede leer lo siguiente, a propsito del cen-tro histrico de la Ciudad de Mxico:

    La rehabilitacin del Centro Histrico ha puesto nfasis

    en el mejoramiento de calles, plazas y jardines, para

    brindar a la ciudadana condiciones de seguridad, fun-

    cionalidad y belleza. Progresivamente, se ha ido recupe-

    rando la red de plazas y jardines histricos y mejorando

    la apariencia y funcionalidad de calles y avenidas con

    espacios ganados para el peatn. El Centro Histrico vive

    una nueva poca; han llegado nuevos residentes y hoy

    es uno de los lugares ms fotografiados y filmados de la

    Ciudad. La revitalizacin del Centro Histrico es un proce-

    so de mediano y largo plazo; la gua para su revitalizacin

    y gestin cotidiana qued plasmada en el Plan Integral

    de Manejo del Centro Histrico de la Ciudad de Mxico

    2011-2016. Nuestro Centro se convirti en uno de los pri-

    meros de Latinoamrica que cuentan con este documen-

    to, el cual precisa proyectos y obras importantes como

    metas de largo alcance elaborados y planeados, respec-

    tivamente, con la participacin de especialistas, acad-

    micos, vecinos, y representantes del sector privado y

    social.

    Por su enfoque integral ha llamado la atencin de

    otros en Amrica Latina. Ese inters ha sido su mayor

    reconocimiento [] Este gobierno construye una Ciudad

    de la gente en donde los ciudadanos la disfruten y sien-

    tan suya, por eso, el desarrollo urbano se enfoca en la

    revaloracin de los espacios pblicos para que el Distri-

    to Federal sea un motivo de orgullo e identidad para sus

    habitantes.

    En 2012, el Centro Histrico de la Ciudad de Mxico

    fue uno de los seis lugares del mundo ms compartidos

    en las redes sociales, un sitio histrico, un espacio p-

    blico accesible a todos, pero tambin, importante resulta

    el reconocer el proyecto de gobierno que condujo a su

    recuperacin.

    En 6 aos de gobierno, el Centro Histrico de la Ciu-

    dad de Mxico se llev a otro nivel al consolidar su recu-

    peracin como el espacio pblico emblemtico de Mxico,

    el mejoramiento notable de sus calles, plazas y jardines

    pblicos, su nuevo uso como escenario de actividades ar-

    tsticas y comunitarias subrayan su vitalidad y perma-

    nente renovacin.5

    En este documento aparecen con claridad la tenta-tiva de promover la ciudad en el escenario internacio-nal del turismo y los negocios, la existencia de un plan integral para el centro histrico y la intencin de que las acciones de mejora sean benficas para usuarios definidos como la gente, los ciudadanos, para quienes se busca que el espacio pblico sea accesible a todos. Sin embargo, como en el caso de la Alameda, esos todos resultan ser otros respecto de los usuarios del parque antes del programa de recuperacin. As que el proyecto de recuperacin marca un antes y un despus no slo en la imagen del lugar sino en el pblico al que va dirigido el espacio. Los beneficiarios de la renovacin, en suma, lejos de ser todos, son en realidad un pblico bastante especfico, que est muy lejos de incluir a todos.

    Como es sabido, la Alameda Central es el parque ms antiguo y tradicional de la Ciudad de Mxico. Fue fundado en 1592 por una iniciativa del virrey Luis de Velasco, con el objetivo de tener un parque ornamen-tal y recreativo a la orilla de la ciudad, del lado po-niente, marcando as implcitamente la direccin de la sucesiva expansin de la urbe. El parque tuvo des-de sus inicios una traza bien elaborada y varias fuen-tes ornamentales. Los lamos iniciales que le dieron su nombre fueron sustituidos por fresnos, considera-dos ms resistentes y adecuados para ofrecer sombra a los visitantes del parque.

    Antes de su remodelacin en 2012, la Alameda se encontraba en un estado de evidente descuido y de-gra dacin, con el mobiliario roto o en mal estado, la vegetacin desbordada, las fuentes apagadas o se mi-des truidas. Con todo, no se trataba de un espacio vaco. Era ms bien un sitio polismico y polifuncional donde solan encontrarse un sinnmero de personas muy distintas, procedentes de toda el rea metropo-litana. Era utilizado de manera intensiva en particular por ciertas poblaciones urbanas, casi siempre mar gi-nales o pobres. Especialmente en los fines de semana era el espacio privilegiado de trabajadoras domsticas de origen indgena, familias de sectores populares, soldados procedentes de provincia, indigentes, hom-bres y mujeres practicando la prostitucin de forma semiencubierta, grupos religiosos, vendedores am-bulantes, mimos, payasos y merolicos. Esta gran va-riedad de usos populares hacan de la Alameda un

    5 [6 de julio de 2013].

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    espacio de encuentro y un lugar para estar en el cen-tro de la ciudad. Cabe destacar que la presencia do-minante de estos usuarios no impeda que eventuales transentes de clase media disfrutaran tambin del parque, de la sombra de sus rboles y del ambiente popular y tpico de sus fines de semana.

    Pese a lo anterior, como si se tratara de ignorar y de este modo deslegitimar estos usos populares, el discurso de las autoridades para justificar los traba-jos de remodelacin hablaba de un espacio abando-nado que por su estado de degradacin y de descui-do ya no era posible frecuentar. El discurso acerca de la remodelacin planteaba la necesidad de reapropiar-se la Alameda por parte de una ciudada na que es-taba excluida de su uso. Cabe preguntarse para quin el parque no resultaba atractivo, puesto que s lo era para algunos. El peridico Milenio del 6 de marzo de 2012, al relatar el comienzo de la obra de remoza-miento y refiriendo las palabras del arquitecto Felipe Leal, en ese entonces secretario de Desarrollo Ur bano del Distrito Federal, anota que las obras incluyen limpia, iluminacin y remodelacin de fuentes y es-tatuas; retiro de ambulantes, y aumento de la segu-ridad, para que el espacio pblico sea accesible para todos los sectores de la poblacin. El mismo se cretario sostuvo que esos trabajos buscan hacer que la Ala-meda recupere su entorno urbano y sea completa-mente accesible, como hace 200 aos, cuando acudan los jvenes en busca de pareja. En efecto, desde an tes de la remodelacin ya acudan al parque unos jve-nes buscando pareja. No obstante, por su clase social popular y por su apariencia indgena, su presencia no es registrada o bien no es considerada como deseable.6

    El periodo en el que se llevaron a cabo los trabajos de remozamiento de marzo a noviembre de 2012 posibilit reforzar esta idea y preparar el terreno para los nuevos usos que se pretenda asociar al parque renovado. Las imgenes impresas en la lona que du-rante estos meses rode el permetro de la obra ilus-tran con claridad los usos que se consideraban de-seables y propicios para este lugar renovado. Vemos una pareja con nios pequeos en una carriola, una seora con una bolsa del mandado, una persona con un perro amarrado, unos jvenes que caminan juntos. Pero no hay nadie sentado en las bancas, es ms, no hay bancas, sugiriendo que el parque debe ser usado slo para transitar y no para permanecer all. Tampo-co se ven los usuarios que eran los ms comunes antes de la remodelacin: los ambulantes y los indi-

    gentes, las parejas indgenas, los jvenes militares en sus horas de descanso, los grupos religiosos y quienes se reunan los fines de semana para bailar no estn contemplados. En suma, las imgenes de los usos per-mitidos siguiendo el mensaje pedaggico de la lona nos proponen unos habitantes urbanos ejemplares: que no molestan, no se renen, que circulan a solas o cuando mucho en parejas, y que de preferencia se encuentran de paso para ir a algn otro lado. Son tran-sentes, en el sentido ms preciso, que atraviesan un lugar cuya funcin parece reducida a la de un decora-ti vo espacio de contemplacin y de circulacin. Estos ha bitantes ejemplares son sobre todo aquellos que ha- cen un uso limitado y superficial del espacio pblico, como si fuera un simple fondo, o el escenario donde transitar como comparsas de una vida urbana reduci-da a su versin ms esterilizada y no conflictiva.

    En lnea con esta aspiracin a una imagen urbana higienizada, llaman la atencin las palabras del jefe de Gobierno durante la inauguracin del parque, que cito de memoria, cuando dijo : se debe hacer todo lo posi-ble para que el parque de ahora en adelante se man-tenga as como est y no sea usado por los ambulantes y por los indigentes. Se entiende que este nuevo par-que est destinado a ser una suerte de sala de recep-cin de la ciudad, frente al mundo del turismo y de los negocios que cada da visitan con mayor frecuen-cia la capital. Cabe preguntarse por cunto tiempo la Alameda as arreglada lo grar mantenerse a la altura de los supuestos estndares de un espacio global. En los discursos de la inauguracin, los insistentes lla-mados a mante ner la limpia y bien cuidada dejan en-trever la preocupa cin de las autoridades capitalinas de que esto no ser nada fcil. Lo ms probable y lo ms fcil es que los usos populares indeseables se impongan. Y esto ser resultado no slo de las nece-si dades propias de esas po blaciones sino, al mismo tiem po, de la inconsistencia de las autoridades para garantizar el cumplimiento de las nuevas reglas de uso del parque (foto 2), adems de la evidente falta de una poltica integral de combate a la pobreza y de atencin a las poblaciones de in di gentes que vi-ven en las calles de la ciudad y especialmente en su centro histrico.

    Una visita a la Alameda, a los seis meses de su re-modelacin, confirm la relativa debilidad de los propsitos reordenadores de las autoridades locales y la persistencia del orden informal popular que se impone mediante las prcticas de apropiacin del espacio. La

    6 En ese artculo se relata tambin un desalojo de varias decenas de puestos ambulantes sin negociacin previa ni ofreci-miento de alternativas para su relocalizacin [6 de julio de 2013].

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    tarde del sbado 1 de junio el parque estaba lleno de una mul titud perteneciente a los sectores populares y es casas clases medias, en actitud de paseo y curio-sean do en plan familiar o en parejas. No faltaban unas pocas personas con perros y unos cuantos jvenes con patines, mientras que la polica brillaba por su ausencia. Eran las cinco de la tarde y haca un calor inmenso. En una de las fuentes del parque varios jve-nes y nios jugaban adentro del agua, echndose chorros los unos a los otros; deban de ser amigos que llegaron juntos. Los nios ms pequeos estaban su-mer gidos en el agua como en un chapoteadero, la mayo- ra de ellos completamente vestidos, hasta con zapatos, pero otros, ms precavidos, estaban en cal zones o en traje de bao y haban dejado su ropa al cuidado de sus padres. Los adultos alrededor de la fuente te nan ca ras contentas con un poco de envidia por el alivio del calor del que gozaban sus hijos estando en el agua. Algunas mams y abuelas llevaban toallas y una muda de ropa para que los nios se cambiaran al salir del agua. Otras estaban sentadas en las bancas semicir-culares de piedra que rodean la fuente, ocupadas en secar y vestir a sus nios despus del bao.

    Un elemento esencial de la remodelacin son las plantas que han sido colocadas debajo de los rboles. Han crecido bien y cumplen a la perfeccin con el papel de impedir que el pblico se acueste encima de ellas. Se trata de arbustos de lavanda bastante altos y de una planta rastrera de la familia de las suculen-tas, de un verde intenso, que ha cubierto de manera

    uniforme la tierra con un tapete muy espeso sobre el cual no es posible acostarse sin maltratarlo y man-charse la ropa. As que el nico espacio donde podra uno acostarse es en la orilla de este tapete verde. Pero casi nadie la aprovecha. Todos, o casi todos, prefieren sentarse en las bancas, atestadas por todo tipo de per-sonas, en su mayora de sectores populares y de aires provincianos. Muy escasos turistas. Parejas relajadas en actitud de cortejo, grupos de jvenes, ancianos sen-tados descansando. Familias extensas que incluyen a varias generaciones se toman la foto en recuerdo de su da de paseo por la Alameda. Slo una pareja, al-rededor de los 30 aos, con dos nios pequeos, est sentada en la tierra debajo de un rbol, casi a la ori-lla del corredor. De hecho no estn muy adentro del jardn, sino justo en el borde. El hombre est recarga-do en el tronco del rbol, con aire satisfecho pero au-sente, tiene la mirada inmvil delante de s, pareciera estar bajo el efecto de la marihuana o del alcohol; su mujer est sentada a su lado en ac titud de alerta, con ella cruzo brevemente la mirada, me parece que est preocupada por su compaero, supongo que se pregun-ta qu hacer, o simplemente espera que se reponga, mientras los nios revolotean alrededor, a poca distan-cia. Unos metros ms adelante, el Hemiciclo a Jurez est lleno de personas sentadas en el mrmol, buscan-do la sombra como si es peraran a alguien o simple-mente descansando y viendo quin pasa.

    Mientras camino por los amplios corredores miran-do la vegetacin observo que del tupido tapete verde

    Foto 2. Un cartel exhibe las nuevas reglas de uso de la Alameda Central e invita al cuidado de la misma en nombre del bien comn, patrimonio de todos.

    Foto de la autora.

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    sobresalen muchas hierbas silvestres, algunas ya muy altas, como de un metro; tienen espinas y no fal-tan entre ellas algunas ortigas. Es el signo de que no ha habido una intervencin de jardinera para man-tener limpio y bien cuidado el lugar, como se prome-ti el da de la inauguracin. Por fortu na lo estn regando, veo que sale agua de unos dispositivos me-tlicos giratorios que esparcen un chorro de modesta envergadura sobre la superficie verde debajo de los rboles. Intento cruzar la avenida Jurez y constato que el semforo peatonal est fijo en rojo, no hay ma-nera de caminar hacia el otro lado, donde estn los hoteles y las tiendas, a menos de lanzarse en el ro de autos mientras estn detenidos por el alto del sem-foro que est a 100 metros hacia el poniente. La es-tructura de la vialidad y el semforo descompuesto contribuyen a hacer de la Alameda Central una suer-te de isla. Pero los empeos de exclusin de las pobla-ciones marginadas y la colocacin de carteles donde se exhibe un reglamento con intentos claramente civi-lizatorios no parecen haberse impuesto del todo (fo-tos 1 y 2). Al contrario, muestran su fragilidad frente a la fuerza y la persistencia de los usos populares y a la ineficiencia en el cuidado del lugar por parte de las instituciones encargadas.

    Conclusiones: las metamorfosis de lo pblico y el sentido de lo comn

    Lo que los distintos actores hacen con el espacio p-blico urbano slo se puede entender cabalmente si nos preguntamos por las reglas implcitas y explci-tas que reflejan sus prcticas cotidianas. Un aspec-to fundamental de las reglas de uso comn de un espacio tiene que ver con el tema del cuidado, con sus repercusiones, empezando por los significados y va-lores implcitos en la prctica de cuidar el espacio p blico en cuanto bien comn. Este cuidado est a cargo de la autoridad y conlleva un conjunto de ope-raciones de mantenimiento recurrentes y rutinarias, adems de, eventualmente, reglamentar los usos po-sibles de dicho espacio. Para los habitantes significa actuar en una relativa sintona con estas reglas y esto es posible cuando se les reconoce un cierto sentido comn.

    Cabe interrogarse por el sentido de las prohibicio-nes que se quisieron imponer en la renovada Alame-

    da Central: prohibido andar en patines, patinetas, bicicletas; prohibidos los perros, la venta ambulante y la prestacin de otros servicios, etctera.7 El con-junto de estas prohibiciones limita sobremanera sus usos posibles y lleva a una situacin en la que las nicas prcticas permitidas se reduciran al trnsito peatonal y a la contemplacin estetizante del parque. Aunque se quisiera admitir que estas proscripciones son apropiadas cosa que dudamos, prohibir ciertos usos sin proporcionar el mantenimiento adecuado del espacio no equivale a cuidar el lugar.8

    El entendimiento acerca de reglas comunes regre-sando a Ostrom debe ser compartido y aceptado por todos los involucrados, empezando por aquellos acto-res institucionales que estn a cargo del lugar. Sin una actuacin consistente de la autoridad, es difcil esperar que los usuarios respeten un conjunto de prohibicio-nes que no se encuentran en sintona con el sentido comn y con los usos previos y muy arraigados del parque. En el caso de la Alameda Central de la Ciudad de Mxico, las autoridades y los habitantes tienen una actitud ambivalente en cuanto a este tema. Si quisira-mos recabar una conclusin general al respecto, po-dramos decir que los avatares recientes del espacio pblico en la Ciudad de Mxico sirven como una leccin en torno a la naturaleza ambigua de lo comn en las sociedades contemporneas y las derivas hacia la lgica insular que produce micrordenes relativamente aislados los unos de los otros.

    En efecto, basta observar los alrededores de la Ala-meda para darse cuenta de que la lgica insular opera no slo en el intento de defender el espacio del par que renovado, sino en la forma en que son aleja dos de l los eventuales usuarios indeseables. Pa rece que lo primordial es mantenerlos a raya, no impor ta que sea a pocos metros de distancia ni que su aglomeracin en ciertos espacios cercanos genere verdaderas bolsas de pobreza, malestar social e ilega lidad en altas concen-traciones. Dos calles ms al nor te, pa sando la ave nida Hidalgo, estn decenas de in di gentes y un tianguis de productos de reso de nfima calidad. Los otros habitantes que animaban el parque, como los merolicos, los jugadores de ajedrez, los indi gentes alcoholiza dos, los vendedores de drogas y de sexo se encuentran aho-ra obligados a no comparecer y a mantenerse al mar-gen, invisibilizados e invisibles, hasta donde el ham-bre se los permita.

    7 Llama la atencin que no se haya prohibido de manera expresa la mendicidad, pero, pensndolo bien, no era necesario, ya que existe una Ley de Cultura Cvica que lo establece con precisin.

    8 En otras palabras, si no se quita la maleza y no se riegan las plantas con regularidad, no ser suficiente sancionar acos-tarse debajo de los rboles para que los jardines tengan un aspecto agradable. Si no se barre y no se limpia el piso de manera cotidiana, no bastar impedir el paso con patines o con perros.

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    En otra parte, muy cerca de all, estos habitantes rechazados han ido creando su propio microorden, una mezcla de rasgos pintorescos definitivamente des-valorizados, solidaridades cuyo fin es la supervivencia y prcticas ilegales toleradas por la polica a cambio de algo. Sucede en un rea limtrofe, en la llamada Plaza de la Solidaridad, justo enfrente del museo don-de se conserva el mural de Diego Rivera intitulado Sueo de una tarde dominical en la Alameda central (1947), en el cual el artista dibuj a la sociedad mexi-cana de la poca. Y en otra rea, muy cercana, sobre el lado poniente del Eje Central, enfrente de la Plaza Garibaldi (tambin arreglada para fines tursticos), una gran cantidad de personas desamparadas yace en las banquetas ante la indiferencia de los transentes.

    En suma, a pocos metros de esas islas de renova-cin urbana que son la Alameda Central y la Plaza Garibaldi siguen estando presentes las poblaciones urbanas ms marginadas, ignoradas por la polica y por las autoridades. Del otro lado del parque, en la calle Revillagigedo, muy cerca del lujoso hotel Excl-sior y del magnfico Museo de Arte Popular, meta de turistas de todo el mundo, jvenes de origen indgena pertenecientes a los sectores ms pobres se renen los fines de semana en unos antros de nfima catego-ra. Es posible que algunos de ellos sean quienes an-tes solan encontrarse a la sombra de los rboles de la Alameda. Si miramos a los alrededores del parque, es fcil descubrir un mundo de marginacin y de in-digencia extrema, que es mantenido a las orillas, afue-ra del permetro del parque, sin tener en cuenta que de este modo se favorece la creacin de bolsones de miseria justo en el permetro ms valorizado del cen-tro histrico de la ciudad.

    Lo que orienta la actuacin de las autoridades en cuanto al control del territorio en el proceso de renova-cin urbana del centro histrico es una lgica insular, abocada a producir territorios diferenciados e inco-municados los unos de los otros. La hiperreglamen-tacin de un espacio renovado y representativo va a la par con la relativa tolerancia de la ilegalidad y el

    descuido en el cual son dejadas las zonas limtrofes, desatendidas por las instituciones y en las cuales rigen los arreglos informales de la calle, sujetos a una permanente renegociacin.9 Es oportuno recordar que el orden espacial asociado a la lgica del urbanismo insular contemporneo, a su vez vinculado a ciertas po lticas del control policiaco del territorio, resulta pre-cario por su propia naturaleza, aun cuando se quiera defenderlo o imponerlo con las armas, como en ciertos momentos cruciales. La tragedia del 1 de diciembre queda all sin tener todava una explicacin oficial plausible para demostrarlo.10 El exceso de reglamen-tacin pue de ceder el paso al descontrol total de un da para otro.

    Las intervenciones como la renovacin de la Ala-me da Central conllevan el riesgo de dibujar una ciu-dad de espacios sometidos a regmenes diferenciados, donde algunos tienen ms derechos que otros y donde lo comn ms all de los llamados retricos se frag-menta en un archipilago de lugares que no compar-ten las mismas reglas de uso ni el mismo senti do para distintos actores; una ciudad donde la diferen cia cin de los espacios y el cuidado diferencial que se brin da a los distintos lugares pblicos se convierten en un factor de acrecentamiento de las desigualda des socia-les y econmicas. Se acondicionan los mejo res es pacios para ciertos actores, por ejemplo los eje cutivos globa-les y los turistas, mientras que para otros se reducen cada da ms los espacios habitables, des de donde poder afirmar su derecho a la presencia en la ciudad. Se generan mbitos ms o menos homogneos, regidos por reglas especficas, para sujetos que son concebi-dos como diferentes y desiguales en cuanto a la le-gitimidad de su presencia en la ciudad y al uso que pueden hacer del espacio urbano; una ciudad en la cual el cuidado diferencial del espacio pblico urbano dificulta al transente caminar con libertad y con el mismo derecho entre una porcin y otra del espacio urbano. El espacio pblico contemporneo se parece cada vez ms a un recorrido azaroso por espa cios fragmentados y discontinuos en los que el paso entre

    9 Es fcil suponer que a los turistas que salen del hotel Parque Alameda se les imparten indicaciones precisas acerca de los espacios donde pueden permanecer y aquellos donde no deben ingresar. Y cuando un extranjero se atreve a circular en el centro y a introducirse en los antros de la Plaza Garibaldi sin las debidas precauciones se expone a lo que le ocurri al nieto de Malcom X, asesinado a golpes por rehusarse a pagar una cuenta exageradamente inflada en un bar de esa plaza. Este suceso por s solo es ms que suficiente para evidenciar la fragilidad del orden que se quiere imponer en el centro de la ciudad y del cual la Alameda Central renovada debera ser el punto de referencia ejemplar.

    10 El 1 de diciembre de 2012, en protesta contra la toma de posesin de Enrique Pea Nieto, grupos de manifestantes rea-lizaron destrozos a lo largo de la avenida Jurez y en el interior de la Alameda recin remozada, ante los ojos de la polica. Las fuerzas del orden primero no reaccionaron, frente a lo que pareci a algunos la actuacin de un grupo de provocado-res deliberados; pero unas horas despus procedieron a arrestar de manera indiscriminada a otros manifestantes, en su ma yora desvinculados de los desrdenes sucedidos antes. En lo que respecta al tema del remozamiento del parque, lo sucedido el 1 de diciembre demuestra con creces la fragilidad de la nueva imagen urbana y del nuevo orden vinculado a la imagen de ciudad de vanguardia.

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    unos y otros marca fronteras invisibles, aunque no por eso menos presentes. En estas condiciones, que-da fuera del horizonte la posibilidad de un espacio comn que sea realmente de todos.

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