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ANTONIO LUIS GARCÍA RUIZ
JOSÉ ANTONIO JIMÉNEZ LÓPEZ
EL VALOR FORM ATIVO
Y LA ENSEÑANZA
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GRANADA
2010
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PRÓLOGO
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación
de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción
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Diríjase a CEDR O Centro Español de Derechos Reprográficos —www.cedro.org
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© ANTONIO LUIS GARCÍA RUIZ.
JOSÉ ANTONIO JIMÉNEZ LÓPEZ.
© UNIVERSIDAD DE GRANADA
EL VALOR FORMATIVO Y LA ENSEÑANZA
DE LA HISTORIA
ISBN: 978-84-338-5104-8. Depósito legal: Gr./ 1.842-2010
Edita: Editorial Universidad de Granada.
Campus Universitario de Cartuja. Granada.
Diseño de cubierta: Josemaría Medina
Fotocomposición: García Sanchís, M. J., Granada.
Imprime: Imprenta Santa Rita. Monachil. Granada.
Printed in Spain
mpreso en España
Durante mucho tiempo circuló en los medios académicos la especie de
que el historiador era el erudito e intelectual que menos se preocupaba de
reflexionar sobre la naturaleza misma del objeto de su ciencia, la Historia,
sobre las características de su oficio, el de investigar y escribir esa Historia,
y, en definitiva, sobre los entresijos y destrezas que la investigación de la
Historia supone. La razón de esta renuncia parecía clara, al menos a algunos
de los observadores: al fin y al cabo, decían, la investigación de la Historia
(la historiografía) no es sino una prolongación de la l iteratura y como tal
nació la escritura de la Historia fomentada casi siempre desde el Poder. La
escritura demandaba, pues, más arte que
ciencia.
Una de las primeras llamadas de atención sobre esta realidad la llevó a
cabo hace aproximadamente un siglo el notable historiador y propulsor de
proyectos historiográficos, el francés Henri Berr. Hablaba éste al comenzar
el siglo XX de una crisis de la Historia debida precisamente a que «un exce-
sivo número de historiadores jamás reflexionaron sobre la naturaleza de su
ciencia». Una penetrante afirmación que, con todas las matizaciones preci-
sas y procurando no generalizarla de forma absoluta. parecía reproducir con
bastante exactitud la realidad en el campo de la Historiografía.
¿Es posible hoy mantener esta misma opinión? ¿Siguen los historiado-
res (y los didactas de la Historia también) siendo poco propicios a reflexio-
nar sobre su «ciencia»? El autor de este Prólogo escribía todavía al comien-
zo del siglo XXI en 2001, exactamente— que «por desgracia, no parece
haber razones para cambiar su sentido (el de las palabras de Berr)... el pro-
blema de la reflexión de, cuando menos, la mayoría de los historiadores 'so-
bre la naturaleza de su ciencia' sigue en pie». Y escribía tal cosa al comen-
zar el texto de la segunda edición de una contribución a esa reflexión, mi
texto
La investigación histórica. Teoría y Método.
Diez años después de haber escrito tal cosa, no creo que semejante crite-
rio pudiese ser mantenido sin sustanciales variaciones. El libro cuyos autores
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me hacen el honor de permitirme prologar es una notoria prueba de ello. Y
por dejar constancia de la modificación operada en el trabajo de los historia-
dores y didactas, en la preocupación por el contenido de nuestra ciencia y, lo
que no es menos importante, en la dedicación a la enseñanza de una materia
de la trascendencia de ésta, me complace especialmente abrir este texto con
unas modestas palabras. La actual preocupación por la Historia y su enseñan-
za tiene poco que ver con el panorama de hace no más de un decenio.
La primera gran novedad en la aportaciones a la reflexiones sobre la
Historia y la Historiografía se produjo ya al final del primer tercio del siglo
pasado. La pionera del cambio fue, sin duda, la benemérita escuela francesa
de los
Annales,
con figuras de universal relieve como Marc Bloch, Lucien
Fébvre y sus continuadores, entre los que se han sucedido varias generacio-
nes representadas especialmente por Braudel, Le Roy-Ladurie, Furet, Nora,
hasta llegar a Lepetit y otros muchos. Pero no todos los esfuerzos cayeron
del lado de los ~alistes
En esta nueva perspectiva no podría dejar de se-
ñalarse la contribución de la historiografía marxista, del cuantitativismo y
de otras muchas corrientes que han hecho de la Historiografía una actividad
científica e intelectual del relieve de lo que contemplamos hoy. Las circuns-
tancias históricas en que se han desenvuelto la segunda mitad del siglo pasa-
do, la extensión del interés por el pasado y sus traumas que hemos vivido en
los últimos tiempos, tiene mucho que ver con este panorama. España no ha
estado tampoco, en forma alguna, al margen de este cambio de perspectivas,
prueba de lo cual serían aportaciones que comenzaron con la insigne obra
de Rafael Altamira, con su ejemplar dedicación a los problemas del estudio
de la Historia y de su enseñanza, continuada, por referirnos sólo a algunas
figuras sobre salientes, por Jaume Vicens o Josep Fontana.
El libro de los profesores Antonio Luís García Ruiz y José Antonio
Jiménez López, de la Universidad de Granada, es una prueba muy ilustrativa
del cambio que he señalado. Y su valor se ve reforzado, una vez más, por el
carácter multipolar de su contribución.
El valor formativo y la enseñanza de
la Historia
es una de esas obras que tiene su origen en la preocupación de
los expertos en Enseñanza de la Historia, y de las Ciencias Sociales, en Es-
paña que, justo es reconocerlo, han contribuido más a este progreso de la
Historiografía que los propios historiadores de estricta observancia. Sin ne-
cesidad de dar nombres de autores, que nos pondrían en el riesgo de algún
olvido indeseado, quiero señalar que esta obra se incardina en el ya abun-
dante número de aquellas que pretenden potenciar la construcción y la ense-
ñanza, sobre todo en los niveles preuniversitarios, de una Historia completa,
veraz, dotada de instrumentos cognoscitivos mucho más sofisticados que,
además, exige por parte de docentes y discentes un mayor esfuerzo perso-
nal, de racionalización y comprensión.
Historiadores a título individual, grupos colectivos de trabajo, que no
olvidan lo que representa el Aula, didactas de las Ciencias Sociales, ense-
ñantes preocupados siempre por la progresiva calidad y utilidad de lo que se
enseña, han contribuido de manera sobresaliente a este cambio. Y no cabe la
más mínima duda de que, en un tiempo de cierta vuelta al pasado, de amplio
debate sobre el significado de tal pasado y de cierta crisis generalizada que
afecta a los valores de nuestra civilización global, esta preocupación por el
conocimiento de la Historia tiene una crucial importancia para el conocimien-
to de nosotros mismos en el presente y para enfrentar el futuro, desde luego,
con mejores instrumentos y guías para la acción.
A mi modo de ver, el libro de los Profesores García y Jiménez tiene la
extraordinaria virtud, por comparación con otras empresas con este mismo
objetivo, de su muy conseguida amplitud y de la conjunción de tres dimensio-
nes básicas que afectan hoy al conocimiento y transmisión de la Historia. Se
fundamenta tal valor en la división de la obra en tres grandes campos de pre-
ocupaciones. Primero, el de la propia fundamentación' de una ciencia —aun-
que sea una ciencia peculiar— de la Historia, y del trabajo, es decir, la His-
toriografía, que se efectúa sobre ella. A ello se dedica una primera parte,
Los
fUndamento s
epi,stemológicos.
Y para adentrase en ello, nada mejor que lo que
los autores proponen: partir de una visión justamente «histórica» de cómo se
ha ido construyendo esa ciencia de
la Historia desde el momento mismo, a
fines del XIX, en que esa construcción comenzó. Ello constituye el gran pórti-
co de la obra. Se aborda luego la propia naturaleza de la disciplina, donde se
aportan interesantes conceptos y se facilita su comprensión con Cuadros y pre-
sentaciones sintéticas muy útiles, que abordan los problemas fundamentales:
tipo de conocimiento, características de la explicación histórica, algunos te-
mas centrales como el tiempo histórico, etc.
Sin embargo, a .nuestro modo de ver también, lo más significativo, útil
y novedoso de la obra es su extensa y honda reflexión sobre
El valor forma-
tivo de la Historia,
que ocupa la Segunda Parte, y
La enseñanza de la Histo-
ria,
de la que ocupa la Tercera, a todo lo cual siguen unas más que sugeren-
tes Conclusiones.
Por la brevedad obligada de este Prólogo, no me es posible entrar a des-
glosar los muchos aspectos importantes, aspectos clave, del problema, que
se tratan en sus páginas. Quiero hacer, no obstante, alguna referencia, aun-
que sea obligadamente sumaria, a ciertos asuntos tratados. Me parece de es-
pacial valor la disquisición sobre lo que en principio los autores llaman «La
disyuntiva historia-ciencias sociales». Una disyuntiva que tiene, a su vez, dos
vertientes: la de la relación de la Historiografía con las demás Ciencias So-
ciales y el asunto concreto de la convivencia de algunas, las más importan-
tes de ellas, en el diseño curricular preuniversitario. Se han dado diversas
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soluciones a este problema de la diversidad de las Ciencias Sociales y de su
encaje en un curriculum conjunto viable. Los autores se manifiestan a favor
de una «confluencia y cooperación entre todas las Ciencias Sociales, desde
la Historia a la Antropología, pasando por la Geografía, Sociología, Econo-
mía, etc.», volcadas todas ellas sobre áreas concretas y fundamentales de la
evolución social. Allí la Historia representará el análisis de la acción del tiem-
po sobre evolución social. Esta es la visión más comprehensiva y más útil
del problema, que yo mismo he defendido en anteriores escritos. Y que no
siempre se ha adoptado como sería deseable.
De las Conclusiones me gustaría destacar, para acabar estas breves lí-
neas introductorias, la insistencia de los autores en el valor formativo de la
Historia no ya en la preparación científica y en el conocimiento del mundo
humano sino en la construcción básica de la ciudadanía. El presente no se
explica sin el pasado. La Historia, dicen los autores, «es un arma de primera
importancia formativa de las nuevas generaciones ya que marca el camino
de las comunidades y determina decisiones y la visión que se tiene de uno
mismo». Sería difícil encontrar palabras más ajustadas que estas para desta-
car lo que la Historia tiene que ver con la formación de la personalidad y la
identidad de personas y grupos.
Pero la importancia de este libro no radica sólo en este tipo de precisio-
nes. Sino más aún, a nuestro juicio, en que consigue presentar un instrumen-
to de primera utilidad para algo que es la clave y el fundamento de toda bue-
na disquisición sobre lo histórico: la extraordinaria importancia de formar a
un buen profesorado que, en definitiva, es el que tiene la responsabilidad de
producir esta buena Historia y transmitirla en el sistema educativo. Nos feli-
citamos, pues, por esta excelente noticia que es un buen libro de Historia y
de Didáctica de la Historia. Estamos seguros de que su provecho correspon-
derá en todo al cuidado y al acierto con que está construido.
Julio Arostegui
Universidad Complutense de Madrid
Abril de 2010
INTRODUCCIÓN GENERAL
Si observamos la Historiografía, a través de las grandes figuras de la dis-
ciplina como por ejemplo Michelet, Pirenne, Marx, Bloch, Febvre o Braudel,
por citar alguno de los más representativos, podemos ver cómo la Historia ha
tenido diferentes enfoques y teorías a lo largo del tiempo, por lo que no es
algo estático, perenne como se ha venido a calificar habitualmente.
En cada momento, a la enseñanza de la Historia se le ha exigido aspec-
tos diferentes que van, desde el desarrollo de la conciencia nacional y el ser-
vir de
magistra vitae,
hasta la de contribuir a lograr la madurez intelectual
de los adolescentes. De esta manera, la historiografía podríamos definirla
como el estudio histórico de las sucesivas transformaciones de la Historia a
lo largo del tiempo y del oficio de historiador como intermediario entre el
pasado histórico y el presente desde el cual investiga. El por qué de esas
transformaciones estriba en que la Historia es inseparable del historiador y
éste, a su vez, de la sociedad en la que vive, y todo esto se hace a través de
las fuentes, porque como dijo Febvre (1970), el historiador no es el que sabe,
es el que investiga y también transmite conocimiento.
La Historia, desde que en el siglo XIX comenzó a dotarse de su propio
contenido teórico y metodológico de trabajo, ha pasado por diferentes pe-
riodos para alcanzar su objeto de estudio específico propio. La evidente am-
plitud y heterogeneidad de su campo epistemológico hace imposible la exis-
tencia de una única ciencia de tipo global. Nunca ha operado bajo el auspi-
cio de un mismo paradigma, pues como afirmaba Guizot en 1827 en su
His-
toria de la revolución de Inglaterra
«hay cien maneras de escribir Histo-
ria», aunque sólo hay una Historia para ser contada.
Podemos, sin embargo, considerar que todas las concreciones o corrientes
de pensamiento sobre la interpretación y/o de explicación de la Historia se
enmarcaría en dos grandes momentos o etapas de desarrollo: el período
precientífico que abarcaría desde la antigüedad helenística hasta el siglo
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INTRODUCCIÓN GENERAL
XVIII, y el período científico que se extiende hasta nuestros días. Es en éste
en el que la Historia alcanzó su identidad como disciplina científica inde-
pendiente y como un saber dotado de una teoría y de un método crítico pro-
pio, que requiere del historiador una rigurosa preparación. En 1834 A. Thierry
en el prefacio a sus «Cartas sobre la historia de Francia» insertas en su obra
«Diez años de estudios históricos»,
escribió: «Tal concurso de esfuerzos y
de talentos dio lugar a la opinión, ya muy difundida, de que la Historia sería
el sello del siglo, como la Filosofía había impreso el suyo en el siglo XVIII».
De cualquier manera, desde que en el siglo XIX se dotó a la Historia de su
propio método de trabajo, ha pasado de la consideración de ser mera lectura
de los documentos como fuente fiable, a desgajarse en microhistorias y a ser
considerada como una forma de hacer literatura.
Somos conscientes de la continua denuncia sobre la «miseria del
historicismo», de la sutil hostilidad interna subsistente sobre el propio cuer-
po de doctrina, entre una nueva concepción de la Historia en «formación», y
un historicismo academicista, anacrónico y cerrado. Pero no compartimos el
concepto de «miserias del historicismo» porque sus trabajos son tan exten-
sos, tan heterogéneos y tan profundos, que pocas ciencias han llegado a al-
canzar. Qué hacer frente a tantos obstáculos e inconvenientes no es tarea fá-
cil, pero hay que seguir trabajando en la elaboración de una ciencia que, de-
safiando los ataques y condenas de unos y otros, reafirme ante todo su ca-
rácter formativo, y que ayude al individuo a desembarazarse del peso de unas
interpretaciones del pasado que actúan de lastre y dificulta su capacidad de
comprensión del presente. La ciencia histórica no está en absoluto en crisis,
puesto que sus principios, teorías y métodos, han alcanzado un elevado ri-
gor científico en los siglos XIX y XX, y sus objetivos satisfactoria y progre-
sivamente conseguidos; lo que sí puede estar en crisis es su difusión, su ca-
pacidad de dar a conocer su función y su papel en las sociedades avanzadas
y tecnificadas del siglo XXI.
El modo de entender la Historia hoy día es consecuencia de una pro-
funda crisis del concepto de Historia subsistente desde el siglo XIX. La in-
fluencia de las teorías marxistas sobre el desarrollo económico y social, ha
replanteado los fundamentos de los estudios históricos a través del materia-
lismo histórico, que revolucionó la investigación en campos como la arqueo-
logía o la antropología. La caída del Marxismo no ha conllevado la de la
historia marxista, por eso, muchos historiadores se han vuelto al conocimiento
teórico y reconsideran las relaciones entre la literatura narrativa y la Histo-
ria, lo que convierte la Historia en una literatura basada en materiales erudi-
tos. Pero la Historia es una ciencia con vocación de globalidad e integra-
ción; por eso el conocimiento de otras ciencias del saber es necesario para
conseguir tales fines. Por ello, los historiadores han de acercarse a las Cien-
cias Sociales como la Geografía, Sociología, la Psicología, la Antropología
y la Economía, así como a nuevos métodos y sistemas explicativos.
El objetivo de la Historia no se cumple con el mero relato de los acon-
tecimientos; hasta hace poco, la Historia era una variante literaria que com-
partía muchas técnicas y efectos de la narrativa de ficción. Los historiadores
estaban sometidos a los materiales actuales y a la veracidad personal, pero
como los novelistas, escribían detallados relatos de los acontecimientos y/o
biografías de personajes. El campo de estudio de la Historia ha aumentado
de forma impresionante, tanto con la aparición de ámbitos del saber como la
arqueología y la antropología que han proporcionado un mayor conocimien-
to sobre las épocas más remotas o sociedades tradicionales, como con los
nuevos campos de investigación desconocidos hasta ahora (Historia Econó-
mica, Historia de las Ideas, de la Cultura, de la Vida Cotidiana, de la Mujer,
etc.) que han emergido y han modificado sus métodos y objetivos.
Por otra parte, los avances científicos (estadística, documentación, tra-
tamiento de la información, informática, etc.) han permitido tener mayor co-
nocimiento sobre el pasado, con muchos más documentos además de los es-
critos, arqueológicos, económicos, etc. y, por tanto, hacer una Historia más
veraz, más científica y más rigurosa. Pero la ampliación del campo de la his-
toria puede llevarla a una excesiva división y se puede convertir en un obs-
táculo para los historiadores, ya que no se pueden abarcar todos sus ámbitos
de conocimiento, por lo que se ha llegado a una especialización y, por tanto,
a que sólo se realicen estudios parciales, que empobrecen los resultados y
sobre todo hacen perder la perspectiva de globalidad. Además han surgido
nuevos métodos de investigación, que, al igual que sucedió con la metodo-
logía del positivismo, quedarán anquilosados, por lo que el historiador debe
ser consciente de éstas limitaciones.
Tanto es así que, de todos los campos de investigación, la Historia es la
más difícil de definir con precisión, puesto que al intentar desvelar los he-
chos y realizar un relato inteligible de estos, implica el uso y la influencia
de muchas disciplinas auxiliares. La información que nos llega es incomple-
ta, incorrecta o sesgada y ello requiere un cuidadoso tratamiento. Por otra
parte, aunque algunas tendencias historiográficas limitan la ciencia histórica
al conocimiento de la totalidad de los sucesos humanos acaecidos sólo en el
pasado conocido, mediante cualesquiera que sean las fuentes documentales,
es labor del historiador el recopilar, registrar y analizar todos los hechos del
pasado del hombre, echar mano de fuentes intermedias e indirectas (corno
cartas, literatura, instituciones religiosas, etc.) y de información no escrita
(como los restos materiales de las civilizaciones desaparecidas, corno ele-
mentos arquitectónicos, artes menores, ajuares funerarios, etc.). Sin embar-
go la relación entre el hecho y evidencia no siempre es simple y directa, ya
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NTRODUCCIÓN GENERAL
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que pueden ser sesgadas o erróneas, fragmentarias, ininteligibles, por tanto
el historiador debe enjuiciar críticamente los testimonios que le llegan.
Podríamos preguntarnos cuál es la situación de la Historia en la actuali-
dad. Tras la caída del muro de Berlín en 1989 y el fin del régimen soviético
en 1991, el capitalismo y EE UU se sienten triunfadores de la guerra fría y
declaran que se ha alcanzado la sociedad perfecta, se ha culminado la
historicidad de los hechos sociales y, en consecuencia, se ha llegado al f in
de la Historia. Francis Fukuyama publicó en 1989 un artículo titulado
«El
fin de la Historia»
en el que sostenía que las instituciones que comprende el
Estado de los países ricos modernos son las más perfectas que pueden exis-
tir, y que por lo tanto la Historia (los cambios históricos) ha terminado. Se
trata, pues, una tesis idealista de corte hegeliano, pero ¿se piensa lo mismo
en los países del Tercer Mundo?. Ese artículo ha tenido un éxito enorme,
por lo escandaloso de su título y la publicidad que los conservadores estado-
unidenses le han dado, lo cual propició que se convirtiera en libro en 1992,
con el título de «El fin de la Historia y el último hombre»,
donde la teoría se
quedaba vacía en contraste con la realidad histórica finisecular.
En efecto, después de esto, las escuelas historiográficas se han multi-
plicado, para desligarse tanto del marxismo como del triunfalismo capitalis-
ta. Una de las primeras escuelas es la
historia narrativa
que pretende recu-
perar la narración como método de investigación historiográfica, tratando de
parecer neutral y sin carga ideológica. Historiadores como H. White, S.
Cohén, G. Himmelfarb o S. Schama desarrollan sus trabajos en semejanza
con la microhistoria de C. Ginzburg, y N. Z. Davis, que cuenta pequeñas
anécdotas que ocurrieron en el pasado. A la postre utilizan la erudición como
método de investigación y eluden la explicación histórica. La popularidad
de esta tendencia se debe al éxito editorial que supone la venta de los libros.
Este es el tipo de Historia que apoyaba el fascismo.
Otra modalidad es la
historia cientificista,
que busca en las ciencias auxi-
liares la justificación de las explicaciones. Es el retorno al positivismo de
los años cincuenta. En el fondo desprestigia a la Historia como ciencia. Son
los representantes de ella el historiador C. P. Snow y el filósofo K. Poper, y
en la actualidad C. M. Cipolla o K. N. Chaudhuri que pretenden utilizar las
Matemáticas en sus constructos teóricos, pero en el fondo desconocen cómo
hacerlo.
La
clinometría
es otra tendencia cientificista. Sus métodos son los de la
economía y acuden a la Historia para completarlos y recoger los datos. Des-
tacan historiadores como Peter Temin, K. J. Arrow, R. E. Solow, o Charles
P. Kindieberger. Pero, también, utilizan otras ciencias como la Sociología,
la Antropología o la Estadística. La clinometría se debate entre la historia
económica y la economía histórica, debate resuelto en los primeros años del
siglo XX. Además, trata de hacer ptedicciones, lo que en Historia es absur-
do. No parece que la Historia pueda reducirse al estudio, por muy científico
que sea, de un sólo problema.
Por otra parte, el estudio de los recursos naturales y el espacio desde el
punto de vista de la Geografía Humana constituye una variante historiográfica
que también se ha puesto de moda. La
ecohistoria
es una corriente
historiográfica, de carácter reduccionista, pues centra su atención en nuevos
temas para su investigación histórica concretados a los problemas
medioambientales y/o ecológicos razonables que se generan por la influen-
cia de la humanidad sobre el entorno geográfico, tratando de resaltarlos. Es-
tán en ella historiadores como N. J. G. Pounds, C. O. Sauer, A. W. Crosby,
Le Roy Ladurie o J. R. Kioppenburg. Desde esta escuela. J. de Vries nos ha
llamado la atención sobre la influencia del clima y sus cambios en las socie-
dades, sobre todo a largo plazo. También son interesantes las obras de J.
Murra, Á. Palerm y Martínez Alier, lo que revela que este es un asunto de
utilidad en la Historia, pero no exclusivo.
El cientificismo de estas tendencias hace una reducción de la Historia,
pero además, pretenden una objetividad que no tienen, ya que toda Historia
posee una concepción global definida. Se ha pasado de utilizar ciencias auxi-
liares en la investigación histórica, a convertir esas ciencias en el centro de
la historiografía. Han aparecido así historias fragmentarias, como la de la
demografía, la sexualidad, la infancia, las mujeres, el vestido, el proceso de
urbanización, la pobreza, etc., que tienden a asilarse entre sí y a constituirse
en una ciencia, sin darse cuenta de su concepto global de la Historia, por lo
que asumen el dominante o la moda.
Ante este panorama historiadores como G. Himmelfarb, Foucault, Celeuze,
Dosse o Derrida, reclaman la vuelta a un «nuevo historicismo», a una Historia
global. Para ello pretenden volver a la explicación histórica a través de los
textos, pero asumiendo tácitamente la ideología capitalista dominante. Por otra
parte, también existe el riesgo de que el abandono de las explicaciones econó-
micas derive en una historia de las mentalidades como proponen Aries, J. Revel,
P. Chaunu, R. Chartier o Levi-Bruhl. Pero, en cualquier caso, siempre ha ha-
bido historiadores que han tratado de integrar los estudios parciales en una vi-
sión global de la Historia tanto, en su dimensión cultural como social, con una
gran influencia del marxismo dogmático. Sin embargo, los actuales estudios
de historia social están muy alejados de él y simbolizan tendencias que estu-
dian la Historia y sus cambios como un fenómeno de conjunto, con sus ele-
mentos económicos y culturales. Este es el caso de historiadores como W. Ben-
jamín, R. Williams, E. P. Thomson, o T. Gurévich o J. Bajtin.
A partir de este horizonte historiográfico de luces y sombras, la Histo-
ria no debe perder sus objetivos, sino que debe hacernos entender cómo era
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NTRODUCCIÓN GENERAL
el mundo cuando éste era presente. La Historia debe ser una ciencia que in-
tente abarcar lo humano en su conjunto, de acuerdo con un objetivo que tras-
cienda a la ciencia, como es explicar el mundo real y enseñar a otros a verlo
con ojos críticos para ayudar a transformarlo. En este debate sobre la Histo-
ria, Santos Juliá (1990) proponía unas medidas para que la Historia volviera
a recuperar su prestigio, como por ejemplo abandonar el concepto de totali-
dad, pues la totalidad histórica es inabarcable, y que la 'Historia encuentre
un lugar más específico entre las Ciencias Sociales y/o que conquiste el fa-
vor del público, como bien había sabido hacer con el medievalismo francés
figuras de la talla de Georges Duby o en España algunos historiadores como
A. Domínguez Ortiz.
Por ello y ante esta situación de confusión, hemos de señalar como prin-
cipios comunes en el conocimiento histórico, los siguientes:
A) No se puede perder la perspectiva de la
historia integradora
y de
interrelación de los factores que concurren en los acontecimientos. En gene-
ral, se mantiene aún hoy día que la ciencia histórica tiende a englobar en
cualquier época todos los aspectos concurrentes en la evolución de la socie-
dad (económicos, demográficos, sociales, técnicos, institucionales, políticos,
intelectuales, etc.), y explicar cómo se articulan entre sí en modelos globales.
Para H. I. Marrou lo que caracteriza las transformaciones recientes de la cien-
cia histórica es la tendencia a «aprehender el pasado del hombre en su tota-
lidad, en toda su complejidad y su entera riqueza. Ya no se acepta un discur-
so histórico que aparezca señalado sólo o principalmente por dinastías, ba-
tallas, tratados, etc., sino que además de esto aspiramos a conocer de cada
momento el marco técnico, económico, social e institucional. Aspiramos aún
más, a comprender los mecanismos que explican las concordancias y dis-
cordancias existentes entre los distintos niveles de una sociedad; queremos
obtener una imagen integrada y global cuanto más sea posible» (1961: 23).
Así pues, la ciencia histórica no puede ser reducida a la mera atomización
de disciplinas autónomas impuestas por la creciente especialización, sino que
la totalidad y universalidad ha de preservarse como horizonte incuestiona-
ble de la historia, pues aspirar a dicha atomización supondría un empobreci-
miento de profundización en el conocimiento histórico y además un grave
retroceso metodológico (Nouschi, 1967). Es evidente que todo ello compor-
ta dificultades por ser fruto de una labor tan dinamizada y omnicomprensiva,
pues sitúa al historiador actual en una encrucijada conceptual.
B) En el estudio de la Historia debe preponderar la
idea de cambio. En
efecto, la Historia es, al mismo tiempo, un discurso coherente sobre el pasa-
do (entramado conceptual que permite situar, ordenar y explicar los hechos
históricos de forma que resulten comprensibles) y un conjunto de me-
todologías de investigación. R. Acton entendía la Historia «en tanto que de-
venir como progreso hacia la libertad y la historia en tanto que constancia
de los acontecimientos ocurridos como un progreso hacia la comprensión de
la libertad: ambos procesos corrían paralelos» (1906: 33). Ni qué decir tiene
que esa clase de progreso nunca avanza en línea recta sin altibajos e inte-
rrupciones, sin desviaciones y soluciones de continuidad, de forma que aún
el giro más adverso no es por fuerza contrario a la concepción de la existen-
cia del progreso mismo, si bien éste no significa progreso igual y simultá-
neo para todos.
Los viejos dogmas del progreso histórico único que llegan hasta el pre-
sente, y el dogma moderno de los ciclos históricos (de un progreso múltiple
que conduce a las «grandes edades» y luego a la decadencia), son meras pro-
yecciones del historiador sobre el pasado. En su conjunto un período histó-
rico obviamente muestra un progreso sobre el período anterior, y es a la cien-
cia histórica a quien le cabe determinar la naturaleza real de dicho progreso
y sus coordenadas espacio-temporales. Sólo a través del pensar histórico es
como se logra el progreso mismo, haciéndose tanto más necesario cuanto
que la historia es un proceso en continua construcción. Así nuestro conoci-
miento de la realidad presente exige inevitablemente un conocimiento del
pasado. La historia pues, comienza cuando los hombres empiezan a pensar
en el transcurso del tiempo, no en función de procesos naturales, sino de una
serie de acontecimientos específicos en que los hombres se hallan compro-
metidos conscientemente, y en los que pueden y deben influir; por tanto la
comprensión del pasado es el entendimiento del presente y nos lleva hacia
el porvenir. Es decir, viene de ayer y va hacia mañana, pues somos quienes
somos por la carga de historia que nos ha hecho a todos, y si no comprende-
mos esto actuaremos a ciegas en la vida y acabaremos por perder el control
de nuestros propios actos. La comprensión crítica del presente, pues, a tra-
vés del paado, hace la comprensión dinámica.
Es hoy un conocimiento comúnmente aceptado que la prospectiva his-
tórica no es sino la consecuencia de un conocimiento sistemático de esa cien-
cia del hombre en sociedad, moviéndose sin cesar, fluyendo en el tiempo.
Es evidente que si un pueblo no ha comprometido su pasado y no sabe cómo
y por qué ha llegado a ser lo que es, ese pueblo no podrá prever ni adoptar
una actitud racional ante el porvenir; todo lo que observamos, analizamos y
conocemos está en «constante movimiento» y éste afecta a las relaciones y
conceptos por estáticos que nos parezca. Existe pues la Historia y una con-
ciencia de dicho movimiento que permite descubrir las yuxtaposiciones, las
relaciones y los subterráneos que encierra lo simbólico. La Historia es pues,
la ciencia que estudia la «dinámica de las sociedades humanas», la ciencia
«que intenta abarcar globalmente, y en sus interacciones, todos los elemen-
tos que se integran en la dinámica de la sociedad» (Jiménez, 1994: 460).
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L VALOR FORMATIVO Y LA ENSEÑANZA DE LA HISTORIA
NTRODUCCIÓN GENERAL
C) El eje básico del conocimiento histórico ha de ser la cron ología
tiem-
po histórico).
La temporalidad constituye un factor esencial en la vida y ac-
tuaciones del individuo, y un aspecto determinante en la construcción de la
realidad social que lo contextualiza, de ahí su importancia en la enseñanza de
la historia. El tiempo es lo que determina la sucesión de los acontecimientos,
y esta sucesión es lo que constituye su verdadera realidad. En efecto, el tiem-
po nos da la medida de la duración de los hechos o situaciones, y por él pode-
mos captar la dimensión de la temporalidad. En historia, que todo es dinámi-
co, movim iento, cambio y tendencia, el factor tempo ral se constituye en el ele-
mento básico imprescindible. Para M. Bloch la Historia es «la ciencia de los
hombres en el tiempb» 1965: 26), donde están inmersos los fenómenos y en
el que se vuelven inteligibles. Pero, el tiempo de la Historia es diferente al de
otras ciencias, pues como afirma C.F.S. Cardoso « el tiempo que interesa a los
historiadores es el de los hombres en su organización social, expresando la
permanencia de tal organización y la historia misma como proceso que crea lo
humano...; es decir, es un tiempo social y cultural» 1981: 196). Su catego-
rización es de gran importancia para el historiador, pues el manejo de un
parámetro temporal en cualquier investigación o período histórico es de gran
necesidad, toda vez que es el principio de su inteligibilidad de la explicación
de los cambios, transformaciones y fenómenos que permanecen estables en
una realidad social). Así pues, el dominar la cronología como procedimiento
de medida temporal, es totalmente necesario para la comprensión del tiempo
histórico y de las mutaciones de la realidad social.
La cronología «es un instrumento técnico de medida y un instrumento
social de referencia para la regulación de las acciones individuales y
colectivas» Ragazzini, 1980: 232). Por ella, el historiador ha podido esta-
blecer sucesiones diacrónicas, enmarcando en el tiempo todos los fenóme-
nos sociales y destacando las diferencias entre sus distintos procesos histó-
ricos, y de la misma forma sucesiones sincrónicas, ya que el desarrollo de
hechos paralelos en sociedades diferenciadas han determinado el comienzo
de nuevos períodos históricos. «Pretender pensar en la sociedad..., sin refe-
rencia constante a la dimensión temporal me parece absurdo...; pensar histó-
ricamente consiste... en situar..., fechar todo fenómeno del cual se pretende
hablar» Vilar, 1988: 58). La cronología es, pues, el fundamento de la reali-
dad temporal y de su materialización en el espacio; es el instrumento a tra-
vés del cual se llega al conocimiento de la duración diferencial de los he-
chos histórico, ya que por medio de ejes cronológicos podemos determinar
la duración de los acontecimientos y fenómenos sociales, así como de los
fenómenos sociales y su trascendencia histórica Jiménez, 1996: 73-74).
D) La selección de aquellos
acontecimientos que sean más significati-
vos,
pues si bien es cierto que estos sólo no son totalmente Historia, sin em-
bargo no hay Historia sin ellos. En efecto, la Historia busca el conocimiento
y la interpretación de la realidad histórica de tal manera que el estudio his-
tórico sea a la sociedad lo que la reflexión sobre el pasado es a los indivi-
duos; y es que para ésta los acontecimientos nunca son meros fenómenos,
sino que a través de ellos profundiza en el mensaje que contiene. En efecto,
cuando un historiador decide analizar una realidad histórica pasada se le ofre-
ce ante sí una serie de documentos o reliquias del pasado a las que analiza
inferencialmente para poder descubrirlo y recrearlo en su mente. Por tanto,
lo que evidencia el conocimiento histórico no son supuestos «testimonios
históricos», sino acontecimientos que caen bajo la observación del historia-
dor y que, mediante un acto reflexivo de su mente, se constituyen en nuevo
ámbito de conocimiento histórico.
H.I.
Marrou afirma al respecto que: «un
personaje, un acontecimiento, tal aspecto del pasado humano sólo son he-
chos históricos en la medida en que el historiador los califique como tales»
1968: 138).
Ningún historiador podrá apartar, puentear o modificar dato alguno que
preserve la memoria histórica del pasado, antes bien, si no encaja con la op-
ción interpretativa elegida se hace necesaria la revisión del proceso y del
resultado de la investigación. Por ello, del acontecimiento a la estructura, de
lo individual a lo colectivo, de la corta a la larga duración, de la periclitada
Historia tradicional a las recientes corrientes sugestivas de interpretación, toda
esta multiplicidad de nuevos campos específicos de la Historia cobrarán su
verdadera dimensión científica desde el momento en que se relacionan con
los acontecimientos de las vida del hombre y de las sociedades humanas en
general. A fuer de que hoy exista una clara comprensión a las interpretacio-
nes fáciles y a dar un sentido provisional a un conjunto de datos inconexos
como corresponde a una cultura de masas, los campos específicos de los acon-
tecimientos que se constituyen en materia obligada de estudio por el histo-
riador son:
1.° Los hechos de masas referidos a los hombre Demografía), a los bie-
nes, Economía), al pensamiento y creencias Mentalidades) etc.
2.° Los hechos institucionales que propenden a establecer las relacio-
nes humanas dentro de unos marcos legales de referencia Derecho
civil, constituciones políticas, tratados internacionales etc.).
3.° Los acontecimientos, sean referidos a la aparición y desaparición de
personajes o de grupos que actúan, deciden y ocasionan hechos re-
levantes precisos.
Sin embargo, la tendencia actual es volver hacia una H istoria Total, para
lo cual es necesario dominar todos los avances y los campos de la investiga-
ción. La complejidad hace imposible dominar todos los métodos de investiga-
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ción, pero la interrelación de los diferentes investigadores permite que se lle-
ve a cabo esta Historia Total. El trabajo en equipo —de escasa tradición en la
investigación histórica— se hace, pues, imprescindible. Ello no quiere decir
que algunos científicos o especialistas en una materia se lancen a hacer Histo-
ria, ya que el objeto de estudio del historiador ha de centrarse en el ser huma-
no y no se le pueden aplicar leyes científicas sin más, porque el comporta-
miento humano es más complejo que cualquier objeto de estudio de la cien-
cia. La Historia debe agrupar todos los avances en los métodos de investiga-
ción, pero no debe caerse en una hiperespecialización, que conduciría, como
la Historia tradicional, a practicar una visión parcial de los hechos.
Si partimos de que el hombre es un ser social, y que la Historia investi-
ga al hombre en sociedad, como decía M. Bloch (1965) la Historia sería la
ciencia de los hombres. Sin embargo, no ha existido una opinión absoluta-
mente hegemónica que suministre una explicación de lo humano. La Histo-
ria arrastra, pues, un lastre, en cuanto a unas dificultades epistemológicas,
que es común a todas las Ciencias Sociales, y que aquí nos limitaremos a
indicar dos de sus características:
a) Lo concerniente a la observación de los fenómenos humanos que,
aunque no se trate de dificultades técnicas, sí afecta a lo relaciona-
do con las especificidades propias de la estructura social.
b)
La falta de objetividad que tienen las Ciencias Sociales, pues no po-
demos obviar ciertamente la actitud de compromiso a la hora de in-
terpretar los fenómenos sociales, pero es que no podríamos enun-
ciar ninguna rama del saber, totalmente objetiva, que quede libre de
los compromisos de quienes la investigan.
Sin embargo, esta situación llegó a superarse, pues la cientificidad de
la práctica historiográfica depende antes de la aplicación de un método. La
Historia tiene que reconocer una serie de regularidades y de modelos histó-
ricos generales aplicables a momentos cronológicos distintos; además su re-
sultado no puede obviar unas fuentes documentales e historiográficas exis-
tentes. Por lo tanto debe recurrir a las generalizaciones, en el intento de ex-
plicar, que no significa crear leyes ni hacer predicciones. De esta manera, la
consideración de la ciencia, por parte de Popper (1967), de ligarla a la capa-
cidad de predecir, no tiene sentido y queda, además, superada, porque se pue-
de hacer historia aunque no sea predecible.
El progreso de la disciplina historiográfica pasa por un perfeccionamien-
to en la formación científica del historiador. El trabajo del historiador no se
basa en un conjunto de actividades ni resultados de manera arbitraria, sino
en la creación de una serie de conjeturas sujetas a unas reglas establecidas
por un método, porque lo que se intenta es llegar a explicaciones demostrables
para los procesos históricos, aún cuando no se pueda establecer enunciados
de carácter general.
Mayor importancia hemos querido otorgar a un aspecto que considera-
mos trascendente en la enseñanza de cualquier área y, más aún, en la de Cien-
cias Sociales, Geografía e Historia, nos referimos a su
valor formativo. Sin
duda el valor formativo de la Historia es mucho mayor que el que se leyquiere
dar desde la actualidad, ya que, como dijo Febvre, «la Historia es la ciencia
del Hombre, la ciencia del pasado humano y no la ciencia de los conceptos»
(1970: 76). Por ello afrontamos, en primer lugar, los valores de la ciencia
histórica, su función formativa, los niveles de capacitación y sus ámbitos edu-
cativos en los que ayuda al alumno en su formación como estudiante y como
ciudadano. Después, abordamos la situación de la Historia como disciplina
académica, centrando nuestra atención en el qué y para qué enseñarla, con-
trastando nuestra visión con la opinión de los alumnos y del profesorado
mediante los «Grupos de Discusión». (ver García y Jiménez 2007).
La Historia al constituirse en un ámbito de conocimiento esencial para
el estudio de la humanidad, en un arma poderosa para los debates de hoy y
en herramienta para la construcción del futuro, no puede considerársele como
una materia más en el conjunto de las Ciencias Sociales, sino como una dis-
ciplina clásica, pues ha sido el núcleo constitutivo de los programas de estu-
dios sociales. En general, se trata de adquirir una perspectiva histórica sufi-
ciente para poder comprender los rasgos fundamentales y los problemas de
las civilizaciones actuales, toda vez que la Historia otorga una dimensión
temporal a todos los fenómenos sociales remotos, los fundamenta y explica.
Por el contrario, las demás Ciencias Sociales se interesan por contenidos so-
ciales intemporales que se dan en un medio general.
Ahora bien, si la Historia es una ciencia particularista en el sentido de
que se ocupa de eventos o situaciones concretas en el tiempo, sin embargo
también es totalista e integradora, pues al poseer una vocación sintetizadora
incluye en su discurso múltiples datos de la aportación de otras materias, sin
que en modo alguno ello signifique una simple acumulación, sino más bien
la reconstrucción de la imagen global de la sociedad. Es por tanto, muy ne-
cesaria a las otras ciencias sociales para conformar una visión más completa
del escenario social; sin ella, se limitaría casi exclusivamente al conocimiento
del presente en su panorama de interacción social y de conducta humana.
Por ello, ha estado siempre presente en los contenidos curriculares de
cualquier sistema educativo, debido a alto valor formativo y de contenido
social que posee, así como a las posibilidades que ofrece para la imposición
de determinadas formas de pensamiento. Efectivamente, hasta hace relativa-
mente poco, se ha establecido una estrecha relación entre discurso histórico
y el de las clases o grupos dominantes del momento, que hacían uso de esta
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herramienta para la perpetuación de sus valores y visiones del mundo. In-
cluso hoy día, las cuestiones ideológicas e intereses prioritarios de la socie-
dad o de determinados grupos, condicionan en gran medida la orientación
del discurso histórico.
El conocimiento de la sociedad, tanto en lo que se refiere a su pasado
histórico como en lo que concierne al territorio en el que se asienta, ha cons-
tituido siempre, dentro de la tradición occidental, una parte fundamental de
la educación de los jóvenes, La Historia, al establecer la dimensión tempo-
ral en la que se inserta cualquier realidad o proceso social, desempeñan una
función vertebradora dentro del ámbito de las Ciencias Sociales. En efecto,
proporciona a los alumnos conocimientos y métodos suficientes para com-
prender la evolución de las sociedades en el tiempo y cumple la finalidad de
formar a los alumnos, ofreciéndoles una visión global del mundo y un con-
junto de valores imprescindibles para que adopten una actitud ética dentro
de una sociedad plural y solidaria.
La Historia, por su amplia tradición académica solo equiparable a la
de la enseñanza de la Geografía en el área de las Ciencias Sociales) y por el
reconocimiento de las inmensas posibilidades educativas que ofrece, tiene
un peso específico importante tanto dentro del área, como dentro del Plan
General de estudio del actual sistema educativo. Ya en la Ley de 1970 se
establecía el «área social y antropológica», como un área más en el que se
estructuraba el campo de la acción educativa, quedando constituida por ma-
terias tales como Geografía e Historia, Filosofía y la Formación Política, So-
cial y Económica. Y es que para algunos, era indispensable reducir sus con-
tenidos en beneficio de otras materias que analizan los problemas de la so-
ciedad del momento. Sin embargo, el empeño por integrar los contenidos
históricos en el área de Ciencias Sociales que hoy prepondera en los niveles
secundarios de la enseñanza, obedece al interés subyacente de conocer en su
conjunto las distintas actividades, fenómenos e ideas que derivan del hecho
de la convivencia entre las personas.
En el actual Diseño Curricular el tratamiento educativo que se ha adop-
tado para la inclusión de varias disciplinas en un sólo área de conocimiento,
no ha sido la mera yuxtaposición, ni tampoco la globalización, sino una so-
lución interdisciplinar, donde se subraye las relaciones y los rasgos comu-
nes de las disciplinas que la integran, así como el carácter específico de cada
una de ellas los alumnos han de concebir todas las asignaturas como una
unidad en la que los contenidos pertenecen a distintos aspectos de una mis-
ma realidad). Pero, la Historia adquirió protagonismo en la conformación
del área, obedeciendo a un interés subyacente de conocer en su conjunto las
distintas actividades, fenómenos e ideas que derivan del hecho de la convi-
vencia entre los hombres, manteniendo, pues, el verdadero valor de su con-
tenido social. Por consiguiente, es una disciplina necesaria a las demás Cien-
cias Sociales para conformar una visión más completa del escenario social;
sin ella se limitaría casi exclusivamente al conocimiento del presente en su
panorama de interacción social y de conducta humana.
Es lógico, pues, que la Historia esté presente en el área, ya que sus con-
tenidos son:
—La naturaleza de las sociedades y de la cultura.
—Actividades y procesos humanos en su distribución espacial e
interacción de elementos culturales.
—Sistemas e instituciones sociales básicos, relaciones entre los indivi-
duos.
—Cambios en las relaciones humanas, reinterpretaciones de las mismas
entre eventos del presente y del pasado.
Sin embargo, esa presencia se manifiesta de distinta forma en las dife-
rentes etapas educativas:
—En la Enseñanza Secundaria Obligatoria la presencia de la Historia,
acordemente con las orientaciones del DCB que fomentan un análisis
transversal de la realidad, se halla inserta en bloques temáticos
interdisciplinares, de acuerdo con las intenciones formativas del área.
En esta etapa el peso de la Historia es fundamental, y a su discurso
se incorporan los contenidos de otras disciplinas en concreto, tiene
especial peso en los ejes temáticos que tratan de las «sociedades his-
tóricas y el cambio en el tiempo» y «el del mundo actual»). Esta pre-
ferencia viene determinada por su mayor capacidad para proporcio-
nar una perspectiva más global e integradora de la realidad humana y
social.
—En Bachillerato, la enseñanza de la Historia, como materia común a
todas sus modalidades, se justifica por su contribución a mejorar la
percepción del entorno social y a comprender las relaciones del pre-
sente, además de facilitar el desarrollo de las capacidades de análisis
y reflexión sobre lo social. Dentro de la Historia se potencia para esta
etapa el estudio de los siglos XIX y XX, ya que se considera que con-
tribuyen especialmente a la comprensión del presente.
Afrontamos también el estudio de aspectos referidos a la diversidad de
tratamientos didácticos, de las pautas metodológicas que se implementan y
de los problemas de aprendizaje de la Historia para los alumnos, haciendo
hincapié en las interpretaciones y/o explicaciones intencionales, en las rela-
ciones de causalidad, en el cambio histórico, en la comprensión del tiempo
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histórico, en la aplicación de nociones espacio-temporales, en la modalidad
de los fenómenos sociales y en la interdependencia de los diversos factores
históricos que intervienen en la explicación de los hechos.
Es de desear que los estudiantes se habitúen a reflexionar sobre estos
extremos y sobre los perpetuos «arrepentimientos» de nuestro oficio de do-
centes de la Historia, pues sería la mejor manera de acercarse a una Historia
cada vez más amplia y tratada en profundidad, que conduzca razonablemen-
te sus esfuerzos. Pero «en última instancia —como afirma T. U nwin— las
disciplinas académicas no sólo existen porque los profesionales creen en su
validez, sino también porque las sociedades a las que pertenecen confían en
su utilidad» (1995: 20). De eso se trata precisamente, de recuperar la con-
fianza en la utilidad, en el gran potencial formativo de nuestra disciplina,
sin la cual difícilmente un alumno va a mostrar interés por su estudio.
PRIMERA PARTE
LA C O N F ORMAC I ON
DE LA CIENCIA HISTORICA
-
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CAPÍTULO
LOS ASPECTOS EPISTEMOLÓGICOS
DE LA HISTORIA
1
INTRODUCCIÓN
La epistemología de la Historia se presenta como única perspectiva de
reflexión del saber histórico, centrado principalmente en la cientificidad del
conocimiento histórico y en el problema del objeto de la Historia. Por con-
siguiente, cuestiones como ¿la Historia es una ciencia o un tipo inteligible
del conocimiento social?, ¿Cuál es su objeto de estudio?, ¿es posible alcan-
zar la verdad?, ¿en qué consiste el trabajo del historiador?, se constituyen en
fundamento de reflexión para la epistemología de la Historia, y que el histo-
riador no podrá eludir si no quiere hipotecar la objetividad o los límites de
la objetividad de su propio saber histórico.
2.
CONCEPTO DE CIENCIA
El término ciencia, deriva etimológicamente del vocablo latino «Scientía»,
que significa conocimiento, práctica, doctrina, erudición. Este vocablo deriva
a su vez del griego:
«isemi»,
que equivale también, en toda la extensión de la
palabra, a saber, conocer, tener noticia de, estar informado. Pero también, la
ciencia se puede definir, en un sentido estricto, «...como un conjunto de cono-
cimientos sobre la realidad observable, obtenidos mediante el método científi-
co» (Sierra, 1982: 37) y que concuerda con la de Mario Bunge, quien afirma
que «el conocimiento científico es, por definición, el resultado de la investiga-
ción realizada con el método y el objetivo de la ciencia» (1981: 79). Nosotros
la conceptualizamos
como el conocimiento declarado cierto o verdadero de
acuerdo a los métodos disponibles y aceptados por la comunidad científica
mundial.
Este conjunto de conocimientos dados por verdaderos que llamamos
ciencia es el conocimiento que utilizamos en infinidad de formas diferentes
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en la vida cotidiana, si bien resulta difícil establecer hasta qué punto el cono-
cimiento científico determina y condiciona nuestra vida cotidiana. En esta si-
tuación parece bastante extraño encontrarse con personas que dicen no creer
en la ciencia, aduciendo que ésta es poco exacta, falible, etc., y sin tener en
cuenta que ella está presente a cada minuto de sus vidas, en cada una de las
cosas antes enumeradas y tantas otras.
Tres son los elementos que configuran todo campo científico:
—Un campo de actuación, constituido por la realidad observable, que
por medio de instrumentos diversos nos lleva a conocer la realidad
del mundo en que vivimos. Eso sí, cada disciplina tiene un campo de
su incumbencia, que a su vez, puede ser subdividido en campos más
pequeños, según sea el interés de los investigadores. Por ejemplo, el
campo de estudio de la sociología es la sociedad humana, pero ésta
puede ser parcelada en campos más pequeños, como el campo de es-
tudio de la familia en sociedad (Sociología de la familia), el arte (so-
ciología del Arte), la educación (sociología de la educación), etc.
—Un contenido, construido exclusivamente por un conjunto de conoci-
mientos sobre la realidad, en forma de concepto, enunciados y razo-
namientos
—Un procedimiento, el método científico, cuya principal característica
es que busca siempre agotar todos los medios posibles para alcanzar
la veracidad de aquello que se da por conocido.
Por tanto, por extensión de dichos elementos al campo de la Historia, a
ella le incumbe preferentemente el conocimiento de todo lo que concierne a
la sociedad y a las sociedades humanas durante todo el tiempo histórico como
contenido; lo que constituye su campo de acción, en el sentido amplio, por-
que, como veremos, éste se puede subdividir en muchos campos más cir-
cunscritos o específicos, como son la sociedad nacional, la educación, la sa-
lud, la religión, el deporte, la población, el espacio en que se ubica, etc., todo
lo cual reúne un acervo de conocimiento que se ha obtenido mediante el mé-
todo científico.
3. CONCEPTO DE HISTORIA
Etimológicamente el término «historia» tiene su origen en el dialecto
jónico («istorie») de la Grecia clásica, si bien su noción fue más tarde adap-
tado al latín clásico como «historia». En la obra de Herodoto de Halicarnaso
(padre de la Historia) se le atribuye el sentido de actividad de indagación,
investigación, pesquisa y averiguación de la verdad sobre acontecimientos
humanos pretéritos y pasados, es decir, referirla a todo conocimiento aun-
que necesariamente no fuera histórico o temporal.
Así pues, aunque en esta época clásica ya existía un tipo de actividad («his-
toria») y un tipo de escritor («historiador»), con las matizaciones posteriores
que los historiadores latinos efectuaron sobre la voz «historia», adquirirá el
significado que hoy día tiene en el ámbito intelectual; es decir, designa en pri-
mer término, a la narración de los sucedidos humanos (la historia de la reali-
dad en la que el hombre está inserto), y en segundo a los mismos sucedidos
humanos (conocimiento y registro de las situaciones que señalan y manifies-
tan esa inserción).
Se trata, pues, de una ciencia que se define sobre todo por el objeto que
estudia y que se ha matizado y complementado entre finales del siglo XVIII
y principios del XIX, en función de la concepción ideológica que se tuviere
y del interés que despierten ciertos temas del pasado. Si repasamos la historio-
grafía resultante a través de las diferentes corrientes historiográficas o de las
aportaciones de historiadores insignes como Michelet, Marx, Bloch, Spengler,
Toynbee, Febvre, Braudel, Duby, etc. —como hemos visto en el capítulo an-
terior— podemos entender como la Historia ha tenido diferentes enfoques y
teorías a lo largo del tiempo (se trata de un concepto dinámico y no estáti-
co). Subsiste una diferencia de grado entre el gremio profesional que surge
y se consolida a lo largo de la pasada centuria decimonónica y los antece-
dentes literarios que escriben sobre las cosas del pasado.
Al margen de la polémica suscitada por la tradición occidental, respec-
to al carácter filológico que ha de otorgársele al término «historia» (bien para
designar primera y fundamentalmente un tipo o forma de conocimiento; o
bien para referenciar la realidad histórica misma, es decir, el acontecer his-
tórico). También la noción de Historia ha sido vivamente discutida desde el
ámbito de la epistemología historiográfica, centrándose en considerar a la
Historia como un tipo o forma de conocimiento genéricamente científico (aquí
se le otorga una doble pretensión, el considerarla referida siempre a un cono-
cimiento y que además su contenido objeto sea el pasado humano) (Colling-
wood, 1946: 31-32), o identificarla ante todo como un acontecer, ya que el
conocimiento histórico pertenece a la esfera de la historiografía (Kahler, 1964:
14-15). Esta ambigüedad nominal expresa un problema real preciso: que el
acceso a la realidad histórica (pasado humano) se hace a través de una media-
ción indirecta; en este sentido, la Historia se corresponde a un tipo de saber
inteligible caracterizado por un conocimiento mediato.
Sin embargo, la mayoría de los historiadores actuales aplican al térmi-
no estos dos ámbitos de conocimiento, si bien amplían su significado identi-
ficándole con el transcurso temporal de los procesos históricos. Según
L.Febvre, se ha superado, una «historia historizante» entendida como cien-
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cia del pasado sin más, sin contacto o relación alguna con el presente y limi-
tada a acontecimientos políticos de soberanos y Estados, elaborada como un
simple relato literario (historia erudita). H. White ha señalado que el térmi-
no Historia se aplica a «los acontecimientos del pasado, al registro de esos
acontecimientos, a la cadena del
acontecimientos que constituye un proceso
temporal que comprende los acontecimientos del pasado y del presente así
como los del futuro, y a los relatos sistemáticamente ordenados de los acon-
tecimientos atestiguados por la investigación» (1992: 159).
J. Aróstegui entenderá la Historia «como una realidad inteligible distin-
ta de todas las demás áreas del saber» (1995: 58); F. Braudel como «el estu-
dio dirigido científicamente pero complejo: no hay Historia, ni oficio de his-
toriador, sino oficios, historias, una suma de diversidades, otros puntos de
vista., otras posibilidades. Hay tantas maneras discutibles y discutidas de abor-
dar el pasado como actitudes frente al presente. La Historia puede conside-
rarse incluso como un determinado estudio del presente» (1991:102); M.
Bloch, como un conocimiento en movimiento, pues «la Historia no es la ciencia
del pasado, sino que es el pasado por el presente, ya que la incomprensión del
presente nace totalmente de la ignorancia del pasado y es vano esforzarse por
comprender el pasado si no se sabe nada del presente» (1964:97); L. Suárez
Fernández como «un género de conocimiento acerca del pasado humano, que
se adquiere por medio de la investigación» (1996: 11). En este mismo sentido
lo utiliza también L. Febvre cuando afirma que «la Historia es el estudio cien-
tíficamente elaborado de las diversas actividades y de las diversas creaciones
de los hombres en otros tiempos, captadas en sus fechas, en el marco de so-
ciedades extremadamente variadas y, sin embargo, comparables unas a otras...,
que cubrieron la superficie de la tierra y la sucesión de las edades» (1970: 40).
Para él la Historia es, pues, una ciencia porque desarrolla dos acciones que
se hallan en la base de toda investigación científica, tales como la posibili-
dad de plantear problemas y de formular hipótesis.
Para Marx la Historia entera no consiste más que en una continua trans-
formación de la naturaleza humana. El historiador no pretende revivir los he-
chos, sino conocerlos; saber cómo fueron cuando eran presente. Es la situa-
ción que vivían como presente las personas del pasado lo que nos interesa.
Reclús expresa la interrelación entre Geografía e Historia con su frase «la
Historia es la Geografía del tiempo y del mismo modo la Geografía es la His-
toria del espacio» (1986: 59). El tiempo pasado no está aislado sino que ha
dado sus frutos y tiene consecuencias, continuidades y enlaces en el presente.
En esta situación ¿cómo podría acuñarse una definición de la Historia en
toda su complitud? Al afrontar una definición de la Historia lo que ha de pro-
ponerse es propiciar el acceso a los principios y a los probables ejes que presi-
den y articulan el debate, en torno al significado y al alcance del conocimien-
to histórico. A tenor de ello, se podría definir como
el conocimiento del pasa-
do humano,
en toda su extensión, complejidad y variedad, pues contiene vir-
tualmente todos los elementos necesarios para llegar a alcanzar una compren-
sión formal de la naturaleza del saber histórico. Se trata de una definición
atemporal, donde el conocimiento se contrapone a la narración, si bien la di-
vulgación de ese conocimiento se haga de manera escrita, como un relato. Es
conocimiento del pasado (no de las sociedades), ya que se da por hecho que la
humanidad vive en sociedad, y no de los hechos, puesto que eso es la reali-
dad. Además es el conocimiento del pasado humano, en la medida en que las
actuaciones sociales del pasado también interesan el hombre en cuanto tal. Con
esta extensión la encontramos en historiadores como R. Aron y H. Marrou.
Otra definición sería: la Historia es el conjunto unificado de conocimien-
tos, de carácter objetivo, acerca de las relaciones entre los hechos del pasa-
do que se descubren gradualmente y que se confirman por una metodología
de verificación. Sin embargo, es necesario formular otra nueva donde se
expliciten todos los elementos constitutivos y necesarios del conocimiento
histórico, a fin de que podamos tener una visión más comprensiva del carác-
ter original del saber histórico, respecto a las demás ciencias sociales y/o
humanas. Así, la ciencia histórica podría ser definida, en los términos
explicitados por R. Ahumada, «como un tipo inteligible o forma de conoci-
miento de carácter mediato, que se constituye desde una relación permanen-
te e inestable entre el presente del historiador y el pasado humano (objeto
formal de la Historia), al que considera en el contexto de su contemporanei-
dad» (1995: 65).
En definitiva, «la Historia es el conjunto de conocimientos acerca de
los sucesos ocurridos en las sociedades a lo largo del tiempo que han sido
obtenidos mediante el método científico, por una comunidad de estudiosos
especializados en cada materia». La Historia es un instrumento de análisis
del mundo, de nuestro mundo presente y pasado, en la medida en que sirve
para conocer cómo funciona nuestra sociedad, cómo ha funcionado en el pa-
sado, qué soluciones se dieron y cuáles fueron sus consecuencias (nuestras
raíces históricas), conocer tanto las fortalezas como las debilidades del gru-
po humano que llamamos nuestra sociedad y también para satisfacer la cu-
riosidad humana que nos permite progresar como seres humanos en socie-
dad y acumulando cultura.
4. LA HISTORIA ¿ES UNA DISCIPLINA CIENTÍFICA?
Resulta más fácil decir qué no es la Historia, que definir lo que sí es.
La Historia no es una ciencia hipotético-deductiva que tenga modelos de in-
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terpretación que se puedan aplicar «a priori», sino que parte de un dato y
analiza su comportamiento racional, con lo que deduce la estructura lógica
de su método de una manera empírica; es un instrumento ideológico que per-
mite analizar lo que sucede en nuestro mundo actual; es una expresión noética
de una relación permanente y de dimensiones humano-temporales. En efec-
to, la Historia es una forma de conocimiento individual y contingente, pues
cuando hablamos del discurso histórico lo estamos refiriendo a un tipo de
saber conceptual que no está sometido a leyes, como sucede en las ciencias
aplicadas, ya que el significado que tienen estos términos están en relación
con el las propiedades del objeto formal de la Historia y no con su objeto
material o materia prima (los documentos), pues su comprensión puede es-
tar conceptualizado desde diversos grados de abstracción formal.
Como afirma J. Maritain «la Historia se ocupa de lo singular, de lo con-
creto y de lo contingente, mientras que la ciencia trata de lo universal y lo
necesario. El hecho histórico implica juicios críticos, diferenciales y de conti-
nua revisión analítica. Además la Historia requiere selección y diferenciación,
interpretación del pasado para traducirlo en un leguaje humano; recupera o
reconstituye secuencias de acontecimientos, resultantes unos de otros, mediante
la capacidad de abstracción del historiador. La Historia encadena lo singular
con lo singular, por lo que su objeto como tal es individual o singular» (1962:
18-19). En efecto, el dato material o fuente documental sólo hace referencia a
una misma realidad, pero su valor inteligible será vario y diferenciado (admite
diversos modos de realización mediante una visión analógica), de tal manera
que habrá tantos hechos científicos cuantas investigaciones se sucedan
específicamente distintas. Por ejemplo, la formación de las Juntas Provincia-
les organizadas en España a partir de la marcha y prisión de Fernando VII por
Napoleón, o la convocatoria de los Estados Generales por Luis XVI que van a
suponer los inicios de la Revolución Francesa, etc. son dos hechos singulares
y contingentes, pero que también se aplican en un orden global y complejo,
que abarcan una porción de la humanidad y que tienen, al mismo tiempo, una
dimensión temporal de mediana o larga duración.
Así pues, el objeto formal de la Historia es ocuparse de esa realidad in-
teligible a la que el historiador aspira a aprehenderla. Como afirma F. Braudel
«la tarea de la Historia es la resurrección del pasado...Pero, de ese pasado
¿qué se retenía?..., lo que es particular, lo que sólo sucede una vez... las mi-
les de singularidades que constituyen el pasado y no el pasado en su totali-
dad, porque si se aprehendiese en su conjunto, en su totalidad, puede afir-
marse que no se repetiría jamás» (1991: 57). Entonces, el objeto formal de
la Historia son los actos humanos realizados siempre en singular y contin-
gente a los que el historiador ha de considerar como tal. En el sentido rigu-
roso de estos términos (singular y contingente), tanto desde el concepto clá-
sico que se otorgaba a la noción de ciencia (conocimiento comprendido y
definido desde el horizonte de la Filosofía o de la Metafísica), como del mo-
derno (la ciencia es comprendida y definida en el horizonte de las ciencias
empíricas, particularmente desde la Física), la Historia no podría ser consi-
derada como una ciencia.
Pero si bien la Historia no posee el carácter de ciencia, en el sentido
riguroso que se le otorga al término, sin embargo ello no implica que el dis-
curso elaborado por el historiador carezca de las conclusiones y certezas que
concurren en el conocimiento científico común y ordinario, ya que se cons-
truyen con una actitud y en un ambiente científico. En efecto, el historiador
construye el discurso histórico a partir y desde el interior de un objeto mate-
rial que es la fuente documental (inteligible histórico en potencia) indepen-
diente de él mismo, ya que ni lo crea ni lo inventa; mediante operaciones
historiográficas como la explicación, comprensión e interpretación (ambien-
te científico), realizadas sobre el objeto material de la Historia, crea el saber
cinético. Por ello, cuando referimos que la Historia no es una ciencia, nos
estamos refiriendo sólo a que el objeto formal de las ciencias no se corres-
ponde con el de la Historia, pero el hecho histórico sí que pude ser concep-
tualizado desde diversos grados de abstracción formal.
Autores como L. Febvre han visto la cientificidad de la Historia en la
noción postmoderna que se da de la ciencia (conjunto de problemas e hipó-
tesis), pero en el horizonte epistemológico no se admite que lo singular, en
cuanto singular, pueda constituirse en auténtico objeto formal de ciencia. Al
igual que este L. Suárez Fernández propone algunos elementos de reflexión,
a partir de los que se puede considerar a la Historia como un saber científi-
co. Afirma que «aunque en apariencia el trabajo del historiador consiste en
coleccionar hechos para almacenarlos después como si se tratara de un re-
gistro..., sin embargo se centra en formular preguntas y buscar en la memo-
ria del pasado respuestas veraces. Ese conocimiento es científico, pues se
dirige a descubrir aquello que previamente le es desconocido: los testimo-
nios de que se vale son con frecuencia documentos escritos, pero sirven otros
muchos de muy diverso género como los materiales arqueológicos y las hue-
llas culturales en su casi ilimitada variedad. El resultado de la investigación
histórica es... un dar cuenta de su propio pasado» (1996: 19). En este mis-
mo sentido se expresa J. Cruz al afirmar que «la Historia como ciencia no es
una simple crónica que presente la materialidad de los hechos de un modo
minucioso, sino que es una investigación que se esfuerza por comprender
los eventos, captando sus relaciones, sus intenciones, su juego de difusión,
de agregación o de dislocación, seleccionando lo principal, clasificando sus
tipos (hechos militares, políticos, culturales, económicos, etc.) y buscando
sus lazos funcionales» (1993: 18).
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La Historia, como las demás ciencias, es un conocimiento ordenado y
mediato (se necesita utilizar la razón, observar más detenidamente, lo que
requiere un gran tiempo de dedicación, un trabajo constante, ordenado, me-
tódico) de los fenómenos sociales y de sus propiedades, por medio de sus
causas. El saber histórico no aspira a conocer las cosas superficialmente, sino
que pretende entender sus causas porque de esa manera se comprenden me-
jor sus efectos, distinguiéndose así del conocimiento espontáneo.
Pero la Historia es también una ciencia descriptiva, explicativa, defini-
toria, etc., que investiga qué son los hechos, cómo actúan, cómo se relacio-
nan, cuando, cómo, dónde, por qué intervienen. Es decir, pretende estable-
cer regularidades (no leyes ciertas ni inmutables), basadas en conceptos ge-
nerales, en las características en común de las cosas y en lo que se repite en
los fenómenos. La Historia como ciencia la conforma un conjunto de datos,
conceptos y principios generales (García y Jiménez, 2006 y 2007) que con-
vergen en el objeto formal del conocimiento histórico; parte de los mismos
datos y los analiza para constatar su comportamiento, de donde deduce em-
píricamente la estructura lógica de su metodología.
El concepto de ciencia histórica no ha sido siempre el mismo; por ejem-
plo, como la veían los clásicos, es bastante diferente a como la vemos ac-
tualmente. Como cuerpo teórico la Historia comienza con Herodoto y
Tucídides. Ambos comprendieron que la Historia era algo más que un rela-
to. Tucídides buscó analogías entre los hechos históricos del pasado y los
del presente, formulando su teoría de los ciclos. Aristóteles la definió como
un conocimiento cierto por las causas, ya que para él la ciencia desde el punto
de vista subjetivo es un hábito intelectual especulativo y desde el punto de
vista objetivo es un conjunto de conocimientos que permiten que conozca-
mos el mundo en que vivimos y a nosotros mismos de forma racional. La
Historia ha evolucionado pues, de ser un relato erudito del pasado a ser una
explicación de cómo vivían las sociedades antiguas, que aclara cómo se vive
en las sociedades actuales. La Historia es fundamentalmente un instrumento
ideológico que permite analizar lo que pasa en nuestro mundo actual. Este
instrumento es de vital importancia hoy en día, ya que Internet es un medio
de difusión de la información que no está filtrado por nadie, y por lo tanto
todos debemos tener una herramienta que nos permita diferenciar entre los
mensajes válidos y los que no lo son.
Pero lo más importante de esto es que la Historia servía para algo, deja-
ba de ser un cuento y comenzaba a ser interpretación. Sin embargo, hasta el
siglo XIX la Historia será fundamentalmente una colección de datos; conta-
ba y explicaba los hechos de los grandes hombres y las instituciones, y des-
cribía cómo eran los pueblos que se conocen. Es en este siglo cuando la His-
toria se constituye como ciencia, con métodos críticos y extendiendo su cam-
po de estudio a otros campos del saber (Paleografía, Numismática, Arqueo-
logía, y muchas otras ciencias auxiliares) de la mano de Niebuhr y Ranke. A
partir de entonces, la ciencia explicaría los hechos; el esfuerzo de interpreta-
ción es lo que dará a la Historia su originalidad. Cuáles son los hechos más
importantes, cuáles son los métodos de interpretación, o si se puede hacer
una historia general o sólo local y documental es un debate de las distintas
escuelas historiográficas, pero todas ellas tratarán de interpretar los hechos
del pasado.
Cuando hablamos de ciencia nos referimos al conocimiento científico
demostrable como verdadero, al igual que cuando aplicamos el determinan-
te «científico» al método de investigación nos referimos a que es apto por sí
mismo para descubrir la verdad y que los resultados obtenidos de la realidad
pueden ser demostrables. Aunque las ciencias experimentales, nomotéticas,
sociales, jurídicas, filosóficas e históricas se ocupan de diferentes ramas del
mismo campo de estudio (el hombre, lo que le rodea, los efectos del hombre
sobre lo que le rodea y de este sobre el hombre), su objeto de estudio es el
mismo: aumentar el entendimiento y el dominio que tiene el hombre sobre
lo que le rodea. El reconocimiento explícito del lugar de la Historia entre las
ciencias ha despertado hoy día un mayor interés intelectual y un añadido más
en la nueva dimensión de la aventura histórica.
Muchos autores, como Kuhn (1962), Popper (1973), Feyerabend, Chal-
mers, Levi-Strauss 1977), etc., han intentado determinar las características del
conocimiento científico, y todos ellos han manifestado la dificultad de plan-
tear en términos absolutos la cientificidad de la Historia. J, Piaget llegó a
cuestionarse, incluso, si la «ciencia histórica» constituye un dominio especifi-
co de las ciencias sociales, o si no pasa de la dimensión diacrónica de cada
disciplina nomotética. Estima que el historiador, aun cuando utiliza los recur-
sos de las ciencias nomotéticas, no se plantea la finalidad de aislar de lo real
las variables que conviene al establecimiento de leyes, ya que por este proce-
dimiento haríamos de la Historia una ciencia basada en las estructuras y
cuantificaciones de las ciencias nom otéticas en cuanto a la dimensión g enético-
evolutiva. Considera que, por más que se abra la Historia a la influencia de los
métodos de las ciencias nomotéticas, no puede transformarse y abandonar su
identificación tradicional de ser el estudio de lo único e irrepetible, y así po-
der cumplir su misión de ser una disciplina claramente identificable como tal
Piaget, 1972: 19).
Sin embargo, la respuesta a la pregunta ¿la Historia es una ciencia?, va
a depender ante todo de la definición de ciencia que se acepte, y de verificar
si la Historia llena los requisitos de dicha definición. En cuanto a la primera
cuestión, aceptamos por ciencia aquella actividad que consiste en aplicar a
un objeto el método científico (de planteamiento y control de problemas se-
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gún el esquema básico teoría-hipótesis-verificación-vuelta a la teoría). Se-
gún M, Bunge, la ciencia es un «conocimiento racional sistemático, exacto,
verificable y, por consiguiente, falible» (Bunge, 1975: 9).
Respecto a la verificación de requisitos, al abordar la cientificídad de la
Historia se esgrimen viejas discusiones como el positivismo, historicismo
neokantiano y presentismo de Rickert, Dilthey, Croce y Collinwood, y otras
nuevas como el positivismo lógico y estructuralismo. Pero la manera más
efectiva para dar respuesta a esta cuestión es adoptar ambos criterios y, así,
a la pregunta inicial responderíamos reiterando la distinción que establece
W. Kula (1973) entre ciencias «normativas», que no presentan obstáculos
epistemológicos que se opongan a la conformación de una Historia científi-
ca, y «empíricas», que hacen de la Historia un campo de conocimiento cada
vez más científico por los progresos de su cientificidad. Si bien no todas es-
tas corrientes están de acuerdo con la existencia de «leyes» en la Historia,
pues en raras ocasiones las condiciones en que se producen los actos huma-
nos son suficientemente semejantes para que las lecciones de la Historia pue-
dan ser aplicadas directamente. En la actualidad su carácter científico ha sido
defendido con tenacidad por todos aquellos que se alejan de los dictados de
la ortodoxia y del dogmatismo, pues como afirma C. Pereyra «la Historia
fue concebida como si su tarea consistiera sólo en mantener vivo el recuer-
do de los acontecimientos inmemorables y no reparara en las enseñanzas que
nos podían transmitir al presente temporal» (1982: 76).
Entonces, partiendo de esta situación, no parece extraño que exista una di-
versidad de fórmulas para definir la ciencia histórica, toda vez que como ciencia
social ofrece múltiples versiones y vertientes. Es evidente, pues, que su conteni-
do variará según la corriente de pensamiento que lo formule. Thompson va a
defender la cientificidad de la Historia (Thompson, 1981); por otro lado, P. Vilar
afirmará que «la historia-conocimiento se convierte en ciencia en la medida en
que descubre procedimientos de análisis originales» (1982: 17). En las últimas
décadas del pasado siglo, el progresivo rigor científico del estudio de la ciencia
histórica ha ido adquiriendo, la creciente demanda social de estudios sobre el
pasado histórico y la multiplicidad subsistente de teorías confrontadas del cono-
cimiento histórico, ha propiciado que los historiadores polemicen sobre su pro-
pio trabajo científico y en consecuencia se enriquezca y afiance la ciencia histó-
rica. Es, pues, a partir de esta realidad cómo podemos comprender la manifiesta
complejidad existente para definir sus propias características.
Si cuando hablamos de «ciencia histórica» nos referimos a un ámbito
de conocimientos caracterizados por unos hechos verdaderos, pertenecien-
tes al pasado y que son de cierta relevancia, sin embargo, definir la ciencia
histórica no es tarea nada fácil, pues como afirma P. Vilar «designa a la vez
el conocimiento de una materia y la materia de este conocimiento» (1982:
43). Entonces, en cuanto que se trata de una construcción compleja, al mar-
gen de la clásica polémica entre lo nomotético y lo ideográfico, es necesario
delimitar las implicaciones de la ciencia histórica. Pero en todo caso, como
conocimiento histórico, posee una serie de rasgos comunes a cualquier tipo
de conocimiento cient